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RELATOS DE UN PSICÓLOGO FRUSTRADO
José Joaquín López Valderrama
Título: Relatos de un psicólogo frustrado
© 2018, José Joaquín López Valderrama
Ilustración de portada: José Joaquín López Valderrama
Revisión de estilo: 1ª edición
Todos los derechos reservados
Dedicado a Soledad y Melancolía, por bailar conmigo bajo la lluvia y acompañarme en esos tragos infinitos a la
luz de la Luna
ÍNDICE
BUENAS NOCHES VIEJO
OLOR NUBE. SABOR TIERRA
LOS ESCRITORES NO ESCRIBEN
LA CÁRCEL
AMOR PERENNE
ZIPI-ZAPE
METAMORFOSIS
CATARATAS EN EL MAR
EL CUENTO MÁS TRISTE Y BREVE DEL MUNDO
DIOS (NO) HA CONTESTADO
UNA CHARLA DE LO MÁS FECAL
OJO POR OJO
ESTIMADO WALTER ELIAS DISNEY
CRÓNICAS DE UNA SEPARACIÓN ANUNCIADA
EL BICHO
PRÓLOGO
Es curioso ver cómo la vida fluye a pesar de los obstáculos sistémicos de control social. Cuando digo “vida”
digo expresión, digo manifestación humana, digo movimiento y energía inminente del cuerpo social, en el cual
nuestra individualidad se incorpora de distintas formas y maneras.
Joaquín se incorpora desde el RAP contestatario en una primera instancia con textos coyunturales de la
realidad social en España, y desde Andalucía, su tierra natal, se agita expresando en forma de poesía y rap,
verdades del tamaño de un templo, que nadie ve o mejor dicho, no quieren ver.
El autor, aunque es de un pueblo, ha logrado romper con los cánones establecidos y lo socialmente aceptado
por el grupo de turno que insiste hasta el cansancio en hablar de los mismos lugares comunes con una visión
religiosa donde la creación artística se refiere a la imaginería y simbología de las divinidades pertinentes.
Lo que escribe Joaquín trasciende humanidad, son retales extraídos desde la observación inteligente que el
escritor plasma, con el ritmo y el aroma del realismo mágico, donde la vida se muestra descarnada y real, donde
cada personaje es una denuncia de la violencia que genera la desigualdad, la injusticia social y la falta de
oportunidades.
Estos relatos nos hacen cuestionar el modelo de sociedad que tenemos.
No cae la narración en una mediocre descripción de experiencias personales. Lo valioso es que cada
personaje se hace universal reflejando aquél mundo del suburbio, donde miles de vidas se consumen en el
anonimato de nuestro sistema civilizado, democrático y occidental.
La “verdad de los raros” como dice Bukowski tiene mucho que decirle al psiquiatra. El artista si no es raro no
es artista, porque hoy en día el que piensa con su propia cabeza pasa inmediatamente al club de los raros. Siendo
así las cosas, son muy pocos los que logran atravesar la barrera del statu Quo vigente. Son muy pocos los
elegidos y muchos los aspirantes. Escribir no es fácil, como tampoco lo es tocar un instrumento. Son muchas,
muchísimas horas de trabajo y ensayo, más una pizca de aptitud innata, los ingredientes para lograr un resultado
con cierta estética y armonía. Así es como se han visto libros maravillosos. Digo esto porque veo oficio y trabajo
en las líneas de Joaquín.
Os invito a viajar y conocer los personajes y las situaciones humanas que nos muestra este joven psicólogo
raramente frustrado (siempre que no se hable de sociedad) que seguro superará con creces a la cateta de Úbeda
(haciendo referencia a un capítulo del libro) con sus relatos del underground español.
PAUL HAUTE
BUENAS NOCHES VIEJO
Julián era español; es decir, le gustaba la cerveza, beber, y de vez en cuando tirarse a algún coño que anduviera
suelto por cualquier antro del sur de la península.
Cierto día andaba en un tugurio cerca de casa cuando un viejo se sentó junto a él y empezó a comerle la
oreja.
—¿Qué haces con tu vida, joven?
—Beber. Beber y olvidar, viejo. ¿Acaso eso no te lo enseñaron en la escuela?
—¿Escuela? ¡¿Qué coño es eso?! Hoy día los jóvenes ya no saben nada. Ni siquiera beber, si estuviese la
mili…
Julián soltó una carcajada. Conocía esa historia. Todos los días le decían lo mismo. La mayoría de los viejos
se creían sabios por haber tenido que comer perros en la guerra civil o haber tenido que empuñar un arma con
más miedo que ganas.
—Déjame en paz anda, necesito mi espacio.
—¡Estos jóvenes ya no tienen vergüenza! Son niños de papá; ni siquiera saben lo que es trabajar… si
estuviese Franco, otro gallo cantaría.
Ese día Julián no quería más problemas; así que se fue a la esquina de la barra, sacó un libro con las pastas
gastadas y se dispuso a leer; o al menos a intentarlo.
—¡Gilipollas, te estoy hablando! —Gruñó el viejo borracho desde la otra esquina.
—Lo sé, le he oído. Estaba ignorándole.
El viejo, que aparentaba unos setenta años, estaba calvo y tenía arrugas por toda la cara. La nariz aguileña y
sus cejas bien pobladas le daban un aspecto rudo. Rudo e ignorante.
—No me falte el respeto señor, he venido al bar a curarme, no a pelear.
—Los chicos como tú ya no saben nada, que lo sepas. Nosotros somos la sabiduría.
—La sabiduría fosilizada —pensó Julián.
—Haremos una cosa viejo, usted me deja en paz, y hoy podrá dormir tranquilo con la momia de su esposa
mientras le ríe la gracia y hace como que la escucha.
El comentario no le sentó nada bien y como si de un ejército se tratase, el color rojo empezó a conquistarle la
cara hasta rodearla por completo.
—Chico estúpido ¿Acaso crees que puedes conmigo? Yo también he sido como tú, y también era soñador…
Soñador. Claro. Esa historia a Julián también le resultaba familiar. Los jóvenes éramos soñadores para la
masa conservadora. Intentábamos que el mundo fuese a mejor y conforme íbamos creciendo nos toparíamos con
el muro de la realidad. Su padre lo había machacado con ese argumento. Sabía contraponerlo perfectamente.
—Hombre culto, que usted haya errado en sus sueños no significa que yo haga lo mismo, ¿No cree?
Después de la pregunta, bebió un sorbo de cerveza y la dejó descansar de nuevo en la barra. Necesitaba
beber.
—Yo a tu edad no bebía nada. Era una persona honesta. No como los niñatos como tú, que sólo saben
emborracharse.
Qué ironía, pensó Julián. Un viejo puede embriagarse para olvidar su juventud; pero un joven no puede beber
para olvidar su senectud.
Una vez hecha la reflexión, cogió el vaso de cerveza de nuevo y se la terminó de un trago. No aguantaba un
segundo más en aquella mazmorra.
—Buenas noches joven—dijo Julián despidiéndose del viejo.
—Buenas noches viejo—dijo el hombre despidiéndose del joven.
OLOR NUBE SABOR TIERRA
El ruido de las gotas de lluvia golpeando en las persianas despertó al chico. Un viejo reloj que descansaba en la
mesita de noche marcaba las 10:00 de la mañana, aunque el Sol, huyendo de las nubes, se había escapado hacia
a alguna parte y se encontraba ausente. Era un día raro.
Los pies del joven sobresalían de la cama. Cama grande y que a juzgar por las medidas podría ser
perfectamente de matrimonio.
Después de un bostezo, James se dio media vuelta, observando a la soledad recostada donde antaño
dormitaba su ex pareja. No quería ver esa escena; así que suspiró, cerró los ojos y volvió a centrarse en SU
pregunta.
«¿A qué olerían las nubes?»
Tras una separación trágica, el terapeuta le había aconsejado que se centrara en otra cosa. Creía
que intentando mantener la mente ocupada del pobre James, éste iba a solucionar los problemas depresivos-
obsesivos con su ex.
«Nunca me han gustado las carreras a distancia, y juraría que éste se la había sacado por la UNED, ¡Maldito
comecocos inepto!»
James se tomó al pie de la letra el consejo del psicólogo y se centró en “otra cosa”.
«¿A qué olerían las nubes?»
Seguramente el terapeuta se refería a otro tipo de “cosas”; pero la paranoia y la obsesión habían poseído por
completo al incompleto chico. Ya decía mi madre que el remedio, a veces es peor que la enfermedad.
Ahora el pobre James se había transformado en un suicida emocional y el proveedor de sus bombas había
sido su propio psicólogo.
Pero ¿Por qué esa pregunta? Realmente no lo sabía. Ni él ni nadie.
«¿A qué olerían las nubes?»
Cuando volvió en sí, el reloj marcaba las 10:45 de la mañana. Había estado cuarenta minutos sumergido en
sus pensamientos, luchando contra la marea de obsesiones que intentaban atrapar y secuestrar su mente.
Después de un largo suspiro, se puso en pie y se dirigió a la cocina.
Una infusión y dos tostadas de mantequilla telonearon la mañana del joven. Era miércoles y el pequeño
padawan, después de engullir el desayuno fue al baño con intención de afeitarse la barba. Hecho lo propio, cogió
el peine y echó su pelo liso hacia atrás; haciendo resbalar a las pocas esperanzas que se jalaban en su cabello
canoso. Esperanzas en la gente, y sobre todo en sí mismo. Un asesino de esperanzas nato.
Ese día Sevilla se había despertado más tarde de lo habitual, puesto que el asfalto aún no tenía la
temperatura suficiente para freír un mísero huevo.
Así pues, aprovechando la fresca mañana, James pensó que podía sacar de paseo a Yaco; un viejo yorkshire
tricolor, que lo llevaba acompañando seis años de su vida.
—¡Vamos chico! Es hora de dar un paseo.
La respuesta de Yaco no se hizo esperar y como si entendiese el idioma empezó a dar saltos de alegría y a
mover la cola.
La respuesta de James tampoco se hizo de rogar y como si entendiese al animal; lo miró con envidia, agachó
la cabeza y salió pegando un portazo.
«Sabes que tu vida es una mierda cuando envidias la vida de tu mascota»
El parque María Luisa era uno de los más famosos de la capital. Cada día paseaban miles de personas por
su extenso y bonito paisaje que teñía un poco de verde la urbe sevillana. En medio de la multitud de guiris que
abarrotaban habitualmente el parque estaba Yaco, sacando de paseo a James.
Dos vueltas fue lo que le duró al chico la batería emocional y física. A las 11:40 ya había regresado al
apartamento. El desorden le dio la bienvenida de diferentes formas. Ropa tirada por el suelo del salón,
calzoncillos acartonados en el baño, colillas que se amontonaban en los vasos…
Pero el mejor anfitrión del desorden era la pila de platos que rozaba el cielo de la cocina y donde una
microfauna de bichos y hongos convivían pacíficamente entre la suciedad.
«James se habría cambiado sin dudarlo por cualquier insecto que habitaba en su particular Torre de Pisa»
Tras entrar, lo primero que hizo fue dirigirse a la cocina cruzando los dedos para que su litro de cerveza no
estuviese congelado.
—Está en su punto. Menos mal —pensó en voz alta mientras vertía el líquido amarillo.
Hablar con la cerveza era lo normal para él. Los días que se ponía a llorar, contaba sus penas y obsesiones a
una multitud de rubias estáticas que posaban elegantemente encima del mueble. Eso sí que es un público fiel.
Lo demás… tontería.
Después de haberse bebido el primer vaso de cerveza se echó otro. Esta vez no se lo bebió de pie en la
cocina, sino que lo trasladó al salón donde estaría más tranquilo.
—¡No me lo puedo creer! ¡Ha empezado a llover de nuevo! —Exclamó James acomodándose en el sofá con
notable alegría.
La lluvia le encantaba. Le hacía cavilar y divagar sobre su pregunta.
—¿A qué olerían las nubes?
Una vez en el salón, suspiró y como si de un zumo se tratase, se bebió el segundo vaso de un sorbo. Sabía
que si lograba emborracharse la dichosa pregunta desaparecería bajo la falda del alcohol.
Al menos podría descansar tranquilo.
Pasados treinta minutos, la desinhibición y la euforia se apoderaron del joven. Ya no se sentía mal, ni débil ni
cabizbajo. Se sentía perfecto, se sentía el rey. Lástima que la vida fuese republicana.
El día transcurrió sin pena ni gloria. Todos los días era lo mismo. Comida enlatada, fiambre, pizzas, cervezas,
vino, su pregunta, etc. Una rutina que a la larga le pasaría factura a cualquier mortal.
Las semanas fueron volando y las obsesiones lejos de desaparecer se incrementaban. Ya ni siquiera el
alcohol podía sacar su pregunta de la cabeza. Tenía que hacer algo si no quería terminar en un psiquiátrico.
«¡Eureka!»
James ya sabía lo que iba a hacer. Era fácil, ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
Cogió el teléfono. Marcó un número fijo.
—Al habla Miguel Camacho, operador de DEATH-FLY en qué puedo ayudarle.
—Hola buenas, querría preguntar por…por…por si tienen saltos en paracaídas y…y…su precio si puede ser.
Los nervios lo comían por dentro hasta el punto de no poder hablar con naturalidad. Estaba muy excitado.
— Para qué día le viene bien señor…
—Señor…señor James, James Tena, pues… pues… lo antes posible —tartamudeó torpemente
— ¿Querría mañana mismo, señor Tena?
—Cla-.claro; pues ma-mañana nos vemos. Mu-mu-muchas gracias Miguel.
El chiste le costaría 150 euros, pero valdría la pena.
Esa noche no durmió nada. Se sentía como el niño que tiene que volver al cole después de las vacaciones de
verano. La adrenalina lo comía. Afortunadamente había cogido el turno de mañana, así que tampoco tendría que
esperar mucho.
Al día siguiente ya estaba preparado y listo para ir. Primero le darían un pequeña formación y a continuación
saltarían desde un avión situado a 5.000 metros. Por fin podría salir de dudas y su obsesión desaparecería para
siempre. Una vez subido al avión sintió un poco de miedo, puesto que todo se veía enano; árboles, casas,
puentes, montañas…
«Joder, a qué olerán las nubes»
—A la cuenta de tres, se dejáis caer, ponéis el cronómetro y cuando este marque veinte segundos tiráis de la
anilla —gritó el instructor.
— Per-per-perfecto —respondió como pudo el joven.
¡UNO… DOS… TRES!
James saltó. El aire golpeaba su cara como un saco de boxeo; ciertamente pensaba que la sensación iba a
ser otra, pero no quería que su cabeza se distrajera con el precioso paisaje o con esas sensaciones corporales,
por lo tanto cerró los ojos. Se dejó llevar. Abrió bien los ventanillos de la nariz y empezó a oler el vapor de agua.
Lo cautivó. Por fin sabía a qué olían las nubes. Era un olor fresco, totalmente diferente a cómo se lo imaginaba.
No le importaba el tiempo, sólo quería flotar por las nubes y seguir teniendo esa sensación de libertad.
Cuando bajó de su nube ya era tarde para abrir el paracaídas. Estaba a unos escasos veinte metros del
suelo. Lo único que podía hacer era cerrar los ojos y disfrutar del breve trayecto que le quedaba. Después de tres
largos segundos su cuerpo quedó fusionado con la tierra.
No sintió dolor ni pena.
Había olido las nubes y saboreado la tierra.
LOS ESCRITORES NO ESCRIBEN
Los escritores no escribimos, lloramos palabras en la cara de un papel mustio e inerte. Cada gota de ese llanto
siembra y fertiliza una hoja, llenándola de preciosos signos que individualmente no dicen nada, pero que unidos y
combinados de una forma determinada pueden moldear hasta al corazón más rígido. Pueden curar hasta el
corazón más enfermo. Pueden espantar a la más intensa soledad. A dicha unión la llamo polimerización; mezcla
de febriles palabras impresas en papel, fecundadoras del arma más poderosa del humano.
El lenguaje.
Herramienta que macera nuestro ignoto cerebro dando a luz a la humanidad.
Conjunto de individuos, muchos orgullosos de sí mismos, que quieren pero que a veces no pueden vivir en
paz.
El lenguaje es el mayor orgullo de la libertad, pues muchas personas han muerto por querer hacer del mundo
algo mejor a través de las palabras. Desde Malcom X hasta Rosa Parks. Desde Martin Luther King hasta Federico
García Lorca. Todos ellos maestros de las palabras, ilusionistas del lenguaje, idealistas que soñaban con una
sociedad en la que todo el mundo pudiera sentirse libre.
Pero al igual que en cualquier película, aquí también existen antagonistas que han malogrado las palabras
llevándolas al extremo, quitando la vida a millones de inocentes; convirtiendo y transformando las palabras en un
hacha afilado, segador de cualquier atisbo de libertad.
Para combatir esta metamorfosis kafkiana del lenguaje, los escritores hemos dejado de escribir. Los escritores
ya no escribimos, sudamos palabras a través de nuestra curtida piel. Palabras que salen del cuerpo a través de
todos los orificios; palabras que quieren escapar de nosotros.
Lo peor es que no sabemos cuándo ni dónde las expulsaremos. Yo mismo he visto mares y ríos de sudorosas
ideas nacidas en sórdidos bares. Ideas que querían fugarse de mi cuerpo y que, al igual que el sudor, se
evaporaban a los pocos segundos haciendo imposible materializar nada.
El sudor es frío, sin embargo emana de nuestro cuerpo caliente. Nosotros mismos generamos y degeneramos
ideas. Creamos lentamente y destruimos fugazmente al igual que un cometa necesita miles de años en llegar a la
tierra y sólo unos efímeros segundos para desintegrarse en su atmósfera. No obstante, siempre quedan pequeños
trozos de roca que el escritor se afana en atrapar para volver a construir su obra, su idea, su propio meteorito;
trabajo arduo nada correspondido con el salario económico.
Pero recordad que no hay nada más bonito que el escritor que escribe por orgullo propio, que escribe por y
para el lenguaje; por y para el arte, al fin y al cabo por y para usted, querido lector.
LA CÁRCEL
Harry se encontraba en la puerta. Era la primera vez que visitaba un centro así en calidad de investigador. Le
temblaban las manos. Llevaba años que no pisaba un recinto de ese estilo y el olor a hormonas revolucionadas
que inundaba el aire de afuera no ayudaba a tranquilizarlo.
«No quería imaginar cómo olería dentro»
Tras un momento vacilando tocó con su dedo el porterillo. Un sonido estridente rompió el silencio, dando paso
a lo que parecía una voz femenina.
— ¿Sí?—Preguntó una voz áspera.
— Soy Harry; vengo a realizar la investigación que acordamos.
— Pasa, pasa, sin problemas.
La voz iba más allá de lo áspero. Por momentos no sabía si le hablaba una mujer o era Sabina, que había
dejado la música y ahora trabajaba de portero. Quién sabe, el mundo es un pañuelo. Después de unos segundos,
la gran puerta blanca llena de barrotes empezó a abrirse. El joven quedó fascinado. Las medidas de seguridad
eran mayores de las que creía.
Detrás de ese gran portón había cuatro cámaras de seguridad y otra puerta (llena de rejas) que daba al interior
del recinto.
«Deben ser presos bastante peligrosos»
Harry ya no recordaba muy bien su estancia por esos lares, pues ocurrió hace mucho tiempo; pero juraría que
la suya tenía mucha menos seguridad que esta. Después de subir cinco escalones llegó a la segunda puerta
enrejada, custodiada por las cuatro cámaras de seguridad que lo observaban silenciosamente. Estaban pegadas
a la pared, fuera del recinto, y se giraban captando el movimiento. Harry saludó a las cuatro. Él era así.
Durante los seis años que estuvo en la cárcel había hecho multitud de excentricidades; desde manifestarse
desnudo por la mejora de la situación, hasta encerrarse y encadenarse en su celda con otros compañeros para
hacer ver al gobierno que ese no era el camino correcto, y que ellos no eran presos tan peligrosos como para
estar bajo tales medidas de seguridad. Lamentablemente no consiguió gran cosa; pues todos sabemos quién
mueve la batuta en esos temas; y los políticos, legislatura tras legislatura no se ponían de acuerdo en un plan
común. Bueno, no se ponían de acuerdo en nada. Sólo en subirse sus pomposos sueldos y en bajar los
impuestos a los ricos empresarios que después gratamente le ofrecerían un puesto de trabajo, a ellos y a sus
familiares, en sus respectivas fábricas de explotados multinacionales.
Entre y no se distraiga señor Harry
La voz de Joaquina Sabina sonaba por unos altavoces que tenían instalado fuera del recinto. El chico supuso
que servían como alarma por si algún preso se escapaba o para dar el toque de queda después del breve recreo
que podían disfrutar siempre y cuando el tiempo acompañara.
—Ya voy señora, ábrame la segunda puerta si no le importa.
Esta vez el sonido estridente mutó para su sorpresa. Ya no era un ruido, pues el oído de Harry sólo consiguió
percibir un atisbo de corriente eléctrica que atravesó como un rayo la segunda puerta dejándola abierta de par en
par.
«Por fin abierto»
Curiosidad y ansiedad por igual fue lo que sentía en ese momento. Llevaba años sin pisar tal entidad y
reencontrarse con ella no sería fácil. Aunque a decir verdad, había hecho muchos amigos, además de conseguir
dos títulos académicos en esos seis años. Pero la balanza negativa pesaba más que la positiva. Y los títulos al fin
y al cabo sólo es papel; papel muerto y seco que no sirve para nada. A pesar de ello, mucha gente ya le había
dado ese gran consejo de sabio que todos los padres dan:
— Si estudias vas a poder estar en un buen puesto de trabajo y ganar mucho dinero.
Y ahí estaba Harry. Con tres títulos y cobrando cero euros por una investigación que a todo el mundo
beneficiaría. La universidad es una de las peores empresas...
Tras la reflexión, cruzó los dedos y atravesó el gran portón. El hall principal estaba hecho de ladrillos. Justo
enfrente se veía el patio donde los presos podían coquetear con la libertad media hora al día. Algo es algo, y
menos da una piedra; pensó que pensarían aquellas almas errantes.
— Usted debe ser Harry, ¿No? —La voz de la “cateta de Úbeda” reverberó por todo el recinto.
— Sí, lo soy; aquí tiene mi acreditación de la universidad—le alargó la tarjeta de identificación y empezó a
ojearla.
— Veamos… sí, es correcto. Espere aquí. Voy a buscar a la directora del centro.
Hizo lo propio. Se mantuvo de pie dando vueltas por el hall mientras esperaba a la directora que sería la que le
daría permiso para realizar la investigación. El tiempo transcurría despacio y el aire cargado no mejoraba lo más
mínimo su estancia en el salón principal. Se sentó. Se puso de pie. Se sentó. Volvió a ponerse en pie. No sabía
qué hacer.
Giró la cabeza y vio un tablón de corcho lleno de carteles pegados. No sería gran cosa pero le serviría de
entretenimiento mientras esperaba.
Harry odiaba eso. Bueno odiaba esperar y también llegar pronto; odiaba madrugar y también despertarse a las
dos del medio día; odiaba el estereotipo de mujeres progres pero más aún odiaba el de los hombres. Era un
odiador de los que pocos quedan. Un misántropo en pleno siglo XXI. Un mechero encendido en mitad de una
piscina llena de gasolina. Ese era Harry.
Los carteles sólo informaban de las normas de convivencia. Eran de lo más peculiar. Se fijó en la novena regla:
— “Hay que respetar toda la diversidad de sexo, religión y raza”.
«¿En serio hacía falta poner semejante regla?»
Establecer ese tipo de dogmas que deben ser de sentido común sólo acentuaba más si cabe la decadencia
moral y social que estaba viviendo el país. Una prueba más que respaldaba su misantropía, su desprecio por el
ser humano.
La décima regla tampoco estaba nada mal.
—“Sólo se puede salir de la celda en caso de extrema necesidad para ir al baño. Los vigilantes os darán una
tarjeta y podréis salir; no sin antes haber firmado en el hall principal”
«Vaya chorrada. Si tengo que liar todo eso para mear o echar una buena cagada, lo hago en la papelera de mi
celda; así me ahorro salir»
El sonido de unos tacones interrumpió el pensamiento que estaba teniendo sobre las absurdas reglas que
poseía el centro.
—Buenas tardes señor Harry, bienvenido al instituto público de secundaria obligatoria “Los liberales”; ¿En qué
puedo ayudarle?
— Pues como le habrá comentado la secretaria, vengo a realizar una investigación sobre comprensión en
ciencia política, en alumnos de primero y cuarto de la ESO; ¿tendría su permiso?
—Claro que sí, por supuesto, lléguese mañana a la misma hora y podrá pasar el informe a las clases que
usted quiera.
— Perfecto, muchas gracias señorita.
Harry se despidió de la directora del instituto y con un movimiento de brazo le hizo una seña a Joaquín Sabina
para que le abriese las dos puertas. Quería salir cuanto antes.
Una vez fuera, se dio la vuelta y miró a aquel edificio lleno de vallas
A aquel centro de enseñanza
A aquel instituto.
A aquella CÁRCEL.
AMOR PERENNE
¡Queda visto para sentencia!
Eso mismo oyó en su cabeza cuando leyó el mensaje.
«Marcos tenemos que hablar»
La adrenalina empezó a galopar por sus venas y las lágrimas se tornaron protagonista de la macabra fiesta.
¿Por qué era todo tan injusto?
Llevaban conociéndose mucho tiempo.
El amor era perenne. Infinito.
Marcos ya había pasado por esto una vez, y temía que esta fuera la definitiva.
Alargó la mano, cogió el móvil y empezó a marcar un número.
Al tercer pitido contestó una voz femenina.
— ¿Cómo está mi pequeño?
—Dime que no es lo mismo, ¡dime que no es lo mismo!
—Hijo, la metástasis me ha vuelto y no tengo mucho tiempo; sólo quería decirte que no te preocupes; que te
amaré esté donde esté. Siempre serás mi pequeño.
Las palabras taladraron el pecho del joven. Enmudeció. Sus mayores temores se habían hecho realidad.
Ahora la naturaleza había reclamado a su madre (de nuevo) y esta vez sí que tendría que pagar su deuda.
—Marcos, hijo, ¿estás ahí?
Al otro lado de la línea ya no había nadie.
«Beeeeeep»
Nunca hubo un sonido que describiera tan bien su vida y su muerte.
ZIPI-ZAPE
No recuerdo muy bien cómo sucedió ni cómo los conocí. Aquella navidad decidí pasarla en el “pueblo” donde
me había criado. Lo pongo entre comillas, porque un pueblo que tiene 40.000 habitantes no sé hasta qué punto
se le puede denominar como tal. Situado a 90 km de la capital, Écija presumía de tener tropecientas torres y no
sé cuántas iglesias. Era más conocida como “La sartén de Andalucía”, ya puedes imaginarte por qué.
Situado al norte del poblado barroco estaba el piso de mis padres. Sesenta metros cuadrados. Tres
Habitaciones. Un salón. Un cagadero. Una cocina. Y para de contar.
Como iba diciendo, aquella navidad, por H o por B la pasé con mi familia. Con mi familia y el aburrimiento que
no se alejaba de mí en ningún momento. Éramos compañeros inseparables. De vez en cuando a nuestro
particular dúo se unía Pipos; un gato persa que pesaba más que el gordo del pueblo.
En un intento por quitarme de en medio a mi compi, cogí el móvil y llamé a un antiguo amigo.
— David tío, qué tal, lo primero de todo feliz navidad (Lo de “feliz navidad” lo dije para persuadirle y para
cumplir).
—¡Eyy tío cuánto tiempo sin saber de ti! Igualmente jota. ¿Cómo te va por Sevilla?
— Pues bien para qué quejarse. Estaba pensando si querrías quedar e ir a tomar unas copas a algún pub de
mierda.
— ¡Puf! Hablando de mierda…tengo la barriga fatal jota, además estoy en el campo de mis padres; otro día
quedamos loco.
«Decirle “loco” a un psicólogo siempre es irónico»
Colgué el teléfono. No sé qué pasaba en los pueblos que todo el mundo tenía campo. O conocían a alguien
que tenía campo y estaban en el campo; o no estaban en el campo pero decían que lo estaban. Quién sabe.
El primer intento por darle esquinazo al abu no sirvió de mucho. Pero no iba a rendirme. Llevaba sin salir del
piso dos días y como pasase otra noche allí encerrado acabaría como Jack Nicholson en su “Resplandor”.
Eché un vistazo a la agenda del móvil en busca de otra víctima que me acompañara. El mejor candidato se
llamaba Paul, pero no se encontraba en Écija. Lo conocí hace años en un concierto que dimos juntos y a partir
de ahí, uña y carne.
Era chileno y por motivos personales esa navidad tuvo que regresar a su tierra.
«Vaya putada»
Yo no iba a tirar la toalla tan fácil, así que me puse mis vaqueros rajados, mi sudadera y un chaquetón sin
mangas que me regalaron por mi quinceavo cumpleaños. Me iría sólo.
¡Que le jodan a la gente! Nunca mendigues una borrachera a nadie.
Cogí las llaves y tras un portazo salí del portal. El frío apuñaló literalmente mi cara. La “Sartén de Andalucía”
mutaba a “Congelador mundial” en invierno.
«Los cambios no siempre son para mejor»
Esquivé como pude el ataque traicionero y polar hundiendo media cara en el chaquetón sin mangas. Llevaba
gorro, bufanda, guantes y alicates para arrancar los mocos que colgarían como estalactitas de mi nariz.
Afortunadamente los pubs estaban a unos diez minutos. El punto de solidificación de los mocos era bajo, pero en
ese corto periodo de tiempo no le darían lugar a solidificarse. Ese pensamiento me alivió e hizo que llegara
incluso antes.
No tuve que usar los alicates.
El pub se llamaba “AEKI”. No entiendo quién es el genio que le pone nombres a los bares, pero si hubiese un
concurso, éste se llevaría la palma al más absurdo. Intenté darle algún sentido, mas mis neuronas estaban lentas
por la hipotermia que habían sufrido durante el trayecto.
Me acomodé en un asiento de la barra y pedí un tercio de cerveza. Estaba helado. En condiciones normales
hubiera entrado en menos de cinco minutos, pero con el frío que hacía tardé algo más del doble. La misma
acción se repitió otras tres veces más. La sangre ya volvía a fluir, y mis neuronas adormiladas empezaban a
despertarse. Miré a la derecha y vi de nuevo reflejado el rótulo del pub.
AEKI
Estuve a punto de preguntarle al barman qué coño significaba el título, pero sería absurdo. Creo que ni él lo
sabía.
Después de cuatro cervezas me dispuse a pedir un chupito de Jägermeister. Decían que esa bebida había
sido inventada por cazadores del norte de Europa para compensar el frío que hacía allí.
Frío no sé si quitaba; lo único que sentí fue un agradable calor que brotaba en mi pecho y que se extendía por
todo mi cuerpo. El vaso de chupito tenía unas letras grabadas en el fondo.
“I K E A”
Casi todo lo que había allí era de IKEA. Sillas de ikea, sillones de ikea, vasos de ikea, platos de ikea, cerebros
de ikea…
En un arrebato de creatividad me dio por leer de nuevo el rótulo del bar. Para mi sorpresa el nombre del pub
era Ikea escrito al revés. No creo que lo hubieran hecho a propósito, pero yo me quedé tranquilo.
—Ponme un tercio más, jefe.
Esta birra estaba entrando mejor que la cuarta, cuando de repente sentí que el mono del tabaco empezaba a
jugar sus cartas.
«Algún día haré un estudio de por qué el jodido mono aparece amplificado cuando uno toma algo»
Vale. El mono gana. Cogí mi botellín y me dirigí al polo norte de nuevo a saciar la necesidad tumorosa del
tabaco.
¡Vaya frío que hacía!
— ¿Tieneh fuego, quillo?
La pregunta me sobresaltó, pues no pensaba que alguien estuviese fuera con la temperatura que hacía.
Cuando giré la cabeza vi a dos esquimales con un vaso en la mano y con un cigarro en la otra.
—Perdónale, soy Jaime; este es mi primo Pepe. El pobre no entiende de modales.
Jaime era alto. Jaime tenía el pelo largo. Jaime era el primo tonto. Jaime era Zipi.
—No te rayes Jaime, claro que tengo fuego Pepe, toma—dije mientras le alargaba el encendedor al otro
primo.
Pepe era bajito. Pepe tenía el pelo rapado. Pepe era el primo listo. Pepe era Zape.
— ¿Tu ereh de aquí? —Preguntó el listo.
— Digamos que soy de aquí y de cualquier parte; aunque estudio en Sevilla.
— Ahh ezo está bien homme, choca esos zinco.
Le di la mano por educación. No por ganas.
—Y bueno, ustedes qué hacéis…
—Pos yo he sio militar, pero ya me canzé de to’ eso.
El acento cerrado de Zape estaba tocándome un poco la moral. Aunque a decir verdad lo que me la hundió
fueron sus razonamientos.
—Miraa miraaa toca aquí—dijo mientras se señalaba el bíceps izquierdo.
Toqué el tronco que tenía como brazo con mi dedo índice.
—Ostias tío, estás tela de fuerte.
— ¿A que ji?
Nunca le sigáis la corriente a un loco. Yo lo hice por necesidad. Mi economía en ese momento tiritaba más
que yo, y sabía que ese palurdo podía invitarme toda la noche a cambio de seguirle el rollo.
Cuando volví a conectar con la realidad, el cigarro ya se había consumido. La voz de Zape flotaba en el
ambiente aunque no la escuchaba. Sólo me limitaba a asentir con la cabeza para que se callara de una jodida
vez. Zipi seguía en el mismo sitio, con el mismo vaso y con la misma actitud. Por un momento llegué a pensar
que Jaime era producto de mi imaginación.
— ¿Vamos para dentro, no? —Crucé los dedos para que Pepe accediera.
—Aro tío, amo pa’ entro que te vía invitá.
Bingo.
Todos los locos actúan igual. Los 15 minutos soportando a Zape tendrían su recompensa ahora.
—Ponle lo que quiera a este caballero ques un máquina—las palabras de Zape bailaban al son de su
mandíbula.
—Otra caña por favor.
Las conversaciones dentro del pub, lejos de mejorar iban empeorando. Ahora Zape tenía complejo de Rambo
e iba mesa a mesa pidiendo un pulso con todo el mundo. Zipi me hizo un gesto para que me acercara a su oreja.
—Tío, yo que tú me iría. Mi primo es tela de pesao’, además es tela de conflictivo.
Justo al terminar la frase se oyó un botellazo. Tanto Zipi como yo alzamos la mirada y vimos a Zape con
medio botellín en la mano y a su lado un tío tirado en el suelo. La sangre de la víctima brotaba de la cabeza
como una fuente a presión. Gritos y botellines empezaron a volar por el cielo del local.
«La cosa se había desmadrado»
El camarero saltó la barra y entre cuatro o cinco pudieron reducir a Zape-Rambo. Mientras el caos se
apoderaba del garito yo me limitaba a mirar y a tomarme la cerveza. Era un espectáculo gratuito de lo más
grotesco, pero tampoco me apasionaba el hecho de que dos botellines me hubiesen rozado la sien. Hoy ya
había tenido bastante. Cogí mi gorro, mi abrigo y me fui a casa. Una vez en el cuarto, me senté frente al
escritorio y empecé a escribir:
“No recuerdo muy bien cómo sucedió ni cómo los conocí…”
METAMORFOSIS
La noche deja paso al Sol.
El astro, angustiado por iluminar y dar calor al pueblo, se viste con su mejor gala. Allá abajo ya le esperan
impaciente sus más preciados fans, los girasoles.
Las farolas, envidiosas por la luminosidad del mismo, se apagan lentamente y la villa empieza a despertar.
Prados verdes cubren gran parte de superficie del pueblo mientras que la periferia es ocupada por la mejor playa
virgen jamás vista por un homo-sapiens.
Trescientos son los afortunados de poder vivir en este paraíso, donde las casas están construidas al unísono
con la naturaleza. Aquí las personas han dejado de lado el ego y se han fusionado con la armonía de la Tierra.
«Sus habitantes han vuelto a ser humanos»
A pesar de toda la belleza y fragancia desprendida por el pueblo y sus residentes, el tiempo, desde su
omnipotencia y omniprepotencia manda con Morfeo al Sol y despierta a la hermosa Luna. Las farolas, cansadas
de estar apagadas, iluminan de nuevo la villa mientras que los girasoles, cabizbajos, se echan a dormir.
Miles de luciérnagas celebran la rutinaria metamorfosis, mientras que un centenar de grillos ponen banda
sonora a la aparición de una maravillosa Luna, para un pueblo infinito.
CATARATAS EN EL MAR
“Después de todos estos años aún me sigo preguntando por qué existen cataratas en el mar (…)”
Realmente no sé cómo me miró por primera vez ni la cara que tenía. Bueno, ni la de él ni la de mis padres.
Supongo que no nací estadísticamente normal. Para que lo entendáis. Una casa que tiene las luces tapadas, es
una casa, pero no es normal; pues sus habitantes no podrían ver nada. Digamos que yo era esa casa sin luz.
—Ablefaria—sentenció el médico al nacer.
Si no estáis al tanto de enfermedades raras, os lo resumo: No tenía párpados. Mis ojos se hallaban encerrados
en una masa de carne impidiéndome ver cualquier atisbo de luz. Todo ello antes de mi particular alumbrado. Pero
vayamos por partes.
Nací en un pequeño pueblo al sur de la península. Un pueblo costero lleno de pescadores, agricultores y
ganaderos que sobrevivían a costa de lo que producían. Todos menos Alfredo, al que con orgullo lo llamaba “mi
capitán”. Llevaba siendo cuarenta años vecino de mis padres y fue el único que aceptaba con total normalidad mi
discapacidad.
«Todos sabemos cómo son los niños a esas edades»
En verano solíamos sentarnos en mitad de la playa a escuchar el sonido de las gaviotas fusionándose con la
armoniosa melodía de las olas al chocar contra las rocas. Mas todos los días le repetía la misma pregunta:
— ¿Cómo es el mar mi capitán?
— Pues no sé grumete, supongo que grande, azul, espléndido, maravilloso…
— ¿Pero qué es azul? ¿Cómo es el azul?
Mi inocencia era tal que creía que se podían definir los colores a un ciego.
— Ya lo verás Dudú, algún día navegarás conmigo y podrás contemplarlo.
El capitán nunca faltaba a su palabra. Así que cada día me llevaba en su pequeña barca a través del inhóspito
mar. Después de navegar durante más de dos horas siempre nos sentábamos en la proa del barco a conversar.
—Hijo, yo llevo toda mi vida surcando estas aguas y nunca he vivido de ello.
— ¿Nunca? Pero si mis padres siempre me dicen que somos lo que generamos. Cuéntame, ¿por qué no
pescas como todos los vecinos?
— Claro que pesco grumete, pesco ideas y las plasmo en folios; y ¡claro que genero! Genero sentimientos en
las personas con lo escrito en el mar.
—Alfredo, vamos; dime cómo es el mar, por favor, defínemelo…
— Ahora mismo no puedes verlo, pero puedes sentirlo; ¿lo sientes? Respira. ¿Notas cómo el aire salino entra
por tu nariz y refresca tus pulmones?
— Sí, me encanta este olor capitán, y ¿qué se ve desde aquí?
— La línea del horizonte. Sólo mar. Cantidades ingentes de agua y un Sol arriba que lo corona dándole un
toque místico. Pero ya lo verás con tus propios ojos grumete, no seas impaciente.
— ¿La línea del horizonte?
— Sí pequeño, es como si el mar, cansado de ser observado e invadido por necios pescadores hubiese
decidido cortarse por la mitad.
— Como una catarata, ¿Alfredo?
— No Dudú, en el único mar que existen las cataratas es en el mar de nuestro corazón.
Sus sabias palabras eran inaccesibles e incomprensibles para mí en aquel momento. ¡Bendita ignorancia que
nos regala infancia!
El tiempo fue pasando con normalidad hasta que a los dieciséis años los médicos dieron con la solución a mi
problema. Una operación y varios meses de recuperación bastaría para poder curar mi discapacidad congénita.
Durante todos esos años no hubo día que no saliera en barca con mi capitán. Pero los hechos no siempre se
eligen y el azar a veces empieza a dar golpes de ciego por doquier.
Irónicamente, conforme más se acercaba la fecha de la operación, la alegría y las conversaciones con Alfredo
en la barca se iban tornando más melancólicas. Cada vez conversábamos menos.
— Alfredo, dime, ¿hoy qué se ve?
— Lo de siempre, ¿no lo recuerdas?
— Sí, pero quiero que me hables del mar, como antes hacíamos Alfredo.
— Ya estoy muy mayor hijo, además; pronto lo verás con tus propios ojos.
No podía entender ese cambio en la actitud de Alfredo. Los últimos meses antes de mi operación ya ni siquiera
me leía lo que escribía; simplemente nos limitábamos a navegar y a escuchar el silbido del viento. Cuando le
preguntaba, evadía las respuestas o hacía mutis por el foro.
— Algún día lo entenderás grumete—replicaba con un hilo de voz, de vez en cuando.
El día que me quitaron la venda recuerdo que fue en alta mar, lo pedí yo. Tras una recuperación de seis meses
y una operación de tropecientas horas; era momento de saber si había sido un éxito o en cambio, una pérdida de
tiempo. Las manos rugosas de Alfredo tentaron mi rostro y poco a poco fue deshaciendo el nido de vendas que
apresaban mis ojos. Tenía unas ganas infinitas por conocer el rostro de mi capitán, mi guía, mis ojos durante
dieciséis años.
«Luz»
Los rayos del Sol empezaron a penetrar por primera vez a través de mis ojos. Era precioso. Estaba viendo el
mar. Estaba viendo el horizonte. Seguidamente me volví para conocer el rostro de mi lazarillo Alfredo. Tenía una
tez curtida. Sus manos no paraban de temblar y su pelo blanco bailaba al son de la brisa marina.
— ¡Mi capitán! ¡Te estoy viendo!
Fui corriendo a fundirme en un abrazo con él, mas de inmediato supe que algo no iba bien. Su rostro, con
aparente alegría translúcida, chocaba con la opacidad de sus ojos color café.
— ¿Qué te pasa Don Alfredo?
— Ven aquí grumete, te lo voy a explicar
Las siguientes palabras me hicieron enmudecer. Hacía unos meses que le habían diagnosticado un glaucoma
inoperable junto con cataratas. No me había dicho nada. No quería preocuparme. En ese mismo momento los
roles jugados con anterioridad dieron un giro de 180 grados. Ahora yo sería su guía, su lazarillo.
— ¡Pero si me dijiste que las cataratas solo están en el corazón!—Mi voz estaba rota.
A día de hoy me sigo preguntando, después de todos estos años, por qué tienen que existir…
CATARATAS EN EL MAR
EL CUENTO MÁS TRISTE Y BREVE DEL MUNDO
—Cuéntame un cuento triste—sugirió el pesimista.
— Cuéntame el cuento más breve—me espetó el ansioso.
— "Érase ninguna vez"—Contesté.
DIOS (NO) HA CONTESTADO
Día 1482
Lo voy a hacer. No aguanto más. Espero que cuando leáis esto no sea demasiado tarde. No sabéis cuánto os
amo. Mi dolor y pesadumbre es tal que no me queda otra opción. Ayer fui a por los materiales para ejecutar el
plan. Si he aguantado tanto es por vosotros, hijos. Aquí las cosas se han torcido tanto que he perdido la fe que
tenía en Dios. Ya no me queda paciencia ni fuerza. El amor que tenía en el señor se ha tornado furia y es hora de
que sea yo la que conteste con acciones a D. Arturo y Dña. Camila. No puedo ni escribir bien esta carta, estoy
temblando bajo la penumbra de la Luna y mis ojos son un pozo lleno de febriles lágrimas. Espero que me
disculpen por la ortografía y sobre todo espero poder haceros llegar esta carta sin pasar por el filtro del jefe.
Madre, cuida allá de mis dos angelitos; nunca les diga lo que hizo mamá por sacar la familia adelante. Mis
fuerzas están al mínimo. Esto es un infierno. Madre, seguro que lo entenderás. Para el pobre no hay justicia. Es
por ello que tengo que tomarla con mis gastadas manos y ejecutar el plan. Una vez realizado tendré que huir a
otra pedanía acá en España. Intentaré ponerme en contacto con ustedes mediante correo postal más adelante,
siempre y cuando todo salga bien. Ahora mismo los señores duermen en la habitación contigua, pero tampoco
puedo extenderme mucho, pues a don Arturo le gusta visitarme a altas horas de la madrugada mientras la señora
Camila duerme. Se ha convertido en una rutina. ¡No aguanto más!
Si emigré a España no era para ser vejada cada día y violada cada noche. Entiende madre, que no me queda
otra opción. Si me apresan y no vuelvo a escribirles, sepan que siempre fui inocente, siempre cumplí con mi
trabajo; todos los días de cada año que he estado con esta familia. Que bien sepa la autoridad, que todo esto es
por defensa propia.
Mañana será el día en el que ascenderé en la caverna platónica y podré ver el Sol gracias a mi plan.
Cuida por mí de los hijos madre.
Atte. Eliana1
1
Eliana: Del hebreo. Dios ha contestado
◆◆◆
Día 1201
Estoy muy cansada. Las cosas por aquí no mejoran. Deseo verle, madre. A usted y a mis pequeños. Ya son
más de tres años encerrada en esta casa sin poder disfrutar de vuestra presencia. Es gracioso. Aquí a las
esclavas laborales las llaman “internas” o algo así. Supongo que será para intentar quitarle peso al significado de
trabajar acá. Los sábados que antaño tenía libre ahora me están siendo suprimidos por no querer complacer a
don Arturo en la cama. La angustia me invade madre. Incluso estoy perdiendo la fe que tenía en nuestro señor
Jesucristo. Él no hace nada por mí. De verdad que le hablo todos los días, pero la única contestación que me
llega es el silencio. El silencio de Dios. ¿Por qué madre, por qué?
Yo siempre he sido buena cristiana, y allá en Sucre usted sabe bien que iba todos los días a misa. Acá me es
imposible. El pequeño Cayetano ya ha cumplido tres años y requiere mi atención de forma constante.
¡Por no hablar de la pequeña Camila!
Cada día se parece más a su madre, y eso que solo tiene un lustro. Espero y deseo que las cosas mejoren, ya
que mi paciencia está llegando a un límite bastante peligroso. Ayer mismo estaba cuidando a la pequeña Camila y
a Cayetano, cuando D. Arturo me jaló por el brazo de forma despectiva. Me llevó hasta el cuarto de matrimonios y
empezó a desnudarme.
¡Yo no quería madre!
Pero sus amenazas fueron bastante claras. Me quedaría sin sábados libres. Y sin el día libre no podría
escribirle como deseo, pues el señor se encarga de revisar todas mis cartas antes de enviarlas. Hoy me he podido
escapar, y desde la penumbra de un locutorio estoy escribiendo estas líneas.
Espero que mis angelitos estén bien, madre.
Reciban un abrazo.
Atte. Eliana
◆◆◆
Día 721
Cada día me encuentro más hastiada.
El trabajo es agotador. Mesas, sillas, baños, cocina, patio trasero, patio delantero, habitaciones…
Diariamente veo cómo mi dorado tiempo se va fugando en tareas banales a cambio de pobre plata.
¡Pero la necesito!
Necesito enviar esa limosna plateada a mis hijos, madre. Jamás querría que ellos se vieran como yo bajo
ninguna circunstancia. La relación con Arturo sigue bastante tensa, por el motivo que le comenté en la anterior
carta. No soporto ni que me mire. Por otra parte, la señora Camila no cesa de darme órdenes en forma de voces.
¡Estoy cansada, madre!
Además temo que estos sábados, en los que puedo escribirles, me lo supriman. Ya he notado cierto aire
amenazador por parte de Arturo. No le gusta que lo rechacen. No sé cuánto tiempo podré seguir disfrutando de
este espejismo de libertad.
¿Cómo están los pequeños, madre?
Espero que estén perfectos y ya que Dios no me bendiga mucho, que los bendiga a ellos. Aún tengo fe. Usted
misma, madre, me decía que Dios aprieta pero no ahoga. Espero que sea así, pues mi aire cada día es más
limitado en esta casa.
Reciban un abrazo y bendiciones.
Atte. Eliana
◆◆◆
Día 475
Más de un año en esta casa, madre. La verdad es que no me puedo quejar mucho, pues Dña. Camila a pesar
de algunas faltas de respeto hacia mi persona, la encuentro una mujer de buen corazón; además los niños son un
encanto. A la pequeña Camila ya le han salido todos los dientes y sabe contar hasta el número treinta. ¡Qué
pequeña y lista es! Por otro lado, Cayetano, el pequeño de la familia, ya ha cumplido un añito y está para
comérselo. Siento poder escribir tan poco, pero con la llegada de Cayetano al mundo, mi tiempo libre se ha visto
reducido.
¿Cómo están mis pequeños? Espero y deseo con toda la fe y fuerza de Dios que estén sanos y bendecidos.
Cada vez que cojo en brazos al pequeño Cayetano me acuerdo de mi nene, madre. ¡Qué vida más triste!
Aunque a decir verdad hay una cosa que me inquieta. La actitud de don Arturo cada día es más benévola y
complaciente conmigo, hasta el punto de convidarme (cuando no está su esposa) a tomar una copa con él. Lo
encuentro extraño, pero quizás sea el cansancio el culpable de tergiversar la realidad.
Espero y deseo con todas mis fuerzas la respuesta a esta carta.
Y ¡Por cierto! Me encantó el detalle que tuviste en la correspondencia anterior; esos labios marcados con
pintura de mis pequeños en la carta… ¡Fue una idea brillante, madre!
Reciban un beso y un fuerte abrazo.
Muchas bendiciones.
Atte. Eliana
◆◆◆
Día 50
Querida madre:
Ya llegué hace 50 días a España.
Esto es maravilloso; estoy emocionada con la oportunidad que me ha brindado Dios al ponerme acá. La
temperatura es genial y las personas con las que trabajo más aún. Estoy con una familia en régimen de “interna”.
No sabía lo que era eso de “interna” pero la verdad es que es fantástico.
¡Me dan la comida, la cama, la ropa e incluso me dan algo de dinero aparte!
La mamá de la familia se llama Camila, y me ha acogido como una más. A veces tiene cambios de humor,
pero supongo que es porque está en cinta. ¡Qué barriguita más mona tiene! Estoy deseando que nazca el primer
hermanito de la pequeña Camila, que es por ahora, la única hija de los señores. Dicen que se llamará Cayetano.
¡Un nombre precioso!
Y hablando de los pequeños de la familia; ¿Cómo están mis preciosos angelitos? Espero que se estén
portando bien, madre. Sólo llevo 50 días y ya los echo de menos.
El papá de la familia se llama Arturo. Es un hombre muy majo y señoril conmigo.
¡Ojalá existiesen más hombres como él!
Bueno madre, paro de escribir, pues me tengo que poner con las tareas del hogar y a cocinar, que se me hace
tarde.
Pronto le volveré a escribir otra vez contando las novedades, que seguro serán geniales. Ya me lo decía usted,
madre, Dios no se puede equivocar ni quiere el mal para nadie; y si él me ha querido llevar hasta acá es que este
es mi destino.
Reciban un fortísimo abrazo y muchas bendiciones de Dios.
Atte. Eliana
◆◆◆
Día 1500
Lo hice madre. Compré gasolina, destornilladores y cerraduras nuevas.
Aproveché un día de boda en la que asistía esta panda de insectos y cambié la cerradura. Cuando llegaron
bajo los efectos del alcohol, los recibí con la puerta abierta, pues Camila no podía ni mantenerse en pie.
Arturo estaba en las mismas condiciones así que, con toda la fuerza que me otorgaba la rabia que les tenía,
los acosté en su cuarto. A continuación cogí a los niños y los llevé fuera de la casa. Empecé a echar gasolina por
todas las habitaciones, por el salón e incluso por la cocina. Después fue todo bastante sencillo. Agarré una botella
de Whisky Chivas, de esas que valían una copa lo que yo ganaba en todo un mes, y con la furia de una cristiana
que había perdido la fe, la reventé contra la gasolina creando un festín de colores llameantes por toda la casa.
Luego salí, cerré con llave, y dejé que ardiera esa panda de hijos de puta.
En cuanto a los niños, tal y como he dicho, me los llevé al jardín. Ellos no tenían culpa de nada.
Estoy en busca y captura a día de hoy, pero aún no me han localizado.
¡Y eso que han pasado dieciocho días!
Me despido de usted, madre, por si la justicia viene a por mí y no vuelvo a escribirle.
Si me apresan, dale todo el amor que su madre no pudo a sus pequeños.
¡Y deje de creer en fantasías! El único Dios que existe es uno mismo.
P.D: Me he cambiado el nombre. Ahora me llamo Daniela2
. Así será más difícil que me cojan presa y yo me
quedaré más tranquila, pues todos sabemos que Dios no ha contestado.
2
Daniela: Del significado: Justicia de Dios
UNA CHARLA DE LO MÁS FECAL
“Jota no sabe nada. Jota es un pijo universitario. Jota
es un borracho. Jota es un putero. Jota es…”
Me hace gracia. Qué coño sabrán esos snobs de cómo soy. Aunque bueno…
Pensándolo bien estos cuñados son un jodido motor de creatividad. Les debo gran parte de mi inspiración.
“Epistemológicamente hablando, según el materialismo dialéctico la conciencia humana es fruto de la
interacción ontológica…”
Chorradas. ¿Se puede ser tan pedante y gilipollas a la vez? Si supiésemos qué es la conciencia ya habría
ganado algún comecocos el premio nobel. No aguanto a ese tipo de personas; de verdad. No las aguanto.
Estos sacos de mierda muerta creen que estudiar una carrera los convertirá en más sabios o en mejores
personas. Pero si has nacido mierda, te morirás siendo mierda. Eso sí. Al menos con la carrera tendrás un papel
para limpiarte. Incluso te miran por encima del hombro de forma condescendiente intentando hacerte sentir un
ignorante por no haber leído la interpretación de los sueños de Segismundo Freud. Pobres diablillos.
Pero eso sólo es un tipo de mierda. Hay otra clase fecal de estudiantes que en vez de utilizar palabras técnicas
que no se las cree ni quien las inventó; utilizan el silencio. Sí. Has leído bien. El silencio. Creen que es mejor no
debatir con personas que piensan de otro modo y de forma cruel nos castigan con el látigo de la indiferencia. Este
tipo de estudiantes excrementos son los más malolientes. Ya no se paran ni a debatir, simplemente te consideran
una persona inferior y hacen mutis por el foro. Cualquier día me da una embolia por aguantar a estos sacos de
mierda.
También hay otro grupo de heces muy interesante. Son aquellas tías que van con su bolso cool de 40
centímetros donde el postureo le cabe a la perfección, pero las libretas no tanto. Me hacen gracia aunque son una
pena. Tampoco quiero entrar mucho al trapo con este sector fecal pues podrían tacharme de “machirulo” o
machista o dentista o comunista o terrorista o yo que sé, algo terminado en –ista.
“Es muy fácil generalizar jota, es que generalizas mucho tío; no todo el mundo es una mierda…”
Sí querido amigo. Todo el mundo es una mierda. La diferencia solo radica en el olor que desprende.
¿Quieres sentirte aceptado por la sociedad?
Es fácil. Camufla tu mierda. Envuélvela con trajes bonitos para que no se vea o perfúmala para que no huela
«RIINGGGGGGGG»
Quién coño será a estas horas.
No hay cosa que me dé más coraje que me corten en mitad de una reflexión.
— ¿Si?
— Mamona soy yo. Estoy abajo. Ábreme.
«“Soy yo”. Creía que eras –ellos- o –vosotros-, gracias por la aclaración»
Le abrí. Era mi colega. Ese santo y seña solo está reservado para unos pocos y él se encontraba entre ellos.
Había venido de su pueblo seguramente en busca de algún coñito sevillano, pero le habría salido mal la jugada.
Ahora me contaría toda la historia. Espero que al menos traiga unas cervezas.
Le dejé la puerta abierta y me acomodé de nuevo en el sofá.
— ¡Yeeeeiii!—El saludo de mi compi inundó el silencio del salón.
— ¡Heyyy! ¿Qué haces brother?, Siéntate
«Le dejé sentarse porque traía una bolsa con cuatro litros de cerveza»
—¿Dónde has comprado las cervezas Charles?
—Pues estaba todo cerrado, pero he encontrado un chino y ha colado. Eso sí, me ha costado casi dos euros
cada litro. ¡Qué hijos de puta!
—El que ha colado has sido tú mongolo, menuda estafa; estos chinos cualquier día dan un golpe de estado y
se hacen con medio mundo. ¿Qué te trae por estos lares?
—Nada tío, que to’ el mundo está hecho una mierda. Había quedado con la tía que te dije de tinder y me ha
echado de su piso.
—No jodas, ¿y eso?
—Yo que sé, le entró un siroco; decía que me tenía que ir, que su novio podría volver en cualquier momento.
Para quien no sepa lo que es tinder os lo explicaré de forma sencilla. Si el mundo está lleno de mierdas, tinder
es el váter donde van a parar las más apestosas y gordas; esas mierdas expulsadas después de una noche de
borrachera de vodka, cerveza, vino, chupitos y de macarrones hacendado engullidos después de todo el cóctel
mortal.
«Sabes perfectamente a lo que me refiero»
— Vaya movida Charles, a mí una vez también me pasó lo mismo. ¿Te gustaba o sólo era un polvo?
— Yo que sé; la nota era súper rara; tenía fotos con un chaval besándose en la habitación. Yo que sé, que
todo es una mierda tío.
— Todo es una mierda, es verdad; pero en este caso tú has asumido el rol fecal, y ella con indiferencia ha
tirado de la cisterna.
—Gracias por los ánimos eh, cabrón—la ironía de Charles empezó a jugar sus cartas.
— Ni las des, para eso estamos—mi sarcasmo no iba a quedarse hibernando.
— Voy a echar unas cervezas, ¿quieres una?
— Claro, pero en un vaso grande.
Me levanté y fui para la cocina. Vertí la bebida en dos vasos y volví al salón.
Charles ya había encendido un lucky. Es gracioso cómo las empresas camuflan su mierda cancerosa. Lucky,
fortuna, y un largo etcétera de nombres muy oportunos para quitarle peso a la oportuna porquería que te estás
metiendo. Nunca entenderé al ser humano.
En un acto reflejo saqué del bolsillo un cigarro y acompañé al pequeño Charles en su acto suicida. Sí. Soy
incoherente. Sé que lo estás pensando. Acabo de demonizar el tabaco y ahora estoy sentado fumándome uno.
Pero también te lo advertí. Nunca entenderé al ser humano.
—Pásame el cenicero Charles.
Después de unos diez minutos donde el silencio era el único que hablaba, el busca coñitos sevillano hizo una
brillante sugerencia.
—Tengo una idea jota, pero una idea buena de verdad. Yo quiero tirarme a alguien esta noche y tú seguro que
también…
—Ehh… A ver dime, ilústrame con tu sabiduría—en realidad sabía a qué se refería, pero quise darle su
momento de gloria.
— ¡Una puta Jota, una puta!
—No son putas Charles, son trabajadoras del amor; pero bueno, si te hace ilusión podemos llamar a alguna.
Estaba claro. Le hizo ilusión. Después de llamar a más de tres burdeles de la ciudad encontramos uno donde
prestaban ese servicio. La prostituta se llamaba Lola. O quizás no se llamaba así y era su nombre artístico. Qué
más da. Para motivarnos mientras venía, el buscador de vaginas puso en el ordenador una canción de esas que
ya no se llevan pero que venía como anillo al dedo.
«Se llama Lola y tiene historia, aunque más que historia sea un poema. Su vida entera pasó buscando noches
de gloria como alma en pena…»
Así mismo, -como alma en pena- fue como esperamos a nuestra Lola. Estábamos hambrientos pero no de
pizza ni de comida a domicilio. La espera se hizo eterna. El salón decidió expulsar al oxígeno dándole paso a una
nube densa de humo. Humo de mierda. Humo del tabaco. En los 2 ceniceros no cabía ni un grano de sal, estaban
colapsados. A la gente le ocurre muy a menudo. Si no me creéis mirad al suelo en cualquier estación de
autobuses, trenes, aviones, etc. El cigarro parece que pacta con cronos haciéndolo más breve. Menos mal que el
tiempo es relativo. O al menos eso decía Einstein.
Después de una larga espera el timbre interrumpió nuestro guateque. Fui tan deprisa a abrirle que casi me
mato con la estufa. Metí el jodido pie y el calor me abrasó la pierna; subiendo la temperatura de ésta a la par de
mis partes nobles.
«Todo un espectáculo»
Por fin me pude reincorporar y le abrí la puerta a Lola. Nos quedamos estupefactos. Metro noventa y unos 120
Kilos de peso forjaban el tipo de la chica. Si un armario empotrado hubiese cobrado vida, sería nuestra Lola sin
duda.
—Pasa, pasa, no te cortes—le dije mientras rezaba para que se cortara y se fuera.
Lamentablemente para mí no lo hizo. Entró y el suelo del salón empezó a temblar a cada paso que daba. A
Charles supongo que no le importaba, era un experto en ese tipo de mujeres. La miró, suspiró, y empezó a
besarla. Los plomillos de la luz estaban bajados. Menos mal que fuimos precavidos y no tuvimos que “curar”.
Aunque a decir verdad la trabajadora del amor hizo su servicio mejor de lo esperado.
«Al césar lo que es del césar»
Lo único que salió mal parado fueron los muelles del colchón que saltaron mientras hacíamos una embestida
doble a nuestra Lola. Pero vamos, nada que no se pudiese arreglar.
Había pasado ya una hora de aquel festín, cuando Charles se percató de un pequeño detalle. Nuestros
móviles y carteras habían desaparecido. No estaban por ninguna parte.
Al día siguiente intentamos localizar de nuevo a la chica pero fue en vano. Habíamos sido atracados por una
prostituta. Esa era la realidad. Las carteras al igual que los móviles no aparecieron.
Sin duda ese día nuestros cubos de mierda habían llegado a límites insospechados. Nunca te fíes de mierdas
ajenas. Confía en tu misma mierda y disfruta de tu propio olor querido lector.
OJO POR OJO
El olor a podredumbre impregnaba el motel barato donde se alojaba Nancy. Las habitaciones tenían literas para
dos personas, aunque siempre terminaban durmiendo cuatro o cinco en el mismo cuarto. Viajeros perdidos,
viejos borrachos, ex-presidiarios, ludópatas y demás antihéroes formaban una plantilla a la cual la vida, por algún
motivo, le había dado la espalda.
Sumergida en aquel averno se encontraba ella. Aunque la realidad era que no sabía cómo había podido
terminar en esas condiciones.
«Se le había ido de las manos»
Ahora su prioridad era no ser violada cada noche y por supuesto tener algo para beber durante el día. En sus
años de prosperidad había sido una importante banquera casada, quizás, con el tipo equivocado. Antes miles de
euros; ahora millones de llantos.
Ken, su expareja, era un experto en la cocina y en las artes del engaño. Pero eso no suponía ningún
obstáculo; es más, le ponía muchísimo. No le gustaba lo fácil. Además ese mundo de mentiras ya lo conocía
gracias a su antiguo puesto en el banco.
Los cabellos rubios que un día fueron de oro, se habían tornado cobre y su mirada vivaracha ahora petrificaba
a la mismísima medusa. El amor, o su gilipollez, le había vuelto una persona fría y distante.
«Ya no soy nadie»—suspiró.
La avaricia le había llevado a la ruina. Y de conseguirlo todo, terminó ganando la nada.
— ¡Rubia, baja y me haces algo bonito anda!—Gritó una voz áspera desde la litera de abajo.
— ¡Pero qué dices gilipollas!, No me hace falta tu dinero y menos aún tu gusanito para complacerme.
«Cerró los ojos de nuevo»
La vida daba muchas vueltas. En total 365 al año. Aunque para ella quizás un puñado más. Lo único que
deseaba era salir cuanto antes de aquél océano lleno de tiburones en busca de sangre fresca. No se lo pensó
dos veces.
Saltó de la litera y se puso en pie esquivando como pudo las ratas que se amontonaban en el suelo del
cuartucho. Después de atarse las botas salió tambaleándose a la calle.
—Este hijo de puta me las va a pagar. Sé dónde vives Ken.
El calor veraniego de Sevilla, incluso de noche, era infernal. Para colmo la casa del tipo estaba en el norte,
cerca del tanatorio municipal; mientras que el motel se encontraba en el otro extremo; justo al lado de un estadio
cuyo nombre no recuerdo bien.
Nancy hizo autoestop durante media hora. En ese tiempo se fumó los tres cigarrillos que le quedaban. Justo
cuando la rendición estaba a punto de ganar la batalla, un peugeot 206 se paró junto a ella.
—¿A dónde vas chica?—Vociferó una voz dentro del coche.
—Voy a la macarena, al norte de Sevilla, ¿Podría ir contigo, guapo?
—Súbete anda… pero cuidado con la tapicería.
—Está bien, tranquilo, no voy a manchar nada; sólo voy a ajustar cuentas con un antiguo amigo.
— ¿Ajustar cuentas?
—Claro, voy a joder a un hijo de puta. Ojo por ojo dicen, ¿no?
«Se quería hacer la interesante»
Era una frase demasiado inteligente para ella. Jamás había leído y si le hubiesen dicho que el Sol era el que
daba la vuelta a la tierra o que Platón era un astronauta, se habría quedado tan pancha.
El camino se le estaba haciendo bastante pesado. Dentro del coche hacía más calor que afuera y los sudores
no tardaron en asaltarle. La cerveza que había tomado se estaba dando un festín en su estómago y necesitaba
parar cuanto antes. Pero también necesitaba llegar a su destino. ¡Vaya dilema!
— ¡Para aquí! ¡Para aquí!
—Pero si ya vamos a llegar Nancy. Sólo queda pasar dos semáforos más y te dejo…
Tarde.
El vómito había cubierto la cara del chófer antes de poder terminar la frase. Había sido un vómito limpio, sin
tropezones; pero al pobre conductor no le hizo nada de gracia.
—¡Sal de mi coche ahora mismo jodida cabrona!—Gritó mientras el vómito se adueñaba de su afilada cara.
No le dio tiempo a disculparse. No podía. Tenía la cabeza agachada y los pelos color cobre, habían cogido un
tono negruzco debido a la bilis del vómito.
Casi arrastrándose, salió del coche, y se puso en pie. Hizo un intento por darle las gracias pero el peugeot ya
había huido. Ahora estaba sola.
A pesar del macabro espectáculo, el joven la había dejado muy cerca de la macarena. Lo pudo deducir por
las grandes murallas que se erguían en mitad de la noche y que eran totalmente reconocibles a la luz de la
Luna.
La casa de Ken estaba dos manzanas más allá; aproximadamente a unos diez minutos. Nancy intentó
ubicarse, pero su sentido de la orientación la había abandonado. No se acordaba de la calle y lo más jodido es
que tampoco sabía llegar a su triste palacio de alcohólicos sin fronteras.
Llorando y dando tumbos reanudó la marcha. Su percepción estaba modificada por la bebida al igual que su
sentido del equilibrio; pero su sed de venganza aún continuaba viva. Después de caminar a la deriva más de 30
minutos llegó a una calle –Avenida Doctor Fedriani- .Le resultaba muy familiar. Había estado allí. Era la calle
donde residía su ex.
Ken vivía en un ático del bloque quince. La pobre diabla aún iba por el diez, cuando sin comerlo ni beberlo se
encontró de frente con dos chicos parados en la acera.
—¡Quitaos del medio, gilipollas!
Sólo le faltaban cinco bloques más para llegar a su destino. Para poder saciar su “ojo por ojo”. En dos minutos
podría quedarse tranquila y joder a quien le jodió en su momento.
—Mira esta borracha… ¡gilipollas será tu madre! —Gritaron los dos hombres al unísono.
Eran bestias altas, robustas; y lo más importante: Desquiciadas como ella.
En un movimiento rápido, el tipo situado a la derecha agarró del pelo a Nancy, la cual quedó paralizada.
Inmóvil. No tanto por la agresión; sino por la ironía de la propia vida. Su sed de venganza estaba a cinco metros
y no podía hacer nada. Sólo cerrar los ojos y gritar mientras notaba la penetración de dos bestias que el destino
puso ahí.
Ya lo dijo Gandhi, ojo por ojo; y el mundo quedará ciego.
ESTIMADO WALTER ELIAS DISNEY
Hace una infinidad de tiempo que no le escribo, pues todas las anteriores cartas que le envié no obtuvieron
respuesta alguna. Supongo que en el averno estará usted muy ajetreado a la vez que bien acompañado. En esta
ocasión quería comentarle algunas dudas sobre sus películas más famosas; como son por ejemplo la cenicienta o
Blancanieves. (Ambas realizadas mientras trabajaba para el FBI). Los protagonistas, tanto de esas dos películas,
como de la mayoría son carentes de alma, todos siguen el mismo patrón:
Jóvenes, alegres, ropas con colores atractivos (para ayudar a la identificación de los mismos) y sobre todo
carentes de picaresca.
¿Acaso cree que las personas buenas somos jóvenes, alegres y sin picaresca?
Quiero pensar que el tiempo que lleva con Pena y Pánico por allá le haya desvirtuado esa visión y se haya
puesto a reflexionar. Es por ello, que en parte le perdono.
A pesar de todo debo decirle que esa percepción del “bueno” hace que los menores creen roles y estereotipos
totalmente ficticios, señor Disney. Pues el bien y el mal, en la vida real y no en sus películas fantasiosas, está muy
difuminado. No solo hay negros y blancos; también hay una escala de grises preciosa que ilumina y puebla la
Tierra. Por lo tanto veo una acción muy atrevida por su parte, el crear ese tipo de visión a los más pequeños (Esos
Übermensch que serán el futuro de la sociedad).
Comprendo que estuviese muy ajetreado yendo a manifestaciones pronazis, pero lo que no entiendo es por
qué en muchas de sus películas el protagonista es huérfano. Bambi, Blancanieves, la cenicienta, Simba, Mowgli,
la sirenita, y un largo etcétera de personajes completan el desafortunado y pobre plantel.
¿Qué tipo de trauma quería inculcarles a los niños, estimado amigo?
Por otro lado los antagonistas son serios, con rostros crueles, psicóticos... Pasan de la risa al llanto en muy
pocos segundos (otra desviación de la realidad, pues no todas las personas malas son psicóticas o con rostros
serio).
Pero lo que más me ha tocado y enfurecido, señor Walter, es los valores de belleza que usted ha impulsado en
nuestra sociedad. Los “buenos” normalmente son atractivos y leales; mientras que los “malos” son feos y
ambiciosos; pero ¿Acaso las personas no pueden ser ambiciosas y ser “buenas”?
Supongo que para usted no.
Además del modelo de belleza (y de sexismo) que muestra en sus películas, el lenguaje utilizado es bastante
sencillo y coloquial, cosa que tampoco entiendo. ¿Cree realmente que los niños son gilipollas y que no han
escuchado cualquier tipo de palabra (compleja o malsonante)?
Por no hablar del grado de violencia que se observa en sus pelis. Aunque a decir verdad, esa violencia, tanto
física como psicológica, entre los personajes es de agradecer, pues deja entrever uno de los pocos reflejos reales
que tienen sus películas del mundo.
Para ir finalizando mi escrito, debo comentarle que las cosas por aquí han cambiado bastante y que ahora sus
frases de:
«“Las mujeres deben estar calladas para gustarle a un hombre”»
«“No está bien que una mujer lea”»
Se estudian y analizan en todas las escuelas y universidades como ejemplo de sexismo y machismo.
Sin más dilaciones y para terminar, le deseo que siga teniendo una buena estancia con Hades. Y si se
encuentra por aquellos barrios a Hitler o al generalísimo, dele un tiro en la boca a cada uno de mi parte; vaya que
le den por escarbar y vuelvan aquí arriba.
Ya lo decía el premio Nobel, Jean Paul Sartre:
“Un anticomunista es un perro” (y no se refería a Goofy).
CRÓNICAS DE UNA SEPARACIÓN ANUNCIADA
“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que
llegaba el obispo.”
Había leído el mismo libro en más de veinte ocasiones pero nunca se cansaba. La obra de García Márquez lo
envolvía de tal forma que podía pasarse veinte horas leyéndolo sin que su vista diera algún atisbo de cansancio.
Le encantaba la lectura. David Hortelano era uno de los pocos fans que le quedaba a la literatura en estos
tiempos de adicciones e interacciones.
Había nacido en Fuentes de Andalucía, un pequeño pueblo perteneciente a la provincia de Sevilla hace
diecinueve años. Metro setenta y largos y más de ochenta kilos de peso forjaban el andamiaje del chaval. Su pelo
era castaño y tenía una tez recia. El esqueleto de David chocaba frontalmente con su personalidad.
Introvertido hasta más no poder, nunca había tenido amigos en la escuela o mejor dicho “escuelas”, pues
había pasado por más de cinco colegios debido a los abusos sufridos por sus compañeros. Fue a partir de esos
hechos, cuando empezó a enamorarse por la lectura. Ningún amigo, y menos aún, ninguna amiga, fue uno de los
sucesos causantes de que esa personalidad tímida se perpetuara durante toda la adolescencia.
—¡David es un hortera, David es el hortera!—coreaban los chicos y chicas de su clase mofándose de su
apellido “Hortelano”.
Esa cantinela se fue repitiendo hasta que consiguió ingresar en la universidad de Sevilla. Optó por psicología.
Entró sin dificultades.
«Los problemas vendrían después»
◆◆◆
Ahí se encontraba. De pie. Equidistante con el mundo. El pasillo de la facultad parecía que se había alargado
como un chicle. Todo se había vuelto más grande de lo normal. Un calor que brotaba de su pecho y se extendía
por todo su cuerpo lo bloqueó al instante. La respiración era una bala disparada, y su visión se estaba tornando
cada vez más borrosa. Manos y pies se habían convertido en un hormiguero por el que corrían millones de
hormigas.
Era la segunda vez que le ocurría en una semana. Cada vez que recordaba la infancia, su cerebro como buen
consejero y protector, lo paralizaba tanto física como psicológicamente.
«¡¿Qué puedo hacer?!»
Empezó a frotarse los dedos con el fin de espantar las hormigas que correteaban a su antojo por sus
miembros superiores e inferiores. Fue inútil. Sudores fríos y un sinfín de sensaciones se apoderaron del joven
haciéndole palidecer.
«Que se vaya esta sensación, que se vayan estas horribles emociones, que se vayan… ¡YA!»
El último “ya” había sido verbalizado, y a causa de ello, media clase que se alojaba en el pasillo empezó a
mirarlo de reojo.
— ¿Te ocurre algo?—La voz de una chica hizo que volviera al mundo real.
— Eh… eh… no—respondió a trompicones.
— ¿Seguro?, Te noto pálido.
— Es sólo que estoy un poco, eh… mareado.
— Sí, estás más blanco que la pared miarma, ¿quieres que te traiga algo de comer?
— Mmm… no, no, de verdad, ya estoy mucho mejor, ha sido un simple mareo.
— Como veas David. Por cierto, me llamo Fabiola Falconi, aunque todo el mundo me llama “Efe”. — Estiró la
mano con el fin de encontrarse con la de él.
— Encantado Efe, la gente ya no sabe cómo acortar los nombres, ¿Eh?— Bromeó mientas se daban la mano.
— Ya te contaré el porqué de la abreviación. Te vas a reír bastante.
David miró su reloj. Eran las 11:27
—Perdona, pe…pe…pero tengo que entrar a psicopatología clínica. Busco tu número en el grupo de clase y
hablamos por Whatsapp, ¿Vale?
— No estoy metida en el grupo, he entrado nueva este cuatrimestre; te lo dicto y lo apuntas ahora, ¿no?
— Claro, no hay problema —sacó un bolígrafo bic con el capuchón mordido y empezó a apuntar.
— 620-202-020 —Ese es mi número, espero que te sea leve la clase.
— Sí, ya hablamos Efe, muchas gracias.
Volvió a mirar el reloj. Las 11:33
Llegaría tres minutos tarde, pero por una vez el retraso había valido la pena.
◆◆◆
— ¿Alguien sabe qué son los trastornos esquizotípicos?
«La voz del profesor pululaba por toda la clase»
Nadie contestó. En realidad sí sabían lo que eran, los habían estado machacando durante toda la semana
anterior; pero la vergüenza de unos y la pereza de otros, hacía que el silencio reinara en la clase. David estaba
sentado en la penúltima fila del aula. No le gustaban las primeras pues tenía que fingir que atendía, cuando en
realidad lo que quería era abstraerse de todo cuanto antes.
Nunca había visto a Fabiola por la facultad, pero su fósil hermosura impedía quitársela de la cabeza.
Preguntas y más preguntas asaltaban la mente del chico.
«¿Por qué la llamarían Efe?»
Quizás por su apellido “Falconi”. O quizás por otra cosa. No lo sabía. Lo que tampoco conocía era esa
sensación placentera que le daba ella. Jamás había entablado una conversación de ese estilo con una mujer. Se
sentía excitado, motivado, y por primera vez en mucho tiempo, feliz.
— Ya mismo salgo Efe, ¿Dónde estás? —David no pudo con la tentación y redactó su primer mensaje a la
chica.
«Silencio»
Miró el reloj por venteaba vez. 12:26. Sólo cuatro minutos para acabar la clase. Efe no había contestado al
mensaje, por lo que los nervios de David empezaron a magnificarse hasta niveles muy altos. Apareció de nuevo el
hormigueo.
«A ver, respira David, respira»
Se repitió el mantra mentalmente a la vez que respiraba de forma rítmica para aliviar un poco los síntomas.
— Estoy justo fuera de tu aula. Ahora nos vemos David.
—¡Puf! Menos mal! —El mensaje de Fabiola había aliviado en parte su ansiedad.
En dos minutos vería de nuevo a Efe
◆◆◆
Pasados esos escasos minutos, David salió de clase a ritmo acelerado. Quería encontrarse cuanto antes con
su nueva (y nunca mejor dicho) amiga. Le había caído bien. Era una de las pocas personas que parecía
comprenderlo y eso hacía que su interés se acrecentara por la joven.
—¡Efe, qué alegría verte de nuevo! —Exclamó David dejando entrever una sonrisa.
—Pero si sólo ha pasado una hora, ¡Exagerado! —La indiferencia de Efe empezó a jugar la partida.
—Ya mujer, pero es que me has caído muy bien, se te ve muy maja. ¿Te apetece que nos tomemos algo en el
bar de enfrente?
—¿Al bar? Mmm…Mejor compramos unas cervezas y nos vamos a algún parque ¿No? —La indiferencia
estaba perdiendo la partida contra las emociones.
— Sí, sí claro. Como quieras Efe, nos compramos algunos litros y nos vamos al parque que hay aquí detrás.
La sugerencia de la joven surtió efecto y se dirigieron a comprar las cervezas para pasar, lo que quedaba de
tarde, en el parque.
—¿Dónde te habías metido estos meses, chica?
—Pues estuve en una universidad de Francia, pero decidí trasladarme por motivos personales —dijo Efe
queriendo cambiar de tema.
—Ah, vale. Es que no me sonaba tu cara. Es la primera vez que te veo. Y ¿Cuántos años tienes?
—Veinte. Los he cumplido el veinte de Noviembre. ¿Y tú chico tímido?
—Veinte también. Además también los cumplo en Noviembre. ¡Vaya casualidad!, y ¿Por dónde vives chica
misteriosa?
—¡¿Chica misteriosa?! —Exclamó Efe sorprendida. Te recuerdo que eras tú el que estabas en el pasillo con
cara de muerto. Así que el misterioso aquí eres tú.
—Era broma, eh… no te lo tomes tan a pecho, es que a veces me pongo muy pesado con las bromitas; Pero
ahora en serio, ¿Por qué zona vives?
—Calle feria número veinte. Ya sabes mi dirección, ¡eh! —La sonrisa sarcástica de Efe hizo que el ánimo de
David subiera como la espuma.
—¡Entonces vivimos prácticamente al lado!, yo estoy viviendo ahora con mi madre en la avenida Alameda. A
ver si quedamos por allí ¿No?
—Bueno, tienes mi dirección; así que ya no podré decir que no puedo porque vivo lejos —Efe soltó una
carcajada —una excusa menos me queda, señorito David.
—¿Podríamos quedar entonces mañana por la tarde?—Sugirió con esperanzas el chico.
—Por mí sí. Ya lo vamos hablando mañana.
David miró su reloj. Eran las 18:14. Sevilla solía dormir en enero a esas horas. Habían estado hablando
durante más de cuatro horas y lo único que quería era seguir y seguir conversando. Era una chica fantástica. A
pesar del deseo de seguir con ella, las nubes ya presagiaban lo que el viento susurraba.
«Lluvia»
—Vámonos David, creo que va a caer un buen chaparrón.
—¿Te acompaño a casa?, Vivimos al lado y no me importa para nada.
—En absoluto, tío, que sé llegar solita ¿Vale? —A Efe no le había sentado bien el comentario.
—Vale, vale, no te enfades. Ya vamos hablando —dijo él mientras se acercaba para darle dos besos.
El ósculo fue devuelto por Efe. No parecía muy enfadada por el comentario sobreprotector, aunque sí un poco
molesta. Era rara, pero ¿Qué importaba? David nunca había estado con ninguna mujer y eso hacía que todo
comportamiento femenino lo tachara como “extraño”. Es por ello que no le preocupaba esa aura misteriosa que
desprendía la señorita Falconi.
Era ya tarde, así que ambos empezaron a recoger los restos que quedaban del pícnic y se marcharon. Eso sí.
Cada uno por un lado.
◆◆◆
Días y meses fueron volando del calendario. Todos y cada uno de esos días, David y Efe se vieron en aquel
mismo parque.
Hacían la misma cosa. Bebían y reían a la par haciendo que el ánimo del chico ascendiera hasta el mismísimo
Monte Olimpo
—¿Podemos quedar en tu casa, Efe? —David ya estaba harto de hacer siempre lo mismo, así que se aventuró
a realizar esa propuesta indecente.
—No, no, no. En absoluto. Te he dicho mil veces que no quiero que nos vean juntos. ¿Por qué te crees que
siempre venimos a este parque donde sólo paran dos niñatos y medio?
—Bueno, si ese es el problema podemos quedar si quieres en mi piso este sábado. Mi madre está en una
reunión de trabajo en Madrid, así que no habrá nadie.
—Ya te digo, si está sola la casa sí.
Eso mismo hicieron. El sábado quedaron por la tarde en su propio domicilio. David se asomó por la ventana
para verla llegar en el Fiat Tipo que acostumbraba conducir. Empezó a comerse las uñas. Fue al baño dos veces
en tres minutos y por fin sonó el telefonillo de su puerta.
—¿Sí, quién es?
—¡Quién va a ser, ábreme colgao! —las palabras de Efe retumbaron en la oreja del chico.
Ese día hacía muy buena temperatura, así que decidieron tomarse unas cervezas en la terraza.
—Cada día me gustas más, que lo sepas —el alcohol estaba empezando a desinhibir a David.
—¡Uy! Muchas gracias chico misterioso. Tú también me encantas. —dijo mientras le tocaba la rodilla.
— ¿Y si nos vamos a la habitación?
—De acuerdo —respondió Efe —pero, ¿A qué hora viene tu madre?
—Me dijo que avisaría, no te preocupes por eso. Suele llegar bastante tarde.
El cuarto de David se había convertido en una cápsula del tiempo. Para la pareja cada hora era como un
minuto.
El sudor, la pasión, el desenfreno y la locura se dieron cita en aquella cama por primera vez. A Efe no se le
escuchaba, pero los gritos placenteros de David hubiesen despertado a un sordo.
Una vez terminaron, miró un reloj que reposaba en la mesita de noche.
«23:46»
— ¡Efe, Efe, Efe, joder, que son casi las doce!
— Ouahh… —bostezó, haciendo casi retumbar la pared.
—¡Nos hemos quedado durmiendo! , Venga, levanta, te tienes que ir.
— ¿Ya ha llegado tu madre?
— Creo que sí, ¡joder! Estamos en un buen lío.
«Toc-toc»
—¿David, estás ahí? —la voz de la madre era bastante aguda.
— Sí, sí, ahora mismo salgo, dame un segundo—empezó a vestirse lo más rápido que pudo.
—¿Ha venido alguien de visita? En la terraza hay dos vasos, uno lleno y otro vacío.
— ¡Joder Efe! ¿No te tomaste la cerveza?
— Shhh… no te dirijas a mí o nos escuchará tu madre, idiota —dijo susurrando la joven.
— Sí, mamá, vino Gabriel, un amigo de la facultad, pero se puso malo y se tuvo que marchar… eh… pronto.
— Vale, vale, no tardes en salir hijo, que quiero comentarte una cosa acerca de la facultad.
— No, no, ya salgo —sentenció David.
—Tú quédate aquí, vístete y yo distraigo a mi madre para que puedas salir.
— A sus órdenes mi locuelo —dijo Efe sin denotar ninguna preocupación.
A continuación, David se dirigió a abrir la puerta. Salió de la habitación y fue hasta la cocina donde lo esperaba
su madre.
—Hijo, siéntate, tenemos que hablar —la voz de la madre estaba rota.
— ¡Jope mamá, que me estás asustando con tanto misterio!
—Te voy a hacer una pregunta y quiero que me la contestes sinceramente —la madre parecía estar hablando
muy en serio.
—A ver, ¡Dime! —David pensó que su madre sabría lo de Efe.
— ¿Con quién te has estado viendo estos meses?
«¿Qué hago, le digo la verdad o la engaño?»
—Pu…pu…pues si te digo la verdad mamá con…con… una chica. Se llama Efe. Bueno no se llama Efe, se
llama Fabiola Falconi, pero todo el mundo la llama Efe —optó por la opción más sincera.
—Y si te digo que hoy no he estado en una reunión de trabajo, ¿qué piensas?
— Mmm…no sé, que quizás has quedado con un hombre o con alguna amiga, no lo sé mamá; ¡me estás
poniendo nervioso!
— Por curiosidad, no estará tu amiga Efe aquí, ¿No?
«¿Cómo puede sospechar algo así? ¿Se lo habrá contado alguna vecina?»
—Pu…pues sí. La verdad es que está en el cuarto vistiéndose. ¡Pero que sepas que no me vas a separar
nunca de ella! —las lágrimas de frustración empezaron a inundar la cara de David.
—Pero David, vuestra relación no va a llegar a buen puerto. Es imposible que estéis juntos.
—¡¿Imposible?! Díselo a ella a ver qué opina —dijo David mientras se dirigía a la habitación donde estaba Efe
vistiéndose.
—¡Efe! ¡Efe! Sal y habla con mi madre. Lo sabe todo, pero te juro que yo no le he dicho nada.
«Silencio»
— Efe, venga, abre la puerta, que está mi madre esperando.
En esta ocasión tampoco hubo respuesta. Miró hacia atrás y vio a su madre de pie esperando la apertura de la
puerta.
—Abre la puerta David —dijo la madre con notable pesadumbre en sus ojos.
Contó hasta tres y abrió la puerta.
«NADIE»
No había nadie en la habitación. Empezó a mirar debajo de la cama, dentro del armario e incluso detrás de la
puerta; pero no halló respuesta alguna. No había nadie. Efe había desaparecido.
— ¡¿Sabes dónde se ha metido Efe?!
—Efe está justo ahí, de la página sesenta y nueve a la ochenta y una —dijo señalando un libro que tenía
encima del escritorio.
David estaba estupefacto. No daba crédito. El título del libro rezaba de la siguiente forma:
CIE 10: TRANSTORNOS MENTALES Y DEL COMPORTAMIENTO
Empezó a ojear las páginas que le había dicho su madre. Coincidía con el capítulo V.
Capítulo V: Trastornos mentales y del comportamiento
F20.0 Esquizofrenia:
II.- DEFINICIÓN:
1.- Definición: “La esquizofrenia (de origen griego –Esquizo: separación- frenia-mente/realidad-) es una
enfermedad compleja o grupo de trastornos caracterizados por alucinaciones, ideas delirantes, trastornos
conductuales, funcionamiento social alterado y síntomas coexistentes”
Las lágrimas no paraban de brotar. Esquizofrenia, F20. Código por el cual se conoce a ese trastorno. Ahora lo
entendía todo. Su nombre “efe”, su apellido Falconi, su número de teléfono -6 20 20 20 20- , su estancia en
Francia, su coche Fiat, su nombre de pila-Fabiola-, su supuesta casa en la calle Feria número 20, su cumpleaños
el 20 de Noviembre (coincidiendo con el de él). Todo cuadraba.
«Así siempre quería que estuviésemos solos…»
Después del descubrimiento, David cerró la puerta y empezó a sentirse mareado. No daba crédito a lo que le
estaba sucediendo. Efe era la única mujer que había conocido en toda su vida y lo peor de todo es que no era
realmente una mujer; era su propia soledad aliada con uno de los peores trastornos psicológicos que existen.
Pegó golpes, lloró y gritó hasta quedarse sin garganta. Fue un pájaro que jamás remontó vuelo. Fue ese
“alguien” que voló sobre el nido del cuco.
Era una crónica de separación (con la realidad) anunciada.
◆◆◆
1 semana después…
“El día que lo iban a internar, David Hortelano se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el coche en el
que llegaban los celadores del hospital psiquiátrico.”
EL BICHO
La primera vez que vi al bicho multiplicado por cien fue un día estival en el centro de Sevilla. No esperaba verlo
con tantos rostros, ni con tantos cuerpos diferentes por aquellos lares, pero para mi sorpresa lo encontré allí.
Aquella vez recuerdo que hice una escapada por el centro para comprar un regalo a mi antigua novia. Pero
como siempre me entra una indecisión enorme sobre qué regalar, me dirigí a una tienda llamada FNAC. Tres o
cuatro plantas (no lo recuerdo muy bien) llenas de artículos electrónicos, videoconsolas, discos de música,
muñecos frikis, libros, etc. Si el capitalismo fuese una tienda, esta estaría en el top tres de las candidatas al oro.
Bueno, a lo que iba. Ese día como era de costumbre me dirigí a la planta más alta de la tienda. Era donde se
localizaban todos los libros y yo sabía, al igual que usted, querido lector, que un libro siempre es un buen regalo y
que nos puede sacar de un gran aprieto. La tienda estaba diseñada para que al subir cada planta tuviésemos que
pasar por todas las estanterías de la misma. Me explico: si estás en la planta una y quieres ir a la planta dos; las
escaleras mecánicas que dan acceso a la planta dos, están en el extremo de la planta una. Así los del negocio se
aseguran que ves toda la planta completa (aunque no te interese).
Y ahí estaba yo. Después de haberme tragado tres plantas enteras, subiendo la última escalera mecánica que
daría acceso por fin a la zona de libros. El mecanismo era lento, pero ya vislumbraba parte de la planta.
«Je, je, je a ver qué libro le compro»
Para mi sorpresa cuando llegué a la zona me encontré de frente con un centenar de bichos. Y lo que es peor
de todo. ¡A uno de sus jefes!
No daba crédito. El agua no podía mezclarse con el aceite. Pero parecía que aquí habían hecho un pacto y
habían logrado fusionarse.
«La vi»
Allí estaba. Sentada en un trono de cartón piedra, la princesa del pueblo. Uno de los mayores jefes de los
bichos. Rodeada de secuaces que le pedían fotos y autógrafos en la portada de su libro.
«Espera, ¿su libro?»
No sabía que la incultura se podía mezclar tan rápido con la cultura, necio de mí. Ella tenía lo que yo llamo “El
pegamento universal”. Otros lo llaman dinero. Llámele, querido amigo, como usted quiera. Por mera curiosidad
lectora me apresuré a leer el prólogo. No pude completarlo ya que mi cabeza estaba al borde del colapso
cerebral. Lo que sí me percaté era de la editorial que había publicado tal joya… a tal bicho. ¡Era una filial del
grupo planeta!
El grupo planeta es como la champions, en el fútbol. ¿Cómo tal aberración podría estar jugando en una liga
tan alta? La respuesta la tenéis unos renglones más arriba. El pegamento universal.
Cerré la portada y mis neuronas suspiraron aliviadas. Me piro, ya he visto demasiado hoy. Bajé de nuevo las
escaleras para salir de aquel mejunje “aguaceitero”. Después de tragarme por segunda vez todas las plantas del
edificio llegué a la puerta principal.
«Por fin salí»
No daba crédito aún a lo que había percibido. Centenares de bichos alimentando a uno de los más grandes y
peores que puede haber. ¡Y mira que estoy acostumbrado a los bichos!
Los he visto en muchos sitios. En entrevistas de pseudocantantes monotemáticos cuyo eje principal y único es
el amor; en miradas de antiguas parejas que quizás ahora mismo estén leyendo esto; en los malos usos de las
redes sociales anulando e impidiendo algo tan importante para el ser humano como es la comunicación. También
he visto al bicho en las malas contestaciones de niños a padres, de padres a niños, y de viejos a padres. En las
paredes que escuchan de forma escéptica las voces y los silencios agoniosos de las parejas. Incluso lo he visto
en forma de ovación. En esos “ooooleeee” de animales en las plazas de toros, en la picaresca cutre española. El
bicho está en todos sitios. En todos los lugares. Todos los días. A todas las horas.
Tened cuidado con él.
Atte. Un pequeño bicho

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  • 1.
  • 2. RELATOS DE UN PSICÓLOGO FRUSTRADO José Joaquín López Valderrama
  • 3. Título: Relatos de un psicólogo frustrado © 2018, José Joaquín López Valderrama Ilustración de portada: José Joaquín López Valderrama Revisión de estilo: 1ª edición Todos los derechos reservados
  • 4. Dedicado a Soledad y Melancolía, por bailar conmigo bajo la lluvia y acompañarme en esos tragos infinitos a la luz de la Luna
  • 5. ÍNDICE BUENAS NOCHES VIEJO OLOR NUBE. SABOR TIERRA LOS ESCRITORES NO ESCRIBEN LA CÁRCEL AMOR PERENNE ZIPI-ZAPE METAMORFOSIS CATARATAS EN EL MAR EL CUENTO MÁS TRISTE Y BREVE DEL MUNDO DIOS (NO) HA CONTESTADO UNA CHARLA DE LO MÁS FECAL OJO POR OJO ESTIMADO WALTER ELIAS DISNEY CRÓNICAS DE UNA SEPARACIÓN ANUNCIADA EL BICHO
  • 6. PRÓLOGO Es curioso ver cómo la vida fluye a pesar de los obstáculos sistémicos de control social. Cuando digo “vida” digo expresión, digo manifestación humana, digo movimiento y energía inminente del cuerpo social, en el cual nuestra individualidad se incorpora de distintas formas y maneras. Joaquín se incorpora desde el RAP contestatario en una primera instancia con textos coyunturales de la realidad social en España, y desde Andalucía, su tierra natal, se agita expresando en forma de poesía y rap, verdades del tamaño de un templo, que nadie ve o mejor dicho, no quieren ver. El autor, aunque es de un pueblo, ha logrado romper con los cánones establecidos y lo socialmente aceptado por el grupo de turno que insiste hasta el cansancio en hablar de los mismos lugares comunes con una visión religiosa donde la creación artística se refiere a la imaginería y simbología de las divinidades pertinentes. Lo que escribe Joaquín trasciende humanidad, son retales extraídos desde la observación inteligente que el escritor plasma, con el ritmo y el aroma del realismo mágico, donde la vida se muestra descarnada y real, donde cada personaje es una denuncia de la violencia que genera la desigualdad, la injusticia social y la falta de oportunidades. Estos relatos nos hacen cuestionar el modelo de sociedad que tenemos. No cae la narración en una mediocre descripción de experiencias personales. Lo valioso es que cada personaje se hace universal reflejando aquél mundo del suburbio, donde miles de vidas se consumen en el anonimato de nuestro sistema civilizado, democrático y occidental. La “verdad de los raros” como dice Bukowski tiene mucho que decirle al psiquiatra. El artista si no es raro no es artista, porque hoy en día el que piensa con su propia cabeza pasa inmediatamente al club de los raros. Siendo así las cosas, son muy pocos los que logran atravesar la barrera del statu Quo vigente. Son muy pocos los elegidos y muchos los aspirantes. Escribir no es fácil, como tampoco lo es tocar un instrumento. Son muchas, muchísimas horas de trabajo y ensayo, más una pizca de aptitud innata, los ingredientes para lograr un resultado con cierta estética y armonía. Así es como se han visto libros maravillosos. Digo esto porque veo oficio y trabajo en las líneas de Joaquín. Os invito a viajar y conocer los personajes y las situaciones humanas que nos muestra este joven psicólogo raramente frustrado (siempre que no se hable de sociedad) que seguro superará con creces a la cateta de Úbeda (haciendo referencia a un capítulo del libro) con sus relatos del underground español. PAUL HAUTE
  • 7. BUENAS NOCHES VIEJO Julián era español; es decir, le gustaba la cerveza, beber, y de vez en cuando tirarse a algún coño que anduviera suelto por cualquier antro del sur de la península. Cierto día andaba en un tugurio cerca de casa cuando un viejo se sentó junto a él y empezó a comerle la oreja. —¿Qué haces con tu vida, joven? —Beber. Beber y olvidar, viejo. ¿Acaso eso no te lo enseñaron en la escuela? —¿Escuela? ¡¿Qué coño es eso?! Hoy día los jóvenes ya no saben nada. Ni siquiera beber, si estuviese la mili… Julián soltó una carcajada. Conocía esa historia. Todos los días le decían lo mismo. La mayoría de los viejos se creían sabios por haber tenido que comer perros en la guerra civil o haber tenido que empuñar un arma con más miedo que ganas. —Déjame en paz anda, necesito mi espacio. —¡Estos jóvenes ya no tienen vergüenza! Son niños de papá; ni siquiera saben lo que es trabajar… si estuviese Franco, otro gallo cantaría. Ese día Julián no quería más problemas; así que se fue a la esquina de la barra, sacó un libro con las pastas gastadas y se dispuso a leer; o al menos a intentarlo. —¡Gilipollas, te estoy hablando! —Gruñó el viejo borracho desde la otra esquina. —Lo sé, le he oído. Estaba ignorándole. El viejo, que aparentaba unos setenta años, estaba calvo y tenía arrugas por toda la cara. La nariz aguileña y sus cejas bien pobladas le daban un aspecto rudo. Rudo e ignorante. —No me falte el respeto señor, he venido al bar a curarme, no a pelear. —Los chicos como tú ya no saben nada, que lo sepas. Nosotros somos la sabiduría. —La sabiduría fosilizada —pensó Julián. —Haremos una cosa viejo, usted me deja en paz, y hoy podrá dormir tranquilo con la momia de su esposa mientras le ríe la gracia y hace como que la escucha. El comentario no le sentó nada bien y como si de un ejército se tratase, el color rojo empezó a conquistarle la cara hasta rodearla por completo. —Chico estúpido ¿Acaso crees que puedes conmigo? Yo también he sido como tú, y también era soñador… Soñador. Claro. Esa historia a Julián también le resultaba familiar. Los jóvenes éramos soñadores para la masa conservadora. Intentábamos que el mundo fuese a mejor y conforme íbamos creciendo nos toparíamos con el muro de la realidad. Su padre lo había machacado con ese argumento. Sabía contraponerlo perfectamente. —Hombre culto, que usted haya errado en sus sueños no significa que yo haga lo mismo, ¿No cree? Después de la pregunta, bebió un sorbo de cerveza y la dejó descansar de nuevo en la barra. Necesitaba beber.
  • 8. —Yo a tu edad no bebía nada. Era una persona honesta. No como los niñatos como tú, que sólo saben emborracharse. Qué ironía, pensó Julián. Un viejo puede embriagarse para olvidar su juventud; pero un joven no puede beber para olvidar su senectud. Una vez hecha la reflexión, cogió el vaso de cerveza de nuevo y se la terminó de un trago. No aguantaba un segundo más en aquella mazmorra. —Buenas noches joven—dijo Julián despidiéndose del viejo. —Buenas noches viejo—dijo el hombre despidiéndose del joven.
  • 9. OLOR NUBE SABOR TIERRA El ruido de las gotas de lluvia golpeando en las persianas despertó al chico. Un viejo reloj que descansaba en la mesita de noche marcaba las 10:00 de la mañana, aunque el Sol, huyendo de las nubes, se había escapado hacia a alguna parte y se encontraba ausente. Era un día raro. Los pies del joven sobresalían de la cama. Cama grande y que a juzgar por las medidas podría ser perfectamente de matrimonio. Después de un bostezo, James se dio media vuelta, observando a la soledad recostada donde antaño dormitaba su ex pareja. No quería ver esa escena; así que suspiró, cerró los ojos y volvió a centrarse en SU pregunta. «¿A qué olerían las nubes?» Tras una separación trágica, el terapeuta le había aconsejado que se centrara en otra cosa. Creía que intentando mantener la mente ocupada del pobre James, éste iba a solucionar los problemas depresivos- obsesivos con su ex. «Nunca me han gustado las carreras a distancia, y juraría que éste se la había sacado por la UNED, ¡Maldito comecocos inepto!» James se tomó al pie de la letra el consejo del psicólogo y se centró en “otra cosa”. «¿A qué olerían las nubes?» Seguramente el terapeuta se refería a otro tipo de “cosas”; pero la paranoia y la obsesión habían poseído por completo al incompleto chico. Ya decía mi madre que el remedio, a veces es peor que la enfermedad. Ahora el pobre James se había transformado en un suicida emocional y el proveedor de sus bombas había sido su propio psicólogo. Pero ¿Por qué esa pregunta? Realmente no lo sabía. Ni él ni nadie. «¿A qué olerían las nubes?» Cuando volvió en sí, el reloj marcaba las 10:45 de la mañana. Había estado cuarenta minutos sumergido en sus pensamientos, luchando contra la marea de obsesiones que intentaban atrapar y secuestrar su mente. Después de un largo suspiro, se puso en pie y se dirigió a la cocina. Una infusión y dos tostadas de mantequilla telonearon la mañana del joven. Era miércoles y el pequeño padawan, después de engullir el desayuno fue al baño con intención de afeitarse la barba. Hecho lo propio, cogió el peine y echó su pelo liso hacia atrás; haciendo resbalar a las pocas esperanzas que se jalaban en su cabello canoso. Esperanzas en la gente, y sobre todo en sí mismo. Un asesino de esperanzas nato. Ese día Sevilla se había despertado más tarde de lo habitual, puesto que el asfalto aún no tenía la temperatura suficiente para freír un mísero huevo. Así pues, aprovechando la fresca mañana, James pensó que podía sacar de paseo a Yaco; un viejo yorkshire tricolor, que lo llevaba acompañando seis años de su vida. —¡Vamos chico! Es hora de dar un paseo. La respuesta de Yaco no se hizo esperar y como si entendiese el idioma empezó a dar saltos de alegría y a mover la cola.
  • 10. La respuesta de James tampoco se hizo de rogar y como si entendiese al animal; lo miró con envidia, agachó la cabeza y salió pegando un portazo. «Sabes que tu vida es una mierda cuando envidias la vida de tu mascota» El parque María Luisa era uno de los más famosos de la capital. Cada día paseaban miles de personas por su extenso y bonito paisaje que teñía un poco de verde la urbe sevillana. En medio de la multitud de guiris que abarrotaban habitualmente el parque estaba Yaco, sacando de paseo a James. Dos vueltas fue lo que le duró al chico la batería emocional y física. A las 11:40 ya había regresado al apartamento. El desorden le dio la bienvenida de diferentes formas. Ropa tirada por el suelo del salón, calzoncillos acartonados en el baño, colillas que se amontonaban en los vasos… Pero el mejor anfitrión del desorden era la pila de platos que rozaba el cielo de la cocina y donde una microfauna de bichos y hongos convivían pacíficamente entre la suciedad. «James se habría cambiado sin dudarlo por cualquier insecto que habitaba en su particular Torre de Pisa» Tras entrar, lo primero que hizo fue dirigirse a la cocina cruzando los dedos para que su litro de cerveza no estuviese congelado. —Está en su punto. Menos mal —pensó en voz alta mientras vertía el líquido amarillo. Hablar con la cerveza era lo normal para él. Los días que se ponía a llorar, contaba sus penas y obsesiones a una multitud de rubias estáticas que posaban elegantemente encima del mueble. Eso sí que es un público fiel. Lo demás… tontería. Después de haberse bebido el primer vaso de cerveza se echó otro. Esta vez no se lo bebió de pie en la cocina, sino que lo trasladó al salón donde estaría más tranquilo. —¡No me lo puedo creer! ¡Ha empezado a llover de nuevo! —Exclamó James acomodándose en el sofá con notable alegría. La lluvia le encantaba. Le hacía cavilar y divagar sobre su pregunta. —¿A qué olerían las nubes? Una vez en el salón, suspiró y como si de un zumo se tratase, se bebió el segundo vaso de un sorbo. Sabía que si lograba emborracharse la dichosa pregunta desaparecería bajo la falda del alcohol. Al menos podría descansar tranquilo. Pasados treinta minutos, la desinhibición y la euforia se apoderaron del joven. Ya no se sentía mal, ni débil ni cabizbajo. Se sentía perfecto, se sentía el rey. Lástima que la vida fuese republicana. El día transcurrió sin pena ni gloria. Todos los días era lo mismo. Comida enlatada, fiambre, pizzas, cervezas, vino, su pregunta, etc. Una rutina que a la larga le pasaría factura a cualquier mortal. Las semanas fueron volando y las obsesiones lejos de desaparecer se incrementaban. Ya ni siquiera el alcohol podía sacar su pregunta de la cabeza. Tenía que hacer algo si no quería terminar en un psiquiátrico. «¡Eureka!» James ya sabía lo que iba a hacer. Era fácil, ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Cogió el teléfono. Marcó un número fijo. —Al habla Miguel Camacho, operador de DEATH-FLY en qué puedo ayudarle. —Hola buenas, querría preguntar por…por…por si tienen saltos en paracaídas y…y…su precio si puede ser. Los nervios lo comían por dentro hasta el punto de no poder hablar con naturalidad. Estaba muy excitado. — Para qué día le viene bien señor…
  • 11. —Señor…señor James, James Tena, pues… pues… lo antes posible —tartamudeó torpemente — ¿Querría mañana mismo, señor Tena? —Cla-.claro; pues ma-mañana nos vemos. Mu-mu-muchas gracias Miguel. El chiste le costaría 150 euros, pero valdría la pena. Esa noche no durmió nada. Se sentía como el niño que tiene que volver al cole después de las vacaciones de verano. La adrenalina lo comía. Afortunadamente había cogido el turno de mañana, así que tampoco tendría que esperar mucho. Al día siguiente ya estaba preparado y listo para ir. Primero le darían un pequeña formación y a continuación saltarían desde un avión situado a 5.000 metros. Por fin podría salir de dudas y su obsesión desaparecería para siempre. Una vez subido al avión sintió un poco de miedo, puesto que todo se veía enano; árboles, casas, puentes, montañas… «Joder, a qué olerán las nubes» —A la cuenta de tres, se dejáis caer, ponéis el cronómetro y cuando este marque veinte segundos tiráis de la anilla —gritó el instructor. — Per-per-perfecto —respondió como pudo el joven. ¡UNO… DOS… TRES! James saltó. El aire golpeaba su cara como un saco de boxeo; ciertamente pensaba que la sensación iba a ser otra, pero no quería que su cabeza se distrajera con el precioso paisaje o con esas sensaciones corporales, por lo tanto cerró los ojos. Se dejó llevar. Abrió bien los ventanillos de la nariz y empezó a oler el vapor de agua. Lo cautivó. Por fin sabía a qué olían las nubes. Era un olor fresco, totalmente diferente a cómo se lo imaginaba. No le importaba el tiempo, sólo quería flotar por las nubes y seguir teniendo esa sensación de libertad. Cuando bajó de su nube ya era tarde para abrir el paracaídas. Estaba a unos escasos veinte metros del suelo. Lo único que podía hacer era cerrar los ojos y disfrutar del breve trayecto que le quedaba. Después de tres largos segundos su cuerpo quedó fusionado con la tierra. No sintió dolor ni pena. Había olido las nubes y saboreado la tierra.
  • 12. LOS ESCRITORES NO ESCRIBEN Los escritores no escribimos, lloramos palabras en la cara de un papel mustio e inerte. Cada gota de ese llanto siembra y fertiliza una hoja, llenándola de preciosos signos que individualmente no dicen nada, pero que unidos y combinados de una forma determinada pueden moldear hasta al corazón más rígido. Pueden curar hasta el corazón más enfermo. Pueden espantar a la más intensa soledad. A dicha unión la llamo polimerización; mezcla de febriles palabras impresas en papel, fecundadoras del arma más poderosa del humano. El lenguaje. Herramienta que macera nuestro ignoto cerebro dando a luz a la humanidad. Conjunto de individuos, muchos orgullosos de sí mismos, que quieren pero que a veces no pueden vivir en paz. El lenguaje es el mayor orgullo de la libertad, pues muchas personas han muerto por querer hacer del mundo algo mejor a través de las palabras. Desde Malcom X hasta Rosa Parks. Desde Martin Luther King hasta Federico García Lorca. Todos ellos maestros de las palabras, ilusionistas del lenguaje, idealistas que soñaban con una sociedad en la que todo el mundo pudiera sentirse libre. Pero al igual que en cualquier película, aquí también existen antagonistas que han malogrado las palabras llevándolas al extremo, quitando la vida a millones de inocentes; convirtiendo y transformando las palabras en un hacha afilado, segador de cualquier atisbo de libertad. Para combatir esta metamorfosis kafkiana del lenguaje, los escritores hemos dejado de escribir. Los escritores ya no escribimos, sudamos palabras a través de nuestra curtida piel. Palabras que salen del cuerpo a través de todos los orificios; palabras que quieren escapar de nosotros. Lo peor es que no sabemos cuándo ni dónde las expulsaremos. Yo mismo he visto mares y ríos de sudorosas ideas nacidas en sórdidos bares. Ideas que querían fugarse de mi cuerpo y que, al igual que el sudor, se evaporaban a los pocos segundos haciendo imposible materializar nada. El sudor es frío, sin embargo emana de nuestro cuerpo caliente. Nosotros mismos generamos y degeneramos ideas. Creamos lentamente y destruimos fugazmente al igual que un cometa necesita miles de años en llegar a la tierra y sólo unos efímeros segundos para desintegrarse en su atmósfera. No obstante, siempre quedan pequeños trozos de roca que el escritor se afana en atrapar para volver a construir su obra, su idea, su propio meteorito; trabajo arduo nada correspondido con el salario económico. Pero recordad que no hay nada más bonito que el escritor que escribe por orgullo propio, que escribe por y para el lenguaje; por y para el arte, al fin y al cabo por y para usted, querido lector.
  • 13. LA CÁRCEL Harry se encontraba en la puerta. Era la primera vez que visitaba un centro así en calidad de investigador. Le temblaban las manos. Llevaba años que no pisaba un recinto de ese estilo y el olor a hormonas revolucionadas que inundaba el aire de afuera no ayudaba a tranquilizarlo. «No quería imaginar cómo olería dentro» Tras un momento vacilando tocó con su dedo el porterillo. Un sonido estridente rompió el silencio, dando paso a lo que parecía una voz femenina. — ¿Sí?—Preguntó una voz áspera. — Soy Harry; vengo a realizar la investigación que acordamos. — Pasa, pasa, sin problemas. La voz iba más allá de lo áspero. Por momentos no sabía si le hablaba una mujer o era Sabina, que había dejado la música y ahora trabajaba de portero. Quién sabe, el mundo es un pañuelo. Después de unos segundos, la gran puerta blanca llena de barrotes empezó a abrirse. El joven quedó fascinado. Las medidas de seguridad eran mayores de las que creía. Detrás de ese gran portón había cuatro cámaras de seguridad y otra puerta (llena de rejas) que daba al interior del recinto. «Deben ser presos bastante peligrosos» Harry ya no recordaba muy bien su estancia por esos lares, pues ocurrió hace mucho tiempo; pero juraría que la suya tenía mucha menos seguridad que esta. Después de subir cinco escalones llegó a la segunda puerta enrejada, custodiada por las cuatro cámaras de seguridad que lo observaban silenciosamente. Estaban pegadas a la pared, fuera del recinto, y se giraban captando el movimiento. Harry saludó a las cuatro. Él era así. Durante los seis años que estuvo en la cárcel había hecho multitud de excentricidades; desde manifestarse desnudo por la mejora de la situación, hasta encerrarse y encadenarse en su celda con otros compañeros para hacer ver al gobierno que ese no era el camino correcto, y que ellos no eran presos tan peligrosos como para estar bajo tales medidas de seguridad. Lamentablemente no consiguió gran cosa; pues todos sabemos quién mueve la batuta en esos temas; y los políticos, legislatura tras legislatura no se ponían de acuerdo en un plan común. Bueno, no se ponían de acuerdo en nada. Sólo en subirse sus pomposos sueldos y en bajar los impuestos a los ricos empresarios que después gratamente le ofrecerían un puesto de trabajo, a ellos y a sus familiares, en sus respectivas fábricas de explotados multinacionales. Entre y no se distraiga señor Harry La voz de Joaquina Sabina sonaba por unos altavoces que tenían instalado fuera del recinto. El chico supuso que servían como alarma por si algún preso se escapaba o para dar el toque de queda después del breve recreo que podían disfrutar siempre y cuando el tiempo acompañara. —Ya voy señora, ábrame la segunda puerta si no le importa. Esta vez el sonido estridente mutó para su sorpresa. Ya no era un ruido, pues el oído de Harry sólo consiguió percibir un atisbo de corriente eléctrica que atravesó como un rayo la segunda puerta dejándola abierta de par en par. «Por fin abierto» Curiosidad y ansiedad por igual fue lo que sentía en ese momento. Llevaba años sin pisar tal entidad y reencontrarse con ella no sería fácil. Aunque a decir verdad, había hecho muchos amigos, además de conseguir
  • 14. dos títulos académicos en esos seis años. Pero la balanza negativa pesaba más que la positiva. Y los títulos al fin y al cabo sólo es papel; papel muerto y seco que no sirve para nada. A pesar de ello, mucha gente ya le había dado ese gran consejo de sabio que todos los padres dan: — Si estudias vas a poder estar en un buen puesto de trabajo y ganar mucho dinero. Y ahí estaba Harry. Con tres títulos y cobrando cero euros por una investigación que a todo el mundo beneficiaría. La universidad es una de las peores empresas... Tras la reflexión, cruzó los dedos y atravesó el gran portón. El hall principal estaba hecho de ladrillos. Justo enfrente se veía el patio donde los presos podían coquetear con la libertad media hora al día. Algo es algo, y menos da una piedra; pensó que pensarían aquellas almas errantes. — Usted debe ser Harry, ¿No? —La voz de la “cateta de Úbeda” reverberó por todo el recinto. — Sí, lo soy; aquí tiene mi acreditación de la universidad—le alargó la tarjeta de identificación y empezó a ojearla. — Veamos… sí, es correcto. Espere aquí. Voy a buscar a la directora del centro. Hizo lo propio. Se mantuvo de pie dando vueltas por el hall mientras esperaba a la directora que sería la que le daría permiso para realizar la investigación. El tiempo transcurría despacio y el aire cargado no mejoraba lo más mínimo su estancia en el salón principal. Se sentó. Se puso de pie. Se sentó. Volvió a ponerse en pie. No sabía qué hacer. Giró la cabeza y vio un tablón de corcho lleno de carteles pegados. No sería gran cosa pero le serviría de entretenimiento mientras esperaba. Harry odiaba eso. Bueno odiaba esperar y también llegar pronto; odiaba madrugar y también despertarse a las dos del medio día; odiaba el estereotipo de mujeres progres pero más aún odiaba el de los hombres. Era un odiador de los que pocos quedan. Un misántropo en pleno siglo XXI. Un mechero encendido en mitad de una piscina llena de gasolina. Ese era Harry. Los carteles sólo informaban de las normas de convivencia. Eran de lo más peculiar. Se fijó en la novena regla: — “Hay que respetar toda la diversidad de sexo, religión y raza”. «¿En serio hacía falta poner semejante regla?» Establecer ese tipo de dogmas que deben ser de sentido común sólo acentuaba más si cabe la decadencia moral y social que estaba viviendo el país. Una prueba más que respaldaba su misantropía, su desprecio por el ser humano. La décima regla tampoco estaba nada mal. —“Sólo se puede salir de la celda en caso de extrema necesidad para ir al baño. Los vigilantes os darán una tarjeta y podréis salir; no sin antes haber firmado en el hall principal” «Vaya chorrada. Si tengo que liar todo eso para mear o echar una buena cagada, lo hago en la papelera de mi celda; así me ahorro salir» El sonido de unos tacones interrumpió el pensamiento que estaba teniendo sobre las absurdas reglas que poseía el centro. —Buenas tardes señor Harry, bienvenido al instituto público de secundaria obligatoria “Los liberales”; ¿En qué puedo ayudarle? — Pues como le habrá comentado la secretaria, vengo a realizar una investigación sobre comprensión en ciencia política, en alumnos de primero y cuarto de la ESO; ¿tendría su permiso? —Claro que sí, por supuesto, lléguese mañana a la misma hora y podrá pasar el informe a las clases que usted quiera. — Perfecto, muchas gracias señorita.
  • 15. Harry se despidió de la directora del instituto y con un movimiento de brazo le hizo una seña a Joaquín Sabina para que le abriese las dos puertas. Quería salir cuanto antes. Una vez fuera, se dio la vuelta y miró a aquel edificio lleno de vallas A aquel centro de enseñanza A aquel instituto. A aquella CÁRCEL.
  • 16. AMOR PERENNE ¡Queda visto para sentencia! Eso mismo oyó en su cabeza cuando leyó el mensaje. «Marcos tenemos que hablar» La adrenalina empezó a galopar por sus venas y las lágrimas se tornaron protagonista de la macabra fiesta. ¿Por qué era todo tan injusto? Llevaban conociéndose mucho tiempo. El amor era perenne. Infinito. Marcos ya había pasado por esto una vez, y temía que esta fuera la definitiva. Alargó la mano, cogió el móvil y empezó a marcar un número. Al tercer pitido contestó una voz femenina. — ¿Cómo está mi pequeño? —Dime que no es lo mismo, ¡dime que no es lo mismo! —Hijo, la metástasis me ha vuelto y no tengo mucho tiempo; sólo quería decirte que no te preocupes; que te amaré esté donde esté. Siempre serás mi pequeño. Las palabras taladraron el pecho del joven. Enmudeció. Sus mayores temores se habían hecho realidad. Ahora la naturaleza había reclamado a su madre (de nuevo) y esta vez sí que tendría que pagar su deuda. —Marcos, hijo, ¿estás ahí? Al otro lado de la línea ya no había nadie. «Beeeeeep» Nunca hubo un sonido que describiera tan bien su vida y su muerte.
  • 17. ZIPI-ZAPE No recuerdo muy bien cómo sucedió ni cómo los conocí. Aquella navidad decidí pasarla en el “pueblo” donde me había criado. Lo pongo entre comillas, porque un pueblo que tiene 40.000 habitantes no sé hasta qué punto se le puede denominar como tal. Situado a 90 km de la capital, Écija presumía de tener tropecientas torres y no sé cuántas iglesias. Era más conocida como “La sartén de Andalucía”, ya puedes imaginarte por qué. Situado al norte del poblado barroco estaba el piso de mis padres. Sesenta metros cuadrados. Tres Habitaciones. Un salón. Un cagadero. Una cocina. Y para de contar. Como iba diciendo, aquella navidad, por H o por B la pasé con mi familia. Con mi familia y el aburrimiento que no se alejaba de mí en ningún momento. Éramos compañeros inseparables. De vez en cuando a nuestro particular dúo se unía Pipos; un gato persa que pesaba más que el gordo del pueblo. En un intento por quitarme de en medio a mi compi, cogí el móvil y llamé a un antiguo amigo. — David tío, qué tal, lo primero de todo feliz navidad (Lo de “feliz navidad” lo dije para persuadirle y para cumplir). —¡Eyy tío cuánto tiempo sin saber de ti! Igualmente jota. ¿Cómo te va por Sevilla? — Pues bien para qué quejarse. Estaba pensando si querrías quedar e ir a tomar unas copas a algún pub de mierda. — ¡Puf! Hablando de mierda…tengo la barriga fatal jota, además estoy en el campo de mis padres; otro día quedamos loco. «Decirle “loco” a un psicólogo siempre es irónico» Colgué el teléfono. No sé qué pasaba en los pueblos que todo el mundo tenía campo. O conocían a alguien que tenía campo y estaban en el campo; o no estaban en el campo pero decían que lo estaban. Quién sabe. El primer intento por darle esquinazo al abu no sirvió de mucho. Pero no iba a rendirme. Llevaba sin salir del piso dos días y como pasase otra noche allí encerrado acabaría como Jack Nicholson en su “Resplandor”. Eché un vistazo a la agenda del móvil en busca de otra víctima que me acompañara. El mejor candidato se llamaba Paul, pero no se encontraba en Écija. Lo conocí hace años en un concierto que dimos juntos y a partir de ahí, uña y carne. Era chileno y por motivos personales esa navidad tuvo que regresar a su tierra. «Vaya putada» Yo no iba a tirar la toalla tan fácil, así que me puse mis vaqueros rajados, mi sudadera y un chaquetón sin mangas que me regalaron por mi quinceavo cumpleaños. Me iría sólo. ¡Que le jodan a la gente! Nunca mendigues una borrachera a nadie. Cogí las llaves y tras un portazo salí del portal. El frío apuñaló literalmente mi cara. La “Sartén de Andalucía” mutaba a “Congelador mundial” en invierno. «Los cambios no siempre son para mejor» Esquivé como pude el ataque traicionero y polar hundiendo media cara en el chaquetón sin mangas. Llevaba gorro, bufanda, guantes y alicates para arrancar los mocos que colgarían como estalactitas de mi nariz. Afortunadamente los pubs estaban a unos diez minutos. El punto de solidificación de los mocos era bajo, pero en
  • 18. ese corto periodo de tiempo no le darían lugar a solidificarse. Ese pensamiento me alivió e hizo que llegara incluso antes. No tuve que usar los alicates. El pub se llamaba “AEKI”. No entiendo quién es el genio que le pone nombres a los bares, pero si hubiese un concurso, éste se llevaría la palma al más absurdo. Intenté darle algún sentido, mas mis neuronas estaban lentas por la hipotermia que habían sufrido durante el trayecto. Me acomodé en un asiento de la barra y pedí un tercio de cerveza. Estaba helado. En condiciones normales hubiera entrado en menos de cinco minutos, pero con el frío que hacía tardé algo más del doble. La misma acción se repitió otras tres veces más. La sangre ya volvía a fluir, y mis neuronas adormiladas empezaban a despertarse. Miré a la derecha y vi de nuevo reflejado el rótulo del pub. AEKI Estuve a punto de preguntarle al barman qué coño significaba el título, pero sería absurdo. Creo que ni él lo sabía. Después de cuatro cervezas me dispuse a pedir un chupito de Jägermeister. Decían que esa bebida había sido inventada por cazadores del norte de Europa para compensar el frío que hacía allí. Frío no sé si quitaba; lo único que sentí fue un agradable calor que brotaba en mi pecho y que se extendía por todo mi cuerpo. El vaso de chupito tenía unas letras grabadas en el fondo. “I K E A” Casi todo lo que había allí era de IKEA. Sillas de ikea, sillones de ikea, vasos de ikea, platos de ikea, cerebros de ikea… En un arrebato de creatividad me dio por leer de nuevo el rótulo del bar. Para mi sorpresa el nombre del pub era Ikea escrito al revés. No creo que lo hubieran hecho a propósito, pero yo me quedé tranquilo. —Ponme un tercio más, jefe. Esta birra estaba entrando mejor que la cuarta, cuando de repente sentí que el mono del tabaco empezaba a jugar sus cartas. «Algún día haré un estudio de por qué el jodido mono aparece amplificado cuando uno toma algo» Vale. El mono gana. Cogí mi botellín y me dirigí al polo norte de nuevo a saciar la necesidad tumorosa del tabaco. ¡Vaya frío que hacía! — ¿Tieneh fuego, quillo? La pregunta me sobresaltó, pues no pensaba que alguien estuviese fuera con la temperatura que hacía. Cuando giré la cabeza vi a dos esquimales con un vaso en la mano y con un cigarro en la otra. —Perdónale, soy Jaime; este es mi primo Pepe. El pobre no entiende de modales. Jaime era alto. Jaime tenía el pelo largo. Jaime era el primo tonto. Jaime era Zipi. —No te rayes Jaime, claro que tengo fuego Pepe, toma—dije mientras le alargaba el encendedor al otro primo. Pepe era bajito. Pepe tenía el pelo rapado. Pepe era el primo listo. Pepe era Zape. — ¿Tu ereh de aquí? —Preguntó el listo. — Digamos que soy de aquí y de cualquier parte; aunque estudio en Sevilla. — Ahh ezo está bien homme, choca esos zinco.
  • 19. Le di la mano por educación. No por ganas. —Y bueno, ustedes qué hacéis… —Pos yo he sio militar, pero ya me canzé de to’ eso. El acento cerrado de Zape estaba tocándome un poco la moral. Aunque a decir verdad lo que me la hundió fueron sus razonamientos. —Miraa miraaa toca aquí—dijo mientras se señalaba el bíceps izquierdo. Toqué el tronco que tenía como brazo con mi dedo índice. —Ostias tío, estás tela de fuerte. — ¿A que ji? Nunca le sigáis la corriente a un loco. Yo lo hice por necesidad. Mi economía en ese momento tiritaba más que yo, y sabía que ese palurdo podía invitarme toda la noche a cambio de seguirle el rollo. Cuando volví a conectar con la realidad, el cigarro ya se había consumido. La voz de Zape flotaba en el ambiente aunque no la escuchaba. Sólo me limitaba a asentir con la cabeza para que se callara de una jodida vez. Zipi seguía en el mismo sitio, con el mismo vaso y con la misma actitud. Por un momento llegué a pensar que Jaime era producto de mi imaginación. — ¿Vamos para dentro, no? —Crucé los dedos para que Pepe accediera. —Aro tío, amo pa’ entro que te vía invitá. Bingo. Todos los locos actúan igual. Los 15 minutos soportando a Zape tendrían su recompensa ahora. —Ponle lo que quiera a este caballero ques un máquina—las palabras de Zape bailaban al son de su mandíbula. —Otra caña por favor. Las conversaciones dentro del pub, lejos de mejorar iban empeorando. Ahora Zape tenía complejo de Rambo e iba mesa a mesa pidiendo un pulso con todo el mundo. Zipi me hizo un gesto para que me acercara a su oreja. —Tío, yo que tú me iría. Mi primo es tela de pesao’, además es tela de conflictivo. Justo al terminar la frase se oyó un botellazo. Tanto Zipi como yo alzamos la mirada y vimos a Zape con medio botellín en la mano y a su lado un tío tirado en el suelo. La sangre de la víctima brotaba de la cabeza como una fuente a presión. Gritos y botellines empezaron a volar por el cielo del local. «La cosa se había desmadrado» El camarero saltó la barra y entre cuatro o cinco pudieron reducir a Zape-Rambo. Mientras el caos se apoderaba del garito yo me limitaba a mirar y a tomarme la cerveza. Era un espectáculo gratuito de lo más grotesco, pero tampoco me apasionaba el hecho de que dos botellines me hubiesen rozado la sien. Hoy ya había tenido bastante. Cogí mi gorro, mi abrigo y me fui a casa. Una vez en el cuarto, me senté frente al escritorio y empecé a escribir: “No recuerdo muy bien cómo sucedió ni cómo los conocí…”
  • 20.
  • 21. METAMORFOSIS La noche deja paso al Sol. El astro, angustiado por iluminar y dar calor al pueblo, se viste con su mejor gala. Allá abajo ya le esperan impaciente sus más preciados fans, los girasoles. Las farolas, envidiosas por la luminosidad del mismo, se apagan lentamente y la villa empieza a despertar. Prados verdes cubren gran parte de superficie del pueblo mientras que la periferia es ocupada por la mejor playa virgen jamás vista por un homo-sapiens. Trescientos son los afortunados de poder vivir en este paraíso, donde las casas están construidas al unísono con la naturaleza. Aquí las personas han dejado de lado el ego y se han fusionado con la armonía de la Tierra. «Sus habitantes han vuelto a ser humanos» A pesar de toda la belleza y fragancia desprendida por el pueblo y sus residentes, el tiempo, desde su omnipotencia y omniprepotencia manda con Morfeo al Sol y despierta a la hermosa Luna. Las farolas, cansadas de estar apagadas, iluminan de nuevo la villa mientras que los girasoles, cabizbajos, se echan a dormir. Miles de luciérnagas celebran la rutinaria metamorfosis, mientras que un centenar de grillos ponen banda sonora a la aparición de una maravillosa Luna, para un pueblo infinito.
  • 22. CATARATAS EN EL MAR “Después de todos estos años aún me sigo preguntando por qué existen cataratas en el mar (…)” Realmente no sé cómo me miró por primera vez ni la cara que tenía. Bueno, ni la de él ni la de mis padres. Supongo que no nací estadísticamente normal. Para que lo entendáis. Una casa que tiene las luces tapadas, es una casa, pero no es normal; pues sus habitantes no podrían ver nada. Digamos que yo era esa casa sin luz. —Ablefaria—sentenció el médico al nacer. Si no estáis al tanto de enfermedades raras, os lo resumo: No tenía párpados. Mis ojos se hallaban encerrados en una masa de carne impidiéndome ver cualquier atisbo de luz. Todo ello antes de mi particular alumbrado. Pero vayamos por partes. Nací en un pequeño pueblo al sur de la península. Un pueblo costero lleno de pescadores, agricultores y ganaderos que sobrevivían a costa de lo que producían. Todos menos Alfredo, al que con orgullo lo llamaba “mi capitán”. Llevaba siendo cuarenta años vecino de mis padres y fue el único que aceptaba con total normalidad mi discapacidad. «Todos sabemos cómo son los niños a esas edades» En verano solíamos sentarnos en mitad de la playa a escuchar el sonido de las gaviotas fusionándose con la armoniosa melodía de las olas al chocar contra las rocas. Mas todos los días le repetía la misma pregunta: — ¿Cómo es el mar mi capitán? — Pues no sé grumete, supongo que grande, azul, espléndido, maravilloso… — ¿Pero qué es azul? ¿Cómo es el azul? Mi inocencia era tal que creía que se podían definir los colores a un ciego. — Ya lo verás Dudú, algún día navegarás conmigo y podrás contemplarlo. El capitán nunca faltaba a su palabra. Así que cada día me llevaba en su pequeña barca a través del inhóspito mar. Después de navegar durante más de dos horas siempre nos sentábamos en la proa del barco a conversar. —Hijo, yo llevo toda mi vida surcando estas aguas y nunca he vivido de ello. — ¿Nunca? Pero si mis padres siempre me dicen que somos lo que generamos. Cuéntame, ¿por qué no pescas como todos los vecinos? — Claro que pesco grumete, pesco ideas y las plasmo en folios; y ¡claro que genero! Genero sentimientos en las personas con lo escrito en el mar. —Alfredo, vamos; dime cómo es el mar, por favor, defínemelo… — Ahora mismo no puedes verlo, pero puedes sentirlo; ¿lo sientes? Respira. ¿Notas cómo el aire salino entra por tu nariz y refresca tus pulmones? — Sí, me encanta este olor capitán, y ¿qué se ve desde aquí? — La línea del horizonte. Sólo mar. Cantidades ingentes de agua y un Sol arriba que lo corona dándole un toque místico. Pero ya lo verás con tus propios ojos grumete, no seas impaciente. — ¿La línea del horizonte?
  • 23. — Sí pequeño, es como si el mar, cansado de ser observado e invadido por necios pescadores hubiese decidido cortarse por la mitad. — Como una catarata, ¿Alfredo? — No Dudú, en el único mar que existen las cataratas es en el mar de nuestro corazón. Sus sabias palabras eran inaccesibles e incomprensibles para mí en aquel momento. ¡Bendita ignorancia que nos regala infancia! El tiempo fue pasando con normalidad hasta que a los dieciséis años los médicos dieron con la solución a mi problema. Una operación y varios meses de recuperación bastaría para poder curar mi discapacidad congénita. Durante todos esos años no hubo día que no saliera en barca con mi capitán. Pero los hechos no siempre se eligen y el azar a veces empieza a dar golpes de ciego por doquier. Irónicamente, conforme más se acercaba la fecha de la operación, la alegría y las conversaciones con Alfredo en la barca se iban tornando más melancólicas. Cada vez conversábamos menos. — Alfredo, dime, ¿hoy qué se ve? — Lo de siempre, ¿no lo recuerdas? — Sí, pero quiero que me hables del mar, como antes hacíamos Alfredo. — Ya estoy muy mayor hijo, además; pronto lo verás con tus propios ojos. No podía entender ese cambio en la actitud de Alfredo. Los últimos meses antes de mi operación ya ni siquiera me leía lo que escribía; simplemente nos limitábamos a navegar y a escuchar el silbido del viento. Cuando le preguntaba, evadía las respuestas o hacía mutis por el foro. — Algún día lo entenderás grumete—replicaba con un hilo de voz, de vez en cuando. El día que me quitaron la venda recuerdo que fue en alta mar, lo pedí yo. Tras una recuperación de seis meses y una operación de tropecientas horas; era momento de saber si había sido un éxito o en cambio, una pérdida de tiempo. Las manos rugosas de Alfredo tentaron mi rostro y poco a poco fue deshaciendo el nido de vendas que apresaban mis ojos. Tenía unas ganas infinitas por conocer el rostro de mi capitán, mi guía, mis ojos durante dieciséis años. «Luz» Los rayos del Sol empezaron a penetrar por primera vez a través de mis ojos. Era precioso. Estaba viendo el mar. Estaba viendo el horizonte. Seguidamente me volví para conocer el rostro de mi lazarillo Alfredo. Tenía una tez curtida. Sus manos no paraban de temblar y su pelo blanco bailaba al son de la brisa marina. — ¡Mi capitán! ¡Te estoy viendo! Fui corriendo a fundirme en un abrazo con él, mas de inmediato supe que algo no iba bien. Su rostro, con aparente alegría translúcida, chocaba con la opacidad de sus ojos color café. — ¿Qué te pasa Don Alfredo? — Ven aquí grumete, te lo voy a explicar Las siguientes palabras me hicieron enmudecer. Hacía unos meses que le habían diagnosticado un glaucoma inoperable junto con cataratas. No me había dicho nada. No quería preocuparme. En ese mismo momento los roles jugados con anterioridad dieron un giro de 180 grados. Ahora yo sería su guía, su lazarillo. — ¡Pero si me dijiste que las cataratas solo están en el corazón!—Mi voz estaba rota. A día de hoy me sigo preguntando, después de todos estos años, por qué tienen que existir…
  • 25. EL CUENTO MÁS TRISTE Y BREVE DEL MUNDO —Cuéntame un cuento triste—sugirió el pesimista. — Cuéntame el cuento más breve—me espetó el ansioso. — "Érase ninguna vez"—Contesté. DIOS (NO) HA CONTESTADO Día 1482 Lo voy a hacer. No aguanto más. Espero que cuando leáis esto no sea demasiado tarde. No sabéis cuánto os amo. Mi dolor y pesadumbre es tal que no me queda otra opción. Ayer fui a por los materiales para ejecutar el plan. Si he aguantado tanto es por vosotros, hijos. Aquí las cosas se han torcido tanto que he perdido la fe que tenía en Dios. Ya no me queda paciencia ni fuerza. El amor que tenía en el señor se ha tornado furia y es hora de que sea yo la que conteste con acciones a D. Arturo y Dña. Camila. No puedo ni escribir bien esta carta, estoy temblando bajo la penumbra de la Luna y mis ojos son un pozo lleno de febriles lágrimas. Espero que me disculpen por la ortografía y sobre todo espero poder haceros llegar esta carta sin pasar por el filtro del jefe. Madre, cuida allá de mis dos angelitos; nunca les diga lo que hizo mamá por sacar la familia adelante. Mis fuerzas están al mínimo. Esto es un infierno. Madre, seguro que lo entenderás. Para el pobre no hay justicia. Es por ello que tengo que tomarla con mis gastadas manos y ejecutar el plan. Una vez realizado tendré que huir a otra pedanía acá en España. Intentaré ponerme en contacto con ustedes mediante correo postal más adelante, siempre y cuando todo salga bien. Ahora mismo los señores duermen en la habitación contigua, pero tampoco puedo extenderme mucho, pues a don Arturo le gusta visitarme a altas horas de la madrugada mientras la señora Camila duerme. Se ha convertido en una rutina. ¡No aguanto más! Si emigré a España no era para ser vejada cada día y violada cada noche. Entiende madre, que no me queda otra opción. Si me apresan y no vuelvo a escribirles, sepan que siempre fui inocente, siempre cumplí con mi trabajo; todos los días de cada año que he estado con esta familia. Que bien sepa la autoridad, que todo esto es por defensa propia. Mañana será el día en el que ascenderé en la caverna platónica y podré ver el Sol gracias a mi plan. Cuida por mí de los hijos madre. Atte. Eliana1 1 Eliana: Del hebreo. Dios ha contestado
  • 26. ◆◆◆ Día 1201 Estoy muy cansada. Las cosas por aquí no mejoran. Deseo verle, madre. A usted y a mis pequeños. Ya son más de tres años encerrada en esta casa sin poder disfrutar de vuestra presencia. Es gracioso. Aquí a las esclavas laborales las llaman “internas” o algo así. Supongo que será para intentar quitarle peso al significado de trabajar acá. Los sábados que antaño tenía libre ahora me están siendo suprimidos por no querer complacer a don Arturo en la cama. La angustia me invade madre. Incluso estoy perdiendo la fe que tenía en nuestro señor Jesucristo. Él no hace nada por mí. De verdad que le hablo todos los días, pero la única contestación que me llega es el silencio. El silencio de Dios. ¿Por qué madre, por qué? Yo siempre he sido buena cristiana, y allá en Sucre usted sabe bien que iba todos los días a misa. Acá me es imposible. El pequeño Cayetano ya ha cumplido tres años y requiere mi atención de forma constante. ¡Por no hablar de la pequeña Camila! Cada día se parece más a su madre, y eso que solo tiene un lustro. Espero y deseo que las cosas mejoren, ya que mi paciencia está llegando a un límite bastante peligroso. Ayer mismo estaba cuidando a la pequeña Camila y a Cayetano, cuando D. Arturo me jaló por el brazo de forma despectiva. Me llevó hasta el cuarto de matrimonios y empezó a desnudarme. ¡Yo no quería madre! Pero sus amenazas fueron bastante claras. Me quedaría sin sábados libres. Y sin el día libre no podría escribirle como deseo, pues el señor se encarga de revisar todas mis cartas antes de enviarlas. Hoy me he podido escapar, y desde la penumbra de un locutorio estoy escribiendo estas líneas. Espero que mis angelitos estén bien, madre. Reciban un abrazo. Atte. Eliana ◆◆◆ Día 721 Cada día me encuentro más hastiada. El trabajo es agotador. Mesas, sillas, baños, cocina, patio trasero, patio delantero, habitaciones… Diariamente veo cómo mi dorado tiempo se va fugando en tareas banales a cambio de pobre plata. ¡Pero la necesito! Necesito enviar esa limosna plateada a mis hijos, madre. Jamás querría que ellos se vieran como yo bajo ninguna circunstancia. La relación con Arturo sigue bastante tensa, por el motivo que le comenté en la anterior carta. No soporto ni que me mire. Por otra parte, la señora Camila no cesa de darme órdenes en forma de voces.
  • 27. ¡Estoy cansada, madre! Además temo que estos sábados, en los que puedo escribirles, me lo supriman. Ya he notado cierto aire amenazador por parte de Arturo. No le gusta que lo rechacen. No sé cuánto tiempo podré seguir disfrutando de este espejismo de libertad. ¿Cómo están los pequeños, madre? Espero que estén perfectos y ya que Dios no me bendiga mucho, que los bendiga a ellos. Aún tengo fe. Usted misma, madre, me decía que Dios aprieta pero no ahoga. Espero que sea así, pues mi aire cada día es más limitado en esta casa. Reciban un abrazo y bendiciones. Atte. Eliana ◆◆◆ Día 475 Más de un año en esta casa, madre. La verdad es que no me puedo quejar mucho, pues Dña. Camila a pesar de algunas faltas de respeto hacia mi persona, la encuentro una mujer de buen corazón; además los niños son un encanto. A la pequeña Camila ya le han salido todos los dientes y sabe contar hasta el número treinta. ¡Qué pequeña y lista es! Por otro lado, Cayetano, el pequeño de la familia, ya ha cumplido un añito y está para comérselo. Siento poder escribir tan poco, pero con la llegada de Cayetano al mundo, mi tiempo libre se ha visto reducido. ¿Cómo están mis pequeños? Espero y deseo con toda la fe y fuerza de Dios que estén sanos y bendecidos. Cada vez que cojo en brazos al pequeño Cayetano me acuerdo de mi nene, madre. ¡Qué vida más triste! Aunque a decir verdad hay una cosa que me inquieta. La actitud de don Arturo cada día es más benévola y complaciente conmigo, hasta el punto de convidarme (cuando no está su esposa) a tomar una copa con él. Lo encuentro extraño, pero quizás sea el cansancio el culpable de tergiversar la realidad. Espero y deseo con todas mis fuerzas la respuesta a esta carta. Y ¡Por cierto! Me encantó el detalle que tuviste en la correspondencia anterior; esos labios marcados con pintura de mis pequeños en la carta… ¡Fue una idea brillante, madre! Reciban un beso y un fuerte abrazo. Muchas bendiciones. Atte. Eliana ◆◆◆
  • 28. Día 50 Querida madre: Ya llegué hace 50 días a España. Esto es maravilloso; estoy emocionada con la oportunidad que me ha brindado Dios al ponerme acá. La temperatura es genial y las personas con las que trabajo más aún. Estoy con una familia en régimen de “interna”. No sabía lo que era eso de “interna” pero la verdad es que es fantástico. ¡Me dan la comida, la cama, la ropa e incluso me dan algo de dinero aparte! La mamá de la familia se llama Camila, y me ha acogido como una más. A veces tiene cambios de humor, pero supongo que es porque está en cinta. ¡Qué barriguita más mona tiene! Estoy deseando que nazca el primer hermanito de la pequeña Camila, que es por ahora, la única hija de los señores. Dicen que se llamará Cayetano. ¡Un nombre precioso! Y hablando de los pequeños de la familia; ¿Cómo están mis preciosos angelitos? Espero que se estén portando bien, madre. Sólo llevo 50 días y ya los echo de menos. El papá de la familia se llama Arturo. Es un hombre muy majo y señoril conmigo. ¡Ojalá existiesen más hombres como él! Bueno madre, paro de escribir, pues me tengo que poner con las tareas del hogar y a cocinar, que se me hace tarde. Pronto le volveré a escribir otra vez contando las novedades, que seguro serán geniales. Ya me lo decía usted, madre, Dios no se puede equivocar ni quiere el mal para nadie; y si él me ha querido llevar hasta acá es que este es mi destino. Reciban un fortísimo abrazo y muchas bendiciones de Dios. Atte. Eliana ◆◆◆ Día 1500 Lo hice madre. Compré gasolina, destornilladores y cerraduras nuevas. Aproveché un día de boda en la que asistía esta panda de insectos y cambié la cerradura. Cuando llegaron bajo los efectos del alcohol, los recibí con la puerta abierta, pues Camila no podía ni mantenerse en pie. Arturo estaba en las mismas condiciones así que, con toda la fuerza que me otorgaba la rabia que les tenía, los acosté en su cuarto. A continuación cogí a los niños y los llevé fuera de la casa. Empecé a echar gasolina por todas las habitaciones, por el salón e incluso por la cocina. Después fue todo bastante sencillo. Agarré una botella de Whisky Chivas, de esas que valían una copa lo que yo ganaba en todo un mes, y con la furia de una cristiana que había perdido la fe, la reventé contra la gasolina creando un festín de colores llameantes por toda la casa. Luego salí, cerré con llave, y dejé que ardiera esa panda de hijos de puta. En cuanto a los niños, tal y como he dicho, me los llevé al jardín. Ellos no tenían culpa de nada. Estoy en busca y captura a día de hoy, pero aún no me han localizado. ¡Y eso que han pasado dieciocho días! Me despido de usted, madre, por si la justicia viene a por mí y no vuelvo a escribirle.
  • 29. Si me apresan, dale todo el amor que su madre no pudo a sus pequeños. ¡Y deje de creer en fantasías! El único Dios que existe es uno mismo. P.D: Me he cambiado el nombre. Ahora me llamo Daniela2 . Así será más difícil que me cojan presa y yo me quedaré más tranquila, pues todos sabemos que Dios no ha contestado. 2 Daniela: Del significado: Justicia de Dios
  • 30. UNA CHARLA DE LO MÁS FECAL “Jota no sabe nada. Jota es un pijo universitario. Jota es un borracho. Jota es un putero. Jota es…” Me hace gracia. Qué coño sabrán esos snobs de cómo soy. Aunque bueno… Pensándolo bien estos cuñados son un jodido motor de creatividad. Les debo gran parte de mi inspiración. “Epistemológicamente hablando, según el materialismo dialéctico la conciencia humana es fruto de la interacción ontológica…” Chorradas. ¿Se puede ser tan pedante y gilipollas a la vez? Si supiésemos qué es la conciencia ya habría ganado algún comecocos el premio nobel. No aguanto a ese tipo de personas; de verdad. No las aguanto. Estos sacos de mierda muerta creen que estudiar una carrera los convertirá en más sabios o en mejores personas. Pero si has nacido mierda, te morirás siendo mierda. Eso sí. Al menos con la carrera tendrás un papel para limpiarte. Incluso te miran por encima del hombro de forma condescendiente intentando hacerte sentir un ignorante por no haber leído la interpretación de los sueños de Segismundo Freud. Pobres diablillos. Pero eso sólo es un tipo de mierda. Hay otra clase fecal de estudiantes que en vez de utilizar palabras técnicas que no se las cree ni quien las inventó; utilizan el silencio. Sí. Has leído bien. El silencio. Creen que es mejor no debatir con personas que piensan de otro modo y de forma cruel nos castigan con el látigo de la indiferencia. Este tipo de estudiantes excrementos son los más malolientes. Ya no se paran ni a debatir, simplemente te consideran una persona inferior y hacen mutis por el foro. Cualquier día me da una embolia por aguantar a estos sacos de mierda. También hay otro grupo de heces muy interesante. Son aquellas tías que van con su bolso cool de 40 centímetros donde el postureo le cabe a la perfección, pero las libretas no tanto. Me hacen gracia aunque son una pena. Tampoco quiero entrar mucho al trapo con este sector fecal pues podrían tacharme de “machirulo” o machista o dentista o comunista o terrorista o yo que sé, algo terminado en –ista. “Es muy fácil generalizar jota, es que generalizas mucho tío; no todo el mundo es una mierda…” Sí querido amigo. Todo el mundo es una mierda. La diferencia solo radica en el olor que desprende. ¿Quieres sentirte aceptado por la sociedad? Es fácil. Camufla tu mierda. Envuélvela con trajes bonitos para que no se vea o perfúmala para que no huela «RIINGGGGGGGG» Quién coño será a estas horas. No hay cosa que me dé más coraje que me corten en mitad de una reflexión. — ¿Si? — Mamona soy yo. Estoy abajo. Ábreme. «“Soy yo”. Creía que eras –ellos- o –vosotros-, gracias por la aclaración» Le abrí. Era mi colega. Ese santo y seña solo está reservado para unos pocos y él se encontraba entre ellos. Había venido de su pueblo seguramente en busca de algún coñito sevillano, pero le habría salido mal la jugada. Ahora me contaría toda la historia. Espero que al menos traiga unas cervezas. Le dejé la puerta abierta y me acomodé de nuevo en el sofá.
  • 31. — ¡Yeeeeiii!—El saludo de mi compi inundó el silencio del salón. — ¡Heyyy! ¿Qué haces brother?, Siéntate «Le dejé sentarse porque traía una bolsa con cuatro litros de cerveza» —¿Dónde has comprado las cervezas Charles? —Pues estaba todo cerrado, pero he encontrado un chino y ha colado. Eso sí, me ha costado casi dos euros cada litro. ¡Qué hijos de puta! —El que ha colado has sido tú mongolo, menuda estafa; estos chinos cualquier día dan un golpe de estado y se hacen con medio mundo. ¿Qué te trae por estos lares? —Nada tío, que to’ el mundo está hecho una mierda. Había quedado con la tía que te dije de tinder y me ha echado de su piso. —No jodas, ¿y eso? —Yo que sé, le entró un siroco; decía que me tenía que ir, que su novio podría volver en cualquier momento. Para quien no sepa lo que es tinder os lo explicaré de forma sencilla. Si el mundo está lleno de mierdas, tinder es el váter donde van a parar las más apestosas y gordas; esas mierdas expulsadas después de una noche de borrachera de vodka, cerveza, vino, chupitos y de macarrones hacendado engullidos después de todo el cóctel mortal. «Sabes perfectamente a lo que me refiero» — Vaya movida Charles, a mí una vez también me pasó lo mismo. ¿Te gustaba o sólo era un polvo? — Yo que sé; la nota era súper rara; tenía fotos con un chaval besándose en la habitación. Yo que sé, que todo es una mierda tío. — Todo es una mierda, es verdad; pero en este caso tú has asumido el rol fecal, y ella con indiferencia ha tirado de la cisterna. —Gracias por los ánimos eh, cabrón—la ironía de Charles empezó a jugar sus cartas. — Ni las des, para eso estamos—mi sarcasmo no iba a quedarse hibernando. — Voy a echar unas cervezas, ¿quieres una? — Claro, pero en un vaso grande. Me levanté y fui para la cocina. Vertí la bebida en dos vasos y volví al salón. Charles ya había encendido un lucky. Es gracioso cómo las empresas camuflan su mierda cancerosa. Lucky, fortuna, y un largo etcétera de nombres muy oportunos para quitarle peso a la oportuna porquería que te estás metiendo. Nunca entenderé al ser humano. En un acto reflejo saqué del bolsillo un cigarro y acompañé al pequeño Charles en su acto suicida. Sí. Soy incoherente. Sé que lo estás pensando. Acabo de demonizar el tabaco y ahora estoy sentado fumándome uno. Pero también te lo advertí. Nunca entenderé al ser humano. —Pásame el cenicero Charles. Después de unos diez minutos donde el silencio era el único que hablaba, el busca coñitos sevillano hizo una brillante sugerencia. —Tengo una idea jota, pero una idea buena de verdad. Yo quiero tirarme a alguien esta noche y tú seguro que también… —Ehh… A ver dime, ilústrame con tu sabiduría—en realidad sabía a qué se refería, pero quise darle su momento de gloria.
  • 32. — ¡Una puta Jota, una puta! —No son putas Charles, son trabajadoras del amor; pero bueno, si te hace ilusión podemos llamar a alguna. Estaba claro. Le hizo ilusión. Después de llamar a más de tres burdeles de la ciudad encontramos uno donde prestaban ese servicio. La prostituta se llamaba Lola. O quizás no se llamaba así y era su nombre artístico. Qué más da. Para motivarnos mientras venía, el buscador de vaginas puso en el ordenador una canción de esas que ya no se llevan pero que venía como anillo al dedo. «Se llama Lola y tiene historia, aunque más que historia sea un poema. Su vida entera pasó buscando noches de gloria como alma en pena…» Así mismo, -como alma en pena- fue como esperamos a nuestra Lola. Estábamos hambrientos pero no de pizza ni de comida a domicilio. La espera se hizo eterna. El salón decidió expulsar al oxígeno dándole paso a una nube densa de humo. Humo de mierda. Humo del tabaco. En los 2 ceniceros no cabía ni un grano de sal, estaban colapsados. A la gente le ocurre muy a menudo. Si no me creéis mirad al suelo en cualquier estación de autobuses, trenes, aviones, etc. El cigarro parece que pacta con cronos haciéndolo más breve. Menos mal que el tiempo es relativo. O al menos eso decía Einstein. Después de una larga espera el timbre interrumpió nuestro guateque. Fui tan deprisa a abrirle que casi me mato con la estufa. Metí el jodido pie y el calor me abrasó la pierna; subiendo la temperatura de ésta a la par de mis partes nobles. «Todo un espectáculo» Por fin me pude reincorporar y le abrí la puerta a Lola. Nos quedamos estupefactos. Metro noventa y unos 120 Kilos de peso forjaban el tipo de la chica. Si un armario empotrado hubiese cobrado vida, sería nuestra Lola sin duda. —Pasa, pasa, no te cortes—le dije mientras rezaba para que se cortara y se fuera. Lamentablemente para mí no lo hizo. Entró y el suelo del salón empezó a temblar a cada paso que daba. A Charles supongo que no le importaba, era un experto en ese tipo de mujeres. La miró, suspiró, y empezó a besarla. Los plomillos de la luz estaban bajados. Menos mal que fuimos precavidos y no tuvimos que “curar”. Aunque a decir verdad la trabajadora del amor hizo su servicio mejor de lo esperado. «Al césar lo que es del césar» Lo único que salió mal parado fueron los muelles del colchón que saltaron mientras hacíamos una embestida doble a nuestra Lola. Pero vamos, nada que no se pudiese arreglar. Había pasado ya una hora de aquel festín, cuando Charles se percató de un pequeño detalle. Nuestros móviles y carteras habían desaparecido. No estaban por ninguna parte. Al día siguiente intentamos localizar de nuevo a la chica pero fue en vano. Habíamos sido atracados por una prostituta. Esa era la realidad. Las carteras al igual que los móviles no aparecieron. Sin duda ese día nuestros cubos de mierda habían llegado a límites insospechados. Nunca te fíes de mierdas ajenas. Confía en tu misma mierda y disfruta de tu propio olor querido lector.
  • 33.
  • 34. OJO POR OJO El olor a podredumbre impregnaba el motel barato donde se alojaba Nancy. Las habitaciones tenían literas para dos personas, aunque siempre terminaban durmiendo cuatro o cinco en el mismo cuarto. Viajeros perdidos, viejos borrachos, ex-presidiarios, ludópatas y demás antihéroes formaban una plantilla a la cual la vida, por algún motivo, le había dado la espalda. Sumergida en aquel averno se encontraba ella. Aunque la realidad era que no sabía cómo había podido terminar en esas condiciones. «Se le había ido de las manos» Ahora su prioridad era no ser violada cada noche y por supuesto tener algo para beber durante el día. En sus años de prosperidad había sido una importante banquera casada, quizás, con el tipo equivocado. Antes miles de euros; ahora millones de llantos. Ken, su expareja, era un experto en la cocina y en las artes del engaño. Pero eso no suponía ningún obstáculo; es más, le ponía muchísimo. No le gustaba lo fácil. Además ese mundo de mentiras ya lo conocía gracias a su antiguo puesto en el banco. Los cabellos rubios que un día fueron de oro, se habían tornado cobre y su mirada vivaracha ahora petrificaba a la mismísima medusa. El amor, o su gilipollez, le había vuelto una persona fría y distante. «Ya no soy nadie»—suspiró. La avaricia le había llevado a la ruina. Y de conseguirlo todo, terminó ganando la nada. — ¡Rubia, baja y me haces algo bonito anda!—Gritó una voz áspera desde la litera de abajo. — ¡Pero qué dices gilipollas!, No me hace falta tu dinero y menos aún tu gusanito para complacerme. «Cerró los ojos de nuevo» La vida daba muchas vueltas. En total 365 al año. Aunque para ella quizás un puñado más. Lo único que deseaba era salir cuanto antes de aquél océano lleno de tiburones en busca de sangre fresca. No se lo pensó dos veces. Saltó de la litera y se puso en pie esquivando como pudo las ratas que se amontonaban en el suelo del cuartucho. Después de atarse las botas salió tambaleándose a la calle. —Este hijo de puta me las va a pagar. Sé dónde vives Ken. El calor veraniego de Sevilla, incluso de noche, era infernal. Para colmo la casa del tipo estaba en el norte, cerca del tanatorio municipal; mientras que el motel se encontraba en el otro extremo; justo al lado de un estadio cuyo nombre no recuerdo bien. Nancy hizo autoestop durante media hora. En ese tiempo se fumó los tres cigarrillos que le quedaban. Justo cuando la rendición estaba a punto de ganar la batalla, un peugeot 206 se paró junto a ella. —¿A dónde vas chica?—Vociferó una voz dentro del coche. —Voy a la macarena, al norte de Sevilla, ¿Podría ir contigo, guapo? —Súbete anda… pero cuidado con la tapicería. —Está bien, tranquilo, no voy a manchar nada; sólo voy a ajustar cuentas con un antiguo amigo. — ¿Ajustar cuentas?
  • 35. —Claro, voy a joder a un hijo de puta. Ojo por ojo dicen, ¿no? «Se quería hacer la interesante» Era una frase demasiado inteligente para ella. Jamás había leído y si le hubiesen dicho que el Sol era el que daba la vuelta a la tierra o que Platón era un astronauta, se habría quedado tan pancha. El camino se le estaba haciendo bastante pesado. Dentro del coche hacía más calor que afuera y los sudores no tardaron en asaltarle. La cerveza que había tomado se estaba dando un festín en su estómago y necesitaba parar cuanto antes. Pero también necesitaba llegar a su destino. ¡Vaya dilema! — ¡Para aquí! ¡Para aquí! —Pero si ya vamos a llegar Nancy. Sólo queda pasar dos semáforos más y te dejo… Tarde. El vómito había cubierto la cara del chófer antes de poder terminar la frase. Había sido un vómito limpio, sin tropezones; pero al pobre conductor no le hizo nada de gracia. —¡Sal de mi coche ahora mismo jodida cabrona!—Gritó mientras el vómito se adueñaba de su afilada cara. No le dio tiempo a disculparse. No podía. Tenía la cabeza agachada y los pelos color cobre, habían cogido un tono negruzco debido a la bilis del vómito. Casi arrastrándose, salió del coche, y se puso en pie. Hizo un intento por darle las gracias pero el peugeot ya había huido. Ahora estaba sola. A pesar del macabro espectáculo, el joven la había dejado muy cerca de la macarena. Lo pudo deducir por las grandes murallas que se erguían en mitad de la noche y que eran totalmente reconocibles a la luz de la Luna. La casa de Ken estaba dos manzanas más allá; aproximadamente a unos diez minutos. Nancy intentó ubicarse, pero su sentido de la orientación la había abandonado. No se acordaba de la calle y lo más jodido es que tampoco sabía llegar a su triste palacio de alcohólicos sin fronteras. Llorando y dando tumbos reanudó la marcha. Su percepción estaba modificada por la bebida al igual que su sentido del equilibrio; pero su sed de venganza aún continuaba viva. Después de caminar a la deriva más de 30 minutos llegó a una calle –Avenida Doctor Fedriani- .Le resultaba muy familiar. Había estado allí. Era la calle donde residía su ex. Ken vivía en un ático del bloque quince. La pobre diabla aún iba por el diez, cuando sin comerlo ni beberlo se encontró de frente con dos chicos parados en la acera. —¡Quitaos del medio, gilipollas! Sólo le faltaban cinco bloques más para llegar a su destino. Para poder saciar su “ojo por ojo”. En dos minutos podría quedarse tranquila y joder a quien le jodió en su momento. —Mira esta borracha… ¡gilipollas será tu madre! —Gritaron los dos hombres al unísono. Eran bestias altas, robustas; y lo más importante: Desquiciadas como ella. En un movimiento rápido, el tipo situado a la derecha agarró del pelo a Nancy, la cual quedó paralizada. Inmóvil. No tanto por la agresión; sino por la ironía de la propia vida. Su sed de venganza estaba a cinco metros y no podía hacer nada. Sólo cerrar los ojos y gritar mientras notaba la penetración de dos bestias que el destino puso ahí. Ya lo dijo Gandhi, ojo por ojo; y el mundo quedará ciego.
  • 36. ESTIMADO WALTER ELIAS DISNEY Hace una infinidad de tiempo que no le escribo, pues todas las anteriores cartas que le envié no obtuvieron respuesta alguna. Supongo que en el averno estará usted muy ajetreado a la vez que bien acompañado. En esta ocasión quería comentarle algunas dudas sobre sus películas más famosas; como son por ejemplo la cenicienta o Blancanieves. (Ambas realizadas mientras trabajaba para el FBI). Los protagonistas, tanto de esas dos películas, como de la mayoría son carentes de alma, todos siguen el mismo patrón: Jóvenes, alegres, ropas con colores atractivos (para ayudar a la identificación de los mismos) y sobre todo carentes de picaresca. ¿Acaso cree que las personas buenas somos jóvenes, alegres y sin picaresca? Quiero pensar que el tiempo que lleva con Pena y Pánico por allá le haya desvirtuado esa visión y se haya puesto a reflexionar. Es por ello, que en parte le perdono. A pesar de todo debo decirle que esa percepción del “bueno” hace que los menores creen roles y estereotipos totalmente ficticios, señor Disney. Pues el bien y el mal, en la vida real y no en sus películas fantasiosas, está muy difuminado. No solo hay negros y blancos; también hay una escala de grises preciosa que ilumina y puebla la Tierra. Por lo tanto veo una acción muy atrevida por su parte, el crear ese tipo de visión a los más pequeños (Esos Übermensch que serán el futuro de la sociedad). Comprendo que estuviese muy ajetreado yendo a manifestaciones pronazis, pero lo que no entiendo es por qué en muchas de sus películas el protagonista es huérfano. Bambi, Blancanieves, la cenicienta, Simba, Mowgli, la sirenita, y un largo etcétera de personajes completan el desafortunado y pobre plantel. ¿Qué tipo de trauma quería inculcarles a los niños, estimado amigo? Por otro lado los antagonistas son serios, con rostros crueles, psicóticos... Pasan de la risa al llanto en muy pocos segundos (otra desviación de la realidad, pues no todas las personas malas son psicóticas o con rostros serio). Pero lo que más me ha tocado y enfurecido, señor Walter, es los valores de belleza que usted ha impulsado en nuestra sociedad. Los “buenos” normalmente son atractivos y leales; mientras que los “malos” son feos y ambiciosos; pero ¿Acaso las personas no pueden ser ambiciosas y ser “buenas”? Supongo que para usted no. Además del modelo de belleza (y de sexismo) que muestra en sus películas, el lenguaje utilizado es bastante sencillo y coloquial, cosa que tampoco entiendo. ¿Cree realmente que los niños son gilipollas y que no han escuchado cualquier tipo de palabra (compleja o malsonante)? Por no hablar del grado de violencia que se observa en sus pelis. Aunque a decir verdad, esa violencia, tanto física como psicológica, entre los personajes es de agradecer, pues deja entrever uno de los pocos reflejos reales que tienen sus películas del mundo. Para ir finalizando mi escrito, debo comentarle que las cosas por aquí han cambiado bastante y que ahora sus frases de: «“Las mujeres deben estar calladas para gustarle a un hombre”» «“No está bien que una mujer lea”» Se estudian y analizan en todas las escuelas y universidades como ejemplo de sexismo y machismo. Sin más dilaciones y para terminar, le deseo que siga teniendo una buena estancia con Hades. Y si se encuentra por aquellos barrios a Hitler o al generalísimo, dele un tiro en la boca a cada uno de mi parte; vaya que
  • 37. le den por escarbar y vuelvan aquí arriba. Ya lo decía el premio Nobel, Jean Paul Sartre: “Un anticomunista es un perro” (y no se refería a Goofy).
  • 38. CRÓNICAS DE UNA SEPARACIÓN ANUNCIADA “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.” Había leído el mismo libro en más de veinte ocasiones pero nunca se cansaba. La obra de García Márquez lo envolvía de tal forma que podía pasarse veinte horas leyéndolo sin que su vista diera algún atisbo de cansancio. Le encantaba la lectura. David Hortelano era uno de los pocos fans que le quedaba a la literatura en estos tiempos de adicciones e interacciones. Había nacido en Fuentes de Andalucía, un pequeño pueblo perteneciente a la provincia de Sevilla hace diecinueve años. Metro setenta y largos y más de ochenta kilos de peso forjaban el andamiaje del chaval. Su pelo era castaño y tenía una tez recia. El esqueleto de David chocaba frontalmente con su personalidad. Introvertido hasta más no poder, nunca había tenido amigos en la escuela o mejor dicho “escuelas”, pues había pasado por más de cinco colegios debido a los abusos sufridos por sus compañeros. Fue a partir de esos hechos, cuando empezó a enamorarse por la lectura. Ningún amigo, y menos aún, ninguna amiga, fue uno de los sucesos causantes de que esa personalidad tímida se perpetuara durante toda la adolescencia. —¡David es un hortera, David es el hortera!—coreaban los chicos y chicas de su clase mofándose de su apellido “Hortelano”. Esa cantinela se fue repitiendo hasta que consiguió ingresar en la universidad de Sevilla. Optó por psicología. Entró sin dificultades. «Los problemas vendrían después» ◆◆◆ Ahí se encontraba. De pie. Equidistante con el mundo. El pasillo de la facultad parecía que se había alargado como un chicle. Todo se había vuelto más grande de lo normal. Un calor que brotaba de su pecho y se extendía por todo su cuerpo lo bloqueó al instante. La respiración era una bala disparada, y su visión se estaba tornando cada vez más borrosa. Manos y pies se habían convertido en un hormiguero por el que corrían millones de hormigas. Era la segunda vez que le ocurría en una semana. Cada vez que recordaba la infancia, su cerebro como buen consejero y protector, lo paralizaba tanto física como psicológicamente. «¡¿Qué puedo hacer?!» Empezó a frotarse los dedos con el fin de espantar las hormigas que correteaban a su antojo por sus miembros superiores e inferiores. Fue inútil. Sudores fríos y un sinfín de sensaciones se apoderaron del joven haciéndole palidecer. «Que se vaya esta sensación, que se vayan estas horribles emociones, que se vayan… ¡YA!» El último “ya” había sido verbalizado, y a causa de ello, media clase que se alojaba en el pasillo empezó a mirarlo de reojo. — ¿Te ocurre algo?—La voz de una chica hizo que volviera al mundo real. — Eh… eh… no—respondió a trompicones.
  • 39. — ¿Seguro?, Te noto pálido. — Es sólo que estoy un poco, eh… mareado. — Sí, estás más blanco que la pared miarma, ¿quieres que te traiga algo de comer? — Mmm… no, no, de verdad, ya estoy mucho mejor, ha sido un simple mareo. — Como veas David. Por cierto, me llamo Fabiola Falconi, aunque todo el mundo me llama “Efe”. — Estiró la mano con el fin de encontrarse con la de él. — Encantado Efe, la gente ya no sabe cómo acortar los nombres, ¿Eh?— Bromeó mientas se daban la mano. — Ya te contaré el porqué de la abreviación. Te vas a reír bastante. David miró su reloj. Eran las 11:27 —Perdona, pe…pe…pero tengo que entrar a psicopatología clínica. Busco tu número en el grupo de clase y hablamos por Whatsapp, ¿Vale? — No estoy metida en el grupo, he entrado nueva este cuatrimestre; te lo dicto y lo apuntas ahora, ¿no? — Claro, no hay problema —sacó un bolígrafo bic con el capuchón mordido y empezó a apuntar. — 620-202-020 —Ese es mi número, espero que te sea leve la clase. — Sí, ya hablamos Efe, muchas gracias. Volvió a mirar el reloj. Las 11:33 Llegaría tres minutos tarde, pero por una vez el retraso había valido la pena. ◆◆◆ — ¿Alguien sabe qué son los trastornos esquizotípicos? «La voz del profesor pululaba por toda la clase» Nadie contestó. En realidad sí sabían lo que eran, los habían estado machacando durante toda la semana anterior; pero la vergüenza de unos y la pereza de otros, hacía que el silencio reinara en la clase. David estaba sentado en la penúltima fila del aula. No le gustaban las primeras pues tenía que fingir que atendía, cuando en realidad lo que quería era abstraerse de todo cuanto antes. Nunca había visto a Fabiola por la facultad, pero su fósil hermosura impedía quitársela de la cabeza. Preguntas y más preguntas asaltaban la mente del chico. «¿Por qué la llamarían Efe?» Quizás por su apellido “Falconi”. O quizás por otra cosa. No lo sabía. Lo que tampoco conocía era esa sensación placentera que le daba ella. Jamás había entablado una conversación de ese estilo con una mujer. Se sentía excitado, motivado, y por primera vez en mucho tiempo, feliz. — Ya mismo salgo Efe, ¿Dónde estás? —David no pudo con la tentación y redactó su primer mensaje a la chica. «Silencio» Miró el reloj por venteaba vez. 12:26. Sólo cuatro minutos para acabar la clase. Efe no había contestado al mensaje, por lo que los nervios de David empezaron a magnificarse hasta niveles muy altos. Apareció de nuevo el hormigueo. «A ver, respira David, respira»
  • 40. Se repitió el mantra mentalmente a la vez que respiraba de forma rítmica para aliviar un poco los síntomas. — Estoy justo fuera de tu aula. Ahora nos vemos David. —¡Puf! Menos mal! —El mensaje de Fabiola había aliviado en parte su ansiedad. En dos minutos vería de nuevo a Efe ◆◆◆ Pasados esos escasos minutos, David salió de clase a ritmo acelerado. Quería encontrarse cuanto antes con su nueva (y nunca mejor dicho) amiga. Le había caído bien. Era una de las pocas personas que parecía comprenderlo y eso hacía que su interés se acrecentara por la joven. —¡Efe, qué alegría verte de nuevo! —Exclamó David dejando entrever una sonrisa. —Pero si sólo ha pasado una hora, ¡Exagerado! —La indiferencia de Efe empezó a jugar la partida. —Ya mujer, pero es que me has caído muy bien, se te ve muy maja. ¿Te apetece que nos tomemos algo en el bar de enfrente? —¿Al bar? Mmm…Mejor compramos unas cervezas y nos vamos a algún parque ¿No? —La indiferencia estaba perdiendo la partida contra las emociones. — Sí, sí claro. Como quieras Efe, nos compramos algunos litros y nos vamos al parque que hay aquí detrás. La sugerencia de la joven surtió efecto y se dirigieron a comprar las cervezas para pasar, lo que quedaba de tarde, en el parque. —¿Dónde te habías metido estos meses, chica? —Pues estuve en una universidad de Francia, pero decidí trasladarme por motivos personales —dijo Efe queriendo cambiar de tema. —Ah, vale. Es que no me sonaba tu cara. Es la primera vez que te veo. Y ¿Cuántos años tienes? —Veinte. Los he cumplido el veinte de Noviembre. ¿Y tú chico tímido? —Veinte también. Además también los cumplo en Noviembre. ¡Vaya casualidad!, y ¿Por dónde vives chica misteriosa? —¡¿Chica misteriosa?! —Exclamó Efe sorprendida. Te recuerdo que eras tú el que estabas en el pasillo con cara de muerto. Así que el misterioso aquí eres tú. —Era broma, eh… no te lo tomes tan a pecho, es que a veces me pongo muy pesado con las bromitas; Pero ahora en serio, ¿Por qué zona vives? —Calle feria número veinte. Ya sabes mi dirección, ¡eh! —La sonrisa sarcástica de Efe hizo que el ánimo de David subiera como la espuma. —¡Entonces vivimos prácticamente al lado!, yo estoy viviendo ahora con mi madre en la avenida Alameda. A ver si quedamos por allí ¿No? —Bueno, tienes mi dirección; así que ya no podré decir que no puedo porque vivo lejos —Efe soltó una carcajada —una excusa menos me queda, señorito David. —¿Podríamos quedar entonces mañana por la tarde?—Sugirió con esperanzas el chico. —Por mí sí. Ya lo vamos hablando mañana. David miró su reloj. Eran las 18:14. Sevilla solía dormir en enero a esas horas. Habían estado hablando durante más de cuatro horas y lo único que quería era seguir y seguir conversando. Era una chica fantástica. A pesar del deseo de seguir con ella, las nubes ya presagiaban lo que el viento susurraba.
  • 41. «Lluvia» —Vámonos David, creo que va a caer un buen chaparrón. —¿Te acompaño a casa?, Vivimos al lado y no me importa para nada. —En absoluto, tío, que sé llegar solita ¿Vale? —A Efe no le había sentado bien el comentario. —Vale, vale, no te enfades. Ya vamos hablando —dijo él mientras se acercaba para darle dos besos. El ósculo fue devuelto por Efe. No parecía muy enfadada por el comentario sobreprotector, aunque sí un poco molesta. Era rara, pero ¿Qué importaba? David nunca había estado con ninguna mujer y eso hacía que todo comportamiento femenino lo tachara como “extraño”. Es por ello que no le preocupaba esa aura misteriosa que desprendía la señorita Falconi. Era ya tarde, así que ambos empezaron a recoger los restos que quedaban del pícnic y se marcharon. Eso sí. Cada uno por un lado. ◆◆◆ Días y meses fueron volando del calendario. Todos y cada uno de esos días, David y Efe se vieron en aquel mismo parque. Hacían la misma cosa. Bebían y reían a la par haciendo que el ánimo del chico ascendiera hasta el mismísimo Monte Olimpo —¿Podemos quedar en tu casa, Efe? —David ya estaba harto de hacer siempre lo mismo, así que se aventuró a realizar esa propuesta indecente. —No, no, no. En absoluto. Te he dicho mil veces que no quiero que nos vean juntos. ¿Por qué te crees que siempre venimos a este parque donde sólo paran dos niñatos y medio? —Bueno, si ese es el problema podemos quedar si quieres en mi piso este sábado. Mi madre está en una reunión de trabajo en Madrid, así que no habrá nadie. —Ya te digo, si está sola la casa sí. Eso mismo hicieron. El sábado quedaron por la tarde en su propio domicilio. David se asomó por la ventana para verla llegar en el Fiat Tipo que acostumbraba conducir. Empezó a comerse las uñas. Fue al baño dos veces en tres minutos y por fin sonó el telefonillo de su puerta. —¿Sí, quién es? —¡Quién va a ser, ábreme colgao! —las palabras de Efe retumbaron en la oreja del chico. Ese día hacía muy buena temperatura, así que decidieron tomarse unas cervezas en la terraza. —Cada día me gustas más, que lo sepas —el alcohol estaba empezando a desinhibir a David. —¡Uy! Muchas gracias chico misterioso. Tú también me encantas. —dijo mientras le tocaba la rodilla. — ¿Y si nos vamos a la habitación? —De acuerdo —respondió Efe —pero, ¿A qué hora viene tu madre? —Me dijo que avisaría, no te preocupes por eso. Suele llegar bastante tarde. El cuarto de David se había convertido en una cápsula del tiempo. Para la pareja cada hora era como un minuto. El sudor, la pasión, el desenfreno y la locura se dieron cita en aquella cama por primera vez. A Efe no se le escuchaba, pero los gritos placenteros de David hubiesen despertado a un sordo. Una vez terminaron, miró un reloj que reposaba en la mesita de noche.
  • 42. «23:46» — ¡Efe, Efe, Efe, joder, que son casi las doce! — Ouahh… —bostezó, haciendo casi retumbar la pared. —¡Nos hemos quedado durmiendo! , Venga, levanta, te tienes que ir. — ¿Ya ha llegado tu madre? — Creo que sí, ¡joder! Estamos en un buen lío. «Toc-toc» —¿David, estás ahí? —la voz de la madre era bastante aguda. — Sí, sí, ahora mismo salgo, dame un segundo—empezó a vestirse lo más rápido que pudo. —¿Ha venido alguien de visita? En la terraza hay dos vasos, uno lleno y otro vacío. — ¡Joder Efe! ¿No te tomaste la cerveza? — Shhh… no te dirijas a mí o nos escuchará tu madre, idiota —dijo susurrando la joven. — Sí, mamá, vino Gabriel, un amigo de la facultad, pero se puso malo y se tuvo que marchar… eh… pronto. — Vale, vale, no tardes en salir hijo, que quiero comentarte una cosa acerca de la facultad. — No, no, ya salgo —sentenció David. —Tú quédate aquí, vístete y yo distraigo a mi madre para que puedas salir. — A sus órdenes mi locuelo —dijo Efe sin denotar ninguna preocupación. A continuación, David se dirigió a abrir la puerta. Salió de la habitación y fue hasta la cocina donde lo esperaba su madre. —Hijo, siéntate, tenemos que hablar —la voz de la madre estaba rota. — ¡Jope mamá, que me estás asustando con tanto misterio! —Te voy a hacer una pregunta y quiero que me la contestes sinceramente —la madre parecía estar hablando muy en serio. —A ver, ¡Dime! —David pensó que su madre sabría lo de Efe. — ¿Con quién te has estado viendo estos meses? «¿Qué hago, le digo la verdad o la engaño?» —Pu…pu…pues si te digo la verdad mamá con…con… una chica. Se llama Efe. Bueno no se llama Efe, se llama Fabiola Falconi, pero todo el mundo la llama Efe —optó por la opción más sincera. —Y si te digo que hoy no he estado en una reunión de trabajo, ¿qué piensas? — Mmm…no sé, que quizás has quedado con un hombre o con alguna amiga, no lo sé mamá; ¡me estás poniendo nervioso! — Por curiosidad, no estará tu amiga Efe aquí, ¿No? «¿Cómo puede sospechar algo así? ¿Se lo habrá contado alguna vecina?» —Pu…pues sí. La verdad es que está en el cuarto vistiéndose. ¡Pero que sepas que no me vas a separar nunca de ella! —las lágrimas de frustración empezaron a inundar la cara de David. —Pero David, vuestra relación no va a llegar a buen puerto. Es imposible que estéis juntos.
  • 43. —¡¿Imposible?! Díselo a ella a ver qué opina —dijo David mientras se dirigía a la habitación donde estaba Efe vistiéndose. —¡Efe! ¡Efe! Sal y habla con mi madre. Lo sabe todo, pero te juro que yo no le he dicho nada. «Silencio» — Efe, venga, abre la puerta, que está mi madre esperando. En esta ocasión tampoco hubo respuesta. Miró hacia atrás y vio a su madre de pie esperando la apertura de la puerta. —Abre la puerta David —dijo la madre con notable pesadumbre en sus ojos. Contó hasta tres y abrió la puerta. «NADIE» No había nadie en la habitación. Empezó a mirar debajo de la cama, dentro del armario e incluso detrás de la puerta; pero no halló respuesta alguna. No había nadie. Efe había desaparecido. — ¡¿Sabes dónde se ha metido Efe?! —Efe está justo ahí, de la página sesenta y nueve a la ochenta y una —dijo señalando un libro que tenía encima del escritorio. David estaba estupefacto. No daba crédito. El título del libro rezaba de la siguiente forma: CIE 10: TRANSTORNOS MENTALES Y DEL COMPORTAMIENTO Empezó a ojear las páginas que le había dicho su madre. Coincidía con el capítulo V. Capítulo V: Trastornos mentales y del comportamiento F20.0 Esquizofrenia: II.- DEFINICIÓN: 1.- Definición: “La esquizofrenia (de origen griego –Esquizo: separación- frenia-mente/realidad-) es una enfermedad compleja o grupo de trastornos caracterizados por alucinaciones, ideas delirantes, trastornos conductuales, funcionamiento social alterado y síntomas coexistentes” Las lágrimas no paraban de brotar. Esquizofrenia, F20. Código por el cual se conoce a ese trastorno. Ahora lo entendía todo. Su nombre “efe”, su apellido Falconi, su número de teléfono -6 20 20 20 20- , su estancia en Francia, su coche Fiat, su nombre de pila-Fabiola-, su supuesta casa en la calle Feria número 20, su cumpleaños el 20 de Noviembre (coincidiendo con el de él). Todo cuadraba. «Así siempre quería que estuviésemos solos…» Después del descubrimiento, David cerró la puerta y empezó a sentirse mareado. No daba crédito a lo que le estaba sucediendo. Efe era la única mujer que había conocido en toda su vida y lo peor de todo es que no era realmente una mujer; era su propia soledad aliada con uno de los peores trastornos psicológicos que existen. Pegó golpes, lloró y gritó hasta quedarse sin garganta. Fue un pájaro que jamás remontó vuelo. Fue ese “alguien” que voló sobre el nido del cuco. Era una crónica de separación (con la realidad) anunciada.
  • 44. ◆◆◆ 1 semana después… “El día que lo iban a internar, David Hortelano se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el coche en el que llegaban los celadores del hospital psiquiátrico.”
  • 45. EL BICHO La primera vez que vi al bicho multiplicado por cien fue un día estival en el centro de Sevilla. No esperaba verlo con tantos rostros, ni con tantos cuerpos diferentes por aquellos lares, pero para mi sorpresa lo encontré allí. Aquella vez recuerdo que hice una escapada por el centro para comprar un regalo a mi antigua novia. Pero como siempre me entra una indecisión enorme sobre qué regalar, me dirigí a una tienda llamada FNAC. Tres o cuatro plantas (no lo recuerdo muy bien) llenas de artículos electrónicos, videoconsolas, discos de música, muñecos frikis, libros, etc. Si el capitalismo fuese una tienda, esta estaría en el top tres de las candidatas al oro. Bueno, a lo que iba. Ese día como era de costumbre me dirigí a la planta más alta de la tienda. Era donde se localizaban todos los libros y yo sabía, al igual que usted, querido lector, que un libro siempre es un buen regalo y que nos puede sacar de un gran aprieto. La tienda estaba diseñada para que al subir cada planta tuviésemos que pasar por todas las estanterías de la misma. Me explico: si estás en la planta una y quieres ir a la planta dos; las escaleras mecánicas que dan acceso a la planta dos, están en el extremo de la planta una. Así los del negocio se aseguran que ves toda la planta completa (aunque no te interese). Y ahí estaba yo. Después de haberme tragado tres plantas enteras, subiendo la última escalera mecánica que daría acceso por fin a la zona de libros. El mecanismo era lento, pero ya vislumbraba parte de la planta. «Je, je, je a ver qué libro le compro» Para mi sorpresa cuando llegué a la zona me encontré de frente con un centenar de bichos. Y lo que es peor de todo. ¡A uno de sus jefes! No daba crédito. El agua no podía mezclarse con el aceite. Pero parecía que aquí habían hecho un pacto y habían logrado fusionarse. «La vi» Allí estaba. Sentada en un trono de cartón piedra, la princesa del pueblo. Uno de los mayores jefes de los bichos. Rodeada de secuaces que le pedían fotos y autógrafos en la portada de su libro. «Espera, ¿su libro?» No sabía que la incultura se podía mezclar tan rápido con la cultura, necio de mí. Ella tenía lo que yo llamo “El pegamento universal”. Otros lo llaman dinero. Llámele, querido amigo, como usted quiera. Por mera curiosidad lectora me apresuré a leer el prólogo. No pude completarlo ya que mi cabeza estaba al borde del colapso cerebral. Lo que sí me percaté era de la editorial que había publicado tal joya… a tal bicho. ¡Era una filial del grupo planeta! El grupo planeta es como la champions, en el fútbol. ¿Cómo tal aberración podría estar jugando en una liga tan alta? La respuesta la tenéis unos renglones más arriba. El pegamento universal. Cerré la portada y mis neuronas suspiraron aliviadas. Me piro, ya he visto demasiado hoy. Bajé de nuevo las escaleras para salir de aquel mejunje “aguaceitero”. Después de tragarme por segunda vez todas las plantas del edificio llegué a la puerta principal. «Por fin salí» No daba crédito aún a lo que había percibido. Centenares de bichos alimentando a uno de los más grandes y peores que puede haber. ¡Y mira que estoy acostumbrado a los bichos! Los he visto en muchos sitios. En entrevistas de pseudocantantes monotemáticos cuyo eje principal y único es el amor; en miradas de antiguas parejas que quizás ahora mismo estén leyendo esto; en los malos usos de las redes sociales anulando e impidiendo algo tan importante para el ser humano como es la comunicación. También he visto al bicho en las malas contestaciones de niños a padres, de padres a niños, y de viejos a padres. En las
  • 46. paredes que escuchan de forma escéptica las voces y los silencios agoniosos de las parejas. Incluso lo he visto en forma de ovación. En esos “ooooleeee” de animales en las plazas de toros, en la picaresca cutre española. El bicho está en todos sitios. En todos los lugares. Todos los días. A todas las horas. Tened cuidado con él. Atte. Un pequeño bicho