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EL JUGUETE RABIOSO
Silvio Astier es un adolescente que fracasa en sus intentos sucesivos por lograr una vida mejor. Silvio conoce
a Enrique y a Lucio, y entre los tres deciden formar el Club de los Caballeros de la Media Noche. Se incluye
un fragmento de un robo a una biblioteca escolar.
CUANDO tenía catorceaños meinició en los deleites y afanes
de la literatura bandoleresca un viejo zapateroandaluz que tenía
su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada
verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle
Rivadavia entre Sud América y Bolivia.
Dicha literatura, que yo devoraba en las «entregas»
numerosas, erala historia de José María, el Rayo deAndalucía,
o las aventuras de don Jaime el Barbudo y otros perillanes…
Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular
corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las
viudas y me amarían singulares doncellas. Necesitaba un
camarada en las aventuras de la primera edad, y éste fue
Enrique Irzubeta. Era el tal un pelafustán a quien siempre oí
llamar por el edificante apodo de «el falsificador».
Enrique tenía catorce años cuando engañó al fabricante de
una fábrica de caramelos, lo quees una evidente prueba de que
los dioses habían trazado cuál sería en el futuro el destino del
amigo Enrique. Perocomo los dioses sonarteros de corazón, no
me sorprende al escribir mis memorias enterarme de que
Enrique se hospeda en uno de esos hoteles que el Estado
dispone para los audaces y bribones.
De esta unión con Enrique, de las prolongadas conversaciones
acerca de bandidos y latrocinios, nos nació una singular
predisposición para ejecutar barrabasadas, y un deseoinfinito de
inmortalizarnos con el nombre de delincuentes.
No recuerdo por medio de quésutilezas y sinrazones llegamos
a convencernos de que robar eraacción meritoria y bella; pero sí
sé que de mutuo acuerdo, resolvimos organizar un club de
ladrones, del que por el momento, nosotros solos éramos
afiliados.
Pocas semanas después de hablado esto, por diligencia de
Enrique, se asocióa nosotros cierto Lucio, un majadero pequeño
de cuerpo y lívido de tantomasturbarse, todo esto junto a una
cara tan de sinvergüenza que movía a risa cuando se lemiraba.
Próximamentea las doce de la noche me reuní en uncafé con
Enrique y Lucio a ultimar los detalles de un robo que
pensábamos efectuar.
—¿Estás seguro, Lucio, de que los porteros no están?
—Segurísimo. Ahora hay vacaciones y cada uno tira por su
lado.
Tratábamos nadamenos que de despojar la biblioteca de una
escuela.
Cruzada la diagonal dela plazoleta, nos encontramos frente a
la muralla de la escuela, y allí notamos que comenzaba a llover
otra vez.
Al detenernos frente a la biblioteca, Enrique invitó:
—Mejor que entremos a buscar libros.
—¿Y con qué abrimos la puerta?
—Yo vi una barra de fierro en la piecita.
Enrique abrió cautelosamente la puerta de la biblioteca. Se
pobló la atmósferade olor a papel viejo, y a la luz de la linterna
vimos huir una araña por el piso encerado. Altas estanterías
barnizadas de rojotocaban el cielo raso, y la cónica rueda de luz
se movía en las oscuras librerías, iluminando estantes cargados
de libros. Majestuosas vitrinas añadían un decoro severo a lo
sombrío, y tras de los cristales, en los lomos de cuero, de tela y
de pasta, relucían las guardas arabescas y títulos dorados de los
tejuelos.
—¿Dónde estarán las llaves?
—Seguramente en el cajón de la mesa.
Registramos el escritorio, y en una caja de plumas las
hallamos. Rechinó unacerradura y comenzamos a investigar.
Sacando los volúmenes los hojeábamos, y Enrique queera algo
sabedor de precios decía: «No vale nada», o «vale».
—Las Montañas del Oro.
—Es un libroagotado. Diez pesos telo dan encualquier parte.
—Evolución de la Materia, de Lebón. Tiene fotografías.
—Me la reservo para mí —dijo Enrique.
—Rouquete. Química Orgánica e Inorgánica.
—Ponélo acá con los otros. —Cálculo Infinitesimal.
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—¿Y esto?
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—Charles Baudelaire. Su vida.
—A ver, alcanzá.
—Parece una biografía. No vale nada.
Al azar entreabría el volumen.
—Son versos.
—¿Qué dicen?
Leí en voz alta:
—Che, ¿sabés que esto es hermosísimo? Me lo llevo para
casa.
Enrique en el escritorio acomodaba los volúmenes y echaba
un vistazo a sus páginas. Yo con amaño había terminado de
envolver las lámparas, cuando en el pasillo reconocimos los
pasos de Lucio.
—Ahí viene un hombre… Entró recién… apaguen.
—¿Quién será? —suspiró Enrique.
Lucio respondió con el codo. Ahora le escuchábamos más
próximo, y sus pasos retumbaban en mis oídos, comunicando la
angustia del tímpano atentísimo al temblor de la vena.
Erguido, con ambas manos sostenía lapalanca encima de mi
cabeza, prestopara todo, dispuesto a descargar el golpe… y en
tanto escuchaba, mis sentidos discernían con prontitud
maravillosa el cariz de los sonidos, persiguiéndolos en su origen,
definiendo por sus estructuras el estado psicológico del que los
provocaba.
De pronto, una enronquecida voz, cantó allí, abajo, con la
melancolía delos borrachos: Maldito aquel día quete conocí, ay
macarena, ay macarena… La soñolienta canción se quebró
bruscamente.
Al llegar al pasillo, el desconocido rezongó nuevamente: ay
macarena, ay macarena.
—Enrique —susurré—, Enrique.
Nadie respondió. Con una agria hediondez de vino, trajo el
viento el ruido de un eructo.
—Es un borracho —sopló en mi oreja Enrique—. Si viene lo
amordazamos.
El intruso se alejaba arrastrando los pies, y desapareció al final
del corredor. En un recodo se detuvo, y le escuchamos forcejear
en el picaporte de una puerta que cerró estrepitosamente tras él.
LOS SIETE LOCOS
Remo Erdosain trabaja como cobradoren una compañía
azucarera y roba dinero. El director, el subdirector y el
contador lo acusan porque alguien lo ha delatado a
través de un anónimo. En los fragmentos que hemos
reproducido, Erdosain visita a distintos personajes con el
objeto de solicitarles un préstamo para evitar la cárcel.
Sabía que era un ladrón. Pero la categoría en que se
colocaba no le interesaba. Quizá la palabra ladrón no
estuviera en consonancia con su estado interior. Existía
otro sentimiento y ése era el silencio circular entrado como
un cilindro de acero en la masa de su cráneo, de tal modo
que lo dejaba sordo para todo aquello que no se
relacionara con su desdicha.
Si continuó trabajando en la Compañía Azucarera no fue
para robar más cantidades de dinero, sino porque
esperaba un acontecimiento extraordinario –
inmensamente extraordinario– que diera un giro
inesperado a su vida y lo salvara de la catástrofe que veía
acercarse a su puerta.
¿Qué es lo que hago con mi vida?, decíase entonces,
queriendo quizás aclarar con esta pregunta los orígenes
de la ansiedad que le hacía apetecer una existencia en la
cual el mañana no fuera la continuación de hoy con su
medida de tiempo, sino algo distinto y siempre inesperado
como en los desenvolvimientos de las películas
norteamericanas, donde el pordiosero de ayer es el jefe de
una sociedad secreta de hoy, y la dactilógrafa aventurera
una multimillonaria de incógnito.
A las diez de la mañana Erdosain llegó a Perú y Avenida
de Mayo. (…) De pronto se sorprendió. En la mesa de un
café estaba el farmacéutico Ergueta.
–¿Y cómo te va?
–Muy bien... La farmacia da setenta pesos diarios. En
Pico no hay otro que conozca la Biblia como yo. Lo
desafié al cura a una controversia y no quiso agarrar viaje.
Erdosain miró repentinamente esperanzado a su extraño
amigo. Luego le preguntó:
–¿Jugás siempre?
–Sí, y Jesús, por mi mucha inocencia, me ha revelado el
secreto de la ruleta.
Erdosain no había entendido. Contenía su deseo de reír
a medida que su esperanza crecía, pues era indudable
que Ergueta estaba loco. Por eso replicó:
–Jesús sabe revelar esos secretos a los que tienen el
alma llena de santidad.
–Y también a los idiotas –arguyó Ergueta clavando en él
una mirada burlona, a medida que guiñaba el párpado
izquierdo–. Desde que yo me ocupo de esas cosas
misteriosas, he hecho macanas grandes como casas, por
ejemplo, casarme con esa atorranta...
–¿Ves? Yo te entiendo a vos. Creo que tenés por
delante un camino magnífico. ¿Sabes? Un camino raro...
–Seré el Rey del Mundo. ¿Te das cuenta? Ganaré en
todas las ruletas el dinero que quiera. Iré a Palestina, a
Jerusalén y reedificaré el gran templo de Salomón...
–Y salvarás de la angustia a mucha gente buena.
Cuántos hay que por necesidad defraudaron a sus
patrones, robaron dinero que les estaba confiado.
¿Sabes? La angustia... Un tipo angustiado no sabe lo que
hace... ¿Te das cuenta? Esa es la gente que hay que
salvar... a los angustiados, a los fraudulentos.
El farmacéutico meditó un instante.
–¿Quiénes van a hacer la revolución social, sino los
estafadores, los desdichados, los asesinos, los
fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin
esperanza alguna? ¿O te crees que la revolución la van a
hacer los cagatintas y los tenderos?
–Pero, en tanto llega la revolución social, ¿qué hace ese
desdichado? ¿Qué hago yo? Porque yo estoy a un paso
de la cárcel, ¿sabes? He robado seiscientos pesos con
siete centavos. ¿Vos no podes prestarme esos seiscientos
pesos?
–Rajá, turrito, rajá.
Caía la tarde y de pronto recordó que el único que podía
salvarle de su horrible situación era el Astrólogo.
El edificio que ocupaba el Astrólogo estaba situado en el
centro de una quinta boscosa. (…) Cuando se detuvo para
llamar frente a la escalinata apareció por la puerta la
gigantesca figura del Astrólogo, cubierto con un
guardapolvo amarillo y la galera echada sobre la frente,
sombreándole el anchuroso rostro romboidal.
–¡Ah! ¿Es usted?... Pase. Le voy a presentar al Rufián
Melancólico.
Atravesando el vestíbulo oscuro y hediondo a humedad,
entraron a un escritorio de muros rameados por un
descolorido papel verdoso.
(…) Luego el Rufián volvió nuevamente la cabeza hacia
un mapa de los Estados Unidos de la América del Norte,
al cual se dirigió al Astrólogo recogiendo un puntero. Y ya
detenido, con el brazo amarillo cortando el azul mar del
Caribe, exclamó:
–El Ku–Klux–Klan tenía sólo en Chicago 150 mil
adherentes... En Missouri, 100.000 adherentes. Se dice
que en Arkansas hay más de 200 «cavernas». En Little
Rock, el Imperio Invisible afirma que todos los pastores
protestantes están adheridos a la hermandad. En Texas
domina absolutamente en las ciudades de Dallas, Fort,
Houston, Beaumont. En Binghamtom, residencia de Smith,
que era Gran Dragón de la Orden, se contaban 75.000
adeptos, y en Oklahoma éstos hicieron decretar por las
Cámaras un «bill» suspendiéndolo a Walton, el
gobernador, por perseguirlos, de tal modo que
prácticamente el estado se encontraba hasta hace poco
tiempo bajo el control del Klan.
–¿Qué es lo que se opone aquí en la Argentina para que
exista también una sociedad secreta que alcance tanto
poderío como aquélla allá? Y le hablo a usted con
franqueza. No sé si nuestra sociedad será bolchevique o
fascista. (…) Mi plan es dirigirnos con preferencia a los
jóvenes bolcheviques, estudiantes y proletarios
inteligentes. Además, acogeremos a los que tienen un
plan para reformar el universo, a los empleados que
aspiran a ser millonarios, a los inventores fallados –no se
dé por aludido, Erdosain–, a los cesantes de cualquier
cosa, a los que acaban de sufrir un proceso y quedan en
la calle sin saber para qué lado mirar...
Erdosain recordó la misión que lo llevó a la casa del
Astrólogo, y dijo:
–Tendría que hablar con usted...
–Un momentito... estoy en seguida con usted –y siguió–:
El poder de esta sociedad no derivará de lo que los socios
quieran dar, sino de lo que producirán los prostíbulos
anexos a cada célula. Cuando yo hablo de una sociedad
secreta, no me refiero al tipo clásico de sociedad, sino a
una supermoderna, donde cada miembro y adepto tenga
intereses, y recoja ganancias, porque sólo así es posible
vincularlos más y más a los fines que sólo conocerán unos
pocos. Este es el aspecto comercial. Los prostíbulos
producirán ingresos como para mantener las crecientes
ramificaciones de la sociedad. En la cordillera
estableceremos una colonia revolucionaria. Allí, los
novicios seguirán cursos de táctica ácrata, propaganda
revolucionaria, ingeniería militar, instalaciones industriales,
de manera que estos asociados el día que salgan de la
colonia puedan establecer en cualquier parte una rama de
la sociedad... ¿Me entiende? La sociedad secreta tendrá
su academia, la Academia para Revolucionarios.
–Perdone que lo interrumpa.
–¿Qué es lo que le pasa a usted?
–Si mañana no repongo seiscientos pesos en la
Azucarera, me pondrán preso.
-Hace falta oro para atrapar la conciencia de los
hombres. Así como hubo el misticismo religioso y el
caballeresco, hay que crear misticismo industrial. Hacerle
ver a un hombre que es tan bello ser jefe de un alto horno
como hermoso antes descubrir un continente. Mi político,
mi alumno político en la sociedad será un hombre que
pretenderá conquistar la felicidad mediante la industria.
(…) Crear un hombre soberbio, hermoso, inexorable, que
domina las multitudes y les muestra un porvenir basado en
la ciencia. ¿Cómo es posible de otro modo una revolución
social? El jefe de hoy ha de ser un hombre que lo sepa
todo. (…) Un Ford o un Edison tienen mil probabilidades
más de provocar una revolución que un político. ¿Usted
cree que las futuras dictaduras serán militares? No, señor.
El militar no vale nada junto al industrial. Puede ser
instrumento de él, nada más. Eso es todo. Los futuros
dictadores serán reyes del petróleo, del acero, del trigo.
Nosotros, con nuestra sociedad, prepararemos ese
ambiente. Familiarizaremos a la gente con nuestras
teorías. Por eso hace falta un estudio detenido de
propaganda. Aprovechar los estudiantes y las estudiantas.
Embellecer la ciencia, acercarla de tal modo a los
hombres que de pronto...
PALABRAS DEL AUTOR DE LOS LANZALLAMAS
Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana. (…) Cuando se tiene
algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están
junto a uno dictándole inefables palabras.
Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que
escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia. Orgullosamente afirmo que escribir, para mí,
constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la
vida escribiendo es penoso y rudo. (…) Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo
general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un
excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.
El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de
literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula.
Quicio
Me entrego a todos, mas no soy de nadie;
para ganarme el pan vendo mi cuerpo.
¿Qué he de vender para guardar intactos
mi corazón, mis penas y mis sueños?
Cesar Tiempo (Versos de una…)
La Luna con gatillo (Raúl González Tuñón)
Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie. (…)
Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.
Un poema es un poema
y ya está todo dicho.
Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.
Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.
¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?
Subiré al cielo,
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para que esto cambie de una vez.

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El juguete rabioso y Los siete locos

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  • 8. EL JUGUETE RABIOSO Silvio Astier es un adolescente que fracasa en sus intentos sucesivos por lograr una vida mejor. Silvio conoce a Enrique y a Lucio, y entre los tres deciden formar el Club de los Caballeros de la Media Noche. Se incluye un fragmento de un robo a una biblioteca escolar. CUANDO tenía catorceaños meinició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapateroandaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia. Dicha literatura, que yo devoraba en las «entregas» numerosas, erala historia de José María, el Rayo deAndalucía, o las aventuras de don Jaime el Barbudo y otros perillanes… Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas. Necesitaba un camarada en las aventuras de la primera edad, y éste fue Enrique Irzubeta. Era el tal un pelafustán a quien siempre oí llamar por el edificante apodo de «el falsificador». Enrique tenía catorce años cuando engañó al fabricante de una fábrica de caramelos, lo quees una evidente prueba de que los dioses habían trazado cuál sería en el futuro el destino del amigo Enrique. Perocomo los dioses sonarteros de corazón, no me sorprende al escribir mis memorias enterarme de que Enrique se hospeda en uno de esos hoteles que el Estado dispone para los audaces y bribones. De esta unión con Enrique, de las prolongadas conversaciones acerca de bandidos y latrocinios, nos nació una singular predisposición para ejecutar barrabasadas, y un deseoinfinito de inmortalizarnos con el nombre de delincuentes. No recuerdo por medio de quésutilezas y sinrazones llegamos a convencernos de que robar eraacción meritoria y bella; pero sí sé que de mutuo acuerdo, resolvimos organizar un club de ladrones, del que por el momento, nosotros solos éramos afiliados. Pocas semanas después de hablado esto, por diligencia de Enrique, se asocióa nosotros cierto Lucio, un majadero pequeño de cuerpo y lívido de tantomasturbarse, todo esto junto a una cara tan de sinvergüenza que movía a risa cuando se lemiraba. Próximamentea las doce de la noche me reuní en uncafé con Enrique y Lucio a ultimar los detalles de un robo que pensábamos efectuar. —¿Estás seguro, Lucio, de que los porteros no están? —Segurísimo. Ahora hay vacaciones y cada uno tira por su lado. Tratábamos nadamenos que de despojar la biblioteca de una escuela. Cruzada la diagonal dela plazoleta, nos encontramos frente a la muralla de la escuela, y allí notamos que comenzaba a llover otra vez. Al detenernos frente a la biblioteca, Enrique invitó: —Mejor que entremos a buscar libros. —¿Y con qué abrimos la puerta? —Yo vi una barra de fierro en la piecita. Enrique abrió cautelosamente la puerta de la biblioteca. Se pobló la atmósferade olor a papel viejo, y a la luz de la linterna vimos huir una araña por el piso encerado. Altas estanterías barnizadas de rojotocaban el cielo raso, y la cónica rueda de luz se movía en las oscuras librerías, iluminando estantes cargados de libros. Majestuosas vitrinas añadían un decoro severo a lo sombrío, y tras de los cristales, en los lomos de cuero, de tela y de pasta, relucían las guardas arabescas y títulos dorados de los tejuelos. —¿Dónde estarán las llaves? —Seguramente en el cajón de la mesa. Registramos el escritorio, y en una caja de plumas las hallamos. Rechinó unacerradura y comenzamos a investigar. Sacando los volúmenes los hojeábamos, y Enrique queera algo sabedor de precios decía: «No vale nada», o «vale». —Las Montañas del Oro. —Es un libroagotado. Diez pesos telo dan encualquier parte. —Evolución de la Materia, de Lebón. Tiene fotografías. —Me la reservo para mí —dijo Enrique. —Rouquete. Química Orgánica e Inorgánica. —Ponélo acá con los otros. —Cálculo Infinitesimal. —Eso es matemática superior. Debe ser caro. —¿Y esto? —¿Cómo se llama? —Charles Baudelaire. Su vida. —A ver, alcanzá. —Parece una biografía. No vale nada. Al azar entreabría el volumen. —Son versos. —¿Qué dicen? Leí en voz alta: —Che, ¿sabés que esto es hermosísimo? Me lo llevo para casa. Enrique en el escritorio acomodaba los volúmenes y echaba un vistazo a sus páginas. Yo con amaño había terminado de envolver las lámparas, cuando en el pasillo reconocimos los pasos de Lucio. —Ahí viene un hombre… Entró recién… apaguen. —¿Quién será? —suspiró Enrique. Lucio respondió con el codo. Ahora le escuchábamos más próximo, y sus pasos retumbaban en mis oídos, comunicando la angustia del tímpano atentísimo al temblor de la vena. Erguido, con ambas manos sostenía lapalanca encima de mi cabeza, prestopara todo, dispuesto a descargar el golpe… y en tanto escuchaba, mis sentidos discernían con prontitud maravillosa el cariz de los sonidos, persiguiéndolos en su origen, definiendo por sus estructuras el estado psicológico del que los provocaba. De pronto, una enronquecida voz, cantó allí, abajo, con la melancolía delos borrachos: Maldito aquel día quete conocí, ay macarena, ay macarena… La soñolienta canción se quebró bruscamente. Al llegar al pasillo, el desconocido rezongó nuevamente: ay macarena, ay macarena. —Enrique —susurré—, Enrique. Nadie respondió. Con una agria hediondez de vino, trajo el viento el ruido de un eructo. —Es un borracho —sopló en mi oreja Enrique—. Si viene lo amordazamos. El intruso se alejaba arrastrando los pies, y desapareció al final del corredor. En un recodo se detuvo, y le escuchamos forcejear en el picaporte de una puerta que cerró estrepitosamente tras él.
  • 9. LOS SIETE LOCOS Remo Erdosain trabaja como cobradoren una compañía azucarera y roba dinero. El director, el subdirector y el contador lo acusan porque alguien lo ha delatado a través de un anónimo. En los fragmentos que hemos reproducido, Erdosain visita a distintos personajes con el objeto de solicitarles un préstamo para evitar la cárcel. Sabía que era un ladrón. Pero la categoría en que se colocaba no le interesaba. Quizá la palabra ladrón no estuviera en consonancia con su estado interior. Existía otro sentimiento y ése era el silencio circular entrado como un cilindro de acero en la masa de su cráneo, de tal modo que lo dejaba sordo para todo aquello que no se relacionara con su desdicha. Si continuó trabajando en la Compañía Azucarera no fue para robar más cantidades de dinero, sino porque esperaba un acontecimiento extraordinario – inmensamente extraordinario– que diera un giro inesperado a su vida y lo salvara de la catástrofe que veía acercarse a su puerta. ¿Qué es lo que hago con mi vida?, decíase entonces, queriendo quizás aclarar con esta pregunta los orígenes de la ansiedad que le hacía apetecer una existencia en la cual el mañana no fuera la continuación de hoy con su medida de tiempo, sino algo distinto y siempre inesperado como en los desenvolvimientos de las películas norteamericanas, donde el pordiosero de ayer es el jefe de una sociedad secreta de hoy, y la dactilógrafa aventurera una multimillonaria de incógnito. A las diez de la mañana Erdosain llegó a Perú y Avenida de Mayo. (…) De pronto se sorprendió. En la mesa de un café estaba el farmacéutico Ergueta. –¿Y cómo te va? –Muy bien... La farmacia da setenta pesos diarios. En Pico no hay otro que conozca la Biblia como yo. Lo desafié al cura a una controversia y no quiso agarrar viaje. Erdosain miró repentinamente esperanzado a su extraño amigo. Luego le preguntó: –¿Jugás siempre? –Sí, y Jesús, por mi mucha inocencia, me ha revelado el secreto de la ruleta. Erdosain no había entendido. Contenía su deseo de reír a medida que su esperanza crecía, pues era indudable que Ergueta estaba loco. Por eso replicó: –Jesús sabe revelar esos secretos a los que tienen el alma llena de santidad. –Y también a los idiotas –arguyó Ergueta clavando en él una mirada burlona, a medida que guiñaba el párpado izquierdo–. Desde que yo me ocupo de esas cosas misteriosas, he hecho macanas grandes como casas, por ejemplo, casarme con esa atorranta... –¿Ves? Yo te entiendo a vos. Creo que tenés por delante un camino magnífico. ¿Sabes? Un camino raro... –Seré el Rey del Mundo. ¿Te das cuenta? Ganaré en todas las ruletas el dinero que quiera. Iré a Palestina, a Jerusalén y reedificaré el gran templo de Salomón... –Y salvarás de la angustia a mucha gente buena. Cuántos hay que por necesidad defraudaron a sus patrones, robaron dinero que les estaba confiado. ¿Sabes? La angustia... Un tipo angustiado no sabe lo que hace... ¿Te das cuenta? Esa es la gente que hay que salvar... a los angustiados, a los fraudulentos. El farmacéutico meditó un instante. –¿Quiénes van a hacer la revolución social, sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna? ¿O te crees que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos? –Pero, en tanto llega la revolución social, ¿qué hace ese desdichado? ¿Qué hago yo? Porque yo estoy a un paso de la cárcel, ¿sabes? He robado seiscientos pesos con siete centavos. ¿Vos no podes prestarme esos seiscientos pesos? –Rajá, turrito, rajá. Caía la tarde y de pronto recordó que el único que podía salvarle de su horrible situación era el Astrólogo. El edificio que ocupaba el Astrólogo estaba situado en el centro de una quinta boscosa. (…) Cuando se detuvo para llamar frente a la escalinata apareció por la puerta la gigantesca figura del Astrólogo, cubierto con un guardapolvo amarillo y la galera echada sobre la frente, sombreándole el anchuroso rostro romboidal. –¡Ah! ¿Es usted?... Pase. Le voy a presentar al Rufián Melancólico. Atravesando el vestíbulo oscuro y hediondo a humedad, entraron a un escritorio de muros rameados por un descolorido papel verdoso. (…) Luego el Rufián volvió nuevamente la cabeza hacia un mapa de los Estados Unidos de la América del Norte, al cual se dirigió al Astrólogo recogiendo un puntero. Y ya detenido, con el brazo amarillo cortando el azul mar del Caribe, exclamó: –El Ku–Klux–Klan tenía sólo en Chicago 150 mil adherentes... En Missouri, 100.000 adherentes. Se dice que en Arkansas hay más de 200 «cavernas». En Little Rock, el Imperio Invisible afirma que todos los pastores protestantes están adheridos a la hermandad. En Texas domina absolutamente en las ciudades de Dallas, Fort, Houston, Beaumont. En Binghamtom, residencia de Smith, que era Gran Dragón de la Orden, se contaban 75.000 adeptos, y en Oklahoma éstos hicieron decretar por las Cámaras un «bill» suspendiéndolo a Walton, el gobernador, por perseguirlos, de tal modo que prácticamente el estado se encontraba hasta hace poco tiempo bajo el control del Klan. –¿Qué es lo que se opone aquí en la Argentina para que exista también una sociedad secreta que alcance tanto poderío como aquélla allá? Y le hablo a usted con franqueza. No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. (…) Mi plan es dirigirnos con preferencia a los jóvenes bolcheviques, estudiantes y proletarios inteligentes. Además, acogeremos a los que tienen un plan para reformar el universo, a los empleados que aspiran a ser millonarios, a los inventores fallados –no se
  • 10. dé por aludido, Erdosain–, a los cesantes de cualquier cosa, a los que acaban de sufrir un proceso y quedan en la calle sin saber para qué lado mirar... Erdosain recordó la misión que lo llevó a la casa del Astrólogo, y dijo: –Tendría que hablar con usted... –Un momentito... estoy en seguida con usted –y siguió–: El poder de esta sociedad no derivará de lo que los socios quieran dar, sino de lo que producirán los prostíbulos anexos a cada célula. Cuando yo hablo de una sociedad secreta, no me refiero al tipo clásico de sociedad, sino a una supermoderna, donde cada miembro y adepto tenga intereses, y recoja ganancias, porque sólo así es posible vincularlos más y más a los fines que sólo conocerán unos pocos. Este es el aspecto comercial. Los prostíbulos producirán ingresos como para mantener las crecientes ramificaciones de la sociedad. En la cordillera estableceremos una colonia revolucionaria. Allí, los novicios seguirán cursos de táctica ácrata, propaganda revolucionaria, ingeniería militar, instalaciones industriales, de manera que estos asociados el día que salgan de la colonia puedan establecer en cualquier parte una rama de la sociedad... ¿Me entiende? La sociedad secreta tendrá su academia, la Academia para Revolucionarios. –Perdone que lo interrumpa. –¿Qué es lo que le pasa a usted? –Si mañana no repongo seiscientos pesos en la Azucarera, me pondrán preso. -Hace falta oro para atrapar la conciencia de los hombres. Así como hubo el misticismo religioso y el caballeresco, hay que crear misticismo industrial. Hacerle ver a un hombre que es tan bello ser jefe de un alto horno como hermoso antes descubrir un continente. Mi político, mi alumno político en la sociedad será un hombre que pretenderá conquistar la felicidad mediante la industria. (…) Crear un hombre soberbio, hermoso, inexorable, que domina las multitudes y les muestra un porvenir basado en la ciencia. ¿Cómo es posible de otro modo una revolución social? El jefe de hoy ha de ser un hombre que lo sepa todo. (…) Un Ford o un Edison tienen mil probabilidades más de provocar una revolución que un político. ¿Usted cree que las futuras dictaduras serán militares? No, señor. El militar no vale nada junto al industrial. Puede ser instrumento de él, nada más. Eso es todo. Los futuros dictadores serán reyes del petróleo, del acero, del trigo. Nosotros, con nuestra sociedad, prepararemos ese ambiente. Familiarizaremos a la gente con nuestras teorías. Por eso hace falta un estudio detenido de propaganda. Aprovechar los estudiantes y las estudiantas. Embellecer la ciencia, acercarla de tal modo a los hombres que de pronto... PALABRAS DEL AUTOR DE LOS LANZALLAMAS Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana. (…) Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras. Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia. Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. (…) Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Quicio Me entrego a todos, mas no soy de nadie; para ganarme el pan vendo mi cuerpo. ¿Qué he de vender para guardar intactos mi corazón, mis penas y mis sueños? Cesar Tiempo (Versos de una…) La Luna con gatillo (Raúl González Tuñón) Es preciso que nos entendamos. Yo hablo de algo seguro y de algo posible. Seguro es que todos coman y vivan dignamente y es posible saber algún día muchas cosas que hoy ignoramos. Entonces, es necesario que esto cambie. (…) Un poema no es una mesa, ni un pan, ni un muro, ni una silla, ni una bota. Un poema es un poema y ya está todo dicho. Con una mesa, con un pan, con un muro, con una silla, con una bota, no se puede cambiar el mundo. Con una carabina, con un libro, eso es posible. ¿Comprendéis por qué el poeta y el soldado pueden ser una misma cosa? Subiré al cielo, le pondré gatillo a la luna y desde arriba fusilaré al mundo,
  • 11. suavemente, para que esto cambie de una vez.