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c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 103
IV. LA JUSTICIA DE DIOS REVELADA EN LA SANTIFICACIÓN DEL PECADOR, cc. 6-8.
Empezando el capítulo seis hay un tema nuevo en nuestro estudio que continúa hasta el fin del
capítulo ocho. Es el tema que en términos teológicos se define como “la santificación”. La palabra
“santificación” quiere decir “separación”, y generalmente se refiere a la separación de personas y cosas
para Dios. El Nuevo Testamento nos enseña tres aspectos en lo referente a la santificación del creyente.
Estos son:
Desde el mismo momento que una persona cree en el Señor Jesucristo y Su obra salvadora, esa persona es
“separada” para Dios como propiedad Suya. Habiendo sido redimida de su esclavitud a Satanás, el pecado y la
muerte, es completamente purificada y justificada por la sangre de Cristo (He. 10:10, 14):
“Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida una
vez para siempre… Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son
santificados.”
Delante de Dios no es meramente un pecador lavado, sino un santo —palabra de la misma raíz que “santificación”
que quiere decir “persona santificada, apartada para Dios”—, tan perfecto, santo y justo como lo es Jesús. La
santificación posicional es una obra de Dios aparte de cualquier esfuerzo o acto de justicia del creyente. “La
santificación posicional es tan completa para el más débil como para el más fuerte de los santos. Depende
solamente de su unión y posición en Cristo” (Grandes Temas Bíblicos).
1 — LA SANTIFICACIÓN POSICIONAL
Se llama “experimental” porque tiene que ver con la santificación como algo que el creyente experimenta en su
vida diaria, y “progresiva” porque es un proceso, una obra del Espíritu Santo a lo largo de la vida del creyente
conformándolo “a la imagen” de Cristo (Ro. 8:29):
“Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen
de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos;”
En su posición delante de Dios el creyente es completamente santificado, separado de todo mal, purificado y
sin mancha desde el momento que cree, pero en su vida práctica sigue siendo un pecador, lejos de la
perfección. La voluntad de Dios es que seamos santos en la práctica como Él lo es (1 P. 1:14-16, NVI):
“Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la
ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los
llamó; pues está escrito: ‘Sean santos, porque yo soy santo.’ ”
Por eso, el Padre nos ha dado el Espíritu Santo para ayudarnos y darnos la victoria sobre el pecado.
Mientras que la santificación posicional está completamente desligada de los esfuerzos y logros del creyente en
su diario andar, la experimental depende de la cooperación del creyente con el Espíritu.
2 — LA SANTIFICACIÓN EXPERIMENTAL Y PROGRESIVA
Ninguna persona ha logrado ni podría lograr la santificación definitiva este lado del Cielo. Tanto en nuestra
posición como en la experiencia estaremos con nuestro Señor en la gloria. A pesar de las fallas de cada uno
aquí en la tierra, ninguno tendrá “mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef. 5:27). Todos ya seremos “hechos
conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29), “semejantes a Él” (1 Jn. 3:2). Tan puros y santos en la experiencia
como lo es el Señor Jesús.
3 — LA SANTIFICACIÓN DEFINITIVA
104 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 105
Todo lo que hemos estudiado sobre nuestra posición ante Dios, nuestra justificación y aceptación
incondicional por Él, es realmente maravilloso, pero, ¿cómo se relaciona todo esto con nuestra vida
cotidiana aquí en la tierra? ¿Cómo puedo tener victoria sobre el pecado y vivir de acuerdo a mi posición
como persona justificada? En los capítulos seis al ocho Pablo nos aclara este asunto tan importante
enseñándonos sobre la santificación experimental y progresiva.
A. NUESTRA IDENTIFICACIÓN CON CRISTO POR LA FE ES LA BASE Y LA META DE
LA SANTIFICACIÓN, c. 6
1. La base de la santificación, vv. 1-4
a. “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde?” v. 1
v. 1 ¿Por qué hizo Pablo esta pregunta? Porque dijo en 5:20 que la Ley de Dios fue dada para poner
de manifiesto la rebelión y la pecaminosidad atroz de todas las personas. Hubo algo más que Pablo dijo
en ese versículo; ¿recuerdan lo que fue? Sí, dijo que “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”.
La gracia de Dios, Su favor en salvar a los pecadores que merecen la muerte eterna, no tiene límites. El
pecador más malvado que cree encontrará que la gracia de Dios es muchísimo más grande que todo su
pecado. Aun un asesino que cree es considerado por Dios tan justo como lo es Jesús. Pablo sabía que
muchas personas no podrían aceptar esto, y fue por esta razón que hizo la pregunta para poder contestarla
luego (DHH):
“¿Vamos a seguir pecando para que Dios se muestre aún más bondadoso?”
Tanto incrédulos como creyentes que evalúan la gracia con el razonamiento natural hacen esta
pregunta porque les parece inconsistente con el carácter santo de Dios el hecho de que Él justifique y
bendiga a personas que no han hecho nada para merecerlo. Por eso, niegan la doctrina de la justificación
de pecadores, insistiendo que el pecador tiene que hacer algo bueno para que Dios le acepte; y para
probarlo citan a He. 12:14:
“Busquen (Sigan) la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”
Pero no reconocen que todos los creyentes son santos por obra divina.
Acusan al que enseña semejante “herejía” de promover el libertinaje y de ser
culpable de la condenación eterna de muchas personas quienes no se salvarán
por la falta de santidad.
b. Todos los creyentes han muerto al pecado, v. 2
v. 2 ¿Promovía Pablo el libertinaje y el pecado? ¿Estaba sugiriendo que los hijos de Dios debían
seguir pecando para que la gracia de Dios, que ha perdonado todo nuestro pecado, fuera manifestada con
más y más abundancia? “¡De ningún modo!” dice enfáticamente; y hace otra pregunta: “Nosotros, que
hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (NVI).
Si vamos a poder comprender bien la enseñanza de los capítulos seis al ocho tenemos que reconocer
que la expresión “el pecado” no se refiere a un acto de pecado en particular, sino a la fuente de los
pecados, esto es, a la naturaleza pecaminosa. “Vivir en el pecado” es vivir bajo el control de la naturaleza
pecaminosa.
¿Cómo pudimos “morir” a la naturaleza pecaminosa si todavía estamos vivos? En la última sección
del capítulo cinco Pablo enseñó que hay dos hombres que son representantes de toda la raza humana.
Adán fue el primer representante. Nacimos en este mundo como hijos de Adán, absolutamente
identificados con él. Pecamos y caímos junto con nuestro padre Adán, llegando a ser identificados con su
maldad, y no sólo esto, sino que compartimos el castigo por su pecado, la muerte. Nacimos pecadores
La justificación por fe no
nos da licencia para pecar.
106 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
destinados al infierno. Pero cuando creímos en la obra de Jesucristo a favor nuestro, todo cambió.
Llegamos a ser identificados con Cristo. Desde entonces hemos estado EN CRISTO. En la misma
manera que estuvimos EN ADÁN cuando pecó, llegando a ser identificados juntamente con él en su
pecado y maldad, así hemos llegado a estar EN CRISTO, de modo que morimos cuando Él murió y ahora
compartimos juntamente con Él Su justicia. Nuestra identificación con Adán terminó. Nuestro nuevo
representante es el Señor Jesucristo. Cuando Él murió, nosotros morimos.
La muerte es la última separación—no se olvide que el significado de la santificación es
“separación”. Cuando una persona muere todo lo que lo ligaba con esta vida es cortado para siempre.
Ya no puede acariciar a su esposa, alzar a sus hijos, reírse con sus amigos, o trabajar en su oficina o taller
como antes. No le volveremos a ver en esta vida. La muerte es el final. El Señor Jesucristo murió a la
naturaleza pecaminosa por nosotros hace dos mil años. Todos los creyentes estuvieron EN ÉL cuando
murió. Por medio de Su muerte nos “santificó” o nos “separó” del poder de la naturaleza pecaminosa.
Esta ya no tiene derecho para seguir dominándonos y, por consiguiente, no hay razón para seguir viviendo
sometidos a sus dictámenes. Esta identificación con el Señor Jesucristo por la fe en Su muerte,
sepultura y resurrección es la base de nuestra santificación, porque por medio de ella el poder que
la naturaleza pecaminosa tenía sobre nosotros ha sido roto.
También es la meta, porque el Espíritu Santo nos está
conformando en la práctica “a la imagen” de Cristo para que
haya una identificación completa con Él. Es por eso que Pablo
dice: “Nosotros ya hemos muerto al pecado [la naturaleza
pecaminosa]; ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado?”
(DHH).
c. Todos los creyentes han sido bautizados en Jesucristo, vv. 3-4
Oír a Pablo decir que ya hemos muerto es una revelación para muchos creyentes (v. 3, DHH):
“¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús por el bautismo, quedamos unidos a
su muerte?”
Generalmente cuando hablamos del bautismo estamos pensando en el que se efectúa en agua, pero,
¿es por medio del bautismo en agua que llegamos a estar unidos a Cristo? Si no, entonces ¿cuál bautismo
nos une a Él?
En el mismo instante que creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador, fuimos “bautizados” en
Él por la obra del Espíritu Santo (1 Co. 12:12-13):
“Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del
cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un
mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya Judíos o Griegos, ya esclavos o
libres. A todos se nos dio a beber del mismo Espíritu.”
Esto quiere decir que el Espíritu Santo nos hizo uno con Cristo, de modo que ya no estamos EN
ADÁN, sino EN CRISTO. Nos “separó” de nuestra relación EN ADÁN y nos “apartó” como propiedad
de Cristo. El Espíritu Santo nos unió a Él para que así como compartíamos todo con Adán, ahora
compartamos todo con el Señor Jesucristo. Por lo tanto, el bautismo que nos sumergió en Cristo,
uniéndonos a Él, fue un bautismo espiritual, efectuado por el Espíritu Santo en el mismo momento que
creímos.
Cuando estuvimos EN ADÁN, compartimos su
muerte espiritual —su separación de Dios—, tanto
como su esclavitud al pecado y la muerte física.
Todos los creyentes hemos muerto con
Cristo al “pecado” —nuestra naturaleza
pecaminosa,— por eso no hay razón
para seguir sometiéndonos a ella.
El “bautismo” a que se refiere no es al realizado en agua,
sino al Espíritu. Él nos ha “sumergido” EN CRISTO, de
manera que compartamos la muerte de Cristo que nos
separó del reino de la naturaleza pecaminosa y la muerte.
c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 107
Ahora que estamos EN CRISTO es Su muerte la que compartimos, de modo que ya hemos muerto a la
relación anterior con Adán para nunca jamás volver a ella. La muerte de Cristo nos ha “separado”
permanentemente del reino del pecado —la naturaleza pecaminosa— y la muerte.
v. 4 No compartimos solamente la muerte de nuestro Señor, sino también Su sepultura y
resurrección. Morimos con Cristo, fuimos sepultados con Cristo y fuimos resucitados por Dios con
Cristo. Esto es semejante a lo que pasó con Noé y su familia. Cuando estuvieron dentro del arca, ellos
fueron dondequiera se fuera ésta. Si el arca se hubiera hundido, ellos se hubieran hundido también. Sin
embargo, el arca no se hundió. El juicio de Dios cayó sobre el mundo, pero Noé y su familia pasaron
seguros y salvos en medio del juicio porque estaban “apartados” dentro del arca (1 P. 3:20-21):
“…en los días de Noé durante la construcción del arca, en la cual unos pocos, es decir, ocho
personas, fueron salvadas por medio del agua. Y correspondiendo a esto, el bautismo ahora
los salva a ustedes, no quitando la suciedad de la carne, sino como una petición a Dios de una
buena conciencia, mediante la resurrección de Jesucristo,”
El arca fue un tipo del Señor Jesucristo, las aguas del diluvio un tipo del juicio de Dios que cayó
sobre el Señor en la cruz del Calvario. En Lc. 12:50 Jesús habló de Su muerte como “un bautismo”:
“Pero de un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”
Es por medio de este bautismo de Jesús, tipificado en el arca de Noé pasando por las aguas del juicio
del diluvio, que nosotros somos salvos.
Por ser el Señor Jesús nuestro representante, nosotros estamos
escondidos —apartados— EN ÉL de la misma manera que Noé y su familia lo
estaban en el arca. Toda la gente que estaba fuera del arca pereció, mientras
que las aguas del diluvio nunca tocaron a Noé y su familia. El arca, sin
embargo, tipo de Cristo, pasó por el juicio de Dios. El Señor Jesucristo sufrió
el juicio de Dios por nosotros en la cruz. De igual manera como Noé y su
familia estuvieron seguros en el arca a pesar del juicio por el cual pasaba,
nosotros estuvimos EN CRISTO cuando Él fue juzgado por el pecado y
compartimos Su muerte, sepultura y resurrección aunque no sufrimos el juicio
en nosotros mismos.
Esto fue lo que mostramos a
todos cuando fuimos bautizados en
agua. Por medio de nuestro bautismo
estuvimos dando testimonio de que ya
habíamos sido unidos a Cristo por el
Espíritu Santo y que compartimos
todo con Él. Jesús murió, fue
sepultado y resucitó como nuestro
representante. El agua en el cual
fuimos sumergidos fue una ilustración
del sepulcro de Jesús. Al salir del
agua mostramos que compartimos la
resurrección del Señor y que ahora
somos copartícipes de Su vida.
Hay que tener bastante cuidado en establecer el tiempo de nuestra identificación con Cristo en Su
muerte, sepultura y resurrección porque muchos se han confundido pensando que es en el agua del
bautismo que nos identificamos con Cristo. El bautismo en agua es un testimonio delante de los hombres,
Como las aguas del diluvio
no pudieron tocar a la
familia de Noé, así tampoco
el juicio de Dios por
nuestro pecado nos
puede tocar, porque
estamos seguros EN
CRISTO.
108 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
una ilustración de lo que nos pasó cuando creímos. Por medio de él estamos diciendo a todos que nos
hemos identificado con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección; que nuestra vida vieja ha terminado
y ahora tenemos una vida nueva. Podríamos decir que delante de Dios fuimos identificados con la muerte,
sepultura y resurrección de Cristo en el mismo momento que creímos, pero delante de los hombres en el
bautismo en agua (v. 4, NVI):
“Por tanto, fuimos sepultados con él mediante el bautismo en la muerte, a fin de que, así
como Cristo fue resucitado de entre los muertos mediante la gloria del Padre, también
nosotros llevemos una vida nueva.”
Hemos sido “separados” de nuestra vida anterior EN ADÁN por medio de nuestra identificación
CON CRISTO en Su muerte, sepultura y resurrección. Por medio de esta identificación hemos sido
“apartados” a gozar de una nueva vida, la cual es la misma vida de resurrección que actualmente tiene
Jesús. Es nuestro deber como “personas resucitadas” vivir de acuerdo a esta nueva vida y no someternos a
la naturaleza pecaminosa. Además, ya tenemos una naturaleza nueva, la divina que compartimos con el
Señor (2 P. 1:4):
“…Él nos ha concedido Sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a
ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el
mundo por causa de los malos deseos.”
Es Dios quien está obrando en nosotros dándonos
el deseo de hacer Su voluntad y el poder de llevarla a
cabo (Fil. 2:13):
“Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el
querer como el hacer, para Su buena intención.”
2. Actitudes indispensables para la santificación, vv. 5-23
Nuestra santificación empieza con la regeneración, la introducción de vida espiritual en nosotros que
hemos creído. Desde ese punto en adelante la santificación consiste en la obra continua y progresiva de
Dios de “separarnos” del pecado —tanto de los actos de pecado como de la naturaleza pecaminosa— y
“apartarnos” para Sí mismo. De esta manera Dios está transformando toda nuestra vida y experiencia para
que sea de santidad y pureza. Este proceso de santificación nunca terminará hasta que estemos con el
Señor en la gloria, “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29).
Nuestra identificación con el Señor Jesucristo por la fe en Su muerte, sepultura y resurrección
es a la vez la base y la meta de la santificación. Para que esta identificación sea una realidad
experimentada en nuestra vida cotidiana requiere tres actitudes de mente y de hecho por parte nuestra.
Estas son: 1. Saber; 2. Considerar; y 3. Presentar.
a. Saber, vv. 5-10
v. 5, NVI: “En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda también
estaremos unidos con él en su resurrección.”
La palabra “si” no expresa una duda, sino más bien una ley o principio. La persona que ha sido
unida a Cristo en Su muerte necesariamente lo será también en Su resurrección. Cuando el Señor Jesús
murió y fue sepultado no dejó en el sepulcro a ninguna de las personas que estaban EN ÉL. ¡Todas
resucitaron con Él!
La palabra griega “sumphutos” traducida “unidos” (NVI, LBLA), o “plantados juntamente”
(RV60), quiere decir literalmente “crecer juntos”, y habla de la unión viva de dos individuos que crecen
Delante de Dios nos identificamos con Cristo en Su
muerte, sepultura y resurrección en el momento de
creer, pero delante de las personas por medio del
bautismo en agua. Ya tenemos la responsabilidad de
andar de acuerdo a nuestra nueva vida con Cristo.
c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 109
juntos, por ejemplo en el caso de gemelos siameses quienes comparten la misma sangre y vida. Por medio
de la fe hemos sido estrechamente unidos a Cristo. Es una unión indivisible porque estamos
inseparablemente unidos con Él en todo desde Su muerte, sepultura y resurrección hasta Su gloria eterna
sin fin.
La misma palabra también ha sido traducida “injertados” (LBLA
margen). Antes de creer en el Señor Jesús estuvimos “injertados” EN
ADÁN y compartíamos su vida, su pecado y su muerte, pero ahora, por
la gracia de Dios, hemos sido “injertados” EN CRISTO y
compartimos Su muerte, Su sepultura, Su resurrección y Su vida. La
“savia” de vida que corre en nosotros es la “savia” de Jesucristo, quien
es “la resurrección y la vida” (Jn. 11:25-26):
“Jesús le contestó: ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá,
y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás.’ ”
v. 6 Siendo que fuimos unidos a Cristo en Su muerte y resurrección
sabemos por experiencia “que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él”. “Nuestro viejo hombre” es lo que éramos antes de
creer en Jesús: bajo la condenación del pecado (Ef. 4:22b
):
“…viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos,”
(Ro. 3:9b
): “…tanto Judíos como Griegos están todos bajo pecado;”
Débil e impío (Ro. 5:6):
“Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por
los impíos.”
Pecador (Ro. 5:8):
“Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros.”
Y enemigo de Dios (Ro. 5:10ª):
“…cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo,”
Ese hombre era viejo en cuanto a su uso, gastado y de ninguna utilidad. Era todo lo que éramos en
Adán. Hemos experimentado un cambio en nuestras vidas, y día tras día estamos probando que el “viejo
hombre” sí fue crucificado con Cristo.
Fuimos identificados por la fe con la muerte del
Señor Jesús. Cuando Él murió, nosotros morimos
porque estuvimos unidos con Él en Su muerte.
“…nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo,
para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido”.
¿Qué es este “cuerpo del pecado”? Ya hemos visto
que el término “el pecado” en los cc. 6-8 se refiere, no
a los actos de pecado, sino a la fuente del pecado en el
hombre, su naturaleza pecaminosa.
Cuando Adán fue creado era señor de la creación;
no solamente de la creación animal y vegetal, sino que
también tenía el control de sí mismo. Pero cuando
Adán atendió a las sugerencias de Satanás y pecó,
Nosotros los que hemos creído,
hemos sido unidos permanente e
indivisiblemente a Cristo, de manera
que compartimos con Él, no sólo Su
muerte, sino también Su sepultura,
resurrección y vida eterna.
110 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
comiendo del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, él
se dejó controlar por sus propias pasiones. Él llegó a tener una
naturaleza pecaminosa, la cual usaba el mismo cuerpo de Adán como
el instrumento o medio para llevar a cabo sus designios malignos.
Como consecuencia de lo que hizo Adán toda su descendencia ha
sido controlada de igual modo. Todos, sin excepción, hemos sido
controlados por los impulsos y pasiones de nuestros cuerpos.
El cuerpo humano no es pecaminoso en sí, sino que es
controlado por la naturaleza pecaminosa que carece de un cuerpo
propio. El hombre natural, no regenerado, está bajo el control
tiránico de su propia naturaleza pecaminosa que usa su cuerpo comoquiera. Él hace lo que le dicta esa
naturaleza pecaminosa. El “cuerpo del pecado” entonces, es el cuerpo físico humano que es
controlado por la naturaleza pecaminosa.
Cuando creímos en el Señor Jesucristo “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él,
para que el cuerpo del pecado sea destruido”. ¿Cómo es posible que nuestros cuerpos sean destruidos a
través de nuestra crucifixión con Cristo? La palabra griega traducida como “destruido” es “katargeo”
que también quiere decir “desactivar”, “hacer inoperante”, “inútil”, o “inválido”. Entonces, no estamos
hablando de la destrucción del cuerpo físico, sino de desactivarlo o hacerlo inoperante. Pero, ¿por
qué tiene que ser desactivado y hecho inoperante? Como ya hemos visto, desde que Adán pecó la
naturaleza pecaminosa que todos hemos heredado de él usa el cuerpo para esclavizarnos a nuestros
propios deseos carnales. Sin embargo, “nuestro viejo hombre [todo lo que éramos en Adán] fue
crucificado juntamente con” Cristo (RV60). Ya estamos
identificados con Cristo en vez de estarlo con Adán. El poder que la
naturaleza pecaminosa tenía sobre nuestros cuerpos como hijos de
Adán fue invalidado por la muerte de Cristo. Ya no estamos
obligados a hacer lo que nuestras pasiones nos dictan. Ni nuestro
cuerpo ni la naturaleza pecaminosa que lo controlaba tienen derecho
a esclavizarnos. Ahora Cristo es el Señor de nuestras vidas. Hemos
sido “apartados” para Su servicio exclusivo. Él ha puesto en
nosotros Su Espíritu Santo para darnos la victoria sobre nuestra
naturaleza pecaminosa que aún poseemos. Por medio de Él podemos
decir “¡NO!” a ella.
Podemos resumir el v. 6 con una paráfrasis del mismo:
v. 7, DGB: “Porque el que murió ha sido declarado justo en cuanto a la naturaleza
pecaminosa.”
“…sabiendo esto por experiencia, que nuestro antiguo ‘yo’, —todo lo que éramos
en Adán— fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado, —el cuerpo
que pertenecía a la naturaleza pecaminosa, el cuerpo físico con sus deseos— sea
destruido, o mejor dicho, sea hecho inválido en cuanto a su dominio sobre nosotros
para que no sigamos sirviendo a la naturaleza pecaminosa —obedeciendo los deseos
del cuerpo— como si fuéramos esclavos de ella.”
c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 111
Nuestra muerte con Cristo no nos ha libertado únicamente del poder de la naturaleza pecaminosa,
sino también de la culpa. Dios no nos juzga por tener todavía una naturaleza pecaminosa, porque esa
naturaleza fue juzgada en el Señor Jesucristo cuando Él murió.
El ser “declarado justo en cuanto a la naturaleza pecaminosa” es la clave de los cc. 6-8. El
sentirnos condenados delante de Dios por ser pecadores y por tener una naturaleza pecaminosa es lo que
no nos deja gozar de la vida gloriosa que Pablo disfrutaba. Pablo no muestra sentimiento de pena alguno
delante de Dios, ¡sino que avanza en bendito triunfo! ¿Por qué? Porque sabía que había sido justificado
tanto de toda culpa como de su naturaleza pecaminosa por la sangre de Cristo y, por lo tanto, —aunque
andaba en un cuerpo aún no redimido— era completamente celestial en cuanto a su posición, en su vida y
en su relación con Dios. Sabía que estaba tan verdaderamente justificado de la naturaleza pecaminosa
como de los actos de pecado. La conciencia de la presencia de la naturaleza pecaminosa en él, sólo le
recordaba que estaba EN CRISTO, que había muerto juntamente con Él, y por consiguiente, su relación
con su anterior naturaleza había cesado completamente. La presencia de esta naturaleza en su cuerpo no
le producía ningún sentimiento de condenación, sólo intensificaba su anhelo por la redención del cuerpo.
Dios le había declarado justo en cuanto a su naturaleza pecaminosa, y por eso no tenía temor alguno
delante de Él. Sabía que estaba libre de toda condenación aunque todavía tenía la naturaleza pecaminosa.
Dios le consideraba y le trataba como si no la tuviera. “¡Porque el
que murió ha sido declarado justo en cuanto a la naturaleza
pecaminosa!” ¡Gloriosa verdad! ¡Quiera Dios que tengamos fe
para hacerla nuestra como lo hizo Pablo! (Este párrafo fue adaptado
del comentario de W.R. Newell.)
Pablo vuelve a enfatizar lo que enseñó en los vv. 5-7 en el v. 8,
DGB:
“Siendo que morimos con Cristo [siendo que esta es una
verdad que sabemos], seguimos creyendo que viviremos con
Él”.
¿Cuándo empezamos a compartir la vida de resurrección de Cristo?
Fuimos identificados con Él en Su muerte, sepultura y resurrección
cuando creímos. Desde aquel momento de la fe Su vida ha llegado a ser
la nuestra (Gá. 2:20, NVI):
“He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que
Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por
la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.”
Podemos comparar esta vida nueva con una rosa: mientras estamos aquí en la tierra somos como la
rosa cuando todavía está en botón, pero cuando estemos con Cristo en el Cielo estará abierta en toda su
gloria, y esto por toda la eternidad. La vida de resurrección de Cristo que vivimos aquí en la tierra es cada
vez más gloriosa, pero cuando estemos en la presencia de nuestro Salvador esa gloria será sin límites.
v. 9 Otra cosa que sabemos es que el Señor Jesucristo no puede volver a morir. Él experimentó la
muerte física y fue rescatado por Dios de sus garras y su dominio por medio de la resurrección (Hch. 2:24,
NVI):
“Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era
imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio.”
(Jn. 10:17-18): “Por eso el Padre Me ama, porque Yo doy Mi vida para tomarla de nuevo.
Nadie Me la quita, sino que Yo la doy de Mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y
tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de Mi Padre.”
Dios no nos juzga por tener una
naturaleza pecaminosa. A pesar de
tenerla todavía, estamos completamente
libres de toda condenación.
112 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
Él conquistó la muerte, y nunca jamás será sujeto a ella (2 Ti. 1:10b
):
“…nuestro Salvador Cristo Jesús, quien puso fin a la muerte y sacó a la luz la vida y la
inmortalidad por medio del evangelio,”
(He. 2:14-15, DHH): “Así como los hijos de una familia son de la misma carne y sangre, así
también Jesús fue de carne y sangre humanas, para derrotar con su muerte al que tenía poder
para matar, es decir, al diablo. De esta manera ha dado libertad a todos los que por miedo a
la muerte viven como esclavos durante toda la vida.”
La vida que compartimos juntamente con Él nunca acabará, y no está
sujeta a la muerte (Jn. 11:25-26, DHH):
“Jesús le dijo entonces: —Yo soy la resurrección y la vida. Él que cree
en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí,
no morirá jamás. ¿Crees esto?”
v. 10 El Señor Jesús murió al pecado —la naturaleza pecaminosa— de una vez para siempre.
Como vimos en el v. 7 el Señor Jesús, a pesar de no tener una naturaleza pecaminosa, murió vicariamente
a ella por nosotros. Nuestra naturaleza pecaminosa fue juzgada y condenada en Cristo cuando Él murió.
Fue así que nos libró de su poder.
Cuando una persona muere, su naturaleza pecaminosa muere con ella. Nunca jamás podrá ser
dominada por ella. El Señor murió en nuestro lugar, y nosotros, por la fe fuimos identificados con esa
muerte. Su muerte llegó a ser la nuestra. Morimos con Él a nuestra naturaleza pecaminosa que
heredamos de Adán. Aunque tenemos todavía la naturaleza pecaminosa, ésta no tiene ningún derecho
sobre nosotros porque hemos muerto juntamente con Cristo. No estamos bajo obligación alguna de
obedecerla.
En conclusión: el Señor Jesús llegó a ser nuestro representante, y por medio de
Su muerte Él hizo todo lo necesario para “separarnos” y rescatarnos del castigo y del
poder del pecado —sea de los actos de pecado o sea de la naturaleza pecaminosa que
nos incita a pecar. El Señor gritó al morir: “¡Consumado es!” Fue sepultado,
resucitó y ahora vive con Su Padre en el Cielo. Nunca jamás tomará nuestro lugar
como un pecador delante de Dios. Ya vive por nosotros en perfecta armonía y unión
con Su Padre en el Cielo. Por eso tenemos que reconocer que nuestra esclavitud
obligatoria a la naturaleza pecaminosa ha terminado para siempre. Hemos sido
resucitados juntamente con Cristo y “apartados” como Su propiedad para que
vivamos para servirle a Él y hacer Su voluntad.
b. Considerar, v. 11
Todavía estamos estudiando la santificación experimental, y cómo nuestra identificación con Cristo
por la fe es la base y la meta de la santificación. Hemos dicho que hay tres actitudes en los vv. 5-23 que
son indispensables si vamos a hacer que nuestra identificación con Cristo en Su muerte, sepultura y
resurrección sea una realidad experimentada en nuestra vida cotidiana. Ya hemos estudiado la primera:
“Saber”. Tenemos que saber lo que Cristo ha hecho por nosotros, cómo todo lo que éramos EN ADÁN
—nuestra vida vieja— fue crucificado con Jesús, cómo morimos con Cristo, siendo así libertados del
poder de la naturaleza pecaminosa, y cómo hemos resucitado con Cristo a una vida nueva, compartiendo
con Él Su vida de resurrección y una nueva naturaleza.
v. 11 La segunda actitud es: “Considerar”. Una cosa es saber intelectualmente algo, otra cosa es
considerarlo como una realidad. Hemos muerto con Cristo. Es algo que sabemos, ¿pero lo hemos
considerado o creído como una realidad? ¿Lo estamos tomando en cuenta?
Por estar EN CRISTO, la
nueva vida que Él tiene
es también nuestra, ahora
y por toda la eternidad.
Aunque nunca tuvo
una naturaleza
pecaminosa, Cristo
murió a ella por
nosotros. La juzgó
para que seamos
librados para
siempre de su
dominio y poder.
c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 113
Algunas personas no se han dado cuenta que nuestra identificación con
Cristo en Su muerte es ya un hecho. Piensan que todavía tienen que morir. Pero
Pablo dice: “Considérense muertos” esto es, estimar, creer y aceptar que ya están
muertos. No estamos en un proceso de muerte. Ya hemos muerto. La palabra
“nekrós” usada aquí para “muertos” es la misma usada en el v. 4: “como Cristo
resucitó de entre los muertos” y en el v. 9: “habiendo resucitado de entre los
muertos”, que en ambos casos se refiere a los que están en la tumba en el estado
de muerte y no muriéndose. Nuestra muerte con Cristo está tan consumada como
lo está la del Señor mismo. Nuestra responsabilidad es aceptarla por fe como una
verdad.
Otras personas creen que Pablo les está exhortando a hacer morir la naturaleza pecaminosa. Sin
embargo, esto sería ignorar lo que está escrito en los versículos anteriores como, por ejemplo (v. 2):
“hemos muerto al pecado”
(v. 3): “hemos sido bautizados en Su muerte”
(v. 4, RV60): “somos sepultados juntamente con él para muerte”
(v. 5): “hemos sido unidos a Cristo en la semejanza de Su muerte,”
(v. 7): “el que ha muerto”
(v. 8): “hemos muerto con Cristo”.
Los que hemos creído somos los muertos, no la naturaleza pecaminosa. Nuestra libertad del poder
de la naturaleza pecaminosa es por causa de nuestra muerte con Cristo y no por la muerte de ella.
El no considerarse muerto a la naturaleza pecaminosa ha sido la causa por la cual muchos creyentes
nunca han podido llevar vidas victoriosas. Quizás lo puedo explicar con la ilustración de un juego: Varias
personas son llevadas fuera del cuarto donde están los demás. Luego traen a una de ellas con los ojos
vendados. A ésta le hacen parar sobre una tabla que descansa sobre unos libros o bloques. Dos jóvenes
alzan la tabla lentamente unos treinta centímetros y le dicen a la persona parada sobre ella que tenga
cuidado de no pegarse en la cabeza con el cielo raso. Pensando que está más cerca del cielo raso de lo que
realmente está, se agacha, pierde el equilibrio y se cae de la tabla. Perdió el equilibrio porque consideró
que estaba donde realmente no estaba. De la misma manera, el creyente que no se considera muerto a la
naturaleza pecaminosa, y no cree que el poder que ésta tenía sobre su vida esté roto, nunca tendrá la
victoria sobre ella. Por consiguiente, tendrá una vida cristiana muy mediocre, y será impedido el
propósito del Espíritu de conformarle “a la imagen” de Cristo. Consideró que estaba donde no estaba.
Traen a otra persona con los ojos vendados y la hacen parar en la tabla. Pero esta persona conoce el
juego. Cuando alzan la tabla y le avisan que tenga cuidado de no pegarse en la cabeza con el cielo raso se
mantiene erguida y firme. Se considera donde realmente está y no se cae. Así es el creyente que
considera que el poder que la naturaleza pecaminosa tenía sobre él antes de ser salvo fue roto cuando
creyó en el Señor. Él sabe que no tiene que obedecerla, y que tiene el poder de decirle “¡No!” y por eso le
da la espalda y hace lo que es correcto (Este ejemplo fue traducido de los estudios de Wuest).
Lo que tenemos que considerar como un hecho no termina en nuestra muerte con Cristo, porque esta
es solamente la mitad de la historia. ¡Fuimos resucitados juntamente con Él para compartir Su vida!
Hay que creer que la vida del Cristo resucitado es nuestra junto con la nueva naturaleza que Dios nos ha
dado como hijos suyos. ¿Por qué no tenemos que obedecer a la naturaleza pecaminosa? Porque morimos
a ella una vez para siempre juntamente con Cristo, fuimos resucitados juntamente con Él a una vida nueva
y tenemos una naturaleza nueva y divina.
114 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
Es nuestro deber estimar que estas cosas son así y actuar cómo criaturas
nuevas y no como personas sujetas al control de la naturaleza pecaminosa. Por
ejemplo, si voy a un almacén y me dan cambio de un billete de 500 cuando les
di solamente un billete de 100, fácilmente podría salir de allí gozoso de tener
400 más. Pero si me considero muerto a la naturaleza pecaminosa, le diré: “Tú
no tienes poder sobre mí, porque ya he muerto y resucitado con Cristo”. Así,
obedezco a la otra voz que me guía a ser honesto, y coopero con el Espíritu en
Su labor de conformarme “a la imagen” de Cristo.
c. La tercera actitud: Presentar, vv. 12-23
i. No dejen que la naturaleza pecaminosa reine de nuevo en sus vidas, vv. 12-14
v. 12 Si nos hemos considerado muertos con Cristo, liberados del poder de
nuestra naturaleza pecaminosa y poseedores de la naturaleza divina, no dejaremos
que la naturaleza pecaminosa reine como un rey en nuestro cuerpo mortal. Esta
naturaleza ha sido destronada y nosotros “apartados” como propiedad de Dios,
por eso es nuestro deber no dejarla ocupar el puesto que pertenece al Señor Jesús
(v. 12, DHH):
“Por lo tanto, no dejen ustedes que el pecado siga dominando en su cuerpo
mortal y que los siga obligando a obedecer los deseos del cuerpo.”
Aunque nuestra lucha parece ser con el cuerpo y sus concupiscencias o
malos deseos, en realidad el enemigo que nos quiere esclavizar es la naturaleza
pecaminosa. Ésta no es como un enemigo humano que podemos ver y de quien
nos podemos defender con facilidad. La naturaleza pecaminosa es una entidad
intangible e invisible y no puede ser vigilada fácilmente. Por ser invisible no podemos ver sus tácticas y
así defendernos de ella. Pero sí podemos vigilar los miembros de nuestros cuerpos: lo que vemos, lo que
oímos, lo que pensamos, lo que hacemos con las manos y donde nos llevan nuestros pies. Es imperativo
que tengamos control de nosotros mismos y de nuestras facultades, y que nos mantengamos “apartados”
del mal para servir a Dios.
Hay que vigilar el cuerpo y no dejar que los deseos, aun esos que en sí no son malos, nos dominen y
nos controlen, porque la naturaleza pecaminosa los utiliza para afirmar su poder y establecer de nuevo su
reino en nosotros. El apóstol Pablo siempre estaba consciente de este peligro y tomaba medidas para
evitar que su naturaleza ganara control sobre su ser, descalificándole como siervo del Señor (1 Co. 9:25-
27, DHH):
“Los que se preparan para competir en un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño.
Y esto lo hacen por alcanzar como premio una corona de hojas de laurel, que en seguida se
marchita; en cambio, nosotros luchamos por recibir un premio que no se marchita. Yo, por
mi parte, no corro a ciegas ni peleo como si estuviera dando golpes al aire. Al contrario,
castigo mi cuerpo y lo obligo a obedecerme, para no quedar yo mismo descalificado después
de haber enseñado a otros.”
v. 13 La tercera actitud es: “Presentar”. Si vamos a mantener una victoria sobre la naturaleza
pecaminosa como lo hacía Pablo tenemos que obligar a los miembros de nuestro cuerpo a servirle a Dios y
no a ella. Hay que “presentar” los miembros de nuestro cuerpo a Dios, esto es, ponerlos a Su disposición,
para que Él los use. Según el tiempo del verbo en el griego, es algo que se debe hacer una vez para
siempre.
Hay que considerar
como una gran realidad
nuestra muerte con
Cristo que nos libró del
poder de la naturaleza
pecaminosa, y nuestra
resurrección a nueva vida
para servir a Dios.
c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 115
Esto es algo que debemos hacer “como vivos de entre los muertos”, pero no como “personas que
han muerto y han vuelto a vivir” como lo expresa la DHH. Morimos con Cristo a nuestra vieja vida en
Adán, y hemos resucitado juntamente con Cristo a una vida nueva. De ninguna manera hemos de volver a
tener la misma vieja vida de antes. Nuestra muerte a la anterior fue tan completa como la de “los
muertos” (nekrós) que están en la tumba, y nuestra nueva vida es tan real y eterna como la que
actualmente goza nuestro Señor Jesús.
“Nuestro viejo hombre [todo lo que éramos en Adán] fue crucificado con Cristo” para que el poder
que el cuerpo controlado por la naturaleza pecaminosa tenía sobre nosotros fuera anulado. No tenemos
que obedecer a esa naturaleza haciendo lo que las pasiones de nuestro cuerpo nos inciten a hacer.
Podemos decirle: “¡No!” Sin embargo, hay un conflicto constante, una guerra que ruge entre nuestra
naturaleza pecaminosa y el Espíritu Santo que controla nuestra nueva naturaleza (Gá. 5:16-17, NVI):
“Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los
deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque ésta desea lo que
es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a
ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden
hacer lo que quieren.”
El campo de batalla es nuestro cuerpo mortal. Los miembros de
nuestros cuerpos pueden servir como “instrumentos” de guerra, o “armas”
(LBLA margen), tanto para la naturaleza pecaminosa como para Dios (del
griego “hoplon” —herramienta, instrumento, arma; se traduce “armas” en
Jn. 18:3 y 2 Co. 10:4). ¿Qué debemos hacer si queremos ganar
la victoria sobre la naturaleza pecaminosa? Lógico, no
entregarle las “armas” —los miembros de nuestro cuerpo—
para que luche con ellas. Más bien, démoselas a Dios, para que
sean usadas por el Espíritu Santo a fin de vencer a la naturaleza
pecaminosa haciendo justicia y no maldades.
v. 14 Una de las principales razones por la cual el dominio de la naturaleza pecaminosa en nuestras
vidas ha terminado, y por lo que asimismo podemos tener una victoria constante sobre su poder y
dominio, es que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia. (1 Co. 15:56b
):
“el poder del pecado es la Ley”
Estar bajo la Ley es estar bajo el poder de la naturaleza pecaminosa, porque la Ley incita al hombre
a pecar. La Ley no ayuda a nadie a vivir rectamente, le sirve sólo para mostrarle cuán pecador es y
condenarle.
No estamos bajo este principio legal, que primero requirió obediencia y luego concedió la
bendición, sino bajo el principio de la gracia que nos da todas las bendiciones espirituales sólo por estar
EN CRISTO. Estando bajo el principio de la gracia, el principio del favor divino, sabemos que Dios nos
ama y que siempre nos acepta así como somos. No hay que luchar o hacer cosas para que nos acepte,
porque nos acepta por estar EN SU HIJO. Entre las bendiciones con las cuales Él nos ha colmado está Su
propio Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, el cual nos ha sido dado para ayudarnos y
capacitarnos para llevar a cabo Su voluntad, haciendo todo lo que nos ha mandado.
Es significativo que a nosotros, nuevas criaturas EN CRISTO, receptores del Espíritu Santo,
“separados” de este mundo y “apartados” para Dios, nos es anunciado que no estamos “bajo la Ley”. Es
una advertencia a no ponernos allí, donde la esclavitud y la impotencia serían el resultado. Solamente
cuando creemos que nuestra historia en Adán, con todos sus inútiles esfuerzos humanos para justificarnos
Para que la naturaleza pecaminosa no nos
domine como un tirano, nos entregamos a
Dios, y le damos el control de nuestros
miembros para que le sirvan únicamente a Él.
116 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
y hacernos aceptos a Dios, terminó en la cruz,
estaremos en libertad para disfrutar nuestra
posición delante de Dios “BAJO LA GRACIA”.
ii. No dejen que la naturaleza pecaminosa les esclavice de nuevo, vv. 15-18
v. 15 En el v. 1 Pablo hizo la pregunta hipotética: “¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en
pecado para que la gracia abunde?” En los primeros once versículos mostró que hemos muerto con
Cristo y no debemos someternos a la naturaleza pecaminosa, llevando una vida de pecado. El poder de
esta naturaleza fue roto por medio de nuestra identificación con Cristo por la fe en Su muerte. Hemos sido
resucitados juntamente con Cristo y compartimos Su vida. Dios ha puesto Su naturaleza divina, que
aborrece la maldad y ama la justicia, en todos nosotros. No hay razón para seguir bajo la tiranía de la
naturaleza pecaminosa (v. 15, NVI):
“Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia?”
Posiblemente Pablo quería decir con esta pregunta, también hipotética: “¿Ya podemos pecar de vez
en cuando, siendo que no estamos bajo el régimen de la Ley, sino bajo el régimen de la gracia?”
Hay muchos creyentes que reconocen que debe haber ocurrido un cambio en sus vidas al ser salvos,
pero, a la vez, se disculpan por sus “fallitas” diciendo que nadie es perfecto, y no debemos esperar que lo
sean. Quieren seguir con sus pecados predilectos como si fuera un derecho que tienen. Están muy
conscientes de que la Ley les condena aun por los pecados más pequeños, pero piensan que la gracia no
les exige tanto (Stg. 2:10, DHH):
“Porque si una persona obedece toda la ley, pero falla en un solo mandato, resulta culpable
frente a todos los mandatos de la ley.”
¡Creen que la gracia es tan amplia que aun sus pecados caben bajo ella!
Es verdad que la Ley es inflexible y exigente, pero eso no quiere decir que la gracia no exige. La
gracia es más estricta de lo que la Ley podía ser. Disuade de maldad, mucho más de lo que la Ley podía.
Cuando viajo por las autopistas hay algo que siempre me causa risa. La mayoría de los choferes exceden
la velocidad máxima por 10, 20 ó 30 kilómetros a pesar de los muchos avisos que indican cuál es la
máxima permitida. Pero tan pronto aparece una patrulla todos frenan
y mantienen su velocidad dentro de los límites. La Ley es como las
señales de tránsito que indican la velocidad máxima. No tiene poder
alguno para obligar a su obediencia. Si la conciencia de la persona
no coopera con la Ley, la misma resulta inútil. Bajo la gracia es
como si tuviéramos al policía ocupando el puesto a nuestro lado en el
carro. La presencia del Espíritu Santo morando en nosotros nos
disuade de hacer lo malo. Está consciente aun del pecado más
mínimo y nos convence de él.
¿Cómo lo hace? Bajo la Ley, por ejemplo, tenemos el mandamiento (Ex. 20:14):
“No cometerás adulterio”
Pero, esto era sólo como las señales de tránsito —una advertencia externa que bien podía ser
obedecida o ignorada. Si la persona no cometía el acto del adulterio se sentía bien. Pero ahora, si yo
como creyente miro a una mujer para codiciarla, inmediatamente el Espíritu Santo me llama la atención y
me dice que estoy adulterando en mi corazón. Él no espera hasta que haya hecho el acto, sino que me
convence desde la raíz u origen del pecado, mientras todavía es un pensamiento no realizado. De esta
No estamos bajo la Ley que nos incita a pecar y luego nos
condena, sino bajo la gracia, por medio de la cual Dios nos
acepta sin condiciones y nos colma de bendiciones.
c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 117
manera la gracia es más exigente que la Ley y mucho más efectiva. Además el Espíritu nos da el poder de
resistir la tentación y hacer lo correcto, lo que el Padre quiere que hagamos (Tit. 2:11-14):
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo
salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la
impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo
sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza
bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro
gran Dios y Salvador Cristo Jesús. Él se dio por nosotros,
para REDIMIRNOS DE TODA INIQUIDAD y PURIFICAR PARA SÍ UN
PUEBLO PARA POSESIÓN SUYA, celoso de buenas obras.”
v. 16 ¿Cuál es el resultado de presentarnos o someternos a alguien para servirle? Esclavitud. El
Señor Jesús dijo (Mt. 6:24 DHH):
“Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá
al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede
servir a Dios y a las riquezas”.
Tampoco se puede servir a Dios y a la naturaleza pecaminosa.
Cuando era joven pensaba que podía servir a Dios y de vez en cuando
hacer lo que a mí me diera la gana. “Siendo que le estoy sirviendo la mayor
parte del tiempo, lo más razonable es que Dios me permita tener mis
escapaditas al mundo”, pensaba. ¿Realmente podía servir al Señor? No,
porque me había hecho esclavo de mi naturaleza pecaminosa, y uno no
puede servir a dos amos. Llegó el día cuando el Espíritu Santo me mostró
mi condición delante del Señor como hijo desagradecido y rebelde. Me
había comprado a semejante precio y sólo podía mostrarle mi gratitud
entregándome al control de mi naturaleza pecaminosa (1 Co. 6:19-20, NVI):
“¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que
han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un
precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.”
Ese día decidí presentarme a Él para servirle y no ser esclavo de esa naturaleza corrupta. Aunque a
menudo he obedecido a los dictados de mi naturaleza pecaminosa, perdiendo la comunión con el Señor, he
aprendido a confesar mi pecado al Señor lo más pronto posible para que me restaure a la comunión con Él
y pueda seguir sirviéndole como mi legítimo Amo (v. 16, NVI):
“¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entreguen a alguien para obedecerlo, son esclavos
de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la
obediencia que lleva a la justicia.”
Un incrédulo se caracteriza por su pecaminosidad obedeciendo constantemente a la naturaleza
pecaminosa, de la cual es esclavo. El fin de tal clase de servicio es la muerte física y eterna. Al contrario,
la vida del creyente se debe destacar por su obediencia a Dios y su consecuente justicia que demuestren
que es un esclavo de Dios con destino al Cielo.
v. 17 Pensando en los distintos destinos que tienen los esclavos del Señor y los esclavos de la
naturaleza pecaminosa, Pablo da gracias a Dios que los creyentes romanos a pesar de haber sido esclavos
de su naturaleza pecaminosa, ya habían “obedecido [creído] de corazón a aquella forma de doctrina”,
esto es, las enseñanzas acerca de la obra redentora que Cristo consumó en la cruz.
La gracia no nos da licencia para seguir
pecando. Al contrario, es más
exigente que la Ley, porque tenemos
al Espíritu Santo morando en nosotros
y Él nos convence inmediatamente del
más mínimo pecado.
118 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
Este versículo no dice: “...aquella forma de doctrina que les fue entregada”, sino “...aquella forma
de doctrina a la que fueron entregados”. Los creyentes habían sido entregados no a una teoría
inanimada sino a las verdades vivas y poderosas del Evangelio. ¡Sus pecados fueron perdonados!
¡Quitada su culpa! ¡Murieron con Cristo a todo lo que eran en Adán! ¡Resucitaron juntamente con Él!
¡Son eternamente aceptos por Dios EN CRISTO! ¡Nunca se perderán! Estas grandes verdades se
aplican a todos los creyentes, ¡aun cuando no lo sepan!” El Evangelio no está completo sin todos los
salvos que pertenecen a él por la fe.
v. 18 Otra verdad intrínseca del Evangelio es que todos los
creyentes, como parte de la obra de Cristo en la cruz, han sido
libertados o “separados” del poder de la naturaleza pecaminosa y
han sido “apartados” como esclavos de la justicia. Ya que ésta es
una verdad posicional que no se puede cambiar, debemos rehusar
en la práctica servir a nuestra naturaleza pecaminosa, y servirle
sólo a Dios.
iii. Rehúsen servir a la naturaleza pecaminosa y cooperen con Dios para su santificación, vv. 19-
23
v. 19, DHH: “(Hablo en términos humanos, porque ustedes, por su debilidad, no pueden
entender bien estas cosas.)”.
Pablo se vio obligado a ilustrar su enseñanza con algo muy común para los romanos, la esclavitud,
porque no hubieran entendido si les hubiera hablado en términos teológicos. Sin embargo, servir a la
naturaleza pecaminosa sí se puede comparar con la esclavitud porque ella es un amo tiránico, pero Dios no
es así, y el servirle a Él difícilmente se compara con la esclavitud. ¡En realidad los más libres en todo el
mundo son los siervos de Dios!
Estamos estudiando la santificación, ¿verdad? ¿Cómo encaja todo lo que estamos viendo acerca de
amos y esclavos con la santificación?
Primero, debemos considerar lo que es un esclavo y lo que es la santificación. Muchos esclavos
nacieron así porque sus padres eran esclavos. Nosotros nacimos esclavos a la naturaleza pecaminosa
porque nuestros padres también eran esclavos a ella. El único escape de la esclavitud para la mayoría de
los esclavos era la muerte. Por medio de nuestra identificación con la muerte de Cristo por fe, hemos sido
libertados de nuestro amo anterior, la naturaleza pecaminosa y Satanás, y hemos llegado a ser “esclavos”
de Jesús.
El significado de la santificación es “apartar” o “separar”. Por medio de Su obra en la cruz, Cristo
nos ha “separado” de nuestra esclavitud anterior y nos ha “apartado” como propiedad Suya. Ya que el
creyente nunca morirá seremos esclavos Suyos por toda la eternidad. Eternamente “santificados” o
“apartados” para Él.
El esclavo no puede ejercer su propia voluntad sino la de su amo. Es una persona “santificada” o
“apartada” para el uso absoluto de otro. Antes de ser salvos fuimos “apartados” para el uso de nuestra
naturaleza pecaminosa y por eso obedecimos sus mandatos y deseos, pero ahora que tenemos al Señor
Jesús por Amo, hemos sido “santificados” o “apartados” para Su servicio y es Su voluntad la que debemos
hacer.
Como ya hemos dicho, Pablo está enseñando en los capítulos seis al ocho sobre la santificación
experimental y progresiva. Esta santificación es obra del Espíritu Santo que mora en nosotros. Por medio
de ella nos está “apartando” más y más de este mundo, “separándonos” de lo que contamina, dándonos la
victoria sobre la naturaleza pecaminosa y conformándonos “a la imagen” de Cristo. A diferencia de la
Al someternos a la naturaleza pecaminosa
obedeciéndole, nos hacemos esclavos
de ella. Esto sería inconsistente con
nuestra posición EN CRISTO como
personas libertadas de la esclavitud de
la naturaleza pecaminosa.
c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 119
santificación posicional, que no tiene nada que ver con los esfuerzos y acciones del creyente por ser algo
que descansa 100% en la obra consumada de Cristo, la experimental depende de la cooperación del
creyente con el Espíritu.
¿Cómo podemos cooperar con el Espíritu para que Él nos siga santificando? Antes de ser salvos no
había necesidad de clases especiales sobre “Cómo cooperar con la naturaleza pecaminosa”, porque por
naturaleza entregábamos los miembros de nuestro cuerpo “al servicio de la impureza y la maldad para
hacer lo malo” (DHH). Así ahora, como creyentes, estamos libres del poder de la naturaleza pecaminosa
y no tenemos que servirle. Además tenemos una naturaleza nueva que aborrece lo malo y ama la
justicia. Por estas razones debemos entregar los miembros del cuerpo al servicio de la justicia con el
mismo entusiasmo que antes de ser creyentes los entregábamos a la naturaleza pecaminosa, o, en otras
palabras, debemos deleitarnos en hacer sólo lo que se conforma a la voluntad revelada de Dios de la
misma manera que antes nos deleitábamos en hacer la maldad.
vv. 20-21 Antes de ser salvos, cuando éramos esclavos de la naturaleza pecaminosa, no teníamos
ninguna obligación con la justicia porque ésta no era nuestro amo. ¿Pero esa clase de vida y servidumbre
produjo algo de lo cual podemos gloriarnos? ¡Al contrario! Nos avergonzamos y nos sonrojamos al
contemplar lo que solíamos hacer, porque lo que cosechamos de esas cosas es la muerte eterna.
v. 22 Pero ahora, estando desligados, libres de ese amo tiránico (la naturaleza pecaminosa), hemos
sido puestos en una dulce servidumbre de amor a Dios. Una servidumbre que tiene un fruto deleitable: el
gozo de ser “separados” exclusivamente para Dios.
Cuando dos personas enamoradas se casan su gozo más grande es que se pueden dedicar
completamente el uno al otro. Se han “santificado” mutuamente, apartándose de todos los demás, para
compartir sus vidas juntas. Ella prepara las comidas con mucho amor porque lo considera un privilegio
hacer algo que le guste a su esposo. Él también se esmera en arreglar la casa nueva o en hacerle algún
mueble porque lo hace para ella. Están enamorados y todo lo que hace el uno para el otro es un deleite.
¡Está muy lejos de ser una servidumbre!
El fruto de presentarnos al Señor y servirle es nuestra santificación. Como vemos en el ejemplo de
los novios, ser “separado” de todos los demás y ser “apartado” para el Señor es algo sublime, por medio
de lo cual disfrutamos una comunión continua con Él junto con todas las bendiciones que acompañan tal
estado pasmoso. Además, tenemos por fruto el ser conformado cada día más “a la imagen” de nuestro
amado por la obra del Espíritu Santo.
“y como resultado la vida eterna.” La cosecha de la vida dedicada, “santificada” o “apartada” para
la naturaleza pecaminosa es la muerte eterna (v. 21), pero la cosecha de una vida “apartada” para Dios es
la vida eterna.
v. 23 En este versículo Pablo resume el
contraste entre el resultado de ser esclavo de la
naturaleza pecaminosa y el resultado de ser esclavo de
Dios. El salario por ser esclavo de la naturaleza
pecaminosa es la muerte eterna en el infierno,
mientras que Dios da la vida eterna como una “dádiva
de gracia” (significado literal de “dádiva”) a todos
los que le sirven. Nosotros también merecemos la
misma muerte eterna de los incrédulos, esclavos de la
naturaleza pecaminosa, sin embargo, ¡compartimos
juntamente con Cristo Su vida y gloria eterna!
120 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
En este capítulo Pablo ha mostrado que nuestra identificación con el Señor Jesús es la base y la meta
de nuestra santificación. Por medio de nuestra identificación con Cristo en Su muerte, hemos muerto a la
naturaleza pecaminosa que antes nos controlaba. Ahora compartimos la vida del Cristo resucitado y no
estamos bajo obligación alguna con la naturaleza pecaminosa para obedecerla. Sabiendo que hemos
muerto y resucitado con Cristo hay que considerarlo como una realidad y vivir de acuerdo a ella,
presentándonos a Dios para servirle y no servir jamás a la naturaleza pecaminosa.
La meta de nuestra santificación es ser completamente
identificados con el Señor Jesucristo, llegando a ser en la
práctica tan santos como lo es Él. Esta meta sólo será alcanzada
cuando estemos con el Señor en gloria, pero a medida que
nosotros sigamos las enseñanzas e instrucciones de este capítulo
estaremos cooperando con el Espíritu Santo en Su obra de
conformarnos cada vez más “a la imagen” de Cristo mientras
que estemos aquí en la tierra.
davidchrisbrown@gmail.com
El fruto de una esclavitud a la naturaleza
pecaminosa es toda clase de impureza e
iniquidad y como resultado final, la muerte
eterna. Mientras de la vida del esclavo de
Dios brota la justicia divina, hasta que él sea
recibido en su gloria eterna, completamente
conformado a la imagen de Cristo.

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Rom 06

  • 1. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 103 IV. LA JUSTICIA DE DIOS REVELADA EN LA SANTIFICACIÓN DEL PECADOR, cc. 6-8. Empezando el capítulo seis hay un tema nuevo en nuestro estudio que continúa hasta el fin del capítulo ocho. Es el tema que en términos teológicos se define como “la santificación”. La palabra “santificación” quiere decir “separación”, y generalmente se refiere a la separación de personas y cosas para Dios. El Nuevo Testamento nos enseña tres aspectos en lo referente a la santificación del creyente. Estos son: Desde el mismo momento que una persona cree en el Señor Jesucristo y Su obra salvadora, esa persona es “separada” para Dios como propiedad Suya. Habiendo sido redimida de su esclavitud a Satanás, el pecado y la muerte, es completamente purificada y justificada por la sangre de Cristo (He. 10:10, 14): “Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida una vez para siempre… Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.” Delante de Dios no es meramente un pecador lavado, sino un santo —palabra de la misma raíz que “santificación” que quiere decir “persona santificada, apartada para Dios”—, tan perfecto, santo y justo como lo es Jesús. La santificación posicional es una obra de Dios aparte de cualquier esfuerzo o acto de justicia del creyente. “La santificación posicional es tan completa para el más débil como para el más fuerte de los santos. Depende solamente de su unión y posición en Cristo” (Grandes Temas Bíblicos). 1 — LA SANTIFICACIÓN POSICIONAL Se llama “experimental” porque tiene que ver con la santificación como algo que el creyente experimenta en su vida diaria, y “progresiva” porque es un proceso, una obra del Espíritu Santo a lo largo de la vida del creyente conformándolo “a la imagen” de Cristo (Ro. 8:29): “Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos;” En su posición delante de Dios el creyente es completamente santificado, separado de todo mal, purificado y sin mancha desde el momento que cree, pero en su vida práctica sigue siendo un pecador, lejos de la perfección. La voluntad de Dios es que seamos santos en la práctica como Él lo es (1 P. 1:14-16, NVI): “Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: ‘Sean santos, porque yo soy santo.’ ” Por eso, el Padre nos ha dado el Espíritu Santo para ayudarnos y darnos la victoria sobre el pecado. Mientras que la santificación posicional está completamente desligada de los esfuerzos y logros del creyente en su diario andar, la experimental depende de la cooperación del creyente con el Espíritu. 2 — LA SANTIFICACIÓN EXPERIMENTAL Y PROGRESIVA Ninguna persona ha logrado ni podría lograr la santificación definitiva este lado del Cielo. Tanto en nuestra posición como en la experiencia estaremos con nuestro Señor en la gloria. A pesar de las fallas de cada uno aquí en la tierra, ninguno tendrá “mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef. 5:27). Todos ya seremos “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29), “semejantes a Él” (1 Jn. 3:2). Tan puros y santos en la experiencia como lo es el Señor Jesús. 3 — LA SANTIFICACIÓN DEFINITIVA
  • 2. 104 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA
  • 3. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 105 Todo lo que hemos estudiado sobre nuestra posición ante Dios, nuestra justificación y aceptación incondicional por Él, es realmente maravilloso, pero, ¿cómo se relaciona todo esto con nuestra vida cotidiana aquí en la tierra? ¿Cómo puedo tener victoria sobre el pecado y vivir de acuerdo a mi posición como persona justificada? En los capítulos seis al ocho Pablo nos aclara este asunto tan importante enseñándonos sobre la santificación experimental y progresiva. A. NUESTRA IDENTIFICACIÓN CON CRISTO POR LA FE ES LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN, c. 6 1. La base de la santificación, vv. 1-4 a. “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde?” v. 1 v. 1 ¿Por qué hizo Pablo esta pregunta? Porque dijo en 5:20 que la Ley de Dios fue dada para poner de manifiesto la rebelión y la pecaminosidad atroz de todas las personas. Hubo algo más que Pablo dijo en ese versículo; ¿recuerdan lo que fue? Sí, dijo que “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. La gracia de Dios, Su favor en salvar a los pecadores que merecen la muerte eterna, no tiene límites. El pecador más malvado que cree encontrará que la gracia de Dios es muchísimo más grande que todo su pecado. Aun un asesino que cree es considerado por Dios tan justo como lo es Jesús. Pablo sabía que muchas personas no podrían aceptar esto, y fue por esta razón que hizo la pregunta para poder contestarla luego (DHH): “¿Vamos a seguir pecando para que Dios se muestre aún más bondadoso?” Tanto incrédulos como creyentes que evalúan la gracia con el razonamiento natural hacen esta pregunta porque les parece inconsistente con el carácter santo de Dios el hecho de que Él justifique y bendiga a personas que no han hecho nada para merecerlo. Por eso, niegan la doctrina de la justificación de pecadores, insistiendo que el pecador tiene que hacer algo bueno para que Dios le acepte; y para probarlo citan a He. 12:14: “Busquen (Sigan) la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” Pero no reconocen que todos los creyentes son santos por obra divina. Acusan al que enseña semejante “herejía” de promover el libertinaje y de ser culpable de la condenación eterna de muchas personas quienes no se salvarán por la falta de santidad. b. Todos los creyentes han muerto al pecado, v. 2 v. 2 ¿Promovía Pablo el libertinaje y el pecado? ¿Estaba sugiriendo que los hijos de Dios debían seguir pecando para que la gracia de Dios, que ha perdonado todo nuestro pecado, fuera manifestada con más y más abundancia? “¡De ningún modo!” dice enfáticamente; y hace otra pregunta: “Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (NVI). Si vamos a poder comprender bien la enseñanza de los capítulos seis al ocho tenemos que reconocer que la expresión “el pecado” no se refiere a un acto de pecado en particular, sino a la fuente de los pecados, esto es, a la naturaleza pecaminosa. “Vivir en el pecado” es vivir bajo el control de la naturaleza pecaminosa. ¿Cómo pudimos “morir” a la naturaleza pecaminosa si todavía estamos vivos? En la última sección del capítulo cinco Pablo enseñó que hay dos hombres que son representantes de toda la raza humana. Adán fue el primer representante. Nacimos en este mundo como hijos de Adán, absolutamente identificados con él. Pecamos y caímos junto con nuestro padre Adán, llegando a ser identificados con su maldad, y no sólo esto, sino que compartimos el castigo por su pecado, la muerte. Nacimos pecadores La justificación por fe no nos da licencia para pecar.
  • 4. 106 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA destinados al infierno. Pero cuando creímos en la obra de Jesucristo a favor nuestro, todo cambió. Llegamos a ser identificados con Cristo. Desde entonces hemos estado EN CRISTO. En la misma manera que estuvimos EN ADÁN cuando pecó, llegando a ser identificados juntamente con él en su pecado y maldad, así hemos llegado a estar EN CRISTO, de modo que morimos cuando Él murió y ahora compartimos juntamente con Él Su justicia. Nuestra identificación con Adán terminó. Nuestro nuevo representante es el Señor Jesucristo. Cuando Él murió, nosotros morimos. La muerte es la última separación—no se olvide que el significado de la santificación es “separación”. Cuando una persona muere todo lo que lo ligaba con esta vida es cortado para siempre. Ya no puede acariciar a su esposa, alzar a sus hijos, reírse con sus amigos, o trabajar en su oficina o taller como antes. No le volveremos a ver en esta vida. La muerte es el final. El Señor Jesucristo murió a la naturaleza pecaminosa por nosotros hace dos mil años. Todos los creyentes estuvieron EN ÉL cuando murió. Por medio de Su muerte nos “santificó” o nos “separó” del poder de la naturaleza pecaminosa. Esta ya no tiene derecho para seguir dominándonos y, por consiguiente, no hay razón para seguir viviendo sometidos a sus dictámenes. Esta identificación con el Señor Jesucristo por la fe en Su muerte, sepultura y resurrección es la base de nuestra santificación, porque por medio de ella el poder que la naturaleza pecaminosa tenía sobre nosotros ha sido roto. También es la meta, porque el Espíritu Santo nos está conformando en la práctica “a la imagen” de Cristo para que haya una identificación completa con Él. Es por eso que Pablo dice: “Nosotros ya hemos muerto al pecado [la naturaleza pecaminosa]; ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado?” (DHH). c. Todos los creyentes han sido bautizados en Jesucristo, vv. 3-4 Oír a Pablo decir que ya hemos muerto es una revelación para muchos creyentes (v. 3, DHH): “¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús por el bautismo, quedamos unidos a su muerte?” Generalmente cuando hablamos del bautismo estamos pensando en el que se efectúa en agua, pero, ¿es por medio del bautismo en agua que llegamos a estar unidos a Cristo? Si no, entonces ¿cuál bautismo nos une a Él? En el mismo instante que creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador, fuimos “bautizados” en Él por la obra del Espíritu Santo (1 Co. 12:12-13): “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya Judíos o Griegos, ya esclavos o libres. A todos se nos dio a beber del mismo Espíritu.” Esto quiere decir que el Espíritu Santo nos hizo uno con Cristo, de modo que ya no estamos EN ADÁN, sino EN CRISTO. Nos “separó” de nuestra relación EN ADÁN y nos “apartó” como propiedad de Cristo. El Espíritu Santo nos unió a Él para que así como compartíamos todo con Adán, ahora compartamos todo con el Señor Jesucristo. Por lo tanto, el bautismo que nos sumergió en Cristo, uniéndonos a Él, fue un bautismo espiritual, efectuado por el Espíritu Santo en el mismo momento que creímos. Cuando estuvimos EN ADÁN, compartimos su muerte espiritual —su separación de Dios—, tanto como su esclavitud al pecado y la muerte física. Todos los creyentes hemos muerto con Cristo al “pecado” —nuestra naturaleza pecaminosa,— por eso no hay razón para seguir sometiéndonos a ella. El “bautismo” a que se refiere no es al realizado en agua, sino al Espíritu. Él nos ha “sumergido” EN CRISTO, de manera que compartamos la muerte de Cristo que nos separó del reino de la naturaleza pecaminosa y la muerte.
  • 5. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 107 Ahora que estamos EN CRISTO es Su muerte la que compartimos, de modo que ya hemos muerto a la relación anterior con Adán para nunca jamás volver a ella. La muerte de Cristo nos ha “separado” permanentemente del reino del pecado —la naturaleza pecaminosa— y la muerte. v. 4 No compartimos solamente la muerte de nuestro Señor, sino también Su sepultura y resurrección. Morimos con Cristo, fuimos sepultados con Cristo y fuimos resucitados por Dios con Cristo. Esto es semejante a lo que pasó con Noé y su familia. Cuando estuvieron dentro del arca, ellos fueron dondequiera se fuera ésta. Si el arca se hubiera hundido, ellos se hubieran hundido también. Sin embargo, el arca no se hundió. El juicio de Dios cayó sobre el mundo, pero Noé y su familia pasaron seguros y salvos en medio del juicio porque estaban “apartados” dentro del arca (1 P. 3:20-21): “…en los días de Noé durante la construcción del arca, en la cual unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvadas por medio del agua. Y correspondiendo a esto, el bautismo ahora los salva a ustedes, no quitando la suciedad de la carne, sino como una petición a Dios de una buena conciencia, mediante la resurrección de Jesucristo,” El arca fue un tipo del Señor Jesucristo, las aguas del diluvio un tipo del juicio de Dios que cayó sobre el Señor en la cruz del Calvario. En Lc. 12:50 Jesús habló de Su muerte como “un bautismo”: “Pero de un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” Es por medio de este bautismo de Jesús, tipificado en el arca de Noé pasando por las aguas del juicio del diluvio, que nosotros somos salvos. Por ser el Señor Jesús nuestro representante, nosotros estamos escondidos —apartados— EN ÉL de la misma manera que Noé y su familia lo estaban en el arca. Toda la gente que estaba fuera del arca pereció, mientras que las aguas del diluvio nunca tocaron a Noé y su familia. El arca, sin embargo, tipo de Cristo, pasó por el juicio de Dios. El Señor Jesucristo sufrió el juicio de Dios por nosotros en la cruz. De igual manera como Noé y su familia estuvieron seguros en el arca a pesar del juicio por el cual pasaba, nosotros estuvimos EN CRISTO cuando Él fue juzgado por el pecado y compartimos Su muerte, sepultura y resurrección aunque no sufrimos el juicio en nosotros mismos. Esto fue lo que mostramos a todos cuando fuimos bautizados en agua. Por medio de nuestro bautismo estuvimos dando testimonio de que ya habíamos sido unidos a Cristo por el Espíritu Santo y que compartimos todo con Él. Jesús murió, fue sepultado y resucitó como nuestro representante. El agua en el cual fuimos sumergidos fue una ilustración del sepulcro de Jesús. Al salir del agua mostramos que compartimos la resurrección del Señor y que ahora somos copartícipes de Su vida. Hay que tener bastante cuidado en establecer el tiempo de nuestra identificación con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección porque muchos se han confundido pensando que es en el agua del bautismo que nos identificamos con Cristo. El bautismo en agua es un testimonio delante de los hombres, Como las aguas del diluvio no pudieron tocar a la familia de Noé, así tampoco el juicio de Dios por nuestro pecado nos puede tocar, porque estamos seguros EN CRISTO.
  • 6. 108 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA una ilustración de lo que nos pasó cuando creímos. Por medio de él estamos diciendo a todos que nos hemos identificado con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección; que nuestra vida vieja ha terminado y ahora tenemos una vida nueva. Podríamos decir que delante de Dios fuimos identificados con la muerte, sepultura y resurrección de Cristo en el mismo momento que creímos, pero delante de los hombres en el bautismo en agua (v. 4, NVI): “Por tanto, fuimos sepultados con él mediante el bautismo en la muerte, a fin de que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos mediante la gloria del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva.” Hemos sido “separados” de nuestra vida anterior EN ADÁN por medio de nuestra identificación CON CRISTO en Su muerte, sepultura y resurrección. Por medio de esta identificación hemos sido “apartados” a gozar de una nueva vida, la cual es la misma vida de resurrección que actualmente tiene Jesús. Es nuestro deber como “personas resucitadas” vivir de acuerdo a esta nueva vida y no someternos a la naturaleza pecaminosa. Además, ya tenemos una naturaleza nueva, la divina que compartimos con el Señor (2 P. 1:4): “…Él nos ha concedido Sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de los malos deseos.” Es Dios quien está obrando en nosotros dándonos el deseo de hacer Su voluntad y el poder de llevarla a cabo (Fil. 2:13): “Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención.” 2. Actitudes indispensables para la santificación, vv. 5-23 Nuestra santificación empieza con la regeneración, la introducción de vida espiritual en nosotros que hemos creído. Desde ese punto en adelante la santificación consiste en la obra continua y progresiva de Dios de “separarnos” del pecado —tanto de los actos de pecado como de la naturaleza pecaminosa— y “apartarnos” para Sí mismo. De esta manera Dios está transformando toda nuestra vida y experiencia para que sea de santidad y pureza. Este proceso de santificación nunca terminará hasta que estemos con el Señor en la gloria, “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Nuestra identificación con el Señor Jesucristo por la fe en Su muerte, sepultura y resurrección es a la vez la base y la meta de la santificación. Para que esta identificación sea una realidad experimentada en nuestra vida cotidiana requiere tres actitudes de mente y de hecho por parte nuestra. Estas son: 1. Saber; 2. Considerar; y 3. Presentar. a. Saber, vv. 5-10 v. 5, NVI: “En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección.” La palabra “si” no expresa una duda, sino más bien una ley o principio. La persona que ha sido unida a Cristo en Su muerte necesariamente lo será también en Su resurrección. Cuando el Señor Jesús murió y fue sepultado no dejó en el sepulcro a ninguna de las personas que estaban EN ÉL. ¡Todas resucitaron con Él! La palabra griega “sumphutos” traducida “unidos” (NVI, LBLA), o “plantados juntamente” (RV60), quiere decir literalmente “crecer juntos”, y habla de la unión viva de dos individuos que crecen Delante de Dios nos identificamos con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección en el momento de creer, pero delante de las personas por medio del bautismo en agua. Ya tenemos la responsabilidad de andar de acuerdo a nuestra nueva vida con Cristo.
  • 7. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 109 juntos, por ejemplo en el caso de gemelos siameses quienes comparten la misma sangre y vida. Por medio de la fe hemos sido estrechamente unidos a Cristo. Es una unión indivisible porque estamos inseparablemente unidos con Él en todo desde Su muerte, sepultura y resurrección hasta Su gloria eterna sin fin. La misma palabra también ha sido traducida “injertados” (LBLA margen). Antes de creer en el Señor Jesús estuvimos “injertados” EN ADÁN y compartíamos su vida, su pecado y su muerte, pero ahora, por la gracia de Dios, hemos sido “injertados” EN CRISTO y compartimos Su muerte, Su sepultura, Su resurrección y Su vida. La “savia” de vida que corre en nosotros es la “savia” de Jesucristo, quien es “la resurrección y la vida” (Jn. 11:25-26): “Jesús le contestó: ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás.’ ” v. 6 Siendo que fuimos unidos a Cristo en Su muerte y resurrección sabemos por experiencia “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él”. “Nuestro viejo hombre” es lo que éramos antes de creer en Jesús: bajo la condenación del pecado (Ef. 4:22b ): “…viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos,” (Ro. 3:9b ): “…tanto Judíos como Griegos están todos bajo pecado;” Débil e impío (Ro. 5:6): “Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos.” Pecador (Ro. 5:8): “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Y enemigo de Dios (Ro. 5:10ª): “…cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo,” Ese hombre era viejo en cuanto a su uso, gastado y de ninguna utilidad. Era todo lo que éramos en Adán. Hemos experimentado un cambio en nuestras vidas, y día tras día estamos probando que el “viejo hombre” sí fue crucificado con Cristo. Fuimos identificados por la fe con la muerte del Señor Jesús. Cuando Él murió, nosotros morimos porque estuvimos unidos con Él en Su muerte. “…nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido”. ¿Qué es este “cuerpo del pecado”? Ya hemos visto que el término “el pecado” en los cc. 6-8 se refiere, no a los actos de pecado, sino a la fuente del pecado en el hombre, su naturaleza pecaminosa. Cuando Adán fue creado era señor de la creación; no solamente de la creación animal y vegetal, sino que también tenía el control de sí mismo. Pero cuando Adán atendió a las sugerencias de Satanás y pecó, Nosotros los que hemos creído, hemos sido unidos permanente e indivisiblemente a Cristo, de manera que compartimos con Él, no sólo Su muerte, sino también Su sepultura, resurrección y vida eterna.
  • 8. 110 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA comiendo del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, él se dejó controlar por sus propias pasiones. Él llegó a tener una naturaleza pecaminosa, la cual usaba el mismo cuerpo de Adán como el instrumento o medio para llevar a cabo sus designios malignos. Como consecuencia de lo que hizo Adán toda su descendencia ha sido controlada de igual modo. Todos, sin excepción, hemos sido controlados por los impulsos y pasiones de nuestros cuerpos. El cuerpo humano no es pecaminoso en sí, sino que es controlado por la naturaleza pecaminosa que carece de un cuerpo propio. El hombre natural, no regenerado, está bajo el control tiránico de su propia naturaleza pecaminosa que usa su cuerpo comoquiera. Él hace lo que le dicta esa naturaleza pecaminosa. El “cuerpo del pecado” entonces, es el cuerpo físico humano que es controlado por la naturaleza pecaminosa. Cuando creímos en el Señor Jesucristo “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido”. ¿Cómo es posible que nuestros cuerpos sean destruidos a través de nuestra crucifixión con Cristo? La palabra griega traducida como “destruido” es “katargeo” que también quiere decir “desactivar”, “hacer inoperante”, “inútil”, o “inválido”. Entonces, no estamos hablando de la destrucción del cuerpo físico, sino de desactivarlo o hacerlo inoperante. Pero, ¿por qué tiene que ser desactivado y hecho inoperante? Como ya hemos visto, desde que Adán pecó la naturaleza pecaminosa que todos hemos heredado de él usa el cuerpo para esclavizarnos a nuestros propios deseos carnales. Sin embargo, “nuestro viejo hombre [todo lo que éramos en Adán] fue crucificado juntamente con” Cristo (RV60). Ya estamos identificados con Cristo en vez de estarlo con Adán. El poder que la naturaleza pecaminosa tenía sobre nuestros cuerpos como hijos de Adán fue invalidado por la muerte de Cristo. Ya no estamos obligados a hacer lo que nuestras pasiones nos dictan. Ni nuestro cuerpo ni la naturaleza pecaminosa que lo controlaba tienen derecho a esclavizarnos. Ahora Cristo es el Señor de nuestras vidas. Hemos sido “apartados” para Su servicio exclusivo. Él ha puesto en nosotros Su Espíritu Santo para darnos la victoria sobre nuestra naturaleza pecaminosa que aún poseemos. Por medio de Él podemos decir “¡NO!” a ella. Podemos resumir el v. 6 con una paráfrasis del mismo: v. 7, DGB: “Porque el que murió ha sido declarado justo en cuanto a la naturaleza pecaminosa.” “…sabiendo esto por experiencia, que nuestro antiguo ‘yo’, —todo lo que éramos en Adán— fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado, —el cuerpo que pertenecía a la naturaleza pecaminosa, el cuerpo físico con sus deseos— sea destruido, o mejor dicho, sea hecho inválido en cuanto a su dominio sobre nosotros para que no sigamos sirviendo a la naturaleza pecaminosa —obedeciendo los deseos del cuerpo— como si fuéramos esclavos de ella.”
  • 9. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 111 Nuestra muerte con Cristo no nos ha libertado únicamente del poder de la naturaleza pecaminosa, sino también de la culpa. Dios no nos juzga por tener todavía una naturaleza pecaminosa, porque esa naturaleza fue juzgada en el Señor Jesucristo cuando Él murió. El ser “declarado justo en cuanto a la naturaleza pecaminosa” es la clave de los cc. 6-8. El sentirnos condenados delante de Dios por ser pecadores y por tener una naturaleza pecaminosa es lo que no nos deja gozar de la vida gloriosa que Pablo disfrutaba. Pablo no muestra sentimiento de pena alguno delante de Dios, ¡sino que avanza en bendito triunfo! ¿Por qué? Porque sabía que había sido justificado tanto de toda culpa como de su naturaleza pecaminosa por la sangre de Cristo y, por lo tanto, —aunque andaba en un cuerpo aún no redimido— era completamente celestial en cuanto a su posición, en su vida y en su relación con Dios. Sabía que estaba tan verdaderamente justificado de la naturaleza pecaminosa como de los actos de pecado. La conciencia de la presencia de la naturaleza pecaminosa en él, sólo le recordaba que estaba EN CRISTO, que había muerto juntamente con Él, y por consiguiente, su relación con su anterior naturaleza había cesado completamente. La presencia de esta naturaleza en su cuerpo no le producía ningún sentimiento de condenación, sólo intensificaba su anhelo por la redención del cuerpo. Dios le había declarado justo en cuanto a su naturaleza pecaminosa, y por eso no tenía temor alguno delante de Él. Sabía que estaba libre de toda condenación aunque todavía tenía la naturaleza pecaminosa. Dios le consideraba y le trataba como si no la tuviera. “¡Porque el que murió ha sido declarado justo en cuanto a la naturaleza pecaminosa!” ¡Gloriosa verdad! ¡Quiera Dios que tengamos fe para hacerla nuestra como lo hizo Pablo! (Este párrafo fue adaptado del comentario de W.R. Newell.) Pablo vuelve a enfatizar lo que enseñó en los vv. 5-7 en el v. 8, DGB: “Siendo que morimos con Cristo [siendo que esta es una verdad que sabemos], seguimos creyendo que viviremos con Él”. ¿Cuándo empezamos a compartir la vida de resurrección de Cristo? Fuimos identificados con Él en Su muerte, sepultura y resurrección cuando creímos. Desde aquel momento de la fe Su vida ha llegado a ser la nuestra (Gá. 2:20, NVI): “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.” Podemos comparar esta vida nueva con una rosa: mientras estamos aquí en la tierra somos como la rosa cuando todavía está en botón, pero cuando estemos con Cristo en el Cielo estará abierta en toda su gloria, y esto por toda la eternidad. La vida de resurrección de Cristo que vivimos aquí en la tierra es cada vez más gloriosa, pero cuando estemos en la presencia de nuestro Salvador esa gloria será sin límites. v. 9 Otra cosa que sabemos es que el Señor Jesucristo no puede volver a morir. Él experimentó la muerte física y fue rescatado por Dios de sus garras y su dominio por medio de la resurrección (Hch. 2:24, NVI): “Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio.” (Jn. 10:17-18): “Por eso el Padre Me ama, porque Yo doy Mi vida para tomarla de nuevo. Nadie Me la quita, sino que Yo la doy de Mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de Mi Padre.” Dios no nos juzga por tener una naturaleza pecaminosa. A pesar de tenerla todavía, estamos completamente libres de toda condenación.
  • 10. 112 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA Él conquistó la muerte, y nunca jamás será sujeto a ella (2 Ti. 1:10b ): “…nuestro Salvador Cristo Jesús, quien puso fin a la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio,” (He. 2:14-15, DHH): “Así como los hijos de una familia son de la misma carne y sangre, así también Jesús fue de carne y sangre humanas, para derrotar con su muerte al que tenía poder para matar, es decir, al diablo. De esta manera ha dado libertad a todos los que por miedo a la muerte viven como esclavos durante toda la vida.” La vida que compartimos juntamente con Él nunca acabará, y no está sujeta a la muerte (Jn. 11:25-26, DHH): “Jesús le dijo entonces: —Yo soy la resurrección y la vida. Él que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” v. 10 El Señor Jesús murió al pecado —la naturaleza pecaminosa— de una vez para siempre. Como vimos en el v. 7 el Señor Jesús, a pesar de no tener una naturaleza pecaminosa, murió vicariamente a ella por nosotros. Nuestra naturaleza pecaminosa fue juzgada y condenada en Cristo cuando Él murió. Fue así que nos libró de su poder. Cuando una persona muere, su naturaleza pecaminosa muere con ella. Nunca jamás podrá ser dominada por ella. El Señor murió en nuestro lugar, y nosotros, por la fe fuimos identificados con esa muerte. Su muerte llegó a ser la nuestra. Morimos con Él a nuestra naturaleza pecaminosa que heredamos de Adán. Aunque tenemos todavía la naturaleza pecaminosa, ésta no tiene ningún derecho sobre nosotros porque hemos muerto juntamente con Cristo. No estamos bajo obligación alguna de obedecerla. En conclusión: el Señor Jesús llegó a ser nuestro representante, y por medio de Su muerte Él hizo todo lo necesario para “separarnos” y rescatarnos del castigo y del poder del pecado —sea de los actos de pecado o sea de la naturaleza pecaminosa que nos incita a pecar. El Señor gritó al morir: “¡Consumado es!” Fue sepultado, resucitó y ahora vive con Su Padre en el Cielo. Nunca jamás tomará nuestro lugar como un pecador delante de Dios. Ya vive por nosotros en perfecta armonía y unión con Su Padre en el Cielo. Por eso tenemos que reconocer que nuestra esclavitud obligatoria a la naturaleza pecaminosa ha terminado para siempre. Hemos sido resucitados juntamente con Cristo y “apartados” como Su propiedad para que vivamos para servirle a Él y hacer Su voluntad. b. Considerar, v. 11 Todavía estamos estudiando la santificación experimental, y cómo nuestra identificación con Cristo por la fe es la base y la meta de la santificación. Hemos dicho que hay tres actitudes en los vv. 5-23 que son indispensables si vamos a hacer que nuestra identificación con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección sea una realidad experimentada en nuestra vida cotidiana. Ya hemos estudiado la primera: “Saber”. Tenemos que saber lo que Cristo ha hecho por nosotros, cómo todo lo que éramos EN ADÁN —nuestra vida vieja— fue crucificado con Jesús, cómo morimos con Cristo, siendo así libertados del poder de la naturaleza pecaminosa, y cómo hemos resucitado con Cristo a una vida nueva, compartiendo con Él Su vida de resurrección y una nueva naturaleza. v. 11 La segunda actitud es: “Considerar”. Una cosa es saber intelectualmente algo, otra cosa es considerarlo como una realidad. Hemos muerto con Cristo. Es algo que sabemos, ¿pero lo hemos considerado o creído como una realidad? ¿Lo estamos tomando en cuenta? Por estar EN CRISTO, la nueva vida que Él tiene es también nuestra, ahora y por toda la eternidad. Aunque nunca tuvo una naturaleza pecaminosa, Cristo murió a ella por nosotros. La juzgó para que seamos librados para siempre de su dominio y poder.
  • 11. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 113 Algunas personas no se han dado cuenta que nuestra identificación con Cristo en Su muerte es ya un hecho. Piensan que todavía tienen que morir. Pero Pablo dice: “Considérense muertos” esto es, estimar, creer y aceptar que ya están muertos. No estamos en un proceso de muerte. Ya hemos muerto. La palabra “nekrós” usada aquí para “muertos” es la misma usada en el v. 4: “como Cristo resucitó de entre los muertos” y en el v. 9: “habiendo resucitado de entre los muertos”, que en ambos casos se refiere a los que están en la tumba en el estado de muerte y no muriéndose. Nuestra muerte con Cristo está tan consumada como lo está la del Señor mismo. Nuestra responsabilidad es aceptarla por fe como una verdad. Otras personas creen que Pablo les está exhortando a hacer morir la naturaleza pecaminosa. Sin embargo, esto sería ignorar lo que está escrito en los versículos anteriores como, por ejemplo (v. 2): “hemos muerto al pecado” (v. 3): “hemos sido bautizados en Su muerte” (v. 4, RV60): “somos sepultados juntamente con él para muerte” (v. 5): “hemos sido unidos a Cristo en la semejanza de Su muerte,” (v. 7): “el que ha muerto” (v. 8): “hemos muerto con Cristo”. Los que hemos creído somos los muertos, no la naturaleza pecaminosa. Nuestra libertad del poder de la naturaleza pecaminosa es por causa de nuestra muerte con Cristo y no por la muerte de ella. El no considerarse muerto a la naturaleza pecaminosa ha sido la causa por la cual muchos creyentes nunca han podido llevar vidas victoriosas. Quizás lo puedo explicar con la ilustración de un juego: Varias personas son llevadas fuera del cuarto donde están los demás. Luego traen a una de ellas con los ojos vendados. A ésta le hacen parar sobre una tabla que descansa sobre unos libros o bloques. Dos jóvenes alzan la tabla lentamente unos treinta centímetros y le dicen a la persona parada sobre ella que tenga cuidado de no pegarse en la cabeza con el cielo raso. Pensando que está más cerca del cielo raso de lo que realmente está, se agacha, pierde el equilibrio y se cae de la tabla. Perdió el equilibrio porque consideró que estaba donde realmente no estaba. De la misma manera, el creyente que no se considera muerto a la naturaleza pecaminosa, y no cree que el poder que ésta tenía sobre su vida esté roto, nunca tendrá la victoria sobre ella. Por consiguiente, tendrá una vida cristiana muy mediocre, y será impedido el propósito del Espíritu de conformarle “a la imagen” de Cristo. Consideró que estaba donde no estaba. Traen a otra persona con los ojos vendados y la hacen parar en la tabla. Pero esta persona conoce el juego. Cuando alzan la tabla y le avisan que tenga cuidado de no pegarse en la cabeza con el cielo raso se mantiene erguida y firme. Se considera donde realmente está y no se cae. Así es el creyente que considera que el poder que la naturaleza pecaminosa tenía sobre él antes de ser salvo fue roto cuando creyó en el Señor. Él sabe que no tiene que obedecerla, y que tiene el poder de decirle “¡No!” y por eso le da la espalda y hace lo que es correcto (Este ejemplo fue traducido de los estudios de Wuest). Lo que tenemos que considerar como un hecho no termina en nuestra muerte con Cristo, porque esta es solamente la mitad de la historia. ¡Fuimos resucitados juntamente con Él para compartir Su vida! Hay que creer que la vida del Cristo resucitado es nuestra junto con la nueva naturaleza que Dios nos ha dado como hijos suyos. ¿Por qué no tenemos que obedecer a la naturaleza pecaminosa? Porque morimos a ella una vez para siempre juntamente con Cristo, fuimos resucitados juntamente con Él a una vida nueva y tenemos una naturaleza nueva y divina.
  • 12. 114 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA Es nuestro deber estimar que estas cosas son así y actuar cómo criaturas nuevas y no como personas sujetas al control de la naturaleza pecaminosa. Por ejemplo, si voy a un almacén y me dan cambio de un billete de 500 cuando les di solamente un billete de 100, fácilmente podría salir de allí gozoso de tener 400 más. Pero si me considero muerto a la naturaleza pecaminosa, le diré: “Tú no tienes poder sobre mí, porque ya he muerto y resucitado con Cristo”. Así, obedezco a la otra voz que me guía a ser honesto, y coopero con el Espíritu en Su labor de conformarme “a la imagen” de Cristo. c. La tercera actitud: Presentar, vv. 12-23 i. No dejen que la naturaleza pecaminosa reine de nuevo en sus vidas, vv. 12-14 v. 12 Si nos hemos considerado muertos con Cristo, liberados del poder de nuestra naturaleza pecaminosa y poseedores de la naturaleza divina, no dejaremos que la naturaleza pecaminosa reine como un rey en nuestro cuerpo mortal. Esta naturaleza ha sido destronada y nosotros “apartados” como propiedad de Dios, por eso es nuestro deber no dejarla ocupar el puesto que pertenece al Señor Jesús (v. 12, DHH): “Por lo tanto, no dejen ustedes que el pecado siga dominando en su cuerpo mortal y que los siga obligando a obedecer los deseos del cuerpo.” Aunque nuestra lucha parece ser con el cuerpo y sus concupiscencias o malos deseos, en realidad el enemigo que nos quiere esclavizar es la naturaleza pecaminosa. Ésta no es como un enemigo humano que podemos ver y de quien nos podemos defender con facilidad. La naturaleza pecaminosa es una entidad intangible e invisible y no puede ser vigilada fácilmente. Por ser invisible no podemos ver sus tácticas y así defendernos de ella. Pero sí podemos vigilar los miembros de nuestros cuerpos: lo que vemos, lo que oímos, lo que pensamos, lo que hacemos con las manos y donde nos llevan nuestros pies. Es imperativo que tengamos control de nosotros mismos y de nuestras facultades, y que nos mantengamos “apartados” del mal para servir a Dios. Hay que vigilar el cuerpo y no dejar que los deseos, aun esos que en sí no son malos, nos dominen y nos controlen, porque la naturaleza pecaminosa los utiliza para afirmar su poder y establecer de nuevo su reino en nosotros. El apóstol Pablo siempre estaba consciente de este peligro y tomaba medidas para evitar que su naturaleza ganara control sobre su ser, descalificándole como siervo del Señor (1 Co. 9:25- 27, DHH): “Los que se preparan para competir en un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño. Y esto lo hacen por alcanzar como premio una corona de hojas de laurel, que en seguida se marchita; en cambio, nosotros luchamos por recibir un premio que no se marchita. Yo, por mi parte, no corro a ciegas ni peleo como si estuviera dando golpes al aire. Al contrario, castigo mi cuerpo y lo obligo a obedecerme, para no quedar yo mismo descalificado después de haber enseñado a otros.” v. 13 La tercera actitud es: “Presentar”. Si vamos a mantener una victoria sobre la naturaleza pecaminosa como lo hacía Pablo tenemos que obligar a los miembros de nuestro cuerpo a servirle a Dios y no a ella. Hay que “presentar” los miembros de nuestro cuerpo a Dios, esto es, ponerlos a Su disposición, para que Él los use. Según el tiempo del verbo en el griego, es algo que se debe hacer una vez para siempre. Hay que considerar como una gran realidad nuestra muerte con Cristo que nos libró del poder de la naturaleza pecaminosa, y nuestra resurrección a nueva vida para servir a Dios.
  • 13. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 115 Esto es algo que debemos hacer “como vivos de entre los muertos”, pero no como “personas que han muerto y han vuelto a vivir” como lo expresa la DHH. Morimos con Cristo a nuestra vieja vida en Adán, y hemos resucitado juntamente con Cristo a una vida nueva. De ninguna manera hemos de volver a tener la misma vieja vida de antes. Nuestra muerte a la anterior fue tan completa como la de “los muertos” (nekrós) que están en la tumba, y nuestra nueva vida es tan real y eterna como la que actualmente goza nuestro Señor Jesús. “Nuestro viejo hombre [todo lo que éramos en Adán] fue crucificado con Cristo” para que el poder que el cuerpo controlado por la naturaleza pecaminosa tenía sobre nosotros fuera anulado. No tenemos que obedecer a esa naturaleza haciendo lo que las pasiones de nuestro cuerpo nos inciten a hacer. Podemos decirle: “¡No!” Sin embargo, hay un conflicto constante, una guerra que ruge entre nuestra naturaleza pecaminosa y el Espíritu Santo que controla nuestra nueva naturaleza (Gá. 5:16-17, NVI): “Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque ésta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren.” El campo de batalla es nuestro cuerpo mortal. Los miembros de nuestros cuerpos pueden servir como “instrumentos” de guerra, o “armas” (LBLA margen), tanto para la naturaleza pecaminosa como para Dios (del griego “hoplon” —herramienta, instrumento, arma; se traduce “armas” en Jn. 18:3 y 2 Co. 10:4). ¿Qué debemos hacer si queremos ganar la victoria sobre la naturaleza pecaminosa? Lógico, no entregarle las “armas” —los miembros de nuestro cuerpo— para que luche con ellas. Más bien, démoselas a Dios, para que sean usadas por el Espíritu Santo a fin de vencer a la naturaleza pecaminosa haciendo justicia y no maldades. v. 14 Una de las principales razones por la cual el dominio de la naturaleza pecaminosa en nuestras vidas ha terminado, y por lo que asimismo podemos tener una victoria constante sobre su poder y dominio, es que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia. (1 Co. 15:56b ): “el poder del pecado es la Ley” Estar bajo la Ley es estar bajo el poder de la naturaleza pecaminosa, porque la Ley incita al hombre a pecar. La Ley no ayuda a nadie a vivir rectamente, le sirve sólo para mostrarle cuán pecador es y condenarle. No estamos bajo este principio legal, que primero requirió obediencia y luego concedió la bendición, sino bajo el principio de la gracia que nos da todas las bendiciones espirituales sólo por estar EN CRISTO. Estando bajo el principio de la gracia, el principio del favor divino, sabemos que Dios nos ama y que siempre nos acepta así como somos. No hay que luchar o hacer cosas para que nos acepte, porque nos acepta por estar EN SU HIJO. Entre las bendiciones con las cuales Él nos ha colmado está Su propio Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, el cual nos ha sido dado para ayudarnos y capacitarnos para llevar a cabo Su voluntad, haciendo todo lo que nos ha mandado. Es significativo que a nosotros, nuevas criaturas EN CRISTO, receptores del Espíritu Santo, “separados” de este mundo y “apartados” para Dios, nos es anunciado que no estamos “bajo la Ley”. Es una advertencia a no ponernos allí, donde la esclavitud y la impotencia serían el resultado. Solamente cuando creemos que nuestra historia en Adán, con todos sus inútiles esfuerzos humanos para justificarnos Para que la naturaleza pecaminosa no nos domine como un tirano, nos entregamos a Dios, y le damos el control de nuestros miembros para que le sirvan únicamente a Él.
  • 14. 116 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA y hacernos aceptos a Dios, terminó en la cruz, estaremos en libertad para disfrutar nuestra posición delante de Dios “BAJO LA GRACIA”. ii. No dejen que la naturaleza pecaminosa les esclavice de nuevo, vv. 15-18 v. 15 En el v. 1 Pablo hizo la pregunta hipotética: “¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde?” En los primeros once versículos mostró que hemos muerto con Cristo y no debemos someternos a la naturaleza pecaminosa, llevando una vida de pecado. El poder de esta naturaleza fue roto por medio de nuestra identificación con Cristo por la fe en Su muerte. Hemos sido resucitados juntamente con Cristo y compartimos Su vida. Dios ha puesto Su naturaleza divina, que aborrece la maldad y ama la justicia, en todos nosotros. No hay razón para seguir bajo la tiranía de la naturaleza pecaminosa (v. 15, NVI): “Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia?” Posiblemente Pablo quería decir con esta pregunta, también hipotética: “¿Ya podemos pecar de vez en cuando, siendo que no estamos bajo el régimen de la Ley, sino bajo el régimen de la gracia?” Hay muchos creyentes que reconocen que debe haber ocurrido un cambio en sus vidas al ser salvos, pero, a la vez, se disculpan por sus “fallitas” diciendo que nadie es perfecto, y no debemos esperar que lo sean. Quieren seguir con sus pecados predilectos como si fuera un derecho que tienen. Están muy conscientes de que la Ley les condena aun por los pecados más pequeños, pero piensan que la gracia no les exige tanto (Stg. 2:10, DHH): “Porque si una persona obedece toda la ley, pero falla en un solo mandato, resulta culpable frente a todos los mandatos de la ley.” ¡Creen que la gracia es tan amplia que aun sus pecados caben bajo ella! Es verdad que la Ley es inflexible y exigente, pero eso no quiere decir que la gracia no exige. La gracia es más estricta de lo que la Ley podía ser. Disuade de maldad, mucho más de lo que la Ley podía. Cuando viajo por las autopistas hay algo que siempre me causa risa. La mayoría de los choferes exceden la velocidad máxima por 10, 20 ó 30 kilómetros a pesar de los muchos avisos que indican cuál es la máxima permitida. Pero tan pronto aparece una patrulla todos frenan y mantienen su velocidad dentro de los límites. La Ley es como las señales de tránsito que indican la velocidad máxima. No tiene poder alguno para obligar a su obediencia. Si la conciencia de la persona no coopera con la Ley, la misma resulta inútil. Bajo la gracia es como si tuviéramos al policía ocupando el puesto a nuestro lado en el carro. La presencia del Espíritu Santo morando en nosotros nos disuade de hacer lo malo. Está consciente aun del pecado más mínimo y nos convence de él. ¿Cómo lo hace? Bajo la Ley, por ejemplo, tenemos el mandamiento (Ex. 20:14): “No cometerás adulterio” Pero, esto era sólo como las señales de tránsito —una advertencia externa que bien podía ser obedecida o ignorada. Si la persona no cometía el acto del adulterio se sentía bien. Pero ahora, si yo como creyente miro a una mujer para codiciarla, inmediatamente el Espíritu Santo me llama la atención y me dice que estoy adulterando en mi corazón. Él no espera hasta que haya hecho el acto, sino que me convence desde la raíz u origen del pecado, mientras todavía es un pensamiento no realizado. De esta No estamos bajo la Ley que nos incita a pecar y luego nos condena, sino bajo la gracia, por medio de la cual Dios nos acepta sin condiciones y nos colma de bendiciones.
  • 15. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 117 manera la gracia es más exigente que la Ley y mucho más efectiva. Además el Espíritu nos da el poder de resistir la tentación y hacer lo correcto, lo que el Padre quiere que hagamos (Tit. 2:11-14): “Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús. Él se dio por nosotros, para REDIMIRNOS DE TODA INIQUIDAD y PURIFICAR PARA SÍ UN PUEBLO PARA POSESIÓN SUYA, celoso de buenas obras.” v. 16 ¿Cuál es el resultado de presentarnos o someternos a alguien para servirle? Esclavitud. El Señor Jesús dijo (Mt. 6:24 DHH): “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas”. Tampoco se puede servir a Dios y a la naturaleza pecaminosa. Cuando era joven pensaba que podía servir a Dios y de vez en cuando hacer lo que a mí me diera la gana. “Siendo que le estoy sirviendo la mayor parte del tiempo, lo más razonable es que Dios me permita tener mis escapaditas al mundo”, pensaba. ¿Realmente podía servir al Señor? No, porque me había hecho esclavo de mi naturaleza pecaminosa, y uno no puede servir a dos amos. Llegó el día cuando el Espíritu Santo me mostró mi condición delante del Señor como hijo desagradecido y rebelde. Me había comprado a semejante precio y sólo podía mostrarle mi gratitud entregándome al control de mi naturaleza pecaminosa (1 Co. 6:19-20, NVI): “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.” Ese día decidí presentarme a Él para servirle y no ser esclavo de esa naturaleza corrupta. Aunque a menudo he obedecido a los dictados de mi naturaleza pecaminosa, perdiendo la comunión con el Señor, he aprendido a confesar mi pecado al Señor lo más pronto posible para que me restaure a la comunión con Él y pueda seguir sirviéndole como mi legítimo Amo (v. 16, NVI): “¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entreguen a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia.” Un incrédulo se caracteriza por su pecaminosidad obedeciendo constantemente a la naturaleza pecaminosa, de la cual es esclavo. El fin de tal clase de servicio es la muerte física y eterna. Al contrario, la vida del creyente se debe destacar por su obediencia a Dios y su consecuente justicia que demuestren que es un esclavo de Dios con destino al Cielo. v. 17 Pensando en los distintos destinos que tienen los esclavos del Señor y los esclavos de la naturaleza pecaminosa, Pablo da gracias a Dios que los creyentes romanos a pesar de haber sido esclavos de su naturaleza pecaminosa, ya habían “obedecido [creído] de corazón a aquella forma de doctrina”, esto es, las enseñanzas acerca de la obra redentora que Cristo consumó en la cruz. La gracia no nos da licencia para seguir pecando. Al contrario, es más exigente que la Ley, porque tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros y Él nos convence inmediatamente del más mínimo pecado.
  • 16. 118 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA Este versículo no dice: “...aquella forma de doctrina que les fue entregada”, sino “...aquella forma de doctrina a la que fueron entregados”. Los creyentes habían sido entregados no a una teoría inanimada sino a las verdades vivas y poderosas del Evangelio. ¡Sus pecados fueron perdonados! ¡Quitada su culpa! ¡Murieron con Cristo a todo lo que eran en Adán! ¡Resucitaron juntamente con Él! ¡Son eternamente aceptos por Dios EN CRISTO! ¡Nunca se perderán! Estas grandes verdades se aplican a todos los creyentes, ¡aun cuando no lo sepan!” El Evangelio no está completo sin todos los salvos que pertenecen a él por la fe. v. 18 Otra verdad intrínseca del Evangelio es que todos los creyentes, como parte de la obra de Cristo en la cruz, han sido libertados o “separados” del poder de la naturaleza pecaminosa y han sido “apartados” como esclavos de la justicia. Ya que ésta es una verdad posicional que no se puede cambiar, debemos rehusar en la práctica servir a nuestra naturaleza pecaminosa, y servirle sólo a Dios. iii. Rehúsen servir a la naturaleza pecaminosa y cooperen con Dios para su santificación, vv. 19- 23 v. 19, DHH: “(Hablo en términos humanos, porque ustedes, por su debilidad, no pueden entender bien estas cosas.)”. Pablo se vio obligado a ilustrar su enseñanza con algo muy común para los romanos, la esclavitud, porque no hubieran entendido si les hubiera hablado en términos teológicos. Sin embargo, servir a la naturaleza pecaminosa sí se puede comparar con la esclavitud porque ella es un amo tiránico, pero Dios no es así, y el servirle a Él difícilmente se compara con la esclavitud. ¡En realidad los más libres en todo el mundo son los siervos de Dios! Estamos estudiando la santificación, ¿verdad? ¿Cómo encaja todo lo que estamos viendo acerca de amos y esclavos con la santificación? Primero, debemos considerar lo que es un esclavo y lo que es la santificación. Muchos esclavos nacieron así porque sus padres eran esclavos. Nosotros nacimos esclavos a la naturaleza pecaminosa porque nuestros padres también eran esclavos a ella. El único escape de la esclavitud para la mayoría de los esclavos era la muerte. Por medio de nuestra identificación con la muerte de Cristo por fe, hemos sido libertados de nuestro amo anterior, la naturaleza pecaminosa y Satanás, y hemos llegado a ser “esclavos” de Jesús. El significado de la santificación es “apartar” o “separar”. Por medio de Su obra en la cruz, Cristo nos ha “separado” de nuestra esclavitud anterior y nos ha “apartado” como propiedad Suya. Ya que el creyente nunca morirá seremos esclavos Suyos por toda la eternidad. Eternamente “santificados” o “apartados” para Él. El esclavo no puede ejercer su propia voluntad sino la de su amo. Es una persona “santificada” o “apartada” para el uso absoluto de otro. Antes de ser salvos fuimos “apartados” para el uso de nuestra naturaleza pecaminosa y por eso obedecimos sus mandatos y deseos, pero ahora que tenemos al Señor Jesús por Amo, hemos sido “santificados” o “apartados” para Su servicio y es Su voluntad la que debemos hacer. Como ya hemos dicho, Pablo está enseñando en los capítulos seis al ocho sobre la santificación experimental y progresiva. Esta santificación es obra del Espíritu Santo que mora en nosotros. Por medio de ella nos está “apartando” más y más de este mundo, “separándonos” de lo que contamina, dándonos la victoria sobre la naturaleza pecaminosa y conformándonos “a la imagen” de Cristo. A diferencia de la Al someternos a la naturaleza pecaminosa obedeciéndole, nos hacemos esclavos de ella. Esto sería inconsistente con nuestra posición EN CRISTO como personas libertadas de la esclavitud de la naturaleza pecaminosa.
  • 17. c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 119 santificación posicional, que no tiene nada que ver con los esfuerzos y acciones del creyente por ser algo que descansa 100% en la obra consumada de Cristo, la experimental depende de la cooperación del creyente con el Espíritu. ¿Cómo podemos cooperar con el Espíritu para que Él nos siga santificando? Antes de ser salvos no había necesidad de clases especiales sobre “Cómo cooperar con la naturaleza pecaminosa”, porque por naturaleza entregábamos los miembros de nuestro cuerpo “al servicio de la impureza y la maldad para hacer lo malo” (DHH). Así ahora, como creyentes, estamos libres del poder de la naturaleza pecaminosa y no tenemos que servirle. Además tenemos una naturaleza nueva que aborrece lo malo y ama la justicia. Por estas razones debemos entregar los miembros del cuerpo al servicio de la justicia con el mismo entusiasmo que antes de ser creyentes los entregábamos a la naturaleza pecaminosa, o, en otras palabras, debemos deleitarnos en hacer sólo lo que se conforma a la voluntad revelada de Dios de la misma manera que antes nos deleitábamos en hacer la maldad. vv. 20-21 Antes de ser salvos, cuando éramos esclavos de la naturaleza pecaminosa, no teníamos ninguna obligación con la justicia porque ésta no era nuestro amo. ¿Pero esa clase de vida y servidumbre produjo algo de lo cual podemos gloriarnos? ¡Al contrario! Nos avergonzamos y nos sonrojamos al contemplar lo que solíamos hacer, porque lo que cosechamos de esas cosas es la muerte eterna. v. 22 Pero ahora, estando desligados, libres de ese amo tiránico (la naturaleza pecaminosa), hemos sido puestos en una dulce servidumbre de amor a Dios. Una servidumbre que tiene un fruto deleitable: el gozo de ser “separados” exclusivamente para Dios. Cuando dos personas enamoradas se casan su gozo más grande es que se pueden dedicar completamente el uno al otro. Se han “santificado” mutuamente, apartándose de todos los demás, para compartir sus vidas juntas. Ella prepara las comidas con mucho amor porque lo considera un privilegio hacer algo que le guste a su esposo. Él también se esmera en arreglar la casa nueva o en hacerle algún mueble porque lo hace para ella. Están enamorados y todo lo que hace el uno para el otro es un deleite. ¡Está muy lejos de ser una servidumbre! El fruto de presentarnos al Señor y servirle es nuestra santificación. Como vemos en el ejemplo de los novios, ser “separado” de todos los demás y ser “apartado” para el Señor es algo sublime, por medio de lo cual disfrutamos una comunión continua con Él junto con todas las bendiciones que acompañan tal estado pasmoso. Además, tenemos por fruto el ser conformado cada día más “a la imagen” de nuestro amado por la obra del Espíritu Santo. “y como resultado la vida eterna.” La cosecha de la vida dedicada, “santificada” o “apartada” para la naturaleza pecaminosa es la muerte eterna (v. 21), pero la cosecha de una vida “apartada” para Dios es la vida eterna. v. 23 En este versículo Pablo resume el contraste entre el resultado de ser esclavo de la naturaleza pecaminosa y el resultado de ser esclavo de Dios. El salario por ser esclavo de la naturaleza pecaminosa es la muerte eterna en el infierno, mientras que Dios da la vida eterna como una “dádiva de gracia” (significado literal de “dádiva”) a todos los que le sirven. Nosotros también merecemos la misma muerte eterna de los incrédulos, esclavos de la naturaleza pecaminosa, sin embargo, ¡compartimos juntamente con Cristo Su vida y gloria eterna!
  • 18. 120 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA En este capítulo Pablo ha mostrado que nuestra identificación con el Señor Jesús es la base y la meta de nuestra santificación. Por medio de nuestra identificación con Cristo en Su muerte, hemos muerto a la naturaleza pecaminosa que antes nos controlaba. Ahora compartimos la vida del Cristo resucitado y no estamos bajo obligación alguna con la naturaleza pecaminosa para obedecerla. Sabiendo que hemos muerto y resucitado con Cristo hay que considerarlo como una realidad y vivir de acuerdo a ella, presentándonos a Dios para servirle y no servir jamás a la naturaleza pecaminosa. La meta de nuestra santificación es ser completamente identificados con el Señor Jesucristo, llegando a ser en la práctica tan santos como lo es Él. Esta meta sólo será alcanzada cuando estemos con el Señor en gloria, pero a medida que nosotros sigamos las enseñanzas e instrucciones de este capítulo estaremos cooperando con el Espíritu Santo en Su obra de conformarnos cada vez más “a la imagen” de Cristo mientras que estemos aquí en la tierra. davidchrisbrown@gmail.com El fruto de una esclavitud a la naturaleza pecaminosa es toda clase de impureza e iniquidad y como resultado final, la muerte eterna. Mientras de la vida del esclavo de Dios brota la justicia divina, hasta que él sea recibido en su gloria eterna, completamente conformado a la imagen de Cristo.