1. SER PADRES
Por qué pegar a los niños es un mal negocio (para lo niños)
Cada vez que aparece en la prensa alguna noticia acerca del pegar a los niños para
educarles o cada vez que se recuerda que está prohibido hacerlo cientos de voces paternales
y maternales se hacen oír para defender el cachete a tiempo como método educativo.
Pegar a los niños es una práctica muy arraigada a nuestra cultura, tanto, que hasta en la
Biblia se explica con pelos y señales cómo apedrear a un hijo desobediente y rebelde que
no hace caso.
Sin embargo, pese a que pegar a los niños produce un efecto positivo a la vista de los
padres, el efecto negativo para los hijos es mayor y la balanza se desequilibra tanto que,
hoy en día, pegar a los niños se considera un mal negocio.
Parece un buen negocio para los padres
Muchos padres alzan la voz, cuando les dices que no pueden pegar a sus hijos, que está
prohibido, porque dicen que entonces se les subirán a las barbas (o a la chepa), como si el
único recurso educativo de que disponemos los padres fuera pegarles para enseñarles.
La realidad es que estos padres están utilizando una herramienta que parece ser un buen
negocio, porque en el momento es efectiva (el niño recibe un aviso, recibe dolor, es
humillado, castigado y en ese momento deja de hacer lo que estaba haciendo), pero que a
largo plazo puede ser muy dañina y contraproducente.
Digamos que la que creen es la única herramienta es una de las que menos se aconsejan, si
lo que se quiere es educar a un hijo para que sea honesto y respetuoso.
2. “A mí me pegaban y aquí estoy”
Son muchos, mayoría, los adultos que ven normal que un padre pegue a su hijo para
educarle. Sin embargo, si en público vemos a un marido pegando a su mujer, el rechazo es
instantáneo. Esta permisividad por la violencia de padres a hijos, pese a que es la misma
violencia que la machista, viene dada por la costumbre. Está normalizada porque cuando
éramos pequeños nos pegaban o porque veíamos que pegaban a otros niños y a todo el
mundo le parecía lógico.
Por eso es habitual oír a la gente decir que cuando eran pequeños les pegaban y que nunca
les ha pasado nada, o que gracias a ello son las personas que son, o que se lo merecían, etc.
En un estupendo libro de Norm Lee, titulado “Ser padres sin castigar”, que puede leerse de
manera gratuita online, se puede leer que es mentira que los cachetes de nuestros padres no
nos dejaran huella por una simple razón: ahora, como adultos, vemos normal el que un
adulto pegue a su hijo pequeño (una gran huella, sin duda).
El que enseña pegando, enseña a pegar
Dice una muy sabia frase que “el que enseña pegando, enseña a pegar”. Combinada con
otra magnífica frase que dice que “educar es lo que hacemos cuando no estamos
educando”, porque gran parte de nuestro legado lo absorben nuestros hijos por observación
y por imitación, tenemos como resultado que cuando pegamos a nuestros hijos les estamos
enseñando a pegar a otros niños, a otras personas o a nosotros mismos, si un día consideran
que se ha hecho algo mal. Si no lo hacen de pequeños, es posible que ese aprendizaje se dé
cuando sean mayores, pegando a sus hijos (y quién sabe si también a las parejas).
Esto es grave, pero grave es también que el pegar a alguien lleva implícita una desconexión
emocional, una falta de aprecio, de cariño, un distanciamiento. La violencia es una forma
de canalizar la rabia, la ira del momento, hacia una persona en concreto, a menudo una que
sabemos que no nos devolverá esa ira. Esto es dañino en una relación a corto y largo plazo
porque el que pega se distancia y el que recibe también (a nadie le gusta que le peguen).
Cabe la posibilidad también de que los niños que son pegados acepten la situación,
simplemente porque no conocen otra mejor. Les parecerá normal, tan normal, que les
parecerá normal también que otros compañeros les falten al respeto o que algún profesor
desaprensivo les humille. De hecho, se sabe (y es lógico), que muchas de las niñas que de
pequeñas eran educadas con violencia por parte de sus padres aceptan ser tratadas de un
modo similar por sus parejas cuando son adultas.
3. “Cuando me pegas, no aprendo nada”
Centrándonos en la vertiente educativa del cachete, lo más destacable es que, aunque
creemos que los niños están aprendiendo a no hacer cosas malas, no siempre es así. La
ecuación si hace A, le pego (B) y con el tiempo dejará de hacer A para evitar B, no siempre
se da, porque muchos niños, seres inteligentes e inquietos, con su corazoncito, llegan a
aprender a hacer A de manera que los padres no se enteren, evitando B. Es decir, lo hacen
a escondidas y mienten si son preguntados, para que ni papá ni mamá les peguen.
Como la relación cuando han recibido cachetes puede estar más o menos deteriorada, no
tienen demasiado problema en mentir cuando hace falta para evitar malos momentos.
Dicho de otro modo, si pegamos a un niño no le estamos enseñando a interiorizar unos
valores, ni le estamos enseñando cómo podría comportarse bien, sino que le estamos
enseñando a no hacer algo para que no le peguemos. Como padres y educadores, tenemos
la misión de enseñarles a ser críticos, a ser jueces de sus actos y a decidir hacer las cosas
bien porque de ese modo están respetando al resto de personas, pero no para evitar un
cachete. Yo quiero que mis hijos sean respetuosos y que no insulten ni peguen a los demás
porque creo que así deben ser las personas: respetuosas, humildes y honestas, y porque
quiero que ellos crean lo mismo. No quiero que aprendan a no insultar o a no pegar
porque si lo hacen viene papá y les pega o castiga.
Confundiendo el respeto con el miedo
Son muchos los padres que creen que sus hijos les obedecen más porque les corrigen, o que
les respetan más: “a tu hijo le tienes que enseñar a respetarte”, dicen argumentando el por
qué. Sin embargo, yo respeto a la gente y no precisamente porque me pegue, sino
simplemente porque son personas educadas que también saben respetar.
4. El respeto no se puede imponer, el respeto hacia un padre nace en uno mismo y viene de
sentirse bien con él, de saberse bien tratado, respetado. Vamos, que un padre debe ganarse
el respeto de sus hijos, no obligarles a sentirlo.
Muchos de los niños que son pegados acaban sintiendo miedo de sus padres. No es respeto
ni es admiración, es temor a ser tratados mal, a que aquellas personas a las que quieren
amar les hagan daño sin entender demasiado los motivos.
Pegar a los niños es un mal negocio
Por todo ello, porque pueden aprender a pegar, porque pueden aprender a ver el ser pegados
como algo normal, porque pueden aprender a mentir para que no les peguen, porque se
sienten humillados y no se sienten queridos, viéndose afectada su autoestima, y porque
pueden llegar a temer a las personas con las que viven, pegar a los niños es un mal
negocio para ellos.
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