1. El nacimiento de un hijo está lleno de incomprensiones, de una lucha continua por el poder. Para colmo, las cenizas de nuestro pasado cultural siguen presentes haciendo a la figura paternal, un homínido prehistórico. <br />Nos recuerda al famoso mito de la caverna. En él, se cuenta que un prisionero atado de manos, pies y cabeza, tan sólo ve el reflejo de los objetos, sus sombras reflejadas por la luz de un fuego. Logra escapar y, tras un largo y duro camino de ascenso a la salida de la caverna, queda cegado por la luz del sol. Es asombroso el símil, entre éste mito y la situación del niño/a al nacer. <br />Prisionero ingenuo del verdadero mundo exterior, el niño pasa 9 largos meses en el vientre materno. Llegada la hora, el ansioso momento de la madre y el padre en el que su hijo/a nace. La luz cegadora del neón, le impide ver toda la parafernalia de objetos y la marabunta de manos que le atosigan. En tan sólo unos minutos, ha pasado de la tranquilidad absoluta al auténtico caos. Bambando de aquí para allá sin respiro; el mayor reto de su vida, respirar, aprender a vivir en unos minutos, ¡¡¡¡¡Qué estrés!!!!! <br />Tanta información me colapsa - pensará -. Tantas caras nuevas, o simplemente algo que luego sabré que son caras. Tantas manos, tantas miradas, tanto ruido, tanto movimiento... y de pronto, un calor especial, mi madre me ha tocado mientras mi padre mira ansioso su tesoro. Ahí, en ese momento, empezó la guerra. <br />A los días, llegué a otro sitio nuevo, “mi casa”. Mi padre conducía, mi madre no me soltó ni un momento. Otra vez me sentí un extraño en el mundo. <br />Más cosas nuevas, pero me sentía mejor, más tranquilo. Ya no estaba asustado, ahora quería ver cosas nuevas y comer. <br />Poco a poco, con las tareas extra que aportaba a mi familia, me di cuenta de que había una necesidad de mí, me sentía sin voto en todo aquello. La única manera de dar una tregua era haciéndome pis. <br />Más tarde, fui acostumbrándome a que mi padre me bañara, y jugase conmigo; y mi madre me diera de comer, me acunara, me durmiera, en fin, a los placeres de un<<maraja>>. No lo entendía, ¿Porqué mi madre no me bañaba o jugaba conmigo? <br />Treinta años después y con el miedo en el cuerpo, me encuentro en el paritorio con mi mujer, a punto de dejar mis dedos planos como la hoja de un libro. ¡Mi hijo va a nacer! Está a punto. Lo veo salir, y por los gritos que da su madre, va a ser grande. Pero no importa, yo estaré ahí, lo haremos juntos. “La unión hace la fuerza” y ese, ese es nuestro superpoder. <br />