El documento describe el libro "La esperanza rota" que cuenta la historia del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz Guzmán y la revolución guatemalteca de 1944-1954. El autor quedó impresionado por la honestidad y objetividad del autor Piero Gleijeses al narrar los eventos históricos. También cuenta un encuentro con un campesino que recordaba cariñosamente a Árbenz, mostrando que sus reformas para el desarrollo de Guatemala aún resonaban entre la gente años después.
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Los más honrados
y los más capaces
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Quien terminó de afianzar mi admiración por el presidente Jacobo Árbenz Guzmán
fue el italo-estadounidense Piero Gleijeses con La esperanza rota: La revolución
guatemalteca y los Estados Unidos, 1944-1954. Este libro lo comencé a leer un
jueves a las nueve de la noche y lo terminé a las seis de la mañana del viernes.
Demasiado tiempo para apenas 619 páginas, pero a ratos tuve que detenerme a
llorar, porque el estilo narrativo de Gleijeses es tan sencillo y limpio que más que
letras uno va viendo a los personajes y las escenas como si se tratara de una
película. Esa fluidez narrativa tan asombrosa me permitió también descubrir a un
intelectual honesto y justo. Porque muchos autores, al escribir sobre
acontecimientos históricos, no logran separar el corazón de la cabeza y terminan
impregnando sus escritos con sus propias emociones y perspectivas ideológicas.
Piero Gleijeses no es de esos. Al final de La esperanza rota sí deja ir un poco de
ternura hacia Árbenz, pero es el resultado quizás del efecto que causa la lectura de
más de seis mil documentos que dejan la perspectiva clara sobre la vida y actos de
un hombre que quiso hacer de Guatemala un país desarrollado, económicamente
independiente y realmente libre y soberano.
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Hace una década y media estuve en Escuintla acompañando a un compañero
que fue a dar una charla sobre economía a un grupo de campesinos. Y mi
sorpresa fue encontrarme con un hombre muy viejo que me preguntó si yo
sabía algo del "presidente Árbenenz" (así lo dijo: Árbenenz). Le respondí con
cierta fantasía que el presidente Árbenz había muerto de tristeza y soledad
hacía muchos años allá en México. Y el hombre viejo lloró y dijo: "No es justo
que mueran los hombres buenos". Árbenz estaba allí, vivo y radiante, en el
corazón y en la memoria de aquel hombre muy viejo. Y aunque me digan que
soy un maricón de mierda y un sentimentaloide pueblerino, confieso que yo
también me puse a llorar viendo las lágrimas y el rostro descompuesto de aquel
humilde campesino que pudo haber cambiado su vida si los Estados Unidos y
los oligarcas y militares traidores de este país no nos hubieran arrebatado aquel
proyecto revolucionario que nos habría evitado la calamidad de país que
tenemos hoy.
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Gracias a Piero Gleijeses descubrí que los mismos agentes de la CIA que
operaban en Guatemala enviaban cables al Departamento de Estado
reconociendo que las reformas del presidente Árbenz eran buenas y que iban a
propiciar el desarrollo de Guatemala. ¡La misma CIA reconociendo a Árbenz
como el reformista que desarrollaría a esta pequeña nación! Pero como ya se
sabe que los gobiernos estadounidenses son obstinados, paranoicos y
pendencieros, mandaron a preguntar a los agentes secretos de la CIA por el
círculo de asesores cercanos al presidente Árbenz. Y entonces un agente escribe
un cable donde dice que "ese es el problema, los comunistas que rodean al
presidente. Sin embargo, son los más inteligentes, los más trabajadores, los más
honrados y los más capaces". Sin dudas, se refería a Víctor Manuel Gutiérrez,
José Manuel Fortuny y Alfonso Bauer Paiz, entre otros patriotas revolucionarios
a quienes seguimos recordando siempre, pero especialmente cada 20 de
octubre.
Guatemala, octubre 19 de 2011
Godo de Medeiros
Escritor
Guatemala, Centroamérica