1. «¡Ven, Espíritu Santo, por quien se santifica toda
alma piadosa que cree en Cristo, para hacerse
ciudadano de la ciudad de Dios!» (en. Ps. 45,8).
«¡Ven, Espíritu Santo, haz que recibamos las
mociones de Dios, pon en nosotros tu fuego,
ilumínanos y elévanos hacia Dios!» (s. 128,4).
3. Dijeron a Jesús los fariseos y los letrados: “Los discípulos de
Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también;
en cambio los tuyos a comer y a beber. Jesús contestó:
“¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio
está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces
ayunarán”. Y les propuso esta comparación: “Nadie recorta
una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto
viejo… Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque
revientan los odres, se derrama, y los odres se estropean. A
vino nuevo, odres nuevos”. (Lucas 5, 33-38).
4. Odres nuevos
Jesús es lo “totalmente nuevo”, la Buena y
Nueva Noticia, el vino nuevo de la fiesta de la
Alianza definitiva. El evangelio de Jesús no es
un añadido al tejido añoso de las tradiciones
judías, muy respetable en verdad, pero
envejecido y con fecha de caducidad.
Jesús -su vida y su palabra- es el vestido
nuevo del todo, el prometido desde siempre y
para siempre que ya llegó, la única Verdad, la
única Vida y el único Camino.
5. Jesús le propone a Nicodemo
la necesidad de nacer de
nuevo, y a todos ser odres
nuevos, y así poder acoger el
vino nuevo de la vida en
plenitud, su misma vida, y
ver el Reino de Dios. Quien
así nace y quien así vive, ya
es un odre nuevo, ya está
revestido de Cristo.
6. Quizás vives el evangelio a retazos
Muchas veces, sin darte cuenta quizás, acomodas el evangelio
a tu vida en vez de acomodar tu vida al evangelio. Acudes al
evangelio en busca de recetas para ciertos momentos – y eso
está bien -, pero olvidas leer y meditar todo su contenido, en
toda su extensión y radicalidad, para conocer mejor la persona
de Jesús, su vida, su mensaje, su misión, y revestirte totalmente
de él.
7. Revestidos de Cristo
“Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de
la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rom 13, 14).
Nada de retazos. Cristo es nuestro “vestido”, nuestra forma de
ser, nuestra vida.
8. Son odres nuevos
- Los sencillos de corazón, los humildes en la verdad, los que se abren
gratuitamente a los hermanos y ven en ellos la presencia amorosa de
Jesús, los que no rehúyen la cruz del servicio y de la entrega generosa
y encuentran en ella la verdadera vida.
9. Palabras de Agustín
“Nadie mete vino nuevo en odres viejos, había dicho el
Señor. Tenía preparado un vino nuevo para los odres
nuevos. Eran odres viejos mientras pensaban, respecto a
Cristo, a modo carnal… Reunidos los discípulos en
oración y esperando la promesa, se despojaron de lo
viejo y se revistieron de la novedad. Hechos ya capaces,
recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés… Sed
también vosotros odres nuevos para que podáis recibir,
por mi ministerio, el vino nuevo” (Serm. 272 B, 1).
10. “Si nos convertimos en odres nuevos y esperamos
vigilantes su gracia, seremos llenados
abundantemente del Espíritu Santo, y con el Espíritu
Santo existirá en nosotros la caridad; el vino nuevo nos
pondrá en ebullición y su cáliz embriagador y
extraordinario nos dejará ebrios, hasta el punto de
olvidarnos de todo lo mundano que nos tenía ata-dos,
como se olvidaron los mártires al ir al martirio” (Ib. 7)
11. Ora
Acoge el vino nuevo de la salvación que te ofrece
el Señor. Pero, antes, revístete del vestido nuevo
de la gracia que él mismo te regala.
Pídele que te haga odre nuevo y limpio.
Déjate llenar de su Espíritu.
Ora en silencio, paz interior, sencillez de corazón.
12. Oración final
Desde el día en que te conocí, Señor, no te he
olvidado. Donde he encontrado la verdad, allí he
encontrado a mi Dios, que es la mismísima
Verdad. Por eso, desde que te conocí, resides en
mi memoria. Estos son los goces santos con que
me ha obsequiado tu misericordia al poner sus
ojos en mi pobreza. Amén
San Agustín
13. Vueltos hacia el Señor
«Vueltos hacia ti, Señor, Dios Padre omnipotente, en cuanto nos
lo permite nuestra pequeñez, te damos con puro corazón las
más rendidas y sinceras gracias, pidiendo con todas nuestras
fuerzas a tu particular bondad que, según tu beneplácito, te
dignes escuchar nuestras plegarias; que con tu poder apartes de
todos nuestros pensamientos y obras al enemigo; que
acrecientes nuestra fe, dirijas nuestra mente, nos des
pensamientos espirituales y nos lleves a tu felicidad. Por tu Hijo
Jesucristo, Señor nuestro, que contigo vive y reina, Dios, en
unidad del Espíritu Santo,