El documento describe una visita a un mercado chino donde ninguno de los empleados o clientes hablaba español, solo chino. A pesar de la barrera del idioma, los clientes podían comunicarse lo esencial para comprar mercadería. El mercado parecía una "embajada extranjera" donde solo se hablaba chino de forma veloz. Un empleado que hablaba algo de español manejaba las operaciones del mercado con gran eficiencia. El documento sugiere que el idioma chino y el poder económico de China generaban nerv
2. el chino
La verdad me llevó a entender que yo iba al mercadito chino porque como todos los que
íbamos ahí disfrutábamos de que no se hababa castellano. Era religioso hacer la cola
para pagar ante alguien que nos cobraba sin saber mas que hacer cuentas y dos o tres
palabras necesarias. Uno percibía que en general hablar es innecesario. Que se podía
comunicar lo esencial y lo básico para conseguir el fin de llevar la mercadería a casa.
Hasta el lenguaje de las señas y los gestos servían para ello. Pero las mujeres intentaban
aun así contarles por más conciso que fuere sus cosas a la cajera que se reía afirmando
sin entender una gota. Quizá era como enviar su relatividad a un país lejano en donde
ser más comprendidas. ¨ ¡Viste, Chin Lui, cómo es todo ¿no?! ¨. Y la respuesta era una
sonrisita repetitiva que les aseguraba en vano haber entendido algo. Mientras tanto
dentro del mercadito todos los chinos hablaban en chino velozmente organizando todo y
hasta riéndose de cosas que parecían ser chistes que se decían. Hasta hablaban con sus
bebés y niñitos chinos a quienes retaban o advertían o simplemente les recordaban su
presencia como se lo hace en cualquier país, depositados estos en cunitas cerca de los
pasillos o los más grandecitos gateando o caminando con sus primeros pasos. Uno de
los chinos de bastante castellano como parar tratar con proveedores y resolver temas
con el mundo exterior se encargaba de casi todo. Era el cerebro del mercadito. Nada
escapaba a su astucia y capacidad de adelantarse a los hechos. Algunos hombres se
sentaban a hablar con él a la entrada fuera del mercadito mientras él no soltaba su
calculadora y la miraba como si cada segundo de su vida fuera precioso para que eso
funcionase y los números fueran gigantes a su favor. Parecía más que un chino un
experto jugador de Poker. Pero volviendo al tema ahí no se hablaba castellano. Era una
embajada extranjera o un departamento de inteligencia porque no había palabras de
más. Las personas hablaban y coincidían en que China se iba a comer al mundo y que
ellos eran el ejemplo y la muestra del fenómeno internacional. Quizá se entraba al
mercadito con el orgullo de quien entra al venidero primer mundo o a una verdadera
potencia lo cual como expresión en los argentinos es un viejo mito. Lo cierto es que el
idioma en este país de inmigrantes nos tocaba de cerca. Algunos de los clientes
seguramente además de ingles hablaban francés o italiano. Y los de comunidades menos
predominantes conservaban el lenguaje segundo de sus abuelos. El idioma. Sin duda
esos chinos solo hablaban chino. Y lograban tanto como venir de un país muy poderoso.
Esas dos cosas daban miedo. Generaban un nerviosismo. Sobre todo en los que
dominaban el inglés con el que visitaban el mundo. China era un país prohibido para ese
tipo de conquistas. Y los que lo sabían se sentían mal. Lo veían como un fracaso. En
cambio repasaban el abc de su idioma al hablarlo desde lo elemental de ese territorio
pequeño en una esquina de San Isidro. Ir a un país lleno de góndolas donde nadie les
hablaba en castellano y mucho menos en ingles. Y en su propio país. País. Eso era
demasiado. La invasión era inminente. Alguien meditaba sobre el valor de la palabra. Y
escribía ajeno a todo ello. O conciente. De su identidad políglota. De los negocios que
en la esquina de en frente ponían el significado en imágenes. La nueva casa de fotos era
de los chinos.