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Santo
VIACRUSIS
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Juan (Jn 19,
9-16)
Reflexión
Jesús es injustamente condenado a muerte. La sentencia es una sentencia ajustada
según el parecer de los jueces, los ancianos y sumos sacerdotes. Es condenado porque
predicaba la verdad y desearon callar la verdad. Es condenado porque se presentaba
como el Mesías, el Elijo de Dios, considerado por los judíos una blasfemia. Es
condenado porque hacía el bien, incluso en sábado. Entonces buscaron testigos falsos
que gritaban en masa: “¡Crucifícale, crucifícale!'’ (Lc 23,21).
Jesús confronta a Pilato, su gobierno, su poder y autoridad: “No tendrías contra mí
ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba" (Jn 19, 11). Él es la verdad que nos
hace libres, verdad que no comprendió Pilato, quien pregunta extrañado: ¿Qué es la
verdad?, pregunta ante la que Jesús guarda silencio. Finalmente, Pilato, cede a la
exigencia de un pueblo que gritaba: crucifícale. Es la misma crisis de verdad,
relativismo e indiferencia religiosa que hoy constatamos en nuestra sociedad.
También hoy seguimos sentenciando y condenando a Cristo cuando señalamos a
nuestros hermanos, calumniamos, criticamos y divulgamos públicamente sus defectos.
En nuestras comunidades condenamos a nuestros hermanos cuando en vez de ayudar a
los jóvenes drogadictos, los empujamos más al vicio con nuestra apatía e incomprensión;
cuando rechazamos a los ancianos porque nos estorban o creemos que ya nada pueden
aportar; cuando no nos preocupamos por nuestros niños, por su educación moral y
cristiana; cuando como esposos no cuidamos la unión sacramental y nos dejamos llevar
por la infidelidad; cuando en el hogar se desmoronan los valores y cada quien hace de su
vida lo que le parece, sin pensar en el bien común.
Pregúntate: ¿Qué puedo hacer para no continuar condenando a mis hermanos? ¿Cuántas
veces he criticado y calumniado a mis hermanos? ¿Qué debo hacer para asumir siempre
la verdad y ser su defensor? Recuerda que Jesús te llama a la conversión, a renovar el
corazón y seguirlo, reconociéndolo en nuestros hermanos.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Mateo (Mt
27, 27-31)
Reflexión
Después de ser condenado a muerte, Jesús llevó sobre sus hombros la cruz hasta el
Calvario. Asumió libremente la muerte y una muerte de cruz. El mismo nos había
enseñado: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame” (Le 9, 23). A sus apóstoles les enseñó el sentido de la cruz:
‘“¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?’. Podemos’, le respondieron” (Mt 20, 22).
Se refería a su martirio y cómo el discípulo debe decidirse correr la misma suerte de
su maestro. Y aunque le gritaban: “¡Salve, rey de los Judíos!" (Jn 19, 3) y se reían
de Él, Jesús nunca devolvió mal por mal.
Hoy como ayer la realidad de la cruz nos interpela, nos cuestiona, pero nos
hallamos frente a una realidad: muchos no quieren llevar su cruz, reniegan de la
vida, buscan culpables de su situación y hasta culpan a Dios de sus problemas
económicos, de los problemas del mundo, del hambre, el desempleo, la injusticia.
Muchos quieren una cruz sin Cristo, es decir, piensan en el dolor y el
sufrimiento y dicen que les ha tocado vivir una vida muy dura pero no se
aferran a Cristo. Otros, quieren un Cristo sin cruz: creen en sus milagros, lo
consideran un profeta, pero no aceptan el sufrimiento, ni el sacrificio. Algunos
quieren un Cristo sin Iglesia, aquellos que piensan que basta tener fe y que no
se necesita de la Eucaristía ni de los sacramentos ni ir a la Iglesia para
encontrarse con Dios. Y otros, quieren una Iglesia sin Cristo, es decir,
participan de la vida de la Iglesia, desean hacer comunidad, pero no cambian su
vida. Son luz de la calle y oscuridad de la casa.
Hoy el Señor nos invita a llevar nuestra cruz, a asumir nuestra responsabilidad
como esposos, padres de familia, sacerdotes y consagrados, como profesionales
en las distintas áreas y a ser testigos de su amor en el mundo.
En nuestras comunidades, asumimos el compromiso de llevar la
cruz cuando nos preocupamos por construir comunidad, dejando
de lado nuestros intereses egoístas para pensar en el bien de todos;
cuando unimos el dolor de nuestra enfermedad a la cruz de Cristo,
cuando la fe nos une, cuando incluso vivimos la caridad para con
tantos hermanos nuestros que lo necesitan, cuando aportamos a la
unidad y a la armonía y decimos no a la división y a la discordia.
Pregúntate: ¿Reniego de mi vida? ¿Pienso que llevo una cruz muy
pesada? Fíjate en Jesús: ¿Hay mayor dolor que el suyo?
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Isaias (Is
50,4-7)
Reflexión
Por el peso de la cruz, los azotes, los ultrajes, Jesús es derribado al suelo,
cae por primera vez, pero se levanta para seguir su camino por la vía
dolorosa en medio de la multitud que le gritaba, que lanzaba
improperios, que lo insultaba pero Jesús, como “un cordero llevado al
matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su
boca” (Is 53, 7). No es fácil ofrecer la otra mejilla, ni es fácil, callar
cuando se es ultrajado y humillado. Jesús en su primera caída, nos
enseña, que a pesar del dolor, de las injurias, de la fatiga de la vida, es
posible levantarnos y continuar el camino, además, es posible, como
discípulos, ayudar a nuestros hermanos, que han caído, a levantarse,
ofreciendo nuestra voz de aliento y nuestra generosa ayuda.
En nuestra vida también caemos una y otra vez. Con nuestros pecados
imponemos una carga más pesada a Jesús y le derribamos. Pero podemos
levantarnos, seguir nuestro camino, confiando plenamente en Dios; por nuestros
esfuerzos no podremos lograr lo que queremos, necesitamos de Jesús. Él nos
enseña que no podemos dejarnos llevar por la tentación del desaliento, del
derrotismo, del fracaso, de la depresión, de la amargura, de la desesperación.
En nuestras comunidades, levantarnos significa comprender que nos equivocamos
muchas veces, que con la gracia de Dios podremos lograr nuestros proyectos,
metas e ideales. Significa aceptar las diferencias de nuestros hermanos, convivir
pacíficamente, no dejarnos llevar por nuestra soberbia, egoísmo, individualismo.
Levantarse significa encender en nuestro corazón la llama de la esperanza y vivir
con ánimos la vida, aún en medio de las dificultades, no perder nuestra alegría,
pero siempre de la mano de Dios, aferrados a su cruz.
Pregúntate: ¿Cómo vivo mi vida? ¿Estoy triste? ¿Cómo
me siento hoy? ¿Derrotado? Mira a Jesús, te llama a
que te levantes y seas optimista. ¿Te sientes feliz? Jesús
te llama y te invita a cuidar esa alegría, a no perder la
tranquilidad y la paz que tienes.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Lucas (Lc
2,33-35)
Reflexión
Jesús se encuentra con María, quien sufre al ver a su Hijo
ensangrentado y condenado a muerte. María ha aceptado por
siempre la voluntad de Dios, ella es la llena de gracia que concibió
a Jesús en su corazón y en su vientre y luego se fue a donde su
prima Isabel a anunciar la gran alegría Je llevar en su seno al
Mesías, así lo experimento Isabel: “Apenas llegó a mis oídos la
voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha
creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!” (Lc 1, 44- 45). Ella, que es la mujer del silencio, es mujer
de dolores y en ella brilla la esperanza.
María ha acompañado a Jesús en los momentos más
significativos, ahora se encuentra con El, las miradas se cruzan,
el amor se expresa en silencio. El silencio de María y de Jesús es
pedagogía, madre e hijo se funden en el más profundo estado de
contemplación. Su corazón, como lo había anunciado el profeta
Simeón, es atravesado por una espada, la espada del dolor y del
sufrimiento. Pero María no decae ante el dolor, ella como en las
bodas de Caná nos enseña a hacer la voluntad de Dios: “Hagan
lo que Él les diga" (Jn 2, 5); ella, que sufrió por la pérdida de
Jesús en el templo, lo contempla, ahora, en medio de la multitud,
cargando sobre sus hombros la cruz.
En nuestras comunidades, María es una figura espléndida, digna de imitar. Sus
virtudes las podemos plasmar en nuestro corazón y también podemos compartir con
nuestros hermanos el gozo de tener una mamá espiritual. Si somos leales,
comprometidos, servidores incondicionales, sinceros, si aprendemos a ser prudentes,
si nos convertimos en defensores de la verdad, si nos esforzamos por ayudar
solidariamente a nuestros hermanos, si somos sensibles a las necesidades del
prójimo, sentiremos en María el estímulo para comprometernos con Jesús en el
hermano y ella será nuestro auxilio, nuestro baluarte: a través de María podremos
conocer, amar y llegar hasta su Hijo Jesús.
Pregúntate: ¿Qué significa María en mi vida? Ella no debería estar ausente de tu
vida. No se concebiría un cristiano huérfano de esa mamá espiritual. Contémplala.
¿Puedes decir que amas de verdad a María y que has asumido en tu vida los valores
del Reino: la justicia, el amor, la unidad y la paz? ¿Qué te hace falta?
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Marcos (Mc
15,21-22)
Reflexión
El peso de la cruz se hacía más intenso, agudizaba más el dolor y el
sufrimiento de Cristo. Un hombre fue escogido de entre la multitud, para
ayudar a llevar la cruz: Simón de Cirene se solidarizó con el dolor de
Jesús, injustamente condenado, con Aquél que durante su vida pública
pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal.
Jesús con su vida nos enseña la necesidad de ser solidarios y de dar la vida
por nuestros hermanos. En su vida, devolvió la vista a los ciegos, curó de
la lepra, de hemorragias, expulsó demonios, resucitó a Lázaro, curó a la
hija de Jairo, al criado del Centurión romano. Su vida fue siempre bondad,
compasión, ternura; sintió lástima de la multitud, “porque eran como
ovejas sin Pastor” (MC 6, 34).
También nosotros estamos llamados a ayudar a nuestros hermanos a
llevar su cruz, a compro-meternos con sus necesidades materiales y
espirituales. En nuestras comunidades, asumimos la actitud de Simón de
Cirene cuando somos sensibles a las carencias del prójimo y tomamos la
opción de ayudar sin esperar recompensa; cuando vemos a nuestro
alrededor tanta pobreza y miseria y nos unimos como comunidad para
salir adelante, para prosperar y trabajar juntos por el desarrollo social y
comunitario. Cuando, descubriendo que hay tantos hermanos que le han
perdido el sentido a su vida o que están inmersos en el mundo del
alcohol, de la droga, de la prostitución, nos comprometemos no a
condenarlos, sino a extender nuestra mano caritativa y generosa para
ayudarles en su regeneración.
Pregúntate: En mi casa, ¿cómo estoy ayudando para que mi
hogar sea un hogar luminoso, apacible y alegre? ¿Estoy
dispuesto a ayudar a mis hermanos o siempre estoy
esperando privilegios, reconocimiento, admiración? ¿Cómo
es mi reación con las personas que me rodean, con mis
vecinos? ¿Soy buen vecino? ¿Ayudo a mis ve- vinos? ¿En
mi sector me reconocen porque soy persona pacífica y
colaboradora, o divido, siembro cizaña, peleo con mis
vecinos? Jesús te está llamando a que cambies de conducta
y ayudes a los que te rodean. Sé un buen samaritano.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Salmo 26,8-
9
Reflexión
Camino hacia el Calvario, la Verónica sale de entre la multitud y
enjuga el rostro de Jesús y en .1 lienzo se dibujan sus líneas, su rostro
ensangrentado, la corona de espinas. Muchas mujeres, durante la vida
pública de Jesús, se convirtieron en sus más fieles seguidoras, en sus
discípulas: María Magdalena, la mujer samaritana, la mujer adúltera,
María y Marta, hermanas de Lázaro, a quien Jesús resucitó, su Madre
María, siembre a su lado como la primera discípula. Jesús enalteció el
papel de la mujer, relegada en la soledad a un segundo plano. La
Verónica recibe un maravilloso regalo, en el lienzo se imprime la
imagen de Jesús, ella puede contemplar el rostro de Dios.
Nuestra súplica debe ser la misma súplica del salmista: “no
me escondas tu rostro” y con la gracia de Dios podremos
grabar en nuestros corazones e imprimir en nuestra vida
cristiana el rostro misericordioso y compasivo de Dios.
En nuestra sociedad tenemos muchas Verónicas que son
dóciles y desde el anonimato se han comprometido con sus
hermanos a través de voluntariados, pensando siempre en
la dignidad del ser humano, defendiendo la vida,
promoviendo el respeto por los derechos humanos.
Como la Verónica nuestra actitud debiera ser la de buscar el
rostro de Dios, contemplar a Jesús en el hermano, en el que
sufre, en el desvalido. Nuestra súplica debe ser la misma súplica
del salmista: “no me escondas tu rostro” y con la gracia de Dios
podremos grabar en nuestros corazones e imprimir en nuestra
vida cristiana el rostro misericordioso y compasivo de Dios.
En nuestra sociedad tenemos muchas Verónicas que son dóciles
y desde el anonimato se han comprometido con sus hermanos a
través de voluntariados, pensando siempre en la dignidad del ser
humano, defendiendo la vida, promoviendo el respeto por los
derechos humanos.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
2 de Corintios
12,9-10
Reflexión
Una vez más Jesús cae, el peso de nuestras culpas lo derriban.
Cerca de Él va Simón de Cirene, pero Jesús no se detiene, vuelve
y se levanta, continúa el camino. Sabe que su misión en esta
tierra ya se ha cumplido: ha anunciado el Reino de Dios, nos ha
revelado el rostro de misericordia y de amor del Padre, nos ha
enseñado a hacer siempre la voluntad de Dios. Jesús ha venido a
“arrojar un fuego sobre la tierra" (Lc 12, 49), quiere que nuestro
corazón arda de amor, de fe, de esperanza, de deseos de bondad,
de paz, de reconciliación, de justicia, de perdón.
En nuestra vida las caídas nos hacen entender cuán frágiles y débiles
somos y a la vez cuánto estamos necesitados de la misericordia y de
la gracia de Dios. Somos Hijos pródigos que hemos malgastado los
talentos que Dios nos ha dado, hemos sido oscuridad en vez de ser
luz de la tierra, hemos matado las ilusiones de muchos de nuestros
hermanos en vez de encender en sus corazones la llama de la
esperanza. Sin embargo, al caer y levantarnos, para seguir
caminando con la fuerza que nos viene de Dios, nos ayuda a
.emprender que cuando somos débiles, cuando todo parece fracasar,
cuando aparece la tentaron del desaliento, con Dios en el corazón,
nos volvemos fuertes, como lo expresa san Pablo.
En nuestras comunidades, nos levantamos de la miseria y del
fango del pecado cuando reflexionamos sobre nuestra vida,
nuestro compromiso cristiano, los talentos que nos ha dado
Dios, las actitudes que debemos cambiar. Cuando después de
reflexionar, como hijos pródigos, tomamos la decisión de
emprender el camino de la renovación, nacer de nuevo, nacer
para Dios y nos ponemos en camino con responsabilidad, con
alegría, confiando siempre en Dios. Nos corresponde,
entonces, seguir el camino muy unidos a Dios y asumiendo sin
temor la cruz de nuestra propia vida.
Pregúntate: ¿Qué cambió en mi vida, durante el
tiempo de la Cuaresma? ¿Cómo estoy viviendo la
Semana Santa? ¿Estoy viviendo realmente una
transformación interior? ¿Siento que hay algo distinto
en mí? ¿Siento que Dios está en mi corazón? O,
¿siento un vacío que no he podido llenar? Mira a
Jesús derribado por el peso de la cruz, Él se fija en ti,
te mira y te llama, te dice: ánimo, no tengas miedo,
levántate, toma tu ca-milla y vete a tu casa.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Lucas (Lc
23,27-31)
Reflexión
Camino hacia el Calvario, Jesús se encuentra con las
mujeres de Jerusalén. Ellas lloran, están afligidas y
angustiadas, salen al encuentro de Jesús y no comprenden
por qué tiene que morir. Como la samaritana, ellas
quieren ir a la fuente je agua viva. La actitud de aquellas
mujeres es bien vista por Jesús, pero las compromete más
cuando les advierte: “Mujeres, no lloren por mí, lloren
más bien por ustedes y por sus hijos” (Lc 23, 28).
Cuánto dolor para aquellas mujeres que con-
templan a Jesús ensangrentado, fatigado por el
peso de la cruz, malherido, maltratado por los
soldados romanos, pero en ellas es más fuerte el
amor y la bondad; no tienen miedo, se acercan para
ver a su Maestro, para escuchar de Él una palabra
de consuelo y reciben una lección maravillosa: la
cruz es una opción y Él ha aceptado libremente
morir en ella.
Lloren más bien por ustedes, significa llorar por los
pecados y sentir que con nuestras malas acciones
seguimos crucificando a Jesús, con nuestra terquedad y
obstinación seguimos poniendo clavos en sus manos y en
sus pies. Con nuestros pensamientos mezquinos, seguimos
poniendo en su cabeza una corona de espinas; con
nuestros conflictos y divisiones, seguimos echando su
túnica a suerte; con nuestro desamor, nuestro
resentimiento, el rencor, la envidia, seguimos traspasando
su costado.
En nuestras comunidades, asumimos las actitudes de las mujeres de
Jerusalén, al romper las barreras de raza, posición económica, cultura, nivel
académico, para comprometernos en la ayuda solidaria, en la integración y
la convivencia pacífica. Cuando nos arrepentimos de nuestras faltas, de
nuestras equivocaciones y pecados v empezamos a renovarnos, a cambiar
para ayudar a renovar nuestro entorno y nuestra sociedad. Cuando servimos
a los demás con alegría y nos alegramos de los triunfos ajenos.
Pregúntate: ¿De qué tengo que arrepentirme? Piensa en tus debilidades y en
tus cualidades. ¿Qué siento cuando ofendo a Dios? ¿Qué siento cuando
ofendo a mis hermanos, cuando pasan los días y los meses y no le hablo a
mis seres queridos por orgullo? Escucha a Jesús que te dice: lloren por sus
pecados.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Filipenses
2,6-8
Reflexión
El sufrimiento de Cristo es mayor cuando es derribado, los soldados
aprovechan el espectáculo v se burlan de Él, le hacen venias, lo
insultan y lo azotan. Jesús, sin embargo, se levanta con la muda de
Simón de Cirene, continúa su recorrido por la calle de la agonía
hasta el Calvario. No opone resistencia, Él es “el cordero de Dios
que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Se humilló hasta la
muerte y una muerte de cruz, no se deja vencer por la fatiga y por el
peso de la cruz, se levanta para darnos una lección de
perseverancia, de valentía y de generosidad, hasta dar su vida,
muriendo para rescatarnos del pecado v de la muerte.
Nosotros seguimos cayendo, seguimos cometiendo errores,
seguimos empecinados con nuestros pecados y por lo
mismo seguimos crucificando a Jesús. En nuestras
comunidades, nos quedamos postrados sin querer
levantarnos cuando nos desanimamos frente a los
problemas, cuando nos desanimamos frente a las diferencias
con nuestros hermanos y a las incomprensiones. No
queremos levantarnos cuando nos dejamos llevar por la
depresión, la amargura y cuando puede más el orgullo y la
vanidad que la indulgencia y la reconciliación.
En esta tercera caída, Jesús nos da una lección: no importa si el
camino es espinoso, no importa si a nuestro alrededor
encontramos personas que en vez de apoyarnos, nos ponen
zancadilla, no importa que los problemas sean grandes, si
confiamos en nuestro Padre Dios, podremos levantarnos y seguir
nuestro camino sin el temor a ser vencidos y derrotados.
Pregúntate: Frente a los problemas, ¿qué actitud asumo? ¿Busco
sólo a Dios cuando estoy en problemas, cuando estoy triste,
cuando todo carece perdido? O, ¿lo busco en todo momento?
¿Siento su gracia y amor en mi vida personal y comunitaria?
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Juan 19,23-
24
Reflexión
Llegan con Jesús hasta el Calvario y los soldados echan a suerte su túnica, lo
despojan de cuanto tiene, así muere pobre, abandonado de sus amigos,
traicionado por Judas, negado por Pedro. Nació en una pesebrera, porque para Él
no había lugar, ya lo había dicho: “El Elijo del hombre no tiene dónde reclinar la
cabeza” (Lc 9, 58). Ahora, en la cruz está sediento y experimenta el abandono de
su Padre.
En nuestras comunidades, somos capaces de despojarnos de nuestras
prevenciones contra nuestros hermanos cuando superamos los prejuicios y nos
ayudamos como hermanos, cuando juntos unimos nuestras fuerzas para construir
comunidad. Pero, despojamos a nuestros hermanos de su honra, de su dignidad
cuando criticamos, calumniamos, nos dejamos llevar por la mentira, el odio,
cuando nos volvemos apáticos e indiferentes frente a los problemas sociales.
Despojarnos de nuestros temores, renunciar a los bienes materiales, superar
los conflictos en nuestras comunidades, vencer el orgullo, es comprender las
palabras de Jesús: “Si quieres ser perfecto... ve, vende todo lo que tienes y
dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”
(Mt 19, 21). Estas palabras de Jesús resuenan en nuestros corazones; Él nos
invita a despojarnos de los bienes materiales, a superar los apegos y a no
poner nuestro corazón en los bienes de este mundo. Jesús nos enseña:
“Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por
añadidura” (Mt 6, 33).
Pregúntate: ¿Qué apegos tengo en mi vida? ¿Qué me impide ser realmente
libre? ¿He despojado a mis hermanos de su honra, he pisoteado sus derechos?
¿Me he sentido abandonado por Dios? ¿He abandonado a Dios? ¿Quiero un
Dios moldeado a mi imagen y semejanza?
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Levitico
23,32-33
Reflexión
Jesús es clavado en la cruz en medio de dos la-drones que
tienen merecido su suplicio. Pero Jesús, ¿qué mal ha hecho? Su
vida ha sido bon-dad, compasión y misericordia. Nos enseñó
que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos. La cruz se convierte en madero de bendición, fuente de
toda gracia. Como dice san León Magno, Papa: "De ella
reciben, los creyentes, de la oscuridad, la luz; del oprobio, la
gloria; de la muerte, la vida” (De los sermones de san León
Magno, Papa. Sermón Sobre la pasión del Señor, 6-8: PL 54,
340-342). Así, la cruz se convirtió en el signo de la vida.
En la cruz fue clavado nuestro Salvador, esa fue su sede, desde allí
nos dictó la cátedra más elocuente del amor al pronunciar aquellas
palabras: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Le 23,
34). En la cruz se abandonó en los brazos de su Padre, a Él
encomendó su Espíritu.
Junto a Jesús fueron crucificados dos bandidos, uno de ellos se
arrepiente de su mala vida, mientras el otro le insulta. Y el premio
del arrepentimiento es el Paraíso. Aquel hombre confía su vida a
Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” (Le 23, 42) y
Jesús ofrece el consuelo y la tranquilidad para su vida: “Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Le 23, 43).
En nuestras comunidades, seguimos crucificando a Jesús cada vez que ofendemos a
un hermano, cada vez que escandalizamos con nuestro antitestimonio, cuando somos
incoherentes, es decir, con nuestros labios profesamos la fe en Jesús y con nuestra
vida hacemos lo contrario: abandonamos a Dios y lo traicionamos. Seguimos
crucificando a Cristo en el pobre, a quien miramos y tratamos con desprecio; en el
encarcelado sentenciado y condenado con falsos testimonios, para liberar a los
culpables; en los ancianos abandonados y marginados de nuestra sociedad; en los
niños asesinados en los vientres de sus madres; en los hogares donde se ha perdido el
respeto, el amor, la comprensión y el cariño. Seguimos crucificando a Cristo con
nuestras injusticias, rebeldías e indiferencia.
Pregúntate: ¿De qué manera estoy crucificando a Cristo? ¿Soy coherente? ¿Quisiera
morir hoy con Cristo? Jesús te llama a morir con Él. ¿Por qué no crucificas con Él tu
pecado, tus vicios y defectos? ¿Quieres resucitar a una vida nueva? No tengas miedo.
Renueva tu vida. Ábrele el corazón a Jesús.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Levitico
23,44-48
Reflexión
En la cruz muere el Dios de la vida. Ha sido vencida la muerte y el pecado
y ha sido restituida nuestra condición de hijos de Dios: “En efecto, así
como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno sólo todos serán
constituidos justos” (Rm 5, 19). La muerte de Cristo, quizás para muchos
ha sido un fracaso, pero para los cristianos es el triunfo, la gloria, el paso a
una vida nueva. El mismo Jesús nos había enseñado: “Si el grano de trigo
no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”
(Jn 12, 24); Él es el grano de trigo, su muerte no ha sido en vano, su
muerte ha traído consigo la fecundidad espiritual, nuestro retorno a la casa
del Padre.
Muchos hermanos nuestros consideran que la muerte es la
destrucción total del ser humano; que después de la muerte no hay
vida eterna; otros defienden la reencarnación. El cristiano camina
en la esperanza del encuentro definitivo con Jesús; por tanto, la
muerte es una Pascua, morimos pero no para siempre, como dice el
prefacio de exequias: “Porque la vida de los que en ti creemos no
termina, sino que se transforma y al deshacerse nuestra morada
terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Y el mismo
Jesús nos ha dado el fundamento de esta esperanza: “Yo soy el
Camino y la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6); “Todo el que vive y cree
en mí no morirá jamás” (Jn 11, 26).
En nuestras comunidades, la realidad de una cultura de la muerte
golpea nuestra esperanza: masacres, secuestro, delincuencia
organizada, narcotráfico, grupos al margen de la ley, aborto,
eutanasia. Estos signos de muerte opacan el gozo de la vida y ante
esta cruda realidad Jesús es la esperanza que no nos defrauda, la vida
que nos colma de alegría; los signos de vida también evidencian
nuestro júbilo y nuestra esperanza: los niños y los jóvenes, las
familias bien constituidas, el trabajo solidario por la paz y la justicia;
los programas a favor de los más pobres y desamparados, una
pastoral social más allá del asistencialismo que centra su atención en
la promoción humana, la promoción de los derechos humanos.
Nuestra actitud debe ser, por tanto, superar los signos de muerte e
implantar una cultura de la vida.
Pregúntate: ¿A qué tengo que morir? ¿Tengo miedo a
la muerte, al dolor, al sufrimiento? No olvides que el
amor vence al temor. Crucifica con Cristo tus
pecados, vicios y defectos y experimenta la gracia de
la salvación. No tengas miedo, camina sin desfallecer,
afórrate a la cruz de Cristo y sentirás alivio en tus
penas y sufrimientos. Recuerda que Jesús te dice:
“Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que
yo los aliviaré, aprendan de mí que soy manso y
humilde corazón” (Mt 11, 28-29).
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Juan 19,38-
39
Reflexión
Ante una multitud que observaba admirada el acontecimiento
de la cruz, en medio de improperios e insultos, Jesús se
abandona en brazos de su Padre; en la cruz ha experimentado
el dolor, la soledad y el abandono, pero no ha dejado de ser
consciente de que su pasión y muerte es la voluntad del Padre;
“se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte
en cruz” (Flp 2, 8). Ha entregado su Espíritu en las manos del
Padre y ha muerto a la vista de todos, con los brazos bien
abiertos para abrazar a todos los que a Él se acerquen.
José de Arimatea pide a Pilatos el cuerpo de Jesús para
ser llevado al sepulcro. Jesús es bajado de la cruz; la
turba se había dispersado ante la muerte del Hijo de
Dios, el velo del templo se había rasgado en dos y el día
había oscurecido. Jesús desciende de la cruz, inerme, sin
vida; sus manos y sus pies clavados son liberados. Con
su muerte ha venido la salvación para la humanidad. El
mismo Jesús había confrontado a sus contemporáneos:
“Destruyan este Santuario y en tres días lo levantaré” (Jn
2, 19). Se refería al templo de su cuerpo.
Su muerte le lleva hasta las profundidades del infierno, experimentando el más
hondo sufrimiento de abandono de su Padre, pero ha regresado para quedarse con
nosotros. Hemos sido liberados, sanados, purificados, hemos sido rescatados de la
mano del enemigo, para ser llevados de nuevo a la casa del Padre.
En nuestras comunidades, experimentamos también el dolor del abandono y la
soledad ante la discriminación, la marginación, la exclusión.
Muchos hermanos nuestros son vistos como delincuentes por su humilde
condición; hermanos marginados y señalados por la sociedad sin oportunidades
para elevar su calidad de vida. Y ante esta realidad, Jesús viene para rescatarnos,
para darle sentido a la vida, para revelarnos la dignidad de los hijos de Dios, para
mostrarnos el camino de la igualdad, de la justicia, del amor y del perdón. Los
rostros sufrientes de nuestra sociedad, son los rostros vivos de Cristo, a través de
ellos, Cristo nos interpela, nos invita a comprometernos con su sufrimiento y a
ayudarles a llevar su cruz.
Pregúntate: ¿Cuáles son mis actitudes frente a los más
pobres y desvalidos? ¿Soy sensible para reconocer el
rostro de Cristo en mis hermanos? Cuando alguien se
acerca a mí para pedir ayuda, ¿respondo con palabras
de consuelo o me mofo y me expreso con descortesía?
Contempla a Jesús muerto que ahora es bajado de la
cruz. ¿Qué sentimientos brotan de tu corazón? No
tengas miedo, baja con Jesús de la cruz y camina con
Él hasta el sepulcro, para resucitar a una vida nueva.
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Juan 19,40-
42
Reflexión
Las mujeres de Jerusalén que habían llorado la muerte de Jesús,
que experimentan el dolor de su ausencia, ungen el cuerpo de Jesús
con finos aromas. Durante su vida, Jesús había profetizado sobre
este momento, cuando en casa de Lázaro, a quien había resucitado,
María “tomó una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió
los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del
olor del perfume” (Jn 12, 3). Ante el reproche de Judas Iscariote
por el derroche de estos perfumes, Jesús reclama: “Déjala, que lo
guarde para el día de mi sepultura” (Jn 12, 7).
Jesús es puesto en el sepulcro, custodiado por soldados romanos. Estará
sepultado tres días y tres noches, la tierra será más fértil y fecunda con su
muerte y resurrección. También su sepultura la había profetizado el mismo
Jesús ante la predicación de Jonás en Nínive: “Porque así como Jonás estuvo
tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en
el seno de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12, 40). Ahora es el tiempo
del silencio, ha llegado el tiempo de Dios, tiempo de gracia y de bendición.
El silencio se mezcla con el dolor y sufrimiento de la ausencia del Maestro
de Galilea, así lo experimentan las mujeres y los discípulos de Jesús; pero en
el silencio habla Dios y el silencio que se produce tras la muerte de Cristo es
silencio espiritual fecundo que se transforma en alegría. Su vida ha sido un
signo de amor, ahora el amor vuelve a tomar vida. Ha muerto el Hijo de
Dios pero renace la esperanza, porque no ha muerto para siempre.
En nuestras comunidades seguimos crucificando a Cristo y callando la verdad,
cuando nos negamos la posibilidad de crecer en la solidaridad y la justicia y
puede más la insensibilidad y la indiferencia. Silenciamos la verdad cuando
nos dejamos llevar por la intriga, la mentira, el engaño. Jesús es puesto en el
sepulcro y desde allí se desprenden bendiciones para la humanidad. Cuántos
hermanos nuestros mueren de hambre, de frío, a causa de la violencia, de la
delincuencia; pero también cuántos hermanos nuestros están muertos en vida
por su frialdad espiritual, por su ceguera ante la verdad y la vida, por la
corrupción, por su alejamiento de Dios, por su simpatía con la maldad. Es
grato recordar que Jesús ha muerto por todos, pues El no hace acepción de
personas y nos revela el rostro compasivo de Dios que “hace salir el sol sobre
buenos y malos" (Mt 5, 45), pero espera de nosotros un cambio de conducta,
nuestra conversión.
Pregúntate: ¿Mi vida es un signo de amor o me dejo llevar
por la rutina y la amargura? ¿En qué momento de mi vida he
tenido una fuerte experiencia de Dios? ¿Me siento solo,
abandonado de mis amigos? ¿Qué significado le doy al
silencio?
Jesús yace en el sepulcro pero no para quedarse, sino para
salir triunfante y victorioso. ¿Cómo te estás preparando para
compartir este triunfo o prefieres la derrota y el fracaso? No
tengas miedo, Cristo te llama y te dice: “Animo, no tengas
miedo, Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).
Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
Porque por tu santa cruz redimiste al
mundo.
Mateo 28,1-
8
Reflexión
Hemos caminado con Cristo hacia Jerusalén aclamándolo entre palmas
como el rey de la humanidad; hemos vivido con Él la experiencia de la
intimidad con su Padre Dios, en el huerto de Getsemaní; hemos
contemplado la traición de Judas y la negación de Pedro; Cristo ha
resucitado glorioso y triunfante. Hemos contemplado la sentencia y la
condena a muerte; hemos escuchado los gritos de la turba enfurecida:
“Crucifícale, crucifícale”; hemos contemplado al rey de los judíos con la
corona de espinas, la cruz sobre sus hombros y su mirada cargada de
amor y de perdón. Hemos caminado con María y las mujeres de
Jerusalén llorando la muerte de Jesús. Lo hemos visto abandonarse en
los brazos de su Padre y entregar su espíritu.
Ahora, el mismo Jesús que nació en la pesebrera de Belén, que pasó
haciendo el bien y que murió por la humanidad, resucita glorioso, se
aparece a Simón, a los discípulos de Emaús, a María Magdalena, los
convoca para que vayan a Galilea y los prepara para la misión universal.
Sus apariciones confirman la fe de sus discípulos y los tranquiliza frente
al desconcierto y frustración que experimentan, porque no habían
comprendido que Jesús tenía que morir y al tercer día resucitar.
Jesús infunde a sus apóstoles paz y tranquilidad, en sus apariciones
siempre los saluda: “La paz sea con ustedes” 0n 20, 19) y luego los
prepara para recibir el don del Espíritu Santo: “Les conviene que yo me
vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito” (Jn 16, 7).
En nuestras comunidades vivimos la resurrección de Cristo cuando aceptamos
como discípulos su Palabra y la convertimos en norma de nuestra propia vida,
cuando nos esforzamos por hacer el bien y por ayudar a nuestros hermanos.
Hablar de resurrección es hablar de transfiguración, de renovación, de nueva
vida. Contemplar la mirada de un niño por la calle, la mirada tierna de un
anciano, la juventud enamorada de la vida, construyendo sueños e ilusiones,
es vivir la resurrección. Contemplar las familias renovadas en el amor,
esposos y esposas que valoran la fidelidad, profesionales que se esfuerzan por
la excelencia y trabajan con responsabilidad social; sacerdotes, religiosos y
laicos comprometidos en su acción misionera, comunidades que viven
procesos de nueva evangelización, organizaciones comprometidas con la paz
y la justicia, es vivir la resurrección.
Superar las dificultades de la vida diaria, los problemas económicos, la
discriminación, la marginación y exclusión para instaurar la justicia y la igualdad, es
vivir la resurrección; vivir un encuentro personal e íntimo con Jesús y renovar
nuestra vida con el deseo de ser discípulos misioneros y esforzarnos por caminar
hacia la santidad y la perfección, es vivir la resurrección. Vivir una vida nueva en
Cristo, morir a nosotros mismos, a nuestros egoísmos, rivalidades, envidias y nacer
para Dios, es vivir la resurrección. Y en este camino de resurrección, para vivir esta
vida nueva la gracia de Dios nos acompaña y el estímulo permanente de María que
nos protege y nos cuida.
Pregúntate: ¿Me siento resucitado? ¿Siento que he nacido nuevamente en esta
Semana Mayor? ¿En qué ha cambiado mi vida? ¿A qué he muerto en esta Semana
Santa? ¿Cuáles son mis compromisos para vivir una vida nueva, vivir para Dios? En
este camino no estás solo. Recuerda las palabras de Jesús: ‘Ab estaré con ustedes
todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).

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  • 2.
  • 3.
  • 4. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 6.
  • 7. Reflexión Jesús es injustamente condenado a muerte. La sentencia es una sentencia ajustada según el parecer de los jueces, los ancianos y sumos sacerdotes. Es condenado porque predicaba la verdad y desearon callar la verdad. Es condenado porque se presentaba como el Mesías, el Elijo de Dios, considerado por los judíos una blasfemia. Es condenado porque hacía el bien, incluso en sábado. Entonces buscaron testigos falsos que gritaban en masa: “¡Crucifícale, crucifícale!'’ (Lc 23,21). Jesús confronta a Pilato, su gobierno, su poder y autoridad: “No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba" (Jn 19, 11). Él es la verdad que nos hace libres, verdad que no comprendió Pilato, quien pregunta extrañado: ¿Qué es la verdad?, pregunta ante la que Jesús guarda silencio. Finalmente, Pilato, cede a la exigencia de un pueblo que gritaba: crucifícale. Es la misma crisis de verdad, relativismo e indiferencia religiosa que hoy constatamos en nuestra sociedad.
  • 8. También hoy seguimos sentenciando y condenando a Cristo cuando señalamos a nuestros hermanos, calumniamos, criticamos y divulgamos públicamente sus defectos. En nuestras comunidades condenamos a nuestros hermanos cuando en vez de ayudar a los jóvenes drogadictos, los empujamos más al vicio con nuestra apatía e incomprensión; cuando rechazamos a los ancianos porque nos estorban o creemos que ya nada pueden aportar; cuando no nos preocupamos por nuestros niños, por su educación moral y cristiana; cuando como esposos no cuidamos la unión sacramental y nos dejamos llevar por la infidelidad; cuando en el hogar se desmoronan los valores y cada quien hace de su vida lo que le parece, sin pensar en el bien común. Pregúntate: ¿Qué puedo hacer para no continuar condenando a mis hermanos? ¿Cuántas veces he criticado y calumniado a mis hermanos? ¿Qué debo hacer para asumir siempre la verdad y ser su defensor? Recuerda que Jesús te llama a la conversión, a renovar el corazón y seguirlo, reconociéndolo en nuestros hermanos.
  • 9.
  • 10. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 12.
  • 13. Reflexión Después de ser condenado a muerte, Jesús llevó sobre sus hombros la cruz hasta el Calvario. Asumió libremente la muerte y una muerte de cruz. El mismo nos había enseñado: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Le 9, 23). A sus apóstoles les enseñó el sentido de la cruz: ‘“¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?’. Podemos’, le respondieron” (Mt 20, 22). Se refería a su martirio y cómo el discípulo debe decidirse correr la misma suerte de su maestro. Y aunque le gritaban: “¡Salve, rey de los Judíos!" (Jn 19, 3) y se reían de Él, Jesús nunca devolvió mal por mal. Hoy como ayer la realidad de la cruz nos interpela, nos cuestiona, pero nos hallamos frente a una realidad: muchos no quieren llevar su cruz, reniegan de la vida, buscan culpables de su situación y hasta culpan a Dios de sus problemas económicos, de los problemas del mundo, del hambre, el desempleo, la injusticia.
  • 14. Muchos quieren una cruz sin Cristo, es decir, piensan en el dolor y el sufrimiento y dicen que les ha tocado vivir una vida muy dura pero no se aferran a Cristo. Otros, quieren un Cristo sin cruz: creen en sus milagros, lo consideran un profeta, pero no aceptan el sufrimiento, ni el sacrificio. Algunos quieren un Cristo sin Iglesia, aquellos que piensan que basta tener fe y que no se necesita de la Eucaristía ni de los sacramentos ni ir a la Iglesia para encontrarse con Dios. Y otros, quieren una Iglesia sin Cristo, es decir, participan de la vida de la Iglesia, desean hacer comunidad, pero no cambian su vida. Son luz de la calle y oscuridad de la casa. Hoy el Señor nos invita a llevar nuestra cruz, a asumir nuestra responsabilidad como esposos, padres de familia, sacerdotes y consagrados, como profesionales en las distintas áreas y a ser testigos de su amor en el mundo.
  • 15. En nuestras comunidades, asumimos el compromiso de llevar la cruz cuando nos preocupamos por construir comunidad, dejando de lado nuestros intereses egoístas para pensar en el bien de todos; cuando unimos el dolor de nuestra enfermedad a la cruz de Cristo, cuando la fe nos une, cuando incluso vivimos la caridad para con tantos hermanos nuestros que lo necesitan, cuando aportamos a la unidad y a la armonía y decimos no a la división y a la discordia. Pregúntate: ¿Reniego de mi vida? ¿Pienso que llevo una cruz muy pesada? Fíjate en Jesús: ¿Hay mayor dolor que el suyo?
  • 16.
  • 17. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 19.
  • 20. Reflexión Por el peso de la cruz, los azotes, los ultrajes, Jesús es derribado al suelo, cae por primera vez, pero se levanta para seguir su camino por la vía dolorosa en medio de la multitud que le gritaba, que lanzaba improperios, que lo insultaba pero Jesús, como “un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca” (Is 53, 7). No es fácil ofrecer la otra mejilla, ni es fácil, callar cuando se es ultrajado y humillado. Jesús en su primera caída, nos enseña, que a pesar del dolor, de las injurias, de la fatiga de la vida, es posible levantarnos y continuar el camino, además, es posible, como discípulos, ayudar a nuestros hermanos, que han caído, a levantarse, ofreciendo nuestra voz de aliento y nuestra generosa ayuda.
  • 21. En nuestra vida también caemos una y otra vez. Con nuestros pecados imponemos una carga más pesada a Jesús y le derribamos. Pero podemos levantarnos, seguir nuestro camino, confiando plenamente en Dios; por nuestros esfuerzos no podremos lograr lo que queremos, necesitamos de Jesús. Él nos enseña que no podemos dejarnos llevar por la tentación del desaliento, del derrotismo, del fracaso, de la depresión, de la amargura, de la desesperación. En nuestras comunidades, levantarnos significa comprender que nos equivocamos muchas veces, que con la gracia de Dios podremos lograr nuestros proyectos, metas e ideales. Significa aceptar las diferencias de nuestros hermanos, convivir pacíficamente, no dejarnos llevar por nuestra soberbia, egoísmo, individualismo. Levantarse significa encender en nuestro corazón la llama de la esperanza y vivir con ánimos la vida, aún en medio de las dificultades, no perder nuestra alegría, pero siempre de la mano de Dios, aferrados a su cruz.
  • 22. Pregúntate: ¿Cómo vivo mi vida? ¿Estoy triste? ¿Cómo me siento hoy? ¿Derrotado? Mira a Jesús, te llama a que te levantes y seas optimista. ¿Te sientes feliz? Jesús te llama y te invita a cuidar esa alegría, a no perder la tranquilidad y la paz que tienes.
  • 23.
  • 24. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 26.
  • 27. Reflexión Jesús se encuentra con María, quien sufre al ver a su Hijo ensangrentado y condenado a muerte. María ha aceptado por siempre la voluntad de Dios, ella es la llena de gracia que concibió a Jesús en su corazón y en su vientre y luego se fue a donde su prima Isabel a anunciar la gran alegría Je llevar en su seno al Mesías, así lo experimento Isabel: “Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 44- 45). Ella, que es la mujer del silencio, es mujer de dolores y en ella brilla la esperanza.
  • 28. María ha acompañado a Jesús en los momentos más significativos, ahora se encuentra con El, las miradas se cruzan, el amor se expresa en silencio. El silencio de María y de Jesús es pedagogía, madre e hijo se funden en el más profundo estado de contemplación. Su corazón, como lo había anunciado el profeta Simeón, es atravesado por una espada, la espada del dolor y del sufrimiento. Pero María no decae ante el dolor, ella como en las bodas de Caná nos enseña a hacer la voluntad de Dios: “Hagan lo que Él les diga" (Jn 2, 5); ella, que sufrió por la pérdida de Jesús en el templo, lo contempla, ahora, en medio de la multitud, cargando sobre sus hombros la cruz.
  • 29. En nuestras comunidades, María es una figura espléndida, digna de imitar. Sus virtudes las podemos plasmar en nuestro corazón y también podemos compartir con nuestros hermanos el gozo de tener una mamá espiritual. Si somos leales, comprometidos, servidores incondicionales, sinceros, si aprendemos a ser prudentes, si nos convertimos en defensores de la verdad, si nos esforzamos por ayudar solidariamente a nuestros hermanos, si somos sensibles a las necesidades del prójimo, sentiremos en María el estímulo para comprometernos con Jesús en el hermano y ella será nuestro auxilio, nuestro baluarte: a través de María podremos conocer, amar y llegar hasta su Hijo Jesús. Pregúntate: ¿Qué significa María en mi vida? Ella no debería estar ausente de tu vida. No se concebiría un cristiano huérfano de esa mamá espiritual. Contémplala. ¿Puedes decir que amas de verdad a María y que has asumido en tu vida los valores del Reino: la justicia, el amor, la unidad y la paz? ¿Qué te hace falta?
  • 30.
  • 31. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 33.
  • 34. Reflexión El peso de la cruz se hacía más intenso, agudizaba más el dolor y el sufrimiento de Cristo. Un hombre fue escogido de entre la multitud, para ayudar a llevar la cruz: Simón de Cirene se solidarizó con el dolor de Jesús, injustamente condenado, con Aquél que durante su vida pública pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. Jesús con su vida nos enseña la necesidad de ser solidarios y de dar la vida por nuestros hermanos. En su vida, devolvió la vista a los ciegos, curó de la lepra, de hemorragias, expulsó demonios, resucitó a Lázaro, curó a la hija de Jairo, al criado del Centurión romano. Su vida fue siempre bondad, compasión, ternura; sintió lástima de la multitud, “porque eran como ovejas sin Pastor” (MC 6, 34).
  • 35. También nosotros estamos llamados a ayudar a nuestros hermanos a llevar su cruz, a compro-meternos con sus necesidades materiales y espirituales. En nuestras comunidades, asumimos la actitud de Simón de Cirene cuando somos sensibles a las carencias del prójimo y tomamos la opción de ayudar sin esperar recompensa; cuando vemos a nuestro alrededor tanta pobreza y miseria y nos unimos como comunidad para salir adelante, para prosperar y trabajar juntos por el desarrollo social y comunitario. Cuando, descubriendo que hay tantos hermanos que le han perdido el sentido a su vida o que están inmersos en el mundo del alcohol, de la droga, de la prostitución, nos comprometemos no a condenarlos, sino a extender nuestra mano caritativa y generosa para ayudarles en su regeneración.
  • 36. Pregúntate: En mi casa, ¿cómo estoy ayudando para que mi hogar sea un hogar luminoso, apacible y alegre? ¿Estoy dispuesto a ayudar a mis hermanos o siempre estoy esperando privilegios, reconocimiento, admiración? ¿Cómo es mi reación con las personas que me rodean, con mis vecinos? ¿Soy buen vecino? ¿Ayudo a mis ve- vinos? ¿En mi sector me reconocen porque soy persona pacífica y colaboradora, o divido, siembro cizaña, peleo con mis vecinos? Jesús te está llamando a que cambies de conducta y ayudes a los que te rodean. Sé un buen samaritano.
  • 37.
  • 38. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 40.
  • 41. Reflexión Camino hacia el Calvario, la Verónica sale de entre la multitud y enjuga el rostro de Jesús y en .1 lienzo se dibujan sus líneas, su rostro ensangrentado, la corona de espinas. Muchas mujeres, durante la vida pública de Jesús, se convirtieron en sus más fieles seguidoras, en sus discípulas: María Magdalena, la mujer samaritana, la mujer adúltera, María y Marta, hermanas de Lázaro, a quien Jesús resucitó, su Madre María, siembre a su lado como la primera discípula. Jesús enalteció el papel de la mujer, relegada en la soledad a un segundo plano. La Verónica recibe un maravilloso regalo, en el lienzo se imprime la imagen de Jesús, ella puede contemplar el rostro de Dios.
  • 42. Nuestra súplica debe ser la misma súplica del salmista: “no me escondas tu rostro” y con la gracia de Dios podremos grabar en nuestros corazones e imprimir en nuestra vida cristiana el rostro misericordioso y compasivo de Dios. En nuestra sociedad tenemos muchas Verónicas que son dóciles y desde el anonimato se han comprometido con sus hermanos a través de voluntariados, pensando siempre en la dignidad del ser humano, defendiendo la vida, promoviendo el respeto por los derechos humanos.
  • 43. Como la Verónica nuestra actitud debiera ser la de buscar el rostro de Dios, contemplar a Jesús en el hermano, en el que sufre, en el desvalido. Nuestra súplica debe ser la misma súplica del salmista: “no me escondas tu rostro” y con la gracia de Dios podremos grabar en nuestros corazones e imprimir en nuestra vida cristiana el rostro misericordioso y compasivo de Dios. En nuestra sociedad tenemos muchas Verónicas que son dóciles y desde el anonimato se han comprometido con sus hermanos a través de voluntariados, pensando siempre en la dignidad del ser humano, defendiendo la vida, promoviendo el respeto por los derechos humanos.
  • 44.
  • 45. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 47.
  • 48. Reflexión Una vez más Jesús cae, el peso de nuestras culpas lo derriban. Cerca de Él va Simón de Cirene, pero Jesús no se detiene, vuelve y se levanta, continúa el camino. Sabe que su misión en esta tierra ya se ha cumplido: ha anunciado el Reino de Dios, nos ha revelado el rostro de misericordia y de amor del Padre, nos ha enseñado a hacer siempre la voluntad de Dios. Jesús ha venido a “arrojar un fuego sobre la tierra" (Lc 12, 49), quiere que nuestro corazón arda de amor, de fe, de esperanza, de deseos de bondad, de paz, de reconciliación, de justicia, de perdón.
  • 49. En nuestra vida las caídas nos hacen entender cuán frágiles y débiles somos y a la vez cuánto estamos necesitados de la misericordia y de la gracia de Dios. Somos Hijos pródigos que hemos malgastado los talentos que Dios nos ha dado, hemos sido oscuridad en vez de ser luz de la tierra, hemos matado las ilusiones de muchos de nuestros hermanos en vez de encender en sus corazones la llama de la esperanza. Sin embargo, al caer y levantarnos, para seguir caminando con la fuerza que nos viene de Dios, nos ayuda a .emprender que cuando somos débiles, cuando todo parece fracasar, cuando aparece la tentaron del desaliento, con Dios en el corazón, nos volvemos fuertes, como lo expresa san Pablo.
  • 50. En nuestras comunidades, nos levantamos de la miseria y del fango del pecado cuando reflexionamos sobre nuestra vida, nuestro compromiso cristiano, los talentos que nos ha dado Dios, las actitudes que debemos cambiar. Cuando después de reflexionar, como hijos pródigos, tomamos la decisión de emprender el camino de la renovación, nacer de nuevo, nacer para Dios y nos ponemos en camino con responsabilidad, con alegría, confiando siempre en Dios. Nos corresponde, entonces, seguir el camino muy unidos a Dios y asumiendo sin temor la cruz de nuestra propia vida.
  • 51. Pregúntate: ¿Qué cambió en mi vida, durante el tiempo de la Cuaresma? ¿Cómo estoy viviendo la Semana Santa? ¿Estoy viviendo realmente una transformación interior? ¿Siento que hay algo distinto en mí? ¿Siento que Dios está en mi corazón? O, ¿siento un vacío que no he podido llenar? Mira a Jesús derribado por el peso de la cruz, Él se fija en ti, te mira y te llama, te dice: ánimo, no tengas miedo, levántate, toma tu ca-milla y vete a tu casa.
  • 52.
  • 53. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 55.
  • 56. Reflexión Camino hacia el Calvario, Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén. Ellas lloran, están afligidas y angustiadas, salen al encuentro de Jesús y no comprenden por qué tiene que morir. Como la samaritana, ellas quieren ir a la fuente je agua viva. La actitud de aquellas mujeres es bien vista por Jesús, pero las compromete más cuando les advierte: “Mujeres, no lloren por mí, lloren más bien por ustedes y por sus hijos” (Lc 23, 28).
  • 57. Cuánto dolor para aquellas mujeres que con- templan a Jesús ensangrentado, fatigado por el peso de la cruz, malherido, maltratado por los soldados romanos, pero en ellas es más fuerte el amor y la bondad; no tienen miedo, se acercan para ver a su Maestro, para escuchar de Él una palabra de consuelo y reciben una lección maravillosa: la cruz es una opción y Él ha aceptado libremente morir en ella.
  • 58. Lloren más bien por ustedes, significa llorar por los pecados y sentir que con nuestras malas acciones seguimos crucificando a Jesús, con nuestra terquedad y obstinación seguimos poniendo clavos en sus manos y en sus pies. Con nuestros pensamientos mezquinos, seguimos poniendo en su cabeza una corona de espinas; con nuestros conflictos y divisiones, seguimos echando su túnica a suerte; con nuestro desamor, nuestro resentimiento, el rencor, la envidia, seguimos traspasando su costado.
  • 59. En nuestras comunidades, asumimos las actitudes de las mujeres de Jerusalén, al romper las barreras de raza, posición económica, cultura, nivel académico, para comprometernos en la ayuda solidaria, en la integración y la convivencia pacífica. Cuando nos arrepentimos de nuestras faltas, de nuestras equivocaciones y pecados v empezamos a renovarnos, a cambiar para ayudar a renovar nuestro entorno y nuestra sociedad. Cuando servimos a los demás con alegría y nos alegramos de los triunfos ajenos. Pregúntate: ¿De qué tengo que arrepentirme? Piensa en tus debilidades y en tus cualidades. ¿Qué siento cuando ofendo a Dios? ¿Qué siento cuando ofendo a mis hermanos, cuando pasan los días y los meses y no le hablo a mis seres queridos por orgullo? Escucha a Jesús que te dice: lloren por sus pecados.
  • 60.
  • 61. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 63.
  • 64. Reflexión El sufrimiento de Cristo es mayor cuando es derribado, los soldados aprovechan el espectáculo v se burlan de Él, le hacen venias, lo insultan y lo azotan. Jesús, sin embargo, se levanta con la muda de Simón de Cirene, continúa su recorrido por la calle de la agonía hasta el Calvario. No opone resistencia, Él es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Se humilló hasta la muerte y una muerte de cruz, no se deja vencer por la fatiga y por el peso de la cruz, se levanta para darnos una lección de perseverancia, de valentía y de generosidad, hasta dar su vida, muriendo para rescatarnos del pecado v de la muerte.
  • 65. Nosotros seguimos cayendo, seguimos cometiendo errores, seguimos empecinados con nuestros pecados y por lo mismo seguimos crucificando a Jesús. En nuestras comunidades, nos quedamos postrados sin querer levantarnos cuando nos desanimamos frente a los problemas, cuando nos desanimamos frente a las diferencias con nuestros hermanos y a las incomprensiones. No queremos levantarnos cuando nos dejamos llevar por la depresión, la amargura y cuando puede más el orgullo y la vanidad que la indulgencia y la reconciliación.
  • 66. En esta tercera caída, Jesús nos da una lección: no importa si el camino es espinoso, no importa si a nuestro alrededor encontramos personas que en vez de apoyarnos, nos ponen zancadilla, no importa que los problemas sean grandes, si confiamos en nuestro Padre Dios, podremos levantarnos y seguir nuestro camino sin el temor a ser vencidos y derrotados. Pregúntate: Frente a los problemas, ¿qué actitud asumo? ¿Busco sólo a Dios cuando estoy en problemas, cuando estoy triste, cuando todo carece perdido? O, ¿lo busco en todo momento? ¿Siento su gracia y amor en mi vida personal y comunitaria?
  • 67.
  • 68. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 70.
  • 71. Reflexión Llegan con Jesús hasta el Calvario y los soldados echan a suerte su túnica, lo despojan de cuanto tiene, así muere pobre, abandonado de sus amigos, traicionado por Judas, negado por Pedro. Nació en una pesebrera, porque para Él no había lugar, ya lo había dicho: “El Elijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58). Ahora, en la cruz está sediento y experimenta el abandono de su Padre. En nuestras comunidades, somos capaces de despojarnos de nuestras prevenciones contra nuestros hermanos cuando superamos los prejuicios y nos ayudamos como hermanos, cuando juntos unimos nuestras fuerzas para construir comunidad. Pero, despojamos a nuestros hermanos de su honra, de su dignidad cuando criticamos, calumniamos, nos dejamos llevar por la mentira, el odio, cuando nos volvemos apáticos e indiferentes frente a los problemas sociales.
  • 72. Despojarnos de nuestros temores, renunciar a los bienes materiales, superar los conflictos en nuestras comunidades, vencer el orgullo, es comprender las palabras de Jesús: “Si quieres ser perfecto... ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mt 19, 21). Estas palabras de Jesús resuenan en nuestros corazones; Él nos invita a despojarnos de los bienes materiales, a superar los apegos y a no poner nuestro corazón en los bienes de este mundo. Jesús nos enseña: “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6, 33). Pregúntate: ¿Qué apegos tengo en mi vida? ¿Qué me impide ser realmente libre? ¿He despojado a mis hermanos de su honra, he pisoteado sus derechos? ¿Me he sentido abandonado por Dios? ¿He abandonado a Dios? ¿Quiero un Dios moldeado a mi imagen y semejanza?
  • 73.
  • 74. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 76.
  • 77. Reflexión Jesús es clavado en la cruz en medio de dos la-drones que tienen merecido su suplicio. Pero Jesús, ¿qué mal ha hecho? Su vida ha sido bon-dad, compasión y misericordia. Nos enseñó que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. La cruz se convierte en madero de bendición, fuente de toda gracia. Como dice san León Magno, Papa: "De ella reciben, los creyentes, de la oscuridad, la luz; del oprobio, la gloria; de la muerte, la vida” (De los sermones de san León Magno, Papa. Sermón Sobre la pasión del Señor, 6-8: PL 54, 340-342). Así, la cruz se convirtió en el signo de la vida.
  • 78. En la cruz fue clavado nuestro Salvador, esa fue su sede, desde allí nos dictó la cátedra más elocuente del amor al pronunciar aquellas palabras: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Le 23, 34). En la cruz se abandonó en los brazos de su Padre, a Él encomendó su Espíritu. Junto a Jesús fueron crucificados dos bandidos, uno de ellos se arrepiente de su mala vida, mientras el otro le insulta. Y el premio del arrepentimiento es el Paraíso. Aquel hombre confía su vida a Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” (Le 23, 42) y Jesús ofrece el consuelo y la tranquilidad para su vida: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Le 23, 43).
  • 79. En nuestras comunidades, seguimos crucificando a Jesús cada vez que ofendemos a un hermano, cada vez que escandalizamos con nuestro antitestimonio, cuando somos incoherentes, es decir, con nuestros labios profesamos la fe en Jesús y con nuestra vida hacemos lo contrario: abandonamos a Dios y lo traicionamos. Seguimos crucificando a Cristo en el pobre, a quien miramos y tratamos con desprecio; en el encarcelado sentenciado y condenado con falsos testimonios, para liberar a los culpables; en los ancianos abandonados y marginados de nuestra sociedad; en los niños asesinados en los vientres de sus madres; en los hogares donde se ha perdido el respeto, el amor, la comprensión y el cariño. Seguimos crucificando a Cristo con nuestras injusticias, rebeldías e indiferencia. Pregúntate: ¿De qué manera estoy crucificando a Cristo? ¿Soy coherente? ¿Quisiera morir hoy con Cristo? Jesús te llama a morir con Él. ¿Por qué no crucificas con Él tu pecado, tus vicios y defectos? ¿Quieres resucitar a una vida nueva? No tengas miedo. Renueva tu vida. Ábrele el corazón a Jesús.
  • 80.
  • 81. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 83.
  • 84. Reflexión En la cruz muere el Dios de la vida. Ha sido vencida la muerte y el pecado y ha sido restituida nuestra condición de hijos de Dios: “En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno sólo todos serán constituidos justos” (Rm 5, 19). La muerte de Cristo, quizás para muchos ha sido un fracaso, pero para los cristianos es el triunfo, la gloria, el paso a una vida nueva. El mismo Jesús nos había enseñado: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24); Él es el grano de trigo, su muerte no ha sido en vano, su muerte ha traído consigo la fecundidad espiritual, nuestro retorno a la casa del Padre.
  • 85. Muchos hermanos nuestros consideran que la muerte es la destrucción total del ser humano; que después de la muerte no hay vida eterna; otros defienden la reencarnación. El cristiano camina en la esperanza del encuentro definitivo con Jesús; por tanto, la muerte es una Pascua, morimos pero no para siempre, como dice el prefacio de exequias: “Porque la vida de los que en ti creemos no termina, sino que se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Y el mismo Jesús nos ha dado el fundamento de esta esperanza: “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6); “Todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (Jn 11, 26).
  • 86. En nuestras comunidades, la realidad de una cultura de la muerte golpea nuestra esperanza: masacres, secuestro, delincuencia organizada, narcotráfico, grupos al margen de la ley, aborto, eutanasia. Estos signos de muerte opacan el gozo de la vida y ante esta cruda realidad Jesús es la esperanza que no nos defrauda, la vida que nos colma de alegría; los signos de vida también evidencian nuestro júbilo y nuestra esperanza: los niños y los jóvenes, las familias bien constituidas, el trabajo solidario por la paz y la justicia; los programas a favor de los más pobres y desamparados, una pastoral social más allá del asistencialismo que centra su atención en la promoción humana, la promoción de los derechos humanos. Nuestra actitud debe ser, por tanto, superar los signos de muerte e implantar una cultura de la vida.
  • 87. Pregúntate: ¿A qué tengo que morir? ¿Tengo miedo a la muerte, al dolor, al sufrimiento? No olvides que el amor vence al temor. Crucifica con Cristo tus pecados, vicios y defectos y experimenta la gracia de la salvación. No tengas miedo, camina sin desfallecer, afórrate a la cruz de Cristo y sentirás alivio en tus penas y sufrimientos. Recuerda que Jesús te dice: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré, aprendan de mí que soy manso y humilde corazón” (Mt 11, 28-29).
  • 88.
  • 89. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 91.
  • 92. Reflexión Ante una multitud que observaba admirada el acontecimiento de la cruz, en medio de improperios e insultos, Jesús se abandona en brazos de su Padre; en la cruz ha experimentado el dolor, la soledad y el abandono, pero no ha dejado de ser consciente de que su pasión y muerte es la voluntad del Padre; “se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz” (Flp 2, 8). Ha entregado su Espíritu en las manos del Padre y ha muerto a la vista de todos, con los brazos bien abiertos para abrazar a todos los que a Él se acerquen.
  • 93. José de Arimatea pide a Pilatos el cuerpo de Jesús para ser llevado al sepulcro. Jesús es bajado de la cruz; la turba se había dispersado ante la muerte del Hijo de Dios, el velo del templo se había rasgado en dos y el día había oscurecido. Jesús desciende de la cruz, inerme, sin vida; sus manos y sus pies clavados son liberados. Con su muerte ha venido la salvación para la humanidad. El mismo Jesús había confrontado a sus contemporáneos: “Destruyan este Santuario y en tres días lo levantaré” (Jn 2, 19). Se refería al templo de su cuerpo.
  • 94. Su muerte le lleva hasta las profundidades del infierno, experimentando el más hondo sufrimiento de abandono de su Padre, pero ha regresado para quedarse con nosotros. Hemos sido liberados, sanados, purificados, hemos sido rescatados de la mano del enemigo, para ser llevados de nuevo a la casa del Padre. En nuestras comunidades, experimentamos también el dolor del abandono y la soledad ante la discriminación, la marginación, la exclusión. Muchos hermanos nuestros son vistos como delincuentes por su humilde condición; hermanos marginados y señalados por la sociedad sin oportunidades para elevar su calidad de vida. Y ante esta realidad, Jesús viene para rescatarnos, para darle sentido a la vida, para revelarnos la dignidad de los hijos de Dios, para mostrarnos el camino de la igualdad, de la justicia, del amor y del perdón. Los rostros sufrientes de nuestra sociedad, son los rostros vivos de Cristo, a través de ellos, Cristo nos interpela, nos invita a comprometernos con su sufrimiento y a ayudarles a llevar su cruz.
  • 95. Pregúntate: ¿Cuáles son mis actitudes frente a los más pobres y desvalidos? ¿Soy sensible para reconocer el rostro de Cristo en mis hermanos? Cuando alguien se acerca a mí para pedir ayuda, ¿respondo con palabras de consuelo o me mofo y me expreso con descortesía? Contempla a Jesús muerto que ahora es bajado de la cruz. ¿Qué sentimientos brotan de tu corazón? No tengas miedo, baja con Jesús de la cruz y camina con Él hasta el sepulcro, para resucitar a una vida nueva.
  • 96.
  • 97. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 99.
  • 100. Reflexión Las mujeres de Jerusalén que habían llorado la muerte de Jesús, que experimentan el dolor de su ausencia, ungen el cuerpo de Jesús con finos aromas. Durante su vida, Jesús había profetizado sobre este momento, cuando en casa de Lázaro, a quien había resucitado, María “tomó una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume” (Jn 12, 3). Ante el reproche de Judas Iscariote por el derroche de estos perfumes, Jesús reclama: “Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura” (Jn 12, 7).
  • 101. Jesús es puesto en el sepulcro, custodiado por soldados romanos. Estará sepultado tres días y tres noches, la tierra será más fértil y fecunda con su muerte y resurrección. También su sepultura la había profetizado el mismo Jesús ante la predicación de Jonás en Nínive: “Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12, 40). Ahora es el tiempo del silencio, ha llegado el tiempo de Dios, tiempo de gracia y de bendición. El silencio se mezcla con el dolor y sufrimiento de la ausencia del Maestro de Galilea, así lo experimentan las mujeres y los discípulos de Jesús; pero en el silencio habla Dios y el silencio que se produce tras la muerte de Cristo es silencio espiritual fecundo que se transforma en alegría. Su vida ha sido un signo de amor, ahora el amor vuelve a tomar vida. Ha muerto el Hijo de Dios pero renace la esperanza, porque no ha muerto para siempre.
  • 102. En nuestras comunidades seguimos crucificando a Cristo y callando la verdad, cuando nos negamos la posibilidad de crecer en la solidaridad y la justicia y puede más la insensibilidad y la indiferencia. Silenciamos la verdad cuando nos dejamos llevar por la intriga, la mentira, el engaño. Jesús es puesto en el sepulcro y desde allí se desprenden bendiciones para la humanidad. Cuántos hermanos nuestros mueren de hambre, de frío, a causa de la violencia, de la delincuencia; pero también cuántos hermanos nuestros están muertos en vida por su frialdad espiritual, por su ceguera ante la verdad y la vida, por la corrupción, por su alejamiento de Dios, por su simpatía con la maldad. Es grato recordar que Jesús ha muerto por todos, pues El no hace acepción de personas y nos revela el rostro compasivo de Dios que “hace salir el sol sobre buenos y malos" (Mt 5, 45), pero espera de nosotros un cambio de conducta, nuestra conversión.
  • 103. Pregúntate: ¿Mi vida es un signo de amor o me dejo llevar por la rutina y la amargura? ¿En qué momento de mi vida he tenido una fuerte experiencia de Dios? ¿Me siento solo, abandonado de mis amigos? ¿Qué significado le doy al silencio? Jesús yace en el sepulcro pero no para quedarse, sino para salir triunfante y victorioso. ¿Cómo te estás preparando para compartir este triunfo o prefieres la derrota y el fracaso? No tengas miedo, Cristo te llama y te dice: “Animo, no tengas miedo, Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).
  • 104.
  • 105. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
  • 107.
  • 108. Reflexión Hemos caminado con Cristo hacia Jerusalén aclamándolo entre palmas como el rey de la humanidad; hemos vivido con Él la experiencia de la intimidad con su Padre Dios, en el huerto de Getsemaní; hemos contemplado la traición de Judas y la negación de Pedro; Cristo ha resucitado glorioso y triunfante. Hemos contemplado la sentencia y la condena a muerte; hemos escuchado los gritos de la turba enfurecida: “Crucifícale, crucifícale”; hemos contemplado al rey de los judíos con la corona de espinas, la cruz sobre sus hombros y su mirada cargada de amor y de perdón. Hemos caminado con María y las mujeres de Jerusalén llorando la muerte de Jesús. Lo hemos visto abandonarse en los brazos de su Padre y entregar su espíritu.
  • 109. Ahora, el mismo Jesús que nació en la pesebrera de Belén, que pasó haciendo el bien y que murió por la humanidad, resucita glorioso, se aparece a Simón, a los discípulos de Emaús, a María Magdalena, los convoca para que vayan a Galilea y los prepara para la misión universal. Sus apariciones confirman la fe de sus discípulos y los tranquiliza frente al desconcierto y frustración que experimentan, porque no habían comprendido que Jesús tenía que morir y al tercer día resucitar. Jesús infunde a sus apóstoles paz y tranquilidad, en sus apariciones siempre los saluda: “La paz sea con ustedes” 0n 20, 19) y luego los prepara para recibir el don del Espíritu Santo: “Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito” (Jn 16, 7).
  • 110. En nuestras comunidades vivimos la resurrección de Cristo cuando aceptamos como discípulos su Palabra y la convertimos en norma de nuestra propia vida, cuando nos esforzamos por hacer el bien y por ayudar a nuestros hermanos. Hablar de resurrección es hablar de transfiguración, de renovación, de nueva vida. Contemplar la mirada de un niño por la calle, la mirada tierna de un anciano, la juventud enamorada de la vida, construyendo sueños e ilusiones, es vivir la resurrección. Contemplar las familias renovadas en el amor, esposos y esposas que valoran la fidelidad, profesionales que se esfuerzan por la excelencia y trabajan con responsabilidad social; sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos en su acción misionera, comunidades que viven procesos de nueva evangelización, organizaciones comprometidas con la paz y la justicia, es vivir la resurrección.
  • 111. Superar las dificultades de la vida diaria, los problemas económicos, la discriminación, la marginación y exclusión para instaurar la justicia y la igualdad, es vivir la resurrección; vivir un encuentro personal e íntimo con Jesús y renovar nuestra vida con el deseo de ser discípulos misioneros y esforzarnos por caminar hacia la santidad y la perfección, es vivir la resurrección. Vivir una vida nueva en Cristo, morir a nosotros mismos, a nuestros egoísmos, rivalidades, envidias y nacer para Dios, es vivir la resurrección. Y en este camino de resurrección, para vivir esta vida nueva la gracia de Dios nos acompaña y el estímulo permanente de María que nos protege y nos cuida. Pregúntate: ¿Me siento resucitado? ¿Siento que he nacido nuevamente en esta Semana Mayor? ¿En qué ha cambiado mi vida? ¿A qué he muerto en esta Semana Santa? ¿Cuáles son mis compromisos para vivir una vida nueva, vivir para Dios? En este camino no estás solo. Recuerda las palabras de Jesús: ‘Ab estaré con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).