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TEMA I. LA HISTORIOGRAFÍA LATINA: CÉSAR, SALUSTIO, LIVIO Y
TÁCITO.
En la Antigüedad clásica la primera obligación del historiador era la veritas. Pero
esta no se entendía tanto como la verdad de lo que había ocurrido realmente, sino más bien la
verdad de algo significativo por su valor moral y su valor de ejemplo. Bastaba que los hechos
narrados fueran verosímiles. Por esto no se puede pedir al historiador antiguo una detallada
relación de las fuentes ni una exactitud rigurosa de los hechos.
En un ambiente marcadamente político, lo que se proponía el historiador (y se exigía de
él) era una cierta neutralidad e imparcialidad hacia los protagonistas de las hazañas. Por
eso se permitía al historiador realizar la síntesis del carácter de los personajes, la evaluación de
las consecuencias de los acontecimientos, o la reflexión sobre el sentido y significado de la
historia. Se le pedía, en resumen, una posición moral fiable sobre el sentido de los
acontecimientos públicos.
Por otro lado, la historiografía era un género literario, donde el autor podía emplear
los recursos retóricos y estilísticos.
Con Julio César nos encontramos con la primera figura de relieve dentro de la
historiografía latina. Fue un famoso político y militar de la Roma republicana, pero también
destacó como orador y escribió obras de diversos temas. Las únicas que conservamos son:
∙ Comentarios sobre la guerra de las Galias (Commentarii de bello Gallico), en 7
libros, que narran la conquista de la Galia por parte de César cuando estuvo allí como procónsul.
∙ Comentarios sobre la guerra civil (Commentarii de bello civili), en 3 libros, sobre la
guerra civil entre César y Pompeyo.
El “Comentario” era un informe de los hechos con intenciones documentales. Se
distinguía, por tanto, de la historia que se escribía dentro de un marco moralista y con un arte
literario consciente. César tomaba como fuente sus informes al senado, los informes de sus
oficiales y sus propios diarios de campaña.
Las obras de César poseen un enorme valor como fuente histórica de primer orden.
Durante siglos se le ha considerado un modelo de objetividad, una de cuyas pruebas sería el
uso de la 3ª persona: Caesar en lugar de ego. Sin embargo, en la actualidad se ha demostrado
que sus Comentarios son una obra maestra de propaganda política, donde las verdades no
están abiertamente falseadas pero sí “reelaboradas” siempre a favor de César.
Lo que es indiscutible es su valor literario. Su lengua se caracteriza por la claridad y
la pureza, evitando palabras y construcciones extrañas.
A Salustio se le puede considerar el verdadero creador de la historia como género
literario en Roma. Fracasó en la vida política y buscó refugio en las letras, campo en el que
deseaba alcanzar la gloria, imitando a los grandes historiadores griegos, especialmente a
Tucídides.
Es autor de dos monografías:
∙ La conjuración de Catilina (De coniuratione Catilinae), sobre la conspiración llevada
a cabo por Catilina para hacerse con el poder en Roma.
∙ La guerra de Yugurta (De bello Iugurthae), sobre la guerra de Roma contra Yugurta,
hijo adoptivo del rey de Numidia, que se había apoderado del reino por la fuerza.
También escribió unas Historias de las que solo se conservan algunos fragmentos. Era
una historia contemporánea.
Tiene, como Tucídides, una concepción “dramática” de la historia. Por eso elige
personajes enérgicos, de fuerte personalidad, y los coloca en situaciones límite. Describe con
precisión las causas de los sucesos. Pero, sobre todo, es un gran pintor de personas. Para
caracterizar a los personajes pone en su boca frecuentemente discursos.
Su lengua y su estilo destacan por su tinte arcaico, la disimetría y la concisión. Todo
esto lo acentúa para diferenciarse de Cicerón.
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Tito Livio es el más grande de los prosistas de la época de Augusto. En su ciudad
natal se educó y formó en retórica y filosofía; luego marchó a Roma para dedicarse en un
tranquilo retiro, durante cuarenta años, a la redacción de su obra.
En Desde la fundación de la Ciudad (Ab urbe condita) Livio nos presenta una historia
de Roma desde los orígenes hasta sus días, aunque a su muerte solo había llegado al año 9 a.
C., a imitación de los más antiguos historiadores latinos (los analistas). Consta de 142 libros.
Fue publicada en décadas o grupos de 10 libros, y solo se conservan tres décadas y media
(libros 1-10, 21-30, 31-40 y 41-45), que tratan sobre los orígenes de Roma y la monarquía, las
guerras púnicas y algunos otros sucesos de época antigua. Precisamente por su amplitud y las
dificultades de su copia, se compusieron resúmenes de cada libro, que sí se han conservado.
Como el resto de los historiadores antiguos, no se preocupa demasiado por consultar
escrupulosamente las fuentes, pues para él la historia es más una obra de arte que de ciencia.
Presenta abundantes anacronismos e imprecisiones, y no somete a crítica la veracidad de las
fuentes.
Tito Livio pretende con su historia glorificar el pasado de Roma. Está lleno de orgullo
nacionalista y, como los poetas de su época, defiende en su obra los ideales del programa de
Augusto. Al mismo tiempo concibe la historia como un espejo donde mirarse, un repertorio de
ejemplos y modelos que debemos tener a la vista para imitar los buenos y evitar los malos.
Por lo que respecta la estilo, Livio gusta de emplear los recursos artísticos de la
retórica y, como Salustio, pone con frecuencia discursos en boca de sus personajes. En
contraste con Salustio, evita los arcaísmos y la concisión: su estilo se caracteriza por la
abundancia transparente y el empleo del amplio período ciceroniano.
La historiografía florece de nuevo en los primeros años del siglo II d. C. con Tácito.
Gran orador, desarrolló actividades políticas desempeñando todas las magistraturas. Ya al final
de su vida y tras la muerte del emperador Domiciano, se dedicó a la historia con el propósito de
narrar los acontecimientos que precedieron inmediatamente a su época.
Se conservan de él dos grandes obras históricas incompletas:
∙ Anales (Annales), en 16 libros, de los que se conservan los 6 primeros y los 6 últimos.
Abarcan de la muerte de Augusto hasta la de Nerón.
∙ Historias (Historiae), en 14 libros, de los que se conservan solo los 4 primeros y parte
del 5. Abarcan desde la muerte de Nerón hasta la muerte de Domiciano.
Es también autor de tres obras menores:
∙ Diálogo de los oradores, sobre la degeneración de la elocuencia en época imperial.
∙ Vida de Julio Agrícola, biografía elogiando a su suegro, famoso general, conquistador
y gobernador de Britania.
∙ Germania, tratado histórico-geográfico sobre la tierra de los germanos.
Se documentó bien para escribir su obra. Además de consultar a todos los historiadores
que habían escrito sobre el mismo período, consultó los archivos del pueblo romano y hasta las
“Memorias” de diversos personajes, como las de Agripina, madre de Nerón.
La obra de Tácito es una fuente de primer orden para conocer la historia de Roma
en el primer siglo del Imperio. Sin embargo, se ha discutido mucho sobre su fiabilidad como
historiador. Dado que es un historiador con ideas, es normal que en ocasiones se le acuse de
poco objetivo. No cabe dudar que es sincero, pero su pesimismo y su naturaleza apasionada le
hacen interpretar y deformar la historia, dándonos una visión patética y amarga de su tiempo,
y una imagen negativa del imperio como sistema de gobierno.
Se centra, sobre todo, en el factor humano, buscando las motivaciones íntimas de las
conductas; este psicologismo es uno de los rasgos más característicos de su obra.
En cuanto a su estilo, lleva al límite la concisión y la asimetría, y su frase es tan
densa que no puede traducirse si no es empleando muchas más palabras de las que contiene.
Pero la obra de estos grandes historiadores no cayó en el olvido sin más tras la caída
de Roma. En el Renacimiento Tito Livio se convirtió en un maestro para los humanistas que
cultivaban el género historiográfico. Esto es así en el plano del contenido, pues interesan los
acontecimientos que se prestan a un desarrollo dramático, aunque ello signifique no contarlo
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todo, como había hecho la crónica medieval. Pero también lo es en el plano del lenguaje, donde
dejan de usarse términos nuevos que la Edad Media había creado para designar instituciones
nuevas, usándose en su lugar sus equivalentes antiguos.
Tácito, por su parte, se convirtió en uno de los autores preferidos de los tratadistas
políticos de los siglos XVI-XVII y la Francia revolucionaria convirtió a Salustio, Livio y
Tácito en sus autores predilectos, junto al griego Plutarco y a Cicerón.
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TEMA II: LA ORATORIA Y RETÓRICA LATINAS: CICERÓN Y
QUINTILIANO
Como género literario, la oratoria comprende los discursos que han sido elaborados
según las reglas de la retórica (arte teórico del discurso). En cualquier sociedad la palabra
hablada es mucho más antigua que la escrita y es de suponer que en los primeros tiempos de la
república romana el discurso formal era algo habitual en los tribunales y en las reuniones
del Senado y del pueblo, si bien el arte oratoria ya había sido desarrollada y formulada por los
griegos. Sin embargo, el discurso no se convierte en literatura hasta el momento de su
publicación, lo que en los primeros tiempos de la literatura latina solo se daba en circunstancias
excepcionales, siendo Catón (fines del siglo III- principios del siglo II a. C.) el primero en tomar
como costumbre la publicación de sus discursos.
El arte de la oratoria se aprendía “en vivo” entre los primeros oradores romanos.
Pero a mediados del siglo II a. C. se produce una avalancha sobre Roma de maestros de
retórica procedentes de Grecia y Asia Menor, que, si bien encontraron obstáculos por parte
de los estamentos más conservadores, acabaron por imponer los estudios de retórica. Estos junto
con la gramática constituían la educación básica de los jóvenes de familia acomodada.
Cicerón es el más grande de los oradores romanos. En él culmina la larga tradición
oratoria que se había desarrollado y perfeccionado durante la República en condiciones ideales
de libertad política.
Recibió su formación en Roma y la completó en Grecia. Vivió en el medio siglo final de
la República, época de grandes convulsiones internas. Pronunció al menos 106 discursos, de los
que conservamos 58. Pueden dividirse en discursos judiciales, pronunciados ante un tribunal,
como abogado defensor (discursos “pro”= en defensa de) o acusador (discursos “in”= contra), y
políticos, pronunciados ante el Senado o en el Foro. Algunos especialmente importantes son:
● Discursos contra Verres o las Verrinas (In C. Verres), su primer éxito oratorio. Se
trata de cinco demoledores discursos contra Verres, ex-gobernador de Sicilia, acusado de
extorsión y corrupción. La defensa estaba a cargo de Hortensio, el principal rival de Cicerón en
los tribunales.
● Discursos contra Catilina o las Catilinarias (In L. Catilinam), cuatro discursos que
constituyen la cima de la oratoria ciceroniana. Tratan sobre la famosa conjuración tramada por
Catilina para hacerse con el poder en Roma.
● En defensa del poeta Arquías (Pro Archia poeta), en el que toma como pretexto la
defensa del poeta griego Arquías, al que se acusaba de usurpación del derecho de ciudadanía,
para hacer un apasionado elogio de la literatura.
● En defensa de Marcelo y En defensa de Ligario (Pro Marcelo y Pro Ligario), en
defensa de antiguos adversarios de César. En ellos Cicerón apela a la clemencia cesariana, de la
que hace un desmedido elogio.
● Contra Marco Antonio (In M. Antonium) o las Filípicas (Philippicae, llamadas así
en homenaje a los discursos del orador griego Demóstenes contra Filipo de Macedonia), catorce
discursos contra Marco Antonio. Fueron su canto del cisne como orador, pero también le
acarrearon la muerte.
Cicerón aúna en su persona lo mejor de las dos corrientes oratorias que se disputaban
la primacía en su época: el asianismo, que tendía a períodos largos, grandilocuentes, a la
expresión florida y a la hinchazón patética, con gran cuidado del ritmo oratorio; y el aticismo,
que se distingue por la desnudez de la expresión y por el desprecio de todo patetismo. La
expresión de Cicerón es ornamental o desnuda en función de las circunstancias.
Pero Cicerón también nos ha dejado las mejores obras retóricas:
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● Bruto (Brutus, titulada con el nombre de la persona a la que está dedicada), es una
historia de la elocuencia en Roma hasta su época, precedida de un resumen sobre la elocuencia
en Grecia.
● Sobre el orador (De oratore) y El orador (Orator), sobre la formación del orador y
la técnica del discurso. Para Cicerón el perfecto orador ha de ser una combinación de
disposición natural, cultura extensa en todas las disciplinas (Historia, Derecho, Filosofía...) y
conocimiento de la técnica del discurso. Esta técnica, que se enseñaba en las escuelas de
retórica, es ampliamente desarrollada en Sobre el orador.
En época imperial desaparecen las libertades políticas y, con ellas, las condiciones que
habían producido un desarrollo tan grande de la oratoria y de la retórica. La oratoria se
desplaza así del foro a las escuelas de retórica. Pero estas enseñanzas escolares pierden su
conexión con la realidad (era costumbre debatir temas extraños, mitológicos o irreales) y se
hacen cada vez más artificiales, cayendo en el amaneramiento y la afectación. Desaparecen
también los grandes oradores: la única oratoria pública que existirá serán, fundamentalmente,
discursos en elogio de los emperadores.
A fines del siglo I d. C. surge una reacción contra el estilo afectado de esa oratoria y un
intento de retornar al clasicismo ciceroniano. El gran defensor de esta tendencia es el español
Quintiliano. Estudió en Roma y luego abrió allí una escuela de retórica, que enseguida se hizo
famosa. Escribió una obra titulada Formación oratoria (Institutio oratoria). Consta de doce
libros y es el tratado de retórica más completo de la Antigüedad.
Quintiliano no solo se preocupa de la técnica oratoria, sino de la formación del
orador desde que nace. El libro 10 es el más conocido: en él aconseja la lectura como elemento
fundamental en la formación de un orador y contiene un famoso estudio sobre las personas que
escribieron en griego y latín. El libro 12 presenta el conjunto de cualidades que debe reunir
quien se dedique a la oratoria, tanto en lo referente al carácter como a la conducta.
La obra completa presenta una entereza y una originalidad notables. El estilo de
Quintiliano es un estilo lúcido y brillante.
Pero estos géneros tuvieron su influencia aun tras la caída de Roma. A partir del siglo
XII tiene lugar en las florecientes ciudades-estado italianas un resurgimiento de la oratoria
pública y, con ella, de la retórica clásica. Sin embargo, esta se vio inmediatamente oscurecida
por la hipertrofia dialéctica de la escolástica.
La retórica volvió a emerger con los humanistas, que se plantearon esto como principal
objetivo, junto con el purismo lingüístico. Los escritores del Renacimiento imitaron
afanosamente en las lenguas vulgares todas las fórmulas de estructura de oraciones y cláusulas,
de versificación, de selección de imágenes y de disposición retórica. Cicerón fue entonces muy
imitado por los que escribían en latín (como los oradores españoles Juan Lorenzo Palmireno o
fray Luis de Granada –el más grande orador sagrado de la España del siglo XVI– o el francés
Marco Antonio Mureto). No obstante, se produce al mismo tiempo una reacción anticiceroniana
que tomó por modelos a Séneca y a Tácito, como bien ejemplifican Francis Bacon, John Milton,
Baltasar Gracián o Juan de Verzosa. Por su parte, la obra de Quintiliano tuvo una gran
influencia sobre la teoría pedagógica que sustenta el humanismo y el Renacimiento.
En resumen, a partir del humanismo la retórica volvió a convertirse en uno de los
pilares de la cultura occidental, en la educación y en la práctica, hasta la llegada del
Romanticismo, que propugnará la libertad del escritor frente a la sujeción a las normas.
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TEMA III. LA POESÍA ÉPICA: VIRGILIO Y LUCANO
La poesía épica surge en todas las culturas con anterioridad a la poesía lírica, ya que el
contenido objetivo de su propia historia es lo primero que interesa al hombre, antes que la
reflexión subjetiva sobre la misma. Además la épica surge vinculada a la tradición oral: son
composiciones que se transmiten oralmente, generalmente con acompañamiento musical y que
no tienen un único autor ni un texto fijo.
Los dos primeros poemas épicos de Occidente son griegos: la Ilíada y la Odisea. Se
celebran en ellos las hazañas de un héroe, generalmente de origen divino. Sin embargo, cuando
con el paso del tiempo se afirma la noción de verdad histórica por encima de la mítica, la poesía
épica evoluciona a poema histórico, que celebra las hazañas de algún héroe local o los
orígenes de una ciudad. Esto da lugar a poemas muy elaborados formalmente y de mayor unidad
de estilo que los poemas homéricos.
Aunque hay autores anteriores, la primera figura de auténtico relieve dentro del género es
Virgilio. Vivió en tiempos del emperador Augusto, quien le encargó la Eneida, como un
medio más para restaurar las antiguas tradiciones del pueblo romano. Cuando el poeta murió a
su regreso de un viaje por Grecia y Troya, para visitar los lugares en que se desarrolla el poema,
aún no lo había terminado a su gusto; en su lecho de muerte ordenó que lo quemaran, pero sus
amigos no le hicieron caso y lo publicaron tal como él lo dejó, con algunos versos incompletos.
La Eneida narra el origen de la nación romana. La obra está claramente inspirada
en la épica homérica y sus doce libros forman dos bloques bien diferenciados: los 6 primeros,
a imitación de la Odisea, narran el accidentado viaje del héroe troyano Eneas desde su ciudad,
destruida por los griegos, hasta el Lacio, en Italia. Los 6 últimos, a imitación de la Ilíada,
narran la guerra de Eneas hasta conseguir asentarse definitivamente en el Lacio, región de la
futura Roma. También toma Virgilio de Homero elementos estilísticos, como los epítetos, las
fórmulas, las comparaciones..., y adapta motivos y episodios.
Aunque el paralelismo con Homero es evidente, la Eneida de Virgilio innova y se distancia
de todas las obras anteriores, tanto desde el punto de vista temático como formal. En efecto,
hasta Virgilio el poema épico había sido, temáticamente, o mitológico o histórico o histórico-
mitológico (donde la parte mitológica entraba como proemio o digresión). La Eneida aporta
un nuevo tipo: el mitológico-histórico, en el que el tema es fundamentalmente mitológico y la
historia entra como digresión (por ejemplo, en la descripción del escudo de Eneas o de los
héroes futuros de Roma que Eneas ve en los infiernos). Esto le permite cumplir el encargo de
Augusto de componer un poema para entroncar a la familia Julia con Julo, el hijo de Eneas, hijo
a su vez de Venus, pero insertándolo dentro del contexto más general de la glorificación del
pueblo romano, que se convierte en el verdadero protagonista del poema.
Por otro lado, dentro de la narración estrictamente épica, la Eneida inserta recursos y
tonos dramáticos y líricos. Virgilio subjetiviza la acción, a veces con comentarios o
reflexiones (“¿Quién puede engañar a un amante?”) o empleando determinados adjetivos
(infelix Dido, pius Aeneas), pero, sobre todo, humanizando a los personajes: la Eneida es un
poema épico hecho de dolores y pasiones humanas, escrito con gran penetración psicológica;
Virgilio contempla a hombres que sufren y caen, no a héroes que realizan prodigios de
heroísmo, sobrehumanos a veces.
A pesar de su carácter de obra inacabada, es una obra de gran perfección estilística y
métrica. Su estilo se caracteriza por la variedad de tonos y la cuidada selección de términos;
alterna el uso de neologismos y arcaísmos que dan solemnidad al texto. En cuanto a la métrica,
logró una perfecta adaptación del hexámetro a la lengua latina.
Lucano era sobrino del filósofo Séneca y nació como él en Córdoba, aunque pasó casi toda
su vida en Roma. Fue admitido muy joven en el círculo de amigos del emperador Nerón.
Después fue acusado de participar en la conspiración de Pisón junto a su tío y ambos fueron
condenados a muerte. Tenía solo 26 años.
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El poema épico que nos ha dejado Lucano tiene por título Farsalia (Pharsalia), por la
batalla del mismo nombre en la guerra civil entre César y Pompeyo, que es el contenido del
poema. Consta de 10 libros, pero la obra quedó inacabada por la muerte del autor.
La Farsalia supone una revolución en la épica, un cambio en la concepción tradicional de
la épica. Ello se manifiesta, sobre todo, en los aspectos siguientes:
Elimina cualquier elemento mítológico. Frente a la épica anterior, Lucano desarrolla un
argumento exclusivamente histórico. Por eso algunos rechazaban para esta obra el título de
poema épico y la denominaban historia en verso. De hecho, sigue en el poema el orden
cronológico de los hechos sin ninguna reelaboración ni artificio.
Los dioses desaparecen del poema. Desde Homero los personajes de la épica eran una
especie de marionetas manejados por los dioses a su antojo; en la Farsalia el hombre es el
único responsable de sus actos, buenos o malos.
El racionalismo es una consecuencia de lo anterior. Los sucesos se explican por causas
naturales. Consecuencias negativas de todo esto son, de una parte, el derroche de
conocimientos científicos, con descripciones a veces muy largas y sobrecargadas, y, de otra,
cierto regusto realista por las escenas truculentas y de mal gusto (“Con la espada corta las
manos de los que se abalanzan sobre el techo; aplasta una cabeza; hace crujir los huesos a
pedradas y esparce los sesos...”).
No hay un héroe protagonista. Hay tres personajes descollantes: César, Pompeyo, Catón,
pero ninguno es el héroe por excelencia. Hay quien piensa que en la Farsalia el verdadero héroe
es la libertad perdida.
Por lo que respecta al estilo, su obra está marcada, como toda la poesía y la prosa que se
escriben en las generaciones siguientes a la época de Augusto, por una gran impregnación
retórica. Pero su retoricismo no es algo vacío y externo. Lucano ve la guerra civil como un
cataclismo cósmico, que conlleva la destrucción de Roma y de la humanidad; por eso lo
representa con tonos y colores adecuados, para suscitar y comunicar el máximo de pasión.
La fama de Virgilio no ha decaído jamás. La Edad Media lo vio no solo como un modelo
de estilo literario, sino también una especie de sabio que presagió el cristianismo. Desde el siglo
II d. C. se le considera un mago y circula una leyenda virgiliana. En este período se escriben
numerosos poemas sobre temas clásicos (Troya, Eneas, los argonautas, Edipo, Alejandro
Magno...). El poeta Dante eligió en su Divina Comedia a Virgilio como maestro y guía para
descender a los infiernos. De Virgilio toma Dante figuras como el barquero Caronte, el can
Cerbero, las harpías...
En el Renacimiento solo dos poemas épicos toman su argumento del mundo clásico. Lo
más común es que la épica de este período se inspire en otros temas (por ejemplo, hazañas
históricas contemporáneas en el marco de la conquista de América). Pero lo verdaderamente
importante es que estos poemas están impregnados de influencias clásicas y elementos
grecolatinos.
La fama de Virgilio llega aún hasta la época actual, en que se le ha llamado, en el título de
un libro, “Virgilio, padre de Occidente”.
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TEMA IV. LA POESÍA LÍRICA: CATULO, HORACIO Y OVIDIO
La poesía lírica latina recibe de la griega su carácter polimétrico y se usa como
vehículo para transmitir las experiencias personales, desde los más delicados sentimientos
de amistad y amor hasta el odio más enconado. Sin embargo, en la lírica latina ha desaparecido
el acompañamiento musical propio de la griega: se compone para ser leída o recitada, no para
ser cantada.
En Roma la poesía lírica comienza mucho más tarde que la épica o el teatro. En la
segunda mitad del siglo II a. C. los romanos, que habían vivido hasta entonces volcados hacia el
“exterior”, hacia la expansión militar y colonizadora, empiezan a padecer problemas “internos”,
primero de tipo social y económico. A la vez se reafirma la individualidad, el talante reflexivo,
el gusto por la intimidad personal y la vida privada. Todo ello constituye el clima necesario para
el nacimiento de una poesía lírica.
Los primeros poetas líricos importantes son los llamados neotéricos o poetas nuevos.
Pretendían innovar imitando a los poetas griegos y cultivando pequeños poemas muy bien
elaborados, en vez de las grandes composiciones.
El poeta más importante del círculo de los neotéricos fue Catulo. Le tocó vivir los
convulsos años del final de la República. Nació en Verona en el seno de una familia distinguida.
Debió de marchar a Roma bastante joven, donde participó activamente en la vida cultural y
literaria. Se enamoró de Clodia, una aristócrata bella y sin escrúpulos, con la que vivió unos
amores tempestuosos que no duraron demasiado.
La vida y la obra de Catulo están estrechamente unidas. Su vida se refleja
claramente en su obra. Es un ser apasionado, que ama y odia con la misma fuerza.
Su obra lírica consta de 116 poemas, divididos tradicionalmente en tres apartados en
función de su métrica:
• 1-60, son los que el propio poeta llama nugae (bagatelas). Están escritos en metros
variados, son de corta extensión y tratan temas de la vida cotidiana, destacando el tema
amoroso. Muchos tratan de su tormentoso amor adúltero con Clodia, a la que él llama Lesbia,
con una primera etapa de feliz exaltación, luego otra de malentendidos e infidelidades, hasta la
ruptura definitiva y la consiguiente amargura.
• 61-68, son los poemas doctos o eruditos, muy influidos por los poetas alejandrinos
del siglo III a. C.; son los más largos de su producción y abunda en ellos el tema mitológico
(Cabellera de Berenice, Bodas de Tetis y Peleo, etc.)
• 69-116, son epigramas en dísticos elegíacos (hexámetro + pentámetro) y tratan, como
los del primer bloque, de temas de la vida cotidiana.
Catulo trae a la literatura latina un aire nuevo. Lo mejor de su producción son los
poemas amorosos. Su lengua es una mezcla de elementos cultos y populares, con abundancia
de diminutivos y una constante búsqueda de la perfección, sin perder espontaneidad.
Introduce además en la poesía latina nuevos metros que luego perfeccionará Horacio.
Horacio pertenece ya a la época de Augusto. Nació en Venusa, en el sur de Italia. Era
hijo de un liberto y su familia hizo grandes esfuerzos para que recibiera una buena educación.
En Roma su amigo Virgilio le presentó a Mecenas, el ministro de Augusto para la cultura, y su
vida cambió. Mecenas le regaló una finca en la región de Sabina, donde se dedicó a su
verdadera vocación, rechazando honores y cargos políticos ofrecidos por Augusto.
Frente a los neotéricos, Horacio no imita a los poetas alejandrinos, sino a los líricos
griegos de los siglos VII y VI a. C. Escribió 17 piezas llamada Epodos a imitación de
Arquíloco, aunque Horacio es menos duro y más variado que aquel. Esta obra le sirvió de
entrenamiento para su gran obra lírica: las Odas.
Las Odas constituyen la obra cumbre de la lírica latina. Él mismo estaba seguro de su
fama posterior. Son cuatro libros con un total de 104 poemas. Los temas son muy variados:
amores, banquetes, dedicaciones de templos, partida y regreso de un amigo, el tema patriótico...
Las mejores odas son las de tipo filosófico, en las que desarrolla ideas estoicas y
epicúreas sobre el paso del tiempo, la muerte inexorable y la verdadera felicidad: para el
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poeta, hay que estar libre de ambición de riquezas y de poder, y contentarse con una “dorada
medianía” (aurea mediocritas). En las odas de amor el sentimiento es distinto al de Catulo. Es
como si observara objetivamente la pasión amorosa y no estuviera implicado en ella. No hay
sentimiento, sino fantasía.
La característica más importante del estilo de Horacio es la concordancia perfecta
entre el pensamiento y la expresión, pues ningún poeta latino alcanzó tanta perfección.
Resulta frío en muchas ocasiones, pero la armoniosa estructura de sus composiciones, la
maestría en el manejo de los diversos metros, el cuidado y acierto al poner la palabra exacta en
el lugar exacto, lo hacen modelo perfecto de clasicismo.
Ovidio comenzó a brillar cuando los otros grandes poetas de la época de Augusto,
Horacio y Virgilio, estaban en su madurez. Nació en Sulmona, de familia de caballeros. Estudió
elocuencia y filosofía, y se hizo abogado, pero lo dejó por la poesía. En su momento de más
fama Augusto lo desterró a Tomi, en el Mar Negro, no se sabe muy bien por qué, y allí murió.
Con Ovidio nace la elegía en el sentido moderno. En Grecia se llamaba elegía a toda
composición poética escrita en verso elegíaco (hexámetro + pentámetro). Los poetas
alejandrinos componen elegías de tema amoroso, pero no personal, cultivada en Roma por los
poetas neotéricos y Catulo. En la época de Augusto surge la elegía de tema amoroso personal.
Pero la gran innovación de Ovidio es la elegía dolorosa, que es como entendemos en la
actualidad la elegía.
La poesía elegíaca de Ovidio es de dos tipos:
• elegía amorosa, escrita fundamentalmente en su juventud:
▫ Los amores (Amores), en tres libros. Poesía brillante, pero superficial, que
canta sus amores, al parecer ficticios, con diversas damas de la sociedad, en especial con su
musa Corina.
▫ Heroidas (Heroides), son cartas amorosas dirigidas por antiguas heroínas
a sus amantes: Penélope a Ulises, Briseida a Aquiles, Dido a Eneas, etc.
▫ Arte de amar (Ars amandi). Los dos primeros libros enseñan a los hombres
la técnica de seducir a las mujeres, el tercero enseña a las mujeres. Evita la monotonía con
algunas digresiones, sobre todo de tipo mitológico, y un encanto especial. Este libro pudo ser la
causa del destierro, al ser tan contrario al programa moral y religioso de Augusto.
▫ Los remedios de amor (Remedia amoris), donde desarrolla la idea de que
para el enamorado sin esperanza el mejor remedio es enamorarse de otra persona.
▫ Cosméticos del rostro femenino (Medicamina faciei femineae), pequeño
poema con recetas para mantener la piel fresca y atractiva.
• elegía dolorosa, escrita desde el destierro.
▫ Tristezas (Tristia) y Pónticas (Epistulae ex Ponto), donde expone su triste
situación, tratando de justificarse y humillándose ante Augusto de forma casi rastrera para que
le levante el castigo. El dolor es auténtico, por lo que estas elegías son más sinceras y profundas
que las amorosas.
Las características del estilo de Ovidio son facilidad para componer, brillantez de
expresión, ingenio y elegancia; pero le falta “alma”, siendo el prototipo de una sociedad
frívola y decadente.
Desde que se redescubrió la obra de Catulo en el siglo XIV su popularidad se ha
mantenido hasta nuestros días. Sus poemas han inspirado a diferentes autores, e incluso
algunos han convertido en tema de su obra los amores de Catulo y Lesbia. En España la
presencia de Catulo ha sido constante desde el Renacimiento y ha influido en autores como
Garcilaso de la Vega, Cervantes, Quevedo o Cadalso.
No ha sido menor la influencia de Horacio, cuya huella se observa en los poetas más
destacados del siglo de Oro. De todos ellos fue Fray Luis de León su mejor imitador, como se
aprecia, por ejemplo, en su famoso poema “Qué descansada vida la del que huye del mundanal
ruido...”.
Ovidio es el primer poeta moderno y el prototipo de la poesía románica. Se
convirtió en modelo como narrador y guía para la mitología griega.
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TEMA V. LA FÁBULA, LA SÁTIRA Y EL EPIGRAMA: FEDRO, JUVENAL Y
MARCIAL
La fábula suele definirse como una composición generalmente en verso, en la que,
por medio de personificaciones de seres irracionales, se da una enseñanza útil o moral. El
género es muy antiguo y nació probablemente en la India. Luego pasó a Occidente y fue
cultivado en Grecia por Esopo (siglo VI a. C.), que es el padre de la fábula como género
literario. En Roma fue cultivada por Fedro; aunque existen algunos casos muy aislados de
fábulas anteriores a Fedro en la literatura latina, él es realmente el primer fabulista latino.
Fedro era de origen griego. Vino a Roma como esclavo de Augusto, que después le
concedió la libertad. Empezó a escribir en época de Tiberio.
Se han conservado de Fedro algo más de 100 fábulas. La mayor parte de los temas
están tomados de Esopo, pero hay también fábulas originales suyas, inspiradas en la vida y en
las costumbres de la época. El propio autor nos dice cuáles fueron sus intenciones: divertir y
dar prudentes consejos para la vida. Estas son, pues, las dos características esenciales de la
fábula de Fedro: diversión y enseñanza moral.
Su lenguaje es claro, sencillo y conciso, pero elegante. Sus metáforas son simples,
pero pintorescas y sugestivas.
La sátira, por su parte, es el único género literario que los romanos no tomaron de los
griegos, es decir, es un género típicamente romano. Sin embargo, antes de adquirir el sentido
que ahora tiene, la sátira pasó por varias etapas en que tuvo otros significados:
● lo primero que en Roma se llamó satura fueron unas composiciones que pertenecían
al género teatral y que contenían diálogo, música y danza. Es la satura dramática, de la que
habla Tito Livio.
● más adelante se empleó el término “sátira” para designar obras que trataban temas
diversos y utilizaban distintos metros.
● en una tercera etapa es cuando el término “sátira” adquiere para los romanos el
sentido que tiene hoy: ataque, más o menos virulento o amable, a personas, costumbres e
instituciones. En ella se emplea solamente el verso conocido como hexámetro.
Durante los últimos años de la República algunos autores escribieron sátiras. Sin
embargo, esta alcanza su mayor desarrollo y esplendor en el siglo I de nuestra era. A ello
contribuyen las circunstanciales políticas y sociales del momento: el régimen imperial había
dado lugar a una corrupción cada vez mayor; surgen entonces escritores, amantes de las sanas
tradiciones e influidos por las doctrinas morales estoicas y epicúreas, que critican los vicios de
la época.
Juvenal es el último representante importante de la sátira latina. Pertenecía a una
familia adinerada. Fue primero abogado y maestro de retórica, y empezó a escribir sátiras ya en
edad madura.
Escribió 16 sátiras en las que critica que haya tantos extranjeros en Roma, la
mediocridad de los literatos, la corrupción administrativa, los abusos de las autoridades, la
hipocresía de algunos filósofos que presumen de virtuosos, la homosexualidad, la
incomodidad de la vida en Roma, los vicios de las mujeres, la mala educación que dan los
padres a sus hijos, etc.
Juvenal utiliza en sus poemas recursos de la oratoria que había aprendido:
exageración, antítesis, apóstrofes... Su estilo es generalmente patético, declamatorio, épico y
trágico, lo que contrasta fuertemente con los temas que trata, tan alejados del género heroico y
trágico. Pero hay también en las sátiras de Juvenal parodia, ironía y humor negro. Tiene la
habilidad de sintetizar a veces los pensamientos en frases concisas y expresivas que se han
hecho famosas: mens sana in corpore sano, panem et circenses...
11
El epigrama tuvo su origen en Grecia. En principio era una breve inscripción que se
grababa en estelas funerarias, monumentos y objetos varios. Pero pronto se desarrolla y pasa a
designar una composición breve en verso de contenido variado. Catulo y algunos otros poetas
habían escrito epigramas, sobre todo de tema erótico. Pero el epigrama tal como lo entendemos
ahora se debe a Marcial. La característica de este breve poema es su concisión, tu tono
generalmente festivo y su agudeza final a modo de aguijón. Estas características hacen al
epigrama un género muy apropiado para el ataque personal o la crítica social. Este es el
epigrama satírico.
Marcial era hispano. Con algo más de 20 años marchó a Roma, donde pasó la mayor
parte de su vida sin conseguir hacer fortuna; vivió de la poesía, adulando a los poderosos. Pasó
sus últimos años en su ciudad natal.
Escribió más de 1500 epigramas en los que trata de retratar toda la vida de Roma y
al hombre que vive en ella: los espectáculos y sus protagonistas, todas las clases sociales y sus
modos de vida, la topografía urbana con sus calles, plazas, mercados..., las costumbres y los
numerosos vicios de aquella sociedad, etc. Sin embargo, no todos los epigramas de Marcial
son satíricos ni mucho menos obscenos: hay en sus libros abundantes epigramas que expresan
sentimientos muy delicados.
Marcial utiliza un lenguaje y una expresión vigorosa y recta. Su arma es, con
frecuencia, la ironía, el sarcasmo, el ataque personal durísimo con lenguaje desgarrado
realista. Pero también es capaz de escribir versos llenos de ternura, de amistad, de serena
tristeza.
Juvenal fue muy apreciado en la Edad Media como moralista y ha influido
decisivamente en el desarrollo de la sátira en las literaturas occidentales. La fama de Marcial
no desapareció nunca: lo imitaron los autores de la Edad Media y el Renacimiento. En
España fue Garcilaso de la Vega el primer autor que lo imitó. Pero fue Quevedo quien más se
identificó con el espíritu y los temas de Marcial. En muchas ocasiones, a la hora de componer
sus poemas satíricos, Quevedo tiene en mente el texto de Marcial. Recoge los mismos temas,
con preferencia por la burla hacia las mujeres, y utiliza los mismos recursos formales. También
lo imitaron Góngora y Lope de Vega.
En la literatura del siglo XVIII el didactismo y la utilidad se convierten en los dos
grandes ideales del momento, fomentados por la filosofía empirista. La literatura debe divertir,
pero también enseñar, ser útil. Se produce así un auge de la sátira y la fábula, y se presta
poca atención a formas literarias consideradas imaginativas, como la novela. Además, el gusto
por las composiciones breves mantiene vivo el epigrama. Entre los más grandes cultivadores
de fábulas de esta época es preciso citar a La Fontaine; en España a Iriarte y Samaniego. En
el cultivo del epigrama destacan Iriarte, Samaniego, Cadalso, Moratín...
12
TEMA VI. EL TEATRO: PLAUTO, TERENCIO Y SÉNECA
Los orígenes de la tragedia y la comedia romanas son confusos. Hay que pensar en una
mezcla de tradiciones autóctonas con elementos de procedencia helénica. En efecto, cuando
las legiones romanas conquistaron el sur de Italia y se vieron deslumbradas por la refinada
cultura de las colonias de la Magna Grecia, surgiría en Roma la necesidad de celebrar
representaciones teatrales. La primera de ellas tuvo lugar en el año 240 a. C. y corrió a cargo de
Livio Andronico, que representó una tragedia traducida del griego en los Ludi Romani.
El teatro era para los romanos un espectáculo más, como los del circo y los del
anfiteatro, y tenía lugar en los días de juegos públicos (ludi) y algunas otras ocasiones
especiales. En un principio Roma no tuvo locales permanentes para las representaciones, que se
hacían en un trozo de terreno acotado al aire libre, con los espectadores de pie o sentados en el
suelo; luego se construyeron teatros desmontables de madera y, ya en el s. I a.C, se levantó el
primer teatro estable, de piedra. Los teatros eran, como en Grecia, de planta semicircular, con
gradas para los espectadores (cauea), la escena (scaena), con un muro de fondo ricamente
decorado, y entre la escena y las gradas, la orchestra, espacio circular reservado para los
senadores y altos magistrados. Los organizadores de los espectáculos teatrales eran los ediles.
Éstos encargaban la representación a un director, que compraba la obra al autor y la montaba.
Los actores eran siempre hombres, generalmente esclavos, y se caracterizaban para los distintos
papeles con pelucas y máscaras. Las representaciones tenían lugar a primeras horas de la
tarde, la entrada era gratuita y los espectadores chillaban, aplaudían o abucheaban a los
actores, se llevaban comida y bebida, etc. Es importante recordar que el teatro latino era siempre
en verso y con música, alternando así el diálogo, la música y la danza.
Las obras dramáticas latinas se clasifican en tragedia y comedia. La tragedia suele
presentar como protagonistas a dioses o héroes, su tono es solemne y su lenguaje elevado. La
comedia se ocupa del hombre de la calle y su lenguaje en desenfadado y, a menudo, grosero.
Tanto la tragedia como la comedia surgen en Roma con traducciones o adaptaciones de
obras griegas y, por tanto, con asunto, lugar de acción y personajes griegos. Más tarde surgen
también obras con asunto, lugar de acción y personajes romanos, alternando siempre con las
anteriores, que nunca desaparecen. Existen, pues, en el teatro latino cuatro tipos o subgéneros
dramáticos, que quedan recogidos en el esquema siguiente:
Griega
Romana
TRAGEDIA COMEDIA
Griega
Romana
Fabula graeca Fabula palliata
Fabula praetexta Fabula togata
TRAGEDIA COMEDIA
De todas las obras dramáticas de la literatura latina sólo hemos conservado las
comedias de Plauto y Terencio y las tragedias de Séneca. Del resto de los autores sólo nos
han llegado pequeños fragmentos.
Plauto es un autor que pertenece aún a la época arcaica. Parece que trabajó en el teatro
y otros menesteres hasta que logró vender y representar sus primeras obras, que lo hicieron
famoso. Es seguro que fue un ciudadano libre, pero pobre: un hombre del pueblo que supo
llegar al pueblo como ningún otro autor dramático de Roma.
13
Las comedias plautinas aparecen divididas desde el Renacimiento en cinco actos y van
precedidas con frecuencia de un prólogo, en el que un personaje cuenta el argumento y pide la
benevolencia y aplausos del público. Se nos han conservado un total de veintiuna piezas entre
las que podemos citar Anfitrión (Amphitruo), Comedia de la olla (Aulularia), Los cautivos
(Captiui), El soldado fanfarrón (Miles gloriosus), Los gemelos (Menaechmi), El cable marino
(Rudens), etc.
Todas sus comedias pertenecen al subgénero fabula palliata, es decir, son adaptaciones
de obras griegas. Pero sus modelos no son los de la época clásica, sino los de la llamada
«Comedia Nueva» del siglo IV a. C., el más importante de los cuales es Menandro. Pero la
actitud de Plauto frente a los modelos griegos no fue la de traductor servil, sino la de una
imitación creadora, y son frecuentes las alusiones a la actualidad romana.
El mundo de las comedias de Plauto es el de los hombres de la calle. Sus personajes
más frecuentes son el esclavo, el viejo, el joven enamorado, la prostituta, el parásito, el
alcahuete, el cocinero, el soldado... La trama consiste con frecuencia en un joven enamorado de
una esclava y sin dinero para comprarla, que busca la ayuda de su esclavo para conseguirla; el
esclavo recurre a la astucia para conseguir el dinero del padre del joven o del alcahuete dueño
de la muchacha. Siempre hay un final feliz y muchas veces la esclava es, en realidad, una
persona libre, que fue robada a sus padres por los piratas.
A Plauto no le interesa transmitir ningún mensaje moral ni social, sino provocar la
carcajada del espectador. Posee un ingenio inagotable y su lenguaje es riquísimo y
expresivo. Cada uno de sus personajes habla como corresponde a su cultura o posición.
Terencio pertenece a una generación posterior a la de Plauto. Fue un esclavo de origen
africano, pero luego obtuvo la libertad. Perteneció al círculo literario de Escipión, que era un
centro de irradiación de la cultura griega en Roma.
Fue autor de seis comedias, entre ellas La andriana o muchacha de Andros (Andria),
La suegra (Hecyra), El atormentador de sí mismo (Heautontimoroumenos), Formión
(Phormio), Los hermanos (Adelphoe) y El eunuco (Eunuchus). Van precedidas de una
disdacalia, con datos sobre la obra, y de una períoca, de doce versos, en la que se cuenta el
argumento, pero no son de Terencio, sino muy posteriores. Sí son obra suya los prólogos, en los
que el autor no narra el argumento, sino que se defiende de las acusaciones de sus enemigos,
que le culpaban de plagiar a los dramaturgos latinos anteriores, de hacer de dos o más obras
griegas una sola (contaminatio), y de no escribir sus obras, que se las habrían escrito sus amigos
del círculo de Escipión. Sus comedias, como las de Plauto, se dividen en cinco actos, pero en
este caso la división sí parece pertenecer al autor.
Cultiva el mismo género que Plauto, la fabula palliata, y los autores griegos imitados
son los mismos, especialmente Menandro.
Los personajes son los mismos que los de Plauto, pero le preocupa transmitir un
mensaje educativo y moral. Supera a Plauto en la técnica de la composición, en la habilidad
para ensamblar escenas y situaciones. Es también superior en la pintura de caracteres a través
del diálogo abundante. Su lengua es elegante y pura, pero sus personajes hablan todos como
Terencio, lo cual es un defecto. Por eso su teatro, a pesar de tener más valor dramático, no logró
conectar con el público romano e incluso alguna de sus obras fue un rotundo fracaso.
En época imperial destaca la figura de Séneca, autor de nueve tragedias de tema
griego, como Fedra y Medea, muy influenciadas por Eurípides, y una tragedia de tema romano,
la Octavia, aunque no es seguro que sea él el autor. En las tragedias de tema griego, utiliza el
mito como pretexto para exponer parte de sus ideas filosóficas y morales, y los dioses ceden su
lugar a las grandes pasiones del alma humana, que constituyen el centro de la tragedia de
Séneca. Gusta, asimismo, el autor de los tonos macabros y de las escenas patéticas y hasta
espeluznantes. Precisamente por ello se ha dicho que eran imposibles de representar y que
parece ser que estas obras se escribieron para la lectura privada en círculos de amigos. Sea
como fuere, la tragedia fue un género que nunca caló hondo en el público romano.
14
Tanto la comedia como la tragedia latinas han ejercido gran influencia en la literatura
posterior, que ha tomado de ellas temas y personajes. Los argumentos y caracteres creados
por Plauto han inspirado con frecuencia obras de autores de todos los tiempos. La figura del
avaro Euclión de la Aulularia ha sido recreada en El Avaro de Molière o El Mercader de
Venecia de Shakespeare; el tema de Los gemelos aparece con frecuencia desde el Renacimiento
como en Lope de Vega, Corneille, Shakespeare, Zorrilla, Dickens o Dostoievski; el esclavo
ingenioso que resuelve la intriga, personaje fundamental en la comedia plautina, es un tipo
constante desde Fernando de Rojas en La Celestina hasta Zorrilla o Julio Verne y un
largísimo etcétera.
Terencio alcanzó en la Edad Media y el Renacimiento, precisamente por su contenido
moralizante, una fama incluso superior a la de Plauto. Fue admirado por sus valores clásicos y
lo imitaron Ariosto, Molière, La Fontaine, el Marqués de Santillana, Cervantes, Pedro Ruiz
de Alarcón, etc.
En cuanto a la tragedia, Medea y Fedra son las dos piezas de Séneca que más han
influido en los dramaturgos modernos, que también han copiado su pasión por los aspectos más
escabrosos de la vida. Entre los imitadores de Medea se pueden citar a Corneille o R. Graves;
de Fedra, a Racine, Schiller o Unamuno; en Shakespeare, que tiene gran influencia del teatro
griego y latino, especialmente del último, vemos escenas de brujería, apariciones de lo
sobrenatural, exhibición de torturas y crímenes, escenas de locura y expresiones de orgullo y
pasión.
15
TEMA VII. LA NOVELA: PETRONIO Y APULEYO
En la antigüedad grecolatina la novela es un producto tardío, el último de los géneros
literarios, que aparece tras siglos de desarrollo del drama, la épica, la lírica, la historiografía, la
filosofía, etc. Si en la época clásica cada género literario estaba sujeto a unas reglas
determinadas y cada parcela se encontraba delimitada de manera estricta, cuando surge la
novela estos valores se han perdido. Ello era un reflejo de los usos sociales. En efecto, la novela
nace en un ambiente de decadencia política, social y religiosa, de insolidaridad y falta de apoyos
y ataduras de cualquier tipo, lo que conlleva que sea un género abierto, no sujeto a reglas
formales, donde se mezcla historia y leyenda, elementos épicos y líricos, digresiones científicas
y lenguaje coloquial, prosa y verso. En Roma la novela, además de ser un producto tardío, es un
producto escaso. Sólo contamos con dos obras que pueden calificarse como tales: el Satiricón
de Petronio y el Asno de Oro de Apuleyo.
Aunque no puede afirmarse con absoluta seguridad, es muy probable que el creador de
la novela entre los latinos sea Gayo Petronio, de quien el historiador Tácito hizo un magistral
retrato en sus Anales. Nos lo presenta como un hombre de vida licenciosa y gustos refinados;
brilló en la corte de Nerón como «árbitro de la elegancia», hasta el punto de que el emperador
«nada estimaba placentero y grato, salvo aquello a lo que Petronio diera su aprobación».
Acusado luego de traición, fue condenado a muerte.
Este personaje singular, de elevada cultura literaria y filosófica, escribió una obra no
menos singular, de la que se ha dicho que constituye una de las más geniales y extravagantes
composiciones de la literatura latina. El título Satiricón (Satyricon) parece ser un genitivo
plural de Satyrica, al que se añadiría la palabra libri: «libros de asuntos satíricos». Pero no
alude a la sátira latina, sino a los «sátiros» griegos, divinidades campestres inclinadas a la
lujuria y al desenfreno.
De la obra solo conservamos una parte del libro XIV y los libros XV y XVI completos.
No sabemos cuántos libros comprendía, pero por lo menos eran 16. La parte conservada narra
las aventuras de tres pícaros por ciudades del sur de Italia que se ven mezclados en una
serie de situaciones, en buena parte obscenas, que están descritas con crudo realismo. Más de un
tercio de lo conservado corresponde al relato de la llamada «Cena de Trimalción», un nuevo
rico, inculto y grosero, del que Petronio hace una caricatura feroz. Todo en la casa de
Trimalción, empezando por el dueño, es espectacular y encaminado a deslumbrar a los
asistentes: la decoración, , las pinturas con escenas de Troya y con la vida de Trimalción (desde
que era esclavo hasta su actual vida de millonario), los continuos platos-sorpresa (uno con los
doce signos del Zodíaco, otro con un jabalí que, al ser abierto, dejó escapar una bandada de
tordos, etc.), el relato de las riquezas de Trimalción (posee tierras que no podría recorrer un
milano en un día), etc. La cena de Trimalción presenta una técnica narrativa espléndida,
combinando elementos lingüísticos, psicológicos, cambios de temas, sorpresas, etc. Admirable
es la descripción de los personajes. Todo en este episodio respira inmediatez, frescura,
jovialidad y atractivas sorpresas.
Aunque se la califica como novela, el Satiricón no encaja realmente en ninguno de los
géneros conocidos en la antigüedad. En conjunto parece una novela de aventuras en que los
personajes se encuentran muchas veces en situaciones comprometidas. Pero el Satiricón es a la
vez una sátira de costumbres en la que se critican la depravación y las perversiones de la
sociedad neroniana. Mezcla, además, el autor prosa y verso. De los fragmentos en verso
destacan «La destrucción de Troya» (parodia del libro II de la Eneida) y «La guerra civil»
(parodia del poema de Lucano, con juicios literarios sobre lo que debe ser un poema épico).
Inserta también en la novela algunos cuentos populares (como el del «Hombre-lobo») y
algunos cuentos eróticos (como el de la «Matrona de Éfeso»). Por ello el Satiricón es más bien
una obra única que constituye por sí misma un solo género literario.
La lengua es uno de los grandes logros del Satiricón: se ajusta como un guante al
personaje que habla: vulgar en boca de ignorantes, elegante en boca de cultos, y siempre viva,
variada, colorista y seductora.
16
El autor del Asno de oro, Apuleyo, nació en Madaura, colonia romana del norte de
África, y vivió durante en siglo II d. C. Era de familia acomodada. Estudió primero retórica en
Cartago y luego completó su formación en Atenas, donde estudió, sobre todo, filosofía. Viajó
posteriormente a Oriente, donde se inició en doctrinas ocultas y ciencias mágicas y religiosas,
lo que le creó una reputación de mago.
De sus numerosas obras, la mayoría perdidas, la que le ha hecho famoso es el Asno de
oro, también conocida como la Metamorfosis. Consta de 11 libros y su trama es la siguiente: el
joven Lucio siente curiosidad por las artes mágicas; se aloja en casa de una maga a la que ve
convertirse en búho con un ungüento mágico; él quiere hacer lo mismo y le roba el ungüento,
pero se equivoca de bote y se convierte en asno. Bajo esta apariencia, pero conservando su
razón humana, pasa por una serie de aventuras extraordinarias, vividas con sus numerosos
amos. Al final, por mediación de la diosa egipcia Isis, recobra su apariencia humana, tras
comer unas rosas que le ofrece un sacerdote de la diosa, a cuyo culto se consagra de por vida.
El Asno de oro es fundamentalmente un relato de aventuras, como el Satiricón. El
interés de las peripecias por las que pasa el asno protagonista no decae ni un momento. Hay
sátira social, cuadros de costumbres, pintorescas digresiones. Precisamente la parte central de la
obra (libros IV-VI) se halla ocupada por la historia de «Cupido y Psique»; este maravilloso
cuento, de origen popular y encuadrado en un marco mitológico, es lo mejor del Asno de oro.
Ha sido editado y estudiado con frecuencia como un relato autónomo, e interpretado desde
distintos ángulos su supuesto valor simbólico y alegórico, desde el enfoque cristiano hasta el
filosófico platónico y neoplatónico.
Buena parte del Asno de oro coincide con el Satiricón en ser una narración satírica
con tintes humorísticos. Pero en la obra de Apuleyo hay mucho más. Hay episodios llenos de
ternura y de romanticismo, como el citado de «Cupido y Psique». El tono erótico está mucho
más amortiguado. Hay en Apuleyo, frente a Petronio, intención moralizante. Y hay, al final de
la obra, un elevado tono religioso, serio y sentido.
Apuleyo es sin duda el mejor escritor latino del siglo II. Lo demuestran su
imaginación portentosa y su talento y habilidad para engarzar y dotar de unidad historias de
contenido variado. Junto a los elementos fantásticos conviven en el relato el realismo y la
descripción más acabada de la sociedad del siglo II.
El lenguaje de Apuleyo es riquísimo. Utiliza un léxico que va desde el más culto al
más popular y combina arcaismos junto a neologismos. Su estilo es brillante, deslumbrador
de colorido y barroquismo, en busca de juegos de palabras y resonancias sonoras. Es cierto
que Apuleyo se encuentra muy alejado de los cánones clásicos, por su falta de contención y
equilibrio, pero por su capacidad de traducir en arte las tendencias y el espíritu de su época
decadente Apuleyo es el último gran artista de la literatura latina.
Considerando en un sentido amplio el término picaresca, tanto el Satiricón como el
Asno de oro podrían incluirse en este género. Y es precisamente en la novela picaresca posterior
donde encontramos más huellas de estas dos obras. El carácter satírico, la intención lúdica y los
tipos propios de las novelas latinas, como son el criado y el pícaro descarado, aparecen en
novelas picarescas españolas, como El Lazarillo de Tormes, el Guzmán de Alfarache de Mateo
Alemán o el Buscón de Quevedo, pero también en autores más recientes y de otras latitudes,
entre los que se cuentan R. Kipling y G. Grass. Las narraciones eróticas de el Asno de oro
entusiasmaron e inspiraron a Bocaccio, y el cuento de «Cupido y Psique» ha servido de
inspiración a numerosos artistas y escritores hasta los tiempos modernos.

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  • 1. 1 TEMA I. LA HISTORIOGRAFÍA LATINA: CÉSAR, SALUSTIO, LIVIO Y TÁCITO. En la Antigüedad clásica la primera obligación del historiador era la veritas. Pero esta no se entendía tanto como la verdad de lo que había ocurrido realmente, sino más bien la verdad de algo significativo por su valor moral y su valor de ejemplo. Bastaba que los hechos narrados fueran verosímiles. Por esto no se puede pedir al historiador antiguo una detallada relación de las fuentes ni una exactitud rigurosa de los hechos. En un ambiente marcadamente político, lo que se proponía el historiador (y se exigía de él) era una cierta neutralidad e imparcialidad hacia los protagonistas de las hazañas. Por eso se permitía al historiador realizar la síntesis del carácter de los personajes, la evaluación de las consecuencias de los acontecimientos, o la reflexión sobre el sentido y significado de la historia. Se le pedía, en resumen, una posición moral fiable sobre el sentido de los acontecimientos públicos. Por otro lado, la historiografía era un género literario, donde el autor podía emplear los recursos retóricos y estilísticos. Con Julio César nos encontramos con la primera figura de relieve dentro de la historiografía latina. Fue un famoso político y militar de la Roma republicana, pero también destacó como orador y escribió obras de diversos temas. Las únicas que conservamos son: ∙ Comentarios sobre la guerra de las Galias (Commentarii de bello Gallico), en 7 libros, que narran la conquista de la Galia por parte de César cuando estuvo allí como procónsul. ∙ Comentarios sobre la guerra civil (Commentarii de bello civili), en 3 libros, sobre la guerra civil entre César y Pompeyo. El “Comentario” era un informe de los hechos con intenciones documentales. Se distinguía, por tanto, de la historia que se escribía dentro de un marco moralista y con un arte literario consciente. César tomaba como fuente sus informes al senado, los informes de sus oficiales y sus propios diarios de campaña. Las obras de César poseen un enorme valor como fuente histórica de primer orden. Durante siglos se le ha considerado un modelo de objetividad, una de cuyas pruebas sería el uso de la 3ª persona: Caesar en lugar de ego. Sin embargo, en la actualidad se ha demostrado que sus Comentarios son una obra maestra de propaganda política, donde las verdades no están abiertamente falseadas pero sí “reelaboradas” siempre a favor de César. Lo que es indiscutible es su valor literario. Su lengua se caracteriza por la claridad y la pureza, evitando palabras y construcciones extrañas. A Salustio se le puede considerar el verdadero creador de la historia como género literario en Roma. Fracasó en la vida política y buscó refugio en las letras, campo en el que deseaba alcanzar la gloria, imitando a los grandes historiadores griegos, especialmente a Tucídides. Es autor de dos monografías: ∙ La conjuración de Catilina (De coniuratione Catilinae), sobre la conspiración llevada a cabo por Catilina para hacerse con el poder en Roma. ∙ La guerra de Yugurta (De bello Iugurthae), sobre la guerra de Roma contra Yugurta, hijo adoptivo del rey de Numidia, que se había apoderado del reino por la fuerza. También escribió unas Historias de las que solo se conservan algunos fragmentos. Era una historia contemporánea. Tiene, como Tucídides, una concepción “dramática” de la historia. Por eso elige personajes enérgicos, de fuerte personalidad, y los coloca en situaciones límite. Describe con precisión las causas de los sucesos. Pero, sobre todo, es un gran pintor de personas. Para caracterizar a los personajes pone en su boca frecuentemente discursos. Su lengua y su estilo destacan por su tinte arcaico, la disimetría y la concisión. Todo esto lo acentúa para diferenciarse de Cicerón.
  • 2. 2 Tito Livio es el más grande de los prosistas de la época de Augusto. En su ciudad natal se educó y formó en retórica y filosofía; luego marchó a Roma para dedicarse en un tranquilo retiro, durante cuarenta años, a la redacción de su obra. En Desde la fundación de la Ciudad (Ab urbe condita) Livio nos presenta una historia de Roma desde los orígenes hasta sus días, aunque a su muerte solo había llegado al año 9 a. C., a imitación de los más antiguos historiadores latinos (los analistas). Consta de 142 libros. Fue publicada en décadas o grupos de 10 libros, y solo se conservan tres décadas y media (libros 1-10, 21-30, 31-40 y 41-45), que tratan sobre los orígenes de Roma y la monarquía, las guerras púnicas y algunos otros sucesos de época antigua. Precisamente por su amplitud y las dificultades de su copia, se compusieron resúmenes de cada libro, que sí se han conservado. Como el resto de los historiadores antiguos, no se preocupa demasiado por consultar escrupulosamente las fuentes, pues para él la historia es más una obra de arte que de ciencia. Presenta abundantes anacronismos e imprecisiones, y no somete a crítica la veracidad de las fuentes. Tito Livio pretende con su historia glorificar el pasado de Roma. Está lleno de orgullo nacionalista y, como los poetas de su época, defiende en su obra los ideales del programa de Augusto. Al mismo tiempo concibe la historia como un espejo donde mirarse, un repertorio de ejemplos y modelos que debemos tener a la vista para imitar los buenos y evitar los malos. Por lo que respecta la estilo, Livio gusta de emplear los recursos artísticos de la retórica y, como Salustio, pone con frecuencia discursos en boca de sus personajes. En contraste con Salustio, evita los arcaísmos y la concisión: su estilo se caracteriza por la abundancia transparente y el empleo del amplio período ciceroniano. La historiografía florece de nuevo en los primeros años del siglo II d. C. con Tácito. Gran orador, desarrolló actividades políticas desempeñando todas las magistraturas. Ya al final de su vida y tras la muerte del emperador Domiciano, se dedicó a la historia con el propósito de narrar los acontecimientos que precedieron inmediatamente a su época. Se conservan de él dos grandes obras históricas incompletas: ∙ Anales (Annales), en 16 libros, de los que se conservan los 6 primeros y los 6 últimos. Abarcan de la muerte de Augusto hasta la de Nerón. ∙ Historias (Historiae), en 14 libros, de los que se conservan solo los 4 primeros y parte del 5. Abarcan desde la muerte de Nerón hasta la muerte de Domiciano. Es también autor de tres obras menores: ∙ Diálogo de los oradores, sobre la degeneración de la elocuencia en época imperial. ∙ Vida de Julio Agrícola, biografía elogiando a su suegro, famoso general, conquistador y gobernador de Britania. ∙ Germania, tratado histórico-geográfico sobre la tierra de los germanos. Se documentó bien para escribir su obra. Además de consultar a todos los historiadores que habían escrito sobre el mismo período, consultó los archivos del pueblo romano y hasta las “Memorias” de diversos personajes, como las de Agripina, madre de Nerón. La obra de Tácito es una fuente de primer orden para conocer la historia de Roma en el primer siglo del Imperio. Sin embargo, se ha discutido mucho sobre su fiabilidad como historiador. Dado que es un historiador con ideas, es normal que en ocasiones se le acuse de poco objetivo. No cabe dudar que es sincero, pero su pesimismo y su naturaleza apasionada le hacen interpretar y deformar la historia, dándonos una visión patética y amarga de su tiempo, y una imagen negativa del imperio como sistema de gobierno. Se centra, sobre todo, en el factor humano, buscando las motivaciones íntimas de las conductas; este psicologismo es uno de los rasgos más característicos de su obra. En cuanto a su estilo, lleva al límite la concisión y la asimetría, y su frase es tan densa que no puede traducirse si no es empleando muchas más palabras de las que contiene. Pero la obra de estos grandes historiadores no cayó en el olvido sin más tras la caída de Roma. En el Renacimiento Tito Livio se convirtió en un maestro para los humanistas que cultivaban el género historiográfico. Esto es así en el plano del contenido, pues interesan los acontecimientos que se prestan a un desarrollo dramático, aunque ello signifique no contarlo
  • 3. 3 todo, como había hecho la crónica medieval. Pero también lo es en el plano del lenguaje, donde dejan de usarse términos nuevos que la Edad Media había creado para designar instituciones nuevas, usándose en su lugar sus equivalentes antiguos. Tácito, por su parte, se convirtió en uno de los autores preferidos de los tratadistas políticos de los siglos XVI-XVII y la Francia revolucionaria convirtió a Salustio, Livio y Tácito en sus autores predilectos, junto al griego Plutarco y a Cicerón.
  • 4. 4 TEMA II: LA ORATORIA Y RETÓRICA LATINAS: CICERÓN Y QUINTILIANO Como género literario, la oratoria comprende los discursos que han sido elaborados según las reglas de la retórica (arte teórico del discurso). En cualquier sociedad la palabra hablada es mucho más antigua que la escrita y es de suponer que en los primeros tiempos de la república romana el discurso formal era algo habitual en los tribunales y en las reuniones del Senado y del pueblo, si bien el arte oratoria ya había sido desarrollada y formulada por los griegos. Sin embargo, el discurso no se convierte en literatura hasta el momento de su publicación, lo que en los primeros tiempos de la literatura latina solo se daba en circunstancias excepcionales, siendo Catón (fines del siglo III- principios del siglo II a. C.) el primero en tomar como costumbre la publicación de sus discursos. El arte de la oratoria se aprendía “en vivo” entre los primeros oradores romanos. Pero a mediados del siglo II a. C. se produce una avalancha sobre Roma de maestros de retórica procedentes de Grecia y Asia Menor, que, si bien encontraron obstáculos por parte de los estamentos más conservadores, acabaron por imponer los estudios de retórica. Estos junto con la gramática constituían la educación básica de los jóvenes de familia acomodada. Cicerón es el más grande de los oradores romanos. En él culmina la larga tradición oratoria que se había desarrollado y perfeccionado durante la República en condiciones ideales de libertad política. Recibió su formación en Roma y la completó en Grecia. Vivió en el medio siglo final de la República, época de grandes convulsiones internas. Pronunció al menos 106 discursos, de los que conservamos 58. Pueden dividirse en discursos judiciales, pronunciados ante un tribunal, como abogado defensor (discursos “pro”= en defensa de) o acusador (discursos “in”= contra), y políticos, pronunciados ante el Senado o en el Foro. Algunos especialmente importantes son: ● Discursos contra Verres o las Verrinas (In C. Verres), su primer éxito oratorio. Se trata de cinco demoledores discursos contra Verres, ex-gobernador de Sicilia, acusado de extorsión y corrupción. La defensa estaba a cargo de Hortensio, el principal rival de Cicerón en los tribunales. ● Discursos contra Catilina o las Catilinarias (In L. Catilinam), cuatro discursos que constituyen la cima de la oratoria ciceroniana. Tratan sobre la famosa conjuración tramada por Catilina para hacerse con el poder en Roma. ● En defensa del poeta Arquías (Pro Archia poeta), en el que toma como pretexto la defensa del poeta griego Arquías, al que se acusaba de usurpación del derecho de ciudadanía, para hacer un apasionado elogio de la literatura. ● En defensa de Marcelo y En defensa de Ligario (Pro Marcelo y Pro Ligario), en defensa de antiguos adversarios de César. En ellos Cicerón apela a la clemencia cesariana, de la que hace un desmedido elogio. ● Contra Marco Antonio (In M. Antonium) o las Filípicas (Philippicae, llamadas así en homenaje a los discursos del orador griego Demóstenes contra Filipo de Macedonia), catorce discursos contra Marco Antonio. Fueron su canto del cisne como orador, pero también le acarrearon la muerte. Cicerón aúna en su persona lo mejor de las dos corrientes oratorias que se disputaban la primacía en su época: el asianismo, que tendía a períodos largos, grandilocuentes, a la expresión florida y a la hinchazón patética, con gran cuidado del ritmo oratorio; y el aticismo, que se distingue por la desnudez de la expresión y por el desprecio de todo patetismo. La expresión de Cicerón es ornamental o desnuda en función de las circunstancias. Pero Cicerón también nos ha dejado las mejores obras retóricas:
  • 5. 5 ● Bruto (Brutus, titulada con el nombre de la persona a la que está dedicada), es una historia de la elocuencia en Roma hasta su época, precedida de un resumen sobre la elocuencia en Grecia. ● Sobre el orador (De oratore) y El orador (Orator), sobre la formación del orador y la técnica del discurso. Para Cicerón el perfecto orador ha de ser una combinación de disposición natural, cultura extensa en todas las disciplinas (Historia, Derecho, Filosofía...) y conocimiento de la técnica del discurso. Esta técnica, que se enseñaba en las escuelas de retórica, es ampliamente desarrollada en Sobre el orador. En época imperial desaparecen las libertades políticas y, con ellas, las condiciones que habían producido un desarrollo tan grande de la oratoria y de la retórica. La oratoria se desplaza así del foro a las escuelas de retórica. Pero estas enseñanzas escolares pierden su conexión con la realidad (era costumbre debatir temas extraños, mitológicos o irreales) y se hacen cada vez más artificiales, cayendo en el amaneramiento y la afectación. Desaparecen también los grandes oradores: la única oratoria pública que existirá serán, fundamentalmente, discursos en elogio de los emperadores. A fines del siglo I d. C. surge una reacción contra el estilo afectado de esa oratoria y un intento de retornar al clasicismo ciceroniano. El gran defensor de esta tendencia es el español Quintiliano. Estudió en Roma y luego abrió allí una escuela de retórica, que enseguida se hizo famosa. Escribió una obra titulada Formación oratoria (Institutio oratoria). Consta de doce libros y es el tratado de retórica más completo de la Antigüedad. Quintiliano no solo se preocupa de la técnica oratoria, sino de la formación del orador desde que nace. El libro 10 es el más conocido: en él aconseja la lectura como elemento fundamental en la formación de un orador y contiene un famoso estudio sobre las personas que escribieron en griego y latín. El libro 12 presenta el conjunto de cualidades que debe reunir quien se dedique a la oratoria, tanto en lo referente al carácter como a la conducta. La obra completa presenta una entereza y una originalidad notables. El estilo de Quintiliano es un estilo lúcido y brillante. Pero estos géneros tuvieron su influencia aun tras la caída de Roma. A partir del siglo XII tiene lugar en las florecientes ciudades-estado italianas un resurgimiento de la oratoria pública y, con ella, de la retórica clásica. Sin embargo, esta se vio inmediatamente oscurecida por la hipertrofia dialéctica de la escolástica. La retórica volvió a emerger con los humanistas, que se plantearon esto como principal objetivo, junto con el purismo lingüístico. Los escritores del Renacimiento imitaron afanosamente en las lenguas vulgares todas las fórmulas de estructura de oraciones y cláusulas, de versificación, de selección de imágenes y de disposición retórica. Cicerón fue entonces muy imitado por los que escribían en latín (como los oradores españoles Juan Lorenzo Palmireno o fray Luis de Granada –el más grande orador sagrado de la España del siglo XVI– o el francés Marco Antonio Mureto). No obstante, se produce al mismo tiempo una reacción anticiceroniana que tomó por modelos a Séneca y a Tácito, como bien ejemplifican Francis Bacon, John Milton, Baltasar Gracián o Juan de Verzosa. Por su parte, la obra de Quintiliano tuvo una gran influencia sobre la teoría pedagógica que sustenta el humanismo y el Renacimiento. En resumen, a partir del humanismo la retórica volvió a convertirse en uno de los pilares de la cultura occidental, en la educación y en la práctica, hasta la llegada del Romanticismo, que propugnará la libertad del escritor frente a la sujeción a las normas.
  • 6. 6 TEMA III. LA POESÍA ÉPICA: VIRGILIO Y LUCANO La poesía épica surge en todas las culturas con anterioridad a la poesía lírica, ya que el contenido objetivo de su propia historia es lo primero que interesa al hombre, antes que la reflexión subjetiva sobre la misma. Además la épica surge vinculada a la tradición oral: son composiciones que se transmiten oralmente, generalmente con acompañamiento musical y que no tienen un único autor ni un texto fijo. Los dos primeros poemas épicos de Occidente son griegos: la Ilíada y la Odisea. Se celebran en ellos las hazañas de un héroe, generalmente de origen divino. Sin embargo, cuando con el paso del tiempo se afirma la noción de verdad histórica por encima de la mítica, la poesía épica evoluciona a poema histórico, que celebra las hazañas de algún héroe local o los orígenes de una ciudad. Esto da lugar a poemas muy elaborados formalmente y de mayor unidad de estilo que los poemas homéricos. Aunque hay autores anteriores, la primera figura de auténtico relieve dentro del género es Virgilio. Vivió en tiempos del emperador Augusto, quien le encargó la Eneida, como un medio más para restaurar las antiguas tradiciones del pueblo romano. Cuando el poeta murió a su regreso de un viaje por Grecia y Troya, para visitar los lugares en que se desarrolla el poema, aún no lo había terminado a su gusto; en su lecho de muerte ordenó que lo quemaran, pero sus amigos no le hicieron caso y lo publicaron tal como él lo dejó, con algunos versos incompletos. La Eneida narra el origen de la nación romana. La obra está claramente inspirada en la épica homérica y sus doce libros forman dos bloques bien diferenciados: los 6 primeros, a imitación de la Odisea, narran el accidentado viaje del héroe troyano Eneas desde su ciudad, destruida por los griegos, hasta el Lacio, en Italia. Los 6 últimos, a imitación de la Ilíada, narran la guerra de Eneas hasta conseguir asentarse definitivamente en el Lacio, región de la futura Roma. También toma Virgilio de Homero elementos estilísticos, como los epítetos, las fórmulas, las comparaciones..., y adapta motivos y episodios. Aunque el paralelismo con Homero es evidente, la Eneida de Virgilio innova y se distancia de todas las obras anteriores, tanto desde el punto de vista temático como formal. En efecto, hasta Virgilio el poema épico había sido, temáticamente, o mitológico o histórico o histórico- mitológico (donde la parte mitológica entraba como proemio o digresión). La Eneida aporta un nuevo tipo: el mitológico-histórico, en el que el tema es fundamentalmente mitológico y la historia entra como digresión (por ejemplo, en la descripción del escudo de Eneas o de los héroes futuros de Roma que Eneas ve en los infiernos). Esto le permite cumplir el encargo de Augusto de componer un poema para entroncar a la familia Julia con Julo, el hijo de Eneas, hijo a su vez de Venus, pero insertándolo dentro del contexto más general de la glorificación del pueblo romano, que se convierte en el verdadero protagonista del poema. Por otro lado, dentro de la narración estrictamente épica, la Eneida inserta recursos y tonos dramáticos y líricos. Virgilio subjetiviza la acción, a veces con comentarios o reflexiones (“¿Quién puede engañar a un amante?”) o empleando determinados adjetivos (infelix Dido, pius Aeneas), pero, sobre todo, humanizando a los personajes: la Eneida es un poema épico hecho de dolores y pasiones humanas, escrito con gran penetración psicológica; Virgilio contempla a hombres que sufren y caen, no a héroes que realizan prodigios de heroísmo, sobrehumanos a veces. A pesar de su carácter de obra inacabada, es una obra de gran perfección estilística y métrica. Su estilo se caracteriza por la variedad de tonos y la cuidada selección de términos; alterna el uso de neologismos y arcaísmos que dan solemnidad al texto. En cuanto a la métrica, logró una perfecta adaptación del hexámetro a la lengua latina. Lucano era sobrino del filósofo Séneca y nació como él en Córdoba, aunque pasó casi toda su vida en Roma. Fue admitido muy joven en el círculo de amigos del emperador Nerón. Después fue acusado de participar en la conspiración de Pisón junto a su tío y ambos fueron condenados a muerte. Tenía solo 26 años.
  • 7. 7 El poema épico que nos ha dejado Lucano tiene por título Farsalia (Pharsalia), por la batalla del mismo nombre en la guerra civil entre César y Pompeyo, que es el contenido del poema. Consta de 10 libros, pero la obra quedó inacabada por la muerte del autor. La Farsalia supone una revolución en la épica, un cambio en la concepción tradicional de la épica. Ello se manifiesta, sobre todo, en los aspectos siguientes: Elimina cualquier elemento mítológico. Frente a la épica anterior, Lucano desarrolla un argumento exclusivamente histórico. Por eso algunos rechazaban para esta obra el título de poema épico y la denominaban historia en verso. De hecho, sigue en el poema el orden cronológico de los hechos sin ninguna reelaboración ni artificio. Los dioses desaparecen del poema. Desde Homero los personajes de la épica eran una especie de marionetas manejados por los dioses a su antojo; en la Farsalia el hombre es el único responsable de sus actos, buenos o malos. El racionalismo es una consecuencia de lo anterior. Los sucesos se explican por causas naturales. Consecuencias negativas de todo esto son, de una parte, el derroche de conocimientos científicos, con descripciones a veces muy largas y sobrecargadas, y, de otra, cierto regusto realista por las escenas truculentas y de mal gusto (“Con la espada corta las manos de los que se abalanzan sobre el techo; aplasta una cabeza; hace crujir los huesos a pedradas y esparce los sesos...”). No hay un héroe protagonista. Hay tres personajes descollantes: César, Pompeyo, Catón, pero ninguno es el héroe por excelencia. Hay quien piensa que en la Farsalia el verdadero héroe es la libertad perdida. Por lo que respecta al estilo, su obra está marcada, como toda la poesía y la prosa que se escriben en las generaciones siguientes a la época de Augusto, por una gran impregnación retórica. Pero su retoricismo no es algo vacío y externo. Lucano ve la guerra civil como un cataclismo cósmico, que conlleva la destrucción de Roma y de la humanidad; por eso lo representa con tonos y colores adecuados, para suscitar y comunicar el máximo de pasión. La fama de Virgilio no ha decaído jamás. La Edad Media lo vio no solo como un modelo de estilo literario, sino también una especie de sabio que presagió el cristianismo. Desde el siglo II d. C. se le considera un mago y circula una leyenda virgiliana. En este período se escriben numerosos poemas sobre temas clásicos (Troya, Eneas, los argonautas, Edipo, Alejandro Magno...). El poeta Dante eligió en su Divina Comedia a Virgilio como maestro y guía para descender a los infiernos. De Virgilio toma Dante figuras como el barquero Caronte, el can Cerbero, las harpías... En el Renacimiento solo dos poemas épicos toman su argumento del mundo clásico. Lo más común es que la épica de este período se inspire en otros temas (por ejemplo, hazañas históricas contemporáneas en el marco de la conquista de América). Pero lo verdaderamente importante es que estos poemas están impregnados de influencias clásicas y elementos grecolatinos. La fama de Virgilio llega aún hasta la época actual, en que se le ha llamado, en el título de un libro, “Virgilio, padre de Occidente”.
  • 8. 8 TEMA IV. LA POESÍA LÍRICA: CATULO, HORACIO Y OVIDIO La poesía lírica latina recibe de la griega su carácter polimétrico y se usa como vehículo para transmitir las experiencias personales, desde los más delicados sentimientos de amistad y amor hasta el odio más enconado. Sin embargo, en la lírica latina ha desaparecido el acompañamiento musical propio de la griega: se compone para ser leída o recitada, no para ser cantada. En Roma la poesía lírica comienza mucho más tarde que la épica o el teatro. En la segunda mitad del siglo II a. C. los romanos, que habían vivido hasta entonces volcados hacia el “exterior”, hacia la expansión militar y colonizadora, empiezan a padecer problemas “internos”, primero de tipo social y económico. A la vez se reafirma la individualidad, el talante reflexivo, el gusto por la intimidad personal y la vida privada. Todo ello constituye el clima necesario para el nacimiento de una poesía lírica. Los primeros poetas líricos importantes son los llamados neotéricos o poetas nuevos. Pretendían innovar imitando a los poetas griegos y cultivando pequeños poemas muy bien elaborados, en vez de las grandes composiciones. El poeta más importante del círculo de los neotéricos fue Catulo. Le tocó vivir los convulsos años del final de la República. Nació en Verona en el seno de una familia distinguida. Debió de marchar a Roma bastante joven, donde participó activamente en la vida cultural y literaria. Se enamoró de Clodia, una aristócrata bella y sin escrúpulos, con la que vivió unos amores tempestuosos que no duraron demasiado. La vida y la obra de Catulo están estrechamente unidas. Su vida se refleja claramente en su obra. Es un ser apasionado, que ama y odia con la misma fuerza. Su obra lírica consta de 116 poemas, divididos tradicionalmente en tres apartados en función de su métrica: • 1-60, son los que el propio poeta llama nugae (bagatelas). Están escritos en metros variados, son de corta extensión y tratan temas de la vida cotidiana, destacando el tema amoroso. Muchos tratan de su tormentoso amor adúltero con Clodia, a la que él llama Lesbia, con una primera etapa de feliz exaltación, luego otra de malentendidos e infidelidades, hasta la ruptura definitiva y la consiguiente amargura. • 61-68, son los poemas doctos o eruditos, muy influidos por los poetas alejandrinos del siglo III a. C.; son los más largos de su producción y abunda en ellos el tema mitológico (Cabellera de Berenice, Bodas de Tetis y Peleo, etc.) • 69-116, son epigramas en dísticos elegíacos (hexámetro + pentámetro) y tratan, como los del primer bloque, de temas de la vida cotidiana. Catulo trae a la literatura latina un aire nuevo. Lo mejor de su producción son los poemas amorosos. Su lengua es una mezcla de elementos cultos y populares, con abundancia de diminutivos y una constante búsqueda de la perfección, sin perder espontaneidad. Introduce además en la poesía latina nuevos metros que luego perfeccionará Horacio. Horacio pertenece ya a la época de Augusto. Nació en Venusa, en el sur de Italia. Era hijo de un liberto y su familia hizo grandes esfuerzos para que recibiera una buena educación. En Roma su amigo Virgilio le presentó a Mecenas, el ministro de Augusto para la cultura, y su vida cambió. Mecenas le regaló una finca en la región de Sabina, donde se dedicó a su verdadera vocación, rechazando honores y cargos políticos ofrecidos por Augusto. Frente a los neotéricos, Horacio no imita a los poetas alejandrinos, sino a los líricos griegos de los siglos VII y VI a. C. Escribió 17 piezas llamada Epodos a imitación de Arquíloco, aunque Horacio es menos duro y más variado que aquel. Esta obra le sirvió de entrenamiento para su gran obra lírica: las Odas. Las Odas constituyen la obra cumbre de la lírica latina. Él mismo estaba seguro de su fama posterior. Son cuatro libros con un total de 104 poemas. Los temas son muy variados: amores, banquetes, dedicaciones de templos, partida y regreso de un amigo, el tema patriótico... Las mejores odas son las de tipo filosófico, en las que desarrolla ideas estoicas y epicúreas sobre el paso del tiempo, la muerte inexorable y la verdadera felicidad: para el
  • 9. 9 poeta, hay que estar libre de ambición de riquezas y de poder, y contentarse con una “dorada medianía” (aurea mediocritas). En las odas de amor el sentimiento es distinto al de Catulo. Es como si observara objetivamente la pasión amorosa y no estuviera implicado en ella. No hay sentimiento, sino fantasía. La característica más importante del estilo de Horacio es la concordancia perfecta entre el pensamiento y la expresión, pues ningún poeta latino alcanzó tanta perfección. Resulta frío en muchas ocasiones, pero la armoniosa estructura de sus composiciones, la maestría en el manejo de los diversos metros, el cuidado y acierto al poner la palabra exacta en el lugar exacto, lo hacen modelo perfecto de clasicismo. Ovidio comenzó a brillar cuando los otros grandes poetas de la época de Augusto, Horacio y Virgilio, estaban en su madurez. Nació en Sulmona, de familia de caballeros. Estudió elocuencia y filosofía, y se hizo abogado, pero lo dejó por la poesía. En su momento de más fama Augusto lo desterró a Tomi, en el Mar Negro, no se sabe muy bien por qué, y allí murió. Con Ovidio nace la elegía en el sentido moderno. En Grecia se llamaba elegía a toda composición poética escrita en verso elegíaco (hexámetro + pentámetro). Los poetas alejandrinos componen elegías de tema amoroso, pero no personal, cultivada en Roma por los poetas neotéricos y Catulo. En la época de Augusto surge la elegía de tema amoroso personal. Pero la gran innovación de Ovidio es la elegía dolorosa, que es como entendemos en la actualidad la elegía. La poesía elegíaca de Ovidio es de dos tipos: • elegía amorosa, escrita fundamentalmente en su juventud: ▫ Los amores (Amores), en tres libros. Poesía brillante, pero superficial, que canta sus amores, al parecer ficticios, con diversas damas de la sociedad, en especial con su musa Corina. ▫ Heroidas (Heroides), son cartas amorosas dirigidas por antiguas heroínas a sus amantes: Penélope a Ulises, Briseida a Aquiles, Dido a Eneas, etc. ▫ Arte de amar (Ars amandi). Los dos primeros libros enseñan a los hombres la técnica de seducir a las mujeres, el tercero enseña a las mujeres. Evita la monotonía con algunas digresiones, sobre todo de tipo mitológico, y un encanto especial. Este libro pudo ser la causa del destierro, al ser tan contrario al programa moral y religioso de Augusto. ▫ Los remedios de amor (Remedia amoris), donde desarrolla la idea de que para el enamorado sin esperanza el mejor remedio es enamorarse de otra persona. ▫ Cosméticos del rostro femenino (Medicamina faciei femineae), pequeño poema con recetas para mantener la piel fresca y atractiva. • elegía dolorosa, escrita desde el destierro. ▫ Tristezas (Tristia) y Pónticas (Epistulae ex Ponto), donde expone su triste situación, tratando de justificarse y humillándose ante Augusto de forma casi rastrera para que le levante el castigo. El dolor es auténtico, por lo que estas elegías son más sinceras y profundas que las amorosas. Las características del estilo de Ovidio son facilidad para componer, brillantez de expresión, ingenio y elegancia; pero le falta “alma”, siendo el prototipo de una sociedad frívola y decadente. Desde que se redescubrió la obra de Catulo en el siglo XIV su popularidad se ha mantenido hasta nuestros días. Sus poemas han inspirado a diferentes autores, e incluso algunos han convertido en tema de su obra los amores de Catulo y Lesbia. En España la presencia de Catulo ha sido constante desde el Renacimiento y ha influido en autores como Garcilaso de la Vega, Cervantes, Quevedo o Cadalso. No ha sido menor la influencia de Horacio, cuya huella se observa en los poetas más destacados del siglo de Oro. De todos ellos fue Fray Luis de León su mejor imitador, como se aprecia, por ejemplo, en su famoso poema “Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido...”. Ovidio es el primer poeta moderno y el prototipo de la poesía románica. Se convirtió en modelo como narrador y guía para la mitología griega.
  • 10. 10 TEMA V. LA FÁBULA, LA SÁTIRA Y EL EPIGRAMA: FEDRO, JUVENAL Y MARCIAL La fábula suele definirse como una composición generalmente en verso, en la que, por medio de personificaciones de seres irracionales, se da una enseñanza útil o moral. El género es muy antiguo y nació probablemente en la India. Luego pasó a Occidente y fue cultivado en Grecia por Esopo (siglo VI a. C.), que es el padre de la fábula como género literario. En Roma fue cultivada por Fedro; aunque existen algunos casos muy aislados de fábulas anteriores a Fedro en la literatura latina, él es realmente el primer fabulista latino. Fedro era de origen griego. Vino a Roma como esclavo de Augusto, que después le concedió la libertad. Empezó a escribir en época de Tiberio. Se han conservado de Fedro algo más de 100 fábulas. La mayor parte de los temas están tomados de Esopo, pero hay también fábulas originales suyas, inspiradas en la vida y en las costumbres de la época. El propio autor nos dice cuáles fueron sus intenciones: divertir y dar prudentes consejos para la vida. Estas son, pues, las dos características esenciales de la fábula de Fedro: diversión y enseñanza moral. Su lenguaje es claro, sencillo y conciso, pero elegante. Sus metáforas son simples, pero pintorescas y sugestivas. La sátira, por su parte, es el único género literario que los romanos no tomaron de los griegos, es decir, es un género típicamente romano. Sin embargo, antes de adquirir el sentido que ahora tiene, la sátira pasó por varias etapas en que tuvo otros significados: ● lo primero que en Roma se llamó satura fueron unas composiciones que pertenecían al género teatral y que contenían diálogo, música y danza. Es la satura dramática, de la que habla Tito Livio. ● más adelante se empleó el término “sátira” para designar obras que trataban temas diversos y utilizaban distintos metros. ● en una tercera etapa es cuando el término “sátira” adquiere para los romanos el sentido que tiene hoy: ataque, más o menos virulento o amable, a personas, costumbres e instituciones. En ella se emplea solamente el verso conocido como hexámetro. Durante los últimos años de la República algunos autores escribieron sátiras. Sin embargo, esta alcanza su mayor desarrollo y esplendor en el siglo I de nuestra era. A ello contribuyen las circunstanciales políticas y sociales del momento: el régimen imperial había dado lugar a una corrupción cada vez mayor; surgen entonces escritores, amantes de las sanas tradiciones e influidos por las doctrinas morales estoicas y epicúreas, que critican los vicios de la época. Juvenal es el último representante importante de la sátira latina. Pertenecía a una familia adinerada. Fue primero abogado y maestro de retórica, y empezó a escribir sátiras ya en edad madura. Escribió 16 sátiras en las que critica que haya tantos extranjeros en Roma, la mediocridad de los literatos, la corrupción administrativa, los abusos de las autoridades, la hipocresía de algunos filósofos que presumen de virtuosos, la homosexualidad, la incomodidad de la vida en Roma, los vicios de las mujeres, la mala educación que dan los padres a sus hijos, etc. Juvenal utiliza en sus poemas recursos de la oratoria que había aprendido: exageración, antítesis, apóstrofes... Su estilo es generalmente patético, declamatorio, épico y trágico, lo que contrasta fuertemente con los temas que trata, tan alejados del género heroico y trágico. Pero hay también en las sátiras de Juvenal parodia, ironía y humor negro. Tiene la habilidad de sintetizar a veces los pensamientos en frases concisas y expresivas que se han hecho famosas: mens sana in corpore sano, panem et circenses...
  • 11. 11 El epigrama tuvo su origen en Grecia. En principio era una breve inscripción que se grababa en estelas funerarias, monumentos y objetos varios. Pero pronto se desarrolla y pasa a designar una composición breve en verso de contenido variado. Catulo y algunos otros poetas habían escrito epigramas, sobre todo de tema erótico. Pero el epigrama tal como lo entendemos ahora se debe a Marcial. La característica de este breve poema es su concisión, tu tono generalmente festivo y su agudeza final a modo de aguijón. Estas características hacen al epigrama un género muy apropiado para el ataque personal o la crítica social. Este es el epigrama satírico. Marcial era hispano. Con algo más de 20 años marchó a Roma, donde pasó la mayor parte de su vida sin conseguir hacer fortuna; vivió de la poesía, adulando a los poderosos. Pasó sus últimos años en su ciudad natal. Escribió más de 1500 epigramas en los que trata de retratar toda la vida de Roma y al hombre que vive en ella: los espectáculos y sus protagonistas, todas las clases sociales y sus modos de vida, la topografía urbana con sus calles, plazas, mercados..., las costumbres y los numerosos vicios de aquella sociedad, etc. Sin embargo, no todos los epigramas de Marcial son satíricos ni mucho menos obscenos: hay en sus libros abundantes epigramas que expresan sentimientos muy delicados. Marcial utiliza un lenguaje y una expresión vigorosa y recta. Su arma es, con frecuencia, la ironía, el sarcasmo, el ataque personal durísimo con lenguaje desgarrado realista. Pero también es capaz de escribir versos llenos de ternura, de amistad, de serena tristeza. Juvenal fue muy apreciado en la Edad Media como moralista y ha influido decisivamente en el desarrollo de la sátira en las literaturas occidentales. La fama de Marcial no desapareció nunca: lo imitaron los autores de la Edad Media y el Renacimiento. En España fue Garcilaso de la Vega el primer autor que lo imitó. Pero fue Quevedo quien más se identificó con el espíritu y los temas de Marcial. En muchas ocasiones, a la hora de componer sus poemas satíricos, Quevedo tiene en mente el texto de Marcial. Recoge los mismos temas, con preferencia por la burla hacia las mujeres, y utiliza los mismos recursos formales. También lo imitaron Góngora y Lope de Vega. En la literatura del siglo XVIII el didactismo y la utilidad se convierten en los dos grandes ideales del momento, fomentados por la filosofía empirista. La literatura debe divertir, pero también enseñar, ser útil. Se produce así un auge de la sátira y la fábula, y se presta poca atención a formas literarias consideradas imaginativas, como la novela. Además, el gusto por las composiciones breves mantiene vivo el epigrama. Entre los más grandes cultivadores de fábulas de esta época es preciso citar a La Fontaine; en España a Iriarte y Samaniego. En el cultivo del epigrama destacan Iriarte, Samaniego, Cadalso, Moratín...
  • 12. 12 TEMA VI. EL TEATRO: PLAUTO, TERENCIO Y SÉNECA Los orígenes de la tragedia y la comedia romanas son confusos. Hay que pensar en una mezcla de tradiciones autóctonas con elementos de procedencia helénica. En efecto, cuando las legiones romanas conquistaron el sur de Italia y se vieron deslumbradas por la refinada cultura de las colonias de la Magna Grecia, surgiría en Roma la necesidad de celebrar representaciones teatrales. La primera de ellas tuvo lugar en el año 240 a. C. y corrió a cargo de Livio Andronico, que representó una tragedia traducida del griego en los Ludi Romani. El teatro era para los romanos un espectáculo más, como los del circo y los del anfiteatro, y tenía lugar en los días de juegos públicos (ludi) y algunas otras ocasiones especiales. En un principio Roma no tuvo locales permanentes para las representaciones, que se hacían en un trozo de terreno acotado al aire libre, con los espectadores de pie o sentados en el suelo; luego se construyeron teatros desmontables de madera y, ya en el s. I a.C, se levantó el primer teatro estable, de piedra. Los teatros eran, como en Grecia, de planta semicircular, con gradas para los espectadores (cauea), la escena (scaena), con un muro de fondo ricamente decorado, y entre la escena y las gradas, la orchestra, espacio circular reservado para los senadores y altos magistrados. Los organizadores de los espectáculos teatrales eran los ediles. Éstos encargaban la representación a un director, que compraba la obra al autor y la montaba. Los actores eran siempre hombres, generalmente esclavos, y se caracterizaban para los distintos papeles con pelucas y máscaras. Las representaciones tenían lugar a primeras horas de la tarde, la entrada era gratuita y los espectadores chillaban, aplaudían o abucheaban a los actores, se llevaban comida y bebida, etc. Es importante recordar que el teatro latino era siempre en verso y con música, alternando así el diálogo, la música y la danza. Las obras dramáticas latinas se clasifican en tragedia y comedia. La tragedia suele presentar como protagonistas a dioses o héroes, su tono es solemne y su lenguaje elevado. La comedia se ocupa del hombre de la calle y su lenguaje en desenfadado y, a menudo, grosero. Tanto la tragedia como la comedia surgen en Roma con traducciones o adaptaciones de obras griegas y, por tanto, con asunto, lugar de acción y personajes griegos. Más tarde surgen también obras con asunto, lugar de acción y personajes romanos, alternando siempre con las anteriores, que nunca desaparecen. Existen, pues, en el teatro latino cuatro tipos o subgéneros dramáticos, que quedan recogidos en el esquema siguiente: Griega Romana TRAGEDIA COMEDIA Griega Romana Fabula graeca Fabula palliata Fabula praetexta Fabula togata TRAGEDIA COMEDIA De todas las obras dramáticas de la literatura latina sólo hemos conservado las comedias de Plauto y Terencio y las tragedias de Séneca. Del resto de los autores sólo nos han llegado pequeños fragmentos. Plauto es un autor que pertenece aún a la época arcaica. Parece que trabajó en el teatro y otros menesteres hasta que logró vender y representar sus primeras obras, que lo hicieron famoso. Es seguro que fue un ciudadano libre, pero pobre: un hombre del pueblo que supo llegar al pueblo como ningún otro autor dramático de Roma.
  • 13. 13 Las comedias plautinas aparecen divididas desde el Renacimiento en cinco actos y van precedidas con frecuencia de un prólogo, en el que un personaje cuenta el argumento y pide la benevolencia y aplausos del público. Se nos han conservado un total de veintiuna piezas entre las que podemos citar Anfitrión (Amphitruo), Comedia de la olla (Aulularia), Los cautivos (Captiui), El soldado fanfarrón (Miles gloriosus), Los gemelos (Menaechmi), El cable marino (Rudens), etc. Todas sus comedias pertenecen al subgénero fabula palliata, es decir, son adaptaciones de obras griegas. Pero sus modelos no son los de la época clásica, sino los de la llamada «Comedia Nueva» del siglo IV a. C., el más importante de los cuales es Menandro. Pero la actitud de Plauto frente a los modelos griegos no fue la de traductor servil, sino la de una imitación creadora, y son frecuentes las alusiones a la actualidad romana. El mundo de las comedias de Plauto es el de los hombres de la calle. Sus personajes más frecuentes son el esclavo, el viejo, el joven enamorado, la prostituta, el parásito, el alcahuete, el cocinero, el soldado... La trama consiste con frecuencia en un joven enamorado de una esclava y sin dinero para comprarla, que busca la ayuda de su esclavo para conseguirla; el esclavo recurre a la astucia para conseguir el dinero del padre del joven o del alcahuete dueño de la muchacha. Siempre hay un final feliz y muchas veces la esclava es, en realidad, una persona libre, que fue robada a sus padres por los piratas. A Plauto no le interesa transmitir ningún mensaje moral ni social, sino provocar la carcajada del espectador. Posee un ingenio inagotable y su lenguaje es riquísimo y expresivo. Cada uno de sus personajes habla como corresponde a su cultura o posición. Terencio pertenece a una generación posterior a la de Plauto. Fue un esclavo de origen africano, pero luego obtuvo la libertad. Perteneció al círculo literario de Escipión, que era un centro de irradiación de la cultura griega en Roma. Fue autor de seis comedias, entre ellas La andriana o muchacha de Andros (Andria), La suegra (Hecyra), El atormentador de sí mismo (Heautontimoroumenos), Formión (Phormio), Los hermanos (Adelphoe) y El eunuco (Eunuchus). Van precedidas de una disdacalia, con datos sobre la obra, y de una períoca, de doce versos, en la que se cuenta el argumento, pero no son de Terencio, sino muy posteriores. Sí son obra suya los prólogos, en los que el autor no narra el argumento, sino que se defiende de las acusaciones de sus enemigos, que le culpaban de plagiar a los dramaturgos latinos anteriores, de hacer de dos o más obras griegas una sola (contaminatio), y de no escribir sus obras, que se las habrían escrito sus amigos del círculo de Escipión. Sus comedias, como las de Plauto, se dividen en cinco actos, pero en este caso la división sí parece pertenecer al autor. Cultiva el mismo género que Plauto, la fabula palliata, y los autores griegos imitados son los mismos, especialmente Menandro. Los personajes son los mismos que los de Plauto, pero le preocupa transmitir un mensaje educativo y moral. Supera a Plauto en la técnica de la composición, en la habilidad para ensamblar escenas y situaciones. Es también superior en la pintura de caracteres a través del diálogo abundante. Su lengua es elegante y pura, pero sus personajes hablan todos como Terencio, lo cual es un defecto. Por eso su teatro, a pesar de tener más valor dramático, no logró conectar con el público romano e incluso alguna de sus obras fue un rotundo fracaso. En época imperial destaca la figura de Séneca, autor de nueve tragedias de tema griego, como Fedra y Medea, muy influenciadas por Eurípides, y una tragedia de tema romano, la Octavia, aunque no es seguro que sea él el autor. En las tragedias de tema griego, utiliza el mito como pretexto para exponer parte de sus ideas filosóficas y morales, y los dioses ceden su lugar a las grandes pasiones del alma humana, que constituyen el centro de la tragedia de Séneca. Gusta, asimismo, el autor de los tonos macabros y de las escenas patéticas y hasta espeluznantes. Precisamente por ello se ha dicho que eran imposibles de representar y que parece ser que estas obras se escribieron para la lectura privada en círculos de amigos. Sea como fuere, la tragedia fue un género que nunca caló hondo en el público romano.
  • 14. 14 Tanto la comedia como la tragedia latinas han ejercido gran influencia en la literatura posterior, que ha tomado de ellas temas y personajes. Los argumentos y caracteres creados por Plauto han inspirado con frecuencia obras de autores de todos los tiempos. La figura del avaro Euclión de la Aulularia ha sido recreada en El Avaro de Molière o El Mercader de Venecia de Shakespeare; el tema de Los gemelos aparece con frecuencia desde el Renacimiento como en Lope de Vega, Corneille, Shakespeare, Zorrilla, Dickens o Dostoievski; el esclavo ingenioso que resuelve la intriga, personaje fundamental en la comedia plautina, es un tipo constante desde Fernando de Rojas en La Celestina hasta Zorrilla o Julio Verne y un largísimo etcétera. Terencio alcanzó en la Edad Media y el Renacimiento, precisamente por su contenido moralizante, una fama incluso superior a la de Plauto. Fue admirado por sus valores clásicos y lo imitaron Ariosto, Molière, La Fontaine, el Marqués de Santillana, Cervantes, Pedro Ruiz de Alarcón, etc. En cuanto a la tragedia, Medea y Fedra son las dos piezas de Séneca que más han influido en los dramaturgos modernos, que también han copiado su pasión por los aspectos más escabrosos de la vida. Entre los imitadores de Medea se pueden citar a Corneille o R. Graves; de Fedra, a Racine, Schiller o Unamuno; en Shakespeare, que tiene gran influencia del teatro griego y latino, especialmente del último, vemos escenas de brujería, apariciones de lo sobrenatural, exhibición de torturas y crímenes, escenas de locura y expresiones de orgullo y pasión.
  • 15. 15 TEMA VII. LA NOVELA: PETRONIO Y APULEYO En la antigüedad grecolatina la novela es un producto tardío, el último de los géneros literarios, que aparece tras siglos de desarrollo del drama, la épica, la lírica, la historiografía, la filosofía, etc. Si en la época clásica cada género literario estaba sujeto a unas reglas determinadas y cada parcela se encontraba delimitada de manera estricta, cuando surge la novela estos valores se han perdido. Ello era un reflejo de los usos sociales. En efecto, la novela nace en un ambiente de decadencia política, social y religiosa, de insolidaridad y falta de apoyos y ataduras de cualquier tipo, lo que conlleva que sea un género abierto, no sujeto a reglas formales, donde se mezcla historia y leyenda, elementos épicos y líricos, digresiones científicas y lenguaje coloquial, prosa y verso. En Roma la novela, además de ser un producto tardío, es un producto escaso. Sólo contamos con dos obras que pueden calificarse como tales: el Satiricón de Petronio y el Asno de Oro de Apuleyo. Aunque no puede afirmarse con absoluta seguridad, es muy probable que el creador de la novela entre los latinos sea Gayo Petronio, de quien el historiador Tácito hizo un magistral retrato en sus Anales. Nos lo presenta como un hombre de vida licenciosa y gustos refinados; brilló en la corte de Nerón como «árbitro de la elegancia», hasta el punto de que el emperador «nada estimaba placentero y grato, salvo aquello a lo que Petronio diera su aprobación». Acusado luego de traición, fue condenado a muerte. Este personaje singular, de elevada cultura literaria y filosófica, escribió una obra no menos singular, de la que se ha dicho que constituye una de las más geniales y extravagantes composiciones de la literatura latina. El título Satiricón (Satyricon) parece ser un genitivo plural de Satyrica, al que se añadiría la palabra libri: «libros de asuntos satíricos». Pero no alude a la sátira latina, sino a los «sátiros» griegos, divinidades campestres inclinadas a la lujuria y al desenfreno. De la obra solo conservamos una parte del libro XIV y los libros XV y XVI completos. No sabemos cuántos libros comprendía, pero por lo menos eran 16. La parte conservada narra las aventuras de tres pícaros por ciudades del sur de Italia que se ven mezclados en una serie de situaciones, en buena parte obscenas, que están descritas con crudo realismo. Más de un tercio de lo conservado corresponde al relato de la llamada «Cena de Trimalción», un nuevo rico, inculto y grosero, del que Petronio hace una caricatura feroz. Todo en la casa de Trimalción, empezando por el dueño, es espectacular y encaminado a deslumbrar a los asistentes: la decoración, , las pinturas con escenas de Troya y con la vida de Trimalción (desde que era esclavo hasta su actual vida de millonario), los continuos platos-sorpresa (uno con los doce signos del Zodíaco, otro con un jabalí que, al ser abierto, dejó escapar una bandada de tordos, etc.), el relato de las riquezas de Trimalción (posee tierras que no podría recorrer un milano en un día), etc. La cena de Trimalción presenta una técnica narrativa espléndida, combinando elementos lingüísticos, psicológicos, cambios de temas, sorpresas, etc. Admirable es la descripción de los personajes. Todo en este episodio respira inmediatez, frescura, jovialidad y atractivas sorpresas. Aunque se la califica como novela, el Satiricón no encaja realmente en ninguno de los géneros conocidos en la antigüedad. En conjunto parece una novela de aventuras en que los personajes se encuentran muchas veces en situaciones comprometidas. Pero el Satiricón es a la vez una sátira de costumbres en la que se critican la depravación y las perversiones de la sociedad neroniana. Mezcla, además, el autor prosa y verso. De los fragmentos en verso destacan «La destrucción de Troya» (parodia del libro II de la Eneida) y «La guerra civil» (parodia del poema de Lucano, con juicios literarios sobre lo que debe ser un poema épico). Inserta también en la novela algunos cuentos populares (como el del «Hombre-lobo») y algunos cuentos eróticos (como el de la «Matrona de Éfeso»). Por ello el Satiricón es más bien una obra única que constituye por sí misma un solo género literario. La lengua es uno de los grandes logros del Satiricón: se ajusta como un guante al personaje que habla: vulgar en boca de ignorantes, elegante en boca de cultos, y siempre viva, variada, colorista y seductora.
  • 16. 16 El autor del Asno de oro, Apuleyo, nació en Madaura, colonia romana del norte de África, y vivió durante en siglo II d. C. Era de familia acomodada. Estudió primero retórica en Cartago y luego completó su formación en Atenas, donde estudió, sobre todo, filosofía. Viajó posteriormente a Oriente, donde se inició en doctrinas ocultas y ciencias mágicas y religiosas, lo que le creó una reputación de mago. De sus numerosas obras, la mayoría perdidas, la que le ha hecho famoso es el Asno de oro, también conocida como la Metamorfosis. Consta de 11 libros y su trama es la siguiente: el joven Lucio siente curiosidad por las artes mágicas; se aloja en casa de una maga a la que ve convertirse en búho con un ungüento mágico; él quiere hacer lo mismo y le roba el ungüento, pero se equivoca de bote y se convierte en asno. Bajo esta apariencia, pero conservando su razón humana, pasa por una serie de aventuras extraordinarias, vividas con sus numerosos amos. Al final, por mediación de la diosa egipcia Isis, recobra su apariencia humana, tras comer unas rosas que le ofrece un sacerdote de la diosa, a cuyo culto se consagra de por vida. El Asno de oro es fundamentalmente un relato de aventuras, como el Satiricón. El interés de las peripecias por las que pasa el asno protagonista no decae ni un momento. Hay sátira social, cuadros de costumbres, pintorescas digresiones. Precisamente la parte central de la obra (libros IV-VI) se halla ocupada por la historia de «Cupido y Psique»; este maravilloso cuento, de origen popular y encuadrado en un marco mitológico, es lo mejor del Asno de oro. Ha sido editado y estudiado con frecuencia como un relato autónomo, e interpretado desde distintos ángulos su supuesto valor simbólico y alegórico, desde el enfoque cristiano hasta el filosófico platónico y neoplatónico. Buena parte del Asno de oro coincide con el Satiricón en ser una narración satírica con tintes humorísticos. Pero en la obra de Apuleyo hay mucho más. Hay episodios llenos de ternura y de romanticismo, como el citado de «Cupido y Psique». El tono erótico está mucho más amortiguado. Hay en Apuleyo, frente a Petronio, intención moralizante. Y hay, al final de la obra, un elevado tono religioso, serio y sentido. Apuleyo es sin duda el mejor escritor latino del siglo II. Lo demuestran su imaginación portentosa y su talento y habilidad para engarzar y dotar de unidad historias de contenido variado. Junto a los elementos fantásticos conviven en el relato el realismo y la descripción más acabada de la sociedad del siglo II. El lenguaje de Apuleyo es riquísimo. Utiliza un léxico que va desde el más culto al más popular y combina arcaismos junto a neologismos. Su estilo es brillante, deslumbrador de colorido y barroquismo, en busca de juegos de palabras y resonancias sonoras. Es cierto que Apuleyo se encuentra muy alejado de los cánones clásicos, por su falta de contención y equilibrio, pero por su capacidad de traducir en arte las tendencias y el espíritu de su época decadente Apuleyo es el último gran artista de la literatura latina. Considerando en un sentido amplio el término picaresca, tanto el Satiricón como el Asno de oro podrían incluirse en este género. Y es precisamente en la novela picaresca posterior donde encontramos más huellas de estas dos obras. El carácter satírico, la intención lúdica y los tipos propios de las novelas latinas, como son el criado y el pícaro descarado, aparecen en novelas picarescas españolas, como El Lazarillo de Tormes, el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán o el Buscón de Quevedo, pero también en autores más recientes y de otras latitudes, entre los que se cuentan R. Kipling y G. Grass. Las narraciones eróticas de el Asno de oro entusiasmaron e inspiraron a Bocaccio, y el cuento de «Cupido y Psique» ha servido de inspiración a numerosos artistas y escritores hasta los tiempos modernos.