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181
LIBROS
La Conquista de América.
El problema del otro
Tzvetan Todorov
Siglo XXI, México, 2007
Everardo Garduño
Introducción
La Conquista de América, de
Tzvetan Todorov, es una inte-
resante contribución al análisis
de la historia del llamado “en-
cuentro de dos mundos”. No
obstante, las líneas de análisis
que sigue el autor en esta obra
son más que historiográficas
y se ubican en el campo de la
filosofía, y más concretamente
en el de la antropología, desde
donde retoma las preocupacio-
nes clásicas sobre el Otro. Estas
líneas de análisis son: el descu-
brimiento del Yo es posible sólo
a través del descubrimiento del
Otro, el cual es solamente una
abstracción construida por el Yo;
otra establece: el pasado anuncia
al presente, y como parte de la
búsqueda del Yo actual, es im-
portante el estudio del Nosotros
en el pasado.
A partir de estas líneas, Todo-
rov se propone demostrar en
este trabajo lo siguiente: 1) que
la conquista de América vaticina y
establece nuestra identidad pre-
sente y nuestra nueva relación
con el Otro, y 2) que el triunfo de
laConquistasedebió,primero,al
“arte de la adaptación y la impro-
visación” de los conquistadores;
segundo, a su superioridad en la
comunicación delos signos, yter-
cero, al hecho de que en las múl-
Culturales
182
tiples combinaciones de la tríada
amor-conquista-conocimiento
(sobre el Otro) subyacía la firme
convicción de la superioridad
europea y, consecuentemente,
de que había que asimilar a los
nativos.
En síntesis, las partes de esta
obra son: “El descubrimiento de
América”, en donde el autor nos
habla de las motivaciones de la
empresa interoceánica de Colón
y de su relación con el Otro; “La
Conquista”, en donde discute
sobre las posibles razones de
la victoria europea, y también
acerca del tipo de relación que
los conquistadores establecie-
ron con los nativos, y finalmente
“El Epílogo”, en donde el lingüis-
ta, filósofo e historiador búlgaro
discierne sobre las enseñanzas
del proceso descubrimiento-
conquista en su conjunto.
Tzvetan Todorov reside ac-
tualmente en Francia, en donde
dirige el Centro de Investi-
gaciones sobre las Artes y el
Lenguaje, en el Centro Nacional
de Investigaciones Científicas
(CNRS). Entre su abundante obra
se encuentran Frágil felicidad,
Nosotros y los otros, Benjamin
Constant, El jardín imperfecto y
El espíritu de la Ilustración. Esta
reseña es presentada aquí con el
propósito de destacar la impor-
tancia de este autor en el campo
de las ciencias sociales, en el
que le fue concedido el Premio
Príncipe de Asturias en 2008
por representar “el espíritu de
la unidad de Europa, del Este y
del Oeste, y el compromiso con
los ideales de libertad, igualdad,
integración y justicia”. La obra
que se reseña y comenta aquí
fue publicada por primera vez
en francés, en París, en 1982;
en español, fue publicada en
México por Siglo XXI en 1987.
En este idioma, La Conquista de
América. El problema del otro va
en su decimotercera edición.
El Descubrimiento
de América
Es un lugar común afirmar que
el afán de encontrar nuevos
mundos tenía como principal
motivación la apertura de nue-
vos mercados, la incorporación
de nuevas áreas de explotación
colonial y, en corto, el enrique-
cimiento de los hombres que se
sumaron a las distintas circunna-
vegaciones de la época. Todorov,
sin embargo, afirma que a estas
183
Culturales
motivaciones habría que sumar
la del “servicio a Dios; la del
simple regocijo de contemplar
a la naturaleza, y la necesidad
de buscar nuevas historias que
contar. Así, lo divino, lo natural
y lo humano, fueron los ejes
sobre los que giró la empresa
del llamado Descubrimiento
de América” (p. 14). A decir
de este autor, Colón deseaba
sobre todas las cosas difundir
la religión católica alrededor
del mundo, razón por la cual
expresó en repetidas ocasiones
su deseo de reconquistar Jeru-
salén. Sabía, sin embargo, que
para tal empresa requería de
vastos recursos materiales, los
cuales pretendía encontrar en el
Nuevo Mundo. De esta manera,
los propósitos religiosos y de
enriquecimiento eran comple-
mentarios para el explorador
genovés. Pero, además, en re-
petidas ocasiones Colón afirmó
que, aun cuando no hubiera
ninguna recompensa material
para sus travesías, la sola posi-
bilidad de observar las bellezas
de estas tierras (lo verde de sus
bosques y los diversos colores
de los pájaros) ya constituía en
sí una recompensa. Esta pasión
por la naturaleza del navegante
europeo queda de manifiesto
en sus diarios de viaje, llenos
de descripciones detalladas de
animales y plantas. Finalmente,
Colón deseaba enormemente
ocupar el lugar que Marco Polo
había dejado como relator de
historias épicas, pues después
de todo sus mismas travesías se
inspiraban por las historias de su
predecesor (p. 13).
Por otra parte, lo Divino es
ante todo el prisma del cual
Colón interpreta lo Natural y
lo Humano. Él no va al encuen-
tro de lo desconocido, sino al
encuentro de sus preconcep-
ciones. Observa a través de sus
creencias, e interpreta sólo en
función de ellas. Así, descubre
el paraíso terrenal y rectifica la
“falsa” idea que se tenía de las
sirenas como seres hermosos.
Por eso se convierte en hábil
intérprete de los signos de la
naturaleza: conoce a los astros
y adivina con certeza la cercanía
de tierra firme o del oro, y así,
a pesar de las barreras del len-
guaje, dice entender a los nativos
del Nuevo Mundo. En realidad,
sin embargo, lo único que Colón
entendía era lo que ya había en
sus fundamentos religiosos y lo
que había leído en las historias
Culturales
184
de Marco Polo. Por eso, cuando
los signos de lo Natural o de lo
Humano chocaban con sus pre-
concepciones, optaba por creer
en las segundas, argumentando
que los primeros estaban equi-
vocados: esto lo conduce, por
ejemplo, a afirmar que había
entendido perfectamente, de
voz de los nativos, que Cuba
era una tierra vasta en riquezas,
aunque después asegura que
los nativos se equivocan cuando
afirman que Cuba es una isla.
Estas preconcepciones deter-
minan que Colón percibiera al
Otro de una manera altamente
etnocéntrica: el indígena es sim-
plemente diferente, homogéneo
y carente de atributos culturales.
Todo lo que el explorador des-
taca como característico de los
nativos se reduce al color de su
piel y a su estatura, diferentes
a las del europeo, pero seme-
jantes entre ellos; para Colón,
todos tienen la misma estatura,
la misma desnudez, y todos an-
dan pintados igual (p. 36). Más
aún, ninguno tiene lengua, ley,
ni religión.
De esta manera, afirma Todo-
rov, Colón descubrió América,
pero no a los americanos. Su
percepción etnocéntrica del
Otro, proveniente de la con-
vicción de superioridad que el
europeo tenía, aniquiló toda
intención de conocimiento et-
nográfico real del Otro (aunque
no de su invención), y sentó las
bases para la justificación del
esclavismo y de la asimilación
de los indígenas. Para Colón los
nativos no eran más que parte
del paisaje natural del Nuevo
Mundo, seres raros tales como
pájaros, plantas, animales diver-
sos que no tienen derechos ni
voluntad, y que constituyen es-
pecímenes dignos de cualquier
colección para ser mostrada
en Europa. De estos nativos no
hay nada que aprender, ni su
lengua, ni sus costumbres, mu-
cho menos las diferencias que
(además, imperceptibles) tienen
entre sí. Así, para Colón no hacía
falta conocer a los indígenas; era
suficiente con inventarlos desde
la perspectiva de sus preconcep-
ciones religiosas o novelísticas,
como nobles salvajes, como los
mejores seres en el mundo, o
como los más crueles, hostiles
y cobardes, cuya esclavitud se
justificaba por sus criminales
prácticas caníbales. Por eso
había que transformarlos, que
asimilarlos. De hecho, como
185
Culturales
para Colón lo diferente era sinó-
nimo de ausencia, en el Nuevo
Mundo no existía nada, sino que
todo estaba por fundar: nuevos
nombres, nuevas creencias reli-
giosas, nuevas costumbres. Y ésa
es precisamente la misión que
Colón descubre para sí: la asimi-
lación de los indígenas (después
de todo, el intercambio de oro
por religión era justo desde su
perspectiva) y la edificación del
Otro sobre los cimientos de sus
preconcepciones.
La Conquista
Aun cuando es ampliamente
aceptado atribuir el éxito de
la conquista de América a la
superioridad bélica de los es-
pañoles y a las enfermedades
epidémicas, Todorov afirma que
ese éxito obedeció fundamen-
talmente –aunque no exclusiva-
mente– a la convicción europea
de su superioridad cultural. Esto
permitió a los colonizadores de-
sarrollar una gran capacidad de
adaptabilidad, de entendimiento
de los signos del Otro, de comu-
nicación de sus propios signos
al Otro, y de convergencia en
los aspectos pragmáticos que
la Conquista incluía: otra vez, la
certidumbre en la necesidad de
asimilar al indígena.
Al igual que en el caso de
Colón, los conquistadores espa-
ñoles asumieron la diferencia del
Otro como signo de ausencia,
y por tanto de inferioridad cul-
tural. Por ejemplo, la diferencia
idiomática de los indios fue
para los españoles sinónimo de
la carencia de lenguaje (p. 76).
Por otra parte, la capacidad de
adaptación de los españoles
puede apreciarse en el primer
encuentro entre Cortés y los
mensajeros de Moctezuma: ante
el mensaje ambiguo, que podía
interpretarse como aceptación
y rechazo al mismo tiempo,
Cortés optó por acogerse a la
primera interpretación e ignorar
la segunda (p. 55). Posterior-
mente, Cortés entendió y tomó
ventaja de la estructura política
y religiosa de los aztecas, y se
adaptó a ella: reconociendo el
carácter subyugador del Impe-
rio azteca e identificando sus
fisiones; manejando su imagen
como beligerante a la tiranía de
Moctezuma y menos diabólico
que él, con el propósito de
inhibir la resistencia indígena,
especialmente de las mujeres,
Culturales
186
y obtener aliados como los
tlaxcaltecas. Asimismo, Cortés
se asumió como la continuación
de Moctezuma, de la misma
forma en que los nuevos ídolos
se sobrepusieron a los antiguos,
y de la misma forma en que se
exigió el mismo respeto a los
misioneros que a sus antiguos
ministros religiosos.
Todorov afirma preguntán-
dose: ¿acaso este proceso de
adaptación enraizado en un sen-
timiento de superioridad no nos
demuestra que los españoles
derrotaron a los aztecas a través
de los signos, o mejor dicho, a
través de la comunicación de
dichos signos, más que a través
de las armas y las enfermedades?
(pp. 61-62).
Para probar tal teoría, Todo-
rov nos dice que la Conquista
significó el choque entre dos
concepciones de tiempo com-
pletamente diferentes: la con-
cepción cíclica, representada en
la forma circular del calendario
azteca, y la concepción lineal
asumida por los españoles, que
pudiera ser representada por
una flecha (p. 84). La concep-
ción cíclica del tiempo otorgó
un valor central a las profecías
en la cultura azteca: había que
observar el pasado para cono-
cer el futuro. Pero, a la vez, esa
concepción impidió a los aztecas
percibir la identidad humana del
Otro como diferente pero igual.
A través de la interpretación de
los mensajes divinos, los aztecas
alcanzaron dos percepciones
contradictorias sobre los espa-
ñoles: o son inferiores por ser
extranjeros, o son superiores
por ser dioses. A la larga, am-
bas percepciones resultaron
ser igualmente paralizadoras e
inhibieron la resistencia indí-
gena. Según Durán, citado por
el autor, los aztecas asumieron
que si los españoles eran infe-
riores no valía la pena matarlos,
pues a “Nuestros dioses no les
gustaría la carne de aquellas
bárbaras personas” (p. 76). En
el caso contrario, simplemente
no había que oponer resistencia
a la superioridad divina.
De la segunda percepción
–que es la más generalizada y
definitiva– resulta una incapaci-
dad evidente de los aztecas para
producir mensajes efectivos al
interior de su misma cultura y
hacia los españoles (pp. 87-88).
Por una parte, Moctezuma rara
vez contestó los cuestionamien-
tos de sus amigos y familiares.
187
Culturales
Como la profecía de Quetzal-
cóatl venía acompañada del va-
ticinio de su deposición, ordenó
el aprisionamiento de los sacer-
dotes indígenas, a la vez que
renunció a la comunicación de
tal vaticinio a los demás (pp. 71-
74). De esta manera, esta pro-
fecía derivó en una percepción
ambivalente de los españoles
(como dioses y como verdugos),
lo cual hizo que Moctezuma
los recibiera con un mensaje
también ambiguo: con regalos
y con invitaciones a irse. Dicho
mensaje fue interpretado por
Cortés como signo de debilidad
del emperador azteca (p. 88).
En contraste, la concepción
unilineal y evolutiva del tiempo,
que estaba enmarcada en la fe
cristiana de los españoles, fue
sustento ideológico del triunfo
de la Conquista. La convicción
de que la historia está orientada
a la consecución de una meta
superior que es la apoteosis, la
satisfacción total, que es a su
vez signo del triunfo del espíritu
cristiano, así como la convicción
de que ese triunfo se alcanza a
través de un proceso gradual y
progresivo, crearon la certeza
en los españoles de que la vic-
toria de la Conquista sería un
paso más hacia la excelencia
del cristianismo y confirmaría
la victoria del espíritu cristiano
(p. 87). De esta manera, si para
Colón la conquista de América
tenía como fin difundir la religión
cristiana, para Cortés la difusión
de la religión cristiana serviría
para asegurar el éxito de la
Conquista (p. 107).
El tercer factor que de acuer-
do con Todorov contribuyó a la
victoria de la Conquista fue la
manera en que los conquista-
dores trascendieron las diversas
formas de amor, conquista y
conocimiento del Otro para
justificar la asimilación de los in-
dígenas. Según este autor, Colón
no amaba ni conocía al Otro,
ni se identificaba a sí mismo en
relación al Otro. Sin embargo,
en un nivel axiológico, al cual
Todorov denomina de amor,
los españoles podían concebir
al Otro ya sea como bueno o
malo, como igual o inferior; en
un nivel praxeológico, llamado
por el autor de conquista, el
conquistador podía identificarse
con el Otro y, consecuentemen-
te, acoger los valores de éste, o
identificar al Otro consigo mis-
mo y pretender que acogiera sus
valores; finalmente, en un nivel
Culturales
188
epistémico, de conocimiento,
el colonizador podía saber todo
del Otro, o bien ignorar todo de
él (p. 185).
De hecho, entre los conquis-
tadores existió un sinnúmero
de posiciones que combinaban
de manera diversa estos tres
niveles de amor, conquista y
conocimiento frente al Otro.
Entre los casos citados por To-
dorov se encuentran Ginés de
Sepúlveda, Las Casas, Cortés,
Vasco de Quiroga, Cabeza de
Vaca, Lanza, y especialmente
Diego Durán y Sahagún.
Quienes representaban los
dos extremos básicos de esta
diversidad de relaciones con el
Otro fueron Sepúlveda y Cor-
tés, por un lado, y Las Casas por
el otro. El deseo de riqueza y el
impulso controlador determina-
ron la conducta de los españoles
como seres superiores frente
a los indios, lo cual condujo a
los europeos a considerar a los
americanos como algo poco más
que animales (p. 146), o a asumir
un paradójico, por etnocéntrico,
concepto de “igualdad” hacia
ellos. Esta doble y contradic-
toria actitud la define el autor
como un No-Amor y un Amor,
respectivamente, a los nativos
de América. Por una parte,
fundamentando su posición con
la dialéctica aristotélica aplicada
al estudio de las clases sociales,
Sepúlveda argumentaba que, en
efecto, tal y como ocurre en la
esencia humana con respecto a
la contradicción cuerpo y alma,
la sociedad es por naturaleza un
juego de dualidades opuestas
(e.g., inferiores y superiores) y,
por lo tanto, su estado natural
son las jerarquías, no la igualdad
(pp. 153-154). Desde esta pers-
pectiva (que, según Todorov,
compartía también Vitoria), los
indígenas eran salvajes, bestias,
cuya tiranía justificaba el dere-
cho de intervenir sobre ellos
y esclavizarlos. Se preguntaba
incluso, en voz de Oviedo,
acerca de que “¿Quién puede
negar que el uso de la pólvora
en contra de los paganos es
incienso quemado en honor a
Nuestro Señor?” (p. 151). Por
otra parte, asumiendo el sentido
primigenio de la religión cristia-
na, Las Casas argumentaba que
todos los seres humanos son
iguales, y específicamente que
los indígenas son iguales a los
verdaderos cristianos porque
son nobles, obedientes, pacíficos
y desinteresados de las riquezas
189
Culturales
terrenales. Por estas virtudes,
decía Las Casas, los indios fue-
ron derrotados por los españo-
les (p. 164). Desde esta segunda
perspectiva, se argumentaba en
contra de la esclavitud indígena
diciendo que “Si en efecto, los
indios son niños, sería un peca-
do bautizarlos, echándolos a un
pozo” (p. 155).
En el fondo, sin embargo, los
que “amaban” a los indios com-
partían algo muy importante
con quienes no los “amaban”:
una actitud etnocéntrica en la
que se fincaba la certidumbre
de la superioridad española. En
la historia particular de Las Ca-
sas se encontraba la paradójica
figura de un antiguo esclavista y
sexista, que ahora, a pesar de
defender a negros e indios por
igual, seguía considerando a los
segundos ligeramente por enci-
ma de los primeros y a la mujer
“tan necesaria para el hombre
como un esclavo al maestro”
(p. 171). Durante la Conquista,
Las Casas abandonó su adhe-
rencia al esclavismo, aunque
elaboró sofisticadamente su
justificación de la superioridad
europea. Partiendo de la con-
cepción cristiana sobre la uni-
versalidad de los valores morales
y del tiempo como unilineal y
evolutivo, el misionero asumió
un etnocentrismo “tolerante”.
Por un lado, la diferencia del
Otro es ignorada por Las Casas
por considerar que los indígenas
poseen los mismos valores del
cristianismo, es más, por creer
que ellos sí son verdaderos
cristianos. Pero, por otro lado,
para Las Casas la única diferen-
cia entre indios y españoles es
que los primeros son como los
segundos fueron en el pasado.
De ahí concluía que por eso “no
debemos penalizar los defectos
que nosotros tuvimos” (p. 165)
(énfasis mío). En esta premisa
se sustentaba su etnocentrismo
tolerante, en no reconocer la di-
ferencia, o en identificarla como
sinónimo de defecto.
Por este etnocentrismo, com-
partido por Sepúlveda, Cortés
y Las Casas, a pesar de sus
diferencias, coinciden en la jus-
tificación de la Conquista y en
la necesidad de asimilar al Otro.
Tal vez la única diferencia entre
ellos era el método: a pesar del
discurso igualitario de Las Casas,
él no estaba en contra de la ane-
xión de las Indias a la Corona,
sino que quería simplemente
cambiar a los soldados por sa-
Culturales
190
cerdotes (p. 171). Hablaba del
“legítimo” poder de la Corona
sobre los infieles y de la necesi-
dad de mantener la sumisión y
colonización de éstos, aunque,
aclaraba, de diferente forma,
sin torturas ni exterminación.
Esta idea de una dominación
“tolerante” sobre los indígenas,
además de ser sostenida con
razonamientos religiosos, era
apoyada con argumentos prag-
máticos: el esclavismo debe ser
evitado por razones no sólo
humanitarias sino también eco-
nómicas (p. 172). La eficiencia
de una dominación colonial es
superior a la ejercida a través
de la esclavitud. Este argumento
serviría de paradigma a los colo-
nialismos modernos.
En esta relación amor-con-
quista surge un tercer elemento
que se entrelaza de manera inte-
resante con ellos: el conocimien-
to o entendimiento del Otro. Al
parecer, quienes “amaban” a los
indígenas tenían una predispo-
sición mayor a no conocerlos,
a no entenderlos, que aquellos
españoles que “no los amaban”.
Y es que, de acuerdo con Todo-
rov, la confusión entre igualdad
social e igualdad étnico-cultural
condujo a la gente que amaba
a los indios, como Las Casas, a
ser menos atentos a las caracte-
rísticas y diferencias específicas
de las culturas indígenas. Por
el contrario, el triunfo de la
Conquista obedeció al hecho
de que la gente que no amaba a
los indios, como Cortés, cono-
ció y entendió mucho mejor a
los aztecas que Moctezuma a los
españoles (p. 127). Por ejemplo,
la identificación de las fisiones en
la sociedad azteca fue la clave del
triunfo de los conquistadores.
Por ello, gente como Sepúlveda
desarrolló descripciones etno-
gráficas superiores (cuyo valor
se pierde, tal vez, por sus pre-
juicios racistas) a las elaboradas
por Las Casas (p. 160).
Además de Sepúlveda, Cortés
y Las Casas, existieron otros
personajes que reflejan formas
muy particulares de combinar
las tres categorías de amor,
conquista y conocimiento. Vasco
de Quiroga, por ejemplo, a di-
ferencia de Las Casas, reconoce
que la igualdad social de los
indígenas no significa su igualdad
cultural, es decir, no significa que
compartan las mismas normas
y valores de los españoles. Sin
embargo, al igual que Las Casas,
no llega a conocer a los aboríge-
191
Culturales
nes. Su amor a éstos lo conduce
a verlos, no como lo que son,
sino como lo que el quiere que
sean. Por eso, como Las Casas,
ignora todo de ellos y justifica su
asimilación como un medio para
mejorar sus condiciones de vida.
Por su parte, Cabeza de Vaca,
al igual que los franciscanos,
también ama a los indígenas; se
opone al empleo de la violencia
sobre ellos y los conoce tan bien
que llega a asimilar su cultura. Sin
embargo, como no llega a iden-
tificarse con ellos, conserva su
otredad, y justifica su mimetismo
cultural como una estrategia
para asimilar a los indígenas.
Asimismo, Diego Durán, sacer-
dote dominico, experimenta una
doble personalidad que Todorov
califica de hibridación. En los
niveles axiológico y praxiológico,
Durán estaba dividido: admiraba
algunos aspectos de los indíge-
nas (i.e., su organización social)
pero detestaba otros (i.e., su
crueldad y su violencia). “Son
inteligentes pero ciegos por
el paganismo”, afirmaba. En el
aspecto epistémico, según Todo-
rov, no había quién se comparara
a Durán. Conocía mucho sobre
las culturas indígenas, y por esa
vocación etnográfica destacó
entre los misioneros españoles;
trató siempre de describir fiel-
mente lo que observaba, aunque
no siempre lo logró (pp. 213-
214). Paradójicamente, esta
vocación etnográfica de Durán
provenía de su rigidez e intran-
sigencia religiosa. Por defender
la pureza católica desarrolló una
particular habilidad para identi-
ficar lo que calificaba como el
sacrilegio del sincretismo, esto
es, “la combinación de las prác-
ticas cristianas con los símbolos
paganos”. Así, su conocimiento
etnográfico del indígena y su
aparente identificación con él
estaban a disposición de su es-
trategia asimilacionista. Por una
parte, Durán estaba convencido
de que “para convertirlos (a los
indígenas) hay que conocer su
vieja tradición religiosa” (p. 202)
y que una vez conocida la idola-
tría, hay que destruirla. Por otra
parte, su aparente conversión
al indianismo, el hecho de que
compartiera con los indígenas
su estilo de vida, no significó que
dejara de considerarlos inferio-
res; después de todo, afirmaba,
“el misionero debía ser bestia
entre las bestias, e indio entre
los indios” (p. 211). La hibrida-
ción de Durán consistía, enton-
Culturales
192
ces, en el hecho de que si bien
su conocimiento etnográfico e
indianismo eran animados por
su etnocentrismo, éstos fueron
las avenidas que lo condujeron
a la admiración de los indígenas.
Sahagún fue defensor de los
indios, y en ese sentido es in-
cuestionable su amor a ellos.
Más aún, en el nivel epistémico,
Sahagún resulta igual de intere-
sante que Durán, pues situó por
encima de razones pragmáticas
su amor al conocimiento de las
culturas nativas. Esto lo condujo
a producir un trabajo con vali-
dez etnográfica tan importante
como el de Durán, o tal vez
superior a él, al incursionar en
el campo de la etnología. Se-
gún Todorov, Sahagún optó por
el camino de la fidelidad total.
A diferencia de Durán, quien
mezclaba sus juicios con la na-
rración indígena, Sahagún –tal y
como un etnógrafo profesional
lo haría– no sobreponía sus
comentarios al texto original
azteca. Su intención, en este
sentido, era yuxtaponer su voz
con la de los indígenas, no inter-
ponerlas. Por eso Sahagún dejó
una inestimable enciclopedia
con información etnográfica so-
bre los aztecas. Por otra parte,
Durán no poseía intenciones
de interpretación consciente,
mientras que Sahagún intentaba
conscientemente interpretar lo
que investigaba. Más aún, en un
intento por hacer inteligible para
su cultura lo que observaba o
lo que le decían los indígenas,
llegó a hacer uso de las analo-
gías: i.e., establecer similitudes
y diferencias entre los aztecas
y los romanos. En ese sentido,
aunque no lo logró del todo,
Sahagún se acercó más al papel
del etnólogo.
En el nivel praxiológico, Sa-
hagún era un defensor de los
indígenas que promovió su
igualdad, pero nunca perdió la
distancia que la diferencia del
Otro le imponía: su identidad
como español se conservó intac-
ta. Esta situación, su amor a los
indios y su amor al conocimiento
de los indios, producen un Sa-
hagún también contradictorio
como Durán: un Sahagún que
se propone describir en detalle
la religión india, sin olvidar que
la meta de ese conocimiento
es la transformación de ese
indio en cristiano; camino que
lo conduce, paradójicamente, a
promover la preservación de la
cultura náhuatl (p. 223).
193
Culturales
Por último, nos dice Todorov,
de todos estos exploradores y
misioneros españoles el único
que amó, conoció y se identificó
profundamente con los indios
fue Gonzalo Guerrero, el único
caso de asimilación en dirección
opuesta registrado en la historia
de la Conquista.
Epílogo
Regresando a sus premisas ori-
ginales, Todorov concluye que,
en efecto, el descubrimiento
del Yo es posible únicamente a
través del descubrimiento del
Otro, y más aún, a través del
desciframiento de los vínculos
entre uno y otro: del Nosotros.
Prueba de estos vínculos en el
presente –nos dice el autor– es
la existencia de los regímenes
totalitarios. Más aún, continúa
Todorov, el pasado vaticina el
presente, y lo que vemos en la
evolución de la relación de los
conquistadores con los indíge-
nas (particularmente en Durán
y Sahagún) es precisamente el
sketch que vislumbra en em-
brión el diálogo futuro (p. 241):
las estrategias para la transfor-
mación de una sociedad escla-
vista en una sociedad colonial y
la de ésta en un nuevo tipo de
colonialismo. La Conquista, así,
proyecta nuestra nueva relación
con el Otro.
Si por una parte Colón fue un
mero colector de curiosidades,
descubridor de una tierra más
que de sus habitantes, y por lo
tanto fue nula su interpretación
del Otro, por otra la Conquista
nos enseña que para el éxito de
la dominación es necesario lo
siguiente: primero, la convicción
de la superioridad ante el Otro,
para conocerlo y adaptarse a
él, con el fin de transformarlo
y asimilarlo a nuestra cultura.
Después de todo, nos recuerda
Todorov, si la adquisición de un
segundo lenguaje involucra una
relación de poder (uno adopta el
lenguaje del Otro cuando se está
en situación de inferioridad con
éste), los españoles no serían
los que asumirían su asimilación
a la cultura indígena. Segundo,
el conocimiento e interpreta-
ción casi etnográfica del Otro,
considerando que “La buena
información es la mejor forma
de imponer el poder”, nos dice
Todorov (p. 181). Y tercero, la
superioridad en el aspecto tec-
nológico, especialmente en la
Culturales
194
comunicación: esto permitirá al
colonizador infligir una derrota
al Otro principalmente en el
manejo y transmisión de los
símbolos.
Así Europa triunfó, a través de
la Conquista, sobre los indígenas
de América; sin embargo, ese
triunfo fue, paradójicamente,
su propia derrota. En esta em-
presa se vaticinaban los para-
dójicos resultados posteriores:
los indígenas “caníbales” fueron
quemados vivos, sus crímenes
fueron castigados con la pena de
muerte; por ello, a pesar de que
las formas de vestir, la religión, las
distintas costumbres caracterís-
ticas del Viejo Continente, y las
superiores formas tecnológicas
de comunicación (como la es-
critura) fueron impuestas sobre
el ritual, la comunicación entre
las personas no fue mejor, ni se
establecieron formas superiores
de valores morales. Finalmente
–afirma Todorov–, la sociedad
azteca, con todo y sus sacrificios
humanos, no resultó moralmen-
te inferior que la sociedad euro-
pea con sus masacres masivas
(p. 252). La mujer maya, una vez
derrotada, no fue sexualmente
violada, como hubiera ocurrido
en el contexto europeo, sino
arrojada a los perros del espa-
ñol para ser devorada. Esto es
lo que puede pasar si no somos
exitosos en descubrir al Otro
–concluye el autor–.
El anverso de la
Conquista. Comentarios
críticos sobre la obra
de Todorov
Este libro presenta de manera
extraordinaria una interpreta-
ción original, llena de nuevas
avenidas de reflexión sobre el
proceso de descubrimiento y
conquista de América. Útil no
solamente para entender los
nuevos procesos de globaliza-
ción y penetración del capital
en todo el mundo, sino también
para reconocer la importancia
del conocimiento etnográfico
como instrumento de domi-
nación. En esencia, la tesis de
Todorov me permite recordar
un “dicho” que escuché de un
amigo antropólogo hace muchos
años: “No hay etnógrafo ni an-
tropólogo aplicado más eficaz
que el capital”.
Por otra parte, pese a las
virtudes señaladas de esta obra,
195
Culturales
debemos reconocer que se trata
de una perspectiva unilateral y
en gran medida eurocéntrica.
Tal y como lo indica el propio
autor, el punto de partida de
su obra es demostrar que el
conocimiento del Otro es una
forma de autoconocimiento, y
como para Todorov el Otro son
los indígenas americanos, anali-
zar únicamente la perspectiva
del europeo sobre sí mismo y
sobre éstos, así como las múl-
tiples formas de relación amor-
conquista-conocimiento del
colonizador hacia los indígenas,
sin indagar el pensamiento del
Otro sobre sí mismo, ni sobre
el colonizador. Hacerlo hubiera
requerido un esfuerzo no sola-
mente de investigación literaria
más profunda, sino incluso ar-
queológica y de tradición oral,
como lo hiciera Miguel León-
Portilla en su obra El reverso de la
Conquista. Esto hubiera conec-
tado a Todorov con una amplia
gama de fenómenos culturales
que han resultado del contacto
y lo hubiera alejado del manejo
poco cuidadoso del concepto de
asimilación. Si, como él dice, los
indígenas han adoptado formas
de vestir, religión y diferentes
costumbres del europeo, ¿qué
le hace suponer que en eso con-
siste la asimilación?; ¿qué sucede
con la organización social, las
estrategias de subsistencia, el
conocimiento herbolario y las
representaciones simbólicas de
muchos grupos indígenas? Ésas
también son parte fundamental
de estas culturas, que en no
pocas ocasiones permanecen
ocultas y se recrean bajo las
condiciones establecidas por el
propio colonizador. Esto hubiera
hecho que Todorov, además,
evitara el empleo del etnocéntri-
co concepto de superioridad, el
cual fue empleado en el siglo pa-
sado por quienes pretendieron
analizar la evolución social con la
misma metodología historicista
unilineal del darwinismo en bio-
logía. De esta manera, con el uso
de este concepto el autor niega
un aspecto básico en el estudio
del Otro (esto es, la etnología),
el relativismo cultural, no sólo
como paradigma sino como
filosofía y ética del investigador.
Con base en este relativismo
cultural, nadie puede decir se-
riamente que una cultura, o un
elemento cultural, es superior
a otro, ni aun basados en crite-
rios de efectividad o eficiencia,
pues estos dos conceptos son
Culturales
196
también relativos al contexto del
elemento o cultura analizados.
Desde esta perspectiva, cabe la
pregunta: si los códices prehis-
pánicos relataban las historias de
los principados, sus conflictos, el
rol de los sacerdotes, el origen
mítico del pulque y los hongos
alucinógenos, el conocimiento
astronómico y matemático, ¿de
dónde concluye Todorov que la
comunicaciónescritaerasuperior
a la de los aztecas o mayas? ¿En
qué se basa el autor para dar por
sentada (y no discutirla además)
la superioridad de la escritura
alfabéticasobrelaideográficaoje-
roglífica? Eso es algo que Todorov
jamás llega a comprobar, y que tal
vez jamás investigó.
De igual manera, quisiera
cuestionar la “moraleja” a la que
este autor arriba después de la
historia de la mujer maya devo-
rada por los perros: “esto puede
pasar si no somos exitosos en el
conocimiento del Otro”. Al res-
pecto preguntaría: ¿será posible
fundar una relación con el Otro
a través de un exitoso conoci-
miento de éste? La respuesta a
estas interrogantes nos la ofrece
el mismo autor cuando dice que
la empresa colonizadora se ca-
racterizó por la autonomía entre
amor, conquista y conocimiento.
Quienes conocían bien a los
indígenas no eran siempre los
que los amaban. Más aún, esta
misma moraleja me conduce a
una tercera pregunta, que puede
descomponerse en dos: ¿Será
posible alcanzar un conocimien-
to realmente exitoso del Otro?
En todo caso, ¿qué entendemos
por conocimiento exitoso? ¿Se
trata acaso de un conocimiento
acucioso, objetivo y verificable?
o ¿un conocimiento útil para
quien lo produce? Por encima
de las pretensiones positivas de
quienes hablan de ciencia, el
conocimiento sobre el Otro es
la construcción de una represen-
tación de éste, mediada por la
ideología, que puede servir para
la dominación o para la libera-
ción del mismo. En este sentido,
un conocimiento exitoso del
Otro puede conducir a un exi-
toso proceso de su dominación
o a una exitosa liberación de él.
Finalmente, me quiero referir
a la conclusión final que Todo-
rov coloca en la última parte
del libro, un poco suelta de la
discusión central de éste: “No
creo que la historia obedezca a
un sistema ni a las así llamadas
leyes que permitan deducir las
197
Culturales
futuras o incluso las presentes
formas de sociedad; sino que
para estar conscientes de la
relatividad (y así de su arbitra-
riedad)...” (p. 254). Después
de leer esto, me doy cuenta de
que tengo poco más o menos
que empezar a leer la obra para
entender su objetivo central,
“comprobar que el pasado va-
ticina el presente”. Comprobar
que las formas de relación con el
Otro durante la Conquista eran
el embrión de la relación futu-
ra con éste. Cómo es posible
partir de tal convicción y hablar
de arbitrariedad en la historia al
mismo tiempo que de vaticinio?
La Conquista de América. El problema del otro
Tzvetan Todorov
Siglo XXI, México, 2007

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Todorov. la conquista

  • 1. 181 LIBROS La Conquista de América. El problema del otro Tzvetan Todorov Siglo XXI, México, 2007 Everardo Garduño Introducción La Conquista de América, de Tzvetan Todorov, es una inte- resante contribución al análisis de la historia del llamado “en- cuentro de dos mundos”. No obstante, las líneas de análisis que sigue el autor en esta obra son más que historiográficas y se ubican en el campo de la filosofía, y más concretamente en el de la antropología, desde donde retoma las preocupacio- nes clásicas sobre el Otro. Estas líneas de análisis son: el descu- brimiento del Yo es posible sólo a través del descubrimiento del Otro, el cual es solamente una abstracción construida por el Yo; otra establece: el pasado anuncia al presente, y como parte de la búsqueda del Yo actual, es im- portante el estudio del Nosotros en el pasado. A partir de estas líneas, Todo- rov se propone demostrar en este trabajo lo siguiente: 1) que la conquista de América vaticina y establece nuestra identidad pre- sente y nuestra nueva relación con el Otro, y 2) que el triunfo de laConquistasedebió,primero,al “arte de la adaptación y la impro- visación” de los conquistadores; segundo, a su superioridad en la comunicación delos signos, yter- cero, al hecho de que en las múl-
  • 2. Culturales 182 tiples combinaciones de la tríada amor-conquista-conocimiento (sobre el Otro) subyacía la firme convicción de la superioridad europea y, consecuentemente, de que había que asimilar a los nativos. En síntesis, las partes de esta obra son: “El descubrimiento de América”, en donde el autor nos habla de las motivaciones de la empresa interoceánica de Colón y de su relación con el Otro; “La Conquista”, en donde discute sobre las posibles razones de la victoria europea, y también acerca del tipo de relación que los conquistadores establecie- ron con los nativos, y finalmente “El Epílogo”, en donde el lingüis- ta, filósofo e historiador búlgaro discierne sobre las enseñanzas del proceso descubrimiento- conquista en su conjunto. Tzvetan Todorov reside ac- tualmente en Francia, en donde dirige el Centro de Investi- gaciones sobre las Artes y el Lenguaje, en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS). Entre su abundante obra se encuentran Frágil felicidad, Nosotros y los otros, Benjamin Constant, El jardín imperfecto y El espíritu de la Ilustración. Esta reseña es presentada aquí con el propósito de destacar la impor- tancia de este autor en el campo de las ciencias sociales, en el que le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias en 2008 por representar “el espíritu de la unidad de Europa, del Este y del Oeste, y el compromiso con los ideales de libertad, igualdad, integración y justicia”. La obra que se reseña y comenta aquí fue publicada por primera vez en francés, en París, en 1982; en español, fue publicada en México por Siglo XXI en 1987. En este idioma, La Conquista de América. El problema del otro va en su decimotercera edición. El Descubrimiento de América Es un lugar común afirmar que el afán de encontrar nuevos mundos tenía como principal motivación la apertura de nue- vos mercados, la incorporación de nuevas áreas de explotación colonial y, en corto, el enrique- cimiento de los hombres que se sumaron a las distintas circunna- vegaciones de la época. Todorov, sin embargo, afirma que a estas
  • 3. 183 Culturales motivaciones habría que sumar la del “servicio a Dios; la del simple regocijo de contemplar a la naturaleza, y la necesidad de buscar nuevas historias que contar. Así, lo divino, lo natural y lo humano, fueron los ejes sobre los que giró la empresa del llamado Descubrimiento de América” (p. 14). A decir de este autor, Colón deseaba sobre todas las cosas difundir la religión católica alrededor del mundo, razón por la cual expresó en repetidas ocasiones su deseo de reconquistar Jeru- salén. Sabía, sin embargo, que para tal empresa requería de vastos recursos materiales, los cuales pretendía encontrar en el Nuevo Mundo. De esta manera, los propósitos religiosos y de enriquecimiento eran comple- mentarios para el explorador genovés. Pero, además, en re- petidas ocasiones Colón afirmó que, aun cuando no hubiera ninguna recompensa material para sus travesías, la sola posi- bilidad de observar las bellezas de estas tierras (lo verde de sus bosques y los diversos colores de los pájaros) ya constituía en sí una recompensa. Esta pasión por la naturaleza del navegante europeo queda de manifiesto en sus diarios de viaje, llenos de descripciones detalladas de animales y plantas. Finalmente, Colón deseaba enormemente ocupar el lugar que Marco Polo había dejado como relator de historias épicas, pues después de todo sus mismas travesías se inspiraban por las historias de su predecesor (p. 13). Por otra parte, lo Divino es ante todo el prisma del cual Colón interpreta lo Natural y lo Humano. Él no va al encuen- tro de lo desconocido, sino al encuentro de sus preconcep- ciones. Observa a través de sus creencias, e interpreta sólo en función de ellas. Así, descubre el paraíso terrenal y rectifica la “falsa” idea que se tenía de las sirenas como seres hermosos. Por eso se convierte en hábil intérprete de los signos de la naturaleza: conoce a los astros y adivina con certeza la cercanía de tierra firme o del oro, y así, a pesar de las barreras del len- guaje, dice entender a los nativos del Nuevo Mundo. En realidad, sin embargo, lo único que Colón entendía era lo que ya había en sus fundamentos religiosos y lo que había leído en las historias
  • 4. Culturales 184 de Marco Polo. Por eso, cuando los signos de lo Natural o de lo Humano chocaban con sus pre- concepciones, optaba por creer en las segundas, argumentando que los primeros estaban equi- vocados: esto lo conduce, por ejemplo, a afirmar que había entendido perfectamente, de voz de los nativos, que Cuba era una tierra vasta en riquezas, aunque después asegura que los nativos se equivocan cuando afirman que Cuba es una isla. Estas preconcepciones deter- minan que Colón percibiera al Otro de una manera altamente etnocéntrica: el indígena es sim- plemente diferente, homogéneo y carente de atributos culturales. Todo lo que el explorador des- taca como característico de los nativos se reduce al color de su piel y a su estatura, diferentes a las del europeo, pero seme- jantes entre ellos; para Colón, todos tienen la misma estatura, la misma desnudez, y todos an- dan pintados igual (p. 36). Más aún, ninguno tiene lengua, ley, ni religión. De esta manera, afirma Todo- rov, Colón descubrió América, pero no a los americanos. Su percepción etnocéntrica del Otro, proveniente de la con- vicción de superioridad que el europeo tenía, aniquiló toda intención de conocimiento et- nográfico real del Otro (aunque no de su invención), y sentó las bases para la justificación del esclavismo y de la asimilación de los indígenas. Para Colón los nativos no eran más que parte del paisaje natural del Nuevo Mundo, seres raros tales como pájaros, plantas, animales diver- sos que no tienen derechos ni voluntad, y que constituyen es- pecímenes dignos de cualquier colección para ser mostrada en Europa. De estos nativos no hay nada que aprender, ni su lengua, ni sus costumbres, mu- cho menos las diferencias que (además, imperceptibles) tienen entre sí. Así, para Colón no hacía falta conocer a los indígenas; era suficiente con inventarlos desde la perspectiva de sus preconcep- ciones religiosas o novelísticas, como nobles salvajes, como los mejores seres en el mundo, o como los más crueles, hostiles y cobardes, cuya esclavitud se justificaba por sus criminales prácticas caníbales. Por eso había que transformarlos, que asimilarlos. De hecho, como
  • 5. 185 Culturales para Colón lo diferente era sinó- nimo de ausencia, en el Nuevo Mundo no existía nada, sino que todo estaba por fundar: nuevos nombres, nuevas creencias reli- giosas, nuevas costumbres. Y ésa es precisamente la misión que Colón descubre para sí: la asimi- lación de los indígenas (después de todo, el intercambio de oro por religión era justo desde su perspectiva) y la edificación del Otro sobre los cimientos de sus preconcepciones. La Conquista Aun cuando es ampliamente aceptado atribuir el éxito de la conquista de América a la superioridad bélica de los es- pañoles y a las enfermedades epidémicas, Todorov afirma que ese éxito obedeció fundamen- talmente –aunque no exclusiva- mente– a la convicción europea de su superioridad cultural. Esto permitió a los colonizadores de- sarrollar una gran capacidad de adaptabilidad, de entendimiento de los signos del Otro, de comu- nicación de sus propios signos al Otro, y de convergencia en los aspectos pragmáticos que la Conquista incluía: otra vez, la certidumbre en la necesidad de asimilar al indígena. Al igual que en el caso de Colón, los conquistadores espa- ñoles asumieron la diferencia del Otro como signo de ausencia, y por tanto de inferioridad cul- tural. Por ejemplo, la diferencia idiomática de los indios fue para los españoles sinónimo de la carencia de lenguaje (p. 76). Por otra parte, la capacidad de adaptación de los españoles puede apreciarse en el primer encuentro entre Cortés y los mensajeros de Moctezuma: ante el mensaje ambiguo, que podía interpretarse como aceptación y rechazo al mismo tiempo, Cortés optó por acogerse a la primera interpretación e ignorar la segunda (p. 55). Posterior- mente, Cortés entendió y tomó ventaja de la estructura política y religiosa de los aztecas, y se adaptó a ella: reconociendo el carácter subyugador del Impe- rio azteca e identificando sus fisiones; manejando su imagen como beligerante a la tiranía de Moctezuma y menos diabólico que él, con el propósito de inhibir la resistencia indígena, especialmente de las mujeres,
  • 6. Culturales 186 y obtener aliados como los tlaxcaltecas. Asimismo, Cortés se asumió como la continuación de Moctezuma, de la misma forma en que los nuevos ídolos se sobrepusieron a los antiguos, y de la misma forma en que se exigió el mismo respeto a los misioneros que a sus antiguos ministros religiosos. Todorov afirma preguntán- dose: ¿acaso este proceso de adaptación enraizado en un sen- timiento de superioridad no nos demuestra que los españoles derrotaron a los aztecas a través de los signos, o mejor dicho, a través de la comunicación de dichos signos, más que a través de las armas y las enfermedades? (pp. 61-62). Para probar tal teoría, Todo- rov nos dice que la Conquista significó el choque entre dos concepciones de tiempo com- pletamente diferentes: la con- cepción cíclica, representada en la forma circular del calendario azteca, y la concepción lineal asumida por los españoles, que pudiera ser representada por una flecha (p. 84). La concep- ción cíclica del tiempo otorgó un valor central a las profecías en la cultura azteca: había que observar el pasado para cono- cer el futuro. Pero, a la vez, esa concepción impidió a los aztecas percibir la identidad humana del Otro como diferente pero igual. A través de la interpretación de los mensajes divinos, los aztecas alcanzaron dos percepciones contradictorias sobre los espa- ñoles: o son inferiores por ser extranjeros, o son superiores por ser dioses. A la larga, am- bas percepciones resultaron ser igualmente paralizadoras e inhibieron la resistencia indí- gena. Según Durán, citado por el autor, los aztecas asumieron que si los españoles eran infe- riores no valía la pena matarlos, pues a “Nuestros dioses no les gustaría la carne de aquellas bárbaras personas” (p. 76). En el caso contrario, simplemente no había que oponer resistencia a la superioridad divina. De la segunda percepción –que es la más generalizada y definitiva– resulta una incapaci- dad evidente de los aztecas para producir mensajes efectivos al interior de su misma cultura y hacia los españoles (pp. 87-88). Por una parte, Moctezuma rara vez contestó los cuestionamien- tos de sus amigos y familiares.
  • 7. 187 Culturales Como la profecía de Quetzal- cóatl venía acompañada del va- ticinio de su deposición, ordenó el aprisionamiento de los sacer- dotes indígenas, a la vez que renunció a la comunicación de tal vaticinio a los demás (pp. 71- 74). De esta manera, esta pro- fecía derivó en una percepción ambivalente de los españoles (como dioses y como verdugos), lo cual hizo que Moctezuma los recibiera con un mensaje también ambiguo: con regalos y con invitaciones a irse. Dicho mensaje fue interpretado por Cortés como signo de debilidad del emperador azteca (p. 88). En contraste, la concepción unilineal y evolutiva del tiempo, que estaba enmarcada en la fe cristiana de los españoles, fue sustento ideológico del triunfo de la Conquista. La convicción de que la historia está orientada a la consecución de una meta superior que es la apoteosis, la satisfacción total, que es a su vez signo del triunfo del espíritu cristiano, así como la convicción de que ese triunfo se alcanza a través de un proceso gradual y progresivo, crearon la certeza en los españoles de que la vic- toria de la Conquista sería un paso más hacia la excelencia del cristianismo y confirmaría la victoria del espíritu cristiano (p. 87). De esta manera, si para Colón la conquista de América tenía como fin difundir la religión cristiana, para Cortés la difusión de la religión cristiana serviría para asegurar el éxito de la Conquista (p. 107). El tercer factor que de acuer- do con Todorov contribuyó a la victoria de la Conquista fue la manera en que los conquista- dores trascendieron las diversas formas de amor, conquista y conocimiento del Otro para justificar la asimilación de los in- dígenas. Según este autor, Colón no amaba ni conocía al Otro, ni se identificaba a sí mismo en relación al Otro. Sin embargo, en un nivel axiológico, al cual Todorov denomina de amor, los españoles podían concebir al Otro ya sea como bueno o malo, como igual o inferior; en un nivel praxeológico, llamado por el autor de conquista, el conquistador podía identificarse con el Otro y, consecuentemen- te, acoger los valores de éste, o identificar al Otro consigo mis- mo y pretender que acogiera sus valores; finalmente, en un nivel
  • 8. Culturales 188 epistémico, de conocimiento, el colonizador podía saber todo del Otro, o bien ignorar todo de él (p. 185). De hecho, entre los conquis- tadores existió un sinnúmero de posiciones que combinaban de manera diversa estos tres niveles de amor, conquista y conocimiento frente al Otro. Entre los casos citados por To- dorov se encuentran Ginés de Sepúlveda, Las Casas, Cortés, Vasco de Quiroga, Cabeza de Vaca, Lanza, y especialmente Diego Durán y Sahagún. Quienes representaban los dos extremos básicos de esta diversidad de relaciones con el Otro fueron Sepúlveda y Cor- tés, por un lado, y Las Casas por el otro. El deseo de riqueza y el impulso controlador determina- ron la conducta de los españoles como seres superiores frente a los indios, lo cual condujo a los europeos a considerar a los americanos como algo poco más que animales (p. 146), o a asumir un paradójico, por etnocéntrico, concepto de “igualdad” hacia ellos. Esta doble y contradic- toria actitud la define el autor como un No-Amor y un Amor, respectivamente, a los nativos de América. Por una parte, fundamentando su posición con la dialéctica aristotélica aplicada al estudio de las clases sociales, Sepúlveda argumentaba que, en efecto, tal y como ocurre en la esencia humana con respecto a la contradicción cuerpo y alma, la sociedad es por naturaleza un juego de dualidades opuestas (e.g., inferiores y superiores) y, por lo tanto, su estado natural son las jerarquías, no la igualdad (pp. 153-154). Desde esta pers- pectiva (que, según Todorov, compartía también Vitoria), los indígenas eran salvajes, bestias, cuya tiranía justificaba el dere- cho de intervenir sobre ellos y esclavizarlos. Se preguntaba incluso, en voz de Oviedo, acerca de que “¿Quién puede negar que el uso de la pólvora en contra de los paganos es incienso quemado en honor a Nuestro Señor?” (p. 151). Por otra parte, asumiendo el sentido primigenio de la religión cristia- na, Las Casas argumentaba que todos los seres humanos son iguales, y específicamente que los indígenas son iguales a los verdaderos cristianos porque son nobles, obedientes, pacíficos y desinteresados de las riquezas
  • 9. 189 Culturales terrenales. Por estas virtudes, decía Las Casas, los indios fue- ron derrotados por los españo- les (p. 164). Desde esta segunda perspectiva, se argumentaba en contra de la esclavitud indígena diciendo que “Si en efecto, los indios son niños, sería un peca- do bautizarlos, echándolos a un pozo” (p. 155). En el fondo, sin embargo, los que “amaban” a los indios com- partían algo muy importante con quienes no los “amaban”: una actitud etnocéntrica en la que se fincaba la certidumbre de la superioridad española. En la historia particular de Las Ca- sas se encontraba la paradójica figura de un antiguo esclavista y sexista, que ahora, a pesar de defender a negros e indios por igual, seguía considerando a los segundos ligeramente por enci- ma de los primeros y a la mujer “tan necesaria para el hombre como un esclavo al maestro” (p. 171). Durante la Conquista, Las Casas abandonó su adhe- rencia al esclavismo, aunque elaboró sofisticadamente su justificación de la superioridad europea. Partiendo de la con- cepción cristiana sobre la uni- versalidad de los valores morales y del tiempo como unilineal y evolutivo, el misionero asumió un etnocentrismo “tolerante”. Por un lado, la diferencia del Otro es ignorada por Las Casas por considerar que los indígenas poseen los mismos valores del cristianismo, es más, por creer que ellos sí son verdaderos cristianos. Pero, por otro lado, para Las Casas la única diferen- cia entre indios y españoles es que los primeros son como los segundos fueron en el pasado. De ahí concluía que por eso “no debemos penalizar los defectos que nosotros tuvimos” (p. 165) (énfasis mío). En esta premisa se sustentaba su etnocentrismo tolerante, en no reconocer la di- ferencia, o en identificarla como sinónimo de defecto. Por este etnocentrismo, com- partido por Sepúlveda, Cortés y Las Casas, a pesar de sus diferencias, coinciden en la jus- tificación de la Conquista y en la necesidad de asimilar al Otro. Tal vez la única diferencia entre ellos era el método: a pesar del discurso igualitario de Las Casas, él no estaba en contra de la ane- xión de las Indias a la Corona, sino que quería simplemente cambiar a los soldados por sa-
  • 10. Culturales 190 cerdotes (p. 171). Hablaba del “legítimo” poder de la Corona sobre los infieles y de la necesi- dad de mantener la sumisión y colonización de éstos, aunque, aclaraba, de diferente forma, sin torturas ni exterminación. Esta idea de una dominación “tolerante” sobre los indígenas, además de ser sostenida con razonamientos religiosos, era apoyada con argumentos prag- máticos: el esclavismo debe ser evitado por razones no sólo humanitarias sino también eco- nómicas (p. 172). La eficiencia de una dominación colonial es superior a la ejercida a través de la esclavitud. Este argumento serviría de paradigma a los colo- nialismos modernos. En esta relación amor-con- quista surge un tercer elemento que se entrelaza de manera inte- resante con ellos: el conocimien- to o entendimiento del Otro. Al parecer, quienes “amaban” a los indígenas tenían una predispo- sición mayor a no conocerlos, a no entenderlos, que aquellos españoles que “no los amaban”. Y es que, de acuerdo con Todo- rov, la confusión entre igualdad social e igualdad étnico-cultural condujo a la gente que amaba a los indios, como Las Casas, a ser menos atentos a las caracte- rísticas y diferencias específicas de las culturas indígenas. Por el contrario, el triunfo de la Conquista obedeció al hecho de que la gente que no amaba a los indios, como Cortés, cono- ció y entendió mucho mejor a los aztecas que Moctezuma a los españoles (p. 127). Por ejemplo, la identificación de las fisiones en la sociedad azteca fue la clave del triunfo de los conquistadores. Por ello, gente como Sepúlveda desarrolló descripciones etno- gráficas superiores (cuyo valor se pierde, tal vez, por sus pre- juicios racistas) a las elaboradas por Las Casas (p. 160). Además de Sepúlveda, Cortés y Las Casas, existieron otros personajes que reflejan formas muy particulares de combinar las tres categorías de amor, conquista y conocimiento. Vasco de Quiroga, por ejemplo, a di- ferencia de Las Casas, reconoce que la igualdad social de los indígenas no significa su igualdad cultural, es decir, no significa que compartan las mismas normas y valores de los españoles. Sin embargo, al igual que Las Casas, no llega a conocer a los aboríge-
  • 11. 191 Culturales nes. Su amor a éstos lo conduce a verlos, no como lo que son, sino como lo que el quiere que sean. Por eso, como Las Casas, ignora todo de ellos y justifica su asimilación como un medio para mejorar sus condiciones de vida. Por su parte, Cabeza de Vaca, al igual que los franciscanos, también ama a los indígenas; se opone al empleo de la violencia sobre ellos y los conoce tan bien que llega a asimilar su cultura. Sin embargo, como no llega a iden- tificarse con ellos, conserva su otredad, y justifica su mimetismo cultural como una estrategia para asimilar a los indígenas. Asimismo, Diego Durán, sacer- dote dominico, experimenta una doble personalidad que Todorov califica de hibridación. En los niveles axiológico y praxiológico, Durán estaba dividido: admiraba algunos aspectos de los indíge- nas (i.e., su organización social) pero detestaba otros (i.e., su crueldad y su violencia). “Son inteligentes pero ciegos por el paganismo”, afirmaba. En el aspecto epistémico, según Todo- rov, no había quién se comparara a Durán. Conocía mucho sobre las culturas indígenas, y por esa vocación etnográfica destacó entre los misioneros españoles; trató siempre de describir fiel- mente lo que observaba, aunque no siempre lo logró (pp. 213- 214). Paradójicamente, esta vocación etnográfica de Durán provenía de su rigidez e intran- sigencia religiosa. Por defender la pureza católica desarrolló una particular habilidad para identi- ficar lo que calificaba como el sacrilegio del sincretismo, esto es, “la combinación de las prác- ticas cristianas con los símbolos paganos”. Así, su conocimiento etnográfico del indígena y su aparente identificación con él estaban a disposición de su es- trategia asimilacionista. Por una parte, Durán estaba convencido de que “para convertirlos (a los indígenas) hay que conocer su vieja tradición religiosa” (p. 202) y que una vez conocida la idola- tría, hay que destruirla. Por otra parte, su aparente conversión al indianismo, el hecho de que compartiera con los indígenas su estilo de vida, no significó que dejara de considerarlos inferio- res; después de todo, afirmaba, “el misionero debía ser bestia entre las bestias, e indio entre los indios” (p. 211). La hibrida- ción de Durán consistía, enton-
  • 12. Culturales 192 ces, en el hecho de que si bien su conocimiento etnográfico e indianismo eran animados por su etnocentrismo, éstos fueron las avenidas que lo condujeron a la admiración de los indígenas. Sahagún fue defensor de los indios, y en ese sentido es in- cuestionable su amor a ellos. Más aún, en el nivel epistémico, Sahagún resulta igual de intere- sante que Durán, pues situó por encima de razones pragmáticas su amor al conocimiento de las culturas nativas. Esto lo condujo a producir un trabajo con vali- dez etnográfica tan importante como el de Durán, o tal vez superior a él, al incursionar en el campo de la etnología. Se- gún Todorov, Sahagún optó por el camino de la fidelidad total. A diferencia de Durán, quien mezclaba sus juicios con la na- rración indígena, Sahagún –tal y como un etnógrafo profesional lo haría– no sobreponía sus comentarios al texto original azteca. Su intención, en este sentido, era yuxtaponer su voz con la de los indígenas, no inter- ponerlas. Por eso Sahagún dejó una inestimable enciclopedia con información etnográfica so- bre los aztecas. Por otra parte, Durán no poseía intenciones de interpretación consciente, mientras que Sahagún intentaba conscientemente interpretar lo que investigaba. Más aún, en un intento por hacer inteligible para su cultura lo que observaba o lo que le decían los indígenas, llegó a hacer uso de las analo- gías: i.e., establecer similitudes y diferencias entre los aztecas y los romanos. En ese sentido, aunque no lo logró del todo, Sahagún se acercó más al papel del etnólogo. En el nivel praxiológico, Sa- hagún era un defensor de los indígenas que promovió su igualdad, pero nunca perdió la distancia que la diferencia del Otro le imponía: su identidad como español se conservó intac- ta. Esta situación, su amor a los indios y su amor al conocimiento de los indios, producen un Sa- hagún también contradictorio como Durán: un Sahagún que se propone describir en detalle la religión india, sin olvidar que la meta de ese conocimiento es la transformación de ese indio en cristiano; camino que lo conduce, paradójicamente, a promover la preservación de la cultura náhuatl (p. 223).
  • 13. 193 Culturales Por último, nos dice Todorov, de todos estos exploradores y misioneros españoles el único que amó, conoció y se identificó profundamente con los indios fue Gonzalo Guerrero, el único caso de asimilación en dirección opuesta registrado en la historia de la Conquista. Epílogo Regresando a sus premisas ori- ginales, Todorov concluye que, en efecto, el descubrimiento del Yo es posible únicamente a través del descubrimiento del Otro, y más aún, a través del desciframiento de los vínculos entre uno y otro: del Nosotros. Prueba de estos vínculos en el presente –nos dice el autor– es la existencia de los regímenes totalitarios. Más aún, continúa Todorov, el pasado vaticina el presente, y lo que vemos en la evolución de la relación de los conquistadores con los indíge- nas (particularmente en Durán y Sahagún) es precisamente el sketch que vislumbra en em- brión el diálogo futuro (p. 241): las estrategias para la transfor- mación de una sociedad escla- vista en una sociedad colonial y la de ésta en un nuevo tipo de colonialismo. La Conquista, así, proyecta nuestra nueva relación con el Otro. Si por una parte Colón fue un mero colector de curiosidades, descubridor de una tierra más que de sus habitantes, y por lo tanto fue nula su interpretación del Otro, por otra la Conquista nos enseña que para el éxito de la dominación es necesario lo siguiente: primero, la convicción de la superioridad ante el Otro, para conocerlo y adaptarse a él, con el fin de transformarlo y asimilarlo a nuestra cultura. Después de todo, nos recuerda Todorov, si la adquisición de un segundo lenguaje involucra una relación de poder (uno adopta el lenguaje del Otro cuando se está en situación de inferioridad con éste), los españoles no serían los que asumirían su asimilación a la cultura indígena. Segundo, el conocimiento e interpreta- ción casi etnográfica del Otro, considerando que “La buena información es la mejor forma de imponer el poder”, nos dice Todorov (p. 181). Y tercero, la superioridad en el aspecto tec- nológico, especialmente en la
  • 14. Culturales 194 comunicación: esto permitirá al colonizador infligir una derrota al Otro principalmente en el manejo y transmisión de los símbolos. Así Europa triunfó, a través de la Conquista, sobre los indígenas de América; sin embargo, ese triunfo fue, paradójicamente, su propia derrota. En esta em- presa se vaticinaban los para- dójicos resultados posteriores: los indígenas “caníbales” fueron quemados vivos, sus crímenes fueron castigados con la pena de muerte; por ello, a pesar de que las formas de vestir, la religión, las distintas costumbres caracterís- ticas del Viejo Continente, y las superiores formas tecnológicas de comunicación (como la es- critura) fueron impuestas sobre el ritual, la comunicación entre las personas no fue mejor, ni se establecieron formas superiores de valores morales. Finalmente –afirma Todorov–, la sociedad azteca, con todo y sus sacrificios humanos, no resultó moralmen- te inferior que la sociedad euro- pea con sus masacres masivas (p. 252). La mujer maya, una vez derrotada, no fue sexualmente violada, como hubiera ocurrido en el contexto europeo, sino arrojada a los perros del espa- ñol para ser devorada. Esto es lo que puede pasar si no somos exitosos en descubrir al Otro –concluye el autor–. El anverso de la Conquista. Comentarios críticos sobre la obra de Todorov Este libro presenta de manera extraordinaria una interpreta- ción original, llena de nuevas avenidas de reflexión sobre el proceso de descubrimiento y conquista de América. Útil no solamente para entender los nuevos procesos de globaliza- ción y penetración del capital en todo el mundo, sino también para reconocer la importancia del conocimiento etnográfico como instrumento de domi- nación. En esencia, la tesis de Todorov me permite recordar un “dicho” que escuché de un amigo antropólogo hace muchos años: “No hay etnógrafo ni an- tropólogo aplicado más eficaz que el capital”. Por otra parte, pese a las virtudes señaladas de esta obra,
  • 15. 195 Culturales debemos reconocer que se trata de una perspectiva unilateral y en gran medida eurocéntrica. Tal y como lo indica el propio autor, el punto de partida de su obra es demostrar que el conocimiento del Otro es una forma de autoconocimiento, y como para Todorov el Otro son los indígenas americanos, anali- zar únicamente la perspectiva del europeo sobre sí mismo y sobre éstos, así como las múl- tiples formas de relación amor- conquista-conocimiento del colonizador hacia los indígenas, sin indagar el pensamiento del Otro sobre sí mismo, ni sobre el colonizador. Hacerlo hubiera requerido un esfuerzo no sola- mente de investigación literaria más profunda, sino incluso ar- queológica y de tradición oral, como lo hiciera Miguel León- Portilla en su obra El reverso de la Conquista. Esto hubiera conec- tado a Todorov con una amplia gama de fenómenos culturales que han resultado del contacto y lo hubiera alejado del manejo poco cuidadoso del concepto de asimilación. Si, como él dice, los indígenas han adoptado formas de vestir, religión y diferentes costumbres del europeo, ¿qué le hace suponer que en eso con- siste la asimilación?; ¿qué sucede con la organización social, las estrategias de subsistencia, el conocimiento herbolario y las representaciones simbólicas de muchos grupos indígenas? Ésas también son parte fundamental de estas culturas, que en no pocas ocasiones permanecen ocultas y se recrean bajo las condiciones establecidas por el propio colonizador. Esto hubiera hecho que Todorov, además, evitara el empleo del etnocéntri- co concepto de superioridad, el cual fue empleado en el siglo pa- sado por quienes pretendieron analizar la evolución social con la misma metodología historicista unilineal del darwinismo en bio- logía. De esta manera, con el uso de este concepto el autor niega un aspecto básico en el estudio del Otro (esto es, la etnología), el relativismo cultural, no sólo como paradigma sino como filosofía y ética del investigador. Con base en este relativismo cultural, nadie puede decir se- riamente que una cultura, o un elemento cultural, es superior a otro, ni aun basados en crite- rios de efectividad o eficiencia, pues estos dos conceptos son
  • 16. Culturales 196 también relativos al contexto del elemento o cultura analizados. Desde esta perspectiva, cabe la pregunta: si los códices prehis- pánicos relataban las historias de los principados, sus conflictos, el rol de los sacerdotes, el origen mítico del pulque y los hongos alucinógenos, el conocimiento astronómico y matemático, ¿de dónde concluye Todorov que la comunicaciónescritaerasuperior a la de los aztecas o mayas? ¿En qué se basa el autor para dar por sentada (y no discutirla además) la superioridad de la escritura alfabéticasobrelaideográficaoje- roglífica? Eso es algo que Todorov jamás llega a comprobar, y que tal vez jamás investigó. De igual manera, quisiera cuestionar la “moraleja” a la que este autor arriba después de la historia de la mujer maya devo- rada por los perros: “esto puede pasar si no somos exitosos en el conocimiento del Otro”. Al res- pecto preguntaría: ¿será posible fundar una relación con el Otro a través de un exitoso conoci- miento de éste? La respuesta a estas interrogantes nos la ofrece el mismo autor cuando dice que la empresa colonizadora se ca- racterizó por la autonomía entre amor, conquista y conocimiento. Quienes conocían bien a los indígenas no eran siempre los que los amaban. Más aún, esta misma moraleja me conduce a una tercera pregunta, que puede descomponerse en dos: ¿Será posible alcanzar un conocimien- to realmente exitoso del Otro? En todo caso, ¿qué entendemos por conocimiento exitoso? ¿Se trata acaso de un conocimiento acucioso, objetivo y verificable? o ¿un conocimiento útil para quien lo produce? Por encima de las pretensiones positivas de quienes hablan de ciencia, el conocimiento sobre el Otro es la construcción de una represen- tación de éste, mediada por la ideología, que puede servir para la dominación o para la libera- ción del mismo. En este sentido, un conocimiento exitoso del Otro puede conducir a un exi- toso proceso de su dominación o a una exitosa liberación de él. Finalmente, me quiero referir a la conclusión final que Todo- rov coloca en la última parte del libro, un poco suelta de la discusión central de éste: “No creo que la historia obedezca a un sistema ni a las así llamadas leyes que permitan deducir las
  • 17. 197 Culturales futuras o incluso las presentes formas de sociedad; sino que para estar conscientes de la relatividad (y así de su arbitra- riedad)...” (p. 254). Después de leer esto, me doy cuenta de que tengo poco más o menos que empezar a leer la obra para entender su objetivo central, “comprobar que el pasado va- ticina el presente”. Comprobar que las formas de relación con el Otro durante la Conquista eran el embrión de la relación futu- ra con éste. Cómo es posible partir de tal convicción y hablar de arbitrariedad en la historia al mismo tiempo que de vaticinio? La Conquista de América. El problema del otro Tzvetan Todorov Siglo XXI, México, 2007