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Revelaciones Celestiales
de Santa Brígida de Suecia
Prólogo al lector
Es cosa tan cierta el haber revelaciones hechas a personas particulares en nuestra santa Iglesia
católica apostolica y romana, seria presuntuoso y temerario el que las negase; porque las
revelaciones, locuciones interiores, visiones, y otras mercedes muy particulares que Dios hace a los
suyos, no son otra cosa sino un familiar trato que su Majestad tiene con algunas almas, y en él les
comunica sus secretos divinos de cosas que tocan a ellas mismas, o a otras personas; y tengo por
muy cierto ser esto tan antiguo, cuanto lo es haber hombres en el mundo; porque en todos los
siglos y en todas las edades ha tenido Dios desde el principo del mundo almas puras y santas, y asi
lo confesamos en el Credo cuando decimos que creemos en la santa Iglesia, que no sólo se ha de
entender que Dios en la ley de gracia tenga santos en su Iglesia católica, sino que desde la creación
del mundo ha tenido Dios Iglesia y congregación de hombres, entre los cuales ha habido santos y
amigos suyos. Y siendo esto asi, y por otra parte las buenas ganas de este Soberano Señor, que
siempre tiene de hacer mercedes y comunicarse, pues dice son sus regocijos y deleites con los hijos
de los hombres, no queda razón de dudar entre cuerdos y cristianos.
Y si todas las revelaciones particulares, y que no pertenecen a la fe católica, han de ser tenidas por
falsas, no tenemos para qué dar crédito a las vidas de los santos, que están escritas por muchos
santos doctores, asi griegos como latinos, porque las más de ellas contienen revelaciones y regalos
que nuestro Señor les hizo, como se ve en las vidas de los Santos Padres que escribió san Jerónimo,
y en las que escribió san Gregorio, papa, en sus Diálogos.
Y en comprobación de esta verdad, pudiera traerse una gran suma de revelaciones hechas a santos
particulares, que se encuentran en sus vidas, como se ve en la vida de san Francisco, de san Angel,
de san Alberto y santo Domingo, y otros infinitos; pero no es mi intento ponerme a probar esta
verdad despacio; quien la quisiere ver bien probada, lea el capitulo primero del libro que el P.
Francisco de Rivera, de la Compañia de Jesús, escribio sobre la vida de santa Teresa de Jesús,
donde prosigue doctisimamente este argumento; y prueba que en todos tiempos ha habido
revelaciones particulares, y las hay en la santa Iglesia católica cada dia, y las habrá. En
comprobación de esta verdad, sólo quiero yo traer un testimonio que vale por mil, y es del angélico
Doctor santo Tomás, y le siguen todos los Doctores y expositores, sin que nadie le contradiga, y
dice: Por privilegio y merced particular se puede saber si un hombre está en gracia y amistad de
Dios, porque su Majestad revela esto a algunas almas para que comiencen en esta vida a tener gozo
y contento de su seguridad, y para que con más confianza y fuerzas ejerciten obras heroicas, y
sufran los trabajos de esta vida.
Donde notó un Doctor agudamente, que, no dice el glorioso santo, que Dios ha revelado,
poniéndolo de pasado, sino dice que Dios revela, de presente, a algunos que están en su gracia; y si
este secreto, que es de Dios, que dice el Eclesiástes en el cap. IX, que nadie sabe si es digno de que
Dios le ame o le aborrezca, porque lo reservó para si, el mismo Dios; con todo eso lo revela a
algunos amigos suyos, como lo dice santo Tomás, ¿Es que es mucho que les revele otras cosas? Y
esta verdad confirma el santo Concilio Tridentino, ses. VI, can. 16, donde excomulga al que dijere
que tiene certeza y sabe que ha de perseverar, y que tiene el don de la perseverancia, si no es que
lo haya sabido por particular revelacion que Dios le haya hecho de ello; luego supone el Santo
Concilio que hay estas revelaciones particulares.
Y la misma pena puso Sixto V contra los astrólogos que dijesen las cosas por venir, a no ser que las
sepan por revelación particular de Dios. Y no porque haya apoyado el haber revelaciones con la
determinación del Concilio y del sumo Pontifice, quiero decir, que el que las negase todas, sin
exceptuar unas ni otras, seria más que temerario, pues va contra la autoridad y opinión de todos los
santos, y estaria muy cerca de hereje; pero digo lo que dice Gregorio de Valencia en el t. III,
disposición 1, a , q. 1. a , pun. 1, que no creer revelaciones particulares, cuando están autorizadas y
admitidas por hombres doctos, y tienen otras circunstancias, es pecado de dureza y de imprudencia
contra la virtud de la prudencia y el don de consejo, a las cuales pertenece el dar crédito o no darlo a
las tales revelaciones, según las circunstancias que hubiere para que se vea o no se vea que son de
Dios; – de donde se colige que si la aprobación y autoridad de las revelaciones particulares es la
que basta, y en tal caso se requiere, será consumada soberbia el no creer que son de Dios. Y aunque
de muchas revelaciones particulares que andan impresas y autorizadas se pudiera hacer este
argumento y condenar a los duros y protervos que no quieren darles crédito; pero ninguna de
cuantas hasta hoy andan impresas tienen la autoridad que estas de santa Brígida; lo primero, porque
Bonifacio IX y Martino V, en las Bulas que ambos dieron de la canonización de esta santa, aprueban
su libro y revelaciones; y para su canonización hacen argumentos con que prueban su santidad, de
lo mismo que dejó escrito esta gloriosa santa. Bien bastára esta autoridad de dos Pontifices, cabezas
de la Iglesia, para que se diera entero crédito a este libro; pero aún tiene la aprobación de un
Concilio entero, que fué el Brasiliense al cual fueron citados los confesores de la Orden de san
Salvador, que habia instituido santa Brígida, y tuvo grandes contrarios que pretendieron se diesen
por sueños y falsedades todo lo que estaba en estos libros; – y en favor de ellos escribieron al
mismo Concilio el rey de Dacia, Enrigo, y dos arzobispos, la fecha de las cartas del 3 de Julio de
1434, como se ve en el dicho Concilio, donde dicen que suplican a los reverendisimos Padres de
aquel santo Concilio tengan por bien no dar oidos a los émulos y contrarios de santa Brígida y de
sus revelaciones, sino que las confirmen y manden se enseñen, digan y prediquen, como hasta
entonces se habia hecho, para honra de Dios, con grandes frutos y aprovechamiento de las almas en
aquellos reinos y en todo el mundo, porque haciendo lo contrario seria escandalizar a muchos.
Y en cumplimiento de lo que se debia hacer según la acusación de los contrarios, que pusieron un
cierto número de errores, que decían ellos, según su mal ánimo, habían hallado en las revelaciones
de santa Brígida, señaló el santo Concilio por juez de la causa al cardenal de san Pedro, que estaba
también señalado por juez para las cosas de la fe, y dijesen su parecer y trabajasen en estas
revelaciones al cardenal D. Juan de Torquemada, que entonces era condecorado Maestro Juan
Gerson; y ellos informaron a todos los Padres de aquel santo Concilio, que serían más de trescientos
prelados, y concluyó su información el cardenal don Juan de Torquemada, diciendo: que él y su
compañero no hallaban en los libros de santa Brígida cosa que no fuese digna de que se leyese y
enseñase, como los libros de los doctores santos que tiene la Iglesia.
Y luego, en nombre de todo el santo Concilio, como juez competente para las cosas de la fe,
procedió a sentenciar el cardenal de san Pedro, teniendo las veces de todos aquellos santos Padres, y
como si todos ellos lo hicieran, porque todos se conformaron con la sentencia, y dijo que daba por
falsa y maliciosa la acusación que se había hecho contra los libros de las revelaciones de santa
Brígida, y que los daba por buenos y católicos, que eran muy conformes con la Sagrada Escritura y
doctrina muy de los santos, y como tales se podían leer, predicar y enseñar.
Esta sentencia del juez de la fe, y del consentimiento de todos aquellos santos Padres del Concilio,
que serían más de trescientos prelados, está autorizada en el principio del libro de santa Brígida, no
sólo por notarios públicos, sino por el juez y vicario del sumo Pontifice, que se llamaba Luis de
Garsis, todos los cuales testifican haber visto estos papeles y sentencias originalmente como los
tenia y conservaba en su poder el cardenal D. Juan de Torquemada, con las sentencias y
aprobaciones dadas en el mismo Concilio, y el mismo cardenal D. Juan de Torquemada confiesa ser
todo ello así.
Y si la autoridad de dos Pontifices y de todo un Concilio general donde hubo tantos patriarcas,
arzobispos, obispos, abades, dignidades, doctores y maestros consumados en letras y santidad, no
bastan a que los porfiados y protervos veneren y reverencien estas revelaciones de santa Brígida, no
tengo que decirles más de aquellas palabras que dijo san Bernardo, siendo consultado de las
revelaciones de santa Hildegardis: Si tuvieran temor de Dios, sin duda dieran crédito a las
revelaciones divinas; que los que no las tienen por tales son semejantes a los que decían que Cristo
nuestro Señor tenia demonios, y que los echaba en virtud de Belcebú; y teman el castigo riguroso
que Dios ha dado a muchos descontentos que han hablado mal y con poco respeto de estas santas
revelaciones.
REVELACIONES CELESTIALES DE SANTA BRÍGIDA PRINCESA DE SUECIA
Testimonio que Jesucristo da de Si mismo y de su Divina Encarnación.
LIBRO PRIMERO
REVELACIÓN PRIMERA
Yo soy el Creador del cielo y de la tierra, que tengo una misma Divinidad con el Padre y con el
Espíritu Santo. Yo soy el que hablaba a los Profetas y Patriarcas, y a quien ellos esperaban. Y para
cumplir su deseo y mi palabra, tomé carne sin pecado ni concupiscencia, entré en las entrañas
virginales de mi Madre como el sol esplendente que entra por un purísimo cristal, porque como el
sol cuando pasa por un vidrio no lo daña ni quiebra, asi la virginidad de mi purísima Madre no fué
dañada ni manchada, cuando yo tomé en su vientre mi Humanidad. Y de tal manera me hice
hombre, que no por eso dejé de ser Dios, ni era menor que el Padre y el Espíritu Santo en la
Divinad, porque aunque estaba en el vientre virginal de mi Madre, todo lo regía y gobernaba;
porque como nunca se aparta del fuego el resplandor, así tampoco mi Divinidad jamás se apartó
de mi humanidad, ni aun en la muerte.
Y mi cuerpo purísimo y limpio de todo pecado, quise que fuera llagado de pies a cabeza y puesto
en una cruz por los pecados de todos los hombres, y este mismo cuerpo mío es sacrificado cada
día en el altar, para que el hombre se encendiese en mi amor, y de ordinario meditase y pensase
los beneficios que le he hecho. Pero el hombre, olvidado de todo esto, me ha menospreciado y
arrojado de mi propio reino, y en mi lugar ha escogido y honrado a un infame ladrón. Quise
asentar mi reino en el hombre, y de razón y rigor yo había de ser su Rey y Señor, porque lo hice y
lo redimí; pero el hombre me ha quebrantado y profanado la fe y palabra que me dió en el
Bautismo; ha violado y menospreciado las leyes que le propuse; ama su propia voluntad y
paracer, y a mí me menosprecia.
Y no contento con eso, estima en más que a mí al demonio, que es ladrón infame, y le ha dado su
fe y palabra, siendo un ladrón que roba y lleva para sí las almas que redimí con mi sangre,
engañándolas él con falsas promesas. Y aunque lleva las almas, no las lleva porque sea más
poderoso que yo, pues mi poder es tan grande, que todo lo puedo hacer con solo una palabra, y tan
justo, que aunque todos los santos me rogaran , no haré una cosa, por mínima que sea, contra
razón y justicia.
Pero las lléva, porque el hombre usa mal su libre albedrío, menospreciando mis leyes y
consintiendo en las tentaciones: y así es bueno que experimente la tiranía de aquel a quien creyó ;
porque el demonio, aunque yo lo hice y crié bueno, él por su pecado y malicia cayó de su
dignidad, y quedó como verdugo para atormentar a los pecadores. Y aunque es verdad que he sido
y soy menospreciado de los hombres, soy, no obstante, tan misericordioso, que cualquiera que me
pidiere misericordia y se humillare, alcanzará el perdón de sus pecados y lo libraré del demonio;
pero el que persevere en menospreciarme, usaré de tal rigor y justicia con él, que los que le oyeren
temblarán, y los que lo experimenten dirán:
!Ay de nosotros, que hemos provocado lá ira al Señor de la majestad! Tú, pues, hija escogida, con
la cual hablo con mi espíritu, ámame con todo tu corazón, no con el amor que amas a tus hijos, ni
con el que amaste a tus padres, sino con un amor superior a todos esos, de suerte que me ames
más que a cuantas cosas hay en el mundo; porque Yo, tu Señor y Creador, todos mis miembros
quise que fueran atormentados por ti, y de tal manera lo haria otra vez, si fuera posible. Imita y
sigue mi humildad, que siendo rey de la gloria y de los ángeles, quise ser cubierto con vestiduras
viles para que se burlasen de mí; desnudo estaba y atado a una columna, y no hubo mofa ni
blasfemia que mis oídos no oyesen.
Antepón siempre mi voluntad a la tuya, porque mi Madre y tu Señora toda la vida quiso lo que yo
quise. Si hicieres esto, tu corazón estará en el mío y lo abrasaré con mi amor, como se inflama y
abrasa del fuego un leño muy seco. De igual suerte yo llenaré el vacío de tu alma y estaré en ti de
tal manera, que te sean amargas todas las cosas temporales, y todos los deleites de la carne te sean
veneno. Descansarás en el brazo de mi Deidad, donde no hay deleite alguno de carne, sino que
todo es gozo de espíritu, porque el alma que esto goza está bañada dentro y fuera de esta alegría,
de tal modo, que no le da lugar a pensar ni desear otra cosa.
Por tanto, ámame a mí sólo, y tendrás todo lo que quisieres abundantísimamente. ¿Por ventura no
está escrito de aquella viuda que no le faltó aceite para su sustento, hasta que el Señor proveyó de
agua a la tierra, como lo había dicho el Profeta? Yo soy el verdadero Profeta: si creyeres mis
palabras e hicieres lo que te mando, no te faltarán aceite, gozo y alegría para siempre jamás.
Palabras de Jesucristo a santa Brigida sobre algunos misterios de nuestra santa fe.
REVELACIÓN 2
Yo soy el Creador del cielo y de la tierra, del mar y de todas cuantas cosas hay en ellos. Yo soy un
Dios con el Padre y con el Espíritu Santo, y no soy como los dioses de piedra o de oro que tenía la
ciega gentilidad, sino que el Padre, el Hijo y el Espirítu Santo son un mismo Dios, trino en
personas y uno en la sustancia y naturaleza, que crea todas las cosas y de ninguno es creado,
inmutable, omnipotente, sin principio ni fin. Yo soy el que nací de Madre Virgen, sin perder la
Divinidad y uniendo a ella la humanidad, para que en una misma persona fuese verdadero Hijo de
Dios é Hijo de la Virgen.
Yo soy el que fuí crucificado, muerto y sepultado, sin que recibiese daño mi Divinidad, porque
aun cuando fuí muerto según la carne y humanidad que yo sólo tomé, vivía según mi Divinidad,
por la cual, era un Dios con el Padre y con el Espíritu Santo.Yo soy el mismo que resucité y subí
al cielo, y ahora hablo contigo en espíritu. Te he escogido y tomado por esposa para mostrarte mis
secretos, porque así es mi voluntad. Tú también, por cierto derecho, te has hecho mía, cuando al
morir tu marido resignaste tu voluntad en mis manos, y cuando después de fallecido éste, pensaste
y rogaste cómo podrias ser pobre por mí, y quisiste dejarlo todo por mí:
por tanto, de derecho te hiciste mía, y convino que yo te correspondiese a tanta caridad. Por esto
te tomo por esposa y para mi propio beneplácito, el cual es conveniente que lo tenga Dios con un
alma casta. Debe, pues, la esposo hallarse preparada, de suerte que, cuando su esposa quisiera
celebrar las bodas, esté decentemente adornada y limpia. Tú estarás bien limpia, si tu pensamiento
está siempre fijo en tus pecados, en cómo con el bautismo te purifigué del pecado de Adán, y en
cuantas veces, habiendo tú caído en el pecado, te sufrí y te levanté. Ha de tener también la esposa
en su pecho la divisa y señal de su esposo, y ésta será la memoria continua de las mercedes que te
he hecho, cuán noblemente te crié dándote alma y cuerpo, cuán noblemente te doté dándote salud
y bienes temporales, con cuánto cariño te rescaté muriendo por ti y te restituí la herencia que
habías perdido. Debe tambíen la esposa hacer la voluntad del esposo. ¿Cuál es mi voluntad sino
que me ames más que a todas las cosas, y que no ames otra cosa sino a mí sólo?
Crié todas las cosas por amor del hombre y lo hice Señor de ellas, y él me paga con amarlas a
ellas y aborrecerme a mi. A costa de mi sangre le compré la herencia del cielo que él había
perdido por su pecado, y con todo eso es el hombre tan ajeno de razón, que deja esta herencia que
le he ganado, siendo un bien perpetuo y una honra eterna, por una honra y bien transitorio, que es
como la espuma del mar, que en un momento crece y en un momento se deshace y vuelve en
nada. Y si tú, esposa mía, me amases sólo a mí, y por mí menospreciases todas las cosas, no sólo
los hijos y padres, sino tambíen las honras y riquezas, Yo te daré un don preciosísimo y
dulcísimo, que no será oro ni plata, sino que Yo mismo, que soy Rey de la gloria, me daré por tu
esposo y seré tu premio; y si acaso te avergonzases de ser pobre y menospreciada, pon los ojos en
mí que soy tu Dios, que padecí esa pobreza y menosprecio antes que tú; pues me desampararon mis
siervos y amigos en la tierra, porque no buscaba Yo amigos con resabios de la tierra, sino del
cielo. Y si por ventura temes los trabajos y las enfermedades, considera cuánto mayor trabajo
sería arder en los infiernos.
¿Qué merecerías, asi como me has ofendido a mí, lo hubieras hecho a cualquier señor temporal?
Aunque yo te amo de todo corazón, sin embargo, no hago cosa alguna en contra de la justicia; y
así como me ofendiste con todos los miembros de tu cuerpo, en todos habías de pagar la pena de
tu culpa. Pero porque has tenido propósito y voluntad de enmendarte, uso de misericordia contigo,
y por muy pequeña enmienda te quito grandes castigos. Por tanto, abraza de buena gana un poco
de trabajo, para que se te dé gran premio; que la esposa conviene que padezca trabajos si su
esposo los padecío, para que merezca gozar de los regalos y quietud de su amado.
Jesucristo exhorta al alma a su amor y se queja de la ingratitud de los pecadores.
REVELACIÓN 3
Yo soy tu Dios y Señor a quien tú veneras. Yo soy el que conservo y sustento el cielo y la tierra,
sin que tengan estribos ni columnas en que sustentarse. Yo soy el que cada día bajo la apariencia
de pan soy sacrificado en el altar, Dios y hombre verdadero, y yo mismo soy el que te he
escogido. Honra a mi Padre, ámame a mí, obedece al Espíritu Santo, ten a mi Madre por tu
Señora, venera a todos los Santos; guarda la fe que te enseñará tu maestro, que con mi ayuda,
habiendo experimentado el espíritu de falsedad y el de la verdad, salió vencedor; ten verdadera
humildad, la cual consiste en que te tengas y manifiestes ser quien eres, y des a Dios la gloria por
los bienes y benéficios que te hace.
Pero en estos miserables tiempos muchos me aborrecen, y mis palabras y obras las tienen por
dolor y vanidad, y al demonio aman y abrazan. No hacen cosa por mí que no sea con tristeza y
amargura, y aun mi nombre no lo confiesan. Pero aman al mundo con tantas veras, que no se
cansan de servirle noche y día y andan siempre afanosos por el amor de las cosas mundanas. Mas
el servicio que esos tales me hacen, es para mí tan grato, como si uno ofreciera dinerso a su
enemigo, para que diera la muerte a su propio hijo.
Así proceden estos amadores del mundo: porque dan una pequeñisima limosna, y me honran sólo
con sus labios para que les sucedan prósperamente las cosas del mundo, y de este modo
perseveran en su honra y en su pecado, y con esto se le ahoga el buen espíritu, y nunca dan paso
en el bien ni en la virtud. Por tanto, si tú te determinases a amarme con todo tu corazón, y no
deseases otra cosa sino a mí, yo seré cual piedra imán que con mi amor te atraeré a mí; y te servirá
mi brazo de almohada y defensa, y es tan fuerte, que cuando está plegado no hay quien lo
extienda, y cuando está extendido no hay quien lo doble; tan dulce y suave, que sobrepuja las
cosas aromáticas, y no tiene comparación con él todos los deleites del mundo.
El Señor da testimonio de estas revelaciones.
REVELACIÓN 4
Yo soy tu Creador y Redentor. ¿Qué causa hay para que temas algo de mis palabras? ¿Y por qué
pensaste de qué espíritu procederían, si del bueno o del malo? ¿Has hallado en mis palabras algo
que tu conciencia reclamara y viera que no debia hacerse? ¿Por ventura te he mandado algo contra
la razón? A lo cual respondió la esposa: No, por cierto, Señor; sino que todas vuestras palabras
son verdaderas: yo confieso mi error. Y dijo el Espíritu; Yo te he mandado tres cosas, de las
cuales pudieras haber conocido ser bueno el espíritu que te habla.
Te mandé que honrases a tu Dios que te hizo y dió todas las cosas que tienes, y esto mismo te
enseña la razón, que lo honres más que a todas las cosas. Te mandé que tuvieses una fe firme y
recta, la cual consiste en creer que nada se ha hecho ni puede hacerse sin Dios, y te mandé que
usases con moderación y continencia de todas las cosas, porque fueron hechas para que el hombre
se aprovechase de ellas en lo necesario.
También de este modo, por las tres cosas contrarias a ellas, has de conocer el espíritu malo. El te
ensañará que busques honra para ti, y te ensorberbezcas con los dones que te han dado; él te
persuadirá que no tengas la fe verdadera, y que no uses con moderación y templanza de tus
sentidos y de todas las demás cosas, y para conseguir eso, inflama tu corazón, y muchas veces
engaña bajo la apariencia de bien. Por eso te he mandado que examines bien tu conciencia y que
la manifiestes a hombres sabios y de vida espiritual.
Por tanto, no dudes que está contigo el espíritu bueno de Dios, cuando no deseares otra cosa que
al mismo Dios, y te inflamares con ese deseo; porque Yo sólo puedo causar este fervor, y
teniéndolo tú, el diablo no podrá llegar a ti, ni tampoco hombre alguno por malo que sea, si Yo no
le doy licencia para ello, o se lo permita por los pecados del tal hombre, o por mis juicios ocultos,
que aunque malo y pecador, es criatura mía como todas las demás, y yo lo crié bueno, pero él con
su malicia se hizo malo, y por tanto soy Señor sobre él.
Jesucristo habla de los trabajos de su Iglesia, y dice que los ruegos de Maria santisima y de los
Santos la renovarán en sus virtudes.
REVELACIÓN 5
Yo soy el Creador de todas las cosas, el Rey de la gloria y Señor de los ángeles, que hice en forma
de un hermoso y noble escuadrón o ejército, y en cuya gloria puse también a mis escogidos. Mis
enemigos han minado mi campo, y de tal manera han prevalecido contra mis amigos, que me los
han arrojado y puesto en un callejón sin salida: les quiebran los dientes a pedradas y los matan de
hambre, y a su capitán y Señor, que soy Yo, lo persiguen. Mis queridos gimen y piden ayuda, mi
justicia pide venganza, pero mi misericordia invoca el perdón.
Y vuelto Jesucristo a su celestial ejército, que estaba presente, les dice: ¿Qué os parece a vosotros
que se haga con esos que minaron mi campo? Y respondieron todos a una voz: Señor, en Vos está la
justicia en su punto; todas las cosas vemos en ti: tú eres sin principio ni fin, Hijo del verdadero
Dios; a ti está encomendado el derecho de juzgar a todos; tu eres juez de ellos; hágase según tu
voluntad. Y respondióles Jesucristo: Aunque es verdad que todas las cosas veis y sabéis en Mí, sin
embargo, quiero que por amor a esta mi Esposa deis vuestra sentencia justa.
Y dijeron: Señor, esta es nuestra sentencia y paracer; que los que minaron los muros de vuestro
ejército, sean castigados como ladrones; y los que perseveraren en su malicia, sean castigados
como salteadores; que libertéis a los cautivos y deis de comer a los hambrientos. Y la Virgen
María, Madre de Dios, que hasta entonces había callado, dijo: Señor mío é Hijo carísimo, que
estuviste como Dios y hombre verdadero en mis entrañas, y siendo yo un vaso de tierra me
santificaste, yo te suplico que no se ejecute por ahora esa sentencia, sino que tengas misericordia
de tus enemigos, siquiera por esta sola vez.
Respondió Jesucristo a su Madre: Bendita sea tal palabra que de tu boca ha salido: ella, como un
olor muy suave, ha subido a la presencia de mi Divinidad. Tú eres, Madre mía, la alegría de los
ángeles y de los hombres, y su Señora y Reina, y con tu palabra has consolado mi Divinidad y
alegrado a los santos. Por tanto, y porque desde tu niñez conformaste tu voluntad con la mía, hágase
lo que pides. Y vuelto Jesucristo a su escuadrón, les dijo:
Porque habéis peleado varonilmente y por vuestro amor, quiero usar de mansedumbre.
Reedificaré el muro, y a los maltratados y afligidos los libraré, y por las injurias que han recibido,
los honraré cien veces más, y a los que han hecho este daño en mi ejército, si pidiesen
misericordia, usaré con ellos de ella, y haré paces con ellos; pero los que menospreciasen este
partido, sentirán el rigor de mi justicia. Después dijo a Brígida: Yo te he escogido por mi esposa y
te tengo dentro de mi alma; oyes mis palabras y las de mis santos, que aunque ven en Mí todas las
cosas, con todo eso hablan para que tú lo entiendas, porque tú estás en esa vida mortal, y así no
puedes ver en mí lo que ven estas almas bienaventuradas. Pero atiende a la significación de lo que
has oído. Aquel noble ejército real que viste, es la santa Iglesia que edifiqué con mi sangre y con la
de mis santos, y con mucha caridad junté y puse en ella a mis escogidos y amigos.
El fundamento de esta Iglesia es creer que soy justo juez y misericordioso; pero este fundamento
le han derribado y han aportillado el muro, porque todos dicen que soy misericordioso, y casi
ninguno cree que soy juez que juzgo justamente. Me tienen por mal juez, como lo sería el que de
misericordia soltase y diese por libres a los culpados, para que afligiesen más a los inocentes. Pero
se engañan, porque aunque misericordioso soy justo juez, de tal manera, que ni aun el más
mínimo pecado dejaré sin castigo, ni el más pequeño bien sin remuneración. Por esta mina y
portillo que hicieron en el muro, han entrado en la Iglesia todos aquellos que sin temor alguno me
ofenden, y con esto afirman que no soy juez justo; y de tal manera maltratan a mis amigos, que los
sujetan en cepos como si fueran malhechores.
Para mis amigos no hay día bueno, ni consuelo alguno; todo es afligirlos como si fueran unos
malvados. Si hablan la verdad que de mí han aprendido, se la reprueban y les dicen que son
engañadores y mentiroses; desean hablar y oir lo que es justo y recto, pero, ni hay quien se lo oiga
ni quien se lo diga. Y lo peor es, que siendo Yo el Señor absoluto y Creador de todas las cosas,
soy blasfemado, pues dicen los malos: No sabemos si hay Dios, y aunque lo haya, nada nos
importa. Echan por los suelos mi bandera, y la pisan diciendo:
¿Por qué padecío Jesucristo muerte? ¿Que nos aprovecha a nosotros? Haga lo que nosotros
queremos, que eso nos basta, y no queremos su reino: téngaselo y gócelo él. Deseo hallar entrada
en el alma de estos tales, y ellos dicen: Antes moriremos que dejemos de hacer nuestra voluntad.
Ves aquí, querida esposa, cuáles son los pecadores. Yo los hice con sola una palabra, y con sola
otra pudiera destruir tanto a ellos como a su soberbia. Pero por los ruegos de mi Madre y de todos
los santos, los consiento y sufro y los quiero convidar con la paz. Si la admitiesen, los perdonaré;
y si no, los castigaré con rigor en presencia de los ángeles y de los hombres, como a ladrones
públicos, y todos dirán que es justo el castigo que se les da.
Y como a los ahorcados, que después de muertos y hechos cuartos los ponen por los caminos y
vienen los cuervos y los pican y comen, así estos serán comidos de los demonios, mas nunca serán
consumidos. Y como los que están metidos de pies en un cepo no hallan allí descanso ni sosiego,
así estarán ellos cercados de dolor y de congoja. Un río de fuego entrará por su boca, y aun
quedará en ellos vacío para nuevos y mayores castigos cada día. Pero mis queridos y amigos serán
salvos y se consolarán con las palabras que salen de mis labios, y verán mi justicia y misericordia.
Los armaré con el arnés fuerte de mi amor y caridad, y de tal manera quedarán vigorosos, que
postrarán en el suelo a los blasfemos y malos, como si fueran un poco de estiercol, y quedarán
estos corridos y avergonzados, experimentando mi justicia, porque abusaron de mi paciencia.
Cuanto los pecadores se alejan de Dios, y cómo el Señor les envia sus amigos para que los
conviertan.
REVELACIÓN 6
Mis enemigos son como unas ferocísimas bestias que nunca se hartan ni están quietos. Su corazón
se halla tan vacío de toda caridad, que jamás entra en él un pensamiento que se refiera a mi
Pasión, ni me dieron gracias una vez tan sola, diciendo de todo corazón: Alabámoste, Señor,
porque nos redimísteis con vuestra acerba Pasión y muerte. ¿Cómo puede estar mi espíritu con
estos tales que no me aman ni se acuerdan de mí, y para cumplir su voluntad, hacen mil traiciones
a los más amigos? Tienen un corazón lleno de viles gusanos, esto es, de deseos mundanales. El
demonio ha hecho la boca de estos, como el muladar de su basura, y por eso no gustan de mis
palabras.
Pero, guárdense de mi castigo, que tengo de hacerlos aserrar; porque así como no hay género de
muerte más cruel que el de la sierra, así no ha de haber género de tormento que no ejecute el
demonio en ellos; y los serrará por medio, y los apartaré lejos de mí como cosa que tanto
aborrezco, y no sólo a ellos sino a todos los pecadores, sus allegados. Envío, por tanto, a mis
queridos y amigos, para que den noticia de los engaños del demonio, enemigo mío, y como
valientes soldados peleen contra ellos; pues los que afligen su carne y se abstienen de pecar, son
mis soldados.
Su lanza será las palabras que salen de mis labios, su espada será la fe, y en su pecho estará la
coraza de la caridad en relación con el amor que cada cual me tiene; traen al lado el escudo de la
paciencia para sufrir valerosamente con ella todo lo adverso; como oro purísimo he guardado en
un precioso vaso a estos mis queridos, y ahora quiero que salgan y den muestra de sí y de mi
verdad. Yo, según lo he justamente ordenado y decretado, no podía entrar con mi humanidad en la
majestad de mi gloria, sin haber pasado los trabajos y sufrido las tribulaciones.
¿Cómo, pues, será posible que entren ellos? Si su Señor sufrió azotes, ¿qué mucho que ellos
sufran palabras? No tienen que temer, porque yo nunca los desamparo; pues así como no es
posible que el diablo toque ni divida el corazón de Dios, del mismo modo no lo es que el demonio
los aparte de mí; y si alguna vez los dejo padecer, es para su mayor gloria, porque son como oro
purísimo que los purifica el fuego de la tribulación.
Maria Exhorta a santa Brigida a que una siempre las alabanzas de la Señora a las de su divino
Hijo.
REVELACIÓN 7
Yo soy la Reina del cielo, y véote angustiada y solícita de cómo me has de alabar. Ten por muy
cierto, que las ala banzas de mi Hijo son mías propias, y el que a El no lo venera, tampoco me
venera a mí; porque de tal manera él me ama a mí y yo a él, como si tuviéramos un mismo
corazón. Y aun siendo yo un vaso de tierra me honró tanto, que me ensalzó sobre todos los
ángeles. Por tanto, me has de honrar y alabar con las sigulentes palabras que se refieren también a
mí: Bendito seáis, Señor Dios, Creador de todas las cosas, que os dignasteis y tuvisteis por bien
bajar a las entrañas de María Virgen.
Bendito seáis, Señor Dios, que sin serle molesto ni penoso quisisteis habitar en el vientre virginal
de María, y tomar en él carne limpia, pura y sin pecado. Bendito seáis, Dios mío, que vinisteis a
las entrañas de María con gran gozo de su alma y de todos sus miembros, y con el mismo goza
nacisteis de ella, sin rastro de pecado ni corrupción. Bendito seáis, Dios mío, por las continuas
consolaciones con que visitasteis a vuestra Madre, la Virgen María, después de vuestra ascensión
a los cielos, y con vuestra vista la alegrasteis. Bendito seáis, Señor y Dios mío, pues subisteis al
cielo en cuerpo y alma a vuestra Madre la Virgen María, y la honrasteis y pusisteis junto a vuestra
divinidad, sobre todos los coros de los ángeles. Tened misericordia de mí, Dios mío, por sus
ruegos é intercesión.
Cuánto Jesús ama a María; de su Asunción en cuerpo y alma; del maternal agrado conque
asiste a los que invocan su Nombre y cómo cada uno tenemos un ángel bueno y un ángel
malo.
REVELACIÓN 8
Yo soy Reina y Señora del cielo. Ama a mi Hijo, porque es honestísimo, y si lo tuvieres a él,
tendrás cuanta honestidad puedas desear. Es digno de ser amado y deseado, y cuando a él lo
tuvieses, tendrás todo lo bueno y amable. Amalo porque es virtuosísimo, y si lo tuvieses a él,
tendrás todas las virtudes. Yo te quiero decir cuán dulcemente amó mi cuerpo y mi alma, y cuánto
honró mi nombre. Mi querido hijo primero me amó a mí, que yo le amase a él, porque él es mi
Creador. El hizo que el matrimonio de mis padres fuese tan casto, que por entonces no hubo
ninguno que le igualase; y cuando el ángel les anunció que habían de engendrar una Virgen, de la
cual había de nacer la salud del mundo, más quisieran morir, que permitir en sí movimiento
alguno carnal; porque todo placer sensual estaba muerto en ellos.
Después de haberse formado mi cuerpo en el vientre de mi madre, infundió Dios en él el alma
creada por su Divinidad, y en el mismo momento fué santificada juntamente con el cuerpo, y los
ángeles la velaban y guardaban día y noche. Cuando fué santificada mi alma y unida al cuerpo,
recibió mi madre tal gozo y alegría, que es imposible decirlo. Después, acabado el curso de mi
vida, mi Hijo recibió primeramente mi alma, que era la señora del cuerpo, y la ensalzó más que a
todas las criaturas, colocándola junto a su Divinidad, y después sublimó mi cuerpo, de tal manera,
que no existe cuerpo alguno tan cercano a Dios como lo está el mio. Ahí tienes cuánto mi querido
Hijo amó mi alma y mi cuerpo. Mas hay algunos que con maligno espíritu niegan mi asunción en
cuerpo y alma a los cielos; otros lo dicen porque no saben más. Pero la verdad ciertísima es que
mi cuerpo y mi alma fueron llevados hasta el trono de la Divinidad. Y para que sepas cuánto mi
Hijo honró mi nombre, que es María, como se dice en el Evangelio, atiende a lo que te digo.
Cuando los ángeles oyen este mi nombre de María, se alegran y dan gracias a Dios, que en mí y
por mí obró tal maravilla, como es ver la humanidad de mi Hijo glorificada con su Divinidad. Los
que están en el purgatorio, reciben tanto gozo, refrigerio y alegría con mi nombre, como suele
recibir un enfermo, cuando le dan buenas esperanzas de su salud, y le dicen cosas que lo alegren y
animen. Los ángeles buenos al oir mi nombre se aproximan más a los justos, cuyos ayos y
custodios son, y se alegran de su aprovechamiento espiritual, porque todos los hombres tienen su
ángel bueno que le guarda, y otro malo para que lo pruebe y ejercite. Y no por hacer este oficio
los ángeles buenos se apartan de Dios, sino que están constantemente en su presencia, y con todo
eso inflaman e incitan las almas para obrar el bien.
Todos los demonios temen mi nombre, y al oirlo dejan al alma, aunque la tengan en sus uñas, del
mismo modo que el ave de rapiña que cebada en su presa, con pico y uñas la deshace, al oir algún
ruido la deja y huye, y pasado el ruido se vuelve a su presa; así los demonios, espantados con el
sonido de mi nombre dejan el alma que oprimen; mas si no se enmienda, luego se vuelven a ella
como una velocísima saeta. Tampoco existe persona alguna, por fría que esté en el amor de Dios, a
menos que sea condenado, que si invocare mi nombre con intención de no volver a caer en los
pecados pasados, no se aparte luego el diablo de ella y nunca más vuelva, si no tornare a consentir
en pecado mortal: y si bien es verdad, que algunas veces se le da lugar a que lo inquiete, no es
para que lo posea, sino para mayor gloria del hombre.
Interesante compendio de la vida de la Virgen María, y tristísima narración de la Pasión de su
divino Hijo.
REVELACIÓN 9
Yo soy la Reina del cielo y Madre de Dios. Enseñándote el adorno y compostura que has de tener y
la joya que has de llevar en tu pecho, quiero mostrarte otras cosas que yo hice desde que conocí a
Dios, cuidadosa y solícita de mi salvación y de la guarda de su ley. Después que supe y estuve bien
informada de que Dios era mi Creador y Juez de todas mis obras, lo amé cordialmente, y a cada
momento pensaba en Él, y temía ofenderle por obra o por palabra. Después, habiendo yo oído que
Dios había obrado, propuse firmemente no amar otra cosa que a Él, y todas las cosas del mundo me
eran amargas como la hiel.
Después de esto, cuando oí que el mismo Dios había de redimir el mundo y que había de nacer de
una virgen, de tal manera lo amé, que no pensaba sino en Dios, ni quería otra cosa que a Él. Me
aparté, en lo posible, de la conversación y presencia de mis padres y personas allegadas, y todo
cuanto tuve se lo di a los pobres, no guardando para mí sino una moderada comida y vestido. No
hubo cosa que me agradase sino solo Dios. Siempre desié vivir hasta que este soberano Señor
naciese, por si acaso tenía yo tan buena suerte, que mereciese ser criada y sierva de la Madre de
Dios.
Hice voto de guardar virginidad, con tal que fuese la voluntad de Dios, y de no poseer nada en
este mundo; pero que si Dios quisiera otra cosa no se hiciese mi voluntad sino la suya, porque
creía que lo podía todo, y que no querría sino lo que para mí fuese más útil y provechoso; de este
modo le entregué toda mi voluntad. Llegado el tiempo en que, según la ley, las vírgines eran
presentadas en el templo del Señor, fuí yo entre ellas, por obedecer a mis padres, pensando en mi
ánimo, que para Dios no habia nada imposible, que el Señor sabía bien mi deseo, que era sólo
quererle a Él, y que podía guardar mi virginidad, si le agradase, pero si no, que se haría su
voluntad.
Oí todas las cosas que se nos enseñaron y mandaron en el templo, y vuelta a casa, me inflamé en
mayor amor de Dios, y cada día se aumentaban..en en mí nuevas llamas y deseos de su amor. Por
eso me aparté de todos aun más de lo que solía, y estuve sola muchos días y noches, con temor de
que ni mi boca hablase, ni mis oídos oyesen alguna cosa que fuera contra mi Dios, y que mis ojos
no viesen cosa en que se deleitasen; y aun en el silencio tuve temor y congoja por si acaso callaba lo
que debiera decir.
Padeciendo estas turbaciones a solas en mi corazón, puse toda mi esperanza en Dios; y luego se
me ofreció a la mente su gran poder, cómo le sirven los ángeles y todas las criaturas; qué gloria es
la suya tan inefable, tan eterna y sin fin. Maravillándome de todo esto, vi tres cosas admirables. Vi
una estrella, pero no como las que resplandecen en el cielo; vi una luz, pero no como la que
alumbra al mundo; percibí un olor, pero no como el de las plantas ni demás olores de la tierra, sino
mucho más suave, tanto, que no se puede declarar, del cual fuí toda llena, y me extasiaba de gozo.
En seguida oí una voz que no parecía de labios humanos, y al llegar a mis oídos temí mucho,
creyendo sería alguna ilusión, mas al punto se me apareció el ángel de Dios, al modo de un
hombre muy hermoso, aunque no vestido de carne mortal, y me dijo: Dios te salve, llena de
gracia, etc. Al oirlo me maravillé de lo que podía significar, y por qué el angel profería semejante
saludo. Conocíame y me creía indigna, no sólo para una cosa tal, sino para nada bueno; pero
siempre con fe viva de que podía Dios hacer en mí lo que quisiese, y que nada le era imposible.
Entonces habló el ángel segunda vez y me dijo: Lo que nacerá de ti es santo, y será llamado Hijo
de Dios, y se hará como a Él más le agradare. Con todo esto aún no me tenía por digna de tal
merced, y así no pregunté al ángel por qué o cuando se haría esto, sino que indagué cómo había de
suceder; puesto que yo soy indigna de ser la Madre de Dios, y además no conozco varón. Y
respondióme el ángel: A Dios nada le es imposible, sino que se hará todo lo que él quisiere que se
haga. Al oir estas palabras del ángel tuve fervientísimo deseo de ser la Madre de Dios, y mi alma
enamorada de Dios le decía: Vedme aquí, Señor, hágase en mí vuestra voluntad.
Y al pronunciar yo estas palabras, en el mismo instante fué concebido en mis entrañas, con
extraordinario gozo y alegría de alma y cuerpo, mi Hijo santísimo. Todo el tiempo que le tuve en
mis entrañas, anduve sin molestia, ni sentír pesadez alguna, y como sabía que era Omnipotente el
que traía en mi seno, humillábame en todas las cosas. Cuando di a luz el que venía a ser la luz del
mundo, fué sin dolor ni pena alguna, a la manera que lo concebí, y con tanta alegría de alma y
cuerpo, que a causa del excesivo gozo no sentían mis pies la tierra que pisaban; saltando mi alma
con inefable júbilo, quedando mi ser sin lesión ni daño de mi virginidad.
Al verlo y contemplar su mucha hermosura, se inundó mi alma de contento, aun sabiendo que era
indigna de tal Hijo. Mas cuando consideraba en sus manos y pies los sitios por donde habían de
penetrar los clavos, según lo habían predicho los profetas, mis ojos se llenaban de lágrimas y mi
corazón casi se partía de tristeza. Mas cuando mi Hijo veía mis ojos anegados en lágrimas, se
entristecía de muerte, y yo tornaba a considerar el poder de su Divinidad, consolándome al saber
que él lo quería y que convenía así.
De este modo sujeté mi voluntad a la suya y siempre mi alegría estaba mezclada de dolor.
Llegado el tiempo de la Pasión de mi Hijo, sus enemigos lo prendieron, dándole golpes en el
cuello y mejillas, y escupiéndole se mofaron de él. Hiciéronle desnudar de sus vestiduras, y
además, que pusiera sus manos en una columna, atándoselas sin misericordia, y hallándose de esta
suerte, desnudo por completo, padeció aquella vergüenza de su desnudez. Huyeron sus amigos, y
sus enemigos lo cercaron, y comenzaron a azotar su purísimo y santísimo cuerpo.
Al primer azote, yo, que en espíritu estaba la más cerca, caí en tierra como muerta, y tornando en
mí, vi su cuerpo azotado y llagado hasta las costillas que se veían por las heridas, y lo que todavía
era más cruel, cuando se levantaban hacia atrás las cuerdas, llevaban tras sí los pedazos de su
carne, y se la dejaban surcada y como si estuviera arada. Cuando estaba de esta suerte mi Hijo todo
bañado en sangre y despedazado, sin haber en todo su cuerpo cosa sana, ni donde se pudiera dar un
azote, un hombre riñó a los verdugos con enojo, diciéndoles: ¿Por ventura queréis matar a este
hombre antes que lo juzguen? Y al punto le cortó las ligaduras que le sujetaban.
Una vez libre las manos, mi Hijo se vistió como pudo y vi el lugar donde estaban sus piés, todo
lleno de sangre, y por la que dejaban las huellas de mi Hijo, sabía yo sus pasos, porque al andar,
dejaba la tierra empapada en ella. No le dieron espacio para que se vistiese, sino con gran prisa y a
empellones, lo llevaron como a un ladrón, limpiándose él la sangre que tenía en los ojos. Después
de haberlo sentenciado, pusiéronle sobre los hombros la cruz, y habiéndola llevado un poco,
tomósela otro para ayudarle. Caminando entre tanto mi Hijo al lugar donde había de morir, unos
le daban golpes en el cuello, otros en la cara, con tanta fuerza y vehemencia, que aunque yo no lo
veía, oía claramente el sonido de los golpes. Llegando yo con él al lugar de su Pasión, vi todos los
instrumentos con que le habían de dar muerte.
Así que estuvo allí mi Hijo, desnudóse él mismo de sus vestiduras, y decian los verdugos: Estas
vestiduras son nuestras, que no se las ha de tornar a poner, porque está condenando a muerte. Y
estando mi querido Hijo desnudo por completo, dióle uno de los que allí se hallaban, un paño con
que cubrir parte de su desnudez, lo cual hizo con mucho contento. Después, los crueles ministros
le cogieron y tendieron en la cruz, clavando la mano derecha en el agujero que para el clavo
estaba hecho, y atravesando la mano por la parte en que los huesos están más unidos; después,
atando sogas a la muñeca de la otra mano, estiraron y clavaron de la misma manera. Clavaron
luego el pie derecho y sobre él el izquierdo con dos clavos, de tal modo que todos sus nervios y
venas se extendieron y desgarraron. Pusiéronle la corona de espinas en su reverenda cabeza, y
apretáronsela de tal suerte, que con la sangre que salía, se llenaron sus ojos, se obstruyeron sus
oídos, y toda su barba quedó afeada con la misma sangre que por ella corría.
Cuando mi Hijo se hallaba de esta manera lleno de sangre y clavado en la cruz, doliéndose de mí,
que estaba sollozando junto a él, fijó los ojos llenos de sangre en Juan mi sobrino, y encomendóle
que tuviese cuidado de mirar por mí. A esta sazón oí a unos que decían que mi Hijo era ladrón, otros
que era un mentiroso, y otros que no había hombre más digno de muerte que El; y con esto se
renovaba mi dolor. Pero como ya he dicho, al primer golpe que dieron en el clavo con que lo
clavaron, caí como muerta; obscureciéronse mis ojos, manos y pies temblaban, y a causa de tanto
dolor, no pude mirarlo hasta que lo acabaron de clavar. Púseme en pie, y vi a mi Hijo colgado de la
cruz como si fuera un miserable, y yo, afligida con tal agonía, apenas me podía tener en pie. Cuando
mi Hijo me vió junta con sus amigos llorando inconsolablemente, clamó a su Padre con voz llorosa
y alta, diciendo: Padre, ¿por qué me has desamparado?
Como si dijera: No hay quien tenga misericordia de mí sino en vos, Padre mío. Entonces se le
pusieron los ojos medio muertos, las mejillas hundidas y el semblante fúnebre, la boca abierta y la
lengua llena de sangre, el vientre estaba pegado a las espaldas, como si en medio no tuviera
entrañas. Todo el cuerpo lo tenía amarillo y lánguido, por la mucha sangre que había derramado;
los pies y manos yertos y extendidos en la misma cruz, adaptándose a la forma y manera de ella;
el cabello y barba todo rociado en sangre. Y aunque su cuerpo estaba tan maltratado y llagado,
sólo su corazón se mantenía vigoroso, porque era de una naturaleza excelente y robustísima, pues
de mi carne tomó un cuerpo muy puro y perfectamente complexionado. Tenía el cutis tan tierno y
delicado, que por pequeño que fuese el golpe que se diera. Al punto salía sangre, y esta sangre era
tan delicada, que se veía por su cutis como por un cristal.
Y como mi Hijo era de tan fuerte complexión y naturaleza, luchaba la vida con la muerte en su
lacerado cuerpo; porque unas veces subía el dolor desde los miembros y destrozados nervios,
hasta el corazón, que era robustísimo e incorrupto, y lo molestaba con increíble dolor y tormento;
y otras veces el dolor del corazón bajaba a los lacerados miembros, y así se prolongaba su amarga
muerte. Asediado por tamaños dolores, vió llorosos a sus amigos, los cuales más hubieran querido
padecer aquella pena en sí, mediante su auxilio, y aun arder para siempre en el infierno, que verlo
padecer a él de tal manera. Este dolor de mi Hijo, a causa del dolor de sus amigos, excedió a toda
la amargura y tribulación que sufrío tanto en el cuerpo como en el corazón, porque los amaba muy
tiernamente.
Entonces con la demasiada congoja de su cuerpo, clamó al Padre de parte de su humanidad,
diciendo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Cuando yo, su afligidísima Madre, le oí
esta voz, temblaron todos mis miembros con amargo dolor de mi corazón, y todas cuantas veces
pensaba después en ella, sonaba como de nuevo en mis oídos. Acercándose ya la hora de su
muerte, rompíasele el corazón con la violencia de los dolores; todos sus miembros temblaban; la
cabeza, alzándose un poco, se tornaba a caer; la boca estaba abierta; la lengua bañada toda en
sangre. Sus manos se encogieron de donde habían sido clavadas, y los pies sustentaban más el
peso de su cuerpo. Sus dedos y brazos se extendían, en cierto modo, y las espaldas hacían gran
fuerza en la cruz. Hallándose en este estado, dijeron: Maria, ya es muerto tu Hijo.
Y otros me decían: Murió, pero él resucitará. Después que todos se hubieron marchado, vino uno
que clavó una lanza en el costado de mi Hijo, con tanto vigor, que casi salió por el lado opuesto
del costado, y al sacar la lanza, quedó el hierro teñido en sangre roja. Paracíame entonces que mi
corazón había sido atravesado, según había visto que lo fué el de mi carísimo Hijo. Bajáronle de
la cruz y lo recibí en mi regazo, que no parecía sino un leproso, todo lívido y acardenalado;
porque los ojos estaban ya muertos y llenos de sangre, la boca fría como la nieve, la barba erizada,
la cara contraída, las manos y brazos tan descoyuntados, que no se podían tener sino poniéndolos
encima de su vientre.
De la manera que estuvo en la cruz lo tuve en mi regazo, como un hombre que le han dado
tormento en todo su cuerpo. Envolviéronlo después en una sábana limpia, y yo seque con mis
ropas de lino sus heridas y le limpié sus llagas, y le cerré los ojos y la boca, que en su muerte
habían quedado abiertos. Y por último, lo pusieron en el sepulcro. !Oh! !Cuán de buena gana me
hubiera yo enterrado allí viva con mi Hijo, si esta hubiera sido su voluntad! Concluido todo esto,
vino aquel bondadoso Juan, y me condujo a casa. Ves aquí, hija mía, cuánto padeció por ti mi
Hijo.
Revelación muy provechosa sobre la Pasión del Señor, y modo de imitarle en ella.
REVELACIÓN 10
Dijo el Hijo de Dios a su esposa: Yo soy Creador del cielo y de la tierra, y es mi verdadero cuerpo
el que se consagra en el altar. Amame de todo corazón, pues yo te he amado a ti tanto, que de muy
buena gana me entregué por ti a mis enemigos, y mi Madre y amigos quedaron en amarguísimo
dolor y llanto. Y aunque vi la lanza, los clavos, los azotes y demás instrumentos de mi Pasión, no
por eso me acobardé, sino que alegre me entregué a padecer, y a pesar de que mi cabeza estuviese
toda atormentada con las espinas de la corona, y la sangre corriese por todas partes; y aunque mis
enemigos hiriesen y despedazasen mi corazón, todavía padeceria más que todo esto antes que
carecer de ti.
Por tanto, eres muy ingrata, si después de tanta caridad no me pagares con gran amor; y para
hacerlo advierte que como ves mi cabeza llena de espinas e inclinada por ti en la cruz, así has de
humillar la tuya; y como ves mis ojos llenos de sangre y lágrimas, así has de apartar los tuyos de
todo cuanto te pueda deleitar; y como mis oídos llenos de sangre oían palabras injuriosas, así has
de apartar los tuyos de oir truhanerías ni vanidades; y porque mi boca fué ahelada y avinagrada, la
tuya estará cerrada para el mal y abierta para el bien; y porque mis manos fueron extendidas y
atravesadas con los clavos, por eso tus obras, que se representan por las manos, deben extenderse
a los pobres y a cumplir mis preceptos. Tus pies, esto es, los afectos con que debes venir a mí,
deben ser crucificados, absteniéndose de todo deleite, para que así como yo padecí en todos mis
miembros, de igual suerte todos los tuyos se empleen en mi servicio; porque dándote yo más
gracias que a los otros, quiero que me sirvas más que ellos.
Jesucristo enseña a santa Brigida cómo debe orar, y le describe tres clases de hombres que le
sirven en este mundo.
REVELACIÓN 11
Yo soy tu Dios, que siendo verdadero Dios y verdadero hombre en una persona, fuí crucificado, y
cada día estoy en las manos de los sacerdotes. Todas cuantas veces me hicieses oración la
acabarás diciendo que se haga mi voluntad y no la tuya; porque cuando ruegas por los
condenados, no te oigo, ni cuando pides lo que es contra tu salvación. Y así, conviene que
subordines tu voluntad a la mía, porque sé y alcanzo todas las cosas y te daré lo que te conviene.
Hay muchos que hacen oración, mas no con intención recta, y así no merecen ser oídos; porque te
hago saber que hay tres clases diferentes de personas que me sirven. Los primeros, son los que
creen que soy Dios, dador de todas las cosas y omnipotente.
Estos me sirven porque les de haciendas y honras, pero las cosas del cielo no las aprecian nada y a
cambio de tener lo que en este mundo desean, perderían con gusto el cielo. A estos tales todo les
sucede próspero en el mundo según desean, y de esta suerte perdiendo los bienes eternos, les
renumero en bienes temporales todo lo bueno que hicieron por mí, pagandoles hasta el último
cuadrante y hasta el último punto. Hay otros que creen que soy Dios omnipotente y Juez riguroso,
y estos me sirven de puro miedo de la pena, pero no por amor que tengan a la gloria y si no fuera
por el temor que tienen, estos tales no me servirían.
Hay otros, en cambio, que creen que soy Creador de todas las cosas y verdadero Dios, justo y
misericordioso; y estos me sirven, no por miedo de la pena, sino por amor y caridad, y querrían
pasar y sufrir penas infinitas, si les fuera posible, más bien que ofenderme una sola vez. Estos
merecen ser oídos en sus oraciones, porque siempre conforman su voluntad con la mía. Los
primeros tendrán un eterno castigo, y no verán mi rostro; los segundos, aunque no tendrán tan
gran castigo, no verán mi cara, si no enmendaren aquel puro temor, y exclusivo de otro mejor
motivo, con la penitencia.
Ve la Santa a un bienaventurado rogar por una pecadora, y cómo por Maria santísima se
convirtió.
REVELACIÓN 12
Oyó santa Brígida que un bienaventurado le decía a Dios: Señor, ¿por qué el alma de esta mujer
redimida por vuestra sangre ha de ser maltratada y hollada por el demonio? Al punto respondió el
enemigo: Porque de derecho es mía. Y díjole nuestro Señor: ¿ Qué derecho tienes sobre ella? Y
contestóle el demonio: Dos caminos hay: uno para el cielo y otro para el infierno. Pensando ella
en estos dos caminos, le decían su conciencia y la razón que escogiera el del cielo; y como tuvo
libre la voluntad de elegir el camino que quisiese, le pareció serle más útil inclinarse a la realización
del pecado, y entonces comenzó a andar por mi camino.
Engañela después con tres vicios, a saber: gula, codicia y lujuria, y así estoy ahora de asiento en
su vientre y en su naturaleza, y la tengo asida con cinco manos. Con una le cierro los ojos para
que no vea las cosas espirituales; con la otra le ato las manos para que no pueda obrar bien; con la
tercera le encadeno los pies para que no dé paso bueno; con la cuarta le ciego el entendimiento
para que no se avergüence de pecar, y con la quinta le tengo su corazón para que no se arrepienta
ni se duela de sus pecados. Entonces le dijo nuestra Señora a su Hijo:
Hijo, manda a ese enemigo que diga la verdad de lo que yo le preguntaré. Y respondióle
Jesucristo: Tú eres mi Madre, tú eres la Reina del cielo, madre de misericordia, consuelo de los
que están en el purgatorio, alegría de los que peregrinan en el mundo, Señora de los ángeles y
muy estimada de Dios, tú eres también princesa y superior a los demonios; mándale, Madre mía, a
este demonio lo que quieras, que él te obedecerá. Entonces le dijo la santisíma Virgen al demonio:
Di, diablo, ¿qué intención tuvo esta mujer antes de entrar en el gremio de la Iglesia? Respondió el
demonio: Voluntad tuvo de abstenerse de pecar. Y le dijo la Virgen: Si la voluntad y deseo de
pecar que primero tuvo, la llevaba al infierno, el deseo segundo de dejar el pecado ¿adónde la ha
de llevar? Dijo el demonio contra su voluntad: Ese deseo es el camino para el cielo.
Entonces dijo la Virgen María: Si de justicia tenías derecho sobre ella por el deseo anterior para
desviarla del sendero de la Iglesia, ahora tambíen es justicia que por este otro deseo sea vuelta a
encaminar a la Iglesia. Y ahora quiero hacerte otra pregunta: Dime, ¿qué deseo tiene ahora en este
instante y en qué está fija su conciencia? Respondió el demonio: Tiene en la mente contrición de sus
pecados; llora mucho; propone no volver a pecar y quiere enmendarse cuanto pueda. Entonces le
preguntó la Virgen al diablo: Dime, ¿estos tres pecados lujuria, gula y avaricia pueden estar en un
mismo corazón juntamente con estas tres virtudes: contricíon, llanto y propósito de la enmienda?
Respondió el demonio: No por cierto. Pues si no pueden estar, dijo la Virgen, esos tres vicios en
un corazón juntamente con esas tres virtudes, ¿cuáles será más razón que salgan, los vicios o las
virtudes? Los pecados y vicios han de salir, dijo el demonio. Entonces dijo la santisíma Virgen:
Luego le está cerrado el camino del infierno y abierto el del cielo. Entonces le preguntó además la
Virgen al diablo: Dime, si un ladrón está á las puertas de la esposa quieriéndola maltratar, ¿qué
hará en este caso el esposo? Respondió el diablo: Si el esposo es honrado y valeroso, debe
defenderla aun a riesgo de su vida. Enseguida le Dijo la Virgen: Tú eres un malicioso ladrón, y el
alma es la esposa de mi Hijo, porque la redimió con su propia sangre. Tú la corrompiste y la
arrebataste con violencia. Por consiguiente, puesto que mi Hijo es el esposo del alma, y al mismo
tiempo Señor tuyo, retírate de su presencia.
Declaración
Esta mujer fué una ramera que después de convertida, se quiso volver a sus pecados, porque el
demonio la maltrataba día y noche, de tal manera, que se le aparecía por momentos, y en
presencia de muchos la maltrataba y sacaba de la cama. Viendo esto santa Brígida, dijo al
demonio en presencia de muchas personas fidedignas: Márchate, diablo, que bastante has
maltratado a esta criatura de Dios. A estas palabras la mujer puso sus ojos en la tierra por espacio
de media hora, y levantándolos dijo: He visto al diablo salir por la ventana en muy abominable
figura, y oí una voz que me dijo: ya estás libre, mujer. Y desde entonces cesaron sus malos
pensamientos, tuvo mucha paciencia, y acabó con una dichosa muerte.
Amenaza Jesucristo con terribles castigos a un pecador escandaloso, los que por no
convertirse cayeron sobre él.
REVELACIÓN 13
Yo soy Jesucristo, que hablo contigo, dijo el Señor a santa Brígida, y siendo verdadero Dios y
verdadero hombre, estuve en las entrañas de la Virgen; igual a mi Padre y siempre con El rigiendo
todas las cosas, aunque estaba con mi Madre. Advierte que ese pésimo enemigo mío es semejante
a tres cosas, a saber: al aguila, que excede en el vuelo a las demas aves; al cazador, que con su
reclamo llama a las aves para que queden presas en las varas de liga que tiene puestas, y a un
esgrimidor revoltoso, que es el primero en cualquier pendencia. Ese pecador es semejante al
águila, porque con su soberbia despedaza a todos los que prende con las uñas de su malicia, y no
quisiera que los demás fuesen más ni tanto como él.
Pero yo le cortaré las alas de su poder y de su soberbia, castigaré su malicia, y si no se enmendare,
lo meteré en una olla donde arda y sea atormentado para siempre. Es también semejante al
cazador, porque con la dulzura de sus palabras y promesas atrae a sí a los demás, y los que se
juntan con él van perdidos de tal suerte, que nunca pueden librarse. Y así el castigo que daré a este
pecador será, que las aves del infierno le sacarán los ojos, para que nunca vea mi gloria, sino las
tinieblas perpetuas del infierno; le cortarán las orejas y le taparán los oídos, para que no oiga mis
palabras. De pies a cabeza lo atormentarán, y por la dulzura de sus palabras le darán amargos
tormentos, que serán tantos, cuantos fueren los hombres que hubiera engañado. Aseméjase
también ese pecador a un pendenciero que todo lo quiere atropellar, y no creer a nadie con su
demasiada malicia; y así su castigo consistirá en que sea el primero en el tormento, y que cada día
se le aumente y renueve con un perpetuo dolor. Sin embargo, mientras viva, tiene abiertas las
puertas de mi misericordia.
Declaración
Fué este pecador un militar muy poderoso que aborrecía mucho a los eclesiásticos, diciéndoles
grandes baldones; y de él trata la revelación de este capítulo. Nuestro Señor Jesucristo añadió:
Soldado del mundo, pregunta a los sabios que aconteció al soberbio Amán, porque despreció a mi
pueblo, y verás que murió afrentosamente. Así también este soldado hace mofa de mí y de mis
amigos, y como el pueblo de Israel no lloró la muerte de Amán, de igual manera mis amigos no
llorarán la muerte de este, que será muy desdichada, si no se enmendare. Y sucedió así.
Suavísimo coloquio entre Jesús y Maria; consejos dados a santa Brigida, y cuántos han de
aprovechar sus revelaciones.
REVELACIÓN 14
Tu eres Rey de la gloria, dijo la Virgen a su Hijo Jesucristo, tú eres Hijo mío, Señor sobre todos
los Señores, tú creaste el cielo y la tierra, y todo lo que hay en ellos. Hágase, pues, todo cuanto
deseas, hágase toda tu voluntad. Respondióle Jesucristo: Proverbio antiguo es que lo que se
aprende en la juventud, no se olvida en la vejez. Así tú, Madre mía, como desde tan niña
aprendiste a hacer mi voluntad y dejar la tuya por mi amor, de ello no te olvidarás jamás, y por
eso, dices: Hágase tu voluntad. Eres, querida Madre, como el oro precioso, que se extiende y
machaca sobre el duro yunque, porque tú eres afligida en toda las tribulaciones, y la que más
padecías en mi Pasión; pues cuando por la vehemencia del dolor mi corazón se partía en la cruz,
el tuyo era herido interiormente como con un agudo cuchillo, y de buena gana hubieras querido
que te se despedazase, si esta hubiera sido mi voluntad.
Y aunque hubieses podido estorbar mi Pasión y salvar mi vida, hubieras preferido conformarte
con lo que yo quería, y así has dicho bien: Hágase tu voluntad.
Y vuelta la Virgen a santa Brigida, le dijo: Esposa de mi Hijo, ama a mi Hijo, pues él te ama;
honra a sus Santos, que están en su presencia. Son estos innumerables como las estrellas, y su luz
y esplendor no tiene comparación con ninguna luz material, pues como la luz del sol difiere de las
tinieblas, de la misma suerte, y aún mucho más, difiere la luz de los Santos de la luz del sol. Ten
por muy cierto que si los Santos pudieran ser vistos con su luz y claridad, no hubieran ojos que la
pudieran sufrir, sino que quedarian ciegos.
Luego dijo Jesucristo a la Santa: Esposa mía, conviene que tengas cuatro cosas, a saber: en primer
lugar, has de estar preparada para las bodas de mi Divinidad, en las cuales no ha de haber resabio de
carne sino un suavísimo deleite espiritual, cual conviene que Dios tenga con el alma casta, de
manera que ni amor de hijos ni de padres, ni de bienes temporales te quite de mi amor, porque no te
suceda lo que aquellas vírgenes necias, que estaban desapercibidas cuando el Señor las quiso llamar
a las bodas y así fueron excluídas. Lo segundo que has de tener, es dar crédito a lo que yo te dijere.
Yo soy la misma verdad, y de mis labios nunca sale sino la verdad, ni nadie puede encontrar en
mis palabras otra cosa que la verdad; porque unas veces se han de entender mis palabras
espiritualmente, y otras como ellas suenan, y entonces no hay que interpretarlas; porque siempre
son verdaderas y nadie puede argüirme de mentira. Lo tercero, has de ser obediente, y ninguna
parte de tu cuerpo ha de quedar sin castigo de lo que pecó, porque aunque soy misericordioso
también soy justiciero. Por tanto has de obedecer a tus superiores con humildad y alegría, de tal
suerte que no hagas nada contra la obediencia, aunque sea buena, y seguir la de tu superior, por
obediencia, a no ser que sea contra la salvación del alma, o contra la razón natural. Lo cuarto, has
de ser humilde, porque estás ligada en matrimonio espiritual: debes, pues, ser humilde y muy
recatada al llegar tu esposo.
Tu esclava ha de tener moderación y refrenarse; esto es, tu cuerpo ha de ser abstinente y bien
regido, y con esto a muchos les serás de provecho espiritual; porque como se ingiere una púa en
un tronco, y con ella comienza el tronco a florecer, así tú has de florecer y fructificar con mi
gracia, que será tanta, que te embriagará, y con ella darás particular contento a todos los
cortesanos del cielo. No desconfíes de mi bondad, porque como Zacarias e Isabel recibieron
interiormente inefable gozo con la promesa que el ángel les hizo del hijo que habían de tener, así
tú te regocijarás, y otros muchos, de la gracia y merced que quiero hacerte.
A Zacarías y a Isabel les habló un ángel, pero a ti háblote yo, que soy Señor y Creador de los
ángeles y tuyo. Ellos me dieron un hijo, que fué mi especial amigo Juan, y tú quiero que me des
muchos hijos, no carnales, sino espirituales. En verdad, te digo, que san Juan era como una caña
llena de dulzura y de miel, porque en su boca no entró nunca palabra vana ni torpe, ni tomó más
de lo muy necesario para la vida, y por esto y por otras cosas bien puede llamarse ángel y virgen.
La Virgen María consuela dulcemente a Santa Brígida en sus penas; utilidad de éstas y
ventajas de la predicación.
REVELACIÓN 15
Tu eres esposa de mi Hijo, dice la Virgen a la Santa, y así con seguridad puedes manifestar tus
deseos y decir tu petición. Bien sabéis vos, Señora, mis deseos, le dijo la Santa, pues nada se os
esconde. Aunque eso es así, dijo nuestra Señora, con todo, quiero saberlo de tu boca para que lo
oigan los que están presentes. Dos cosas temo, dijo santa Brígida, y me dan pena: la primera es
que ni lloro ni enmiendo mis pecados como quisiera; y la segunda es, ver tantos enemigos como
tiene vuestro Hijo. Para el primer mal de tus temores, dijo nuestra Señora, te quiero dar tres
remedios:
lo primero, considera que todos los animales, aunque no viven para siempre, sino que su alma
muere y acaba con el cuerpo, con todo padecen sus incomodidades y molestias, y tu alma ha de
vivir para siempre; y así no se te harán tan penosos esos temores ni trabajos. Lo segundo,
considera la misericordia de Dios que es tan grande, que no hay pecador por grande que sea, que
no halle en él misericordia y perdón de sus pecados, si la pide con dolor de ellos y propósito de
enmendarse. Lo tercero, considera cuán grande es la gloria de un alma que con Dios y en Dios
vive para siempre. Para lo segundo que te da pena, ver tantos enemigos de Dios, te quiero dar
otros tres remedios: Lo primero, considera que Dios, criador tuyo y suyo, es el juez que los ha de
juzgar, y aunque por algún tiempo tolere sus maldades, nunca ellos serán los que le juzguen a Él.
Lo segundo, considera cuán grave cosa les será arder para siempre en el infierno, y que son
réprobos, si no se convierten, y que han de carecer de la herencia de Dios que se da a los justos.
Pero me dirás: ¿Pues para qué se les ha de predicar a estos tales? Advierte que muchos de los
pecadores han de venir a ser buenos, porque los predestinados é hijos adoptivos de Dios algunas
veces pecan y se apartan del bien, como aquel hijo pródigo que se fué a tierras extrañas y vivió
mal; y éstos se convierten por la predicación, y son admitidos a mayor gracia y amistad con Dios
que antes tenían. Por eso no se les ha de dejar de amonestar a los pecadores; pues aunque el
predicador vea que casi todos son malos, considere que quizá entre estos hay algunos que han de
ser hijos queridos de Dios; y así, buen premio le espera al tal predicador.
Lo tercero, considerarás que los malos viven para ejercitar y dar en qué merecer a los buenos, para
que tengan paciencia del mal tratamiento que les hacen, y reciban el premio de lo que les dan a
merecer. Pues así como una rosa bella, delicada y olorosa no crece ni se cría sino entre espinas
feas, ásperas y sin ningún buen olor, así también los justos, mansos, apacibles y de buenas
costumbres, no pueden ser ejercitados y probados sino entre los malos. Muchas veces también las
espinas defienden la rosa para que no la corten sin sazón; así los malos son causa algunas veces de
que los buenos no pequen, y otras de que no se distraigan y se den a contentos desordenados.
Igualmente verás esto en el vino que no se conserva en su estado generoso y agradable, sino en las
mismas heces; y de esa manera los justos, para conservarse en la paciencia y demás virtudes y
aprovechar en ellas, han de necesitar las tribulaciones y persecuciones que se les ofrecen con los
malos. Por tanto, has de sufrir de buena gana a los enemigos de mi Hijo, y considera que él es su
juez, y que si fuese justicia que los destruyera a todos, bien podría hacerlo en un momento: luego
toléralos tú, cuando él los tolera.
Declaración
Apareciósele a santa Brígida san Lorenzo y le dijo: Yo, mientras viví en el mundo, procuré tener
tres cosas: continencia y templanza en mi cuerpo, misericordia con mi prójimo y amor a Dios; por
lo cual prediqué con fervor la palabra de Dios, fuí fiel distribuidor de los bienes de la Iglesia, y sufrí
azotes, fuego y muerte con alegría.
Palabras del Padre Eterno en presencia de toda la Corte celestial, quejándose de la opresión y
calamidades espirituales que padece la Iglesia.
REVELACIÓN 16
Oyéndolo todo el ejército del cielo, hablaba el Eterno Padre, y decía: Me quejo delante de
vosotros de que desposé mi Hija con un hombre que la trata muy mal, y le sujeta los pies en un
cepo, hasta que se le secan y quedan estenuados. Respondió el Hijo: Esa es, Padre mío, la que yo
redimí con mi sangre, y la recibí por esposa, pero ahora tratan de arrebatármela violentamente.
Enseguida dijo la santísima Virgen: Vos, Padre Eterno, sois mi Dios y mi Señor, y traje en mis
entrañas a vuestro bendito Hijo, que es verdadero Hijo vuestro y verdadero Hijo mío. Mientras
viví en el mundo hice vuestra voluntad; hacedme merced de apiadaros de vuestra hija.
Después decían los ángeles: Vos sois nuestro bien, y no necesitamos otro que a vos. Cuando nació
vuestra hija la Iglesia, todos nos alegramos, y ahora con razón podríamos entristecernos porque la
vemos en manos de quien tan vil y afrentosamente la trata. Compadeceos de ella por vuestra gran
misericordia, pues es mucha su miseria, y no hay quien la consuele ni la libre, sino vos, Señor
Dios omipotente. Entonces le respondió el Padre al Hijo: Tu queja es la mía, tus palabras y obras
son propias mías. Tú estás en mí, y yo en ti inseparablemente; hágase tu voluntad. A la Virgen
nuestra Señora le dijo: Porque nada me negaste en la tierra, nada tampoco te negaré en el cielo, y
se llevará a cabo tu voluntad. También les dijo a los ángeles: Vosotros sois mis amigos; y en mi
corazón arde la llama de vuestra caridad. Por vuestros ruegos tendré misericordia de mi hija.
Palabras del Creador a santa Brígida, revelándole por qué su justicia y su misericordia sufren
y dan tantas largas al pecador, enemigo de Dios.
REVELACIÓN 17
Yo soy el Creador del cielo y de la tierra. Y porque tú, esposa mía, extrañas lo sufrido que soy con
los malos, te digo que es porque soy misericordioso, y por tres causas los sufre mi justicia.
Súfrelos, en primer lugar, porque no les ha llegado su tiempo; así un rey justo a quien le
preguntan por qué detiene tanto a ciertos encarcelados y no los manda ahorcar, responde que
quiere que a todos conste la culpa, antes de hacer justicia. De este modo, sufro yo también a los
malos, hasta que llegue su tiempo, y conste a todos su malicia.
Por ventura, ¿no anuncié muy anticipadamente la reprobación de Saúl, antes que llegara a
conocimiento de los hombres, y lo sufrí muchos días, hasta que todos supiesen su maldad? En
segundo lugar, súfrolos porque aun siendo malos, han hecho algunas buenas obras, y se las quiero
pagar hasta el último cuadrante, sin quedar nada que no se pague en esta vida. Los sufro, en tercer
lugar, porque se manifeste la honra y paciencia de Dios; y por esto sufrí a Pilatos, a Herodes y a
Judas, aunque estuvieran condenados; y pues sufrí a éstos, no hay que maravillarse por qué sufra a
los demás. Esta misericordia mía también se apidada de los malos, por tres razones.
La primera, por mi infinita caridad, pues es muy larga la pena eterna, y así, por mi mucha caridad,
los sufro hasta el último extremo, para que su pena empiece lo más tarde posible. En segundo
lugar, dilato el castigo para que se les vaya consumiendo el verdor y fuerza de la naturaleza, y con
esa flaqueza sienten menos el trance de la muerte. Cuando el hombre muere en su mocedad, le es
mucho más amarga y penosa esta hora suprema. La tercera razón del por qué demoro el castigo
es, porque se aprovechen los buenos, y algunos de los malos se conviertan; pues cuando afligen a
los buenos, les labran la corona aumentando sus merecimientos, o les hacen que no pequen,
refrenándolos con los trabajos en que los ponen.
También los malos suelen servir de provecho a otros iguales a ellos, pues muchos se convierten
con la caida de estos tales; porque entran consigo en cuenta y dicen: De qué nos sirve seguir sus
pisadas? Siendo tan sufrido el Señor, mejor es convertirse. Y suelen volver a mí, atemorizados
con el horror de los pecados que ven en los otros, pues su conciencia les está diciendo que no
hagan semejantes maldades. Suele decirse, que cuando alguno es mordido por un escorpión, se
cura si le untan la mordedura con aceite en donde se haya frito otro escorpión, así el malo, viendo
la perdición de otro, se componga, y la pena y castigo del otro, es causa de su salud.
Alabanzas dadas a Dios omnipotente por los coros celestiales, contestación del Señor, y quejas
que tiene su Majestad del hombre.
REVELACIÓN 18
Todos los ángeles, oyéndolos santa Brígida, comenzaron a alabar a Dios diciendo: Désete todo
honor y alabanza, Señor Dios nuestro, que eres fuerte y has de ser para siempre sin fin. Nosotros
somos tus siervos y te honramos: lo primero, porque nos creaste, para que contigo nos gozásemos;
y nos diste una luz que no se puede declarar, para que siempre estuviésemos alegres; lo segundo,
porque con tu suma bondad y firmeza criastes todas las cosas, y todas se mantienen, están a tu
volundad y permanecen en tu palabra: lo tercero, te alabamos porque creastes al hombre, y por él
encarnastes, de lo cual nos resulta grande alegría, y de ver a tu castísima Madre, que mereció traer
en su vientre al que los cielos no pueden contener ni abarcar.
Por tanto, loada sea tu gloria, y bendición sobre todas las cosas te sea dada a causa de la dignidad
angélica, a que con tanto honor nos sublimaste; loada sea tu perpetua eternidad y estabilidad sobre
todas las cosas que hay y puede haber estables; loada sea tu caridad por el hombre que criastes. Tú
solo, Señor, eres digno de ser temido por vuestro infinito poder: tú solo eres digno de ser deseado
por tu infinita caridad: tú solo digno de ser amado por tu estabilidad. Désete, pues, alabanza sin
fin y continuamente por los siglos de los siglos. Amén.
Entonces respondió el Señor a sus ángeles y les dijo: Vosotros me ensalzáis por todas las
criaturas, pero decidme: ¿por qué me alabáis por el hombre, cuando éste me ha provocado a ira
más que todas las criaturas? Pues lo crié más excelente que todas las demás criaturas inferiores,
por ninguna he padecido tantas ignominias como por él, ni a ninguna he redimido tan a mi costa
como al hombre, y en cambio de esto ¿qué criatura no mantiene su puesto, a no ser el hombre?
Pero él me es más molesto que todas las demás. Porque como os crié a vosotros para que me
alabaseis y ensalzaseis, también hice al hombre para que me honrase. Dile un cuerpo que le
sirviese de templo espiritual, y puse en él un alma hermosa, casi como un ángel, porque el alma
del hombre tiene casi la virtud y fortaleza angélica; en el cual templo estaba yo, su Dios y
Criador, para que el hombre gozase y se deleitase conmigo. Le hice también de su propia costilla
otro templo semejante a éste.
Todo este honor menospreció el hombre, cuando dió gusto al diablo y deseaba mayor honor del que
yo le había dado. Consumada la desobediencia, vino sobre ellos un ángel, y se avergonzaron de
estar desnudos; sintieron la concupiscencia de la carne, y padecieron hambre y sed. Carecieron
también de mi, que mientras me tuvieron consigo, no sintieron hambre, ni desnudez, ni deleite
carnal, porque yo solo les era todó el deleite, dulzura y bien que ellos podían desear.
Y viéndose ufano el demonio de haberlos hecho caer, movido yo a compasión, no los abandoné,
sino que tuve con ellos tres suertes de misericordia; porque los vesti, les di el pan de la tierra, y en
cuanto a la lujuria que el diablo había sembrado en ellos por la desobediencia, puse otra semilla más
poderosa en sus almas, que fué mi gracia, y cuanto el demonio les sugirió para el mal, todo se
lo convertí en bien, para que les fuese de provecho. Mostréles, después, la manera de vivir y de
servirme, y les permití que se unieran, porque llenos de temor, antes de mi indicación y permiso,
de todo se recelaban. Igualmente después de haber sido muerto Abel, como lo llorasen mucho
tiempo y guardaran abstinencia, movido yo a compasión, los consolé, y volvieron a tener hijos, de
cuya descendencia, yo, el mismo Criador de ellos, les prometí que había de nacer.
Y viendo cuán desenfrenadamente pecaban los hijos de Adán y cuánto crecía su malicia, los
castigué y mostré mi justicia con los pecadores; pero con los justos y escogidos usé de
misericordias y ensalcélos, porque guardaron mis mandamientos y creyeron mis promesas.
Acercándose el tiempo en que había de usar de mi gran misericordia, envié a Moisés, y con él
obré grandes maravillas, porque libré mi pueblo como se lo tenía prometido; sustentelo con maná,
los guié en su camino por el desierto con una columna de fuego que también les servía de nube
para defensa del sol, diles ley y Profetas que les dijesen mis secretos y cosas que habían de
suceder.
Después de haber hecho todo esto, siendo yo el mismo Creador, escogí una Vírgen engendrada de
padre y madre, y tomé carne de sus entrañas, y nací de ella sin pecado; porque así como los hijos
que nacieran de Adán si éste no hubiera pecado, hubieran sido concebidos sin deleite de pecado,
engendrados por sólo el amor divino y con el amor recíproco de sus padres, así también quise yo
nacer de madre Virgen, aunque de un modo más perfectísimo, esto es, sin junta de varón, y sin
mancilla de la virginidad de mi madre.
Hecho ya hombre y quedándome verdadero Dios, cumplí la ley y todas las escrituras, según de mí
estaba profetizado. Di una ley nueva, porque la antigua era áspera y dura, y solamente figura de lo
que había de sucederla después. En la ley antigua lícito era a los hombres tener muchas mujeres,
porque no les faltasen hijos o no se unisesen con los gentiles; pero en la ley nueva mando que el
marido tenga una sola mujer, y viviendo ella no puede tener otra. Por tanto, los que por amor
divino con temor y reverencia se juntan en matrimonio por sólo tener hijos, son un templo
espiritual en el que habito yo de muy buena gana.
Pero los hombres de estos tiempos, se casan por siete razones. Lo primero, por el atractivo
natural; lo segundo, por las riquezas; lo tercero, por la sensualidad; lo cuarto, para tener reuniones
y festines; lo quinto, para engalanarse y aderezarse con soberbia; lo sexto, para tener hijos y
sucesores a quienes dar su hacienda y linaje, mas no para criarlos para Dios ni en las buenas
costumbres, y lo septimo, para seguir sus apetitos desordenados.
Estos vienen a casarse a mi Iglesia con un pensamiento bien contrario a mi voluntad, sin
importarles nada de mí, con tal de cumplir con el mundo; pues si ellos se casaran conforme a mi
voluntad, poniendo la suya en mis manos con humildad y temor, yo me holgara de sus bodas y
hahitara con ellos. Pero en vez de poner mi amor en su corazón, han puesto la lujuria, y así no
están casados con mi bendición y beneplácito.
Desde la puerta de la iglesia van al altar, donde se les dice que han de ser un mismo corazón y una
misma alma; pero entonces huye de ellos mi corazón, porque no perciben el sabor de mi carne, ni
tienen el calor de mi corazón, sino un calor de poca dura, y un sabor de carne asquerosa que ha de
ser sustento de gusanos. Y así estos tales, se vienen a juntar sin el vínculo y unión de Dios Padre,
sin la caridad del Hijo y sin los consuelos del Espíritu Santo. Con todo, si se convirtiesen, tendrían
abiertas las puertas de mi misericordia. Y aun por mi mucha caridad envió un alma a lo que ellos
engendran, criada por mi poder, y a veces concedo que de malos padres nazcan buenos hijos,
aunque lo ordinario es, que los malos padres tengan malos hijos, porque siguen en cuanto pueden
las pisadas y pecados de sus padres, y hasta se aventajarían a ellos en ser malos, si yo se lo
permitiera.
Tal matrimonio no verá nunca mi rostro, a no ser que se arrepintiese; porque no hay ningún
pecado tan grave que no se borre con la penitencia.
Paso ahora a hablarte del matrimonio espiritual, cual corresponde que Dios contraiga con un
cuerpo casto y con un alma casta. En él otros siete bienes, contrarios a los siete males anteriores;
porque primeramente, en éste no se busca forma alguna o hermosura corporal, ni ver cosas
agradables, sino solamente el amor y vista de Dios; segundo, no se buscan riquezas ni
superfluidades, sino un mediano pasar; tercero, se evitan las palabras ociosas y chocarreras;
cuarto, no tienen empeño en ver amigos ni parientes, sino yo solo soy su amor y deseo; quinto,
desean y buscan la humildad interiormente en la conciencia, y exteriormente en el vestido; sexto,
tienen firme propósito de ser siempre puros y castos; séptimo, engendran para Dios hijos é hijas
con su buena conversación y buen ejemplo, y con la predicación de las palabras espirituales.
Estos que se casan espiritualmente conmigo, se presentan a las puertas de mi Iglesia cuando
guardan inviolablemente su fe, en la que prometen ser míos y yo de ellos. Llegan a mi altar y se
deleitan espiritualmente con mi cuerpo y con mi sangre, y están resueltos a ser un corazón, una
carne y de una misma voluntad conmigo; y yo, verdadero Dios y hombre, poderoso en el cielo y
en la tierra, soy gustoso en habitar con ellos, y en llenar su corazón.
Aquellos que por lujuria se casaron, son peores que jumentos, pues su principio y fin es la lujuria.
Pero estos otros que espiritualmente se juntan conmigo, su principio y fin es amarme, temerme,
obedecerme y agradarme en todo. A aquellos los incita el espíritu maligno a deleites de carne
hedionda; pero a estos mi espíritu los incita a un amor y caridad mía fervorosa, que nunca les
faltará.
Yo soy Dios uno, trino en personas, uno en sustancia con el Padre y con el Espíritu Santo; y como
es imposible que el Padre se aparte del Hijo, ni el Espíritu Santo del Padre ni del Hijo, y como es
imposible que el calor se aparte del fuego, así también es imposible que éstos, que espiritualmente
se han desposado conmigo, se aparten de mí, porque estoy siempre con ellos; y como mi cuerpo fué
una vez muerto y no lo puede ser ya más, así estos nunca morirán para mí, pues ellos con fe recta y
pura, y con voluntad perfecta y resignada se han incorporado a mí, y ora estén sentados, ora anden,
siempre estoy con ellos.
Modo de consolar a María santísima en los dolores de la Pasión de su Hijo Jesús, y algunos
pormenores de la misma.
REVELACIÓN 19
Quiero, hija, enseñarte, dice la Virgen a santa Brígida, lo que es el mundo con una comparación de
una danza, en la cual hallarás tres cosas: alegría vana, voces confusas y trabajo superfluo. Y si
alguno, lleno de tristeza y melancolía, entra en la casa donde hay este regocijo y danza, al verlo su
amigo, deja la danza y va a consolarlo, sintiendo su tristeza. Esta danza y confusión representa el
mundo, que siempre anda en continua solicitud y cuidado, y a los necios les parece una verdadera
alegría.
Hay en el mundo tres cosas: alegría vana, palabras chocarreras y trabajo inútil; porque todo
aquello por cuanto el hombre trabaja y se afana, lo deja en pos de sí, nada lleva consigo. Por tanto,
el que anda de este modo en el mundo, debería considerar, que cuando yo estaba en él, no tuve
alegría ni día bueno, sino que todo fué dolor y tristeza, y condoliéndose de mí, podría imitarme
apartándose del mundo. Porque en la muerte de mi Hijo tenía el corazón como atravesado con
cinco lanzas. La primera era la vergonzosa y afrentosa desnudez que padeció en la columna mi
Hijo carísimo y poderosísimo, sin tener nada con que cubrirse.
La segunda lanza era las acusaciones que le hacían, diciendo que era un traidor, mentiroso y
revoltoso, cuando yo sabía que era justo y verdadero, y que a nadie ofendió ni quiso ofender. La
tercera lanza fué para mí la corona de espinas que hirió tan cruelmente su santísima cabeza, que la
sangre que de ella corría le bañaba la boca, la barba y los oídos. La cuarta era la lamentable voz
que dió en la cruz, con la que clamó a su Padre, diciendo: Padre, ¿por qué me has abandonado?
Como si dijese: Padre, no hay quien se compadezca de mí sino tú. La quinta lanza que atravesaba
mi corazón, era su muerte tan cruelísima; porque mi corazón estaba traspasado por tantas lanzas
cuantas eran las venas, que abiertas, dejaban correr su preciosísima sangre.
Fueron horadadas las venas de sus manos y pies, y el dolor de los nervios traspasados subía
inconsolablemente al corazón, y de aquí volvía a los nervios; y como su corazón era muy fuerte y
de exquisita complexión, porque estaba formado de excelente naturaleza, luchaban entre sí la vida
y la muerte, y entre estos dolores se alargaba la vida con mayores ansias.
Llegada la hora de la muerte, rompíasele el corazón por el insufrible dolor, y al punto
estremeciéronsele todos sus miembros, y la cabeza que se reclinaba en la espalda, la levantó un
poco; los ojos, que los tenía medio cerrados, los abrió algo más; abrió también la boca, y dejó ver
la lengua llena de sangre; los dedos y los brazos, que los tenía encogidos, se le extendieron; y al
expirar, inclinó la cabeza sobre el pecho, las manos se le desgarraron un poco más, y los pies
sustentaron todo el peso del cuerpo.
En el mismo instante mis manos quedaron como si las hubieran cortado; mis ojos se obscurecieron;
mi rostro palideció como el de un difunto; mis oídos no podían oir nada; mis
labios no pudieron articular una sola palabra, entorpeciéronse mis pies y perdí los sentidos.
Levantéme, y viendo a mi Hijo más llagado que un leproso, resigné en él toda mi voluntad,
porque sabía que todo aquello había sido por voluntadsuya, y si él no quisiera, nadie hubiera
podido ofenderle: dábale gracias por todo, y mezclábase con mi tristeza cierta alegría, porque veía
al que nunca pecó, que había querido, por tan grande caridad, sufrir todo aquello por los
pecadores. Por consiguiente, todos cuantos están en el mundo consideren y tengan siempre a su
vista, cómo me hallaba yo en la muerte de mi Hijo.
Terrible juicio y espantosa condenación de un alma.
REVELACIÓN 20
Vió una vez santa Brígida a Jesucristo enojado y que decía: Yo soy el que tiene su ser por sí
mismo sin principio y sin fin; en mí no hay mudanza ni pasan por mí días; siempre todo el tiempo
que ha habido y ha de haber en el mundo, es para mí una hora o un momento. Quien a mí me ve,
ve en mí todas las cosas y las entiende como en un punto. Mas porque tú, esposa mía, vives en ese
cuerpo mortal y no puedes percibir y conocer las cosas como si fueras puro espíritu, quiero que
sepas un acto de mi justicia.
Estando yo sentado en mi tribunal para juzgar, porque todo juicio me corresponde, vino uno que
había de ser juzgado, y mi Padre Eterno le dijo: ¡Ay de ti! más te valiera no haber nacido. No
porque a mi Padre le pesase de haberlo creado, sino mostrando dolerse de él. Yo le dije: Hombre,
derramé mi sangre por ti, no hubo pena ni amargura que no sufriese por ti, y tú no has querido
sufrir ninguna. El Espíritu Santo dijo: Yo he procurado hallar entrada en tu corazón y
reblandecerlo con el fuego de mi amor, pero lo tienes frío como el hielo y duro como una piedra,
y así no hay nada mío en ti.
Advierte, esposa mía, que estas tres voces, aunque fueron tres, no son de tres Dioses, sino que,
para que tú lo entiendas, es necesario decírtelo de este modo. Luego las tres voces a una dijeron:
No se te da el reino de los cielos. La Madre de misericordia calló, porque el reo no era digno de
que con él se usase, y todos los santos a una voz clama ban diciendo: Justicia divina es que sea
desterrado para siempre de tu reino y gozo eterno. Los que estaban en el purgatorio dijeron: Las
penas que aquí hay son muy pequeñas para castigar tus pecados; otras mayores te aguardan, y así
te verás apartado de nosotros. Luego el mismo reo dijo con un grito horrible: ¡Desdichada la
materia de que fuí formado en el vientre de mi madre!
Por segunda vez gritaba: Maldita sea la hora en que se reunió mi alma con mi cuerpo, y maldito
sea el que me dió cuerpo y alma. Por tercera vez gritaba: Maldita sea la hora en que salí vivo del
vientre de mi madre. Y luego oyó tres horribles voces del infierno que le dijeron: Ven con
nosotros, alma maldita, con la furia que va un río de metal; ven a la muerte perpetua, que es una
vida desventurada y sin fin. Segunda vez le dijeron: Ven, alma maldita, vacía de todo bien, a
participar de nuestra malicia; pues ninguno de nosotros dejará de darte parte de su maldad y
tormento. Por tercera vez le decían: Ven, alma maldita, pesada como las piedras que siempre se
van a lo hondo, sin encontrar nunca donde descansar; así tú bajarás a mayor profundidad que
nosotros, de manera que no has de parar hasta que llegues a lo profundo del abismo.
Y el Señor dijo a santa Brígida: Yo soy como un hombre que tiene muchas esposas, que al ver que
una de ellas le ha sido infiel, la deja, y vuelto a las otras que le son fieles, se alegra con ellas y les da
el parabién: así yo aparté de esta desventurada alma mi rostro y mi misericordia, me volví a mis
fieles siervos, y me huelgo con ellos. Por tanto, habiendo tú oído la caída y la desventura de éste,
sírveme por lo mismo con mayor sinceridad, porque he usado contigo de mayor
misericordia. Huye del mundo y de sus malos deseos. Por ventura, ¿admití yo una Pasión tan
acerba y amarga por la gloria del mundo o porque no pude consumarla más pronto y más
facilmente?
Muy bien pude hacerlo, pero la justicia divina así lo exigiá, y como en todos sus miembros el
hombre había de pecar, así yo tambien había de satisfacer padeciendo en todos los de mi cuerpo.
Por esto, compadeciéndose del hombre la Divinidad, amó tan entrañablemente a una Virgen, que
tomó de ella la humanidad, para que en esta misma humanidad satisfaciese a Dios toda la peña a
que el hombre estaba obligado. De consiguiente, si por caridad pagué yo tus penas, vive como mis
siervos en verdadera humildad, de modo que de nada te avergüences, ni temas sino a mí. Guarda
tu boca con la firme resolución de que no habías de hablar palabra, si no fuera esa mi voluntad; no
te entristezcan las cosas temporales que son caducas, pues yo puedo enriquecer o empobrecer a
los que quiera. Por tanto, esposa mía, pon en mí toda tu esperanza.
Preciosos consejos de María santísima, y cómo asiste a sus devotos en la hora de la muerte.
REVELACIÓN 21
Dos señoras hay en este mundo, le dice la Virgen a santa Brígida, la una no tiene nombre ni
merece tenerlo; la otra es la humildad, y a ésta le doy yo mi nombre, y se llama María. A la
primera la acompaña siempre el demonio, porque es a quien ella sirve, y el que de ella se
enamora, le dice: Señora, dispuesto estoy a hacer en todo vuestro gusto, con sólo que una vez
alcance vuestro amor: mirad que yo soy valiente, de corazón generoso, nada temo y estoy resuelto
a morir por vos. Pesponde la señora: Servidor mío, mucho es el amor que me tienes; pero yo
ocupo un sitio muy elevado, y no tengo sino un asiento, y entre nosotros dos median tres puertas.
La primera es tan estrecha, que no puede entrar por ella hombre alguno que no deje todo cuanto trae
en su cuerpo; la segunda es tan aguda, que penetra y corta hasta los nervios, y la tercera está tan
abrasada por un contínuo fuego, que todo el que por ella entra se derreite al punto como el bronce.
Yo estoy sentada en sitio muy alto, y el que deseare sentarse a mi lado, como no tengo sino un solo
asiento, caerá a un gran abismo debajo de mí. Responde él: Daré por vos mi vida, y nada me
importa lo demás.
Esta señora, dijo la Virgen, es la soberbia, a la cual sirven y se aficionan los hombres vanos, y por
gozar de ella pasan tres puertas. La primera es, que todo cuanto hacen es para que los hombres los
alaben y para ensoberbecerse; y si no tienen nada de que puedan ser alabados, cifran todo su
empeño en tratar de conseguirlo. La segunda puerta es, que todo su conato y fuerzas, todo su
pensamiento y desvelo se encamina solamente a ensoberbecerse, y si lo despedazasen, lo tendrían
por bien, a cambio de alcanzar honra y riquezas. La tercera puerta es, que nunca el soberbio se
aquieta, ni está sosegado, sino ardiendo como el fuego, hasta alcanzar la honra o categoria que
desea: pero después de haber conseguido lo que quiere, no puede permanecer mucho en el mismo
estado, y cae miserablemente. Mas con todo eso, la soberbia existe en el mundo.
La segunda señora, que es la humildad, soy yo misma, que me llamo María. Estoy sentada en muy
rica silla, y por encima de mí no hay sol, ni luna, ni estrellas, ni aun nubes, sino una claridad
serena, hermosa e inestimable, que procede de la extraordinaria hermosura de la Majestad de
Dios. Debajo de mí tampoco hay tierra ni piedras, sino el incomparable descanso en la virtud de
Dios.
A mi lado no hay muro o pared, sino el glorioso ejército de los ángeles y de las almas santas. Y
aunque estoy tan sublimada, oigo a mis devotos que están en la tierra clamando y gimiendo
diariamente por mí; veo sus trabajos y sus obras más aventajadas que las de los que sirven a la
soberbia. Por tanto, los visitaré y los colocaré conmigo en mi asiento, que es tan espacioso que
todos caben en él. Mas, todavía no pueden venir a sentarse a mi lado, porque hay entre ellos dos
muros, por los que con mi ayuda los pasaré para que lleguen a mí.
El primer muro es el mundo, el cual es estrecho y miserable, y por tanto consolaré en él a mis
siervos. El segundo muro es la muerte; pero, yo, su amantísima Señora y Madre, les saldré al
encuentro, para que hasta en la misma muerte reciban consolación y refrigerio; y los colocaré
conmigo en el asiento del gozo celestial, para que en los brazos del perpetuo amor y de la gloria
eterna descansen con inmenso gozo por eternidad de eternidades.
Ingratitud de los hombres para con Dios, y misericordia de Dios y de María santísima para
con ellos.
REVELACIÓN 22
Habla Jesucristo y dice: Yo soy Dios, que crié todas las cosas para utilidad del hombre, a fin de
que todas ellas le sirviesen y le dieran buen ejemplo. Más el hombre abusa para su daño de todo lo
que crié para su provecho, y además se cuida menos de Dios y lo ama menos que a la criatura.
Los judíos me dieron en mi Pasión tres géneros de tormentos. En primer lugar, me atormentaron
con azotes, con la corona de espinas y con la cruz; después con los clavos con que horadaron mis
manos y pies; y por último, con la hiel que me dieron a beber. Además, blasfemaban de mí
teniéndome por un fatuo a causa de la muerte que con gusto padecía, y me llamaban mentiroso en
la doctrina.
Tales son en el día muchos hombres, y pocos hay que me sirvan de consuelo; porque me
crucifican con el deseo que tienen de pecar; me azotan con sus impaciencias, porque ninguno
puede sufrir una palabra por mí; y me coronan de espinas con su soberbia, porque quieren ser más
que yo. Clavan mis manos y pies con el hierro de la pertinacia, porque se vanaglorian de pecar y
se obstinan en ello sin tenerme temor alguno. En lugar de la hiel me dan la tribulación, y en lugar
de la Pasión que acepté con gusto, me llaman mentiroso y fatuo.
Soy poderoso para sumergir por sus pecados a estos tales y a todo el mundo si así lo quisiera, y si
los sumergiese, los que quedaran, me servirían por temor; pero esto no sería justo, porque el
hombre debería servirme por amor. Si personalmente me hiciese yo visible a ellos, sus ojos no
podrían verme, ni sus oídos oirme. ¿Como es posible que el hombre mortal pudiera ver al
inmortal? Todavía moriría yo con gusto segunda vez por amor del hombre, si fuera posible.
Apareció entonces la Virgen María, a quien dijo Jesucristo: ¿Qué quieres, amantísima Madre?
Quiero, Hijo mío, que por tu caridad te compadezcas de tu criatura. Y Jesús le respondió: Por ti
otra vez usaré de misericordia. Prosiguiendo el Señor, le decía a santa Brígida: Yo soy Dios y
Señor de los ángeles. Yo soy Señor de la vida y de la muerte, y yo mismo quiero habitar en tu
corazón. Mira el sumo amor que te tengo. Cielos y tierra y todo cuanto hay en ellos, no pueden
abarcarme;
y a pesar de eso, quiero habitar en tu corazón, que solamente es un pedazo de carne. ¿A quién
podrás temer ni qué necesitar, teniendo dentro de ti al poderosísimo Dios, en quien está todo bien?
Y para que sepas cómo has de adornar tu corazón para que habite yo en él, advierte que ha de
tener tres cosas: lugar donde descansemos, sillas en que nos sentemos y luz con que nos
alumbremos. El lugar de quietud para descansar, equivale a que te tranquilices, respecto a los
malos pensamientos y deseos mundanales, y a que consideres siempre el gozo eterno. Las sillas
deben ser la voluntad de permanecer conmigo; pues es contra la virtud el estar siempre de pie; y
se dice que el hombre está siempre de pie, cuando tiene siempre la voluntad de estar con el
mundo, y nunca de sentarse conmigo. La luz o lumbrera debe ser la fe, con la cual creas que yo todo
lo puedo, y que soy omnipotente sobre todas las cosas.
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  • 2. Prólogo al lector Es cosa tan cierta el haber revelaciones hechas a personas particulares en nuestra santa Iglesia católica apostolica y romana, seria presuntuoso y temerario el que las negase; porque las revelaciones, locuciones interiores, visiones, y otras mercedes muy particulares que Dios hace a los suyos, no son otra cosa sino un familiar trato que su Majestad tiene con algunas almas, y en él les comunica sus secretos divinos de cosas que tocan a ellas mismas, o a otras personas; y tengo por muy cierto ser esto tan antiguo, cuanto lo es haber hombres en el mundo; porque en todos los siglos y en todas las edades ha tenido Dios desde el principo del mundo almas puras y santas, y asi lo confesamos en el Credo cuando decimos que creemos en la santa Iglesia, que no sólo se ha de entender que Dios en la ley de gracia tenga santos en su Iglesia católica, sino que desde la creación del mundo ha tenido Dios Iglesia y congregación de hombres, entre los cuales ha habido santos y amigos suyos. Y siendo esto asi, y por otra parte las buenas ganas de este Soberano Señor, que siempre tiene de hacer mercedes y comunicarse, pues dice son sus regocijos y deleites con los hijos de los hombres, no queda razón de dudar entre cuerdos y cristianos. Y si todas las revelaciones particulares, y que no pertenecen a la fe católica, han de ser tenidas por falsas, no tenemos para qué dar crédito a las vidas de los santos, que están escritas por muchos santos doctores, asi griegos como latinos, porque las más de ellas contienen revelaciones y regalos que nuestro Señor les hizo, como se ve en las vidas de los Santos Padres que escribió san Jerónimo, y en las que escribió san Gregorio, papa, en sus Diálogos. Y en comprobación de esta verdad, pudiera traerse una gran suma de revelaciones hechas a santos particulares, que se encuentran en sus vidas, como se ve en la vida de san Francisco, de san Angel, de san Alberto y santo Domingo, y otros infinitos; pero no es mi intento ponerme a probar esta verdad despacio; quien la quisiere ver bien probada, lea el capitulo primero del libro que el P. Francisco de Rivera, de la Compañia de Jesús, escribio sobre la vida de santa Teresa de Jesús, donde prosigue doctisimamente este argumento; y prueba que en todos tiempos ha habido revelaciones particulares, y las hay en la santa Iglesia católica cada dia, y las habrá. En comprobación de esta verdad, sólo quiero yo traer un testimonio que vale por mil, y es del angélico Doctor santo Tomás, y le siguen todos los Doctores y expositores, sin que nadie le contradiga, y dice: Por privilegio y merced particular se puede saber si un hombre está en gracia y amistad de Dios, porque su Majestad revela esto a algunas almas para que comiencen en esta vida a tener gozo y contento de su seguridad, y para que con más confianza y fuerzas ejerciten obras heroicas, y sufran los trabajos de esta vida. Donde notó un Doctor agudamente, que, no dice el glorioso santo, que Dios ha revelado, poniéndolo de pasado, sino dice que Dios revela, de presente, a algunos que están en su gracia; y si este secreto, que es de Dios, que dice el Eclesiástes en el cap. IX, que nadie sabe si es digno de que Dios le ame o le aborrezca, porque lo reservó para si, el mismo Dios; con todo eso lo revela a algunos amigos suyos, como lo dice santo Tomás, ¿Es que es mucho que les revele otras cosas? Y esta verdad confirma el santo Concilio Tridentino, ses. VI, can. 16, donde excomulga al que dijere que tiene certeza y sabe que ha de perseverar, y que tiene el don de la perseverancia, si no es que lo haya sabido por particular revelacion que Dios le haya hecho de ello; luego supone el Santo Concilio que hay estas revelaciones particulares. Y la misma pena puso Sixto V contra los astrólogos que dijesen las cosas por venir, a no ser que las sepan por revelación particular de Dios. Y no porque haya apoyado el haber revelaciones con la determinación del Concilio y del sumo Pontifice, quiero decir, que el que las negase todas, sin exceptuar unas ni otras, seria más que temerario, pues va contra la autoridad y opinión de todos los santos, y estaria muy cerca de hereje; pero digo lo que dice Gregorio de Valencia en el t. III, disposición 1, a , q. 1. a , pun. 1, que no creer revelaciones particulares, cuando están autorizadas y admitidas por hombres doctos, y tienen otras circunstancias, es pecado de dureza y de imprudencia contra la virtud de la prudencia y el don de consejo, a las cuales pertenece el dar crédito o no darlo a
  • 3. las tales revelaciones, según las circunstancias que hubiere para que se vea o no se vea que son de Dios; – de donde se colige que si la aprobación y autoridad de las revelaciones particulares es la que basta, y en tal caso se requiere, será consumada soberbia el no creer que son de Dios. Y aunque de muchas revelaciones particulares que andan impresas y autorizadas se pudiera hacer este argumento y condenar a los duros y protervos que no quieren darles crédito; pero ninguna de cuantas hasta hoy andan impresas tienen la autoridad que estas de santa Brígida; lo primero, porque Bonifacio IX y Martino V, en las Bulas que ambos dieron de la canonización de esta santa, aprueban su libro y revelaciones; y para su canonización hacen argumentos con que prueban su santidad, de lo mismo que dejó escrito esta gloriosa santa. Bien bastára esta autoridad de dos Pontifices, cabezas de la Iglesia, para que se diera entero crédito a este libro; pero aún tiene la aprobación de un Concilio entero, que fué el Brasiliense al cual fueron citados los confesores de la Orden de san Salvador, que habia instituido santa Brígida, y tuvo grandes contrarios que pretendieron se diesen por sueños y falsedades todo lo que estaba en estos libros; – y en favor de ellos escribieron al mismo Concilio el rey de Dacia, Enrigo, y dos arzobispos, la fecha de las cartas del 3 de Julio de 1434, como se ve en el dicho Concilio, donde dicen que suplican a los reverendisimos Padres de aquel santo Concilio tengan por bien no dar oidos a los émulos y contrarios de santa Brígida y de sus revelaciones, sino que las confirmen y manden se enseñen, digan y prediquen, como hasta entonces se habia hecho, para honra de Dios, con grandes frutos y aprovechamiento de las almas en aquellos reinos y en todo el mundo, porque haciendo lo contrario seria escandalizar a muchos. Y en cumplimiento de lo que se debia hacer según la acusación de los contrarios, que pusieron un cierto número de errores, que decían ellos, según su mal ánimo, habían hallado en las revelaciones de santa Brígida, señaló el santo Concilio por juez de la causa al cardenal de san Pedro, que estaba también señalado por juez para las cosas de la fe, y dijesen su parecer y trabajasen en estas revelaciones al cardenal D. Juan de Torquemada, que entonces era condecorado Maestro Juan Gerson; y ellos informaron a todos los Padres de aquel santo Concilio, que serían más de trescientos prelados, y concluyó su información el cardenal don Juan de Torquemada, diciendo: que él y su compañero no hallaban en los libros de santa Brígida cosa que no fuese digna de que se leyese y enseñase, como los libros de los doctores santos que tiene la Iglesia. Y luego, en nombre de todo el santo Concilio, como juez competente para las cosas de la fe, procedió a sentenciar el cardenal de san Pedro, teniendo las veces de todos aquellos santos Padres, y como si todos ellos lo hicieran, porque todos se conformaron con la sentencia, y dijo que daba por falsa y maliciosa la acusación que se había hecho contra los libros de las revelaciones de santa Brígida, y que los daba por buenos y católicos, que eran muy conformes con la Sagrada Escritura y doctrina muy de los santos, y como tales se podían leer, predicar y enseñar. Esta sentencia del juez de la fe, y del consentimiento de todos aquellos santos Padres del Concilio, que serían más de trescientos prelados, está autorizada en el principio del libro de santa Brígida, no sólo por notarios públicos, sino por el juez y vicario del sumo Pontifice, que se llamaba Luis de Garsis, todos los cuales testifican haber visto estos papeles y sentencias originalmente como los tenia y conservaba en su poder el cardenal D. Juan de Torquemada, con las sentencias y aprobaciones dadas en el mismo Concilio, y el mismo cardenal D. Juan de Torquemada confiesa ser todo ello así. Y si la autoridad de dos Pontifices y de todo un Concilio general donde hubo tantos patriarcas, arzobispos, obispos, abades, dignidades, doctores y maestros consumados en letras y santidad, no bastan a que los porfiados y protervos veneren y reverencien estas revelaciones de santa Brígida, no tengo que decirles más de aquellas palabras que dijo san Bernardo, siendo consultado de las revelaciones de santa Hildegardis: Si tuvieran temor de Dios, sin duda dieran crédito a las revelaciones divinas; que los que no las tienen por tales son semejantes a los que decían que Cristo nuestro Señor tenia demonios, y que los echaba en virtud de Belcebú; y teman el castigo riguroso que Dios ha dado a muchos descontentos que han hablado mal y con poco respeto de estas santas revelaciones.
  • 4. REVELACIONES CELESTIALES DE SANTA BRÍGIDA PRINCESA DE SUECIA Testimonio que Jesucristo da de Si mismo y de su Divina Encarnación. LIBRO PRIMERO REVELACIÓN PRIMERA Yo soy el Creador del cielo y de la tierra, que tengo una misma Divinidad con el Padre y con el Espíritu Santo. Yo soy el que hablaba a los Profetas y Patriarcas, y a quien ellos esperaban. Y para cumplir su deseo y mi palabra, tomé carne sin pecado ni concupiscencia, entré en las entrañas virginales de mi Madre como el sol esplendente que entra por un purísimo cristal, porque como el sol cuando pasa por un vidrio no lo daña ni quiebra, asi la virginidad de mi purísima Madre no fué dañada ni manchada, cuando yo tomé en su vientre mi Humanidad. Y de tal manera me hice hombre, que no por eso dejé de ser Dios, ni era menor que el Padre y el Espíritu Santo en la Divinad, porque aunque estaba en el vientre virginal de mi Madre, todo lo regía y gobernaba; porque como nunca se aparta del fuego el resplandor, así tampoco mi Divinidad jamás se apartó de mi humanidad, ni aun en la muerte. Y mi cuerpo purísimo y limpio de todo pecado, quise que fuera llagado de pies a cabeza y puesto en una cruz por los pecados de todos los hombres, y este mismo cuerpo mío es sacrificado cada día en el altar, para que el hombre se encendiese en mi amor, y de ordinario meditase y pensase los beneficios que le he hecho. Pero el hombre, olvidado de todo esto, me ha menospreciado y arrojado de mi propio reino, y en mi lugar ha escogido y honrado a un infame ladrón. Quise asentar mi reino en el hombre, y de razón y rigor yo había de ser su Rey y Señor, porque lo hice y lo redimí; pero el hombre me ha quebrantado y profanado la fe y palabra que me dió en el Bautismo; ha violado y menospreciado las leyes que le propuse; ama su propia voluntad y paracer, y a mí me menosprecia. Y no contento con eso, estima en más que a mí al demonio, que es ladrón infame, y le ha dado su fe y palabra, siendo un ladrón que roba y lleva para sí las almas que redimí con mi sangre, engañándolas él con falsas promesas. Y aunque lleva las almas, no las lleva porque sea más poderoso que yo, pues mi poder es tan grande, que todo lo puedo hacer con solo una palabra, y tan justo, que aunque todos los santos me rogaran , no haré una cosa, por mínima que sea, contra razón y justicia. Pero las lléva, porque el hombre usa mal su libre albedrío, menospreciando mis leyes y consintiendo en las tentaciones: y así es bueno que experimente la tiranía de aquel a quien creyó ; porque el demonio, aunque yo lo hice y crié bueno, él por su pecado y malicia cayó de su dignidad, y quedó como verdugo para atormentar a los pecadores. Y aunque es verdad que he sido y soy menospreciado de los hombres, soy, no obstante, tan misericordioso, que cualquiera que me pidiere misericordia y se humillare, alcanzará el perdón de sus pecados y lo libraré del demonio; pero el que persevere en menospreciarme, usaré de tal rigor y justicia con él, que los que le oyeren temblarán, y los que lo experimenten dirán: !Ay de nosotros, que hemos provocado lá ira al Señor de la majestad! Tú, pues, hija escogida, con la cual hablo con mi espíritu, ámame con todo tu corazón, no con el amor que amas a tus hijos, ni con el que amaste a tus padres, sino con un amor superior a todos esos, de suerte que me ames más que a cuantas cosas hay en el mundo; porque Yo, tu Señor y Creador, todos mis miembros quise que fueran atormentados por ti, y de tal manera lo haria otra vez, si fuera posible. Imita y sigue mi humildad, que siendo rey de la gloria y de los ángeles, quise ser cubierto con vestiduras
  • 5. viles para que se burlasen de mí; desnudo estaba y atado a una columna, y no hubo mofa ni blasfemia que mis oídos no oyesen. Antepón siempre mi voluntad a la tuya, porque mi Madre y tu Señora toda la vida quiso lo que yo quise. Si hicieres esto, tu corazón estará en el mío y lo abrasaré con mi amor, como se inflama y abrasa del fuego un leño muy seco. De igual suerte yo llenaré el vacío de tu alma y estaré en ti de tal manera, que te sean amargas todas las cosas temporales, y todos los deleites de la carne te sean veneno. Descansarás en el brazo de mi Deidad, donde no hay deleite alguno de carne, sino que todo es gozo de espíritu, porque el alma que esto goza está bañada dentro y fuera de esta alegría, de tal modo, que no le da lugar a pensar ni desear otra cosa. Por tanto, ámame a mí sólo, y tendrás todo lo que quisieres abundantísimamente. ¿Por ventura no está escrito de aquella viuda que no le faltó aceite para su sustento, hasta que el Señor proveyó de agua a la tierra, como lo había dicho el Profeta? Yo soy el verdadero Profeta: si creyeres mis palabras e hicieres lo que te mando, no te faltarán aceite, gozo y alegría para siempre jamás.
  • 6. Palabras de Jesucristo a santa Brigida sobre algunos misterios de nuestra santa fe. REVELACIÓN 2 Yo soy el Creador del cielo y de la tierra, del mar y de todas cuantas cosas hay en ellos. Yo soy un Dios con el Padre y con el Espíritu Santo, y no soy como los dioses de piedra o de oro que tenía la ciega gentilidad, sino que el Padre, el Hijo y el Espirítu Santo son un mismo Dios, trino en personas y uno en la sustancia y naturaleza, que crea todas las cosas y de ninguno es creado, inmutable, omnipotente, sin principio ni fin. Yo soy el que nací de Madre Virgen, sin perder la Divinidad y uniendo a ella la humanidad, para que en una misma persona fuese verdadero Hijo de Dios é Hijo de la Virgen. Yo soy el que fuí crucificado, muerto y sepultado, sin que recibiese daño mi Divinidad, porque aun cuando fuí muerto según la carne y humanidad que yo sólo tomé, vivía según mi Divinidad, por la cual, era un Dios con el Padre y con el Espíritu Santo.Yo soy el mismo que resucité y subí al cielo, y ahora hablo contigo en espíritu. Te he escogido y tomado por esposa para mostrarte mis secretos, porque así es mi voluntad. Tú también, por cierto derecho, te has hecho mía, cuando al morir tu marido resignaste tu voluntad en mis manos, y cuando después de fallecido éste, pensaste y rogaste cómo podrias ser pobre por mí, y quisiste dejarlo todo por mí: por tanto, de derecho te hiciste mía, y convino que yo te correspondiese a tanta caridad. Por esto te tomo por esposa y para mi propio beneplácito, el cual es conveniente que lo tenga Dios con un alma casta. Debe, pues, la esposo hallarse preparada, de suerte que, cuando su esposa quisiera celebrar las bodas, esté decentemente adornada y limpia. Tú estarás bien limpia, si tu pensamiento está siempre fijo en tus pecados, en cómo con el bautismo te purifigué del pecado de Adán, y en cuantas veces, habiendo tú caído en el pecado, te sufrí y te levanté. Ha de tener también la esposa en su pecho la divisa y señal de su esposo, y ésta será la memoria continua de las mercedes que te he hecho, cuán noblemente te crié dándote alma y cuerpo, cuán noblemente te doté dándote salud y bienes temporales, con cuánto cariño te rescaté muriendo por ti y te restituí la herencia que habías perdido. Debe tambíen la esposa hacer la voluntad del esposo. ¿Cuál es mi voluntad sino que me ames más que a todas las cosas, y que no ames otra cosa sino a mí sólo? Crié todas las cosas por amor del hombre y lo hice Señor de ellas, y él me paga con amarlas a ellas y aborrecerme a mi. A costa de mi sangre le compré la herencia del cielo que él había perdido por su pecado, y con todo eso es el hombre tan ajeno de razón, que deja esta herencia que le he ganado, siendo un bien perpetuo y una honra eterna, por una honra y bien transitorio, que es como la espuma del mar, que en un momento crece y en un momento se deshace y vuelve en nada. Y si tú, esposa mía, me amases sólo a mí, y por mí menospreciases todas las cosas, no sólo los hijos y padres, sino tambíen las honras y riquezas, Yo te daré un don preciosísimo y dulcísimo, que no será oro ni plata, sino que Yo mismo, que soy Rey de la gloria, me daré por tu esposo y seré tu premio; y si acaso te avergonzases de ser pobre y menospreciada, pon los ojos en mí que soy tu Dios, que padecí esa pobreza y menosprecio antes que tú; pues me desampararon mis siervos y amigos en la tierra, porque no buscaba Yo amigos con resabios de la tierra, sino del cielo. Y si por ventura temes los trabajos y las enfermedades, considera cuánto mayor trabajo sería arder en los infiernos. ¿Qué merecerías, asi como me has ofendido a mí, lo hubieras hecho a cualquier señor temporal? Aunque yo te amo de todo corazón, sin embargo, no hago cosa alguna en contra de la justicia; y así como me ofendiste con todos los miembros de tu cuerpo, en todos habías de pagar la pena de tu culpa. Pero porque has tenido propósito y voluntad de enmendarte, uso de misericordia contigo, y por muy pequeña enmienda te quito grandes castigos. Por tanto, abraza de buena gana un poco de trabajo, para que se te dé gran premio; que la esposa conviene que padezca trabajos si su esposo los padecío, para que merezca gozar de los regalos y quietud de su amado.
  • 7. Jesucristo exhorta al alma a su amor y se queja de la ingratitud de los pecadores. REVELACIÓN 3 Yo soy tu Dios y Señor a quien tú veneras. Yo soy el que conservo y sustento el cielo y la tierra, sin que tengan estribos ni columnas en que sustentarse. Yo soy el que cada día bajo la apariencia de pan soy sacrificado en el altar, Dios y hombre verdadero, y yo mismo soy el que te he escogido. Honra a mi Padre, ámame a mí, obedece al Espíritu Santo, ten a mi Madre por tu Señora, venera a todos los Santos; guarda la fe que te enseñará tu maestro, que con mi ayuda, habiendo experimentado el espíritu de falsedad y el de la verdad, salió vencedor; ten verdadera humildad, la cual consiste en que te tengas y manifiestes ser quien eres, y des a Dios la gloria por los bienes y benéficios que te hace. Pero en estos miserables tiempos muchos me aborrecen, y mis palabras y obras las tienen por dolor y vanidad, y al demonio aman y abrazan. No hacen cosa por mí que no sea con tristeza y amargura, y aun mi nombre no lo confiesan. Pero aman al mundo con tantas veras, que no se cansan de servirle noche y día y andan siempre afanosos por el amor de las cosas mundanas. Mas el servicio que esos tales me hacen, es para mí tan grato, como si uno ofreciera dinerso a su enemigo, para que diera la muerte a su propio hijo. Así proceden estos amadores del mundo: porque dan una pequeñisima limosna, y me honran sólo con sus labios para que les sucedan prósperamente las cosas del mundo, y de este modo perseveran en su honra y en su pecado, y con esto se le ahoga el buen espíritu, y nunca dan paso en el bien ni en la virtud. Por tanto, si tú te determinases a amarme con todo tu corazón, y no deseases otra cosa sino a mí, yo seré cual piedra imán que con mi amor te atraeré a mí; y te servirá mi brazo de almohada y defensa, y es tan fuerte, que cuando está plegado no hay quien lo extienda, y cuando está extendido no hay quien lo doble; tan dulce y suave, que sobrepuja las cosas aromáticas, y no tiene comparación con él todos los deleites del mundo.
  • 8. El Señor da testimonio de estas revelaciones. REVELACIÓN 4 Yo soy tu Creador y Redentor. ¿Qué causa hay para que temas algo de mis palabras? ¿Y por qué pensaste de qué espíritu procederían, si del bueno o del malo? ¿Has hallado en mis palabras algo que tu conciencia reclamara y viera que no debia hacerse? ¿Por ventura te he mandado algo contra la razón? A lo cual respondió la esposa: No, por cierto, Señor; sino que todas vuestras palabras son verdaderas: yo confieso mi error. Y dijo el Espíritu; Yo te he mandado tres cosas, de las cuales pudieras haber conocido ser bueno el espíritu que te habla. Te mandé que honrases a tu Dios que te hizo y dió todas las cosas que tienes, y esto mismo te enseña la razón, que lo honres más que a todas las cosas. Te mandé que tuvieses una fe firme y recta, la cual consiste en creer que nada se ha hecho ni puede hacerse sin Dios, y te mandé que usases con moderación y continencia de todas las cosas, porque fueron hechas para que el hombre se aprovechase de ellas en lo necesario. También de este modo, por las tres cosas contrarias a ellas, has de conocer el espíritu malo. El te ensañará que busques honra para ti, y te ensorberbezcas con los dones que te han dado; él te persuadirá que no tengas la fe verdadera, y que no uses con moderación y templanza de tus sentidos y de todas las demás cosas, y para conseguir eso, inflama tu corazón, y muchas veces engaña bajo la apariencia de bien. Por eso te he mandado que examines bien tu conciencia y que la manifiestes a hombres sabios y de vida espiritual. Por tanto, no dudes que está contigo el espíritu bueno de Dios, cuando no deseares otra cosa que al mismo Dios, y te inflamares con ese deseo; porque Yo sólo puedo causar este fervor, y teniéndolo tú, el diablo no podrá llegar a ti, ni tampoco hombre alguno por malo que sea, si Yo no le doy licencia para ello, o se lo permita por los pecados del tal hombre, o por mis juicios ocultos, que aunque malo y pecador, es criatura mía como todas las demás, y yo lo crié bueno, pero él con su malicia se hizo malo, y por tanto soy Señor sobre él.
  • 9. Jesucristo habla de los trabajos de su Iglesia, y dice que los ruegos de Maria santisima y de los Santos la renovarán en sus virtudes. REVELACIÓN 5 Yo soy el Creador de todas las cosas, el Rey de la gloria y Señor de los ángeles, que hice en forma de un hermoso y noble escuadrón o ejército, y en cuya gloria puse también a mis escogidos. Mis enemigos han minado mi campo, y de tal manera han prevalecido contra mis amigos, que me los han arrojado y puesto en un callejón sin salida: les quiebran los dientes a pedradas y los matan de hambre, y a su capitán y Señor, que soy Yo, lo persiguen. Mis queridos gimen y piden ayuda, mi justicia pide venganza, pero mi misericordia invoca el perdón. Y vuelto Jesucristo a su celestial ejército, que estaba presente, les dice: ¿Qué os parece a vosotros que se haga con esos que minaron mi campo? Y respondieron todos a una voz: Señor, en Vos está la justicia en su punto; todas las cosas vemos en ti: tú eres sin principio ni fin, Hijo del verdadero Dios; a ti está encomendado el derecho de juzgar a todos; tu eres juez de ellos; hágase según tu voluntad. Y respondióles Jesucristo: Aunque es verdad que todas las cosas veis y sabéis en Mí, sin embargo, quiero que por amor a esta mi Esposa deis vuestra sentencia justa. Y dijeron: Señor, esta es nuestra sentencia y paracer; que los que minaron los muros de vuestro ejército, sean castigados como ladrones; y los que perseveraren en su malicia, sean castigados como salteadores; que libertéis a los cautivos y deis de comer a los hambrientos. Y la Virgen María, Madre de Dios, que hasta entonces había callado, dijo: Señor mío é Hijo carísimo, que estuviste como Dios y hombre verdadero en mis entrañas, y siendo yo un vaso de tierra me santificaste, yo te suplico que no se ejecute por ahora esa sentencia, sino que tengas misericordia de tus enemigos, siquiera por esta sola vez. Respondió Jesucristo a su Madre: Bendita sea tal palabra que de tu boca ha salido: ella, como un olor muy suave, ha subido a la presencia de mi Divinidad. Tú eres, Madre mía, la alegría de los ángeles y de los hombres, y su Señora y Reina, y con tu palabra has consolado mi Divinidad y alegrado a los santos. Por tanto, y porque desde tu niñez conformaste tu voluntad con la mía, hágase lo que pides. Y vuelto Jesucristo a su escuadrón, les dijo: Porque habéis peleado varonilmente y por vuestro amor, quiero usar de mansedumbre. Reedificaré el muro, y a los maltratados y afligidos los libraré, y por las injurias que han recibido, los honraré cien veces más, y a los que han hecho este daño en mi ejército, si pidiesen misericordia, usaré con ellos de ella, y haré paces con ellos; pero los que menospreciasen este partido, sentirán el rigor de mi justicia. Después dijo a Brígida: Yo te he escogido por mi esposa y te tengo dentro de mi alma; oyes mis palabras y las de mis santos, que aunque ven en Mí todas las cosas, con todo eso hablan para que tú lo entiendas, porque tú estás en esa vida mortal, y así no puedes ver en mí lo que ven estas almas bienaventuradas. Pero atiende a la significación de lo que has oído. Aquel noble ejército real que viste, es la santa Iglesia que edifiqué con mi sangre y con la de mis santos, y con mucha caridad junté y puse en ella a mis escogidos y amigos. El fundamento de esta Iglesia es creer que soy justo juez y misericordioso; pero este fundamento le han derribado y han aportillado el muro, porque todos dicen que soy misericordioso, y casi ninguno cree que soy juez que juzgo justamente. Me tienen por mal juez, como lo sería el que de misericordia soltase y diese por libres a los culpados, para que afligiesen más a los inocentes. Pero se engañan, porque aunque misericordioso soy justo juez, de tal manera, que ni aun el más mínimo pecado dejaré sin castigo, ni el más pequeño bien sin remuneración. Por esta mina y portillo que hicieron en el muro, han entrado en la Iglesia todos aquellos que sin temor alguno me ofenden, y con esto afirman que no soy juez justo; y de tal manera maltratan a mis amigos, que los sujetan en cepos como si fueran malhechores. Para mis amigos no hay día bueno, ni consuelo alguno; todo es afligirlos como si fueran unos
  • 10. malvados. Si hablan la verdad que de mí han aprendido, se la reprueban y les dicen que son engañadores y mentiroses; desean hablar y oir lo que es justo y recto, pero, ni hay quien se lo oiga ni quien se lo diga. Y lo peor es, que siendo Yo el Señor absoluto y Creador de todas las cosas, soy blasfemado, pues dicen los malos: No sabemos si hay Dios, y aunque lo haya, nada nos importa. Echan por los suelos mi bandera, y la pisan diciendo: ¿Por qué padecío Jesucristo muerte? ¿Que nos aprovecha a nosotros? Haga lo que nosotros queremos, que eso nos basta, y no queremos su reino: téngaselo y gócelo él. Deseo hallar entrada en el alma de estos tales, y ellos dicen: Antes moriremos que dejemos de hacer nuestra voluntad. Ves aquí, querida esposa, cuáles son los pecadores. Yo los hice con sola una palabra, y con sola otra pudiera destruir tanto a ellos como a su soberbia. Pero por los ruegos de mi Madre y de todos los santos, los consiento y sufro y los quiero convidar con la paz. Si la admitiesen, los perdonaré; y si no, los castigaré con rigor en presencia de los ángeles y de los hombres, como a ladrones públicos, y todos dirán que es justo el castigo que se les da. Y como a los ahorcados, que después de muertos y hechos cuartos los ponen por los caminos y vienen los cuervos y los pican y comen, así estos serán comidos de los demonios, mas nunca serán consumidos. Y como los que están metidos de pies en un cepo no hallan allí descanso ni sosiego, así estarán ellos cercados de dolor y de congoja. Un río de fuego entrará por su boca, y aun quedará en ellos vacío para nuevos y mayores castigos cada día. Pero mis queridos y amigos serán salvos y se consolarán con las palabras que salen de mis labios, y verán mi justicia y misericordia. Los armaré con el arnés fuerte de mi amor y caridad, y de tal manera quedarán vigorosos, que postrarán en el suelo a los blasfemos y malos, como si fueran un poco de estiercol, y quedarán estos corridos y avergonzados, experimentando mi justicia, porque abusaron de mi paciencia.
  • 11. Cuanto los pecadores se alejan de Dios, y cómo el Señor les envia sus amigos para que los conviertan. REVELACIÓN 6 Mis enemigos son como unas ferocísimas bestias que nunca se hartan ni están quietos. Su corazón se halla tan vacío de toda caridad, que jamás entra en él un pensamiento que se refiera a mi Pasión, ni me dieron gracias una vez tan sola, diciendo de todo corazón: Alabámoste, Señor, porque nos redimísteis con vuestra acerba Pasión y muerte. ¿Cómo puede estar mi espíritu con estos tales que no me aman ni se acuerdan de mí, y para cumplir su voluntad, hacen mil traiciones a los más amigos? Tienen un corazón lleno de viles gusanos, esto es, de deseos mundanales. El demonio ha hecho la boca de estos, como el muladar de su basura, y por eso no gustan de mis palabras. Pero, guárdense de mi castigo, que tengo de hacerlos aserrar; porque así como no hay género de muerte más cruel que el de la sierra, así no ha de haber género de tormento que no ejecute el demonio en ellos; y los serrará por medio, y los apartaré lejos de mí como cosa que tanto aborrezco, y no sólo a ellos sino a todos los pecadores, sus allegados. Envío, por tanto, a mis queridos y amigos, para que den noticia de los engaños del demonio, enemigo mío, y como valientes soldados peleen contra ellos; pues los que afligen su carne y se abstienen de pecar, son mis soldados. Su lanza será las palabras que salen de mis labios, su espada será la fe, y en su pecho estará la coraza de la caridad en relación con el amor que cada cual me tiene; traen al lado el escudo de la paciencia para sufrir valerosamente con ella todo lo adverso; como oro purísimo he guardado en un precioso vaso a estos mis queridos, y ahora quiero que salgan y den muestra de sí y de mi verdad. Yo, según lo he justamente ordenado y decretado, no podía entrar con mi humanidad en la majestad de mi gloria, sin haber pasado los trabajos y sufrido las tribulaciones. ¿Cómo, pues, será posible que entren ellos? Si su Señor sufrió azotes, ¿qué mucho que ellos sufran palabras? No tienen que temer, porque yo nunca los desamparo; pues así como no es posible que el diablo toque ni divida el corazón de Dios, del mismo modo no lo es que el demonio los aparte de mí; y si alguna vez los dejo padecer, es para su mayor gloria, porque son como oro purísimo que los purifica el fuego de la tribulación.
  • 12. Maria Exhorta a santa Brigida a que una siempre las alabanzas de la Señora a las de su divino Hijo. REVELACIÓN 7 Yo soy la Reina del cielo, y véote angustiada y solícita de cómo me has de alabar. Ten por muy cierto, que las ala banzas de mi Hijo son mías propias, y el que a El no lo venera, tampoco me venera a mí; porque de tal manera él me ama a mí y yo a él, como si tuviéramos un mismo corazón. Y aun siendo yo un vaso de tierra me honró tanto, que me ensalzó sobre todos los ángeles. Por tanto, me has de honrar y alabar con las sigulentes palabras que se refieren también a mí: Bendito seáis, Señor Dios, Creador de todas las cosas, que os dignasteis y tuvisteis por bien bajar a las entrañas de María Virgen. Bendito seáis, Señor Dios, que sin serle molesto ni penoso quisisteis habitar en el vientre virginal de María, y tomar en él carne limpia, pura y sin pecado. Bendito seáis, Dios mío, que vinisteis a las entrañas de María con gran gozo de su alma y de todos sus miembros, y con el mismo goza nacisteis de ella, sin rastro de pecado ni corrupción. Bendito seáis, Dios mío, por las continuas consolaciones con que visitasteis a vuestra Madre, la Virgen María, después de vuestra ascensión a los cielos, y con vuestra vista la alegrasteis. Bendito seáis, Señor y Dios mío, pues subisteis al cielo en cuerpo y alma a vuestra Madre la Virgen María, y la honrasteis y pusisteis junto a vuestra divinidad, sobre todos los coros de los ángeles. Tened misericordia de mí, Dios mío, por sus ruegos é intercesión.
  • 13. Cuánto Jesús ama a María; de su Asunción en cuerpo y alma; del maternal agrado conque asiste a los que invocan su Nombre y cómo cada uno tenemos un ángel bueno y un ángel malo. REVELACIÓN 8 Yo soy Reina y Señora del cielo. Ama a mi Hijo, porque es honestísimo, y si lo tuvieres a él, tendrás cuanta honestidad puedas desear. Es digno de ser amado y deseado, y cuando a él lo tuvieses, tendrás todo lo bueno y amable. Amalo porque es virtuosísimo, y si lo tuvieses a él, tendrás todas las virtudes. Yo te quiero decir cuán dulcemente amó mi cuerpo y mi alma, y cuánto honró mi nombre. Mi querido hijo primero me amó a mí, que yo le amase a él, porque él es mi Creador. El hizo que el matrimonio de mis padres fuese tan casto, que por entonces no hubo ninguno que le igualase; y cuando el ángel les anunció que habían de engendrar una Virgen, de la cual había de nacer la salud del mundo, más quisieran morir, que permitir en sí movimiento alguno carnal; porque todo placer sensual estaba muerto en ellos. Después de haberse formado mi cuerpo en el vientre de mi madre, infundió Dios en él el alma creada por su Divinidad, y en el mismo momento fué santificada juntamente con el cuerpo, y los ángeles la velaban y guardaban día y noche. Cuando fué santificada mi alma y unida al cuerpo, recibió mi madre tal gozo y alegría, que es imposible decirlo. Después, acabado el curso de mi vida, mi Hijo recibió primeramente mi alma, que era la señora del cuerpo, y la ensalzó más que a todas las criaturas, colocándola junto a su Divinidad, y después sublimó mi cuerpo, de tal manera, que no existe cuerpo alguno tan cercano a Dios como lo está el mio. Ahí tienes cuánto mi querido Hijo amó mi alma y mi cuerpo. Mas hay algunos que con maligno espíritu niegan mi asunción en cuerpo y alma a los cielos; otros lo dicen porque no saben más. Pero la verdad ciertísima es que mi cuerpo y mi alma fueron llevados hasta el trono de la Divinidad. Y para que sepas cuánto mi Hijo honró mi nombre, que es María, como se dice en el Evangelio, atiende a lo que te digo. Cuando los ángeles oyen este mi nombre de María, se alegran y dan gracias a Dios, que en mí y por mí obró tal maravilla, como es ver la humanidad de mi Hijo glorificada con su Divinidad. Los que están en el purgatorio, reciben tanto gozo, refrigerio y alegría con mi nombre, como suele recibir un enfermo, cuando le dan buenas esperanzas de su salud, y le dicen cosas que lo alegren y animen. Los ángeles buenos al oir mi nombre se aproximan más a los justos, cuyos ayos y custodios son, y se alegran de su aprovechamiento espiritual, porque todos los hombres tienen su ángel bueno que le guarda, y otro malo para que lo pruebe y ejercite. Y no por hacer este oficio los ángeles buenos se apartan de Dios, sino que están constantemente en su presencia, y con todo eso inflaman e incitan las almas para obrar el bien. Todos los demonios temen mi nombre, y al oirlo dejan al alma, aunque la tengan en sus uñas, del mismo modo que el ave de rapiña que cebada en su presa, con pico y uñas la deshace, al oir algún ruido la deja y huye, y pasado el ruido se vuelve a su presa; así los demonios, espantados con el sonido de mi nombre dejan el alma que oprimen; mas si no se enmienda, luego se vuelven a ella como una velocísima saeta. Tampoco existe persona alguna, por fría que esté en el amor de Dios, a menos que sea condenado, que si invocare mi nombre con intención de no volver a caer en los pecados pasados, no se aparte luego el diablo de ella y nunca más vuelva, si no tornare a consentir en pecado mortal: y si bien es verdad, que algunas veces se le da lugar a que lo inquiete, no es para que lo posea, sino para mayor gloria del hombre.
  • 14. Interesante compendio de la vida de la Virgen María, y tristísima narración de la Pasión de su divino Hijo. REVELACIÓN 9 Yo soy la Reina del cielo y Madre de Dios. Enseñándote el adorno y compostura que has de tener y la joya que has de llevar en tu pecho, quiero mostrarte otras cosas que yo hice desde que conocí a Dios, cuidadosa y solícita de mi salvación y de la guarda de su ley. Después que supe y estuve bien informada de que Dios era mi Creador y Juez de todas mis obras, lo amé cordialmente, y a cada momento pensaba en Él, y temía ofenderle por obra o por palabra. Después, habiendo yo oído que Dios había obrado, propuse firmemente no amar otra cosa que a Él, y todas las cosas del mundo me eran amargas como la hiel. Después de esto, cuando oí que el mismo Dios había de redimir el mundo y que había de nacer de una virgen, de tal manera lo amé, que no pensaba sino en Dios, ni quería otra cosa que a Él. Me aparté, en lo posible, de la conversación y presencia de mis padres y personas allegadas, y todo cuanto tuve se lo di a los pobres, no guardando para mí sino una moderada comida y vestido. No hubo cosa que me agradase sino solo Dios. Siempre desié vivir hasta que este soberano Señor naciese, por si acaso tenía yo tan buena suerte, que mereciese ser criada y sierva de la Madre de Dios. Hice voto de guardar virginidad, con tal que fuese la voluntad de Dios, y de no poseer nada en este mundo; pero que si Dios quisiera otra cosa no se hiciese mi voluntad sino la suya, porque creía que lo podía todo, y que no querría sino lo que para mí fuese más útil y provechoso; de este modo le entregué toda mi voluntad. Llegado el tiempo en que, según la ley, las vírgines eran presentadas en el templo del Señor, fuí yo entre ellas, por obedecer a mis padres, pensando en mi ánimo, que para Dios no habia nada imposible, que el Señor sabía bien mi deseo, que era sólo quererle a Él, y que podía guardar mi virginidad, si le agradase, pero si no, que se haría su voluntad. Oí todas las cosas que se nos enseñaron y mandaron en el templo, y vuelta a casa, me inflamé en mayor amor de Dios, y cada día se aumentaban..en en mí nuevas llamas y deseos de su amor. Por eso me aparté de todos aun más de lo que solía, y estuve sola muchos días y noches, con temor de que ni mi boca hablase, ni mis oídos oyesen alguna cosa que fuera contra mi Dios, y que mis ojos no viesen cosa en que se deleitasen; y aun en el silencio tuve temor y congoja por si acaso callaba lo que debiera decir. Padeciendo estas turbaciones a solas en mi corazón, puse toda mi esperanza en Dios; y luego se me ofreció a la mente su gran poder, cómo le sirven los ángeles y todas las criaturas; qué gloria es la suya tan inefable, tan eterna y sin fin. Maravillándome de todo esto, vi tres cosas admirables. Vi una estrella, pero no como las que resplandecen en el cielo; vi una luz, pero no como la que alumbra al mundo; percibí un olor, pero no como el de las plantas ni demás olores de la tierra, sino mucho más suave, tanto, que no se puede declarar, del cual fuí toda llena, y me extasiaba de gozo. En seguida oí una voz que no parecía de labios humanos, y al llegar a mis oídos temí mucho, creyendo sería alguna ilusión, mas al punto se me apareció el ángel de Dios, al modo de un hombre muy hermoso, aunque no vestido de carne mortal, y me dijo: Dios te salve, llena de gracia, etc. Al oirlo me maravillé de lo que podía significar, y por qué el angel profería semejante saludo. Conocíame y me creía indigna, no sólo para una cosa tal, sino para nada bueno; pero siempre con fe viva de que podía Dios hacer en mí lo que quisiese, y que nada le era imposible. Entonces habló el ángel segunda vez y me dijo: Lo que nacerá de ti es santo, y será llamado Hijo de Dios, y se hará como a Él más le agradare. Con todo esto aún no me tenía por digna de tal merced, y así no pregunté al ángel por qué o cuando se haría esto, sino que indagué cómo había de suceder; puesto que yo soy indigna de ser la Madre de Dios, y además no conozco varón. Y
  • 15. respondióme el ángel: A Dios nada le es imposible, sino que se hará todo lo que él quisiere que se haga. Al oir estas palabras del ángel tuve fervientísimo deseo de ser la Madre de Dios, y mi alma enamorada de Dios le decía: Vedme aquí, Señor, hágase en mí vuestra voluntad. Y al pronunciar yo estas palabras, en el mismo instante fué concebido en mis entrañas, con extraordinario gozo y alegría de alma y cuerpo, mi Hijo santísimo. Todo el tiempo que le tuve en mis entrañas, anduve sin molestia, ni sentír pesadez alguna, y como sabía que era Omnipotente el que traía en mi seno, humillábame en todas las cosas. Cuando di a luz el que venía a ser la luz del mundo, fué sin dolor ni pena alguna, a la manera que lo concebí, y con tanta alegría de alma y cuerpo, que a causa del excesivo gozo no sentían mis pies la tierra que pisaban; saltando mi alma con inefable júbilo, quedando mi ser sin lesión ni daño de mi virginidad. Al verlo y contemplar su mucha hermosura, se inundó mi alma de contento, aun sabiendo que era indigna de tal Hijo. Mas cuando consideraba en sus manos y pies los sitios por donde habían de penetrar los clavos, según lo habían predicho los profetas, mis ojos se llenaban de lágrimas y mi corazón casi se partía de tristeza. Mas cuando mi Hijo veía mis ojos anegados en lágrimas, se entristecía de muerte, y yo tornaba a considerar el poder de su Divinidad, consolándome al saber que él lo quería y que convenía así. De este modo sujeté mi voluntad a la suya y siempre mi alegría estaba mezclada de dolor. Llegado el tiempo de la Pasión de mi Hijo, sus enemigos lo prendieron, dándole golpes en el cuello y mejillas, y escupiéndole se mofaron de él. Hiciéronle desnudar de sus vestiduras, y además, que pusiera sus manos en una columna, atándoselas sin misericordia, y hallándose de esta suerte, desnudo por completo, padeció aquella vergüenza de su desnudez. Huyeron sus amigos, y sus enemigos lo cercaron, y comenzaron a azotar su purísimo y santísimo cuerpo. Al primer azote, yo, que en espíritu estaba la más cerca, caí en tierra como muerta, y tornando en mí, vi su cuerpo azotado y llagado hasta las costillas que se veían por las heridas, y lo que todavía era más cruel, cuando se levantaban hacia atrás las cuerdas, llevaban tras sí los pedazos de su carne, y se la dejaban surcada y como si estuviera arada. Cuando estaba de esta suerte mi Hijo todo bañado en sangre y despedazado, sin haber en todo su cuerpo cosa sana, ni donde se pudiera dar un azote, un hombre riñó a los verdugos con enojo, diciéndoles: ¿Por ventura queréis matar a este hombre antes que lo juzguen? Y al punto le cortó las ligaduras que le sujetaban. Una vez libre las manos, mi Hijo se vistió como pudo y vi el lugar donde estaban sus piés, todo lleno de sangre, y por la que dejaban las huellas de mi Hijo, sabía yo sus pasos, porque al andar, dejaba la tierra empapada en ella. No le dieron espacio para que se vistiese, sino con gran prisa y a empellones, lo llevaron como a un ladrón, limpiándose él la sangre que tenía en los ojos. Después de haberlo sentenciado, pusiéronle sobre los hombros la cruz, y habiéndola llevado un poco, tomósela otro para ayudarle. Caminando entre tanto mi Hijo al lugar donde había de morir, unos le daban golpes en el cuello, otros en la cara, con tanta fuerza y vehemencia, que aunque yo no lo veía, oía claramente el sonido de los golpes. Llegando yo con él al lugar de su Pasión, vi todos los instrumentos con que le habían de dar muerte. Así que estuvo allí mi Hijo, desnudóse él mismo de sus vestiduras, y decian los verdugos: Estas vestiduras son nuestras, que no se las ha de tornar a poner, porque está condenando a muerte. Y estando mi querido Hijo desnudo por completo, dióle uno de los que allí se hallaban, un paño con que cubrir parte de su desnudez, lo cual hizo con mucho contento. Después, los crueles ministros le cogieron y tendieron en la cruz, clavando la mano derecha en el agujero que para el clavo estaba hecho, y atravesando la mano por la parte en que los huesos están más unidos; después, atando sogas a la muñeca de la otra mano, estiraron y clavaron de la misma manera. Clavaron luego el pie derecho y sobre él el izquierdo con dos clavos, de tal modo que todos sus nervios y venas se extendieron y desgarraron. Pusiéronle la corona de espinas en su reverenda cabeza, y apretáronsela de tal suerte, que con la sangre que salía, se llenaron sus ojos, se obstruyeron sus oídos, y toda su barba quedó afeada con la misma sangre que por ella corría.
  • 16. Cuando mi Hijo se hallaba de esta manera lleno de sangre y clavado en la cruz, doliéndose de mí, que estaba sollozando junto a él, fijó los ojos llenos de sangre en Juan mi sobrino, y encomendóle que tuviese cuidado de mirar por mí. A esta sazón oí a unos que decían que mi Hijo era ladrón, otros que era un mentiroso, y otros que no había hombre más digno de muerte que El; y con esto se renovaba mi dolor. Pero como ya he dicho, al primer golpe que dieron en el clavo con que lo clavaron, caí como muerta; obscureciéronse mis ojos, manos y pies temblaban, y a causa de tanto dolor, no pude mirarlo hasta que lo acabaron de clavar. Púseme en pie, y vi a mi Hijo colgado de la cruz como si fuera un miserable, y yo, afligida con tal agonía, apenas me podía tener en pie. Cuando mi Hijo me vió junta con sus amigos llorando inconsolablemente, clamó a su Padre con voz llorosa y alta, diciendo: Padre, ¿por qué me has desamparado? Como si dijera: No hay quien tenga misericordia de mí sino en vos, Padre mío. Entonces se le pusieron los ojos medio muertos, las mejillas hundidas y el semblante fúnebre, la boca abierta y la lengua llena de sangre, el vientre estaba pegado a las espaldas, como si en medio no tuviera entrañas. Todo el cuerpo lo tenía amarillo y lánguido, por la mucha sangre que había derramado; los pies y manos yertos y extendidos en la misma cruz, adaptándose a la forma y manera de ella; el cabello y barba todo rociado en sangre. Y aunque su cuerpo estaba tan maltratado y llagado, sólo su corazón se mantenía vigoroso, porque era de una naturaleza excelente y robustísima, pues de mi carne tomó un cuerpo muy puro y perfectamente complexionado. Tenía el cutis tan tierno y delicado, que por pequeño que fuese el golpe que se diera. Al punto salía sangre, y esta sangre era tan delicada, que se veía por su cutis como por un cristal. Y como mi Hijo era de tan fuerte complexión y naturaleza, luchaba la vida con la muerte en su lacerado cuerpo; porque unas veces subía el dolor desde los miembros y destrozados nervios, hasta el corazón, que era robustísimo e incorrupto, y lo molestaba con increíble dolor y tormento; y otras veces el dolor del corazón bajaba a los lacerados miembros, y así se prolongaba su amarga muerte. Asediado por tamaños dolores, vió llorosos a sus amigos, los cuales más hubieran querido padecer aquella pena en sí, mediante su auxilio, y aun arder para siempre en el infierno, que verlo padecer a él de tal manera. Este dolor de mi Hijo, a causa del dolor de sus amigos, excedió a toda la amargura y tribulación que sufrío tanto en el cuerpo como en el corazón, porque los amaba muy tiernamente. Entonces con la demasiada congoja de su cuerpo, clamó al Padre de parte de su humanidad, diciendo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Cuando yo, su afligidísima Madre, le oí esta voz, temblaron todos mis miembros con amargo dolor de mi corazón, y todas cuantas veces pensaba después en ella, sonaba como de nuevo en mis oídos. Acercándose ya la hora de su muerte, rompíasele el corazón con la violencia de los dolores; todos sus miembros temblaban; la cabeza, alzándose un poco, se tornaba a caer; la boca estaba abierta; la lengua bañada toda en sangre. Sus manos se encogieron de donde habían sido clavadas, y los pies sustentaban más el peso de su cuerpo. Sus dedos y brazos se extendían, en cierto modo, y las espaldas hacían gran fuerza en la cruz. Hallándose en este estado, dijeron: Maria, ya es muerto tu Hijo. Y otros me decían: Murió, pero él resucitará. Después que todos se hubieron marchado, vino uno que clavó una lanza en el costado de mi Hijo, con tanto vigor, que casi salió por el lado opuesto del costado, y al sacar la lanza, quedó el hierro teñido en sangre roja. Paracíame entonces que mi corazón había sido atravesado, según había visto que lo fué el de mi carísimo Hijo. Bajáronle de la cruz y lo recibí en mi regazo, que no parecía sino un leproso, todo lívido y acardenalado; porque los ojos estaban ya muertos y llenos de sangre, la boca fría como la nieve, la barba erizada, la cara contraída, las manos y brazos tan descoyuntados, que no se podían tener sino poniéndolos encima de su vientre. De la manera que estuvo en la cruz lo tuve en mi regazo, como un hombre que le han dado tormento en todo su cuerpo. Envolviéronlo después en una sábana limpia, y yo seque con mis ropas de lino sus heridas y le limpié sus llagas, y le cerré los ojos y la boca, que en su muerte habían quedado abiertos. Y por último, lo pusieron en el sepulcro. !Oh! !Cuán de buena gana me
  • 17. hubiera yo enterrado allí viva con mi Hijo, si esta hubiera sido su voluntad! Concluido todo esto, vino aquel bondadoso Juan, y me condujo a casa. Ves aquí, hija mía, cuánto padeció por ti mi Hijo.
  • 18. Revelación muy provechosa sobre la Pasión del Señor, y modo de imitarle en ella. REVELACIÓN 10 Dijo el Hijo de Dios a su esposa: Yo soy Creador del cielo y de la tierra, y es mi verdadero cuerpo el que se consagra en el altar. Amame de todo corazón, pues yo te he amado a ti tanto, que de muy buena gana me entregué por ti a mis enemigos, y mi Madre y amigos quedaron en amarguísimo dolor y llanto. Y aunque vi la lanza, los clavos, los azotes y demás instrumentos de mi Pasión, no por eso me acobardé, sino que alegre me entregué a padecer, y a pesar de que mi cabeza estuviese toda atormentada con las espinas de la corona, y la sangre corriese por todas partes; y aunque mis enemigos hiriesen y despedazasen mi corazón, todavía padeceria más que todo esto antes que carecer de ti. Por tanto, eres muy ingrata, si después de tanta caridad no me pagares con gran amor; y para hacerlo advierte que como ves mi cabeza llena de espinas e inclinada por ti en la cruz, así has de humillar la tuya; y como ves mis ojos llenos de sangre y lágrimas, así has de apartar los tuyos de todo cuanto te pueda deleitar; y como mis oídos llenos de sangre oían palabras injuriosas, así has de apartar los tuyos de oir truhanerías ni vanidades; y porque mi boca fué ahelada y avinagrada, la tuya estará cerrada para el mal y abierta para el bien; y porque mis manos fueron extendidas y atravesadas con los clavos, por eso tus obras, que se representan por las manos, deben extenderse a los pobres y a cumplir mis preceptos. Tus pies, esto es, los afectos con que debes venir a mí, deben ser crucificados, absteniéndose de todo deleite, para que así como yo padecí en todos mis miembros, de igual suerte todos los tuyos se empleen en mi servicio; porque dándote yo más gracias que a los otros, quiero que me sirvas más que ellos.
  • 19. Jesucristo enseña a santa Brigida cómo debe orar, y le describe tres clases de hombres que le sirven en este mundo. REVELACIÓN 11 Yo soy tu Dios, que siendo verdadero Dios y verdadero hombre en una persona, fuí crucificado, y cada día estoy en las manos de los sacerdotes. Todas cuantas veces me hicieses oración la acabarás diciendo que se haga mi voluntad y no la tuya; porque cuando ruegas por los condenados, no te oigo, ni cuando pides lo que es contra tu salvación. Y así, conviene que subordines tu voluntad a la mía, porque sé y alcanzo todas las cosas y te daré lo que te conviene. Hay muchos que hacen oración, mas no con intención recta, y así no merecen ser oídos; porque te hago saber que hay tres clases diferentes de personas que me sirven. Los primeros, son los que creen que soy Dios, dador de todas las cosas y omnipotente. Estos me sirven porque les de haciendas y honras, pero las cosas del cielo no las aprecian nada y a cambio de tener lo que en este mundo desean, perderían con gusto el cielo. A estos tales todo les sucede próspero en el mundo según desean, y de esta suerte perdiendo los bienes eternos, les renumero en bienes temporales todo lo bueno que hicieron por mí, pagandoles hasta el último cuadrante y hasta el último punto. Hay otros que creen que soy Dios omnipotente y Juez riguroso, y estos me sirven de puro miedo de la pena, pero no por amor que tengan a la gloria y si no fuera por el temor que tienen, estos tales no me servirían. Hay otros, en cambio, que creen que soy Creador de todas las cosas y verdadero Dios, justo y misericordioso; y estos me sirven, no por miedo de la pena, sino por amor y caridad, y querrían pasar y sufrir penas infinitas, si les fuera posible, más bien que ofenderme una sola vez. Estos merecen ser oídos en sus oraciones, porque siempre conforman su voluntad con la mía. Los primeros tendrán un eterno castigo, y no verán mi rostro; los segundos, aunque no tendrán tan gran castigo, no verán mi cara, si no enmendaren aquel puro temor, y exclusivo de otro mejor motivo, con la penitencia.
  • 20. Ve la Santa a un bienaventurado rogar por una pecadora, y cómo por Maria santísima se convirtió. REVELACIÓN 12 Oyó santa Brígida que un bienaventurado le decía a Dios: Señor, ¿por qué el alma de esta mujer redimida por vuestra sangre ha de ser maltratada y hollada por el demonio? Al punto respondió el enemigo: Porque de derecho es mía. Y díjole nuestro Señor: ¿ Qué derecho tienes sobre ella? Y contestóle el demonio: Dos caminos hay: uno para el cielo y otro para el infierno. Pensando ella en estos dos caminos, le decían su conciencia y la razón que escogiera el del cielo; y como tuvo libre la voluntad de elegir el camino que quisiese, le pareció serle más útil inclinarse a la realización del pecado, y entonces comenzó a andar por mi camino. Engañela después con tres vicios, a saber: gula, codicia y lujuria, y así estoy ahora de asiento en su vientre y en su naturaleza, y la tengo asida con cinco manos. Con una le cierro los ojos para que no vea las cosas espirituales; con la otra le ato las manos para que no pueda obrar bien; con la tercera le encadeno los pies para que no dé paso bueno; con la cuarta le ciego el entendimiento para que no se avergüence de pecar, y con la quinta le tengo su corazón para que no se arrepienta ni se duela de sus pecados. Entonces le dijo nuestra Señora a su Hijo: Hijo, manda a ese enemigo que diga la verdad de lo que yo le preguntaré. Y respondióle Jesucristo: Tú eres mi Madre, tú eres la Reina del cielo, madre de misericordia, consuelo de los que están en el purgatorio, alegría de los que peregrinan en el mundo, Señora de los ángeles y muy estimada de Dios, tú eres también princesa y superior a los demonios; mándale, Madre mía, a este demonio lo que quieras, que él te obedecerá. Entonces le dijo la santisíma Virgen al demonio: Di, diablo, ¿qué intención tuvo esta mujer antes de entrar en el gremio de la Iglesia? Respondió el demonio: Voluntad tuvo de abstenerse de pecar. Y le dijo la Virgen: Si la voluntad y deseo de pecar que primero tuvo, la llevaba al infierno, el deseo segundo de dejar el pecado ¿adónde la ha de llevar? Dijo el demonio contra su voluntad: Ese deseo es el camino para el cielo. Entonces dijo la Virgen María: Si de justicia tenías derecho sobre ella por el deseo anterior para desviarla del sendero de la Iglesia, ahora tambíen es justicia que por este otro deseo sea vuelta a encaminar a la Iglesia. Y ahora quiero hacerte otra pregunta: Dime, ¿qué deseo tiene ahora en este instante y en qué está fija su conciencia? Respondió el demonio: Tiene en la mente contrición de sus pecados; llora mucho; propone no volver a pecar y quiere enmendarse cuanto pueda. Entonces le preguntó la Virgen al diablo: Dime, ¿estos tres pecados lujuria, gula y avaricia pueden estar en un mismo corazón juntamente con estas tres virtudes: contricíon, llanto y propósito de la enmienda? Respondió el demonio: No por cierto. Pues si no pueden estar, dijo la Virgen, esos tres vicios en un corazón juntamente con esas tres virtudes, ¿cuáles será más razón que salgan, los vicios o las virtudes? Los pecados y vicios han de salir, dijo el demonio. Entonces dijo la santisíma Virgen: Luego le está cerrado el camino del infierno y abierto el del cielo. Entonces le preguntó además la Virgen al diablo: Dime, si un ladrón está á las puertas de la esposa quieriéndola maltratar, ¿qué hará en este caso el esposo? Respondió el diablo: Si el esposo es honrado y valeroso, debe defenderla aun a riesgo de su vida. Enseguida le Dijo la Virgen: Tú eres un malicioso ladrón, y el alma es la esposa de mi Hijo, porque la redimió con su propia sangre. Tú la corrompiste y la arrebataste con violencia. Por consiguiente, puesto que mi Hijo es el esposo del alma, y al mismo tiempo Señor tuyo, retírate de su presencia. Declaración Esta mujer fué una ramera que después de convertida, se quiso volver a sus pecados, porque el demonio la maltrataba día y noche, de tal manera, que se le aparecía por momentos, y en presencia de muchos la maltrataba y sacaba de la cama. Viendo esto santa Brígida, dijo al
  • 21. demonio en presencia de muchas personas fidedignas: Márchate, diablo, que bastante has maltratado a esta criatura de Dios. A estas palabras la mujer puso sus ojos en la tierra por espacio de media hora, y levantándolos dijo: He visto al diablo salir por la ventana en muy abominable figura, y oí una voz que me dijo: ya estás libre, mujer. Y desde entonces cesaron sus malos pensamientos, tuvo mucha paciencia, y acabó con una dichosa muerte.
  • 22. Amenaza Jesucristo con terribles castigos a un pecador escandaloso, los que por no convertirse cayeron sobre él. REVELACIÓN 13 Yo soy Jesucristo, que hablo contigo, dijo el Señor a santa Brígida, y siendo verdadero Dios y verdadero hombre, estuve en las entrañas de la Virgen; igual a mi Padre y siempre con El rigiendo todas las cosas, aunque estaba con mi Madre. Advierte que ese pésimo enemigo mío es semejante a tres cosas, a saber: al aguila, que excede en el vuelo a las demas aves; al cazador, que con su reclamo llama a las aves para que queden presas en las varas de liga que tiene puestas, y a un esgrimidor revoltoso, que es el primero en cualquier pendencia. Ese pecador es semejante al águila, porque con su soberbia despedaza a todos los que prende con las uñas de su malicia, y no quisiera que los demás fuesen más ni tanto como él. Pero yo le cortaré las alas de su poder y de su soberbia, castigaré su malicia, y si no se enmendare, lo meteré en una olla donde arda y sea atormentado para siempre. Es también semejante al cazador, porque con la dulzura de sus palabras y promesas atrae a sí a los demás, y los que se juntan con él van perdidos de tal suerte, que nunca pueden librarse. Y así el castigo que daré a este pecador será, que las aves del infierno le sacarán los ojos, para que nunca vea mi gloria, sino las tinieblas perpetuas del infierno; le cortarán las orejas y le taparán los oídos, para que no oiga mis palabras. De pies a cabeza lo atormentarán, y por la dulzura de sus palabras le darán amargos tormentos, que serán tantos, cuantos fueren los hombres que hubiera engañado. Aseméjase también ese pecador a un pendenciero que todo lo quiere atropellar, y no creer a nadie con su demasiada malicia; y así su castigo consistirá en que sea el primero en el tormento, y que cada día se le aumente y renueve con un perpetuo dolor. Sin embargo, mientras viva, tiene abiertas las puertas de mi misericordia. Declaración Fué este pecador un militar muy poderoso que aborrecía mucho a los eclesiásticos, diciéndoles grandes baldones; y de él trata la revelación de este capítulo. Nuestro Señor Jesucristo añadió: Soldado del mundo, pregunta a los sabios que aconteció al soberbio Amán, porque despreció a mi pueblo, y verás que murió afrentosamente. Así también este soldado hace mofa de mí y de mis amigos, y como el pueblo de Israel no lloró la muerte de Amán, de igual manera mis amigos no llorarán la muerte de este, que será muy desdichada, si no se enmendare. Y sucedió así.
  • 23. Suavísimo coloquio entre Jesús y Maria; consejos dados a santa Brigida, y cuántos han de aprovechar sus revelaciones. REVELACIÓN 14 Tu eres Rey de la gloria, dijo la Virgen a su Hijo Jesucristo, tú eres Hijo mío, Señor sobre todos los Señores, tú creaste el cielo y la tierra, y todo lo que hay en ellos. Hágase, pues, todo cuanto deseas, hágase toda tu voluntad. Respondióle Jesucristo: Proverbio antiguo es que lo que se aprende en la juventud, no se olvida en la vejez. Así tú, Madre mía, como desde tan niña aprendiste a hacer mi voluntad y dejar la tuya por mi amor, de ello no te olvidarás jamás, y por eso, dices: Hágase tu voluntad. Eres, querida Madre, como el oro precioso, que se extiende y machaca sobre el duro yunque, porque tú eres afligida en toda las tribulaciones, y la que más padecías en mi Pasión; pues cuando por la vehemencia del dolor mi corazón se partía en la cruz, el tuyo era herido interiormente como con un agudo cuchillo, y de buena gana hubieras querido que te se despedazase, si esta hubiera sido mi voluntad. Y aunque hubieses podido estorbar mi Pasión y salvar mi vida, hubieras preferido conformarte con lo que yo quería, y así has dicho bien: Hágase tu voluntad. Y vuelta la Virgen a santa Brigida, le dijo: Esposa de mi Hijo, ama a mi Hijo, pues él te ama; honra a sus Santos, que están en su presencia. Son estos innumerables como las estrellas, y su luz y esplendor no tiene comparación con ninguna luz material, pues como la luz del sol difiere de las tinieblas, de la misma suerte, y aún mucho más, difiere la luz de los Santos de la luz del sol. Ten por muy cierto que si los Santos pudieran ser vistos con su luz y claridad, no hubieran ojos que la pudieran sufrir, sino que quedarian ciegos. Luego dijo Jesucristo a la Santa: Esposa mía, conviene que tengas cuatro cosas, a saber: en primer lugar, has de estar preparada para las bodas de mi Divinidad, en las cuales no ha de haber resabio de carne sino un suavísimo deleite espiritual, cual conviene que Dios tenga con el alma casta, de manera que ni amor de hijos ni de padres, ni de bienes temporales te quite de mi amor, porque no te suceda lo que aquellas vírgenes necias, que estaban desapercibidas cuando el Señor las quiso llamar a las bodas y así fueron excluídas. Lo segundo que has de tener, es dar crédito a lo que yo te dijere. Yo soy la misma verdad, y de mis labios nunca sale sino la verdad, ni nadie puede encontrar en mis palabras otra cosa que la verdad; porque unas veces se han de entender mis palabras espiritualmente, y otras como ellas suenan, y entonces no hay que interpretarlas; porque siempre son verdaderas y nadie puede argüirme de mentira. Lo tercero, has de ser obediente, y ninguna parte de tu cuerpo ha de quedar sin castigo de lo que pecó, porque aunque soy misericordioso también soy justiciero. Por tanto has de obedecer a tus superiores con humildad y alegría, de tal suerte que no hagas nada contra la obediencia, aunque sea buena, y seguir la de tu superior, por obediencia, a no ser que sea contra la salvación del alma, o contra la razón natural. Lo cuarto, has de ser humilde, porque estás ligada en matrimonio espiritual: debes, pues, ser humilde y muy recatada al llegar tu esposo. Tu esclava ha de tener moderación y refrenarse; esto es, tu cuerpo ha de ser abstinente y bien regido, y con esto a muchos les serás de provecho espiritual; porque como se ingiere una púa en un tronco, y con ella comienza el tronco a florecer, así tú has de florecer y fructificar con mi gracia, que será tanta, que te embriagará, y con ella darás particular contento a todos los cortesanos del cielo. No desconfíes de mi bondad, porque como Zacarias e Isabel recibieron interiormente inefable gozo con la promesa que el ángel les hizo del hijo que habían de tener, así tú te regocijarás, y otros muchos, de la gracia y merced que quiero hacerte. A Zacarías y a Isabel les habló un ángel, pero a ti háblote yo, que soy Señor y Creador de los ángeles y tuyo. Ellos me dieron un hijo, que fué mi especial amigo Juan, y tú quiero que me des muchos hijos, no carnales, sino espirituales. En verdad, te digo, que san Juan era como una caña
  • 24. llena de dulzura y de miel, porque en su boca no entró nunca palabra vana ni torpe, ni tomó más de lo muy necesario para la vida, y por esto y por otras cosas bien puede llamarse ángel y virgen.
  • 25. La Virgen María consuela dulcemente a Santa Brígida en sus penas; utilidad de éstas y ventajas de la predicación. REVELACIÓN 15 Tu eres esposa de mi Hijo, dice la Virgen a la Santa, y así con seguridad puedes manifestar tus deseos y decir tu petición. Bien sabéis vos, Señora, mis deseos, le dijo la Santa, pues nada se os esconde. Aunque eso es así, dijo nuestra Señora, con todo, quiero saberlo de tu boca para que lo oigan los que están presentes. Dos cosas temo, dijo santa Brígida, y me dan pena: la primera es que ni lloro ni enmiendo mis pecados como quisiera; y la segunda es, ver tantos enemigos como tiene vuestro Hijo. Para el primer mal de tus temores, dijo nuestra Señora, te quiero dar tres remedios: lo primero, considera que todos los animales, aunque no viven para siempre, sino que su alma muere y acaba con el cuerpo, con todo padecen sus incomodidades y molestias, y tu alma ha de vivir para siempre; y así no se te harán tan penosos esos temores ni trabajos. Lo segundo, considera la misericordia de Dios que es tan grande, que no hay pecador por grande que sea, que no halle en él misericordia y perdón de sus pecados, si la pide con dolor de ellos y propósito de enmendarse. Lo tercero, considera cuán grande es la gloria de un alma que con Dios y en Dios vive para siempre. Para lo segundo que te da pena, ver tantos enemigos de Dios, te quiero dar otros tres remedios: Lo primero, considera que Dios, criador tuyo y suyo, es el juez que los ha de juzgar, y aunque por algún tiempo tolere sus maldades, nunca ellos serán los que le juzguen a Él. Lo segundo, considera cuán grave cosa les será arder para siempre en el infierno, y que son réprobos, si no se convierten, y que han de carecer de la herencia de Dios que se da a los justos. Pero me dirás: ¿Pues para qué se les ha de predicar a estos tales? Advierte que muchos de los pecadores han de venir a ser buenos, porque los predestinados é hijos adoptivos de Dios algunas veces pecan y se apartan del bien, como aquel hijo pródigo que se fué a tierras extrañas y vivió mal; y éstos se convierten por la predicación, y son admitidos a mayor gracia y amistad con Dios que antes tenían. Por eso no se les ha de dejar de amonestar a los pecadores; pues aunque el predicador vea que casi todos son malos, considere que quizá entre estos hay algunos que han de ser hijos queridos de Dios; y así, buen premio le espera al tal predicador. Lo tercero, considerarás que los malos viven para ejercitar y dar en qué merecer a los buenos, para que tengan paciencia del mal tratamiento que les hacen, y reciban el premio de lo que les dan a merecer. Pues así como una rosa bella, delicada y olorosa no crece ni se cría sino entre espinas feas, ásperas y sin ningún buen olor, así también los justos, mansos, apacibles y de buenas costumbres, no pueden ser ejercitados y probados sino entre los malos. Muchas veces también las espinas defienden la rosa para que no la corten sin sazón; así los malos son causa algunas veces de que los buenos no pequen, y otras de que no se distraigan y se den a contentos desordenados. Igualmente verás esto en el vino que no se conserva en su estado generoso y agradable, sino en las mismas heces; y de esa manera los justos, para conservarse en la paciencia y demás virtudes y aprovechar en ellas, han de necesitar las tribulaciones y persecuciones que se les ofrecen con los malos. Por tanto, has de sufrir de buena gana a los enemigos de mi Hijo, y considera que él es su juez, y que si fuese justicia que los destruyera a todos, bien podría hacerlo en un momento: luego toléralos tú, cuando él los tolera. Declaración Apareciósele a santa Brígida san Lorenzo y le dijo: Yo, mientras viví en el mundo, procuré tener tres cosas: continencia y templanza en mi cuerpo, misericordia con mi prójimo y amor a Dios; por lo cual prediqué con fervor la palabra de Dios, fuí fiel distribuidor de los bienes de la Iglesia, y sufrí azotes, fuego y muerte con alegría.
  • 26. Palabras del Padre Eterno en presencia de toda la Corte celestial, quejándose de la opresión y calamidades espirituales que padece la Iglesia. REVELACIÓN 16 Oyéndolo todo el ejército del cielo, hablaba el Eterno Padre, y decía: Me quejo delante de vosotros de que desposé mi Hija con un hombre que la trata muy mal, y le sujeta los pies en un cepo, hasta que se le secan y quedan estenuados. Respondió el Hijo: Esa es, Padre mío, la que yo redimí con mi sangre, y la recibí por esposa, pero ahora tratan de arrebatármela violentamente. Enseguida dijo la santísima Virgen: Vos, Padre Eterno, sois mi Dios y mi Señor, y traje en mis entrañas a vuestro bendito Hijo, que es verdadero Hijo vuestro y verdadero Hijo mío. Mientras viví en el mundo hice vuestra voluntad; hacedme merced de apiadaros de vuestra hija. Después decían los ángeles: Vos sois nuestro bien, y no necesitamos otro que a vos. Cuando nació vuestra hija la Iglesia, todos nos alegramos, y ahora con razón podríamos entristecernos porque la vemos en manos de quien tan vil y afrentosamente la trata. Compadeceos de ella por vuestra gran misericordia, pues es mucha su miseria, y no hay quien la consuele ni la libre, sino vos, Señor Dios omipotente. Entonces le respondió el Padre al Hijo: Tu queja es la mía, tus palabras y obras son propias mías. Tú estás en mí, y yo en ti inseparablemente; hágase tu voluntad. A la Virgen nuestra Señora le dijo: Porque nada me negaste en la tierra, nada tampoco te negaré en el cielo, y se llevará a cabo tu voluntad. También les dijo a los ángeles: Vosotros sois mis amigos; y en mi corazón arde la llama de vuestra caridad. Por vuestros ruegos tendré misericordia de mi hija.
  • 27. Palabras del Creador a santa Brígida, revelándole por qué su justicia y su misericordia sufren y dan tantas largas al pecador, enemigo de Dios. REVELACIÓN 17 Yo soy el Creador del cielo y de la tierra. Y porque tú, esposa mía, extrañas lo sufrido que soy con los malos, te digo que es porque soy misericordioso, y por tres causas los sufre mi justicia. Súfrelos, en primer lugar, porque no les ha llegado su tiempo; así un rey justo a quien le preguntan por qué detiene tanto a ciertos encarcelados y no los manda ahorcar, responde que quiere que a todos conste la culpa, antes de hacer justicia. De este modo, sufro yo también a los malos, hasta que llegue su tiempo, y conste a todos su malicia. Por ventura, ¿no anuncié muy anticipadamente la reprobación de Saúl, antes que llegara a conocimiento de los hombres, y lo sufrí muchos días, hasta que todos supiesen su maldad? En segundo lugar, súfrolos porque aun siendo malos, han hecho algunas buenas obras, y se las quiero pagar hasta el último cuadrante, sin quedar nada que no se pague en esta vida. Los sufro, en tercer lugar, porque se manifeste la honra y paciencia de Dios; y por esto sufrí a Pilatos, a Herodes y a Judas, aunque estuvieran condenados; y pues sufrí a éstos, no hay que maravillarse por qué sufra a los demás. Esta misericordia mía también se apidada de los malos, por tres razones. La primera, por mi infinita caridad, pues es muy larga la pena eterna, y así, por mi mucha caridad, los sufro hasta el último extremo, para que su pena empiece lo más tarde posible. En segundo lugar, dilato el castigo para que se les vaya consumiendo el verdor y fuerza de la naturaleza, y con esa flaqueza sienten menos el trance de la muerte. Cuando el hombre muere en su mocedad, le es mucho más amarga y penosa esta hora suprema. La tercera razón del por qué demoro el castigo es, porque se aprovechen los buenos, y algunos de los malos se conviertan; pues cuando afligen a los buenos, les labran la corona aumentando sus merecimientos, o les hacen que no pequen, refrenándolos con los trabajos en que los ponen. También los malos suelen servir de provecho a otros iguales a ellos, pues muchos se convierten con la caida de estos tales; porque entran consigo en cuenta y dicen: De qué nos sirve seguir sus pisadas? Siendo tan sufrido el Señor, mejor es convertirse. Y suelen volver a mí, atemorizados con el horror de los pecados que ven en los otros, pues su conciencia les está diciendo que no hagan semejantes maldades. Suele decirse, que cuando alguno es mordido por un escorpión, se cura si le untan la mordedura con aceite en donde se haya frito otro escorpión, así el malo, viendo la perdición de otro, se componga, y la pena y castigo del otro, es causa de su salud.
  • 28. Alabanzas dadas a Dios omnipotente por los coros celestiales, contestación del Señor, y quejas que tiene su Majestad del hombre. REVELACIÓN 18 Todos los ángeles, oyéndolos santa Brígida, comenzaron a alabar a Dios diciendo: Désete todo honor y alabanza, Señor Dios nuestro, que eres fuerte y has de ser para siempre sin fin. Nosotros somos tus siervos y te honramos: lo primero, porque nos creaste, para que contigo nos gozásemos; y nos diste una luz que no se puede declarar, para que siempre estuviésemos alegres; lo segundo, porque con tu suma bondad y firmeza criastes todas las cosas, y todas se mantienen, están a tu volundad y permanecen en tu palabra: lo tercero, te alabamos porque creastes al hombre, y por él encarnastes, de lo cual nos resulta grande alegría, y de ver a tu castísima Madre, que mereció traer en su vientre al que los cielos no pueden contener ni abarcar. Por tanto, loada sea tu gloria, y bendición sobre todas las cosas te sea dada a causa de la dignidad angélica, a que con tanto honor nos sublimaste; loada sea tu perpetua eternidad y estabilidad sobre todas las cosas que hay y puede haber estables; loada sea tu caridad por el hombre que criastes. Tú solo, Señor, eres digno de ser temido por vuestro infinito poder: tú solo eres digno de ser deseado por tu infinita caridad: tú solo digno de ser amado por tu estabilidad. Désete, pues, alabanza sin fin y continuamente por los siglos de los siglos. Amén. Entonces respondió el Señor a sus ángeles y les dijo: Vosotros me ensalzáis por todas las criaturas, pero decidme: ¿por qué me alabáis por el hombre, cuando éste me ha provocado a ira más que todas las criaturas? Pues lo crié más excelente que todas las demás criaturas inferiores, por ninguna he padecido tantas ignominias como por él, ni a ninguna he redimido tan a mi costa como al hombre, y en cambio de esto ¿qué criatura no mantiene su puesto, a no ser el hombre? Pero él me es más molesto que todas las demás. Porque como os crié a vosotros para que me alabaseis y ensalzaseis, también hice al hombre para que me honrase. Dile un cuerpo que le sirviese de templo espiritual, y puse en él un alma hermosa, casi como un ángel, porque el alma del hombre tiene casi la virtud y fortaleza angélica; en el cual templo estaba yo, su Dios y Criador, para que el hombre gozase y se deleitase conmigo. Le hice también de su propia costilla otro templo semejante a éste. Todo este honor menospreció el hombre, cuando dió gusto al diablo y deseaba mayor honor del que yo le había dado. Consumada la desobediencia, vino sobre ellos un ángel, y se avergonzaron de estar desnudos; sintieron la concupiscencia de la carne, y padecieron hambre y sed. Carecieron también de mi, que mientras me tuvieron consigo, no sintieron hambre, ni desnudez, ni deleite carnal, porque yo solo les era todó el deleite, dulzura y bien que ellos podían desear. Y viéndose ufano el demonio de haberlos hecho caer, movido yo a compasión, no los abandoné, sino que tuve con ellos tres suertes de misericordia; porque los vesti, les di el pan de la tierra, y en cuanto a la lujuria que el diablo había sembrado en ellos por la desobediencia, puse otra semilla más poderosa en sus almas, que fué mi gracia, y cuanto el demonio les sugirió para el mal, todo se lo convertí en bien, para que les fuese de provecho. Mostréles, después, la manera de vivir y de servirme, y les permití que se unieran, porque llenos de temor, antes de mi indicación y permiso, de todo se recelaban. Igualmente después de haber sido muerto Abel, como lo llorasen mucho tiempo y guardaran abstinencia, movido yo a compasión, los consolé, y volvieron a tener hijos, de cuya descendencia, yo, el mismo Criador de ellos, les prometí que había de nacer. Y viendo cuán desenfrenadamente pecaban los hijos de Adán y cuánto crecía su malicia, los castigué y mostré mi justicia con los pecadores; pero con los justos y escogidos usé de misericordias y ensalcélos, porque guardaron mis mandamientos y creyeron mis promesas. Acercándose el tiempo en que había de usar de mi gran misericordia, envié a Moisés, y con él obré grandes maravillas, porque libré mi pueblo como se lo tenía prometido; sustentelo con maná,
  • 29. los guié en su camino por el desierto con una columna de fuego que también les servía de nube para defensa del sol, diles ley y Profetas que les dijesen mis secretos y cosas que habían de suceder. Después de haber hecho todo esto, siendo yo el mismo Creador, escogí una Vírgen engendrada de padre y madre, y tomé carne de sus entrañas, y nací de ella sin pecado; porque así como los hijos que nacieran de Adán si éste no hubiera pecado, hubieran sido concebidos sin deleite de pecado, engendrados por sólo el amor divino y con el amor recíproco de sus padres, así también quise yo nacer de madre Virgen, aunque de un modo más perfectísimo, esto es, sin junta de varón, y sin mancilla de la virginidad de mi madre. Hecho ya hombre y quedándome verdadero Dios, cumplí la ley y todas las escrituras, según de mí estaba profetizado. Di una ley nueva, porque la antigua era áspera y dura, y solamente figura de lo que había de sucederla después. En la ley antigua lícito era a los hombres tener muchas mujeres, porque no les faltasen hijos o no se unisesen con los gentiles; pero en la ley nueva mando que el marido tenga una sola mujer, y viviendo ella no puede tener otra. Por tanto, los que por amor divino con temor y reverencia se juntan en matrimonio por sólo tener hijos, son un templo espiritual en el que habito yo de muy buena gana. Pero los hombres de estos tiempos, se casan por siete razones. Lo primero, por el atractivo natural; lo segundo, por las riquezas; lo tercero, por la sensualidad; lo cuarto, para tener reuniones y festines; lo quinto, para engalanarse y aderezarse con soberbia; lo sexto, para tener hijos y sucesores a quienes dar su hacienda y linaje, mas no para criarlos para Dios ni en las buenas costumbres, y lo septimo, para seguir sus apetitos desordenados. Estos vienen a casarse a mi Iglesia con un pensamiento bien contrario a mi voluntad, sin importarles nada de mí, con tal de cumplir con el mundo; pues si ellos se casaran conforme a mi voluntad, poniendo la suya en mis manos con humildad y temor, yo me holgara de sus bodas y hahitara con ellos. Pero en vez de poner mi amor en su corazón, han puesto la lujuria, y así no están casados con mi bendición y beneplácito. Desde la puerta de la iglesia van al altar, donde se les dice que han de ser un mismo corazón y una misma alma; pero entonces huye de ellos mi corazón, porque no perciben el sabor de mi carne, ni tienen el calor de mi corazón, sino un calor de poca dura, y un sabor de carne asquerosa que ha de ser sustento de gusanos. Y así estos tales, se vienen a juntar sin el vínculo y unión de Dios Padre, sin la caridad del Hijo y sin los consuelos del Espíritu Santo. Con todo, si se convirtiesen, tendrían abiertas las puertas de mi misericordia. Y aun por mi mucha caridad envió un alma a lo que ellos engendran, criada por mi poder, y a veces concedo que de malos padres nazcan buenos hijos, aunque lo ordinario es, que los malos padres tengan malos hijos, porque siguen en cuanto pueden las pisadas y pecados de sus padres, y hasta se aventajarían a ellos en ser malos, si yo se lo permitiera. Tal matrimonio no verá nunca mi rostro, a no ser que se arrepintiese; porque no hay ningún pecado tan grave que no se borre con la penitencia. Paso ahora a hablarte del matrimonio espiritual, cual corresponde que Dios contraiga con un cuerpo casto y con un alma casta. En él otros siete bienes, contrarios a los siete males anteriores; porque primeramente, en éste no se busca forma alguna o hermosura corporal, ni ver cosas agradables, sino solamente el amor y vista de Dios; segundo, no se buscan riquezas ni superfluidades, sino un mediano pasar; tercero, se evitan las palabras ociosas y chocarreras; cuarto, no tienen empeño en ver amigos ni parientes, sino yo solo soy su amor y deseo; quinto, desean y buscan la humildad interiormente en la conciencia, y exteriormente en el vestido; sexto, tienen firme propósito de ser siempre puros y castos; séptimo, engendran para Dios hijos é hijas con su buena conversación y buen ejemplo, y con la predicación de las palabras espirituales. Estos que se casan espiritualmente conmigo, se presentan a las puertas de mi Iglesia cuando
  • 30. guardan inviolablemente su fe, en la que prometen ser míos y yo de ellos. Llegan a mi altar y se deleitan espiritualmente con mi cuerpo y con mi sangre, y están resueltos a ser un corazón, una carne y de una misma voluntad conmigo; y yo, verdadero Dios y hombre, poderoso en el cielo y en la tierra, soy gustoso en habitar con ellos, y en llenar su corazón. Aquellos que por lujuria se casaron, son peores que jumentos, pues su principio y fin es la lujuria. Pero estos otros que espiritualmente se juntan conmigo, su principio y fin es amarme, temerme, obedecerme y agradarme en todo. A aquellos los incita el espíritu maligno a deleites de carne hedionda; pero a estos mi espíritu los incita a un amor y caridad mía fervorosa, que nunca les faltará. Yo soy Dios uno, trino en personas, uno en sustancia con el Padre y con el Espíritu Santo; y como es imposible que el Padre se aparte del Hijo, ni el Espíritu Santo del Padre ni del Hijo, y como es imposible que el calor se aparte del fuego, así también es imposible que éstos, que espiritualmente se han desposado conmigo, se aparten de mí, porque estoy siempre con ellos; y como mi cuerpo fué una vez muerto y no lo puede ser ya más, así estos nunca morirán para mí, pues ellos con fe recta y pura, y con voluntad perfecta y resignada se han incorporado a mí, y ora estén sentados, ora anden, siempre estoy con ellos.
  • 31. Modo de consolar a María santísima en los dolores de la Pasión de su Hijo Jesús, y algunos pormenores de la misma. REVELACIÓN 19 Quiero, hija, enseñarte, dice la Virgen a santa Brígida, lo que es el mundo con una comparación de una danza, en la cual hallarás tres cosas: alegría vana, voces confusas y trabajo superfluo. Y si alguno, lleno de tristeza y melancolía, entra en la casa donde hay este regocijo y danza, al verlo su amigo, deja la danza y va a consolarlo, sintiendo su tristeza. Esta danza y confusión representa el mundo, que siempre anda en continua solicitud y cuidado, y a los necios les parece una verdadera alegría. Hay en el mundo tres cosas: alegría vana, palabras chocarreras y trabajo inútil; porque todo aquello por cuanto el hombre trabaja y se afana, lo deja en pos de sí, nada lleva consigo. Por tanto, el que anda de este modo en el mundo, debería considerar, que cuando yo estaba en él, no tuve alegría ni día bueno, sino que todo fué dolor y tristeza, y condoliéndose de mí, podría imitarme apartándose del mundo. Porque en la muerte de mi Hijo tenía el corazón como atravesado con cinco lanzas. La primera era la vergonzosa y afrentosa desnudez que padeció en la columna mi Hijo carísimo y poderosísimo, sin tener nada con que cubrirse. La segunda lanza era las acusaciones que le hacían, diciendo que era un traidor, mentiroso y revoltoso, cuando yo sabía que era justo y verdadero, y que a nadie ofendió ni quiso ofender. La tercera lanza fué para mí la corona de espinas que hirió tan cruelmente su santísima cabeza, que la sangre que de ella corría le bañaba la boca, la barba y los oídos. La cuarta era la lamentable voz que dió en la cruz, con la que clamó a su Padre, diciendo: Padre, ¿por qué me has abandonado? Como si dijese: Padre, no hay quien se compadezca de mí sino tú. La quinta lanza que atravesaba mi corazón, era su muerte tan cruelísima; porque mi corazón estaba traspasado por tantas lanzas cuantas eran las venas, que abiertas, dejaban correr su preciosísima sangre. Fueron horadadas las venas de sus manos y pies, y el dolor de los nervios traspasados subía inconsolablemente al corazón, y de aquí volvía a los nervios; y como su corazón era muy fuerte y de exquisita complexión, porque estaba formado de excelente naturaleza, luchaban entre sí la vida y la muerte, y entre estos dolores se alargaba la vida con mayores ansias. Llegada la hora de la muerte, rompíasele el corazón por el insufrible dolor, y al punto estremeciéronsele todos sus miembros, y la cabeza que se reclinaba en la espalda, la levantó un poco; los ojos, que los tenía medio cerrados, los abrió algo más; abrió también la boca, y dejó ver la lengua llena de sangre; los dedos y los brazos, que los tenía encogidos, se le extendieron; y al expirar, inclinó la cabeza sobre el pecho, las manos se le desgarraron un poco más, y los pies sustentaron todo el peso del cuerpo. En el mismo instante mis manos quedaron como si las hubieran cortado; mis ojos se obscurecieron; mi rostro palideció como el de un difunto; mis oídos no podían oir nada; mis labios no pudieron articular una sola palabra, entorpeciéronse mis pies y perdí los sentidos. Levantéme, y viendo a mi Hijo más llagado que un leproso, resigné en él toda mi voluntad, porque sabía que todo aquello había sido por voluntadsuya, y si él no quisiera, nadie hubiera podido ofenderle: dábale gracias por todo, y mezclábase con mi tristeza cierta alegría, porque veía al que nunca pecó, que había querido, por tan grande caridad, sufrir todo aquello por los pecadores. Por consiguiente, todos cuantos están en el mundo consideren y tengan siempre a su vista, cómo me hallaba yo en la muerte de mi Hijo.
  • 32. Terrible juicio y espantosa condenación de un alma. REVELACIÓN 20 Vió una vez santa Brígida a Jesucristo enojado y que decía: Yo soy el que tiene su ser por sí mismo sin principio y sin fin; en mí no hay mudanza ni pasan por mí días; siempre todo el tiempo que ha habido y ha de haber en el mundo, es para mí una hora o un momento. Quien a mí me ve, ve en mí todas las cosas y las entiende como en un punto. Mas porque tú, esposa mía, vives en ese cuerpo mortal y no puedes percibir y conocer las cosas como si fueras puro espíritu, quiero que sepas un acto de mi justicia. Estando yo sentado en mi tribunal para juzgar, porque todo juicio me corresponde, vino uno que había de ser juzgado, y mi Padre Eterno le dijo: ¡Ay de ti! más te valiera no haber nacido. No porque a mi Padre le pesase de haberlo creado, sino mostrando dolerse de él. Yo le dije: Hombre, derramé mi sangre por ti, no hubo pena ni amargura que no sufriese por ti, y tú no has querido sufrir ninguna. El Espíritu Santo dijo: Yo he procurado hallar entrada en tu corazón y reblandecerlo con el fuego de mi amor, pero lo tienes frío como el hielo y duro como una piedra, y así no hay nada mío en ti. Advierte, esposa mía, que estas tres voces, aunque fueron tres, no son de tres Dioses, sino que, para que tú lo entiendas, es necesario decírtelo de este modo. Luego las tres voces a una dijeron: No se te da el reino de los cielos. La Madre de misericordia calló, porque el reo no era digno de que con él se usase, y todos los santos a una voz clama ban diciendo: Justicia divina es que sea desterrado para siempre de tu reino y gozo eterno. Los que estaban en el purgatorio dijeron: Las penas que aquí hay son muy pequeñas para castigar tus pecados; otras mayores te aguardan, y así te verás apartado de nosotros. Luego el mismo reo dijo con un grito horrible: ¡Desdichada la materia de que fuí formado en el vientre de mi madre! Por segunda vez gritaba: Maldita sea la hora en que se reunió mi alma con mi cuerpo, y maldito sea el que me dió cuerpo y alma. Por tercera vez gritaba: Maldita sea la hora en que salí vivo del vientre de mi madre. Y luego oyó tres horribles voces del infierno que le dijeron: Ven con nosotros, alma maldita, con la furia que va un río de metal; ven a la muerte perpetua, que es una vida desventurada y sin fin. Segunda vez le dijeron: Ven, alma maldita, vacía de todo bien, a participar de nuestra malicia; pues ninguno de nosotros dejará de darte parte de su maldad y tormento. Por tercera vez le decían: Ven, alma maldita, pesada como las piedras que siempre se van a lo hondo, sin encontrar nunca donde descansar; así tú bajarás a mayor profundidad que nosotros, de manera que no has de parar hasta que llegues a lo profundo del abismo. Y el Señor dijo a santa Brígida: Yo soy como un hombre que tiene muchas esposas, que al ver que una de ellas le ha sido infiel, la deja, y vuelto a las otras que le son fieles, se alegra con ellas y les da el parabién: así yo aparté de esta desventurada alma mi rostro y mi misericordia, me volví a mis fieles siervos, y me huelgo con ellos. Por tanto, habiendo tú oído la caída y la desventura de éste, sírveme por lo mismo con mayor sinceridad, porque he usado contigo de mayor misericordia. Huye del mundo y de sus malos deseos. Por ventura, ¿admití yo una Pasión tan acerba y amarga por la gloria del mundo o porque no pude consumarla más pronto y más facilmente? Muy bien pude hacerlo, pero la justicia divina así lo exigiá, y como en todos sus miembros el hombre había de pecar, así yo tambien había de satisfacer padeciendo en todos los de mi cuerpo. Por esto, compadeciéndose del hombre la Divinidad, amó tan entrañablemente a una Virgen, que tomó de ella la humanidad, para que en esta misma humanidad satisfaciese a Dios toda la peña a que el hombre estaba obligado. De consiguiente, si por caridad pagué yo tus penas, vive como mis siervos en verdadera humildad, de modo que de nada te avergüences, ni temas sino a mí. Guarda tu boca con la firme resolución de que no habías de hablar palabra, si no fuera esa mi voluntad; no
  • 33. te entristezcan las cosas temporales que son caducas, pues yo puedo enriquecer o empobrecer a los que quiera. Por tanto, esposa mía, pon en mí toda tu esperanza.
  • 34. Preciosos consejos de María santísima, y cómo asiste a sus devotos en la hora de la muerte. REVELACIÓN 21 Dos señoras hay en este mundo, le dice la Virgen a santa Brígida, la una no tiene nombre ni merece tenerlo; la otra es la humildad, y a ésta le doy yo mi nombre, y se llama María. A la primera la acompaña siempre el demonio, porque es a quien ella sirve, y el que de ella se enamora, le dice: Señora, dispuesto estoy a hacer en todo vuestro gusto, con sólo que una vez alcance vuestro amor: mirad que yo soy valiente, de corazón generoso, nada temo y estoy resuelto a morir por vos. Pesponde la señora: Servidor mío, mucho es el amor que me tienes; pero yo ocupo un sitio muy elevado, y no tengo sino un asiento, y entre nosotros dos median tres puertas. La primera es tan estrecha, que no puede entrar por ella hombre alguno que no deje todo cuanto trae en su cuerpo; la segunda es tan aguda, que penetra y corta hasta los nervios, y la tercera está tan abrasada por un contínuo fuego, que todo el que por ella entra se derreite al punto como el bronce. Yo estoy sentada en sitio muy alto, y el que deseare sentarse a mi lado, como no tengo sino un solo asiento, caerá a un gran abismo debajo de mí. Responde él: Daré por vos mi vida, y nada me importa lo demás. Esta señora, dijo la Virgen, es la soberbia, a la cual sirven y se aficionan los hombres vanos, y por gozar de ella pasan tres puertas. La primera es, que todo cuanto hacen es para que los hombres los alaben y para ensoberbecerse; y si no tienen nada de que puedan ser alabados, cifran todo su empeño en tratar de conseguirlo. La segunda puerta es, que todo su conato y fuerzas, todo su pensamiento y desvelo se encamina solamente a ensoberbecerse, y si lo despedazasen, lo tendrían por bien, a cambio de alcanzar honra y riquezas. La tercera puerta es, que nunca el soberbio se aquieta, ni está sosegado, sino ardiendo como el fuego, hasta alcanzar la honra o categoria que desea: pero después de haber conseguido lo que quiere, no puede permanecer mucho en el mismo estado, y cae miserablemente. Mas con todo eso, la soberbia existe en el mundo. La segunda señora, que es la humildad, soy yo misma, que me llamo María. Estoy sentada en muy rica silla, y por encima de mí no hay sol, ni luna, ni estrellas, ni aun nubes, sino una claridad serena, hermosa e inestimable, que procede de la extraordinaria hermosura de la Majestad de Dios. Debajo de mí tampoco hay tierra ni piedras, sino el incomparable descanso en la virtud de Dios. A mi lado no hay muro o pared, sino el glorioso ejército de los ángeles y de las almas santas. Y aunque estoy tan sublimada, oigo a mis devotos que están en la tierra clamando y gimiendo diariamente por mí; veo sus trabajos y sus obras más aventajadas que las de los que sirven a la soberbia. Por tanto, los visitaré y los colocaré conmigo en mi asiento, que es tan espacioso que todos caben en él. Mas, todavía no pueden venir a sentarse a mi lado, porque hay entre ellos dos muros, por los que con mi ayuda los pasaré para que lleguen a mí. El primer muro es el mundo, el cual es estrecho y miserable, y por tanto consolaré en él a mis siervos. El segundo muro es la muerte; pero, yo, su amantísima Señora y Madre, les saldré al encuentro, para que hasta en la misma muerte reciban consolación y refrigerio; y los colocaré conmigo en el asiento del gozo celestial, para que en los brazos del perpetuo amor y de la gloria eterna descansen con inmenso gozo por eternidad de eternidades.
  • 35. Ingratitud de los hombres para con Dios, y misericordia de Dios y de María santísima para con ellos. REVELACIÓN 22 Habla Jesucristo y dice: Yo soy Dios, que crié todas las cosas para utilidad del hombre, a fin de que todas ellas le sirviesen y le dieran buen ejemplo. Más el hombre abusa para su daño de todo lo que crié para su provecho, y además se cuida menos de Dios y lo ama menos que a la criatura. Los judíos me dieron en mi Pasión tres géneros de tormentos. En primer lugar, me atormentaron con azotes, con la corona de espinas y con la cruz; después con los clavos con que horadaron mis manos y pies; y por último, con la hiel que me dieron a beber. Además, blasfemaban de mí teniéndome por un fatuo a causa de la muerte que con gusto padecía, y me llamaban mentiroso en la doctrina. Tales son en el día muchos hombres, y pocos hay que me sirvan de consuelo; porque me crucifican con el deseo que tienen de pecar; me azotan con sus impaciencias, porque ninguno puede sufrir una palabra por mí; y me coronan de espinas con su soberbia, porque quieren ser más que yo. Clavan mis manos y pies con el hierro de la pertinacia, porque se vanaglorian de pecar y se obstinan en ello sin tenerme temor alguno. En lugar de la hiel me dan la tribulación, y en lugar de la Pasión que acepté con gusto, me llaman mentiroso y fatuo. Soy poderoso para sumergir por sus pecados a estos tales y a todo el mundo si así lo quisiera, y si los sumergiese, los que quedaran, me servirían por temor; pero esto no sería justo, porque el hombre debería servirme por amor. Si personalmente me hiciese yo visible a ellos, sus ojos no podrían verme, ni sus oídos oirme. ¿Como es posible que el hombre mortal pudiera ver al inmortal? Todavía moriría yo con gusto segunda vez por amor del hombre, si fuera posible. Apareció entonces la Virgen María, a quien dijo Jesucristo: ¿Qué quieres, amantísima Madre? Quiero, Hijo mío, que por tu caridad te compadezcas de tu criatura. Y Jesús le respondió: Por ti otra vez usaré de misericordia. Prosiguiendo el Señor, le decía a santa Brígida: Yo soy Dios y Señor de los ángeles. Yo soy Señor de la vida y de la muerte, y yo mismo quiero habitar en tu corazón. Mira el sumo amor que te tengo. Cielos y tierra y todo cuanto hay en ellos, no pueden abarcarme; y a pesar de eso, quiero habitar en tu corazón, que solamente es un pedazo de carne. ¿A quién podrás temer ni qué necesitar, teniendo dentro de ti al poderosísimo Dios, en quien está todo bien? Y para que sepas cómo has de adornar tu corazón para que habite yo en él, advierte que ha de tener tres cosas: lugar donde descansemos, sillas en que nos sentemos y luz con que nos alumbremos. El lugar de quietud para descansar, equivale a que te tranquilices, respecto a los malos pensamientos y deseos mundanales, y a que consideres siempre el gozo eterno. Las sillas deben ser la voluntad de permanecer conmigo; pues es contra la virtud el estar siempre de pie; y se dice que el hombre está siempre de pie, cuando tiene siempre la voluntad de estar con el mundo, y nunca de sentarse conmigo. La luz o lumbrera debe ser la fe, con la cual creas que yo todo lo puedo, y que soy omnipotente sobre todas las cosas.