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LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ

                          Pbro. Dr. Manuel Ceballos García

       Jesucristo en la cruz pronunció siete palabras, tal como lo han testimoniado los
cuatro evangelistas. Siete palabras, tres recogidas por san Lucas, tres por san Juan y una
misma por san Marcos y san Mateo. Palabras muchas veces leídas, meditadas, predicadas,
memorizadas, quizá desvigorizadas por la rutina y la monotonía… Palabras profundas, las
últimas palabras de un ‘moribundo’, que, siendo Dios, se despojo de su rango y se hizo en
todo igual a nosotros menos en el pecado.

       Las palabras sobre las que vamos a reflexionar no envejecen. Son palabras para
siempre. ¡Sí!, estas palabras históricas pronunciadas desde la Cruz son palabras
eternamente nuevas, y hacen a quienes las acogen y las viven, personas también nuevas.


                   Primera palabra
 “PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”

      “Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, crucificaron allí a Jesús y también a
los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: ‘Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen’” (Lc 23, 33-34).

       Jesús es el ‘Siervo de Yahvé’
          El contexto en el que San Lucas coloca esta primera palabra de Jesús trae a la
memoria la figura del Siervo de Yahvé tal y como la presenta Isaías en los cuatro cantos. El
mismo evangelista nos muestra a Jesús al inicio de su misión presentándose en la sinagoga
de Nazaret como el siervo de Yahvé cuando afirma que cumple en sí mismo el texto de
Isaías 61, 1-2: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a
los pobres la Buena Nueva; me ha enviado a proclamar liberación a los cautivos y la vista a
los ciegos, para dar la liberación a los oprimidos; para proclamar un año de gracia del
Señor”

         Y en su discurso de adiós, durante la Última Cena de nuevo dirá que es necesario
que se cumpla en él la profecía sobre el siervo sufriente de Yahvé, que aún siendo inocente
fue contado entre los malhechores (Is 53,12). El contexto del pasaje de Isaías presenta
también la muerte del siervo como un sacrificio expiatorio a favor del pueblo (cf. Is 53,
4.6.8.12) y toda la pasión de Jesús tiene como telón de fondo la figura de este siervo.

       Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
       Lo primero que es necesario decir acerca de esta primera palabra de Jesús es que,
en los momentos importantes de su vida él invoca a Dios como Padre: en 10,21 lleno del
Espíritu Santo eleva a Dios una oración de agradecimiento y por dos veces lo llama Padre;
en 22,42 lo invoca de nuevo encontrándose de frente a la pasión para reafirmar su decisión
de aceptar la voluntad del Padre; aquí (23,34) para pedir el perdón de los pecados y
finalmente en 23,46 para entregar su vida, su persona y su obra en las manos del Padre, de
quien la había recibido.

       San Lucas, al presentarnos la relación de Jesús con su Padre, no sólo quiere
manifestarnos la extraordinaria intimidad e identificación de Jesús con Dios sino que busca
además decirnos que nosotros también somos llamados a experimentar lo mismo. Existen
varios pasajes en los que Jesús menciona también a Dios como ‘padre de los hombres’ (Lc
6, 36; 11, 13; 12, 30.32), pero es en la oración del Padre Nuestro (Lc 11, 2-4) donde El se
                                                                                          1
reconoce como hermano nuestro y nos enseña a llamar y a reconocer a Dios como Padre.
Pues en realidad, nosotros somos hijos de Dios, ya que el mismo espíritu que guiaba a
Jesús y lo impulsaba a dirigirse a Dios como a su Padre lo hemos recibido también
nosotros. Dicho en palabras de San Pablo hemos “…recibido un espíritu de hijos adoptivos
de Dios que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!. El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu
para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15-16).

       Con su oración de perdón, Jesús no hace otra cosa que llevar a la práctica lo que ya
había enseñado:

          “A ustedes que me escuchan, yo les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a
los que los odien, bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difaman… y así
serán hijos del altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los perversos. Sean
misericordiosos, como es misericordioso el Padre de ustedes” (Lc 6,27-36).

       Jesús dice: “Padre, perdónalos”, pero concretamente ¿quiénes son aquellos para los
que Jesús pide el perdón del Padre? La oración de Jesús no debe ser referida sólo a los
soldados, los ejecutores materiales de la crucifixión, sino que se dirige sobre todo a aquellos
que son los responsables de su muerte: 1) los sumos sacerdotes y los magistrados que
estaban buscando la ocasión para deshacerse de él porque les estorbaba; 2) la
muchedumbre que pide la crucifixión de Jesús y la libertad de Barrabás; 3) Pilato, que aún
reconociéndolo inocente, lo entrega para que sea crucificado; 4) Herodes, que lo desprecia
y se burla de él; 5) todos aquellos que, viéndolo crucificado, le hacen burla,…etc., hasta
llegar a nosotros.

       Y Jesús concluye diciendo: … “porque no saben lo que hacen”. La ignorancia de las
autoridades judías y del pueblo en general respecto a la muerte de Jesús, es un tema que
aparece sea en los Hechos de los Apóstoles que en san Pablo. San Pedro, después de la
curación del tullido en su discurso al pueblo afirma: “Ahora bien, ya se, hermanos, que
obrasteis por ignorancia, los mismo que vuestros jefes” (Hch 3,17) y Pablo hablando a los
corintios de la locura de la cruz afirma: “hablamos de una sabiduría de Dios…desconocida
de todos los jefes de este mundo, pues de haberle conocido no hubieran crucificado al
Señor de la Gloria”, (1 Co 2,7-8).

       “No saben lo que hacen” significa: no son capaces de poder comprender totalmente
lo que están haciendo, no conocen la envergadura de la acción y su responsabilidad: los
jefes del pueblo piensan en estar desembarazándose de un predicador molesto que vino a
poner en entredicho el sistema religioso; Pilato piensa de conservar intacta su amistad con
el César; Herodes, en darse cuenta de quién era realmente Jesús; el pueblo, de haber
hecho la mejor elección en contra de los romanos; los soldados, que están cumpliendo con
una más de las tantas crucifixiones de condenados a muerte. Pero todos están
equivocados, están tan condicionados por sus logros, sus propias circunstancias, sus
miedos, sus anhelos, que son incapaces de poder ver. Por eso Jesús dice: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

          A diferencia de los que asistieron o participaron en la muerte de Jesús, nosotros
hemos creído en él y sabemos que por su muerte hemos sido redimidos de nuestros
pecados. Esta oración suya es un fuerte llamado a realizar en nuestra vida de creyentes lo
que él llevó a cabo en su vida terrena. San Lucas, para ilustrar esto nos ha dejado también
la historia de Esteban, asesinado por su fe en Jesús, que ora a Jesús, diciendo: “ Señor, no
les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,60).




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El reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, la conciencia de que todos somos
hermanos y la enseñanza del Maestro sobre la misericordia nos ayude a entender mejor la
oración que dirige a Dios Padre pidiendo por los que lo han conducido a la muerte.



                         Segunda palabra
          YO TE ASEGURO QUE HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL
                          PARAÍSO.

       Unos de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías?
Pues sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro intervino para reprenderlo, diciendo: ¿Ni
siquiera temes a Dios, tú que estás en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo, pues estamos
recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero éste no ha hecho nada malo. Y añadió:
Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey Jesús le dijo: Te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso” (Lc 23, 39-43).

       La última tentación de Jesús
       El insulto que hace a Jesús uno de los malhechores crucificados con él, es el último
de los ultrajes que le vienen infligidos. Constituye también la última tentación de Jesús. Si
tenemos presente la narración de las ‘tentaciones’ de Jesús (según el evangelio de san
Lucas), sabemos que termina diciendo: “Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él
hasta el tiempo propicio” (Lc. 4, 13). Los magistrados, los soldados y el ladrón lo interpelan
para que demuestre su verdadera identidad salvándose a sí mismo: tres veces viene
tentado, como tres veces lo había tentado Satanás cuando se encontraba también en una
situación de debilidad a causa del ayuno.

       Jesús guarda silencio y no hace nada porque nunca ha hecho algo a favor de sí
mismo y, además, porque no son los hechos prodigiosos los que demuestran quién es él
sino el cumplimiento del designio del Padre, manifestado en las Escrituras, como por tres
veces lo había expresado a los discípulos en los anuncios de la pasión ( Lc 9, 22; 9, 44-45;
18, 31-34). Jesús no condesciende porque detrás de la petición de un signo no siempre se
encuentra la voluntad de creer, como en el caso de Herodes que busca sólo saciar su
curiosidad, (Lc 23, 8) o como mucha de la gente que no quiere convertirse (Lc 11, 29-32).
No cede a las pretensiones de los presentes a su crucifixión porque su misma muerte y
sepultura constituirán un signo evidente de su identidad y porque la preocupación primaria
no debe ser la de salvar la vida corporal sino la de temer a Dios (Lc 12, 4-5). Esto dice
también el segundo malhechor.

      “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”
      Pilato por tres veces había reconocido la inocencia de Jesús (Lc 23, 4. l4.22) y sin
embargo lo condenó a muerte. Uno de los ladrones crucificados con él proclama su
inocencia y reconoce que no debería estar sufriendo tal condena. Se dirige a Jesús
llamándolo por su nombre, lo cual implica una gran cercanía y confianza. Esta confianza se
muestra también en el contenido de su súplica que hace ver aquello que el ladrón logra
descubrir en aquel que está a punto de morir, reconoce lo que los otros ponían en duda: que
Jesús era el Cristo y que disponía de poder para salvarse a sí mismo y a los demás.

      Para san Lucas el “hoy” representa el momento propicio de la salvación. El tiempo del
actuar de Dios a favor del hombre. A lo largo del evangelio el “hoy” se repite
constantemente siempre en relación a Jesús y su obra salvífica: “les ha nacido hoy en la
ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”, dirá el ángel a los pastores (Lc 2,10);
el mismo Jesús dirá a sus paisanos en Nazaret: “Esta Escritura que acaban de oír se ha
                                                                                             3
cumplido hoy” (Lc 4, 21); ante la curación del paralítico realizada por Jesús todos los
presentes dicen: “hoy hemos visto cosas increíbles” (Lc 5,26); cuando Zaqueo da muestras
de conversión Jesús, que había decidido quedarse en casa suya, dice “hoy ha llegado la
salvación a esta casa” (Lc 19,9) y, finalmente, en la cruz Jesús dice al ladrón “hoy estarás
conmigo en el paraíso” (Lc 23,43): De esta manera el malhechor que se burlaba de Jesús y
en una situación desesperada lo ha reconocido como salvador y como rey, viene reconocido
por Jesús. Con la respuesta que Jesús da al malhechor se realiza cuanto él mismo había
anunciado en Lc 12,8: “a todo el que me reconozca delante de los hombres, el Hijo del
Hombre lo reconocerá también ante los ángeles de Dios”.

        Jesús, prometiendo al malhechor que estará con él en el paraíso, hace posible de
nuevo el acceso al lugar del que el hombre había sido expulsado a causa del pecado. Con
su promesa Jesús comunica a un pecador el perdón, la unión con Dios y la plenitud de la
vida.


                         Tercera palabra
                 “MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO”.
      DESPUÉS DIJO AL DISCÍPULO: “AHÍ TIENES A TU MADRE”:

      “Jesús al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto quería, dijo a su
madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Después dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y
desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya” (Jn 19, 26-27).

       El evangelio de san Juan menciona a la Madre de Jesús al inicio de su vida pública
(Jn 2,1-12) y al final de la misma. En ninguna de las dos partes se dice su nombre. María
viene mencionada como la Madre de Jesús y el mismo Jesús se dirige a ella llamándola
‘mujer’. Esto nos hace pensar en la posibilidad de que la Madre de Jesús represente no sólo
la persona física de María sino un personaje simbólico. Por otra parte, lo mismo sucede con
el otro personaje de esta escena en el calvario: “el discípulo amado”, como viene llamado,
no se menciona jamás su nombre pero ocupa un lugar importante como testigo de Jesús en
el evangelio, depositario y garante de la revelación.

       El sentido primero de las palabras de Jesús a su Madre y al discípulo es el de una
especie de testamento por medio del cual instituye una nueva familia: su madre deberá ver
al discípulo como su hijo y el discípulo considerarla como su Madre. El acto de Jesús
constituye una expresión de su piedad filial y la correspondencia inmediata del discípulo un
acto de comunión y de obediencia a Jesús. Pero el episodio tiene un significado más
profundo en la mente del evangelista.

       La relación de esta escena con la escena de Caná, en la que aparecen, sea la madre
de Jesús o sean los discípulos, nos ayuda a profundizar en el significado de lo que sucede
al pie de la cruz. En Caná, debido a la intervención de la Madre de Jesús, el realizó el
primero de sus “milagros” y sus discípulos creyeron en él. Se establece pues una relación
entre la presencia de María en la fiesta de bodas, el inicio de la misión de Jesús y la fe de
los discípulos. Además, el mismo evangelio de Juan menciona que el poder llegar a ser
hijos de Dios viene de la fe (Jn 1,12). Ahora bien, la acogida de Jesús por medio de la fe
hace del discípulo, hijo de Dios; la acogida de su madre al pie de la cruz hace del discípulo,
hijo de María. Es Jesús que da la capacidad de ser hijos de Dios pero, por su colaboración
al nacimiento de la fe de los discípulos, la madre de Jesús llega también a ser la madre de
los que creen. Esto es lo que el evangelista quiere significar también con este episodio en el
Calvario.


                                                                                             4
El hecho de que Jesús se dirija primero a su Madre manifiesta su importancia y en la
interpretación de esta escena se ha resaltado mucho el papel de la Madre pero, en realidad
la parte activa la lleva el discípulo.



                            Cuarta palabra
                    ELÍ ELÍ, ¿LEMÁ SABAKTANI?
        QUE QUIERE DECIR: DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME
                     HAS ABANDONADO?

       “Desde el mediodía toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres de la
tarde. Hacia las tres gritó Jesús con voz potente: Elí, Elí, lemá sabaktaní? Que quiere decir:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,45-46).

        La oscuridad de la que habla el evangelista nos hace pensar en la profecía de Amós
8,9 donde Yahvé dice: “en aquel día yo haré que el sol se ponga al mediodía y que la tierra
en pleno día se oscurezca”. En otro texto Amós afirma también que el Día de Yahvé será de
oscuridad y no de luz para Israel. El pueblo por el contrario, esperaba que en ese día se
manifestara la venganza de Dios contra sus enemigos. El profeta se refiere al arribo del
juicio de Dios para el pueblo que no ha querido escuchar la voz de su profeta. La oscuridad
es signo de la confusión causada por el actuar contrario de Dios que deja caer al pueblo en
manos de sus enemigos permaneciendo inactivo, más aún, considerando los enemigos del
pueblo como medios de su castigo.

      En este pasaje del evangelio de Mateo, Jesús repite las palabras con las que inicia el
Salmo 22 y asume la experiencia de abandono vivida por el salmista: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras
de mi clamor? Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche, pero no hay para mí
reposo” (vv.1-2).

       En el Salmo el abandono se muestra en el hecho de que el propio Dios, que ha
salvado a los padres (v.5s) y al cual el orante debe su existencia (v. 10s), está lejano (vv. 2.
12-20 y no responde a las invocaciones. Esta ausencia se hace particularmente pesada por
el presencia de los enemigos que oprimen y se mofan del orante (vv. 7-9.13-14. 17-19). Con
Jesús, tal y como viene descrito en Mt. 27, 39-44 sucede algo semejante: los pasantes, las
autoridades e, incluso, los que estaban crucificados con él, lo insultan.

       La repetición del grito “Dios mío, Dios mío” revela la estrecha relación que el orante
tiene con el Dios al que invoca. En el caso de Jesús, esta relación adquiere un sentido más
personal ya que él lo invoca también como su ‘padre’. Lo testimonian los que se burlan de él
(Mt 27,40.43), la oración que hace en el huerto de Getsemaní (Mt. 26,39) y el himno de
acción de gracias (Mt 11, 25-27). Esta relación especial de Jesús con Dios, el abandono de
sus discípulos, las burlas de los presentes, la recapitulación de toda su vida, de la misión
que había venido a cumplir y el mismo sufrimiento de la crucifixión, contribuyen a hacer de
este momento una experiencia terrible.

       En la oración del huerto Jesús por tres veces había dicho de aceptar la voluntad de
Dios Padre (Mt 26, 39. 42.44) y por tres veces también había anunciado a sus discípulos
que tenía que llegar este momento, pero la tristeza y la angustia que llenaban su alma son
tales que se cumplen en si mismo las palabras dichas a los discípulos: “el espíritu está
pronto pero la carne es débil”. Jesús experimenta la soledad aplastante del momento de la
muerte, en el cual no se puede dar marcha atrás, aun queriéndolo, porque no se puede
                                                                                         5
evitar. El aproximarse inexorable de la muerte física como una consecuencia de los azotes,
la coronación de espinas y la crucifixión se agregan a la muerte moral y psicológica
ocasionada por la traición de uno de sus amigos, la negación de Pedro, la huida de los otros
y la conciencia de la propia inocencia.

       El conocimiento anticipado y la aceptación de la propia muerte no disminuyen la
realidad del sufrimiento, por el contrario, la plena conciencia de las cosas lo hace más
grande. Si la conciencia de ser culpables nos hace ver que tenemos bien merecido un
castigo y aun así nos aflige la punición y quisiéramos cambiar la realidad, la recepción de
una pena inmerecida y la imposibilidad de evitarla causan más dolor y sufrimiento todavía.
De esta manera, la oscuridad con la que el evangelista comienza la descripción de esta
escena que narra la muerte de Jesús, indica no sólo un fenómeno cosmológico sino también
cuanto le está sucediendo a Jesús.



                                      QUINTA PALABRA
                                        “TENGO SED”

      “Después, Jesús, sabiendo que todo se había cumplido, para que también se
cumpliese la Escritura, exclamó: Tengo sed” (Jn 19,28).

        El contexto de esta palabra habla del cumplimiento de la Escritura pero no existe un
único texto al que el pasaje pueda asociarse de manera exclusiva. Siguiendo las referencias
al Salmo 22 encontramos el siguiente texto: “Mi paladar está seco como teja y mi lengua
pegada a mi garganta: tu me sumes en el polvo de la muerte” (Salmo 22,16), el cual,
aplicado a la situación de Jesús, se puede entender como una referencia a la terrible sed
física que experimentaba un crucificado.

        No obstante lo dicho anteriormente, la plena conciencia y dominio de si mismo que
demuestra el Jesús joánico, la clara referencia al Salmo 69,22, que dice: “Por comida me
dieron hiel, y para mi sed me dieron a beber vinagre” y el hecho de que el evangelista
presente a Jesús tomando este vinagre como cumplimiento de la Escritura, nos hacen
pensar no solo en la descripción de una necesidad fisiológica de Jesús, sino también en un
significado simbólico de la frase “tengo sed”.

       Si relacionamos esta frase con la petición de Jesús a la Samaritana: “dame de beber”
(Jn 4,7), que más que la sed física significa el deseo de que aquella mujer y su pueblo
acogieran el ‘agua viva’ que les iba a dar, es decir, su palabra y su espíritu, ahora que Jesús
está a punto de ser elevado, se puede decir que su sed se refiere al deseo de ver
derramado el Espíritu Santo sobre los creyentes. También, recurriendo a otros Salmos (63,
2; 143,6), de los cuales sólo citamos el 142,3: “Tengo sed de Dios, del Dios vivo ¿Cuándo
entraré a ver el rostro de Dios?”, la frase dicha por Jesús puede significar su ardiente deseo
de volver al Padre.

        Diciendo que estaba sediento y bebiendo el vinagre que le ofrecían, Jesús había
prácticamente cumplido todo lo que la Escritura decía acerca de él y haciendo esto ha
cumplido la misión para la que el Padre lo había mandado. Lo ha glorificado llevando a cabo
la obra que le había encomendado realizar (Jn 17,4); ahora únicamente le faltaba retornar al
Padre y ser glorificado por él. Esto último es lo que, entre otras cosas, pide en el capítulo
17, en su oración sacerdotal: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu hijo para que tu hijo te
glorifique” (v.1). “Padre glorifícame tú junto a ti, con la gloria que tenia a tu lado antes que el
mundo fuese” (v.5).

                                                                                                 6
Sexta palabra
                               “TODO ESTÁ CUMPLIDO”.

       “Jesús gustó el vinagre y dijo: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza, entregó su
espíritu” (Jn. 19, 29-30).

       A lo largo del evangelio de Juan Jesús había continuamente insistido que lo que él
realizaba no lo hacía por cuenta propia, sino por encargo del Padre que es su modelo a
seguir. Después de la curación del enfermo de la piscina de Betesda, Jesús dice a los
judíos, que lo perseguían y querían matarlo: “En verdad, en verdad os digo que el Hijo no
puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el
Padre, eso también hace el Hijo de igual manera”. (Jn 5,19) y las obras que hace no son
suyas sino de su Padre, que es quien las hace (Jn 10, 37; 14,10).

       Esta manera de actuar manifiesta de parte de Jesús una profunda identificación con
la voluntad de su Padre, al punto de llegar a afirmar que su alimento es hacer la voluntad
del que lo ha enviado a llevar a cabo su obra (Jn 4,34) Si Jesús se encuentra entre los
hombres es para cumplir una misión y toda su vida se consagra a hacer la voluntad del que
lo ha enviado, por eso afirma:

       “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me
envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él me ha dado yo no
pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Porque esta en la voluntad de mi Padre:
que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el
día final” (Jn 6, 38-40).

       Según el evangelio de Juan, Jesús no muere con un “¿Por qué?” (Mt-Mc) ni se
abandona simplemente en las manos del Padre (Lc) sino gritando “todo está cumplido”. Esta
palabra de Jesús no es un banal todo se acabó ni una constatación negativa de un situación
insalvable. Lo que pronuncia Jesús en la cruz es la constatación de que cuanto implicaba la
misión recibida había sido realizado y que la entrega de su vida era el último gesto de su
obediencia a la voluntad del Padre, asumida plenamente como propia. Por eso no dice ‘todo
lo que tenía que hacer lo he hecho’ sino que “todo está cumplido”, como para indicar que él
simplemente ha completado durante las tres horas que ha durado la crucifixión lo que le
faltaba para realizar plenamente el plan salvífico de su Padre sobre la humanidad.

      La muerte de Jesús aparece así como una acción deliberadamente querida. Sigue
mostrándose dueño de la situación aún en su manera de expirar y con este gesto cumple en
sí mismo lo que había dicho en el discurso del Buen Pastor:

      “Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie
me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de
nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 10,17-18).



                             Séptima palabra
               “PADRE, EN TUS MANOS CONFÍO MI ESPÍRITU”

       “El sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por medio.. Entonces Jesús lanzó
un grito y dijo: Padre, en tus manos confío mi espíritu. Y dicho esto, expiró” (Lc 23, 44-47).
                                                                                             7
Jesús “ha perdido todo”: sus discípulos, sus vestiduras; ahora está a punto también
de perder irremediablemente la vida pero no es para él motivo de preocupación no se aferra
a su vida como a un tesoro sino que se abandona confiado a su Padre realizando en sí
mismo cuanto había enseñado a sus discípulos acerca del abandono en la providencia (Lc
12, 22-32).

        En la Biblia, como en nuestro lenguaje, estar en manos de otro significa estar bajo su
poder y disposición. Dios con sus manos ha creado cuanto existe (Sal 8,6), hace justicia
(Sal 10,14), guía y sostiene (Sal 139,10). Por eso el salmista afirma: “en tus manos
abandono mi vida y me libras. Yahvé, Dios fiel…Me alegraré y celebraré tu amor, pues te
haz fijado en mi aflicción…” (Sal 31, 6-8). En el abandono que Jesús hace de sí mismo en
Dios hay una novedad radical: No es la relación de un vasallo co su rey, sino la de un hijo
para con su Padre. No se abandona a las manos poderosas de Yahvé, el Señor de los
ejércitos, el rey de las naciones, sino en las manos tiernas y benditas del Padre. Sin
embargo, las palabras de Jesús manifiestan no sólo su especial relación con Dios; son
también la profunda certeza de que la muerte que está sufriendo no es la palabra definitiva
sobre su historia de hombre y que Dios hará que se levante de la muerte.

       La última palabra en la cruz no es una palabra de desesperación ni de derrota sino
que viene presentada por Lucas como el acto definitivo por el cual Jesús manifiesta su
completa confianza en el Padre. Confiando en el dador y fuente de la vida, poniéndose bajo
su protección, Jesús sabe que lo que a los ojos de los que lo han llevado a la muerte es una
derrota es en realidad la manera de realizar las profecías del Antiguo testamento sobre el
Mesías. Así lo ve también San Pedro en su discurso después de Pentecostés (Hch 2,22-36).

       Lucas también presenta a Jesús como el modelo a seguir para el cristiano no sólo en
su vida sino también en su muerte. De hecho, en la historia del protomártir Esteban,
podemos ver que su actitud ante la muerte es idéntica a la de Jesús, con la diferencia que
es vez de ponerse en las manos del Padre, él entrega su espíritu a Jesús: Señor Jesús,
recibe mi espíritu (Hch 7,59).




                                                                                             8
Jesús “ha perdido todo”: sus discípulos, sus vestiduras; ahora está a punto también
de perder irremediablemente la vida pero no es para él motivo de preocupación no se aferra
a su vida como a un tesoro sino que se abandona confiado a su Padre realizando en sí
mismo cuanto había enseñado a sus discípulos acerca del abandono en la providencia (Lc
12, 22-32).

        En la Biblia, como en nuestro lenguaje, estar en manos de otro significa estar bajo su
poder y disposición. Dios con sus manos ha creado cuanto existe (Sal 8,6), hace justicia
(Sal 10,14), guía y sostiene (Sal 139,10). Por eso el salmista afirma: “en tus manos
abandono mi vida y me libras. Yahvé, Dios fiel…Me alegraré y celebraré tu amor, pues te
haz fijado en mi aflicción…” (Sal 31, 6-8). En el abandono que Jesús hace de sí mismo en
Dios hay una novedad radical: No es la relación de un vasallo co su rey, sino la de un hijo
para con su Padre. No se abandona a las manos poderosas de Yahvé, el Señor de los
ejércitos, el rey de las naciones, sino en las manos tiernas y benditas del Padre. Sin
embargo, las palabras de Jesús manifiestan no sólo su especial relación con Dios; son
también la profunda certeza de que la muerte que está sufriendo no es la palabra definitiva
sobre su historia de hombre y que Dios hará que se levante de la muerte.

       La última palabra en la cruz no es una palabra de desesperación ni de derrota sino
que viene presentada por Lucas como el acto definitivo por el cual Jesús manifiesta su
completa confianza en el Padre. Confiando en el dador y fuente de la vida, poniéndose bajo
su protección, Jesús sabe que lo que a los ojos de los que lo han llevado a la muerte es una
derrota es en realidad la manera de realizar las profecías del Antiguo testamento sobre el
Mesías. Así lo ve también San Pedro en su discurso después de Pentecostés (Hch 2,22-36).

       Lucas también presenta a Jesús como el modelo a seguir para el cristiano no sólo en
su vida sino también en su muerte. De hecho, en la historia del protomártir Esteban,
podemos ver que su actitud ante la muerte es idéntica a la de Jesús, con la diferencia que
es vez de ponerse en las manos del Padre, él entrega su espíritu a Jesús: Señor Jesús,
recibe mi espíritu (Hch 7,59).




                                                                                             8
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de perder irremediablemente la vida pero no es para él motivo de preocupación no se aferra
a su vida como a un tesoro sino que se abandona confiado a su Padre realizando en sí
mismo cuanto había enseñado a sus discípulos acerca del abandono en la providencia (Lc
12, 22-32).

        En la Biblia, como en nuestro lenguaje, estar en manos de otro significa estar bajo su
poder y disposición. Dios con sus manos ha creado cuanto existe (Sal 8,6), hace justicia
(Sal 10,14), guía y sostiene (Sal 139,10). Por eso el salmista afirma: “en tus manos
abandono mi vida y me libras. Yahvé, Dios fiel…Me alegraré y celebraré tu amor, pues te
haz fijado en mi aflicción…” (Sal 31, 6-8). En el abandono que Jesús hace de sí mismo en
Dios hay una novedad radical: No es la relación de un vasallo co su rey, sino la de un hijo
para con su Padre. No se abandona a las manos poderosas de Yahvé, el Señor de los
ejércitos, el rey de las naciones, sino en las manos tiernas y benditas del Padre. Sin
embargo, las palabras de Jesús manifiestan no sólo su especial relación con Dios; son
también la profunda certeza de que la muerte que está sufriendo no es la palabra definitiva
sobre su historia de hombre y que Dios hará que se levante de la muerte.

       La última palabra en la cruz no es una palabra de desesperación ni de derrota sino
que viene presentada por Lucas como el acto definitivo por el cual Jesús manifiesta su
completa confianza en el Padre. Confiando en el dador y fuente de la vida, poniéndose bajo
su protección, Jesús sabe que lo que a los ojos de los que lo han llevado a la muerte es una
derrota es en realidad la manera de realizar las profecías del Antiguo testamento sobre el
Mesías. Así lo ve también San Pedro en su discurso después de Pentecostés (Hch 2,22-36).

       Lucas también presenta a Jesús como el modelo a seguir para el cristiano no sólo en
su vida sino también en su muerte. De hecho, en la historia del protomártir Esteban,
podemos ver que su actitud ante la muerte es idéntica a la de Jesús, con la diferencia que
es vez de ponerse en las manos del Padre, él entrega su espíritu a Jesús: Señor Jesús,
recibe mi espíritu (Hch 7,59).




                                                                                             8

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Las siete palabras de Jesús en la cruz

  • 1. LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ Pbro. Dr. Manuel Ceballos García Jesucristo en la cruz pronunció siete palabras, tal como lo han testimoniado los cuatro evangelistas. Siete palabras, tres recogidas por san Lucas, tres por san Juan y una misma por san Marcos y san Mateo. Palabras muchas veces leídas, meditadas, predicadas, memorizadas, quizá desvigorizadas por la rutina y la monotonía… Palabras profundas, las últimas palabras de un ‘moribundo’, que, siendo Dios, se despojo de su rango y se hizo en todo igual a nosotros menos en el pecado. Las palabras sobre las que vamos a reflexionar no envejecen. Son palabras para siempre. ¡Sí!, estas palabras históricas pronunciadas desde la Cruz son palabras eternamente nuevas, y hacen a quienes las acogen y las viven, personas también nuevas. Primera palabra “PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” “Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, crucificaron allí a Jesús y también a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’” (Lc 23, 33-34). Jesús es el ‘Siervo de Yahvé’ El contexto en el que San Lucas coloca esta primera palabra de Jesús trae a la memoria la figura del Siervo de Yahvé tal y como la presenta Isaías en los cuatro cantos. El mismo evangelista nos muestra a Jesús al inicio de su misión presentándose en la sinagoga de Nazaret como el siervo de Yahvé cuando afirma que cumple en sí mismo el texto de Isaías 61, 1-2: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva; me ha enviado a proclamar liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la liberación a los oprimidos; para proclamar un año de gracia del Señor” Y en su discurso de adiós, durante la Última Cena de nuevo dirá que es necesario que se cumpla en él la profecía sobre el siervo sufriente de Yahvé, que aún siendo inocente fue contado entre los malhechores (Is 53,12). El contexto del pasaje de Isaías presenta también la muerte del siervo como un sacrificio expiatorio a favor del pueblo (cf. Is 53, 4.6.8.12) y toda la pasión de Jesús tiene como telón de fondo la figura de este siervo. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Lo primero que es necesario decir acerca de esta primera palabra de Jesús es que, en los momentos importantes de su vida él invoca a Dios como Padre: en 10,21 lleno del Espíritu Santo eleva a Dios una oración de agradecimiento y por dos veces lo llama Padre; en 22,42 lo invoca de nuevo encontrándose de frente a la pasión para reafirmar su decisión de aceptar la voluntad del Padre; aquí (23,34) para pedir el perdón de los pecados y finalmente en 23,46 para entregar su vida, su persona y su obra en las manos del Padre, de quien la había recibido. San Lucas, al presentarnos la relación de Jesús con su Padre, no sólo quiere manifestarnos la extraordinaria intimidad e identificación de Jesús con Dios sino que busca además decirnos que nosotros también somos llamados a experimentar lo mismo. Existen varios pasajes en los que Jesús menciona también a Dios como ‘padre de los hombres’ (Lc 6, 36; 11, 13; 12, 30.32), pero es en la oración del Padre Nuestro (Lc 11, 2-4) donde El se 1
  • 2. reconoce como hermano nuestro y nos enseña a llamar y a reconocer a Dios como Padre. Pues en realidad, nosotros somos hijos de Dios, ya que el mismo espíritu que guiaba a Jesús y lo impulsaba a dirigirse a Dios como a su Padre lo hemos recibido también nosotros. Dicho en palabras de San Pablo hemos “…recibido un espíritu de hijos adoptivos de Dios que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!. El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15-16). Con su oración de perdón, Jesús no hace otra cosa que llevar a la práctica lo que ya había enseñado: “A ustedes que me escuchan, yo les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odien, bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difaman… y así serán hijos del altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los perversos. Sean misericordiosos, como es misericordioso el Padre de ustedes” (Lc 6,27-36). Jesús dice: “Padre, perdónalos”, pero concretamente ¿quiénes son aquellos para los que Jesús pide el perdón del Padre? La oración de Jesús no debe ser referida sólo a los soldados, los ejecutores materiales de la crucifixión, sino que se dirige sobre todo a aquellos que son los responsables de su muerte: 1) los sumos sacerdotes y los magistrados que estaban buscando la ocasión para deshacerse de él porque les estorbaba; 2) la muchedumbre que pide la crucifixión de Jesús y la libertad de Barrabás; 3) Pilato, que aún reconociéndolo inocente, lo entrega para que sea crucificado; 4) Herodes, que lo desprecia y se burla de él; 5) todos aquellos que, viéndolo crucificado, le hacen burla,…etc., hasta llegar a nosotros. Y Jesús concluye diciendo: … “porque no saben lo que hacen”. La ignorancia de las autoridades judías y del pueblo en general respecto a la muerte de Jesús, es un tema que aparece sea en los Hechos de los Apóstoles que en san Pablo. San Pedro, después de la curación del tullido en su discurso al pueblo afirma: “Ahora bien, ya se, hermanos, que obrasteis por ignorancia, los mismo que vuestros jefes” (Hch 3,17) y Pablo hablando a los corintios de la locura de la cruz afirma: “hablamos de una sabiduría de Dios…desconocida de todos los jefes de este mundo, pues de haberle conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria”, (1 Co 2,7-8). “No saben lo que hacen” significa: no son capaces de poder comprender totalmente lo que están haciendo, no conocen la envergadura de la acción y su responsabilidad: los jefes del pueblo piensan en estar desembarazándose de un predicador molesto que vino a poner en entredicho el sistema religioso; Pilato piensa de conservar intacta su amistad con el César; Herodes, en darse cuenta de quién era realmente Jesús; el pueblo, de haber hecho la mejor elección en contra de los romanos; los soldados, que están cumpliendo con una más de las tantas crucifixiones de condenados a muerte. Pero todos están equivocados, están tan condicionados por sus logros, sus propias circunstancias, sus miedos, sus anhelos, que son incapaces de poder ver. Por eso Jesús dice: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. A diferencia de los que asistieron o participaron en la muerte de Jesús, nosotros hemos creído en él y sabemos que por su muerte hemos sido redimidos de nuestros pecados. Esta oración suya es un fuerte llamado a realizar en nuestra vida de creyentes lo que él llevó a cabo en su vida terrena. San Lucas, para ilustrar esto nos ha dejado también la historia de Esteban, asesinado por su fe en Jesús, que ora a Jesús, diciendo: “ Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,60). 2
  • 3. El reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, la conciencia de que todos somos hermanos y la enseñanza del Maestro sobre la misericordia nos ayude a entender mejor la oración que dirige a Dios Padre pidiendo por los que lo han conducido a la muerte. Segunda palabra YO TE ASEGURO QUE HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO. Unos de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro intervino para reprenderlo, diciendo: ¿Ni siquiera temes a Dios, tú que estás en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo, pues estamos recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero éste no ha hecho nada malo. Y añadió: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey Jesús le dijo: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 39-43). La última tentación de Jesús El insulto que hace a Jesús uno de los malhechores crucificados con él, es el último de los ultrajes que le vienen infligidos. Constituye también la última tentación de Jesús. Si tenemos presente la narración de las ‘tentaciones’ de Jesús (según el evangelio de san Lucas), sabemos que termina diciendo: “Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta el tiempo propicio” (Lc. 4, 13). Los magistrados, los soldados y el ladrón lo interpelan para que demuestre su verdadera identidad salvándose a sí mismo: tres veces viene tentado, como tres veces lo había tentado Satanás cuando se encontraba también en una situación de debilidad a causa del ayuno. Jesús guarda silencio y no hace nada porque nunca ha hecho algo a favor de sí mismo y, además, porque no son los hechos prodigiosos los que demuestran quién es él sino el cumplimiento del designio del Padre, manifestado en las Escrituras, como por tres veces lo había expresado a los discípulos en los anuncios de la pasión ( Lc 9, 22; 9, 44-45; 18, 31-34). Jesús no condesciende porque detrás de la petición de un signo no siempre se encuentra la voluntad de creer, como en el caso de Herodes que busca sólo saciar su curiosidad, (Lc 23, 8) o como mucha de la gente que no quiere convertirse (Lc 11, 29-32). No cede a las pretensiones de los presentes a su crucifixión porque su misma muerte y sepultura constituirán un signo evidente de su identidad y porque la preocupación primaria no debe ser la de salvar la vida corporal sino la de temer a Dios (Lc 12, 4-5). Esto dice también el segundo malhechor. “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” Pilato por tres veces había reconocido la inocencia de Jesús (Lc 23, 4. l4.22) y sin embargo lo condenó a muerte. Uno de los ladrones crucificados con él proclama su inocencia y reconoce que no debería estar sufriendo tal condena. Se dirige a Jesús llamándolo por su nombre, lo cual implica una gran cercanía y confianza. Esta confianza se muestra también en el contenido de su súplica que hace ver aquello que el ladrón logra descubrir en aquel que está a punto de morir, reconoce lo que los otros ponían en duda: que Jesús era el Cristo y que disponía de poder para salvarse a sí mismo y a los demás. Para san Lucas el “hoy” representa el momento propicio de la salvación. El tiempo del actuar de Dios a favor del hombre. A lo largo del evangelio el “hoy” se repite constantemente siempre en relación a Jesús y su obra salvífica: “les ha nacido hoy en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”, dirá el ángel a los pastores (Lc 2,10); el mismo Jesús dirá a sus paisanos en Nazaret: “Esta Escritura que acaban de oír se ha 3
  • 4. cumplido hoy” (Lc 4, 21); ante la curación del paralítico realizada por Jesús todos los presentes dicen: “hoy hemos visto cosas increíbles” (Lc 5,26); cuando Zaqueo da muestras de conversión Jesús, que había decidido quedarse en casa suya, dice “hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9) y, finalmente, en la cruz Jesús dice al ladrón “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43): De esta manera el malhechor que se burlaba de Jesús y en una situación desesperada lo ha reconocido como salvador y como rey, viene reconocido por Jesús. Con la respuesta que Jesús da al malhechor se realiza cuanto él mismo había anunciado en Lc 12,8: “a todo el que me reconozca delante de los hombres, el Hijo del Hombre lo reconocerá también ante los ángeles de Dios”. Jesús, prometiendo al malhechor que estará con él en el paraíso, hace posible de nuevo el acceso al lugar del que el hombre había sido expulsado a causa del pecado. Con su promesa Jesús comunica a un pecador el perdón, la unión con Dios y la plenitud de la vida. Tercera palabra “MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO”. DESPUÉS DIJO AL DISCÍPULO: “AHÍ TIENES A TU MADRE”: “Jesús al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto quería, dijo a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Después dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya” (Jn 19, 26-27). El evangelio de san Juan menciona a la Madre de Jesús al inicio de su vida pública (Jn 2,1-12) y al final de la misma. En ninguna de las dos partes se dice su nombre. María viene mencionada como la Madre de Jesús y el mismo Jesús se dirige a ella llamándola ‘mujer’. Esto nos hace pensar en la posibilidad de que la Madre de Jesús represente no sólo la persona física de María sino un personaje simbólico. Por otra parte, lo mismo sucede con el otro personaje de esta escena en el calvario: “el discípulo amado”, como viene llamado, no se menciona jamás su nombre pero ocupa un lugar importante como testigo de Jesús en el evangelio, depositario y garante de la revelación. El sentido primero de las palabras de Jesús a su Madre y al discípulo es el de una especie de testamento por medio del cual instituye una nueva familia: su madre deberá ver al discípulo como su hijo y el discípulo considerarla como su Madre. El acto de Jesús constituye una expresión de su piedad filial y la correspondencia inmediata del discípulo un acto de comunión y de obediencia a Jesús. Pero el episodio tiene un significado más profundo en la mente del evangelista. La relación de esta escena con la escena de Caná, en la que aparecen, sea la madre de Jesús o sean los discípulos, nos ayuda a profundizar en el significado de lo que sucede al pie de la cruz. En Caná, debido a la intervención de la Madre de Jesús, el realizó el primero de sus “milagros” y sus discípulos creyeron en él. Se establece pues una relación entre la presencia de María en la fiesta de bodas, el inicio de la misión de Jesús y la fe de los discípulos. Además, el mismo evangelio de Juan menciona que el poder llegar a ser hijos de Dios viene de la fe (Jn 1,12). Ahora bien, la acogida de Jesús por medio de la fe hace del discípulo, hijo de Dios; la acogida de su madre al pie de la cruz hace del discípulo, hijo de María. Es Jesús que da la capacidad de ser hijos de Dios pero, por su colaboración al nacimiento de la fe de los discípulos, la madre de Jesús llega también a ser la madre de los que creen. Esto es lo que el evangelista quiere significar también con este episodio en el Calvario. 4
  • 5. El hecho de que Jesús se dirija primero a su Madre manifiesta su importancia y en la interpretación de esta escena se ha resaltado mucho el papel de la Madre pero, en realidad la parte activa la lleva el discípulo. Cuarta palabra ELÍ ELÍ, ¿LEMÁ SABAKTANI? QUE QUIERE DECIR: DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? “Desde el mediodía toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres de la tarde. Hacia las tres gritó Jesús con voz potente: Elí, Elí, lemá sabaktaní? Que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,45-46). La oscuridad de la que habla el evangelista nos hace pensar en la profecía de Amós 8,9 donde Yahvé dice: “en aquel día yo haré que el sol se ponga al mediodía y que la tierra en pleno día se oscurezca”. En otro texto Amós afirma también que el Día de Yahvé será de oscuridad y no de luz para Israel. El pueblo por el contrario, esperaba que en ese día se manifestara la venganza de Dios contra sus enemigos. El profeta se refiere al arribo del juicio de Dios para el pueblo que no ha querido escuchar la voz de su profeta. La oscuridad es signo de la confusión causada por el actuar contrario de Dios que deja caer al pueblo en manos de sus enemigos permaneciendo inactivo, más aún, considerando los enemigos del pueblo como medios de su castigo. En este pasaje del evangelio de Mateo, Jesús repite las palabras con las que inicia el Salmo 22 y asume la experiencia de abandono vivida por el salmista: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche, pero no hay para mí reposo” (vv.1-2). En el Salmo el abandono se muestra en el hecho de que el propio Dios, que ha salvado a los padres (v.5s) y al cual el orante debe su existencia (v. 10s), está lejano (vv. 2. 12-20 y no responde a las invocaciones. Esta ausencia se hace particularmente pesada por el presencia de los enemigos que oprimen y se mofan del orante (vv. 7-9.13-14. 17-19). Con Jesús, tal y como viene descrito en Mt. 27, 39-44 sucede algo semejante: los pasantes, las autoridades e, incluso, los que estaban crucificados con él, lo insultan. La repetición del grito “Dios mío, Dios mío” revela la estrecha relación que el orante tiene con el Dios al que invoca. En el caso de Jesús, esta relación adquiere un sentido más personal ya que él lo invoca también como su ‘padre’. Lo testimonian los que se burlan de él (Mt 27,40.43), la oración que hace en el huerto de Getsemaní (Mt. 26,39) y el himno de acción de gracias (Mt 11, 25-27). Esta relación especial de Jesús con Dios, el abandono de sus discípulos, las burlas de los presentes, la recapitulación de toda su vida, de la misión que había venido a cumplir y el mismo sufrimiento de la crucifixión, contribuyen a hacer de este momento una experiencia terrible. En la oración del huerto Jesús por tres veces había dicho de aceptar la voluntad de Dios Padre (Mt 26, 39. 42.44) y por tres veces también había anunciado a sus discípulos que tenía que llegar este momento, pero la tristeza y la angustia que llenaban su alma son tales que se cumplen en si mismo las palabras dichas a los discípulos: “el espíritu está pronto pero la carne es débil”. Jesús experimenta la soledad aplastante del momento de la muerte, en el cual no se puede dar marcha atrás, aun queriéndolo, porque no se puede 5
  • 6. evitar. El aproximarse inexorable de la muerte física como una consecuencia de los azotes, la coronación de espinas y la crucifixión se agregan a la muerte moral y psicológica ocasionada por la traición de uno de sus amigos, la negación de Pedro, la huida de los otros y la conciencia de la propia inocencia. El conocimiento anticipado y la aceptación de la propia muerte no disminuyen la realidad del sufrimiento, por el contrario, la plena conciencia de las cosas lo hace más grande. Si la conciencia de ser culpables nos hace ver que tenemos bien merecido un castigo y aun así nos aflige la punición y quisiéramos cambiar la realidad, la recepción de una pena inmerecida y la imposibilidad de evitarla causan más dolor y sufrimiento todavía. De esta manera, la oscuridad con la que el evangelista comienza la descripción de esta escena que narra la muerte de Jesús, indica no sólo un fenómeno cosmológico sino también cuanto le está sucediendo a Jesús. QUINTA PALABRA “TENGO SED” “Después, Jesús, sabiendo que todo se había cumplido, para que también se cumpliese la Escritura, exclamó: Tengo sed” (Jn 19,28). El contexto de esta palabra habla del cumplimiento de la Escritura pero no existe un único texto al que el pasaje pueda asociarse de manera exclusiva. Siguiendo las referencias al Salmo 22 encontramos el siguiente texto: “Mi paladar está seco como teja y mi lengua pegada a mi garganta: tu me sumes en el polvo de la muerte” (Salmo 22,16), el cual, aplicado a la situación de Jesús, se puede entender como una referencia a la terrible sed física que experimentaba un crucificado. No obstante lo dicho anteriormente, la plena conciencia y dominio de si mismo que demuestra el Jesús joánico, la clara referencia al Salmo 69,22, que dice: “Por comida me dieron hiel, y para mi sed me dieron a beber vinagre” y el hecho de que el evangelista presente a Jesús tomando este vinagre como cumplimiento de la Escritura, nos hacen pensar no solo en la descripción de una necesidad fisiológica de Jesús, sino también en un significado simbólico de la frase “tengo sed”. Si relacionamos esta frase con la petición de Jesús a la Samaritana: “dame de beber” (Jn 4,7), que más que la sed física significa el deseo de que aquella mujer y su pueblo acogieran el ‘agua viva’ que les iba a dar, es decir, su palabra y su espíritu, ahora que Jesús está a punto de ser elevado, se puede decir que su sed se refiere al deseo de ver derramado el Espíritu Santo sobre los creyentes. También, recurriendo a otros Salmos (63, 2; 143,6), de los cuales sólo citamos el 142,3: “Tengo sed de Dios, del Dios vivo ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?”, la frase dicha por Jesús puede significar su ardiente deseo de volver al Padre. Diciendo que estaba sediento y bebiendo el vinagre que le ofrecían, Jesús había prácticamente cumplido todo lo que la Escritura decía acerca de él y haciendo esto ha cumplido la misión para la que el Padre lo había mandado. Lo ha glorificado llevando a cabo la obra que le había encomendado realizar (Jn 17,4); ahora únicamente le faltaba retornar al Padre y ser glorificado por él. Esto último es lo que, entre otras cosas, pide en el capítulo 17, en su oración sacerdotal: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu hijo para que tu hijo te glorifique” (v.1). “Padre glorifícame tú junto a ti, con la gloria que tenia a tu lado antes que el mundo fuese” (v.5). 6
  • 7. Sexta palabra “TODO ESTÁ CUMPLIDO”. “Jesús gustó el vinagre y dijo: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn. 19, 29-30). A lo largo del evangelio de Juan Jesús había continuamente insistido que lo que él realizaba no lo hacía por cuenta propia, sino por encargo del Padre que es su modelo a seguir. Después de la curación del enfermo de la piscina de Betesda, Jesús dice a los judíos, que lo perseguían y querían matarlo: “En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera”. (Jn 5,19) y las obras que hace no son suyas sino de su Padre, que es quien las hace (Jn 10, 37; 14,10). Esta manera de actuar manifiesta de parte de Jesús una profunda identificación con la voluntad de su Padre, al punto de llegar a afirmar que su alimento es hacer la voluntad del que lo ha enviado a llevar a cabo su obra (Jn 4,34) Si Jesús se encuentra entre los hombres es para cumplir una misión y toda su vida se consagra a hacer la voluntad del que lo ha enviado, por eso afirma: “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él me ha dado yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Porque esta en la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día final” (Jn 6, 38-40). Según el evangelio de Juan, Jesús no muere con un “¿Por qué?” (Mt-Mc) ni se abandona simplemente en las manos del Padre (Lc) sino gritando “todo está cumplido”. Esta palabra de Jesús no es un banal todo se acabó ni una constatación negativa de un situación insalvable. Lo que pronuncia Jesús en la cruz es la constatación de que cuanto implicaba la misión recibida había sido realizado y que la entrega de su vida era el último gesto de su obediencia a la voluntad del Padre, asumida plenamente como propia. Por eso no dice ‘todo lo que tenía que hacer lo he hecho’ sino que “todo está cumplido”, como para indicar que él simplemente ha completado durante las tres horas que ha durado la crucifixión lo que le faltaba para realizar plenamente el plan salvífico de su Padre sobre la humanidad. La muerte de Jesús aparece así como una acción deliberadamente querida. Sigue mostrándose dueño de la situación aún en su manera de expirar y con este gesto cumple en sí mismo lo que había dicho en el discurso del Buen Pastor: “Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 10,17-18). Séptima palabra “PADRE, EN TUS MANOS CONFÍO MI ESPÍRITU” “El sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por medio.. Entonces Jesús lanzó un grito y dijo: Padre, en tus manos confío mi espíritu. Y dicho esto, expiró” (Lc 23, 44-47). 7
  • 8. Jesús “ha perdido todo”: sus discípulos, sus vestiduras; ahora está a punto también de perder irremediablemente la vida pero no es para él motivo de preocupación no se aferra a su vida como a un tesoro sino que se abandona confiado a su Padre realizando en sí mismo cuanto había enseñado a sus discípulos acerca del abandono en la providencia (Lc 12, 22-32). En la Biblia, como en nuestro lenguaje, estar en manos de otro significa estar bajo su poder y disposición. Dios con sus manos ha creado cuanto existe (Sal 8,6), hace justicia (Sal 10,14), guía y sostiene (Sal 139,10). Por eso el salmista afirma: “en tus manos abandono mi vida y me libras. Yahvé, Dios fiel…Me alegraré y celebraré tu amor, pues te haz fijado en mi aflicción…” (Sal 31, 6-8). En el abandono que Jesús hace de sí mismo en Dios hay una novedad radical: No es la relación de un vasallo co su rey, sino la de un hijo para con su Padre. No se abandona a las manos poderosas de Yahvé, el Señor de los ejércitos, el rey de las naciones, sino en las manos tiernas y benditas del Padre. Sin embargo, las palabras de Jesús manifiestan no sólo su especial relación con Dios; son también la profunda certeza de que la muerte que está sufriendo no es la palabra definitiva sobre su historia de hombre y que Dios hará que se levante de la muerte. La última palabra en la cruz no es una palabra de desesperación ni de derrota sino que viene presentada por Lucas como el acto definitivo por el cual Jesús manifiesta su completa confianza en el Padre. Confiando en el dador y fuente de la vida, poniéndose bajo su protección, Jesús sabe que lo que a los ojos de los que lo han llevado a la muerte es una derrota es en realidad la manera de realizar las profecías del Antiguo testamento sobre el Mesías. Así lo ve también San Pedro en su discurso después de Pentecostés (Hch 2,22-36). Lucas también presenta a Jesús como el modelo a seguir para el cristiano no sólo en su vida sino también en su muerte. De hecho, en la historia del protomártir Esteban, podemos ver que su actitud ante la muerte es idéntica a la de Jesús, con la diferencia que es vez de ponerse en las manos del Padre, él entrega su espíritu a Jesús: Señor Jesús, recibe mi espíritu (Hch 7,59). 8
  • 9. Jesús “ha perdido todo”: sus discípulos, sus vestiduras; ahora está a punto también de perder irremediablemente la vida pero no es para él motivo de preocupación no se aferra a su vida como a un tesoro sino que se abandona confiado a su Padre realizando en sí mismo cuanto había enseñado a sus discípulos acerca del abandono en la providencia (Lc 12, 22-32). En la Biblia, como en nuestro lenguaje, estar en manos de otro significa estar bajo su poder y disposición. Dios con sus manos ha creado cuanto existe (Sal 8,6), hace justicia (Sal 10,14), guía y sostiene (Sal 139,10). Por eso el salmista afirma: “en tus manos abandono mi vida y me libras. Yahvé, Dios fiel…Me alegraré y celebraré tu amor, pues te haz fijado en mi aflicción…” (Sal 31, 6-8). En el abandono que Jesús hace de sí mismo en Dios hay una novedad radical: No es la relación de un vasallo co su rey, sino la de un hijo para con su Padre. No se abandona a las manos poderosas de Yahvé, el Señor de los ejércitos, el rey de las naciones, sino en las manos tiernas y benditas del Padre. Sin embargo, las palabras de Jesús manifiestan no sólo su especial relación con Dios; son también la profunda certeza de que la muerte que está sufriendo no es la palabra definitiva sobre su historia de hombre y que Dios hará que se levante de la muerte. La última palabra en la cruz no es una palabra de desesperación ni de derrota sino que viene presentada por Lucas como el acto definitivo por el cual Jesús manifiesta su completa confianza en el Padre. Confiando en el dador y fuente de la vida, poniéndose bajo su protección, Jesús sabe que lo que a los ojos de los que lo han llevado a la muerte es una derrota es en realidad la manera de realizar las profecías del Antiguo testamento sobre el Mesías. Así lo ve también San Pedro en su discurso después de Pentecostés (Hch 2,22-36). Lucas también presenta a Jesús como el modelo a seguir para el cristiano no sólo en su vida sino también en su muerte. De hecho, en la historia del protomártir Esteban, podemos ver que su actitud ante la muerte es idéntica a la de Jesús, con la diferencia que es vez de ponerse en las manos del Padre, él entrega su espíritu a Jesús: Señor Jesús, recibe mi espíritu (Hch 7,59). 8
  • 10. Jesús “ha perdido todo”: sus discípulos, sus vestiduras; ahora está a punto también de perder irremediablemente la vida pero no es para él motivo de preocupación no se aferra a su vida como a un tesoro sino que se abandona confiado a su Padre realizando en sí mismo cuanto había enseñado a sus discípulos acerca del abandono en la providencia (Lc 12, 22-32). En la Biblia, como en nuestro lenguaje, estar en manos de otro significa estar bajo su poder y disposición. Dios con sus manos ha creado cuanto existe (Sal 8,6), hace justicia (Sal 10,14), guía y sostiene (Sal 139,10). Por eso el salmista afirma: “en tus manos abandono mi vida y me libras. Yahvé, Dios fiel…Me alegraré y celebraré tu amor, pues te haz fijado en mi aflicción…” (Sal 31, 6-8). En el abandono que Jesús hace de sí mismo en Dios hay una novedad radical: No es la relación de un vasallo co su rey, sino la de un hijo para con su Padre. No se abandona a las manos poderosas de Yahvé, el Señor de los ejércitos, el rey de las naciones, sino en las manos tiernas y benditas del Padre. Sin embargo, las palabras de Jesús manifiestan no sólo su especial relación con Dios; son también la profunda certeza de que la muerte que está sufriendo no es la palabra definitiva sobre su historia de hombre y que Dios hará que se levante de la muerte. La última palabra en la cruz no es una palabra de desesperación ni de derrota sino que viene presentada por Lucas como el acto definitivo por el cual Jesús manifiesta su completa confianza en el Padre. Confiando en el dador y fuente de la vida, poniéndose bajo su protección, Jesús sabe que lo que a los ojos de los que lo han llevado a la muerte es una derrota es en realidad la manera de realizar las profecías del Antiguo testamento sobre el Mesías. Así lo ve también San Pedro en su discurso después de Pentecostés (Hch 2,22-36). Lucas también presenta a Jesús como el modelo a seguir para el cristiano no sólo en su vida sino también en su muerte. De hecho, en la historia del protomártir Esteban, podemos ver que su actitud ante la muerte es idéntica a la de Jesús, con la diferencia que es vez de ponerse en las manos del Padre, él entrega su espíritu a Jesús: Señor Jesús, recibe mi espíritu (Hch 7,59). 8