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La antología de lecturas Leemos mejor día a día. Cuarto grado, fue elaborada en la Coordinación Sectorial de 
Educación Primaria. 
Luis Ignacio Sánchez Gómez 
Administrador Federal de Servicios Educativos en el DF 
Antonio Ávila Díaz 
Director General de Operación de Servicios Educativos 
Germán Cervantes Ayala 
Coordinación Sectorial de Educación Primaria 
Coordinación del proyecto: 
Felipe Garrido 
Academia Mexicana de la Lengua 
Laura Nakamura Aburto 
Selección de textos: 
Georgina Juárez Iniestra 
Mariana Cerón Enríquez 
Argelia Rodríguez Ovando 
Colaboración: 
María del Refugio Camacho Orozco 
La mayoría de los textos reunidos en esta antología proceden de los libros que se hallan en las bibliotecas 
escolares y de aula. La lectura que se hace al inicio de cada jornada escolar es una invitación para que los 
alumnos –y los maestros– busquen el libro y lo lean completo. 
http://ayudaparaelmaestro.blogspot.com/
LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA 
CUARTO GRADO 
PRESENTACIÓN 
“Leer de a de veras es una tarea que ocupa 
toda la vida; siempre es posible ser un mejor lector.” 
Felipe Garrido 
La lectura es el instrumento esencial para la mayor parte de los aprendizajes que ofrecen la escuela y la vida. La lectura es la entrada a la cultura escrita, y sobre la cultura escrita se ha levantado nuestro mundo. Leyendo podemos aprender cualquier disciplina y abrirnos múltiples oportunidades de desarrollo, lo mismo personal que comunitario. Una población lectora es una población con mayores recursos para organizarse y ser productiva. 
La aspiración es que la escuela forme lectores que lean por voluntad propia; personas que descubran que la lectura es una parte importante de su vida y que, a través de la lectura, desarrollen el pensamiento abstracto, la actitud crítica y la capacidad de imaginar lo que no existe –tan útil en la política, el comercio y los negocios como en la medicina, las comunicaciones y la poesía. Personas capacitadas para ser mejores estudiantes, pues sabemos que, en general, el fracaso o el éxito escolares tienen una relación directa con las capacidades lectoras de cada alumno. 
Por todo lo anterior, la Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito Federal ha puesto en marcha el programa “Leemos mejor día a día”. El propósito de este programa es impulsar el desarrollo de las competencias comunicativas de los alumnos, de manera enfática en la lectura y la escritura. Para ello se proponen seis acciones: 
1. Lectura de los maestros ante el grupo como la primera actividad del día. En voz alta, que sirva de modelo, que muestre al grupo cómo se lee, cómo se da sentido y significado a un texto. 
2. Veinte minutos de lectura individual o coral tres días a la semana.
3. Veinte minutos de escritura libre dos día a la semana. 
4. Publicación en cada salón, escuela y zona escolar de los avances mensuales en velocidad de lectura. Comunicación bimestral a padres de familia en los días de firma de boleta. 
5. Veinte minutos de lectura en voz alta en casa. Los padres de familia “certifican” con su firma que sus hijos leyeron día a día 20 minutos en casa. 
6. Consejos técnicos centrados en la mejora de la competencia lectora. 
La primera acción es la lectura de los maestros ante el grupo como actividad con la que se inicia el día. Se propone que el maestro inicie la jornada escolar con una breve lectura. Es sabido que una de las más eficaces y sencillas maneras de acercar a los niños – y a los adultos– a la lectura es leyéndoles en voz alta, compartiendo con ellos toda clase de textos, lo mismo literatura que divulgación científica, historia, tradición; la lectura en voz alta, además, es el mejor modelo para que el alumno vaya descubriendo cómo se lee, cómo se le da sentido y significado a un texto. 
Para que esta lectura diaria cumpla con su propósito debe ser variada; de temas, tonos, atmósferas y climas diferentes; provocar risa un día, y al siguiente nostalgia, o curiosidad, o reflexión, o asombro, de manera que despierte en los niños el deseo de seguir leyendo y la convicción de que en los libros puede encontrarse la sorprendente variedad del universo y la vida. 
Con la publicación de esta antología se pretende que el maestro cuente con un texto para leer a sus alumnos cada día del ciclo escolar. Los textos reunidos se caracterizan por su variedad de temas y géneros, así como por su atención a los valores – la educación no se constriñe a la información que reciban los alumnos; requiere trabajar en la formación de su carácter y sus actitudes. 
La mayoría de los textos seleccionados proceden de los libros que se hallan en las bibliotecas escolares y de aula. La intención es que sea más fácil que los alumnos –y los maestros– respondan a la invitación a la lectura que es cada uno de los textos que día tras día lea el maestro. Los fragmentos que se leen al comenzar el día deben propiciar que los
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alumnos –y los maestros– busquen el libro, lo lean completo y luego… pasen a otro... o vuelvan a leer el primero. 
La extensión de los textos está calculada para que su lectura, más los comentarios del maestro para iniciar y para concluir la actividad, no lleven más de tres o cuatro minutos, y que la lectura que se haga sea eso: una manera amable, interesante, intrigante, conmovedora de comenzar el día; una lectura en voz alta que abra la jornada escolar. 
Algunos de los textos llevan, en cursivas, comentarios o informaciones para abrir y cerrar la lectura. La intención es que sirvan de modelo a los maestros, no que sean seguidos al pie de la letra. Lo importante es recordar que conviene decir unas cuantas palabras antes de comenzar a leer: para preparar el ambiente, decir lo que significa alguna palabra rara, informar dónde se encuentra una ciudad o quién es un personaje, o cualquier otra cosa que permita a los alumnos entender bien el texto –no entender lo que se lee es la razón más frecuente para aborrecerlo; la comprensión es la meta más importante de la lectura. 
Igualmente, hace falta, al terminar la lectura, plantear alguna cuestión que guíe la curiosidad o la capacidad de reflexión de los alumnos, que les permita vincular lo que han escuchado con lo que viven dentro y fuera de la escuela. 
La mayor parte de los textos han sido retocados: para aclimatar el léxico y la sintaxis a los usos del español de México y para ajustar su extensión al tiempo previsto para la actividad. 
Algunas lecturas son breves, el propósito es que en ellas haya más tiempo para interactuar con los alumnos. Si se están leyendo adivinanzas o trabalenguas, hará falta que los alumnos intenten adivinar las respuestas o repetir los trabalenguas. 
La aspiración es que todos los días, maestros y alumnos del Distrito Federal compartan y disfruten este momento de lectura, que favorezca la creación de un ambiente de lectura y de complicidad alrededor de los textos. 
Un equipo de docentes de las diferentes direcciones operativas del Distrito Federal se formó para elegir los textos. Su experiencia como maestros, su conocimiento de los alumnos en las diversas etapas de su desarrollo, su sensibilidad como lectores se ha
aprovechado para integrar las lecturas. La coordinación de este trabajo estuvo a cargo del maestro Felipe Garrido, quien con su larga trayectoria y experiencia como formador de lectores ha brindado acompañamiento y asesoría a este equipo en la tarea de selección y en la preparación de los materiales. 
Ahora que esta antología llega a manos de los maestros, tenemos la oportunidad de que todos los que quieran participen: pueden solicitar el cambio de una lectura por otra; pedir que alguna sea suprimida; resaltar las virtudes o las ventajas de algunas; solicitar la inclusión de ilustraciones y materiales que no están en el libro que se ha tomado, como mapas, cuadros, fotos… Entre todos, iremos haciendo de esta antología un acompañante irreemplazable de cada uno de nuestros días de clases. 
La intención de la antología es facilitar las lecturas. Pero los docentes pueden sustituir algunos de estos textos por otros que ellos prefieran. 
Lo importante es entender y disfrutar cada lectura. Conviene leer, y hasta ensayar, cada día lo que se leerá al día siguiente. Conviene leer los libros de donde se han tomado los fragmentos. Conviene leer otros libros, por lo que aprendamos en ellos y por el interés, por el gusto de leerlos.
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1. El cedacero 
Vamos a leer, para comenzar el día, algo cortito, divertido e interesante. Hoy será uno de esos cuentos que van pasando de generación en generación. Capaz que algunos de ustedes ya lo conocen. 
Este cuento que les voy a contar me lo contaron mis grandes ¡y a ellos ya se los habían contado! 
Trata de un hortelano que tenía tres hijos y una huerta muy grande donde cultivaba toda clase de árboles frutales… todo lo que puede caber en una huerta. 
Los tres niños llevaban a vender la fruta cada semana al mercado del pueblo y con lo que ganaban vivían todos felices. 
Pero ahí tienen ustedes que un día, camino del mercado, se encontró el niño mayor a un viejecito que luego que lo vio le dijo: –Buen niño, dime, ¿qué llevas en tu costal? 
Y el niño de malcriado le contestó: –¡Piedras! 
–¡Pues piedras se te volverán! –le dijo el viejecito. 
Y como les voy diciendo, pasó el segundo de los hijos del hortelano y como al primero, el viejecito le preguntó: –¿Qué llevas en tu costal, buen niño? 
–¿Qué he de llevar? ¡Piedras! –le contestó el niño. 
–¡Pues piedras se te volverán! –le dijo el viejecito. 
Pasó luego el niño menor y al preguntarle el viejecito que era lo que llevaba, el niño le contestó: 
–¡Naranjas! 
–¡Pues oro se te volverán! –le dijo el viejecito– así fue, pues cuando los niños llegaron al mercado y quisieron poner su puestecito, el niño mayor no encontró más que piedras en su costal; lo mismo le pasó al segundo; en cambio, cuando el niño menor abrió su costal encontró en vez de naranjas puras onzas de oro. 
Entonces, ¡que cierra el costal! y coge camino para su casa.
Cuando llegaron del mercado los dos hermanos mayores, el hortelano les pidió los centavos de la venta y los niños tuvieron que contarle el castigo que habían recibido del viejito, por mentirosos. 
Estando en esas llegó el niño menor. 
El costal que traía sonaba que parecía música y al abrirlo, para entregarle a su padre el dinero, rodaron tantas onzas de oro que no pudieron contarlas. 
Por lo que desde entonces los dos hermanos mayores quedaron muy resentidos. 
Y ahí los dejamos con su sentimiento. 
Una historia donde al bueno le va bien, y a los majaderos les va como en feria. 
Teresa Castelló Yturbide, “El cedacero” en Cuentos de Pascuala. México, SEP-FCE, 1997. 
2. Maravillas 
En este cuento, la lectura es un boleto para llegar a otros mundos. ¿Dónde quieren ir? La lectura puede llegar a cualquier lado; todo depende de que escojamos el libro indicado. 
Había una vez un reino que brillaba cada vez que los adultos les contaban a sus hijos las historias que habían aprendido cuando ellos eran niños, y cada vez que los niños recordaban o repetían esas historias. Éste era, y es, un hermoso lugar. Cuando la gente deja de leer, sin embargo, se vuelve el país más gris y triste del mundo. 
Una vez esta región, que se llama Maravillas, estaba viviendo una época de melancolía porque había aparecido por ahí una maquinita que se llama televisión, la cual no permitía que los niños cruzaran la frontera para entrar a Maravillas. Eso hacía el país más pequeño y a los niños empezaba a teñirlos de un extraño color gris. Así pasó por algún tiempo, pero parece que ahora las cosas empiezan a cambiar porque cada vez hay más niños que cada vez que pueden, y eso es todos los días, cruzan la frontera a Maravillas. Como ustedes lo saben, el pase para entrar al reino de Maravillas se llama lectura. 
Siempre he pensado que los unicornios sí existen. Que esos seres de prodigioso cuerno todavía buscan lugares aislados para abrevar, alimentarse y descansar. Los veo
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aproximándose, paso a paso a los lagos escondidos en medio de los bosques, levantando cautelosos la punta de su cuerno. 
Es probable que yo haya leído, cuando niña, alguna historia donde aparecía este animal fantástico. O quizás algún pariente o amigo de la familia nos haya mostrado un libro con ilustraciones en donde yo vi por primera vez a los unicornios. El caso es que me apasioné por esa maravilla y ahora, muchos años después, tengo confianza en que los unicornios existen en algún lugar de este planeta. 
Tú, ¿qué piensas? 
Marinés Medero, “Maravillas” en De maravillas y encantamientos. México, SEP. 2000. 
3. Jorge y Gloria 
“Jorge y Gloria eran novios. N-o-v-i-o-s. ¡De veras! Eran novios tan secretos –tan completamente en secreto– que después de un tiempo TODOS lo sabían.” 
Las historias de amor casi siempre son muy interesantes. Quizás porque tienen algo de misterio que se antoja descubrir: las emociones de los demás. Más aun si se trata de niños. ¿Qué sienten los novios? ¿Cómo es el amor entre niñas y niños? ¿Entre ellos, siempre se aman igual? 
La primera mirada, el primer contacto, son una aventura. El encanto con el cabello y la mirada de ella, el arrobamiento con las palabras de él. Y... lo más emocionante, entre otras cosas, ¡el primer beso! 
“La primera vez que se besaron fue detrás de unos arbustos en el parque. Encima de ellos colgaba la luna en un árbol. Los ángeles cantaban a lo lejos. Parecía que...” 
Aunque al principio todo parece felicidad, algo inesperado sucede, sin lugar a dudas: 
“Gloria miró: el perro se levantó y puso las patas delanteras en los hombros de Jorge y movió la cola como un huracán. El perro lamió a Jorge en la cara. El perro lo lamió y
borró los besos de Gloria, y Jorge se lo permitió. Gloria sintió frío en su mano, aunque la había cerrado sobre la mano ausente de Jorge.” 
En este libro como en muchas historias de amor, a pesar de los pesares, el final puede ser ¡muy, muy interesante! Tanto que en la cabeza ronda una pregunta de pocas palabras y mucha adrenalina ¿qué hacen unos novios, Jorge y Gloria, solos en el parque? 
Tormod Haugen, “Jorge y Gloria” en Amor y dolor. México, SEP-Fundación Juan Rulfo, 1999. 
4. Trabajar en el espacio 
Podemos leer cuentos, o poemas, o libros de historia, o textos sobre ciencia, sobre tecnología, como éste que ahora les voy a leer. 
El 4 de octubre de 1957 la Unión Soviética lanzó el Sputnik, el primer satélite artificial. En los cincuenta años que han pasado desde entonces, son muchos los pasos que se han dado en el espacio. La tecnología ha avanzado mucho y hoy nos parece normal que haya miles de satélites artificiales, sondas planetarias y astronautas de paseo. 
Las personas que trabajan en el espacio tienen que entrenarse para estar en buena forma. Para ellas lo más difícil es adaptarse a flotar en el espacio. Cuando salen de las naves tienen que protegerse del calor y de la falta de oxígeno. 
Un trabajo arriesgado 
En el espacio todo es diferente; la falta de gravedad hace que las cosas floten. Los objetos pequeños hay que sujetarlos con velcro o con cinta adhesiva y no se puede comer pan porque las migajas estarían por todos lados. 
Algunos viajes al espacio han fracasado por fallos técnicos en las naves espaciales. Ese es el caso de las primeras misiones Apolo y Soyuz, que en 1967 les costaron la vida a cuatro astronautas. 
Yuri Gagarin fue el primer ser humano que viajó por el espacio; el 12 de abril de 1961, en la nave Vostok, fue puesto en órbita alrededor de la Tierra.
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La preparación física para la falta de gravedad es muy importante para los astronautas. Dicen que lo más parecido a la falta de gravedad es estar buceando en el fondo de una alberca. 
Además de hacer experimentos científicos, los astronautas arreglan satélites y construyen las estaciones espaciales. 
No crean que a mí me dan muchas ganas de andar por el espacio. Me gusta apoyar los pies en la tierra. Pero mucha gente quisiera ir a otros planetas. ¿Y a ustedes? ¿De veras les gustaría ir a la Luna? 
Ofelia Ortega, “Trabajar en el espacio” en El universo. México, SEP-Parramón, 2006. 
5. Robots 
Hoy en día nos asombramos de los adelantos tecnológicos que conocemos por diversos medios ¿quién podría imaginar que puede haber máquinas diminutas que realizan distintas tareas? Vamos a ver de qué se trata. 
Los robots son asombrosas máquinas que pueden programarse para que funcionen solas. Pueden ir a muchos lugares peligrosos, desde el espacio exterior hasta lo profundo del mar. 
Los robots tienen ojos, oídos y boca; reciben información externa por medio de sensores. 
El robot Sony tiene sensores que registran el sonido y cámaras que capturan imágenes. 
Los robots que son trabajadores manuales suelen realizar diversas tareas. Sus manos les permiten sujetar y usar diversos tipos de objetos y herramientas. 
Se mueven mediante ruedas, bandas de oruga (como los tanques) o piernas. Los robots tienen piernas como los humanos. Los controladores son el cerebro del robot: les permiten tomar decisiones y accionar sus partes. Los controladores suelen ser computadoras.
El robot Deep Junior es un veloz pensador, porque puede pensar tres millones de jugadas de ajedrez por segundo. Jugó una partida con el excampeón mundial de ajedrez Garry Kasparov. 
Otro robot, llamado Emuu, tiene sentimientos: interactúa con las personas y puede expresar muchos estados anímicos, como la felicidad, el enojo y la tristeza. 
Algunos robots son controlados directamente por personas; otros son autónomos. Por ejemplo un robot japonés que aprende a caminar solo. 
Los robots con brazos son los más comunes. Su brazo articulado puede moverse en varias direcciones, como el humano. Los brazos de muchos robots tienen manos, llamados sujetadores. Éstas cuentan con sensores de presión que les permite calcular la fuerza necesaria para agarrar un objeto. Algunos robots tienen forma de animales. 
A veces es así porque son modelos animatrónicos para una película. 
Las serpientes robot S5 pueden deslizarse a lo largo de tubos y otros espacios estrechos. 
El modelo de la mariposa monarca aletea usando músculos de alambre que se acortan cuando se les aplica electricidad. 
El robot Afghan Explorer, algún día podrá visitar zonas de guerra. Como reportero, enviaría fotos y entrevistas a un estudio ubicado en un lugar seguro. 
Los seres humanos han soñado siempre con que alguien haga lo que a ellos no les gusta hacer. Yo también quisiera un robot... para que fuera al mercado en mi lugar. ¿Y ustedes? ¿Para qué quisieran tener un robot? 
Gifford Clive, Robots. México, SEP-Altea, 2005. 
6. Los volcanes 
En una mañana soleada de febrero de 1943, un campesino que araba su tierra vio salir del suelo una pequeña columna de humo. Un poco desconcertado y molesto, cubrió el orificio y continuó trabajando.
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Pero al ver que no había servido de mucho, pues el humo seguía saliendo cada vez con mayor fuerza, corrió por ayuda. Ante los asombrados habitantes de un poblado vecino, cada vez emergían de la tierra mayor cantidad de humo y de vapores. 
Tres horas después el humo se había convertido en una espesa nube negra y la pequeña grieta se había agrandado enormemente. Esa noche violentas explosiones comenzaron a lanzar rocas a través de la grieta y a la mañana siguiente, en ese lugar se había formado un montículo en forma de cono de cerca de cincuenta metros de altura: ¡de la noche a la mañana había nacido un volcán! Lo llamaron Paricutín, por su cercanía al pueblo de ese nombre en el estado de Michoacán. 
Un año después el Paricutín había alcanzado 450 metros de altura; había arrasado numerosos campos agrícolas, decenas de construcciones y provocado la movilización de los habitantes de todos los pueblos cercanos. También había atraído a cientos de investigadores y estudiosos de los volcanes, de México y de todo el mundo. 
El nacimiento del Paricutín había permitido a estos expertos aprender un poco más acerca de los secretos del mundo subterráneo; de cómo se forma y hace erupción un volcán. 
Belleza y utilidad de los volcanes 
Los volcanes son la parte más visible de lo que ocurre en el interior de la Tierra. Sus conos nevados, sus lagos interiores y su imponente personalidad forman parte de la esencia de nuestro planeta. 
Han sido objetos de hermosas leyendas y de otras manifestaciones artísticas, y testigos de innumerables hechos históricos: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl –cuya silueta tiene la forma de una mujer recostada boca arriba– son los protagonistas de una bella historia de amor. 
El Paso de Cortés, en las laderas del Popocatépetl, fue el punto por el cual el conquistador de México admiró por vez primera la inigualable belleza de Tenochtitlán y sus lagos.
Las erupciones también enriquecen a largo plazo las tierras de cultivo, pues contienen elementos que las plantas necesitan para crecer. Islas como Hawaii e Islandia deben su existencia a la actividad volcánica. 
La actividad volcánica permite cierta estabilidad en el interior de la Tierra; sin embargo, pese a su belleza y majestuosidad, los volcanes constituyen un riesgo para quienes habitan en sus cercanías. 
Gloria Valek, Los volcanes. México. SEP-ADN, 199. 
7. La nutria 
Algo que no se dice es que en el tiempo del gran diluvio los animales que subieron al arca eran todos casi bebés. Tanto tiempo pasaron a bordo que cuando las aguas se fueron y ellos pudieron salir, hubo que hacer la puerta más grande. Cierto, habían crecido y ya no cabían, pero el problema no era el tamaño sino la nutria, que los tenía hartos. 
El tigrillo se hizo tigre; el lobezno se volvió lobo; el potro se convirtió en caballo. La nutria siguió siendo niña, y como buena niña, todo lo que quiere es jugar. 
Nunca entendió cómo se le hace para crecer, y como siempre ha estado ocupada en mil travesuras, no ha querido perder el tiempo tomando un curso de adultez. 
“Ya madura”, la regañaron de repente los que envidian su capacidad de divertirse. Y a veces la nutria lo intenta: flotando de muertito en el agua; con la panza brillando al sol, cierra los ojos y se imagina... que puede dejarlo para otro día. 
Con su linda sonrisa peluda, su inocente cara de yo–no–fui y sus grandes ojos como canicas de vidrio oscuro, ella misma parece juguete. Sería de lo más normal encontrársela entre ositos de peluche y muñecas en el escaparate de una juguetería. 
Jamás tiene flojera si se trata de hacer piruetas, patinar, trepar o dar vueltas. Hasta comer es una aventura: erizos, bichitos, ranas y sapos, todo le gusta, todo quiere probar. 
Si hubiera un jardín de niños para animales, la única que jamás se graduaría sería la nutria. Se pasaría allí la vida, enterneciendo a las maestras, deslizándose incansablemente por la resbaladilla, llenándose el pelo de pegotes de plastilina.
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Cuando se acalora de tanto jugar, toma un respiro para acicalarse. En su posición favorita –flotando de muertito, con la panza brillando al sol–; se peina con tanta maña que queda igual: con el pelo revuelto y lleno de burbujas, se siente lista para volver a empezar. 
Escurridiza, cirquera, ondulante, la nutria puede aprender cualquier juego, pero jamás ha entendido cómo se le hace para crecer. 
¿Qué te parece, conocías cómo era la nutria? 
Roxanna Erdman, “La Nutria” en Zorrillo el último. México, SEP-Santillana, 2005. 
8. Francisca y la muerte 
Duro y fatigoso era el camino. Además, ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriega: 
–Con Francisca, a ver si me hace el favor. 
–Ya se marchó. 
–¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto? 
–¿Por qué tan de pronto? –le respondieron–. Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse? 
–Bueno... verá –dijo la muerte turbada–, es que siempre una hace la sobremesa en todo, digo yo. 
–Entonces usted no conoce a Francisca. 
–Tengo sus señas –dijo burocrática la impía. 
– A ver; dígalas –esperó la madre. Y la muerte dijo: 
– Pues... con arrugas; desde luego ya son sesenta años... 
–¿Y qué más? 
–Verá... el pelo blanco... casi ningún diente propio... la nariz, digamos... 
–¿Digamos qué? 
–Filosa.
–¿Eso es todo? 
–Bueno... además de nombre y dos apellidos. 
–Pero usted no ha hablado de sus ojos. 
–Bien; nublados... sí, nublados han de ser... ahumados por los años. 
–No, no la conoce –dijo la mujer–. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, a quien usted busca, no es Francisca. 
Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero. 
Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pastura para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la muerte la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso. 
Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora: 
"¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!" 
Y echó la muerte de regreso, maldiciendo. 
Mientras, a dos kilómetros de allí, Francisca escardaba de malas hierbas el jardincito de la escuela, Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso: 
–Francisca, ¿cuándo te vas a morir? 
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre: 
–Nunca –dijo–, siempre hay algo que hacer. 
Eraclio Zepeda, Francisca y la muerte y otros cuentos, Gerardo Cantú, ilus. México, SEP-CONAFE, 1987. 
9. El pez de la felicidad 
El señor feudal Wu vivía con su pueblo en una aldea en las montañas del sur del Japón. Cuando la primera de sus dos esposas murió, él sintió tanta pena que al poco tiempo también abandonó este mundo. Al quedar huérfana su hermosa hija, Ye Xian, fue criada
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por su madrastra, la segunda esposa de Wu. Pero como ésta amaba solamente a su propia hija, era muy cruel con Ye Xian; la obligaba a ir a un bosque para recoger agua del lago. La niña debía hacer esta extenuante travesía todos los días, a pesar de la lluvia o el frío. 
Un día, estando Ye Xian arrodillada junto al lago, vio a un hermoso pez de colores, no más largo que su dedo meñique, que brillaba a la luz del sol como un arcoíris. “¡Que hermoso!” exclamó la niña. Maravillada lo tomó suavemente con sus manos ahuecadas, y lo puso con mucho cuidado en su cubo de madera, para llevárselo a casa. 
Una vez allí lo escondió en un viejo tonel que estaba en un lugar poco frecuentado, donde su madrastra no pudiera encontrarlo. Seguramente, el pez le brindaría algo de alegría a su triste vida. 
Diariamente, Ye Xian apartaba una pequeña porción de su escasa comida para alimentar al pez. Con el tiempo, éste fue creciendo más y más, y se volvió cada vez más hermoso. Su aleta dorsal adquirió un brillante color naranja, sus ojos se volvieron verdes como esmeraldas, su cuerpo se tornó de un color dorado intenso, y su cola se llenó de pequeñas manchas de color blanco que parecían formar un delicado lazo. Finalmente creció tanto que ya no cabía en el tonel. 
Ye Xian sacó sigilosamente al pez de la casa y lo llevó a una laguna cercana, donde continuó creciendo. Cada vez que ella lo visitaba, el pez saltaba y jugueteaba como si disfrutara de su compañía. 
El buen humor de Ye Xian despertó sospechas en su madrastra, que la siguió secretamente hasta la laguna. Allí observó cómo la niña jugaba con el vistoso pez, y se puso furiosa al ver cómo ella se inclinaba para acariciar su cabeza. 
“¡Ye Xian está descuidando su trabajo por jugar con ese pez! 
Bueno, me encargaré de eso”, pensó la madrastra. 
Pobre niña. ¿Qué hará su madrastra para destruir su felicidad? ¿Podrá hacerlo? Para saber eso hay que buscar el libro, y leerlo. 
Duan Cheng Shi, El pez de la felicidad. México, SEP-International Becan, 2006.
10. La más bruja de todas 
Una gran noticia se derramó por el mundo, el submundo y el inmundo a la velocidad de un rayo y en pocas horas ya estaba en boca de todas las brujas. 
Unas y otras, se sentían convocadas a participar de la lección y no hacían otra cosa que prepararse para el gran día. 
Algunas se preocupaban de arreglar su aspecto: se engrasaban las mechas, retorcían sus mejores harapos, tomaban ajo crudo en jarabe cada dos horas y se hacían picar por avispas. 
Otras se dedicaban a afilar sus varitas o a poner a punto sus mascotas. (En estos casos, fregaban con chapopote los gatos viejos, bañaban en agua hirviendo a sus cuervos o atosigaban de caramelos ácidos a sus lechuzas.) 
La mayor parte, sin embargo, ponía todo su empeño en disparar maleficios contra las otras brujas para dejarlas fuera de competencia: se robaban sus escobas, idiotizaban a sus mascotas, les transformaban el jarabe de ajo crudo en yogures de vainilla, etcétera. 
La cuestión es que el día previsto para la prueba, Tarántula Producciones Q.E.P.D. abrió sus puertas chirriantes y en un subsuelo solitario y frío las brujas más poderosas desfilaron ante El Gran Jurado. 
Los miembros del Gran Jurado eran insípidos, incoloros e invisibles pero hacían oír sus voces con total autoridad. Y eso fue lo que dijeron para el comienzo a la contienda: 
–Bruja número 1, adelante. Descienda de su escoba. Vomite sus nombres y enumere sus poderes. 
–Me llamo Buseca, y me especializo en brebajes para transformar estatuas. 
–Recite un embrujo. 
–Pajarón pajarolado: Que se haga sapo el jurado. 
–¡Maldición, nos ha ensapado! ¡Bruja número 2, al estrado! Descienda de su escoba, vomite su nombre, presente a sus mascotas y deshaga el hechizo de su antecesora.
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Me llamo Zultana y soy peor que una pesadilla. Me agradan los niños envueltos y los gusanos horneados. Mi amuleto es un canario ahorcado con tela de... 
Está reñida la competencia. ¿Quién ganará y será la actriz? Eso no podremos saberlo si no leemos el libro. 
Silvia Schujer, La más bruja de todas. México, SEP-Atlántida, 2007. 
11. Animales mexicanos 
En México hay muchos animales, tantos que, en este momento podrías mencionar con facilidad cinco o diez de los que habitan cerca de tu comunidad. 
Es así porque en nuestro país hay una gran variedad de bosques, selvas, montañas y costas. 
Si conoces bien la región donde vives, debes saber que cada sitio tiene sus plantas, su clima y sus animales. Estas tres cosas juntas forman un ambiente. 
Todos los animales son importantes. Por eso, si cambian algunas de las cosas que forman un ambiente, las demás sufren las consecuencias. 
Cuando se cortan los árboles, se quema el monte, se ensucia el agua, se caza demasiado o se cambia de cualquier manera un ambiente, muchos animales ya no pueden vivir ahí. Algunos son más resistentes y se acostumbran a los cambios, pero van desapareciendo poco a poco. 
¿Sabes quién vive en lo más profundo de la selva tropical? Pues nada más ni nada menos que el águila arpía, que vive en lo alto de los árboles de algunas selvas de Veracruz y Chiapas. 
Es fuerte y rápida. Se alimenta de animales que viven en los árboles, como monos y ardillas, pero también de aves y serpientes.
Cuando empolla, pone cuatro huevos manchados de amarillo. Los padres dan de comer a las crías hasta los diez meses. Después los aguiluchos aprenden a volar y se alimentan por sí mismos. 
Como muchos otros animales, al águila arpía le afecta la destrucción de su ambiente: la selva. Por eso ya son pocas las que vuelan por los cielos de México. 
Otro de los animales es el berrendo, pariente de las cabras. 
Tiene las orejas pequeñas, los ojos grandes, la cola corta y es muy ágil. 
Los berrendos viven en grupos. Antes, cuando había muchos, formaban manadas de más de cien animales. 
Si algo asusta a los berrendos, echan a correr a gran velocidad, pero se cansan fácilmente. 
Son tranquilos y se alimentan sobre todo de zacate. Sus enemigos son los lobos, los coyotes, los pumas, y las águilas, cuando todavía son pequeños. En la actualidad, sólo quedan algunos berrendos en Sonora Y Baja California, y se hallan en peligro de desaparecer debido a que el hombre los ha cazado demasiado. ¿Te gustaría saber más sobre los animales de tu país. 
Arturo Cuenca, Animales mexicanos, Fabricio Vanden Broeck, ilus. México, SEP-CONAFE, 2002. 
12. Los dragones en la historia 
Ayer leímos sobre el águila arpía, que está en peligro de desaparecer. Hoy vamos a leer sobre otros animales, que nunca, nunca podrán desaparecer. 
Cuando piensas en un dragón, ¿qué te imaginas? Tal vez una piel verde, cubierta de escamas, unas patas rematadas en garras y unas alas de murciélago. Quizás también pienses en una pequeña cabeza de aspecto malvado colocada al final de un cuello largo y retorcido. ¡Y no hablemos de su ardiente aliento, que puede convertirte en una rebanada de pan tostado si te acercas! Ésa es una de las clases de dragones que hay pero, créeme, los dragones
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también pueden ser amables. Por eso tienen tanto poder las varitas mágicas y las pociones hechas con fibras de corazón de dragón. 
Los dragones se diferencian mucho entre sí según el lugar del que procedan. Los dragones asiáticos, por ejemplo, no tienen alas ni echan fuego por la boca, y dan la sensación de estar hechos con partes de animales diferentes: tienen cuerpo de serpiente cubierto de escamas de pescado, cabeza de camello, bigotes de bagre, cuernos de ciervo y ¡melena! Además, son corteses e inteligentes, protegen los ríos y traen buena suerte. Recuerdo haber conocido a Chieng-Tang, el dragón de los ríos, en China. Medía nada menos que 270 metros, y era de piel rojiza. 
En la antigua China sólo el emperador podía llevar en sus túnicas un dragón con patas terminadas en cinco dedos. 
¡Cuántas veces me habrán contado la historia de Sigfrido y el dragón Fafnir mis amigos vikingos! Sigfrido era un guerrero apuesto y valiente, pero... no muy espabilado. Un enano malvado lo convenció de que atacara a Fafnir, un dragón que tenía una piel tan dura que ninguna espada podía atravesarla. Casualmente, el padre del enano poseía enormes montones de oro y joyas custodiadas por Fafnir. Pero el perverso enano guardaba otro gran secreto: en realidad él y Fafnir eran hermanos. Fafnir había matado a su padre y a continuación se había convertido en dragón para custodiar el tesoro. El enano reconstruyó la espada de Sigfrido, haciéndola mucho más poderosa que nunca (porque los enanos son los mejores herreros del mundo). Un buen día Sigfrido y el enano se ocultaron por las inmediaciones de la cueva del dragón. En cuanto Fafnir salió a tomar el fresco, Sigfrido le clavó la espada en la panza y lo mató. 
El héroe sacó el corazón del dragón y lo puso a asar en unas brasas, pero se quemó los dedos. 
¿Por qué dije que los dragones no podrán desaparecer nunca? 
Janice Eaton Kilby, “Los dragones en la historia” en El libro de juegos del aprendiz de mago. México, SEP-Océano, 2003.
13. Monedas de oro 
Dos compadres habían ido a trabajar y se hizo de noche. Iban caminando por el monte y uno le dijo al otro: 
–Mira, compadre, esa lumbrita que se ve allá ha de ser dinero. 
–¡Qué dinero ni qué nada! Ya estás borracho compadre. 
–Tú ven y verás. 
Se pusieron a escarbar donde se vio la llamarada. Como a medio metro se toparon con una olla. 
–¿No que no, compadre? 
–Ahora veremos qué tiene. 
El compadre que no creía metió la mano por la boca de la olla. Más tardó en meterla que en sacarla, porque estaba llena de estiércol. 
–Es que usted no cree en esto, compadre –le dijo el otro–. Y a lo mejor ese dinero estaba destinado a mí. 
Cada quien se fue para su casa. El compadre incrédulo se quedó pensando en lo que había pasado. “Mi compadre se cree todo lo que le dicen –pensó–. Ahora voy a darle una lección para que se le quite lo creído.” 
El compadre incrédulo regresó a donde habían escarbado. Ahí estaba la olla llena de estiércol. El hombre la agarró y se fue a la casa de su compadre. Se trepó al techo e hizo un hoyo en su tejado, justo encima de donde estaba la cama de su compadre. Por ahí echó todo el estiércol que había en la olla. 
Al otro día, cuando despertó, el compadre creído sintió muy rara la cama. 
–Ay, vieja– dijo–, ¿por qué están tan pesadas estas cobijas? 
Entonces que alza la cara y va viendo que las cobijas estaban llenas de dinero. Eran puras monedas de oro, de esas de las que había antes. 
“Monedas de oro” en Luis de la Peña (comp.), ¿No será puro cuento...? México, SEP-CONAFE, 2002.
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14. Un mundo sin sol 
Los océanos esconden paisajes asombrosos. Lejos, bajo las olas, hay enormes cordilleras y volcanes activos. La roca fundida del centro de la Tierra sale por algunas grietas de la corteza terrestre. Esas grietas se llaman fallas. 
Hasta hace muy poco, los científicos sólo podían adivinar cómo era el fondo del mar. Creían que era una región fría y oscura que no tenía vida, o que la tenía muy poca. La luz del Sol no llega hasta las profundidades del océano, a muchos kilómetros de la superficie. Que en esas regiones hubiera muy poca luz y un frío extremo hacía creer a la gente que allí no podían existir seres vivos. 
Entonces, en 1977 los geólogos a bordo del Alvin, un pequeño submarino diseñado para sumersión profunda, hicieron un gran descubrimiento. Descendieron 2,591 metros, para alcanzar la Falla de las Galápagos, una grieta en el suelo del Océano Pacífico oriental. Allí las luces del Alvin revelaron un oasis lleno de vida. Había agua caliente que brotaba de las grietas del suelo. Algo en el agua proporcionaba el alimento necesario para mantener vivos a una gran variedad de raros animales. 
Había lombrices de un rojo sangre que se retorcían, algunas de cuatro metros de largo. Había cientos de almejas y ostras de conchas lisas largas como reglas. Unos cangrejos, que parecían langostas, barrenaban el suelo marino. 
Criaturas como flores de diente de león, ancladas con hilos delicados, se mecían en el agua. Peces largos de color rosa estaban cabeza abajo sobre las fuentes del agua caliente. 
En 1979, los científicos encontraron nubes oscuras de agua muy caliente que salían de formaciones rocosas parecidas a chimeneas de fábricas submarinas. 
La mayoría de las criaturas de la Tierra dependen para vivir de un proceso llamado fotosíntesis. Mediante este mecanismo, las plantas producen su propia comida con la ayuda de la luz del sol, y los animales se comen las plantas. Pero en las profundidades del océano, donde la oscuridad nunca es rota por los rayos del sol, lo que mantiene vivas las
minúsculas bacterias es la quimiosíntesis, un proceso diferente, que produce alimento con ayuda de la energía química... 
Catherine O’Neill, “Un mundo sin sol” en Grandes misterios de nuestro mundo. México, SEP, 2002. 
15. El imperio encantado de Ixtlahuacan 
Las leyendas son relatos tradicionales; pasan de padres a hijos, y cuentan algún suceso sobrenatural, extraordinario, maravilloso. Hoy vamos a leer una leyenda. 
Un día muy soleado, un joven fue a pastorear sus chivas. Como a las once de la mañana se le ocurrió subir a una loma para vigilar desde la altura a sus animales. Desde allí arriba se podía observar el pueblo de Ixtlahuacan y el joven se distrajo. “¿Dónde está mi casa? – pensó–. Ah, sí, es aquélla azul.” 
En eso estaba cuando oyó un ruido. Volteó a su derecha. Era una muchacha muy bonita, de ojos azules y pelo rubio, tan bonita que daba la impresión de ser una reina. Mudo de asombro, el joven no pudo moverse. Entonces la muchacha habló con voz que parecía una mezcla del canto de una sirena con el silbido de una serpiente. 
–No tengas miedo –dijo ella–. No te voy a hacer nada, sólo quiero que me ayudes. 
–¿Cómo puedo hacerlo? –contestó el joven. 
–De manera muy sencilla. Mira yo soy la reina del imperio de Ixtlahuacan, pero mi imperio ha sido encantado. El encanto se rompe si me llevas sobre tus hombros hasta la puerta de la iglesia. Si haces eso, tú serás mi esposo y el rey del imperio–. El joven se puso a pensar un rato y finalmente aceptó. 
–¡Qué bueno! –exclamó la muchacha–, pero antes debo advertirte una cosa: no debes voltear a verme en todo el camino, hasta llegar a la puerta de la iglesia. No prestes atención a nada de lo que te diga la gente. 
El joven subió a la muchacha en sus hombros y tomó el camino que llevaba al pueblo. Al llegar a las primeras casas, las personas que se cruzaban con él se alejaban y se
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quedaban viéndolo con cara de susto. –¿A dónde vas con esa víbora enredada en el pescuezo? –le gritó un niño. 
El joven pensó que se trataba de una broma y siguió su camino. Sin embargo, otras personas le dijeron lo mismo más adelante. El joven empezó a sentir miedo y curiosidad... sobre todo curiosidad. 
Cuando le faltaban pocos metros para llegar a la iglesia no pudo resistir la tentación y volteó a ver. Vio una gigantesca serpiente que lanzaba silbidos agudos mientras sacaba la lengua amenazadoramente. Con un rápido movimiento el joven la desprendió de su cuello y la arrojó lo más lejos que pudo. Al caer, el animal desapareció. 
Por eso el imperio de Ixtlahuacan no se desencantó. 
“El imperio encantado de Ixtlahuacan” en Mireya Cueto, Cuéntanos lo que se cuenta, Claudia de Teresa, ilus. 
México, SEP-CONAFE, 2006. 
16. Azul cielo 
Pongan mucha atención. Van a descubrir algo en verdad fascinante: en la Tierra el cielo se ve azul, en la Luna se ve negro, en Marte se ve rojo... ¿Por qué? La respuesta está en esta lectura. Si ustedes se fijan, van a asombrar a sus padres y amigos. 
Todos sabemos que desde la Tierra el cielo se ve azul. Pero en la Luna se ve negro y en Marte se ve rojo. ¿Por qué? Hace aproximadamente 300 años, el físico inglés Isaac Newton hizo un descubrimiento asombroso. Newton observó que cuando la luz del Sol pasaba a través de un prisma de vidrio, salía luz de todos colores. Esto lo hizo descubrir que la luz del Sol es una mezcla de rayos de luz de todos colores, aunque la veamos blanca. 
Cuando un haz de luz atraviesa un medio cualquiera, los rayos luminosos chocan contra las partículas del medio. Pero resulta que los rayos rojos, anaranjados y amarillos sólo chocan con partículas relativamente grandes. A las partículas pequeñas ¡ni las ven! En cambio los rayos verdes y azules chocan con partículas de cualquier tamaño. 
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el color del cielo? En la Tierra, la atmósfera está formada sólo por partículas muy pequeñas llamadas moléculas. Cuando la luz del Sol
la atraviesa, los rayos rojos, anaranjados y amarillos no sufren choques. En cambio, los rayos azules chocan con las moléculas y se dispersan, esto es, son enviados en todas direcciones al chocar con ellas. Por eso nos parece que el cielo es azul, pero lo que estamos viendo es tan sólo la luz azul del Sol, distribuida por toda la atmósfera. 
¿Qué pasa en la Luna? Allí no hay atmósfera, no hay partículas, así que la luz no choca contra nada y no se dispersa en todas direcciones. La luz del Sol no ilumina todo el cielo. Por eso ahí el cielo se ve negro y las estrellas son visibles de día y de noche. 
En Marte, el suelo está cubierto por un polvo muy fino de color rojo. Con mucha frecuencia hay vientos muy fuertes que levantan el polvo y lo dejan suspendido en la atmósfera. Por eso, desde Marte el cielo se ve rojo. 
Miguel Ángel Herrera y Julieta Fierro, “Azul cielo” en La Tierra. México, SEP-SITESA, 1991. 
17. El desierto 
Uno de los ecosistemas más importantes de México y que cubre la mayor extensión de su territorio son los desiertos. Las zonas áridas, como también se les conoce, no son sólo una gran extensión de arena, como muchos imaginan, sino ambientes con una gran diversidad de formas de vida. 
Los animales del desierto han evolucionado para aprovechar la poca humedad que existe, tienen que arreglárselas con la poca agua que pueden encontrar y muchas veces solamente con la de las plantas. 
Durante el día los desiertos permanecen casi sin actividad. Los animales generalmente esperan que la temperatura baje para salir de sus refugios. 
En las primeras horas de la mañana, los desiertos cobran vida. El canto característico de la codorniz de Gambel parece despertar a toda la fauna. Así, mientras la tortuga del desierto busca alimento en las nopaleras, el borrego cimarrón trepa por los altos peñascos, la víbora de cascabel se mueve lentamente buscando algún conejo del desierto
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recién salido de su madriguera y uno de los grandes felinos de México, el puma, vigila a una hembra de jabalí de collar con sus jabatos, que es como se llaman sus crías. 
En algún lugar cercano una gran aura cabeza roja se posa en el sahuaro para calentar sus alas antes de echarse a volar. 
Después de las breves lluvias las plantas florecen con muchos colores y la fauna parece celebrar la temporada de lluvia en el desierto, que muchas veces cae en un solo chubasco al año. 
Eugenia Pallares, “El desierto” en Jaguares, tucanes y otros animales de la fauna mexicana. México, SEP-Sierra Madre, 1994. 
18. Dinosaurios y aves 
Un colibrí de solo unos pocos centímetros parecería estar tan lejos de un dinosaurio como una abeja lo está de una ballena. Sin embargo, las aves ciertamente evolucionaron de los dinosaurios… 
Los dinosaurios 
La Era Mesozoica a menudo se denomina “Era de los dinosaurios” porque durante más de 150 millones de años un solo grupo extremadamente diverso de reptiles dominó la vida terrestre. Los primeros dinosaurios fueron probablemente cazadores bípedos no más grandes que un perro, pero pronto evolucionaron en una enorme cantidad de formas y tamaños y se diseminaron por todo el mundo. 
Con el tiempo llegaron a ser desde gigantes tan pesados como una ballena hasta pequeñas bestias aladas del tamaño de una gallina. Ninguna especie de dinosaurios duró más que unos pocos millones de años, pero siempre surgieron nuevas especies que los reemplazaban. Algunos científicos enumeran 900 géneros de dinosaurios que vivieron en algún momento entre 230 y 65 millones de años atrás. 
¿Qué diferencia a los dinosaurios? 
Los paleontólogos pueden distinguir a los dinosaurios de otros animales fósiles por ciertos detalles de sus cráneos, hombros, vértebras, manos, caderas y miembros posteriores. Estos muestran que los dinosaurios caminaban con las patas erectas y sobre los dedos de los pies, no con toda la planta, como los osos. Al no contar con
especímenes vivos para estudiar, no podemos saber con seguridad cómo funcionaban exactamente sus cuerpos, pero es casi seguro que animales tan activos tuvieran sangre caliente. Las especies pequeñas probablemente generaban calor interno tal y como hacen aves y mamíferos. Los más grandes eran simplemente demasiado enormes para enfriarse por la noche. Ninguna de ambas clases se volvía inactiva con el frío, como los reptiles comunes, por lo que los dinosaurios estaban siempre listos para cazar alimentos o encontrar pareja. 
Una de las claves del éxito de los dinosaurios fue su postura erecta. La mayoría de los reptiles se arrastran con las patas a los lados del cuerpo, pero los dinosaurios tenían las extremidades justo debajo de su cuerpo, como los mamíferos modernos, por lo que su peso era cargado hacia abajo. Como no tenían que usar grandes cantidades de energía para mantener su cuerpo de pie, los dinosaurios podían desarrollar estilos de vida más activos. 
Fósiles encontrados en Argentina y Brasil muestran que algunos de los primeros dinosaurios eran cazadores bípedos (con dos patas) y una cadera parecida a la de los lagartos, contaban además con garras y dientes afilados. Tres dinosaurios vivieron en América del Sur hace aproximadamente 288 millones de años… En 1991 se descubrió –en Argentina– un esqueleto casi completo, que reveló que el Eorraptor medía sólo 1 m de largo y llegaba a pesar 11 kg. Cazador de piernas largas, pequeño pero feroz, tenía el hocico más bajo y las manos más cortas que el Herrerasaurus, cuyos restos muestran que tenía dientes afilados y aserrados en su cabeza larga y baja, con mandíbulas de articulación doble que le permitían tener un buen agarre de sus presas. Sus brazos eran cortos, pero las manos largas y los tres dedos más extensos terminaban en unas garras fuertes, curvas y cortantes. 
El Staurikosaurus fue un pequeño dinosaurio primitivo de Brasil… medía alrededor de 2 m de largo, pero no pesaba más de 30 kg,… tenía un cuello delgado y curvo, y piernas largas y estilizadas. Probablemente también tenía cuatro dedos en cada mano, y quizá cinco en cada pie. 
Carolina Reoyo (coord), “Dinosaurios y aves” en Enciclopedia de los dinosaurios y de la vida prehistórica. México, SEP- Cordillera de los Andes, 2007.
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19. Soy purépecha 
Los purépechas son una etnia indígena que vive desde hace muchos siglos en una parte del estado de Michoacán. Vamos a ver cómo vive la mujer que habla en esta lectura. 
Desde mi casa se alcanza a ver el lago de Pátzcuaro, con sus islas: Yunuén, Tecuén, La Pacanda, Janitzio... A mí la que más me gusta es Yunuén, por limpia y alargadita. 
El cielo de mi tierra es muy azul y a mí me gusta quedarme mirándolo, sobre todo cuando ando tendiendo la ropa en la mañana. Me gusta verlo porque algunas veces se alcanzan a divisar algunas águilas por encima de los pinos. También lo quedo viendo por si me toca ver alguna garza de las que, aunque pocas, todavía quedan alrededor del lago. 
Esas garzas son las mismas de la leyenda de Hapunda, la princesa de Yunuén que estaba enamorada del lago. Dicen que un día, unos guerreros de otro pueblo llegaron hasta la isla porque querían llevarse a Hapunda para casarla con su rey, que no tenía mujer. Hapunda se puso muy triste y fue a consultar al lago. El lago le dijo: 
–Vístete de blanco y, cuando salga la Luna, rema hasta el centro y ahí salta al agua. Yo te voy a recibir para que ya nadie te lleve jamás. 
Y así lo hizo Hapunda. Cayó al lago, llegó hasta el fondo y volvió a salir blanca, emplumadita, bonita, convertida en garza. 
Por eso me gusta mirar el cielo, porque dice la leyenda que cuando se acaben las garzas el lago de Pátzcuaro se va a quedar sin su novia, se va a morir de tristeza, se va a secar. 
Mi casa se llama troje y está hecha con tablones de árboles grandísimos y tiene su techo de tejamanil. Está levantadita del suelo con pilotes de madera y tiene sus escalones para subir a lo seco. Adentro se tiene su tapanco bien alto para guardar el maíz y abajo dormimos todos nosotros (y hasta los perros cuando hace mucho frío). 
María de la Luz Mendoza, Soy purépecha. México, SEP, 1989.
20. El oso que no lo era 
Érase una vez –para ser precisos, un martes– un oso que estaba parado en el lindero de un gran bosque mirando hacia el cielo. Allá, muy alto, vio una bandada de gansos salvajes que volaban hacia el sur. 
Se volvió y miró los árboles. Todas sus hojas se habían vuelto amarillas y cafés y caían de las ramas una a una. 
Sabía que cuando los gansos volaban hacia el sur, cuando las hojas caían de los árboles, el invierno no tardaba en llegar. Pronto la nieve cubriría el bosque y ya era hora de buscar una cueva para invernar. 
Y eso fue, precisamente, lo que hizo. 
Poco tiempo después –para ser precisos, un miércoles– llegaron unos hombres... muchos hombres que traían planos, mapas e instrumentos de medición. 
Trazaron, proyectaron, midieron de un lado a otro. 
A continuación llegaron más hombres con excavadoras, sierras y tractores. Excavaron, serraron, apisonaron y lo arrasaron todo. Trabajaron, trabajaron y trabajaron hasta construir una gran, inmensa, colosal fábrica justo encima de la cueva donde dormía el oso. 
La fábrica funcionó durante el largo y frío invierno. Y entonces volvió la primavera. 
Allá, muy hondo, debajo de la fábrica, el oso se despertó. Parpadeó y bostezó. 
Aún medio dormido, se puso de pie y miró a su alrededor. Estaba muy oscuro. Apenas sí podía ver. 
A lo lejos vio una luz. “¡Ah!– se dijo–, allí debe estar la entrada de la cueva.” 
Subió las escaleras y salió fuera, donde brillaba un sol primaveral. Tenía los ojos medio abiertos y seguía con sueño. 
Pero poco tiempo iba a estar con los ojos a medio abrir. De repente… ¡Pafff!... se le abrieron de par en par. Miró lo que tenía delante. 
¿Dónde estaba el bosque? 
¿Dónde estaba la hierba? 
¿Dónde estaban los árboles?
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¿Dónde estaban las flores? 
¿Dónde estaba? 
Todo le parecía raro. No sabía dónde estaba. 
Pero nosotros sí, ¿no es verdad? Sabemos que está justo en medio de una fábrica que está trabajando. 
“Seguro que estoy soñando –se dijo–. Claro que si. Eso es –y volvió a cerrar los ojos. Muy despacito los abrió otra vez y miró a su alrededor. Ahí seguían los inmensos edificios. 
No, no era un sueño. Era todo de verdad. 
En ese mismo instante salió un hombre por una puerta. 
–¡Eh, tú, ponte a trabajar! –le gritó–. Soy el capataz y como no me hagas caso te voy a denunciar. 
–Yo no trabajo aquí –dijo el oso–. Yo soy un oso. 
¡Fantástico! El pobre oso convertido en obrero. Tengo que leer el libro completo, para saber qué más le pasó. 
Frank Tashlin, El oso que no lo era. México, SEP-Altea, 1987. 
21. El mundo de Mariana 
Fíjense en estas palabras, porque van a aparecer en la lectura de hoy: una boya es una esfera de cristal que flota en el mar para sostener unas redes o para avisar que ahí es demasiado hondo; un torno es una máquina que da vueltas y que se usa en los talleres para fabricar ciertas piezas. ¿Y un merolico? ¿Quién sabe lo que es un merolico? Cintilando quiere decir parpadeando. La maestra de Mariana es severa, muy seria, como a veces somos las maestras. Fíjense también en que a veces habla Mariana, y a veces hablan otras personas. 
Imagínense si me pusiera a pintar esos cuadros locos que hay en el museo. Además, esa es la gran discusión: mis dibujos y la opinión de mis compañeros. Se ríen de la luna que dibujo: les parece inmensa. Pero así de enorme la veo yo, sin sombras en forma de conejo ni cráteres: ellos dicen que ven la luna del tamaño de un plato. Mi luna parece una enorme boya iluminada. Bueno, depende del punto de vista, como dice mi abuelo.
–¡Ah!, ¿ya vieron a Mariana? Parece que le dan miedo la pelota y el gallito. Se agacha cuando viene la bola. Siempre pierde su equipo. 
–¡Qué chistosa! La letra de Mariana es muy extraña, pero cuando copia de mi cuaderno le sale bien. 
–En casa a Mariana le dicen que es tonta, que nunca presta atención –dice mi hermano. 
–Cuiden a esa niña, siempre se está machucando –recomienda mi abuela. 
–Esta niña vive raspada, se tropieza con todo –suspira mi mamá. 
–Mariana nunca le atina a los cuadritos del avión –agrega mi hermana. 
Mi papá no dice nada. Sólo se ríe un poco y menea la cabeza, divertido. 
Para olvidarme de tanta gente toco el piano. Toco con gusto, toco con rabia, toco con indignación. Entonces, allá en la calle, el ruido del taller se detiene un momento; el mecánico para el torno; el merolico deja de gritar; los niños se callan; un radio de pilas se apaga. Todo se detiene. El mundo es mío, viajo en las notas musicales y cruzo el espacio. 
La música sube por mis árboles manchados de verde y amarillo y le hace un anillo a mi enorme luna. Los faroles se encienden llenos de rayos de todos colores, se acercan a la pintura y suben y bajan por el pentagrama cintilando... hasta que siento a la maestra de piano severa a mi lado. (¿A qué hora llegó que no la vi?) 
Mariana parece distraída, porque siempre está pensando en lo que lleva por dentro: sus dibujos, su música... Todos, a veces, somos como Mariana. Parece que no nos fijamos en lo que sucede, pero es que estamos pensando en otras cosas, ¿o no? 
María Leda, El mundo de Mariana. México, SEP-Le, 1999.
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22. Un vuelo por la ciudad 
Los seres humanos siempre quisieron volar. Y antes de que hubiera aviones, inventaron los globos (dibujo en el pizarrón). Al principio los llenaron de aire caliente y después de gases como el helio. El aire caliente y esos gases pesan menos que el aire normal, y por eso los globos subían –y suben, porque todavía se usan, en investigaciones y como deporte–. Éste es un viaje en globo. 
–Esto es Chapultepec –dice mi abuelo–, viejo bosque de ahuehuetes milenarios que han sido testigos de la historia. ¡Mira, el castillo! 
–El globo se dirige hacia la construcción. Observo los carruajes, las guardias de soldados, las terrazas y los amplios jardines. 
–Oye abuelo, ¿Aquí siempre han vivido los presidentes? 
–No, este castillo fue mandado construir por el virrey Matías de Gálvez. Años después fue el Colegio Militar, cuyos maestros y alumnos tuvieron un desempeño importante en 1847, durante la invasión norteamericana. Maximiliano suprimió el colegio y lo reconstruyó para adaptarlo como vivienda. Tu bisabuelo me contó como sufrió la ciudad durante la invasión norteamericana. Desde días antes de la llegada del ejército yanqui a la ciudad, todos los habitantes comenzaron a organizarse fortificando algunos puntos para afrontar al enemigo. 
–¿Por dónde llegaron los gringos? 
–Llegaron por el rumbo de Chalco y comenzaron a desplegarse por el sur hasta Padierna, en donde hubo un combate muy fuerte. De ahí avanzaron hasta Chapultepec, donde resistieron valientemente los alumnos del Colegio Militar. Con la toma de Chapultepec los invasores entraron a la ciudad, pero el pueblo comenzó a presentarles resistencia: casa por casa entraban los soldados norteamericanos, revisando las habitaciones y golpeando a la gente. Tu bisabuelo, como médico que era, estuvo atendiendo a muchos heridos, y por eso fue detenido varios días. Durante el tiempo que duró la invasión, todos los días aparecían en las calles, en las afueras de la ciudad y en las zanjas, cadáveres de soldados gringos que la gente asesinaba aprovechando la oscuridad. 
–Abuelo, ahí está el acueducto. ¿Es el que llega hasta el Salto del Agua? 
–Efectivamente; éste ha sido el principal surtidor de agua de la capital, al igual que el de San Cosme.
La guerra con los Estados Unidos fue un episodio triste de nuestra historia, que le costó a México la mitad de su territorio. Pero eso sucedió hace mucho tiempo. Nuestro país sigue siendo grande y nosotros debemos preocuparnos porque sea más fuerte, más rico, más justo. Y para lograrlo ustedes están estudiando. 
Regina Hernández Franyuti, Un vuelo por la ciudad. México, SEP, 1997. 
23. Las tres palomitas 
–Abuelo, ¿cantamos? 
El abuelo se animó y fue por su bajo quinto, lo afinó y empezó a cantar un corrido. Sabía muchos: de amores, de batallas, de bandidos generosos, y algunos que contaban la vida de gentes muy queridas o muy temidas en el pueblo. 
Cantando todos, les llegó la noche, y cuando la luna hizo bailar las sombras de los árboles como si fueran chinelos sin colores, el niño más pequeño recargó la cabeza en las rodillas del abuelo y se quedó dormido. Él dejó a un lado su hermosa guitarra y cargó al niño: 
–Vamos a dormir –dijo–. Mañana tenemos mucho quehacer... 
Al día siguiente, desde antes de que saliera el sol, las señoras ya llenaban sus canastos de tortillas olorosas y guisaban el arroz y el mole en grandes cazuelas de barro. Para esa fiesta ahorraban durante muchos meses, y ese día el pueblo olía a ajonjolí, a canela, a chocolate y a ramas de pino. 
En el jardín del pueblo empezaron a juntarse las bandas de música, las cuadrillas de danzantes, las niñas de las pastorelas; y cuando llegaron los coheteros, empezó el convite. Marchaban bailando por las calles, seguidos por los curiosos. Así, la columna fue creciendo, haciéndose más ancha y más larga, como un gran río. Los perros ladraban de puro gusto desde las puertas de las casas.
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A las once de la noche se prendió el castillo y todos vieron encandilados cómo los rehiletes lanzaban chorros de luces y se convertían después en peces de colores que más arriba volvían a ser rehiletes. Una cascada de luz cayó desde lo alto y la torre del castillo se desprendió girando a enorme velocidad: subió tan alto, tan alto, que sus luces desparramadas se confundieron con las peregrinas estrellas de diciembre. 
Susana Mendoza, “Las tres palomitas” en La Vendedora de Nubes y otros Cuentos, Andrea Gómez, ilus. México, 
SEP-CONAFE, 2000. 
24. El ciempiés cojo 
El ciempiés era cojo de nacimiento. Su cojera se extendía a 24 patas exactamente. Lo malo es que las 24 patas que faltaban estaban todas situadas en el mismo sitio: por eso andaba rengueando. 
Caminaba muy despacio con las antenas gachas, porque con 76 patas no se puede mantener ese orgulloso aire gallardo y marcial. 
Balanceaba su cuerpo de un lado a otro como una embarcación. Además, suspiraba constantemente y se enjugaba el sudor con un fino pétalo de rosa. 
Nunca llegaba a tiempo a ningún sitio. Pero podía describir con todo lujo de detalles los difíciles entramados de la red de una telaraña, la marca que dejaba el viento en la hierba durante los días en que el aire jugaba al escondite con los árboles, el trazado irregular del vuelo de la libélula. 
Para todo eso hace falta fijarse mucho y, sobre todo, tener tiempo para hacerlo. Y el ciempiés cojo lo tenía. 
También le gustaba charlar largo y tendido. En la hora que antecede a la aurora, cuando el cielo está todavía oscuro y la tierra débilmente alumbrada por el último cuarto de la luna, el ciempiés conversaba con la musaraña sobre los temas más diversos. Unas veces hablaban de las fiestas nocturnas de las madreselvas cuando se abren fragantes en las
primeras horas de la noche; otras, de la aparición de una nueva estrella que chapoteaba risueña en el agua de la charca... 
En las tardes veraniegas el ciempiés se quedaba mucho rato en el mismo lugar y se tomaba su tiempo para probar el polen traído por la brisa dorada. 
Nunca tenía prisa por llegar a ningún sitio. Al principio esto motivado por su cojera. Evidentemente no podía competir con los otros ciempiés en velocidad ni participar en las carreras que organizaban entre ellos. 
Pero, poco a poco, tener tiempo para detenerse en las cosas pequeñas le fue gustando cada vez más. Se planteaba el llegar, no como una meta de rapidez, sino como un camino de contemplación de los detalles que circundaban su vida en el bosque. 
Paloma Orozco Amorós, “El ciempiés cojo” en Historias de la otra tierra. México, SEP, Anaya, 2002. 
25. Cien años de soledad 
Estaban obstinados en que su padre los llevara a conocer la portentosa novedad de los sabios de Memphis, anunciada a la entrada de una tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar: 
–Es el diamante más grande del mundo. 
–No –corrigió el gitano–. Es hielo.
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José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó. “Cinco reales más para tocarlo”, dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio. Sin saber decir, pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo… Aureliano, en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la retiró en el acto. “Está hirviendo”, exclamó asustando. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó: 
–Este es el gran invento de nuestro tiempo. 
Francisco Hinojosa (selección), “Cien años de soledad” en Carrito de paletas. México, SEP, 1993. 
26. Caramelos cuadrados que se vuelven redondos 
Todo el mundo se detuvo y se agolpó junto a la puerta. La mitad de la puerta estaba hecha de cristal. El abuelo Joe levantó al pequeño Charlie para que éste pudiera ver mejor. Charlie vio un larga mesa, y sobre la mesa, filas y filas de pequeños caramelos blancos de forma cuadrada. Los caramelos se asemejaban mucho a terrones de azúcar cuadrados, excepto que cada uno de ellos tenía una graciosa carita rosada pintada en uno de sus lados. En un extremo de la mesa, un grupo de oompa-loompas pintaba afanosamente nuevas caritas en más caramelos. 
–¡Allí los tienen! –gritó el señor Wonka– ¡Caramelos cuadrados que se vuelven redondos! 
–No veo cómo pueden volverse redondos si son cuadrados –dijo Mike Tevé. 
–Son cuadrados –dijo Veruca Salt–. Son completamente cuadrados.
–Claro que son cuadrados –dijo el señor Wonka–. Yo nunca he dicho que no lo fueran. 
–¡Usted dijo que se volvían redondos! –dijo Veruca Salt. 
–Yo nunca dije eso –dijo el señor Wonka–. Dije que eran unos caramelos cuadrados que se volvían redondos. 
–¡Pero no se vuelven redondos! –dijoVeruca Salt–. ¡Siguen siendo cuadrados! 
–Se vuelven redondos –insistió el señor Wonka. 
–¡Claro que no se vuelven redondos! –gritó Veruca Salt. 
–Veruca, cariño –dijo la señora Salt–, no le hagas caso al señor Wonka. Te está mintiendo. 
–Mi querida merluza –dijo el señor Wonka–, vaya a que le frían la cabeza. 
–¡Cómo se atreve a hablarme así! –gritó la señora Salt. 
–¡Oh, cállese! –dijo el señor Wonka–. ¡Y ahora miren esto! –sacó una llave de su bolsillo, abrió la puerta, la empujó... y de pronto, al ruido de la puerta que se abría, todas las filas y filas de pequeños caramelos cuadrados se volvieron rápidamente redondos para ver quién entraba. Las diminutas caritas se volvieron realmente hacia la puerta y miraron al seño Wonka. 
–¡Allí los tienen! –gritó triunfalmente–. ¡Se han vuelto redondos! ¡No hay discusión alguna! ¡Son caramelos cuadrados que se vuelven redondos! 
–¡Caramba, tiene razón! –dijo el abuelo Joe. 
Roald Dahl, “Caramelos cuadrados que se vuelven redondos” en Charlie y la fábrica de chocolate, Faith Jacques, ilus. México, SEP-Santillana, 2004. 
27. La vida de un niño en tiempos de la Independencia 
–No se peleen por este asunto. Debemos permanecer unidos porque se rumora que Hidalgo y sus huestes se acercan a Guanajuato. De Dolores pasaron a Atotonilco, donde tomaron el estandarte de la Virgen de Guadalupe y la nombraron su protectora. 
–Y a nosotros –pregunté yo–, ¿quién nos protegerá? Tengo mucho miedo... 
–La Virgen de los Remedios –respondió secamente papá.
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–Sí –dijo Antonio–, pero nosotros debemos hacer algo para defendernos. No nos vaya a pasar como a los españoles de San Miguel el Grande y Celaya, a donde se dirigió Hidalgo después de Atotonilco. Entraron a las casas y robaron, metieron presos a los europeos y varios perdieron la vida. Papá bajó la cabeza abrumado y asintió: 
–Tienes razón, sobre todo ahora que Hidalgo viene a Guanajuato con la multitud que se les unió en Atotonilco, San Miguel y Celaya. Además, ya ha sido nombrado capitán general de ese ejército y de la rebelión. 
Yo tengo que confesarte, querido diario, que tengo mucho miedo. ¿Qué nos sucederá cuando Hidalgo entre a Guanajuato? ¡No quiero ni pensarlo! 
Viernes 18 de septiembre de 1810 
Hoy amaneció un día gris. Como siempre, asistí al colegio, donde estudio latín. En medio de la clase, oímos que la corneta tocaba generala, como una señal de alerta. 
En los primeros momentos sentí alegría de que se suspendiera la lección y se nos ordenara salir del colegio con uno de nuestros instructores. Pero ya en la calle tuve miedo al darme cuenta de que los comercios estaban cerrando en pleno día, y de que sirvientes y esclavos cerraban las puertas de las mansiones con doble cerradura. 
¿Qué pasaba? Arreciamos el paso, el instructor me dejó en la puerta de mi casa, donde entré sofocado y sudando. En el corredor encontré a mamá que, con los nervios de punta, iba de un lado a otro. Al verme exclamó: 
–¡Bendita sea la virgen que llegaste! Estaba preocupadísima por ti. Hidalgo se acerca a Guanajuato con sus insurgentes. 
Victoria Lerner S. La vida de un niño en tiempos de la Independencia. México, SEP-Instituto Mora, 1997. 
28 Los nombres de los astros 
Todos los pueblos de la antigüedad le dieron nombres a los astros más brillantes, que son visibles a simple vista. Estos nombres provenían, por lo general, de sus leyendas o su 
religión. Pero la mayor parte de ellos ya se ha olvidado. En nuestros días, conservamos tan 
sólo nombres árabes y versiones latinizadas, que nos legaron los romanos, de los nombres griegos originales.
Así, por ejemplo, a un planeta que se caracterizaba por ser tan rojo como el color de la sangre, los griegos le pusieron el nombre del dios de la guerra: Ares, y al planeta más brillante de todos lo llamaron Afrodita, su diosa de la belleza y el amor. Pero, para los romanos, el dios de la guerra era Marte y la diosa de la belleza y el amor era Venus, así que fueron estos nombres los que se conservaron. 
Los nombres árabes se conservan sobre todo en las estrellas. Son muy famosas Algol en la constelación de Perseo y Deneb en la del Cisne. Algol quiere decir demonio en árabe, y le pusieron así porque su brillo cambia con el tiempo. Deneb significa cola, también en árabe y se llamó así porque es la estrella que está en la punta de la cola del cisne. 
Hoy día hay una comisión internacional que se encarga de ponerle nombre a cualquier objeto nuevo que se descubra, ya sea un cometa, un asteroide, un satélite o algún objeto desconocido. Cualquier persona puede sugerir un nombre. Por ejemplo, cuando en 1977 se descubrió un satélite del planeta Plutón, a una inglesa se le ocurrió llamarlo Caronte porque, en la mitología griega, Plutón era el dios del reino de los muertos y Caronte era el barquero que transportaba a los muertos al reino de Plutón. La sugerencia se aceptó y el satélite de Plutón se llama Caronte. 
Miguel Ángel Herrera y Julieta Fierro, “Los nombres de los astros” en Las estrellas. México, SEP-Sitesa, 1990. 
29. Perdidos en un planeta llamado Tierra 
La nave era plata. 
Un destello, apenas un suspiro, un dardo atravesando la negra oscuridad celestial, más allá de todo. 
Y también era silencio, fascinación, misterio. 
Tenía forma de menhir (como una piedra larga), con cuatro aletas posteriores que se graduaban de acuerdo a la velocidad, el despegue o el aterrizaje. Era pequeña, apenas siete metros de altura, pero su diámetro era grande, resultando la nave oronda, como si fuera barrigona. 
En su interior, a través del amplio ventanal que dominaba su morro (extremo
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delantero), podían verse a sus dos ocupantes. 
Uno era alto y delgado, completamente blanco, sin pelo, ojos grandes y oscuros, boca pequeña, apenas nariz y tres dedos largos en cada mano. El otro era bajo, redondo... ¡y metálico! Tenía una esfera grande por cuerpo y una media esfera pequeña por cabeza. En ella le habían insertado los puntos focales, que emitían luz, y una boca flexible para que no pareciera inanimado. De la esfera mayor surgían dos pinzas a modo de extremidades superiores. 
En aquel momento los dos estaban hablando. 
–¡No es posible, Tobor! –decía el humanoide. 
–Me temo que sí lo es, Rebas –respondió el robot. 
–¡Es tu trabajo cuidar que los generadores estén cargados! 
–¡Y el tuyo no desviarte de las rutas autorizadas! 
–Pues la hemos fastidiado –suspiró Rebas. 
–¡Y que lo digas! –se llenó de luces rojas Tobor. 
–Sin energía no hay forma de que podamos regresar. Y tampoco podemos comunicarnos de ninguna forma con nadie. Hemos agotado hasta las reservas... 
–Y en este rumbo nadie nos localizará. ¡Estamos perdidos! 
Rebas parpadeó un par de veces. Sus pestañas eran laterales. Se estremeció y miró a través del ventanal. El espacio era hermoso, pero también solitario e infinito. Sobre todo cuando se está a miles de años luz de casa. 
–¿Dónde estamos exactamente? –preguntó el humanoide… 
–Es un sistema primario de clase C –informó el robot–. Un sol, nueve planetas... Eso es todo. 
–¿Hay vida en alguno de esos planetas? 
–Veamos... –Tobor leyó los datos–. Se detectan formas de vida animada, de naturaleza orgánica, en el tercero de ellos. 
–¿Podemos llegar a él aprovechando su gravedad? 
–Creo que sí. 
–Entonces vayamos –dijo Rebas–. Es nuestra única... 
Y se calló el resto porque era evidente. 
Jordi Sierra i Fabra. “Perdidos en un planeta llamado Tierra” en ¡Enchúfate a la energía! México, SEP-SM, 2003.
30. Sola y Sincola 
Durante la mañana, llené el depósito a uno, dos y tres coches, y le eché gasóleo a un camión. 
Regresé a la tienda y, cuando me disponía a echarle un vistazo al periódico, escuché un ruido en las estanterías de regalos. 
Me acerqué y me llevé una gran sorpresa: ¡allí estaba una de las niñas de la camioneta de antes! 
Estaba mirando una mochila con sus ojos de oliva. 
Salí pitando al exterior, pero no había ni rastro de la camioneta. Volví a entrar, y la niña continuaba sin quitar ojo a la mochila. 
No sabía qué hacer y le pregunté su nombre, pero creo que no me entendió. 
–Te llamaré Sola. Porque se han olvidado de ti y te han dejado más sola que la luna – dije bajito. 
“A lo mejor podría tomar algunos minutos e ir con la niña tras la camioneta”, pensé después. 
Pero yo también estaba solo en la gasolinera y no la podía abandonar. 
–No te preocupes, Sola, tu familia se ha ido, pero pronto volverán a buscarte –le dije mientras acariciaba su pelo rizado. 
Esta mañana llegó otro de tantos y, mientras yo llenaba el tanque, se bajó un conductor tripón y fue al baño. 
Dentro del coche vi dos niños, la madre y la abuela: todos dormidos. 
En cuanto se marcharon, sentí que un gato se arremolinaba en mis pies. 
Entonces, lo entendí todo: el muy desalmado llevaba un gato escondido bajo la ropa y ¡acababa de abandonarlo en nuestra gasolinera! 
De repente, un camión de los grandes pasó a toda velocidad, como un huracán. 
El gato, asustado, salió. Inmediatamente se escuchó el claxon de un coche y un largo gemido. Luego vi a Sola, tapándose los ojos con las manos... 
¿Qué pasaría? ¿Apachurraron al pobre gato, o nada más le arrancaron la cola? 
Patxi Zubizarreta, Sola y Sincola. México, SEP-Limusa, 2006.
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31. El higo más dulce 
Monsier Bibot era dentista, y era un hombre muy exigente. Una mañana, al llegar a su consultorio vio a una ancianita que lo esperaba frente a la puerta. Tenía dolor de muelas y le rogó que la ayudara. 
–¡Pero si no tiene cita! –dijo él. 
La mujer dejó escapar un gemido. Bibot consultó su reloj. Tal vez tenía tiempo de ganarse unos cuantos billetes extra. La hizo pasar y le revisó la boca. 
–Tendremos que sacarle la muela–dijo con una sonrisa y, una vez que hubo terminado, añadió–: Le daré unas píldoras para el dolor. 
La anciana estaba muy agradecida: 
–No puedo pagarle con dinero –dijo–, pero tengo algo mucho mejor–. Sacó un par de higos de su bolsa y se los tendió a Bibot. 
–¿Higos? –dijo él, molesto. 
–Estos higos son muy especiales –susurró la mujer–. Pueden hacer que sus sueños se hagan realidad –le guiño un ojo y se llevó un dedo a los labios. 
Antes de irse a la cama, el dentista decidió tomar un bocadillo. Se sentó en la mesa del comedor y se comió uno de los higos que le había dado la anciana. Estaba delicioso. 
Era tal vez el mejor higo, el más dulce, que se había comido jamás. 
A la mañana siguiente al llevar a su perro a pasear notó que la gente se le quedaba mirando. 
“Admiran mi traje, pensó.” 
Pero cuando se vio reflejado en el ventanal de un café, se detuvo horrorizado. Sólo tenía puesta la ropa interior. 
Bibot se metió en un callejón y trató de recordar lo que había soñado la noche anterior y justamente fue que estaba frente a ese café desnudo; recordó el resto del sueño y vio cómo la Torre Eiffel se iba inclinando hacia abajo lentamente como si fuera de goma.
Fue entonces cuando comprendió que la anciana de los higos le había dicho la verdad así que no iba a desperdiciar el segundo higo... 
La Torre Eiffel yo creo que casi todos la hemos visto, porque es muy famosa. Está en París, la capital de Francia. 
Chris Van Allsburg, El higo más dulce. México, SEP-FCE, 2006. 
32. Maravilla de vidrio: Fibra óptica 
La investigación moderna en el campo del vidrio ha dado origen a muchos productos nuevos y maravillosos; uno de los avances más notables es un material prácticamente invisible. 
Este producto consiste en hebras de vidrio puro del grosor de un cabello. Se conocen como fibras ópticas y ya han sustituido a muchas líneas telefónicas antiguas. Un manojo de fibras de vidrio puede transmitir miles de conversaciones telefónicas al mismo tiempo y varios cientos de mensajes, más que un cable de cobre de las mismas dimensiones. 
Los cables de fibras ópticas han facilitado la comunicación de un lado a otro del mundo. Las comunicaciones por fibras ópticas a través del océano Atlántico empezaron en 1988 y al año siguiente se iniciaron las comunicaciones a través del océano Pacífico. 
Las fibras ópticas sirven también para establecer interfaces de computadora y los médicos las emplean para ver el interior del organismo (vasos sanguíneos, intestinos, etcétera) sin necesidad de cirugía. La endoscopia, que es el reconocimiento del interior del cuerpo mediante visión directa, utiliza finos tubos con fibras ópticas y una lente en uno de los extremos. 
Actividad 
Para que observes cómo se refleja la luz de los delgados hilos de vidrio de una fibra óptica, necesitas una botella grande de plástico con un agujero en uno de sus lados. 
 Llénala de agua y ciérrala.
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 Apaga la luz y con una linterna ilumina la botella. 
 Pon el dedo en el chorro de agua que sale por el orificio. 
¿Qué ves en el extremo de tu dedo? 
Glinda Irazoque, “Maravilla de vidrio: Fibra óptica” en La ciencia y sus laberintos. México, SEP-Santillana, 2004. 
33. La dama del abanico 
Era una dama de kimono que vivía en la plegada superficie de un abanico de papel. No vivía sola. Posada atrás de ella, una garza hundía su larga pata de coral en el agua de un lago. Mientras en el rincón de la izquierda, volaba otra garza. 
Sin lluvia o nieve que viniesen a alterar el paisaje, sin frutos que sustituyesen a las flores del durazno, la dama y sus garzas parecían detenidas en el tiempo. Pero no lo estaban. El tiempo pasaba en el abanico, aunque a su modo. Pues cada vez que su dueño, un viejo mandarín, lo cerraba con un golpe seco, anochecía entre los dobleces. La dama entonces se dormía. 
Sin embargo, bastaba que el mandarín abriera otra vez el abanico para que todos despertasen ¡Qué acalorado era aquel mandarín! Cada instante, ¡rraac!, abría el abanico, abriendo con él los ojos de la dama y sus garzas. 
¡Y qué nervioso! Apenas se había abanicado, cuando ya lo cerraba nuevamente. 
Abre y despierta, cierra y duerme, la vida en el abanico se hacía en rápidas noches y brevísimos días. Y no sobraba tiempo para el aburrimiento. 
La esposa tenía modales muy diferentes. Todo, en ella era despacio. Del abanico, más que la brisa, disfrutaba el pausado gesto con que lo movía, acariciando el aire y su cuello. Casi no lo cerraba. Por encima, su mirada era lanzada con disimulo. Tras él, murmuraba secretos, escondía sonrisas y besos.
Con ella, los días se volvieron largos, a veces larguísimos para la dama del kimono. Tocaba su instrumento, miraba a sus aladas compañeras, y así se distraía. Sin embargo, las garzas, sin nada que hacer, comenzaron a encontrar el cielo de papel cada vez más limitado, y el horizonte de más allá, cada vez más tentador. 
Y llegó un día en que la garza del rincón de la izquierda, aquella que desde siempre mantenía sus alas abiertas, las movió levemente, después con más fuerza, y aleteando libre, al fin, voló fuera del abanico. 
Ahora sola, la garza del lago ya no tenía motivo para continuar ahí, con la pata sumergida en el agua. Estiró al fin la otra pata, irguió el cuello, desdoblando las alas que desde siempre habían permanecido cerradas y abrió su vuelo, abandonando el abanico. 
Sin un gesto, la dama vio partir a su última amiga. No lloró, porque las lágrimas no se permiten en los abanicos de papel. Pero las pálidas manos dejaron de tañer las cuerdas. Y en su regazo, enmudeció el instrumento. 
Marina Colasanti, “La dama del abanico” en Entre la espada y la rosa. México, SEP-Salamandra, 1992. 
34. Los temblores 
¿Por qué tiembla? 
Ocurre un temblor cuando se acomodan esas enormes placas que existen en la corteza terrestre, en los lugares donde hay un gran rompimiento de las rocas que los sismólogos denominan fallas. Una de las fallas más conocidas es la de San Andrés, que pasa cerca de San Francisco, en los Estados Unidos y llega hasta Baja California. 
El movimiento de las placas se debe a que las cadenas montañosas que nacen del interior de la Tierra las empujan. Esto ocurre, por ejemplo, a la mitad del Océano Atlántico, donde ha nacido una cadena montañosa que se denomina Dorsal del Atlántico. 
En las placas se acumula energía debido a la fuerza que ejercen las cadenas montañosas jóvenes sobre las viejas. 
Al igual que ocurre cuando se comprime un resorte, después de cierto tiempo, que incluso pueden ser varios años, el “resorte” se suelta, un pedazo de corteza se rompe, y
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se liberan enormes cantidades de energía. Esta energía viaja en todas direcciones, en forma de ondas, como las que se producen cuando arrojamos una piedra en el agua. 
En ese momento se libera la energía de las placas o piezas de la corteza terrestre, se mueve el suelo que pisamos, como lo haría un resorte de un lado a otro, una y otra vez. Este movimiento se conoce como temblor o sismo. Y cuando es muy fuerte se le llama terremoto. 
Debajo del mar, un terremoto puede producir gigantescas olas que se llaman tsunamis. 
Cómo se miden los temblores 
Para medir la magnitud de los temblores se emplean los sismógrafos. El primer sismógrafo lo construyó el científico chino Chang Heng, que vivió entre el año 79 y 139 de nuestra era. El primer sismógrafo moderno, que aprovechaba los beneficios de la electricidad, lo inventó el médico y príncipe ruso Boris Golitsyn, en 1905. 
El sismógrafo consiste en un resorte del que cuelga un objeto muy pesado. Unido a dicho objeto se coloca una pluma que marca en un papel las vibraciones que se generan cuando se produce un temblor. 
Si se analizan esas vibraciones que se dibujan en el papel se puede calcular la magnitud de un sismo y dónde se produjo. 
En muchos lugares de la Tierra se instalan estaciones con varios sismógrafos que registran día y noche cualquier temblor, por pequeño que sea. 
Hay que aclarar que la corteza terrestre siempre se está moviendo. Es decir, a todas horas se producen temblores. La mayoría de los temblores son de baja magnitud, y por eso no los sentimos, ni causan ningún daño. 
Juan Tonda, Los temblores. México, SEP-ADN Editores, 1997.
35. Queridos monstruos 
Provistos de linternas y faroles salimos rumbo al chalet del fondo, con las perritas al frente del grupo, ya que se escaparon aprovechando el alboroto que reinaba en la sala. 
Metros atrás de nosotros y cobijadas de la lluvia con un grandísimo mantel de hule, iban la mamá y las tías de Elián, las tres ya con tanta ansiedad como los chicos. 
–No pasó nada –nos decía el padre– ¿Qué broma de mal gusto habrá inventado ahora mi hijo? Es como para darle un coscorrón a ese loquito. Miren que asustar así a todos... 
–¡Elián! ¡Elián! –lo llamábamos a gritos mientras nos dirigíamos hacia el chalet de los caseros. 
No respondía. 
El silencio sólo era quebrado por los sonidos de lluvia, truenos y relámpagos. 
–¡Elián! ¡Elián! ¿Por qué no nos contesta este desgraciado? Lo encontramos desvanecido, de rodillas junto a la puerta del chalet y como pegado a ésta por su brazo derecho. A su lado, la grabadora se había parado y la cinta, agotada su banda A, indicaba que algo se había grabado allí. 
Una manga de la túnica de Elián estaba traspasada por la manija de la puerta, impidiéndole cualquier movimiento del brazo. En tanto, uno de los extremos inferiores de la parte de atrás de la larga vestidura se encontraba sujeto al piso de tierra, con una cuchilla clavada. 
Difícil de olvidar el gesto de terror que desfiguró la cara de Elián cuando... 
¿Cuándo qué? ¿Por qué nos cortan esta lectura en este preciso momento? Ahora vamos a tener que encontrar el libro para saber qué pasó. 
Elsa Bornemann, Queridos monstruos. México. SEP-Santillana, 2004. 
36. Adivinanzas populares 
La adivinanza popular es parte del folclor porque participa de todos sus atributos: tradicionalismo, popularidad, plasticidad, anonimato, valor estético y un contenido “sustancioso”. Dilo si no al conocer (o recordar) los ejemplos que te presentamos.
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Tómalos como amistosos retos que te hacemos y sabe que es nuestro deseo sincero que disfrutes de su desentrañamiento. 
Se cierran todas las noches 
y se abren al despertar 
sin resortes y sin broches 
los dos marchan a la par. 
Los ojos 
Un minuto tiene una, 
un momento tiene dos, 
pero un segundo, ninguna. 
La letra m 
Campo blanco, 
flores negras 
y un arado 
con cinco yeguas. 
La hoja, las letras, el lápiz 
Blanco fue mi nacimiento, 
pintándome de colores, 
he causado muchas muertes 
y empobrecido a señores. 
Los naipes 
Soy señora con corona 
doscientos hijitos tengo 
todos son coloraditos, 
con mi tallo los mantengo. 
La granada 
Una pálida señora 
blanca, larga, flaca y seca, 
en las noches, encendida, 
llora manteca. 
La vela 
Una dama muy brillante 
va marchando a compás, 
con las piernas por delante 
y los ojos por detrás. 
Las tijeras 
Ana me llaman de nombre 
y por apellido Fre; 
aquel que esto no acertase 
es un borriquito en pie. 
El anafre 
Soy liso y llano en extremo 
y, aunque me falte la voz, 
respondo al que me consulta 
sin agravio ni favor. 
El espejo 
Soy el rey e impero en toda nación, 
tengo doce hijos de mi corazón, 
de cada uno de ellos, 
tengo treinta nietos 
que son mitad blancos 
y son mitad negros. 
Muy chiquito, chiquito, 
pone fin a todo escrito. 
El punto 
En el cielo soy de agua, 
en la tierra soy de polvo, 
en la iglesia soy de humo 
y una telita en los ojos. 
La nube
Dos arquitas de cristal, 
se abren y cierran sin rechinar. 
Los ojos 
Una arquita blanca 
como la cal 
que todos saben abrir 
y nadie sabe cerrar. 
El huevo 
Valentín Rincón y Cuca Serratos. Adivinancero. México, SEP-Nostra, 2004. 
37. Migración 
Cada año, muchos animales inician muchas jornadas para encontrar comida o sitios de crianza. Sus viajes se conocen como migraciones. En América del Norte, los caribúes, una especie de renos, recorren miles de kilómetros hacia el norte, cada primavera, para alimentarse en el Ártico. En otoño vuelven a dirigirse al sur para escapar del crudo invierno del norte. Las aves recorren distancias aún mayores; en un solo año la gaviota del Ártico puede volar hasta 20,000 kilómetros. Los dinosaurios tal vez emigraban por las mismas razones. Las pistas más fuertes que nos llevan a pensar esto son los fósiles de algunos dinosaurios que se han encontrado en el norte de Alaska y a miles de kilómetros de ahí, más al sur. 
La búsqueda del Polo 
Los dinosaurios del Ártico en América del Norte pueden haber emigrado desde las llanuras costeras que alguna vez estuvieron entre las Montañas Rocallosas y la orilla occidental de un mar llamado de Niobrara. En el cretáceo tardío este mar poco profundo iba desde el océano Ártico hasta el Golfo de México, dividiendo el continente en dos islas, una al este y otra al oeste. Una de las especies que emigraban pudo haber sido el dinosaurio con cuernos, Pachyrhinosaurus, cuyos fósiles se han encontrado tanto en Alberta, en Canadá, como en la costa del norte de Alaska, en los Estados Unidos, a 3,500 kilómetros de distancia. 
David Lambert, “Migración” en Guía de los Dinosaurios. México, SEP-Publicaciones CITEM, 2002.
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38. El diablo de la botella 
Hubo una vez un hombre de la isla de Hawai, a quien llamaré Keawe; su verdadero nombre debe mantenerse en secreto, porque la verdad es que todavía vive, pero diré que el lugar de su nacimiento no quedaba muy lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande yacen escondidos en una cueva. Este hombre, Keawe, era pobre, valiente y activo; podía leer y escribir como un maestro de escuela; era además un marinero de primera que había navegado durante algún tiempo en los vapores de las islas, y había sido timonel de un ballenero en la costa de Hamakua. Con el tiempo se le ocurrió a Keawe la idea de ver el gran mundo con sus ciudades, y se embarcó con rumbo a San Francisco. 
San Francisco es una gran ciudad; tiene un gran puerto, y hay muchísimas personas ricas; y en particular, hay una colina cubierta de palacios. Por esta colina precisamente se paseaba Keawe, con el bolsillo lleno de dinero, mirando con placer las grandes casas de lado y lado. “¡Cuántas casas hermosas!”, pensaba “¡y qué feliz debe de ser la gente que vive en ellas, sin preocuparse por el mañana!” Este pensamiento rondaba en su mente cuando pasó al lado de una casa más pequeña que las otras pero toda adornada como un juguete; los escalones de esa casa brillaban como si fuesen de plata, y los bordes del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas eran luminosas como brillantes; y Keawe se detuvo, maravillado de la excelencia de todo lo que veía. Al detenerse notó que un hombre lo estaba observando desde una ventana tan transparente que Keawe podía verlo como se ve un pez desde un arrecife. El hombre era de cierta edad, calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión sombría de dolor, y suspiraba amargamente. Y la verdad del asunto es que, al mirar Keawe al hombre allí adentro, y al mirar el hombre a Keawe allá afuera cada cual envidiaba al otro. 
De repente, el hombre sonrió, asintió con la cabeza y le hizo señas a que Keawe para que entrara en la casa. 
Ese hombre le va a vender a Keawe una botella que encierra a un diablo que le podrá cumplir todos sus deseos... pero antes de que Keawe muera debe deshacerse de ella; debe vendérsela a otra persona, en menos de lo que le ha costado a él. Les recomiendo este libro de manera muy especial. Van a divertirse leyéndolo más de lo que se imaginan. 
Robert Louis Stevenson, El diablo de la botella, México, SEP-Norma, 2002.
39. Asesinato en el Canadian Express 
Dentro del paquete, algo hacia tic-tac. 
Una bomba. Sí, Tom estaba seguro de que se trataba de una bomba. Observó el envoltorio de papel en el que no había nada escrito, y acercó su cabeza. 
Tic-tac, tic-tac. 
Asustado, Tom dirigió su vista a la abarrotada estación de ferrocarril. ¿Qué hacer? Si gritaba “¡una bomba!”, podía cundir el pánico y la gente saldría corriendo hacia las puertas, donde las mujeres y los niños morirían pisoteados y aplastados. 
Tom observó de nuevo el paquete que había aparecido misteriosamente junto a su maleta, unos minutos antes, cuando fue al baño. Su aspecto era inofensivo, pero aquel tic- tac indicaba que podría ser mortal. 
Tom vio un hombre, con uniforme de inspector, que cruzaba la estación. Corrió hacia él, abriéndose paso entre la gente que aguardaba para subir al tren, y lo sujetó por el brazo. 
–¡Por favor, señor –dijo jadeando–, venga enseguida! 
El hombre miró a Tom con unos grandes ojos azules, aumentados por el grosor de los anteojos. 
–¿Qué? –dijo, llevándose una mano al oído. 
–¡Que me ayude! –dijo Tom, temeroso de gritar que se trataba de una bomba. 
El hombre movió la cabeza. 
–No te oigo, hijo. La estación es demasiado ruidosa. 
El inspector pareció perder todo interés por Tom y se puso a escribir en una libreta de notas. Durante un segundo, Tom pensó marcharse y ponerse a salvo pero, de repente, le arrebató la libreta y salió corriendo. 
–¡Eh! ¡Tú! ¡Diablos! –gritó el hombre. 
Muchas caras se volvieron al verlos pasar como una flecha. Tom con su pelo rojo, y el inspector tras él. Aquel hombre era buen corredor, y casi había dado alcance a Tom cuando éste llegó junto a su maleta. 
El paquete había desaparecido.
LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA 
CUARTO GRADO 
¡Imposible! Tom levantó la maleta, buscando la bomba perdida, y en aquel momento llegó el inspector y agarró a Tom. 
–¡Mocoso! 
Y ¿qué pasó con el paquete? Y ¿si de veras es una bomba y estalla? Eso es lo que hace una lectura emocionante. Que haya cosas que nos intrigan, que queremos descubrir. Por lo pronto, aquí hay otro libro que yo quiero leer. 
Eric Wilson, Asesinato en el Canadian Express. México, SEP-SM, 2003. 
40. Cartas a un gnomo 
Desde que mis papás se separaron, en casa somos tres. Al principio nos quedaba grande, pero desde que mi hermano dejo de ser un bebé la llenó de gritos y pelotazos. 
Yo tengo siete años y ya sé comportarme como la gente. 
Fue una verdadera sorpresa volver a ser cuatro. 
Todo empezó una noche. Mamá nos trajo un chocolate a cada uno para el postre. Yo me lo comí enseguida, pero mi hermano espero a que me lo terminara. 
Entonces empezó a saborear el suyo muy despacio. 
Traté de ignorarlo, pero al ratito caí en su trampa y le dije: 
–¿Me das un pedacito? 
–No, ya te comiste el tuyo. 
No le bastó con hacerme sufrir de noche, sino que decidió dejar el último pedazo para el día siguiente. 
“Mejor –pensé–, quizás medio dormido pueda convencerlo de que el que come y no convida tiene un sapo en la barriga. 
Por la mañana el chocolate ya no estaba. 
Nos miramos con desconfianza durante el desayuno. Mamá, muy seria me preguntó: 
–Clarisa, ¿fuiste tú? 
Aunque le juré que no había sido, no me creyó.
Al otro día la azucarera amaneció volcada sobre la mesa de la cocina y la noche siguiente desapareció sin rastro un bombón de fruta que me guardé para el desayuno. 
Mamá, convencida de que ninguno de sus pequeños era capaz de hacer algo así sin confesarlo, comenzó a investigar. 
Un viernes por la noche, mamá dejó, como señuelo, un pedacito de chocolate blanco sobre la mesa y después nos escondimos para esperar al ladrón. 
Después de un buen rato mi mamá estaba adormecida y el chocolate seguía sobre la mesa. 
–No hay ladrones –dijo–, y entre rezongos nos fuimos a dormir. 
A la mañana siguiente el pedacito de chocolate había desaparecido y mamá no sabía que pensar. 
Entonces recordé algo que vi en una película. Había que poner talco o harina para que el ladrón sin darse cuenta dejara sus huellas. 
¿Saben qué pasó después? ¿Ustedes creen que atraparon al ladrón? Yo creo que algo tuvo que ver ese gnomo del que se habla en el título de la lectura. ¿Qué creen ustedes? 
Margarita Mainé, “Cartas a un gnomo”, Español cuarto grado lecturas. México, SEP, 2008. 
41. Los buenos vecinos 
Al final de una calle había dos casitas colindantes. En una vivía una bruja y en la otra un mago. A decir verdad, nunca se habían llevado bien; bueno, para ser más exactos, siempre estaban peleando. La bruja estaba todo el tiempo preparando pociones que producían un olor pestilente que, de alguna manera, siempre terminaba por llegar a la casa del mago. 
Una mañana, el mago notó un olor más desagradable que de costumbre. Salió y vio a la bruja, que estaba en su jardín recogiendo un montón de porquerías. “Seguramente con ellas está preparando uno de sus horribles brebajes”, pensó el mago. Se asomó por encima de la cerca y gritó: 
–¡Mira! Hay un pequeño caracol ahí, y un gusano muy jugoso y, ¡madre mía!, ¡que no se te olvide llevarte esa estupenda rana!
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  • 1.
  • 2. La antología de lecturas Leemos mejor día a día. Cuarto grado, fue elaborada en la Coordinación Sectorial de Educación Primaria. Luis Ignacio Sánchez Gómez Administrador Federal de Servicios Educativos en el DF Antonio Ávila Díaz Director General de Operación de Servicios Educativos Germán Cervantes Ayala Coordinación Sectorial de Educación Primaria Coordinación del proyecto: Felipe Garrido Academia Mexicana de la Lengua Laura Nakamura Aburto Selección de textos: Georgina Juárez Iniestra Mariana Cerón Enríquez Argelia Rodríguez Ovando Colaboración: María del Refugio Camacho Orozco La mayoría de los textos reunidos en esta antología proceden de los libros que se hallan en las bibliotecas escolares y de aula. La lectura que se hace al inicio de cada jornada escolar es una invitación para que los alumnos –y los maestros– busquen el libro y lo lean completo. http://ayudaparaelmaestro.blogspot.com/
  • 3. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO PRESENTACIÓN “Leer de a de veras es una tarea que ocupa toda la vida; siempre es posible ser un mejor lector.” Felipe Garrido La lectura es el instrumento esencial para la mayor parte de los aprendizajes que ofrecen la escuela y la vida. La lectura es la entrada a la cultura escrita, y sobre la cultura escrita se ha levantado nuestro mundo. Leyendo podemos aprender cualquier disciplina y abrirnos múltiples oportunidades de desarrollo, lo mismo personal que comunitario. Una población lectora es una población con mayores recursos para organizarse y ser productiva. La aspiración es que la escuela forme lectores que lean por voluntad propia; personas que descubran que la lectura es una parte importante de su vida y que, a través de la lectura, desarrollen el pensamiento abstracto, la actitud crítica y la capacidad de imaginar lo que no existe –tan útil en la política, el comercio y los negocios como en la medicina, las comunicaciones y la poesía. Personas capacitadas para ser mejores estudiantes, pues sabemos que, en general, el fracaso o el éxito escolares tienen una relación directa con las capacidades lectoras de cada alumno. Por todo lo anterior, la Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito Federal ha puesto en marcha el programa “Leemos mejor día a día”. El propósito de este programa es impulsar el desarrollo de las competencias comunicativas de los alumnos, de manera enfática en la lectura y la escritura. Para ello se proponen seis acciones: 1. Lectura de los maestros ante el grupo como la primera actividad del día. En voz alta, que sirva de modelo, que muestre al grupo cómo se lee, cómo se da sentido y significado a un texto. 2. Veinte minutos de lectura individual o coral tres días a la semana.
  • 4. 3. Veinte minutos de escritura libre dos día a la semana. 4. Publicación en cada salón, escuela y zona escolar de los avances mensuales en velocidad de lectura. Comunicación bimestral a padres de familia en los días de firma de boleta. 5. Veinte minutos de lectura en voz alta en casa. Los padres de familia “certifican” con su firma que sus hijos leyeron día a día 20 minutos en casa. 6. Consejos técnicos centrados en la mejora de la competencia lectora. La primera acción es la lectura de los maestros ante el grupo como actividad con la que se inicia el día. Se propone que el maestro inicie la jornada escolar con una breve lectura. Es sabido que una de las más eficaces y sencillas maneras de acercar a los niños – y a los adultos– a la lectura es leyéndoles en voz alta, compartiendo con ellos toda clase de textos, lo mismo literatura que divulgación científica, historia, tradición; la lectura en voz alta, además, es el mejor modelo para que el alumno vaya descubriendo cómo se lee, cómo se le da sentido y significado a un texto. Para que esta lectura diaria cumpla con su propósito debe ser variada; de temas, tonos, atmósferas y climas diferentes; provocar risa un día, y al siguiente nostalgia, o curiosidad, o reflexión, o asombro, de manera que despierte en los niños el deseo de seguir leyendo y la convicción de que en los libros puede encontrarse la sorprendente variedad del universo y la vida. Con la publicación de esta antología se pretende que el maestro cuente con un texto para leer a sus alumnos cada día del ciclo escolar. Los textos reunidos se caracterizan por su variedad de temas y géneros, así como por su atención a los valores – la educación no se constriñe a la información que reciban los alumnos; requiere trabajar en la formación de su carácter y sus actitudes. La mayoría de los textos seleccionados proceden de los libros que se hallan en las bibliotecas escolares y de aula. La intención es que sea más fácil que los alumnos –y los maestros– respondan a la invitación a la lectura que es cada uno de los textos que día tras día lea el maestro. Los fragmentos que se leen al comenzar el día deben propiciar que los
  • 5. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO alumnos –y los maestros– busquen el libro, lo lean completo y luego… pasen a otro... o vuelvan a leer el primero. La extensión de los textos está calculada para que su lectura, más los comentarios del maestro para iniciar y para concluir la actividad, no lleven más de tres o cuatro minutos, y que la lectura que se haga sea eso: una manera amable, interesante, intrigante, conmovedora de comenzar el día; una lectura en voz alta que abra la jornada escolar. Algunos de los textos llevan, en cursivas, comentarios o informaciones para abrir y cerrar la lectura. La intención es que sirvan de modelo a los maestros, no que sean seguidos al pie de la letra. Lo importante es recordar que conviene decir unas cuantas palabras antes de comenzar a leer: para preparar el ambiente, decir lo que significa alguna palabra rara, informar dónde se encuentra una ciudad o quién es un personaje, o cualquier otra cosa que permita a los alumnos entender bien el texto –no entender lo que se lee es la razón más frecuente para aborrecerlo; la comprensión es la meta más importante de la lectura. Igualmente, hace falta, al terminar la lectura, plantear alguna cuestión que guíe la curiosidad o la capacidad de reflexión de los alumnos, que les permita vincular lo que han escuchado con lo que viven dentro y fuera de la escuela. La mayor parte de los textos han sido retocados: para aclimatar el léxico y la sintaxis a los usos del español de México y para ajustar su extensión al tiempo previsto para la actividad. Algunas lecturas son breves, el propósito es que en ellas haya más tiempo para interactuar con los alumnos. Si se están leyendo adivinanzas o trabalenguas, hará falta que los alumnos intenten adivinar las respuestas o repetir los trabalenguas. La aspiración es que todos los días, maestros y alumnos del Distrito Federal compartan y disfruten este momento de lectura, que favorezca la creación de un ambiente de lectura y de complicidad alrededor de los textos. Un equipo de docentes de las diferentes direcciones operativas del Distrito Federal se formó para elegir los textos. Su experiencia como maestros, su conocimiento de los alumnos en las diversas etapas de su desarrollo, su sensibilidad como lectores se ha
  • 6. aprovechado para integrar las lecturas. La coordinación de este trabajo estuvo a cargo del maestro Felipe Garrido, quien con su larga trayectoria y experiencia como formador de lectores ha brindado acompañamiento y asesoría a este equipo en la tarea de selección y en la preparación de los materiales. Ahora que esta antología llega a manos de los maestros, tenemos la oportunidad de que todos los que quieran participen: pueden solicitar el cambio de una lectura por otra; pedir que alguna sea suprimida; resaltar las virtudes o las ventajas de algunas; solicitar la inclusión de ilustraciones y materiales que no están en el libro que se ha tomado, como mapas, cuadros, fotos… Entre todos, iremos haciendo de esta antología un acompañante irreemplazable de cada uno de nuestros días de clases. La intención de la antología es facilitar las lecturas. Pero los docentes pueden sustituir algunos de estos textos por otros que ellos prefieran. Lo importante es entender y disfrutar cada lectura. Conviene leer, y hasta ensayar, cada día lo que se leerá al día siguiente. Conviene leer los libros de donde se han tomado los fragmentos. Conviene leer otros libros, por lo que aprendamos en ellos y por el interés, por el gusto de leerlos.
  • 7. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO 1. El cedacero Vamos a leer, para comenzar el día, algo cortito, divertido e interesante. Hoy será uno de esos cuentos que van pasando de generación en generación. Capaz que algunos de ustedes ya lo conocen. Este cuento que les voy a contar me lo contaron mis grandes ¡y a ellos ya se los habían contado! Trata de un hortelano que tenía tres hijos y una huerta muy grande donde cultivaba toda clase de árboles frutales… todo lo que puede caber en una huerta. Los tres niños llevaban a vender la fruta cada semana al mercado del pueblo y con lo que ganaban vivían todos felices. Pero ahí tienen ustedes que un día, camino del mercado, se encontró el niño mayor a un viejecito que luego que lo vio le dijo: –Buen niño, dime, ¿qué llevas en tu costal? Y el niño de malcriado le contestó: –¡Piedras! –¡Pues piedras se te volverán! –le dijo el viejecito. Y como les voy diciendo, pasó el segundo de los hijos del hortelano y como al primero, el viejecito le preguntó: –¿Qué llevas en tu costal, buen niño? –¿Qué he de llevar? ¡Piedras! –le contestó el niño. –¡Pues piedras se te volverán! –le dijo el viejecito. Pasó luego el niño menor y al preguntarle el viejecito que era lo que llevaba, el niño le contestó: –¡Naranjas! –¡Pues oro se te volverán! –le dijo el viejecito– así fue, pues cuando los niños llegaron al mercado y quisieron poner su puestecito, el niño mayor no encontró más que piedras en su costal; lo mismo le pasó al segundo; en cambio, cuando el niño menor abrió su costal encontró en vez de naranjas puras onzas de oro. Entonces, ¡que cierra el costal! y coge camino para su casa.
  • 8. Cuando llegaron del mercado los dos hermanos mayores, el hortelano les pidió los centavos de la venta y los niños tuvieron que contarle el castigo que habían recibido del viejito, por mentirosos. Estando en esas llegó el niño menor. El costal que traía sonaba que parecía música y al abrirlo, para entregarle a su padre el dinero, rodaron tantas onzas de oro que no pudieron contarlas. Por lo que desde entonces los dos hermanos mayores quedaron muy resentidos. Y ahí los dejamos con su sentimiento. Una historia donde al bueno le va bien, y a los majaderos les va como en feria. Teresa Castelló Yturbide, “El cedacero” en Cuentos de Pascuala. México, SEP-FCE, 1997. 2. Maravillas En este cuento, la lectura es un boleto para llegar a otros mundos. ¿Dónde quieren ir? La lectura puede llegar a cualquier lado; todo depende de que escojamos el libro indicado. Había una vez un reino que brillaba cada vez que los adultos les contaban a sus hijos las historias que habían aprendido cuando ellos eran niños, y cada vez que los niños recordaban o repetían esas historias. Éste era, y es, un hermoso lugar. Cuando la gente deja de leer, sin embargo, se vuelve el país más gris y triste del mundo. Una vez esta región, que se llama Maravillas, estaba viviendo una época de melancolía porque había aparecido por ahí una maquinita que se llama televisión, la cual no permitía que los niños cruzaran la frontera para entrar a Maravillas. Eso hacía el país más pequeño y a los niños empezaba a teñirlos de un extraño color gris. Así pasó por algún tiempo, pero parece que ahora las cosas empiezan a cambiar porque cada vez hay más niños que cada vez que pueden, y eso es todos los días, cruzan la frontera a Maravillas. Como ustedes lo saben, el pase para entrar al reino de Maravillas se llama lectura. Siempre he pensado que los unicornios sí existen. Que esos seres de prodigioso cuerno todavía buscan lugares aislados para abrevar, alimentarse y descansar. Los veo
  • 9. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO aproximándose, paso a paso a los lagos escondidos en medio de los bosques, levantando cautelosos la punta de su cuerno. Es probable que yo haya leído, cuando niña, alguna historia donde aparecía este animal fantástico. O quizás algún pariente o amigo de la familia nos haya mostrado un libro con ilustraciones en donde yo vi por primera vez a los unicornios. El caso es que me apasioné por esa maravilla y ahora, muchos años después, tengo confianza en que los unicornios existen en algún lugar de este planeta. Tú, ¿qué piensas? Marinés Medero, “Maravillas” en De maravillas y encantamientos. México, SEP. 2000. 3. Jorge y Gloria “Jorge y Gloria eran novios. N-o-v-i-o-s. ¡De veras! Eran novios tan secretos –tan completamente en secreto– que después de un tiempo TODOS lo sabían.” Las historias de amor casi siempre son muy interesantes. Quizás porque tienen algo de misterio que se antoja descubrir: las emociones de los demás. Más aun si se trata de niños. ¿Qué sienten los novios? ¿Cómo es el amor entre niñas y niños? ¿Entre ellos, siempre se aman igual? La primera mirada, el primer contacto, son una aventura. El encanto con el cabello y la mirada de ella, el arrobamiento con las palabras de él. Y... lo más emocionante, entre otras cosas, ¡el primer beso! “La primera vez que se besaron fue detrás de unos arbustos en el parque. Encima de ellos colgaba la luna en un árbol. Los ángeles cantaban a lo lejos. Parecía que...” Aunque al principio todo parece felicidad, algo inesperado sucede, sin lugar a dudas: “Gloria miró: el perro se levantó y puso las patas delanteras en los hombros de Jorge y movió la cola como un huracán. El perro lamió a Jorge en la cara. El perro lo lamió y
  • 10. borró los besos de Gloria, y Jorge se lo permitió. Gloria sintió frío en su mano, aunque la había cerrado sobre la mano ausente de Jorge.” En este libro como en muchas historias de amor, a pesar de los pesares, el final puede ser ¡muy, muy interesante! Tanto que en la cabeza ronda una pregunta de pocas palabras y mucha adrenalina ¿qué hacen unos novios, Jorge y Gloria, solos en el parque? Tormod Haugen, “Jorge y Gloria” en Amor y dolor. México, SEP-Fundación Juan Rulfo, 1999. 4. Trabajar en el espacio Podemos leer cuentos, o poemas, o libros de historia, o textos sobre ciencia, sobre tecnología, como éste que ahora les voy a leer. El 4 de octubre de 1957 la Unión Soviética lanzó el Sputnik, el primer satélite artificial. En los cincuenta años que han pasado desde entonces, son muchos los pasos que se han dado en el espacio. La tecnología ha avanzado mucho y hoy nos parece normal que haya miles de satélites artificiales, sondas planetarias y astronautas de paseo. Las personas que trabajan en el espacio tienen que entrenarse para estar en buena forma. Para ellas lo más difícil es adaptarse a flotar en el espacio. Cuando salen de las naves tienen que protegerse del calor y de la falta de oxígeno. Un trabajo arriesgado En el espacio todo es diferente; la falta de gravedad hace que las cosas floten. Los objetos pequeños hay que sujetarlos con velcro o con cinta adhesiva y no se puede comer pan porque las migajas estarían por todos lados. Algunos viajes al espacio han fracasado por fallos técnicos en las naves espaciales. Ese es el caso de las primeras misiones Apolo y Soyuz, que en 1967 les costaron la vida a cuatro astronautas. Yuri Gagarin fue el primer ser humano que viajó por el espacio; el 12 de abril de 1961, en la nave Vostok, fue puesto en órbita alrededor de la Tierra.
  • 11. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO La preparación física para la falta de gravedad es muy importante para los astronautas. Dicen que lo más parecido a la falta de gravedad es estar buceando en el fondo de una alberca. Además de hacer experimentos científicos, los astronautas arreglan satélites y construyen las estaciones espaciales. No crean que a mí me dan muchas ganas de andar por el espacio. Me gusta apoyar los pies en la tierra. Pero mucha gente quisiera ir a otros planetas. ¿Y a ustedes? ¿De veras les gustaría ir a la Luna? Ofelia Ortega, “Trabajar en el espacio” en El universo. México, SEP-Parramón, 2006. 5. Robots Hoy en día nos asombramos de los adelantos tecnológicos que conocemos por diversos medios ¿quién podría imaginar que puede haber máquinas diminutas que realizan distintas tareas? Vamos a ver de qué se trata. Los robots son asombrosas máquinas que pueden programarse para que funcionen solas. Pueden ir a muchos lugares peligrosos, desde el espacio exterior hasta lo profundo del mar. Los robots tienen ojos, oídos y boca; reciben información externa por medio de sensores. El robot Sony tiene sensores que registran el sonido y cámaras que capturan imágenes. Los robots que son trabajadores manuales suelen realizar diversas tareas. Sus manos les permiten sujetar y usar diversos tipos de objetos y herramientas. Se mueven mediante ruedas, bandas de oruga (como los tanques) o piernas. Los robots tienen piernas como los humanos. Los controladores son el cerebro del robot: les permiten tomar decisiones y accionar sus partes. Los controladores suelen ser computadoras.
  • 12. El robot Deep Junior es un veloz pensador, porque puede pensar tres millones de jugadas de ajedrez por segundo. Jugó una partida con el excampeón mundial de ajedrez Garry Kasparov. Otro robot, llamado Emuu, tiene sentimientos: interactúa con las personas y puede expresar muchos estados anímicos, como la felicidad, el enojo y la tristeza. Algunos robots son controlados directamente por personas; otros son autónomos. Por ejemplo un robot japonés que aprende a caminar solo. Los robots con brazos son los más comunes. Su brazo articulado puede moverse en varias direcciones, como el humano. Los brazos de muchos robots tienen manos, llamados sujetadores. Éstas cuentan con sensores de presión que les permite calcular la fuerza necesaria para agarrar un objeto. Algunos robots tienen forma de animales. A veces es así porque son modelos animatrónicos para una película. Las serpientes robot S5 pueden deslizarse a lo largo de tubos y otros espacios estrechos. El modelo de la mariposa monarca aletea usando músculos de alambre que se acortan cuando se les aplica electricidad. El robot Afghan Explorer, algún día podrá visitar zonas de guerra. Como reportero, enviaría fotos y entrevistas a un estudio ubicado en un lugar seguro. Los seres humanos han soñado siempre con que alguien haga lo que a ellos no les gusta hacer. Yo también quisiera un robot... para que fuera al mercado en mi lugar. ¿Y ustedes? ¿Para qué quisieran tener un robot? Gifford Clive, Robots. México, SEP-Altea, 2005. 6. Los volcanes En una mañana soleada de febrero de 1943, un campesino que araba su tierra vio salir del suelo una pequeña columna de humo. Un poco desconcertado y molesto, cubrió el orificio y continuó trabajando.
  • 13. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO Pero al ver que no había servido de mucho, pues el humo seguía saliendo cada vez con mayor fuerza, corrió por ayuda. Ante los asombrados habitantes de un poblado vecino, cada vez emergían de la tierra mayor cantidad de humo y de vapores. Tres horas después el humo se había convertido en una espesa nube negra y la pequeña grieta se había agrandado enormemente. Esa noche violentas explosiones comenzaron a lanzar rocas a través de la grieta y a la mañana siguiente, en ese lugar se había formado un montículo en forma de cono de cerca de cincuenta metros de altura: ¡de la noche a la mañana había nacido un volcán! Lo llamaron Paricutín, por su cercanía al pueblo de ese nombre en el estado de Michoacán. Un año después el Paricutín había alcanzado 450 metros de altura; había arrasado numerosos campos agrícolas, decenas de construcciones y provocado la movilización de los habitantes de todos los pueblos cercanos. También había atraído a cientos de investigadores y estudiosos de los volcanes, de México y de todo el mundo. El nacimiento del Paricutín había permitido a estos expertos aprender un poco más acerca de los secretos del mundo subterráneo; de cómo se forma y hace erupción un volcán. Belleza y utilidad de los volcanes Los volcanes son la parte más visible de lo que ocurre en el interior de la Tierra. Sus conos nevados, sus lagos interiores y su imponente personalidad forman parte de la esencia de nuestro planeta. Han sido objetos de hermosas leyendas y de otras manifestaciones artísticas, y testigos de innumerables hechos históricos: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl –cuya silueta tiene la forma de una mujer recostada boca arriba– son los protagonistas de una bella historia de amor. El Paso de Cortés, en las laderas del Popocatépetl, fue el punto por el cual el conquistador de México admiró por vez primera la inigualable belleza de Tenochtitlán y sus lagos.
  • 14. Las erupciones también enriquecen a largo plazo las tierras de cultivo, pues contienen elementos que las plantas necesitan para crecer. Islas como Hawaii e Islandia deben su existencia a la actividad volcánica. La actividad volcánica permite cierta estabilidad en el interior de la Tierra; sin embargo, pese a su belleza y majestuosidad, los volcanes constituyen un riesgo para quienes habitan en sus cercanías. Gloria Valek, Los volcanes. México. SEP-ADN, 199. 7. La nutria Algo que no se dice es que en el tiempo del gran diluvio los animales que subieron al arca eran todos casi bebés. Tanto tiempo pasaron a bordo que cuando las aguas se fueron y ellos pudieron salir, hubo que hacer la puerta más grande. Cierto, habían crecido y ya no cabían, pero el problema no era el tamaño sino la nutria, que los tenía hartos. El tigrillo se hizo tigre; el lobezno se volvió lobo; el potro se convirtió en caballo. La nutria siguió siendo niña, y como buena niña, todo lo que quiere es jugar. Nunca entendió cómo se le hace para crecer, y como siempre ha estado ocupada en mil travesuras, no ha querido perder el tiempo tomando un curso de adultez. “Ya madura”, la regañaron de repente los que envidian su capacidad de divertirse. Y a veces la nutria lo intenta: flotando de muertito en el agua; con la panza brillando al sol, cierra los ojos y se imagina... que puede dejarlo para otro día. Con su linda sonrisa peluda, su inocente cara de yo–no–fui y sus grandes ojos como canicas de vidrio oscuro, ella misma parece juguete. Sería de lo más normal encontrársela entre ositos de peluche y muñecas en el escaparate de una juguetería. Jamás tiene flojera si se trata de hacer piruetas, patinar, trepar o dar vueltas. Hasta comer es una aventura: erizos, bichitos, ranas y sapos, todo le gusta, todo quiere probar. Si hubiera un jardín de niños para animales, la única que jamás se graduaría sería la nutria. Se pasaría allí la vida, enterneciendo a las maestras, deslizándose incansablemente por la resbaladilla, llenándose el pelo de pegotes de plastilina.
  • 15. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO Cuando se acalora de tanto jugar, toma un respiro para acicalarse. En su posición favorita –flotando de muertito, con la panza brillando al sol–; se peina con tanta maña que queda igual: con el pelo revuelto y lleno de burbujas, se siente lista para volver a empezar. Escurridiza, cirquera, ondulante, la nutria puede aprender cualquier juego, pero jamás ha entendido cómo se le hace para crecer. ¿Qué te parece, conocías cómo era la nutria? Roxanna Erdman, “La Nutria” en Zorrillo el último. México, SEP-Santillana, 2005. 8. Francisca y la muerte Duro y fatigoso era el camino. Además, ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriega: –Con Francisca, a ver si me hace el favor. –Ya se marchó. –¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto? –¿Por qué tan de pronto? –le respondieron–. Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse? –Bueno... verá –dijo la muerte turbada–, es que siempre una hace la sobremesa en todo, digo yo. –Entonces usted no conoce a Francisca. –Tengo sus señas –dijo burocrática la impía. – A ver; dígalas –esperó la madre. Y la muerte dijo: – Pues... con arrugas; desde luego ya son sesenta años... –¿Y qué más? –Verá... el pelo blanco... casi ningún diente propio... la nariz, digamos... –¿Digamos qué? –Filosa.
  • 16. –¿Eso es todo? –Bueno... además de nombre y dos apellidos. –Pero usted no ha hablado de sus ojos. –Bien; nublados... sí, nublados han de ser... ahumados por los años. –No, no la conoce –dijo la mujer–. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, a quien usted busca, no es Francisca. Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero. Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pastura para la vaca de los nietos. Mas sólo vio la muerte la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso. Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora: "¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!" Y echó la muerte de regreso, maldiciendo. Mientras, a dos kilómetros de allí, Francisca escardaba de malas hierbas el jardincito de la escuela, Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso: –Francisca, ¿cuándo te vas a morir? Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre: –Nunca –dijo–, siempre hay algo que hacer. Eraclio Zepeda, Francisca y la muerte y otros cuentos, Gerardo Cantú, ilus. México, SEP-CONAFE, 1987. 9. El pez de la felicidad El señor feudal Wu vivía con su pueblo en una aldea en las montañas del sur del Japón. Cuando la primera de sus dos esposas murió, él sintió tanta pena que al poco tiempo también abandonó este mundo. Al quedar huérfana su hermosa hija, Ye Xian, fue criada
  • 17. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO por su madrastra, la segunda esposa de Wu. Pero como ésta amaba solamente a su propia hija, era muy cruel con Ye Xian; la obligaba a ir a un bosque para recoger agua del lago. La niña debía hacer esta extenuante travesía todos los días, a pesar de la lluvia o el frío. Un día, estando Ye Xian arrodillada junto al lago, vio a un hermoso pez de colores, no más largo que su dedo meñique, que brillaba a la luz del sol como un arcoíris. “¡Que hermoso!” exclamó la niña. Maravillada lo tomó suavemente con sus manos ahuecadas, y lo puso con mucho cuidado en su cubo de madera, para llevárselo a casa. Una vez allí lo escondió en un viejo tonel que estaba en un lugar poco frecuentado, donde su madrastra no pudiera encontrarlo. Seguramente, el pez le brindaría algo de alegría a su triste vida. Diariamente, Ye Xian apartaba una pequeña porción de su escasa comida para alimentar al pez. Con el tiempo, éste fue creciendo más y más, y se volvió cada vez más hermoso. Su aleta dorsal adquirió un brillante color naranja, sus ojos se volvieron verdes como esmeraldas, su cuerpo se tornó de un color dorado intenso, y su cola se llenó de pequeñas manchas de color blanco que parecían formar un delicado lazo. Finalmente creció tanto que ya no cabía en el tonel. Ye Xian sacó sigilosamente al pez de la casa y lo llevó a una laguna cercana, donde continuó creciendo. Cada vez que ella lo visitaba, el pez saltaba y jugueteaba como si disfrutara de su compañía. El buen humor de Ye Xian despertó sospechas en su madrastra, que la siguió secretamente hasta la laguna. Allí observó cómo la niña jugaba con el vistoso pez, y se puso furiosa al ver cómo ella se inclinaba para acariciar su cabeza. “¡Ye Xian está descuidando su trabajo por jugar con ese pez! Bueno, me encargaré de eso”, pensó la madrastra. Pobre niña. ¿Qué hará su madrastra para destruir su felicidad? ¿Podrá hacerlo? Para saber eso hay que buscar el libro, y leerlo. Duan Cheng Shi, El pez de la felicidad. México, SEP-International Becan, 2006.
  • 18. 10. La más bruja de todas Una gran noticia se derramó por el mundo, el submundo y el inmundo a la velocidad de un rayo y en pocas horas ya estaba en boca de todas las brujas. Unas y otras, se sentían convocadas a participar de la lección y no hacían otra cosa que prepararse para el gran día. Algunas se preocupaban de arreglar su aspecto: se engrasaban las mechas, retorcían sus mejores harapos, tomaban ajo crudo en jarabe cada dos horas y se hacían picar por avispas. Otras se dedicaban a afilar sus varitas o a poner a punto sus mascotas. (En estos casos, fregaban con chapopote los gatos viejos, bañaban en agua hirviendo a sus cuervos o atosigaban de caramelos ácidos a sus lechuzas.) La mayor parte, sin embargo, ponía todo su empeño en disparar maleficios contra las otras brujas para dejarlas fuera de competencia: se robaban sus escobas, idiotizaban a sus mascotas, les transformaban el jarabe de ajo crudo en yogures de vainilla, etcétera. La cuestión es que el día previsto para la prueba, Tarántula Producciones Q.E.P.D. abrió sus puertas chirriantes y en un subsuelo solitario y frío las brujas más poderosas desfilaron ante El Gran Jurado. Los miembros del Gran Jurado eran insípidos, incoloros e invisibles pero hacían oír sus voces con total autoridad. Y eso fue lo que dijeron para el comienzo a la contienda: –Bruja número 1, adelante. Descienda de su escoba. Vomite sus nombres y enumere sus poderes. –Me llamo Buseca, y me especializo en brebajes para transformar estatuas. –Recite un embrujo. –Pajarón pajarolado: Que se haga sapo el jurado. –¡Maldición, nos ha ensapado! ¡Bruja número 2, al estrado! Descienda de su escoba, vomite su nombre, presente a sus mascotas y deshaga el hechizo de su antecesora.
  • 19. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO Me llamo Zultana y soy peor que una pesadilla. Me agradan los niños envueltos y los gusanos horneados. Mi amuleto es un canario ahorcado con tela de... Está reñida la competencia. ¿Quién ganará y será la actriz? Eso no podremos saberlo si no leemos el libro. Silvia Schujer, La más bruja de todas. México, SEP-Atlántida, 2007. 11. Animales mexicanos En México hay muchos animales, tantos que, en este momento podrías mencionar con facilidad cinco o diez de los que habitan cerca de tu comunidad. Es así porque en nuestro país hay una gran variedad de bosques, selvas, montañas y costas. Si conoces bien la región donde vives, debes saber que cada sitio tiene sus plantas, su clima y sus animales. Estas tres cosas juntas forman un ambiente. Todos los animales son importantes. Por eso, si cambian algunas de las cosas que forman un ambiente, las demás sufren las consecuencias. Cuando se cortan los árboles, se quema el monte, se ensucia el agua, se caza demasiado o se cambia de cualquier manera un ambiente, muchos animales ya no pueden vivir ahí. Algunos son más resistentes y se acostumbran a los cambios, pero van desapareciendo poco a poco. ¿Sabes quién vive en lo más profundo de la selva tropical? Pues nada más ni nada menos que el águila arpía, que vive en lo alto de los árboles de algunas selvas de Veracruz y Chiapas. Es fuerte y rápida. Se alimenta de animales que viven en los árboles, como monos y ardillas, pero también de aves y serpientes.
  • 20. Cuando empolla, pone cuatro huevos manchados de amarillo. Los padres dan de comer a las crías hasta los diez meses. Después los aguiluchos aprenden a volar y se alimentan por sí mismos. Como muchos otros animales, al águila arpía le afecta la destrucción de su ambiente: la selva. Por eso ya son pocas las que vuelan por los cielos de México. Otro de los animales es el berrendo, pariente de las cabras. Tiene las orejas pequeñas, los ojos grandes, la cola corta y es muy ágil. Los berrendos viven en grupos. Antes, cuando había muchos, formaban manadas de más de cien animales. Si algo asusta a los berrendos, echan a correr a gran velocidad, pero se cansan fácilmente. Son tranquilos y se alimentan sobre todo de zacate. Sus enemigos son los lobos, los coyotes, los pumas, y las águilas, cuando todavía son pequeños. En la actualidad, sólo quedan algunos berrendos en Sonora Y Baja California, y se hallan en peligro de desaparecer debido a que el hombre los ha cazado demasiado. ¿Te gustaría saber más sobre los animales de tu país. Arturo Cuenca, Animales mexicanos, Fabricio Vanden Broeck, ilus. México, SEP-CONAFE, 2002. 12. Los dragones en la historia Ayer leímos sobre el águila arpía, que está en peligro de desaparecer. Hoy vamos a leer sobre otros animales, que nunca, nunca podrán desaparecer. Cuando piensas en un dragón, ¿qué te imaginas? Tal vez una piel verde, cubierta de escamas, unas patas rematadas en garras y unas alas de murciélago. Quizás también pienses en una pequeña cabeza de aspecto malvado colocada al final de un cuello largo y retorcido. ¡Y no hablemos de su ardiente aliento, que puede convertirte en una rebanada de pan tostado si te acercas! Ésa es una de las clases de dragones que hay pero, créeme, los dragones
  • 21. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO también pueden ser amables. Por eso tienen tanto poder las varitas mágicas y las pociones hechas con fibras de corazón de dragón. Los dragones se diferencian mucho entre sí según el lugar del que procedan. Los dragones asiáticos, por ejemplo, no tienen alas ni echan fuego por la boca, y dan la sensación de estar hechos con partes de animales diferentes: tienen cuerpo de serpiente cubierto de escamas de pescado, cabeza de camello, bigotes de bagre, cuernos de ciervo y ¡melena! Además, son corteses e inteligentes, protegen los ríos y traen buena suerte. Recuerdo haber conocido a Chieng-Tang, el dragón de los ríos, en China. Medía nada menos que 270 metros, y era de piel rojiza. En la antigua China sólo el emperador podía llevar en sus túnicas un dragón con patas terminadas en cinco dedos. ¡Cuántas veces me habrán contado la historia de Sigfrido y el dragón Fafnir mis amigos vikingos! Sigfrido era un guerrero apuesto y valiente, pero... no muy espabilado. Un enano malvado lo convenció de que atacara a Fafnir, un dragón que tenía una piel tan dura que ninguna espada podía atravesarla. Casualmente, el padre del enano poseía enormes montones de oro y joyas custodiadas por Fafnir. Pero el perverso enano guardaba otro gran secreto: en realidad él y Fafnir eran hermanos. Fafnir había matado a su padre y a continuación se había convertido en dragón para custodiar el tesoro. El enano reconstruyó la espada de Sigfrido, haciéndola mucho más poderosa que nunca (porque los enanos son los mejores herreros del mundo). Un buen día Sigfrido y el enano se ocultaron por las inmediaciones de la cueva del dragón. En cuanto Fafnir salió a tomar el fresco, Sigfrido le clavó la espada en la panza y lo mató. El héroe sacó el corazón del dragón y lo puso a asar en unas brasas, pero se quemó los dedos. ¿Por qué dije que los dragones no podrán desaparecer nunca? Janice Eaton Kilby, “Los dragones en la historia” en El libro de juegos del aprendiz de mago. México, SEP-Océano, 2003.
  • 22. 13. Monedas de oro Dos compadres habían ido a trabajar y se hizo de noche. Iban caminando por el monte y uno le dijo al otro: –Mira, compadre, esa lumbrita que se ve allá ha de ser dinero. –¡Qué dinero ni qué nada! Ya estás borracho compadre. –Tú ven y verás. Se pusieron a escarbar donde se vio la llamarada. Como a medio metro se toparon con una olla. –¿No que no, compadre? –Ahora veremos qué tiene. El compadre que no creía metió la mano por la boca de la olla. Más tardó en meterla que en sacarla, porque estaba llena de estiércol. –Es que usted no cree en esto, compadre –le dijo el otro–. Y a lo mejor ese dinero estaba destinado a mí. Cada quien se fue para su casa. El compadre incrédulo se quedó pensando en lo que había pasado. “Mi compadre se cree todo lo que le dicen –pensó–. Ahora voy a darle una lección para que se le quite lo creído.” El compadre incrédulo regresó a donde habían escarbado. Ahí estaba la olla llena de estiércol. El hombre la agarró y se fue a la casa de su compadre. Se trepó al techo e hizo un hoyo en su tejado, justo encima de donde estaba la cama de su compadre. Por ahí echó todo el estiércol que había en la olla. Al otro día, cuando despertó, el compadre creído sintió muy rara la cama. –Ay, vieja– dijo–, ¿por qué están tan pesadas estas cobijas? Entonces que alza la cara y va viendo que las cobijas estaban llenas de dinero. Eran puras monedas de oro, de esas de las que había antes. “Monedas de oro” en Luis de la Peña (comp.), ¿No será puro cuento...? México, SEP-CONAFE, 2002.
  • 23. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO 14. Un mundo sin sol Los océanos esconden paisajes asombrosos. Lejos, bajo las olas, hay enormes cordilleras y volcanes activos. La roca fundida del centro de la Tierra sale por algunas grietas de la corteza terrestre. Esas grietas se llaman fallas. Hasta hace muy poco, los científicos sólo podían adivinar cómo era el fondo del mar. Creían que era una región fría y oscura que no tenía vida, o que la tenía muy poca. La luz del Sol no llega hasta las profundidades del océano, a muchos kilómetros de la superficie. Que en esas regiones hubiera muy poca luz y un frío extremo hacía creer a la gente que allí no podían existir seres vivos. Entonces, en 1977 los geólogos a bordo del Alvin, un pequeño submarino diseñado para sumersión profunda, hicieron un gran descubrimiento. Descendieron 2,591 metros, para alcanzar la Falla de las Galápagos, una grieta en el suelo del Océano Pacífico oriental. Allí las luces del Alvin revelaron un oasis lleno de vida. Había agua caliente que brotaba de las grietas del suelo. Algo en el agua proporcionaba el alimento necesario para mantener vivos a una gran variedad de raros animales. Había lombrices de un rojo sangre que se retorcían, algunas de cuatro metros de largo. Había cientos de almejas y ostras de conchas lisas largas como reglas. Unos cangrejos, que parecían langostas, barrenaban el suelo marino. Criaturas como flores de diente de león, ancladas con hilos delicados, se mecían en el agua. Peces largos de color rosa estaban cabeza abajo sobre las fuentes del agua caliente. En 1979, los científicos encontraron nubes oscuras de agua muy caliente que salían de formaciones rocosas parecidas a chimeneas de fábricas submarinas. La mayoría de las criaturas de la Tierra dependen para vivir de un proceso llamado fotosíntesis. Mediante este mecanismo, las plantas producen su propia comida con la ayuda de la luz del sol, y los animales se comen las plantas. Pero en las profundidades del océano, donde la oscuridad nunca es rota por los rayos del sol, lo que mantiene vivas las
  • 24. minúsculas bacterias es la quimiosíntesis, un proceso diferente, que produce alimento con ayuda de la energía química... Catherine O’Neill, “Un mundo sin sol” en Grandes misterios de nuestro mundo. México, SEP, 2002. 15. El imperio encantado de Ixtlahuacan Las leyendas son relatos tradicionales; pasan de padres a hijos, y cuentan algún suceso sobrenatural, extraordinario, maravilloso. Hoy vamos a leer una leyenda. Un día muy soleado, un joven fue a pastorear sus chivas. Como a las once de la mañana se le ocurrió subir a una loma para vigilar desde la altura a sus animales. Desde allí arriba se podía observar el pueblo de Ixtlahuacan y el joven se distrajo. “¿Dónde está mi casa? – pensó–. Ah, sí, es aquélla azul.” En eso estaba cuando oyó un ruido. Volteó a su derecha. Era una muchacha muy bonita, de ojos azules y pelo rubio, tan bonita que daba la impresión de ser una reina. Mudo de asombro, el joven no pudo moverse. Entonces la muchacha habló con voz que parecía una mezcla del canto de una sirena con el silbido de una serpiente. –No tengas miedo –dijo ella–. No te voy a hacer nada, sólo quiero que me ayudes. –¿Cómo puedo hacerlo? –contestó el joven. –De manera muy sencilla. Mira yo soy la reina del imperio de Ixtlahuacan, pero mi imperio ha sido encantado. El encanto se rompe si me llevas sobre tus hombros hasta la puerta de la iglesia. Si haces eso, tú serás mi esposo y el rey del imperio–. El joven se puso a pensar un rato y finalmente aceptó. –¡Qué bueno! –exclamó la muchacha–, pero antes debo advertirte una cosa: no debes voltear a verme en todo el camino, hasta llegar a la puerta de la iglesia. No prestes atención a nada de lo que te diga la gente. El joven subió a la muchacha en sus hombros y tomó el camino que llevaba al pueblo. Al llegar a las primeras casas, las personas que se cruzaban con él se alejaban y se
  • 25. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO quedaban viéndolo con cara de susto. –¿A dónde vas con esa víbora enredada en el pescuezo? –le gritó un niño. El joven pensó que se trataba de una broma y siguió su camino. Sin embargo, otras personas le dijeron lo mismo más adelante. El joven empezó a sentir miedo y curiosidad... sobre todo curiosidad. Cuando le faltaban pocos metros para llegar a la iglesia no pudo resistir la tentación y volteó a ver. Vio una gigantesca serpiente que lanzaba silbidos agudos mientras sacaba la lengua amenazadoramente. Con un rápido movimiento el joven la desprendió de su cuello y la arrojó lo más lejos que pudo. Al caer, el animal desapareció. Por eso el imperio de Ixtlahuacan no se desencantó. “El imperio encantado de Ixtlahuacan” en Mireya Cueto, Cuéntanos lo que se cuenta, Claudia de Teresa, ilus. México, SEP-CONAFE, 2006. 16. Azul cielo Pongan mucha atención. Van a descubrir algo en verdad fascinante: en la Tierra el cielo se ve azul, en la Luna se ve negro, en Marte se ve rojo... ¿Por qué? La respuesta está en esta lectura. Si ustedes se fijan, van a asombrar a sus padres y amigos. Todos sabemos que desde la Tierra el cielo se ve azul. Pero en la Luna se ve negro y en Marte se ve rojo. ¿Por qué? Hace aproximadamente 300 años, el físico inglés Isaac Newton hizo un descubrimiento asombroso. Newton observó que cuando la luz del Sol pasaba a través de un prisma de vidrio, salía luz de todos colores. Esto lo hizo descubrir que la luz del Sol es una mezcla de rayos de luz de todos colores, aunque la veamos blanca. Cuando un haz de luz atraviesa un medio cualquiera, los rayos luminosos chocan contra las partículas del medio. Pero resulta que los rayos rojos, anaranjados y amarillos sólo chocan con partículas relativamente grandes. A las partículas pequeñas ¡ni las ven! En cambio los rayos verdes y azules chocan con partículas de cualquier tamaño. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el color del cielo? En la Tierra, la atmósfera está formada sólo por partículas muy pequeñas llamadas moléculas. Cuando la luz del Sol
  • 26. la atraviesa, los rayos rojos, anaranjados y amarillos no sufren choques. En cambio, los rayos azules chocan con las moléculas y se dispersan, esto es, son enviados en todas direcciones al chocar con ellas. Por eso nos parece que el cielo es azul, pero lo que estamos viendo es tan sólo la luz azul del Sol, distribuida por toda la atmósfera. ¿Qué pasa en la Luna? Allí no hay atmósfera, no hay partículas, así que la luz no choca contra nada y no se dispersa en todas direcciones. La luz del Sol no ilumina todo el cielo. Por eso ahí el cielo se ve negro y las estrellas son visibles de día y de noche. En Marte, el suelo está cubierto por un polvo muy fino de color rojo. Con mucha frecuencia hay vientos muy fuertes que levantan el polvo y lo dejan suspendido en la atmósfera. Por eso, desde Marte el cielo se ve rojo. Miguel Ángel Herrera y Julieta Fierro, “Azul cielo” en La Tierra. México, SEP-SITESA, 1991. 17. El desierto Uno de los ecosistemas más importantes de México y que cubre la mayor extensión de su territorio son los desiertos. Las zonas áridas, como también se les conoce, no son sólo una gran extensión de arena, como muchos imaginan, sino ambientes con una gran diversidad de formas de vida. Los animales del desierto han evolucionado para aprovechar la poca humedad que existe, tienen que arreglárselas con la poca agua que pueden encontrar y muchas veces solamente con la de las plantas. Durante el día los desiertos permanecen casi sin actividad. Los animales generalmente esperan que la temperatura baje para salir de sus refugios. En las primeras horas de la mañana, los desiertos cobran vida. El canto característico de la codorniz de Gambel parece despertar a toda la fauna. Así, mientras la tortuga del desierto busca alimento en las nopaleras, el borrego cimarrón trepa por los altos peñascos, la víbora de cascabel se mueve lentamente buscando algún conejo del desierto
  • 27. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO recién salido de su madriguera y uno de los grandes felinos de México, el puma, vigila a una hembra de jabalí de collar con sus jabatos, que es como se llaman sus crías. En algún lugar cercano una gran aura cabeza roja se posa en el sahuaro para calentar sus alas antes de echarse a volar. Después de las breves lluvias las plantas florecen con muchos colores y la fauna parece celebrar la temporada de lluvia en el desierto, que muchas veces cae en un solo chubasco al año. Eugenia Pallares, “El desierto” en Jaguares, tucanes y otros animales de la fauna mexicana. México, SEP-Sierra Madre, 1994. 18. Dinosaurios y aves Un colibrí de solo unos pocos centímetros parecería estar tan lejos de un dinosaurio como una abeja lo está de una ballena. Sin embargo, las aves ciertamente evolucionaron de los dinosaurios… Los dinosaurios La Era Mesozoica a menudo se denomina “Era de los dinosaurios” porque durante más de 150 millones de años un solo grupo extremadamente diverso de reptiles dominó la vida terrestre. Los primeros dinosaurios fueron probablemente cazadores bípedos no más grandes que un perro, pero pronto evolucionaron en una enorme cantidad de formas y tamaños y se diseminaron por todo el mundo. Con el tiempo llegaron a ser desde gigantes tan pesados como una ballena hasta pequeñas bestias aladas del tamaño de una gallina. Ninguna especie de dinosaurios duró más que unos pocos millones de años, pero siempre surgieron nuevas especies que los reemplazaban. Algunos científicos enumeran 900 géneros de dinosaurios que vivieron en algún momento entre 230 y 65 millones de años atrás. ¿Qué diferencia a los dinosaurios? Los paleontólogos pueden distinguir a los dinosaurios de otros animales fósiles por ciertos detalles de sus cráneos, hombros, vértebras, manos, caderas y miembros posteriores. Estos muestran que los dinosaurios caminaban con las patas erectas y sobre los dedos de los pies, no con toda la planta, como los osos. Al no contar con
  • 28. especímenes vivos para estudiar, no podemos saber con seguridad cómo funcionaban exactamente sus cuerpos, pero es casi seguro que animales tan activos tuvieran sangre caliente. Las especies pequeñas probablemente generaban calor interno tal y como hacen aves y mamíferos. Los más grandes eran simplemente demasiado enormes para enfriarse por la noche. Ninguna de ambas clases se volvía inactiva con el frío, como los reptiles comunes, por lo que los dinosaurios estaban siempre listos para cazar alimentos o encontrar pareja. Una de las claves del éxito de los dinosaurios fue su postura erecta. La mayoría de los reptiles se arrastran con las patas a los lados del cuerpo, pero los dinosaurios tenían las extremidades justo debajo de su cuerpo, como los mamíferos modernos, por lo que su peso era cargado hacia abajo. Como no tenían que usar grandes cantidades de energía para mantener su cuerpo de pie, los dinosaurios podían desarrollar estilos de vida más activos. Fósiles encontrados en Argentina y Brasil muestran que algunos de los primeros dinosaurios eran cazadores bípedos (con dos patas) y una cadera parecida a la de los lagartos, contaban además con garras y dientes afilados. Tres dinosaurios vivieron en América del Sur hace aproximadamente 288 millones de años… En 1991 se descubrió –en Argentina– un esqueleto casi completo, que reveló que el Eorraptor medía sólo 1 m de largo y llegaba a pesar 11 kg. Cazador de piernas largas, pequeño pero feroz, tenía el hocico más bajo y las manos más cortas que el Herrerasaurus, cuyos restos muestran que tenía dientes afilados y aserrados en su cabeza larga y baja, con mandíbulas de articulación doble que le permitían tener un buen agarre de sus presas. Sus brazos eran cortos, pero las manos largas y los tres dedos más extensos terminaban en unas garras fuertes, curvas y cortantes. El Staurikosaurus fue un pequeño dinosaurio primitivo de Brasil… medía alrededor de 2 m de largo, pero no pesaba más de 30 kg,… tenía un cuello delgado y curvo, y piernas largas y estilizadas. Probablemente también tenía cuatro dedos en cada mano, y quizá cinco en cada pie. Carolina Reoyo (coord), “Dinosaurios y aves” en Enciclopedia de los dinosaurios y de la vida prehistórica. México, SEP- Cordillera de los Andes, 2007.
  • 29. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO 19. Soy purépecha Los purépechas son una etnia indígena que vive desde hace muchos siglos en una parte del estado de Michoacán. Vamos a ver cómo vive la mujer que habla en esta lectura. Desde mi casa se alcanza a ver el lago de Pátzcuaro, con sus islas: Yunuén, Tecuén, La Pacanda, Janitzio... A mí la que más me gusta es Yunuén, por limpia y alargadita. El cielo de mi tierra es muy azul y a mí me gusta quedarme mirándolo, sobre todo cuando ando tendiendo la ropa en la mañana. Me gusta verlo porque algunas veces se alcanzan a divisar algunas águilas por encima de los pinos. También lo quedo viendo por si me toca ver alguna garza de las que, aunque pocas, todavía quedan alrededor del lago. Esas garzas son las mismas de la leyenda de Hapunda, la princesa de Yunuén que estaba enamorada del lago. Dicen que un día, unos guerreros de otro pueblo llegaron hasta la isla porque querían llevarse a Hapunda para casarla con su rey, que no tenía mujer. Hapunda se puso muy triste y fue a consultar al lago. El lago le dijo: –Vístete de blanco y, cuando salga la Luna, rema hasta el centro y ahí salta al agua. Yo te voy a recibir para que ya nadie te lleve jamás. Y así lo hizo Hapunda. Cayó al lago, llegó hasta el fondo y volvió a salir blanca, emplumadita, bonita, convertida en garza. Por eso me gusta mirar el cielo, porque dice la leyenda que cuando se acaben las garzas el lago de Pátzcuaro se va a quedar sin su novia, se va a morir de tristeza, se va a secar. Mi casa se llama troje y está hecha con tablones de árboles grandísimos y tiene su techo de tejamanil. Está levantadita del suelo con pilotes de madera y tiene sus escalones para subir a lo seco. Adentro se tiene su tapanco bien alto para guardar el maíz y abajo dormimos todos nosotros (y hasta los perros cuando hace mucho frío). María de la Luz Mendoza, Soy purépecha. México, SEP, 1989.
  • 30. 20. El oso que no lo era Érase una vez –para ser precisos, un martes– un oso que estaba parado en el lindero de un gran bosque mirando hacia el cielo. Allá, muy alto, vio una bandada de gansos salvajes que volaban hacia el sur. Se volvió y miró los árboles. Todas sus hojas se habían vuelto amarillas y cafés y caían de las ramas una a una. Sabía que cuando los gansos volaban hacia el sur, cuando las hojas caían de los árboles, el invierno no tardaba en llegar. Pronto la nieve cubriría el bosque y ya era hora de buscar una cueva para invernar. Y eso fue, precisamente, lo que hizo. Poco tiempo después –para ser precisos, un miércoles– llegaron unos hombres... muchos hombres que traían planos, mapas e instrumentos de medición. Trazaron, proyectaron, midieron de un lado a otro. A continuación llegaron más hombres con excavadoras, sierras y tractores. Excavaron, serraron, apisonaron y lo arrasaron todo. Trabajaron, trabajaron y trabajaron hasta construir una gran, inmensa, colosal fábrica justo encima de la cueva donde dormía el oso. La fábrica funcionó durante el largo y frío invierno. Y entonces volvió la primavera. Allá, muy hondo, debajo de la fábrica, el oso se despertó. Parpadeó y bostezó. Aún medio dormido, se puso de pie y miró a su alrededor. Estaba muy oscuro. Apenas sí podía ver. A lo lejos vio una luz. “¡Ah!– se dijo–, allí debe estar la entrada de la cueva.” Subió las escaleras y salió fuera, donde brillaba un sol primaveral. Tenía los ojos medio abiertos y seguía con sueño. Pero poco tiempo iba a estar con los ojos a medio abrir. De repente… ¡Pafff!... se le abrieron de par en par. Miró lo que tenía delante. ¿Dónde estaba el bosque? ¿Dónde estaba la hierba? ¿Dónde estaban los árboles?
  • 31. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO ¿Dónde estaban las flores? ¿Dónde estaba? Todo le parecía raro. No sabía dónde estaba. Pero nosotros sí, ¿no es verdad? Sabemos que está justo en medio de una fábrica que está trabajando. “Seguro que estoy soñando –se dijo–. Claro que si. Eso es –y volvió a cerrar los ojos. Muy despacito los abrió otra vez y miró a su alrededor. Ahí seguían los inmensos edificios. No, no era un sueño. Era todo de verdad. En ese mismo instante salió un hombre por una puerta. –¡Eh, tú, ponte a trabajar! –le gritó–. Soy el capataz y como no me hagas caso te voy a denunciar. –Yo no trabajo aquí –dijo el oso–. Yo soy un oso. ¡Fantástico! El pobre oso convertido en obrero. Tengo que leer el libro completo, para saber qué más le pasó. Frank Tashlin, El oso que no lo era. México, SEP-Altea, 1987. 21. El mundo de Mariana Fíjense en estas palabras, porque van a aparecer en la lectura de hoy: una boya es una esfera de cristal que flota en el mar para sostener unas redes o para avisar que ahí es demasiado hondo; un torno es una máquina que da vueltas y que se usa en los talleres para fabricar ciertas piezas. ¿Y un merolico? ¿Quién sabe lo que es un merolico? Cintilando quiere decir parpadeando. La maestra de Mariana es severa, muy seria, como a veces somos las maestras. Fíjense también en que a veces habla Mariana, y a veces hablan otras personas. Imagínense si me pusiera a pintar esos cuadros locos que hay en el museo. Además, esa es la gran discusión: mis dibujos y la opinión de mis compañeros. Se ríen de la luna que dibujo: les parece inmensa. Pero así de enorme la veo yo, sin sombras en forma de conejo ni cráteres: ellos dicen que ven la luna del tamaño de un plato. Mi luna parece una enorme boya iluminada. Bueno, depende del punto de vista, como dice mi abuelo.
  • 32. –¡Ah!, ¿ya vieron a Mariana? Parece que le dan miedo la pelota y el gallito. Se agacha cuando viene la bola. Siempre pierde su equipo. –¡Qué chistosa! La letra de Mariana es muy extraña, pero cuando copia de mi cuaderno le sale bien. –En casa a Mariana le dicen que es tonta, que nunca presta atención –dice mi hermano. –Cuiden a esa niña, siempre se está machucando –recomienda mi abuela. –Esta niña vive raspada, se tropieza con todo –suspira mi mamá. –Mariana nunca le atina a los cuadritos del avión –agrega mi hermana. Mi papá no dice nada. Sólo se ríe un poco y menea la cabeza, divertido. Para olvidarme de tanta gente toco el piano. Toco con gusto, toco con rabia, toco con indignación. Entonces, allá en la calle, el ruido del taller se detiene un momento; el mecánico para el torno; el merolico deja de gritar; los niños se callan; un radio de pilas se apaga. Todo se detiene. El mundo es mío, viajo en las notas musicales y cruzo el espacio. La música sube por mis árboles manchados de verde y amarillo y le hace un anillo a mi enorme luna. Los faroles se encienden llenos de rayos de todos colores, se acercan a la pintura y suben y bajan por el pentagrama cintilando... hasta que siento a la maestra de piano severa a mi lado. (¿A qué hora llegó que no la vi?) Mariana parece distraída, porque siempre está pensando en lo que lleva por dentro: sus dibujos, su música... Todos, a veces, somos como Mariana. Parece que no nos fijamos en lo que sucede, pero es que estamos pensando en otras cosas, ¿o no? María Leda, El mundo de Mariana. México, SEP-Le, 1999.
  • 33. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO 22. Un vuelo por la ciudad Los seres humanos siempre quisieron volar. Y antes de que hubiera aviones, inventaron los globos (dibujo en el pizarrón). Al principio los llenaron de aire caliente y después de gases como el helio. El aire caliente y esos gases pesan menos que el aire normal, y por eso los globos subían –y suben, porque todavía se usan, en investigaciones y como deporte–. Éste es un viaje en globo. –Esto es Chapultepec –dice mi abuelo–, viejo bosque de ahuehuetes milenarios que han sido testigos de la historia. ¡Mira, el castillo! –El globo se dirige hacia la construcción. Observo los carruajes, las guardias de soldados, las terrazas y los amplios jardines. –Oye abuelo, ¿Aquí siempre han vivido los presidentes? –No, este castillo fue mandado construir por el virrey Matías de Gálvez. Años después fue el Colegio Militar, cuyos maestros y alumnos tuvieron un desempeño importante en 1847, durante la invasión norteamericana. Maximiliano suprimió el colegio y lo reconstruyó para adaptarlo como vivienda. Tu bisabuelo me contó como sufrió la ciudad durante la invasión norteamericana. Desde días antes de la llegada del ejército yanqui a la ciudad, todos los habitantes comenzaron a organizarse fortificando algunos puntos para afrontar al enemigo. –¿Por dónde llegaron los gringos? –Llegaron por el rumbo de Chalco y comenzaron a desplegarse por el sur hasta Padierna, en donde hubo un combate muy fuerte. De ahí avanzaron hasta Chapultepec, donde resistieron valientemente los alumnos del Colegio Militar. Con la toma de Chapultepec los invasores entraron a la ciudad, pero el pueblo comenzó a presentarles resistencia: casa por casa entraban los soldados norteamericanos, revisando las habitaciones y golpeando a la gente. Tu bisabuelo, como médico que era, estuvo atendiendo a muchos heridos, y por eso fue detenido varios días. Durante el tiempo que duró la invasión, todos los días aparecían en las calles, en las afueras de la ciudad y en las zanjas, cadáveres de soldados gringos que la gente asesinaba aprovechando la oscuridad. –Abuelo, ahí está el acueducto. ¿Es el que llega hasta el Salto del Agua? –Efectivamente; éste ha sido el principal surtidor de agua de la capital, al igual que el de San Cosme.
  • 34. La guerra con los Estados Unidos fue un episodio triste de nuestra historia, que le costó a México la mitad de su territorio. Pero eso sucedió hace mucho tiempo. Nuestro país sigue siendo grande y nosotros debemos preocuparnos porque sea más fuerte, más rico, más justo. Y para lograrlo ustedes están estudiando. Regina Hernández Franyuti, Un vuelo por la ciudad. México, SEP, 1997. 23. Las tres palomitas –Abuelo, ¿cantamos? El abuelo se animó y fue por su bajo quinto, lo afinó y empezó a cantar un corrido. Sabía muchos: de amores, de batallas, de bandidos generosos, y algunos que contaban la vida de gentes muy queridas o muy temidas en el pueblo. Cantando todos, les llegó la noche, y cuando la luna hizo bailar las sombras de los árboles como si fueran chinelos sin colores, el niño más pequeño recargó la cabeza en las rodillas del abuelo y se quedó dormido. Él dejó a un lado su hermosa guitarra y cargó al niño: –Vamos a dormir –dijo–. Mañana tenemos mucho quehacer... Al día siguiente, desde antes de que saliera el sol, las señoras ya llenaban sus canastos de tortillas olorosas y guisaban el arroz y el mole en grandes cazuelas de barro. Para esa fiesta ahorraban durante muchos meses, y ese día el pueblo olía a ajonjolí, a canela, a chocolate y a ramas de pino. En el jardín del pueblo empezaron a juntarse las bandas de música, las cuadrillas de danzantes, las niñas de las pastorelas; y cuando llegaron los coheteros, empezó el convite. Marchaban bailando por las calles, seguidos por los curiosos. Así, la columna fue creciendo, haciéndose más ancha y más larga, como un gran río. Los perros ladraban de puro gusto desde las puertas de las casas.
  • 35. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO A las once de la noche se prendió el castillo y todos vieron encandilados cómo los rehiletes lanzaban chorros de luces y se convertían después en peces de colores que más arriba volvían a ser rehiletes. Una cascada de luz cayó desde lo alto y la torre del castillo se desprendió girando a enorme velocidad: subió tan alto, tan alto, que sus luces desparramadas se confundieron con las peregrinas estrellas de diciembre. Susana Mendoza, “Las tres palomitas” en La Vendedora de Nubes y otros Cuentos, Andrea Gómez, ilus. México, SEP-CONAFE, 2000. 24. El ciempiés cojo El ciempiés era cojo de nacimiento. Su cojera se extendía a 24 patas exactamente. Lo malo es que las 24 patas que faltaban estaban todas situadas en el mismo sitio: por eso andaba rengueando. Caminaba muy despacio con las antenas gachas, porque con 76 patas no se puede mantener ese orgulloso aire gallardo y marcial. Balanceaba su cuerpo de un lado a otro como una embarcación. Además, suspiraba constantemente y se enjugaba el sudor con un fino pétalo de rosa. Nunca llegaba a tiempo a ningún sitio. Pero podía describir con todo lujo de detalles los difíciles entramados de la red de una telaraña, la marca que dejaba el viento en la hierba durante los días en que el aire jugaba al escondite con los árboles, el trazado irregular del vuelo de la libélula. Para todo eso hace falta fijarse mucho y, sobre todo, tener tiempo para hacerlo. Y el ciempiés cojo lo tenía. También le gustaba charlar largo y tendido. En la hora que antecede a la aurora, cuando el cielo está todavía oscuro y la tierra débilmente alumbrada por el último cuarto de la luna, el ciempiés conversaba con la musaraña sobre los temas más diversos. Unas veces hablaban de las fiestas nocturnas de las madreselvas cuando se abren fragantes en las
  • 36. primeras horas de la noche; otras, de la aparición de una nueva estrella que chapoteaba risueña en el agua de la charca... En las tardes veraniegas el ciempiés se quedaba mucho rato en el mismo lugar y se tomaba su tiempo para probar el polen traído por la brisa dorada. Nunca tenía prisa por llegar a ningún sitio. Al principio esto motivado por su cojera. Evidentemente no podía competir con los otros ciempiés en velocidad ni participar en las carreras que organizaban entre ellos. Pero, poco a poco, tener tiempo para detenerse en las cosas pequeñas le fue gustando cada vez más. Se planteaba el llegar, no como una meta de rapidez, sino como un camino de contemplación de los detalles que circundaban su vida en el bosque. Paloma Orozco Amorós, “El ciempiés cojo” en Historias de la otra tierra. México, SEP, Anaya, 2002. 25. Cien años de soledad Estaban obstinados en que su padre los llevara a conocer la portentosa novedad de los sabios de Memphis, anunciada a la entrada de una tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar: –Es el diamante más grande del mundo. –No –corrigió el gitano–. Es hielo.
  • 37. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó. “Cinco reales más para tocarlo”, dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio. Sin saber decir, pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo… Aureliano, en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la retiró en el acto. “Está hirviendo”, exclamó asustando. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó: –Este es el gran invento de nuestro tiempo. Francisco Hinojosa (selección), “Cien años de soledad” en Carrito de paletas. México, SEP, 1993. 26. Caramelos cuadrados que se vuelven redondos Todo el mundo se detuvo y se agolpó junto a la puerta. La mitad de la puerta estaba hecha de cristal. El abuelo Joe levantó al pequeño Charlie para que éste pudiera ver mejor. Charlie vio un larga mesa, y sobre la mesa, filas y filas de pequeños caramelos blancos de forma cuadrada. Los caramelos se asemejaban mucho a terrones de azúcar cuadrados, excepto que cada uno de ellos tenía una graciosa carita rosada pintada en uno de sus lados. En un extremo de la mesa, un grupo de oompa-loompas pintaba afanosamente nuevas caritas en más caramelos. –¡Allí los tienen! –gritó el señor Wonka– ¡Caramelos cuadrados que se vuelven redondos! –No veo cómo pueden volverse redondos si son cuadrados –dijo Mike Tevé. –Son cuadrados –dijo Veruca Salt–. Son completamente cuadrados.
  • 38. –Claro que son cuadrados –dijo el señor Wonka–. Yo nunca he dicho que no lo fueran. –¡Usted dijo que se volvían redondos! –dijo Veruca Salt. –Yo nunca dije eso –dijo el señor Wonka–. Dije que eran unos caramelos cuadrados que se volvían redondos. –¡Pero no se vuelven redondos! –dijoVeruca Salt–. ¡Siguen siendo cuadrados! –Se vuelven redondos –insistió el señor Wonka. –¡Claro que no se vuelven redondos! –gritó Veruca Salt. –Veruca, cariño –dijo la señora Salt–, no le hagas caso al señor Wonka. Te está mintiendo. –Mi querida merluza –dijo el señor Wonka–, vaya a que le frían la cabeza. –¡Cómo se atreve a hablarme así! –gritó la señora Salt. –¡Oh, cállese! –dijo el señor Wonka–. ¡Y ahora miren esto! –sacó una llave de su bolsillo, abrió la puerta, la empujó... y de pronto, al ruido de la puerta que se abría, todas las filas y filas de pequeños caramelos cuadrados se volvieron rápidamente redondos para ver quién entraba. Las diminutas caritas se volvieron realmente hacia la puerta y miraron al seño Wonka. –¡Allí los tienen! –gritó triunfalmente–. ¡Se han vuelto redondos! ¡No hay discusión alguna! ¡Son caramelos cuadrados que se vuelven redondos! –¡Caramba, tiene razón! –dijo el abuelo Joe. Roald Dahl, “Caramelos cuadrados que se vuelven redondos” en Charlie y la fábrica de chocolate, Faith Jacques, ilus. México, SEP-Santillana, 2004. 27. La vida de un niño en tiempos de la Independencia –No se peleen por este asunto. Debemos permanecer unidos porque se rumora que Hidalgo y sus huestes se acercan a Guanajuato. De Dolores pasaron a Atotonilco, donde tomaron el estandarte de la Virgen de Guadalupe y la nombraron su protectora. –Y a nosotros –pregunté yo–, ¿quién nos protegerá? Tengo mucho miedo... –La Virgen de los Remedios –respondió secamente papá.
  • 39. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO –Sí –dijo Antonio–, pero nosotros debemos hacer algo para defendernos. No nos vaya a pasar como a los españoles de San Miguel el Grande y Celaya, a donde se dirigió Hidalgo después de Atotonilco. Entraron a las casas y robaron, metieron presos a los europeos y varios perdieron la vida. Papá bajó la cabeza abrumado y asintió: –Tienes razón, sobre todo ahora que Hidalgo viene a Guanajuato con la multitud que se les unió en Atotonilco, San Miguel y Celaya. Además, ya ha sido nombrado capitán general de ese ejército y de la rebelión. Yo tengo que confesarte, querido diario, que tengo mucho miedo. ¿Qué nos sucederá cuando Hidalgo entre a Guanajuato? ¡No quiero ni pensarlo! Viernes 18 de septiembre de 1810 Hoy amaneció un día gris. Como siempre, asistí al colegio, donde estudio latín. En medio de la clase, oímos que la corneta tocaba generala, como una señal de alerta. En los primeros momentos sentí alegría de que se suspendiera la lección y se nos ordenara salir del colegio con uno de nuestros instructores. Pero ya en la calle tuve miedo al darme cuenta de que los comercios estaban cerrando en pleno día, y de que sirvientes y esclavos cerraban las puertas de las mansiones con doble cerradura. ¿Qué pasaba? Arreciamos el paso, el instructor me dejó en la puerta de mi casa, donde entré sofocado y sudando. En el corredor encontré a mamá que, con los nervios de punta, iba de un lado a otro. Al verme exclamó: –¡Bendita sea la virgen que llegaste! Estaba preocupadísima por ti. Hidalgo se acerca a Guanajuato con sus insurgentes. Victoria Lerner S. La vida de un niño en tiempos de la Independencia. México, SEP-Instituto Mora, 1997. 28 Los nombres de los astros Todos los pueblos de la antigüedad le dieron nombres a los astros más brillantes, que son visibles a simple vista. Estos nombres provenían, por lo general, de sus leyendas o su religión. Pero la mayor parte de ellos ya se ha olvidado. En nuestros días, conservamos tan sólo nombres árabes y versiones latinizadas, que nos legaron los romanos, de los nombres griegos originales.
  • 40. Así, por ejemplo, a un planeta que se caracterizaba por ser tan rojo como el color de la sangre, los griegos le pusieron el nombre del dios de la guerra: Ares, y al planeta más brillante de todos lo llamaron Afrodita, su diosa de la belleza y el amor. Pero, para los romanos, el dios de la guerra era Marte y la diosa de la belleza y el amor era Venus, así que fueron estos nombres los que se conservaron. Los nombres árabes se conservan sobre todo en las estrellas. Son muy famosas Algol en la constelación de Perseo y Deneb en la del Cisne. Algol quiere decir demonio en árabe, y le pusieron así porque su brillo cambia con el tiempo. Deneb significa cola, también en árabe y se llamó así porque es la estrella que está en la punta de la cola del cisne. Hoy día hay una comisión internacional que se encarga de ponerle nombre a cualquier objeto nuevo que se descubra, ya sea un cometa, un asteroide, un satélite o algún objeto desconocido. Cualquier persona puede sugerir un nombre. Por ejemplo, cuando en 1977 se descubrió un satélite del planeta Plutón, a una inglesa se le ocurrió llamarlo Caronte porque, en la mitología griega, Plutón era el dios del reino de los muertos y Caronte era el barquero que transportaba a los muertos al reino de Plutón. La sugerencia se aceptó y el satélite de Plutón se llama Caronte. Miguel Ángel Herrera y Julieta Fierro, “Los nombres de los astros” en Las estrellas. México, SEP-Sitesa, 1990. 29. Perdidos en un planeta llamado Tierra La nave era plata. Un destello, apenas un suspiro, un dardo atravesando la negra oscuridad celestial, más allá de todo. Y también era silencio, fascinación, misterio. Tenía forma de menhir (como una piedra larga), con cuatro aletas posteriores que se graduaban de acuerdo a la velocidad, el despegue o el aterrizaje. Era pequeña, apenas siete metros de altura, pero su diámetro era grande, resultando la nave oronda, como si fuera barrigona. En su interior, a través del amplio ventanal que dominaba su morro (extremo
  • 41. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO delantero), podían verse a sus dos ocupantes. Uno era alto y delgado, completamente blanco, sin pelo, ojos grandes y oscuros, boca pequeña, apenas nariz y tres dedos largos en cada mano. El otro era bajo, redondo... ¡y metálico! Tenía una esfera grande por cuerpo y una media esfera pequeña por cabeza. En ella le habían insertado los puntos focales, que emitían luz, y una boca flexible para que no pareciera inanimado. De la esfera mayor surgían dos pinzas a modo de extremidades superiores. En aquel momento los dos estaban hablando. –¡No es posible, Tobor! –decía el humanoide. –Me temo que sí lo es, Rebas –respondió el robot. –¡Es tu trabajo cuidar que los generadores estén cargados! –¡Y el tuyo no desviarte de las rutas autorizadas! –Pues la hemos fastidiado –suspiró Rebas. –¡Y que lo digas! –se llenó de luces rojas Tobor. –Sin energía no hay forma de que podamos regresar. Y tampoco podemos comunicarnos de ninguna forma con nadie. Hemos agotado hasta las reservas... –Y en este rumbo nadie nos localizará. ¡Estamos perdidos! Rebas parpadeó un par de veces. Sus pestañas eran laterales. Se estremeció y miró a través del ventanal. El espacio era hermoso, pero también solitario e infinito. Sobre todo cuando se está a miles de años luz de casa. –¿Dónde estamos exactamente? –preguntó el humanoide… –Es un sistema primario de clase C –informó el robot–. Un sol, nueve planetas... Eso es todo. –¿Hay vida en alguno de esos planetas? –Veamos... –Tobor leyó los datos–. Se detectan formas de vida animada, de naturaleza orgánica, en el tercero de ellos. –¿Podemos llegar a él aprovechando su gravedad? –Creo que sí. –Entonces vayamos –dijo Rebas–. Es nuestra única... Y se calló el resto porque era evidente. Jordi Sierra i Fabra. “Perdidos en un planeta llamado Tierra” en ¡Enchúfate a la energía! México, SEP-SM, 2003.
  • 42. 30. Sola y Sincola Durante la mañana, llené el depósito a uno, dos y tres coches, y le eché gasóleo a un camión. Regresé a la tienda y, cuando me disponía a echarle un vistazo al periódico, escuché un ruido en las estanterías de regalos. Me acerqué y me llevé una gran sorpresa: ¡allí estaba una de las niñas de la camioneta de antes! Estaba mirando una mochila con sus ojos de oliva. Salí pitando al exterior, pero no había ni rastro de la camioneta. Volví a entrar, y la niña continuaba sin quitar ojo a la mochila. No sabía qué hacer y le pregunté su nombre, pero creo que no me entendió. –Te llamaré Sola. Porque se han olvidado de ti y te han dejado más sola que la luna – dije bajito. “A lo mejor podría tomar algunos minutos e ir con la niña tras la camioneta”, pensé después. Pero yo también estaba solo en la gasolinera y no la podía abandonar. –No te preocupes, Sola, tu familia se ha ido, pero pronto volverán a buscarte –le dije mientras acariciaba su pelo rizado. Esta mañana llegó otro de tantos y, mientras yo llenaba el tanque, se bajó un conductor tripón y fue al baño. Dentro del coche vi dos niños, la madre y la abuela: todos dormidos. En cuanto se marcharon, sentí que un gato se arremolinaba en mis pies. Entonces, lo entendí todo: el muy desalmado llevaba un gato escondido bajo la ropa y ¡acababa de abandonarlo en nuestra gasolinera! De repente, un camión de los grandes pasó a toda velocidad, como un huracán. El gato, asustado, salió. Inmediatamente se escuchó el claxon de un coche y un largo gemido. Luego vi a Sola, tapándose los ojos con las manos... ¿Qué pasaría? ¿Apachurraron al pobre gato, o nada más le arrancaron la cola? Patxi Zubizarreta, Sola y Sincola. México, SEP-Limusa, 2006.
  • 43. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO 31. El higo más dulce Monsier Bibot era dentista, y era un hombre muy exigente. Una mañana, al llegar a su consultorio vio a una ancianita que lo esperaba frente a la puerta. Tenía dolor de muelas y le rogó que la ayudara. –¡Pero si no tiene cita! –dijo él. La mujer dejó escapar un gemido. Bibot consultó su reloj. Tal vez tenía tiempo de ganarse unos cuantos billetes extra. La hizo pasar y le revisó la boca. –Tendremos que sacarle la muela–dijo con una sonrisa y, una vez que hubo terminado, añadió–: Le daré unas píldoras para el dolor. La anciana estaba muy agradecida: –No puedo pagarle con dinero –dijo–, pero tengo algo mucho mejor–. Sacó un par de higos de su bolsa y se los tendió a Bibot. –¿Higos? –dijo él, molesto. –Estos higos son muy especiales –susurró la mujer–. Pueden hacer que sus sueños se hagan realidad –le guiño un ojo y se llevó un dedo a los labios. Antes de irse a la cama, el dentista decidió tomar un bocadillo. Se sentó en la mesa del comedor y se comió uno de los higos que le había dado la anciana. Estaba delicioso. Era tal vez el mejor higo, el más dulce, que se había comido jamás. A la mañana siguiente al llevar a su perro a pasear notó que la gente se le quedaba mirando. “Admiran mi traje, pensó.” Pero cuando se vio reflejado en el ventanal de un café, se detuvo horrorizado. Sólo tenía puesta la ropa interior. Bibot se metió en un callejón y trató de recordar lo que había soñado la noche anterior y justamente fue que estaba frente a ese café desnudo; recordó el resto del sueño y vio cómo la Torre Eiffel se iba inclinando hacia abajo lentamente como si fuera de goma.
  • 44. Fue entonces cuando comprendió que la anciana de los higos le había dicho la verdad así que no iba a desperdiciar el segundo higo... La Torre Eiffel yo creo que casi todos la hemos visto, porque es muy famosa. Está en París, la capital de Francia. Chris Van Allsburg, El higo más dulce. México, SEP-FCE, 2006. 32. Maravilla de vidrio: Fibra óptica La investigación moderna en el campo del vidrio ha dado origen a muchos productos nuevos y maravillosos; uno de los avances más notables es un material prácticamente invisible. Este producto consiste en hebras de vidrio puro del grosor de un cabello. Se conocen como fibras ópticas y ya han sustituido a muchas líneas telefónicas antiguas. Un manojo de fibras de vidrio puede transmitir miles de conversaciones telefónicas al mismo tiempo y varios cientos de mensajes, más que un cable de cobre de las mismas dimensiones. Los cables de fibras ópticas han facilitado la comunicación de un lado a otro del mundo. Las comunicaciones por fibras ópticas a través del océano Atlántico empezaron en 1988 y al año siguiente se iniciaron las comunicaciones a través del océano Pacífico. Las fibras ópticas sirven también para establecer interfaces de computadora y los médicos las emplean para ver el interior del organismo (vasos sanguíneos, intestinos, etcétera) sin necesidad de cirugía. La endoscopia, que es el reconocimiento del interior del cuerpo mediante visión directa, utiliza finos tubos con fibras ópticas y una lente en uno de los extremos. Actividad Para que observes cómo se refleja la luz de los delgados hilos de vidrio de una fibra óptica, necesitas una botella grande de plástico con un agujero en uno de sus lados.  Llénala de agua y ciérrala.
  • 45. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO  Apaga la luz y con una linterna ilumina la botella.  Pon el dedo en el chorro de agua que sale por el orificio. ¿Qué ves en el extremo de tu dedo? Glinda Irazoque, “Maravilla de vidrio: Fibra óptica” en La ciencia y sus laberintos. México, SEP-Santillana, 2004. 33. La dama del abanico Era una dama de kimono que vivía en la plegada superficie de un abanico de papel. No vivía sola. Posada atrás de ella, una garza hundía su larga pata de coral en el agua de un lago. Mientras en el rincón de la izquierda, volaba otra garza. Sin lluvia o nieve que viniesen a alterar el paisaje, sin frutos que sustituyesen a las flores del durazno, la dama y sus garzas parecían detenidas en el tiempo. Pero no lo estaban. El tiempo pasaba en el abanico, aunque a su modo. Pues cada vez que su dueño, un viejo mandarín, lo cerraba con un golpe seco, anochecía entre los dobleces. La dama entonces se dormía. Sin embargo, bastaba que el mandarín abriera otra vez el abanico para que todos despertasen ¡Qué acalorado era aquel mandarín! Cada instante, ¡rraac!, abría el abanico, abriendo con él los ojos de la dama y sus garzas. ¡Y qué nervioso! Apenas se había abanicado, cuando ya lo cerraba nuevamente. Abre y despierta, cierra y duerme, la vida en el abanico se hacía en rápidas noches y brevísimos días. Y no sobraba tiempo para el aburrimiento. La esposa tenía modales muy diferentes. Todo, en ella era despacio. Del abanico, más que la brisa, disfrutaba el pausado gesto con que lo movía, acariciando el aire y su cuello. Casi no lo cerraba. Por encima, su mirada era lanzada con disimulo. Tras él, murmuraba secretos, escondía sonrisas y besos.
  • 46. Con ella, los días se volvieron largos, a veces larguísimos para la dama del kimono. Tocaba su instrumento, miraba a sus aladas compañeras, y así se distraía. Sin embargo, las garzas, sin nada que hacer, comenzaron a encontrar el cielo de papel cada vez más limitado, y el horizonte de más allá, cada vez más tentador. Y llegó un día en que la garza del rincón de la izquierda, aquella que desde siempre mantenía sus alas abiertas, las movió levemente, después con más fuerza, y aleteando libre, al fin, voló fuera del abanico. Ahora sola, la garza del lago ya no tenía motivo para continuar ahí, con la pata sumergida en el agua. Estiró al fin la otra pata, irguió el cuello, desdoblando las alas que desde siempre habían permanecido cerradas y abrió su vuelo, abandonando el abanico. Sin un gesto, la dama vio partir a su última amiga. No lloró, porque las lágrimas no se permiten en los abanicos de papel. Pero las pálidas manos dejaron de tañer las cuerdas. Y en su regazo, enmudeció el instrumento. Marina Colasanti, “La dama del abanico” en Entre la espada y la rosa. México, SEP-Salamandra, 1992. 34. Los temblores ¿Por qué tiembla? Ocurre un temblor cuando se acomodan esas enormes placas que existen en la corteza terrestre, en los lugares donde hay un gran rompimiento de las rocas que los sismólogos denominan fallas. Una de las fallas más conocidas es la de San Andrés, que pasa cerca de San Francisco, en los Estados Unidos y llega hasta Baja California. El movimiento de las placas se debe a que las cadenas montañosas que nacen del interior de la Tierra las empujan. Esto ocurre, por ejemplo, a la mitad del Océano Atlántico, donde ha nacido una cadena montañosa que se denomina Dorsal del Atlántico. En las placas se acumula energía debido a la fuerza que ejercen las cadenas montañosas jóvenes sobre las viejas. Al igual que ocurre cuando se comprime un resorte, después de cierto tiempo, que incluso pueden ser varios años, el “resorte” se suelta, un pedazo de corteza se rompe, y
  • 47. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO se liberan enormes cantidades de energía. Esta energía viaja en todas direcciones, en forma de ondas, como las que se producen cuando arrojamos una piedra en el agua. En ese momento se libera la energía de las placas o piezas de la corteza terrestre, se mueve el suelo que pisamos, como lo haría un resorte de un lado a otro, una y otra vez. Este movimiento se conoce como temblor o sismo. Y cuando es muy fuerte se le llama terremoto. Debajo del mar, un terremoto puede producir gigantescas olas que se llaman tsunamis. Cómo se miden los temblores Para medir la magnitud de los temblores se emplean los sismógrafos. El primer sismógrafo lo construyó el científico chino Chang Heng, que vivió entre el año 79 y 139 de nuestra era. El primer sismógrafo moderno, que aprovechaba los beneficios de la electricidad, lo inventó el médico y príncipe ruso Boris Golitsyn, en 1905. El sismógrafo consiste en un resorte del que cuelga un objeto muy pesado. Unido a dicho objeto se coloca una pluma que marca en un papel las vibraciones que se generan cuando se produce un temblor. Si se analizan esas vibraciones que se dibujan en el papel se puede calcular la magnitud de un sismo y dónde se produjo. En muchos lugares de la Tierra se instalan estaciones con varios sismógrafos que registran día y noche cualquier temblor, por pequeño que sea. Hay que aclarar que la corteza terrestre siempre se está moviendo. Es decir, a todas horas se producen temblores. La mayoría de los temblores son de baja magnitud, y por eso no los sentimos, ni causan ningún daño. Juan Tonda, Los temblores. México, SEP-ADN Editores, 1997.
  • 48. 35. Queridos monstruos Provistos de linternas y faroles salimos rumbo al chalet del fondo, con las perritas al frente del grupo, ya que se escaparon aprovechando el alboroto que reinaba en la sala. Metros atrás de nosotros y cobijadas de la lluvia con un grandísimo mantel de hule, iban la mamá y las tías de Elián, las tres ya con tanta ansiedad como los chicos. –No pasó nada –nos decía el padre– ¿Qué broma de mal gusto habrá inventado ahora mi hijo? Es como para darle un coscorrón a ese loquito. Miren que asustar así a todos... –¡Elián! ¡Elián! –lo llamábamos a gritos mientras nos dirigíamos hacia el chalet de los caseros. No respondía. El silencio sólo era quebrado por los sonidos de lluvia, truenos y relámpagos. –¡Elián! ¡Elián! ¿Por qué no nos contesta este desgraciado? Lo encontramos desvanecido, de rodillas junto a la puerta del chalet y como pegado a ésta por su brazo derecho. A su lado, la grabadora se había parado y la cinta, agotada su banda A, indicaba que algo se había grabado allí. Una manga de la túnica de Elián estaba traspasada por la manija de la puerta, impidiéndole cualquier movimiento del brazo. En tanto, uno de los extremos inferiores de la parte de atrás de la larga vestidura se encontraba sujeto al piso de tierra, con una cuchilla clavada. Difícil de olvidar el gesto de terror que desfiguró la cara de Elián cuando... ¿Cuándo qué? ¿Por qué nos cortan esta lectura en este preciso momento? Ahora vamos a tener que encontrar el libro para saber qué pasó. Elsa Bornemann, Queridos monstruos. México. SEP-Santillana, 2004. 36. Adivinanzas populares La adivinanza popular es parte del folclor porque participa de todos sus atributos: tradicionalismo, popularidad, plasticidad, anonimato, valor estético y un contenido “sustancioso”. Dilo si no al conocer (o recordar) los ejemplos que te presentamos.
  • 49. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO Tómalos como amistosos retos que te hacemos y sabe que es nuestro deseo sincero que disfrutes de su desentrañamiento. Se cierran todas las noches y se abren al despertar sin resortes y sin broches los dos marchan a la par. Los ojos Un minuto tiene una, un momento tiene dos, pero un segundo, ninguna. La letra m Campo blanco, flores negras y un arado con cinco yeguas. La hoja, las letras, el lápiz Blanco fue mi nacimiento, pintándome de colores, he causado muchas muertes y empobrecido a señores. Los naipes Soy señora con corona doscientos hijitos tengo todos son coloraditos, con mi tallo los mantengo. La granada Una pálida señora blanca, larga, flaca y seca, en las noches, encendida, llora manteca. La vela Una dama muy brillante va marchando a compás, con las piernas por delante y los ojos por detrás. Las tijeras Ana me llaman de nombre y por apellido Fre; aquel que esto no acertase es un borriquito en pie. El anafre Soy liso y llano en extremo y, aunque me falte la voz, respondo al que me consulta sin agravio ni favor. El espejo Soy el rey e impero en toda nación, tengo doce hijos de mi corazón, de cada uno de ellos, tengo treinta nietos que son mitad blancos y son mitad negros. Muy chiquito, chiquito, pone fin a todo escrito. El punto En el cielo soy de agua, en la tierra soy de polvo, en la iglesia soy de humo y una telita en los ojos. La nube
  • 50. Dos arquitas de cristal, se abren y cierran sin rechinar. Los ojos Una arquita blanca como la cal que todos saben abrir y nadie sabe cerrar. El huevo Valentín Rincón y Cuca Serratos. Adivinancero. México, SEP-Nostra, 2004. 37. Migración Cada año, muchos animales inician muchas jornadas para encontrar comida o sitios de crianza. Sus viajes se conocen como migraciones. En América del Norte, los caribúes, una especie de renos, recorren miles de kilómetros hacia el norte, cada primavera, para alimentarse en el Ártico. En otoño vuelven a dirigirse al sur para escapar del crudo invierno del norte. Las aves recorren distancias aún mayores; en un solo año la gaviota del Ártico puede volar hasta 20,000 kilómetros. Los dinosaurios tal vez emigraban por las mismas razones. Las pistas más fuertes que nos llevan a pensar esto son los fósiles de algunos dinosaurios que se han encontrado en el norte de Alaska y a miles de kilómetros de ahí, más al sur. La búsqueda del Polo Los dinosaurios del Ártico en América del Norte pueden haber emigrado desde las llanuras costeras que alguna vez estuvieron entre las Montañas Rocallosas y la orilla occidental de un mar llamado de Niobrara. En el cretáceo tardío este mar poco profundo iba desde el océano Ártico hasta el Golfo de México, dividiendo el continente en dos islas, una al este y otra al oeste. Una de las especies que emigraban pudo haber sido el dinosaurio con cuernos, Pachyrhinosaurus, cuyos fósiles se han encontrado tanto en Alberta, en Canadá, como en la costa del norte de Alaska, en los Estados Unidos, a 3,500 kilómetros de distancia. David Lambert, “Migración” en Guía de los Dinosaurios. México, SEP-Publicaciones CITEM, 2002.
  • 51. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO 38. El diablo de la botella Hubo una vez un hombre de la isla de Hawai, a quien llamaré Keawe; su verdadero nombre debe mantenerse en secreto, porque la verdad es que todavía vive, pero diré que el lugar de su nacimiento no quedaba muy lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande yacen escondidos en una cueva. Este hombre, Keawe, era pobre, valiente y activo; podía leer y escribir como un maestro de escuela; era además un marinero de primera que había navegado durante algún tiempo en los vapores de las islas, y había sido timonel de un ballenero en la costa de Hamakua. Con el tiempo se le ocurrió a Keawe la idea de ver el gran mundo con sus ciudades, y se embarcó con rumbo a San Francisco. San Francisco es una gran ciudad; tiene un gran puerto, y hay muchísimas personas ricas; y en particular, hay una colina cubierta de palacios. Por esta colina precisamente se paseaba Keawe, con el bolsillo lleno de dinero, mirando con placer las grandes casas de lado y lado. “¡Cuántas casas hermosas!”, pensaba “¡y qué feliz debe de ser la gente que vive en ellas, sin preocuparse por el mañana!” Este pensamiento rondaba en su mente cuando pasó al lado de una casa más pequeña que las otras pero toda adornada como un juguete; los escalones de esa casa brillaban como si fuesen de plata, y los bordes del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas eran luminosas como brillantes; y Keawe se detuvo, maravillado de la excelencia de todo lo que veía. Al detenerse notó que un hombre lo estaba observando desde una ventana tan transparente que Keawe podía verlo como se ve un pez desde un arrecife. El hombre era de cierta edad, calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión sombría de dolor, y suspiraba amargamente. Y la verdad del asunto es que, al mirar Keawe al hombre allí adentro, y al mirar el hombre a Keawe allá afuera cada cual envidiaba al otro. De repente, el hombre sonrió, asintió con la cabeza y le hizo señas a que Keawe para que entrara en la casa. Ese hombre le va a vender a Keawe una botella que encierra a un diablo que le podrá cumplir todos sus deseos... pero antes de que Keawe muera debe deshacerse de ella; debe vendérsela a otra persona, en menos de lo que le ha costado a él. Les recomiendo este libro de manera muy especial. Van a divertirse leyéndolo más de lo que se imaginan. Robert Louis Stevenson, El diablo de la botella, México, SEP-Norma, 2002.
  • 52. 39. Asesinato en el Canadian Express Dentro del paquete, algo hacia tic-tac. Una bomba. Sí, Tom estaba seguro de que se trataba de una bomba. Observó el envoltorio de papel en el que no había nada escrito, y acercó su cabeza. Tic-tac, tic-tac. Asustado, Tom dirigió su vista a la abarrotada estación de ferrocarril. ¿Qué hacer? Si gritaba “¡una bomba!”, podía cundir el pánico y la gente saldría corriendo hacia las puertas, donde las mujeres y los niños morirían pisoteados y aplastados. Tom observó de nuevo el paquete que había aparecido misteriosamente junto a su maleta, unos minutos antes, cuando fue al baño. Su aspecto era inofensivo, pero aquel tic- tac indicaba que podría ser mortal. Tom vio un hombre, con uniforme de inspector, que cruzaba la estación. Corrió hacia él, abriéndose paso entre la gente que aguardaba para subir al tren, y lo sujetó por el brazo. –¡Por favor, señor –dijo jadeando–, venga enseguida! El hombre miró a Tom con unos grandes ojos azules, aumentados por el grosor de los anteojos. –¿Qué? –dijo, llevándose una mano al oído. –¡Que me ayude! –dijo Tom, temeroso de gritar que se trataba de una bomba. El hombre movió la cabeza. –No te oigo, hijo. La estación es demasiado ruidosa. El inspector pareció perder todo interés por Tom y se puso a escribir en una libreta de notas. Durante un segundo, Tom pensó marcharse y ponerse a salvo pero, de repente, le arrebató la libreta y salió corriendo. –¡Eh! ¡Tú! ¡Diablos! –gritó el hombre. Muchas caras se volvieron al verlos pasar como una flecha. Tom con su pelo rojo, y el inspector tras él. Aquel hombre era buen corredor, y casi había dado alcance a Tom cuando éste llegó junto a su maleta. El paquete había desaparecido.
  • 53. LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA CUARTO GRADO ¡Imposible! Tom levantó la maleta, buscando la bomba perdida, y en aquel momento llegó el inspector y agarró a Tom. –¡Mocoso! Y ¿qué pasó con el paquete? Y ¿si de veras es una bomba y estalla? Eso es lo que hace una lectura emocionante. Que haya cosas que nos intrigan, que queremos descubrir. Por lo pronto, aquí hay otro libro que yo quiero leer. Eric Wilson, Asesinato en el Canadian Express. México, SEP-SM, 2003. 40. Cartas a un gnomo Desde que mis papás se separaron, en casa somos tres. Al principio nos quedaba grande, pero desde que mi hermano dejo de ser un bebé la llenó de gritos y pelotazos. Yo tengo siete años y ya sé comportarme como la gente. Fue una verdadera sorpresa volver a ser cuatro. Todo empezó una noche. Mamá nos trajo un chocolate a cada uno para el postre. Yo me lo comí enseguida, pero mi hermano espero a que me lo terminara. Entonces empezó a saborear el suyo muy despacio. Traté de ignorarlo, pero al ratito caí en su trampa y le dije: –¿Me das un pedacito? –No, ya te comiste el tuyo. No le bastó con hacerme sufrir de noche, sino que decidió dejar el último pedazo para el día siguiente. “Mejor –pensé–, quizás medio dormido pueda convencerlo de que el que come y no convida tiene un sapo en la barriga. Por la mañana el chocolate ya no estaba. Nos miramos con desconfianza durante el desayuno. Mamá, muy seria me preguntó: –Clarisa, ¿fuiste tú? Aunque le juré que no había sido, no me creyó.
  • 54. Al otro día la azucarera amaneció volcada sobre la mesa de la cocina y la noche siguiente desapareció sin rastro un bombón de fruta que me guardé para el desayuno. Mamá, convencida de que ninguno de sus pequeños era capaz de hacer algo así sin confesarlo, comenzó a investigar. Un viernes por la noche, mamá dejó, como señuelo, un pedacito de chocolate blanco sobre la mesa y después nos escondimos para esperar al ladrón. Después de un buen rato mi mamá estaba adormecida y el chocolate seguía sobre la mesa. –No hay ladrones –dijo–, y entre rezongos nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente el pedacito de chocolate había desaparecido y mamá no sabía que pensar. Entonces recordé algo que vi en una película. Había que poner talco o harina para que el ladrón sin darse cuenta dejara sus huellas. ¿Saben qué pasó después? ¿Ustedes creen que atraparon al ladrón? Yo creo que algo tuvo que ver ese gnomo del que se habla en el título de la lectura. ¿Qué creen ustedes? Margarita Mainé, “Cartas a un gnomo”, Español cuarto grado lecturas. México, SEP, 2008. 41. Los buenos vecinos Al final de una calle había dos casitas colindantes. En una vivía una bruja y en la otra un mago. A decir verdad, nunca se habían llevado bien; bueno, para ser más exactos, siempre estaban peleando. La bruja estaba todo el tiempo preparando pociones que producían un olor pestilente que, de alguna manera, siempre terminaba por llegar a la casa del mago. Una mañana, el mago notó un olor más desagradable que de costumbre. Salió y vio a la bruja, que estaba en su jardín recogiendo un montón de porquerías. “Seguramente con ellas está preparando uno de sus horribles brebajes”, pensó el mago. Se asomó por encima de la cerca y gritó: –¡Mira! Hay un pequeño caracol ahí, y un gusano muy jugoso y, ¡madre mía!, ¡que no se te olvide llevarte esa estupenda rana!