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EL           PROCESO VOCACIONAL DE
                 FRANCISCO DE ASÍS
  LOS SEIS ENCUENTROS QUE DETERMINARON SU VIDA

      En nuestra reflexión daremos preferencia a las fuentes hagiográficas más
primitivas y, dentro de éstas, a las que ofrecen más datos sobre la juventud de Francisco,
en particular la llamada Leyenda de los tres Compañeros (Trium Sociorum [TSoc]) que
recupera el periodo juvenil de Francisco. No obstante, tendremos en cuenta las dos
"vidas" escritas por Tomás de Celano y, en ciertos casos, centraremos también nuestra
atención en algunos pasajes de la Leyenda Mayor (LegM) de San Buenaventura, dado el
valor que tienen sus reflexiones.
       La vocación inicial de Francisco o, para ser más exactos, la respuesta que é1 dio en
un primer momento a la llamada que el Señor le hizo, se llevó a cabo durante un proceso
lento, en el cual se pueden distinguir seis pasos sucesivos de gran significado, cada uno
de los cuales es identificable con un encuentro que resultó determinante en su proceso
vocacional, en cuanto aportó un elemento nuevo a su visión de la vida o significó un
cambio fundamental en la misma. Los encuentros son los siguientes: 1) consigo mismo;
2) con los pobres; 3) con el leproso; 4) con el Crucifijo; 5) con el Evangelio; 6) con
los hermanos.
       Aquí daremos una cierta importancia al primer paso del proceso, el encuentro
consigo mismo, en cuanto constituye, según nuestra modesta opinión, el que más relación
tiene con la primera etapa del discernimiento vocacional.


1.- PRIMER ENCUENTRO: CONSIGO MISMO
       No existe en las fuentes hagiográficas un único episodio que narre el encuentro de
Francisco consigo mismo. Siguiendo el normal proceder de la psicología humana,
también en el caso del hijo de Pedro de Bernardone se dio un proceso lento, pero que
se nota en la búsqueda creciente de momentos de soledad reflexiva, en varios gestos que
denotan una situación interior de mayor ponderación y de una diversa toma de posición
frente a su presente y su futuro. Este gradual proceso de interiorización se puede ver en
diversos episodios de su vida; aquí resaltamos sólo algunos, ocurridos durante su
juventud.

a) La cárcel:
      En el comportamiento de Francisco cuando se hallaba prisionero en la cárce1 de
Perusa, podemos descubrir uno de los primeros signos de que en su corazón se estaban
dando algunos cambios fundamentales. A decir verdad, sobre su permanencia en esta

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cárcel no existen muchos datos en las primitivas fuentes. Los más abundantes son los que
nos da la TSoc 4, en donde se afirma que fue colocado junto con los caballeros, dado que
era noble por sus costumbres (quia nobilis erat moribus) y se narra un episodio de gran
interés en estos términos:
       «Un día en que sus compañeros de cautiverio estaban tristes, é1, que por
       naturaleza era alegre y jovial, lejos de aparecer triste, se mostraba gozoso.
       Por ello uno de los compañeros le reprochó como si fuese un insensato,
       pues se alegraba estando encarcelado. A esto respondió Francisco con voz
       firme: '¿Qué pensáis de mi? Todavía he de ser honrado en el mundo
       entero'» (4,2-5).
       Además de la alegría natural de Francisco destacada por el texto, en la respuesta
que éste da a las críticas de su compañero se puede entrever no tanto su capacidad
profética sino, sobre todo, la actitud de un joven que ya comienza a preocuparse
seriamente por su futuro. Tal vez no sea adecuado ver en su respuesta a una persona
presuntuosa, sino a alguien que está buscando ideales nobles y grandes, coma podría ser
la caballería. Es verdad que aún no parece tener ideas muy claras sobre el tipo de
grandeza que desea y sobre cómo lograrla, pero sus palabras dejan entrever que el
ambiente de la cárcel, con todo lo que comporta a nivel de grupo, estaba dejando secuelas
también en su corazón después de haber pasado varios meses privado de la libertad y
en contacto con la angustia y desesperación de sus compañeros. Es muy posible que
aquellos meses de crisis le hubieran obligado a entrar dentro de si y a comenzar a
mirar la vida de manera diferente a como la había mirado hasta entonces.

b) Enfermedad:
       Esta situación de limitación se prolongó con la enfermedad que sufrió Francisco
poco después de haber salido de la cárcel. En ese momento ignoraba todavía los planes
de Dios sobre él y estaba dedicado las actividades comerciales de su padre que le
distraían. Buenaventura dice que «todavía no había aprendido a contemplar las
realidades celestiales ni estaba acostumbrado a gustar las cosas divinas», pero luego
agrega:
       «dado que el sufrimiento hace comprender la lección espiritual, se posó
       sobre él la mano del Señor y el cambio de la diestra del Altísimo, afligiendo
       su cuerpo con una larga enfermedad, para hacer su alma apta a la unción
       del Espíritu» (LegM I,2,1-2).
      La unión que hace aquí el Doctor Seráfico entre el sufrimiento y lo que él llama "la
lección espiritual" indica no sólo el efecto purificador que en muchos casos tiene la
enfermedad sino que, la verificación de las propias limitaciones crea también la
capacidad de afrontar la vida con una actitud más realista.

c) Sueño del palacio:

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Los biógrafos más primitivos coinciden en presentar un episodio de gran interés en
cuanto revela el momento de búsqueda que vivía el joven Francisco; se trata del sueño
del palacio lleno de armas. La interpretación que él da del mismo indica también un acto
de discernimiento, un entrar en si mismo, aunque todavía no tenía las ideas claras;
en ese momento pensaba que su futuro sería el de un caballero, tal vez un gran príncipe.
Al menos indica un deseo de búsqueda, de apertura, de disponibilidad. Hasta aquí pre-
domina en Francisco el deseo de la gloria terrena, de los honores. Por ello el Anónimo de
Perusa dirá que,
       «como hombre mundano, que todavía no había gustado plenamente el
       Espíritu de Dios, Francisco interpretó este sueño como augurio de que
       llegaría a ser un gran príncipe» (AnPer 5,4).
      Se debe destacar que hasta este momento lo que comienza a delinearse es el
proyecto de Francisco, no el de Dios, a pesar de que la caballería significaba una
dedicación al servicio de los otros.

d) Visión de Espoleto:
      Poco después hay otro acontecimiento reportado por varias fuentes y que marca un
paso importante en el proceso de Francisco en cuanto indica su capacidad de entrar en si
mismo. Se trata de la llamada "visión de Espoleto" con la consiguiente reacción de
recogimiento interior y de meditación que se produjo en él, el regreso a Asís y la
decisión de renunciar a ir a guerrear a la Pulla. El relato traído por los Tres
Compañeros dice que, como resultado de esta visión,
       «se recogió todo é1 interiormente, y admiró y consideró de tal forma la
       fuerza de la visión que aquella noche no pudo dormir» (Tsoc 6,11).
       Con este comentario el texto subraya el esfuerzo del joven Francisco por
descubrir la voz de Dios en las palabras que oye durante la visión y su disposición
interior a seguir el proyecto del Señor; indica disponibilidad y generosidad,
capacidad de revisar sus planes personales y de renunciar a ellos. Por lo mismo, lo
primero que hace es abandonar el proyecto personal: desiste de ir a la Pulla. Este
hecho no significó una frustración sino un comprender que su futuro no se podía
construir escuchándose a si mismo, sino estando atento a la voz del Señor; su regreso
a Asís es disposición generosa a la escucha, es un querer entender lo que dice la voz. Por
ello su pregunta: «Señor, ¿qué quieres que haga?» debió brotar de sus labios muchas
veces más, a la manera de un eco que se hace oración insistente.

e) De vuelta a casa:
       Después de la visión de Espoleto, la TSoc presenta al joven Francisco que regresa a
su ciudad y en un cierto sentido a sus andanzas de antes, dado que aparece de nuevo en
una fiesta, elegido por sus compañeros como el jefe para que les hiciera los gastos. Aquí
el texto presenta un cambio notable en su actitud, pues al terminar la cena, ya no sale

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cantando con sus amigos por las calles, sino un poco detrás de ellos, con el bastón de jefe
en la mano, "meditando reflexivamente" (diligentius meditando). En ese momento Fran-
cisco tiene una experiencia especial, una especie de raptus espiritual que le impide hablar
y moverse, según su testimonio personal contado más tarde a alguno de sus compañeros
(sicut ipse postea dixit). El texto agrega que sus amigos lo contemplaron preocupados
«como un hombre cambiado en otro» y le preguntaron si era que estaba pensando en
casarse; él, "inspirado por Dios", les da una respuesta ambigua para ellos, pero que
indicaba que estaba dando pasos avanzados en su proceso de discernimiento (Cf. TSoc
7,1-8). Es importante resaltar que todavía en este episodio aparecen de nuevo la reflexión
y la meditación diligente como constantes en el proceso vocacional. Como consecuencia,
se da un desapego progresivo del camino precedente (el proyecto personal) y se
entra poco a poco en la comprensión del proyecto de Dios. A la luz del
comportamiento de Francisco, aparece claro que entrar en este proyecto supone una
actitud de reflexión, de recogimiento interior, de disponibilidad y de riesgo; este
momento fue vivido por él como una búsqueda activa, alegre y llena de esperanza.

f) Dejando sitio a Dios:
      La TSoc ofrece a continuación otros dos elementos importantes en esta primera
etapa del proceso vocacional de Francisco: el desprecio de las cosas superficiales y la
práctica progresiva de la oración.
       «A partir de aquella hora empezó a mirarse como vil y a despreciar todo
       aquello en que antes había puesta su corazón, aunque todavía no de manera
       plena, pues aún no había logrado liberarse totalmente de las vanidades del
       siglo. Mas, apartándose poco a poco del bullicio del siglo, se empeñaba en
       esconder a Jesucristo en su hombre interior y, queriendo ocultar de los
       burlones aquella margarita que deseaba comprar a cambio de vender todas
       las cosas, se retiraba con frecuencia y casi a diario a orar en secreto. A ello
       le instaba, en cierta manera, aquella dulzura anticipada que, visitándole
       con frecuencia, le arrastraba a la oración estando en plazas u otros lugares
       públicos».                                                     (TSoc 8,1-3)
       Se podría decir que en un cierto sentido este texto es como una especie de glosa
ampliada de cuanto dirá el mismo Francisco en su Testamento (Cf. Test 3), cuando evoca
los primeros pasos de su conversión. Pero, sobre todo, aquí es importante tener en cuenta
la frase: "esconder (recondere) a Jesucristo en el hombre interior", la cual indica que
Francisco estaba buscando una interioridad esencial, no la subjetiva del espíritu de la
carne. A la luz de esto, este pasaje nos permite verificar que el proceso de liberación
interior de Francisco se efectuó de una manera progresiva y a través de un profundo
encuentro con lo que el texto llama "el hombre interior", que en este caso va más allá
de la interioridad subjetiva de los propios intereses, del propio mundo o de la propia
vida, y se refiere a una realidad que toca la esencia misma del hombre, es decir, que
va a la raíz misma de su ser.


                                                                                         4
g) Recapitulando:
      Es éste el contexto en el cual, como consecuencia del encuentro consigo mismo
que había logrado Francisco, la LegM señala la presencia de tres elementos que tendrán
un papel determinante en el proceso vocacional del santo. En efecto, a manera de
comentario a su regreso inesperado de Espoleto, Buenaventura dice:
       «Desde entonces, sustrayéndose al ruido de los negocios públicos,
       suplicaba devotamente a la divina clemencia que se dignara mostrarle lo
       que debía hacer. Mientras tanto, a través de la práctica asidua de la
       oración crecía en él la llama de los deseos celestiales y por amor de la
       patria celestial reputaba como nada (Ct 8,7) todas las cosas terrenas; creía
       haber descubierto el tesoro escondido y, como mercader prudente que ha
       encontrado una perla preciosa, pensaba venderlo todo para comprarla (Mt
       13,44-46). Pero ignoraba todavía cómo hacerla salvo lo que le sugería su
       espíritu, que el negocio espiritual comienza con el desprecio del mundo y
       que la "milicia di Cristo" debe comenzar con la victoria de si mismo»
       (LegM I,4,1-4).
       Se trata de un texto de una gran importancia, en el cual, el Doctor Seráfico coloca
tres elementos típicos del discernimiento vocacional de Francisco en este momento de
su vida, los cuales entrarán a formar parte decisiva en su respuesta vocacional: la
oración, el desprecio o desapropiación de las cosas materiales y el dominio de si
mismo.
       A pesar de los logros obtenidos por Francisco hasta este momento, el encuentro
consigo mismo continuó siendo una tarea que practicó con asiduidad, hasta lograr
hacerlo parte de su vida. En efecto, es muy significativo que después de haber tomado
una de las primeras y más determinantes decisiones de su vida, como fue su despojo
liberador ante el Obispo de Asís y la proclamación solemne de su fe en la paternidad
absoluta de Dios, Buenaventura insista en que todavía el pobrecillo sigue buscándose a si
mismo en la soledad y en el contacto con la Palabra de Dios, a propósito del episodio que
narra el asalto que sufrió por parte de los ladrones:
       «El despreciador del mundo, libre ya de las cadenas de los deseos
       mundanos, habiendo abandonado la ciudad, buscó, libre y seguro, un
       refugio en el secreto de la soledad, para escuchar, solo en el silencio, la
       secreta palabra del cielo. Mientras el varón de Dios, Francisco, atravesaba
       un bosque y cantaba con júbilo en la lengua de los Francos las alabanzas
       del Señor, unos ladrones salieron de la espesura y lo asaltaron» (LegM
       II,5,1-2).
     Buscar un refugio en el secreto de la soledad conlleva como consecuencia un
encuentro consigo mismo y una búsqueda de Dios en la oración.


2.- SEGUNDO ENCUENTRO: CON LOS POBRES

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El segundo momento del camino vocacional de Francisco está caracterizado por la
salida de si mismo y la apertura al mundo de los otros, en particular al de los
pobres. También aquí se da un proceso que comienza con el rechazo de ellos, pasa por
una actitud paternalista y culmina en su identificación con los pobres.
      Es muy sintomático que desde su primera página, después de una breve
presentación del nacimiento de Francisco, la TSoc lo coloque en relación con los pobres.
En efecto, cuando el texto traza su semblanza psicológica lo describe como un joven
adornado con varias virtudes naturales, sobre todo con la cortesía en sus palabras y
modales y su alegría. Más aún, es un joven capaz de reconocer sus cualidades y que
quiere ponerlas al servicio de los pobres:
       «De este nivel de virtudes naturales fue elevado al de la gracia, pudiendo
       decirse a si mismo: “Pues eres generoso y afable con los hombres, de los
       cuales nada recibes, sino favores transitorios y vanos, justo es que por amor
       de Dios, que es generosísimo en dar la recompensa, seas también generoso
       y afable con los pobres”. Y desde entonces veía con satisfacción a los
       pobres y les daba limosna abundantemente» (TSoc 3,3).
       Con estas palabras la leyenda TSoc no sólo destaca en su amor a los pobres una
manifestación de su buena índole sino que indica un primer paso en su apertura hacia
ellos, o sea, que los ve con satisfacción.
       A continuación el texto ilustra tal determinación con el episodio del pobre que le
pide limosna por amor de Dios. Como Francisco estaba embebido en los negocios de su
padre, «cautivado por el ansia de riquezas y por las preocupaciones del comercio, le
negó la limosna». Después recapacitó pensando que si el pobre le hubiese pedida
limosna en nombre de un conde o barón, se la hubiese dado; con cuánta mayor
razón debió hacerlo si se la pidió por el Rey de reyes y Señor de todos. Y agrega el
texto:
       «Como consecuencia, se propuso en su corazón no negar nada en adelante
       a quien le pidiera algo por amor de tan gran Señor» (6-10).
       Este episodio pone de manifiesto la importancia de la generosidad en los primeros
pasos de la vida, sea cual fuere la orientación que se le quiera dar a la misma.
Generosidad significa la apertura a los demás, y en este caso a los pobres. Se trata de
una virtud que se pone a prueba y que, a juzgar por la primera reacción de Francisco, no
es fácil de practicar, pues su primera reacción fue de rechazo; tuvo que vencerse. Si
existe la generosidad se pueden vencer los obstáculos que muchas veces surgen de
nuestro mundo interior, de nuestros prejuicios mentales, y en otras del ambiente en
el cual nos movemos. La generosidad es una buena aliada de un auténtico proceso
vocacional. Vale la pena también tener en cuenta el reproche que se hace Francisco, e1
cual es un indicio del esfuerzo que comienza a hacer para abrirse a una nueva dimensión,
más importante y de mayor trascendencia que la de un simple comerciante; obsérvese
que él se reprocha no tanto por haber tratado mal al pobre sino por haber sido ciego, por
no comprender todavía lo que es verdadero y auténtico.

                                                                                       6
En el proceso inicial de búsqueda, las fuentes biográficas ofrecen otros encuentros
con los pobres que marcan un cambio progresivo. La TSoc dice:
       «Aunque ya de tiempo atrás era dadivoso can los pobres, sin embargo,
       desde entonces se propuso en su corazón no sólo no negar la limosna a nin-
       gún pobre que se la pidiese por amor de Dios, sino dársela con mayor libe-
       ralidad y abundancia de lo que acostumbraba. Así, siempre que un pobre le
       pedía limosna hallándose fuera de casa, le socorría con dinero, si podía; si
       no llevaba dinero, le daba siquiera la gorra o el cinto, para que no
       marchara con las manos vacías. Mas, si no tenía nada de eso, se apartaba a
       un lugar oculto, se desnudaba de la camisa, y hacía ir con disimulo al pobre
       a ese lugar para que por Dios la recogiera. También compraba objetos
       propios para el decoro de las iglesias y secretamente los enviaba a los
       sacerdotes pobres» (TSoc 8,4-8).
      En una noticia exclusiva de la TSoc hallamos otro avance del encuentro del joven
Francisco con los pobres, el cual se manifiesta en la invitación que les hacía a compartir
la mesa familiar cuando, aprovechando las ausencias de su padre, «llenaba la mesa de
tantos panes como si la preparase para toda la familia», pues «había hecho el propósito
de dar limosna a todo el que se la pidiera por amor de Dios»; el autor comenta que la
frecuencia que antes tenía con sus amigos, ahora se había transformado en solidaridad
con otros amigos, pues «ahora tenía todo su corazón pendiente de ver u oír a a1gún
pobre para darle limosna». Este comentario final es de gran importancia, en cuanto
denota un cambio de horizonte en las relaciones de Francisco, pues su mundo social se
traslada del ambiente burgués de sus amigos y compañeros de fiestas al de los
pobres de su ciudad (Cf. TSoc 9,1-5).
        Otro paso importante del proceso es lo ocurrido en Roma con motivo de una
peregrinación que hizo Francisco a la tumba del apóstol Pedro. Allí no sólo dio una
abundante limosna en monedas que dejó caer sonoramente a través de la ventanilla del
altar, sino que al salir de la iglesia,
       «donde había muchos pobres pidiendo limosna, recibió de prestado y en
       secreto los andrajos de un hombre pobrecillo y, quitándose sus vestidos, se
       vistió los de aquel; y se quedó en la escalinata de la iglesia con otros pobres
       pidiendo limosna en francés» (TSoc 10,1-6).
       Es un episodio muy significativo porque en él aparece claro que, a pesar de ocurrir
en una ciudad diferente de la suya, en donde podía pasar desapercibido, el joven
Francisco quiere dar un paso más en su proceso de encuentros con los pobres. En efecto,
ahora ya no le basta la generosidad expresada en la dádiva, sino que quiere experimentar
la condición del pobre. Si el vestido es tenido de ordinario como la expresión de la propia
identidad, el cambio que hace Francisco, aunque por ahora momentáneo, está indicando
el proceso que está viviendo; es un indicio claro de hacia dónde apuntan sus ideales.
      El encuentro de Francisco con los pobres es una garantía de la autenticidad de su
vocación. Su búsqueda de Dios no se redujo a una relación intimista en la soledad, ni su

                                                                                         7
práctica de la pobreza era una simple acción ascética de dominio propio y de liberación
de las cosas terrenas. Su encuentro con Dios en la oración tiene en el encuentro con los
pobres la demostración de que no se está buscándose a si mismo.
       «La vocación es auténtica si no se reduce a una relación intimista
       con Dios, sino que abre la persona al servicio de los otros»



3.- TERCER ENCUENTRO: CON LOS LEPROSOS
       El encuentro con el leproso es uno de los episodios más hermosos de la vida de
Francisco desde el punto de vista hagiográfico. Con frecuencia es tenido en cuenta sólo
desde su dimensión dramática, por lo cual ha sido un recurso obligado para los
narradores de todos los géneros y aún para los pintores. Pero su valor y su significado
van mucho más allá de lo pintoresco. En efecto, fue tal la incidencia que tuvo en la
vocación de Francisco, que se constituyó en un factor determinante de su respuesta a
la llamada del Señor y le dio un matiz específico a su espiritualidad. Podría ser
considerado como un complemento de su encuentro con los pobres, pero merece ser
tratado de forma independiente a causa de los aspectos nuevos que aporta al proceso
vocacional del santo.
      El famoso episodio del beso al leproso es contado por cuatro de las más primitivas
fuentes hagiográficas, aunque con algunas variantes entre ellas que marcan en un cierto
sentido la interpretación del hecho, dándole un significado cada vez más místico o
sobrenatural. Siguiendo nuestra propuesta metodológica, tomamos como punto de
referencia la narración de TSoc, la cual dice que,
       «yendo [Francisco] un día a caballo por las afueras de Asís, se cruzó en el
       camino con un leproso. Como el profundo horror por los leprosos era
       habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una
       moneda y le besó la mano. Y habiendo recibido del leproso el ósculo de paz,
       montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino» (TSoc 11,3-5).
      Para TSoc el relato tiene una dinámica en cuatro momentos: a) Francisco va a
caballo y se cruza con el leproso; b) baja del caballo, le da una moneda y le besa la
mano; c) recibe un beso del leproso y monta de nuevo a caballo; d) sigue su camino.
      Dice el texto:
       «Como cierto día rogara al Señor con mucho fervor, oyó esta respuesta:
       “Francisco, es necesario que todo lo que, como hombre carnal, has amado
       y has deseado tener, lo desprecies y aborrezcas, si quieres conocer mi
       voluntad. Y después de que empieces a probarlo, aquello que hasta el
       presente te parecía suave y deleitable, se convertirá para ti en insoportable
       y amargo, y en aquello que antes te causaba horror, experimentarás gran
       dulzura y suavidad inmensa» (TSoc 11,1-2).

                                                                                       8
No es difícil descubrir en esta última frase un eco de las primeras palabras del
Testamento de san Francisco (Cf. Test 2-3). El centro de la iluminación que recibe el
joven Francisco está precisamente en «conocer la voluntad de Dios»; para descubrirla
es indispensable «despreciar y aborrecer» al hombre carnal. El vencimiento de si mismo
es, por tanto, según la reflexión del autor del texto, una condición indispensable para
conocer la voluntad de Dios. Una vez logrado, se experimentará una gran dulzura y una
suavidad inmensa.
       Pero este tercer encuentro de Francisco no se reduce a un episodio único y aislado,
el del beso al leproso. El servicio a los leprosos se constituyó en una verdadera praxis del
santo durante toda su vida, pues en sus frecuentes desplazamientos por varias ciudades de
Italia solía frecuentar las leproserías y los hospitales y servir a los enfermos, con lo cual
pagaba muchas veces su hospedaje en tales lugares.
      Después del beso al leproso, la TSoc continúa la narración de la siguiente manera:
       «A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de
       los leprosos y, una vez que hubo reunido a todos, fue dando a cada uno su
       limosna mientras les besaba la mano. Al salir [del hospital], lo que antes
       era para él amargo, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en
       dulzura. Coma él lo dijo, de tal manera le era repugnante la visión de los
       leprosos, que no sólo no quería verlos, sino que evitaba hasta acercarse a
       sus habitaciones y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos,
       aunque la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra
       persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose las narices con
       las manos. Mas por la gracia de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los
       leprosos que, como dice en su testamento, entre ellos moraba y a ellos
       humildemente servía» (TSoc 11,7-11).
       Tal vez ninguna de las otras fuentes hagiográficas es tan explícita y tan dramática
como ésta en la presentación de la repugnancia que sentía Francisco por los leprosos.
Ella pone en evidencia que el cambio de actitud hacia los leprosos no fue cosa fácil,
que se trató de un verdadero proceso de vencimiento de si mismo en el que, como
dice el texto, «la gracia de Dios» tuvo un papel importante. Este párrafo es también signi-
ficativo parque coincide con cuanto dice de si mismo Francisco en su Testamento y
porque declara que «llegó a ser familiar y amigo de los leprosos».
      Por tanto, el encuentro de Francisco con los leprosos no fue el fruto de una
emoción momentánea, ni el resultado de un arranque de generosidad. Sólo a partir de un
trato no esporádico se puede llegar a hacer proceso interior, vencimiento propio y
valoración del otro en su condición más degradante y miserable, como lo era la lepra en
el Medioevo. Ese proceso interior es descrito por Buenaventura en la LegM con gran
belleza y profundidad en estos términos:
       «A partir de entonces se revistió del espíritu de pobreza, del sentimiento de
       humildad y de una profunda piedad. Si antes detestaba vivamente no sólo la
       compañía de los leprosos sino hasta verlos de lejos, ahora, por amor de

                                                                                           9
Cristo crucificado que, según la palabra profética, apareció despreciable
       como un leproso (Is 53,3-4), con benéfica piedad los servía humilde y
       cariñosamente, para alcanzar el total desprecio de si mismo» (LegM I,6,1-
       2).
       Dos cosas se deben resaltar en estas palabras del Doctor Seráfico: por una parte, la
trilogía de virtudes que marcan el momento del proceso que estaba viviendo el santo y
que pueden ser una meta pedagógica para cualquier trabajo formativo: el espíritu de
pobreza, el sentimiento de humildad y la profunda piedad; par otra parte, el hecho
que la vista de los leprosos le evocara la figura de Cristo crucificado, quien
«apareció despreciable como un leproso». Es indudable que esta motivación
cristológica está en estrecha relación con el cuarto encuentro de Francisco.
       El servicio frecuente a los leprosos da un matiz importante al dominio de si
mismo de Francisco, en cuanto no lo reduce a una simple acción ascética ni su
vocación se puede catalogar como una fuga mundi, según la entendían los antiguos
anacoretas. Tiene una dimensión social que marcó de forma decidida su presencia en el
mundo y la identidad de su Fraternidad en los mejores momentos de la historia. Es una
presencia en el mundo, aunque sin ser de este mundo. El servicio a los leprosos es causa
de dulzura para Francisco, según lo dice en su Testamento y lo confirman los biógrafos;
no sólo el encuentro con Dios en la oración es causa de dulzura; lo es también el servicio
a los demás, en especial a los más necesitados.


4.- CUARTO ENCUENTRO: CON EL CRUCIFICADO
      Después de narrar el encuentro de Francisco con el leproso en las cercanías de
Asís, Buenaventura hace referencia a un primer encuentro con Cristo, en el contexto
de un momento inicial de oración y discernimiento del joven convertido.
       «Mientras un día oraba totalmente aislado y debido al gran fervor en que
       estaba absorto en Dios, le apareció Cristo Jesús como un crucificado. A su
       vista quedó su alma derretida y el recuerdo de la pasión de Cristo se
       imprimió de tal manera en lo más intimo de su corazón que, desde aquel
       momento, cuando le venía a la memoria la crucifixión de Cristo, con
       dificultad podía contener externamente las lágrimas y los gemidos, como él
       mismo más tarde lo declaró confidencialmente, cuando se acercaba a la
       muerte» (LegM I,5,7-8).
      Ninguna de las otras fuentes hagiográficas hace mención de este encuentro. De
todas maneras, aunque tuviese un significado más místico que histórico, es importante
tener en cuenta que en esta visión Cristo aparece bajo una dimensión "kenótica" (de
abajamiento y humildad) que es colocada inmediatamente después del episodio del
encuentro con el leproso.
      Pero el encuentro con Cristo en el cual concuerdan las más importantes fuentes y
que constituyó otro de los momentos determinantes del proceso vocacional de Francisco

                                                                                        10
es el ocurrido en la iglesita de San Damián. La leyenda TSoc narra así la parte central de
este encuentro:
       «...cuando caminaba cerca de la iglesia de San Damián, le fue dicho en el
       espíritu (dictum est illi in spiritu) que entrara a orar en ella. Luego que
       entró se puso a orar fervorosamente ante una imagen del Crucificado, que
       piadosa y benignamente le habló así: “Francisco, ¿no ves que mi casa se
       derrumba? Anda, pues, y repárala”. Y él, con gran temblor y estupor,
       contestó: “Con gusto lo haré, Señor”. Entendió que se le hablaba de
       aquella iglesia de San Damián, que, por su vetusta antigüedad, amenazaba
       inminente ruina. Después de esta conversación quedó iluminado con tal
       gozo y claridad, que sintió realmente en su alma que había sido Cristo
       crucificado el que le había hablado» (TSoc 13,6-10).
       «Desde ese momento quedó su corazón llagado y derretido de amor ante
       aquel recuerdo de la pasión del Señor, que mientras vivió llevó siempre en
       su corazón las llagas del Señor Jesús, como después apareció con toda
       claridad en la renovación de las mismas llagas admirablemente impresas en
       su cuerpo y comprobadas con absoluta certeza» (TSoc 14,1).
       «...desde la visión y alocución de la imagen del crucifijo, fue hasta su
       muerte imitador de la pasión de Cristo» (TSoc 15,7).
     La dinámica del relato se puede sintetizar en cinco pasos: a) Francisco, siguiendo
una moción interior, entra en la iglesita de San Damián; b) ora ante la imagen del
Crucificado; c) diálogo entre el Crucificado y Francisco; d) Francisco interpreta el
mandato como la reparación de la iglesia material; e) consecuencias del encuentro
con Cristo: gozo interior, convicción de que era Cristo quien le había hablado, su
corazón quedó llagado por el recuerdo de la pasión del Señor.
      Este cuarto encuentro marca un cambio efectivo en Francisco, aunque todavía
transitorio, en cuanto le indujo a reconstruir iglesias; transitorio porque todavía no
había entendido el significado del mandato que había recibido (trabajar por el Reino
desde la reconstrucción de la Iglesia), pero de gran valor porque se puso en evidencia su
capacidad de obedecer, y en el plan de Dios esto es lo que cuenta. El encuentro con
Cristo trajo consecuencias insospechables y determinantes en la vocación de
Francisco, sobre todo porque le llevó a descubrir el rostro paterno de Dios. Este
descubrimiento se hará patente poco después, cuando se despoja de todo ante el Obispo
de Asís, entrega sus vestidos y el dinero que tenía a su padre terreno Pedro de
Bernardone y declara ante todos que sólo tiene un Padre, el del cielo (Cf TSoc 20). Es un
gesto valiente que lo consagra hijo de Dios y le da una profunda libertad interior.



5.- QUINTO ENCUENTRO: CON EL EVANGELIO


                                                                                       11
El encuentro de Francisco con el Evangelio presenta algunas dificultades
históricas, en cuanto las fuentes biográficas relatan dos episodios relacionados con el
Evangelio que resultaron determinantes para su vocación: uno en la iglesita de la
Porciúncula y otro en la iglesia de San Nicolás, cerca del mercado de Asís. El primero
tiene como protagonista sólo a Francisco y se refiere a un texto de misión (Mt 10,9-10;
Lc 9,3; 10,4); en el segundo intervienen junto al santo sus primeros compañeros y se
refiere a tres textos evangélicos relacionados con el seguimiento de Cristo (Mt 19,21; Lc
9,3; Mt 16,24) que son de carácter fundacional, en cuanto constituyen el núcleo mismo
de la vida religiosa.
       Vamos a dar primacía al encuentro ocurrido en la Porciúncula, no sólo porque
es el que al parecer tiene la prioridad cronológica, sino porque contiene una gran fuerza
en la dinámica narrativa y porque marca un paso de gran importancia en el proceso
vocacional de Francisco.
      Partimos del relato que hace la TSoc:
       «Cuando el bienaventurado Francisco acabó la obra de la iglesia de San
       Damián, vestía hábito de ermitaño, llevaba bastón y calzado y se ceñía con
       una correa. Habiendo escuchado un día en la celebración de la misa lo que
       dice Cristo a sus discípulos cuando los envía a predicar, es decir, que no
       lleven para el camino ni oro ni plata, ni alforja o zurrón, ni pan ni bastón, y
       que no usen calzado ni dos túnicas, y como comprendiera esto más claro
       por la explicación del sacerdote, dijo transportado de indecible júbilo:
       “Esto es lo que ansío cumplir con todas mis fuerzas”. Y, grabadas en su
       memoria cuantas cosas había escuchado, se esforzó en cumplirlas con
       alegría, se despojó al momento de los objetos duplicados y no usó en
       adelante de bastón, calzado, zurrón o alforja; haciéndose una túnica muy
       despreciable y rústica, abandonada la correa, se ciñó con una cuerda.
       Adhiriéndose de todo corazón a las palabras de la nueva gracia y pensando
       en cómo llevarlas a la práctica, empezó, por impulso divino, a anunciar la
       perfección del Evangelio y a predicar en público con sencillez la penitencia.
       Sus palabras no eran vanas ni de risa, sino llenas de la virtud del Espíritu
       Santo, que penetraba hasta lo más hondo del corazón y con vehemencia
       sumían a los oyentes en estupor» TSoc 25,1-7).
      En la narración se pueden distinguir los cuatro pasos siguientes: a) Un día,
durante la celebración de la Misa, Francisco escucha un pasaje evangélico en el que
Jesús indica la forma externa como los discípulos deben ir a predicar; b) después de
que el sacerdote le explica el pasaje, declara que eso es lo que él desea cumplir con
todas sus fuerzas; c) de inmediato se despoja de los vestidos propios del ermitaño y
asume literalmente los recomendados por el Evangelio; d) empieza a predicar en
público con palabras que convencían a los oyentes.
     La reacción de Francisco a la escucha del Evangelio nos coloca en un momento
muy importante de su proceso vocacional, en cuanto le iluminó de forma definitiva su

                                                                                         12
futuro. Y no podía ser de otra manera, pues es la Palabra de Dios la que determina
cualquier vocación cristiana. Este encuentro es rico de consecuencias pedagógicas que
bien vale la pena señalar, aunque sea en forma breve.
       a) En primer lugar, indica que la clarificación de la vocación se dio en Francisco
después de un proceso largo; «se encontraba en el tercer año de su conversión», dice
Tomás de Celano. Dios ordinariamente se acomoda al tiempo del hombre, permite
que haga proceso, pero está siempre presente en su camino. Desde hacía tres años el
joven aspirante a caballero había hecho una pregunta durante la visión de Espoleto:
«Señor, ¿qué quieres que haga?»; sólo ahora encuentra una respuesta clara. Las palabras
llenas de entusiasmo que él pronuncia después de escuchar la explicación del sacerdote
son un indicio de que, no obstante la importancia de los encuentros anteriores, aún no
estaba del todo satisfecho, de que en su corazón todavía se albergaban las dudas, de que
todavía se encontraba en búsqueda. La inmediatez de su respuesta, el cambio súbito de
vestido y su dedicación inmediata a la predicación son un indicio de que su corazón se
encontraba abierto y disponible a la Palabra de Dios. De aquí en adelante ya no tendría
más dudas. Es a este momento determinante, aunque no en forma exclusiva, al que se
refiere el santo en su Testamento cuando proclama de forma repetida la acción de la
inspiración divina en su vida.
       b) En segundo lugar, el encuentro con la Palabra se da en el contexto de la
celebración eucarística, la máxima expresión de la comunidad cristiana, la que la genera
y la lleva a su punto culminante. Este hecho es de una gran importancia para cualificar
teológicamente tanto la vocación de Francisco como cualquier otra vocación. Pero junto
a la escucha comunitaria, está también el encuentro personal con la Palabra, que
pone en juego la libertad humana y la respuesta responsable al Dios que habla.
      c) En estrecha relación con lo que precede, Francisco recibe la explicación del
sacerdote, quien le clarifica el texto proclamado. En la persona del sacerdote está
representada la Iglesia, que es la encargada de aclarar e interpretar de manera oficial la
Palabra de Dios. De esta forma, la vocación del santo adquiere una dimensión eclesial
ya desde sus orígenes.
       d) Un cuarto elemento digno de ser tenido en cuenta es la interiorización de la
Palabra que hace Francisco. La leyenda TSoc dice que grabó «en su memoria» cuanto
había escuchado, pero es quizás en la LegM donde encontramos el camino más adecuado
con la sucesión de los cuatro verbos usados por San Buenaventura: «escuchar»,
«comprender», «encomendar a la memoria» y «llevar a cabo», los cuales marcan una
disciplina interior que bien podría ser propuesta como camino pedagógico para los
jóvenes aspirantes a la vida franciscana.
      e) En quinto lugar debe destacarse el contenido de las palabras evangélicas que
impactaron a Francisco: todas hacen referencia a la forma como deben ir los discípulos
de Cristo a ejercer el ministerio de la predicación, es decir, con sobriedad, sin nada
que les dificulte caminar velozmente y en plena libertad, de tal manera que los
cuidados y preocupaciones terrenas no entorpezcan la completa dedicación a la tarea de

                                                                                       13
anunciadores del Reino. Estas disposiciones, que entrarán más tarde en la Regla de los
hermanos Menores, están en el centro de uno de los aspectos que mejor identificarán la
espiritualidad de Francisco de Asís: la desapropiación.
       f) Por último, otro elemento que emerge del quinto momento vocacional de
Francisco es que su encuentro inicial con la Palabra de Dios se da a través de uno de los
llamados discursos de misión, en el que Jesús instruye a sus discípulos sobre la
forma como deben ejercer la predicación. Este elemento está también en el centro de
la manera como el Pobrecillo entendió su llamada a la Perfección evangelica. Su
vocación es por su esencia no sólo evangélica sino también evangelizadora y por ello
concibe su Orden como una Fraternidad en misión. A la luz de cuanto precede queda
claro que el encuentro con el Evangelio resultó determinante en la vocación de
Francisco y en ha orientación que tomó la Orden por él fundada. Esto explica por
qué cuando al final de su vida hizo el recuento de su itinerario espiritual, colocó como un
hito la revelación que Dios le hizo:
       «El mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo
       Evangelio» (Test 14).



6.- SEXTO ENCUENTRO: CON LOS HERMANOS
      El encuentro de Francisco con los hermanos está en estrecha relación con el
precedente, pero tiene características propias y es significativo no sólo porque
perfecciona su proceso vocacional sino también porque le aporta uno de los
elementos que especificarán su carisma en la Iglesia.
      Es narrado por las más importantes y antiguas fuentes hagiográficas, pero no de
forma sistemática porque, entre otras cosas, los primeros hermanos no llegaron todos a la
vez, sino poco a poco. Así pues, señalaremos brevemente los pasos que fueron
conformando esta etapa culminante del proceso vocacional del santo.
     Lo primero que anotan las fuentes es que la llegada de los primeros hermanos es
motivada por el testimonio de vida de Francisco.
       «Pero, al hacerse conocida para muchos la verdad tanto de tan simple
       doctrina como de la vida del bienaventurado Francisco, hubo algunos que,
       después de dos años de su conversión, comenzaron a animarse por su
       ejemplo a la penitencia y, abandonadas todas las cosas, se unieron en el
       hábito y la vida, de los cuales el primero fue el hermano Bernardo, de santa
       memoria. Considerando la constancia y el fervor del bienaventurado
       Francisco en el servicio divino, es decir, cómo restauraba con tanto trabajo
       las iglesias derruidas y llevaba una vida tan rigurosa, en contraposición a
       las delicadezas con que había vivido en el mundo, resolvió en su corazón
       repartir todo lo que tenía y adherirse firmemente a é1 en la vida y en el
       hábito» (TSoc 27,1-3).

                                                                                        14
El segundo elemento que se debe destacar en las fuentes es que Francisco
conduce a los primeros hermanos a escuchar el Evangelio; después de lo que le había
ocurrido en la Porcúncula (quinto encuentro), en adelante el Evangelio se constituyó para
é1 en el único punto de referencia de su vida y quiso que así lo fuera para todos los
que desearan vivir como é1. El hijo de Pedro de Bernardone no se creía un maestro ni
un padre espiritual y por ello no da consejos, ni traza caminos para los otros; como
no quería saber otra cosa distinta del Evangelio, conduce a é1 a quienes querían
acompañarlo en su camino y con ellos se hace discípulo de la Palabra de Dios. En la
TSoc se dan estos pasos: Francisco, Bernardo y Pedro van de mañana a la iglesia de San
Nicolás y hacen oración para que Dios les ayude a encontrar el lugar donde el Evangelio
habla de renuncia del siglo; Francisco abre tres veces el Evangelio y encuentra tres textos
sobre las exigencias del seguimiento de Cristo; al terminar dan gracias a Dios y el santo
hace ha siguiente declaración:
       «Hermanos, esta es nuestra vida y regla y de todos los que quisieren
       unirse a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como habéis escuchado»
       Después de esto, los hermanos dejan todas has cosas, visten el mismo hábito de
Francisco y viven según la forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado.
Las fuentes ponen de manifiesto como tercer elemento la llegada progresiva de otros
hermanos: el sacerdote Silvestre; un hombre de Asís llamado Gil; Sabbatino, Morico y
Juan de Capella; Felipe... Francisco los adoctrina y los envía en misión por el mundo. Los
primeros hermanos tenían facultad de recibir a otros en sus viajes apostólicos y los traían
a la Porciúncula.
     Un cuarto elemento común en varias de las fuentes es que, en vista de que el
grupo crece y se consolida, Francisco se decide a «oficializar» la Fraternidad con la
aprobación del Papa.
       «Viendo el bienaventurado Francisco que el Señor aumentaba el número de
       los hermanos y los hacía crecer en méritos y que eran ya doce varones
       perfectísimos con un mismo sentir, dijo a los otros once el que hacía el
       número doce y era su jefe y padre: “Veo, hermanos, que el Señor quiere
       aumentar misericordiosamente nuestra congregación. Vayamos, pues, a
       nuestra santa madre la Iglesia de Roma y manifestemos al sumo pontífice lo
       que el Señor empieza a hacer por nosotros, para que de voluntad y mandato
       suyo prosigamos lo comenzado”» (TSoc 46,1-2).
      Es importante resaltar que Francisco no sale a buscar a los hermanos sino que
éstos llegan, enviados por el Señor, como lo reconocerá él mismo en su Testamento:
«después de que el Señor me dio hermanos...» (Test 14). Para Francisco, la sola idea de
que los hermanos son un regalo de Dios le colma de gozo, como lo hacen ver has fuentes,
algunas de las cuales a su vez dejan entrever que en cierto modo los estaba esperando.


RESULTADOS

                                                                                        15
Al concluir el análisis de los pasajes biográficos que se refieren al proceso
vocacional de Francisco de Asís, conviene echar una mirada de conjunto a los seis
momentos más representativos de ese proceso.
       a) La vocación inicial de Francisco ofrece un cuadro estupendo por ha nitidez de
los pasos dados y porque presenta en su conjunto los grandes elementos que deben
formar parte de un proceso vocacional. Los aspectos pintorescos y dramáticos que se
encuentran en varios de los episodios no interfieren el valor paradigmático que de suyo
ofrecen para un joven común y corriente; al contrario, pueden ser estímulos de un sano
idealismo y, sobre todo, ilustran muy bien los pasos que se pueden dar.
       b) Los pasos del proceso no son necesariamente sucesivos; más aún, no siempre
todos ellos son presentados por cada uno de los hagiógrafos ni con la misma progresión
cronológica, pero estas diferencias no alteran el proceso como tal que, de todas maneras,
conserva en su conjunto el dinamismo de los grandes momentos. Más que sucesivos, los
encuentros son progresivamente simultáneos y en su conjunto presentan una inter-
relación dialéctica.
       c) El punto inicial del proceso vocacional de Francisco está marcado por el
encuentro consigo mismo. Se puede decir que tal encuentro tuvo su primera
manifestación, aunque todavía de forma muy incipiente, cuando se hallaba en la cArcel
de Perusa. Las incomodidades de ha cárcel, así como los sufrimientos de la enfermedad
que padeció poco después, contribuyeron a que el joven hijo de Pedro de Bernardone
comenzara a mirar de forma más seria su futuro. El proceso del encuentro de Francisco
consigo mismo fue lento y a veces doloroso, pues supuso la ruptura con su pasado, es
decir, el cambio de su proyecto personal por el proyecto de Dios. Este cambio no estuvo
exento de dificultades, aunque éstas no siempre son presentadas de forma explícita por
las fuentes biográficas. Lo más claro de este proceso es el esfuerzo por leer has señales
que Dios le enviaba a través de sueños o visiones. El encuentro consigo mismo está
caracterizado por un progresivo recogimiento interior acompañado por la oración y la
meditación cada vez más frecuentes, que lo llevaron a lo que hemos llamado una
«interioridad esencial», es decir, no a un simple subjetivismo egoísta, sino al encuentro
con los valores fundamentales de la vida, indispensable para un verdadero
discernimiento.
       d) Junto con el recogimiento interior se dio en Francisco el progresivo dominio de
si mismo, el abandono de todo lo que juzgaba superficial y una decidida búsqueda de
libertad interior, expresada de forma especial en la desapropiación de las cosas
materiales. Una demostración de que el encuentro de Francisco consigo mismo fue
auténtico es que no le condujo a un encerramiento individualista sino que le abrió a los
demás. En su caso especifico se dio en la apertura a los pobres, haciendo de la presencia
del pobre en la vida franciscana un verdadero sacramento de la presencia de Dios.
       En el encuentro de Francisco con los pobres se dio un proceso que supuso superar
sus prejuicios que le inducían a su rechazo instintivo y que culminó en ha identificación
con ellos. Este proceso le llevó a un cambio radical de su horizonte social con su decidida
opción por los pobres. Uno de los valores que se ponen en evidencia durante el encuentro
                                                                                        16
de Francisco con los pobres es su generosidad, con lo cual demostró su capacidad de salir
de si mismo. Más allá del aspecto dramático que tiene el episodio del beso al leproso,
este hecho se debe tomar como un caso emblemático de los muchos encuentros que tuvo
Francisco con los leprosos, hasta el punto que se constituyó en una práctica habitual de él
y de sus primeros hermanos. Se trata de una práctica que marca un esfuerzo de
vencimiento de si mismo en su propio proceso vocacional.
       e) El encuentro con los leprosos no sólo confirma la dimensión social de la
vocación de Francisco, sino que dispone su espíritu para una mejor comprensión de la
persona de Cristo Crucificado. El encuentro de Francisco con el Crucificado marca
teológicamente y de manera determinante su vocación, pero a su vez es una demostración
de que la oración tuvo un papel de primer orden en su proceso vocacional y un signo
evidente de su capacidad de obedecer a la voz de Dios. El momento culminante de la
vocación de Francisco fue su encuentro con el Evangelio, que iluminó de manera
definitiva su camino e hizo del Evangelio su principal referente; constituye también un
punto importante para cualquier pastoral vocacional, en especial por lo que significó su
contacto con ha Palabra de Dios, la disponibilidad a sus insinuaciones, la rapidez de su
respuesta. El encuentro de Francisco con la Palabra de Dios es sintetizado por
Buenaventura en cuatro pasos que bien valdría ha pena rescatar como propuesta
metodológica para la formación inicial de los hermanos: escuchar, comprender,
encomendar a la memoria, llevar a cabo.
       f) La consecuencia inmediata del encuentro con el Evangelio para Francisco fue la
liberación de todo lo que he impedía ha transmisión del mensaje evangélico a los demás;
debe ser también un punto de referencia concreto, una meta específica en cualquier
proceso vocacional. El encuentro con los hermanos marca el punto final del proceso
vocacional de Francisco y a la vez lo perfecciona, en cuanto le da uno de los matices que
caracterizarán su carisma en la Iglesia. Francisco recibía a los nuevos hermanos como
dones de Dios, motivo por el cual experimentaba una gran alegría, según el testimonio
unánime de las fuentes. Esta actitud comporta la aceptación indiscriminada de todos los
hermanos en su gran diversidad.


                                         El presente tema está elaborado partiendo,
                                         como base, de "EL PROCESO VOCACIONAL
                                         DE FRANCISCO DE ASÍS" de Fernando
                                         Uribe E., ofm




                                                                                        17

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Los seis encuentros de Francisco. Formación

  • 1. EL PROCESO VOCACIONAL DE FRANCISCO DE ASÍS LOS SEIS ENCUENTROS QUE DETERMINARON SU VIDA En nuestra reflexión daremos preferencia a las fuentes hagiográficas más primitivas y, dentro de éstas, a las que ofrecen más datos sobre la juventud de Francisco, en particular la llamada Leyenda de los tres Compañeros (Trium Sociorum [TSoc]) que recupera el periodo juvenil de Francisco. No obstante, tendremos en cuenta las dos "vidas" escritas por Tomás de Celano y, en ciertos casos, centraremos también nuestra atención en algunos pasajes de la Leyenda Mayor (LegM) de San Buenaventura, dado el valor que tienen sus reflexiones. La vocación inicial de Francisco o, para ser más exactos, la respuesta que é1 dio en un primer momento a la llamada que el Señor le hizo, se llevó a cabo durante un proceso lento, en el cual se pueden distinguir seis pasos sucesivos de gran significado, cada uno de los cuales es identificable con un encuentro que resultó determinante en su proceso vocacional, en cuanto aportó un elemento nuevo a su visión de la vida o significó un cambio fundamental en la misma. Los encuentros son los siguientes: 1) consigo mismo; 2) con los pobres; 3) con el leproso; 4) con el Crucifijo; 5) con el Evangelio; 6) con los hermanos. Aquí daremos una cierta importancia al primer paso del proceso, el encuentro consigo mismo, en cuanto constituye, según nuestra modesta opinión, el que más relación tiene con la primera etapa del discernimiento vocacional. 1.- PRIMER ENCUENTRO: CONSIGO MISMO No existe en las fuentes hagiográficas un único episodio que narre el encuentro de Francisco consigo mismo. Siguiendo el normal proceder de la psicología humana, también en el caso del hijo de Pedro de Bernardone se dio un proceso lento, pero que se nota en la búsqueda creciente de momentos de soledad reflexiva, en varios gestos que denotan una situación interior de mayor ponderación y de una diversa toma de posición frente a su presente y su futuro. Este gradual proceso de interiorización se puede ver en diversos episodios de su vida; aquí resaltamos sólo algunos, ocurridos durante su juventud. a) La cárcel: En el comportamiento de Francisco cuando se hallaba prisionero en la cárce1 de Perusa, podemos descubrir uno de los primeros signos de que en su corazón se estaban dando algunos cambios fundamentales. A decir verdad, sobre su permanencia en esta 1
  • 2. cárcel no existen muchos datos en las primitivas fuentes. Los más abundantes son los que nos da la TSoc 4, en donde se afirma que fue colocado junto con los caballeros, dado que era noble por sus costumbres (quia nobilis erat moribus) y se narra un episodio de gran interés en estos términos: «Un día en que sus compañeros de cautiverio estaban tristes, é1, que por naturaleza era alegre y jovial, lejos de aparecer triste, se mostraba gozoso. Por ello uno de los compañeros le reprochó como si fuese un insensato, pues se alegraba estando encarcelado. A esto respondió Francisco con voz firme: '¿Qué pensáis de mi? Todavía he de ser honrado en el mundo entero'» (4,2-5). Además de la alegría natural de Francisco destacada por el texto, en la respuesta que éste da a las críticas de su compañero se puede entrever no tanto su capacidad profética sino, sobre todo, la actitud de un joven que ya comienza a preocuparse seriamente por su futuro. Tal vez no sea adecuado ver en su respuesta a una persona presuntuosa, sino a alguien que está buscando ideales nobles y grandes, coma podría ser la caballería. Es verdad que aún no parece tener ideas muy claras sobre el tipo de grandeza que desea y sobre cómo lograrla, pero sus palabras dejan entrever que el ambiente de la cárcel, con todo lo que comporta a nivel de grupo, estaba dejando secuelas también en su corazón después de haber pasado varios meses privado de la libertad y en contacto con la angustia y desesperación de sus compañeros. Es muy posible que aquellos meses de crisis le hubieran obligado a entrar dentro de si y a comenzar a mirar la vida de manera diferente a como la había mirado hasta entonces. b) Enfermedad: Esta situación de limitación se prolongó con la enfermedad que sufrió Francisco poco después de haber salido de la cárcel. En ese momento ignoraba todavía los planes de Dios sobre él y estaba dedicado las actividades comerciales de su padre que le distraían. Buenaventura dice que «todavía no había aprendido a contemplar las realidades celestiales ni estaba acostumbrado a gustar las cosas divinas», pero luego agrega: «dado que el sufrimiento hace comprender la lección espiritual, se posó sobre él la mano del Señor y el cambio de la diestra del Altísimo, afligiendo su cuerpo con una larga enfermedad, para hacer su alma apta a la unción del Espíritu» (LegM I,2,1-2). La unión que hace aquí el Doctor Seráfico entre el sufrimiento y lo que él llama "la lección espiritual" indica no sólo el efecto purificador que en muchos casos tiene la enfermedad sino que, la verificación de las propias limitaciones crea también la capacidad de afrontar la vida con una actitud más realista. c) Sueño del palacio: 2
  • 3. Los biógrafos más primitivos coinciden en presentar un episodio de gran interés en cuanto revela el momento de búsqueda que vivía el joven Francisco; se trata del sueño del palacio lleno de armas. La interpretación que él da del mismo indica también un acto de discernimiento, un entrar en si mismo, aunque todavía no tenía las ideas claras; en ese momento pensaba que su futuro sería el de un caballero, tal vez un gran príncipe. Al menos indica un deseo de búsqueda, de apertura, de disponibilidad. Hasta aquí pre- domina en Francisco el deseo de la gloria terrena, de los honores. Por ello el Anónimo de Perusa dirá que, «como hombre mundano, que todavía no había gustado plenamente el Espíritu de Dios, Francisco interpretó este sueño como augurio de que llegaría a ser un gran príncipe» (AnPer 5,4). Se debe destacar que hasta este momento lo que comienza a delinearse es el proyecto de Francisco, no el de Dios, a pesar de que la caballería significaba una dedicación al servicio de los otros. d) Visión de Espoleto: Poco después hay otro acontecimiento reportado por varias fuentes y que marca un paso importante en el proceso de Francisco en cuanto indica su capacidad de entrar en si mismo. Se trata de la llamada "visión de Espoleto" con la consiguiente reacción de recogimiento interior y de meditación que se produjo en él, el regreso a Asís y la decisión de renunciar a ir a guerrear a la Pulla. El relato traído por los Tres Compañeros dice que, como resultado de esta visión, «se recogió todo é1 interiormente, y admiró y consideró de tal forma la fuerza de la visión que aquella noche no pudo dormir» (Tsoc 6,11). Con este comentario el texto subraya el esfuerzo del joven Francisco por descubrir la voz de Dios en las palabras que oye durante la visión y su disposición interior a seguir el proyecto del Señor; indica disponibilidad y generosidad, capacidad de revisar sus planes personales y de renunciar a ellos. Por lo mismo, lo primero que hace es abandonar el proyecto personal: desiste de ir a la Pulla. Este hecho no significó una frustración sino un comprender que su futuro no se podía construir escuchándose a si mismo, sino estando atento a la voz del Señor; su regreso a Asís es disposición generosa a la escucha, es un querer entender lo que dice la voz. Por ello su pregunta: «Señor, ¿qué quieres que haga?» debió brotar de sus labios muchas veces más, a la manera de un eco que se hace oración insistente. e) De vuelta a casa: Después de la visión de Espoleto, la TSoc presenta al joven Francisco que regresa a su ciudad y en un cierto sentido a sus andanzas de antes, dado que aparece de nuevo en una fiesta, elegido por sus compañeros como el jefe para que les hiciera los gastos. Aquí el texto presenta un cambio notable en su actitud, pues al terminar la cena, ya no sale 3
  • 4. cantando con sus amigos por las calles, sino un poco detrás de ellos, con el bastón de jefe en la mano, "meditando reflexivamente" (diligentius meditando). En ese momento Fran- cisco tiene una experiencia especial, una especie de raptus espiritual que le impide hablar y moverse, según su testimonio personal contado más tarde a alguno de sus compañeros (sicut ipse postea dixit). El texto agrega que sus amigos lo contemplaron preocupados «como un hombre cambiado en otro» y le preguntaron si era que estaba pensando en casarse; él, "inspirado por Dios", les da una respuesta ambigua para ellos, pero que indicaba que estaba dando pasos avanzados en su proceso de discernimiento (Cf. TSoc 7,1-8). Es importante resaltar que todavía en este episodio aparecen de nuevo la reflexión y la meditación diligente como constantes en el proceso vocacional. Como consecuencia, se da un desapego progresivo del camino precedente (el proyecto personal) y se entra poco a poco en la comprensión del proyecto de Dios. A la luz del comportamiento de Francisco, aparece claro que entrar en este proyecto supone una actitud de reflexión, de recogimiento interior, de disponibilidad y de riesgo; este momento fue vivido por él como una búsqueda activa, alegre y llena de esperanza. f) Dejando sitio a Dios: La TSoc ofrece a continuación otros dos elementos importantes en esta primera etapa del proceso vocacional de Francisco: el desprecio de las cosas superficiales y la práctica progresiva de la oración. «A partir de aquella hora empezó a mirarse como vil y a despreciar todo aquello en que antes había puesta su corazón, aunque todavía no de manera plena, pues aún no había logrado liberarse totalmente de las vanidades del siglo. Mas, apartándose poco a poco del bullicio del siglo, se empeñaba en esconder a Jesucristo en su hombre interior y, queriendo ocultar de los burlones aquella margarita que deseaba comprar a cambio de vender todas las cosas, se retiraba con frecuencia y casi a diario a orar en secreto. A ello le instaba, en cierta manera, aquella dulzura anticipada que, visitándole con frecuencia, le arrastraba a la oración estando en plazas u otros lugares públicos». (TSoc 8,1-3) Se podría decir que en un cierto sentido este texto es como una especie de glosa ampliada de cuanto dirá el mismo Francisco en su Testamento (Cf. Test 3), cuando evoca los primeros pasos de su conversión. Pero, sobre todo, aquí es importante tener en cuenta la frase: "esconder (recondere) a Jesucristo en el hombre interior", la cual indica que Francisco estaba buscando una interioridad esencial, no la subjetiva del espíritu de la carne. A la luz de esto, este pasaje nos permite verificar que el proceso de liberación interior de Francisco se efectuó de una manera progresiva y a través de un profundo encuentro con lo que el texto llama "el hombre interior", que en este caso va más allá de la interioridad subjetiva de los propios intereses, del propio mundo o de la propia vida, y se refiere a una realidad que toca la esencia misma del hombre, es decir, que va a la raíz misma de su ser. 4
  • 5. g) Recapitulando: Es éste el contexto en el cual, como consecuencia del encuentro consigo mismo que había logrado Francisco, la LegM señala la presencia de tres elementos que tendrán un papel determinante en el proceso vocacional del santo. En efecto, a manera de comentario a su regreso inesperado de Espoleto, Buenaventura dice: «Desde entonces, sustrayéndose al ruido de los negocios públicos, suplicaba devotamente a la divina clemencia que se dignara mostrarle lo que debía hacer. Mientras tanto, a través de la práctica asidua de la oración crecía en él la llama de los deseos celestiales y por amor de la patria celestial reputaba como nada (Ct 8,7) todas las cosas terrenas; creía haber descubierto el tesoro escondido y, como mercader prudente que ha encontrado una perla preciosa, pensaba venderlo todo para comprarla (Mt 13,44-46). Pero ignoraba todavía cómo hacerla salvo lo que le sugería su espíritu, que el negocio espiritual comienza con el desprecio del mundo y que la "milicia di Cristo" debe comenzar con la victoria de si mismo» (LegM I,4,1-4). Se trata de un texto de una gran importancia, en el cual, el Doctor Seráfico coloca tres elementos típicos del discernimiento vocacional de Francisco en este momento de su vida, los cuales entrarán a formar parte decisiva en su respuesta vocacional: la oración, el desprecio o desapropiación de las cosas materiales y el dominio de si mismo. A pesar de los logros obtenidos por Francisco hasta este momento, el encuentro consigo mismo continuó siendo una tarea que practicó con asiduidad, hasta lograr hacerlo parte de su vida. En efecto, es muy significativo que después de haber tomado una de las primeras y más determinantes decisiones de su vida, como fue su despojo liberador ante el Obispo de Asís y la proclamación solemne de su fe en la paternidad absoluta de Dios, Buenaventura insista en que todavía el pobrecillo sigue buscándose a si mismo en la soledad y en el contacto con la Palabra de Dios, a propósito del episodio que narra el asalto que sufrió por parte de los ladrones: «El despreciador del mundo, libre ya de las cadenas de los deseos mundanos, habiendo abandonado la ciudad, buscó, libre y seguro, un refugio en el secreto de la soledad, para escuchar, solo en el silencio, la secreta palabra del cielo. Mientras el varón de Dios, Francisco, atravesaba un bosque y cantaba con júbilo en la lengua de los Francos las alabanzas del Señor, unos ladrones salieron de la espesura y lo asaltaron» (LegM II,5,1-2). Buscar un refugio en el secreto de la soledad conlleva como consecuencia un encuentro consigo mismo y una búsqueda de Dios en la oración. 2.- SEGUNDO ENCUENTRO: CON LOS POBRES 5
  • 6. El segundo momento del camino vocacional de Francisco está caracterizado por la salida de si mismo y la apertura al mundo de los otros, en particular al de los pobres. También aquí se da un proceso que comienza con el rechazo de ellos, pasa por una actitud paternalista y culmina en su identificación con los pobres. Es muy sintomático que desde su primera página, después de una breve presentación del nacimiento de Francisco, la TSoc lo coloque en relación con los pobres. En efecto, cuando el texto traza su semblanza psicológica lo describe como un joven adornado con varias virtudes naturales, sobre todo con la cortesía en sus palabras y modales y su alegría. Más aún, es un joven capaz de reconocer sus cualidades y que quiere ponerlas al servicio de los pobres: «De este nivel de virtudes naturales fue elevado al de la gracia, pudiendo decirse a si mismo: “Pues eres generoso y afable con los hombres, de los cuales nada recibes, sino favores transitorios y vanos, justo es que por amor de Dios, que es generosísimo en dar la recompensa, seas también generoso y afable con los pobres”. Y desde entonces veía con satisfacción a los pobres y les daba limosna abundantemente» (TSoc 3,3). Con estas palabras la leyenda TSoc no sólo destaca en su amor a los pobres una manifestación de su buena índole sino que indica un primer paso en su apertura hacia ellos, o sea, que los ve con satisfacción. A continuación el texto ilustra tal determinación con el episodio del pobre que le pide limosna por amor de Dios. Como Francisco estaba embebido en los negocios de su padre, «cautivado por el ansia de riquezas y por las preocupaciones del comercio, le negó la limosna». Después recapacitó pensando que si el pobre le hubiese pedida limosna en nombre de un conde o barón, se la hubiese dado; con cuánta mayor razón debió hacerlo si se la pidió por el Rey de reyes y Señor de todos. Y agrega el texto: «Como consecuencia, se propuso en su corazón no negar nada en adelante a quien le pidiera algo por amor de tan gran Señor» (6-10). Este episodio pone de manifiesto la importancia de la generosidad en los primeros pasos de la vida, sea cual fuere la orientación que se le quiera dar a la misma. Generosidad significa la apertura a los demás, y en este caso a los pobres. Se trata de una virtud que se pone a prueba y que, a juzgar por la primera reacción de Francisco, no es fácil de practicar, pues su primera reacción fue de rechazo; tuvo que vencerse. Si existe la generosidad se pueden vencer los obstáculos que muchas veces surgen de nuestro mundo interior, de nuestros prejuicios mentales, y en otras del ambiente en el cual nos movemos. La generosidad es una buena aliada de un auténtico proceso vocacional. Vale la pena también tener en cuenta el reproche que se hace Francisco, e1 cual es un indicio del esfuerzo que comienza a hacer para abrirse a una nueva dimensión, más importante y de mayor trascendencia que la de un simple comerciante; obsérvese que él se reprocha no tanto por haber tratado mal al pobre sino por haber sido ciego, por no comprender todavía lo que es verdadero y auténtico. 6
  • 7. En el proceso inicial de búsqueda, las fuentes biográficas ofrecen otros encuentros con los pobres que marcan un cambio progresivo. La TSoc dice: «Aunque ya de tiempo atrás era dadivoso can los pobres, sin embargo, desde entonces se propuso en su corazón no sólo no negar la limosna a nin- gún pobre que se la pidiese por amor de Dios, sino dársela con mayor libe- ralidad y abundancia de lo que acostumbraba. Así, siempre que un pobre le pedía limosna hallándose fuera de casa, le socorría con dinero, si podía; si no llevaba dinero, le daba siquiera la gorra o el cinto, para que no marchara con las manos vacías. Mas, si no tenía nada de eso, se apartaba a un lugar oculto, se desnudaba de la camisa, y hacía ir con disimulo al pobre a ese lugar para que por Dios la recogiera. También compraba objetos propios para el decoro de las iglesias y secretamente los enviaba a los sacerdotes pobres» (TSoc 8,4-8). En una noticia exclusiva de la TSoc hallamos otro avance del encuentro del joven Francisco con los pobres, el cual se manifiesta en la invitación que les hacía a compartir la mesa familiar cuando, aprovechando las ausencias de su padre, «llenaba la mesa de tantos panes como si la preparase para toda la familia», pues «había hecho el propósito de dar limosna a todo el que se la pidiera por amor de Dios»; el autor comenta que la frecuencia que antes tenía con sus amigos, ahora se había transformado en solidaridad con otros amigos, pues «ahora tenía todo su corazón pendiente de ver u oír a a1gún pobre para darle limosna». Este comentario final es de gran importancia, en cuanto denota un cambio de horizonte en las relaciones de Francisco, pues su mundo social se traslada del ambiente burgués de sus amigos y compañeros de fiestas al de los pobres de su ciudad (Cf. TSoc 9,1-5). Otro paso importante del proceso es lo ocurrido en Roma con motivo de una peregrinación que hizo Francisco a la tumba del apóstol Pedro. Allí no sólo dio una abundante limosna en monedas que dejó caer sonoramente a través de la ventanilla del altar, sino que al salir de la iglesia, «donde había muchos pobres pidiendo limosna, recibió de prestado y en secreto los andrajos de un hombre pobrecillo y, quitándose sus vestidos, se vistió los de aquel; y se quedó en la escalinata de la iglesia con otros pobres pidiendo limosna en francés» (TSoc 10,1-6). Es un episodio muy significativo porque en él aparece claro que, a pesar de ocurrir en una ciudad diferente de la suya, en donde podía pasar desapercibido, el joven Francisco quiere dar un paso más en su proceso de encuentros con los pobres. En efecto, ahora ya no le basta la generosidad expresada en la dádiva, sino que quiere experimentar la condición del pobre. Si el vestido es tenido de ordinario como la expresión de la propia identidad, el cambio que hace Francisco, aunque por ahora momentáneo, está indicando el proceso que está viviendo; es un indicio claro de hacia dónde apuntan sus ideales. El encuentro de Francisco con los pobres es una garantía de la autenticidad de su vocación. Su búsqueda de Dios no se redujo a una relación intimista en la soledad, ni su 7
  • 8. práctica de la pobreza era una simple acción ascética de dominio propio y de liberación de las cosas terrenas. Su encuentro con Dios en la oración tiene en el encuentro con los pobres la demostración de que no se está buscándose a si mismo. «La vocación es auténtica si no se reduce a una relación intimista con Dios, sino que abre la persona al servicio de los otros» 3.- TERCER ENCUENTRO: CON LOS LEPROSOS El encuentro con el leproso es uno de los episodios más hermosos de la vida de Francisco desde el punto de vista hagiográfico. Con frecuencia es tenido en cuenta sólo desde su dimensión dramática, por lo cual ha sido un recurso obligado para los narradores de todos los géneros y aún para los pintores. Pero su valor y su significado van mucho más allá de lo pintoresco. En efecto, fue tal la incidencia que tuvo en la vocación de Francisco, que se constituyó en un factor determinante de su respuesta a la llamada del Señor y le dio un matiz específico a su espiritualidad. Podría ser considerado como un complemento de su encuentro con los pobres, pero merece ser tratado de forma independiente a causa de los aspectos nuevos que aporta al proceso vocacional del santo. El famoso episodio del beso al leproso es contado por cuatro de las más primitivas fuentes hagiográficas, aunque con algunas variantes entre ellas que marcan en un cierto sentido la interpretación del hecho, dándole un significado cada vez más místico o sobrenatural. Siguiendo nuestra propuesta metodológica, tomamos como punto de referencia la narración de TSoc, la cual dice que, «yendo [Francisco] un día a caballo por las afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como el profundo horror por los leprosos era habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano. Y habiendo recibido del leproso el ósculo de paz, montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino» (TSoc 11,3-5). Para TSoc el relato tiene una dinámica en cuatro momentos: a) Francisco va a caballo y se cruza con el leproso; b) baja del caballo, le da una moneda y le besa la mano; c) recibe un beso del leproso y monta de nuevo a caballo; d) sigue su camino. Dice el texto: «Como cierto día rogara al Señor con mucho fervor, oyó esta respuesta: “Francisco, es necesario que todo lo que, como hombre carnal, has amado y has deseado tener, lo desprecies y aborrezcas, si quieres conocer mi voluntad. Y después de que empieces a probarlo, aquello que hasta el presente te parecía suave y deleitable, se convertirá para ti en insoportable y amargo, y en aquello que antes te causaba horror, experimentarás gran dulzura y suavidad inmensa» (TSoc 11,1-2). 8
  • 9. No es difícil descubrir en esta última frase un eco de las primeras palabras del Testamento de san Francisco (Cf. Test 2-3). El centro de la iluminación que recibe el joven Francisco está precisamente en «conocer la voluntad de Dios»; para descubrirla es indispensable «despreciar y aborrecer» al hombre carnal. El vencimiento de si mismo es, por tanto, según la reflexión del autor del texto, una condición indispensable para conocer la voluntad de Dios. Una vez logrado, se experimentará una gran dulzura y una suavidad inmensa. Pero este tercer encuentro de Francisco no se reduce a un episodio único y aislado, el del beso al leproso. El servicio a los leprosos se constituyó en una verdadera praxis del santo durante toda su vida, pues en sus frecuentes desplazamientos por varias ciudades de Italia solía frecuentar las leproserías y los hospitales y servir a los enfermos, con lo cual pagaba muchas veces su hospedaje en tales lugares. Después del beso al leproso, la TSoc continúa la narración de la siguiente manera: «A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos y, una vez que hubo reunido a todos, fue dando a cada uno su limosna mientras les besaba la mano. Al salir [del hospital], lo que antes era para él amargo, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. Coma él lo dijo, de tal manera le era repugnante la visión de los leprosos, que no sólo no quería verlos, sino que evitaba hasta acercarse a sus habitaciones y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose las narices con las manos. Mas por la gracia de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos que, como dice en su testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía» (TSoc 11,7-11). Tal vez ninguna de las otras fuentes hagiográficas es tan explícita y tan dramática como ésta en la presentación de la repugnancia que sentía Francisco por los leprosos. Ella pone en evidencia que el cambio de actitud hacia los leprosos no fue cosa fácil, que se trató de un verdadero proceso de vencimiento de si mismo en el que, como dice el texto, «la gracia de Dios» tuvo un papel importante. Este párrafo es también signi- ficativo parque coincide con cuanto dice de si mismo Francisco en su Testamento y porque declara que «llegó a ser familiar y amigo de los leprosos». Por tanto, el encuentro de Francisco con los leprosos no fue el fruto de una emoción momentánea, ni el resultado de un arranque de generosidad. Sólo a partir de un trato no esporádico se puede llegar a hacer proceso interior, vencimiento propio y valoración del otro en su condición más degradante y miserable, como lo era la lepra en el Medioevo. Ese proceso interior es descrito por Buenaventura en la LegM con gran belleza y profundidad en estos términos: «A partir de entonces se revistió del espíritu de pobreza, del sentimiento de humildad y de una profunda piedad. Si antes detestaba vivamente no sólo la compañía de los leprosos sino hasta verlos de lejos, ahora, por amor de 9
  • 10. Cristo crucificado que, según la palabra profética, apareció despreciable como un leproso (Is 53,3-4), con benéfica piedad los servía humilde y cariñosamente, para alcanzar el total desprecio de si mismo» (LegM I,6,1- 2). Dos cosas se deben resaltar en estas palabras del Doctor Seráfico: por una parte, la trilogía de virtudes que marcan el momento del proceso que estaba viviendo el santo y que pueden ser una meta pedagógica para cualquier trabajo formativo: el espíritu de pobreza, el sentimiento de humildad y la profunda piedad; par otra parte, el hecho que la vista de los leprosos le evocara la figura de Cristo crucificado, quien «apareció despreciable como un leproso». Es indudable que esta motivación cristológica está en estrecha relación con el cuarto encuentro de Francisco. El servicio frecuente a los leprosos da un matiz importante al dominio de si mismo de Francisco, en cuanto no lo reduce a una simple acción ascética ni su vocación se puede catalogar como una fuga mundi, según la entendían los antiguos anacoretas. Tiene una dimensión social que marcó de forma decidida su presencia en el mundo y la identidad de su Fraternidad en los mejores momentos de la historia. Es una presencia en el mundo, aunque sin ser de este mundo. El servicio a los leprosos es causa de dulzura para Francisco, según lo dice en su Testamento y lo confirman los biógrafos; no sólo el encuentro con Dios en la oración es causa de dulzura; lo es también el servicio a los demás, en especial a los más necesitados. 4.- CUARTO ENCUENTRO: CON EL CRUCIFICADO Después de narrar el encuentro de Francisco con el leproso en las cercanías de Asís, Buenaventura hace referencia a un primer encuentro con Cristo, en el contexto de un momento inicial de oración y discernimiento del joven convertido. «Mientras un día oraba totalmente aislado y debido al gran fervor en que estaba absorto en Dios, le apareció Cristo Jesús como un crucificado. A su vista quedó su alma derretida y el recuerdo de la pasión de Cristo se imprimió de tal manera en lo más intimo de su corazón que, desde aquel momento, cuando le venía a la memoria la crucifixión de Cristo, con dificultad podía contener externamente las lágrimas y los gemidos, como él mismo más tarde lo declaró confidencialmente, cuando se acercaba a la muerte» (LegM I,5,7-8). Ninguna de las otras fuentes hagiográficas hace mención de este encuentro. De todas maneras, aunque tuviese un significado más místico que histórico, es importante tener en cuenta que en esta visión Cristo aparece bajo una dimensión "kenótica" (de abajamiento y humildad) que es colocada inmediatamente después del episodio del encuentro con el leproso. Pero el encuentro con Cristo en el cual concuerdan las más importantes fuentes y que constituyó otro de los momentos determinantes del proceso vocacional de Francisco 10
  • 11. es el ocurrido en la iglesita de San Damián. La leyenda TSoc narra así la parte central de este encuentro: «...cuando caminaba cerca de la iglesia de San Damián, le fue dicho en el espíritu (dictum est illi in spiritu) que entrara a orar en ella. Luego que entró se puso a orar fervorosamente ante una imagen del Crucificado, que piadosa y benignamente le habló así: “Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala”. Y él, con gran temblor y estupor, contestó: “Con gusto lo haré, Señor”. Entendió que se le hablaba de aquella iglesia de San Damián, que, por su vetusta antigüedad, amenazaba inminente ruina. Después de esta conversación quedó iluminado con tal gozo y claridad, que sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el que le había hablado» (TSoc 13,6-10). «Desde ese momento quedó su corazón llagado y derretido de amor ante aquel recuerdo de la pasión del Señor, que mientras vivió llevó siempre en su corazón las llagas del Señor Jesús, como después apareció con toda claridad en la renovación de las mismas llagas admirablemente impresas en su cuerpo y comprobadas con absoluta certeza» (TSoc 14,1). «...desde la visión y alocución de la imagen del crucifijo, fue hasta su muerte imitador de la pasión de Cristo» (TSoc 15,7). La dinámica del relato se puede sintetizar en cinco pasos: a) Francisco, siguiendo una moción interior, entra en la iglesita de San Damián; b) ora ante la imagen del Crucificado; c) diálogo entre el Crucificado y Francisco; d) Francisco interpreta el mandato como la reparación de la iglesia material; e) consecuencias del encuentro con Cristo: gozo interior, convicción de que era Cristo quien le había hablado, su corazón quedó llagado por el recuerdo de la pasión del Señor. Este cuarto encuentro marca un cambio efectivo en Francisco, aunque todavía transitorio, en cuanto le indujo a reconstruir iglesias; transitorio porque todavía no había entendido el significado del mandato que había recibido (trabajar por el Reino desde la reconstrucción de la Iglesia), pero de gran valor porque se puso en evidencia su capacidad de obedecer, y en el plan de Dios esto es lo que cuenta. El encuentro con Cristo trajo consecuencias insospechables y determinantes en la vocación de Francisco, sobre todo porque le llevó a descubrir el rostro paterno de Dios. Este descubrimiento se hará patente poco después, cuando se despoja de todo ante el Obispo de Asís, entrega sus vestidos y el dinero que tenía a su padre terreno Pedro de Bernardone y declara ante todos que sólo tiene un Padre, el del cielo (Cf TSoc 20). Es un gesto valiente que lo consagra hijo de Dios y le da una profunda libertad interior. 5.- QUINTO ENCUENTRO: CON EL EVANGELIO 11
  • 12. El encuentro de Francisco con el Evangelio presenta algunas dificultades históricas, en cuanto las fuentes biográficas relatan dos episodios relacionados con el Evangelio que resultaron determinantes para su vocación: uno en la iglesita de la Porciúncula y otro en la iglesia de San Nicolás, cerca del mercado de Asís. El primero tiene como protagonista sólo a Francisco y se refiere a un texto de misión (Mt 10,9-10; Lc 9,3; 10,4); en el segundo intervienen junto al santo sus primeros compañeros y se refiere a tres textos evangélicos relacionados con el seguimiento de Cristo (Mt 19,21; Lc 9,3; Mt 16,24) que son de carácter fundacional, en cuanto constituyen el núcleo mismo de la vida religiosa. Vamos a dar primacía al encuentro ocurrido en la Porciúncula, no sólo porque es el que al parecer tiene la prioridad cronológica, sino porque contiene una gran fuerza en la dinámica narrativa y porque marca un paso de gran importancia en el proceso vocacional de Francisco. Partimos del relato que hace la TSoc: «Cuando el bienaventurado Francisco acabó la obra de la iglesia de San Damián, vestía hábito de ermitaño, llevaba bastón y calzado y se ceñía con una correa. Habiendo escuchado un día en la celebración de la misa lo que dice Cristo a sus discípulos cuando los envía a predicar, es decir, que no lleven para el camino ni oro ni plata, ni alforja o zurrón, ni pan ni bastón, y que no usen calzado ni dos túnicas, y como comprendiera esto más claro por la explicación del sacerdote, dijo transportado de indecible júbilo: “Esto es lo que ansío cumplir con todas mis fuerzas”. Y, grabadas en su memoria cuantas cosas había escuchado, se esforzó en cumplirlas con alegría, se despojó al momento de los objetos duplicados y no usó en adelante de bastón, calzado, zurrón o alforja; haciéndose una túnica muy despreciable y rústica, abandonada la correa, se ciñó con una cuerda. Adhiriéndose de todo corazón a las palabras de la nueva gracia y pensando en cómo llevarlas a la práctica, empezó, por impulso divino, a anunciar la perfección del Evangelio y a predicar en público con sencillez la penitencia. Sus palabras no eran vanas ni de risa, sino llenas de la virtud del Espíritu Santo, que penetraba hasta lo más hondo del corazón y con vehemencia sumían a los oyentes en estupor» TSoc 25,1-7). En la narración se pueden distinguir los cuatro pasos siguientes: a) Un día, durante la celebración de la Misa, Francisco escucha un pasaje evangélico en el que Jesús indica la forma externa como los discípulos deben ir a predicar; b) después de que el sacerdote le explica el pasaje, declara que eso es lo que él desea cumplir con todas sus fuerzas; c) de inmediato se despoja de los vestidos propios del ermitaño y asume literalmente los recomendados por el Evangelio; d) empieza a predicar en público con palabras que convencían a los oyentes. La reacción de Francisco a la escucha del Evangelio nos coloca en un momento muy importante de su proceso vocacional, en cuanto le iluminó de forma definitiva su 12
  • 13. futuro. Y no podía ser de otra manera, pues es la Palabra de Dios la que determina cualquier vocación cristiana. Este encuentro es rico de consecuencias pedagógicas que bien vale la pena señalar, aunque sea en forma breve. a) En primer lugar, indica que la clarificación de la vocación se dio en Francisco después de un proceso largo; «se encontraba en el tercer año de su conversión», dice Tomás de Celano. Dios ordinariamente se acomoda al tiempo del hombre, permite que haga proceso, pero está siempre presente en su camino. Desde hacía tres años el joven aspirante a caballero había hecho una pregunta durante la visión de Espoleto: «Señor, ¿qué quieres que haga?»; sólo ahora encuentra una respuesta clara. Las palabras llenas de entusiasmo que él pronuncia después de escuchar la explicación del sacerdote son un indicio de que, no obstante la importancia de los encuentros anteriores, aún no estaba del todo satisfecho, de que en su corazón todavía se albergaban las dudas, de que todavía se encontraba en búsqueda. La inmediatez de su respuesta, el cambio súbito de vestido y su dedicación inmediata a la predicación son un indicio de que su corazón se encontraba abierto y disponible a la Palabra de Dios. De aquí en adelante ya no tendría más dudas. Es a este momento determinante, aunque no en forma exclusiva, al que se refiere el santo en su Testamento cuando proclama de forma repetida la acción de la inspiración divina en su vida. b) En segundo lugar, el encuentro con la Palabra se da en el contexto de la celebración eucarística, la máxima expresión de la comunidad cristiana, la que la genera y la lleva a su punto culminante. Este hecho es de una gran importancia para cualificar teológicamente tanto la vocación de Francisco como cualquier otra vocación. Pero junto a la escucha comunitaria, está también el encuentro personal con la Palabra, que pone en juego la libertad humana y la respuesta responsable al Dios que habla. c) En estrecha relación con lo que precede, Francisco recibe la explicación del sacerdote, quien le clarifica el texto proclamado. En la persona del sacerdote está representada la Iglesia, que es la encargada de aclarar e interpretar de manera oficial la Palabra de Dios. De esta forma, la vocación del santo adquiere una dimensión eclesial ya desde sus orígenes. d) Un cuarto elemento digno de ser tenido en cuenta es la interiorización de la Palabra que hace Francisco. La leyenda TSoc dice que grabó «en su memoria» cuanto había escuchado, pero es quizás en la LegM donde encontramos el camino más adecuado con la sucesión de los cuatro verbos usados por San Buenaventura: «escuchar», «comprender», «encomendar a la memoria» y «llevar a cabo», los cuales marcan una disciplina interior que bien podría ser propuesta como camino pedagógico para los jóvenes aspirantes a la vida franciscana. e) En quinto lugar debe destacarse el contenido de las palabras evangélicas que impactaron a Francisco: todas hacen referencia a la forma como deben ir los discípulos de Cristo a ejercer el ministerio de la predicación, es decir, con sobriedad, sin nada que les dificulte caminar velozmente y en plena libertad, de tal manera que los cuidados y preocupaciones terrenas no entorpezcan la completa dedicación a la tarea de 13
  • 14. anunciadores del Reino. Estas disposiciones, que entrarán más tarde en la Regla de los hermanos Menores, están en el centro de uno de los aspectos que mejor identificarán la espiritualidad de Francisco de Asís: la desapropiación. f) Por último, otro elemento que emerge del quinto momento vocacional de Francisco es que su encuentro inicial con la Palabra de Dios se da a través de uno de los llamados discursos de misión, en el que Jesús instruye a sus discípulos sobre la forma como deben ejercer la predicación. Este elemento está también en el centro de la manera como el Pobrecillo entendió su llamada a la Perfección evangelica. Su vocación es por su esencia no sólo evangélica sino también evangelizadora y por ello concibe su Orden como una Fraternidad en misión. A la luz de cuanto precede queda claro que el encuentro con el Evangelio resultó determinante en la vocación de Francisco y en ha orientación que tomó la Orden por él fundada. Esto explica por qué cuando al final de su vida hizo el recuento de su itinerario espiritual, colocó como un hito la revelación que Dios le hizo: «El mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). 6.- SEXTO ENCUENTRO: CON LOS HERMANOS El encuentro de Francisco con los hermanos está en estrecha relación con el precedente, pero tiene características propias y es significativo no sólo porque perfecciona su proceso vocacional sino también porque le aporta uno de los elementos que especificarán su carisma en la Iglesia. Es narrado por las más importantes y antiguas fuentes hagiográficas, pero no de forma sistemática porque, entre otras cosas, los primeros hermanos no llegaron todos a la vez, sino poco a poco. Así pues, señalaremos brevemente los pasos que fueron conformando esta etapa culminante del proceso vocacional del santo. Lo primero que anotan las fuentes es que la llegada de los primeros hermanos es motivada por el testimonio de vida de Francisco. «Pero, al hacerse conocida para muchos la verdad tanto de tan simple doctrina como de la vida del bienaventurado Francisco, hubo algunos que, después de dos años de su conversión, comenzaron a animarse por su ejemplo a la penitencia y, abandonadas todas las cosas, se unieron en el hábito y la vida, de los cuales el primero fue el hermano Bernardo, de santa memoria. Considerando la constancia y el fervor del bienaventurado Francisco en el servicio divino, es decir, cómo restauraba con tanto trabajo las iglesias derruidas y llevaba una vida tan rigurosa, en contraposición a las delicadezas con que había vivido en el mundo, resolvió en su corazón repartir todo lo que tenía y adherirse firmemente a é1 en la vida y en el hábito» (TSoc 27,1-3). 14
  • 15. El segundo elemento que se debe destacar en las fuentes es que Francisco conduce a los primeros hermanos a escuchar el Evangelio; después de lo que le había ocurrido en la Porcúncula (quinto encuentro), en adelante el Evangelio se constituyó para é1 en el único punto de referencia de su vida y quiso que así lo fuera para todos los que desearan vivir como é1. El hijo de Pedro de Bernardone no se creía un maestro ni un padre espiritual y por ello no da consejos, ni traza caminos para los otros; como no quería saber otra cosa distinta del Evangelio, conduce a é1 a quienes querían acompañarlo en su camino y con ellos se hace discípulo de la Palabra de Dios. En la TSoc se dan estos pasos: Francisco, Bernardo y Pedro van de mañana a la iglesia de San Nicolás y hacen oración para que Dios les ayude a encontrar el lugar donde el Evangelio habla de renuncia del siglo; Francisco abre tres veces el Evangelio y encuentra tres textos sobre las exigencias del seguimiento de Cristo; al terminar dan gracias a Dios y el santo hace ha siguiente declaración: «Hermanos, esta es nuestra vida y regla y de todos los que quisieren unirse a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como habéis escuchado» Después de esto, los hermanos dejan todas has cosas, visten el mismo hábito de Francisco y viven según la forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado. Las fuentes ponen de manifiesto como tercer elemento la llegada progresiva de otros hermanos: el sacerdote Silvestre; un hombre de Asís llamado Gil; Sabbatino, Morico y Juan de Capella; Felipe... Francisco los adoctrina y los envía en misión por el mundo. Los primeros hermanos tenían facultad de recibir a otros en sus viajes apostólicos y los traían a la Porciúncula. Un cuarto elemento común en varias de las fuentes es que, en vista de que el grupo crece y se consolida, Francisco se decide a «oficializar» la Fraternidad con la aprobación del Papa. «Viendo el bienaventurado Francisco que el Señor aumentaba el número de los hermanos y los hacía crecer en méritos y que eran ya doce varones perfectísimos con un mismo sentir, dijo a los otros once el que hacía el número doce y era su jefe y padre: “Veo, hermanos, que el Señor quiere aumentar misericordiosamente nuestra congregación. Vayamos, pues, a nuestra santa madre la Iglesia de Roma y manifestemos al sumo pontífice lo que el Señor empieza a hacer por nosotros, para que de voluntad y mandato suyo prosigamos lo comenzado”» (TSoc 46,1-2). Es importante resaltar que Francisco no sale a buscar a los hermanos sino que éstos llegan, enviados por el Señor, como lo reconocerá él mismo en su Testamento: «después de que el Señor me dio hermanos...» (Test 14). Para Francisco, la sola idea de que los hermanos son un regalo de Dios le colma de gozo, como lo hacen ver has fuentes, algunas de las cuales a su vez dejan entrever que en cierto modo los estaba esperando. RESULTADOS 15
  • 16. Al concluir el análisis de los pasajes biográficos que se refieren al proceso vocacional de Francisco de Asís, conviene echar una mirada de conjunto a los seis momentos más representativos de ese proceso. a) La vocación inicial de Francisco ofrece un cuadro estupendo por ha nitidez de los pasos dados y porque presenta en su conjunto los grandes elementos que deben formar parte de un proceso vocacional. Los aspectos pintorescos y dramáticos que se encuentran en varios de los episodios no interfieren el valor paradigmático que de suyo ofrecen para un joven común y corriente; al contrario, pueden ser estímulos de un sano idealismo y, sobre todo, ilustran muy bien los pasos que se pueden dar. b) Los pasos del proceso no son necesariamente sucesivos; más aún, no siempre todos ellos son presentados por cada uno de los hagiógrafos ni con la misma progresión cronológica, pero estas diferencias no alteran el proceso como tal que, de todas maneras, conserva en su conjunto el dinamismo de los grandes momentos. Más que sucesivos, los encuentros son progresivamente simultáneos y en su conjunto presentan una inter- relación dialéctica. c) El punto inicial del proceso vocacional de Francisco está marcado por el encuentro consigo mismo. Se puede decir que tal encuentro tuvo su primera manifestación, aunque todavía de forma muy incipiente, cuando se hallaba en la cArcel de Perusa. Las incomodidades de ha cárcel, así como los sufrimientos de la enfermedad que padeció poco después, contribuyeron a que el joven hijo de Pedro de Bernardone comenzara a mirar de forma más seria su futuro. El proceso del encuentro de Francisco consigo mismo fue lento y a veces doloroso, pues supuso la ruptura con su pasado, es decir, el cambio de su proyecto personal por el proyecto de Dios. Este cambio no estuvo exento de dificultades, aunque éstas no siempre son presentadas de forma explícita por las fuentes biográficas. Lo más claro de este proceso es el esfuerzo por leer has señales que Dios le enviaba a través de sueños o visiones. El encuentro consigo mismo está caracterizado por un progresivo recogimiento interior acompañado por la oración y la meditación cada vez más frecuentes, que lo llevaron a lo que hemos llamado una «interioridad esencial», es decir, no a un simple subjetivismo egoísta, sino al encuentro con los valores fundamentales de la vida, indispensable para un verdadero discernimiento. d) Junto con el recogimiento interior se dio en Francisco el progresivo dominio de si mismo, el abandono de todo lo que juzgaba superficial y una decidida búsqueda de libertad interior, expresada de forma especial en la desapropiación de las cosas materiales. Una demostración de que el encuentro de Francisco consigo mismo fue auténtico es que no le condujo a un encerramiento individualista sino que le abrió a los demás. En su caso especifico se dio en la apertura a los pobres, haciendo de la presencia del pobre en la vida franciscana un verdadero sacramento de la presencia de Dios. En el encuentro de Francisco con los pobres se dio un proceso que supuso superar sus prejuicios que le inducían a su rechazo instintivo y que culminó en ha identificación con ellos. Este proceso le llevó a un cambio radical de su horizonte social con su decidida opción por los pobres. Uno de los valores que se ponen en evidencia durante el encuentro 16
  • 17. de Francisco con los pobres es su generosidad, con lo cual demostró su capacidad de salir de si mismo. Más allá del aspecto dramático que tiene el episodio del beso al leproso, este hecho se debe tomar como un caso emblemático de los muchos encuentros que tuvo Francisco con los leprosos, hasta el punto que se constituyó en una práctica habitual de él y de sus primeros hermanos. Se trata de una práctica que marca un esfuerzo de vencimiento de si mismo en su propio proceso vocacional. e) El encuentro con los leprosos no sólo confirma la dimensión social de la vocación de Francisco, sino que dispone su espíritu para una mejor comprensión de la persona de Cristo Crucificado. El encuentro de Francisco con el Crucificado marca teológicamente y de manera determinante su vocación, pero a su vez es una demostración de que la oración tuvo un papel de primer orden en su proceso vocacional y un signo evidente de su capacidad de obedecer a la voz de Dios. El momento culminante de la vocación de Francisco fue su encuentro con el Evangelio, que iluminó de manera definitiva su camino e hizo del Evangelio su principal referente; constituye también un punto importante para cualquier pastoral vocacional, en especial por lo que significó su contacto con ha Palabra de Dios, la disponibilidad a sus insinuaciones, la rapidez de su respuesta. El encuentro de Francisco con la Palabra de Dios es sintetizado por Buenaventura en cuatro pasos que bien valdría ha pena rescatar como propuesta metodológica para la formación inicial de los hermanos: escuchar, comprender, encomendar a la memoria, llevar a cabo. f) La consecuencia inmediata del encuentro con el Evangelio para Francisco fue la liberación de todo lo que he impedía ha transmisión del mensaje evangélico a los demás; debe ser también un punto de referencia concreto, una meta específica en cualquier proceso vocacional. El encuentro con los hermanos marca el punto final del proceso vocacional de Francisco y a la vez lo perfecciona, en cuanto le da uno de los matices que caracterizarán su carisma en la Iglesia. Francisco recibía a los nuevos hermanos como dones de Dios, motivo por el cual experimentaba una gran alegría, según el testimonio unánime de las fuentes. Esta actitud comporta la aceptación indiscriminada de todos los hermanos en su gran diversidad. El presente tema está elaborado partiendo, como base, de "EL PROCESO VOCACIONAL DE FRANCISCO DE ASÍS" de Fernando Uribe E., ofm 17