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Universidad Bolivariana
Escuela de Historia Social

Cátedra de Mundo Clásico
Profesor: Enrique Palacios Q.


                 Módulo nº1 “Primeras civilizaciones antiguas: Mesopotamia”

                                           Concepto de civilización (1)

        Etimológicamente la palabra civilización procede del latín civis, ciudadano, vocablo que alude y
designa al habitante de una ciudad, en contraposición a los pobladores de los campos, denominados rura.
Pero en el Derecho romano se amplía el nombre de ciudadano a todos los habitantes del Imperio, incluidas
las provincias, sin distinguir entre los del campo y la ciudad. No obstante esta identificación jurídica, se
diferencian por sus costumbres, grado de instrucción, honores, etc., los pobladores de ciudades y los del
campo, existiendo también matices entre los primeros, según su status social, económico, etc. Quedan
excluidos del derecho de ciudadanía los esclavos y los hombres libres sin status civitatis. Los que recibían
el derecho de ciudadanía se llamaban ciudadanos y disfrutaban de derechos públicos y del ius civile.

    La existencia del ciudadano supone, ciertamente, la de la ciudad (v.), en latín civitas. La civilitas,
equivalente a urbanddas, se interpreta como el modo de ser propio de la ciudad y de sus habitantes, con
arreglo a unas normas.

   De civilitas deriva la palabra italiana civiltá, con el mismo significado que la española civilización, pues a
pesar de los distintos significados de esta palabra, casi todos coinciden en su referencia a la ciudad.
Durante mucho tiempo, desde el s. XVII, el adjetivo civilizado era sinónimo de pulido, instruido, educado;
desde el s. XVIII, ilustrado. En este sentido se usan en francés e inglés los adjetivos poli y polished
respectivamente, derivados a su vez del griego polis (ciudad). Con un significado de sociable, urbano,
atento, se emplea en español la palabra civil, procedente del latín civilis. Significado parecido a sociabilidad,
urbanidad, tienen los términos civilidad y civismo.

     Han sido los franceses los primeros en emplear el término civilización (civilisation),' derivado del verbo
civilizar (civiliser), en el sentido de progreso material, intelectual, social, etc. Voltaire fue quien, en Le Siécle
de Louis XIV (1751), se refirió antes que nadie a una civilización de época. Condorcet, en 1787, alude a la
civilización como remedio contra la guerra, la esclavitud y la miseria. Estos y otros autores hablan de
civilización como lo más opuesto a barbarie, concepto que adquiere gran estima hasta finalizar el s. XVIIl.
Marx y Engels, en su “Manifiesto del Partido Comunista” (1848) entienden por civilización medios de
subsistencia. Ya en el s. XX, Ferdinand Tbnnies y Alfred Weber engloban bajo el término civilización todos
los medios que permiten al hombre obrar sobre la naturaleza.

     No es posible pretender dar una definición de civilización que recoja los elementos comunes contenidos
en los distintos conceptos de civilización. Los antropólogos A. L. Kroeber y Clyde Klukhohn enumeran 161
definiciones. Philip Bagby, que se ha dedicado a la antropología cultural, propone reservar el término
civilización a lo relacionado con las ciudades, en contraposición a cultura como propio del campo no
urbanizado, de modo que la civilización viene a ser una cultura superior. Es muy de tener en cuenta esta
opinión por cuanto se ha dicho anteriormente sobre el significado etimológico.

     El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define civilización como «conjunto de ideas,
creencias religiosas, ciencias, artes y costumbres que forman y caracterizan el estado social de un pueblo o
de una raza». Tal definición da idea del concepto que se quiere expresar, pero falla al referirse a lo racial.
Ciertamente, la civilización no se refiere a un individuo, sino a una colectividad, bien sea un pueblo
(civilización eslava), una nación (civilización española), un grupo religioso (civilización cristiana), un grupo
lingüístico (civilización árabe), una serie de pueblos de una determinada área geográfica (civilización
europea), pero no una raza, que es sólo el presupuesto biológico primero. No existe una civilización blanca
o amarilla, ni tampoco puede hablarse de raza europea o española, aunque con frecuencia circulen estos
términos por influencia de doctrinas racistas.

     En líneas generales puede entenderse por civilización, en un sentido amplio, la manifestación extensiva
de la actividad humana, colectivamente considerada. Para E. Weber, civilización es equivalente de cultura
material o conjunto de medios materiales y externos que utiliza el hombre. En este orden de ideas se
encuentra la mayor parte de los autores que han estudiado el fenómeno de civilización, que tienden a usar
el término cultura para aludir a las realizaciones más íntimas y vitales del progresar humano y el término
civilización para referirse a los aspectos más técnicos y exteriores. Es también frecuente considerar la
civilización como la última fase del proceso cultural, de tal modo que éste desemboca siempre en la
civilización.

    Así, todo proceso cultural desemboca en una cultura, y por relación entre culturas, nace una civilización.
Tal es el caso de la occidental, resultado de las culturas de los pueblos. occidentales, su manifestación más
externa y técnica. Hasta ahora, no es posible hablar de una civilización universal, porque no se ha llegado a
un resultado, a escala mundial, de las culturas de todos los pueblos de Oriente y Occidente. Pero la
conexión y dependencia de las civilizaciones es cada vez mayor, por influencia de los medios de
comunicación, por contactos más intensivos a nivel individual, etc.

                                            Concepto de cultura.

         El sentido que hoy día se da corrientemente a la palabra cultura guarda muy poca relación con su
etimología. Del verbo latino colere (cultivar), en el mundo romano se empleaba la palabra cultura para las
labores agrícolas, es decir, como equivalente del actual término español agricultura. Por similitud entre el
cuidado que había que tener con la tierra (roturación, siega, siembra, etc.) y con el hombre para conseguir
su formación intelectual, ya desde la Edad Moderna se comenzó a usar la palabra cultura en el aspecto
intelectual que hoy la consideramos. Y del mismo modo que se habla del cultivo de las facultades mentales,
se habla también del cultivo del espíritu, de cultura religiosa, etc., debiéndose entender por hombre culto un
hombre integralmente formado, aunque en la práctica se aplica este adjetivo a los que poseen amplios
conocimientos humanísticos. Esto ocurre, en parte, por la desvalorización que están experimentando las
palabras; desvalorización similar a la de los conceptos, y ocurre también, por un cambio de apreciación en
la jerarquía de valores.

     El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la cultura como «resultado o efecto de
cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del
hombre». En este sentido, y en contraste con el término más colectivo de civilización, la cultura se refiere
más directa y propiamente al individuo. Un concepto más amplio y distinto, pero referido también al
individuo, ha elaborado Ch. Dawson, al observar que los elementos biológicos e intelectuales cooperan en
la formación de una cultura. Teniendo en cuenta esto, define la cultura diciendo que es «un modo de vida
común, es la adaptación particular del hombre a su medio ambiente natural y a sus necesidades
económicas» (La dinámica de la Historia universal, Madrid 1961, 318). Este autor hace intervenir en la
cultura los mismos factores: genérico (población), geográfico (lugar) y económico (trabajo), que conforman
las especies animales. A estos factores hay que añadir el psicológico, propio de la especie humana, que
libera al hombre de una dependencia ciega al medio ambiente. Para Ch. Dawson, el lenguaje es elemento
fundamental de la cultura, el que distingue al hombre de los animales irracionales, el que diferencia una
cultura de otra. «El factor lingüístico es, en cierto sentido, el más importante, puesto que el lenguaje es el
medio psicológico del que se valen los restantes elementos y mediante el cual adquieren forma y
continuidad» (o. c., 319). Cuando Dawson afirma que el elemento intelectual es «el alma y el principio
formativo de la cultura» coincide con un concepto de cultura ya generalizado; pero al mismo tiempo que
considera la cultura como manifestación de la vida del espíritu, no pierde de vista la parte que tiene de
respuesta de la vida biológica a las condiciones del medio ambiente. Este aspecto es digno de tenerse en
cuenta, si se quiere elaborar un concepto amplio de cultura, aplicable a cualquier estadio de la vida del
hombre. Así ocurre con las llamadas culturas primitivas, más relacionadas con la tierra y lo social que con el
intelecto. En síntesis, Ch. Dawson llega a un concepto de cultura amplio y particularmente interesante
desde el punto de vista sociológico: «en realidad, la cultura no es ni un proceso puramente físico ni una
formación ideal. Es un conjunto vivo que tiene sus raíces en la tierra y en la vida simple e instintiva del
pastor, del pescador y del labrador no menos que en los logros superiores del artista y del filósofo; del
mismo modo que el individuo humano combina, en la unidad sustancial de su personalidad, la vida de la
nutrición y la reproducción con las actividades superiores de la razón y el intelecto» (o. c., 320). este es,
además, un concepto de cultura cualitativo y no cuantitativo. No mide tampoco la cultura por cantidad de
conocimientos, sino en razón del hombre y sus circunstancias. Tal concepto antropológico y ecológico se
aleja un tanto del ya tradicional de cultura referido casi exclusivamente a las facultades superiores del
hombre, que hace que el vulgo traduzca en términos cuantitativos lo que tan sólo son distintas
manifestaciones de cultura.

     La relación de un grupo humano con su medio ambiente y sus funciones determina el carácter de una
cultura, objeto de estudio por parte de los antropólogos y sociólogos. De ahí que, en Antropología, se hable
de cultura material, relacionando íntimamente ésta con el suelo y entendiéndola como sinónimo de
civilización. Ha sido en Alemania donde primero se ha empleado el término cultura (Kultur) como sinónimo
de civilización. No obstante, J. G. Herder considera como cultura el progreso intelectual y científico,
separado de todo contexto sociológico.

                                   Principios y elementos de la civilización.

         Si intentamos preguntarnos cuáles son las fuerzas que mueven el proceso que conduce a la cultura
y la civilización, deberemos responder en última instancia remitiendo a una sola: el espíritu humano, el
hombre en cuanto que se advierte llamado a una perfección en la que se desplieguen sus posibilidades
nativas y capacitado para dominar el ambiente o mundo que le rodea ordenándolo a sus fines espirituales.
Pero, partiendo de esa afirmación general, podemos intentar precisar algo más señalando algunas de las
dimensiones de la dinámica humana que está en la raíz del proceso civilizador.

    a) Un primer elemento que puede mencionarse es la tendencia que el hombre advierte en sí a encauzar
lo instintivo. El hombre participa de lo biológico y de lo animal, que son una fuerza presente en él, pero
conoce a la vez -y en ello estriba su espiritualidad- que esa fuerza instintiva no es criterio por sí misma, sino
que debe ser ordenada a la realización de los valores que su inteligencia le hace percibir y hacia los que
reconoce que debe orientar su decisión volitiva. La cultura aparece así como integración de la persona, que
asume y unifica todas sus fuerzas nativas en torno a una unidad espiritual.

     Desde esa perspectiva se ha dicho que una de las metas alcanzadas por la civilización es la
supeditación de la sensualidad a la razón. Supeditación que -importa advertirlo- no es aniquilación ni
destrucción, sino reconciliación armónica. Vemos así el valor y a la vez el riesgo de la civilización, si
degenera en afirmación de un intelectualismo vacío, desconocedor de la creatividad imaginativa, de la
emocionalidad, etc. La auténtica civilización surge en cambio cuando, afirmado el espíritu, se ordena según
él la totalidad del vivir con todo lo que implica de amistad, de amor, de juego, de pasionalidad, etc. Pero si
debe denunciarse un intelectualismo mal entendido, debe dejarse a la vez absolutamente claro que la
civilización depende, en su raíz más básica, de la inteligencia humana, como facultad capaz de abrir el
hombre al ser y a los valores. En la decadencia de algunas civilizaciones (romana, p. ej.), se reflejan las
consecuencias de la liberación sin control de los instintos, del mismo modo que la actual civilización
occidental en evolución se debate en una lucha entre liberalización y represión, sin haber podido encontrar
hasta el momento el equilibrio, el justo medio, que ha permitido una mayor continuidad y el asentamiento de
las civilizaciones orientales. Los valores espirituales y religiosos, contra los que reniega parte de Occidente
por influencia del materialismo ateo, por reacción contra formas de aburguesamiento del espíritu, son los
que han dado apoyo y firmeza a civilizaciones milenarias, los que han liberado internamente al individuo aun
en medio de una sociedad oprimida.

     Es obvio por otra parte que cuando una civilización en lugar de ordenar toda la vida pasional al servicio
de ideales y valores se convierte en meramente coactiva y represiva, es decir, cuando no se eleva al
hombre sino que se anula la espontaneidad individual, cuando la sociedad decae en sistema de controles
sociales que ahogan la libertad del individuo, cuando éste se convierte en objeto de enajenación mental, la
civilización en cuyo seno se producen estas circunstancias se encuentra en crisis, anuncia su propia
extinción y deja, en fin, de cumplir la esencial misión de instrumento al servicio del hombre y para el
hombre. Éste es el caso de antiguas civilizaciones, desaparecidas desde el momento en que dejaron de
prestar un servicio, y sustituidas por otras que aportaban nueva energía, valores e ideas, realizaciones, en
fin, que algunos historiadores explican por un proceso de difusión cultural (v. Ii).

     b) Otro principio que explica el proceso de la aparición y desarrollo de las civilizaciones es el esfuerzo
humano por superar la necesidad o, en términos más generales, los límites de orden material, técnico o
económico que puede experimentar. El trabajo de los individuos es uno de los fundamentos de la
civilización. Ésta surge, en parte, al intentar el hombre vencer las dificultades, dominar la naturaleza,
extender su dominio y ampliar zonas de influencia. La civilización es progreso en el trabajo, que se realiza,
por motivos humanos, para satisfacer cada vez más y mejor las necesidades de la vida. Pero conviene
subrayar que este aspecto civilizador del trabajo aparece con tanta más fuerza cuando se ha superado el
estadio primero de satisfacción de las necesidades inmediatas. Es entonces cuando el trabajo se revela en
todo su alcance de expresión de la creatividad humana, dando origen al arte (v.), a la elegancia en el
vestido (v.), al gusto por lo aparentemente inútil, etc. Hay en ello un peligro de que el hombre se pierda en lo
superfluo, denunciado por los moralistas desde siempre y modernamente por los estudios sociológicos
sobre la sociedad de consumo (v.); pero ello es sólo una desviación de algo en sí positivo: la espiritualidad
humana y su capacidad de expresión.

   La civilización puede, desde esta perspectiva, ser definida como poder sobre la Naturaleza, dominio del
medio físico ordenándolo a los valores morales que sustentan la vida del hombre. Para un estudio más
detenido de estas dimensiones.

   c) Mencionemos un tercer principio: la comunicabilidad humana. El hombre se relaciona con otros
hombres no sólo para satisfacer sus necesidades individuales, sino llevado de un deseo de comunicación.
El hombre aspira a entrar en relaciones con otros seres, a comunicar con ellos sus experiencias y
sentimientos, encuentra en el amor, en la amistad, en la mutua compenetración su realización más
completa. Y esto manifiesta de nuevo la enorme importancia que los valores espirituales tienen en el
proceso cultural. Cuando una sociedad, aunque sea muy elevado su standard técnico, decae en sociedad
de masas, carente de auténtica participación, o en sociedad represiva en la que el temor al castigo es la
condicionante más decisiva del comportamiento humano, factor de inhibición, que anula la voluntad,
enajena la mente y convierte a los individuos en instrumentos pasivos de civilización, manejados por los
dominadores, entonces el grado de civilización de estas sociedades es mínimo, aunque materialmente
hayan progresado, pues la civilización es tal sólo cuando está acompañada de la cultura espiritual, es decir,
cuando el progreso material está al servicio de la participación de todos en un auténtico vivir humano.

    5. Factores del desarrollo de las culturas. Como ya antes señalábamos al precisar el concepto de
cultura, es éste un tema muy estudiado por C. Dawson, que frente al reduccionismo propio del positivismo
ha estado constantemente preocupado por precisar cómo se integran los factores materiales y los
espirituales en el proceso del desarrollo cultural humano. Exponemos a continuación sus ideas, citando casi
por entero un resumen hecho por él mismo,

    La cultura -dice- es un sistema común de vida, una adaptación particular del hombre a su medio
ambiente y a sus necesidades económicas. Tanto en su desarrollo como en sus modificaciones se asemeja
a la evolución de las especies biológicas que se debe fundamentalmente no a un cambio de estructura, sino
a la formación de una comunidad, bien con nuevas costumbres o en un ambiente nuevo y limitado. Y así, al
igual que cada región natural tiende a poseer sus formas características de vida vegetal y animal, también
poseerá su propio tipo de sociedad humana. Ello -advierte- no significa que el hombre sea meramente una
materia plástica sometida a la acción de su medio ambiente, antes al contrario el hombre moldea su medio.
Por eso puede decirse que cuanto más inferior es una cultura, mayor pasividad manifiesta. La cultura
superior se revela mediante su dominio de la condición material en la que nace y se desarrolla,
manifestándose tan dominante y triunfal como un artista frente a la materia con que trabaja.

    Desde esa perspectiva puede decirse que son tres las fuerzas principales presupuestas, como condición
material, para la formación de una cultura humana. A saber: 1) la etnia, es decir, el factor genético; 2) el
medio ambiente, o factor geográfico; y 3) la función o la ocupación, o sea, el factor económico. Pero existe
además un cuarto elemento, el pensamiento, o factor psicológico, cuya presencia libera al hombre de su
dependencia ciega del medio ambiente, característica de todas las formas inferiores de vida. Este factor es
precisamente el que hace posible la formación de una reserva siempre creciente de tradiciones sociales, de
forma que los bienes logrados por una generación se transmiten a la siguiente y los descubrimientos o
nuevas ideas de un individuo se convierten en propiedad común de la sociedad, y es el que da origen a la
cultura. La formación de una cultura se debe a la acción recíproca de todos esos factores; es una
comunidad cuádruple, pues contiene en proporciones variables comunidades de trabajo y de pensamiento,
así como de lugar y de sangre. Cualquier tentativa de definir el desarrollo social haciendo uso de una de
ellas con exclusión de las demás, conducirá a un error de determinismo racial, geográfico o económico, o a
teorías más o menos falsas de progreso intelectual abstracto.

    Sobre esa base intenta Dawson trazar un cuadro de las líneas de desarrollo cultural. Frente a la
tendencia a limitar la cultura a tipos sociales inmutables, sostiene que es imposible negar la existencia e
importancia del progreso cultural. Pero añade que ese progreso no es, como creían los filósofos del s. XVIII,
un movimiento uniforme y continuo, común a la raza general y tan universal y necesario como las leyes de
la naturaleza, sino que es más bien una realización excepcional debida a un número de causas distintas
que actúan a menudo de forma espasmódica e irregular. Así como la civilización en sí no es un todo único,
sino la unificación o integración de un número de culturas históricas, el progreso no es más que la idea
abstracta con la que expresamos, por medio de una simplificación, los cambios múltiples y heterogéneos
sufridos por las sociedades a lo largo de la Historia.

   De ahí que, en lugar de una ley uniforme de progreso, sea necesario distinguir varios tipos principales
de evolución cultural. Dawson señala concretamente cinco:

    A) El caso simple del pueblo que crea su propio modo de vida en su medio ambiente original, sin la
intervención de factores humanos ajenos a él. Un ejemplo de ello son las «preculturas» primitivas formadas
de pueblos, de los que hemos hablado antes.

    B) El caso del pueblo que se establece en un medio ambiente geográfico nuevo para él y que, en
consecuencia, ha de adaptar su cultura a aquél. Es éste el tipo más simple de evolución cultural, pero, no
obstante, reviste gran importancia. Existe un proceso constante de pueblos de la estepa que penetran en la
zona de los bosques y viceversa, de montañeses que descienden a la llanura y de pueblos del interior que
se asoman al mar. Cuando las diferencias climáticas entre las dos regiones son realmente acusadas (como
en el caso de la invasión de la India por los pueblos de las estepas y de las mesetas del Asia central), los
resultados suelen ser sorprendentes.

    C) El caso de dos pueblos diferentes, cada uno con su propio modo de vida y organización social, que
se mezclan entre sí, usualmente como consecuencia de una conquista y, ocasionalmente, de un contacto
pacífico. En cualquier caso, el factor señalado en el caso precedente está también presente aquí, al menos
por lo que a uno de los dos pueblos se refiere. Por lo demás éste es el caso más típico e importante de las
causas de evolución cultural, ya que en él tiene lugar un proceso orgánico de fusión y evolución que
transforma tanto al pueblo como a la cultura y origina una nueva entidad cultural en un espacio de tiempo
comparativamente breve. De hecho constituye el punto de partida de todas las floraciones repentinas de
nuevas civilizaciones que nunca dejan de impresionarnos como algo maravilloso (ejemplo: el caso griego).
Si se comparan los diversos ejemplos que de ese proceso de fusión de pueblos y culturas nos ofrecen las
diferentes edades en distintas partes de la tierra, observamos siempre que el ciclo de evolución pasa a
través de las mismas fases y dura aproximadamente el mismo tiempo. Primero tiene lugar un periodo de
varios siglos de crecimiento silencioso durante el cual el pueblo vive de las tradiciones y de una cultura
anterior que, o bien es la que él mismo ha aportado, o la que ha encontrado en la tierra donde se estableció.
Después sigue un periodo de actividad cultural intensa, en el que florecen repentinamente nuevas formas
de vida originadas por la unión vital de dos pueblos y culturas diferentes, y en el que contemplamos el
despertar de las formas de la antigua cultura, fertilizada por el contacto de un pueblo nuevo, o la actividad
creadora del pueblo nuevo estimulada por el contacto con la cultura autóctona. Es un periodo de grandes
logros, de vitalidad exuberante, pero también de violentos conflictos y revueltas, de acción espasmódica y
de brillantes promesas que nunca llegan a cristalizar. Finalmente, la cultura alcanza su madurez bien por la
absorción de elementos nuevos por parte del pueblo y la cultura originales, o por la consecución de un
equilibrio permanente entre ambos pueblos, es decir, la estabilización de una nueva variante cultural.

    D) El caso del pueblo que adopta ciertos elementos de cultura material que han sido creados y
desarrollados por algún otro pueblo. Este cambio es comparativamente superficial con respecto al anterior,
pero de gran importancia para demostrar hasta qué punto es activa la acción recíproca entre las culturas.
Así, en el pasado, el empleo de los metales, la práctica de la agricultura y de la irrigación, el uso de un arma
nueva o del caballo en la guerra, son usos y técnicas que se extendieron con extraordinaria rapidez de un
extremo a otro del mundo antiguo. Más aún, tales cambios materiales trajeron consigo profundos cambios
sociales, ya que incluso, en ocasiones, alteraron todo el sistema de la organización social. En nuestra época
tenemos otros ejemplos, que van desde la adopción del caballo por los indios de las llanuras
norteamericanas y la propagación del empleo de las armas de fuego y del vestido europeo entre los pueblos
primitivos, hasta la universal difusión de la técnica industrial. Cabe observar que tales cambios externos
conducen, a menudo, no hacia el progreso, sino hacia la decadencia social. El hecho de que todo cambio
constructivo debe proceder del interior es una ley cuya realización se constata fácilmente.

    E) El caso del pueblo que modifica su modo de vida a causa de la adopción de nuevos conocimientos y
creencias, o de ciertos cambios en su interpretación de la vida y en su concepto de la realidad. Caso éste
que termina de subrayar que el proceso de la evolución cultural no es rígidamente determinativo sino que
depende del progreso intelectual y de la práctica libre de la moral. Algunos historiadores y sociólogos, de
procedencia materialista, hablan como si los productos más preciados de una cultura fueran los frutos de un
organismo social que afianza sus raíces bajo circunstancias geográficas y etnológicas particulares, como si
las grandes obras del pensamiento y del arte no fueran más que la simple reproducción, de forma más
alambicada, de los resultados de las pasadas experiencias del organismo. Ciertamente, se debe admitir que
toda condición anterior influye en las posteriores manifestaciones de una cultura y en el concepto que ésta
tiene de la vida y que, por tanto, las realizaciones culturales de- un pueblo resultan condicionadas, en mayor
o menor medida, por el pasado. Pero esto no se produce de forma mecánica. La existencia de la razón
aumenta el número de posibilidades hacia la realización del propósito originante. Un impulso ya
experimentado que actúa en un medio ambiente inédito, diferente de aquel al que se había manifestado en
un principio puede ser no una reliquia decadente, sino una piedra angular para la adquisición de fuerzas
nuevas y para la formación de una comprensión renovada de la realidad. En consecuencia, se produce una
expansión continua en el campo de la experiencia y, en virtud de la razón, lo nuevo no reemplaza
simplemente a lo antiguo, sino que se compara y combina con él. La historia de la humanidad -o más bien,
precisa Dawson, de la humanidad civilizada- muestra un proceso continuo de integración que, aunque a
veces parezca avanzar irregularmente, nunca cesa en su movimiento.

    En ese proceso -señala el historiador inglés- tiene especial relieve un factor: el religioso. La religión
implica, con especial hondura, una actitud ante la vida y una visión de la realidad; cualquier modificación
que a ese nivel se produzca trae consigo un cambio en el carácter general de la cultura, como puede
comprobarse en el caso de la transformación por el islamismo de la sociedad pagana arábiga, o en la
transformación introducida por el cristianismo en el mundo greco-romano. Desde esta perspectiva puede
decirse que el profeta y el reformador religioso -en los que aparece de forma explícita y honda una
profundización religiosa- son quizá los agentes más importantes de la evolución social, y eso aun cuando
ellos mismos sean el vehículo de una tradición antigua, en cuyo núcleo penetran con particular fuerza.

    En resumidas cuentas las grandes fases de la cultura humana están ligadas a los cambios en la visión
que el hombre tiene de la realidad. De otra parte, y teniendo presente que toda empresa civilizadora implica
en algún grado un dominio del medio circundante, puede decirse a modo de resumen que los grandes
saltos que jalonan la historia humana se dan cuando la conciencia que el hombre tiene de su ser, de la
realidad de Dios, de la relación con Él, etc., se completan con el descubrimiento de las leyes de la
naturaleza, o más bien con la posibilidad de una colaboración fructífera entre el hombre y las fuerzas de la
naturaleza. Un fenómeno de ese tipo está presente en todo movimiento cultural, aun en los más primitivos y,
de modo especial, en las culturas superiores.
Mesopotamia




Mesopotamia significa en griego "entre ríos". La región así denominada abarcaba inicialmente los territorios
comprendidos entre los ríos Tigris y Eufrates. En la actualidad comprende a Iraq y el este de Siria.
La abundancia de agua creó una gran riqueza natural, hasta el punto de que, según la Biblia, estuvo allí
localizado el Paraíso. El neolítico pronto alcanzó un gran desarrollo en Mesopotamia, con asentamientos
urbanos importantes, como Eridu o Uruk (desde el año 3.750 a.c.).
En esta ciudad comenzó, muy probablemente, un sistema complejo de escritura. La historia de
Mesopotamia es una sucesión de civilizaciones, iniciada por los sumerios (3.000 a.c. - 2.350 a.c.). Estos son
vencidos por las huestes de Sargón, rey de los acadios (Akkad), que imponen su poder hasta 1.800 a.c.
Desde ese momento conviven dos importantes culturas: los asirios (Assur), al norte, y los babilonios
(Babilonia), al sur. Cada uno evoluciona de forma diferente, pero ambos acabarán dominados por pueblos
guerreros llegados del este, los persas (Persia), medos y aqueménidas.

RELIGIÓN:
La religión en el mundo Mesopotámico domina todo y permanece más o menos inalterable hasta la
conquista musulmana.
Está basada en un principio en las fuerzas de la naturaleza que se identifican con los dioses: el dios del
agua es Enlil, el del cielo Anu y el de la tierra Enki. Estos dioses poco a poco van tomando forma, primero
con símbolos y van a acabar teniendo forma humana. Anu va a ser el dios de los dioses.
Posteriormente se van configurando nuevos dioses: la gran diosa Inanna, que más tarde se va a identificar
con Ishtar, va a ser la diosa más venerada. Es la diosa de la fertilidad y del amor. Sin será la luna y
Shamash el sol. A estos se les van a unir otros dioses que van a ser venerados sólo en algunas zonas,
como            Assur           en           Asiria          o         Marduk          en        Babilonia.
Pese a ser extremadamente importante, la religión en Mesopotamia no tiene un desarrollo artístico tan
importante como en Egipto. También creen en espíritus maléficos y demonios, creencia que sí va a influir en
el arte pues hay numerosas representaciones artísticas para espantar a estos espíritus ya que, entre otras
cosas, creían que estaban relacionados con las enfermedades. Ligado a la religión hay un mundo que en
Mesopotamia tuvo un gran auge: la magia, especialmente la relacionada con la observación de los astros, la
astrología, de la que los pueblos mesopotámicos van a tener un gran conocimiento que transmiten a otros
pueblos.
Los templos van a ser grandes complejos que se van desarrollando a través de las distintas épocas y en
ellos se da una gran burocracia. No es sólo una institución religiosa, sino también política y administrativa.
Así, en torno al recinto religioso se van a construir una serie de estancias e incluso el palacio del rey. El
monarca va a ser el que debe construir los templos. Así, el rey-sacerdote pone la primera piedra de estas
construcciones, que para los mesopotámicos era muy importante, por lo que hay muchas representaciones
de este hecho.

SOCIEDAD:
Las ciudades están aglomeradas en unas ciudades-Estado que son autónomas e independientes y que
están gobernadas por un monarca que dirige el ejército, administra la justicia y dirige los ritos religiosos
junto     a      los    sacerdotes.     Es    el    dueño      y     señor     de     todo     el   territorio.
Hay dos tipos de nobleza: la nobleza cortesana y la nobleza empleada, o bien en el ejército o en la
administración. También hay escribas, aunque no están representados como en Egipto, pero que también
están muy bien considerados y están ligados al templo. La clase urbana está formada por mercaderes y
artesanos. Por debajo se sitúan los campesinos y por último los esclavos. Esta sociedad está bien
organizada desde un principio. Prueba de ello es la legislación que hay desde muy pronto, como la de Ur-
Namu, que es la más antigua, de la época neosumeria, o el código de Hammurabi, ya de época babilónica.
Este desarrollo de los pueblos se ha podido estudiar gracias a su conocimiento de la escritura. Se conoce
desde finales del IV milenio, con los sumerios. Se trata de una escritura cuneiforme, llamada así por el
aspecto de los trazos, que es en forma de cuña. La escritura ha aparecido en tabletas de arcilla blanda y era
realizada con un buril o cálamo, con los que se van haciendo los trazos, tras lo que se cuecen las tabletas,
para que se endurezcan. Las primeras tabletas eran funcionales, escritas en ladrillos en los cimientos de los
templos, y luego ya apareció en relieves, en materiales duros, etc.
La escritura cuneiforme se conoce desde 1802 gracias a Groterfend que descifró la estela persa de
Behistun, que estaba escrita en tres lengua: persa, acadio y elamita. Se sabe de la existencia de bibliotecas,
pero        han       desaparecido.       La     más       importante        fue       la     de       Nínive.
El pueblo mesopotámico estuvo muy desarrollado y fue poseedor de gran cultura. Fueron los grandes
conocedores de la astrología: conocían planetas, movimientos, constelaciones, inventaron el horóscopo,
etc.
También tenían grandes conocimientos de medicina y cirugía, de lo que quedan notas, por ejemplo, en el
código                                             de                                             Hammurabi.
Sobresalieron en el cálculo matemático y en las operaciones mercantiles. También tenían grandes textos
relacionados con el mundo de la literatura: hay restos de poemas épicos, oraciones, textos didácticos, etc.,
pero siempre con una finalidad práctica, que era la continua exaltación del poder, un continuo carácter
político y religioso. Las artes plásticas también tenían esta finalidad, no existe la motivación estética, por
ello no se conocen nombres de artistas, ya que sólo sirven para exaltar al poder con un matiz
propagandístico.

LA ARQUITECTURA:
La producción artística, de la que hasta ahora hemos indicado las características esenciales, se expresa a
través de una serie de “géneros” o categorías sobre cuya autonomía es, evidentemente, posible formular
reservas. Pero también es verdad que el culto de las formas tradicionales, con los fenómenos de
supervivencia y arcaísmo, junto con el componente religioso y hasta mágico de los modelos, confiere a
estos últimos una función esencial. Sería un error creer que, como en el caso de otras civilizaciones, esto
sirve sobre todo para las artes figurativas. Antes bien, la tipología arquitectónica, es decir, el conjunto de
modelos (casa, templo, palacio etc.) del cual dependen las obras completas, constituye un adecuado
paralelo de la tipología escultórica, detal manera que las formas tipo de los edificios tienen valor de modelos
no menos que las estatuarias.
Por otra parte, esta convergencia que la crítica moderna sugiere entre las tipologías de la arquitectura y las
iconografías de las artes visuales (o sea las imágenes figuradas que brotan de la creatividad de escultores y
pintores) halla en Mesopotamia, (como en otras regiones del próximo oriente antiguo, en particular Egipto)
una comprobación muy considerable.
Esto se verifica especialmente en el caso de los toros alados de cabeza humana, insertados en las puertas
de los palacios para protegerlos con su fuerza mágica (carácter profiláctico); y en el de los relieves
esculpidos en las paredes de las salas, como guía ideal de los visitantes. Asistimos aquí (como para las
esfinges situadas en la entrada de los templos egipcios) a las manifestaciones de un arte que combina
elementos arquitectónicos y escultóricos al realizar sus fines determinados. En tales fines se pueden
reconocer las condiciones necesarias para entender la articulación de la tipología arquitectónica. Así, en el
culto de los dioses encontramos la premisa natural del templo, en la expresión del poder real de palacio. Ni
ciertas carencias están privadas de significado: por ejemplo, faltan los edificios para espectáculos y
deportes, ya que estas actividades van unidas ambas a la vida del palacio y del templo, sin asumir
autonomía                                                                                                   propia.
Como se ha dicho, la actividad fundamental de las gentes mesopotámicas es la construcción de templos en
honor de los dioses. Ya antes de los sumerios y después de ellos a través de la documentación no sólo
antropológica, sino también literaria, parece clara la dinámica del pensamiento mesopotámico: en el ámbito
de la ciudad-estado del sistema político con el que los sumerios se asoman a la historia, cada centro tiene
su dios, cada dios tiene su soberano que lo representa en la Tierra; y es deber primero del soberano erigir
lugar de culto, para que el dios pueda complacerse y asegura como contrapartida el gran recurso necesario
para la vida de la región, esto es: el agua fecundadora de los campos.
Una inscripción del soberano sumerio más famoso, Gudea que gobernó la ciudad de Lagash alrededor del
2000 a. C., expresa estos conceptos de forma tan evidente que conviene citarlo directamente. Habla en
primera persona el dios de la ciudad: “Cuando el fiel pastor Gudea empiece a construir mi templo real, el
agua será anunciada por un viento en el cielo: entonces la abundancia llegará a ti desde el cielo e hinchará
la tierra. Cuando se coloquen los cimientos de mi templo, entonces habrá prosperidad. Los grandes campos
te llevarán frutos, las osas y los canales se llenarán de agua para ti” “...” E la tierra de los sumerios el aceite
se producirá abundancia, la lana se pesará en gran cantidad “...”El día en que empieces a construir mi
templo, yo pondré el pie sobre los montes, allí donde habita la tempestad; desde el lugar de la tempestad,
desde los montes, desde los lugares puros, yo te mandaré la lluvia, que dará vida a la tierra”. Circunstancias
ambientales determinadas, referentes al material, condicionan la construcción de los templos.

En el área Mesopotámica, y particularmente en el sur, se construye desde la prehistoria con ladrillos de
arcilla, modelados y secados al sol. Se superponen de una forma tan compacta y maciza, que el muro
raramente aparece interrumpido por ventanas, las cuales comprometerían su solidez. Falta la columna: o
por lo menos no existe la columna con función portante, sino a veces con función ornamental. Las paredes
se articulan con frecuencia en entrantes y salientes, que mitigan la uniformidad pero no la solidez. La luz se
obtiene mediante aberturas en el techo. Las puertas de acceso tienen amplias dimensiones y constituyen la
única        interrupción       efectiva       de       la       continuidad       de      las       paredes.
Desde el punto de vista de la planta, el templo mesopotámico aparece inicialmente como único espacio
rectangular, que tiene el altar en uno de los lados cortos y la mesa de las ofrendas delante de él. El altar no
puede faltar y por ello la elevación formada por su plataforma en el lado corto de a planta es el carácter
distintivo del lugar sagrado. La entrada está a menudo en uno de los lados mayores, o en ambos por la
parte opuesta a la del altar. En la siguiente evolución del santuario (que tiene lugar ya en el periodo
prehistórico) al espacio único se añadan otros y aparece el uso del patio, generalmente en el lado más
ancho                      de                     la                      estancia                   sagrada.
 En el conjunto así ampliado se insertan las habitaciones de los sacerdotes y de los funcionarios, a veces
también las de los escribas anexos a la administración del templo y los depósitos de los productos
alimenticios. Lo completa el cinturón de murallas y de esta manera queda separado del resto del área
ciudadana, constituyendo un temenos (área sagrada). El concepto de área sagrada prevalece obre el del
lugar sagrado; y existen témenoi con más de un templo, además de con más de un palacio de soberanos
porque, como veremos, el edificio profano se integra muy pronto con el sagrado. Una distinción fundamental
que aparece desde la prehistoria, es entre templo “bajo” y templo “alto”; el primero se apoya directamente
en el suelo, el segundo se construye sobre una terraza de base.
Zigurat

La terraza de base es el punto de partida de un ulterior tipo de edificio sagrado, que será el más
característico de toda la civilización mesopotámica: el zigurat (o ziggurat) o torre del templo, construido por
una serie de terrazas superpuestas de dimensiones decrecientes hacia arriba, con un santuario en el
vértice. Un sistema de escaleras en los lados permite la ascensión piso por piso, hasta la cima.
Inmediatamente surge el recuerdo de un típico monumento egipcio, la pirámide escalonada, que aparece
más o menos al mismo tiempo: y es difícil que no haya existido influencia entre un tipo y otro Sin embargo,
es problemático establecer en qué sentido y manera tanto más que el destino de los dos monumentos es
distinto, ya que el zigurat permanece y se perfecciona en el tiempo; mientras que la pirámide escalonada
desaparece para dejar paso a la de pareces lisas.
El esquema de palacio mesopotámico no difiere (salvo en la falta de espacio sagrado del templo): un patio
alrededor del cual se disponen las habitaciones, abiertas todas a dicho patio. La comunicación con el
exterior se asegura con una puerta que se abre a la calle. Tal esquema puede multiplicarse con la
combinación de otros conjuntos con un patio en el centro: ya a principios del II milenio a. C. el palacio de
Mari se extiende sobre en área de más de dos hectáreas y media; presentando un conjunto de casi
trescientas habitaciones. Particular interés adquiere la presencia de grandes palacios de uno o más
santuarios (nosotros lo llamaremos capillas): evidentemente, la integración entre edificio civil y edifico
sagrado continúa y se desarrolla desde épocas antiguas, con un cambio de importancia que enfatiza el
carácter                                                                                                   civil.
La arquitectura funeraria, tan esencial en otras religiones y muchos pueblos vecinos presenta un desarrollo
mucho menor en Mesopotamia. Sólo en época sumeria, en la ciudad de Ur, se encuentran hipogeos de
cierta importancia.
 A la I dinastía Ur (es decir, hacia mediados del III milenio a. C.) corresponden las tumbas reales que se han
hecho famosas tanto por la cantidad de joyas que contenían, como por el sacrificio de los familiares y del
séquito que allí se encuentra testimoniado. Las tumbas están construidas por cámaras subterráneas
abovedadas, en ladrillo, a las que se accede por un amplio foso de paredes en declive, que penetra en el
terreno con ligera pendiente. Más importante arquitectónicamente, también en Ur, es la necrópolis de la III
dinastía (finales del II milenio).
A nivel del suelo sobre estas tumbas (igualmente subterráneas y abovedadas) se eleva una construcción
que tiene un aspecto de edificios con patios: puede tratarse del lugar donde se veneraban los difuntos, o en
cambio               puede              ser            su              residencia           en            vida.
Es necesario recordar la situación religiosa que es la razón del escaso desarrollo de la arquitectura
funeraria. A diferencia de otros pueblos dela antigüedad (concretamente los egipcios), los mesopotámicos
tuvieron una fe muy débil y vaga en la existencia ultraterrena. Que dicha fe no faltaba, nos lo revelan en
algunos textos que hablan de personajes de regreso de la morada de tristeza y dolor en el más allá, o de
visitas a tales personajes; pero se trata de hechos limitados y, sobre todo, a nivel de superstición popular o
de la mitología que evoca tiempos remotos. Es necesario observar, para concluir, que la arquitectura
mesopotámica, muy definida y predominante en todo el valle de los dos ríos, registra también algunas
irradiaciones más allá de sus fronteras. La estructura de los templos anatólicos (que se observa en distintos
templos de la capital, Khattusha) renueva la forma mesopotámica de las habitaciones recogidas alrededor
de uno o más patios, aunque las paredes exteriores se abren en amplias ventanas por las que entra la luz.
Otro tanto puede decirse de la región siria, donde el poder mesopotámica se difundió con gran fuerza.
En todo caso, reconocer una obra de arquitectura mesopotámica siempre es posible y a menudo bastante
simple. Toda una serie de características muy evidentes constituyen el armazón de la identificación y a su
vez su garantía: tales características se refieren al arte que surgió o se irradió de Mesopotamia, y que no se
verifican en otros lugares, ni siquiera en alguno de los mundos geográficamente vecinos un templo en
planta central con un patio a cuyo alrededor se recogen las diferentes habitaciones, con la cámara sagrada
señalada o el altar en el lado corto y por la mesa de las ofrendas delante de dicho altar, es sólo
mesopotámico. En Egipto la estructura era completamente distinta, con una sucesión de espacios desde el
exterior hasta el espacio sagrado. El material de construcción contribuye decididamente a la identificación:
los ladrillos crudos son típicamente mesopotámicos, el contraste entre ellos y la piedra egipcia es claro y lo
mismo ocurre con sus consecuencias totalmente distintas en cuanto aberturas y afluencia de luz.
Finalmente, la base del templo en las terrazas superpuestas y degradantes es un hecho tan típico de
Mesopotamia que hace rápidamente reconocible la arquitectura, y no es ciertamente el breve paréntesis
egipcio de la pirámide escalonada el que pueda alterar este estado de las cosas.

CARACTERÍSTICAS:
El arte mesopotámico tenía carácter cívico: tiene palacios, templos y servicios públicos; tales como
murallas, canales de riego, puentes, puertas y fortalezas. También combina el sistema de platabanda y
dintel con el de arco y bóveda.
Como en la región no había piedra y la madera era escasa, emplearon el ladrillo (hecho de adobe). Como el
ladrillo es un material algo frágil, los muros se fabricaban gruesos y sin apenas aberturas; de manera que la
apariencia de la edificación es maciza, pesada y monótona.
Debido a las periódicas inundaciones que eran favorables a los cultivos, los edificios solían construirse
sobre terrazas.
Las paredes se cubrían de relieves en colores siguiendo esquemas muy simples, en particular los de
repetición y simetría.
Monumentos Principales:
a) El Templo: Consiste en un gran patio amurallado que en el espacio correspondiente a uno de sus lados
menores lleva lo que va a ser su elemento más característico: el Zigurat.
El Zigurat es una torre cuadrada de varios pisos escalonados, en cuya cima está el santuario. Las caras se
orientan hacia los cuatro puntos cardinales y se sube a los diferentes niveles por medio de una rampa que
rodea los cuatro lados, o por dos escaleras simétricas que trepan por el frente o os laterales.
En su construcción se empleaban materiales muy ricos: mármol, alabastro, lapislázuli, oro y cedro.
b) El Palacio: No existe una forma prevista para el palacio. Tampoco es un edificio, sino una serie de
edificaciones prismáticas de distintos tamaños unidas entre sí por pasillos, galerías y corredores con
amplios patios intermedios y con murallas alrededor. Consistía en una sencilla construcción cuadrangular
con un patio central por el cual recibía luz y ventilación. Se alzaba sobre terrazas de ladrillo a las que se
subía por escaleras y rampas con desagües para protegerse de las inundaciones y de la humedad. Las
puertas, cuyas hojas solían ser de bronce, estaban flanqueadas por estatuas y toros alados con cabeza
humana a los que se les atribuían poderes protectores. Las paredes interiores se decoraban con pinturas al
fresco sobre enlucido de cal, o con revestimientos de ladrillos esmaltados de colores vivos y relieves.
Algunos de los palacios más importantes fueron los de Nínive,
Khorsabad y Nimrud.


Salón del trono en Nimrud

c) Las Murallas: Las ciudades estaban guardadas por gruesas murallas de paredes verticales y cortadas en
ángulos rectos, reforzadas de trecho en trecho por torres cuadradas. El paso se hacía por puertas
fortificadas. El pasaje de estas puertas era de bóveda de medio cañón, en ambos lado se colocaban las
habituales estatuas protectoras.
d) Las Tumbas: Desde el punto de vista arquitectónico, la tumba no ofrece gran interés, pues es un simple
hipogeo con bóveda de ladrillo y varias cámaras, que se manifiesta al exterior por algún pequeño
monumento sin valor artístico. En su interior se ha encontrado un ajuar funerario muy rico: cadáveres de
damas, músicos, criados, cocheros y guardias inmolados en número grande que revelan las bárbaras
costumbres fúnebres de estos pueblos.
Escultura:
En la escultura los habitantes de Mesopotamia emplearon basalto, arenisca, diorita y alabastro. También
trabajaron algunos metales como el bronce, el cobre, el oro y la plata, así como piedras preciosas en las
piezas más delicadas y en las labores de incrustación. En sus sellos cilíndricos usaron piedras de todas las
clases, como lapislázuli, jaspe, cornalina, alabastro, hematites, serpentina y esteatita. No obstante, algunas
de estas piedras escaseaban en la zona, por lo que tuvieron que importarlas. Otra importante forma de
expresión fueron los sellos cilíndricos, delicadamente grabados en piedra. La mayor perfección en esta
técnica la habrían alcanzado los acadios.
La finalidad de este tipo de arte, era social y religioso, por lo cual su finalidad era utilitaria. Su temática era el
retrato de los dioses, reyes o altos funcionarios, en cuya ejecución domina la idea de duplicación.
Respondía a las leyes de verticalidad, frontalidad y simetría, aunque no conocieron la perspectiva. Había
también estilización de las facciones, cabellos y barbas (de cabello rulo). Dentro de la escultura, se
desarrollaron tanto las estatuas como el bajorrelieve.
Estatua:
Es una réplica de la realidad, que incluye también el tamaño. Sin embargo, este realismo lleva la impronta
subjetiva del artista, que le imprime una simbología, o un significado que va mas allá de lo estrictamente
visual. La estatua es quizás, la categoría artística en la que el mundo mesopotámico se hace reconocer con
mayor evidencia: en sus concepciones en sus caracteres, en su manera de traducirse en arte. Su patrón es
el siguiente: manos unidas cruzadas sobre el pecho, cabeza afeitada y el torso desnudo o cubierto por un
manto. Su temática estaba basada en los protagonistas de ese mundo de poder y de fe del que el arte
mana y del que es expresión




Diosa del vaso manante. Caliza (1,49m).


Tableta    con  escritura        pre-cuneiforme       Mesopotamia        del      Sur,   época     de     Uruk      III
Fin            del                  IV                milenio                  antes             de                 C.
Tierra                                                                                                           cruda
Alto 7,2 cm

b) Bajorrelieve: se usaba para narrar las grandes hazañas militares, los sucesos cívicos y familiares, y los
motivos religiosos. La figura humana es representada de perfil con algunos rasgos frontales, como lo son
los ojos y el torso. Los animales son esculpidos también de perfil, y con un realismo impresionante.

a guerra entre los asirios.

Pintura y Relieve
Características de la pintura: Fue estrictamente decorativa. Se utilizó para embellecer la arquitectura.
Carece de perspectiva, y es cromáticamente pobre: sólo prevalecen el blanco, el azul y el rojo. Uso de la
técnica del temple. Se puede apreciar en mosaicos decorativos o azulejos. Los temas eran escenas de
guerras y de sacrificios rituales con mucho realismo. Se representan figuras geométricas, personas,
animales y monstruos. Se emplea en la decoración doméstica. No se representaban las sombras.

Escena de sacrificio ritual. Pintura mural, Mari.
Características del relieve: Fueron frecuentes en las plaquetas o estelas narrativas y algunas de estas
estelas tienen textos cuneiformes. Son obras detallistas y minuciosas. Refleja notable naturalismo. Se
distingue la separación de los asuntos divinos de los humanos. El rey es plasmado en escenas de guerra,
banquetes o caza; una figura aparece siempre erguida, lo que hace destacar su poderío.

Orfebrería:
La orfebrería mesopotámica constituye uno de los hallazgos más interesantes de las excavaciones de
tumbas reales y templos. El trabajo de los metales era una de las actividades artísticas más importantes en
los pueblos mesopotámicos.
Entre los valores más preciados de este tesoro se cuenta el tocado de una de las sesenta y cuatro
cortesanas enterradas en el sepulcro real, de una suntuosidad y un diseño exquisito, en el que finísimas
láminas de oro imitan hojas y pétalos de flores. Restos de vajilla labrada en oro y numerosísimas estatuillas
de cobre, uno de los metales más trabajados, así como collares y brazaletes de cornalina, lapislázuli y plata
e instrumentos musicales con piedras preciosas completaban el tesoro más antiguo del mundo oriental.
En las formas y el modelado del metal se descubre un naturalismo de cierta ingenuidad, con obsesión por el
detalle ornamental. Se hace difícil un estudio del estilo general de la orfebrería mesopotámica debido a la
gran variedad de pueblos y culturas que poblaron sucesivamente el territorio.

Notas:
1.- Basado en artículo “Civilización y cultura” escrito por Carlos R. Eguía, sobre la base del texto Dinámica
de la Historia Universal de Charles Dawson.

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Modulo Mesopotamia

  • 1. Universidad Bolivariana Escuela de Historia Social Cátedra de Mundo Clásico Profesor: Enrique Palacios Q. Módulo nº1 “Primeras civilizaciones antiguas: Mesopotamia” Concepto de civilización (1) Etimológicamente la palabra civilización procede del latín civis, ciudadano, vocablo que alude y designa al habitante de una ciudad, en contraposición a los pobladores de los campos, denominados rura. Pero en el Derecho romano se amplía el nombre de ciudadano a todos los habitantes del Imperio, incluidas las provincias, sin distinguir entre los del campo y la ciudad. No obstante esta identificación jurídica, se diferencian por sus costumbres, grado de instrucción, honores, etc., los pobladores de ciudades y los del campo, existiendo también matices entre los primeros, según su status social, económico, etc. Quedan excluidos del derecho de ciudadanía los esclavos y los hombres libres sin status civitatis. Los que recibían el derecho de ciudadanía se llamaban ciudadanos y disfrutaban de derechos públicos y del ius civile. La existencia del ciudadano supone, ciertamente, la de la ciudad (v.), en latín civitas. La civilitas, equivalente a urbanddas, se interpreta como el modo de ser propio de la ciudad y de sus habitantes, con arreglo a unas normas. De civilitas deriva la palabra italiana civiltá, con el mismo significado que la española civilización, pues a pesar de los distintos significados de esta palabra, casi todos coinciden en su referencia a la ciudad. Durante mucho tiempo, desde el s. XVII, el adjetivo civilizado era sinónimo de pulido, instruido, educado; desde el s. XVIII, ilustrado. En este sentido se usan en francés e inglés los adjetivos poli y polished respectivamente, derivados a su vez del griego polis (ciudad). Con un significado de sociable, urbano, atento, se emplea en español la palabra civil, procedente del latín civilis. Significado parecido a sociabilidad, urbanidad, tienen los términos civilidad y civismo. Han sido los franceses los primeros en emplear el término civilización (civilisation),' derivado del verbo civilizar (civiliser), en el sentido de progreso material, intelectual, social, etc. Voltaire fue quien, en Le Siécle de Louis XIV (1751), se refirió antes que nadie a una civilización de época. Condorcet, en 1787, alude a la civilización como remedio contra la guerra, la esclavitud y la miseria. Estos y otros autores hablan de civilización como lo más opuesto a barbarie, concepto que adquiere gran estima hasta finalizar el s. XVIIl. Marx y Engels, en su “Manifiesto del Partido Comunista” (1848) entienden por civilización medios de subsistencia. Ya en el s. XX, Ferdinand Tbnnies y Alfred Weber engloban bajo el término civilización todos los medios que permiten al hombre obrar sobre la naturaleza. No es posible pretender dar una definición de civilización que recoja los elementos comunes contenidos en los distintos conceptos de civilización. Los antropólogos A. L. Kroeber y Clyde Klukhohn enumeran 161 definiciones. Philip Bagby, que se ha dedicado a la antropología cultural, propone reservar el término civilización a lo relacionado con las ciudades, en contraposición a cultura como propio del campo no urbanizado, de modo que la civilización viene a ser una cultura superior. Es muy de tener en cuenta esta opinión por cuanto se ha dicho anteriormente sobre el significado etimológico. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define civilización como «conjunto de ideas, creencias religiosas, ciencias, artes y costumbres que forman y caracterizan el estado social de un pueblo o de una raza». Tal definición da idea del concepto que se quiere expresar, pero falla al referirse a lo racial. Ciertamente, la civilización no se refiere a un individuo, sino a una colectividad, bien sea un pueblo (civilización eslava), una nación (civilización española), un grupo religioso (civilización cristiana), un grupo lingüístico (civilización árabe), una serie de pueblos de una determinada área geográfica (civilización europea), pero no una raza, que es sólo el presupuesto biológico primero. No existe una civilización blanca
  • 2. o amarilla, ni tampoco puede hablarse de raza europea o española, aunque con frecuencia circulen estos términos por influencia de doctrinas racistas. En líneas generales puede entenderse por civilización, en un sentido amplio, la manifestación extensiva de la actividad humana, colectivamente considerada. Para E. Weber, civilización es equivalente de cultura material o conjunto de medios materiales y externos que utiliza el hombre. En este orden de ideas se encuentra la mayor parte de los autores que han estudiado el fenómeno de civilización, que tienden a usar el término cultura para aludir a las realizaciones más íntimas y vitales del progresar humano y el término civilización para referirse a los aspectos más técnicos y exteriores. Es también frecuente considerar la civilización como la última fase del proceso cultural, de tal modo que éste desemboca siempre en la civilización. Así, todo proceso cultural desemboca en una cultura, y por relación entre culturas, nace una civilización. Tal es el caso de la occidental, resultado de las culturas de los pueblos. occidentales, su manifestación más externa y técnica. Hasta ahora, no es posible hablar de una civilización universal, porque no se ha llegado a un resultado, a escala mundial, de las culturas de todos los pueblos de Oriente y Occidente. Pero la conexión y dependencia de las civilizaciones es cada vez mayor, por influencia de los medios de comunicación, por contactos más intensivos a nivel individual, etc. Concepto de cultura. El sentido que hoy día se da corrientemente a la palabra cultura guarda muy poca relación con su etimología. Del verbo latino colere (cultivar), en el mundo romano se empleaba la palabra cultura para las labores agrícolas, es decir, como equivalente del actual término español agricultura. Por similitud entre el cuidado que había que tener con la tierra (roturación, siega, siembra, etc.) y con el hombre para conseguir su formación intelectual, ya desde la Edad Moderna se comenzó a usar la palabra cultura en el aspecto intelectual que hoy la consideramos. Y del mismo modo que se habla del cultivo de las facultades mentales, se habla también del cultivo del espíritu, de cultura religiosa, etc., debiéndose entender por hombre culto un hombre integralmente formado, aunque en la práctica se aplica este adjetivo a los que poseen amplios conocimientos humanísticos. Esto ocurre, en parte, por la desvalorización que están experimentando las palabras; desvalorización similar a la de los conceptos, y ocurre también, por un cambio de apreciación en la jerarquía de valores. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la cultura como «resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del hombre». En este sentido, y en contraste con el término más colectivo de civilización, la cultura se refiere más directa y propiamente al individuo. Un concepto más amplio y distinto, pero referido también al individuo, ha elaborado Ch. Dawson, al observar que los elementos biológicos e intelectuales cooperan en la formación de una cultura. Teniendo en cuenta esto, define la cultura diciendo que es «un modo de vida común, es la adaptación particular del hombre a su medio ambiente natural y a sus necesidades económicas» (La dinámica de la Historia universal, Madrid 1961, 318). Este autor hace intervenir en la cultura los mismos factores: genérico (población), geográfico (lugar) y económico (trabajo), que conforman las especies animales. A estos factores hay que añadir el psicológico, propio de la especie humana, que libera al hombre de una dependencia ciega al medio ambiente. Para Ch. Dawson, el lenguaje es elemento fundamental de la cultura, el que distingue al hombre de los animales irracionales, el que diferencia una cultura de otra. «El factor lingüístico es, en cierto sentido, el más importante, puesto que el lenguaje es el medio psicológico del que se valen los restantes elementos y mediante el cual adquieren forma y continuidad» (o. c., 319). Cuando Dawson afirma que el elemento intelectual es «el alma y el principio formativo de la cultura» coincide con un concepto de cultura ya generalizado; pero al mismo tiempo que considera la cultura como manifestación de la vida del espíritu, no pierde de vista la parte que tiene de respuesta de la vida biológica a las condiciones del medio ambiente. Este aspecto es digno de tenerse en cuenta, si se quiere elaborar un concepto amplio de cultura, aplicable a cualquier estadio de la vida del hombre. Así ocurre con las llamadas culturas primitivas, más relacionadas con la tierra y lo social que con el intelecto. En síntesis, Ch. Dawson llega a un concepto de cultura amplio y particularmente interesante desde el punto de vista sociológico: «en realidad, la cultura no es ni un proceso puramente físico ni una formación ideal. Es un conjunto vivo que tiene sus raíces en la tierra y en la vida simple e instintiva del pastor, del pescador y del labrador no menos que en los logros superiores del artista y del filósofo; del mismo modo que el individuo humano combina, en la unidad sustancial de su personalidad, la vida de la nutrición y la reproducción con las actividades superiores de la razón y el intelecto» (o. c., 320). este es, además, un concepto de cultura cualitativo y no cuantitativo. No mide tampoco la cultura por cantidad de
  • 3. conocimientos, sino en razón del hombre y sus circunstancias. Tal concepto antropológico y ecológico se aleja un tanto del ya tradicional de cultura referido casi exclusivamente a las facultades superiores del hombre, que hace que el vulgo traduzca en términos cuantitativos lo que tan sólo son distintas manifestaciones de cultura. La relación de un grupo humano con su medio ambiente y sus funciones determina el carácter de una cultura, objeto de estudio por parte de los antropólogos y sociólogos. De ahí que, en Antropología, se hable de cultura material, relacionando íntimamente ésta con el suelo y entendiéndola como sinónimo de civilización. Ha sido en Alemania donde primero se ha empleado el término cultura (Kultur) como sinónimo de civilización. No obstante, J. G. Herder considera como cultura el progreso intelectual y científico, separado de todo contexto sociológico. Principios y elementos de la civilización. Si intentamos preguntarnos cuáles son las fuerzas que mueven el proceso que conduce a la cultura y la civilización, deberemos responder en última instancia remitiendo a una sola: el espíritu humano, el hombre en cuanto que se advierte llamado a una perfección en la que se desplieguen sus posibilidades nativas y capacitado para dominar el ambiente o mundo que le rodea ordenándolo a sus fines espirituales. Pero, partiendo de esa afirmación general, podemos intentar precisar algo más señalando algunas de las dimensiones de la dinámica humana que está en la raíz del proceso civilizador. a) Un primer elemento que puede mencionarse es la tendencia que el hombre advierte en sí a encauzar lo instintivo. El hombre participa de lo biológico y de lo animal, que son una fuerza presente en él, pero conoce a la vez -y en ello estriba su espiritualidad- que esa fuerza instintiva no es criterio por sí misma, sino que debe ser ordenada a la realización de los valores que su inteligencia le hace percibir y hacia los que reconoce que debe orientar su decisión volitiva. La cultura aparece así como integración de la persona, que asume y unifica todas sus fuerzas nativas en torno a una unidad espiritual. Desde esa perspectiva se ha dicho que una de las metas alcanzadas por la civilización es la supeditación de la sensualidad a la razón. Supeditación que -importa advertirlo- no es aniquilación ni destrucción, sino reconciliación armónica. Vemos así el valor y a la vez el riesgo de la civilización, si degenera en afirmación de un intelectualismo vacío, desconocedor de la creatividad imaginativa, de la emocionalidad, etc. La auténtica civilización surge en cambio cuando, afirmado el espíritu, se ordena según él la totalidad del vivir con todo lo que implica de amistad, de amor, de juego, de pasionalidad, etc. Pero si debe denunciarse un intelectualismo mal entendido, debe dejarse a la vez absolutamente claro que la civilización depende, en su raíz más básica, de la inteligencia humana, como facultad capaz de abrir el hombre al ser y a los valores. En la decadencia de algunas civilizaciones (romana, p. ej.), se reflejan las consecuencias de la liberación sin control de los instintos, del mismo modo que la actual civilización occidental en evolución se debate en una lucha entre liberalización y represión, sin haber podido encontrar hasta el momento el equilibrio, el justo medio, que ha permitido una mayor continuidad y el asentamiento de las civilizaciones orientales. Los valores espirituales y religiosos, contra los que reniega parte de Occidente por influencia del materialismo ateo, por reacción contra formas de aburguesamiento del espíritu, son los que han dado apoyo y firmeza a civilizaciones milenarias, los que han liberado internamente al individuo aun en medio de una sociedad oprimida. Es obvio por otra parte que cuando una civilización en lugar de ordenar toda la vida pasional al servicio de ideales y valores se convierte en meramente coactiva y represiva, es decir, cuando no se eleva al hombre sino que se anula la espontaneidad individual, cuando la sociedad decae en sistema de controles sociales que ahogan la libertad del individuo, cuando éste se convierte en objeto de enajenación mental, la civilización en cuyo seno se producen estas circunstancias se encuentra en crisis, anuncia su propia extinción y deja, en fin, de cumplir la esencial misión de instrumento al servicio del hombre y para el hombre. Éste es el caso de antiguas civilizaciones, desaparecidas desde el momento en que dejaron de prestar un servicio, y sustituidas por otras que aportaban nueva energía, valores e ideas, realizaciones, en fin, que algunos historiadores explican por un proceso de difusión cultural (v. Ii). b) Otro principio que explica el proceso de la aparición y desarrollo de las civilizaciones es el esfuerzo humano por superar la necesidad o, en términos más generales, los límites de orden material, técnico o económico que puede experimentar. El trabajo de los individuos es uno de los fundamentos de la civilización. Ésta surge, en parte, al intentar el hombre vencer las dificultades, dominar la naturaleza, extender su dominio y ampliar zonas de influencia. La civilización es progreso en el trabajo, que se realiza,
  • 4. por motivos humanos, para satisfacer cada vez más y mejor las necesidades de la vida. Pero conviene subrayar que este aspecto civilizador del trabajo aparece con tanta más fuerza cuando se ha superado el estadio primero de satisfacción de las necesidades inmediatas. Es entonces cuando el trabajo se revela en todo su alcance de expresión de la creatividad humana, dando origen al arte (v.), a la elegancia en el vestido (v.), al gusto por lo aparentemente inútil, etc. Hay en ello un peligro de que el hombre se pierda en lo superfluo, denunciado por los moralistas desde siempre y modernamente por los estudios sociológicos sobre la sociedad de consumo (v.); pero ello es sólo una desviación de algo en sí positivo: la espiritualidad humana y su capacidad de expresión. La civilización puede, desde esta perspectiva, ser definida como poder sobre la Naturaleza, dominio del medio físico ordenándolo a los valores morales que sustentan la vida del hombre. Para un estudio más detenido de estas dimensiones. c) Mencionemos un tercer principio: la comunicabilidad humana. El hombre se relaciona con otros hombres no sólo para satisfacer sus necesidades individuales, sino llevado de un deseo de comunicación. El hombre aspira a entrar en relaciones con otros seres, a comunicar con ellos sus experiencias y sentimientos, encuentra en el amor, en la amistad, en la mutua compenetración su realización más completa. Y esto manifiesta de nuevo la enorme importancia que los valores espirituales tienen en el proceso cultural. Cuando una sociedad, aunque sea muy elevado su standard técnico, decae en sociedad de masas, carente de auténtica participación, o en sociedad represiva en la que el temor al castigo es la condicionante más decisiva del comportamiento humano, factor de inhibición, que anula la voluntad, enajena la mente y convierte a los individuos en instrumentos pasivos de civilización, manejados por los dominadores, entonces el grado de civilización de estas sociedades es mínimo, aunque materialmente hayan progresado, pues la civilización es tal sólo cuando está acompañada de la cultura espiritual, es decir, cuando el progreso material está al servicio de la participación de todos en un auténtico vivir humano. 5. Factores del desarrollo de las culturas. Como ya antes señalábamos al precisar el concepto de cultura, es éste un tema muy estudiado por C. Dawson, que frente al reduccionismo propio del positivismo ha estado constantemente preocupado por precisar cómo se integran los factores materiales y los espirituales en el proceso del desarrollo cultural humano. Exponemos a continuación sus ideas, citando casi por entero un resumen hecho por él mismo, La cultura -dice- es un sistema común de vida, una adaptación particular del hombre a su medio ambiente y a sus necesidades económicas. Tanto en su desarrollo como en sus modificaciones se asemeja a la evolución de las especies biológicas que se debe fundamentalmente no a un cambio de estructura, sino a la formación de una comunidad, bien con nuevas costumbres o en un ambiente nuevo y limitado. Y así, al igual que cada región natural tiende a poseer sus formas características de vida vegetal y animal, también poseerá su propio tipo de sociedad humana. Ello -advierte- no significa que el hombre sea meramente una materia plástica sometida a la acción de su medio ambiente, antes al contrario el hombre moldea su medio. Por eso puede decirse que cuanto más inferior es una cultura, mayor pasividad manifiesta. La cultura superior se revela mediante su dominio de la condición material en la que nace y se desarrolla, manifestándose tan dominante y triunfal como un artista frente a la materia con que trabaja. Desde esa perspectiva puede decirse que son tres las fuerzas principales presupuestas, como condición material, para la formación de una cultura humana. A saber: 1) la etnia, es decir, el factor genético; 2) el medio ambiente, o factor geográfico; y 3) la función o la ocupación, o sea, el factor económico. Pero existe además un cuarto elemento, el pensamiento, o factor psicológico, cuya presencia libera al hombre de su dependencia ciega del medio ambiente, característica de todas las formas inferiores de vida. Este factor es precisamente el que hace posible la formación de una reserva siempre creciente de tradiciones sociales, de forma que los bienes logrados por una generación se transmiten a la siguiente y los descubrimientos o nuevas ideas de un individuo se convierten en propiedad común de la sociedad, y es el que da origen a la cultura. La formación de una cultura se debe a la acción recíproca de todos esos factores; es una comunidad cuádruple, pues contiene en proporciones variables comunidades de trabajo y de pensamiento, así como de lugar y de sangre. Cualquier tentativa de definir el desarrollo social haciendo uso de una de ellas con exclusión de las demás, conducirá a un error de determinismo racial, geográfico o económico, o a teorías más o menos falsas de progreso intelectual abstracto. Sobre esa base intenta Dawson trazar un cuadro de las líneas de desarrollo cultural. Frente a la tendencia a limitar la cultura a tipos sociales inmutables, sostiene que es imposible negar la existencia e importancia del progreso cultural. Pero añade que ese progreso no es, como creían los filósofos del s. XVIII,
  • 5. un movimiento uniforme y continuo, común a la raza general y tan universal y necesario como las leyes de la naturaleza, sino que es más bien una realización excepcional debida a un número de causas distintas que actúan a menudo de forma espasmódica e irregular. Así como la civilización en sí no es un todo único, sino la unificación o integración de un número de culturas históricas, el progreso no es más que la idea abstracta con la que expresamos, por medio de una simplificación, los cambios múltiples y heterogéneos sufridos por las sociedades a lo largo de la Historia. De ahí que, en lugar de una ley uniforme de progreso, sea necesario distinguir varios tipos principales de evolución cultural. Dawson señala concretamente cinco: A) El caso simple del pueblo que crea su propio modo de vida en su medio ambiente original, sin la intervención de factores humanos ajenos a él. Un ejemplo de ello son las «preculturas» primitivas formadas de pueblos, de los que hemos hablado antes. B) El caso del pueblo que se establece en un medio ambiente geográfico nuevo para él y que, en consecuencia, ha de adaptar su cultura a aquél. Es éste el tipo más simple de evolución cultural, pero, no obstante, reviste gran importancia. Existe un proceso constante de pueblos de la estepa que penetran en la zona de los bosques y viceversa, de montañeses que descienden a la llanura y de pueblos del interior que se asoman al mar. Cuando las diferencias climáticas entre las dos regiones son realmente acusadas (como en el caso de la invasión de la India por los pueblos de las estepas y de las mesetas del Asia central), los resultados suelen ser sorprendentes. C) El caso de dos pueblos diferentes, cada uno con su propio modo de vida y organización social, que se mezclan entre sí, usualmente como consecuencia de una conquista y, ocasionalmente, de un contacto pacífico. En cualquier caso, el factor señalado en el caso precedente está también presente aquí, al menos por lo que a uno de los dos pueblos se refiere. Por lo demás éste es el caso más típico e importante de las causas de evolución cultural, ya que en él tiene lugar un proceso orgánico de fusión y evolución que transforma tanto al pueblo como a la cultura y origina una nueva entidad cultural en un espacio de tiempo comparativamente breve. De hecho constituye el punto de partida de todas las floraciones repentinas de nuevas civilizaciones que nunca dejan de impresionarnos como algo maravilloso (ejemplo: el caso griego). Si se comparan los diversos ejemplos que de ese proceso de fusión de pueblos y culturas nos ofrecen las diferentes edades en distintas partes de la tierra, observamos siempre que el ciclo de evolución pasa a través de las mismas fases y dura aproximadamente el mismo tiempo. Primero tiene lugar un periodo de varios siglos de crecimiento silencioso durante el cual el pueblo vive de las tradiciones y de una cultura anterior que, o bien es la que él mismo ha aportado, o la que ha encontrado en la tierra donde se estableció. Después sigue un periodo de actividad cultural intensa, en el que florecen repentinamente nuevas formas de vida originadas por la unión vital de dos pueblos y culturas diferentes, y en el que contemplamos el despertar de las formas de la antigua cultura, fertilizada por el contacto de un pueblo nuevo, o la actividad creadora del pueblo nuevo estimulada por el contacto con la cultura autóctona. Es un periodo de grandes logros, de vitalidad exuberante, pero también de violentos conflictos y revueltas, de acción espasmódica y de brillantes promesas que nunca llegan a cristalizar. Finalmente, la cultura alcanza su madurez bien por la absorción de elementos nuevos por parte del pueblo y la cultura originales, o por la consecución de un equilibrio permanente entre ambos pueblos, es decir, la estabilización de una nueva variante cultural. D) El caso del pueblo que adopta ciertos elementos de cultura material que han sido creados y desarrollados por algún otro pueblo. Este cambio es comparativamente superficial con respecto al anterior, pero de gran importancia para demostrar hasta qué punto es activa la acción recíproca entre las culturas. Así, en el pasado, el empleo de los metales, la práctica de la agricultura y de la irrigación, el uso de un arma nueva o del caballo en la guerra, son usos y técnicas que se extendieron con extraordinaria rapidez de un extremo a otro del mundo antiguo. Más aún, tales cambios materiales trajeron consigo profundos cambios sociales, ya que incluso, en ocasiones, alteraron todo el sistema de la organización social. En nuestra época tenemos otros ejemplos, que van desde la adopción del caballo por los indios de las llanuras norteamericanas y la propagación del empleo de las armas de fuego y del vestido europeo entre los pueblos primitivos, hasta la universal difusión de la técnica industrial. Cabe observar que tales cambios externos conducen, a menudo, no hacia el progreso, sino hacia la decadencia social. El hecho de que todo cambio constructivo debe proceder del interior es una ley cuya realización se constata fácilmente. E) El caso del pueblo que modifica su modo de vida a causa de la adopción de nuevos conocimientos y creencias, o de ciertos cambios en su interpretación de la vida y en su concepto de la realidad. Caso éste que termina de subrayar que el proceso de la evolución cultural no es rígidamente determinativo sino que
  • 6. depende del progreso intelectual y de la práctica libre de la moral. Algunos historiadores y sociólogos, de procedencia materialista, hablan como si los productos más preciados de una cultura fueran los frutos de un organismo social que afianza sus raíces bajo circunstancias geográficas y etnológicas particulares, como si las grandes obras del pensamiento y del arte no fueran más que la simple reproducción, de forma más alambicada, de los resultados de las pasadas experiencias del organismo. Ciertamente, se debe admitir que toda condición anterior influye en las posteriores manifestaciones de una cultura y en el concepto que ésta tiene de la vida y que, por tanto, las realizaciones culturales de- un pueblo resultan condicionadas, en mayor o menor medida, por el pasado. Pero esto no se produce de forma mecánica. La existencia de la razón aumenta el número de posibilidades hacia la realización del propósito originante. Un impulso ya experimentado que actúa en un medio ambiente inédito, diferente de aquel al que se había manifestado en un principio puede ser no una reliquia decadente, sino una piedra angular para la adquisición de fuerzas nuevas y para la formación de una comprensión renovada de la realidad. En consecuencia, se produce una expansión continua en el campo de la experiencia y, en virtud de la razón, lo nuevo no reemplaza simplemente a lo antiguo, sino que se compara y combina con él. La historia de la humanidad -o más bien, precisa Dawson, de la humanidad civilizada- muestra un proceso continuo de integración que, aunque a veces parezca avanzar irregularmente, nunca cesa en su movimiento. En ese proceso -señala el historiador inglés- tiene especial relieve un factor: el religioso. La religión implica, con especial hondura, una actitud ante la vida y una visión de la realidad; cualquier modificación que a ese nivel se produzca trae consigo un cambio en el carácter general de la cultura, como puede comprobarse en el caso de la transformación por el islamismo de la sociedad pagana arábiga, o en la transformación introducida por el cristianismo en el mundo greco-romano. Desde esta perspectiva puede decirse que el profeta y el reformador religioso -en los que aparece de forma explícita y honda una profundización religiosa- son quizá los agentes más importantes de la evolución social, y eso aun cuando ellos mismos sean el vehículo de una tradición antigua, en cuyo núcleo penetran con particular fuerza. En resumidas cuentas las grandes fases de la cultura humana están ligadas a los cambios en la visión que el hombre tiene de la realidad. De otra parte, y teniendo presente que toda empresa civilizadora implica en algún grado un dominio del medio circundante, puede decirse a modo de resumen que los grandes saltos que jalonan la historia humana se dan cuando la conciencia que el hombre tiene de su ser, de la realidad de Dios, de la relación con Él, etc., se completan con el descubrimiento de las leyes de la naturaleza, o más bien con la posibilidad de una colaboración fructífera entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza. Un fenómeno de ese tipo está presente en todo movimiento cultural, aun en los más primitivos y, de modo especial, en las culturas superiores.
  • 7. Mesopotamia Mesopotamia significa en griego "entre ríos". La región así denominada abarcaba inicialmente los territorios comprendidos entre los ríos Tigris y Eufrates. En la actualidad comprende a Iraq y el este de Siria. La abundancia de agua creó una gran riqueza natural, hasta el punto de que, según la Biblia, estuvo allí localizado el Paraíso. El neolítico pronto alcanzó un gran desarrollo en Mesopotamia, con asentamientos urbanos importantes, como Eridu o Uruk (desde el año 3.750 a.c.). En esta ciudad comenzó, muy probablemente, un sistema complejo de escritura. La historia de Mesopotamia es una sucesión de civilizaciones, iniciada por los sumerios (3.000 a.c. - 2.350 a.c.). Estos son vencidos por las huestes de Sargón, rey de los acadios (Akkad), que imponen su poder hasta 1.800 a.c. Desde ese momento conviven dos importantes culturas: los asirios (Assur), al norte, y los babilonios (Babilonia), al sur. Cada uno evoluciona de forma diferente, pero ambos acabarán dominados por pueblos guerreros llegados del este, los persas (Persia), medos y aqueménidas. RELIGIÓN: La religión en el mundo Mesopotámico domina todo y permanece más o menos inalterable hasta la conquista musulmana. Está basada en un principio en las fuerzas de la naturaleza que se identifican con los dioses: el dios del agua es Enlil, el del cielo Anu y el de la tierra Enki. Estos dioses poco a poco van tomando forma, primero con símbolos y van a acabar teniendo forma humana. Anu va a ser el dios de los dioses. Posteriormente se van configurando nuevos dioses: la gran diosa Inanna, que más tarde se va a identificar con Ishtar, va a ser la diosa más venerada. Es la diosa de la fertilidad y del amor. Sin será la luna y Shamash el sol. A estos se les van a unir otros dioses que van a ser venerados sólo en algunas zonas, como Assur en Asiria o Marduk en Babilonia. Pese a ser extremadamente importante, la religión en Mesopotamia no tiene un desarrollo artístico tan importante como en Egipto. También creen en espíritus maléficos y demonios, creencia que sí va a influir en
  • 8. el arte pues hay numerosas representaciones artísticas para espantar a estos espíritus ya que, entre otras cosas, creían que estaban relacionados con las enfermedades. Ligado a la religión hay un mundo que en Mesopotamia tuvo un gran auge: la magia, especialmente la relacionada con la observación de los astros, la astrología, de la que los pueblos mesopotámicos van a tener un gran conocimiento que transmiten a otros pueblos. Los templos van a ser grandes complejos que se van desarrollando a través de las distintas épocas y en ellos se da una gran burocracia. No es sólo una institución religiosa, sino también política y administrativa. Así, en torno al recinto religioso se van a construir una serie de estancias e incluso el palacio del rey. El monarca va a ser el que debe construir los templos. Así, el rey-sacerdote pone la primera piedra de estas construcciones, que para los mesopotámicos era muy importante, por lo que hay muchas representaciones de este hecho. SOCIEDAD: Las ciudades están aglomeradas en unas ciudades-Estado que son autónomas e independientes y que están gobernadas por un monarca que dirige el ejército, administra la justicia y dirige los ritos religiosos junto a los sacerdotes. Es el dueño y señor de todo el territorio. Hay dos tipos de nobleza: la nobleza cortesana y la nobleza empleada, o bien en el ejército o en la administración. También hay escribas, aunque no están representados como en Egipto, pero que también están muy bien considerados y están ligados al templo. La clase urbana está formada por mercaderes y artesanos. Por debajo se sitúan los campesinos y por último los esclavos. Esta sociedad está bien organizada desde un principio. Prueba de ello es la legislación que hay desde muy pronto, como la de Ur- Namu, que es la más antigua, de la época neosumeria, o el código de Hammurabi, ya de época babilónica. Este desarrollo de los pueblos se ha podido estudiar gracias a su conocimiento de la escritura. Se conoce desde finales del IV milenio, con los sumerios. Se trata de una escritura cuneiforme, llamada así por el aspecto de los trazos, que es en forma de cuña. La escritura ha aparecido en tabletas de arcilla blanda y era realizada con un buril o cálamo, con los que se van haciendo los trazos, tras lo que se cuecen las tabletas, para que se endurezcan. Las primeras tabletas eran funcionales, escritas en ladrillos en los cimientos de los templos, y luego ya apareció en relieves, en materiales duros, etc. La escritura cuneiforme se conoce desde 1802 gracias a Groterfend que descifró la estela persa de Behistun, que estaba escrita en tres lengua: persa, acadio y elamita. Se sabe de la existencia de bibliotecas, pero han desaparecido. La más importante fue la de Nínive. El pueblo mesopotámico estuvo muy desarrollado y fue poseedor de gran cultura. Fueron los grandes conocedores de la astrología: conocían planetas, movimientos, constelaciones, inventaron el horóscopo, etc. También tenían grandes conocimientos de medicina y cirugía, de lo que quedan notas, por ejemplo, en el código de Hammurabi. Sobresalieron en el cálculo matemático y en las operaciones mercantiles. También tenían grandes textos relacionados con el mundo de la literatura: hay restos de poemas épicos, oraciones, textos didácticos, etc., pero siempre con una finalidad práctica, que era la continua exaltación del poder, un continuo carácter político y religioso. Las artes plásticas también tenían esta finalidad, no existe la motivación estética, por ello no se conocen nombres de artistas, ya que sólo sirven para exaltar al poder con un matiz propagandístico. LA ARQUITECTURA: La producción artística, de la que hasta ahora hemos indicado las características esenciales, se expresa a través de una serie de “géneros” o categorías sobre cuya autonomía es, evidentemente, posible formular reservas. Pero también es verdad que el culto de las formas tradicionales, con los fenómenos de supervivencia y arcaísmo, junto con el componente religioso y hasta mágico de los modelos, confiere a estos últimos una función esencial. Sería un error creer que, como en el caso de otras civilizaciones, esto sirve sobre todo para las artes figurativas. Antes bien, la tipología arquitectónica, es decir, el conjunto de modelos (casa, templo, palacio etc.) del cual dependen las obras completas, constituye un adecuado paralelo de la tipología escultórica, detal manera que las formas tipo de los edificios tienen valor de modelos no menos que las estatuarias. Por otra parte, esta convergencia que la crítica moderna sugiere entre las tipologías de la arquitectura y las iconografías de las artes visuales (o sea las imágenes figuradas que brotan de la creatividad de escultores y pintores) halla en Mesopotamia, (como en otras regiones del próximo oriente antiguo, en particular Egipto) una comprobación muy considerable. Esto se verifica especialmente en el caso de los toros alados de cabeza humana, insertados en las puertas de los palacios para protegerlos con su fuerza mágica (carácter profiláctico); y en el de los relieves esculpidos en las paredes de las salas, como guía ideal de los visitantes. Asistimos aquí (como para las
  • 9. esfinges situadas en la entrada de los templos egipcios) a las manifestaciones de un arte que combina elementos arquitectónicos y escultóricos al realizar sus fines determinados. En tales fines se pueden reconocer las condiciones necesarias para entender la articulación de la tipología arquitectónica. Así, en el culto de los dioses encontramos la premisa natural del templo, en la expresión del poder real de palacio. Ni ciertas carencias están privadas de significado: por ejemplo, faltan los edificios para espectáculos y deportes, ya que estas actividades van unidas ambas a la vida del palacio y del templo, sin asumir autonomía propia. Como se ha dicho, la actividad fundamental de las gentes mesopotámicas es la construcción de templos en honor de los dioses. Ya antes de los sumerios y después de ellos a través de la documentación no sólo antropológica, sino también literaria, parece clara la dinámica del pensamiento mesopotámico: en el ámbito de la ciudad-estado del sistema político con el que los sumerios se asoman a la historia, cada centro tiene su dios, cada dios tiene su soberano que lo representa en la Tierra; y es deber primero del soberano erigir lugar de culto, para que el dios pueda complacerse y asegura como contrapartida el gran recurso necesario para la vida de la región, esto es: el agua fecundadora de los campos. Una inscripción del soberano sumerio más famoso, Gudea que gobernó la ciudad de Lagash alrededor del 2000 a. C., expresa estos conceptos de forma tan evidente que conviene citarlo directamente. Habla en primera persona el dios de la ciudad: “Cuando el fiel pastor Gudea empiece a construir mi templo real, el agua será anunciada por un viento en el cielo: entonces la abundancia llegará a ti desde el cielo e hinchará la tierra. Cuando se coloquen los cimientos de mi templo, entonces habrá prosperidad. Los grandes campos te llevarán frutos, las osas y los canales se llenarán de agua para ti” “...” E la tierra de los sumerios el aceite se producirá abundancia, la lana se pesará en gran cantidad “...”El día en que empieces a construir mi templo, yo pondré el pie sobre los montes, allí donde habita la tempestad; desde el lugar de la tempestad, desde los montes, desde los lugares puros, yo te mandaré la lluvia, que dará vida a la tierra”. Circunstancias ambientales determinadas, referentes al material, condicionan la construcción de los templos. En el área Mesopotámica, y particularmente en el sur, se construye desde la prehistoria con ladrillos de arcilla, modelados y secados al sol. Se superponen de una forma tan compacta y maciza, que el muro raramente aparece interrumpido por ventanas, las cuales comprometerían su solidez. Falta la columna: o por lo menos no existe la columna con función portante, sino a veces con función ornamental. Las paredes se articulan con frecuencia en entrantes y salientes, que mitigan la uniformidad pero no la solidez. La luz se obtiene mediante aberturas en el techo. Las puertas de acceso tienen amplias dimensiones y constituyen la única interrupción efectiva de la continuidad de las paredes. Desde el punto de vista de la planta, el templo mesopotámico aparece inicialmente como único espacio rectangular, que tiene el altar en uno de los lados cortos y la mesa de las ofrendas delante de él. El altar no puede faltar y por ello la elevación formada por su plataforma en el lado corto de a planta es el carácter distintivo del lugar sagrado. La entrada está a menudo en uno de los lados mayores, o en ambos por la parte opuesta a la del altar. En la siguiente evolución del santuario (que tiene lugar ya en el periodo prehistórico) al espacio único se añadan otros y aparece el uso del patio, generalmente en el lado más ancho de la estancia sagrada. En el conjunto así ampliado se insertan las habitaciones de los sacerdotes y de los funcionarios, a veces también las de los escribas anexos a la administración del templo y los depósitos de los productos alimenticios. Lo completa el cinturón de murallas y de esta manera queda separado del resto del área ciudadana, constituyendo un temenos (área sagrada). El concepto de área sagrada prevalece obre el del lugar sagrado; y existen témenoi con más de un templo, además de con más de un palacio de soberanos porque, como veremos, el edificio profano se integra muy pronto con el sagrado. Una distinción fundamental que aparece desde la prehistoria, es entre templo “bajo” y templo “alto”; el primero se apoya directamente en el suelo, el segundo se construye sobre una terraza de base.
  • 10. Zigurat La terraza de base es el punto de partida de un ulterior tipo de edificio sagrado, que será el más característico de toda la civilización mesopotámica: el zigurat (o ziggurat) o torre del templo, construido por una serie de terrazas superpuestas de dimensiones decrecientes hacia arriba, con un santuario en el vértice. Un sistema de escaleras en los lados permite la ascensión piso por piso, hasta la cima. Inmediatamente surge el recuerdo de un típico monumento egipcio, la pirámide escalonada, que aparece más o menos al mismo tiempo: y es difícil que no haya existido influencia entre un tipo y otro Sin embargo, es problemático establecer en qué sentido y manera tanto más que el destino de los dos monumentos es distinto, ya que el zigurat permanece y se perfecciona en el tiempo; mientras que la pirámide escalonada desaparece para dejar paso a la de pareces lisas. El esquema de palacio mesopotámico no difiere (salvo en la falta de espacio sagrado del templo): un patio alrededor del cual se disponen las habitaciones, abiertas todas a dicho patio. La comunicación con el exterior se asegura con una puerta que se abre a la calle. Tal esquema puede multiplicarse con la combinación de otros conjuntos con un patio en el centro: ya a principios del II milenio a. C. el palacio de Mari se extiende sobre en área de más de dos hectáreas y media; presentando un conjunto de casi trescientas habitaciones. Particular interés adquiere la presencia de grandes palacios de uno o más santuarios (nosotros lo llamaremos capillas): evidentemente, la integración entre edificio civil y edifico sagrado continúa y se desarrolla desde épocas antiguas, con un cambio de importancia que enfatiza el carácter civil. La arquitectura funeraria, tan esencial en otras religiones y muchos pueblos vecinos presenta un desarrollo mucho menor en Mesopotamia. Sólo en época sumeria, en la ciudad de Ur, se encuentran hipogeos de cierta importancia. A la I dinastía Ur (es decir, hacia mediados del III milenio a. C.) corresponden las tumbas reales que se han hecho famosas tanto por la cantidad de joyas que contenían, como por el sacrificio de los familiares y del séquito que allí se encuentra testimoniado. Las tumbas están construidas por cámaras subterráneas abovedadas, en ladrillo, a las que se accede por un amplio foso de paredes en declive, que penetra en el terreno con ligera pendiente. Más importante arquitectónicamente, también en Ur, es la necrópolis de la III dinastía (finales del II milenio). A nivel del suelo sobre estas tumbas (igualmente subterráneas y abovedadas) se eleva una construcción que tiene un aspecto de edificios con patios: puede tratarse del lugar donde se veneraban los difuntos, o en cambio puede ser su residencia en vida. Es necesario recordar la situación religiosa que es la razón del escaso desarrollo de la arquitectura funeraria. A diferencia de otros pueblos dela antigüedad (concretamente los egipcios), los mesopotámicos tuvieron una fe muy débil y vaga en la existencia ultraterrena. Que dicha fe no faltaba, nos lo revelan en algunos textos que hablan de personajes de regreso de la morada de tristeza y dolor en el más allá, o de visitas a tales personajes; pero se trata de hechos limitados y, sobre todo, a nivel de superstición popular o de la mitología que evoca tiempos remotos. Es necesario observar, para concluir, que la arquitectura mesopotámica, muy definida y predominante en todo el valle de los dos ríos, registra también algunas irradiaciones más allá de sus fronteras. La estructura de los templos anatólicos (que se observa en distintos templos de la capital, Khattusha) renueva la forma mesopotámica de las habitaciones recogidas alrededor de uno o más patios, aunque las paredes exteriores se abren en amplias ventanas por las que entra la luz. Otro tanto puede decirse de la región siria, donde el poder mesopotámica se difundió con gran fuerza. En todo caso, reconocer una obra de arquitectura mesopotámica siempre es posible y a menudo bastante simple. Toda una serie de características muy evidentes constituyen el armazón de la identificación y a su vez su garantía: tales características se refieren al arte que surgió o se irradió de Mesopotamia, y que no se
  • 11. verifican en otros lugares, ni siquiera en alguno de los mundos geográficamente vecinos un templo en planta central con un patio a cuyo alrededor se recogen las diferentes habitaciones, con la cámara sagrada señalada o el altar en el lado corto y por la mesa de las ofrendas delante de dicho altar, es sólo mesopotámico. En Egipto la estructura era completamente distinta, con una sucesión de espacios desde el exterior hasta el espacio sagrado. El material de construcción contribuye decididamente a la identificación: los ladrillos crudos son típicamente mesopotámicos, el contraste entre ellos y la piedra egipcia es claro y lo mismo ocurre con sus consecuencias totalmente distintas en cuanto aberturas y afluencia de luz. Finalmente, la base del templo en las terrazas superpuestas y degradantes es un hecho tan típico de Mesopotamia que hace rápidamente reconocible la arquitectura, y no es ciertamente el breve paréntesis egipcio de la pirámide escalonada el que pueda alterar este estado de las cosas. CARACTERÍSTICAS: El arte mesopotámico tenía carácter cívico: tiene palacios, templos y servicios públicos; tales como murallas, canales de riego, puentes, puertas y fortalezas. También combina el sistema de platabanda y dintel con el de arco y bóveda. Como en la región no había piedra y la madera era escasa, emplearon el ladrillo (hecho de adobe). Como el ladrillo es un material algo frágil, los muros se fabricaban gruesos y sin apenas aberturas; de manera que la apariencia de la edificación es maciza, pesada y monótona. Debido a las periódicas inundaciones que eran favorables a los cultivos, los edificios solían construirse sobre terrazas. Las paredes se cubrían de relieves en colores siguiendo esquemas muy simples, en particular los de repetición y simetría. Monumentos Principales: a) El Templo: Consiste en un gran patio amurallado que en el espacio correspondiente a uno de sus lados menores lleva lo que va a ser su elemento más característico: el Zigurat. El Zigurat es una torre cuadrada de varios pisos escalonados, en cuya cima está el santuario. Las caras se orientan hacia los cuatro puntos cardinales y se sube a los diferentes niveles por medio de una rampa que rodea los cuatro lados, o por dos escaleras simétricas que trepan por el frente o os laterales. En su construcción se empleaban materiales muy ricos: mármol, alabastro, lapislázuli, oro y cedro. b) El Palacio: No existe una forma prevista para el palacio. Tampoco es un edificio, sino una serie de edificaciones prismáticas de distintos tamaños unidas entre sí por pasillos, galerías y corredores con amplios patios intermedios y con murallas alrededor. Consistía en una sencilla construcción cuadrangular con un patio central por el cual recibía luz y ventilación. Se alzaba sobre terrazas de ladrillo a las que se subía por escaleras y rampas con desagües para protegerse de las inundaciones y de la humedad. Las puertas, cuyas hojas solían ser de bronce, estaban flanqueadas por estatuas y toros alados con cabeza humana a los que se les atribuían poderes protectores. Las paredes interiores se decoraban con pinturas al fresco sobre enlucido de cal, o con revestimientos de ladrillos esmaltados de colores vivos y relieves. Algunos de los palacios más importantes fueron los de Nínive, Khorsabad y Nimrud. Salón del trono en Nimrud c) Las Murallas: Las ciudades estaban guardadas por gruesas murallas de paredes verticales y cortadas en ángulos rectos, reforzadas de trecho en trecho por torres cuadradas. El paso se hacía por puertas fortificadas. El pasaje de estas puertas era de bóveda de medio cañón, en ambos lado se colocaban las habituales estatuas protectoras. d) Las Tumbas: Desde el punto de vista arquitectónico, la tumba no ofrece gran interés, pues es un simple hipogeo con bóveda de ladrillo y varias cámaras, que se manifiesta al exterior por algún pequeño monumento sin valor artístico. En su interior se ha encontrado un ajuar funerario muy rico: cadáveres de damas, músicos, criados, cocheros y guardias inmolados en número grande que revelan las bárbaras costumbres fúnebres de estos pueblos. Escultura: En la escultura los habitantes de Mesopotamia emplearon basalto, arenisca, diorita y alabastro. También trabajaron algunos metales como el bronce, el cobre, el oro y la plata, así como piedras preciosas en las piezas más delicadas y en las labores de incrustación. En sus sellos cilíndricos usaron piedras de todas las clases, como lapislázuli, jaspe, cornalina, alabastro, hematites, serpentina y esteatita. No obstante, algunas de estas piedras escaseaban en la zona, por lo que tuvieron que importarlas. Otra importante forma de expresión fueron los sellos cilíndricos, delicadamente grabados en piedra. La mayor perfección en esta técnica la habrían alcanzado los acadios.
  • 12. La finalidad de este tipo de arte, era social y religioso, por lo cual su finalidad era utilitaria. Su temática era el retrato de los dioses, reyes o altos funcionarios, en cuya ejecución domina la idea de duplicación. Respondía a las leyes de verticalidad, frontalidad y simetría, aunque no conocieron la perspectiva. Había también estilización de las facciones, cabellos y barbas (de cabello rulo). Dentro de la escultura, se desarrollaron tanto las estatuas como el bajorrelieve. Estatua: Es una réplica de la realidad, que incluye también el tamaño. Sin embargo, este realismo lleva la impronta subjetiva del artista, que le imprime una simbología, o un significado que va mas allá de lo estrictamente visual. La estatua es quizás, la categoría artística en la que el mundo mesopotámico se hace reconocer con mayor evidencia: en sus concepciones en sus caracteres, en su manera de traducirse en arte. Su patrón es el siguiente: manos unidas cruzadas sobre el pecho, cabeza afeitada y el torso desnudo o cubierto por un manto. Su temática estaba basada en los protagonistas de ese mundo de poder y de fe del que el arte mana y del que es expresión Diosa del vaso manante. Caliza (1,49m). Tableta con escritura pre-cuneiforme Mesopotamia del Sur, época de Uruk III Fin del IV milenio antes de C. Tierra cruda Alto 7,2 cm b) Bajorrelieve: se usaba para narrar las grandes hazañas militares, los sucesos cívicos y familiares, y los motivos religiosos. La figura humana es representada de perfil con algunos rasgos frontales, como lo son los ojos y el torso. Los animales son esculpidos también de perfil, y con un realismo impresionante. a guerra entre los asirios. Pintura y Relieve Características de la pintura: Fue estrictamente decorativa. Se utilizó para embellecer la arquitectura. Carece de perspectiva, y es cromáticamente pobre: sólo prevalecen el blanco, el azul y el rojo. Uso de la técnica del temple. Se puede apreciar en mosaicos decorativos o azulejos. Los temas eran escenas de guerras y de sacrificios rituales con mucho realismo. Se representan figuras geométricas, personas, animales y monstruos. Se emplea en la decoración doméstica. No se representaban las sombras. Escena de sacrificio ritual. Pintura mural, Mari.
  • 13. Características del relieve: Fueron frecuentes en las plaquetas o estelas narrativas y algunas de estas estelas tienen textos cuneiformes. Son obras detallistas y minuciosas. Refleja notable naturalismo. Se distingue la separación de los asuntos divinos de los humanos. El rey es plasmado en escenas de guerra, banquetes o caza; una figura aparece siempre erguida, lo que hace destacar su poderío. Orfebrería: La orfebrería mesopotámica constituye uno de los hallazgos más interesantes de las excavaciones de tumbas reales y templos. El trabajo de los metales era una de las actividades artísticas más importantes en los pueblos mesopotámicos. Entre los valores más preciados de este tesoro se cuenta el tocado de una de las sesenta y cuatro cortesanas enterradas en el sepulcro real, de una suntuosidad y un diseño exquisito, en el que finísimas láminas de oro imitan hojas y pétalos de flores. Restos de vajilla labrada en oro y numerosísimas estatuillas de cobre, uno de los metales más trabajados, así como collares y brazaletes de cornalina, lapislázuli y plata e instrumentos musicales con piedras preciosas completaban el tesoro más antiguo del mundo oriental. En las formas y el modelado del metal se descubre un naturalismo de cierta ingenuidad, con obsesión por el detalle ornamental. Se hace difícil un estudio del estilo general de la orfebrería mesopotámica debido a la gran variedad de pueblos y culturas que poblaron sucesivamente el territorio. Notas: 1.- Basado en artículo “Civilización y cultura” escrito por Carlos R. Eguía, sobre la base del texto Dinámica de la Historia Universal de Charles Dawson.