La pintura romana se caracterizó por figuras realistas delineadas y se conoce principalmente a través de los frescos preservados en Pompeya. Hubo cuatro estilos principales que evolucionaron desde imitaciones de mármoles hasta paisajes imaginarios complejos enmarcados en recuadros. Los mosaicos también florecieron, usualmente con temas mitológicos o cotidianos, y se realizaban en opus sectile o opus tesellatum.