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VOCACION A LA VIDA CRISTIANA
TEMA I: EL BAUTISMO, FUENTE DE LA VOCACIÓN Y MISIÓN DEL
CRISTIANO
TRABAJAMOS DE MANERA PERSONAL LA LÍNEA DE TIEMPO
- Traza una línea en el centro de una hoja bond.
- Piensa los momentos de tu vida en los que has experimentado la presencia de Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
- Coloca en la línea la fecha, el año y el acontecimiento o experiencia vivida a modo de línea de tiempo.
Por ejemplo:
1978 1988
Dios Recibí a Jesús por primera vez
Me dio la vida
COMPARTIMOS
- Dios es el que siempre toma la iniciativa y sale al encuentro del hombre ¿Eres consciente de esta
realidad? ¿Cómo se ha manifestado esta realidad en tu vida?
- ¿El Bautismo que has recibido es para Ti una manifestación de la presencia de la Santísima Trinidad e
tu vida; es decir Dios que ha salido a tu encuentro?
- La vida cristiana es un don de Dios, un regalo que nos ha confiado ¿La consideras así?
- ¿Agradeces a Dios por el Bautismo que has recibido, por llamarte a ser hija de Dios y miembro de la
Iglesia?
Meditamos la importancia del Bautismo en nuestra vida
(Ideas generales)
- Reflexionar acerca del Bautismo y el lugar que ocupa como fundamento
sacramental de la vida cristiana y de la misión de la Iglesia.
I. El Bautismo, fundamento de la vida cristiana
Reflexionar sobre el Bautismo como fuente de vocación y misión del cristiano significa recordar la
verdad fundamental de que nuestra vida cristiana tiene en su fundamento un acontecimiento
sacramental, es decir un hecho concreto, histórico, real incluso en el sentido físico, que ha acontecido
en un momento determinado de nuestras vidas.
La vida cristiana se origina en el acontecimiento del Bautismo, el cual —nos enseña el Catecismo
“significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la
configuración con el misterio pascual de Cristo
”
. Sin la transformación de nuestro interior que opera el
signo sacramental del agua acompañada por las palabras del ministro, nuestra vida cristiana carecería
de fundamento ontológico y antropológico; la vida de fe no tendría base suficiente en nuestra realidad
personal. De allí la necesidad del Bautismo para la vida cristiana. Sin la vida de gracia que aquél
inaugura, ésta sería imposible, porque la conformación con Cristo excede nuestras fuerzas y
capacidades sin esa gracia sacramental: “”Todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene
su raíz en el santo Bautismo”
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Por el don del Bautismo, acogido por el ser humano desde su naturaleza dotada de libertad y abierta a
la comunión, se abre para él la posibilidad de afianzar su permanencia en la realización de su vocación
y dignidad, y de desplegar su ser acogiendo y haciendo efectiva la misión a la que está llamado desde
toda la eternidad.
Por el Bautismo cada fiel está llamado a realizar una obra específica que ha de ir descubriendo guiado
por el Espíritu Santo que recibió por este Sacramento. Por eso, el Catecismo señala que por el
Bautismo “llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de
su misión”. El Bautismo, pues, hace al cristiano partícipe de la misión del Pueblo de Dios de ir por todo
el mundo y proclamar la Buena Nueva a toda la creación (ver Mc 16,15).
Por el Bautismo, como nos recuerda el Concilio, “Todos los fieles, de cualquier estado o condición,
están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad. El Bautismo es, así, el
“fundamento de la existencia cristiana”. Esta vida cristiana que los hijos de la Iglesia acogen por el
Bautismo es la única vida verdaderamente humana: “Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en
su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida” (1Jn 5,11-12).
Para comprender la transformación de la existencia humana que significa esta vida cristiana, la Iglesia
ha mirado siempre a María, la primera en recibir en sí los frutos de la redención. Ella es paradigma de
esa vida de la que los cristianos participamos por el Bautismo. Manifiesta en su propio ser indiviso la
plenitud de vida que se da en la comunión con la Trinidad creadora, que es la fuente de la
reconciliación con uno mismo, con los demás y con toda la creación. La vocación a la vida cristiana,
que María acoge plenamente, se manifiesta en Ella precisamente como la coronación y la plenitud de
la vocación a la vida humana, y por lo tanto como la verdadera vida humana, vida reconciliada,
existencia en la cual ha dado fruto la salvación que el Señor nos ha obtenido con su Encarnación,
Muerte y Resurrección. En María se percibe claramente que la vida cristiana es la que se centra en el
Señor Jesús, nutriéndose de Él, que ha venido para que tengamos vida y para que la tengamos en
abundancia.
En Ella resulta claro también cómo la vocación a la vida cristiana, que alcanza una especificación
particular en cada persona llamada a reflejar la gloria del Señor de una manera única e irrepetible, no
se queda en el ser, sino que está indesligablemente unida a un quehacer, a una obra, a una misión
concreta y personal.
La vida cristiana que proviene del Bautismo incluye pues tanto la vocación del cristiano a participar
plenamente de esa vida en su persona, como el llamado a cumplir una misión apostólica.
El desarrollo del don de la vida cristiana recibido por el Bautismo supone pues un esfuerzo consciente
de lucha y combate, como lo sugieren las esperanzadoras palabras del Concilio de Trento que cita el
Catecismo. Este combate requiere de una cooperación activa con la gracia recibida. No todo el que
dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino aquel que cumple con el designio divino. No
basta con ser bautizado, sino que es necesario abrirse al dinamismo del Bautismo para, cooperando
con la gracia recibida, irse transformando cada vez más, “hasta que lleguemos todos a la unidad de la
fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la
plenitud de Cristo”, en cuya muerte hemos participado para nacer a la nueva vida.
La propia vida, asume un doble dinamismo por el cual nos vamos asemejando cada vez más a Jesús:
despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo. Ambos procesos son simultáneos y
complementarios. Por un lado, ir rompiendo con el pecado, con los conflictos y rupturas en todas las
dimensiones de nuestro ser, y sobre todo con la mentira, que nos hace esclavos de las concupiscencias
del poder, el tener y el placer (1Jn 2,16). Por el otro, ir revistiéndonos del hombre nuevo, acogiendo la
gracia divina que el Padre derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo, para irnos asemejando
cada vez más al Señor Jesús y poder repetir con el Apóstol: «es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
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Gracias Señor, por ayudarnos a descubrir el grande amor que le tienes a tu Hijo y
por lograr entender, con la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones desde el
día de nuestro bautismo, que tu amor en Cristo ha llegado hasta nosotros. Que tu
amor se ha manifestado a cada uno de nosotros y se sigue manifestando cada vez
que en nuestros corazones descubres la conversión del corazón, el anhelo de Ti y el
ansia de buscarte a Ti.
Con el bautismo y con la acción de tu Espíritu, continua guiándome para que los
criterios de mi vida sean tan sólo cumplir tu voluntad y hacer tu querer. Ser
bautizado con el Espíritu es querer empezar a vivir la vida con más plenitud. Para
atreverme a ser más humano hasta el final. Para defender nuestra verdadera
libertad, sin rendir mi ser a cualquier ídolo esclavizador, para permanecer abierta a
todo el amor, a toda la verdad, a toda la ternura que se encierra en el ser.
Que cada uno de los momentos de mi vida, y especialmente en los que tenga que
tomar decisiones, vayan acompañados de un encuentro íntimo contigo y de un
acompañamiento en el discernimiento con tu Espíritu. Amén.
Buscar una acción concreta que manifieste la gratitud por el don del llamado a la
vida cristiana a través del Bautismo.
Oración
COMPROMISO