2. • El capital social está
íntimamente vinculado con
las formas en que las
personas usan sus relaciones
y redes sociales.
Está conectado e integrado
con los otros capitales, los
que no son reducibles uno a
otros, están imbricados en
relaciones sociales, donde se
reconocen e identifican las
formas de reproducción de
cuestiones de poder y
represión
3. Para Coleman el capital
social resulta un
activo valioso en
circunstancias
específicas, con
funciones distintivas
para el individuo y el
grupo.
Es presentado como
una “cosa” tan real
como el capital físico
o el financiero.
4. Acentuando las
relaciones entre
actores o entre un
actor individual y un
grupo, el énfasis
suele ponerse en el
beneficio potencial
recibido por los
agentes debido a su
inserción en redes o
estructuras sociales
más amplias.
5. El concepto de capital
social rescata la larga
tradición de estudios
sobre la importancia
de la vida grupal y la
sociabilidad para la
cooperación, la
cohesión social, el
conflicto, y el orden
social, los cuales han
sido generalmente
subvalorados por los
estudios económicos.
9. Capital(Saraví, 2002);
Social
• Redes sociales o relaciones con potencialidades
para la acción colectiva
• Confianza (Fukuyama, 1996)
• Activo que resulta valioso en situaciones
particulares y provee acceso a otros activos
(Bebbington, 1999).
• Reglas, normas y organizaciones (Ostrom, 1994)
• “el eslabón perdido” del desarrollo (Grootaert,
1998).
El capital social se ha convertido en una “bolsa de
papas analíticas” y en un concepto llanamente
caótico (Fine, 2001: 190).
10. Finalmente, sobre Capital Social
• Se convierte en una categoría “residual”
• El riesgo de homogeinizar entre sociedades y culturas
diversas
• Aborda lo local aislado de estructuras económicas y
políticas más amplias
• Se convierte en etiqueta o atajo descriptivo en las
investigaciones empíricas
• Riego de caer en definiciones tautológicas, circulares y
ambiguas
• Su abuso debería ser dejado de lado en pos de
acercamientos analíticos más sólidos de la realidad
social.
Notas del editor
Dicha situación se produjo en el marco de la transformación del neoliberalismo “fundamentalista” hacia uno caracterizado como “revisionista” (Mohan y Stokke, 2000: 255) o el cambio del Consenso de Washington hacia un “post-Consenso de Washington” (Fine, 2001: 131-154).
La noción de capital social no ha dejado de crecer en popularidad en los estudios y análisis de desarrollo, a la vez que ha sido explícitamente adoptada en ocasiones como objetivo de distintas intervenciones planificadas. Esta popularidad y enorme atención es en sí misma un factor digno de análisis, ya que lo que comenzó como una discusión teórica en la esfera de las ciencias sociales se movió al centro de la escena en la agenda del alivio a la pobreza y las intervenciones de desarrollo. Dicha situación se produjo en el marco de la transformación del neoliberalismo “fundamentalista” hacia uno caracterizado como “revisionista” o el cambio del Consenso de Washington hacia un “post-Consenso de Washington”.
De manera especial en los acercamientos del Banco Mundial hacia la temática del capital social (ver por ejemplo Grootaert y van Vastealer, 2002) así como en la literatura vinculada a estudios del desarrollo en general se nota una fuerte ausencia de reconocimiento y discusión hacia los acercamientos realizados por Pierre Bourdieu a la noción de capital social. Los vínculos del capital social con el capital simbólico y cultural trabajado por Bourdieu son mayoritariamente ignorados en dichos estudios, o bien son estos otros “ capitales” incorporados al capital social. A ello debe agregarse el generalizado desconocimiento que el Banco Mundial otorga a los acercamientos críticos de la noción de capital social. El resultado de todos estos diversos movimientos ha sido que el capital social se ha convertido en una categoría “residual”, capaz de atrapar todo aquello que no puede ubicarse con comodidad en el marco del capital natural, físico y humano. A esto se suma el riesgo de homogenizar entre diversas sociedades y culturas, como si los valores morales, gobiernos, redes sociales, confianza, etc. tuvieran valores universales y pudieran ser aprehensibles vía la identificación del “capital social” que manifiestan. En relación a su uso en el nivel empírico, a menudo parece funcionar simplemente como una etiqueta, atajo o término descriptivo para describir otros procesos (confianza, solidaridad, organización, redes sociales, etc.), permaneciendo confuso qué ha sumado su uso al análisis. Es desde este punto de vista que mi propia investigación antes detallada puede ser criticada. La misma podría haberse desarrollado con idénticos resultados sin necesidad de acudir a la noción de capital social, situación que resulta común también a otras investigaciones. 7 Corre claramente el riesgo de caer en definiciones circulares, tautológicas y ambiguas (Portes, 1999; Fine, 2003) en las cuales el capital social siempre necesita “otros factores” para ser (finalmente) efectivo. Más allá de la abundancia de conceptualizaciones y metodologías para medirlo, los propulsores del capital social rescatan que su importancia reside en el espacio privilegiado que ha logrado en los análisis y prácticas de desarrollo social. Esto habría facilitado prestar atención extra a la forma en que los actores económicos interactúan y se organizan para alcanzar crecimiento y desarrollo, prestando atención a factores insuficientemente reconocidos hasta el momento en el discurso y práctica del desarrollo, tales como la confianza interpersonal, las capacidades organizativas, la conciencia cívica y los valores éticos (Kliksberg, 2003). La idea del “capital social”, dicen sus postuladores, ha sido un medio para introducir lo social en la agenda del desarrollo, hasta ahora dominada por los economistas. Puede servir entonces como un “caballo de Troya” para agendas más progresistas de desarrollo (Edwards, 1999). En ese sentido R. L. Stirrat ( inédito) critica el (ab)uso del capital social tanto como un movimiento imperialista de la disciplina económica en un intento de cooptar al resto de las ciencias sociales, a la vez que resulta un concepto teóricamente banal, vago y amorfo, que reduce la causalidad a un determinismo rígido, y que lejos de constituirse en un medio de análisis de lo social se convierte en un camino que lleva a evitar dicho análisis. Aceptar el capital social es aceptar el Caballo de Troya del análisis empobrecido así como una visión unidimensional de la humanidad. El capital social niega en efecto todo valor. Niega las diferencias culturales. Niega la importancia de las relaciones de género, de la religión y de la cultura, porque reduce todas ellas a un nivel: el capital social. Reduce lo irreductible y como efecto niega la humanidad. (Stirrat, inédito) El movimiento hacia el capital social ha presentado importantes “baches” en su discusión, ignorando las desigualdades locales, las relaciones de poder y políticas, cuestiones de género y etnicidad (Molyneux, 2002) a la vez que ha manifestado una tendencia en abordar “lo local” aislado de las estructuras económicas y políticas más amplias (Mohan y Stokke, 2000; Harriss, 2002). El uso del capital social ha tendido a “embalar” en este término diversas categorías centrales de las ciencias sociales, a la vez que en su discusión conceptual desaparecen referencias a situaciones de explotación, jerarquía, poder, conflicto, y opresión. Cualquier sentido distintivo que el concepto pudiera tener se pierde cuando éste es aplicado a la enorme diversidad de hechos y contextos diferentes para los cuales se lo requiere. El estiramiento de la noción de capital social y su apropiación por el Banco Mundial ha conllevado fundamentalmente la pérdida de su valor distintivo y capacidad analítica. De esta manera, parece no haber una forma ‘progresista’ de rescatar al capital social (Fine, 2003), y su (ab)uso debería ser dejado de lado en pos de acercamientos analíticos más sólidos de la realidad social.