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El conejo quejumbroso La abuela y el ratón La Doña Piñones
La Doña Piñones
1 Estera y esteritas para contar peritas, estera y esterones para contar perones. Est’era una vez una viejecita llamada María del Carmen Piñones.   2
3 Y esta viejecita vivía asustada, todo lo temía, todo la espantaba; vivía arrancando de miedo en el día, de noche dormía detrás de su cama. 4
5 Pasó el Viento Norte:  “Dame un vaso de agua, que traigo resecas la boca y el alma”. Y doña Piñones sin decir palabra corrió a esconderse bajo su paraguas Pero ahí debajo todo estaba oscuro, y doña Piñones temblaba de susto; temblaba su mano, temblaba el paraguas. “ ¡Terremoto!”, dijo, y cayó de espaldas. 6
7 Y doña María del Carmen Piñones después no sabía ni cuándo ni dónde se había caído; recogió el paraguas, y se sentó luego a tejer su lana.   8
9 Pasó el Viento Sur:  “ Préstame el brasero, que mi corazón se transforma en hielo”. Y doña Piñones,  morada de miedo, se subió al armario de un solo vuelo. El armario es alto y doña Piñones queda suspendida de ahí por el cuello. Trata de zafarse y se aprieta un dedo, saca el dedo y cae gritando: “¡Me muero!”   10
11 Pero no se ha muerto, no, doña María. Se queda dormida ahí mismo, en el suelo. Y cuando despierta sin saber qué pasa, se pone a ordenar y a hacer el aseo.   12
13 Pasó el Viento Este:  “Dame tu plumero,  que el polvo me ciega y ya casi no veo”.  Y doña Piñones, sin decirle nada, se subió al plumero y ahí quedó sentada. Se mece el plumero de acá para allá. Y doña Piñones viene, viene y va. Y al final mareada con el bamboleo, se cae sentada sobre su brasero.   14
15 Después de sanarse de las quemaduras, “ ¡Ay, Jesús! -se dice-, qué vida tan dura. Haré sopaipillas; así, con el gusto, olvidaré el miedo, el temor y el susto”.   16
17 Pasó el Viento Oeste: “ Préstame tu manta, que el sol me persigue y casi me alcanza”. Y doña Piñones se pone muy pálida, da un salto y se cuelga de su propia lámpara. Ahí doña Piñones se queda colgada. Nadie ya ha venido más hasta su casa, pues los cuatro vientos cuentan donde pasan que doña Piñones no da a nadie nada.   18
Pero un día un niño que escucha los vientos oyó que contaban este cuento cierto. “ Pobre viejecita -dice-, si la encuentro, en un dos por tres le quitaré el miedo”.   19 20
Llegó hasta su casa, oyó unos suspiros. “ Es doña Piñones”, dijo al punto el niño. Cuando abre la puerta le contesta un grito: “ ¿Quién será? ¡Qué susto!” “ Soy yo, sólo un niño”. 21 ¡Ay doña María del Carmen Piñones, que teme a las moscas, arañas, ratones! Su casa está llena de estos bicharracos, y ella ahí colgada gimiendo y gritando.   22
Entonces el niño bajó a la viejita, le limpió la casa, le sirvió una agüita, y dijo: “Señora, ya no tengas miedo, esos que pasaron son los cuatro vientos”.   23 24
“ ¿Eran sólo vientos? -dijo la Piñones-, ¡creí que eran brujos, gigantes, dragones!” Y abriendo la puerta se puso a dar gritos: “ ¡Que vengan los vientos! ¡Vientos necesito!” 25 Llegaron los vientos, los cuatro llegaron, y doña Piñones los quedó mirando: “ ¡Pensar que eran vientos y yo tenía susto!” Y doña Piñones reía de gusto.   26
27 Entonces los vientos dijeron: “¿Paseamos?” Y el niño y los vientos  le dieron la mano. Y se fue volando con los ventarrones la doña María del Carmen Piñones.   28
29 FIN Volver
La abuela y el ratón Texto: Rodolfo  F onseca Ilustraciones: Blanca Dorantes
1 2 Ay qué abuela tan metiche que al buscar en mi cajón se encontró con un ratón
3 4 el susto fue tremendo por el grito de la abuela la abuela y el ratón en un gran lío se metieron
5 6 el ratón chilló y brincó en el  bulto de la ropa extrañados se miraron como dos  enloquecidos
7 8 corre y corre a toda prisa  resbalaron por el piso el golpe fue tan fuerte que todo se movió
9 10 y la casa retumbó del  trancazo de los dos se pararon aturdidos como trompos sin control
11 12 sus ojos bien abiertos  descubrieron su temor a la abuela y al ratón la cara se les puso de cartón
13 14 el pelo se les esponjó como  dulce de algodón sus dientes rechinaron al ritmo de acordeón
15 16 de puntitas cada uno se reía por su lado ay que par de sinvergüenzas me engañaron otra vez.
17 FIN Volver
El conejo quejumbroso Relato popular mexicano
1 2 Muy cerca de un pequeño lago, el conejo veía sus patas delanteras, blancas y suaves como el algodón. No dejaba de mirar su espesa cola y de rascar su nariz. Tan feliz estaba con su cuerpo que decidió mirarse en el reflejo del lago. Corrió hacia la orilla, y una vez en el borde, su figura se dibujó en la superficie del agua.  — ¡Qué   hermosa   cola! ¡Qué lindas   patas! —dijo   orgulloso.
3 4 El conejo se acercó un poco más y descubrió su pequeñez.  — ¡Soy muy bonito, pero demasiado pequeño! Hay animales más grandes que yo, como el caballo o el coyote. ¡Yo   quiero ser de   ese tamaño! —gritó enojado   el conejo.
5 6 Entonces caminó hacia donde vivía el Señor del Monte; le iba a pedir que lo hiciera crecer, pues ser pequeño no le gustaba. Tres días después llegó al cerro. Subió con rapidez y en lo más alto encontró al Señor del Monte rodeado de aves. El conejo se arregló el pelo y las orejas.  — ¿Qué haces aquí? — preguntó el   Señor del Monte. — Vengo a   pedirte que me hagas más   grande — contestó el   conejo.
7 8 El Señor del Monte pensó un momento y dijo:  — Al amanecer párate entre   esos dos   cerros. Cuando   el sol haya salido por completo verás cuánto has   crecido.
9 10 El conejo bajó con brincos y piruetas y esperó a que amaneciera. Poco a poco el sol asomó sus primeros rayos. Entonces se paró entre los cerros y vio reflejada una gran sombra.  — ¡Qué grande soy ! —gritó.  Y se puso a brincar de felicidad.  Movía las orejas, sacudía la cola y agitaba las patas, mientras miraba a su sombra copiar cada movimiento.  — ¡Ese soy yo! ¡Grandote y veloz!
11 12 Continuó brincando el resto del día, sin darse cuenta de que el sol casi se escondía.  Cuando la luz empezó a disminuir, la sombra saltarina se achicó y se achicó hasta borrarse por completo.  En ese momento el conejo entendió que era tan pequeño como al principio, sólo su sombra había crecido.
13 FIN Volver

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  • 1. El conejo quejumbroso La abuela y el ratón La Doña Piñones
  • 3. 1 Estera y esteritas para contar peritas, estera y esterones para contar perones. Est’era una vez una viejecita llamada María del Carmen Piñones. 2
  • 4. 3 Y esta viejecita vivía asustada, todo lo temía, todo la espantaba; vivía arrancando de miedo en el día, de noche dormía detrás de su cama. 4
  • 5. 5 Pasó el Viento Norte: “Dame un vaso de agua, que traigo resecas la boca y el alma”. Y doña Piñones sin decir palabra corrió a esconderse bajo su paraguas Pero ahí debajo todo estaba oscuro, y doña Piñones temblaba de susto; temblaba su mano, temblaba el paraguas. “ ¡Terremoto!”, dijo, y cayó de espaldas. 6
  • 6. 7 Y doña María del Carmen Piñones después no sabía ni cuándo ni dónde se había caído; recogió el paraguas, y se sentó luego a tejer su lana. 8
  • 7. 9 Pasó el Viento Sur: “ Préstame el brasero, que mi corazón se transforma en hielo”. Y doña Piñones, morada de miedo, se subió al armario de un solo vuelo. El armario es alto y doña Piñones queda suspendida de ahí por el cuello. Trata de zafarse y se aprieta un dedo, saca el dedo y cae gritando: “¡Me muero!” 10
  • 8. 11 Pero no se ha muerto, no, doña María. Se queda dormida ahí mismo, en el suelo. Y cuando despierta sin saber qué pasa, se pone a ordenar y a hacer el aseo. 12
  • 9. 13 Pasó el Viento Este: “Dame tu plumero, que el polvo me ciega y ya casi no veo”. Y doña Piñones, sin decirle nada, se subió al plumero y ahí quedó sentada. Se mece el plumero de acá para allá. Y doña Piñones viene, viene y va. Y al final mareada con el bamboleo, se cae sentada sobre su brasero. 14
  • 10. 15 Después de sanarse de las quemaduras, “ ¡Ay, Jesús! -se dice-, qué vida tan dura. Haré sopaipillas; así, con el gusto, olvidaré el miedo, el temor y el susto”. 16
  • 11. 17 Pasó el Viento Oeste: “ Préstame tu manta, que el sol me persigue y casi me alcanza”. Y doña Piñones se pone muy pálida, da un salto y se cuelga de su propia lámpara. Ahí doña Piñones se queda colgada. Nadie ya ha venido más hasta su casa, pues los cuatro vientos cuentan donde pasan que doña Piñones no da a nadie nada. 18
  • 12. Pero un día un niño que escucha los vientos oyó que contaban este cuento cierto. “ Pobre viejecita -dice-, si la encuentro, en un dos por tres le quitaré el miedo”. 19 20
  • 13. Llegó hasta su casa, oyó unos suspiros. “ Es doña Piñones”, dijo al punto el niño. Cuando abre la puerta le contesta un grito: “ ¿Quién será? ¡Qué susto!” “ Soy yo, sólo un niño”. 21 ¡Ay doña María del Carmen Piñones, que teme a las moscas, arañas, ratones! Su casa está llena de estos bicharracos, y ella ahí colgada gimiendo y gritando. 22
  • 14. Entonces el niño bajó a la viejita, le limpió la casa, le sirvió una agüita, y dijo: “Señora, ya no tengas miedo, esos que pasaron son los cuatro vientos”. 23 24
  • 15. “ ¿Eran sólo vientos? -dijo la Piñones-, ¡creí que eran brujos, gigantes, dragones!” Y abriendo la puerta se puso a dar gritos: “ ¡Que vengan los vientos! ¡Vientos necesito!” 25 Llegaron los vientos, los cuatro llegaron, y doña Piñones los quedó mirando: “ ¡Pensar que eran vientos y yo tenía susto!” Y doña Piñones reía de gusto. 26
  • 16. 27 Entonces los vientos dijeron: “¿Paseamos?” Y el niño y los vientos le dieron la mano. Y se fue volando con los ventarrones la doña María del Carmen Piñones. 28
  • 18. La abuela y el ratón Texto: Rodolfo F onseca Ilustraciones: Blanca Dorantes
  • 19. 1 2 Ay qué abuela tan metiche que al buscar en mi cajón se encontró con un ratón
  • 20. 3 4 el susto fue tremendo por el grito de la abuela la abuela y el ratón en un gran lío se metieron
  • 21. 5 6 el ratón chilló y brincó en el bulto de la ropa extrañados se miraron como dos enloquecidos
  • 22. 7 8 corre y corre a toda prisa resbalaron por el piso el golpe fue tan fuerte que todo se movió
  • 23. 9 10 y la casa retumbó del trancazo de los dos se pararon aturdidos como trompos sin control
  • 24. 11 12 sus ojos bien abiertos descubrieron su temor a la abuela y al ratón la cara se les puso de cartón
  • 25. 13 14 el pelo se les esponjó como dulce de algodón sus dientes rechinaron al ritmo de acordeón
  • 26. 15 16 de puntitas cada uno se reía por su lado ay que par de sinvergüenzas me engañaron otra vez.
  • 28. El conejo quejumbroso Relato popular mexicano
  • 29. 1 2 Muy cerca de un pequeño lago, el conejo veía sus patas delanteras, blancas y suaves como el algodón. No dejaba de mirar su espesa cola y de rascar su nariz. Tan feliz estaba con su cuerpo que decidió mirarse en el reflejo del lago. Corrió hacia la orilla, y una vez en el borde, su figura se dibujó en la superficie del agua. — ¡Qué hermosa cola! ¡Qué lindas patas! —dijo orgulloso.
  • 30. 3 4 El conejo se acercó un poco más y descubrió su pequeñez. — ¡Soy muy bonito, pero demasiado pequeño! Hay animales más grandes que yo, como el caballo o el coyote. ¡Yo quiero ser de ese tamaño! —gritó enojado el conejo.
  • 31. 5 6 Entonces caminó hacia donde vivía el Señor del Monte; le iba a pedir que lo hiciera crecer, pues ser pequeño no le gustaba. Tres días después llegó al cerro. Subió con rapidez y en lo más alto encontró al Señor del Monte rodeado de aves. El conejo se arregló el pelo y las orejas. — ¿Qué haces aquí? — preguntó el Señor del Monte. — Vengo a pedirte que me hagas más grande — contestó el conejo.
  • 32. 7 8 El Señor del Monte pensó un momento y dijo: — Al amanecer párate entre esos dos cerros. Cuando el sol haya salido por completo verás cuánto has crecido.
  • 33. 9 10 El conejo bajó con brincos y piruetas y esperó a que amaneciera. Poco a poco el sol asomó sus primeros rayos. Entonces se paró entre los cerros y vio reflejada una gran sombra. — ¡Qué grande soy ! —gritó. Y se puso a brincar de felicidad. Movía las orejas, sacudía la cola y agitaba las patas, mientras miraba a su sombra copiar cada movimiento. — ¡Ese soy yo! ¡Grandote y veloz!
  • 34. 11 12 Continuó brincando el resto del día, sin darse cuenta de que el sol casi se escondía. Cuando la luz empezó a disminuir, la sombra saltarina se achicó y se achicó hasta borrarse por completo. En ese momento el conejo entendió que era tan pequeño como al principio, sólo su sombra había crecido.