1. Integración de la Educación Ambiental en los Centros Educativos. Ecocentros de Extremadura: análisis de una
experiencia de Investigación-Acción
CONCEPTUALIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN AMBIENTAL
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UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA
FACULTAD DE FORMACIÓN DEL PROFESORADO
DEPARTAMENTO DE DIDÁCTICA DE LAS CIENCIAS EXPERIMENTALES Y DE
LAS MATEMÁTICAS
Integración de la Educación Ambiental en los Centros Educativos.
Ecocentros de Extremadura: análisis de una experiencia de
Investigación-Acción
Mª del Carmen Conde Núñez
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…
2. Capítulo II
Fundamentación teórica de la investigación
2.1. REVISIÓN TEÓRICA.
2.1.1. CONCEPTUALIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN AMBIENTAL.
Medio Ambiente y educación ambiental.
La educación ambiental empieza a dar sus primeros pasos a principios de los
setenta del siglo pasado cuando organismos como el “Consejo para la Educación
Ambiental” de Reino Unido, expresan que es necesario organizar una
educación relativa al medio ambiente si queremos que el comportamiento del
hombre con su entorno se realice sobre bases correctas de utilización y
conservación de los recursos, lo que resulta imprescindible para la supervivencia de
la humanidad.
Por entonces la sociedad empieza a ser más consciente de los problemas
ambientales de su entorno y la educación ambiental surge como una respuesta
educativa a los mismos.
Para avanzar en este tema necesitamos conocer qué es lo que se entiende
por medio ambiente, ya que la educación ambiental tiene por misión trabajar en
torno al mismo.
La percepción del término medio ambiente ha ido modificándose en los últimos
años, y ha pasado de entenderse como algo que tiene que ver sólo con el medio
físico y los organismos que lo habitan, a incluir en esta visión aspectos del medio
social y cultural, al estar todos estos interrelacionados, entendiendo que un hecho
que afecta a uno de ellos ineludiblemente repercutirá en los otros.
Esta idea es la que se señala desde la UNESCO al definirlo así: “...el concepto de
medio ambiente debe abarcar el medio social y cultural y no sólo el medio físico,
por lo que los análisis que se efectúen deben tomar en consideración las
interrelaciones entre el medio natural, sus componentes biológicos y sociales y
también los factores culturales. Además, los problemas ambientales no son
únicamente los que derivan del aprovechamiento perjudicial o irracional de los
recursos naturales y los que se originan de la contaminación, sino que
abarcan problemas derivados del subdesarrollo tales como la insuficiencia en
materia de viviendas y abrigo, las malas condiciones sanitarias, la
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desnutrición, las prácticas defectuosas en materia de administración y
producción y, en general, todos los problemas que derivan de la pobreza.
Comprenden también las cuestiones de la protección de los patrimonios cultural
e histórico... Esta razón aboga una vez más a favor de un enfoque integral en lo que
atañe al estudio de los problemas ambientales, a cuya solución deben contribuir
todas las ciencias naturales, sociales y humanas, y las artes, para su análisis y
solución” (UNESCO/PNUMA, 2002).
Otra definición de medio ambiente la ofrece Gutiérrez (1995), en la que destaca
sobre todo al ser humano y sus acciones en el medio, como elemento principal del
mismo: “De tal forma que hoy entendemos por medio ambiente todo el
conjunto de seres y de elementos que constituyen el espacio próximo o lejano
del ser humano; conjunto sobre el cual él puede actuar; sin que por ello le dejen de
influir de forma total o parcial esas circunstancias, condicionándole su existencia
e influyendo directamente en sus modos de vida”.
Por tanto, una perspectiva amplia y renovada sobre el medio ambiente debe
contemplar el medio ambiente natural, el medio ambiente histórico, el medio
ambiente socio-cultural.
En estos momentos en que los problemas ambientales son tan complejos y es tan
vasta la trama de relaciones que los mantiene, el conocimiento de los mismos debe
realizarse según apuntan algunos autores desde una perspectiva sistémica que
garantice un análisis profundo de los mismos, ya que sólo de esta forma podremos
garantizar avanzar en su solución.
El análisis sistémico forma parte de lo que podemos denominar de forma genérica
“movimiento sistémico, que incluye todas las aportaciones, de naturaleza muy
variada, desde filosóficas a metodológicas, relacionadas con el estudio de los
objetos dotados de cierta complejidad a los que conocemos como sistemas:
objeto complejo –natural o artificial- susceptible de ser analizado -dividido- en
partes, pero cuya entidad resulta precisamente de cómo esas partes se integran en
la unidad sustantiva que es el propio sistema” (Aracil, 1997; Wagensberg, 1985).
Existen varios sistemas fundamentales entre los cuales se establecen
interrelaciones y entre los cuales surgen los problemas ambientales. Para
Kassas (1990) se puede hablar de estos tres:
Biosfera: Es el medio donde existe la vida, es el sistema de la naturaleza.
Tecnosfera: Sistema de estructuras creadas por la humanidad y encuadradas
en el ámbito espacial de la Biosfera (asentamientos, fábricas, vías de
comunicación, etc.).
Sociosfera: Comprende el conjunto de entidades de creación humana que
hemos desarrollado para controlar las relaciones internas y sociales
respecto de los otros dos sistemas: instituciones políticas, económicas,
culturales, religiosas, etc.
Novo (1997) incluye además de estos, otro sistema más:
Noosfera: Está constituida por el cuerpo de conocimientos e ideas aplicadas a
la gestión de las relaciones entre los seres humanos y la Biosfera.
El conocimiento profundo de estos sistemas, es pues imprescindible a la
hora de prevenir o solucionar los problemas ambientales. En el mismo, una de las
ciencias que más a influido y que tiene una relación directa con el medio ambiente
y por tanto con la educación ambiental es la Ecología.
“La Ecología es la ciencia de las relaciones que mantienen los organismos vivos
entre sí y con su entorno físico-químico”: de esta forma la definió Haeckel
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en 1868. Margalef (1977) considera la ecología como la biología de los
ecosistemas y González Bernáldez (1981) como la ciencia que estudia los
ecosistemas. Así en las últimas décadas en las definiciones utilizadas se ha
tenido presente más la idea de que la naturaleza constituye ante todo un sistema
de relaciones físicas y biológicas. Y teniendo en cuenta las definiciones
anteriores, la ecología actual parece que se mueve en torno a las ideas de
sistema, estructura y función (Díaz Pineda, 1989).
Siendo por tanto el concepto de sistema, uno de los pilares de la ecología
moderna cuyo estudio es imprescindible para los ecólogos, ha sido lógica su
evolución hasta convertirse en una ciencia interdisciplinar por excelencia.
Para González Bernáldez (1981), “la historia de la ecología se aparta de la de
otras ciencias porque, en general, mientras éstas tienden al análisis, a
circunscribir y luego a dividir su campo de trabajo, la ecología es una ciencia de
síntesis, que combina materias de disciplinas distintas con puntos de vista
propios”.
La idea de que la interdisciplinariedad es fundamental para comprender
cualquier temática ambiental ha sido defendida por diversos autores (Odum,
1972), (Margalef, 1980),
(Morín, 1981), (González Bernáldez, 1984), (Parra, 1984), (Novo, 1986), (Sureda y
Colom, 1989), (Martín Sosa, 1989), (Gutiérrez, 1995).
Novo y Lara (1997a), Novo y Lara (1997b), Novo y Lara (1997c), Novo y
Lara (1997d), Caride (1991) y Gutiérrez (1995), destacan entre las perspectivas
más interesantes por sus implicaciones las siguientes a la hora de realizar
un trabajo sobre una temática ambiental:
1. Perspectiva ecológica.
2. Perspectiva ética, filosófica y teológica.
3. Perspectiva psicológica.
4. Perspectiva sociológica.
5. Perspectiva histórica.
6. Perspectiva política, económica y jurídica.
7. Perspectiva geográfico-urbanística.
8. Perspectiva sanitaria.
9. Perspectiva científico-tecnológica.
10. Perspectiva pedagógica.
11. Perspectiva estética y artística
El trabajo interdisciplinar se convierte como reivindican todos estos autores en la
forma de poder verdaderamente comprender globalmente la situación para
intervenir en su solución.
“debemos avanzar hacia un nuevo enfoque cultural y científico, el de la
complejidad, pues sólo desde el entendimiento de los complejos
mecanismos que rigen el orden y el desorden en los sistemas hallaremos algunas
respuestas válidas a la pregunta cotidiana de cómo abordar la gestión de los
recursos (sean éstos físicos, culturales, educativos, etc) desde perspectivas
correctas” (Novo, 1995b).
“La complejidad de los sistemas ambientales es un reto a nuestra propia
capacidad de complejizar el pensamiento y la acción sobre el medio. Necesitamos
avanzar más allá de los procedimientos analíticos aprendidos, para adentrarnos en
el difícil enfoque sistémico donde poder hallar explicaciones que articulen e
integren los múltiples aspectos de la problemática ambiental” (Novo, 1995a).
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Para Gutiérrez (1995): “el nuevo modelo debe ser capaz de ofrecernos: por
un lado una renovada forma de entender las relaciones sujeto-entorno en lo
científico y en lo social, en el pensamiento y en la acción; y por otro debe
estar arropado por instrumentos conceptuales y metodológicos que nos sirvan
de guía a los educadores ambientales para intervenir con lucidez en una realidad
educativa no exenta de problemática”.
La educación ambiental: principios básicos.
La expresión educación ambiental aparece por primera vez según Disinger
en 1948 (Sureda y Colom, 1989) como “environmental education”, durante una
reunión de la Unión Mundial para la Conservación (UICN). La primera
definición de educación ambiental se atribuye a W.B. Stapp, profesor de la
universidad de Michigan y fundador de la organización no gubernamental
ambiental Global River Environmental Education Network (GREEN). La presenta
como:
“La educación ambiental aspira a formar ciudadanos que conozcan lo
referente al ámbito biofísico y sus problemas asociados; que sepan cómo ayudar a
resolverlos y a motivarlos para que puedan participar en su solución” (Stapp,
1969).
En Reino Unido en el año 1968 apareció el “Consejo para la Educación
ambiental”. El campo de interés del mismo no quedó limitado al ambiente natural o
rural sino tal y como expresa “los elementos naturales rurales y urbanos del
medio ambiente están inextricablemente ligados y son interdependientes”, además
de eso el Consejo no percibía la educación ambiental como propia de una
determinada disciplina, sino que estimaba su tratamiento interdisciplinar como
el más adecuado para desarrollar proyectos de carácter educativo ambiental.
Estos dos puntos, según Novo (1995a) anticipan una corriente de opinión
que irá imponiéndose a lo largo de los años y será aceptada por los que trabajan
e investigan en el tema.
En el Congreso Internacional de Educación y Formación sobre Medio Ambiente
de Moscú en 1987, se define la educación ambiental como: “Un proceso
permanente en el cual los individuos y las comunidades adquieren conciencia de
su medio y aprenden los conocimientos, los valores, las destrezas, la
experiencia y también la determinación que les capacite para actuar, individual
y colectivamente, en la resolución de los problemas ambientales presentes y
futuros” (UNESCO/PNUMA, 1988).
El reto de la educación ambiental es, por tanto, promover una nueva
relación de la sociedad humana con su entorno, a fin de procurar a las
generaciones actuales y futuras un desarrollo personal y colectivo más justo,
equitativo y sostenible, que pueda garantizar la conservación del soporte físico
y biológico sobre el que se sustenta.
La educación ambiental surge así también, como dimensión educativa de
carácter interdisciplinar, tanto en sus desarrollos teóricos como prácticos (Benayas
y Barroso, 1995), a pesar de cierta visión reduccionista de la misma, que la ha
mantenido ligada al medio natural especialmente.
Llegamos así al concepto de educación ambiental, incluyendo al individuo como
ser que en su interacción con el medio que le rodea debe educarse para conocer
exactamente su papel en el medio, las repercusiones de sus hechos y cómo
relacionarse mejor con el mismo. Además se consolida su carácter
interdisciplinar, lo que aportará “un tipo de conocimiento cualitativamente distinto
al adquirido por simple yuxtaposición. Se trata del conocimiento integrado,
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aquel que puede dar cuenta verdaderamente de la complejidad de los sistemas o
problemas que han sido objeto de estudio” (Novo, 1995b). García Díaz y
Rivero (1996), plantean que “es necesario enriquecer el conocimiento de los
sujetos con una visión más compleja del mundo, trabajando en el aula un
tipo de conocimiento que originado en la integración didáctica de diferentes
formas del saber (científico, ideológico-filosófico, cotidiano, artístico, etc), suponga
una reconstrucción crítica y una mejora del conocimiento cotidiano que capacite a
los individuos para una participación más consciente en la gestión de los
problemas socioambientales propios de nuestro mundo. Se trata, pues de asumir
que el cambio de pensamiento y de conducta que se propone es un cambio
complejo, a contracorriente de la cultura predominante en nuestra sociedad
(fragmentaria, especializada, disciplinar, etc)”.
Según el Libro Blanco de la Educación Ambiental en España (COMISIÓN
TEMÁTICA DE EDUCACIÓN AMBIENTAL, 1999), “la educación ambiental es
una corriente de pensamiento y acción, de alcance internacional, que adquiere
gran auge a partir de los años 70 del siglo XX, cuando la destrucción de los
hábitats naturales y la degradación de la calidad ambiental empiezan a ser
consideradas como problemas sociales. Se acepta comúnmente que el
reconocimiento oficial de su existencia y de su importancia se produce en la
Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano de Estocolmo (ONU,
1973), aunque ya aparezcan referencias explícitas en documentos de años
anteriores”.
Durante la década de los 70 y hasta la actualidad, empezamos a ser
conscientes de nuestro papel en el medio ambiente y se comienza en los sectores
más sensibilizados a hablar de la necesidad de un cambio de cosmovisión o forma
de entender el mundo, en la cual el hombre debe dejar de ser el centro de
interés y dominador de cuanto le rodea (antropocentrismo), por otra forma
distinta de entender y relacionarnos con lo que nos rodea (biocentrismo). Esto
supone un cambio de paradigma importante en la cual “el hombre aparece
ya en interdependencia con todo lo existente, en un marco de interacciones en el
que el fenómeno de nuestra propia vida como especie sólo adquiere explicación
en el contexto más amplio del fenómeno de la vida en comunidad” (Novo, 1999b).
Al variar la percepción general de las relaciones mantenidas entre el hombre y
la naturaleza, se llega hasta una nueva visión pedagógica del tema ambiental.
Este giro filosófico y didáctico, supone el paso desde el estudio del medio
hacia la pedagogía del medio ambiente (Giolitto, 1984).
La mayoría de autores, entre ellos Lucas (1980), hablan de que no se debe
renunciar al uso del medio (educación en el medio), sino que no es
suficiente con enseñar desde la naturaleza usando ésta como recurso
educativo, ni siquiera con dar información sobre el mundo como objeto de
conocimiento, sino que es necesario dar un paso importante y pasar a la
educación para el medio. A la velocidad actual de degradación del medio urge un
cambio no sólo en la concienciación, sino un verdadero cambio de
comportamientos e incluso de estilos de vida, lo que desde la educación
ambiental se propugna como única solución ante el gran reto de la problemática
ambiental.
La educación ambiental entendida pues y fundamentalmente como una educación
para la acción y con ello la resolución de problemas, no sólo se dirige al sector
educativo formal, sino que de igual forma es fundamental que ésta se
incorpore en la educación no formal e informal y en todos los ámbitos y
sectores de la sociedad.
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En los últimos años ha existido una propuesta de cambiar el término
educación ambiental (EA) por educación para el desarrollo sostenible (EDS) con la
intención de llegar más allá en las pretensiones originales de la misma. Así
la problemática ambiental se manifiesta hoy día en el contexto del discurso
cotidiano político, económico y social, y no solamente ambiental o ecologista.
Las soluciones, en la misma línea, no pueden ser solamente de tipo ambiental sino
que deben tener un alcance sistémico.
La inquietud en Estocolmo (1972) de los países ricos por un medio ambiente grato
y no contaminado, ha ido evolucionando hacia el reconocimiento de una
problemática que -aún cuando comparte elementos comunes- se materializa y se
percibe diferentemente por grupos sociales distintos y en cada parte del globo.
La problemática ambiental tiene dimensiones globales que superan límites
geográficos, barreras económicas y posiciones políticas e ideológicas, tomando
diferentes características en situaciones históricas específicas y en diferentes
países y regiones del mundo. En los países “del norte”, la problemática ambiental
se inserta en la cuestión general de la calidad de vida, mientras en los países “del
sur” el problema fundamental es cómo utilizar racionalmente los recursos
ambientales para superar la pobreza, permitir el crecimiento sostenido de la
economía y alcanzar el desarrollo, sin menoscabar, destruir o arriesgar las
capacidades del sistema natural. El análisis del panorama mundial nos muestra,
entre la multitud de problemas ambientales, un contraste exagerado entre la
opulencia ostentosa y el despilfarro de una minoría (el 20% de la población
mundial) y la pobreza y la miseria creciente de la mayoría (que supone el 80% de
la población). Esto pone de manifiesto la inestabilidad del sistema y la crisis
profunda del mismo que además tiende a acentuarse (Novo, 1995a; Novo, 1999c).
Al mismo tiempo la preocupación por el medio ambiente trasciende lo local y
nacional para proyectarse como problema global. Esto sugiere dos reflexiones:
Implica el reconocimiento de que la sociedad mundial no vive en
sistemas separados, sino que cada sistema interactúa en un sistema más
amplio del cual es parte estructural y funcional, y que por lo tanto toda
acción antrópica, tarde o temprano, tiende a trascender dimensiones
espaciales y temporales.
Evidencia que la acción antrópica ha alcanzado proporciones tales, que la
gestión de sus efectos sobre el medio natural requiere de una acción global.
El desarrollo debe contribuir a superar la pobreza, producir para
satisfacer las necesidades de la población mundial, y crear las condiciones para
que esa producción pueda ser adquirida por quienes la necesitan, generando
además los recursos técnicos y económicos para que el desarrollo sea no sólo
ecológicamente, sino también social, económica y políticamente sostenible
(Bifani, 1995a; Bifani, 1995b; Bifani, 1997).
El desarrollo sostenible:
Considerando variables ambientales, sociales e internacionales para definir un
programa de acción a largo plazo para la comunidad mundial, se definió como
aquel “que satisface las necesidades de la generación presente, sin
comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus
propias necesidades” (UICN-PNUMA-WWF, 1991).
Dos conceptos fundamentales aparecen en esta definición:
Las necesidades, en particular las esenciales de los pobres, que deberían
obtener prioridad.
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Las limitaciones que imponen los recursos del medio, el estado actual de la
tecnología y de organización social, y la capacidad de la biosfera de absorber
los efectos de las actividades humanas.
La integración del medio ambiente y del desarrollo, entendido éste en
función de parámetros cualitativos como “autosuficiencia o dependencia de la
comunidad humana en cuestión, modelos de utilización y reciclado de recursos,
equidad en el reparto o distribución de los bienes y servicios básicos, posibilidades
de empleo y ocio de sus miembros, incidencia de las mujeres en la política
demográfica, etc”, según plantea Novo (1995b) es el reto que tenemos planteados
para este tercer milenio.
“El problema no es tanto el de la crítica al sistema que está presente, que
es asumida por las instituciones (al menos en el discurso), como plantear
cómo deben hacerse los cambios y cuál es el papel que puede jugar en
ellos la educación ambiental” (Calvo, 2002).
Para Tilbury, después del llamamiento hacia la reconceptualización del medio
ambiente y de la educación ambiental de la Agenda 21, desarrollada en la Cumbre
de la Tierra de Río de Janeiro en 1992 “se socavan así los fundamentos
ecológicos de la educación ambiental y los intereses pasan a ser la seguridad
alimentaria, la pobreza, el turismo sustentable, la calidad urbana, las
mujeres, el medio ambiente y desarrollo, el consumo verde y la salud
pública ecológica y el manejo de residuos, así como los relacionados con
el cambio climático, la deforestación la degradación de los suelos y la
desertificación, el agotamiento de los recursos naturales y la pérdida de la
biodiversidad, se promueven como los intereses fundamentales de la educación
ambiental” (Fien y Tilbury, 2002).
Tilbury (2001) propone que la educación ambiental en el nuevo siglo ha de
basarse en:
Temas sobre desarrollo sustentable. La educación sobre la Biodiversidad
debe articularse con conceptos como: derechos humanos, equidad y
democracia.
Educación socialmente crítica en la que la calidad ambiental y el
desarrollo humano deben trabajarse juntos.
Procesos participativos. Debe pasar de ser un área de aprendizaje a
ser un proceso participativo.
Asociaciones para el cambio.