1. Arzobispado de Arequipa
Domingo 17
de julio
de 2016
UN PASAPORTE MEJOR
Miles de peruanos están haciendo largas colas
para obtener un pasaporte biométrico. Según
relatan las noticias, algunos van a las oficinas de
Migraciones desde antes de la salida del sol.
Tanto ellos como los que llegan más tarde deben
esperar varias horas hasta ser atendidos, algunas
veces incluso para tener que regresar al día
siguiente porque el cupo de atenciones se agota.
El admirable sacrificio que hacen para
asegurarse ese pasaporte me lleva a pensar si le
damos la misma importancia a otro pasaporte, o
mejor dicho visa, que todos algún día
necesitaremos: aquella para el viaje sin retorno
que todos emprenderemos cuando nos toque
partir de este mundo. El evangelista san Mateo,
al final de su capítulo 25, nos transmite las
palabras de Jesús acerca del juicio final. Dice
Jesús que así como el pastor separa a las ovejas
de los cabritos, él nos separará y unos irán por
toda la eternidad al Cielo, para el que hemos
sido creados, y otros a la condenación eterna. El
criterio de separación será lo que hicimos o
dejamos de hacer a nuestros semejantes, en
especialaaquellosmáspobres ynecesitados.
Vengan, benditos de mi Padre, dirá Jesús a unos,
“porque tuve hambre y me dieron de comer,
tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me
acogieron, estuve desnudo y me vistieron,
enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a
verme”. A otros, en cambio, los apartará por no
haber realizado tales obras; porque, como el
mismo Jesús dice, lo que hacemos o dejamos de
hacer a los pobres, enfermos y necesitados, se lo
hacemos o dejamos de hacer a Él mismo. Son
palabras muy claras, ante las cuales sería
conveniente que nos preguntemos si las
estamos tomando en serio o si no las tomamos
en cuenta y estamos poniendo en riesgo nuestra
salvación eterna; porque, definitivamente,
como nos lo ha recordado el Papa Francisco:
“no podemos escapar de las palabras del Señor y
en base a ellas seremos juzgados”, puesto que
en cada persona que sufre está presente Cristo,
“su carne se hace de nuevo visible como cuerpo
martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en
fuga, para que nosotros lo reconozcamos, lo
toquemos y lo asistamos con cuidado”
(Misericordiaevultus,15).
El 20 de noviembre concluirá el Año de la
Misericordia al que nos convocó el Papa como
un tiempo de gracia para salir de la indiferencia
con la que no pocas veces pasamos de largo ante
el sufrimiento ajeno. El utilitarismo, el
materialismo y el hedonismo que,
lamentablemente, han marcado tan
profundamente a este mundo globalizado en el
que nos ha tocado vivir, pueden habernos
contagiado ese individualismo que nos
anestesia e impide que veamos la presencia de
Dios en nuestros hermanos más pobres y
necesitados. Esta enfermedad espiritual, sin
embargo, no es incurable. Jesucristo, rico en
misericordia, nos espera con los brazos abiertos
de par en par si, dándonos cuenta que nos hemos
vuelto egoístas, volvemos a Él de corazón, le
pedimos que nos perdone y que nos dé la
fortaleza para comenzar una nueva etapa en
nuestra vida siendo generosos con los demás.
De esa manera, tendremos el pasaporte y la visa
que, cuando nos toque presentarnos ante Él,
haga posible que nos diga: “Ven a mí, bendito de
mi Padre, entra conmigo al Reino de los
Cielos”.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
LA ColumnA
De Mons. Javier Del Río Alba