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EL PRESIDENCIALISMO
RENOVADO
Institución y Cambio
Político en América Latina
Dieter Nohlen
Mario Fernández
Presidencialismo versus parlamentarismo:
Dos enfoques contrapuestos (*
)
Dieter Nohlen
En marzo de 1987, en el Fortín de Santa Rosa, Uruguay, abríamos el debate
sobre reforma política y consolidación democrática en América Latina en el
marco de un seminario internacional que reunió a cuentistas sociales europeos
y latinoamericanos. Entonces hace ya una década, nos interesaba comprobar
si la institucionalidad política en América Latina había tenido alguna relación
con los derrumbes de la democracia y si su reforma podría contribuir a mejorar
la viabilidad y la consolidación de la democracia en la región. La presencia de
los participantes europeos en el debate1
se justifico principalmente por la
experiencia europea durante la posguerra que supero la historia de fracasos de
las formas parlamentarias de gobierno imperantes en el primer tercio del siglo
mediante adaptaciones del mismo sistema básico a parámetros de mejor
funcionamiento y mayor estabilidad. Tomando tales estímulos teóricos e
históricos considerando los debates sobre reformas del sistema presidencial
en algunos países de América del Sur, especialmente Chile y Argentina, en el
seminario se lanzo también la idea de introducir el parlamentarismo en uno u
otro país. Los resultados de este encuentro fueron publicados un año mas
tarde en un libro complicado por Dieter Nohlen y Aldo Solari en 1988
(Nohlen/Solari, 1988).
En el mismo año 1987. Juan publicaba la primera versión de su muy
difundido e influyente articulo: Presidential and Parlamentary Government.
Does it Make a Difference2
, en el que junto con subrayar la diferencia entre
ambas formas de gobierno, especialmente respecto a su afectos, destacadas el
rol negativo del presidencialismo en América Latina como causante del
derrumbe de las democracias, como elemento que impide o dificulta la
transición a la democracia y como estructura que hace problemática la
consolidación de la democracia. Consecuentemente, Juan Linz se pronuncia de
manera decidida a favor de la introducción del parlamentarismo de América
Latina, fomentando vigorosamente este proyecto tanto a nivel académico como
en la esfera del consulting político.
La aparición del tema institucional en el debate politológico sobre la
transición y consolidación democrática en América Latina origino el
perfilamiento paulatino de una dualidad de enfoques sobre sus aspectos
conceptuales y metodológicos, así como respecto de las consecuencias que
los esfuerzos teóricos tendrían en el desarrollo político de la región.
Estas líneas de estudio sobre los regimenes políticos encontrarían su
expresión mas elocuentes en dos compilaciones publicadas en 1991 y 1994.
Por un lado, en Presidencialismo versus parlamentario complicado por Dieter
*
Agradezco mucho el apoyo de Martín Lauga en la preparación de la versión castellana de este ensayo. El texto
correspondiente a la conferencia pronunciaba al acabo del VII Curso interamericano de Elecciones del Instituto
Interamericano de Derechos Humanos (IIDH/CAPEL) en el salón de Ex-Presidente de la Asamblea Legislativa de
Costa Rica, el día 29 de noviembre de 1995
1
Desde España el politólogo (y político) Rafael Arias Salgado y el constitucionalista José Juan Gonzáles Encinar,
desde Alemania el historiador Derlef Junker, el constitucionalista Christoph Muller y el politólogo Dieter Nohlen.
2
Versión en castellano publicaba en: Consejo para la Consolidación de la Democracia, 1988.
Nohlen y Mario Fernández (véase también Nohlen, 1991), se señalaron
nítidamente las diferencias metodológicas e históricas que diferenciaban los
enfoques sobre los sistemas de gobierno en América Latina y se analizaron
con gran detalle las posibilidades de reforma del presidencialismo en América
Latina, haciendo hincapié en las formas variadas de este tipo de sistema
político que habría considerado para emprender tales proyectos de reforma en
cada caso nacional. Ahondando en este punto, en el estudio se proponía
poner énfasis en la idea de adaptar mas que reformar los sistemas
presidenciales en al sentido de alcanzar mejores patrones de funcionamiento.
Por otra parte, en el libro se destacaban comportamientos de los actores
políticos como variable de importancia respecto al rooting de las instituciones;
se llamaba la atención cobre los cambios reales en cuanto a lo actitudinal,
especialmente en los procesos de formación de coaliciones de gobierno o
especies de este tipo de gobiernos por mayoría multicolor en Chile, Bolivia y
Uruguay; y se afirmaba que, incluso cuando ni siquiera en un solo país se
producían reformas constitucionales en cuanto al tipo del sistema político
vigente, el mero debate institucional podría tener efecto de mejorar la
comprensión de lo institucional como restricción y recurso por parte de los
actores políticos y así contribuir al objetivo principal: la consolidación de la
democracia (véase así mismo Nohlen/De Riz, 1991).
En 1994 se publico el estudio de Juan Linz y los investigadores que
participaron en dos seminarios internacionales sobre el tema en 1989 y 1990
en Washington y Santiago de Chile. En esta obra, el enfoque y objetivo del
pensamiento parlamentarista de Linz se vio ratificado y aun más acentuado por
el titulo mismo de la obra colectiva por Juan Linz y Arturo Valenzuela: the
Failure of Presidential Democracy, sin perjuicio de que varias contribuciones de
libro no comprueban no conforman esta visión deterministas y universalista del
presidencialismo. En su extensa introducción al libro que constituye la versión
definitiva de su articulo de 1987 Juan Linz amplio sus argumentos contrarios al
presidencialismo, a pesar de los inequívocos signos de la realidad político de la
región. La alusión que el autor hace la critica que recibo no considera sus
argumentos ni las propuestas de reforma política. El trabajo de Linz tampoco
da cuenta del significado de los intentos de reforma institucionales que
tuvieron lugar en América Latina en esta década. Mientras que las iniciativas de
reforma constitucional respecto a la forma de gobierno generalmente se
frustraron, se observa un compartimiento de la clase política en buena parte
más pragmático y conforme con criterios de mejor funcionamiento del sistema
presidencial. El pronostico nuevo derrumbe de la democracia en América
Latina nose produjo, observándose, por el contrario, una permanencia de la
democracia en América Latina nunca antes vista en si historia, y con ello una
relativización de la supuesta relación casual entre sistema de gobierno y
desenlace feliz o fatal de la democracia.
Lo que la realidad de la región presenta es, en suma , una cierra
flexibilidad y capacidad de adaptación del sistema presidencial, en medio de
inmensos desafíos económicos, sociales y políticos que están relacionados con
el agotamiento de la estrategia de desarrollo cerrada, sustitutiva y estatista y
con la implementación de la estrategia neoliberal de apertura, privatización y
desregulaciones. En este dificilísimo contexto socioeconómico y de
reesturturacion de la relación Estado/sociedad no solo no se produjo el
derrumbes de la democracia por los déficit del presidencialismo, sino que mas
bien se manifiesta a nivel político-institucional lo que debería ser un
fundamento emperico central del pensamiento institucional para América
Latina: la reafirmación de la democracia presidencial. Vale añadir que esta
observación emperica acerca de la permanencia y, en ciertos casos,
estabilidad de la democracia no implica emitir ningún juicio sobre el desarrollo
de la democracia y su permanencia y consolidación en el futuro, asociado a
variables externas a la forma del sistema político.
Mientras que la polémica se expandió a mas países de América Latina a
través de la reedición de los dos articulo introductorias de Linz y Nohlen a las
compilaciones ya mencionadas en 1994 y 1991 (véase Linz/Nohlen et al., 1993;
Comisión Andina de Jurista, 1993), con el correr del tiempo un numero cada
vez mayor de cuentistas sociales y constitucionalistas se incorporo al debate,
manifestándose matices y posicionamientos nuevos respecto a la disyuntiva
entre presidencialismo y parlamentarismo. Según Bernard Thibaut (1996), cabe
distinguir, en términos sistemáticos, entre:
1. La comparación entre ambos sistemas dentro de una enfoque
de puro razonamiento teórico o idealtípico: tal es por ejemplo la
postura de Juan J. Linz principalmente y, en medida parecida,
de Arend Lipjhart.
2. Los estudios cuantitativos que comparan por lo general con un
enfoque temporalmente muy reducido la performance de las
democracias presidenciales y parlamentarias (Riggs, 1993;
Stepan/Skach, 1993; Hadenius, 1994; entre otros.)
3. Los estudios que abandonan el contraste entre los tipos
básicos y se vuelcan al análisis de la variantes dentro del
presidencialismo de acuerdo con un enfoque puramente
institucional, diferenciando, por ejemplo, entre sistemas mas
presidentes “fuertes” y sistemas con presidentes débiles en
relación con la formación y el mantenimiento de su gabinete o
en relación con el proceso legislativo. Aquí también hay una
tendencia o concebir los supuestos “metiros” de distintos
modelos o subtipos del presidencialismo en cuanto a la
estabilidad democrática en términos cuantitativos, sin
considerar el contexto histórico (Shugart/Carey, 1992)
4. El enfoque que seguimos nosotros de estudiar los sistemas de
gobierno en estrecha vinculación con el contexto social y
político. estructural en el cual tienes que operar concretamente,
es decir, un enfoque muy escéptico en relación a los
rendimientos posibles de un análisis puramente teórico y/o
cuantitativo. Este enfoque implica no rechazar por principios o a
priori ni el parlamentarismo ni el presidencialismo, sino evaluar
los problemas de funcionamiento de un cierto sistema de
gobierno, percibido como un conjunto de elementos
institucionales y políticos-estructurales.
El gobierno comparado: evidencias teóricas y empíricas
Existen diferencias estructurales entre el sistema presidencial y el parlamen-
tario. Este hecho es tan obvio que sólo repetirlo no debería ni despertar mayor
interés ni favorecer la polémica.
El caso empieza a llamar la atención cuando las diferencias que se
establecen a nivel teórico-sistemático se convierten en factores causantes del
desarrollo político a nivel histórico-empírico, es decir, cuando se pasa del
mundo abstracto de las lógicas simples al mundo empírico de las
circunstancias y variables complejas. El mundo abstracto es el reino de las
teorías universalistas; el mundo histórico el de las teorías de menor alcance, de
las explicaciones contextúales o contingentes.
La fuerza sugestiva del pensamiento institucional de Juan Linz radica en
el supuesto de que sería posible pasar sin más del análisis sistemático propio
del gobierno comparado al análisis causal del desarrollo político. Se trata pues
de la mezcla de dos lógicas distintas, algo que difícilmente puede ser percibido
por quienes descuidan cuestiones metodológicas o sólo recientemente se
incorporan al debate.
Como bien sabemos, Juan Linz es un excelente conocedor de la historia
de numerosos países, por lo que le resulta fácil fundamentar su argumentación
contra-presidencialismo y pro-parlamentarismo con exhaustivo material histó-
rico proveniente de los más diversos países. No obstante, pese a la
abundancia de ejemplos históricos, la lógica de su investigación no es histórica
sino abstracta o pura; es la lógica de la coherencia. En palabras de Giovanni
Sartori. Su discurso "busca relaciones universales, relaciones que permanecen
invariables, cualesquiera sean los casos específicos a los cuales que se
puedan referir (...) Maneja relaciones temporales, sucesiones que no son
cronológicas sino ideales" (Sartori, 1992, pp.147, 149). En función de la lógica
no contradictoria, la historia, la empiria, juega un papel sólo auxiliar: los
ejemplos específicos le sirven para juntar evidencia histórica que acompañe el
desarrollo argumentativo. Este tratamiento de la historia, sin embargo, no es
apropiado para comprobar las hipótesis dado, primero, que se dejan fuera de
atención los casos históricos que no se adecuan a las relaciones sistemáticas
que se establecen o en otros términos no se utiliza el método comparativo
como instancia de control; y, segundo, que los ejemplos ilustrativos tomados en
cuenta son tratados bajo el supuesto del ceteris paribus, mientras que para
bien comprender la historia y las relaciones que estamos estudiando hay que
presumir un ceteris non paribus. La lógica de la razón se contrapone a la lógica
de lo razonable. Siguiendo a Sartori (1992, p. 151) podemos concluir que "las
relaciones universales y atempérales formuladas para una lógica pura, no valen
para una lógica empírica (...) si no están debidamente ponderadas". Así,
parece extremadamente discutible el supuesto de que la lógica que establece
la diferencia entre presidencialismo y parlamentarismo y la validez de la opción
parlamentarista sea capaz de resolver el problema planteado de la opción más
adecuada entre las formas de gobierno, problema que requiere un
conocimiento empírico, o sea, histórico más integral, una comprensión de todo
el contexto específico y especialmente de las relaciones vinculadas con el
fenómeno o la relación que estamos estudiando.
Causalidad y pronóstico
La importancia de estas consideraciones metodológicas se evidencia en
el examen de una de las tesis centrales del pensamiento parlamentarista. Se
trata de la tesis lanzada por Arturo Valenzuela según la cual la democracia en
Chile habría sobrevivido si en esa época el país andino hubiera contado con un
sistema parlamentario (véase Valenzuela, 1978; 1994).
¿Fue el presidencialismo el causante del derrumbe de la democracia
chilena? Siguiendo esta lógica hipotética, la historia de Chile nos conduce a
pensar de inmediato en otros supuestos de tipo counterfactual, como por
ejemplo:
- si hubiera existido el ballotage, Salvador Allende no habría sido elegido en
1970, y así la democracia chilena no habría llegado a su punto muerto (véase
en este sentido, Taagepera/Shugart, 1989, p. 1);
- si hubiera existido el mecanismo de la reelección, Eduardo Freí Montalva
habría triunfado en los comicios;
- si la Democracia Cristiana hubiera presentado otro candidato en lugar del
izquierdista Radomiro Tomic, por ejemplo Bernardo Leighton, Alessandri, el
apoderado de la derecha, no se habría presentado como candidato y ]j
Democracia Cristiana habría podido continuar su mandato;
- si el partido de centro, la Democracia Cristiana, hubiera seguido la práctica
del tradicional partido de centro en Chile, el Partido Radical, esto es, la práctica
de acuerdos y alianzas, no habría, perdido las elecciones de 1970 (véase
Scully, 1992);
- si los partidos marxistas no hubieran negado la sal y el agua al gobierno de
Eduardo Freí Montalva con su programa de nacionalizaciones y de reformas
estructurales (abolición del latifundio), se habría formado una gran alianza de
los partidos modernizante para cambiar el país.
En todos estos casos supuestos entre otros la democracia chilena habría
podido sobrevivir. Esto relativiza rotundamente la capacidad explicativa del
derrumbe de la democracia que se le atribuye al presidencialismo por pensar
que el parlamentarismo hubiera llevado a otro historical outcome. Existen, en
realidad, un sinnúmero de posibles factores causantes o momentos
circunstanciales que de haber sido otro el momento, o de haber tenido otro
comportamiento, habrían podido influir en el desarrollo de la democracia en
Chile. Como ocurre con otros casos análogos, cabe recordar que en el caso del
derrumbe de la democracia de Weimar, un historiador alemán que revisó la
literatura al respecto menciona en total más de 60 factores causantes (véase
Junker, 1988). Así, la tesis de Valenzuela se reduce a una hipótesis muy
discutible, más aún si se considera que los supuestos avanzados por mí eran,
en su época, temas que se discutían en Chile, por ejemplo: Tomic intentó
formar con los partidos marxistas una gran alianza de izquierda detrás de su
candidatura, pero fracasó; sectores de la Democracia Cristiana propusieron
reemplazar a Tomic por Leighton, pero no tenían éxito; se inició una maniobra
contra la elección de Allende por el Congreso que habría resultado en nuevas
elecciones con la candidatura de Freí, maniobra que tampoco resultó (véase
Nohlen, 1973; Huneeus, 1981; Tagle, 1992). Sin embargo, en la época de la
política a la cual nos referimos, la alternativa parlamentaria no aparecía ni
como proyecto concreto ni en el debate general. Por el contrario, la reforma
constitucional de 1969 fortaleció el rol del presidente en el sistema político,
dotándolo con el plebiscito como arma para superar un posible conflicto con el
parlamento. Así, el planteamiento de Arturo Valenzuela no sólo representa uno
de los muchos supuestos imaginables, sino que es quizás el menos plausible
desde un punto de vista histórico dado que, como ya señalé, no estuvo en
ningún momento presente en ¡as alternativas discutidas en ese entonces.
Por otra parte, hay que tomar en cuenta la magnitud de consenso
político que hubiera requerido la introducción del parlamentarismo en Chile
como en cualquier otro país con grandes tradiciones presidencialistas. Vale
considerar también que los cambios institucionales no son neutros
políticamente, y que las fuerzas políticas, más aún en tiempos de alta
conflictividad política, los evalúan de acuerdo con criterios de poder. Ahora
bien: el supuesto de poder alcanzar un acuerdo de tal orden sobre la reforma
institucional equivale a desvalorizar el propio proyecto parlamentarista, dado
que con este mismo consenso se hubiera resuelto fácilmente el conflicto entre
presidente y mayoría parlamentaria en el esquema presidencialista, origen
según el análisis de Arturo Valenzuela y Juan Linz del derrumbe de la
democracia chilena. Este débil supuesto de tipo "contrafactual" se convierte en
el pensamiento de Juan Linz en the classic instance en lo que se refiere a
"cómo el presidencialismo ha facilitado y agravado la crisis de la democracia"
(Diamond/Linz, 1989, p. 24); es decir, es tomado como fundamento para
plantear una afirmación universalmente válida, como base teórica para el
pronóstico. Este pronóstico consiste en el anuncio del probable fracaso de las
democracias presidenciales en América Latina, así debe entenderse el título de
su obra colectiva: The Failure of Presidential Democracy. Pero cabe puntualizar
que un pronóstico en las ciencias sociales es válido sólo en la medida en que la
teoría en la cual se base sea empíricamente sustentable.
Es interesante observar que algunas contribuciones en el libro compilado
por Juan Linz y Arturo Valenzuela llegan a cuestionar la afirmación sugerente
del título de la obra.
En primer lugar, porque no se le atribuye al sistema de gobierno una
relevancia central respecto a la cuestión de la gobernabilidad, pareciendo difícil
to point to presidentialism as the insurmountable obstacle (de acuerdo a
Jonathan Hartlyn en su trabajo sobre Colombia, p. 320). En segundo lugar,
porque en América Latina existe una fuerte tradición de forma de gobierno
presidencialista que se relaciona estrechamente con la cultura política de los
países respectivos (como argumenta Cynthia McClintock en su trabajo sobre
Perú, 1989 p. 389) Además, porque surgirían dificultades considerables al
tratar de manejar exitosamente el parlamentarismo, pudiendo aparecer nuevos
problemas y agudizarse otros ya existentes (según Catherine M. Conaghan en
su contribución sobre Ecuador, 1988, p. 351). McClintock intuye, entreoirás
cosas, que el parlamentarismo “would increase spoils-oriented activities among
élite” (p. 389). Por último, porque se teme que podría minarse la legitimidad del
sistema político. En las democracias aún no consolidadas, este temor se ilustra
en la disposición de grupos estratégicos, especialmente los militares, a aceptar
más bien la autoridad de un presidente que la de un Jefe de Gobierno
dependiente del parlamento.
En las contribuciones dedicadas a los países particulares se arroja luz
sobre el contexto en el cual tiene que discutirse la cuestión institucional. La
evidencia latinoamericana se torna así ambivalente. De este modo, al igual que
todo en la vida exhibe ventajas y desventajas, hay argumentos en contra del
presidencialismo y otros a favor. En ningún caso histórico la alternativa del
parlamentarismo es tan convincente como aparece en la argumentación
teórica. Pruebas en este sentido brindan los escasos resultados de introducir
reformas en dirección parlamentaria hasta el presente. Del cuestionamiento
coyuntural del presidencialismo en la ciencia política no ha surgido hasta ahora
ninguna reforma estructural de tipo parlamentaria en América Latina, quedando
por ver si para bien o para mal de la consolidación democrática.
Esquemas rígidos y contextos históricos
Como sabemos, una característica de la vertiente parlamentarista del
pensamiento institucional es la de percibir las alternativas en el gobierno
comparado en términos esquemáticos, reduciendo a un mínimo la gran
variedad histórica de las instituciones políticas. En la misma alternativa
presidencialismo versus parlamentarismo, el supuesto dualismo es cuestiona-
ble, como lo señala Giovanni Sartori mediante su tesis neíther-nor en su
contribución al libro de Linz y Valenzuela (Sartori, 1994a, pp. 106-118), es decir
ni presidencialismo ni parlamentarismo, sino una forma de
semipresidencialismo.
Más cuestionables aún resultan las relaciones esquemáticas como por
ejemplo entre formas de gobierno y sistemas electorales o entre formas de
gobierno y sistemas de partidos políticos. Arend Lijphart elaboró una matriz de
cuatro entradas, combinando presidencialismo y parlamentarismo, por un lado,
y representación por mayoría y representación proporcional, por el otro,
llegando al siguiente ranking normativo (Lijphart, 1992, pp. 932-942):
1. parlamentarismo con representación proporcional;
2. parlamentarismo con representación por mayoría;
3. presidencialismo con representación por mayoría;
4. presidencialismo con representación proporcional.
¡Qué desilusión para América Latina! Ocupa el último puesto. Pero,
francamente, este esquema con su carga normativa no es muy sabio,
entendiendo que sabiduría tiene algo que ver con la experiencia, con la
empiria, en la conceptualización de Max Weber, con la historia.
Se puede objetar, primero, que el orden de preferencia de los sistemas
políticos depende de factores contingentes; segundo, que lo mismo es válido
para los sistemas electorales; tercero, que la combinación de formas de
gobierno con sistemas electorales potencia la incertidumbre respecto a la
conveniencia de la mezcla no sólo a nivel de la asesoría política como
universal political advice, sino también a nivel puramente teórico. No veo
posibilidad ninguna de establecer un orden que pone el parlamentarismo con
representación proporcional por encima del parlamentarismo con
representación mayoritaria. Por lo demás, las categorías utilizadas son
demasiado amplías para permitir conclusiones normativas precisas. La bondad
y la validez de la combinación, su éxito en el caso histórico concreto, depende
mucho del subtipo, o mejor dicho, de la adaptación del tipo básico a
circunstancias contingentes y necesidades funcionales como, p. ej., la
estructura de la sociedad, patrones de comportamiento político, el formato y la
dinámica del sistema de partidos políticos, etc.
Arend Lijphart, una de las grandes figuras en la ciencia política,
últimamente con contribuciones de primer orden en el ámbito de los sistemas
electorales (Lijphart, 1994), problematiza también la regla de toma de
decisiones propia del sistema presidencial, la regla mayoritaria que, como es
sabido, es la única aplicable cuando se trata de elegir no un órgano colegiado,
sino un órgano unipersonal (Lijphart, 1994a, pp, 91-105). Es obvio, entonces,
en comparación con el parlamentarismo, la mayor cercanía del
presidencialismo a la forma de toma de decisiones por mayoría; pero a partir de
ello sacar la conclusión de que la democracia mayoritaria sería menos viable,
incluso menos democrática, parece muy aventurado. Vale recordar que el
ejemplo clásico de un sistema parlamentario, el caso británico, ha sido
justificado en la teoría del gobierno representativo como majority rule y sigue
aún hoy funcionando así. Recordemos así mismo la famosa afirmación del gran
teórico del sistema parlamentario, el inglés Walter Bagehot quien, dicho sea de
paso, brilla por su ausencia en el discurso de la vertiente parlamentarista de
tipo democrático-consensual: "the Principie of Parliament (parliamentary
government) is obedience to leaders" (Bagehot, 1961, p. 125). Compartimos,
en términos generales, la convicción de que en América Latina, en función de
una mayor gobernabilidad, vale promover formas y comportamientos de
concertación, de compromiso, la convicción de que conviene reducir los
abismos ideológicos y evitar las lógicas del todo o nada o del avanzar sin
transar. Sin embargo, me opongo a minusvalorar o incluso a desprestigiar la
forma de tomar decisiones por mayoría, o el gobierno por mayoría unicolor.
Otros investigadores analizan la relación entre las formas de gobierno y
la estructura del sistema de partidos. Se trata de una relación sumamente
importante, dado que efectivamente el funcionamiento del sistema político,
incluso su clasificación en el universo de las formas de gobierno, puede
depender del formato del sistema de partidos políticos y de la interacción de
sus integrantes.
Sin embargo, esquematizar la relación en términos de que el bipartidismo
constituiría un sistema más idóneo para el presidencialismo o para la consoli-
dación de la democracia, como se afirma basados en una comparación de
cuatro casos latinoamericanos (Chile, Uruguay, Costa Rica y Venezuela) es
bastante arriesgado. No se toman en cuenta las demás variables que
intervienen, ni tampoco se estudian las relaciones de causalidad recíprocas. En
suma: la descontextualización es el fundamento metodológico de tales
afirmaciones, pero al mismo tiempo también de sus equivocaciones.
Esto es especialmente cierto respecto al presidencialismo
latinoamericano, el cual aparece muy esquematizado como alternativa a
superar en la confrontación con el parlamentarismo, también tratado como si en
la realidad existiera un solo tipo de parlamentarismo. Permítanme no entrar en
este tema, pero sí apuntar que la estabilidad política en Europa occidental
después de la Segunda Guerra Mundial, posterior a las respectivas
democratizaciones de sus sistemas políticos, tiene algo que ver con la
adaptación del parlamentarismo a las circunstancias de cada caso nacional,
creándose así diferentes variantes del sistema parlamentario.
En América Latina, el presidencialismo varía enormemente tanto en las
Constituciones como en las prácticas políticas. Desde el punto de vista
constitucional, cabe distinguir básicamente entre el presidencialismo reforzado,
el presidencialismo puro, el presidencialismo atenuado y el presidencialismo
parlamentarizado.
En la práctica, valdría, la pena diferenciar aún más, tomando como
criterios las costumbres y los estilos políticos (por ejemplo; en Uruguay, los
constitucionalistas locales insisten en que la Constitución sería parlamentarista;
pero nadie se opone a caracterizar la práctica política como presidencialista), la
mayor o menor jerarquización del sistema, la organización del Ejecutivo (es
decir, la relación presidente/gabinete siempre que éste exista: y la relación
presidente/parlamento mediada por el sistema de partidos políticos influida por
la distancia ideológica entre ellos y la composición política del parlamento
afectada por el sistema electoral, etc., etc. En suma: más allá de lo
característico del presidencialismo, que sirve para distinguirlo del
parlamentarismo en términos categoriales, existen dentro del presidencialismo
las más diversas combinaciones respecto a la relación de los órganos políticos,
el presidente y el parlamento, sus orígenes, funciones, modos de interacción,
etc. Ante esta situación, y más aún cuando el objetivo es reformar la relación
existente, es imperioso con textual izar el debate.
Balance final
Como conclusión pueden formularse varias observaciones. La polémica
reproducida exhibe un cuadro de marcados antagonismos;
- por un lado, la negación del presidencialismo; por otro lado, una apreciación
histórica del presidencialismo, sus logros, recursos, limitaciones y falencias
según el tiempo y el lugar;
- por un lado, el análisis monocausal y unidireccional basado en la adjudicación
de un valor dominante a la variable institucional; por otro lado, el diagnóstico
multicausal y de causalidad circular, basado en la convicción de que existe una
interrelación e interdependencia eje los factores y que la institucionalidad
política es sólo un factor, importante sí, pero relativizado a la vez por otros,
como por ejemplo la cultura política, el desarrollo económico y social, la historia
propia de los diferentes países, sus experiencias y aprendizajes, la estructura
del Estado y demás factores, los cuales son quizás más importantes que el
factor institucional propiamente tal;
- por un lado, la recomendación de dar un salto categorial de un sistema de
gobierno al tipo alternativo; por otro, la recomendación de reformas
increméntales, de adaptación del presidencialismo a los desafíos de un mejor
funcionamiento y mayor gobernabilidad, sin excluir por eso reformas que van
más allá de la modalidad de adaptación siempre y cuando esto resulte
conveniente en el caso concreto en cuestión;
- por un lado, la valorización de las propuestas de reforma de acuerdo con
criterios de medición de la distancia entre estas propuestas y la receta general
de un sistema parlamentario; por otro, la valorización de las diferentes
propuestas según parámetros de la teoría del gobierno comparado y que
consideren seriamente los contextos concretos y elementos específicos del
país en cuestión.
Sin embargo, mientras que la polémica es antagónica, las alternativas se
diferencian entre sí: por un lado, la rigidez; por otro lado, la flexibilidad de una
propuesta que aun cuando se pronuncia en favor de adecuaciones de los
sistemas políticos dentro del molde presidencialista que los caracteriza, no
descarta reformas que pongan en tela de juicio el molde presidencialista y
avancen más en dirección a un sistema mixto o semi, o hacia procesos de
reforma que lleguen finalmente al parlamentarismo.
No obstante, hay que estudiar bien los pros y los contras. Cuando la
imagen del parlamento es mala, peor que la del presidente de turno; cuando la
imagen de los partidos políticos es mala, peor que la del Ejecutivo en ejercicio;
cuando la imagen de los políticos es mala, peor que la del personal ejecutivo
como señalan muchos sondeos, difícilmente puede imaginarse que el
parlamentarismo pueda conducir a una mayor consolidación de la democracia.
La recomendación no consiste pues, en primer lugar, en un modelo de sistema
político, sino en el método de debatir, diseñar y consensuar reformas con
viabilidad política y que por supuesto no pongan en peligro lo ya logrado, la
frágil permanencia de la democracia en América Latina. La propuesta de
reforma tiene que respetar tradiciones políticas, culturas políticas y estructuras
políticas, características propias de cada caso nacional. Esta precaución es
imperiosa.
La alternativa presidencialismo-parlamentarismo sugiere la existencia y
oportunidad de una receta mágica. No es así. El problema es más complejo, la
historia más rica, la capacidad social-tecnológica más restringida, y mucho
mayor la responsabilidad de aquellos que propician e instrumentan reformas en
el sistema político dado que, en definitiva, son las sociedades latinoamericanas
mismas las que disfrutarán o padecerán las consecuencias de toda reforma o
no-reforma política.
Transición versus democratización:
visiones alternativas sobre el cambio político
Mario Fernández B,
El origen de los conceptos
Es posible sostener que la preocupación científica por las
transformaciones políticas en la periferia del mundo occidental industrializado
se ha desarrollado entre dos obras separadas por veinte años: el artículo de
Dankwart Rustow Transitions to Democracy, publicado en 1970, y el libro de
Samuel Huntington the Third Wave. Democratizarían in the late Twentieth
Century, publicado en 1991.
Más allá de los propósitos de confrontar la dimensión normativa de la
democracia con sus manifestaciones concretas, de ambos trabajos, y de las
críticas teóricas y metodológicas que les han sido formuladas (véase
Beyme/Nohlen, en Nohlen, 1995d, p. 768; Nohlen/Thibaut, 1994), salta a la
vista que la gran diferencia entre el objeto y el método de ambas obras da
cuenta del cambio acaecido en los sistemas políticos en las dos décadas que
los separan.
El trabajo de Rustow está destinado a la búsqueda de "las condiciones que
hacen la democracia posible y próspera", en tanto que el objeto de la obra de
Huntington es "la transición de una treintena de países desde sistemas
políticos no democráticos a democráticos". En el campo metodológico, Rustow
propuso el "esquema de un posible modelo de transición a la democracia"
mientras que Huntington presenta un "esfuerzo por explicar por qué, cómo y
con cuáles consecuencias inmediatas ha ocurrido esa ola de democratización
entre 1974 y 1990".
El paralelo entre esas dos obras no sólo se refiere a su contenido sino a
los conceptos usados en ellas. En efecto, las expresiones "transición" y
"democratización" en sus respectivos títulos son muy simbólicas de los efectos
que pueden causar en la terminología teórica los cambios que experimenta el
objeto de la investigación. Se advierte una relación directa entre el uso de los
vocablos "transición" y "democratización" con el grado de conocimiento
empírico de los cambios de los sistemas políticos en el Sur de Europa durante
la segunda mitad de los años setenta, en América Latina durante los ochenta y
en el Este de Europa en los noventa.
La expresión "transición" se ha utilizado tanto cuando el cambio político
era futuro y deseable (como en el trabajo de Rustow, 1970) como cuando se
estima que hay inseguridad o incertidumbre sobre su materialización y cuando
la referencia está puesta más en el punto de partida (no-democracia) que en el
de llegada (la democracia). Así se explica que el trabajo más representativo de
este enfoque lleve por nombre Transitions from Authoritarian Rule aun cuando
fue publicado en 1986, cuan do e] proceso poli tico en Europa del Sur y
América Latina ya es taba muy avanzado (véase
O'Donnell/Schmitter/Whitehead, 1986).
A diferencia de lo anterior, el concepto de "democratización" ha sido
usado preferentemente en trabajos empíricos basados en la evolución concreta
de los procesos referidos más al punió de llegada (a la democracia) que al de
partida (la no democracia). Un ejemplo de esta línea la ofrece el trabajo de
Dieter Nohlen publicado en 1982 (cf. pp. 66-86), en el cual, en una fase todavía
temprana de la democratización en América Latina, se propuso una tipología
de factores que intervienen en ese camino a la democracia.
Autoritarismo y democracia: referencias y rigideces
El enfoque transicional se ha centrado en su interés por definir el autori-
tarismo y explicar los desplomes democráticos que les dieron vida, proyectando
una suerte de visión escéptica o amenazante respecto al futuro democrático.
Más que preocuparse por las características de las nacientes democracias y
como veremos, de la democracia misma sus exponentes destacan el peso y la
vigencia que pueden tener las herencias autoritarias. Por ello, esa posición
proyecta la impresión de que la transición se eterniza, en la medida en que
nunca llega la democracia1
. La rigidez para definir los puntos de inicio y de
término del proceso es una característica del enfoque transicional que se
manifiesta tanto al definir el estado desde el cual ese tránsito se ha iniciado
como al precisar el concepto de democracia hacía el cual transitaría el
proceso2
. Respecto al punto de partida de la transición es necesaria la
referencia al concepto de autoritarismo, cuya tradición de análisis se inició con
Juan J. Linz (1970; 1975; 1978) y Guillermo O'Donnell (1972) sobre los casos
de España bajo Franco y de Argentina bajo Onganía, ampliándose luego a una
aplicación más global a los regímenes militares en América Latina (véase
Nohlen, 1987, pp. 64-85). El concepto de autoritarismo de Linz se basa en
diferenciarlo de los totalitarismos y las democracias, de acuerdo al tipo de
ejercicios del poder estatal y la esfera social, así como la asignación de roles
del pueblo en el proceso político3
.
Sobre esas bases, sostiene textualmente Linz, "los regímenes
autoritarios se caracterizan como sistemas que cuentan con un limitado
pluralismo, no disponen de una ideología formulada integralmente y no se
remontan, a excepción de sus fases iniciales, a ninguna extensiva o intensiva
movilización" (en Nohlen, 1995d, p. 40).
De este concepto Linz deriva una tipología de manifestaciones
autoritarias, admitiendo que se trata de "tipos ideales" en el sentido weberiano,
los que corresponden raramente con los regímenes realmente existentes, ya
que éstos son siempre producto de tendencias contradictorias4
.
La amplitud y el carácter ideal de este concepto de autoritarismo han
influido en la concepción dominante de la transición, entendida como un
proceso siempre inacabado. La combinación entre un concepto amplio de
1
Esta tendencia se advierte en adjetivaciones que se han atribuido a las transiciones y las democracias pos
autoritarias en América Latina: "democracias inciertas" (O'Donnell/Schmitter, 1986). "democracias delegativas"
(O'Donnell, 1992), "transición incompleta" (Carretón, 1991). Véase la nota 11 de este trabajo
2
Como afirma Carlos Huneeus (1994, p. 3), "no hay en la literatura politológica afirmaciones muy precisas de cuando
comienza y cuando termina la transición.
3
La evolución del concepto de Linz se observa comparando sus definiciones de 1975 con la formulada veinte años
después en su artículo "Regímenes autoritarios" (en Nohlen, 1995d: pp. 40-43).
4
Los tipos ideales de regímenes autoritarios propuestos por Linz (en Nohlen, 1995d, pp. 41 -42) son: Burocrático-
militar; Corporativismo autoritario; Régimen autoritario movilizador en sociedades pos-democráticas; Régimen
movilizador poscolonial; "Democracias" racistas o étnicas; Regímenes de totalitarismo o pretotalitarismo incompleto;
Régimen autoritario postotalitario.
autoritarismo y uno restingido de democracia que examinaremos en el punto
siguiente ha traído consigo una supremacía de la idea de la transición sobre la
de la democratización.
Las diferencias sobre el cambio político, que ya hemos señalado, entre
transición y democratización, también se manifiestan en el concepto de
autoritarismo.
Por una parte, es interesante destacar que Linz utiliza la denominación
de "régimen" autoritario, en tanto que Nohlen usa la expresión "sistema" autori-
tario (1987, p. 64). Por otra parte, Nohlen propone un conjunto distinto de
criterios para caracterizar los autoritarismos, sobre las cuales formulará tipos
"reales", que en América Latina se manifestarán en los "nuevos" regímenes
militares5
.
La complejidad intrínseca del vocablo "democracia" es el factor que
evidencia los problemas operativos de la visión transicional. Más allá del
dilatado afán definitorio de "democracia". Un atributo suyo es indicutible; su
carácter esencialmente perfectible. Así concluye Robert Dahl su segunda gran
obra sobre la democracia: " We can he confident that in the future as in the past
the exacting requerimentt of the demócratas process explored here will not be
completely solved" (1989, p. 340)6
. Para superar esta naturaleza infinita" de la
democracia, equivalente a un punto de referencia que se aleja en la medida
que se va avanzando en cumplir con sus requisitos, los cultores del enfoque
transicional han intentado de limitar sus contornos para los países en
desarrollo.
En Democracy in Deveioping Countries. Latín America, Larry Diamond,
Juan J. Linz y Seymout M. Lipset definen la democracia como circunscrita a lo
político: "... denotes a system ofgovernment that meets three essentiat
conditions: meaningful and extensive competirían among individuáis and
organized groups (specially political parties)for all effective positions of
govermental power, at regular internáis and excluding the use of forcé; a highly
inclusive level of political participation in the selection of leuden and politics,
through regular and free eiecúom, such íhatno major (adult) social group is
excluded; anda level of civil and political liberties freedom ofexprfísion, freedom
of press, freedom to form and join organizations-sufficient to ensure the integry
of political competition and participation" (1989, p. XVI), agregándose más
adelante, al reconocer los problemas conceptuales del problema: "The
boundary between democratic and non democratic issometimesa blurred and
imperfectone, and beyond it lies a much broader range ofvariation in political
systems" (1989, p. XVII).
Como se observa, este intento de precisar los requisitos mínimos de la
democracia no sólo dificulta el objetivo de situar el punto de término de una
transición desde regímenes no democráticos, sino que no resiste una
confrontación desprejuiciada con realidades históricamente empíricas en
países industrializados occidentales. En efecto, siguiendo los requisitos
señalados, podría ponerse en duda la integridad democrática de Estados
Unidos hasta los años sesenta, cuando las libertades civiles se encontraban,
5
Los criterios clasificatorios propuestos por Nohlen (1987, pp. 66-72) son: Bases sociales y políticas; Modelo de
legitimación; Estructura del poder político; Relaciones entre los detentadores del poder y los ciudadanos; Ubicación
histórica; Orientaciones de las políticas. Respecto de los regímenes militares en América Latina, Nohlen propone
cuatro dimensiones de análisis: Análisis de las causas de la toma del poder por los militares; El contexto histórico-
político de la emergencia del régimen militar; Meras políticas e inserción social; Institucionalización.
6
En una reciente publicación, Roben Dahl agrega que: "A country is classífied as politically 'democratic' if certain basic
palitical insñtutions exist in that countty" (1996. p. 176).
legal y realmente limitadas para una importante porción de su población. Lo
mismo podría aplicarse a la escasa posibilidad de selección de líderes por
parte de la población de la zona oriental de Alemania para las primeras
elecciones después de la reunificación. Siguiendo esa lógica transicional,
deberíamos, en consecuencia, hablar de "transición a la democracia" en
Estados Unidos en los años sesenta y en Alemania en los noventa, sin perjuicio
de agregarlos otros casos del mundo desarrollado que pudieran ser afectados
por las consecuencias de este enfoque7
,
La visión de la democratización, por su parte, enfoca el proceso desde la óptica
opuesta. Es la meta democrática la que marca la transformación del sistema
político y su conformación concreta va produciendo la desaparición de los
rezagos autoritarios. Esa visión se dirige "hacia la democracia" más que "desde
el autoritarismo". La "democratización", por lo canto, encierra una visión más
global y más constructiva del cambio político.
Dos conceptos alternativos de transición
De lo expuesto en esta parte del trabajo, se concluye que la expresión
genérica de "transición", ajustada a su raíz etimológica8
, se ha legitimado para
describir el cambio político desde sistemas autocráticos a sistemas democráti-
cos, ocurrido en diversas latitudes en las últimas décadas9
. Sin embargo,
contrasta con las realidades que he descrito; para los efectos analíticos,
"transición" presenta dos significados y, por ende, dos conceptos muy diferen-
tes.
La transición entendida como el paso o el proceso desde el autoritarismo
hacia la democracia
En este concepto se sustentad llamado "enfoque transicional" o las
"teorías de la transición", que ha dominado el estudio del cambio de régimen
político en América Latina y en Chile. Este concepto de transición se define por
las siguientes características y requisitos:
- Predomina la importancia que se atribuyen a la persistencia de los rasgos y
rezagos autoritarios después que formalmente ha concluido la vigencia de ése
régimen, por sobre las características de la construcción democrática. Esta
presencia autoritaria mantendría pendiente la consumación de la transición, así
como la amenaza de la inversión, autoritaria10
.
7
Estos ejemplos extremos muestran que el enfoque transicional es heredero de las teorías evolucionistas ("teorías de
la modernización") en sus déficit para incorporar las especificidades histórico-empíricas de los casos, como de las
teorías estructuralistas ("teorías de la dependencia") en su excesivo sesgo sociológico y económico. Por ello se explica
que no se han considerado bien factores claves en el caso chileno, como la cultura y las instituciones políticas. Si el
concepto de democracia sirve de referencia para valorar la consumación de la transición a las expectativas de su
consolidación o su fracaso, es muy válida la advertencia de Nohlen y Thibaut (1993, p. 5): "Mientras más abarca el
concepto y mis lejano se encuentra del de Roben Dahl más crítica legitima puede ejercerse sobre el desarrollo de la
democracia en América Latina". Sobre este punto es también interesante el análisis que formula Terry L Karl sobre lo
que ella denomina la "búsqueda inútil de las condiciones de la democracia" respecto de la situación de los países
latinoamericanos que enfrentan la transición. Según estos enfoques siempre habría un déficit para alcanzar la
democracia (Karl, 1991, pp. 38 y ss.). Respecto al caso alemán, es interesante constatar el uso de la expresión
"transición" (véase Beyme, 1990, pp. 170-190).
8
Del latín transitio, transición se define como "la acción o efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto"
(Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 1992, p. 1.425).
9
En este sentido, debe entenderse el uso común de la expresión "transición" para describir el proceso de cambio
político en Chile, sin perjuicio de la preferencia que se tenga respecto de cuál período abarca y cuan profundo o
consumado sea considerado el logro democrático.
La vigencia de tipos ideal es de democracia y de autoritarismo que
afectan la perspectiva y la base histórica en las que se ubica el análisis. El
carácter ideal de la democracia hace imposible su consumación y el tipo ideal
de autoritarismo distorsiona el sustento empírico para estudiar los casos.
La fijación de la agenda política de la transición y del contenido de su
análisis, es determinada por los temas pendientes de la transición y por los
dilemas acerca de su existencia o conclusión.
La transición entendida como la transición dentro de la democracia:
democratización11
Sus características serían las siguientes:
- Se acepta que el cambio de autoritarismo a democracia, en lo esencial, ha
tenido lugar. Esta afirmación se sustenta en priorizar los rasgos de la naciente
democracia sobre los restos del régimen autoritario, y en la constatación de
que el cambio político se ha producido en los temas centrales del sistema
político: legitimación democrática del poder, funcionamiento de las instituciones
y del Estado de derecho, respeto de los derechos y de las libertades públicas e
individuales, celebración de elecciones competitivas con participación de
partidos políticos legalmente investidos12
.
- Se trabaja con un tipo real de democracia, contextuado en cada realidad y, en
consecuencia, perfeccionable13
. Así mismo, se parte de la base de un tipo real
de autoritarismo, según las modalidades que efectivamente ha presentado el
caso bajo estudio.
- La agenda y el análisis político son determinados por los temas de la
democracia y por los desafíos de su consolidación.
Transición como democratización
Un cambio teórico
10
Esta característica se ve muy bien expresada en el siguiente texto de Manuel A, Carretón (1995, Post Scriptum, p.
259): "La cuestión central, entonces, no es si la transición terminó o no, porque la respuesta dependerá del concepto
particular que cada uno tiene. Lo importante es reconocer que hay tareas propias de la transición que no han sido
resueltas y que hay características de la transición que tienen efecto sobre el régimen pos-autoritario y que afectan a la
calidad de la democracia. Y estos problemas no pueden considerarse ni secundarios ni como problemas que no
interesan a la población. Porque una democracia incompleta, su baja calidad y la presencia de enclaves autoritarios,
afectan a la totalidad de la vida social e impiden que los actores sociales y políticos expresen sus alternativas
debilitando la legitimidad de la política y la acción colectiva. En otras palabras, se empobrece la vida individual y social
de la nación".
11
Esta definición de democratización puede interpretarse como implícita en la descripción de Klaus von Beyme y
Dieter Nohlen: "La atención científica sobre el cambio de sistema se centra en el ultimo tiempo en una situación de
estudio completamente cambiante, desde que en el sur de Europa, en América Latina y en Europa del Este se ha
producido la democratización de los sistemas políticos" (en Nohlen, 1995, p. 765).
12
Respecto del caso chileno, esta visión se expresa con precisión cronológica respecto a los eventos que marcan cada
etapa en el artículo sobre Chile de Dieter Nohlen y Detlef Nolte (en Nohlen/Nuscheler, 1992, pp. 290-291): "Al triunfar el
NO el 5 de octubre de 1989 con el 54% de los votos se inició en Chile la denominada transición hacia la democracia,
en un difícil proceso de acomodos (de la derecha política y de los militares a las exigencias de la apertura política,
como de la oposición democrática a las condiciones de la democratización impuesta por el régimen, con el
reconocimiento de la Constitución de 1980) y negociaciones. Las fases de este proceso fueron: a. Los acuerdos sobre
reformas constitucionales, contraídos entre la oposición democrática, los partidos de derecha política y el régimen,
aprobados por referéndum del 30 de julio de 1989; b. Las elecciones presidenciales y parlamentarias del 14 de
diciembre de 1989. La victoria del candidato de la oposición democrática. Patricio Aylwin Azocar con el 51 % de los
votos consagró el retorno de Chile a la democracia".
13
Parafraseando a Giovanni Sartori: "Si vamos a definir la democracia de manera 'irreal', no encontraremos nunca
'realidades' democráticas" (Sartori, 1994, p. 3).
Básicamente, el concepto "democratizador" de la transición se funda en un
cambio teórico respecto del enfoque transicional predominante sobre el
proceso político en América Latina.
Esta afirmación considera la envergadura de la visión que se intenta
superar. Es indudable que los principales cultores del enfoque transicional
provienen de las más predominantes escuelas metodológicas anglosajonas y
latinoamericanas sobre el desarrollo político. Como lo indica Nancy Bermeo
(1990, p. 360) en los trabajos pioneros de Guillermo O'Donnell y Philippe
Schmitter se observaba una explícita sustentación teórica estructuralista, así
como en las obras sobre "desplome de las democracias", Linz y Stepan
tomaron expresa distancia de tal orientación, haciendo presente su opción
"behaviorista" en torno a las élites. En los trabajos sobre transición de 1986,
O'Donnell y Schmitter (junto con Whitehead) se acercan a la orientación
"behaviorista"14
. Este "enfoque de élites" ha sido el sustento teórico más usado
en los trabajos sobre transición en los últimos años (véase Nohlen/Thibaut,
1994; Cañas Kirby, 1993), conformando un interesante y paradójico retorno a
las fuentes más conservadoras de la politológía norteamericana por parte de
los más liberales de sus cultores con relación a los países latinoamericanos.
Desde una perspectiva teórica más global, es posible afirmar que el
enfoque transicional ha sido una especie de síntesis entre los enfoques que
rivalizaron por explicar el desarrollo latinoamericano en los años sesenta y un
acomodo de esa síntesis a los procesos políticos concretos acaecidos en las
décadas posteriores. Este encuentro intelectual tuvo tugar especialmente en el
período 1975-1985, a través de la intensa cooperación académica desarrollada
entre centros latinoamericanos en el marco de las difíciles condiciones de estos
últimos bajo los regímenes autoritarios15
.
Este contacta produjo un acercamiento de posiciones que, aunque limitó
fuertemente el margen de debate por la ausencia de divergencias, propició una
mayor producción científica. Sin embargo, esta síntesis presentó los riesgos de
una elaboración teórica matizada por aspectos subjetivos o políticos y por
consiguiente exceso en las concesiones mutuas en aras de llegar a
consensos16
.
Contrastando con esta mezcla de behaviorismo y estructuralismo y visiones
provenientes de tradiciones politológicas del norte y del sur de América que
presenta el enfoque transicional, nuestro concepto democratizador de la
transición se funda en una visión histórica empírica que se materializa en las
investigaciones surgidas en Heidelberg y que contaron con la colaboración de
prestigiosos colaboradores latinoamericanos17
.
14
Ver el contraste presentado por Nancy Bermeo sobre cuál es el catalizador del cambio político según O'Donnell en
1972y 1986. Mientras que el cambio hacia el autoritarismo se debía a la "crisis de la dependencia externa", la transición
a la democracia debía explicarse fundamentalmente por "factores domésticos", principalmente por " the behavior of
individual decisión maken"(Bermeo, 1990, pp. 361-362). Paradójicamente, O'Donnell vuelve a la explicación económica
en 1993, aunque parcial, sobre la evolución pos autoritaria que denomina "democracia delegativa" (Nohlen/Thibaut,
1994, p. 14
15
En el caso chileno, esta cooperación puede granearse en la orientación predominante que fue tomando la Fundación
Ford en el apoyo a proyectos de investigación y el soporte de instituciones norteamericanas (estadounidenses y
canadienses) a la FLACSO, en cuya planta académica sólo se han contado científicos sociales de origen
estructuralista.
16
A este proceso puede aplicarse la descripción de Andreas Boeckh sobre los vaivenes de las teorías del desarrollo
(en Nohlen/Nuscheler, 1992. p. 110): "Los certificados de defunción han sido extendidos apresuradamente.
Actualmente no sólo se observa un renacimiento de las teorías de la modernización, sino que también recuperan
significado temas y reflexiones de las teorías de la dependencia".
Específicamente, este trabajo no debe entenderse como la aspiración de
formular nuevas teorías sobre el cambio político, sino como una adaptación
metodológica cuyo sello distintivo especialmente en el campo de los estudios
comparados consiste en rechazar las exclusiones o admisiones a priori de las
dimensiones normativas, institucionales, estructurales o cuantitativas que
pudieran presentarse en una investigación determinada, decidiendo su consi-
deración a partir de una seria apreciación contextual y fáctica.
Desde otra perspectiva, es posible sostener que el potencial de esta
tradición de que hacer politológico no se funda en una rigurosidad dogmática
de conceptos, tan característica de las décadas de los sesenta y setenta y que
afectó al enfoque transicional, sino en una rigurosidad de principios para el
análisis científico.
Este atributo de la tradición politológica de Heidelberg18
mantiene la
vinculación permanente entre los objetivos teóricos y metodológicos del
quehacer científico, operando en ambas direcciones como lo describe Klaus
von Beyme (1994, p. 477): "El trabajo en problemas metodológicos es siempre
parte de los esfuerzos por abarcar teóricamente el objeto en estudio".
Bases histórico-empíricas
Desde una perspectiva estrictamente teórica, un componente común de
las escuelas estructurales tas y behavioristas que compitieron por explicar el
desarrollo político en los años sesenta y parte de los setenta y que luego
confluyeron en el enfoque transicional, ha sido su ahistoricismo.
Esta observación ha estado presente en los análisis críticos que se han
formulado a las teorías de la dependencia y de la modernización, tanto en los
años de su máxima divulgación como en los de su declinación (véase Mansilla,
1978; Nohlen, 1980; Boeckh, 1992; respecto a la crítica de la interpretación
"científica" del desarrollo en América Latina, véase Solari/Franco/Jutkowitz,
1976. p. 192).
17
La denominación "enfoque histórico-empírico" aparece usada por Dieter Nohlen en el prólogo de su obra Sistemas
electorales y partidos político!(1994, p, 8). Sobre una referencia de este autor al contenido de este enfoque, ver Nohlen
(1981, p. 16): "De esta manera se cumplen las exigencias que plantea coda sistemática sólida: el rigor teórico y la
fundamentación histórica". La confluencia europeo-latinoamericana señalada se puede ejemplificar en las
investigaciones conjuntas realizadas en los años ochenta sobre diversos tópicos del proceso político en ambos
continentes entre el Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Heidelberg y diversos centros de investigación
latinoamericanos. Véase, p, ej.: Nohlen/Solari, 1988; De Riz/Nohlen 1991; Nohlen/Fernández/Klaveren, 1991;
Nohlen/Fernández, 1991.
18
La línea conceptual y metodológica que orienta las investigaciones sobre América Latina que dirige Dieter Nohlen en
el Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Heidelberg desde hace dos décadas se enmarca en una tradición
de pluralismo epistemológico y metodológico, establecida desde la fundación del Instituto por Cari J. Friedrich y Dolf
Sternberger en los años cincuenta y que actualmente cultivan junto a Dieter Nohlen, los catedráticos Klaus von Beyme
y Manfred Schmidt y colaboradores. Dos expresiones de von Beyme resumen esta tradición: a) "El pluralismo de los
métodos es indispensable. A diferencia del pluralismo de las teorías y de las posiciones metateóricas, el pluralismo de
los métodos puede incorporarse en el intento de la formación de teorías" (Beyme, en Nohlen, 1995d, p. 599); b) "El
entretejimiento de la política con los ámbitos de la economía, del derecho o de la cultura es un asunto demasiado serio
como para poder dejarlo a un lado con alusiones puntuales en los prefacios de trabajos empíricos" (Beyme, 1994, p.
14). Un rasgo común a los profesores de Heidelberg ha sido su inclinación por los estudios comparados, cuya
diferencia con el enfoque de la "comparative pólitícs", reside en la consideración de todos los requisitos de una
comparación rigurosa: objeto, contexto, tiempo y espacio (Nohlen, 1994a, pp. 511-512). Tomando sólo los actuales
profesores, estos trabajos han abarcado la comparación como teoría (Beyme, 1966; 1973; 1988; Nohlen, 1994a), los
regímenes políticos (Beyme, 1970; 1973; Nohlen, 1992; Nohlen/Fernández, 1991), los partidos políticos y los sistemas
electorales (Nohlen, 1978; 1986; 1994b; Beyme, 1982 (1a) 1984 (2a); Schmidt, 1985), los grupos de interés y de
presión (Beyme, 1970, 1980; Filgueira/Nohlen, 1994). El desarrollo socioeconómico (Beyme, 1975 (1a); 1977 (2a);
Nohlen/Nuscheler, 1976, 1982,1992; Nohlen/Fernández, 1988; Nohlen/Thibaut, 1994). Las políticas sociales (Schmidt,
1988; Nohlen, 1987, 1993; Nohlen/Solari, 1988; De Riz/Nohlen, 1991; Beyme, 1984).
Si aplicamos a este tema, los comentarios sobre macroteoría política de von
Beyme19
podemos señalar que las bases estructuralistas y behavioristas del
enfoque transicional no son históricas, sino evolucionistas, cuyo marco común,
en el que se encuentran raíces tan disímiles como Hegel, Marx, Parsons o
Luhmann, consiste en entender los procesos sociales orientados a fines. Así
pueden encenderse categorías duales como "tradicionalidad" y "moderniza-
ción" o "centro" y "periferia", los que provenientes de la sociología y la
economía intentaron abarcar la comprensión integral del cambio societal
incluyendo el proceso político. Tales enfoques menospreciaron el significado
del origen y la transformación de las instituciones políticas, especialmente las
Constituciones, los partidos políticos y las elecciones, produciendo un vacío
muy importante en el objeto de estudio de la sociedad y la política en los países
latinoamericanos libres de modernizaciones.
Así es posible explicar que el enfoque transicional esté impregnado de
esa tradición ahistórica, sujeto a un continuum de fases (desplome-
autoritarismo-transición-consolidación o desplome) que se explican por
condicionamientos fijados a priori resultantes de las bases teóricas, no de la
realidad.
Frente a esta línea investigativa, la transición entendida como democrati-
zación se inscribe en una tradición historicista cercana a la raíz weberiana
(también en lo empírico, según veremos). Como lo señala Beyme (1994, p.6l):
"Weber no albergaba aspiraciones explicativas histórico-universales cuando
utilizaba la historia universal como cantera de la teoría. Al poner de relieve los
procesos dominantes, como el racionalismo universal, no se suponía un
desarrollo necesario".
Por lo tanto, el componente histórico de nuestra visión de la
democratización se manifiesta en independizarse de las predeterminaciones
finalistas del análisis. Consideramos que las nuevas democracias en América
Latina no están condenadas al dilema de consolidarse o desplomarse hacia
nuevos autoritarismos, como lo sentencia el evolucionismo del enfoque
transicional. El curso de cada proceso de cambio político presente dependerá
de los hechos objetivos que sus actores y acciones produzcan y de las
transformaciones que consecuentemente tengan lugar en las estructuras y en
la cultura de esos países. Como lo señala Dieter Nohlen ante el interrogante de
las perspectivas de la democracia en América Latina en los años noventa (en:
Junker/Nohlen/Sangmeister, 1994, p. 22): "Creemos que las perspectivas
políticas de mediano plazo se basan en poder valorar cada factor que pueda
explicar la continuidad democrática transcurrida".
El componente histórico del enfoque no puede entenderse sin vincularlo
directamente con la dimensión empírica. Incluso, desde cierta perspectiva, es
posible sostener que en ciencia social no es posible utilizar un enfoque
histórico sin que sea a la vez empírico.
Sin embargo, en la evolución teórica de la ciencia política del presente
siglo, ambas visiones no sólo aparecían como diversas, sino como alternativas.
Como lo señala Lasswell, el esfuerzo pionero de Merriam y su escuela de
Chicago en las décadas de los años veinte y treinta, fue pasar de la ciencia
política dominada por la "investigación de biblioteca" de los historiadores, a la
utilización de métodos especializados para describir los acontecimientos
19
Klaus von Beyme (1994, p. 59) presenta una matriz de cuatro campos formulada por el sociólogo, también profesor
de Heidelberg, Wolfgang Schluchter, en la cual se combinan los enfoques macroteóricos (teorías de la acción y teorías
de sistemas) con las concepciones del cambio social (historia y evolución).
políticos que ellos observaban directamente"20
. Esta disposición de
"superación" de la historia por los empíricos provenía de una cierta
subyugación que los progresos cuantitativos de la ciencia económica
provocaron en los científicos sociales y que se ha extendido en sus variantes
behavioristas y de la llamada escuela de la public choice en boga en
Norteamérica en los años ochenta (Laswell, 1971, p. 47).
Entre tanto, ese original y radical significado y contenido de lo empírico
en las ciencias sociales ha variado esencialmente. Como lo indica Dieter
Nohlen, las últimas tendencias investigad vas han superado la clásica distinción
entre lo observable y lo medible por un lado, y lo teorético, por el otro.
Por una parte se habla de distinguir el conocimiento científico de natura-
leza analítica (matemático) y empírica, este último basado en experiencias u
observaciones; y, por otra parte, la aparición de un empirismo más flexible,
basado en una nueva construcción conceptual, que no haría más exigible como
conocimiento empírico, una comprobación científica basada en la experiencia
de todas las hipótesis. Consecuentemente, también pueden admitirse como
empíricos conceptos teóricos cuando ellos cuentan con una relevancia
diagnóstica21
.
Ante esta evolución, es útil precisar el significado de lo empírico para los
efectos de nuestro trabajo. Cuando afirmamos que la democratización debe
enfocarse desde un óptica, histórica-empírica estamos sosteniendo que
debamos someter nuestras demostraciones experimentales únicamente a una
descripción explicativa de la realidad. Como lo señala Giovanni Sartori, la
empiria es un conocimiento que denota "hacer una experiencia tangible, directa
de algo", lo que lo define como "un conocimiento que se afinca en la
experiencia, que refleja y recoge su material de la experiencia. Atención, digo
experiencia, no experimento", agregando: "¿cuál es el fin del conocimiento
empírico? Respondo: describir., comprender en términos de observación. El
conocimiento empírico tiene que responder ala pregunta ¿cómo?, ¿cómo es lo
real, cómo es el hecho? En el dominio empírico, nuestra finalidad es comprobar
cómo son las cosas para llegar a comprender describiendo" (Sartori, 1992, p.
36).
Estas afirmaciones respaldan el tratamiento de la transición como
democratización, en la medida en que la realidad no se ajusta a fases
predeterminadas, como se verá en el siguiente punto.
Si tomamos el esquema propuesto por Samuel Huntington en el capítulo
destinado a. los problemas de la consolidación democrática, podríamos decir
que la realidad de la democratización está dada por lo que el autor denomina
"problemas contextúales": "These stemmed from the nature of the society, its
economy, culture, and history, and were in some degree endemic to the
country, whatever its form of government. The authoritañan rulen did not
resolve these problems and in all probahility, neither would the democratic
rulers. As their problems were specific to individual and not to the common
phenomenon of transition, they ohviously differedfrom country to country"
(Huntington, 1991,
20
Ver la referencia a Weber que hace Klaus von Beyme (1994, p. 48): "Para Weber la validez objetiva de todo
conocimiento de experiencia' se fundamenta únicamente en una ordenación de la realidad dada conforme a
categorías".
21
Según David Easton el movimiento conductualista es el origen del enfoque empírico de la política. Siendo producto
de este movimiento y estando vinculado a el, la teoría política de orientación empírica se denomina a menudo teoría
conductualista" (Easton, 1969, p. 20).
p. 209).
Lo que Huntington cataloga como problemas que dificultan la consolida-
ción democrática, según nuestro punto de vista puede convertirse en poten-
cialidades en determinados países, como lo es la cultura democrática en el
caso de Chile, que constituye el principal factor de estabilidad política pos-
autoritarismo. En todo caso, el concepto de "problemas contextúales" de
Huntington sirve para demostrar que determinadas características nacionales
influyen decisivamente para la evolución política y le otorgan alto grado de
autonomía respecto a esquemas prefijados de hipotética validez global para
casos aparentemente análogos.
Como síntesis de la mezcla armónica entre lo histórico y lo empírico,
según hemos intentado describirla, es útil consignar apreciaciones de los
"padres fundadores" del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de
Heidelberg. Por una parte, la actualidad délas afirmaciones de Cari J. Friedrich
formuladas hace tres décadas sobre esta materia (1968, p. 21); "La
singularidad de los hechos históricos, al producirse sólo una vez en su marco
específico, significa la exclusión de toda posible comprobación de la
experiencia mediante la repetición". Por otra parte, en una madura obra
destinada a definir "política" ya después de dejar su cátedra, Dolí Sternberger,
señalaba (1978, p. 383): "Queremos examinar no sólo lo meramente posible y
ubicable, sino lo verdadero, o sea, el verdadero significado de la política"22
.
22
La citada obra de Friedrich, publicada en Nueva York en 1963, se inició con un prefacio sobre la teoría política,
seguido de dos extensas notas en las que se formuló una critica conceptual a las corrientes sistémicas empírico-
conductualistas recién formuladas en Estados Unidos. A Easton y Parsons, Friedrich les critica (1968, p. 38): "han
hablado del 'sistema político' o del 'sistema social', haciendo del sistema un núcleo centra] de su análisis de los
fenómenos políticos y sociales sin indicar, o siquiera sin hacer claro teóricamente, qué es lo que debe entenderse por
sistema'". El texto citado de Sternberger, por su parte, es seguido de una afirmación finalista: "Una ciencia que no
condujera a ello, sería quizás todavía interesante, pero en definitiva sería indiferente". Junto con ello, haber contribuido
decisivamente a la fundación del Instituto de Heidelberg y haber ejercido dos cátedras (Friedrich compartiendo su
tiempo con Harvard) publicaron dos trabajos casi simultáneamente sobre el tema de la dinámica institucional: Dolf
Sternberger: Lebende Verfassung. Studíen Über Koalition und Oposición, Heidelberg, 1956; Cari J. Friedrich:
Demokratie ais Hmschaíts- und Lebensform, Heidelberg 1959.
Sistemas de gobierno:
perspectivas conceptuales y comparativas (*
*)
Dieter Nohlen
En América Latina, el gran estímulo para debatir sobre la forma de
gobierno en términos de modificar o cambiar el sistema político el presiden-
cialismo nace de la necesidad de consolidar las refundadas democracias.
Obviamente, en este juicio está presente la asociación entre el desplome
democrático y sus causas, es decir, el supuesto de que el tipo de sistema
político tiene responsabilidad en América Latina en los derrumbes de la
democracia. Por otra parte, está presente también en este debate el supuesto
de una relación entre instituciones políticas y rendimiento político, relación que
por su parte se vincula con el tema de la consolidación a través del concepto
de la legitimidad, es decir de la lealtad de las masas respecto a las instituciones
democráticas dependiendo como lo muestran las encuestas de la performance
de los gobiernos.
El tema de la importancia de las instituciones es tal vez el que ha
suscitado mayor polémica dentro y fuera del campo de la comparative pólitícs y
marca el desarrollo mismo de esta área específica de la ciencia política. En
términos científicos, la controversia se plantea según se atribuya a la variable
en discusión las instituciones políticas el carácter independiente o dependiente.
La pregunta es a qué variable se le puede conceder la función explicativa del
proceso político, En Europa, en el período posterior a los derrumbes de las
democracias de entre guerras y en plena fase de reconstrucción democrática,
los científicos de la política estuvieron de acuerdo en enfatizar la alta
importancia de las instituciones. El viejo institucionalismo como se llama hoy a
la doctrina de entonces afirmó el status de lo institucional como variable
independiente. El desarrollo de la democracia como orden político fue visto
como dependiente de su calidad institucional y de reformas políticas en caso de
no correspondencia de la institucionalidad vigente con la buena teoría institu-
cional de rostro inglés. Más tarde, a partir de la consolidación de las
democracias en Europa occidental y del reconocimiento de la pluralidad de las
formas de gobierno representativo, las instituciones fueron desplazadas del
lugar privilegiado en el análisis político. Desde los años sesenta se tomaron en
cuenta factores adicionales como los fenómenos políticos pre institucionales y
las relaciones económicas y sociales, lo que derivó en sostener la existencia de
una compleja relación entre diferentes variables y la necesidad de estudios
históricos contingentes para de terminar la orientación y el grado de relación
causal entre ellas. Se reconoció también que una misma variable podría
cumplir un rol diverso en una u otra fase del desarrollo político. Por otra parte,
en los años setenta, el interés politológico empeló a ver como temas las
policies, es decir, las políticas de los gobiernos en función, llegando a relegar
las instituciones al olvido de las investigadores. Así se cumplió el ciclo de los
extremos, el ciclo entre sobreestimación y descuida casi total de las
*
El presente trabajo es una versión levemente modificada del texto originalmente publicado NohIen/Fernández, 1991.
instituciones. Sin embargo, el mayor avance de los estudios de las políticas de
gobierno en Europa abrió nuevos espacios para las instituciones políticas y su
evaluación, dado que en estos estudios se llegó a la conclusión de que, para
explicar las diferencias en el rendimiento gubernamental por país, la variable
institucional resultó una de las que contaba con mayor fuerza explicativa. Es
por esto que en los años ochenta cuando en América Latina las instituciones
democráticas se reafirmaron primero a nivel normativo y luego se
restablecieron en la práctica en Europa, por su parte, reaparecen las
instituciones como variable, hecho que es imperioso tener en cuenta. En este
nuevo institucionalismo, las instituciones no retoman el papel que tenían antes
en el cuadro del viejo institucionalismo. Esta nueva vertiente institución alista
reconoce que no se puede explicar todo por las instituciones y considerando la
complejidad de la realidad que estudiamos y que enfrentamos como científicos
con vocación de ingeniería social, propone y defiende enfoques explicativos
complejos en los que entran las diferentes variables en juego.
Ahora bien, nuestras reflexiones sobre presidencialismo y
parlamentarismo se insertan, por un lado, en el momento político definido no
sólo por los retos y los objetivos, sino también por las experiencias, por el otro,
en este nuevo institucionalismo "¡lustrado". Así, estamos convencidos de la
importancia de las instituciones. El estudio del presidencialismo especialmente
en contextos de democratización, tiene clara relevancia para el mejoramiento
de los sistemas políticos latinoamericanos, problemas de gobernabilidad y
consolidación de la democracia. Las crisis de estabilidad política, crónicas en la
región, responden en parte a factores institucionales del sistema de gobierno y
su conocimiento a fondo puede contribuir a evitar su repetición. Valoramos
altamente el aporte de las reformas institucionales llevadas a cabo en Europa
para refundar sus democracias después de la segunda guerra mundial. Sin
embargo, no concordamos con enfoques y argumentaciones que en el debate
actual en América Latina hacen recordar, reaparecer o repetir el
institucionalismo de viejo cuño-La primera parte de nuestra contribución es una
prueba de esta diferencia fundamental entre diversas vertientes
institucionalitas. En la segunda parte, para evitar posibles equivocaciones, se
evocan las diferencias en el uso de los conceptos. En la tercera parte,
estudiamos las variantes del parlamentarismo a partir de experiencias
históricas muy concretas. Es especialmente ilustrativo cómo el éxito del
sistema parlamentario parece depender, en cierta medida, de cómo se varía el
modelo original para adaptarlo a las necesidades del caso. Es ésta la idea
clave para entrar en la cuarta parte del trabajo en la variedad ya existente del
presidencialismo en América Latina y proponer adecuaciones funcionales del
sistema presidencial relacionadas con posibles opciones de reforma
institucional.
Debate actual: presidencialismo versus parlamentarismo en
América Latina
En América Latina, las crisis de la estabilidad política, de las
democracias y de la gobernabilidad se han identificado con la vigencia del
sistema presidencial de gobierno, visión que trae como consecuencia obvia la
necesidad de realizar modificaciones institucionales, mirando hacia el modelo
de las formas parlamentarias. Aquí es imperioso tener presente todo un
catálogo de problemas al debatir sobre la introducción de formas
parlamentarias en América Latina. Para ello revisaremos, en primer lugar,
desde puntos de vista tanto teórico-metodológicos como empírico-sistemáticos,
las líneas arguméntales de los partidarios del parlamentarismo como opción
necesaria y única para América Latina. Esta "nueva vertiente del análisis
politológico contemporáneo" (Godoy, 1990) está liderada por Juan Linz, de
modo que sus múltiples contribuciones al debate constituyen el principal punto
de referencia para el desarrollo de enfoques y apreciaciones diferentes.
1. El espejismo estadístico
En los análisis comparativos de los sistemas de gobierno presidencial y
parlamentario, se afirma que una simple observación estadística de los países
muestra la superioridad del parlamentarismo: mientras que en los años sesenta
y setenta se quebraron los sistemas presidencialistas, los sistemas parlamenta-
rios demuestran una notoria estabilidad (Riggs, 1987; Linz, 1990a). En términos
de Osear Godoy (1990), "los estudios de Juan Linz demuestran que las
democracias estables son, básicamente, de tipo parlamentario". En otros
términos el enunciado es el siguiente: dada la certeza de la observación
estadística, ¿por qué no suponer que la forma de gobierno tiene algo que ver
con el quiebre de las democracias? Sin embargo, nos encontramos ante una
relación estadística de dos variables que, por sí solas, no constituyen ninguna
relación causal. Puede existir sólo una correlación. En tales situaciones, la
metodología aplicada en ciencias sociales nos recomienda proceder a buscar
una tercera variable de la que puedan depender las variables en cuestión, y a
interpretadoras adicionales que toman en consideración variables del contexto.
En nuestro caso, es obvio que interviene una tercera variable que en términos
gruesos es la región: los sistemas presidenciales son inestables en América
Latina, mientras los sistemas parlamentarios son estables en Europa. Hay que
suponer que esta variable no solamente influye en la relación entre forma de
gobierno y estabilidad democrática, sino que podría contener para la
inestabilidad política más fuerza explicativa que la forma de gobierno.
Vale añadir que detrás de la variable región, en el caso de América
Latina se encuentran factores como la cultura política, siempre referida a un
ámbito social y territorial, situaciones de heterogeneidad estructural en lo
económico y social, repercusiones de la forma de integración económica en el
sistema mundial, etc.
2. Sobre la argumentación "en contrario"
Otra característica en los estudias mencionados es el desarrollo de la
argumentación "en contrario" o "contrafactual": el parlamentarismo no habría
conducido al mismo desenlace infeliz del conflicto político, es decir, con el
parlamentarismo, la democracia habría sobrevivido. Una perspectiva
"contrafactual" puede ser muy rica como técnica heurística explorativa, pero
esta argumentación tiene sus límites (ver punto 5: La dimensión histórica),
sobre todo si se entra en el campo de las explicaciones causales. Es
metodológicamente débil una argumentación que, partiendo del supuesto de
que el parlamentarismo hubiera conducido a algo diferente, culpa al presiden-
cialismo por lo ocurrido. Por otra parte, respecto a opciones, la sola presencia
de un fenómeno en el momento histórico fatal hace preferible el ausente, y así
no se pueden establecer relaciones causales. En el análisis causal tienen que
entrar todos los factores que puedan haber influido en el desarrollo político. Es
obvio que Juan Linz está consciente de las limitaciones expuestas, y así lo
plantea oportunamente al preguntarse si el presidencialismo, en la época de
crisis de las democracias de tipo parlamentario en Europa, habría podido evitar
los quiebres de la democracia. Dice Linz (1990a, p. 90): "Desarrollar el
argumento al contrario aquí conllevaría mucho esfuerzo y no sería nunca
plenamente convincente". Y es cierto que el argumento "en contrarío" nunca
llega a convencer plenamente, por ello Linz analiza los casos de parlamentaris-
mo europeo (Francia, Holanda, Bélgica) que se destacan por haber resuelto las
graves crisis por las que esos países atravesaron en aquella época.
Sin embargo, en el caso del presidencialismo latinoamericano
contemporáneo, Linz no opta por la misma estrategia de argumentación. No
entra en los casos de presidencialismo que han sobrevivido en las últimas
décadas (Costa Rica, Venezuela), No desarrolla así una estrategia de
refutación semejante al caso parlamentarista de los años de las crisis
europeas, sino que trata de convencer utilizando el argumento "contrafactual"
en circunstancias empíricas muy desfavorables y apoyándose en la tesis de un
solo autor (Arturo Valenzuela) para un país exclusivamente (Chile): "Sólo en el
caso de Chile se ha hecho alguna referencia al conflicto entre el presidente
Allende y el Congreso en e' análisis del colapso de la democracia" (Linz, 1988,
p. 20). Toma el caso de la República andina como dame instance para "how
presidentialism has facilítated and exacerbated crisis of democracy"
(Diamond/Linz, 1989, p. 24) y suponiendo que " Valenzuela’s counterfactual
speculation on the difference a parliamentary system would have made, has
relevante well beyond the Chilean case" (Diamond/ Linz, 1989,p. 24). Este
supuesto de generalización va mucho más allá de lo que el argumento
"contrafactual" permite. Vale señalar aquí que Linz destaca en otra oportunidad
lo específico del caso chileno en América Latina (presidencialismo con
pluripartidismo polarizado), lo que podría limitar el caso como classic instance
para América Latina. Por otra parte, en el contexto de la consolidación
democrática en Chile, el argumento "en contrario" se combina con un
pensamiento en paralelismos y analogías muy cuestionable cuando los autores
sostienen que para el Chile de la redemocratización," the stability (of
democracy) is not fundamentally compatible with a presidential system of
government" (Diamond/Linz, 1989, p. 24). Esta tesis demuestra hasta qué
punto quedan fuera de atención las demás variables en juego, como cambios
que se produjeron recientemente en el diseño institucional (sistema electoral
mayoritario), en el sistema de partidos (una derecha fuerte y renovada, el
partido de centro más abierto a coaliciones), en la formación de gobierno
(coaliciones mayoritarias). En términos de Eduardo Palma (1991), "la
caracterización de las realidades (chilenas) no se agota con los asertos
anteriores. La Constitución de 1980 y sus leyes orgánicas han modificado el
régimen de partidos y el sistema electoral, han cambiado el origen y la
composición del parlamento, en especial del Senado, han consagrado la
autonomía del Banco Central y han introducido como instancia constitucional el
Consejo Nacional de Seguridad, con participación activa de las Fuerzas
Armadas y de Orden. En suma, una determinada modalidad de transición ha
significado, entre otros, los arreglos institucionales antes señalados".
En síntesis, el argumento "en contrario" requiere un uso muy cuidadoso,
del cual los protagonistas del parlamentarismo se alejan mucho.
3. El tipo ideal como figura argumentativa
Tratándose de un tema tan clásico como el de los sistemas de gobierno,
inevitablemente los polos de la discusión o sus puntos de referencia se han
situado en los tipos ideales parlamentaristas y presidencialistas, y la dirección
metodológica ha tenido un fuerte sesgo formalista.
El tipo ideal de los fenómenos que investigamos facilita la comprensión de sus
rasgos esenciales y abstractos. La función del tipo ideal es medir la diferencia
entre la construcción racional abstracta de algo que se basa en sus
características estructurales y la conducta del fenómeno. El tipo ideal no es por
su propia moción autolimitadora un concepto científico al servicio de las
explicaciones, sino sirve sólo de forma limitada para el análisis causal.
Sin embargo, "in the quest for causal explanations" (Diamond/Linz, 1989,
P- 1), los tipos ideales del presidencialismo y del parlamentarismo configuran el
nivel en que se desarrolla su confrontación teórica y empírica. Esto conduce a
que a las características básicas de los sistemas de gobierno al fin de cuentas
el común denominador (véase Lijphart, 1990a, pp. 13 y ss.) se les atribuya todo
el poder explicativo en la relación entre sistema de gobierno y consolidación
democrática. Las demás variables tomadas en cuenta (de limitada cantidad) se
consideran variables dependientes, Las cuales pueden alcanzar importancia en
la medida en que Fortalecen el carácter y los efectos ya inherentes al sistema
básico común.
Un efecto obvio del debate sobre los tipos ideales es descuidar los tipos
reales, los tipos históricos, contingentes, con lo cual no se percibe, como
convendría., la multiplicidad de las variantes presentes en el modelo básico.
Sin embargo, en este nivel de las variantes valdrá la pena abordar el análisis
causal, dado que sólo el análisis histórico nos ofrece un panorama de las
variables presentes en el momento y en el lugar de la relación por estudiar.
Por otra parte, en relación con el parlamentarismo, sí no entramos en las
variantes del sistema básico no percibimos que han sido justamente las
adaptaciones del modelo básico al lugar y tiempo las que han contribuido al
éxito del modelo básico mismo, aunque junto a tales éxitos se cuentan también
adaptaciones fracasadas. Para poner un ejemplo en un mismo país, están los
casos de Weimar, fracasado, y el de Bonn, exitoso, agregándose que los
fundadores de la República de Bonn aprendieron del fracaso de Weimar para
reformar adecuadamente la institucionalidad política (más adelante tratamos
más ampliamente la experiencia alemana como variante del parlamentarismo).
Cuando Linz, al referirse al parlamentarismo y su crítica, precisa, " that we
have in mind here precisely those modern forms of parlamentarism that have
introduced innovations (like the constructive vote of no confidence)"
(Diamond/Linz, 1989, p. 55, nota 38), implícitamente reconoce no solamente la
importancia de las variantes del parlamentarismo sino el hecho de que
justamente los efectos de una de esas variantes sean el fundamento de la
evaluación del tipo ideal.
Sin embargo, sería necesario reconocer que el tema de la forma de
gobierno, su cambio o adaptación, tendría que ser relacionado con las
particularidades sociohistóricas y político-institucionales que definen las
situaciones nacionales. Las variantes no sólo aparecen por el lado del
parlamentarismo. Sí nos referimos al presidencialismo en América Latina, es
también importante tomar en cuenta la presencia de las variantes del modelo
básico (ver punto 6: La experiencia parlamentaria). Sin embargo, el argumento
tipo ideal, combinado con los argumentos estadísticos y en contrario, llegaría a
enfatizar la responsabilidad del modelo básico. Se apoya implícitamente en el
hecho de que en los sistemas presidenciales en América Latina las diferencias
institucionales o las innovaciones hasta ahora no hayan podido contribuir a
variantes sustánciales respecto a la inestabilidad política. Otra conclusión más
convincente sería no atribuirle tanta centralidad al sistema de gobierno y buscar
variables más poderosas. Esta posición, sin embargo, no implica renunciar a
aprender de la caída de las democracias. Vale repensar las instituciones y
reformarlas si esto resulta beneficioso para el país, y tratar de conseguir el
consenso necesario (véase Nohlen/Solari, 1988).
4. Método y dimensión comparativos
Emile Durkheim decía que en ciencias sociales el método comparativo
equivaldría al experimento en ciencias naturales. Sin que se establezca en la
comparación politológica la misma rigurosidad metodológica del experimento,
el cientista social tiene que comparar con reflexión, dado que el tipo de
comparación (por ejemplo sincrónico,'acrónico), la selección de casos (por
ejemplo: concordantes o contrastantes) etc., influye mucho en los resultados
(ver Lijphart, 1975; Nohlen, en Nohlen/Schultze, 1989).
Ahora bien, la comparación entre presidencialismo en América Latina y
parlamentarismo en Europa, hoy por hoy parece algo artificial si se dejan de
tomar en cuenta las variables contextúales. Comparar el presidencialismo en
América Latina con la idea de parlamentarismo para América Latina parece
muy desequilibrado, pues se trata de comparar algo que efectivamente existe
en el pasado y en el presente con algo que no existe (en el pasado sólo en
forma efímera), que permanece en un terreno de posibilidades y un ámbito
puramente especulativo (ver Sartori, 1987). Este tipo de comparación deja un
saldo muy favorable al parlamentarismo.
Es cierto que las experiencias históricas con el parlamentarismo en
América Latina refutan una generalización fácil en términos de un fracaso. Yo
compartiría la visión de que los parlamentarismos implantados fueron "sistemas
truncos". Sin embargo, es igualmente cierto que hasta el presente no ha sido
posible en América Latina organizar un sistema parlamentario exitoso (en
términos de estabilidad, consolidación) lo que no se le puede negar al
presidencialismo. Además, donde la Constitución deja abierta prácticas parla-
mentarias, ellas no se dan (ver más adelante punto 6). Esta otra visión
comparativa deja un saldo muy a favor del presidencialismo.
Una comparación mucho más interesante para el estudio de los sistemas de
gobierno ofrecen las perspectivas intertemporales, las cuales facilitan la
consideración de variables contextúales, es decir, situaciones de crisis que van
más allá de un solo caso, tomando en cuenta el desarrollo desigual del mundo
industrializado y de América Latina, y comparando fases que a partir de las
variables contextúales tienen mucho en común, como por ejemplo la situación
en los años veinte y treinta en Europa, cuando muchos sistemas
parlamentarios quebraron. Esta comparación intertemporal puede reorientar la
cuestión al no perseguir la superioridad de un sistema sobre el otro, sino
considerar los siguientes factores:
- la importancia del factor institucional en el quiebre de la democracia;
- las lecciones aprendidas después de los quiebres, al reconstruir las democra-
cias;
- la posible influencia que estas reformas de tipo institucional han podido tener
en Europa, y su impacto en América Latina.
Esa dimensión comparativa es más compleja, más sofisticada que las
anteriores. Además de relativizar las posiciones en el debate presidencialismo
versus parlamentarismo (los dos en iguales condiciones de fracaso), genera
reflexiones sobre la centralidad del factor institucional.
En segundo lugar, necesitamos case-studies que incluyan sistemas de
gobiernos diferentes (por ejemplo, Carlos Huneeus, 1981 sobre Chile, Weimar
y Segunda República. Española). No basta conocer un solo sistema, por
ejemplo el chileno de tipo presidencial, y especular sobre el tipo contrario, el
parlamentario, sin tomar en cuenca la incapacidad del parlamentarismo en su
oportunidad, para resolver el problema de la estabilidad democrática.
5. La dimensión histórica: raíces del presidencialismo latinoamericano
"Para una adecuada comprensión del presidencialismo latinoamericano
contemporáneo", dice Diego Valadés (1986, p, 49), "se hace imprescindible
ahondar en las raíces del poder en los Estados que emergieron a la libertad a
principios del siglo XIX". En Europa, en la fase de la formación de la sociedad
civil en el siglo XIX, el sistema de separación de poderes Corona y gobierno
(dependiente de la Corona) por un lado, y el parlamento, por el otro, fue
justamente superada por la parlamentarización de los sistemas políticos,
proceso por el cual, en un timing diferente según los países, el gobierno volvió
a ser dependiente del parlamento. El parlamento se impuso como órgano
preeminente (Beyme, 1972; para España: Nohlen, 1970).
En América Latina, el sistema político dominante se estableció en un
proceso histórico diferente al de Europa y al de Estados Unidos. En la fase de
la formación de los Estados nacionales, posterior a la independencia y equiva-
lente a una fase de desorganización social en el sistema constitucional de
separación de poderes, es en el Presidente en quien recae codo el poder
político. Es con su autoridad que se afirma el poder y la integración nacional.
Cuando Diamond/Linz (1989, p. 5) consideran que "shifting the probiem
from the imtablilty of government and constitucional rule to an analysis of the
difficulties of state building perhaps modífies our thinking about the historical
process of democratizaron in Latín America", podría incluirse la forma de
gobierno. El presidencialismo ha significado un recurso político-institucional
para resolver los problemas de la formación de los Estados nacionales y en
algunos casos, como el de Chile, con mucho éxito.
Una primera conclusión es evaluar los sistemas de gobierno a partir de
situaciones históricas concretas. Una segunda conclusión se refiere a la tradi-
ción presidencialista en América Latina, que tiene que ver con el aporte del
presidencialismo a la historia de los países latinoamericanos en el siglo
pasado. Es así como "che past does weigh heavily on the present in Latín
America (Diamond/Linz, 1989, p. 9). No extraña, por eso, que la mayor
viabilidad di un sistema parlamentaria se presente hoy en el país que cuenta
con la menor tradición presidencialista en el siglo XIX, Brasil.
Sin embargo, sería posible sostener que el argumento histórico tiene su*
límites para justificar la opción por un sistema de gobierno, dada la certeza de
la primera conclusión mencionada. Esta reflexión nos lleva a considerar que las
instituciones se fundamentan en algo más que el peso tradicional. Las
instituciones son expresión de valores, preferencias y patrones de
comportamiento ampliamente compartidos en una sociedad. Mientras no se
cambien estas bases de sustentación de las instituciones vigentes, es difícil
pensar tanto en la viabilidad de reformas institucionales como, en caso de un
cambio institucional, en prácticas políticas conforme a las nuevas instituciones.
De modo que la tradición presidencialista en América Latina tiene dos asideros:
la historia decimonónica y la estabilidad de valores, preferencias, patrones de
comportamiento, etc.
6. La experiencia parlamentaria en América Latina
El hecho, como ya señalamos, de que la vigencia de formas
parlamentaristas sea una experiencia casi desconocida en América Latina no
es, por cierto, una argumentación para rechazar la posibilidad de su ensayo en
nuestros días. Sin embargo, es necesario destacar tres problemas. En primer
lugar, las pocas experiencias son negativas. En Chile, el período 1891-1925 se
denomina "parlamentario", aunque de esa forma sólo tenía la capacidad del
parlamento para censurar ministros (no así al jefe de gobierno, característica
clave de un sistema parlamentario), y el juicio predominante sobre el período
es haber producido una gran inestabilidad para gobernar y una oligarquización
de la política. En segundo lugar, las posiciones favorables a la aplicación de un
sistema parlamentario actualmente son minoritarias, así como las condiciones
político-institucionales para lograrlo. Así lo demuestran los debates en varios
países en América Latina en los últimos años (véase Nohlen/Fernández, 1991),
con la única excepción de Brasil (ver IDESP, 1990). En tercer lugar, varias
Constituciones latinoamericanas contienen elementos parlamentarios, pero en
la práctica no han podido establecerse. Es raro en América Latina el caso de
un presidencialismo puro (Carpizo, 1989). Para Argentina, Liliana De Riz y
Daniel Sabsay (en Nohlen/Fernández, 1991, p. 118) constatan que “la propia
Constitución argentina contiene preceptos que de algún modo se apartan del
molde presidencialista (...) a favor de prácticas más cercanas al
parlamentarismo”.
Para Venezuela, Allan Brewer-Carías (1985, pp. 11 y 176) habla de "un
sistema presidencial de sujeción parlamentaria". En Perú se introdujo, en la
Constitución de 1980, la institución del Primer Ministro. Seguramente en el
extremo de las orientaciones constitucionales parlamentarias se encuentra
Uruguay, donde de verdad la Constitución ofrece dos alternativas, la de un
régimen1 presidencial y la de un gobierno parlamentario; sin embargo, esta
última alternativa no se ha materializado hasta ahora. En Perú, la figura del
Primer Ministro en los primeros diez años de su existencia ha sido más bien
retórica (Roncagliolo, en Nohlen/Fernández, 1991). En Venezuela, no cabe
duda sobre el funcionamiento presidencialista del sistema político, y en el caso
argentino la práctica política se acerca al presidencialismo puro. Aun en
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61 el presidencialismo-renovado_-_nohlen

  • 1. EL PRESIDENCIALISMO RENOVADO Institución y Cambio Político en América Latina Dieter Nohlen Mario Fernández
  • 2. Presidencialismo versus parlamentarismo: Dos enfoques contrapuestos (* ) Dieter Nohlen En marzo de 1987, en el Fortín de Santa Rosa, Uruguay, abríamos el debate sobre reforma política y consolidación democrática en América Latina en el marco de un seminario internacional que reunió a cuentistas sociales europeos y latinoamericanos. Entonces hace ya una década, nos interesaba comprobar si la institucionalidad política en América Latina había tenido alguna relación con los derrumbes de la democracia y si su reforma podría contribuir a mejorar la viabilidad y la consolidación de la democracia en la región. La presencia de los participantes europeos en el debate1 se justifico principalmente por la experiencia europea durante la posguerra que supero la historia de fracasos de las formas parlamentarias de gobierno imperantes en el primer tercio del siglo mediante adaptaciones del mismo sistema básico a parámetros de mejor funcionamiento y mayor estabilidad. Tomando tales estímulos teóricos e históricos considerando los debates sobre reformas del sistema presidencial en algunos países de América del Sur, especialmente Chile y Argentina, en el seminario se lanzo también la idea de introducir el parlamentarismo en uno u otro país. Los resultados de este encuentro fueron publicados un año mas tarde en un libro complicado por Dieter Nohlen y Aldo Solari en 1988 (Nohlen/Solari, 1988). En el mismo año 1987. Juan publicaba la primera versión de su muy difundido e influyente articulo: Presidential and Parlamentary Government. Does it Make a Difference2 , en el que junto con subrayar la diferencia entre ambas formas de gobierno, especialmente respecto a su afectos, destacadas el rol negativo del presidencialismo en América Latina como causante del derrumbe de las democracias, como elemento que impide o dificulta la transición a la democracia y como estructura que hace problemática la consolidación de la democracia. Consecuentemente, Juan Linz se pronuncia de manera decidida a favor de la introducción del parlamentarismo de América Latina, fomentando vigorosamente este proyecto tanto a nivel académico como en la esfera del consulting político. La aparición del tema institucional en el debate politológico sobre la transición y consolidación democrática en América Latina origino el perfilamiento paulatino de una dualidad de enfoques sobre sus aspectos conceptuales y metodológicos, así como respecto de las consecuencias que los esfuerzos teóricos tendrían en el desarrollo político de la región. Estas líneas de estudio sobre los regimenes políticos encontrarían su expresión mas elocuentes en dos compilaciones publicadas en 1991 y 1994. Por un lado, en Presidencialismo versus parlamentario complicado por Dieter * Agradezco mucho el apoyo de Martín Lauga en la preparación de la versión castellana de este ensayo. El texto correspondiente a la conferencia pronunciaba al acabo del VII Curso interamericano de Elecciones del Instituto Interamericano de Derechos Humanos (IIDH/CAPEL) en el salón de Ex-Presidente de la Asamblea Legislativa de Costa Rica, el día 29 de noviembre de 1995 1 Desde España el politólogo (y político) Rafael Arias Salgado y el constitucionalista José Juan Gonzáles Encinar, desde Alemania el historiador Derlef Junker, el constitucionalista Christoph Muller y el politólogo Dieter Nohlen. 2 Versión en castellano publicaba en: Consejo para la Consolidación de la Democracia, 1988.
  • 3. Nohlen y Mario Fernández (véase también Nohlen, 1991), se señalaron nítidamente las diferencias metodológicas e históricas que diferenciaban los enfoques sobre los sistemas de gobierno en América Latina y se analizaron con gran detalle las posibilidades de reforma del presidencialismo en América Latina, haciendo hincapié en las formas variadas de este tipo de sistema político que habría considerado para emprender tales proyectos de reforma en cada caso nacional. Ahondando en este punto, en el estudio se proponía poner énfasis en la idea de adaptar mas que reformar los sistemas presidenciales en al sentido de alcanzar mejores patrones de funcionamiento. Por otra parte, en el libro se destacaban comportamientos de los actores políticos como variable de importancia respecto al rooting de las instituciones; se llamaba la atención cobre los cambios reales en cuanto a lo actitudinal, especialmente en los procesos de formación de coaliciones de gobierno o especies de este tipo de gobiernos por mayoría multicolor en Chile, Bolivia y Uruguay; y se afirmaba que, incluso cuando ni siquiera en un solo país se producían reformas constitucionales en cuanto al tipo del sistema político vigente, el mero debate institucional podría tener efecto de mejorar la comprensión de lo institucional como restricción y recurso por parte de los actores políticos y así contribuir al objetivo principal: la consolidación de la democracia (véase así mismo Nohlen/De Riz, 1991). En 1994 se publico el estudio de Juan Linz y los investigadores que participaron en dos seminarios internacionales sobre el tema en 1989 y 1990 en Washington y Santiago de Chile. En esta obra, el enfoque y objetivo del pensamiento parlamentarista de Linz se vio ratificado y aun más acentuado por el titulo mismo de la obra colectiva por Juan Linz y Arturo Valenzuela: the Failure of Presidential Democracy, sin perjuicio de que varias contribuciones de libro no comprueban no conforman esta visión deterministas y universalista del presidencialismo. En su extensa introducción al libro que constituye la versión definitiva de su articulo de 1987 Juan Linz amplio sus argumentos contrarios al presidencialismo, a pesar de los inequívocos signos de la realidad político de la región. La alusión que el autor hace la critica que recibo no considera sus argumentos ni las propuestas de reforma política. El trabajo de Linz tampoco da cuenta del significado de los intentos de reforma institucionales que tuvieron lugar en América Latina en esta década. Mientras que las iniciativas de reforma constitucional respecto a la forma de gobierno generalmente se frustraron, se observa un compartimiento de la clase política en buena parte más pragmático y conforme con criterios de mejor funcionamiento del sistema presidencial. El pronostico nuevo derrumbe de la democracia en América Latina nose produjo, observándose, por el contrario, una permanencia de la democracia en América Latina nunca antes vista en si historia, y con ello una relativización de la supuesta relación casual entre sistema de gobierno y desenlace feliz o fatal de la democracia. Lo que la realidad de la región presenta es, en suma , una cierra flexibilidad y capacidad de adaptación del sistema presidencial, en medio de inmensos desafíos económicos, sociales y políticos que están relacionados con el agotamiento de la estrategia de desarrollo cerrada, sustitutiva y estatista y con la implementación de la estrategia neoliberal de apertura, privatización y desregulaciones. En este dificilísimo contexto socioeconómico y de reesturturacion de la relación Estado/sociedad no solo no se produjo el derrumbes de la democracia por los déficit del presidencialismo, sino que mas
  • 4. bien se manifiesta a nivel político-institucional lo que debería ser un fundamento emperico central del pensamiento institucional para América Latina: la reafirmación de la democracia presidencial. Vale añadir que esta observación emperica acerca de la permanencia y, en ciertos casos, estabilidad de la democracia no implica emitir ningún juicio sobre el desarrollo de la democracia y su permanencia y consolidación en el futuro, asociado a variables externas a la forma del sistema político. Mientras que la polémica se expandió a mas países de América Latina a través de la reedición de los dos articulo introductorias de Linz y Nohlen a las compilaciones ya mencionadas en 1994 y 1991 (véase Linz/Nohlen et al., 1993; Comisión Andina de Jurista, 1993), con el correr del tiempo un numero cada vez mayor de cuentistas sociales y constitucionalistas se incorporo al debate, manifestándose matices y posicionamientos nuevos respecto a la disyuntiva entre presidencialismo y parlamentarismo. Según Bernard Thibaut (1996), cabe distinguir, en términos sistemáticos, entre: 1. La comparación entre ambos sistemas dentro de una enfoque de puro razonamiento teórico o idealtípico: tal es por ejemplo la postura de Juan J. Linz principalmente y, en medida parecida, de Arend Lipjhart. 2. Los estudios cuantitativos que comparan por lo general con un enfoque temporalmente muy reducido la performance de las democracias presidenciales y parlamentarias (Riggs, 1993; Stepan/Skach, 1993; Hadenius, 1994; entre otros.) 3. Los estudios que abandonan el contraste entre los tipos básicos y se vuelcan al análisis de la variantes dentro del presidencialismo de acuerdo con un enfoque puramente institucional, diferenciando, por ejemplo, entre sistemas mas presidentes “fuertes” y sistemas con presidentes débiles en relación con la formación y el mantenimiento de su gabinete o en relación con el proceso legislativo. Aquí también hay una tendencia o concebir los supuestos “metiros” de distintos modelos o subtipos del presidencialismo en cuanto a la estabilidad democrática en términos cuantitativos, sin considerar el contexto histórico (Shugart/Carey, 1992) 4. El enfoque que seguimos nosotros de estudiar los sistemas de gobierno en estrecha vinculación con el contexto social y político. estructural en el cual tienes que operar concretamente, es decir, un enfoque muy escéptico en relación a los rendimientos posibles de un análisis puramente teórico y/o cuantitativo. Este enfoque implica no rechazar por principios o a priori ni el parlamentarismo ni el presidencialismo, sino evaluar los problemas de funcionamiento de un cierto sistema de gobierno, percibido como un conjunto de elementos institucionales y políticos-estructurales. El gobierno comparado: evidencias teóricas y empíricas
  • 5. Existen diferencias estructurales entre el sistema presidencial y el parlamen- tario. Este hecho es tan obvio que sólo repetirlo no debería ni despertar mayor interés ni favorecer la polémica. El caso empieza a llamar la atención cuando las diferencias que se establecen a nivel teórico-sistemático se convierten en factores causantes del desarrollo político a nivel histórico-empírico, es decir, cuando se pasa del mundo abstracto de las lógicas simples al mundo empírico de las circunstancias y variables complejas. El mundo abstracto es el reino de las teorías universalistas; el mundo histórico el de las teorías de menor alcance, de las explicaciones contextúales o contingentes. La fuerza sugestiva del pensamiento institucional de Juan Linz radica en el supuesto de que sería posible pasar sin más del análisis sistemático propio del gobierno comparado al análisis causal del desarrollo político. Se trata pues de la mezcla de dos lógicas distintas, algo que difícilmente puede ser percibido por quienes descuidan cuestiones metodológicas o sólo recientemente se incorporan al debate. Como bien sabemos, Juan Linz es un excelente conocedor de la historia de numerosos países, por lo que le resulta fácil fundamentar su argumentación contra-presidencialismo y pro-parlamentarismo con exhaustivo material histó- rico proveniente de los más diversos países. No obstante, pese a la abundancia de ejemplos históricos, la lógica de su investigación no es histórica sino abstracta o pura; es la lógica de la coherencia. En palabras de Giovanni Sartori. Su discurso "busca relaciones universales, relaciones que permanecen invariables, cualesquiera sean los casos específicos a los cuales que se puedan referir (...) Maneja relaciones temporales, sucesiones que no son cronológicas sino ideales" (Sartori, 1992, pp.147, 149). En función de la lógica no contradictoria, la historia, la empiria, juega un papel sólo auxiliar: los ejemplos específicos le sirven para juntar evidencia histórica que acompañe el desarrollo argumentativo. Este tratamiento de la historia, sin embargo, no es apropiado para comprobar las hipótesis dado, primero, que se dejan fuera de atención los casos históricos que no se adecuan a las relaciones sistemáticas que se establecen o en otros términos no se utiliza el método comparativo como instancia de control; y, segundo, que los ejemplos ilustrativos tomados en cuenta son tratados bajo el supuesto del ceteris paribus, mientras que para bien comprender la historia y las relaciones que estamos estudiando hay que presumir un ceteris non paribus. La lógica de la razón se contrapone a la lógica de lo razonable. Siguiendo a Sartori (1992, p. 151) podemos concluir que "las relaciones universales y atempérales formuladas para una lógica pura, no valen para una lógica empírica (...) si no están debidamente ponderadas". Así, parece extremadamente discutible el supuesto de que la lógica que establece la diferencia entre presidencialismo y parlamentarismo y la validez de la opción parlamentarista sea capaz de resolver el problema planteado de la opción más adecuada entre las formas de gobierno, problema que requiere un conocimiento empírico, o sea, histórico más integral, una comprensión de todo el contexto específico y especialmente de las relaciones vinculadas con el fenómeno o la relación que estamos estudiando. Causalidad y pronóstico
  • 6. La importancia de estas consideraciones metodológicas se evidencia en el examen de una de las tesis centrales del pensamiento parlamentarista. Se trata de la tesis lanzada por Arturo Valenzuela según la cual la democracia en Chile habría sobrevivido si en esa época el país andino hubiera contado con un sistema parlamentario (véase Valenzuela, 1978; 1994). ¿Fue el presidencialismo el causante del derrumbe de la democracia chilena? Siguiendo esta lógica hipotética, la historia de Chile nos conduce a pensar de inmediato en otros supuestos de tipo counterfactual, como por ejemplo: - si hubiera existido el ballotage, Salvador Allende no habría sido elegido en 1970, y así la democracia chilena no habría llegado a su punto muerto (véase en este sentido, Taagepera/Shugart, 1989, p. 1); - si hubiera existido el mecanismo de la reelección, Eduardo Freí Montalva habría triunfado en los comicios; - si la Democracia Cristiana hubiera presentado otro candidato en lugar del izquierdista Radomiro Tomic, por ejemplo Bernardo Leighton, Alessandri, el apoderado de la derecha, no se habría presentado como candidato y ]j Democracia Cristiana habría podido continuar su mandato; - si el partido de centro, la Democracia Cristiana, hubiera seguido la práctica del tradicional partido de centro en Chile, el Partido Radical, esto es, la práctica de acuerdos y alianzas, no habría, perdido las elecciones de 1970 (véase Scully, 1992); - si los partidos marxistas no hubieran negado la sal y el agua al gobierno de Eduardo Freí Montalva con su programa de nacionalizaciones y de reformas estructurales (abolición del latifundio), se habría formado una gran alianza de los partidos modernizante para cambiar el país. En todos estos casos supuestos entre otros la democracia chilena habría podido sobrevivir. Esto relativiza rotundamente la capacidad explicativa del derrumbe de la democracia que se le atribuye al presidencialismo por pensar que el parlamentarismo hubiera llevado a otro historical outcome. Existen, en realidad, un sinnúmero de posibles factores causantes o momentos circunstanciales que de haber sido otro el momento, o de haber tenido otro comportamiento, habrían podido influir en el desarrollo de la democracia en Chile. Como ocurre con otros casos análogos, cabe recordar que en el caso del derrumbe de la democracia de Weimar, un historiador alemán que revisó la literatura al respecto menciona en total más de 60 factores causantes (véase Junker, 1988). Así, la tesis de Valenzuela se reduce a una hipótesis muy discutible, más aún si se considera que los supuestos avanzados por mí eran, en su época, temas que se discutían en Chile, por ejemplo: Tomic intentó formar con los partidos marxistas una gran alianza de izquierda detrás de su candidatura, pero fracasó; sectores de la Democracia Cristiana propusieron reemplazar a Tomic por Leighton, pero no tenían éxito; se inició una maniobra contra la elección de Allende por el Congreso que habría resultado en nuevas elecciones con la candidatura de Freí, maniobra que tampoco resultó (véase Nohlen, 1973; Huneeus, 1981; Tagle, 1992). Sin embargo, en la época de la política a la cual nos referimos, la alternativa parlamentaria no aparecía ni como proyecto concreto ni en el debate general. Por el contrario, la reforma constitucional de 1969 fortaleció el rol del presidente en el sistema político, dotándolo con el plebiscito como arma para superar un posible conflicto con el
  • 7. parlamento. Así, el planteamiento de Arturo Valenzuela no sólo representa uno de los muchos supuestos imaginables, sino que es quizás el menos plausible desde un punto de vista histórico dado que, como ya señalé, no estuvo en ningún momento presente en ¡as alternativas discutidas en ese entonces. Por otra parte, hay que tomar en cuenta la magnitud de consenso político que hubiera requerido la introducción del parlamentarismo en Chile como en cualquier otro país con grandes tradiciones presidencialistas. Vale considerar también que los cambios institucionales no son neutros políticamente, y que las fuerzas políticas, más aún en tiempos de alta conflictividad política, los evalúan de acuerdo con criterios de poder. Ahora bien: el supuesto de poder alcanzar un acuerdo de tal orden sobre la reforma institucional equivale a desvalorizar el propio proyecto parlamentarista, dado que con este mismo consenso se hubiera resuelto fácilmente el conflicto entre presidente y mayoría parlamentaria en el esquema presidencialista, origen según el análisis de Arturo Valenzuela y Juan Linz del derrumbe de la democracia chilena. Este débil supuesto de tipo "contrafactual" se convierte en el pensamiento de Juan Linz en the classic instance en lo que se refiere a "cómo el presidencialismo ha facilitado y agravado la crisis de la democracia" (Diamond/Linz, 1989, p. 24); es decir, es tomado como fundamento para plantear una afirmación universalmente válida, como base teórica para el pronóstico. Este pronóstico consiste en el anuncio del probable fracaso de las democracias presidenciales en América Latina, así debe entenderse el título de su obra colectiva: The Failure of Presidential Democracy. Pero cabe puntualizar que un pronóstico en las ciencias sociales es válido sólo en la medida en que la teoría en la cual se base sea empíricamente sustentable. Es interesante observar que algunas contribuciones en el libro compilado por Juan Linz y Arturo Valenzuela llegan a cuestionar la afirmación sugerente del título de la obra. En primer lugar, porque no se le atribuye al sistema de gobierno una relevancia central respecto a la cuestión de la gobernabilidad, pareciendo difícil to point to presidentialism as the insurmountable obstacle (de acuerdo a Jonathan Hartlyn en su trabajo sobre Colombia, p. 320). En segundo lugar, porque en América Latina existe una fuerte tradición de forma de gobierno presidencialista que se relaciona estrechamente con la cultura política de los países respectivos (como argumenta Cynthia McClintock en su trabajo sobre Perú, 1989 p. 389) Además, porque surgirían dificultades considerables al tratar de manejar exitosamente el parlamentarismo, pudiendo aparecer nuevos problemas y agudizarse otros ya existentes (según Catherine M. Conaghan en su contribución sobre Ecuador, 1988, p. 351). McClintock intuye, entreoirás cosas, que el parlamentarismo “would increase spoils-oriented activities among élite” (p. 389). Por último, porque se teme que podría minarse la legitimidad del sistema político. En las democracias aún no consolidadas, este temor se ilustra en la disposición de grupos estratégicos, especialmente los militares, a aceptar más bien la autoridad de un presidente que la de un Jefe de Gobierno dependiente del parlamento. En las contribuciones dedicadas a los países particulares se arroja luz sobre el contexto en el cual tiene que discutirse la cuestión institucional. La evidencia latinoamericana se torna así ambivalente. De este modo, al igual que todo en la vida exhibe ventajas y desventajas, hay argumentos en contra del presidencialismo y otros a favor. En ningún caso histórico la alternativa del
  • 8. parlamentarismo es tan convincente como aparece en la argumentación teórica. Pruebas en este sentido brindan los escasos resultados de introducir reformas en dirección parlamentaria hasta el presente. Del cuestionamiento coyuntural del presidencialismo en la ciencia política no ha surgido hasta ahora ninguna reforma estructural de tipo parlamentaria en América Latina, quedando por ver si para bien o para mal de la consolidación democrática. Esquemas rígidos y contextos históricos Como sabemos, una característica de la vertiente parlamentarista del pensamiento institucional es la de percibir las alternativas en el gobierno comparado en términos esquemáticos, reduciendo a un mínimo la gran variedad histórica de las instituciones políticas. En la misma alternativa presidencialismo versus parlamentarismo, el supuesto dualismo es cuestiona- ble, como lo señala Giovanni Sartori mediante su tesis neíther-nor en su contribución al libro de Linz y Valenzuela (Sartori, 1994a, pp. 106-118), es decir ni presidencialismo ni parlamentarismo, sino una forma de semipresidencialismo. Más cuestionables aún resultan las relaciones esquemáticas como por ejemplo entre formas de gobierno y sistemas electorales o entre formas de gobierno y sistemas de partidos políticos. Arend Lijphart elaboró una matriz de cuatro entradas, combinando presidencialismo y parlamentarismo, por un lado, y representación por mayoría y representación proporcional, por el otro, llegando al siguiente ranking normativo (Lijphart, 1992, pp. 932-942): 1. parlamentarismo con representación proporcional; 2. parlamentarismo con representación por mayoría; 3. presidencialismo con representación por mayoría; 4. presidencialismo con representación proporcional. ¡Qué desilusión para América Latina! Ocupa el último puesto. Pero, francamente, este esquema con su carga normativa no es muy sabio, entendiendo que sabiduría tiene algo que ver con la experiencia, con la empiria, en la conceptualización de Max Weber, con la historia. Se puede objetar, primero, que el orden de preferencia de los sistemas políticos depende de factores contingentes; segundo, que lo mismo es válido para los sistemas electorales; tercero, que la combinación de formas de gobierno con sistemas electorales potencia la incertidumbre respecto a la conveniencia de la mezcla no sólo a nivel de la asesoría política como universal political advice, sino también a nivel puramente teórico. No veo posibilidad ninguna de establecer un orden que pone el parlamentarismo con representación proporcional por encima del parlamentarismo con representación mayoritaria. Por lo demás, las categorías utilizadas son demasiado amplías para permitir conclusiones normativas precisas. La bondad y la validez de la combinación, su éxito en el caso histórico concreto, depende mucho del subtipo, o mejor dicho, de la adaptación del tipo básico a circunstancias contingentes y necesidades funcionales como, p. ej., la estructura de la sociedad, patrones de comportamiento político, el formato y la dinámica del sistema de partidos políticos, etc. Arend Lijphart, una de las grandes figuras en la ciencia política, últimamente con contribuciones de primer orden en el ámbito de los sistemas
  • 9. electorales (Lijphart, 1994), problematiza también la regla de toma de decisiones propia del sistema presidencial, la regla mayoritaria que, como es sabido, es la única aplicable cuando se trata de elegir no un órgano colegiado, sino un órgano unipersonal (Lijphart, 1994a, pp, 91-105). Es obvio, entonces, en comparación con el parlamentarismo, la mayor cercanía del presidencialismo a la forma de toma de decisiones por mayoría; pero a partir de ello sacar la conclusión de que la democracia mayoritaria sería menos viable, incluso menos democrática, parece muy aventurado. Vale recordar que el ejemplo clásico de un sistema parlamentario, el caso británico, ha sido justificado en la teoría del gobierno representativo como majority rule y sigue aún hoy funcionando así. Recordemos así mismo la famosa afirmación del gran teórico del sistema parlamentario, el inglés Walter Bagehot quien, dicho sea de paso, brilla por su ausencia en el discurso de la vertiente parlamentarista de tipo democrático-consensual: "the Principie of Parliament (parliamentary government) is obedience to leaders" (Bagehot, 1961, p. 125). Compartimos, en términos generales, la convicción de que en América Latina, en función de una mayor gobernabilidad, vale promover formas y comportamientos de concertación, de compromiso, la convicción de que conviene reducir los abismos ideológicos y evitar las lógicas del todo o nada o del avanzar sin transar. Sin embargo, me opongo a minusvalorar o incluso a desprestigiar la forma de tomar decisiones por mayoría, o el gobierno por mayoría unicolor. Otros investigadores analizan la relación entre las formas de gobierno y la estructura del sistema de partidos. Se trata de una relación sumamente importante, dado que efectivamente el funcionamiento del sistema político, incluso su clasificación en el universo de las formas de gobierno, puede depender del formato del sistema de partidos políticos y de la interacción de sus integrantes. Sin embargo, esquematizar la relación en términos de que el bipartidismo constituiría un sistema más idóneo para el presidencialismo o para la consoli- dación de la democracia, como se afirma basados en una comparación de cuatro casos latinoamericanos (Chile, Uruguay, Costa Rica y Venezuela) es bastante arriesgado. No se toman en cuenta las demás variables que intervienen, ni tampoco se estudian las relaciones de causalidad recíprocas. En suma: la descontextualización es el fundamento metodológico de tales afirmaciones, pero al mismo tiempo también de sus equivocaciones. Esto es especialmente cierto respecto al presidencialismo latinoamericano, el cual aparece muy esquematizado como alternativa a superar en la confrontación con el parlamentarismo, también tratado como si en la realidad existiera un solo tipo de parlamentarismo. Permítanme no entrar en este tema, pero sí apuntar que la estabilidad política en Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial, posterior a las respectivas democratizaciones de sus sistemas políticos, tiene algo que ver con la adaptación del parlamentarismo a las circunstancias de cada caso nacional, creándose así diferentes variantes del sistema parlamentario. En América Latina, el presidencialismo varía enormemente tanto en las Constituciones como en las prácticas políticas. Desde el punto de vista constitucional, cabe distinguir básicamente entre el presidencialismo reforzado, el presidencialismo puro, el presidencialismo atenuado y el presidencialismo parlamentarizado.
  • 10. En la práctica, valdría, la pena diferenciar aún más, tomando como criterios las costumbres y los estilos políticos (por ejemplo; en Uruguay, los constitucionalistas locales insisten en que la Constitución sería parlamentarista; pero nadie se opone a caracterizar la práctica política como presidencialista), la mayor o menor jerarquización del sistema, la organización del Ejecutivo (es decir, la relación presidente/gabinete siempre que éste exista: y la relación presidente/parlamento mediada por el sistema de partidos políticos influida por la distancia ideológica entre ellos y la composición política del parlamento afectada por el sistema electoral, etc., etc. En suma: más allá de lo característico del presidencialismo, que sirve para distinguirlo del parlamentarismo en términos categoriales, existen dentro del presidencialismo las más diversas combinaciones respecto a la relación de los órganos políticos, el presidente y el parlamento, sus orígenes, funciones, modos de interacción, etc. Ante esta situación, y más aún cuando el objetivo es reformar la relación existente, es imperioso con textual izar el debate. Balance final Como conclusión pueden formularse varias observaciones. La polémica reproducida exhibe un cuadro de marcados antagonismos; - por un lado, la negación del presidencialismo; por otro lado, una apreciación histórica del presidencialismo, sus logros, recursos, limitaciones y falencias según el tiempo y el lugar; - por un lado, el análisis monocausal y unidireccional basado en la adjudicación de un valor dominante a la variable institucional; por otro lado, el diagnóstico multicausal y de causalidad circular, basado en la convicción de que existe una interrelación e interdependencia eje los factores y que la institucionalidad política es sólo un factor, importante sí, pero relativizado a la vez por otros, como por ejemplo la cultura política, el desarrollo económico y social, la historia propia de los diferentes países, sus experiencias y aprendizajes, la estructura del Estado y demás factores, los cuales son quizás más importantes que el factor institucional propiamente tal; - por un lado, la recomendación de dar un salto categorial de un sistema de gobierno al tipo alternativo; por otro, la recomendación de reformas increméntales, de adaptación del presidencialismo a los desafíos de un mejor funcionamiento y mayor gobernabilidad, sin excluir por eso reformas que van más allá de la modalidad de adaptación siempre y cuando esto resulte conveniente en el caso concreto en cuestión; - por un lado, la valorización de las propuestas de reforma de acuerdo con criterios de medición de la distancia entre estas propuestas y la receta general de un sistema parlamentario; por otro, la valorización de las diferentes propuestas según parámetros de la teoría del gobierno comparado y que consideren seriamente los contextos concretos y elementos específicos del país en cuestión. Sin embargo, mientras que la polémica es antagónica, las alternativas se diferencian entre sí: por un lado, la rigidez; por otro lado, la flexibilidad de una propuesta que aun cuando se pronuncia en favor de adecuaciones de los sistemas políticos dentro del molde presidencialista que los caracteriza, no descarta reformas que pongan en tela de juicio el molde presidencialista y
  • 11. avancen más en dirección a un sistema mixto o semi, o hacia procesos de reforma que lleguen finalmente al parlamentarismo. No obstante, hay que estudiar bien los pros y los contras. Cuando la imagen del parlamento es mala, peor que la del presidente de turno; cuando la imagen de los partidos políticos es mala, peor que la del Ejecutivo en ejercicio; cuando la imagen de los políticos es mala, peor que la del personal ejecutivo como señalan muchos sondeos, difícilmente puede imaginarse que el parlamentarismo pueda conducir a una mayor consolidación de la democracia. La recomendación no consiste pues, en primer lugar, en un modelo de sistema político, sino en el método de debatir, diseñar y consensuar reformas con viabilidad política y que por supuesto no pongan en peligro lo ya logrado, la frágil permanencia de la democracia en América Latina. La propuesta de reforma tiene que respetar tradiciones políticas, culturas políticas y estructuras políticas, características propias de cada caso nacional. Esta precaución es imperiosa. La alternativa presidencialismo-parlamentarismo sugiere la existencia y oportunidad de una receta mágica. No es así. El problema es más complejo, la historia más rica, la capacidad social-tecnológica más restringida, y mucho mayor la responsabilidad de aquellos que propician e instrumentan reformas en el sistema político dado que, en definitiva, son las sociedades latinoamericanas mismas las que disfrutarán o padecerán las consecuencias de toda reforma o no-reforma política.
  • 12. Transición versus democratización: visiones alternativas sobre el cambio político Mario Fernández B, El origen de los conceptos Es posible sostener que la preocupación científica por las transformaciones políticas en la periferia del mundo occidental industrializado se ha desarrollado entre dos obras separadas por veinte años: el artículo de Dankwart Rustow Transitions to Democracy, publicado en 1970, y el libro de Samuel Huntington the Third Wave. Democratizarían in the late Twentieth Century, publicado en 1991. Más allá de los propósitos de confrontar la dimensión normativa de la democracia con sus manifestaciones concretas, de ambos trabajos, y de las críticas teóricas y metodológicas que les han sido formuladas (véase Beyme/Nohlen, en Nohlen, 1995d, p. 768; Nohlen/Thibaut, 1994), salta a la vista que la gran diferencia entre el objeto y el método de ambas obras da cuenta del cambio acaecido en los sistemas políticos en las dos décadas que los separan. El trabajo de Rustow está destinado a la búsqueda de "las condiciones que hacen la democracia posible y próspera", en tanto que el objeto de la obra de Huntington es "la transición de una treintena de países desde sistemas políticos no democráticos a democráticos". En el campo metodológico, Rustow propuso el "esquema de un posible modelo de transición a la democracia" mientras que Huntington presenta un "esfuerzo por explicar por qué, cómo y con cuáles consecuencias inmediatas ha ocurrido esa ola de democratización entre 1974 y 1990". El paralelo entre esas dos obras no sólo se refiere a su contenido sino a los conceptos usados en ellas. En efecto, las expresiones "transición" y "democratización" en sus respectivos títulos son muy simbólicas de los efectos que pueden causar en la terminología teórica los cambios que experimenta el objeto de la investigación. Se advierte una relación directa entre el uso de los vocablos "transición" y "democratización" con el grado de conocimiento empírico de los cambios de los sistemas políticos en el Sur de Europa durante la segunda mitad de los años setenta, en América Latina durante los ochenta y en el Este de Europa en los noventa. La expresión "transición" se ha utilizado tanto cuando el cambio político era futuro y deseable (como en el trabajo de Rustow, 1970) como cuando se estima que hay inseguridad o incertidumbre sobre su materialización y cuando la referencia está puesta más en el punto de partida (no-democracia) que en el de llegada (la democracia). Así se explica que el trabajo más representativo de este enfoque lleve por nombre Transitions from Authoritarian Rule aun cuando fue publicado en 1986, cuan do e] proceso poli tico en Europa del Sur y América Latina ya es taba muy avanzado (véase O'Donnell/Schmitter/Whitehead, 1986).
  • 13. A diferencia de lo anterior, el concepto de "democratización" ha sido usado preferentemente en trabajos empíricos basados en la evolución concreta de los procesos referidos más al punió de llegada (a la democracia) que al de partida (la no democracia). Un ejemplo de esta línea la ofrece el trabajo de Dieter Nohlen publicado en 1982 (cf. pp. 66-86), en el cual, en una fase todavía temprana de la democratización en América Latina, se propuso una tipología de factores que intervienen en ese camino a la democracia. Autoritarismo y democracia: referencias y rigideces El enfoque transicional se ha centrado en su interés por definir el autori- tarismo y explicar los desplomes democráticos que les dieron vida, proyectando una suerte de visión escéptica o amenazante respecto al futuro democrático. Más que preocuparse por las características de las nacientes democracias y como veremos, de la democracia misma sus exponentes destacan el peso y la vigencia que pueden tener las herencias autoritarias. Por ello, esa posición proyecta la impresión de que la transición se eterniza, en la medida en que nunca llega la democracia1 . La rigidez para definir los puntos de inicio y de término del proceso es una característica del enfoque transicional que se manifiesta tanto al definir el estado desde el cual ese tránsito se ha iniciado como al precisar el concepto de democracia hacía el cual transitaría el proceso2 . Respecto al punto de partida de la transición es necesaria la referencia al concepto de autoritarismo, cuya tradición de análisis se inició con Juan J. Linz (1970; 1975; 1978) y Guillermo O'Donnell (1972) sobre los casos de España bajo Franco y de Argentina bajo Onganía, ampliándose luego a una aplicación más global a los regímenes militares en América Latina (véase Nohlen, 1987, pp. 64-85). El concepto de autoritarismo de Linz se basa en diferenciarlo de los totalitarismos y las democracias, de acuerdo al tipo de ejercicios del poder estatal y la esfera social, así como la asignación de roles del pueblo en el proceso político3 . Sobre esas bases, sostiene textualmente Linz, "los regímenes autoritarios se caracterizan como sistemas que cuentan con un limitado pluralismo, no disponen de una ideología formulada integralmente y no se remontan, a excepción de sus fases iniciales, a ninguna extensiva o intensiva movilización" (en Nohlen, 1995d, p. 40). De este concepto Linz deriva una tipología de manifestaciones autoritarias, admitiendo que se trata de "tipos ideales" en el sentido weberiano, los que corresponden raramente con los regímenes realmente existentes, ya que éstos son siempre producto de tendencias contradictorias4 . La amplitud y el carácter ideal de este concepto de autoritarismo han influido en la concepción dominante de la transición, entendida como un proceso siempre inacabado. La combinación entre un concepto amplio de 1 Esta tendencia se advierte en adjetivaciones que se han atribuido a las transiciones y las democracias pos autoritarias en América Latina: "democracias inciertas" (O'Donnell/Schmitter, 1986). "democracias delegativas" (O'Donnell, 1992), "transición incompleta" (Carretón, 1991). Véase la nota 11 de este trabajo 2 Como afirma Carlos Huneeus (1994, p. 3), "no hay en la literatura politológica afirmaciones muy precisas de cuando comienza y cuando termina la transición. 3 La evolución del concepto de Linz se observa comparando sus definiciones de 1975 con la formulada veinte años después en su artículo "Regímenes autoritarios" (en Nohlen, 1995d: pp. 40-43). 4 Los tipos ideales de regímenes autoritarios propuestos por Linz (en Nohlen, 1995d, pp. 41 -42) son: Burocrático- militar; Corporativismo autoritario; Régimen autoritario movilizador en sociedades pos-democráticas; Régimen movilizador poscolonial; "Democracias" racistas o étnicas; Regímenes de totalitarismo o pretotalitarismo incompleto; Régimen autoritario postotalitario.
  • 14. autoritarismo y uno restingido de democracia que examinaremos en el punto siguiente ha traído consigo una supremacía de la idea de la transición sobre la de la democratización. Las diferencias sobre el cambio político, que ya hemos señalado, entre transición y democratización, también se manifiestan en el concepto de autoritarismo. Por una parte, es interesante destacar que Linz utiliza la denominación de "régimen" autoritario, en tanto que Nohlen usa la expresión "sistema" autori- tario (1987, p. 64). Por otra parte, Nohlen propone un conjunto distinto de criterios para caracterizar los autoritarismos, sobre las cuales formulará tipos "reales", que en América Latina se manifestarán en los "nuevos" regímenes militares5 . La complejidad intrínseca del vocablo "democracia" es el factor que evidencia los problemas operativos de la visión transicional. Más allá del dilatado afán definitorio de "democracia". Un atributo suyo es indicutible; su carácter esencialmente perfectible. Así concluye Robert Dahl su segunda gran obra sobre la democracia: " We can he confident that in the future as in the past the exacting requerimentt of the demócratas process explored here will not be completely solved" (1989, p. 340)6 . Para superar esta naturaleza infinita" de la democracia, equivalente a un punto de referencia que se aleja en la medida que se va avanzando en cumplir con sus requisitos, los cultores del enfoque transicional han intentado de limitar sus contornos para los países en desarrollo. En Democracy in Deveioping Countries. Latín America, Larry Diamond, Juan J. Linz y Seymout M. Lipset definen la democracia como circunscrita a lo político: "... denotes a system ofgovernment that meets three essentiat conditions: meaningful and extensive competirían among individuáis and organized groups (specially political parties)for all effective positions of govermental power, at regular internáis and excluding the use of forcé; a highly inclusive level of political participation in the selection of leuden and politics, through regular and free eiecúom, such íhatno major (adult) social group is excluded; anda level of civil and political liberties freedom ofexprfísion, freedom of press, freedom to form and join organizations-sufficient to ensure the integry of political competition and participation" (1989, p. XVI), agregándose más adelante, al reconocer los problemas conceptuales del problema: "The boundary between democratic and non democratic issometimesa blurred and imperfectone, and beyond it lies a much broader range ofvariation in political systems" (1989, p. XVII). Como se observa, este intento de precisar los requisitos mínimos de la democracia no sólo dificulta el objetivo de situar el punto de término de una transición desde regímenes no democráticos, sino que no resiste una confrontación desprejuiciada con realidades históricamente empíricas en países industrializados occidentales. En efecto, siguiendo los requisitos señalados, podría ponerse en duda la integridad democrática de Estados Unidos hasta los años sesenta, cuando las libertades civiles se encontraban, 5 Los criterios clasificatorios propuestos por Nohlen (1987, pp. 66-72) son: Bases sociales y políticas; Modelo de legitimación; Estructura del poder político; Relaciones entre los detentadores del poder y los ciudadanos; Ubicación histórica; Orientaciones de las políticas. Respecto de los regímenes militares en América Latina, Nohlen propone cuatro dimensiones de análisis: Análisis de las causas de la toma del poder por los militares; El contexto histórico- político de la emergencia del régimen militar; Meras políticas e inserción social; Institucionalización. 6 En una reciente publicación, Roben Dahl agrega que: "A country is classífied as politically 'democratic' if certain basic palitical insñtutions exist in that countty" (1996. p. 176).
  • 15. legal y realmente limitadas para una importante porción de su población. Lo mismo podría aplicarse a la escasa posibilidad de selección de líderes por parte de la población de la zona oriental de Alemania para las primeras elecciones después de la reunificación. Siguiendo esa lógica transicional, deberíamos, en consecuencia, hablar de "transición a la democracia" en Estados Unidos en los años sesenta y en Alemania en los noventa, sin perjuicio de agregarlos otros casos del mundo desarrollado que pudieran ser afectados por las consecuencias de este enfoque7 , La visión de la democratización, por su parte, enfoca el proceso desde la óptica opuesta. Es la meta democrática la que marca la transformación del sistema político y su conformación concreta va produciendo la desaparición de los rezagos autoritarios. Esa visión se dirige "hacia la democracia" más que "desde el autoritarismo". La "democratización", por lo canto, encierra una visión más global y más constructiva del cambio político. Dos conceptos alternativos de transición De lo expuesto en esta parte del trabajo, se concluye que la expresión genérica de "transición", ajustada a su raíz etimológica8 , se ha legitimado para describir el cambio político desde sistemas autocráticos a sistemas democráti- cos, ocurrido en diversas latitudes en las últimas décadas9 . Sin embargo, contrasta con las realidades que he descrito; para los efectos analíticos, "transición" presenta dos significados y, por ende, dos conceptos muy diferen- tes. La transición entendida como el paso o el proceso desde el autoritarismo hacia la democracia En este concepto se sustentad llamado "enfoque transicional" o las "teorías de la transición", que ha dominado el estudio del cambio de régimen político en América Latina y en Chile. Este concepto de transición se define por las siguientes características y requisitos: - Predomina la importancia que se atribuyen a la persistencia de los rasgos y rezagos autoritarios después que formalmente ha concluido la vigencia de ése régimen, por sobre las características de la construcción democrática. Esta presencia autoritaria mantendría pendiente la consumación de la transición, así como la amenaza de la inversión, autoritaria10 . 7 Estos ejemplos extremos muestran que el enfoque transicional es heredero de las teorías evolucionistas ("teorías de la modernización") en sus déficit para incorporar las especificidades histórico-empíricas de los casos, como de las teorías estructuralistas ("teorías de la dependencia") en su excesivo sesgo sociológico y económico. Por ello se explica que no se han considerado bien factores claves en el caso chileno, como la cultura y las instituciones políticas. Si el concepto de democracia sirve de referencia para valorar la consumación de la transición a las expectativas de su consolidación o su fracaso, es muy válida la advertencia de Nohlen y Thibaut (1993, p. 5): "Mientras más abarca el concepto y mis lejano se encuentra del de Roben Dahl más crítica legitima puede ejercerse sobre el desarrollo de la democracia en América Latina". Sobre este punto es también interesante el análisis que formula Terry L Karl sobre lo que ella denomina la "búsqueda inútil de las condiciones de la democracia" respecto de la situación de los países latinoamericanos que enfrentan la transición. Según estos enfoques siempre habría un déficit para alcanzar la democracia (Karl, 1991, pp. 38 y ss.). Respecto al caso alemán, es interesante constatar el uso de la expresión "transición" (véase Beyme, 1990, pp. 170-190). 8 Del latín transitio, transición se define como "la acción o efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto" (Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 1992, p. 1.425). 9 En este sentido, debe entenderse el uso común de la expresión "transición" para describir el proceso de cambio político en Chile, sin perjuicio de la preferencia que se tenga respecto de cuál período abarca y cuan profundo o consumado sea considerado el logro democrático.
  • 16. La vigencia de tipos ideal es de democracia y de autoritarismo que afectan la perspectiva y la base histórica en las que se ubica el análisis. El carácter ideal de la democracia hace imposible su consumación y el tipo ideal de autoritarismo distorsiona el sustento empírico para estudiar los casos. La fijación de la agenda política de la transición y del contenido de su análisis, es determinada por los temas pendientes de la transición y por los dilemas acerca de su existencia o conclusión. La transición entendida como la transición dentro de la democracia: democratización11 Sus características serían las siguientes: - Se acepta que el cambio de autoritarismo a democracia, en lo esencial, ha tenido lugar. Esta afirmación se sustenta en priorizar los rasgos de la naciente democracia sobre los restos del régimen autoritario, y en la constatación de que el cambio político se ha producido en los temas centrales del sistema político: legitimación democrática del poder, funcionamiento de las instituciones y del Estado de derecho, respeto de los derechos y de las libertades públicas e individuales, celebración de elecciones competitivas con participación de partidos políticos legalmente investidos12 . - Se trabaja con un tipo real de democracia, contextuado en cada realidad y, en consecuencia, perfeccionable13 . Así mismo, se parte de la base de un tipo real de autoritarismo, según las modalidades que efectivamente ha presentado el caso bajo estudio. - La agenda y el análisis político son determinados por los temas de la democracia y por los desafíos de su consolidación. Transición como democratización Un cambio teórico 10 Esta característica se ve muy bien expresada en el siguiente texto de Manuel A, Carretón (1995, Post Scriptum, p. 259): "La cuestión central, entonces, no es si la transición terminó o no, porque la respuesta dependerá del concepto particular que cada uno tiene. Lo importante es reconocer que hay tareas propias de la transición que no han sido resueltas y que hay características de la transición que tienen efecto sobre el régimen pos-autoritario y que afectan a la calidad de la democracia. Y estos problemas no pueden considerarse ni secundarios ni como problemas que no interesan a la población. Porque una democracia incompleta, su baja calidad y la presencia de enclaves autoritarios, afectan a la totalidad de la vida social e impiden que los actores sociales y políticos expresen sus alternativas debilitando la legitimidad de la política y la acción colectiva. En otras palabras, se empobrece la vida individual y social de la nación". 11 Esta definición de democratización puede interpretarse como implícita en la descripción de Klaus von Beyme y Dieter Nohlen: "La atención científica sobre el cambio de sistema se centra en el ultimo tiempo en una situación de estudio completamente cambiante, desde que en el sur de Europa, en América Latina y en Europa del Este se ha producido la democratización de los sistemas políticos" (en Nohlen, 1995, p. 765). 12 Respecto del caso chileno, esta visión se expresa con precisión cronológica respecto a los eventos que marcan cada etapa en el artículo sobre Chile de Dieter Nohlen y Detlef Nolte (en Nohlen/Nuscheler, 1992, pp. 290-291): "Al triunfar el NO el 5 de octubre de 1989 con el 54% de los votos se inició en Chile la denominada transición hacia la democracia, en un difícil proceso de acomodos (de la derecha política y de los militares a las exigencias de la apertura política, como de la oposición democrática a las condiciones de la democratización impuesta por el régimen, con el reconocimiento de la Constitución de 1980) y negociaciones. Las fases de este proceso fueron: a. Los acuerdos sobre reformas constitucionales, contraídos entre la oposición democrática, los partidos de derecha política y el régimen, aprobados por referéndum del 30 de julio de 1989; b. Las elecciones presidenciales y parlamentarias del 14 de diciembre de 1989. La victoria del candidato de la oposición democrática. Patricio Aylwin Azocar con el 51 % de los votos consagró el retorno de Chile a la democracia". 13 Parafraseando a Giovanni Sartori: "Si vamos a definir la democracia de manera 'irreal', no encontraremos nunca 'realidades' democráticas" (Sartori, 1994, p. 3).
  • 17. Básicamente, el concepto "democratizador" de la transición se funda en un cambio teórico respecto del enfoque transicional predominante sobre el proceso político en América Latina. Esta afirmación considera la envergadura de la visión que se intenta superar. Es indudable que los principales cultores del enfoque transicional provienen de las más predominantes escuelas metodológicas anglosajonas y latinoamericanas sobre el desarrollo político. Como lo indica Nancy Bermeo (1990, p. 360) en los trabajos pioneros de Guillermo O'Donnell y Philippe Schmitter se observaba una explícita sustentación teórica estructuralista, así como en las obras sobre "desplome de las democracias", Linz y Stepan tomaron expresa distancia de tal orientación, haciendo presente su opción "behaviorista" en torno a las élites. En los trabajos sobre transición de 1986, O'Donnell y Schmitter (junto con Whitehead) se acercan a la orientación "behaviorista"14 . Este "enfoque de élites" ha sido el sustento teórico más usado en los trabajos sobre transición en los últimos años (véase Nohlen/Thibaut, 1994; Cañas Kirby, 1993), conformando un interesante y paradójico retorno a las fuentes más conservadoras de la politológía norteamericana por parte de los más liberales de sus cultores con relación a los países latinoamericanos. Desde una perspectiva teórica más global, es posible afirmar que el enfoque transicional ha sido una especie de síntesis entre los enfoques que rivalizaron por explicar el desarrollo latinoamericano en los años sesenta y un acomodo de esa síntesis a los procesos políticos concretos acaecidos en las décadas posteriores. Este encuentro intelectual tuvo tugar especialmente en el período 1975-1985, a través de la intensa cooperación académica desarrollada entre centros latinoamericanos en el marco de las difíciles condiciones de estos últimos bajo los regímenes autoritarios15 . Este contacta produjo un acercamiento de posiciones que, aunque limitó fuertemente el margen de debate por la ausencia de divergencias, propició una mayor producción científica. Sin embargo, esta síntesis presentó los riesgos de una elaboración teórica matizada por aspectos subjetivos o políticos y por consiguiente exceso en las concesiones mutuas en aras de llegar a consensos16 . Contrastando con esta mezcla de behaviorismo y estructuralismo y visiones provenientes de tradiciones politológicas del norte y del sur de América que presenta el enfoque transicional, nuestro concepto democratizador de la transición se funda en una visión histórica empírica que se materializa en las investigaciones surgidas en Heidelberg y que contaron con la colaboración de prestigiosos colaboradores latinoamericanos17 . 14 Ver el contraste presentado por Nancy Bermeo sobre cuál es el catalizador del cambio político según O'Donnell en 1972y 1986. Mientras que el cambio hacia el autoritarismo se debía a la "crisis de la dependencia externa", la transición a la democracia debía explicarse fundamentalmente por "factores domésticos", principalmente por " the behavior of individual decisión maken"(Bermeo, 1990, pp. 361-362). Paradójicamente, O'Donnell vuelve a la explicación económica en 1993, aunque parcial, sobre la evolución pos autoritaria que denomina "democracia delegativa" (Nohlen/Thibaut, 1994, p. 14 15 En el caso chileno, esta cooperación puede granearse en la orientación predominante que fue tomando la Fundación Ford en el apoyo a proyectos de investigación y el soporte de instituciones norteamericanas (estadounidenses y canadienses) a la FLACSO, en cuya planta académica sólo se han contado científicos sociales de origen estructuralista. 16 A este proceso puede aplicarse la descripción de Andreas Boeckh sobre los vaivenes de las teorías del desarrollo (en Nohlen/Nuscheler, 1992. p. 110): "Los certificados de defunción han sido extendidos apresuradamente. Actualmente no sólo se observa un renacimiento de las teorías de la modernización, sino que también recuperan significado temas y reflexiones de las teorías de la dependencia".
  • 18. Específicamente, este trabajo no debe entenderse como la aspiración de formular nuevas teorías sobre el cambio político, sino como una adaptación metodológica cuyo sello distintivo especialmente en el campo de los estudios comparados consiste en rechazar las exclusiones o admisiones a priori de las dimensiones normativas, institucionales, estructurales o cuantitativas que pudieran presentarse en una investigación determinada, decidiendo su consi- deración a partir de una seria apreciación contextual y fáctica. Desde otra perspectiva, es posible sostener que el potencial de esta tradición de que hacer politológico no se funda en una rigurosidad dogmática de conceptos, tan característica de las décadas de los sesenta y setenta y que afectó al enfoque transicional, sino en una rigurosidad de principios para el análisis científico. Este atributo de la tradición politológica de Heidelberg18 mantiene la vinculación permanente entre los objetivos teóricos y metodológicos del quehacer científico, operando en ambas direcciones como lo describe Klaus von Beyme (1994, p. 477): "El trabajo en problemas metodológicos es siempre parte de los esfuerzos por abarcar teóricamente el objeto en estudio". Bases histórico-empíricas Desde una perspectiva estrictamente teórica, un componente común de las escuelas estructurales tas y behavioristas que compitieron por explicar el desarrollo político en los años sesenta y parte de los setenta y que luego confluyeron en el enfoque transicional, ha sido su ahistoricismo. Esta observación ha estado presente en los análisis críticos que se han formulado a las teorías de la dependencia y de la modernización, tanto en los años de su máxima divulgación como en los de su declinación (véase Mansilla, 1978; Nohlen, 1980; Boeckh, 1992; respecto a la crítica de la interpretación "científica" del desarrollo en América Latina, véase Solari/Franco/Jutkowitz, 1976. p. 192). 17 La denominación "enfoque histórico-empírico" aparece usada por Dieter Nohlen en el prólogo de su obra Sistemas electorales y partidos político!(1994, p, 8). Sobre una referencia de este autor al contenido de este enfoque, ver Nohlen (1981, p. 16): "De esta manera se cumplen las exigencias que plantea coda sistemática sólida: el rigor teórico y la fundamentación histórica". La confluencia europeo-latinoamericana señalada se puede ejemplificar en las investigaciones conjuntas realizadas en los años ochenta sobre diversos tópicos del proceso político en ambos continentes entre el Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Heidelberg y diversos centros de investigación latinoamericanos. Véase, p, ej.: Nohlen/Solari, 1988; De Riz/Nohlen 1991; Nohlen/Fernández/Klaveren, 1991; Nohlen/Fernández, 1991. 18 La línea conceptual y metodológica que orienta las investigaciones sobre América Latina que dirige Dieter Nohlen en el Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Heidelberg desde hace dos décadas se enmarca en una tradición de pluralismo epistemológico y metodológico, establecida desde la fundación del Instituto por Cari J. Friedrich y Dolf Sternberger en los años cincuenta y que actualmente cultivan junto a Dieter Nohlen, los catedráticos Klaus von Beyme y Manfred Schmidt y colaboradores. Dos expresiones de von Beyme resumen esta tradición: a) "El pluralismo de los métodos es indispensable. A diferencia del pluralismo de las teorías y de las posiciones metateóricas, el pluralismo de los métodos puede incorporarse en el intento de la formación de teorías" (Beyme, en Nohlen, 1995d, p. 599); b) "El entretejimiento de la política con los ámbitos de la economía, del derecho o de la cultura es un asunto demasiado serio como para poder dejarlo a un lado con alusiones puntuales en los prefacios de trabajos empíricos" (Beyme, 1994, p. 14). Un rasgo común a los profesores de Heidelberg ha sido su inclinación por los estudios comparados, cuya diferencia con el enfoque de la "comparative pólitícs", reside en la consideración de todos los requisitos de una comparación rigurosa: objeto, contexto, tiempo y espacio (Nohlen, 1994a, pp. 511-512). Tomando sólo los actuales profesores, estos trabajos han abarcado la comparación como teoría (Beyme, 1966; 1973; 1988; Nohlen, 1994a), los regímenes políticos (Beyme, 1970; 1973; Nohlen, 1992; Nohlen/Fernández, 1991), los partidos políticos y los sistemas electorales (Nohlen, 1978; 1986; 1994b; Beyme, 1982 (1a) 1984 (2a); Schmidt, 1985), los grupos de interés y de presión (Beyme, 1970, 1980; Filgueira/Nohlen, 1994). El desarrollo socioeconómico (Beyme, 1975 (1a); 1977 (2a); Nohlen/Nuscheler, 1976, 1982,1992; Nohlen/Fernández, 1988; Nohlen/Thibaut, 1994). Las políticas sociales (Schmidt, 1988; Nohlen, 1987, 1993; Nohlen/Solari, 1988; De Riz/Nohlen, 1991; Beyme, 1984).
  • 19. Si aplicamos a este tema, los comentarios sobre macroteoría política de von Beyme19 podemos señalar que las bases estructuralistas y behavioristas del enfoque transicional no son históricas, sino evolucionistas, cuyo marco común, en el que se encuentran raíces tan disímiles como Hegel, Marx, Parsons o Luhmann, consiste en entender los procesos sociales orientados a fines. Así pueden encenderse categorías duales como "tradicionalidad" y "moderniza- ción" o "centro" y "periferia", los que provenientes de la sociología y la economía intentaron abarcar la comprensión integral del cambio societal incluyendo el proceso político. Tales enfoques menospreciaron el significado del origen y la transformación de las instituciones políticas, especialmente las Constituciones, los partidos políticos y las elecciones, produciendo un vacío muy importante en el objeto de estudio de la sociedad y la política en los países latinoamericanos libres de modernizaciones. Así es posible explicar que el enfoque transicional esté impregnado de esa tradición ahistórica, sujeto a un continuum de fases (desplome- autoritarismo-transición-consolidación o desplome) que se explican por condicionamientos fijados a priori resultantes de las bases teóricas, no de la realidad. Frente a esta línea investigativa, la transición entendida como democrati- zación se inscribe en una tradición historicista cercana a la raíz weberiana (también en lo empírico, según veremos). Como lo señala Beyme (1994, p.6l): "Weber no albergaba aspiraciones explicativas histórico-universales cuando utilizaba la historia universal como cantera de la teoría. Al poner de relieve los procesos dominantes, como el racionalismo universal, no se suponía un desarrollo necesario". Por lo tanto, el componente histórico de nuestra visión de la democratización se manifiesta en independizarse de las predeterminaciones finalistas del análisis. Consideramos que las nuevas democracias en América Latina no están condenadas al dilema de consolidarse o desplomarse hacia nuevos autoritarismos, como lo sentencia el evolucionismo del enfoque transicional. El curso de cada proceso de cambio político presente dependerá de los hechos objetivos que sus actores y acciones produzcan y de las transformaciones que consecuentemente tengan lugar en las estructuras y en la cultura de esos países. Como lo señala Dieter Nohlen ante el interrogante de las perspectivas de la democracia en América Latina en los años noventa (en: Junker/Nohlen/Sangmeister, 1994, p. 22): "Creemos que las perspectivas políticas de mediano plazo se basan en poder valorar cada factor que pueda explicar la continuidad democrática transcurrida". El componente histórico del enfoque no puede entenderse sin vincularlo directamente con la dimensión empírica. Incluso, desde cierta perspectiva, es posible sostener que en ciencia social no es posible utilizar un enfoque histórico sin que sea a la vez empírico. Sin embargo, en la evolución teórica de la ciencia política del presente siglo, ambas visiones no sólo aparecían como diversas, sino como alternativas. Como lo señala Lasswell, el esfuerzo pionero de Merriam y su escuela de Chicago en las décadas de los años veinte y treinta, fue pasar de la ciencia política dominada por la "investigación de biblioteca" de los historiadores, a la utilización de métodos especializados para describir los acontecimientos 19 Klaus von Beyme (1994, p. 59) presenta una matriz de cuatro campos formulada por el sociólogo, también profesor de Heidelberg, Wolfgang Schluchter, en la cual se combinan los enfoques macroteóricos (teorías de la acción y teorías de sistemas) con las concepciones del cambio social (historia y evolución).
  • 20. políticos que ellos observaban directamente"20 . Esta disposición de "superación" de la historia por los empíricos provenía de una cierta subyugación que los progresos cuantitativos de la ciencia económica provocaron en los científicos sociales y que se ha extendido en sus variantes behavioristas y de la llamada escuela de la public choice en boga en Norteamérica en los años ochenta (Laswell, 1971, p. 47). Entre tanto, ese original y radical significado y contenido de lo empírico en las ciencias sociales ha variado esencialmente. Como lo indica Dieter Nohlen, las últimas tendencias investigad vas han superado la clásica distinción entre lo observable y lo medible por un lado, y lo teorético, por el otro. Por una parte se habla de distinguir el conocimiento científico de natura- leza analítica (matemático) y empírica, este último basado en experiencias u observaciones; y, por otra parte, la aparición de un empirismo más flexible, basado en una nueva construcción conceptual, que no haría más exigible como conocimiento empírico, una comprobación científica basada en la experiencia de todas las hipótesis. Consecuentemente, también pueden admitirse como empíricos conceptos teóricos cuando ellos cuentan con una relevancia diagnóstica21 . Ante esta evolución, es útil precisar el significado de lo empírico para los efectos de nuestro trabajo. Cuando afirmamos que la democratización debe enfocarse desde un óptica, histórica-empírica estamos sosteniendo que debamos someter nuestras demostraciones experimentales únicamente a una descripción explicativa de la realidad. Como lo señala Giovanni Sartori, la empiria es un conocimiento que denota "hacer una experiencia tangible, directa de algo", lo que lo define como "un conocimiento que se afinca en la experiencia, que refleja y recoge su material de la experiencia. Atención, digo experiencia, no experimento", agregando: "¿cuál es el fin del conocimiento empírico? Respondo: describir., comprender en términos de observación. El conocimiento empírico tiene que responder ala pregunta ¿cómo?, ¿cómo es lo real, cómo es el hecho? En el dominio empírico, nuestra finalidad es comprobar cómo son las cosas para llegar a comprender describiendo" (Sartori, 1992, p. 36). Estas afirmaciones respaldan el tratamiento de la transición como democratización, en la medida en que la realidad no se ajusta a fases predeterminadas, como se verá en el siguiente punto. Si tomamos el esquema propuesto por Samuel Huntington en el capítulo destinado a. los problemas de la consolidación democrática, podríamos decir que la realidad de la democratización está dada por lo que el autor denomina "problemas contextúales": "These stemmed from the nature of the society, its economy, culture, and history, and were in some degree endemic to the country, whatever its form of government. The authoritañan rulen did not resolve these problems and in all probahility, neither would the democratic rulers. As their problems were specific to individual and not to the common phenomenon of transition, they ohviously differedfrom country to country" (Huntington, 1991, 20 Ver la referencia a Weber que hace Klaus von Beyme (1994, p. 48): "Para Weber la validez objetiva de todo conocimiento de experiencia' se fundamenta únicamente en una ordenación de la realidad dada conforme a categorías". 21 Según David Easton el movimiento conductualista es el origen del enfoque empírico de la política. Siendo producto de este movimiento y estando vinculado a el, la teoría política de orientación empírica se denomina a menudo teoría conductualista" (Easton, 1969, p. 20).
  • 21. p. 209). Lo que Huntington cataloga como problemas que dificultan la consolida- ción democrática, según nuestro punto de vista puede convertirse en poten- cialidades en determinados países, como lo es la cultura democrática en el caso de Chile, que constituye el principal factor de estabilidad política pos- autoritarismo. En todo caso, el concepto de "problemas contextúales" de Huntington sirve para demostrar que determinadas características nacionales influyen decisivamente para la evolución política y le otorgan alto grado de autonomía respecto a esquemas prefijados de hipotética validez global para casos aparentemente análogos. Como síntesis de la mezcla armónica entre lo histórico y lo empírico, según hemos intentado describirla, es útil consignar apreciaciones de los "padres fundadores" del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Heidelberg. Por una parte, la actualidad délas afirmaciones de Cari J. Friedrich formuladas hace tres décadas sobre esta materia (1968, p. 21); "La singularidad de los hechos históricos, al producirse sólo una vez en su marco específico, significa la exclusión de toda posible comprobación de la experiencia mediante la repetición". Por otra parte, en una madura obra destinada a definir "política" ya después de dejar su cátedra, Dolí Sternberger, señalaba (1978, p. 383): "Queremos examinar no sólo lo meramente posible y ubicable, sino lo verdadero, o sea, el verdadero significado de la política"22 . 22 La citada obra de Friedrich, publicada en Nueva York en 1963, se inició con un prefacio sobre la teoría política, seguido de dos extensas notas en las que se formuló una critica conceptual a las corrientes sistémicas empírico- conductualistas recién formuladas en Estados Unidos. A Easton y Parsons, Friedrich les critica (1968, p. 38): "han hablado del 'sistema político' o del 'sistema social', haciendo del sistema un núcleo centra] de su análisis de los fenómenos políticos y sociales sin indicar, o siquiera sin hacer claro teóricamente, qué es lo que debe entenderse por sistema'". El texto citado de Sternberger, por su parte, es seguido de una afirmación finalista: "Una ciencia que no condujera a ello, sería quizás todavía interesante, pero en definitiva sería indiferente". Junto con ello, haber contribuido decisivamente a la fundación del Instituto de Heidelberg y haber ejercido dos cátedras (Friedrich compartiendo su tiempo con Harvard) publicaron dos trabajos casi simultáneamente sobre el tema de la dinámica institucional: Dolf Sternberger: Lebende Verfassung. Studíen Über Koalition und Oposición, Heidelberg, 1956; Cari J. Friedrich: Demokratie ais Hmschaíts- und Lebensform, Heidelberg 1959.
  • 22. Sistemas de gobierno: perspectivas conceptuales y comparativas (* *) Dieter Nohlen En América Latina, el gran estímulo para debatir sobre la forma de gobierno en términos de modificar o cambiar el sistema político el presiden- cialismo nace de la necesidad de consolidar las refundadas democracias. Obviamente, en este juicio está presente la asociación entre el desplome democrático y sus causas, es decir, el supuesto de que el tipo de sistema político tiene responsabilidad en América Latina en los derrumbes de la democracia. Por otra parte, está presente también en este debate el supuesto de una relación entre instituciones políticas y rendimiento político, relación que por su parte se vincula con el tema de la consolidación a través del concepto de la legitimidad, es decir de la lealtad de las masas respecto a las instituciones democráticas dependiendo como lo muestran las encuestas de la performance de los gobiernos. El tema de la importancia de las instituciones es tal vez el que ha suscitado mayor polémica dentro y fuera del campo de la comparative pólitícs y marca el desarrollo mismo de esta área específica de la ciencia política. En términos científicos, la controversia se plantea según se atribuya a la variable en discusión las instituciones políticas el carácter independiente o dependiente. La pregunta es a qué variable se le puede conceder la función explicativa del proceso político, En Europa, en el período posterior a los derrumbes de las democracias de entre guerras y en plena fase de reconstrucción democrática, los científicos de la política estuvieron de acuerdo en enfatizar la alta importancia de las instituciones. El viejo institucionalismo como se llama hoy a la doctrina de entonces afirmó el status de lo institucional como variable independiente. El desarrollo de la democracia como orden político fue visto como dependiente de su calidad institucional y de reformas políticas en caso de no correspondencia de la institucionalidad vigente con la buena teoría institu- cional de rostro inglés. Más tarde, a partir de la consolidación de las democracias en Europa occidental y del reconocimiento de la pluralidad de las formas de gobierno representativo, las instituciones fueron desplazadas del lugar privilegiado en el análisis político. Desde los años sesenta se tomaron en cuenta factores adicionales como los fenómenos políticos pre institucionales y las relaciones económicas y sociales, lo que derivó en sostener la existencia de una compleja relación entre diferentes variables y la necesidad de estudios históricos contingentes para de terminar la orientación y el grado de relación causal entre ellas. Se reconoció también que una misma variable podría cumplir un rol diverso en una u otra fase del desarrollo político. Por otra parte, en los años setenta, el interés politológico empeló a ver como temas las policies, es decir, las políticas de los gobiernos en función, llegando a relegar las instituciones al olvido de las investigadores. Así se cumplió el ciclo de los extremos, el ciclo entre sobreestimación y descuida casi total de las * El presente trabajo es una versión levemente modificada del texto originalmente publicado NohIen/Fernández, 1991.
  • 23. instituciones. Sin embargo, el mayor avance de los estudios de las políticas de gobierno en Europa abrió nuevos espacios para las instituciones políticas y su evaluación, dado que en estos estudios se llegó a la conclusión de que, para explicar las diferencias en el rendimiento gubernamental por país, la variable institucional resultó una de las que contaba con mayor fuerza explicativa. Es por esto que en los años ochenta cuando en América Latina las instituciones democráticas se reafirmaron primero a nivel normativo y luego se restablecieron en la práctica en Europa, por su parte, reaparecen las instituciones como variable, hecho que es imperioso tener en cuenta. En este nuevo institucionalismo, las instituciones no retoman el papel que tenían antes en el cuadro del viejo institucionalismo. Esta nueva vertiente institución alista reconoce que no se puede explicar todo por las instituciones y considerando la complejidad de la realidad que estudiamos y que enfrentamos como científicos con vocación de ingeniería social, propone y defiende enfoques explicativos complejos en los que entran las diferentes variables en juego. Ahora bien, nuestras reflexiones sobre presidencialismo y parlamentarismo se insertan, por un lado, en el momento político definido no sólo por los retos y los objetivos, sino también por las experiencias, por el otro, en este nuevo institucionalismo "¡lustrado". Así, estamos convencidos de la importancia de las instituciones. El estudio del presidencialismo especialmente en contextos de democratización, tiene clara relevancia para el mejoramiento de los sistemas políticos latinoamericanos, problemas de gobernabilidad y consolidación de la democracia. Las crisis de estabilidad política, crónicas en la región, responden en parte a factores institucionales del sistema de gobierno y su conocimiento a fondo puede contribuir a evitar su repetición. Valoramos altamente el aporte de las reformas institucionales llevadas a cabo en Europa para refundar sus democracias después de la segunda guerra mundial. Sin embargo, no concordamos con enfoques y argumentaciones que en el debate actual en América Latina hacen recordar, reaparecer o repetir el institucionalismo de viejo cuño-La primera parte de nuestra contribución es una prueba de esta diferencia fundamental entre diversas vertientes institucionalitas. En la segunda parte, para evitar posibles equivocaciones, se evocan las diferencias en el uso de los conceptos. En la tercera parte, estudiamos las variantes del parlamentarismo a partir de experiencias históricas muy concretas. Es especialmente ilustrativo cómo el éxito del sistema parlamentario parece depender, en cierta medida, de cómo se varía el modelo original para adaptarlo a las necesidades del caso. Es ésta la idea clave para entrar en la cuarta parte del trabajo en la variedad ya existente del presidencialismo en América Latina y proponer adecuaciones funcionales del sistema presidencial relacionadas con posibles opciones de reforma institucional. Debate actual: presidencialismo versus parlamentarismo en América Latina En América Latina, las crisis de la estabilidad política, de las democracias y de la gobernabilidad se han identificado con la vigencia del sistema presidencial de gobierno, visión que trae como consecuencia obvia la necesidad de realizar modificaciones institucionales, mirando hacia el modelo de las formas parlamentarias. Aquí es imperioso tener presente todo un
  • 24. catálogo de problemas al debatir sobre la introducción de formas parlamentarias en América Latina. Para ello revisaremos, en primer lugar, desde puntos de vista tanto teórico-metodológicos como empírico-sistemáticos, las líneas arguméntales de los partidarios del parlamentarismo como opción necesaria y única para América Latina. Esta "nueva vertiente del análisis politológico contemporáneo" (Godoy, 1990) está liderada por Juan Linz, de modo que sus múltiples contribuciones al debate constituyen el principal punto de referencia para el desarrollo de enfoques y apreciaciones diferentes. 1. El espejismo estadístico En los análisis comparativos de los sistemas de gobierno presidencial y parlamentario, se afirma que una simple observación estadística de los países muestra la superioridad del parlamentarismo: mientras que en los años sesenta y setenta se quebraron los sistemas presidencialistas, los sistemas parlamenta- rios demuestran una notoria estabilidad (Riggs, 1987; Linz, 1990a). En términos de Osear Godoy (1990), "los estudios de Juan Linz demuestran que las democracias estables son, básicamente, de tipo parlamentario". En otros términos el enunciado es el siguiente: dada la certeza de la observación estadística, ¿por qué no suponer que la forma de gobierno tiene algo que ver con el quiebre de las democracias? Sin embargo, nos encontramos ante una relación estadística de dos variables que, por sí solas, no constituyen ninguna relación causal. Puede existir sólo una correlación. En tales situaciones, la metodología aplicada en ciencias sociales nos recomienda proceder a buscar una tercera variable de la que puedan depender las variables en cuestión, y a interpretadoras adicionales que toman en consideración variables del contexto. En nuestro caso, es obvio que interviene una tercera variable que en términos gruesos es la región: los sistemas presidenciales son inestables en América Latina, mientras los sistemas parlamentarios son estables en Europa. Hay que suponer que esta variable no solamente influye en la relación entre forma de gobierno y estabilidad democrática, sino que podría contener para la inestabilidad política más fuerza explicativa que la forma de gobierno. Vale añadir que detrás de la variable región, en el caso de América Latina se encuentran factores como la cultura política, siempre referida a un ámbito social y territorial, situaciones de heterogeneidad estructural en lo económico y social, repercusiones de la forma de integración económica en el sistema mundial, etc. 2. Sobre la argumentación "en contrario" Otra característica en los estudias mencionados es el desarrollo de la argumentación "en contrario" o "contrafactual": el parlamentarismo no habría conducido al mismo desenlace infeliz del conflicto político, es decir, con el parlamentarismo, la democracia habría sobrevivido. Una perspectiva "contrafactual" puede ser muy rica como técnica heurística explorativa, pero esta argumentación tiene sus límites (ver punto 5: La dimensión histórica), sobre todo si se entra en el campo de las explicaciones causales. Es metodológicamente débil una argumentación que, partiendo del supuesto de que el parlamentarismo hubiera conducido a algo diferente, culpa al presiden- cialismo por lo ocurrido. Por otra parte, respecto a opciones, la sola presencia
  • 25. de un fenómeno en el momento histórico fatal hace preferible el ausente, y así no se pueden establecer relaciones causales. En el análisis causal tienen que entrar todos los factores que puedan haber influido en el desarrollo político. Es obvio que Juan Linz está consciente de las limitaciones expuestas, y así lo plantea oportunamente al preguntarse si el presidencialismo, en la época de crisis de las democracias de tipo parlamentario en Europa, habría podido evitar los quiebres de la democracia. Dice Linz (1990a, p. 90): "Desarrollar el argumento al contrario aquí conllevaría mucho esfuerzo y no sería nunca plenamente convincente". Y es cierto que el argumento "en contrarío" nunca llega a convencer plenamente, por ello Linz analiza los casos de parlamentaris- mo europeo (Francia, Holanda, Bélgica) que se destacan por haber resuelto las graves crisis por las que esos países atravesaron en aquella época. Sin embargo, en el caso del presidencialismo latinoamericano contemporáneo, Linz no opta por la misma estrategia de argumentación. No entra en los casos de presidencialismo que han sobrevivido en las últimas décadas (Costa Rica, Venezuela), No desarrolla así una estrategia de refutación semejante al caso parlamentarista de los años de las crisis europeas, sino que trata de convencer utilizando el argumento "contrafactual" en circunstancias empíricas muy desfavorables y apoyándose en la tesis de un solo autor (Arturo Valenzuela) para un país exclusivamente (Chile): "Sólo en el caso de Chile se ha hecho alguna referencia al conflicto entre el presidente Allende y el Congreso en e' análisis del colapso de la democracia" (Linz, 1988, p. 20). Toma el caso de la República andina como dame instance para "how presidentialism has facilítated and exacerbated crisis of democracy" (Diamond/Linz, 1989, p. 24) y suponiendo que " Valenzuela’s counterfactual speculation on the difference a parliamentary system would have made, has relevante well beyond the Chilean case" (Diamond/ Linz, 1989,p. 24). Este supuesto de generalización va mucho más allá de lo que el argumento "contrafactual" permite. Vale señalar aquí que Linz destaca en otra oportunidad lo específico del caso chileno en América Latina (presidencialismo con pluripartidismo polarizado), lo que podría limitar el caso como classic instance para América Latina. Por otra parte, en el contexto de la consolidación democrática en Chile, el argumento "en contrario" se combina con un pensamiento en paralelismos y analogías muy cuestionable cuando los autores sostienen que para el Chile de la redemocratización," the stability (of democracy) is not fundamentally compatible with a presidential system of government" (Diamond/Linz, 1989, p. 24). Esta tesis demuestra hasta qué punto quedan fuera de atención las demás variables en juego, como cambios que se produjeron recientemente en el diseño institucional (sistema electoral mayoritario), en el sistema de partidos (una derecha fuerte y renovada, el partido de centro más abierto a coaliciones), en la formación de gobierno (coaliciones mayoritarias). En términos de Eduardo Palma (1991), "la caracterización de las realidades (chilenas) no se agota con los asertos anteriores. La Constitución de 1980 y sus leyes orgánicas han modificado el régimen de partidos y el sistema electoral, han cambiado el origen y la composición del parlamento, en especial del Senado, han consagrado la autonomía del Banco Central y han introducido como instancia constitucional el Consejo Nacional de Seguridad, con participación activa de las Fuerzas Armadas y de Orden. En suma, una determinada modalidad de transición ha significado, entre otros, los arreglos institucionales antes señalados".
  • 26. En síntesis, el argumento "en contrario" requiere un uso muy cuidadoso, del cual los protagonistas del parlamentarismo se alejan mucho. 3. El tipo ideal como figura argumentativa Tratándose de un tema tan clásico como el de los sistemas de gobierno, inevitablemente los polos de la discusión o sus puntos de referencia se han situado en los tipos ideales parlamentaristas y presidencialistas, y la dirección metodológica ha tenido un fuerte sesgo formalista. El tipo ideal de los fenómenos que investigamos facilita la comprensión de sus rasgos esenciales y abstractos. La función del tipo ideal es medir la diferencia entre la construcción racional abstracta de algo que se basa en sus características estructurales y la conducta del fenómeno. El tipo ideal no es por su propia moción autolimitadora un concepto científico al servicio de las explicaciones, sino sirve sólo de forma limitada para el análisis causal. Sin embargo, "in the quest for causal explanations" (Diamond/Linz, 1989, P- 1), los tipos ideales del presidencialismo y del parlamentarismo configuran el nivel en que se desarrolla su confrontación teórica y empírica. Esto conduce a que a las características básicas de los sistemas de gobierno al fin de cuentas el común denominador (véase Lijphart, 1990a, pp. 13 y ss.) se les atribuya todo el poder explicativo en la relación entre sistema de gobierno y consolidación democrática. Las demás variables tomadas en cuenta (de limitada cantidad) se consideran variables dependientes, Las cuales pueden alcanzar importancia en la medida en que Fortalecen el carácter y los efectos ya inherentes al sistema básico común. Un efecto obvio del debate sobre los tipos ideales es descuidar los tipos reales, los tipos históricos, contingentes, con lo cual no se percibe, como convendría., la multiplicidad de las variantes presentes en el modelo básico. Sin embargo, en este nivel de las variantes valdrá la pena abordar el análisis causal, dado que sólo el análisis histórico nos ofrece un panorama de las variables presentes en el momento y en el lugar de la relación por estudiar. Por otra parte, en relación con el parlamentarismo, sí no entramos en las variantes del sistema básico no percibimos que han sido justamente las adaptaciones del modelo básico al lugar y tiempo las que han contribuido al éxito del modelo básico mismo, aunque junto a tales éxitos se cuentan también adaptaciones fracasadas. Para poner un ejemplo en un mismo país, están los casos de Weimar, fracasado, y el de Bonn, exitoso, agregándose que los fundadores de la República de Bonn aprendieron del fracaso de Weimar para reformar adecuadamente la institucionalidad política (más adelante tratamos más ampliamente la experiencia alemana como variante del parlamentarismo). Cuando Linz, al referirse al parlamentarismo y su crítica, precisa, " that we have in mind here precisely those modern forms of parlamentarism that have introduced innovations (like the constructive vote of no confidence)" (Diamond/Linz, 1989, p. 55, nota 38), implícitamente reconoce no solamente la importancia de las variantes del parlamentarismo sino el hecho de que justamente los efectos de una de esas variantes sean el fundamento de la evaluación del tipo ideal. Sin embargo, sería necesario reconocer que el tema de la forma de gobierno, su cambio o adaptación, tendría que ser relacionado con las particularidades sociohistóricas y político-institucionales que definen las
  • 27. situaciones nacionales. Las variantes no sólo aparecen por el lado del parlamentarismo. Sí nos referimos al presidencialismo en América Latina, es también importante tomar en cuenta la presencia de las variantes del modelo básico (ver punto 6: La experiencia parlamentaria). Sin embargo, el argumento tipo ideal, combinado con los argumentos estadísticos y en contrario, llegaría a enfatizar la responsabilidad del modelo básico. Se apoya implícitamente en el hecho de que en los sistemas presidenciales en América Latina las diferencias institucionales o las innovaciones hasta ahora no hayan podido contribuir a variantes sustánciales respecto a la inestabilidad política. Otra conclusión más convincente sería no atribuirle tanta centralidad al sistema de gobierno y buscar variables más poderosas. Esta posición, sin embargo, no implica renunciar a aprender de la caída de las democracias. Vale repensar las instituciones y reformarlas si esto resulta beneficioso para el país, y tratar de conseguir el consenso necesario (véase Nohlen/Solari, 1988). 4. Método y dimensión comparativos Emile Durkheim decía que en ciencias sociales el método comparativo equivaldría al experimento en ciencias naturales. Sin que se establezca en la comparación politológica la misma rigurosidad metodológica del experimento, el cientista social tiene que comparar con reflexión, dado que el tipo de comparación (por ejemplo sincrónico,'acrónico), la selección de casos (por ejemplo: concordantes o contrastantes) etc., influye mucho en los resultados (ver Lijphart, 1975; Nohlen, en Nohlen/Schultze, 1989). Ahora bien, la comparación entre presidencialismo en América Latina y parlamentarismo en Europa, hoy por hoy parece algo artificial si se dejan de tomar en cuenta las variables contextúales. Comparar el presidencialismo en América Latina con la idea de parlamentarismo para América Latina parece muy desequilibrado, pues se trata de comparar algo que efectivamente existe en el pasado y en el presente con algo que no existe (en el pasado sólo en forma efímera), que permanece en un terreno de posibilidades y un ámbito puramente especulativo (ver Sartori, 1987). Este tipo de comparación deja un saldo muy favorable al parlamentarismo. Es cierto que las experiencias históricas con el parlamentarismo en América Latina refutan una generalización fácil en términos de un fracaso. Yo compartiría la visión de que los parlamentarismos implantados fueron "sistemas truncos". Sin embargo, es igualmente cierto que hasta el presente no ha sido posible en América Latina organizar un sistema parlamentario exitoso (en términos de estabilidad, consolidación) lo que no se le puede negar al presidencialismo. Además, donde la Constitución deja abierta prácticas parla- mentarias, ellas no se dan (ver más adelante punto 6). Esta otra visión comparativa deja un saldo muy a favor del presidencialismo. Una comparación mucho más interesante para el estudio de los sistemas de gobierno ofrecen las perspectivas intertemporales, las cuales facilitan la consideración de variables contextúales, es decir, situaciones de crisis que van más allá de un solo caso, tomando en cuenta el desarrollo desigual del mundo industrializado y de América Latina, y comparando fases que a partir de las variables contextúales tienen mucho en común, como por ejemplo la situación en los años veinte y treinta en Europa, cuando muchos sistemas parlamentarios quebraron. Esta comparación intertemporal puede reorientar la
  • 28. cuestión al no perseguir la superioridad de un sistema sobre el otro, sino considerar los siguientes factores: - la importancia del factor institucional en el quiebre de la democracia; - las lecciones aprendidas después de los quiebres, al reconstruir las democra- cias; - la posible influencia que estas reformas de tipo institucional han podido tener en Europa, y su impacto en América Latina. Esa dimensión comparativa es más compleja, más sofisticada que las anteriores. Además de relativizar las posiciones en el debate presidencialismo versus parlamentarismo (los dos en iguales condiciones de fracaso), genera reflexiones sobre la centralidad del factor institucional. En segundo lugar, necesitamos case-studies que incluyan sistemas de gobiernos diferentes (por ejemplo, Carlos Huneeus, 1981 sobre Chile, Weimar y Segunda República. Española). No basta conocer un solo sistema, por ejemplo el chileno de tipo presidencial, y especular sobre el tipo contrario, el parlamentario, sin tomar en cuenca la incapacidad del parlamentarismo en su oportunidad, para resolver el problema de la estabilidad democrática. 5. La dimensión histórica: raíces del presidencialismo latinoamericano "Para una adecuada comprensión del presidencialismo latinoamericano contemporáneo", dice Diego Valadés (1986, p, 49), "se hace imprescindible ahondar en las raíces del poder en los Estados que emergieron a la libertad a principios del siglo XIX". En Europa, en la fase de la formación de la sociedad civil en el siglo XIX, el sistema de separación de poderes Corona y gobierno (dependiente de la Corona) por un lado, y el parlamento, por el otro, fue justamente superada por la parlamentarización de los sistemas políticos, proceso por el cual, en un timing diferente según los países, el gobierno volvió a ser dependiente del parlamento. El parlamento se impuso como órgano preeminente (Beyme, 1972; para España: Nohlen, 1970). En América Latina, el sistema político dominante se estableció en un proceso histórico diferente al de Europa y al de Estados Unidos. En la fase de la formación de los Estados nacionales, posterior a la independencia y equiva- lente a una fase de desorganización social en el sistema constitucional de separación de poderes, es en el Presidente en quien recae codo el poder político. Es con su autoridad que se afirma el poder y la integración nacional. Cuando Diamond/Linz (1989, p. 5) consideran que "shifting the probiem from the imtablilty of government and constitucional rule to an analysis of the difficulties of state building perhaps modífies our thinking about the historical process of democratizaron in Latín America", podría incluirse la forma de gobierno. El presidencialismo ha significado un recurso político-institucional para resolver los problemas de la formación de los Estados nacionales y en algunos casos, como el de Chile, con mucho éxito. Una primera conclusión es evaluar los sistemas de gobierno a partir de situaciones históricas concretas. Una segunda conclusión se refiere a la tradi- ción presidencialista en América Latina, que tiene que ver con el aporte del presidencialismo a la historia de los países latinoamericanos en el siglo pasado. Es así como "che past does weigh heavily on the present in Latín America (Diamond/Linz, 1989, p. 9). No extraña, por eso, que la mayor
  • 29. viabilidad di un sistema parlamentaria se presente hoy en el país que cuenta con la menor tradición presidencialista en el siglo XIX, Brasil. Sin embargo, sería posible sostener que el argumento histórico tiene su* límites para justificar la opción por un sistema de gobierno, dada la certeza de la primera conclusión mencionada. Esta reflexión nos lleva a considerar que las instituciones se fundamentan en algo más que el peso tradicional. Las instituciones son expresión de valores, preferencias y patrones de comportamiento ampliamente compartidos en una sociedad. Mientras no se cambien estas bases de sustentación de las instituciones vigentes, es difícil pensar tanto en la viabilidad de reformas institucionales como, en caso de un cambio institucional, en prácticas políticas conforme a las nuevas instituciones. De modo que la tradición presidencialista en América Latina tiene dos asideros: la historia decimonónica y la estabilidad de valores, preferencias, patrones de comportamiento, etc. 6. La experiencia parlamentaria en América Latina El hecho, como ya señalamos, de que la vigencia de formas parlamentaristas sea una experiencia casi desconocida en América Latina no es, por cierto, una argumentación para rechazar la posibilidad de su ensayo en nuestros días. Sin embargo, es necesario destacar tres problemas. En primer lugar, las pocas experiencias son negativas. En Chile, el período 1891-1925 se denomina "parlamentario", aunque de esa forma sólo tenía la capacidad del parlamento para censurar ministros (no así al jefe de gobierno, característica clave de un sistema parlamentario), y el juicio predominante sobre el período es haber producido una gran inestabilidad para gobernar y una oligarquización de la política. En segundo lugar, las posiciones favorables a la aplicación de un sistema parlamentario actualmente son minoritarias, así como las condiciones político-institucionales para lograrlo. Así lo demuestran los debates en varios países en América Latina en los últimos años (véase Nohlen/Fernández, 1991), con la única excepción de Brasil (ver IDESP, 1990). En tercer lugar, varias Constituciones latinoamericanas contienen elementos parlamentarios, pero en la práctica no han podido establecerse. Es raro en América Latina el caso de un presidencialismo puro (Carpizo, 1989). Para Argentina, Liliana De Riz y Daniel Sabsay (en Nohlen/Fernández, 1991, p. 118) constatan que “la propia Constitución argentina contiene preceptos que de algún modo se apartan del molde presidencialista (...) a favor de prácticas más cercanas al parlamentarismo”. Para Venezuela, Allan Brewer-Carías (1985, pp. 11 y 176) habla de "un sistema presidencial de sujeción parlamentaria". En Perú se introdujo, en la Constitución de 1980, la institución del Primer Ministro. Seguramente en el extremo de las orientaciones constitucionales parlamentarias se encuentra Uruguay, donde de verdad la Constitución ofrece dos alternativas, la de un régimen1 presidencial y la de un gobierno parlamentario; sin embargo, esta última alternativa no se ha materializado hasta ahora. En Perú, la figura del Primer Ministro en los primeros diez años de su existencia ha sido más bien retórica (Roncagliolo, en Nohlen/Fernández, 1991). En Venezuela, no cabe duda sobre el funcionamiento presidencialista del sistema político, y en el caso argentino la práctica política se acerca al presidencialismo puro. Aun en