1. EPÍLOGO
Al cerrar una lectura sobre geología, siempre hay que hacerlo con humildad. En la nave
tierra que nos transporta por la inmensidad hacia una meta final que solo Dios conoce,
nosotros nada más somos pasajeros de proa.
Somos emigrantes que conocen su propio infortunio, los menos ignorantes entre
nosotros, los más osados, los más impacientes, interrogamos nuestros propios
problemas; demandamos ¿Cuando comenzó el viaje de la humanidad?, ¿cuanto tiempo
durara?, ¿como navega el barco?, ¿porqué vibran su cubierta y el casco?, ¿porqué
algunas veces los sonidos provienen de la bodega y se extinguen por la escotilla?
Nosotros preguntamos ¿Qué secretos se esconden en las profundidades de esta extraña
nave? Y sufrimos porque aun no lo sabremos…
Usted y yo somos del grupo de los impacientes y osados que desean saber y que nunca
quedan satisfechos con cualquier respuesta. Nos mantenemos unidos en la proa del
barco, atentos a todas las indicaciones que provengan del interior misterioso, o del
monótono mar o todavía del aun más monótono cielo.
Nos confortamos unos a otros hablando de la costa hacia cual creemos devotamente que
navegamos, o a la que en realidad llegaremos y desembarcaremos, quizás mañana. Es
una costa que ninguno de nosotros ha visto nunca, pero que la reconocerías sin titubeos
cuando apareciera en el horizonte. Es la costa del país de nuestros sueños, donde el aire
es tan puro que no existe la muerte, es el país de nuestros deseos y su nombre es la
VERDAD.