INTRODUCCIÓN
EXTRACCIÓN LÍQUIDO-LÍQUIDO: EQUILIBRIO DE REPARTO
La extracción puede definirse como un proceso de separación en el cual un soluto se
reparte o distribuye entre dos fases diferentes. Lo más común es realizar la
extracción entre dos fases líquidas, aunque también pueden realizarse extracciones
sólido-líquido.
La extracción líquido-líquido se utiliza con frecuencia para separar especies
moleculares simples (I2, Br2, ...), compuestos de coordinación y compuestos orgánicos,
de las disoluciones acuosas en las que se encuentran inicialmente. El procedimiento
consiste en agitar las disoluciones acuosas con un disolvente orgánico inmiscible con el
agua y dejar separar ambas fases. Se establece entonces un equilibrio o reparto de
los solutos entre las dos fases gobernado por la solubilidad relativa de los solutos en
las fases acuosa y orgánica.
Recuerda, pues, el fundamento d
3. penalidades que pasó los primeros años antes de establecer definitivamente la
bodega. Que nació en 1898 lo supimos después, durante el entierro y por su
epitafio en la tumba, que siempre ha permanecido limpia y con ofrendas
florales puestas por no se quien, al principio por las comadres agradecidas, que
eran muchas y ahora no se por que benefactor que debe estar en la USA y que
paga a alguien por este servicio. Al principio llegué a pensar que de esto se
ocupaba el sepulturero, pero cuando pasé por ahí un atardecer y lo oí hablando
con los muertos y con más alcohol que sangre corriendo por sus venas,
comprendí que eran otras personas, pero que si esto estaba bien para que
removerlo y andar en averiguaciones.
Siempre en zafra se cumplía el riguroso ritual de saldar las deudas que
teníamos con Bonifacio hasta donde podíamos, e incluso éste a veces eludía
un poco el pago: ─ Mire comadre, déjelo para comprarle una mudita de ropa a
los muchachos, o para un par de zapatos (duros “rompe piedras”), que podías
adquirir en cualquier zapatería por un peso.
Así era el gallego Bonifacio Estupiñán, yo lo conocía muy bien, tal vez más
que nadie, pues dos años antes comencé a trabajar para él tan pronto salía de la
escuela, y por Dios, más que trabajo aquello para mi era un juego lleno de
sorpresas.
Todo comenzó por mi labor como “mandadero de barrio”, que me hacia ir
varias veces al día a su establecimiento, sí, “mandadero”, esto es, que
cualquier vecino que no podía desplazarse hasta la bodega yo lo hacia por él,
unas veces por un centavo y muchas por nada, y dependiendo del tamaño de la
compra ahí estaba el gallego para darme un puñado de caramelos de los que se
llamaban “de contra” hechos de azúcar y limón, y envueltos en tosco papel
amarillo, que cuando no estaban viejos eran deliciosos, a veces un dulce de
harina, un matagallegos, etc. que para mi eran la gloria, y realizaba todo
aquello con total seriedad
El gallego comenzó por mandarme a buscar un latón de galletas a una
panadería cercana. De unas galletas gruesas que se comían mucho en aquellos
tiempos. Esta acción se repitió varias veces y siempre yo salía con un cartucho
de este producto muy bien venido en mi hogar. Después me encomendó otras
4. gestiones, donde generalmente yo tenía que hacer el cobro y las cuentas que
siempre salían bien en tiempo de gentes honradas. También las fuerzas de
Bonifacio decaían con la edad, así que un día sorpresivamente habló con mi
madre para que yo lo ayudara en algunos menesteres, a más de aprender el
oficio.
Y así comencé, sin salario ni contrato, solo con el vínculo de las palabras.
Sin salario, sí, pero semanalmente me daba una amplia factura de productos
básicos para la casa, que se fue ampliando, primero con alimentos, después
detergente, jabón, pasta dental, etc. Por último, el fin de semana me daba 25 o
40 centavos o al final hasta un peso para que fuera al cine, cosa que me venia
muy bien pues en aquel tiempo me gustaban mucho las películas.
Fui adentrándome y desarrollando habilidades en el oficio de manera que a
veces cuando él tenía que hacer alguna gestión en el pueblo, o quería dormir la
siesta con sus huesos y músculos adoloridos del trabajo de toda una vida, yo
me quedaba solo y atendía aquello con la seriedad y la meticulosidad de un
adulto. También los domingos, único día de esparcimiento del español, donde
con frecuencia se reunía con algunos compatriotas en el patio de la bodega
casa y en una fogata asaban chorizos, longanizas, etc. y donde bebían vino
español en abundancia, sí español, pues no sabía discernir si era de la Rioja, o
de Castilla la Mancha, o de la propia Galicia. Generalmente todos eran
hombres, comerciantes como él, o amigos de la Colonia Española, o algún que
otro paisano. Allí esos gallegos sí se hacían las mil historias de su añorada
Galicia, de los puertos del Ferrol, de la Coruña, de Vigo, de los montes, las
rías y las especies de animales de Lugo y de Órense.
Que se soltaban muchas palabrotas si: “me cago en Dios”, “carajo”,
“mierda”, etc. pero era su lenguaje, no le hacían daño a nadie y luego al
atardecer se iban desgajando uno a uno, embriagados por la nostalgia de su
añorada tierra y con la cara roja como un tomate de beber tanto vino; y al día
siguiente a lo suyo, la dura faena diaria.
Mujeres en el sentido exacto de la palabra no le conocí, no por falta de
hombría, sino por la timidez propia de estas criaturas, al parecer duras, pero
9. las olas. Al llegar se había establecido entre ellos unos fuertes lazos
sentimentales por lo que lo agarraba con sus manitas y no quería separase de
él; decidió entonces quedarse en aquella ciudad y no terminar su trayecto
hasta la capital. Esto le salvo la vida, pues el mal tiempo al arribar a la Habana
impidió que el barco entrara al puerto y éste naufragó en los bajos de la
Florida, pereciendo sus 488 ocupantes, entre la tripulación y los pasajeros.
La vida en Santiago de Cuba les resultó muy difícil, él no tenía parientes allí
y los de ella la echaron a la calle al conocer que la niña era una hija al parecer
ilegitima, pronto se les acabó el escaso dinero que traían y comenzaron a
pernoctar en cualquier lugar donde les cogía la noche, no tenían siquiera un
poco de leche para darle a la cría que se les moría de hambre y frio. Una
noche, al no poder soportar más aquella situación, entró a una bodega como la
que ahora tenía, forzando la cerradura y robó cuanto alimento pudo llevarse en
un saco. Unos vecinos lo vieron y dieron aviso a las autoridades que en breve
lo capturaron, aunque ya la niña había saciado el hambre.
La policía avisó al tendero para que hiciera la denuncia, éste al llegar resultó
ser un ex oficial criollo de la guerra del 95, ya entrado en años, que le pareció
de porte amenazador y arrogante, pero que al conocer la situación en que se
encontraba, no formuló denuncia alguna, dijo que no le habían robado nada y
que era un amigo peninsular que estaba esperando desde hacía días, pero que
había perdido la dirección y por eso estaba en esta situación. Al salir no supo
como agradecerle aquello, más que les pagó un hospedaje algunos días y lo
empleó en su tienda, donde con el tiempo aprendió los manejos del negocio y
empezó a tomar la actitud bondadosa de su noble anfitrión, cosa que lo
acompañó desde entonces por toda la vida. Después supo que su benefactor
había perdido toda su familia en la guerra y que salvó la vida gracias a un
joven soldado recluta español, a quien dieron orden de ultimarlo, pero que en
un acto de bondad lo dejó escapar.
Años después, la joven canaria que lo acompañaba, no soportando las
condiciones de la emigración y añorando su tierra y sus costumbres, regresó a
las Islas Canarias, para lo cual, Salvador, el criollo benefactor, corrió con
todos los gastos de viaje.
11. tesoro, y me distraigo con aquellas simples y expresivas anotaciones, que
durante más de veinte años escribió Don Bonifacio Estupiñán, “el gallego más
bueno del mundo”.
13. ─Pues lo madrugaron el domingo cuando venía de la Valla de gallos y dicen
que llevaba mucha plata.
─¿Y cómo fue?
─En el medio de la arboleda, le dieron dos fotutazos en el pecho, uno lo
mató, fue directo en el corazón, según me dijo el cabo Manrique, que hoy
estuvo de mañana en la finca, como siempre, a buscar su puerquito pa la
Navidad, pero el muy cabrón vino con otro guardia más, el nuevo que
reclutaron el mes pasado, y tuve que darle a este un guanajito, y mira que se lo
he dicho al Cabo, que venga solo, pero me dijo que era para que el soldao
aprendiera el oficio y supiera donde vivían los amigos.
─Venga otro trago gallego, que ahora invito yo, dijo Emiliano después de
apurar la línea de ron y limpiarse los labios con el puño de su sucia y sudada
camisa.
Y así siguieron hablando desenfadadamente entre tragos rápidos, de un ron
que aunque “bautizado” (adulterado) no había perdido su espíritu.
A poco Indalecio no paraba de hablar, Emiliano lo escuchaba con atención,
y el gallego parecía entretenido en otra cosa.
─Pues sí mi compadre, lo madrugaron y lo enterraron el mismo lunes para
evitar pleitos alrededor, y ahora la viuda, Amparo, no para de llorar y de llorar
y mira que este sinvergüenza, bueno ya no tanto porque esta muerto, la
maltrataba y la tenía como un trapo, abandonada en la casa de la finca
mientras iba de guajira en guajira por todos lados. Sí, usted lo sabe, el tipo era
de pico fácil y que yo le conozca tenía una novia en San Jerónimo y otra en la
Porfuerza, y dicen que también por Céspedes y en Piedrecitas, y por aquí se le
cuenta algo, así que con tanto faldeo cualquiera se lo podía cargar.
─Cuénteme, siga contando Indalecio, pues usted sabe que vivo solo en el
rancho y por allí no pasa ni un alma, ni siquiera la Rural, pues dice que se le
cansan los caballos y que pierden el día solo por venir a verme, pero en verdad
15. el novio que estaba por allá, por Sibanicú, viendo unas reses. Allí se pasaron la
noche bailando y pese a que se lo avisaron cuando llegó, este se confió y el
Estanislao fue muy rápido, como siempre, y le levanto la paloma en un
santiamén.
─Por eso se la tenía sentenciá, y ya en dos o tres veces que había estado en
el pueblo lo había estado buscando, según decía para cortársela, pero el muy
pillo no daba cara, por eso también es sospechoso.
─Y Severino que tiene que ver con esto.
─Bueno lo de Severino es otra cosa, según me contó el cabo Manrique
viene de antes, por el lindero del arroyo que el Estanislao lo corrió y dejó sin
agua a los animales de éste, y como las escrituras no estaban claras y
Estanislao le soltó algunos pesos al Notario, éste dijo que no, que el primero
no tenía derecho y ahora el pobre le tiene que pagar por el agua o llevárselos
muy lejos, hasta la laguna para que los animales puedan beber.
─Hace poco los sorprendieron discutiendo y el Severino, hombre de pocas
palabras pero de machete suelto, lo amenazó y le dijo que un día iba a aparecer
con la boca llena de hormigas, y así están las cosas.
─¿Pero entonces quien fue?, preguntó ingenuo Emiliano.
─Que ¿quién fue?, nadie lo sabe, porque había mucha gentes con motivo,
pero por ahora parece que es uno de estos.
─Dicen que por el tamaño de los huecos debió ser con un 38, y para colmo
a Eleuterio le encontraron uno con medio cargador, aunque éste dice que lo
había utilizado para ahuyentar unos gavilanes que rondaban las gallinas del
patio.
─A ver Robustiano, este gallego será tonto, tráenos la botella, que se me
seca la garganta. Reclamó Indalecio en tono ofensivo.
─Mire por favor, respete, dijo el gallego en tono bajo, casi suplicante, éste
16. parecía ajeno a toda aquella conversación, o más bien al relato de Indalecio,
que todos sabían que con dos tragos se le soltaba la lengua hasta nunca parar.
─Es una broma gallego, no joda, dijo Emiliano intercediendo con
desenfado.
El gallego Robustiano era un hispano, que desde hacia años regenteaba la
bodega donde se encontraban, “las Delicias”, aunque por su aspecto y
contenido no tenía nada de delicias. Era de estatura baja y con incipiente
calvicie, no se le conocía familia, ni cómo llegó al pueblo, y parecía una
persona inofensiva, pese a las constantes bromas pesadas y trato rudo de los
guajiros.
─¿Y ahora qué harán con ellos? ─ preguntó Emiliano.
─Bueno, según me dijo el Manrique, el juicio va a ser rápido para evitar las
posibles venganzas por parte de la familia del difunto, aunque sus hermanos y
el viejo se han mostrado tranquilos y quieren dejar que proceda la ley, pues
conocen de las fechorías de su hijo al que habían dado muchos consejos.
─Creo que el mismo viernes viene un juez, amigo del Alcalde, de
Camaguey y que quiere aprovechar el viaje para comprar unos toros al
hacendado Facundo, que tiene los mejores cebú de la región. Dicen que llega
temprano en la mañana y que ya al mediodía dictara sentencia, pues es muy
rápido y lo que le interesa es condenar rápido a alguien, pues tiene un
almuerzo con puerco asado en púa con Don Facundo, y en este viaje, más que
dictar sentencia, lo que le interesa es conseguir estos magníficos ejemplares de
cría, para una finca que tiene en Altagracia, por el camino de Nuevitas.
─Sé que a uno lo mandaran para el presidio de Isla de Pinos, por lo menos
con 20 años en las costillas, y a los demás los irán soltando poquito a poco.
─Venga gallego sirve de la botella que allá en tu Galicia no pasan estas
cosas, porque los hombres tienen pocos cojones. Dijo Indalecio cada vez más
ofensivo.
17. El gallego no dijo nada, aunque lo miró muy serio, sirvió las pequeñas
copas, y por equivocación o a propósito, dejó correr algo del preciado líquido
sobre la mano de Indalecio.
─Cabrón gallego, ve que después no me lo vayas a cobrar.
Poco después los guajiros abandonaron tambaleándose el local. El gallego
cerró la bodega y entró en el cuarto que se encontraba en la trastienda del
establecimiento.
“Guajiros comemierdas” ─ balbuceó entre dientes ─. Entonces rebuscó
debajo de la almohada y sacó un revolver 38 de cañón largo o de tiro como le
llamaban, revisó el cargador, le faltaban dos balas, lo metió en una caja de
madera que tenia debajo de la cama donde se encontraba un gran fajo de
billetes.
“Mañana” ─ pensó ─ “vendrá la Amparo a buscar su factura y algunas
velas para el difunto, estaremos juntos de nuevo, a ver como sigue nuestro
rapaz en la barriga, y dentro de tres o cuatro meses ella venderá la finca de
Estanislao, pues ahora es su dueña, y alegando que le trae malos recuerdos, y
para olvidar sus penas dirá que se va una semanita para vuelta abajo, a casa de
unos parientes, mientras yo acabo de liquidar la bodega con un paisano, y con
toda la plata que tenemos, incluyendo lo que ganó el desgraciao en la pelea de
gallos, nos iremos para Venezuela o la Argentina, donde nos parezca mejor. La
esperaré en el hotel Plaza, en la Habana, donde trabaja un amigo, y después
tomaremos el primer vapor para uno de estos países, y a vivir como reyes,
mientras monto otro negocio, tal vez la ganadería, pues puede que se me vaya
mejor que a estos guajiros.
18. III. El fantasma de la arboleda
“El que a hierro mata, a hierro muere”
La vida en la Argentina, para el gallego Robustiano Muñeira, no resultó lo
grata que él se había imaginado cuando salió de Cuba acompañado de su
amada Amparo Valdivia, hermosa campesina que había arrebatado al guajiro
fanfarrón y busca pleitos Estanislao Malaventura, al que había dado muerte en
una arboleda unos diez años atrás. Esto lo recordaba cada vez que tenía que
echar mano de su revolver 38, que lo había acompañado desde la Isla.
No era la primera vez que Robustiano daba muerte a una persona, pues
como veterano de las legiones a las que se incorporó desde muy temprana
edad, dada su gran fortaleza física que superaba la de los mozos de la aldea,
había participado en numerosos combates y escaramuzas militares en el Norte
de África, en que habían perdido la vida muchos de los lugareños mal armados
y entrenados a quienes se enfrentaban.
Una vez que salió de la legión, y con los pocos reales que tenía, se fue para
Cuba donde las cosas le habían ido muy bien. Allí, como buen gallego de la
época, había montado una bodega que vendía cualquier tipo de productos a
buenos precios, dado el boom alcista del mercado azucarero en las primeras
décadas del siglo XX. Luego, con el deterioro de la economía al bajar
bruscamente los precios del azúcar, se las había arreglado de mil maneras, con
trampas o sin ellas, las primeras bien aprendidas en la legión y las segundas en
su aldea como campesino y trabajador. Su bodega “Las Delicias” (aunque no
tenía nada de delicias), se hallaba ubicada en una posición privilegiada a las
afueras de la ciudad, por lo que mantenía una buena clientela de guajiros, en
sus mil menesteres en el pueblo.
En la bodega conoció de las desventuras de Amparo Valdivia, desdichada
joven que se enamoró locamente de un “malandro” conquistador, Don Juan de
pacotilla, de apellido Malaventura, que al final la tuvo, aunque en sus primeros
19. tiempos, todo eran buenas venturas. La información le llegó por los
comentarios de los guajiros después del cuarto o quinto ron adulterado con una
mezcla de alkolite y aguardiente de caña peleón, que el preparaba y que hacía
pasar como un buen Bacardí, luego que le diera un toque de caramelo de
azúcar parda de caña.
De manera, que un día en que la muchacha acudió llorando al
establecimiento a comprar de fiado, porque el marido no le había dejado nada,
ni un centavo para comer, él respondió con buenas maneras, le dio lo que
necesitaba y aún más, y le comunicó que la tienda estaba a su disposición,
cuando quisiese y que del pago no se preocupara. Pero como la situación de
penuria continuaba, y ella no quería acudir a su padre y hermano, conocedora
del genio que se gastaban éstos, y que siempre habían censurado su unión con
Malaventura, siguió requiriendo los favores del gallego, hasta que un día uno o
los dos, se dieron cuenta que había que buscar alguna forma de pago y ella se
entregó a él de buena gana, no porque fuera presa fácil de conquista, sino
porque veía en el gallego la estabilidad y la protección que siempre necesita
una mujer. Por otra parte, hay que decir que el Estanislao ni la tocaba, porque
siempre estaba lleno de placer con sus muchas novias de la zona.
Con Robustiano, Amparo encontró también consolación del sexo, que el
gallego no lo practicaba mal dada su experiencia en los burdeles de Ceuta y
Melilla en su etapa de legionario. Con el tiempo la relación se fue estrechando
aún más, hasta que un día ella le comunicó al gallego que estaba “preña”
porque hacia dos meses que no tenía menstruación. Esto fue más que
suficiente para que se afianzara aún más la relación entre ellos, porque aquello
de un futuro rapaz, y la posible creación de familia le caía muy bien al
peninsular. Pero llegado a esto se manifestó el conflicto del estado civil de la
Amparo como mujer de Estanislao, y estaba claro que cuando el pueblo se
enterara, ella iba a caer en la boca de todos, y de seguro el marido engañado,
pediría alguna reparación, y todos conocían que era bueno con el machete, el
revolver y la escopeta.
Por esta razón eligieron un plan más sencillo y eficiente con el que todos
ganarían, incluso con las cuentas, pues el campesino tenía una buena finquita
20. con frutas, ganado y una excelente cría de gallos finos, que aunque no atendía
mucho, le daba lo suficiente para mantener su ritmo de vida de gandul, sin
disparar ni un chícharo. El plan consistía en cargarse al guajiro en un buen
momento, de manera que la Amparo se quedaría con la finca del marido, y el
gallego, con lo que tenía ahorrado y la venta de la bodega, dispondrían de lo
suficiente para irse a otro sitio sin que nadie lo impidiera, ni lo censurara,
considerando la situación de la pobre viuda desamparada, lo que todo el
mundo entendería, dado lo poco que la atendía Estanislao y lo mucho que la
maltrataba.
La ocasión se dio pronto y con premio incluido, cuando un domingo el
Estanislao ganó mucho dinero en la valla con la pelea de gallos, sobre todo
con Apolinar, al que había dejado “pelao y sin un quilo” y con el que incluso
había tenido hasta una pelea, porque este último decía que había trampas y que
los gallos estaban “untaos”. Todo coincidía favorablemente, máxime que
nadie se imaginaba que Robustiano era bueno con las armas, pues él se tenía
bien guardado lo de la legión; así que lo esperaría en la densa arboleda que
había muy a las afueras del pueblo, lugar en el que le daría muerte, pues el
guajiro tenía que pasar por allí obligatoriamente para evitar dar un largo rodeo.
La cosa le fue fácil, no solo por su buen manejo de las armas, sino porque
Apolinar venía con muchos tragos de más sosteniéndose a duras penas sobre
el caballo, por lo que cuando se encontró con el gallego, a más de no pensar
en nada malo, no realizó ningún acto defensivo, incluso ni cuando éste sacó el
arma y le metió dos balas en el pecho. Una vez con el dinero del occiso, el
gallego mostrando una gran frialdad salió por un costado de la arboleda y se
dirigió hacia su bodega tan tranquilo como siempre.
Como era de esperar, nadie pensó que el bonachón y hasta para muchos
medio cobarde del gallego sería el asesino, y la culpa la cargaron cuatro
guajiros de la zona que tenían motivos suficientes para cargarse a Estanislao,
incluyendo Ambrosio, el padre de la Amparo, su ex novio Eleuterio, y
Severino con el que había pleitos sobre un lindero que daba al río, y por
supuesto Apolinar por lo de los gallos.
Luego de un proceso judicial relámpago por parte de un joven juez que vino
21. de Camagüey, la capital de provincia, más interesado en unos sementales de
cebú que en el juicio mismo, condenaron a Apolinar, pues el juez se había
leído hacia unos días un libro que le habían sugerido de un tal Maquiavelo,
que planteaba entre otras cosas, que los intereses materiales son más
importantes que los de los lazos sanguíneos, o la propia moral, a la hora de
ejecutar una venganza.
Al principio, sin embargo, todo parecía indicar que el culpable era el ex
novio de Amparo, Eleuterio, porque le habían encontrado un revolver de igual
calibre, como con el que habían realizado el asesinato, faltándole tres balas;
pero su suerte fue por el famoso libro, “el Príncipe” de Maquiavelo, y cuando
se enteró como fue la cosa, y lo del libro del italiano, el guajiro mandó a
comprar todos los que había en la librería, y aunque no sabía leer, se las
ingenio para que se lo leyera un lector de tabaquería que salió muy bien
parado, porque obtuvo el libro de gratis, aprendió lo suyo de éste, le cobró el
servicio a Eleuterio, lo utilizó en su lectura en la tabaquería, y varios
hacendados más alquilaron sus servicios orales.
Así las cosas, un buen día Robustiano le vendió la bodega en buen precio a
un paisano suyo que venía a establecerse procedente de Santiago de Cuba, un
tal Bonifacio Estupiñan, que hacia un buen uso de su nombre porque para
todos era el gallego más bueno del mundo, al menos para las comadres del
barrio, que disfrutaron de crédito libre y abierto, de forma constante, sin
intereses y sin apuro de pagos.
Con el producto de la venta, sus ahorros y el dinero que le había quitado a
su víctima, un buen día se embarcó en un vapor con destino a la Argentina,
llevándose consigo a la preciosa guajira con su rapaz en la barriga. No fue
necesario siquiera vender la finca de ésta, aunque si se arregló las escrituras
para que pasaran a la viuda, porque como no había casamiento legal jurídico,
solo el de las costumbres, aunque en condiciones normales esto hubiese sido
suficiente, entendió con buen tino que así debía ser para por si acaso
Las cosas parecía que le iban a ir bien a todos, nadie echaba de menos al
bribón de Estanislao, parecía que ni la familia siquiera a la que siempre le
22. estaba dando dolores de cabeza, todos coincidían que había conseguido el
castigo que se merecía, las novias pronto lo olvidaron por nuevos y mejores
amores, Don Ambrosio, el padre de Amparo, y sus hermanos aceptaron de
buena gana el cambio de pariente, además que tenía su “platica” y que se la
había llevado incluso a vivir al extranjero, a la Argentina, un país del que se
hablaba muy bien en aquellos tiempos. Eleuterio el ex novio de la muchacha
había recuperado su honor sin apenas matar un mosquito y Severino recobró el
lindero de la finca que le había quitado el difunto. También el juez recibió lo
suyo, pues el hacendado Don Facundo le cobró los toros Cebú a bajo precio
por el rápido trabajo que había echo y dejar de tener en vilo medio pueblo.
Solo hubo dos perdedores, Apolinar, para prisión, aunque quedaba en un
buen sitió en el pueblo al librarlo del Estanislao, e incluso se realizaron
gestiones para aliviarle la pena por el delito que no había cometido y hasta se
recogieron firmas, de manera que de los 20 años a cumplir, la pena se le quedó
en la mitad a expensas que se portara bien para recibir más rebajas. El otro
perdedor, y si perdió todo, hasta la vida, fue el ahora difunto Estanislao
Malaventura, que no quería aceptar de ninguna manera su papel de muerto,
por lo que pronto comenzó a hacer de las suyas ahora convertido en “el
fantasma de la arboleda” por donde salía todas las noches a hacer la vida
imposible de todo aquel que osara atravesarla.
Salía cabalgando con ojos espectrales enrojecidos, emitiendo gritos
horribles, y su caballo relinchos horripilantes como, si salieran de ultratumba.
Aquella figura fantasmal no quería abandonar la Tierra hasta no vengarse de
su asesino, pero eso lo tenía difícil porque aquel se encontraba muy lejos, en la
Pampa Argentina, tratando de hacer el papel de gaucho, que no se le daba bien
a pesar de leerse varias veces a Martín Fierro.
Estanislao en su nuevo rol de fantasma y con todos los atributos necesarios
empezó a sentirse bien en este papel, y a falta de venganza con el verdadero
autor de su muerte, la emprendió con todo el que se acercaba a la arboleda una
vez oscurecía, de manera que el nuevo tema de conversación y noticia en el
pueblo era el del “fantasma de la arboleda”. Esta demás decir que se hicieron
numerosos conjuros para ahuyentarlo de la zona por cuanta persona tenía que
23. ver con las ciencias ocultas y hasta con la iglesia, en la que el cura
frecuentemente trataba de enviarlo al infierno sin pasaje de vuelta, pero todo
esto sin éxito.
Entonces acudieron a otras personalidades de la región, hasta uno que se las
daba de ser el mejor en todo lo que fuera oculto, que aunque tenía un cabello
lacio, suave y ondulado, orgullo de las pomadas, salió de la arboleda con el
pelo que parecía un erizo y nunca más se le alisó por muchas grasas y
pomadas que empleó.
Por último, al no encontrar solución pidieron la ayuda de los Tres Monteros
Negros de Dolores Cruz, dada la fama bien justificada que tenía la viuda, que
no era viuda, por lo que se aparecieron un buen día en la arboleda cuando
nadie los esperaba. Eran altos, fuertes, con cara seria y afilada, vestidos con
telas muy oscuras y montando sus enormes caballos negros que no cesaron de
relinchar tan pronto llegaron a la arboleda; eran: Margarito de la Caridad
Cuesta, José María Echenique y Genaro Benítez, que durante toda la noche
persiguieron sin descanso en la Tierra y en Ultratumba al jinete fantasmal,
hasta que en una zona limítrofe entre ambos mundos, pudieron dar con él y
alcanzar un trato justo para las partes. En esencia, el fantasma saldría un día sí
y otro no, para dar oportunidad a los guajiros de acceder al pueblo para
resolver sus asuntos, hasta que éste pudiese vengarse de su asesino, que ya la
gente empezaba a sospechar que no era Apolinar, el condenado en prisión.
Una vez cerrado el acuerdo, al amanecer salieron de la arboleda los tres jinetes
cansados y bañados en sudor, al igual que los caballos por tanto corretear
detrás del fantasma entre los dos mundos.
Es justo reconocer a favor del difunto, que si bien Estanislao no cumplía
con sus promesas en vida, sí lo hizo en esta ocasión en el más allá, bien fuere
porque hubiese cambiado de actitud en su nuevo status, o porque se sentía
mejor sin que lo persiguiesen los tres temidos negros monteros.
Después de estar algunos años por la Argentina, Robustiano comprendió
que lo de él no era ser gaucho y mucho menos andar bajo el fuerte viento que
barre la pampa austral detrás de unas reses que valían poco, por tanta que
24. había en aquellas inmensas praderas, y a decir verdad era razonable su forma
de pensar pues resultaba más económico asar media vaca entera que comerse
un plato de espaguetis, pues ese si escaseaba por tanto italiano de Italia que
emigraba a la Argentina, entonces trató de encaminar un negocio en el
comercio minorista, pero se encontró que había llegado tarde, precisamente
muy detrás de los discípulos de Julio Cesar y aunque éstos no eran como los
de Chicago o Nueva York, no se sentía a gusto entre ellos; y mucho menos con
sus informalidades, constantes bromas de doble sentido, y sus miradas pícaras
y descaradas a su Amparo.
Le quedaba un último intento dada su experiencia militar en la legión por lo
que pensó que podría servir en el ejército argentino, pero éste solo tenía
conflictos cotidianos de por vida, si se podían llamar así, con los chilenos y a
esa guerrita nadie le daba mucha importancia.
Pensó entonces en regresar a la madre patria, pero aquello estaba al rojo y
con los rojos, por lo que decidió que lo mejor era volverse a Cuba donde las
cosas le habían ido tan bien. Así que un día remató poncho, estancia y ganado,
y se marchó hacia la isla caribeña de donde entendía que no debía haber salido
nunca, además, allí le quedaba la finca de la Amparo y tenía algún dinerillo
que había podido salvar luego de sus desventuras en la tierra del tango y de
Gardel.
Un día apareció en el pueblo con la Amparo y el rapaz, igualito a él en todo
menos en el escaso pelo de la cabeza, y aunque habían pasado diez años, si no
fuese por lo del fantasma de la arboleda todo hubiese estado igual. Los
familiares de la Amparo lo recibieron bien, además que al irse tenía fama de
contar con una posición solvente aunque ya este no era el caso, también la
situación del país no era la misma, no había dinero por ninguna parte en una
época que llamaron el "Machadato", no por la dictadura, sino más bien fue un
término económico del momento. El azúcar no valía nada en el mercado
mundial y con unos pocos centavos podía perfectamente comer una familia
entera, pero esos son los que la gente no tenía.
Su primera gestión fue la de tratar de recuperar la bodega que le había
25. vendido al paisano Bonifacio, pero éste le puso como condición que tenía que
cargar con el dinero que la gente le debía, y cuando revisó el viejo y sucio
libro de anotaciones se dio cuenta que aquello no lo podía asumir nadie, y que
tendría que trabajar más de diez años al menos, sin obtener la más mínima
ganancia. Poner otra bodega cercana era un suicidio, pues todas las familias se
encontraban tan comprometidas con Bonifacio que no hubiese tenido ni un
solo cliente, como sucedió con algunos que le quisieron hacer la competencia
al buen gallego.
Sólo le quedaba la opción de la finca de la Amparo, que aunque estaba
abandonada, con unos pocos recursos podría comenzar a producir, aunque
para esto tenía que volver a su etapa juvenil de campesino de la aldea de
antaño, pero ya sus fuerzas y su ánimo no eran los mismos. Claro, que ante
ninguna otra opción y viendo que la poca plata se le iba rapidito, se armó de
un machete largo de buen acero, y empezó a limpiar el terreno para recuperar
lo que quedaba de frutal perdido en el marabú. Sus cuñados lo ayudaron a
remendar el rancho y pronto comenzó a parecerse más a un guajiro de la zona,
que a un aspirante de gaucho regresado de la Argentina.
Nadie sospechaba que él había asesinado a Estanislao Malaventura, ni
siquiera lo asociaron conque desde su llegada el fantasma comenzó a salir
todas las noches incumpliendo la promesa contraída con los tres monteros
negros de Dolores Cruz, pero eso no extrañó a nadie dada la fama que tenía de
mal quedar en vida el ahora fantasma.
En lo que respecta a Robustiano, él, aunque no creía en nada, lo respetaba
todo, por lo que no se le ocurrió transitar por la arboleda, ni siquiera por el
día, pero eso lógicamente para el pequeño negocio de frutas que pensaba
iniciar no era bueno, porque le sería muy difícil entrar en competencia con los
otros guajiros que utilizaban el camino de la arboleda, como los barcos el
Canal de Panamá, desechando el largo y peligros trayecto del Estrecho de
Magallanes, muy al sur de la Patagonia.
Efectivamente, bajo estas circunstancias, el negocio de las frutas no le iba
muy bien al gallego, pues cuando llegaba al pueblo, después de andar más de
26. media legua que los demás, ya todos los viandantes y tenderos se habían
quedado las necesarias y él apenas podía vender alguna, y como fruta, y
tropical aún más, no tardaban en echárseles a perder. Otra opción, como lo de
la cría de gallos finos que le había dado buenos dividendos al difunto
Estanislao, de eso él no entendía nada, y ya lo del ganado no le había ido bien
con los argentinos, entonces pensó en vender la finca, porque lo último era
enfrentarse al fantasma, pero en aquellos momentos que nadie tenía dinero no
recibió ninguna propuesta digna de entrar a considerar.
Entonces, ante esa situación casi de desesperación, entendió que debía
llenarse de valor y enfrentar al fantasma, de la misma forma en que se enroló
en legión y si en vida él se lo había cargado, no dudaba que de muerto podría
hacerlo de nuevo, porque para algo él se llamaba Robustiano Muñeira, ex
legionario y gallego de la "Terra Gallica". Y efectivamente armado de su
revolver y con suficientes balas en los bolsillos, cargó las alforjas de su
caballo de hermosos y grandes aguacates y se reintrodujo, una vez salido el sol
en la arboleda, sin que ese día sufriera ningún contratiempo, por lo que aunque
no fue de los primeros en llegar, sí pudo colocar a un precio aceptable media
alforja, lo que posibilitó comprar algo de azúcar, café y manteca, y no regresar
con las manos vacías a la casa, aunque si aún con tres cuartas partes de la fruta
sin vender.
Al día siguiente hizo lo mismo por lo que mejoró el semblante de la
Amparo de manera que hicieron algo de amor como en los viejos tiempos. La
cosa siguió igual los siguientes días, pero el gallego veía que aún no podía
llegar a los niveles de la competencia, por lo que un día se llenó de valor y
salió a oscuras, muy de madrugada, por lo que llegó a la arboleda sin nada de
luz, se persignó antes de entrar y al principio no vio ni escuchó nada, hasta que
a mediados del oscuro y espeso monte, sintió el relinchar de un caballo hacia
sus espaldas y la figura de un jinete que se desvanecía y aparecía de nuevo,
unas veces detrás, y otras delante, le soltó un par de fotutazos pero nada,
aunque ya comenzaban a penetrar las luces del alba y poco a poco la figura
fosforescente desapareció por completo. Entonces, muy asustado comprendió
que mientras actuase a la luz del día no tendría problemas y ajustó su horario a
27. estas condiciones.
El invierno se le pronosticaba bien a Robustiano, pues las frutas escaseaban
y sin embargo él tenía algunas matas de aguacate de madurar tardío, por lo que
la navidad le sería muy beneficiosa, el problema es que en invierno los días
son más cortos y las noches más largas y por esas fechas, sobre todo el 24 de
diciembre los tenderos le pidieron que trajera la fruta bien temprano, antes del
amanecer, para ellos poder cerrar a media tarde e irse a cenar con sus familias.
Aquello era un problema para Robustiano, pues tendría que atravesar la
arboleda a oscuras, pero no tenía opción, por lo que aquel día de navidad,
además del revolver llevó un farol encendido para dar luz y alejar al espíritu;
así se adentró tembloroso, lentamente en la arboleda, a poco sintió las pisadas
del jinete fantasmagórico a su alrededor, montado en el caballo fosforescente
acompañado de relinchos largos y espeluznantes, y como una voz de
ultratumba que le gritaba “asesino, asesino”, trató de apurar el caballo, pero
éste no obedecía, se encontraba asustado, como petrificado, le clavó las
espuelas y solo logró que el animal saliera en estampida por un camino lateral
internándose aún más en la arboleda. Por el salto del caballo se le cayó el farol
que se apagó del impacto, mientras él no atinaba como frenar la bestia que
horrorizada corría a todo galope perseguida por el jinete fantasmagórico. Sólo
atinó a sacar el revólver y disparar en todas direcciones, pero las veces que
creyó dar en el blanco, vio como las balas atravesaban la figura fantasmal y su
risa y sus palabras guturales provenientes de Ultratumba: “no me puedes
matar, ya estoy muerto”.
El cuerpo sin vida de Robustiano lo encontraron al atardecer, después que la
Amparo preocupada pidió a sus hermanos que lo buscaran, porque nadie en el
pueblo daba razón de él, y el caballo había regresado solo sin jinete por el
medio día con las alforjas llenas de aguacates. Estaba tirado al lado de una
Ceiba en el centro de la arboleda, con los ojos abiertos, vidriosos, y una mueca
como de horror. Había muerto de un infarto, según diagnosticó el médico de
oídas, porque no quiso ni por nada del mundo entrar a la arboleda. Tanto era el
temor que imponía el fantasma.
30. rústicos de piel dura y sin curtir, con tiras de guano en vez de cordones,
pantalón azul de mezclilla raído y algún que otro parche cocido a mano,
camisa de caqui grueso, con manchas de sudor bajo los brazos por el recorrido
a pie por guardarrayas y terraplenes, y para rematar, un sombrero de guano,
estrujado, desteñido y con alguna tira suelta por el sobre uso.
Cuando lo interceptaron en la puerta dijo que venia para participar en el
torneo de ajedrez que se jugaría esa tarde, y que se celebraba de año en año,
premiado con una fuerte suma de $5000 obtenido del depósito de cada
participante, $200, que formarían parte de la bolsa del ganador y un
suplemento aportado por el casino. Está de más decir que continuaron
preguntas tales como: ¿si sabía jugar al ajedrez, que si traía el dinero para la
apuesta? y otras más de forma irrespetuosa e insultante.
Aquel extraño visitante respondió con simpleza, aparentando ser algo
ignorante: que sabía mover las piezas, incluso el movimiento del caballo en
forma de “ele” y que saltaba por el tablero igual a los naturales de la sabana.
Presentó para la apuesta en vez de dinero un reloj de oro de bolsillo que
rápidamente identificó el joyero del pueblo como de 22 quilates, con valor
muy superior a los $200 requeridos, luego que le brillaron sus ojos por la
calidad, marca y belleza del valioso instrumento.
Pero ¿cómo había llegado aquel joven desaliñado y vestido de forma
estrafalaria a este lugar? Era una historia que se remontaba a años atrás,
cuando sus padres comprendieron que no era bueno para el trabajo de campo,
que a duras penas completaba su faena y que le “patinaba el coco” por las
cosas que decía. Fue entonces que se lo encomendaron al viejo Bartolomé
Barroso, gallego de pura cepa, de los que la letra más importante del
abecedario era la “ñ” y que todavía se refería a la lluvia como “chuvia”, y el
único que sabía leer, escribir y hacer cuentas en la colonia y en leguas a la
redonda. Surgía luego otra incógnita ¿qué hacía ese gallego en aquel sitio
viviendo en un bohío (rancho, choza) abandonado y en una absoluta miseria?
Y esto nadie lo sabía, no se le conocía familia. De él se tejían muchas
historias: que había logrado amasar una gran fortuna y que una mujer lo
arruinó, o que un paisano le arrebató sus tierras, o que lo perdió todo en el
31. juego, o mil cosas más de las que se habla en cualquier lugar cuando no se
sabe o hay dudas sobre algo.
Como buen gallego, del carácter ni hablar, por lo que no admitía preguntas
y sólo se observaba que ya con muchos achaques arriba vivía en la más
absoluta pobreza en un rancho mal cobijado de guano y yaguas, al lado de un
arroyo, al terminar el terraplén, a poco más de dos kilómetros de la colonia.
Allí enviaron a Leoncio nombre de nuestro ilustre joven, en aquel momento
aún adolescente, a que después de la faena aprendiera un poco de números y
letras para que pudiese hacer algo en la vida, porque el trabajo de campo le
quedaba grande. Era lento con el machete, cansón con la guataca por lo que
siempre terminaba el último, apenas se sostenía en un caballo y no sabía ni
“ordeñar la chiva” como se decía, y malo o con mala suerte hasta para pescar
truchas y biajacas en el río.
Cuando Leoncio llegó aquella primera tarde al bohío de Bartolomé y entró
en la aparente división de sala, cuarto y cocina, todo con piso de tierra mal
apisonado, solo encontró miseria por todas partes y nada digno de su atención,
salvo un puñado de libros, de los que sólo identificó las ilustraciones y sí, en
una esquina un tablero como de damas con figuras diferentes: blancas y
negras, labradas a mano que le llamó poderosamente la atención. El viejo al
darse cuenta sonrió pícaramente. - ¡Ah! te interesa el ajedrez, pues ya
aprenderás, pero primero las letras y los números.
Y así durante meses el muchacho aprendió, y justo es decir que lo hizo
rápido, pero por mucho que insistía que le enseñaran aquel misterioso juego,
Bartolomé no se lo permitía, hasta que un día el viejo gallego le dijo:
─ Ya sabes leer y escribir y eres muy bueno en aritmética, por eso ahora te
enseñaré este juego que es mi consuelo en los momentos de soledad y cuyo
conocimiento bien empleado te podrá servir de mucho, pues la vida no es más
que una partida de ajedrez, unas veces con los humanos y por último con la
muerte, con la que se juega la última y siempre se pierde.
Y así Leoncio aprendió las reglas del ajedrez, el movimiento de las piezas,
32. la táctica y la estrategia, las peligrosas celadas, la ofensiva, el contraataque y
el valor de la posición, también a modelar su carácter, antes compulsivo y
desmedido y después razonado y cauteloso.
Jugaron muchas partidas, de inicio el viejo Bartolomé le daba piezas de
ventaja y siempre ganaba, hasta que lo hicieron de igual a igual y un día el
alumno superó a su maestro y éste le dijo: ─Ya estas preparado, sólo me falta
enseñarte que no te confíes del rival por inofensivo que parezca, y cuidado con
sus manos que si son rápidas pueden poner tu pieza en otra posición y no en la
casilla donde la colocaste. Por este motivo es por el que estoy aquí, por confiar
en un mal paisano al que apoyé y con el que compartí techo, comida y una
finca con la que se quedó al ganar, haciendo trampas, en una partida sin
anotación en que al virar la espalda, con la rapidez del relámpago, puso mi
reina bajo el ataque de un peón. Ese mal hijo de España aún vive, compró un
titulo de Doctor en Leyes, sin saber nada de letras, es ahora una figura
relevante en el pueblo: el Notario, y preside el Casino Español. Su hijo padece
de sus mismos males, es un buen ajedrecista, ha competido incluso en la
capital, pero tú puedes derrotarlo y esa sería mi mayor alegría antes de
emprender el viaje del que nunca se regresa.
Aquellas sinceras palabras del gallego, su maestro y mentor, impresionaron
mucho a Leoncio que al fin conoció la historia de aquel singular personaje y al
que valoró aun más y comenzó a sentirse como parte de su hijo y a sentir
como suyos los agravios e injusticias ocasionadas por su paisano
Una tarde, pocos días después, el maestro lo esperó a la entrada del bohío y
lo sorprendió con un juego idéntico al de él, hecho con sus propias manos, de
la madera de un viejo cedro del monte para las figuras blancas y de un ébano
carbonero para las piezas negras. Aún se notaban sus manos callosas y
sangrantes torturadas por el esfuerzo de pulir las figuras.
Ahora ─ le dijo ─ viajarás por los pueblos y ciudades, y jugarás con todo el
que encuentres, independientemente de su condición social, raza o color;
pasarás frío, hambre y algunas veces tendrás la luna por techo, pero necesito
que te entrenes bien, que aprendas los subterfugios del reloj y cuando hayas
33. vencido a todos, sin excepción, regreses por un mes de mayo a participar en el
gran torneo del Casino Español.
Leoncio obedeció el mandato de su maestro y viajó pueblo por pueblo, hoy
perdiendo y mañana volviendo a jugar, hasta ganar, comiendo lo que
encontrase, lo que pudiese adquirir cuando le pagaban por una partida, o en
alguna apuesta, a veces sólo los frutos del monte, hasta que un día, después de
derrotar a todos los contrincantes a los se había enfrentado a lo largo de media
isla, regresó a la colonia y fue en busca de su maestro al que encontró en su
camastro, casi sin poderse mover, con una tos húmeda y persistente, con los
pulmones destrozados y las costillas pegadas a la vieja y arrugada espalda.
Sabía que vendrías, ─ dijo con voz ronca y apagada ─ que no moriría sin
ver acabada mi obra, mañana es el día en que se celebra el gran torneo del
Casino Español. No hay tiempo que perder debes inscribirte antes de empezar
el evento.
─Pero no tengo el dinero para la apuesta.
Sí, aquí está, lo he guardado por todos estos años esperando este momento, a
pesar de la mucha miseria en que he vivido.
Y el viejo sacó de debajo de su almohada un reloj de bolsillo, de oro casi
puro.
─Esto vale más de los $200 de la apuesta.
Leoncio no dijo nada, se limitó a cumplir los requerimientos de su maestro,
aunque su cabeza se encontraba llena de dudas y de incertidumbres, se
preguntaba si estaba verdaderamente preparado para llevar a cabo la difícil
misión que le asignaba Bartolomé. Y realmente no tenía respuesta, pues
aunque había viajado por muchos pueblos y ciudades, y jugado con los
mejores ajedrecistas de aquellos lugares, se enfrentaba por primera vez a una
responsabilidad sentimental que no estaba aún seguro de poder cumplir. No
quiso dejar al viejo solo y volvió con su madre y sus hermanas para que lo
cuidaran, éste casi agonizaba. Se despidió de él y sintió el calor de sus fiebres
36. defensa o Ataque Arlekine si lo consideras”. Esto último fue lo que hizo el
campesino dando la sensación que apenas sabía mover las piezas, mientras que
su caballo huía perseguido por los peones blancos que se le echaban encima
como lobos de una jauría.
El hijo del ferretero de manera un tanto desenfrenada y pensando que su
contrincante no conocía nada del juego ciencia trató de acorralar al caballo
más de lo aconsejado en este tipo de apertura, dejando sus peones dislocados,
sin apoyo y demasiado adelantados por el tablero. Entonces al guajiro se le vio
sonreír por primera vez, su oponente había caído ingenuamente en la trampa,
por lo que de repente irrumpió con la caballería y los alfiles que dieron cuenta
de aquellos aspirantes a lobos en una posición de partida perdida por su
oponente desde el inicio.
No hicieron falta los 30 minutos, en menos de 20 la situación para el
conductor de las piezas blancas resultaba insoportable, éste, molesto y como si
no quisiera hacer el ridículo, se levantó y dejó que se agotara el tiempo ante la
mirada incrédula de los presentes, incapaces de dar crédito a lo que veían sus
ojos. Se acercaron entonces las jóvenes de vestidos de tul, no por celebrar el
triunfo del guajiro, sino con el objeto de burlarse del hijo del ferretero.
Solo una, tal vez la única mujer que entendía algo de ajedrez por las veces
que su padre, amigos, y su propio hermano se enfrascaban en este juego en la
sala del hogar, observó la posición y notó que aquello no podía ser un evento
de suerte, que el intelecto del guajirito daría sorpresas en aquel torneo, era
joven, hermosísima su nombre era Estefanía la hija del Notario, abogado y
rico terrateniente Sebastián Caldeira, Presidente además del Casino Español.
─Tuviste suerte guajiro, veamos con quien te toca ahora, ─ le dijo un joven
con facciones achinadas, puede que el hijo del dueño de varias fondas y
restaurantes del pueblo, efectivamente, Joaquín Lí, economista y gerente de
los negocios de su padre que no hablaba muy bien el español.
Leoncio decidió comer algo, pues no tenía nada en el estómago, pero
también le resonaron las palabras del viejo Barroso: “cuando la barriga está
37. llena el cerebro piensa menos”, por lo que se contentó con unas lascas de
queso con jamón y medio vaso de zumo de naranja.
Quedaban 8 contendientes pues igual número había sido eliminado en la
primera ronda y la suerte quiso que en esta ocasión le tocara el mismo chinito
Lí, que enfrentó al campesino con una Defensa Siciliana variante del Dragón,
esquema peligrosísimo ya que las piezas negras contraatacan por el flanco
dama apoyadas por el alfil en la diagonal central que ejerce como un dragón
cuya cola envuelve el ala izquierda donde generalmente se traslada al rey
blanco.
La partida parecía ser compleja y peligrosa para Leoncio, pero éste había
sido instruido por Bartolomé y la única estrategia al efecto pasaba por llegar
primero al reducto del rey contrario y cortar la cabeza de la bestia mitológica,
esto es, intercambiar alfiles de semejante color lo que traslada a la potente y
ofensiva reina blanca al escenario de ataque, dejando algo desguarnecida la
defensa. En una situación así, es aconsejable para las negras sacrificar la
calidad, cuestión esta que el carácter pausado asiático no era muy dado a
hacer, por lo que abierto el flanco rey antes de iniciarse el asalto de la cola del
despiadado reptil volador, éste, descabezado, no dio posibilidades al ilustre
hijo del Celeste Imperio de llevar adelante sus planes, y con las columnas de la
zona del enroque del rey abiertas y expuesto el monarca a las voraces torres y
la dama enemiga, no le quedó más remedio que declinar su rey con la calma
típica de de los hijos de este laborioso pueblo, tranquilo, sosegado y apenas sin
mostrar enfado alguno, al menos por fuera.
Después, por mera cortesía, Lí felicitó al guajiro sin añadir más palabras y
se oyeron los murmullos de los presentes, no de alabanzas o congratulaciones
al ganador, sino de odio y rencor acumulado contra el representante de una
“clase inferior”, que descaradamente incursionaba en sus vedados territorios.
Se habían desarrollado dos rondas, quedaban sólo 4 contendientes en la lid
y el guajiro con los ojos semicerrados se recostó en un balance aguardando por
el próximo lance, entonces sintió una mano que le halaba el sombrero que
tenía sobre su rostro y se sorprendió al ver los negros ojos de Estefanía
38. Caldeira y su sonrisa con dientes de nácar. Esto fue el mejor despertar de
Leoncio en toda su vida y lo hizo salir de su modorra pensando que estaba en
el cielo.
Estefanía, con un vaso de limonada en la mano se lo ofreció, pero él lo
rechazó temeroso de que tuviera algo que pudiese hacerle daño, dada la
opinión que tenía de los Caldeira, sin embargo, se equivocaba y la joven le
sonrió, ─ guajiro volviste a ganar, ¿dónde aprendiste a jugar tan bien? – Solo,
en el monte - contestó él, arisco. Ella siguió con el vaso entre sus delicadas y
blancas manos jugueteando con él de forma provocadora.
─Haz convertido este aburrido torneo en todo un espectáculo, y eso que no
quería venir, ¡lo que me hubiera perdido! Mi padre y los comerciantes están
que rabian. El de la ferretería dice que no te venderá ni un clavo y el chino que
le pondrá picante a la comida si pasas por alguna de sus fondas. Te estás
buscando muchos enemigos, así que al menos ten una aliada, porque te
encuentras completamente solo.
─Ya sabré arreglármelas.
─¿Tú crees?, mira que son muy poderosos.
─No tengo nada que perder, lo que tenía se me está yendo ahora mismo, en
el monte, en un camastro de yaguas.
─Lo siento, ─ dijo la joven ─ no quería herir tus sentimientos.
En eso tocaron de nuevo la campana y a Leoncio le tocó jugar nada más y
nada menos que con Justiniano Benítez, el Director del Instituto de Segunda
Enseñanza, quien introdujo la práctica del ajedrez en el Casino y maestro de
los que se iniciaban en el juego en el pueblo, y por supuesto de los que ahora
como expertos él había y tendría que enfrentar.
El Profesor, viejo zorro del ajedrez, saliendo con blancas buscó un juego
sólido y posicional mediante una apertura Inglesa, adelantando su peón alfil
dama hasta la cuarta posición. Ahora se desarrollaría una partida cerrada
39. donde debía imperar la más fina táctica al estilo de Lasker o Capablanca. No
en balde al maestro le apodaban “Lasker” en el pueblo, por sus aparentes
jugadas simples y sencillas, pero impregnadas de un veneno letal que actuaba,
no de forma inmediata, sino a lo largo de la partida.
Leoncio no se inmutó, recordó las palabras de Bartolomé y su imagen seria
y bondadosa: “emplea el estilo de Capablanca, es como una secuencia de
pasos, un algoritmo matemático. Busca en cada movimiento obtener la más
mínima ventaja, nada de apuros y mucho ojo al tiempo porque las partidas
pueden ser intensas, largas y agotadoras”.
Entonces respondió con su propio peón alfil dama hasta la cuarta posición y
comenzó aquel duelo de titanes en que los alfiles en forma de fiancheto
alargaron sus brazos diagonales y el intercambio de piezas se redujo al
mínimo. Hubo intentos posteriores de ambos bandos de atacar por los flancos
sin ningún resultado, pues el centro del tablero había quedado bloqueado por
los peones.
“Ten presente Leoncio que en los juegos cerrados el caballo es superior al
alfil, si puedes cambiarlo hazlo”.
Y eso logró hacer Leoncio, dejándose acorralar un alfil para cambiarlo por
un caballo en lo que los presentes mostraron regocijo y el propio maestro
esbozó una sonrisa burlona y recostó la espalda, como aliviado. El viejo zorro
trataría ahora de abrir alguna diagonal o columna, pero el guajiro lo tenía todo
previsto y muy bien calculado, y atenazó el juego con sus peones y los dos
caballos, uno de los cuales comenzó a moverse con soltura como si se hallase
correteando en un prado, saltaba por todo el tablero creando debilidades en la
posición enemiga, que a duras penas podía solucionar Justiniano, lo que lo
llevaba a emplear más tiempo de lo normal, hasta que a los 30 minutos,
consumido el cronos reglamentario, se cayó la banderilla de su reloj.
Había sido derrotado uno de los jugadores más sólidos del pueblo, el que
rara vez perdía alguna partida, el “Lasker” del Casino, por el nuevo
Capablanca, así lo bautizaron algunos, mientras que el veterano jugador
41. ─Dos cafés bien fuertes con poca azúcar.
Pronto las tazas de café humeantes llegaron depositadas en sendos platos
pequeños y sorbo a sorbo para no quemarse la lengua se las tomaron, él serio y
preocupado, ella resplandeciente y sonriente con una estola azul sobre un
precioso vestido satinado algo corto para las costumbres de los pueblos.
─¿Dónde vives guajiro?
─En los dos últimos años donde me sorprende la noche, a veces bajo una
guásima, o en un banco del anden de trenes, o en un camastro por compasión
de algún aficionado.
─¿Así te ganas la vida?
─Sí, recién empiezo.
─¿No has estado en la Habana?
─No, lo más que llegué fue hasta Colón en Matanzas.
─Pues te has perdido lo mejor de Cuba.
─¿Vives allá?
─Estudio allí Filosofía y Letras.
Sonó la campanilla de nuevo y Leoncio se dirigió a su mesa, pero al
sentarse frente a Javier Caldeira, éste le dijo en voz baja y amenazadora
─¿Qué hacías conversando con mi hermana, animal?, te voy a destrozar.
Leoncio sonrió y no le respondió nada, de manera que el joven Caldeira
hizo como si le fuera a pegar y éste con voz calmada le dijo ─ atrévete si
quieres andar con el brazo partido por el pueblo; y apretó su mano fuertemente
en un gesto que los demás pensaron que era de caballerosidad, pero donde
Javier mostró una mueca de dolor por el fuerte apretón del guajiro.
42. El gesto no pasó desapercibido para Don Sebastián, enfurecido y con ganas
de intervenir.
─Al fin Leoncio liberó lentamente la mano de Javier manteniendo una
ligera sonrisa.
Volvió a recordar a Bartolomé: “Mientras más furor muestre el contrario su
juego será más débil, pues lo dominará la soberbia, y el ajedrez es puro
razonamiento”
A Leoncio e correspondían las piezas blancas y volvió a hacer tributo al
casino, reducto de sus enemigos de clase, abriendo el juego con el peón rey
central hasta la cuarta posición en espera de una apertura española.
En efecto esto ocurrió, pero notó demasiada alegría en el rostro de su
oponente.
“¿Qué tramará?”, ─ pensó
Sí, Javier planteó una apertura española, pero en la cual las negras
comienzan atacando desde el inicio en lo que se llamaría el actual “Ataque o
variante Marshall” por ser este jugador norteamericano quien la creó y la
ensayó muchas veces antes de emplearla contra el cubano José Raúl
Capablanca. Aunque éste último logró, no sin dificultad, neutralizarla
Leoncio no conocía los entrecejos de esta apertura y al principio se sintió
atenazado y acorralado por la agresividad de su oponente, entonces volvió a
pensar en su mentor: “en situaciones complejas, mantén la calma y da paso a
la intuición, pues muchas veces no es tal la gravedad y tu rival actúa más bien
como un toro al que se puede marear con el capote”.
Y efectivamente, y ha sido siempre mi curiosidad ¿cómo respondió o salió
de esa situación nuestro joven campesino?, puede que no exactamente como
Capablanca, pero quizás lo ayudara la intuición del hombre de campo en su
constante enfrentamiento con la naturaleza en situaciones diversas y
complejas. A poco el feroz ataque fue calmándose luego que las blancas
43. devolvieran el peón tomado al inicio, quedando en ligera superioridad por sus
dos alfiles blancos enfocando dominantes las posiciones del indefenso rey
negro. Sin embargo, se hacía necesario jugar rápido, con un mínimo de
meditación, pues había consumido más tiempo de lo normal y aún las negras
tenían posibilidad de obtener la victoria por esta vía.
Y eso hizo Leoncio, que en la ciudad de Santa Clara había tenido que jugar
muchas veces partidas de cinco minutos “rapid transit”, único requisito que le
ponía el encargado de la sala de ajedrez para que durmiera en el local una vez
cerrado y comiera un congrís (arroz cocido mezclado con frijoles negros) con
plátano y bistec o picadillo en un puesto de comidas chino.
El jaque final sería cuestión de tiempo y así se lo hizo saber Leoncio: ─
Mate en nueve jugadas.
Palabras que resonaron en el silencio del salón y que dejó a los espectadores
atónitos, sorprendidos, suspendidos en el tiempo presenciando aquel dramático
espectáculo. La sorpresa fue general y en un cuchicheo de Don Justiniano
pasadas algunas jugadas, el experimentado maestro vaticinó lo mismo.
Entonces Javier hizo ademán de levantarse y como que fuese a perder el
equilibrio, de modo que algunas piezas podrían caer o quedar fuera de
posición, pero las fuertes manos del guajiro sujetaron con firmeza la mesa,
mientras hábilmente el joven Caldeíra con una rapidez inaudita, propia de un
mago de circo tomó, sin ser visto por los demás, uno de los alfiles contrarios e
iba a guardarlo en su chaqueta, cuando Leoncio, también con una rapidez solo
posible de adquirir por un campesino en las cotidianas labores de campo, le
agarró la mano mientras que con la otra equilibraba la mesa. Luego le dijo ─
suelta la pieza, tramposo, ─ y a poco bajo la fuerte presión del guajiro su
mano se abrió apareció la susodicha figura blanca, lo que motivó a
continuación un murmullo de repudio y desaprobación por parte de los
presentes.
─Haces las mismas trampas que tu padre ─ le dijo Leoncio ─ sobre todo
con su paisano Bartolomé Barroso que le dio techo y comida cuando llegó
44. desamparado de Galicia y después con una artimaña semejante le arrebató su
finca.
Los jueces presurosos pararon momentáneamente los relojes y todos
posaron su mirada en Don Sebastián que pálido y nervioso balbuceaba
palabras incoherentes pues jamás se hubiese esperado aquello. No sabía qué
decir. De pronto se oyó un fuerte murmullo y muchos recordaron partidas
anteriores, aparentemente ganadas, que por sucesos como éste habían perdido
y que siempre el Notario aludía a que le daban algunos mareos.
Los jueces iban a dar la partida por perdida para Javier pero Leoncio se lo
impidió.
─No, deje que la termine, sólo faltan unas pocas jugadas para el jaque mate.
A regañadientes Javier se sentó bajo la atenta mirada de los presentes hasta
culminar la partida con el jaque mate calculado en la esquina misma del
tablero.
Se hizo un profundo silencio y entonces Estefanía valientemente, y mirando
desafiante a su padre, comenzó a aplaudir y de hecho, poco a poco lo hicieron,
aunque a regañadientes los demás, en un gesto de caballerosidad que de no
hacerlo hubiese dejado en entredicho las buenas costumbres exigidas para los
“hidalgos” miembros del Casino Español.
Leoncio sonriente reclamó de inmediato el premio, que a falta de cartera
metió en su sombrero con el que cubrió su pelambre tosca y lacia, y pidió que
lo dejaran abandonar el casino pues su maestro se le moría. Esto hicieron, no
ocultando su enfado los honorables miembros de aquel selecto club, aunque
ninguno se ofreció para llevarlo pese a la gravedad del asunto que requería su
abandono presuroso del local.
─Ve con suerte le dijo Estefanía, ─ ante el reproche de su familia y los
demás presentes, sobre todo de las aburridas y pasmosas damas de aquella
hipócrita sociedad.
45. El joven partió a la carrera, sólo se detuvo en la piquera de autos de alquiler
y tomó uno con un chofer somnoliento que aquel viaje le venía bien después
de una noche de escaso movimiento.
─Vaya rápido por favor, queme las llantas que mi maestro se muere.
El coche apuró el terraplén dejando una estela de polvo en el medio de la
noche.
Al llegar, Leoncio se encontró a su madre, hermanas y demás vecinos
alrededor del camastro de Bartolomé. Éste apenas respiraba.
Traiga un médico por favor ordenó al chofer pero su padre se interpuso, no
es necesario, no lo atormentes, le quedan minutos, casi no respira, es un
milagro que aún esté vivo.
Entonces Leoncio se sentó al lado del escuálido cuerpo y le agarró las
manos mientras miraba aquel rostro estático surcado de arrugas.
Sacó de su sombrero el reloj de oro que el viejo le había dado y se lo puso
en sus manos, ─ ganamos maestro, ganamos, al fin se hizo justicia, ya don
Sebastián no hará más fechorías, incluso es posible que alguno intente llevarlo
a los tribunales por sus mucho delitos. Hemos ganado, lo que usted me enseñó
valió para algo.
Entonces, el moribundo en un último acto sobrehumano agarró con fuerza el
reloj y las manos de Leoncio y esbozó una sonrisa, la última de aquel santo
hombre, que sólo había hecho el bien en la vida.
Gruesas lágrimas corrieron por el rostro de Leoncio, de las mujeres y de
muchos de los presentes, incluso de los duros hombres de campo
acostumbrados, las más de las veces, a la desgracia y el infortunio.
Lo velaron esa misma noche y al siguiente día partió el cortejo fúnebre
hacia el cementerio, previa la despedida de duelo hecha por un paisano, pues
el cura no se daba por enterado de los sucesos de los campos. Durante el
46. trayecto se incorporó detrás, al final, un lujoso coche con las ventanillas
cerradas en cuyo asiento trasero se hallaba sentada una mujer joven, con el
rostro cubierto por un velo negro emitiendo ligeros sollozos. Se trataba de
Estefanía Caldeira que con su presencia trataba de mitigar las imperdonables
faltas de su padre para con su paisano.
Flores no faltaron, tampoco sencillas coronas, algunas hechas a mano por
las guajiras del lugar. Asistieron todos los vecinos de la colonia y sus
contornos y sólo tal vez faltó un epitafio en el que se leyera: “A Don
Bartolomé Barroso, el más insigne de los paisanos gallegos”.
Una semana después, un joven vestido con ropa sencilla se detuvo un
instante frente al lujoso Casino Español, observó el edificio de arriba abajo
una y otra vez, y al final expresó en voz muy baja: ─ Un día volveremos a
vernos las caras, ─ luego siguió hasta la cercana estación donde tomó el tren
de primera clase procedente de Santiago de Cuba y con destino a la Habana, la
capital del país. Antes había dejado a sus a padres alojados en una pequeña
finca que compró y a la cual pertenecía el bohío del difunto Bartolomé
Barroso, que dispuso dejarán intacto, como un tributo a su maestro y mentor, y
de repartir lo que pudo entre los pobres vecinos de la colonia.
Ya en el tren se dirigió al puesto asignado al lado de una joven con
sombrero negro que miraba distraída por la ventanilla. ─ Con permiso,
señorita ─ dijo, mientras subía el equipaje por encima de su asiento y se
quitaba el sombrero blanco de pajilla. Al sentarse, la joven viró su rostro para
ver a su acompañante y entonces él pudo observar los dientes nacarados que
adornaban la sonrisa de la mujer más bella que había conocido nunca:
Estefanía Caldeira, su compañera de viaje a la capital y para toda la vida.
47. 5. ¡Vaya Suerte la Mía!
La locomotora rugió como si fuera un león en medio de la selva, sedienta de
kilómetros por recorrer por las líneas férreas paralelas de hierro y vomitando
vapor en todas direcciones, como los dragones de los cuentos de la edad
media. El silbido del tren se escuchó a kilómetros de distancia, espantando a
una yegua de brío que se entretenía en romances con un caballo alazán en un
potrero vecino. Las bandadas de “mayitos”, con sus cantos agudos y su porte
esbelto de colores variados, se levantaron desde las altas ramas de los álamos
cercanos a la estación, mientras entre las hierbas una codorniz huía del
embelezo a que estaba sometida por un majá de dos varas que la tenía lista
para el desayuno.
En las casillas de ganado del tren unos toros cebú y unas vacas holstein
legítimas con su toro acompañante se tambalearon bajo el efecto de la inercia
al arrancar el tren, hasta ocupar de nuevo su posición original, una vez éste
uniformara el movimiento. Eran propiedad de Don Ramón Carballo, gallego
de pura cepa de las aldeas perdidas en los bosques de la provincia de Lugo.
Este insigne hijo de la patria gallega las había comprado en el oriente de la
provincia, en la zona ganadera de Güáimaro para una hacienda inmensa, de
decenas de caballerías recién adquirida en el centro de las llanuras del
Camagüey a donde se desplazaba hoy para establecerse, aunque su negocio
principal eran las frutas, el café, y los embutidos. Entre sus planes estaba
montar una torrefactora de café, y una fábrica de embutidos en el cercano
pueblo de Florida, no la de los americanos, sino la del Camagüey.
Con Don Ramón iba su esposa, una alta y hermosa santiaguera, como las de
antes, con su piel de chocolate de dientes nacarados, andar contoneado y
puede que con las calenturas propias de las mujeres tropicales, claro está, para
con sus maridos. Se llamaba Inés, no la del Juan Tenorio de Sevilla, que
aparentemente santa y pura se entregó al famoso burlador. Ésta no, y aunque la
habían pretendido muchos marinos andaluces del puerto de Cádiz, se había
entregado a un solo hombre, su marido, Don Ramón Carballo, o Don Mongo
como le decían los más allegados, aunque no tenía nada de mongólico, pero
48. así es la derivación de nombres en Cuba y en todas partes. Sí, su nombre era
Inés de la Cruz Montesdeoca apellido que le había dado la madre, que le
gustaba más que el primero que poseía y que nunca decía cual era, por lo que
cualquiera que se nos ocurriese pudiese ser. Pero esto sólo era posible en unas
islas bendecidas por Dios, donde todo lo que se hace con nobleza o pasión está
bien hecho salga como salga y donde las leyes son como las ligas de los tira
piedras que se pueden estirar hasta donde sean capaces sin romperse. Con
ellos venían sus dos hijos adolescentes llamados Ramón como el padre y Juan
por un amigo de éste muerto en un naufragio.
El telegrafista de la estación de Algarrobo, poblado de donde había hecho
su salida la locomotora momentos antes, hizo su oficio en proclamar la
situación del tren en dirección a Occidente, y que en poco más de tres cuartos
de hora llegaría a la estación de Florida. También envió uno para que el jefe de
aquella estación le hiciera llegar a las autoridades locales, que esperaban con
impaciencia la llegada del ilustre hijo de las tierras de Rosalía de Castro y del
sepulcro del apóstol Santiago, que allí viajaba Don Ramón Carballo, Senador
de la República por uno de los partidos del momento, pudiese ser liberal,
conservador, auténtico, cívico o de otro nombre, menos comunista o socialista,
cuestión de gustos, porque al final todos gobiernan de forma semejante, con
sus más y sus menos.
En los bancos de la estación de Florida ya se había dado cita lo mejor de la
sociedad local presidida por su ilustre Alcalde, bueno en modales, amplio en
hablar y que se decía era descendiente de capitanes y coroneles de la pasada
guerra de independencia. A su alrededor, concejales, hacendados y
comerciantes, el notario y el jefe de bufetes de abogados, el director de la
escuela privada de segunda enseñanza para brindar su oficio a los hijos
criollos del insigne visitante y a partir de hoy ciudadano ilustre del pueblo, con
diploma y medallas que ya tenía listo para entregar el secretario del
ayuntamiento. También el dueño de la clínica privada con su cuerpo médico
por si alguien necesitaba de sus servicios; y por supuesto el cura de la iglesia
católica del pueblo, que en sus más de treinta años de andanzas por la isla aún
recordaba algunas palabras en galego de su añorada Galicia con que quería dar