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ABROJOS - LVI
Tengo de criar un perro,
ya que en este mundo estoy.
No me importa lo que sea,
alano, galgo o bull-dog;
lo quiero para tener
un tierno y fiel queredor
que sonría con el rabo
cuando le acaricie yo;
para que me ofrezca todo
su perruno corazón,
y gruña a quien me amanece
y se alegre con mi voz;
y para si me da el cólera
y huyen de mi alrededor,
juntos, parientes y amigos,
que nos quedamos los dos:
yo, cadáver, como huella
de una vida que pasó;
él lanzado tristemente
sus aullidos de dolor.
Autor del poema: Rubén Darío
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¡OH MI ADORADA NIÑA!
¡Oh mi adorada niña!
Te diré la verdad:
tus ojos me parecen
brasas tras un cristal;
tus rizos, negro luto,
y tu boca sin par,
la ensangrentada huella
del filo de un puñal.
Autor del poema: Rubén Darío
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LO FATAL
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
Autor del poema: Rubén Darío
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LA FE
En medio del abismo de la duda
lleno de oscuridad, de sombra vana
hay una estrella que reflejos mana
sublime, sí, mas silenciosa, muda.
Ella, con su fulgor divino, escuda,
alienta y guía a la conciencia humana,
cuando el genio del mal con furia insana
golpéala feroz, con mano ruda.
¿Esa estrella brotó del germen puro
de la humana creación? ¿ Bajó del cielo
a iluminar el porvenir oscuro?
¿A servir al que llora de consuelo?
No sé, mas eso que a nuestra alma inflama
ya sabéis, ya sabéis, la Fe se llama.
Autor del poema: Rubén Darío
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¿CÓMO DECÍA USTED, AMIGO MÍO?
¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Qué el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río
que, uniéndose al confluente del desvío,
va a perderse en el mar del desengaño.
Autor del poema: Rubén Darío
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AMO, AMAS
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo:
Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
Amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
Autor del poema: Rubén Darío
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GRATITUD A MASAYA
Por doquiera donde vaya,
el recuerdo irá conmigo,
Del corazón de Masaya,
Tan hidalgo y tan amigo.
Son retorno y despedida
Juntos en este momento;
Más de Masaya florida
El nombre de mi pensamiento
Irá por toda la vida.
A esta región hechicera
No quiero decir adiós
Que la vea antes que muera
Que esté siempre en primavera
y que la bendiga Dios.
Autor del poema: Rubén Darío
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MELANCOLÍA
Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de sueño y loco de armonía.
Ése es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.
Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto…
Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?
Autor del poema: Rubén Darío
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LA PRINCESA ESTÁ TRISTE (SONATINA)
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
—la princesa está pálida, la princesa está triste—,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!
—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
Autor del poema: Rubén Darío
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MÍA
Mía: así te llamas.
¿Qué más armonía?
Mía: la luz del día;
Mía: rosas, llamas.
¡Qué aromas derramas
en el alma mía
si sé que me amas,
oh Mía!, ¡oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo, triste; tú triste...
¿No has de ser, entonces,
Mía hasta la muerte?
Autor del poema: Rubén Darío
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CAUPOLICÁN
Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.
Autor del poema: Rubén Darío
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DE INVIERNO
En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Aleçón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.
Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño:
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño
como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.
Autor del poema: Rubén Darío
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DEL TRÓPICO
¡Qué alegre y fresca la mañanita!
Me agarra el aire por la nariz:
los perros ladran, un chico grita
y una muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra, muele maíz.
Un mozo trae por un sendero
sus herramientas y su morral:
otro con caites y sin sombrero
busca una vaca con su ternero
para ordeñarla junto al corral.
Sonriendo a veces a la muchacha,
que de la piedra pasa al fogón,
un sabanero de buena facha,
casi en cuclillas afila el hacha
sobre una orilla del mollejón.
Por las colinas la luz se pierde
bajo el cielo claro y sin fin;
ahí el ganado las hojas muerde,
y hay en los tallos del pasto verde,
escarabajos de oro y carmín.
Sonando un cuerno corvo y sonoro,
pasa un vaquero, y a plena luz
vienen las vacas y un blanco toro,
con unas manchas color de oro
por la barriga y en el testuz.
Y la patrona, bate que bate,
me regocija con la ilusión
de una gran taza de chocolate,
que ha de pasarme por el gaznate
con la tostada y el requesón.
Autor del poema: Rubén Darío
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EL VERSO SUTIL QUE PASA O SE POSA
El verso sutil que pasa o se posa
Sobre la mujer o sobre la rosa,
Beso puede ser, o ser mariposa.
En la fresca flor el verso sutil;
El triunfo de amor en el mes de abril:
Amor, verso y flor, la niña gentil.
Amor y dolor. Halagos y enojos.
Herodías ríe en los labios rojos.
Dos verdugos hay que están en los ojos.
¡Oh, saber amar es saber sufrir!
Amar y sufrir, sufrir y sentir,
Y el hacha besar que nos ha de herir…
¡Rosa de dolor, gracia femenina;
Inocencia y luz, corola divina!
Y aroma fatal y cruel espina…
Líbranos, Señor, de abril y la flor
Y del cielo azul y del ruiseñor,
De dolor y amor, líbranos, Señor.
Autor del poema: Rubén Darío
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A MARGARITA DEBAYLE
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».
Y ella dice: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
////////////////////////
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.
Autor del poema: Rubén Darío
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BOUQUET
Un poeta egregio del país de Francia,
que con versos áureos alabó el amor,
formó un ramo armónico, lleno de elegancia,
en su Sinfonía en Blanco Mayor.
Yo por ti formara, Blanca deliciosa,
el regalo lírico de un blanco bouquet,
con la blanca estrella, con la blanca rosa
que en los bellos parques del azul se ve.
Hoy que tú celebras tus bodas de nieve
(tus bodas de virgen con el sueño son),
todas sus blancuras Primavera llueve
sobre la blancura de tu corazón.
Cirios, cirios blancos, blancos, blancos lirios,
cuello de los cisnes, margarita en flor,
galas de la espuma, ceras de los cirios
y estrellas celestes tienen tu color.
Yo, al enviarte versos, de mi vida arranco
la flor que te ofrezco, blanco serafín.
¡Mira cómo mancha tu corpiño blanco
la más roja rosa que hay en tu jardín!
Autor del poema: Rubén Darío
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PASA Y OLVIDA
Peregrino que vas buscando en vano
un camino mejor que tu camino,
¿cómo quieres que yo te dé la mano,
si mi signo es tu signo, Peregrino?
No llegarás jamás a tu destino;
llevas la muerte en ti como el gusano
que te roe lo que tienes de humano...
¡lo que tienes de humano y de divino!
Sigue tranquilamente, ¡oh, caminante!
Todavía te queda muy distante
ese país incógnito que sueñas...
Y soñar es un mal. Pasa y olvida,
pues si te empeñas en soñar, te empeñas
en aventar la llama de tu vida.
Autor del poema: Rubén Darío
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SÉ, PUES, JUSTO Y BUENO
Hemos de ser justos, hemos de ser buenos,
Hemos de embriagarnos de paz y amor,
Y llevar el alma siempre a flor de labios
Y desnudo y limpio nuestro corazón.
Hemos de olvidarnos de todos los odios,
de toda mentira, de toda ruindad
hemos de abrasarnos en el santo fuego
de un amor inmenso, dulce y fraternal.
Hemos de llenarnos de santo optimismo,
tender nuestros brazos a quien nos hirió;
Y abrazar a todos nuestros enemigos
en un dulce abrazo de amor y perdón.
Olvidar pasiones, rencores, vilezas…
Ser fuertes, piadosos, dando bien por mal:
¡Que esa es la venganza de las almas fuertes
Que viven poseídas de un santo ideal!
“Hemos de estar siempre gozosos”, tal dijo
Pablo el elegido, con divina voz,
Y a través de todos los claros caminos
caminar llevando puesta el alma en Dios.
Hemos de acordarnos que somos hermanos,
hemos de acordarnos del dulce Pastor.
Que crucificado, lacerado, exánime...
para sus verdugos imploró perdón.
Autor del poema: Rubén Darío
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BLASÓN
(Para la condesa de Peralta)
El olímpico cisne de nieve
con el ágata rosa del pico
lustra el ala eucarística y breve
que abre al sol como un casto abanico.
De la forma de un brazo de lira
y del asa de un ánfora griega
es su cándido cuello, que inspira
como prora ideal que navega.
Es el cisne, de estirpe sagrada,
cuyo beso, por campos de seda,
ascendió hasta la cima rosada
de las dulces colinas de Leda.
Blanco rey de la fuente Castalia,
su victoria ilumina el Danubio;
Vinci fue su varón en Italia;
Lohengrín es su príncipe rubio.
Su blancura es hermana del lino,
del botón de los blancos rosales
y del albo toisón diamantino
de los tiernos corderos pascuales.
Rimador de ideal florilegio,
es de armiño su lírico manto,
y es el mágico pájaro regio
que al morir rima el alma en un canto.
El alado aristócrata muestra
lises albos en campo de azur,
y ha sentido en sus plumas la diestra
de la amable y gentil Pompadour.
Boga y boga en el lago sonoro
donde el sueño de los tristes espera,
donde aguarda una góndola de oro
a la novia de Luis de Baviera.
Dad, condesa, a los cisnes cariño;
dioses son de un país halagüeño,
y hechos son de perfume, de armiño,
de luz alba, de seda y de sueño.
Autor del poema: Rubén Darío
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LOS TRES REYES MAGOS
-Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!
-Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!
-Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.
-Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor y a su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!
Autor del poema: Rubén Darío
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PEGASO
Cuando iba yo a montar ese caballo rudo
y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella».
Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul y yo estaba desnudo.
Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo
y de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,
y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.
¡Yo soy el caballero de la humana energía,
yo soy el que presenta su cabeza triunfante
coronada con el laurel del Rey del día;
domador del corcel de cascos de diamante,
voy en un gran volar, con la aurora por guía,
adelante en el vasto azur, siempre adelante!
Autor del poema: Rubén Darío
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LA BAILARINA DE LOS PIES DESNUDOS
Iba, en un paso rítmico y felino
a avances dulces, ágiles o rudos,
con algo de animal y de divino
la bailarina de los pies desnudos.
Su falda era la falda de las rosas,
en sus pechos había dos escudos…
Constelada de casos y de cosas…
La bailarina de los pies desnudos.
Bajaban mil deleites de los senos
hacia la perla hundida del ombligo,
e iniciaban propósitos obscenos
azúcares de fresa y miel de higo.
A un lado de la silla gestatoria
estaban mis bufones y mis mudos…
¡Y era toda Selene y Anactoria
la bailarina de los pies desnudos!
Autor del poema: Rubén Darío
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TÚ Y YO
I
Yo vi un ave
que suave
sus cantares
entonó
y voló...
Y a lo lejos,
los reflejos
de la luna en alta cumbre
que, argentando las espumas
bañaba de luz sus plumas
de tisú...
¡y eras tú!
Y vi un alma
que, sin calma,
sus amores
cantaba en tristes rumores;
y su ser
conmover
a las rocas parecía;
miró la azul lejanía...
tendió la vista anhelante,
suspiró, y cantando amante
prosiguió...
¡y era
yo!
II
¿Viste
triste
sol?
Tan triste
como él,
¡sufro
mucho
yo!
Yo en una
doncella
mi estrella
miré...
Y dile,
amante,
constante
fe.
Pero ingrata
olvidóme,
y no sabe
que padezco
cual no puede
nunca, nunca
comprender...
¡Que mi pecho
no suspira,
ni mi lira
tiene acordes
de placer!
Yo vi en la noche
plácida luna
que en la laguna
se retrató;
y vi una nube,
que allá en el cielo,
con denso velo
la obscureció.
Yo vi a la aurora,
bañada en rosa,
dorar la hermosa
faz de la mar...
Y vi los rayos
de un sol ardiente
que rudamente
borraron luego,
con rojo fuego,
su bella faz...
Así vi que bella
naciera en un día,
con dulce alegría,
la aurora luciente
de un plácido amor;
¡mas hoy yo contemplo,
no más en mi vida,
de negro vestida,
la estatua tremenda
de amargo dolor!
¡Hoy sólo me complace
oír la queja amarga,
que al cielo envía tierna
la tórtola del monte
con moribundo son!
Sentir cómo susurra
la brisa entre las hojas...
¡Mirar el arroyuelo
que al eco de la selva
confunde su rumor!
Canto cuando las estrellas
esparcen su claridad:
cuando argentan las espumas;
¡las espumas de la mar!
Canto cuando el ancho río
murmurando triste va...
Cuando el ruiseñor encanta
¡con su arpegio celestial!
Y al ronco mugir de las olas;
la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
¡me encanta y embriaga a la vez!
Me place lo triste y lo alegre;
me gusta la selva y el mar,
y a todos saludo contento...
¡Y algunos se ríen al verme!...
Y, a veces, ¡me pongo a llorar!
Yo adoré a una mujer con el fuego
de mi joven y audaz corazón:
mas ya he dicho que aquélla olvidóme,
y que vivo en tremendo dolor.
¿Estoy loco? No sé: lo que siento,
no lo puedo jamás explicar.
Es un rudo y feroce tormento...
Nada más; nada más... ¡nada más!
¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida
del raudal turbulento de la vida!
Soy... algo doloroso cual lamento...
Arista débil que arrebata el viento!
Soy ave de los bosques solitaria!...
Deshojada y marchita pasionaria!...
Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma...
¡perdido de este mundo entre la bruma!
¡Felices aquellos que nunca han amado!
¡Felices!... ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!
Y ¿qué es el amor?
¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana...
Origen venturoro de sin igual placer...
con algo de la tarde y algo de la mañana...
¡Con algo de la dicha y algo del padecer!
¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo?
¿No oís del arroyo el süave y callado rumor?
¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo!
¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor!
¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa
si hubiera conservado por siempre mi niñez,
si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa,
lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez!
¡Felices aquellos que nunca han amado!
¡Felices!... ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!
¡Qué amargo es el amor!
¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando,
yo cruzaré el desierto de mi vida,
mostrando a todos mi profunda herida,
que lágrimas y sangre está manando!
Y al compás de canciones sombrías,
cantaré de mi amor la memoria...
Y sin gloria,
llorando siempre, pasaré mis días
¡entre polvo, entre lodo, entre escoria!
Y al ronco mugir de las olas;
la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
serán mi tormento también.
Me place lo triste y lo alegre:
me gusta la selva y el mar...
Yo siempre estaréme contento;
y algunos, reirán al mirarme,
¡y a veces, pondréme a llorar!
Cantaré si el ancho río
murmurando triste va;
si el ruiseñor me encantare
con su arpegio celestial;
cuando mire a las estrellas
esparcir su claridad
sobre las peñas negruzcas
y las espumas del mar.
¿Por qué?... Porque sin amor,
vuelan dolientes, sin calma,
las avecillas del alma
entre el viento del dolor.
¡Daré dulces canciones
a los fugaces vientos,
para que entre sus alas
las lleven lejos, lejos,
del mundo hasta el confín!
Iréme a las montañas...
iréme a los oteros...
y allí tal vez, ¡Dios santo!,
tal vez seré feliz.
¡Y en las alas del viento,
oirá mis canciones
la ingrata!... La ingrata
a quien adoré.
Aquélla que rióse
de ver mi desgracia...
Aquélla a quien dile
mi amor y mi fe!
¡Triste es la noche!
Triste es la selva...
Y del arroyo
lo es el rumor;
pero es más triste
que el arroyuelo
y que la noche,
mi corazón.
Mis acentos,
en los vientos
cual lamentos
moribundos
sonarán,
como el eco
que en el hueco
del árbol seco,
tiernos forman
los Favonios
al pasar.
¡Aprendan
los bardos
mi historia
de amor;
y cántela
todo
el que es
Trovador!
¿Viste
triste
sol?
¡Tan triste
como él,
sufro
mucho
yo!
Autor del poema: Rubén Darío
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ABROJOS
Lloraba en mis brazos vestida de negro,
se oía el latido de su corazón,
cubríanle el cuello los rizos castaños
y toda temblaba de miedo y de amor.
¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije "¡Adiós!",
Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la pida luna...
Después, tristemente lloramos los dos.
* * *
¿Qué lloras? Lo comprendo.
Todo concluido está.
Pero no quiero verte,
alma mía, llorar.
Nuestro amor, siempre, siempre...
Nuestras bodas... jamás.
¿Quién es ese bandido
que se vino a robar
tu corona florida
y tu velo nupcial?
Mas no, no me lo digas,
no lo quiero escuchar.
Tu nombre es Inocencia
y el de él es Satanás.
Un abismo a tus plantas,
una mano procaz
que te empuja; tú ruedas,
y mientras tanto, va
el ángel de tu guarda
triste y solo a llorar.
Pero ¿por qué derramas
tantas lágrimas?... ¡Ah!
Sí, todo lo comprendo...
No, no me digas más.
Autor del poema: Rubén Darío
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NOCTURNO
Los que auscultasteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero ruido…
En los instantes del silencio misterioso,
cuando surgen de su prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del reposo,
¡sabréis leer estos versos de amargor impregnados!…
Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.
Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
y la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!
Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.
Autor del poema: Rubén Darío
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A FRANCISCA
Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...
En mi pensar de duelo y de martirio
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio
y refrescaste la hoja de laurel.
Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender;
enciendes luz en las horas del triste,
pones pasión donde no puede haber.
Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe,
hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame...
Autor del poema: Rubén Darío
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A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza
para empezar, valiente, la divina pelea?
¿Has visto si resiste el metal de tu idea
la furia del mandoble y el peso de la maza?
¿Te sientes con la sangre de la celeste raza
que vida con los números pitagóricos crea?
¿Y, como el fuerte Herakles al león de Nemea,
a los sangrientos tigres del mal darías caza?
¿Te enternece el azul de una noche tranquila?
¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila
cuando el Angelus dice el alma de la tarde?...
¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?
Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.
La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.
Autor del poema: Rubén Darío
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CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA
A Gregorio Martínez Sierra
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...
Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.
Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!
Autor del poema: Rubén Darío
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EL FARDO
Allá lejos, en la línea como trazada con un lápiz azul, que separa las aguas y los cielos, se
iba hundiendo el sol, con sus polvos de oro y sus torbellinos de chispas purpuradas, como
un gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba quedando en quietud; los guardas
pasaban de un punto a otro, las gorras metidas hasta las cejas dando aquí y allá sus vistazos.
Inmóvil el enorme brazo de los pescantes, los jornaleros se encaminaban a las casas. El
agua murmuraba debajo del muelle, y el húmedo viento salado que sopla de mar afuera a la
hora en que la noche sube, mantenía las lanchas cercanas en un continuo cabeceo.
* * *
Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la mañana se
estropeara un pie al subir una barrica a un carretón, y que, aunque cojín cojeando, había
trabajado todo el día, estaba sentado en una piedra, y, con la pipa en la boca, veía triste el
mar.
-Eh, tío Lucas, ¿se descansa?
-Sí, pues, patroncito.
Y empezó la charla, esa charla agradable y suelta que me place entabler con los bravos
hombres toscos que viven la vida del trabajo fortificante, la que da la buena salud y la
fuerza del músculo, y se nutre con el grano del poroto y la sangre hirviente de la viña.
Yo veía con cariño a aquel rudo viejo, y le oía con interés sus relaciones, así, todas
cortadas, todas como de hombre basto, pero de pecho ingenuo. ¡Ah, conque fue militar!
¡Conque de mozo fue soldado de Bulnes! ¡Conque todavía tuvo resistencias para ir con su
rifle hasta Miraflores! Y es casad, y tuvo un hijo, y...
Y aquí el tío Lucas:
-Sí, patrón; !hace dos años que se me murió!
Aquellos ojos, chicos y relumbrantes bajo las cejas grises peludas, se humedecieron
entonces:
-¿Que cómo se me murió? En el oficio, por darnos de comer a todos; a mi mujer, a los
chiquitos y a mí, patrón, que entonces me hallaba enfermo.
Y todo me lo refirió, al comenzar aquella noche, mientras las olas se cubrían de brumas y la
ciudad encendía sus luces; él en la piedra que le servía de asiento, después de apagar su
negra pipa y de colocársela en la oreja y de estirar y cruzar sus piernas flacas y musculosas,
cubiertas por los sucios pantalones arremangados hasta el tobillo.
* * *
El muchacho era muy honrado y muy de trabajo. Se quiso ponerlo a la escuela desde
grandecito; pero los miserables no deben aprender a leer cuando se llora de hambre en el
cuartucho.
El tío Lucas era casado, tenía muchos hijos.
Su mujer llevaba la maldición del vientre de las pobres: la fecundidad. Había, pues, mucha
boca abierta que pedía pan, mucho chico sucio que se revolcaba en la basura, mucho cuerpo
magro que temblaba de frío; era preciso ir a llevar que comer, a buscar harapos, y, para eso,
quedar sin alientos y trabajar como un buey. Cuando el hijo creció, ayudó al padre. Un
vecino, el herrero, quiso enseñarle su industria; pero como entonces era tan débil, casi un
armazón de huesos, y en el fuelle tenía que echar el bofe, se puso enfermo, y volvió al
conventillo. ¡Ah, estuvo muy enfermo! Pero no murió. ¡No murió! Y eso que vivían en uno
de esos hacinamientos humanos, entre cuatro paredes destartaladas, viejas, feas, en la
callejuela inmunda de las mujeres perdidas, hedionda a todas horas, alumbrada de noche
por escasos faroles, y donde resuenan en perpetua llamada a las zambras de echacorvería,
las arpas y los acordeones, y el ruido de los marineros que llegan al burdel, desesperados
con la castidad de las largas travesías, a emborracharse como cubas y a gritar y patalear
como condenados. ¡Sí!, entre la podredumbre, al estrépito de las fiestas tunantescas, el
chico vivió y pronto estuvo sano y en pie.
Luego, llegaron después sus quince años.
* * *
El tío Lucas había logrado, tras mil privaciones, comprar una canoa. Se hizo pescador.
Al venir el alba, iba con su mocetón al agua, llevando los enseres de la pesca. El uno
remaba, el otro ponía en los anzuelos la carnada. Volvían a la costa con buena esperanza de
vender lo hallado, entre la brisa fría y las opacidades de la neblina, cantando en baja voz
alguna triste canción, y enhiesto el remo triunfante que chorreaba espuma.
Si había buena venta, otra salida por la tarde.
Una de invierno había temporal. Padre e hijo, en la pequeña embarcación, sufrían en el mar
la locura de la ola y del viento. Difícil era llegar a tierra. Pesca y todo se fue al agua, y
pensó en librar el pellejo. Luchaban como desesperados por ganar la playa. Cerca de ella
estaban; pero una racha maldita les empujó contra una roca, y la canoa se hizo astillas.
Ellos salieron sólo magullados, ¡gracias a Dios!, como decia el tío Lucas al narrarlo.
Después, ya son ambos lancheros.
* * *
¡Sí!, lancheros; sobre las grandes embarcaciones chatas y negras; colgándose de la cadena
que rechina pendiente como una sierpe de hierro del macizo pescante que semeja una
horea; remando de pie y a compás; yendo con la lancha del muelle al vapor y del vapor al
muelle; gritando: ¡hiiooeep!, cuando se empujaban los pesados bultos para engancharlos en
la uña potente que los levanta balanceándolos como un péndulo; ¡sí, lancheros!, el viejo y
el muchacho, el padre y el hijo; ambos a horcajadas sobre un cajón, ambos forcejeando,
ambos ganando su jornal, para ellos y para sus queridas sanguijuelas del conventillo.
Íbanse todos los días al trabajo, vestidos de viejo, fajadas las cinturas con sendas bandas
coloradas, y haciendo sonar a una sus zapatos groseros y pesados que se quitaban, al
comenzar la tarea, tirándolos en un rincón de la lancha. Empezaba el trajín, el cargar y el
descargar. El padre era cuidadoso: -¡Muchacho, que te rompes la cabeza! ¡Que te coge la
mano el chicote! ¡Que vas a perder una canilla! Y enseñaba, adiestraba, dirigía al hijo, con
su modo, con sus bruscas palabras de roto viejo y de padre encariñado.
* * *
Hasta que un día el tío Lucas no pudo moverse de la cama, porque el reumatismo le
hinchaba las coyunturas y le taladraba los huesos.
¡Oh! Y había que comprar medicinas y alimentos; eso sí.
-Hijo, al trabajo, a buscar plata; hoy es sábado.
Y se fue el hijo, solo, casi corriendo, sin desayunarse, a la faena diaria.
Era un bello día de luz clara, de sol de oro. En el muelle rodaban los carros sobre sus rieles,
crujían las poleas, chocaban las cadenas. Era la gran confusión del trabajo que da vértigo, el
son del hierro; tranqueteos por doquiera; y el viento pasando por el bosque de árboles y
jarcias de los navíos en grupo.
Debajo de uno de los pescantes del muelle estaba el hijo del tío Lucas con otros lancheros,
descargando a toda prisa. Había que vaciar la lancha repleta de fardos. De tiempo en tiempo
bajaba la larga cadena que remata en un garfío, sonando como una matraca al correr con la
roldana; los mozos amarraban los bultos con una cuerda doblada en dos, los enganchaban
en el garfio, y entonces éstos subían a la manera de un pez en un anzuelo, o del plomo de
una sonda, ya quietos, ya agitándose de un lado a otro, como un badajo, en el vacío.
La carga estaba amontonada. La ola movía pausadamente de cuando en cuando la
embarcación colmada de fardos. Estos formaban una a modo de pirámide en el centro.
Había uno muy pesado, muy pesado. Era el más grande de todos, ancho, gordo y oloroso a
brea. Venía en el fondo de la lancha. Un hombre de pie sobre él era pequeña figura para el
grueso zócalo.
Era algo como todos los prosaísmos de la importación envueltos en lona y fajados con
correas de hierro. Sobre sus costados, en medio de líneas y de triángulos negros, había
letras que miraban como ojos. Letras "en diamante", decía el tío Lucas. Sus cintas de hierro
estaban apretadas con clavos cabezudos y ásperos; y en las entrañas tendría el monstruo,
cuando menos, limones y percalas.
* * *
Sólo él faltaba.
-¡Se va el bruto!- dijo uno de los lancheros.
-¡El barrigón!- agregó otro.
Y el hijo del tío Lucas, que estaba ansioso de acabar pronto, se alistaba para ir a cobrar y a
desayunarse, anudándose un pañuelo de cuadros al pescuezo.
Bajó la cadena danzando en el aire. Se amarró un gran lazo al fardo, se probó si estaba bien
seguro, y se gritó ¡Iza!, mientras la cadena tiraba de la masa chirriando y levantándola en
vilo.
Los lancheros, de pie, miraban subir el enorme peso, y se preparaban para ir a tierra,
cuando se vio una cosa horrible. El fardo, el grueso fardo, se zafó del lazo como de un
collar holgado saca un perro la cabeza; y cayó sobre el hijo del tío Lucas, que entre el filo
de la lancha y el gran bulto, quedó con los riñones rotos, el espinazo desencajado y echando
sangre negra por la boca.
Aquel día, no hubo pan ni medicinas en casa del tío Lucas, sino el muchacho destrozado al
que se abrazaba llorando el reumático, entre la gritería de la mujer y de los chicos, cuando
llevaban el cadáver a Playa Ancha.
* * *
Me despedí del viejo lanchero, y a pasos elásticos dejé el muelle, tomando el camino de la
casa, y haciendo filosofía con toda la cachaza de un poeta, en tanto que una brisa glacial
que venía de mar afuera pellizcaba tenazmente las narices y las orejas.
Autor del poema: Rubén Darío

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29 poemas de ruben

  • 1. ABROJOS - LVI Tengo de criar un perro, ya que en este mundo estoy. No me importa lo que sea, alano, galgo o bull-dog; lo quiero para tener un tierno y fiel queredor que sonría con el rabo cuando le acaricie yo; para que me ofrezca todo su perruno corazón, y gruña a quien me amanece y se alegre con mi voz; y para si me da el cólera y huyen de mi alrededor, juntos, parientes y amigos, que nos quedamos los dos: yo, cadáver, como huella de una vida que pasó; él lanzado tristemente sus aullidos de dolor. Autor del poema: Rubén Darío 100.00% votos positivos Votos totales: 4 Comparte: ¡OH MI ADORADA NIÑA! ¡Oh mi adorada niña! Te diré la verdad: tus ojos me parecen brasas tras un cristal; tus rizos, negro luto, y tu boca sin par, la ensangrentada huella del filo de un puñal. Autor del poema: Rubén Darío 87.21% votos positivos Votos totales: 2542 Comparte: LO FATAL
  • 2. Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror... Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!... Autor del poema: Rubén Darío 86.03% votos positivos Votos totales: 1002 Comparte: LA FE En medio del abismo de la duda lleno de oscuridad, de sombra vana hay una estrella que reflejos mana sublime, sí, mas silenciosa, muda. Ella, con su fulgor divino, escuda, alienta y guía a la conciencia humana, cuando el genio del mal con furia insana golpéala feroz, con mano ruda. ¿Esa estrella brotó del germen puro de la humana creación? ¿ Bajó del cielo a iluminar el porvenir oscuro? ¿A servir al que llora de consuelo? No sé, mas eso que a nuestra alma inflama ya sabéis, ya sabéis, la Fe se llama. Autor del poema: Rubén Darío 85.17% votos positivos Votos totales: 1268
  • 3. Comparte: ¿CÓMO DECÍA USTED, AMIGO MÍO? ¿Cómo decía usted, amigo mío? ¿Qué el amor es un río? No es extraño. Es ciertamente un río que, uniéndose al confluente del desvío, va a perderse en el mar del desengaño. Autor del poema: Rubén Darío 85.10% votos positivos Votos totales: 1161 Comparte: AMO, AMAS Amar, amar, amar, amar siempre, con todo el ser y con la tierra y con el cielo, con lo claro del sol y lo oscuro del lodo: Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo. Y cuando la montaña de la vida nos sea dura y larga y alta y llena de abismos, Amar la inmensidad que es de amor encendida ¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos! Autor del poema: Rubén Darío 84.96% votos positivos Votos totales: 552 Comparte: GRATITUD A MASAYA Por doquiera donde vaya, el recuerdo irá conmigo, Del corazón de Masaya, Tan hidalgo y tan amigo.
  • 4. Son retorno y despedida Juntos en este momento; Más de Masaya florida El nombre de mi pensamiento Irá por toda la vida. A esta región hechicera No quiero decir adiós Que la vea antes que muera Que esté siempre en primavera y que la bendiga Dios. Autor del poema: Rubén Darío 84.16% votos positivos Votos totales: 909 Comparte: MELANCOLÍA Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. Voy bajo tempestades y tormentas ciego de sueño y loco de armonía. Ése es mi mal. Soñar. La poesía es la camisa férrea de mil puntas cruentas que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas dejan caer las gotas de mi melancolía. Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo; a veces me parece que el camino es muy largo, y a veces que es muy corto…
  • 5. Y en este titubeo de aliento y agonía, cargo lleno de penas lo que apenas soporto. ¿No oyes caer las gotas de mi melancolía? Autor del poema: Rubén Darío 83.36% votos positivos Votos totales: 661 Comparte: LA PRINCESA ESTÁ TRISTE (SONATINA) La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. Parlanchina, la dueña dice cosas banales, y vestido de rojo piruetea el bufón. La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión. ¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China, o en el que ha detenido su carroza argentina para ver de sus ojos la dulzura de luz? ¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, o en el que es soberano de los claros diamantes, o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz? ¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar; ir al sol por la escala luminosa de un rayo, saludar a los lirios con los versos de mayo o perderse en el viento sobre el trueno del mar. Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, ni los cisnes unánimes en el lago de azur. Y están tristes las flores por la flor de la corte, los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
  • 6. de Occidente las dalias y las rosas del Sur. ¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Está presa en sus oros, está presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real; el palacio soberbio que vigilan los guardas, que custodian cien negros con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón colosal. ¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! (La princesa está triste, la princesa está pálida) ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! ¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, —la princesa está pálida, la princesa está triste—, más brillante que el alba, más hermoso que abril! —«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—; en caballo, con alas, hacia acá se encamina, en el cinto la espada y en la mano el azor, el feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los labios con un beso de amor». Autor del poema: Rubén Darío 83.14% votos positivos Votos totales: 421 Comparte: MÍA Mía: así te llamas. ¿Qué más armonía? Mía: la luz del día; Mía: rosas, llamas. ¡Qué aromas derramas en el alma mía si sé que me amas, oh Mía!, ¡oh Mía! Tu sexo fundiste con mi sexo fuerte, fundiendo dos bronces. Yo, triste; tú triste... ¿No has de ser, entonces, Mía hasta la muerte?
  • 7. Autor del poema: Rubén Darío 82.79% votos positivos Votos totales: 703 Comparte: CAUPOLICÁN Es algo formidable que vio la vieja raza: robusto tronco de árbol al hombro de un campeón salvaje y aguerrido, cuya fornida maza blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón. Por casco sus cabellos, su pecho por coraza, pudiera tal guerrero, de Arauco en la región, lancero de los bosques, Nemrod que todo caza, desjarretar un toro, o estrangular un león. Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán. «¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta. Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta», e irguióse la alta frente del gran Caupolicán. Autor del poema: Rubén Darío 81.84% votos positivos Votos totales: 369
  • 8. Comparte: DE INVIERNO En invernales horas, mirad a Carolina. Medio apelotonada, descansa en el sillón, envuelta con su abrigo de marta cibelina y no lejos del fuego que brilla en el salón. El fino angora blanco junto a ella se reclina, rozando con su hocico la falda de Aleçón, no lejos de las jarras de porcelana china que medio oculta un biombo de seda del Japón. Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño: entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris; voy a besar su rostro, rosado y halagüeño como una rosa roja que fuera flor de lis. Abre los ojos; mírame con su mirar risueño, y en tanto cae la nieve del cielo de París. Autor del poema: Rubén Darío 81.74% votos positivos Votos totales: 460 Comparte: DEL TRÓPICO ¡Qué alegre y fresca la mañanita! Me agarra el aire por la nariz: los perros ladran, un chico grita y una muchacha gorda y bonita, junto a una piedra, muele maíz. Un mozo trae por un sendero sus herramientas y su morral: otro con caites y sin sombrero busca una vaca con su ternero para ordeñarla junto al corral. Sonriendo a veces a la muchacha, que de la piedra pasa al fogón, un sabanero de buena facha, casi en cuclillas afila el hacha sobre una orilla del mollejón.
  • 9. Por las colinas la luz se pierde bajo el cielo claro y sin fin; ahí el ganado las hojas muerde, y hay en los tallos del pasto verde, escarabajos de oro y carmín. Sonando un cuerno corvo y sonoro, pasa un vaquero, y a plena luz vienen las vacas y un blanco toro, con unas manchas color de oro por la barriga y en el testuz. Y la patrona, bate que bate, me regocija con la ilusión de una gran taza de chocolate, que ha de pasarme por el gaznate con la tostada y el requesón. Autor del poema: Rubén Darío 81.65% votos positivos Votos totales: 267 Comparte: EL VERSO SUTIL QUE PASA O SE POSA El verso sutil que pasa o se posa Sobre la mujer o sobre la rosa, Beso puede ser, o ser mariposa. En la fresca flor el verso sutil; El triunfo de amor en el mes de abril: Amor, verso y flor, la niña gentil. Amor y dolor. Halagos y enojos. Herodías ríe en los labios rojos. Dos verdugos hay que están en los ojos. ¡Oh, saber amar es saber sufrir! Amar y sufrir, sufrir y sentir, Y el hacha besar que nos ha de herir… ¡Rosa de dolor, gracia femenina; Inocencia y luz, corola divina! Y aroma fatal y cruel espina… Líbranos, Señor, de abril y la flor
  • 10. Y del cielo azul y del ruiseñor, De dolor y amor, líbranos, Señor. Autor del poema: Rubén Darío 80.00% votos positivos Votos totales: 310 Comparte: A MARGARITA DEBAYLE Margarita está linda la mar, y el viento, lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar; tu acento: Margarita, te voy a contar un cuento: Esto era un rey que tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha de día y un rebaño de elefantes, un kiosko de malaquita, un gran manto de tisú, y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita, como tú. Una tarde, la princesa vio una estrella aparecer; la princesa era traviesa y la quiso ir a coger. La quería para hacerla decorar un prendedor, con un verso y una perla y una pluma y una flor. Las princesas primorosas se parecen mucho a ti: cortan lirios, cortan rosas, cortan astros. Son así.
  • 11. Pues se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a cortar la blanca estrella que la hacía suspirar. Y siguió camino arriba, por la luna y más allá; más lo malo es que ella iba sin permiso de papá. Cuando estuvo ya de vuelta de los parques del Señor, se miraba toda envuelta en un dulce resplandor. Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho? te he buscado y no te hallé; y ¿qué tienes en el pecho que encendido se te ve?». La princesa no mentía. Y así, dijo la verdad: «Fui a cortar la estrella mía a la azul inmensidad». Y el rey clama: «¿No te he dicho que el azul no hay que cortar?. ¡Qué locura!, ¡Qué capricho!... El Señor se va a enojar». Y ella dice: «No hubo intento; yo me fui no sé por qué. Por las olas por el viento fui a la estrella y la corté». Y el papá dice enojado: «Un castigo has de tener: vuelve al cielo y lo robado vas ahora a devolver». La princesa se entristece por su dulce flor de luz, cuando entonces aparece sonriendo el Buen Jesús. Y así dice: «En mis campiñas esa rosa le ofrecí;
  • 12. son mis flores de las niñas que al soñar piensan en mí». Viste el rey pompas brillantes, y luego hace desfilar cuatrocientos elefantes a la orilla de la mar. La princesita está bella, pues ya tiene el prendedor en que lucen, con la estrella, verso, perla, pluma y flor. //////////////////////// Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar: tu aliento. Ya que lejos de mí vas a estar, guarda, niña, un gentil pensamiento al que un día te quiso contar un cuento. Autor del poema: Rubén Darío 79.93% votos positivos Votos totales: 304 Comparte: BOUQUET Un poeta egregio del país de Francia, que con versos áureos alabó el amor, formó un ramo armónico, lleno de elegancia, en su Sinfonía en Blanco Mayor. Yo por ti formara, Blanca deliciosa, el regalo lírico de un blanco bouquet, con la blanca estrella, con la blanca rosa que en los bellos parques del azul se ve. Hoy que tú celebras tus bodas de nieve (tus bodas de virgen con el sueño son), todas sus blancuras Primavera llueve sobre la blancura de tu corazón.
  • 13. Cirios, cirios blancos, blancos, blancos lirios, cuello de los cisnes, margarita en flor, galas de la espuma, ceras de los cirios y estrellas celestes tienen tu color. Yo, al enviarte versos, de mi vida arranco la flor que te ofrezco, blanco serafín. ¡Mira cómo mancha tu corpiño blanco la más roja rosa que hay en tu jardín! Autor del poema: Rubén Darío 79.85% votos positivos Votos totales: 134 Comparte: PASA Y OLVIDA Peregrino que vas buscando en vano un camino mejor que tu camino, ¿cómo quieres que yo te dé la mano, si mi signo es tu signo, Peregrino? No llegarás jamás a tu destino; llevas la muerte en ti como el gusano que te roe lo que tienes de humano... ¡lo que tienes de humano y de divino! Sigue tranquilamente, ¡oh, caminante! Todavía te queda muy distante ese país incógnito que sueñas... Y soñar es un mal. Pasa y olvida, pues si te empeñas en soñar, te empeñas en aventar la llama de tu vida. Autor del poema: Rubén Darío 79.80% votos positivos Votos totales: 406 Comparte: SÉ, PUES, JUSTO Y BUENO Hemos de ser justos, hemos de ser buenos, Hemos de embriagarnos de paz y amor, Y llevar el alma siempre a flor de labios Y desnudo y limpio nuestro corazón.
  • 14. Hemos de olvidarnos de todos los odios, de toda mentira, de toda ruindad hemos de abrasarnos en el santo fuego de un amor inmenso, dulce y fraternal. Hemos de llenarnos de santo optimismo, tender nuestros brazos a quien nos hirió; Y abrazar a todos nuestros enemigos en un dulce abrazo de amor y perdón. Olvidar pasiones, rencores, vilezas… Ser fuertes, piadosos, dando bien por mal: ¡Que esa es la venganza de las almas fuertes Que viven poseídas de un santo ideal! “Hemos de estar siempre gozosos”, tal dijo Pablo el elegido, con divina voz, Y a través de todos los claros caminos caminar llevando puesta el alma en Dios. Hemos de acordarnos que somos hermanos, hemos de acordarnos del dulce Pastor. Que crucificado, lacerado, exánime... para sus verdugos imploró perdón. Autor del poema: Rubén Darío 79.08% votos positivos Votos totales: 913 Comparte: BLASÓN (Para la condesa de Peralta) El olímpico cisne de nieve con el ágata rosa del pico lustra el ala eucarística y breve que abre al sol como un casto abanico. De la forma de un brazo de lira y del asa de un ánfora griega es su cándido cuello, que inspira como prora ideal que navega. Es el cisne, de estirpe sagrada, cuyo beso, por campos de seda,
  • 15. ascendió hasta la cima rosada de las dulces colinas de Leda. Blanco rey de la fuente Castalia, su victoria ilumina el Danubio; Vinci fue su varón en Italia; Lohengrín es su príncipe rubio. Su blancura es hermana del lino, del botón de los blancos rosales y del albo toisón diamantino de los tiernos corderos pascuales. Rimador de ideal florilegio, es de armiño su lírico manto, y es el mágico pájaro regio que al morir rima el alma en un canto. El alado aristócrata muestra lises albos en campo de azur, y ha sentido en sus plumas la diestra de la amable y gentil Pompadour. Boga y boga en el lago sonoro donde el sueño de los tristes espera, donde aguarda una góndola de oro a la novia de Luis de Baviera. Dad, condesa, a los cisnes cariño; dioses son de un país halagüeño, y hechos son de perfume, de armiño, de luz alba, de seda y de sueño. Autor del poema: Rubén Darío 78.69% votos positivos Votos totales: 122 Comparte: LOS TRES REYES MAGOS -Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso. Vengo a decir: La vida es pura y bella. Existe Dios. El amor es inmenso. ¡Todo lo sé por la divina Estrella! -Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
  • 16. Existe Dios. Él es la luz del día. La blanca flor tiene sus pies en lodo. ¡Y en el placer hay la melancolía! -Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro que existe Dios. Él es el grande y fuerte. Todo lo sé por el lucero puro que brilla en la diadema de la Muerte. -Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos. Triunfa el amor y a su fiesta os convida. ¡Cristo resurge, hace la luz del caos y tiene la corona de la Vida! Autor del poema: Rubén Darío 78.23% votos positivos Votos totales: 666 Comparte: PEGASO Cuando iba yo a montar ese caballo rudo y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella». Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella. El cielo estaba azul y yo estaba desnudo. Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo y de Belerofonte logré seguir la huella. Toda cima es ilustre si Pegaso la sella, y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo. ¡Yo soy el caballero de la humana energía, yo soy el que presenta su cabeza triunfante coronada con el laurel del Rey del día; domador del corcel de cascos de diamante, voy en un gran volar, con la aurora por guía, adelante en el vasto azur, siempre adelante! Autor del poema: Rubén Darío 75.20% votos positivos Votos totales: 254 Comparte:
  • 17. LA BAILARINA DE LOS PIES DESNUDOS Iba, en un paso rítmico y felino a avances dulces, ágiles o rudos, con algo de animal y de divino la bailarina de los pies desnudos. Su falda era la falda de las rosas, en sus pechos había dos escudos… Constelada de casos y de cosas… La bailarina de los pies desnudos. Bajaban mil deleites de los senos hacia la perla hundida del ombligo, e iniciaban propósitos obscenos azúcares de fresa y miel de higo. A un lado de la silla gestatoria estaban mis bufones y mis mudos… ¡Y era toda Selene y Anactoria la bailarina de los pies desnudos! Autor del poema: Rubén Darío 73.08% votos positivos Votos totales: 52 Comparte: TÚ Y YO I Yo vi un ave que suave sus cantares entonó y voló... Y a lo lejos, los reflejos de la luna en alta cumbre que, argentando las espumas bañaba de luz sus plumas de tisú... ¡y eras tú! Y vi un alma que, sin calma,
  • 18. sus amores cantaba en tristes rumores; y su ser conmover a las rocas parecía; miró la azul lejanía... tendió la vista anhelante, suspiró, y cantando amante prosiguió... ¡y era yo! II ¿Viste triste sol? Tan triste como él, ¡sufro mucho yo! Yo en una doncella mi estrella miré... Y dile, amante, constante fe. Pero ingrata olvidóme, y no sabe que padezco cual no puede nunca, nunca comprender... ¡Que mi pecho no suspira, ni mi lira tiene acordes de placer! Yo vi en la noche
  • 19. plácida luna que en la laguna se retrató; y vi una nube, que allá en el cielo, con denso velo la obscureció. Yo vi a la aurora, bañada en rosa, dorar la hermosa faz de la mar... Y vi los rayos de un sol ardiente que rudamente borraron luego, con rojo fuego, su bella faz... Así vi que bella naciera en un día, con dulce alegría, la aurora luciente de un plácido amor; ¡mas hoy yo contemplo, no más en mi vida, de negro vestida, la estatua tremenda de amargo dolor! ¡Hoy sólo me complace oír la queja amarga, que al cielo envía tierna la tórtola del monte con moribundo son! Sentir cómo susurra la brisa entre las hojas... ¡Mirar el arroyuelo que al eco de la selva confunde su rumor! Canto cuando las estrellas esparcen su claridad: cuando argentan las espumas; ¡las espumas de la mar! Canto cuando el ancho río murmurando triste va...
  • 20. Cuando el ruiseñor encanta ¡con su arpegio celestial! Y al ronco mugir de las olas; la noche con su lobreguez; y el trueno que silva en los aires, ¡me encanta y embriaga a la vez! Me place lo triste y lo alegre; me gusta la selva y el mar, y a todos saludo contento... ¡Y algunos se ríen al verme!... Y, a veces, ¡me pongo a llorar! Yo adoré a una mujer con el fuego de mi joven y audaz corazón: mas ya he dicho que aquélla olvidóme, y que vivo en tremendo dolor. ¿Estoy loco? No sé: lo que siento, no lo puedo jamás explicar. Es un rudo y feroce tormento... Nada más; nada más... ¡nada más! ¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida del raudal turbulento de la vida! Soy... algo doloroso cual lamento... Arista débil que arrebata el viento! Soy ave de los bosques solitaria!... Deshojada y marchita pasionaria!... Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma... ¡perdido de este mundo entre la bruma! ¡Felices aquellos que nunca han amado! ¡Felices!... ¡Felices que no han apurado el cáliz terrible de un fiero dolor! Y ¿qué es el amor? ¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana... Origen venturoro de sin igual placer... con algo de la tarde y algo de la mañana... ¡Con algo de la dicha y algo del padecer! ¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo? ¿No oís del arroyo el süave y callado rumor? ¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo! ¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor! ¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa
  • 21. si hubiera conservado por siempre mi niñez, si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa, lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez! ¡Felices aquellos que nunca han amado! ¡Felices!... ¡Felices que no han apurado el cáliz terrible de un fiero dolor! ¡Qué amargo es el amor! ¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando, yo cruzaré el desierto de mi vida, mostrando a todos mi profunda herida, que lágrimas y sangre está manando! Y al compás de canciones sombrías, cantaré de mi amor la memoria... Y sin gloria, llorando siempre, pasaré mis días ¡entre polvo, entre lodo, entre escoria! Y al ronco mugir de las olas; la noche con su lobreguez; y el trueno que silva en los aires, serán mi tormento también. Me place lo triste y lo alegre: me gusta la selva y el mar... Yo siempre estaréme contento; y algunos, reirán al mirarme, ¡y a veces, pondréme a llorar! Cantaré si el ancho río murmurando triste va; si el ruiseñor me encantare con su arpegio celestial; cuando mire a las estrellas esparcir su claridad sobre las peñas negruzcas y las espumas del mar. ¿Por qué?... Porque sin amor, vuelan dolientes, sin calma, las avecillas del alma entre el viento del dolor. ¡Daré dulces canciones a los fugaces vientos, para que entre sus alas las lleven lejos, lejos,
  • 22. del mundo hasta el confín! Iréme a las montañas... iréme a los oteros... y allí tal vez, ¡Dios santo!, tal vez seré feliz. ¡Y en las alas del viento, oirá mis canciones la ingrata!... La ingrata a quien adoré. Aquélla que rióse de ver mi desgracia... Aquélla a quien dile mi amor y mi fe! ¡Triste es la noche! Triste es la selva... Y del arroyo lo es el rumor; pero es más triste que el arroyuelo y que la noche, mi corazón. Mis acentos, en los vientos cual lamentos moribundos sonarán, como el eco que en el hueco del árbol seco, tiernos forman los Favonios al pasar. ¡Aprendan los bardos mi historia de amor; y cántela todo el que es Trovador! ¿Viste triste
  • 23. sol? ¡Tan triste como él, sufro mucho yo! Autor del poema: Rubén Darío 72.79% votos positivos Votos totales: 147 Comparte: ABROJOS Lloraba en mis brazos vestida de negro, se oía el latido de su corazón, cubríanle el cuello los rizos castaños y toda temblaba de miedo y de amor. ¿Quién tuvo la culpa? La noche callada. Ya iba a despedirme. Cuando dije "¡Adiós!", Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho bajo aquel ramaje del almendro en flor. Velaron las nubes la pida luna... Después, tristemente lloramos los dos. * * * ¿Qué lloras? Lo comprendo. Todo concluido está. Pero no quiero verte, alma mía, llorar. Nuestro amor, siempre, siempre... Nuestras bodas... jamás. ¿Quién es ese bandido que se vino a robar tu corona florida y tu velo nupcial? Mas no, no me lo digas, no lo quiero escuchar. Tu nombre es Inocencia y el de él es Satanás. Un abismo a tus plantas, una mano procaz que te empuja; tú ruedas, y mientras tanto, va
  • 24. el ángel de tu guarda triste y solo a llorar. Pero ¿por qué derramas tantas lágrimas?... ¡Ah! Sí, todo lo comprendo... No, no me digas más. Autor del poema: Rubén Darío 66.67% votos positivos Votos totales: 78 Comparte: NOCTURNO Los que auscultasteis el corazón de la noche, los que por el insomnio tenaz habéis oído el cerrar de una puerta, el resonar de un coche lejano, un eco vago, un ligero ruido… En los instantes del silencio misterioso, cuando surgen de su prisión los olvidados, en la hora de los muertos, en la hora del reposo, ¡sabréis leer estos versos de amargor impregnados!… Como en un vaso vierto en ellos mis dolores de lejanos recuerdos y desgracias funestas, y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores, y el duelo de mi corazón, triste de fiestas. Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido, y la pérdida del reino que estaba para mí, el pensar que un instante pude no haber nacido, ¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací! Todo esto viene en medio del silencio profundo en que la noche envuelve la terrena ilusión, y siento como un eco del corazón del mundo que penetra y conmueve mi propio corazón. Autor del poema: Rubén Darío 66.67% votos positivos Votos totales: 33 Comparte:
  • 25. A FRANCISCA Ajena al dolo y al sentir artero, llena de la ilusión que da la fe, lazarillo de Dios en mi sendero, Francisca Sánchez, acompáñame... En mi pensar de duelo y de martirio casi inconsciente me pusiste miel, multiplicaste pétalos de lirio y refrescaste la hoja de laurel. Ser cuidadosa del dolor supiste y elevarte al amor sin comprender; enciendes luz en las horas del triste, pones pasión donde no puede haber. Seguramente Dios te ha conducido para regar el árbol de mi fe, hacia la fuente de noche y de olvido, Francisca Sánchez, acompáñame... Autor del poema: Rubén Darío 65.11% votos positivos Votos totales: 321 Comparte: A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ ¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza para empezar, valiente, la divina pelea? ¿Has visto si resiste el metal de tu idea la furia del mandoble y el peso de la maza? ¿Te sientes con la sangre de la celeste raza que vida con los números pitagóricos crea? ¿Y, como el fuerte Herakles al león de Nemea, a los sangrientos tigres del mal darías caza? ¿Te enternece el azul de una noche tranquila? ¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila cuando el Angelus dice el alma de la tarde?... ¿Tu corazón las voces ocultas interpreta? Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta. La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.
  • 26. Autor del poema: Rubén Darío 64.91% votos positivos Votos totales: 57 Comparte: CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA A Gregorio Martínez Sierra Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Plural ha sido la celeste historia de mi corazón. Era una dulce niña, en este mundo de duelo y de aflicción. Miraba como el alba pura; sonreía como una flor. Era su cabellera obscura hecha de noche y de dolor. Yo era tímido como un niño. Ella, naturalmente, fue, para mi amor hecho de armiño, Herodías y Salomé... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Y más consoladora y más halagadora y expresiva, la otra fue más sensitiva cual no pensé encontrar jamás. Pues a su continua ternura una pasión violenta unía. En un peplo de gasa pura una bacante se envolvía... En sus brazos tomó mi ensueño
  • 27. y lo arrulló como a un bebé... Y te mató, triste y pequeño, falto de luz, falto de fe... Juventud, divino tesoro, ¡te fuiste para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Otra juzgó que era mi boca el estuche de su pasión; y que me roería, loca, con sus dientes el corazón. Poniendo en un amor de exceso la mira de su voluntad, mientras eran abrazo y beso síntesis de la eternidad; y de nuestra carne ligera imaginar siempre un Edén, sin pensar que la Primavera y la carne acaban también... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer. ¡Y las demás! En tantos climas, en tantas tierras siempre son, si no pretextos de mis rimas fantasmas de mi corazón. En vano busqué a la princesa que estaba triste de esperar. La vida es dura. Amarga y pesa. ¡Ya no hay princesa que cantar! Mas a pesar del tiempo terco, mi sed de amor no tiene fin; con el cabello gris, me acerco a los rosales del jardín... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro...
  • 28. y a veces lloro sin querer... ¡Mas es mía el Alba de oro! Autor del poema: Rubén Darío 63.41% votos positivos Votos totales: 123 Comparte: EL FARDO Allá lejos, en la línea como trazada con un lápiz azul, que separa las aguas y los cielos, se iba hundiendo el sol, con sus polvos de oro y sus torbellinos de chispas purpuradas, como un gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba quedando en quietud; los guardas pasaban de un punto a otro, las gorras metidas hasta las cejas dando aquí y allá sus vistazos. Inmóvil el enorme brazo de los pescantes, los jornaleros se encaminaban a las casas. El agua murmuraba debajo del muelle, y el húmedo viento salado que sopla de mar afuera a la hora en que la noche sube, mantenía las lanchas cercanas en un continuo cabeceo. * * * Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la mañana se estropeara un pie al subir una barrica a un carretón, y que, aunque cojín cojeando, había trabajado todo el día, estaba sentado en una piedra, y, con la pipa en la boca, veía triste el mar. -Eh, tío Lucas, ¿se descansa? -Sí, pues, patroncito. Y empezó la charla, esa charla agradable y suelta que me place entabler con los bravos hombres toscos que viven la vida del trabajo fortificante, la que da la buena salud y la fuerza del músculo, y se nutre con el grano del poroto y la sangre hirviente de la viña. Yo veía con cariño a aquel rudo viejo, y le oía con interés sus relaciones, así, todas cortadas, todas como de hombre basto, pero de pecho ingenuo. ¡Ah, conque fue militar! ¡Conque de mozo fue soldado de Bulnes! ¡Conque todavía tuvo resistencias para ir con su rifle hasta Miraflores! Y es casad, y tuvo un hijo, y... Y aquí el tío Lucas: -Sí, patrón; !hace dos años que se me murió! Aquellos ojos, chicos y relumbrantes bajo las cejas grises peludas, se humedecieron entonces: -¿Que cómo se me murió? En el oficio, por darnos de comer a todos; a mi mujer, a los
  • 29. chiquitos y a mí, patrón, que entonces me hallaba enfermo. Y todo me lo refirió, al comenzar aquella noche, mientras las olas se cubrían de brumas y la ciudad encendía sus luces; él en la piedra que le servía de asiento, después de apagar su negra pipa y de colocársela en la oreja y de estirar y cruzar sus piernas flacas y musculosas, cubiertas por los sucios pantalones arremangados hasta el tobillo. * * * El muchacho era muy honrado y muy de trabajo. Se quiso ponerlo a la escuela desde grandecito; pero los miserables no deben aprender a leer cuando se llora de hambre en el cuartucho. El tío Lucas era casado, tenía muchos hijos. Su mujer llevaba la maldición del vientre de las pobres: la fecundidad. Había, pues, mucha boca abierta que pedía pan, mucho chico sucio que se revolcaba en la basura, mucho cuerpo magro que temblaba de frío; era preciso ir a llevar que comer, a buscar harapos, y, para eso, quedar sin alientos y trabajar como un buey. Cuando el hijo creció, ayudó al padre. Un vecino, el herrero, quiso enseñarle su industria; pero como entonces era tan débil, casi un armazón de huesos, y en el fuelle tenía que echar el bofe, se puso enfermo, y volvió al conventillo. ¡Ah, estuvo muy enfermo! Pero no murió. ¡No murió! Y eso que vivían en uno de esos hacinamientos humanos, entre cuatro paredes destartaladas, viejas, feas, en la callejuela inmunda de las mujeres perdidas, hedionda a todas horas, alumbrada de noche por escasos faroles, y donde resuenan en perpetua llamada a las zambras de echacorvería, las arpas y los acordeones, y el ruido de los marineros que llegan al burdel, desesperados con la castidad de las largas travesías, a emborracharse como cubas y a gritar y patalear como condenados. ¡Sí!, entre la podredumbre, al estrépito de las fiestas tunantescas, el chico vivió y pronto estuvo sano y en pie. Luego, llegaron después sus quince años. * * * El tío Lucas había logrado, tras mil privaciones, comprar una canoa. Se hizo pescador. Al venir el alba, iba con su mocetón al agua, llevando los enseres de la pesca. El uno remaba, el otro ponía en los anzuelos la carnada. Volvían a la costa con buena esperanza de vender lo hallado, entre la brisa fría y las opacidades de la neblina, cantando en baja voz alguna triste canción, y enhiesto el remo triunfante que chorreaba espuma. Si había buena venta, otra salida por la tarde. Una de invierno había temporal. Padre e hijo, en la pequeña embarcación, sufrían en el mar la locura de la ola y del viento. Difícil era llegar a tierra. Pesca y todo se fue al agua, y pensó en librar el pellejo. Luchaban como desesperados por ganar la playa. Cerca de ella estaban; pero una racha maldita les empujó contra una roca, y la canoa se hizo astillas.
  • 30. Ellos salieron sólo magullados, ¡gracias a Dios!, como decia el tío Lucas al narrarlo. Después, ya son ambos lancheros. * * * ¡Sí!, lancheros; sobre las grandes embarcaciones chatas y negras; colgándose de la cadena que rechina pendiente como una sierpe de hierro del macizo pescante que semeja una horea; remando de pie y a compás; yendo con la lancha del muelle al vapor y del vapor al muelle; gritando: ¡hiiooeep!, cuando se empujaban los pesados bultos para engancharlos en la uña potente que los levanta balanceándolos como un péndulo; ¡sí, lancheros!, el viejo y el muchacho, el padre y el hijo; ambos a horcajadas sobre un cajón, ambos forcejeando, ambos ganando su jornal, para ellos y para sus queridas sanguijuelas del conventillo. Íbanse todos los días al trabajo, vestidos de viejo, fajadas las cinturas con sendas bandas coloradas, y haciendo sonar a una sus zapatos groseros y pesados que se quitaban, al comenzar la tarea, tirándolos en un rincón de la lancha. Empezaba el trajín, el cargar y el descargar. El padre era cuidadoso: -¡Muchacho, que te rompes la cabeza! ¡Que te coge la mano el chicote! ¡Que vas a perder una canilla! Y enseñaba, adiestraba, dirigía al hijo, con su modo, con sus bruscas palabras de roto viejo y de padre encariñado. * * * Hasta que un día el tío Lucas no pudo moverse de la cama, porque el reumatismo le hinchaba las coyunturas y le taladraba los huesos. ¡Oh! Y había que comprar medicinas y alimentos; eso sí. -Hijo, al trabajo, a buscar plata; hoy es sábado. Y se fue el hijo, solo, casi corriendo, sin desayunarse, a la faena diaria. Era un bello día de luz clara, de sol de oro. En el muelle rodaban los carros sobre sus rieles, crujían las poleas, chocaban las cadenas. Era la gran confusión del trabajo que da vértigo, el son del hierro; tranqueteos por doquiera; y el viento pasando por el bosque de árboles y jarcias de los navíos en grupo. Debajo de uno de los pescantes del muelle estaba el hijo del tío Lucas con otros lancheros, descargando a toda prisa. Había que vaciar la lancha repleta de fardos. De tiempo en tiempo bajaba la larga cadena que remata en un garfío, sonando como una matraca al correr con la roldana; los mozos amarraban los bultos con una cuerda doblada en dos, los enganchaban en el garfio, y entonces éstos subían a la manera de un pez en un anzuelo, o del plomo de una sonda, ya quietos, ya agitándose de un lado a otro, como un badajo, en el vacío. La carga estaba amontonada. La ola movía pausadamente de cuando en cuando la embarcación colmada de fardos. Estos formaban una a modo de pirámide en el centro. Había uno muy pesado, muy pesado. Era el más grande de todos, ancho, gordo y oloroso a brea. Venía en el fondo de la lancha. Un hombre de pie sobre él era pequeña figura para el
  • 31. grueso zócalo. Era algo como todos los prosaísmos de la importación envueltos en lona y fajados con correas de hierro. Sobre sus costados, en medio de líneas y de triángulos negros, había letras que miraban como ojos. Letras "en diamante", decía el tío Lucas. Sus cintas de hierro estaban apretadas con clavos cabezudos y ásperos; y en las entrañas tendría el monstruo, cuando menos, limones y percalas. * * * Sólo él faltaba. -¡Se va el bruto!- dijo uno de los lancheros. -¡El barrigón!- agregó otro. Y el hijo del tío Lucas, que estaba ansioso de acabar pronto, se alistaba para ir a cobrar y a desayunarse, anudándose un pañuelo de cuadros al pescuezo. Bajó la cadena danzando en el aire. Se amarró un gran lazo al fardo, se probó si estaba bien seguro, y se gritó ¡Iza!, mientras la cadena tiraba de la masa chirriando y levantándola en vilo. Los lancheros, de pie, miraban subir el enorme peso, y se preparaban para ir a tierra, cuando se vio una cosa horrible. El fardo, el grueso fardo, se zafó del lazo como de un collar holgado saca un perro la cabeza; y cayó sobre el hijo del tío Lucas, que entre el filo de la lancha y el gran bulto, quedó con los riñones rotos, el espinazo desencajado y echando sangre negra por la boca. Aquel día, no hubo pan ni medicinas en casa del tío Lucas, sino el muchacho destrozado al que se abrazaba llorando el reumático, entre la gritería de la mujer y de los chicos, cuando llevaban el cadáver a Playa Ancha. * * * Me despedí del viejo lanchero, y a pasos elásticos dejé el muelle, tomando el camino de la casa, y haciendo filosofía con toda la cachaza de un poeta, en tanto que una brisa glacial que venía de mar afuera pellizcaba tenazmente las narices y las orejas. Autor del poema: Rubén Darío