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EscritoresdelNoresteUAdeCTeloneroErickPérezSerrano
TeloneroErickPérezSerrano
Telonero
Erick Pérez Serrano
ESCRITORES DEL NORESTE
´
´
Licenciado en Ciencias
de la Comunicación por la
Universidad Metropolitana
de Monterrey y maestro en
Educación con Acentuación
en Desarrollo cognitivo por
el ITESM. Autor del plaquet-
te de cuentos Una terri-
ble costumbre (Col. Pura
Fichita, UAS, 2011), y de Un
hombre sin baquetas (Col.
Poetazos, 2015). Fue inclui-
do en La orquídea parásita.
Antología de la crónica
urbana en Nuevo León
(UANL, 2012), y en Biblio-
teca de las Artes de Nuevo
León (Literatura, 2013). Es
profesor de la Universidad
Metropolitana de Monterrey.
Erick Pérez Serrano
(Monterrey, Nuevo León,
1971)
Foto:GersonGómez
Telonero
Erick Pérez Serrano
Telonero
Erick Pérez Serrano
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE COAHUILA
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY
Primera edición 2016
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Col. República, Saltillo, Coahuila. CP 25000
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Universidad Autónoma de Coahuila por la presente
edición.
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Concepto visual, diseño de la edición, formatación,
ilustración de portada e interiores:
Adriana Cerecero/Coordinación General de Difusión
y Patrimonio Cultural/Universidad Autónoma de
Coahuila
Coordinación editorial y cuidado de la edición:
Claudia Berrueto/Coordinación General de Difusión
y Patrimonio Cultural/Universidad Autónoma de
Coahuila
HECHO EN MÉXICO
ISBN del título:
ISBN de la colección: 978-607-506-211-2
A mis abuelos, mis padres, familia y amigos por estar
presentes.
A mi esposa Bertha Alicia y a mis hijas, Zazil e Itzel, por
su apoyo incondicional.
A los que de alguna manera han estado involucrados en
el ambiente de la música y a los músicos que me dieron
la oportunidad de participar en sus historias, sueños y
proyectos.
No sé si será una especie de fatalidad, pero a todos nos
ha ido como en feria. Ahora sólo falto yo.
Las jiras
Federico Arana
De música ligera
Telonero Erick Pérez Serrano
13
Bar La Señal
Llegar al bar nos llevaba más de dos horas. Eso se
debía a los imprevistos: Javier olvidaba un cable o el
bajo sexto; Luis, porque vivía en Tampico y Joaquín,
por su novia. A mí esto no me importaba. La verdad
es que además de tocar y ser unos desconocidos aún
para nuestras familias, queríamos llegar tarde como
esas grandes estrellas rocanroleras.
	 Ensayábamos para nuestro gran debut en el
bar La Señal, ubicado a las afueras de Monterrey. Nos
prestaron el local para familiarizarnos con el exito-
so ambiente grupero. La Señal nos abrió sus puertas
para tocar frente al público exigente. Pensábamos
que por lo retirado de la urbe, la clientela consistiría
en traileros y personas desapercibidas musicalmen-
te. Antes del bar, ensayábamos en casa, ahí un vecino
que nos escuchó, preguntó si habíamos tocado en
algún baile. “Estamos empezando”, le dije. Comentó
que tenía un conocido que podría ayudarnos. Toca-
ríamos una hora los jueves, otra los viernes. De gus-
tar, nos programarían el sábado, que era el día que
se llenaba. Con el paso del tiempo, si nos iba bien,
seríamos el grupo de base tocando cuatro días, dos
horas y media y alternando en otros bares que perte-
necen a la misma cadena de socios. Ese lugar era el
Bar La Señal y nosotros con gusto aceptamos.
	 Con Joaquín en el bass, Javier en el bajo sexto,
Luis en voz y acordeón, y yo en la batería, montamos
una lista de canciones para tocarse en una hora: Ra-
món Ayala, Pesado, Invasores y Traileros del Norte.
	 Luis, el acordeonero, a quien conocí por un
aviso de ocasión, no confirmó asistencia. Dijo que en
14
uno des sus viajes de regreso por la carretera tuvo
una visión: Jesucristo le habló al oído para decirle que
su destino se encontraba en Tampico. Ahí encontraría
el verdadero éxito que consistía en consagrarse a Él
por medio de la música, pero de la música cristiana.
Así que su respuesta a la llamada fue para abandonar
el barco, no pisar jamás Monterrey e invitarnos a se-
guirlo en su camino.
	 —Por cierto, te estoy grabando unos discos de
Jesús Adrián Romero y Marcos Witt, tal vez debería-
mos dedicarnos a ello.
Enseguida, marqué el número de Joaquín para locali-
zarlo, tampoco contestó. Salí en su busca. Su madre
dijo que andaba en ciudad deportiva, corriendo. Fue
tal mi asombro que llegué a olvidar la renuncia de
Luis y comencé a pensar que Joaquín quería estar en
buena forma para los futuros eventos.
	 —Oye hermano, ¿ya estás listo?—Joaquín pasó
de largo.
	 —Es que no voy a continuar con el proyecto.
	 — Pero, ¡¡¡hoy es el debut!!!
	 —Lo sé, cancela, mejor cancela. Tengo otros
planes.
	 — Oye hermano, pero tenemos el compromiso
con el vecino, los dueños del bar, la gente y con no-
sotros mismos.
	 —Lo siento, nos falta mucho y por ahora tengo
otros planes, por cierto, ya no me digas hermano.
	 —¿Qué otros planes?
	 —Yo no soy lírico y no puedo tocar sin leer
notas.
	 —¿Pero, y, el proyecto? Teníamos planes, que-
ríamos armar el grupo, ¿no recuerdas?
	 —Lo siento, además no sólo es eso, sino ¿qué
es eso da andar tocando en pinches cantinas?
Telonero Erick Pérez Serrano
15
	 —Es por la lana, aquí ganaremos dinero, yo sé
que no es lo mismo que un concierto de música clási-
ca.
	 Empezaremos de cero y poco a poco vas a ver
que si jalamos parejito no tardarán en llegar las ofer-
tas, ¡piénsalo!
	 —Nel compa, no se hace, aquí termina esta
onda guajira y amigos como siempre.
Al llegar a casa revisé varios mensajes: eran de Javier.
Dijo que no iría porque se encontraba mejor en las
percusiones con un grupo de la Carranza, los Tro-
pi-Onda, que no le llamara. El otro mensaje fue del
vecino, preguntaba que si íbamos a ir, que ya nos
esperaba. Le contesté que sí, que no se preocupara,
Para pronto, lo primero que se me ocurrió fue con-
seguir músicos emergentes, otra vez, por medio de
los avisos de ocasión: un bajista que llegara puntual,
igual un bajo sexto que detestara las percusiones y
un acordeonista anticristiano. Después de conseguir
y decirles la dirección del bar, quedamos de vernos a
las 7 de la tarde.
	 Llegué al bar. El único que estaba allí era el
vecino y me pregunté si este chavo no sería hermano
de Sergio “el Bailador”, pues nunca fallaba y siempre
estaba al pie del cañón. Poco a poco los demás se
presentaron y en dos-tres patadas nos pusimos de
acuerdo. Les pregunté si traían las canciones de la
lista, mínimo: “Hay unos ojos”, o “Abeja reina”. Yo les
marcaría la entrada y que el del bajo sexto me indica-
ra para terminar la canción.
	 Nos instalamos. El presentador, que también
hace de DJ, preguntó por el nombre del grupo, como
no teníamos atiné a decir:
	 — Somos el grupo Sendero Norte.
16
	 Sendero es la avenida que tomamos para lle-
gar al bar. El DJ nos anunció con ese nombre e inicia-
mos con la canción “Abeja reina”. La gente comenzó
a bailar. Eso, al igual que el bar, era una buena señal.
	 Algunas voces de entre el público comenza-
ron a solicitar canciones de Pesado, Intocable; unos
gritaban “Baraja de oro”. El DJ llegó entre los gritos
de la gente y mientras nosotros, Sendero Norte, de-
cidíamos continuar con “Sergio el Bailador” (en honor
al vecino) o “Mi piquito de oro”, para prender a la
raza, él, muy profesional, pide que no nos salgamos
del set. El DJ me sugiere que mejor le digamos otro
nombre porque ése es el que va a tener su grupo. El
vecino le contesta que si todavía no tiene el grupo,
el nombre nos pertenece. El DJ está de acuerdo, pero
insiste en que aún hay un problema; el de la barra es
hermano del dueño del bar y está en su grupo, así
que lo mejor será pensar en otro nombre.
	 —Anúncianos como La Base —le digo en tono
serio—. Somos La Base—. Les comenté a los nuevos
integrantes que así nos llamaríamos porque soy el
único de los miembros originales, los demás asintie-
ron.
	 —Muy bien, Base, ¿con cuál siguen? —, pre-
gunta el DJ.
	 —“Mitad y mitad” de Pesado—, ordené al veci-
no, que como buen asistente, sostuvo firmemente la
lista en sus manos.
	 —¿Ah, sí?, pues le tendrán que echar muchas
ganas, porque ¿si ven a aquel que está sentado en
una de las últimas mesas? Ese es Beto Zapata y no le
pueden quedar mal.
	 —¿Quién es ese güey? —, dice uno de los emer-
gentes cuando un mesero se presenta con una cubeta
llena de botellas de cerveza y dice:
Telonero Erick Pérez Serrano
17
	
	 —Cortesía del hermano del dueño— y destapa
cinco cebadas.
Yo le aclaro al emergente quién es Beto Zapata; el me-
sero, que al parecer escuchó la plática, les dice que
ese gordo que está con dos muchachas al final de las
mesa, no es Beto el de Pesado, porque Beto tiene los
ojos verdes. Nosotros, por ese instante llamados La
Base, pensamos que se trataba de una provocación
y que intentaron pasar por alto la presencia de Beto
Zapata y sus grandes ojos verde esmeralda.
	 Terminamos “Mitad y mitad” entre aplausos y
gritos de otra. Como parte de episodio de novela de
Emily Brontë, una vez más, llegó el DJ:
	 —Saben chavos, llegaron unos morros y quie-
ren hablar con ustedes.
	 —Pues ¿qué pasó?—detrás del DJ, se encontra-
ba un tipo alto que daba miedo igual que Jason el de
Viernes 13.
	 —¡Ya valió! —dijo el vecino—, aquí tendremos
un conflicto.
	 De inmediato verifiqué con la vista la salida de
emergencia pues temía, debido a los posibles golpes,
terminar sin un ojo como Arnulfo Jr.
	 —Será mejor que se cambien de nombre, estos
chavos son del grupo La Base.
Jason sacó de su ropa unos papeles y unas creden-
ciales:
	 —Miren camaradas, llevemos la fiesta tranqui-
la. Tenemos los derechos del nombre porque está
registrado por nosotros.Miren: son recortes de perió-
dico, hemos alternado en varios masivos. Aquí están
nuestras credenciales, estamos sindicalizados, ¿cómo
ven?
	 El vecino tomó una cerveza de la cubeta, la
destapó:
18
	 —Ten camarada, discúlpanos, no sabíamos.
	 —Bueno —dijo el DJ—, ¿cuál sigue? Ya sólo diré
la rola y no diré el nombre del grupo.
	 —“Hay unos ojos”, de Ramón—, dije pensando
también en los de Beto Zapata y en los míos que sa-
nos y salvos quedaron.
	 Luego de interpretar la canción, una vez más,
entre aplausos y otras, nos dicen que estamos pro-
gramados para el sábado siguiente. Los sin nombre
salimos del bar La Señal con la idea de planear el fu-
turo inmediato.
	 —¿Cómo ven?¿Le entran?, —les comenté a los
emergentes—, vamos comenzando, pero dentro de
poco estaremos tocando de miércoles a sábado, cua-
tro horas, buena paga…
	 —Nel, chavos. Yo pensé que este proyecto era
para las ligas mayores, no estoy para andar en bares,
es mucha desvelada.Mejor la vemos y si requieren al-
gún consejo, ya saben, estoy a sus órdenes.
	 Luego el del bajo sexto entregó su tarjeta de
presentación mientras acomodaba su instrumento.
	 —Yo vine a ver cómo estaba el rollo. Tengo
una banda con mi familia, es para bodas y quince
años. No le entro. Sólo puedo ayudarles para un paro,
no para quedarme; no me paguen, con las cervezas
basta.
	 —Bueno, pues yo sí le entro—era Sergio, el
vecino—, puedo ser tu representante, tienes mucha
capacidad.
	 —Ya veremos—contesté. Era casi madrugada,
me despedí en silencio y en ese momento sentí que
las lágrimas comenzaban a amenazar mi rostro.
Telonero Erick Pérez Serrano
19
I wanna be your boyfriend
Se dirigieron a Torreón a incendiar la ciudad con su
ruido. “El Negro” era amigo y roadie de los Rotten-
Heads. Después de quince tocadas en Ciudad Guada-
lupe, les llegó la invitación para presentarse fuera de
la ciudad. La gente que pasaba cerca de ellos en la
central de autobuses, hacía ese gesto de cuando algo
huele mal, pero a ellos eso los tenía sin cuidado: eran
punks.
	 “El Negro” además de roadie, tenía la verda-
dera intención de escribir sobre eventos locales, en
especial de la escena punk. Ya colaboraba en el pe-
riódico El Sol, a donde enviaba sus textos que nunca
fueron publicados.
	 Por la carretera juntaron para comprar cerveza
y cigarros. Convencieron al conductor de que parara
donde viera un Oxxo o Súper 7. “El Negro” y el Gino
fueron los encargados de surtir la mercancía. Los jó-
venes emisarios se dejaron caer con un cargamento
de botes de jugo de naranja y botellas de vodka.
	 Una vez que pisaron La Comarca, no hubo
quién los recibiera salvo unos granaderos. Retenidos
en alguna parte de la central, Negro y los Rotten se
dieron a la tarea de llamar a los organizadores. Des-
pués de varios minutos, uno de ellos le mostró el per-
miso a los policías, quienes al leer el documento los
dejaron libres.
	 —Revisión de rutina, no se preocupen.
	 El toquín había iniciado, así que cada quien
tomó su rumbo. Gino y Negro se quedaron a la entra-
da.
	 —Vayamos por unas frías, ya vi dónde.
	 Afuera del local carretones cargados con hie
20
leras ofrecían el producto. Gino compró dos mientras
Negro preguntaba al cadenero el orden de aparición
de las bandas.
	 —En la tocada cierra Arcángeles.
	 —¿A qué hora tocarán los Rotten?—, preguntó,
pero ya no escuchó la respuesta pues Gino lo jaló para
que fueran a ver algo. Lo que vieron allá afuera era
nada más y nada menos que las chicas de Torreón.
Un precioso ramillete de flores nunca antes visto por
los ojos del Negro y de Gino.
	 —¿Qué onda?, ¿Te lanzas tú o me lanzo yo o
nos lanzamos igual?
	 —Espera, no me decido por ninguna, cualquie-
ra está preciosa.
	 Negro pensaba que su mejor amigo era un
peso en la bolsa. Así que él y su cuate fueron a invi-
tarle una cerveza a una princesa rubia de ojos azules
que le puso el ojo cuando Gino lo enteraba. Comenzó
preguntando a cuáles grupos iba a ver y que si cono-
cía a los Rotten.
	 —No sé quiénes sean, yo vengo a ver a los
Arcángeles.
	 Dicho esto, enseguida llegó un tipo con un par
de cervezas y se posó detrás de la princesa. La abra-
zó.
	 —Mira, él es mi novio, es de los Arcángeles y
es el cantante.
	 “Chin, tiene dueño”, pensó “el Negrito” con el
rostro desencajado. Así que para no quedar mal con-
sigo mismo, los invitó a posar para la cámara. Por su
mente no pasó la idea de quitar el dedo del renglón. 	
Terminó y entró al recinto con su mejor amigo bus-
cando a Gino “Paletas”. Ahí vio que los Rotten platica-
ban con el cadenero del evento.
Telonero Erick Pérez Serrano
21
	 Después de la fallida conquista, un ruido le ta-
ladraba la cabeza (no era una rola de DeadKennedys,
sino su fracaso como galán del periodismo).
	 Una voz que escuchó por las bocinas lo distra-
jo de sus pensamientos, anunciaban el fin del evento:
Arcángeles.
	 Como respondiendo a un mensaje telepático,
los Rotten coincidieron a un lado del escenario.
	 —¿Qué onda, no tocaremos nosotros?
	 —Al parecer sí. No creo que nos hayan traído a
nada.
	 Las luces se apagaron. El ruido de un teclado
en do mayor cubrió el lugar. Era la presentación de
Arcángeles. La gente se arremolinaba. Silbidos, gri-
tos, cervezas al aire. Una machacante batería vibraba,
seguido de una distorsionante introducción de gui-
tarra para tocar una de los Rotten: “Ratas al timón”.
Quedaron sorprendidos. La gente metida al slam y
ellos congelados. El grupo sonaba demasiado bien. 	
La sorpresa que se llevaron fue por ello y porque las
canciones que siguieron eran las mismas de las de los
Rotten, algo que los Arcángeles anunciaron como sus
composiciones. Los reclamos no se hicieron esperar:
	 —Te equivocas, —les decían—ésas son las ro-
las del Arcángel—. Si siguen con esa actitud los va-
mos a echar, además ustedes no vienen en el flyer.
Somos invitados especiales. El lugar está lleno, quie-
ro que nos regresen el dinero para los pasajes.
	 La voz de los Rotten se perdió entre la algara-
bía. Eso fue todo el diálogo entre punketos y parte
del staff de Arcángeles antes de que los echaran del
lugar. “Pues que se queden con su tocada, nos re-
gresamos a Monterrey”. Y las ganas de incendiar la
ciudad con su ruido se fueron por un tubo.
22
	 Negro regresó al evento a buscar a su princesa
sin importarle que tuviera dueño. De algo tendrían
que servir el dinero y tiempo invertido. Se imaginaba
una vida juntos, escuchando el nuevo disco de Joey 	
Ramone y perdido entre las retinas de ese hermoso y
profundo mar de color azul, de fondo escuchaba esa
única joya del punk rock que dieran al mundo Los
Ramones, su banda favorita, la emblemática: I wanna
be your boyfriend. El concierto seguía su curso. No
quería perder la cabeza por su amor (al parecer se
había enamorado). La encontró en primera fila, entu-
siasmada, coreando las canciones de su novio. Negro
la abordó queriendo pedirle que fuera su novia pero
en lugar de eso, y por algo completamente descono-
cido, lo que el bardo le dijo al oído fue que el grupo
era uno de los mejores de la escena, que él era un
buen fotógrafo y que sería bueno que si llegaran a
necesitar a alguno, podrían contar con sus servicios. 	
Negro no le apartó la vista hasta escuchar respuesta.
Pero ella no le entendió, lo miró a los ojos y le dijo:
	 —Sí, mándame las fotos o se las dejas a mi
novio—. Se dio la media vuelta y continuó eufórica
disfrutando del concierto.
	 Al escuchar esto, Negro se fue retirando lenta-
mente. A lo lejos observaba petrificado el concierto.
Enseguida, guiado por un impulso, comenzó a tomar
fotografías. En cada disparo se decía entre dientes
por qué no le había declarado su amor. Al tomar la
última foto, guardó su cámara y salió del concierto. Al
sentir el aire fresco y al encontrarse con sus amigos
los Rotten, regresó a la vida y se sintió muy bien.
Telonero Erick Pérez Serrano
23
Cumpleaños
Maribel y yo llegamos a tu casa. Eran las diez de la
noche. Celebrabas tu cumpleaños con un grupo de
rock. Yo quería conquistarte por medio de la músi-
ca. Alguna vez te dije que era baterista. Aprovecharía
para pedir una oportunidad de tocar con la banda y
entonces declararte mis sentimientos.
	 El grupo tocaba “De música ligera”, una de mis
favoritas, por su sonido, letra y potencia: “Ella dur-
mió/al calor de las masas/y yo desperté/ queriendo
soñarla/ algún tiempo atrás/pensé en escribirle/que
nunca sorteé/las trampas del amor”.
	 Me veía desde la distancia ocupando el lugar
del de los tambores. El baterista era uno de los me-
jores de la ciudad. Lo que no me gustaba era que en-
tre canción y canción hacían una pausa de casi cinco
minutos. Aprovechaban para afinar los instrumentos,
enviar saludos, fumar un cigarro o darle un trago a
sus bebidas.
	 Llegaron las hamburguesas. Regresaba del
baño y traías una botella de vino. Llenabas las copas.
Estuve a punto de pararme y darte un beso. Que de
una vez supieras mis intenciones. Consideraba que
un tipo como yo no se anda con rodeos; habla directo
y toma al toro por los cuernos. “Total, no pasa nada”,
me dije, pero me contuve. Por un instante llegué a
pensar que esto era una locura: nos conocimos esta
semana, el lunes, en nuestro primer día de trabajo, y
ya para el viernes nos invitabas a tu fiesta. Le dije a
Maribel que iría por un par de cervezas, que decir eso
para mí significaba ir a buscarte, pero no te encontré.
Era una noche fresca de mayo, tu signo zodiacal es
24
	 Tauro y las Tauro se caracterizan por ser pa-
cientes, de buen corazón y cariñosas, por eso me
gustaste.
	 De pronto vi que platicabas con los musique-
ros, entonces me miraste. Hacías guiños y abrías los
brazos como preguntando qué onda. Comenzaste a
decirme ven, con tus manos. No sé qué fue lo que me
pasó que fingí no verte (característica de mi signo) y
entrecerré los ojos buscando nada hacia otro lado.
	 Por el micrófono leías tus poemas. Hablaban
de desamor. Maribel con la lectura reaccionó y me
tomó de la mano. Suspiró. Mi corazón — que te perte-
necía, se sintió entre la espada y la pared. Comencé
a sudar.
	 —¿Irás con el grupo? Quiero verte tocar—, co-
mentó Maribel.
	 —Creo que no es momento—, le dije, sintién-
dome el baterista de Maná tocando “Coladito”, cuan-
do me paraba de nuevo para ir por más cervezas a la
hielera. Mientras tanto, tú te veías hermosa enfunda-
da en tu vestido negro.
	 Algunos invitados comenzaron a abandonar la
fiesta. Los acompañabas para despedirlos. El grupo
tocaba y en la pausa pidieron las hamburguesas.
	 —Me encantan los bateristas, pero si no vas
a tocar podríamos estar mejor en otra parte—, dijo
Maribel, quien provocó sensaciones agradables en-
tre hormigas y mariposas que invadieron mi cuerpo,
pues me hablaba al oído.
	 Fui por dos cervezas más. A ella no le di nin-
guna. Le dije que esperara un momento, que ya nos
íbamos. Entonces me metí a la sala. Pedí el teléfono.
Llamaría a un taxi. Te buscaba.
	 Tomé el teléfono, fingí marcar, colgué. Afuera,
Maribel. Entonces no aguanté más y pregunté por ti.
Telonero Erick Pérez Serrano
25
	 Quería despedirme. Miré tu habitación, en al-
gún momento pensé que me esperabas en tu cama
con tu vestido negro, un par de copas y la botella de
vino. Fue el momento en el que decidí quedarme. Que
Maribel se desesperara y tomara el ecotaxi, el ruta
115 o que se fuera caminando.
	 Pero no fue como yo pensaba. Tu mamá dijo
que el vino te hacía mal y habías tomado demasiado.
Hacía tiempo que te llevaron a tu cuarto a dormir.
Sólo esperaban que terminara todo para recoger y
descansar. Ante la imposibilidad de decirte que me
gustabas, de una manera brusca y sin pensarlo tanto,
me decidí por Maribel. Tomaría al otro toro por los
cuernos y ya con tanto toro, dejé de sentirme el bate-
rista de Maná, para creerme Eloy Cavazos. Pensé en
la invitación de Maribel, estar mejor en otra parte. Tú
sabes, ¿no? ¿Qué harías en mi lugar? A ella también
le gustaba la música y el rock and roll. Pero algunas
ilusiones viajan en castillos de cristal. Salí al patio.
Demasiado tarde. Maribel besaba al baterista.
	 Lo demás es agua pasada. Maribel fue novia
del mejor baterista de la ciudad, pero no por mucho
tiempo. Ahora es tu prometido y hacen los preparati-
vos de su boda. Yo toqué la batería en varios grupos.
Puros pleitos. Por eso mejor formé el mío: mi grupo
de escritores. Ahora escribo. Con el fanzine llevo va-
rios meses. Eso también lo sabes: música, cultura,
política y deportes. También tengo problemas, pero
son diferentes. Acá el temor es que los anunciantes
no te paguen a tiempo, en la fecha señalada.
	 Ahora cubriré el evento de tu enlace, de aquel
amor. Es también tu cumpleaños, de música ligera,
darán hamburguesas, nada nos libra, tocará la banda
de tu casi marido, nada más queda y me acabo de to-
26
mar una aspirina, pues en mi cabeza retumba aquella
mítica canción de la banda argentina. Felicidades.
Telonero Erick Pérez Serrano
27
La triste e increíble historia de Los Extraterrestres de
Nuevo León
Aunque todavía no eran un grupo, Los Extraterrestres
de Nuevo León, fueron un proyecto que nació de la
amistad entre Emilio y Rafael. Fue en el evento que
tuvieron en el pueblo mágico de Santiago que cambió
sus anodinas vidas. Rafa aceleraba, no por el compro-
miso en sí, sino por el rumor de que ahí se aparecían
platillos voladores y él, con sumo interés, quería te-
ner esa experiencia.
	 Rafael y Emilio se conocieron desde niños y
ambos tenían interés en el fenómeno extraterrestre,
pero cada quien a su manera. También a esa tem-
prana edad mostraron su inquietud musical; él escu-
chaba música clásica y vivía viendo los programas de
Jaime Maussan pues creía en los ovnis y los encuen-
tros extraterrestres, mientras que Emilio se dedicaba
a escuchar estaciones de radio de música grupera, su
inquietud marciana nació por la lectura de los libros
de El caballo de Troya y alguno que otro ejercicio li-
terario. Un programa de televisión llamado TVRock
hizo que este par de adolescentes cayeran seducidos
por la música de la década de los ochenta. A partir de
ese momento crucial decidieron reunirse para crear
sus propias composiciones que tocarían, según ellos,
en fiestas y reuniones.
	 Rafael intuyó que ese día sería algo especial
pues al llegar la noche con toda seguridad tendría su
experiencia con el fenómeno OVNI. De hecho Rafa no
desaprovechó la oportunidad para contar lo que en
sus sueños veía de manera nítida naves extraterres-
tres que lo despertaban y lo hacían sudar frío.
28
	 —Es tan clarito. Se posan sobre el techo de mi
casa y yo puedo verlas a través de mi ventana. Estáti-
cas, giran sobre su propio eje. Dirigen una luz blanca
sobre mi cuarto y van por mí. Salgo disparado en un
movimiento denso. Ojalá que algún día puedas tener
esta experiencia; ver las naves y las estrellas.
	 Y mientras Rafael se enfrascaba en su tema,
Emilio también tenía lo suyo. Muy dentro de él quería
ser como Lalo Mora. Le inspiraba la vida en el campo,
y de llegar a viejo, se retiraría a algún rancho. Pero
volviendo al tema de Lalo, a Emilio le atraía la histo-
ria del señor Mora desde antes de que le gustara el
rock. Sus canciones eran las que escuchaba su padre,
las mismas que se fueron quedando guardadas en el
subconsciente.
	 Emilio pensaba que al igual que a Lalo Mora, a
ellos también les gustaba la idea de ganarse la vida
por medio de la expresión musical. Alguna vez escri-
bió un cuento que había olvidado, en el que retrató
muy a su manera la historia de los Invasores de Nuevo
León, el relato se titulaba “Las insólitas imágenes in-
vasoras sobre la aurora”: Lalo Mora se levantaba muy
temprano a darle de comer a los marranos cuando,
en una de esas madrugadas de frío, expresó su deseo
de ser un cantante exitoso. De pronto Lalo Mora Her-
nández escuchó una voz que provenía de una nave
extraterrestre, algo muy común por aquel lugar:
	 — Lalo, Lalito, escucha lo que vamos a decirte:
tú serás grande, te vamos a ayudar; arma tu grupo y
bautízalo con nuestro nombre.
	 — Cómo, ¿le pongo los marcianos?
	 — No Lalo, no seas tan directo y específico.
Escoge una palabra que nos englobe, piensa en un
concepto.
Telonero Erick Pérez Serrano
29
	 —Pues tendré que pensarlo mucho, con tanto
trabajo ¿ustedes creen que tenga tiempo para eso?
	 —Lo tendrás si lo que quieres es la gloria—.
Los marranos se pusieron nerviosos pues comenza-
ron a hacer mucho ruido.
	 —Ok, pensaré en un nombre, ahora les pido de
favor que me dejen en paz.
	 —Ya estás, una vez que hayas hecho lo que te
decimos verás cómo cambia tu suerte, pero recuer-
da, no todo será felicidad. Deberás de aprovechar al
máximo las mieles del triunfo. Como ustedes los mú-
sicos no están preparados para semejante empresa,
después de determinado tiempo entrarán en conflicto
y el grupo por sí solo se desintegrará, ¿de acuerdo?
	 Entonces Lalo no dijo nada, es decir, no les
creyó, y continuó dando de comer a los cerdos que no
estaban nerviosos sino hambrientos.
	 Lalo Mora durante muchos años pensó en ese
encuentro. Llevaba esa espina clavada en su ronco
pecho. El muchacho creció y en su etapa adolescente
ya tocaba el bajo sexto. Así como aquella voz le ha-
bló, así aprendió a tocarlo: de puro oído. Formó un
dueto con su amigo Lupe Mendoza. Sin descuidar las
labores del campo ambos muchachos ensayaban en
secreto. Escuchaban canciones que transmitía la XET
y de esa emisora les llegó la oportunidad. Lupe y Lalo
habían grabado un demo que enviaron a las oficinas
de la estación, y más pronto que tarde, les mandaron
llamar.
	 La radio se ofreció a apoyarlos. Armaron una
promoción para ponerle nombre al grupo y el ganador
recibiría de los músicos, Lalo y Lupe, una serenata ran-
chera romántica. Las llamadas no se hicieron esperar
y lo que nadie supo fue que Lalo, de su mismo bron-
coaspirado pecho, sacó aquella vieja espina enterra
30
da con el ser de otro planeta. Le dijo a su compañero
que si de favor se lanzaba por las cervezas mientras
él preparaba el platillo favorito de los dos: guisado
de calabaza con elote. Lo que no sabía Lupe era que
Lalo, fingiendo la voz, hablaría a la estación propo-
niendo el nombre que todos sabemos: Los Invasores
de Nuevo León. Al poco tiempo el éxito no se hizo
esperar. La profecía se había cumplido y no sólo Lalo
tuvo su exitoso grupo sino que también se hizo autor
de las mejores melodías que a través de los años aún
se conservan en el cariño de la gente: “Distancia mal-
dita”, “Frontera chiquita”, “Mi casa nueva”, “¿Para qué
te explico?”, “Estrella de la oración”, todas ellas con
alusión a aquel extraño encuentro y con un mensaje
encriptado que sólo algunos conocedores y amigos
muy allegados podían descifrar. Tiempo después, y
de acuerdo con las palabras de los extraterrestres, el
grupo llegó a su fin.
	 Después de repasar el cuento que se sabía de
memoria, sobre todo la receta del guisado de calaba-
za y elote debido a que ya hacía hambre, y porque al
igual que el grupo de Lalo, el de ellos tampoco tenía
nombre, Emilio no le mencionó nada a Rafael porque
Rafa, en ese instante, se detuvo en el lugar llama-
do “La cueva de los murciélagos”, paró ahí no por la
cueva sino porque el cielo que se miraba desde ese
punto era el mismo en el que visualizaba sus abduc-
ciones, lo cual indicaba la posibilidad de un verdade-
ro encuentro extraterrestre.
	 Emilio se preguntaba qué pasaría si llegaran
a ver esas naves, ¿qué haría Rafael al estar frente a
frente con esos platos giradores? ¿Qué haría Emilio?,
¿les ofrecerían éxito y fortuna igual que a don Lalo?
Prefirió dejar el asunto por la paz y le sugirió a Rafa
Telonero Erick Pérez Serrano
31
que arrancara. Retomaron la ruta, y a gran velocidad
iban preparados para cualquier encuentro.
	 En el lugar del evento, el festejado y sus invi-
tados se encontraban bebiendo cerveza light. Unos
jugaban futbol, otros, cartas. Cerca de donde toca-
rían había una base de concreto con un asador. Al
lado, leña apilada. Un señor bajaba utensilios de una
camioneta. Los (incipientes) Extraterrestres de Nuevo
León se instalaron y probaron sonido. Comenzaron a
tocar lo mejor de su repertorio. Los invitados dejaron
de jugar. Poco a poco se fueron acercando. Debido a
la euforia de las notas y el alcohol, les pidieron una
canción tras otra. La verdad Rafael y Emilio sonaron
firmes, compactos, macizos. El señor de la camioneta
dejó su quehacer para verlos. Su anfitrión arrimó una
caja de cervezas. La cena estaba lista. El señor de la
camioneta y los utensilios servía carne asada y barba-
coa. Pararon para formarse en la fila. Agradecieron la
pausa y la hora de la cena. En la fila les comenzaron
a preguntar si traían tal o cual canción. No faltó quién
les tomara la foto.
	 Al terminar de cenar reflexionaron sobre su
carrera. Al ver la buena reacción de la gente, Emilio
mostró interés en componer más canciones, pensaba
en comenzar a cobrar y grabar un demo, pues dadas
las circunstancias, al igual que Rafael, no descarta-
ba un encuentro extraterrestre por aquellos lares así
como pasó con Lalo en el cuento que escribió.
	 El tiempo transcurría entre cerveza y humo
de cigarrillos. Un tipo se acercó demasiado a Rafa.
Quería cantar con él. Otros comenzaron a tomar los
instrumentos. Rafa les dijo que tranquilos. La cosa,
como era de esperarse, se salió de control.
32
	 —Párenle ya— gritó Rafa. Aquello era una es-
cena mala copa. Los amigos del festejado se enoja-
ron.
Argumentaban que ya les habían pagado. El amigo de
Rafa se acercó. Organizó su fiesta vendiendo boletos:
música, cerveza y carne asada. Los (neófitos) Extrate-
rrestres de Nuevo León no estaban enterados.
	 Mientras el festejado trataba de justificarse,
una botella de vidrio estalló entre los pies de Rafa.
	 —¡Que toques! —le ordenaron. De pronto la
inercia. Sabían se acercaba una buena gresca. El fes-
tejado pidió que continuaran tocando, pero ellos que-
rían salir huyendo de ahí. La calentura por la discu-
sión provocó que un puño atravesara la cara de Rafa.
Luego, aquello fue gritos, alegatos y confusión. Los
Ex volaron literalmente hacia el coche, sin importar-
les sus instrumentos. En el caos tumbaron una cerca
y tomaron carretera.
	 Despertaron sobre la orilla a pleno sol del si-
guiente día. Traían golpes en el rostro, se dolían de
las costillas. Rafael traía rasguños, raspones y la boca
rota. Emilio sólo recordaba que vieron una luz blanca
brillante delante de ellos cuando ocurrió el accidente.
	 La prensa y algunos aledaños dicen que choca-
ron contra un camión lleno de sandías. Ellos sostie-
nen que tuvieron un encuentro extraterrestre. Y así
nació la leyenda.
Telonero Erick Pérez Serrano
33
Una lengua en mi pensamiento
Mario se enteró por una revista sobre los dotes de
seducción del bajista de Kiss. Encontró que el músi-
co había metido bajo las cobijas a más de cinco mil
mujeres y tenía un registro de cada encuentro con
fotografías que él mismo tomaba. Cada mujer que
conoció su lengua enseguida se hizo su mejor amiga.
Según el texto, esa lengua—sometida a un injerto de
vaca— medía más de cincuenta centímetros.
	 “No importaba ser feo, con una lengua de ese
tamaño y la cartera llena de billetes, las mujeres lle-
garán volando”, pensaba Mario. Al terminar de leer
la nota, se preguntó, cómo él, un experimentado te-
cladista, estaba terminando su vida atorado en esa
maldita banda mediocre. Arrojó la revista al cesto de
basura y salió del baño.
	 A la hora de la cena tenía que ambientar con
música tranquila. Ése era el momento en el que Mario
se mostraba ante su público. ¿Y qué recibía a cambio?
En años anteriores mínimo el aplauso, la felicitación
personal de algún padrino o de los mismos novios
solicitándole otra interpretación.
	 Mientras acomodaba las partituras comenzó
a brotarle una serie de preguntas, recordando lo re-
cientemente leído: “¿Qué sería de mí si me opero la
lengua? ¿Dejaría de utilizar cubiertos? ¿Comería tran-
quilamente un helado sin que se me escurra por los
dedos? ¿Me pagarían más por sacar la lengua, escupir
fuego y vomitar sangre? ¿Tendré más de cinco mil
mujeres en mi litera?”.
	 Laspreguntasbrotabandesucerebro,sinembar-
go, Mario no interpretaba sus canciones. Sus compañe-
34
ros se le quedaron viendo para que empezara y no lo
hizo.
	 Sin aviso alguno, desconectó el teclado, reco-
gió sus cosas, dio media vuelta y abandonó el evento.
En su cabeza retumbaba una pregunta: “¿Cuánto cos-
tará una vaca?”.
Telonero Erick Pérez Serrano
35
Un hombre sin baquetas
El hombre de la cabellera larga cruzó las calles sin
tomar precaución alguna por la lluvia. Semáforos en
rojo y el paso de coches a gran velocidad no impidie-
ron su camino. Este individuo de cabellera larga que
bailaba con el viento y en la cual se asomaban algu-
nas canas, sostenía un libro bajo el brazo. El motivo
de la carrera del melenudo personaje, fue una casa
lejos de allí, que emitía un ruido fuerte y distorsio-
nado. En ese lugar un grupo de jóvenes vestidos con
camisetas negras aporreaban unos instrumentos, en-
sayaban sus creaciones a ritmo de heavy metal.
	 Los jóvenes de la casa ruidosa eran unos con-
vencidos de que el género pasaba por una seria de-
cadencia y trataban de revivirlo. Estos seguidores del
metal son una legión atípica de entre los demás músi-
cos: son fieles conservadores de su estilo, no admiten
un descalabro a sus grupos favoritos y no perdonan
disco malo.
	 Hacía frío y seguía lloviendo. El hombre, ya
con la ropa empapada, aprovechó el camuflaje que
ofrecía el agua para orinarse en los pantalones y así
calentar sus pies ya que se encontraba descalzo. Al
individuo le comenzó a temblar la mano que sostenía
el libro y una lágrima acompañó las gotas de lluvia
que resbalaban por su mejilla. Llegó con los mucha-
chos—quienes ensayaban en el porche—se agarró del
barandal y en alguna parada de los músicos aprove-
chó para decir:
	 —¡Baterista, te hace falta seguridad y contun-
dencia! ¡Da golpes fuertes, firmes! Pon el alma de por
medio.
36
	 Los metaleros se miraron entre sí hasta que
uno de ellos lo reconoció. Murmuraba para que sus
compañeros pudieran entenderlo hasta que el mur-
mullo terminó en un grito sorpresivo.
	 —¡DAVE LOMBARDO!
	 En efecto, se trataba del mejor baterista del
mundo que dio el metal pesado. Considerado por los
críticos como el número uno debido a su golpeteo
firme, duro y a la técnica súper desarrollada de peda-
leo a doble bombo (muchos de sus fieles seguidores
afirmaban que el secreto de David se debía a que uti-
lizaba unos resortes especiales dentro de su calzado
que hacían de su golpe el mejor del orbe. La duda de
si los utilizaba o no persiste hasta nuestros días).
	 —Hey tú, ¿acaso eres el padrino del doble
bombo?—, preguntó otro de ellos.
No lo podían creer. Habían quedado atónitos, pare-
ciera ser una mala broma del destino.
	 —Tú los has dicho.
	 —¿Y qué ha pasado? ¿Dónde están tus compa-
ñeros?
	 —¿Qué, acaso no te sabes la historia? Abando-
né Slayer por falta de pago. Además que ya no aguan-
taba tanta gira. Me estoy tomando un tiempo, biblia
en mano, pues sólo soy un hijo de Dios tratando de
encontrarse a sí mismo.
	 —¿Y qué haces de vagabundo en Monterrey?
Deberías estar trabajando en otro grupo si los de Sla-
yer no te están pagando—, continuó diciendo el in-
quieto muchacho.
	 —Misteriosos son los caminos del Señor. Yo he
optado por seguirlo para purificarme y ser otra perso-
na—, exclamó el poderoso baterista.
	 —No entiendo, si tienes tanto talento ¿qué ha-
Telonero Erick Pérez Serrano
37
ces en Monterrey?—,preguntó insistente otro de los
metálicos.
	 —Las presiones me obligan. Soy un creyente y
estas palabras me han traído hasta aquí—,Dave Lom-
bardo elevó al cielo su libro sobaqueado—. Es el libro
En la carretera de Jack Kerouac, escrituras sagradas
para miles de personas en los Estados Unidos.
	 —¿Y de qué trata ese libro?
	—En la carretera es un libro poderoso. Pues
bien, un ejemplar de esta biblia debería estar en to-
dos y en cada uno de los hogares regiomontanos.
	 —¿Sólo de Monterrey?—, atinó a cuestionarle
uno.
	 —Bueno, de Monterrey, de México y del mun-
do. Es un libro que te abre las ventanas en busca de
tu liberación personal. Sabiduría, en otras palabras.
¿Y qué es la libertad? Jóvenes, la libertad es el campo
por dónde se mueve la razón, es el motivo por el cual
ustedes y yo podemos comunicarnos a través de la
música y de la palabra. Yo, después de leerlo, me he
lanzado a trazar el recorrido que hicieron los grandes
maestros beats, pero, a diferencia de ellos, yo lo hago
caminando. Ya saben, estamos para llegar más lejos
que nuestros guías.
	 —Oye, David, ¿y por qué mejor no te haces es-
critor? Si te gusta leer, con todo lo que has vivido
podrías escribir una buena historia, inclusive, aquí
podrías solicitar una beca al Centro de Escritores.
	 —Ni de broma. Sé cómo se mueven los gre-
mios y andar pidiendo becas no es lo mío.
	 —Bueno, decía nada más como comentario.
	 Después de estas preguntas, los chicos invita-
ron a pasar a David para que no se dieran cuenta los
vecinos y así evitar un alboroto. Estar con una mega
estrella del metal en Guadalupe, Nuevo León podría
38
desencadenar una serie de tragedias inconcebibles
para el ambiente metalero. Cuando Dave pasó a
la casa, ellos hicieron lo posible por continuar con
su ensayo y pasar desapercibidos. Sin embargo, el
muchacho que hizo la pregunta tomó la iniciativa e
invitó a David a tomar asiento. Le ofreció un trago
de caguama al maestro y pidió lavarle los pies con
agua tibia, cosa que David no aceptó, pero el trago sí.
	 —Pueden mejorar. El destino y la palabra del
maestro me han traído hasta ustedes. Si medan opor-
tunidad, en este preciso momento podemos armar
una banda, y si siguen mis consejos podemos llegar
muy lejos.
	 Y antes de que los muchachos emitieran pala-
bra alguna, David con la cerveza en alto, brindó por
ellos.
	 —¿Neta?—se cuestionaron. Llegaron a pensar
que se trataba ahora sí de un viejo verdaderamente
loco.
	 —Es afirmativo—, contestó David, refrescado
por el valorado líquido—. He detenido mi camino a
Linares según las escrituras.Ese ruido que hacen con
los instrumentos es maravilloso—, concluyó.
	 —Oye, David Lombardo, yo todavía no creo
que esto en verdad esté sucediendo. ¿Cómo de bue-
nas a primeras vienes a Monterrey, te encuentras en
ese estado y te presentas ante nosotros ofreciendo tu
apoyo para ser unos buenos metaleros?
	 —¡Soy el hombre sin baquetas! ¡Soy un hom-
bre de acción! ¡Soy David Lombardo y puedo hacer lo
que quiera! Tal vez pienses que me fallan los frenos
pero no es así. Me gusta que se hagan las cosas en
caliente sino se enfrían. Mira, el plan es llegar hasta
Ciudad de México y lo voy a hacer, es la ruta que vie-
ne trazada en el libro sagrado, pero un temblor en mi
Telonero Erick Pérez Serrano
39
sangre me ha indicado este lugar y me he detenido.
Ahora que estoy en su casa, he decidido hacer un
alto; terminaré mi misión con ustedes y después con-
tinuaré hasta la gran ciudad a enfrentar mi destino.
El camino es arduo, tal vez me encuentre con asal-
tos, cantinas y hermosas morenas, tal como lo dice el
maestro Jack. Son pruebas de la fe.
	 —De acuerdo, estamos de acuerdo, pero antes
de iniciar con el proyecto queremos que nos contes-
tes unas preguntas: ¿es cierto que fuiste repartidor
de pizzas?—, el muchacho que conocía de pe apa la
historia de Slayer y del heavy metal en general, se
atrevía a cuestionar al famoso baterista. Aunque Da-
vid rechazó la oferta de escribir, el joven preguntón
veía con buenos ojos acercarse al gremio de escrito-
res a solicitar apoyo.
	 —En efecto. El mejor de todos. Fue repartiendo
una pizza de salami doble queso que conocí a Kerry
King. Lo que sigue de la historia ya lo sabes.
	 —Acá también se hacen pizzas muy sabrosas,
el día que quieras David te llevamos a Josephino’s —,
interrumpió el que le ofreció el trago de caguama.
	 —De acuerdo, pero por ahora no tengo apeti-
to. Y bien, díganme muchachos, ¿por acá qué grupos
escuchan?— Para pronto uno de ellos comenzó a citar
una hilada de grupos que hicieron que el legendario
baterista soltara una carcajada.
	 —¿Y por qué escuchan un solo género? Lo que
deben hacer es no dejarse llevar por ello. Sean diver-
sos, escuchen cuanto tipo de música se les atraviese
por los oídos. Recuerden que aunque no les guste
deben tener un mínimo de conocimiento, mismo que
servirá para su crecimiento como músicos. Por ejem-
plo, yo comencé escuchando a Carlos Santana.
40
	
	 —Entonces, ¿no debemos ser fieles a un sólo
género? No me veo escuchando pop o a Britney
Spears.
	 —Lo importante es que no te vendas. Debes
tener tus principios bien definidos. Por eso le decía al
colega que debe golpear fuerte, duro, macizo, confia-
do en su fe y en su corazón.
	 —De acuerdo. ¿Entonces quieres decir que ya
armado el grupo rolaremos de gira?
	 —Así es, efectivamente.
	 —Por ejemplo, Europa, más precisos, ¿Norue-
ga?
	 —Clarines, hijo, ya sabes, Noruega es donde
se dio la mata. Sin duda visitaremos aquel país. Y qué
onda, ¿no hay más cerveza?—El baterista de la ban-
da rápido fue por otra caguama, misma que entregó
íntegra al maestro. David dejó de lado la novela de
Kerouac y dio otro largo trago.
	 —Ahhhhhhhh. Ahora bien—dijo entrando en
calor—, ¿qué me dicen del movimiento del metal por
este bello paisaje montañoso?
	 —Está muy mal, maestro. Si hacemos un re-
cuento será para dar vergüenza.
	 Y así pasó aquella primera noche. Continuaron
tomando aquel líquido que desinhibe. David les pi-
dió discreción. No dirían palabra alguna del proyecto,
sería un secreto. Como parte del acuerdo no se men-
cionaría su nombre y David acudiría a cada ensayo,
mientras tanto se alimentaría de bayas silvestres y
de la caridad de la gente de la casa. Antes de dormir,
estuvieron escuchando las canciones del grupo, mis-
mas que fueron del agrado de su protector.
	 —Puedes quedarte en el cuarto de ensayos si
tú nos muestras el camino—. David no lo pensó dos
veces.
Telonero Erick Pérez Serrano
41
	 Luego de varios días de intensos ensayos, Dave
recuperó su figura. Se había rasurado la barba y los
muchachos le consiguieron botas Dr. Martens para
que aguantara el camino y un teléfono celular por
si quería llamar a sus familiares. Durante el proceso
creativo de los muchachos se mantuvo a distancia de
los tambores, quería que su pupilo se encontrara así
mismo por medio del instrumento. Mientras él hacía
largas caminatas para no perder condición, esperaba
su regreso ahora como productor de una incipiente
banda musical, alejado de todos los medios de comu-
nicación. Sentía que el paso estaba por darse. Tenían
ya un set programado que en cualquier momento po-
dría entrar a los estudios de grabación. Pero lo que
tenía en mente David no era eso, sino programar un
concierto que lo pondría de nuevo como punta de
lanza en la escena metalera. “Una nueva visión”, diría
para sus adentros.
	 —Entonces, ¿tan mal está el movimiento? De-
ben buscar por ahí, tal vez encuentren dos tres gru-
pos que la muevan.
	 —David—comentó el dueño de la casa—, en
realidad en Monterrey sólo han existido tres bandas
representativas de poderoso metal: Mortuary, Necro-
philiac y Toxodeth.
	 —Y, ¿entonces?
	 —Todas están desintegradas y son del siglo
pasado.
	 —¡Me lleva! ¡Pero podemos hacer algo antes
que nos lleve el diablo!
	 — ¿Qué propones?
	 —Buscarlos, no tenemos otra alternativa
	—Envelopes!
	 A la mañana siguiente, después de una serie
de ejercicios y la lectura de algunas páginas de En el
42
camino, en donde Jack y Neal llegan a un barecito a
bailar mambos, David comenzó a calentar en la bate-
ría, luego llegaron los muchachos para repasar el set
para el concierto.
	 —Debemos buscar a un organizador de con-
ciertos. Alguien que nos dé garantía de éxito. Con
ustedes a la cabeza, Mortuary y Necrophiliac de te-
loneros, sin duda haremos mucho ruido—, comentó
David quien ahora se bañaba más seguido y no solta-
ba su teléfono celular.
Y así fue como se lanzaron al centro de la ciudad en
donde se encontraba un hombre que vendía casetes
de grupos de los sesentas. Se trataba del quien fuera
el mejor organizador de eventos en la ciudad de Mon-
terrey, hasta allá fueron a su encuentro las huestes de
David Lombardo.
	 —¿Es usted Mr. Talo?
	 —Claro, chavales, ¿para qué soy bueno? O me-
jor díganme, ¿ahora qué hice de malo?
	 —Tal vez no nos conozca, pero somos la ban-
da del baterista David Lombardo y queremos que nos
organice un concierto, sabemos de su trayectoria y
queremos que sea algo seguro, con garantía.
	 Los muchachos observaron los pies descalzos
de Mr. Talo y les vino de golpe la imagen de su tutor
cuando lo encontraron en la lluvia con su libro bajo
el brazo. No había duda, encontraron a la persona
indicada.
	 Mr. Talo encendió un cigarrillo, se calzó unas
sandalias.
	 —Claro que no los conozco pero a Lombardo
sí, de entre lo nuevo nada más Metallica y Slayer, ¿en-
tienden eso? Ahora bien, díganle a David que en me-
nos de una semana tiene organizado el evento. Mien-
tras, quédense un rato para que me expliquen bien
Telonero Erick Pérez Serrano
43
el proyecto y echar números. Por lo pronto ya tengo
el lugar, será en sábado en el gimnasio Factores Mu-
tuos.
	 Don Talo fue inspiración para las nuevas gene-
raciones, gracias a su legado hoy en día tocan las me-
jores bandas en Monterrey. Aunque tuvo su época de
vacas flacas, cuando le cancelaban conciertos, mucha
gente de ese entonces lo culpaba de nefasto; otros lo
admiran y respetan.
	 Después de varios minutos se metieron de lle-
no a la logística del evento: vieron detalles, cantidad
de gente esperada, precio de las localidades, renta de
equipo, venta de bebidas... y todo el trabajo que se
encuentra detrás de un concierto, no cualquier con-
cierto, aclarando.
	 Al regresar los muchachos no cabían de la
emoción. Llegaron con el maestro que se encontraba
en una llamada telefónica. Cada día se veía más recu-
perado. Le cambió el semblante al verlos y colgó.
	 —¿Qué onda? ¿Qué pasa? ¿Qué sucede?
	 —Nada, que ya tenemos fecha, será el siguien-
te sábado.
	 —Excelente, entonces ¿qué esperamos?
	 David se notaba nervioso. Al parecer su nue-
vo rol como manager lo ponía en ese estado. Era de
esperarse con el peso que cargaba a sus espaldas.
Andaba de aquí para allá realizando llamadas que in-
terrumpía cuando se acercaba uno de sus muchachos
para saber si todo andaba bien. Hasta comenzó a uti-
lizar de nuevo la lengua inglesa. Se encerraba en el
cuarto y ya no salía a dar su visto bueno a las cancio-
nes. Ok, ok, good, good, solía decir.
	 Un par de tráilers congestionaban el tráfico en
la calle Aramberri. Por primera vez en su vida, el gim-
nasio Factores Mutuos recibía tal cantidad de equipo:
44
bocinas, luces, juegos pirotécnicos entre personal de
staff y edecanes que estaban bajo la orden de Mr. Talo
quien, fiel a su estilo en sandalias, camiseta negra y
cigarrillo Delicado en mano, atendía a los medios. Era
un hecho histórico. Eso explicaba la presencia del ar-
quitecto Benavides entrevistando al maese Talo.
	 En el soundcheck se afinaron los detalles. Los
grupos compartían camerino. Cada grupo cambiaba
el set de acuerdo a gustos de última hora. Hieleras
con cerveza Carta Blanca (uno de los patrocinadores)
Pepsi (otro más de los patrocinadores) y Josephino’s
Pizzas (uno más de los patrocinadores y en honor a
los inicios laborales del grandioso baterista), invadían
el lugar.
	 Por otro lado, en la taquilla se olía un cierto
nerviosismo. David continuaba al teléfono, se le veía
en intermitentemente en backstage, hasta que de
pronto desapareció. Mr. Talo despedía a los medios
y regalaba a los reporteros la biblia En el camino. Fal-
taban dos horas para iniciar el concierto que no se
realizó.
	 Una vez más la mala organización de un even-
to masivo a cargo de Mr. Talo no fue por su culpa. El
público, en su mayoría viejos y adolescentes, abando-
naban poco a poco el lugar. Necrophiliac y Mortuary
exigieron como pago todas las cervezas que se en-
contraban en las hieleras. Los muchachos accedieron,
siempre y cuando, no tocaran las rebanadas de pizza
con salami y doble queso. La congestión del tráfico
regresó a la calle Aramberri con la presencia de los
tráilers que recogían el equipo. Al parecer alguna per-
sona de confianza y con acceso a lo recaudado en la
taquilla salió volando con el dinero. Los del equipo de
audio, al no recibir su pago, cancelaron el evento.
Telonero Erick Pérez Serrano
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	 Los tristes y deprimidos muchachos de David
se reunieron en su cuarto de ensayo. Allí encontraron
el teléfono y el libro de Jack Kerouac, uno de los mu-
chachos lo tomó y encontró un separador en el pasaje
en el cual se narraba la estadía del par de jóvenes ca-
tólicos, Jack y Neal en la Ciudad de México. Reían, se
divertían, tomaban, fumaban y bailaban mambo. En
ese momento comprendieron que el maestro Dave,
no regresaría a Monterrey y no llegaría al D.F. Verifi-
caron el registro de llamadas y una de ellas era nada
menos que del guitarra y vocalista de Metallica, James
Hetfield.
	 Días después la paz volvió a sus corazones.
La voluntad del libro sagrado se había cumplido. Los
muchachos de David continuaron tocando puertas y
comiendo pizzas. Mr. Talo parecía inmune a los ata-
ques de la prensa. Mortuary y Necrophiliac regresa-
ron al olvido. Al final, se dieron cuenta por la TV que
David —el padrino del doble bombo—cubría el asien-
to de Lars Ulrich en un par de canciones debido a
una repentina e inexplicable enfermedad del también
habilidoso baterista.
46
Buenas noticias
Sin festejar algo en especial, su familia se lo entregó
con un pequeño amplificador para que el muchacho
tuviera con qué entretenerse. Era un bajo Ibañez, de
los mejores del mercado: grande, color madera, cinco
cuerdas y un sonido poderoso. Aquel ampli parecía
estallar en cada acorde que rasgaba. Por otra parte,
Matías estaba contento entre comillas ya que Manolo
solía comentar que él quería ser guitarrista, por el
contrario, el deseo de Mati era ser el mejor bajista del
mundo, el jefe de jefes. Al no contar con los recursos
para conseguir un ampli mejor que el de Manolo se
metió a trabajar.
	 Obstinado de nacimiento, no paró hasta con-
seguir empleo de medio tiempo en un Oxxo. Mientras
ahorraba para tener un bajo y amplificador más gran-
des y mejores que los de Manuel, se inscribió en unas
clases, con ello demostraría a todos que se equivoca-
ron al regalarle el instrumento: “Ya verán de lo que
soy capaz”, decía para sus adentros. Quería aprender
lo más rápido posible así que se concentraba en evi-
tar a su amigo quien la última vez que lo vio le dijo
que ya andaba en una banda…ah cómo se le llenaba
la boca con esa palabrita…
	 Pensaba en serio que en cuanto tuviera su bajo
y su ampli mejores que los del inútil del Manolo, ar-
maría su propio grupo. Así que en su primera oportu-
nidad de tener una audición con los Tropi-Onda— un
conjunto de cumbias que detestaba Matías pero que,
sin embargo, eran los únicos a quien acudir porque
tenían un lugar para ensayar— para demostrar su ta-
lento.Le dijeron que carecía de punch, que para entrar
a ese grupo debería de tener un arsenal de canciones
Telonero Erick Pérez Serrano
47
dentro de su repertorio, estar menos tenso, moverse,
sentir la música. Pero cómo no iba a estar tenso si lo
primero que le ordenaron al enfundarse el bajo fue
que se lo encargaban mucho. Una vez finalizada la
audición, como cortesía (no se sabe si para ponerlo
en la lista negra o en la de posibles refuerzos) to-
maron sus datos con la promesa que de haber una
oportunidad él sería el elegido. Con esa ya sumaban
varias audiciones en diferentes rumbos y en ninguna
lograba colocarse.
	 Al llegar a casa con la frustración encima, su
madre le hablaba de Manolito; que se encontró a su
mamá en el mercado, ella le contó que Manolete ya
estaba trabajando en un bar. Que la señora no estaba
muy contenta con ese trabajo por las noches pero
que le servía a su hijo que siempre tuvo la inquietud
de tocar en un grupo. Matías la corregía diciéndole
que el bajista era él y que la inquietud de Manolo —el
amargoso ese— era la de ser guitarrista. Así que le
comentó que sería mejor ya no le hablara de él por-
que habían tomado caminos diferentes. Entonces su
madre cambiaba de tema, preguntaba cómo le iba en
las clases y si ya pronto le vería cristalizar su sueño.
La señora lamentaba el no poder ayudar por eso le
daba ánimo y lo invitaba a no dejar las clases y el
ahorro.
	 Con el dinero reunido vio presupuestos, mode-
los, colores, sonidos y de igual forma, no paró hasta
que compró su bajo y su ampli mejores—por supues-
to— que los del Manolo. Matías se propuso entonces
a buscar músicos para armar su —diletante banda.
Colocó anuncios en Viernes no cuesta, Gama Music
y pegó con engrudo avisos en los postes de luz en la
colonia. Pronto la casa se inundó de gente. Fue una
situación dolorosa, no encontraba a los músico con
el perfil deseado: colegas dispuestos a tragarse el
mundo de una dentellada. A cada uno parecía no
importarle lo serio de ser músico. Querían tocar sus
canciones, ejecutar sus solos, no guardaban silencio
y si había dos o tres guitarras, bateristas o cantantes
no apreciaban el momento para aprovecharlo, aque-
llo parecía una competencia demasiado salvaje. Si le
gustaba uno, éste recomendaba a su amigo si no, no
se quedaba. ¿Cuánto tiempo se llevó reclutando gen-
te? Por eso fue que desistió de la idea y retomó su
proyecto de mejor entrar a un grupo y partir de cero,
aunque fuera en el Tropi-Onda.
	 Y llegó el día. Una mañana, sin más, le habla-
ron para tocar. No era necesario tener algo listo, se
trataba de una emergencia, así que le dijeron que la
cumbia y la norteña eran ritmos suficientes. Matías
salió con su bajo, celosamente cuidado en su funda,
botas, sombrero, y directo a tomar el camión. Al pa-
sar por la casa de Manolo coincidió que él hacía lo
mismo, pero en lugar de camión,él abordaba un taxi.
	 El coraje se le pasó en la presentación. Lo felici-
taron por su desempeño, y aunque el grupo también
iniciaba, recibió la invitación formal para integrarse. 	
Fue una velada muy padre.El bar los había contratado
para tocar los viernes, recibirían paga base y un por-
centaje más si lograban encender (¿Cómo? ¿Les iban
a prender fuego con un cerillo? Quiso preguntar pero
luego entendió que era una palabra que utilizaban
cuando querían decirambientar) a la gente para que
bailara y consumiera cervezas. Ya quería llegar a casa
y platicarle a su paciente mamacita el exitoso inicio
de su carrera. Con el dinero de ese día le alcanzó para
tomar un taxi, más grade y más bonito que el que
tomó Manuela que de encontrarse y coincidir de
Telonero Erick Pérez Serrano
49
nuevo con él, sin duda lo saludaría, total, aquí no ha
pasado nada y amigos como siempre, pensó decirle.
	 Y nada pasó en absoluto. La invitación formal
que le hicieron fue cancelada debido a que el bajista
que renunció habló con los muchachos y tras perdo-
nes y súplicas lo regresaron al puesto, con nuevos
proyectos y la promesa de sacar un disco en unos
conocidos estudios de grabación. Sumamente agra-
decidos con Matías —como suele suceder—, anota-
ron sus datos, ese detalle caballeroso para no hablar
de despedida. Pero ayyy el dolor y la obstinación, esa
mezcla peligrosa que recorría sus venas lo impulsa-
ron a seguir en sus trece.
	 Seis meses más tarde, renovado, ingresó a
otra banda en la cual tuvo los mismos problemas:
ausencias, llegadas tarde, cancelaciones. Situaciones
que no dependían de él pues era un buen músico
disciplinado. Se preguntaba con seriedad qué estaba
pasando. Parecía cargar una maldición, o algo pare-
cido. Nomás no se le daban las cosas y a su amigo
el innombrable le iba de lujo. Dejó de tomar camión
para irse en taxi; ya tiene coche y por último y para
colmo de males, por su casa hay un anuncio en donde
se dan clases para bajo. La madre de Matías dejó de
contarle sobre su amigo y continuó apoyándole.
	 Una tarde que salió de clases se dirigió al
Oxxo.Desde el interior pudo verlo, tal vez Manolo
quería proponerle algo. Al parecer se alegraron de
verse. Cuando iba a saludarlo una muchacha dema-
siado guapa salió a su encuentro. Se presentaron.
	 —Es mi novia—dijo. Matías quedó en suspenso.
	 —Sí amigo, así es y dime, ¿cómo va todo?
50
	 Un dolor punzante nacía sobre su ojo derecho
que le recordó las terribles neuralgias y dolores de
muelas de su infancia.
	 —Bien, todo bien, y la música, ¿cómo vas con
el bajo? Sé que has andado en varias bandas.
	 —Lo he dejado todo, ahora sólo me dedico a
dar clases y a estar enamorado—se carcajeó—, bue-
no, ahora nos tenemos que ir, ¡suerte!
	 Matías los observó alejarse hasta formar un
punto en el espacio y desaparecer. Ya no regresó a la
tienda, pese a los gritos de su gerente pidiéndole que
regresara. Pensaba en la buena fortuna que rodeaba
a Manolo.
	 Sin más, regresó. Camino a casa, en la calle,
las cosas parecían lentas. Al llegar observó por la ven-
tana a Manolo y su novia, su madre preparaba ento-
matadas con epazote en la cocina.
	 Matías en su cuarto, se enjuagó la cara con
agua helada y se lavó los dientes con Crest Calcident
para quitarse el mal sabor de boca. Conectó su bajo
y amplificador. Frente al espejo se puso a ensayar,
quería ver qué había pasado, quería ver su cara y en-
contrar una posible respuesta. De pronto se abrió la
puerta, era su madre, le tenía dos buenas noticias: la
primera, la cena estaba lista, y la segunda, acababan
de llamar del Oxxo, buscándolo para decirle que pa-
sara a firmar su contrato de planta. Estaba orgullosa.
Telonero Erick Pérez Serrano
51
El Sabor del Norte
El problema fue el día que se paró la camioneta. Vi-
drios polarizados. Se bajó la ventanilla del copiloto
y un joven de ceja sacada les dijo que se subieran.
Habría una fiesta y buena paga. Sin preguntar dónde
y de a cómo, el dueto El Sabor del Norte se acomodó
en la caja. No era muy tarde, empezaba a pardear y ni
se imaginaban lo que les iba a ocurrir.
	 Al Sabor del Norte los veías sobre la banque-
ta del arco. En Pino Suárez se ponían entre muchos
otros músicos a ofrecer sus servicios. Don Alejo era el
acordeonista y miembro fundador. Antes del dúo era
solista. Cuando se conocieron le comentó a Jorge que
en esto de la música, gracias a Dios, no necesitó de la
escuela.
	 —Si vieras las cosas que he visto, que he es-
cuchado y las que he callado. Son cosas que estoy
seguro no vería en ninguna escuela.
	 Jorge, su compañero, lo escuchó atento, pues
siempre le pareció interesante la vida de los músicos.
Poco después don Alejo invitó a Jorge para que tu-
viera un ingreso extra. Jorge era mensajero de una
mueblería. Estaba casado y con cuatro hijos, así que
no pensó mucho en tomar la decisión. Tiempo atrás,
gracias a su afición por la música norteña y al bajo
sexto, se veía protagonizando los videos de TeleRit-
mo y esa vez la oportunidad tocó a su puerta.
Agarraron Madero; tomaron por la carretera a Reyno-
sa, pasaron por un tramo de terracería sin alumbra-
do público, era Villa de Juárez, comentaron, porque
vieron el monumento del Benemérito. Bajaron la velo-
cidad. Los acompañaba el ruido de la camioneta y las
luces de las luciérnagas. El calor y el polvo los hizo to
52
ser. De pronto, los chavos abrieron la ventana y uno
de ellos les gritó que se acostaran sin hacer ruido, el
otro hablaba por Nextel.
	 Llegaron a una quinta. Un olor agradable a
leña y carne asada los recibió. A la entrada, y sobre
el techo, había hombres armados, tal vez vigilantes o
escoltas de algún político, pensaron. En una parte de
la quinta ya se encontraba instalado un equipo de au-
dio, un par de bocinas e igual cantidad de monitores
y cuatro micrófonos. Unas señoras hacían limpieza
del lugar, otras más estaban delante de una parrilla
bastante grande, colocaban trozos de leña para ali-
mentar las brasas y en una olla grande metían la car-
ne que ya estaba lista. En seguida había un par de
mesas con más carne para asar, tortillas, salsa y otra
olla con frijoles. Sobre el piso hieleras con cerveza.
Jorge se frotaba las manos mientras que don Alejo
acomodaba los micrófonos, un muchacho le ayudó a
regular el sonido.
	 Aquello parecía un gran día, pero no fue así
porque en ese preciso instante, uno de los que pare-
cían vigilantes entró acelerado. Firme, con autoridad
les indicó que se metieran a los cuartos. Las señoras
dejaron las escobas. El del audio lo apagó y ayudó a
don Alejo a entrar a la casa. Jorge corrió. Ya adentro,
sentados en varios sillones, se escuchaban voces por
los radios. Entre ellos decían que había alerta, que
había movimiento.
	 —¿Entonces qué, suspendemos o seguimos?
	 — Vamos a esperar un rato más, mientras, que
nadie se mueva.
	 El muchacho que ayudaba a don Alejo decía a
una de las señoras que al parecer andaban cerca los
militares. Y así, preocupados, les llegó la noche.
Don Alejo, acostumbrado a estos menesteres, guardó
Telonero Erick Pérez Serrano
53
la compostura. El caso de Jorge era diferente. Lejos
de verse como protagonista de los videos gruperos
en TeleRitmo, lo que le aquejaba en aquel momento
eran su esposa y sus cuatro hijos.
	 — ¿Y si llegan los militares?, ésos no se andan
con mamadas y le disparan a todo lo que se mueva.
Sería una vergüenza aparecer en los medios: “Músico
norteño muere acribillado por militares; amenizaban
para el narco. Qué horror”—. Se cuestionaba el por
qué no tomó en cuenta las palabras de su compañero
cuando le dijo que no necesitó la escuela para apren-
der de la vida.
	 Eso era un mensaje encriptado que no pudo
o no quiso descifrar porque ahora aquella situación
le abrió los ojos. Se arrepintió de haber aceptado la
invitación de don Alejo.
	 — Maldita calentura, tan bien que estaba en la
mueblería—, se reprochaba. Extrañó a sus compañe-
ros de la mueblería y aunque pagaran poco, el am-
biente era muy agradable.
	 El ruido de los motores de varias camionetas
los tomó por sorpresa. El Sabor del Norte y las demás
personas encerradas en el cuarto permanecieron en
silencio hasta que el de la voz autoritaria comentó:
	 —Yo creo que ya no habrá nada. Usted, seño-
ra—se dirigió a la que metía leña a la parrilla— ¿tiene
radio?
	 —No, no tengo, pero la orden es que no salga
nadie. Nadie saldrá de aquí, si acaso los de la música
se pueden ir.
	 Don Alejo al escuchar las palabras de la señora
entendió que no habría fiesta y mantuvo la calma.
Pidió unos refrescos y Jorge pidió una cerveza para
el susto. Don Alejo, acomodó el envase de refresco
sobre la caja. Guardó su acordeón. Jorge, aligerado
54
por la cerveza, y lleno de una confianza inusitada,
comenzó a envolver la carne asada en papel aluminio
mientras tarareaba una canción. Metió la carne en el
estuche. En eso llegó el convoy de camionetas. Los
muchachos que los habían contratado buscaron a los
músicos con la mirada.
	 —Tiempo de retirarse señores—, dijo uno—.
No tendremos fiesta, así que aquí tienen una feria y
esto es para el taxi.
	 Mientras Don Alejo guardaba los billetes, los
hombres armados volvieron a tomar sus posiciones.
	 —Oiga ¿y la carne?—, dijo un muchacho a la
señora.
	 —Aquí está muchachos, se las guardé en papel
aluminio para que no se les enfriara—. Dijo Jorge que,
con voz entrecortada y sudando frío, abrió el estuche
de su instrumento.
	 El viaje en taxi fue silencioso. Don Alejo le
compartía a Jorge que aquello era parte del aprendi-
zaje de la vida.
	 —A veces se gana, a veces se pierde. Pero si
estás aquí es por gusto y no por otra cosa más y con
ello concluyó.
	 Ya no regresaron al arco y ni ganas de darse
un lujito. Al día siguiente don Alejo fue encontrado
muerto por un paro respiratorio. Jorge, al no contar
con su compañero, dio por terminada la agrupación
musical. Empeñó el sombrero y su bajo sexto. Trató
de vivir en paz, formando su familia y disfrutando el
buen ambiente de su trabajo en la mueblería. Pero
muy dentro de su corazón quedó clavada la espinita
de ser estrella de televisión, de ser el protagonista de
videos musicales.
Telonero Erick Pérez Serrano
55
Dale pa’ Reynosa
Acababa de cumplir 15 años cuando en ese entonces
quería conocer la estatua del Pollo Estevan y su grupo
Pegasso en Cerralvo, Nuevo León. El gusto por este
músico se debe a varias razones: habían logrado so-
brellevar su éxito con base en letras románticas con
ritmo y armonía, porque reinventaron el sonido de
la cumbia en un nivel que no pueden presumir mu-
chas agrupaciones. Sus canciones son simples, fres-
cas, sencillas y llegan directo a las fibras sensibles de
cualquier oyente. Porque después de sentarte a escu-
char un L.P. entero, terminas tarareando cualquiera
de sus canciones y porque la razón más importante
se debe a que yo, siendo un niño, mi padre me hacía
escuchar sus discos para arrullarme.
	 Desde esa edad (los 15) trabajaba como car-
gador del conjunto grupero Los Neófitos del Ritmo.
Tenía el permiso de mis viejos ya que mi hermano el
mayor formaba parte de ellos y tocaba el bajo como
el mismísimo bajista del grupo del momento: Mr. Chi-
vo. Sin embargo, y a pesar de ello, consideraba que
el verdadero movimiento grupero estaba en el Grupo
Pegasso del Pollo Estevan.
	 “El Pollo”, aparte de ser pollo era perro pa’ la
lira. Sus shows en vivo eran el tope de la locura dentro
de esa onda, si en un concierto se le rompía alguna
cuerda de su guitarra eléctrica, se la tragaba. Espe-
raba unos segundos y listo. Era cuestión de agitar la
mano para que dentro de su piel brotara la cuerda de
remplazo. Además de eso, en los bailes, Mr. Chivo
eran los teloneros del Pollito.
	 Así, con la esperanza de que me llevaran a cono-
cer Cerralvo—, el pueblo de mi querido Pollo—, acepté
56
ser cargador, secretario y baterista suplente de Los
Neófitos (con la única condición de no utilizar esas
esclavas imitación de oro que se ponía el batería de
base). Una vez en un ensayo me enviaron por los
chescos, y en esa vuelta fingí un asalto. Me guardé
los billetes y las monedas en los zapatos. De regreso
puse la cara más estúpida y lastimera que tenía dis-
ponible y en ese preciso momento todos se subieron
al camión a perseguir a los malditos asaltantes.
	 — ¡Dale pa’ Reynosa, dale pa’ Reynosa!— co-
mencé a gritar, debido a que por todo Miguel Alemán
sé que se llega a Cerralvo.
	 —No, no creo que hayan agarrado por allá, han
de ser del mismo barrio—, dijo el baterista de las es-
clavas huecas al volante—. Ni modo—, se paró en un
Súper 7—, otra coperacha, menos tú, Lobito, será me-
jor que te vayas a tu casa y que descanses.
	 De acuerdo, ya que no agarramos para Rey-
nosa, puse en marcha mi plan B. El Pollo acababa de
sacar el acetato Reflexiona y ya se escuchaba en la
radio. Me fui directo a comprarlo.
	 El disco, según mis conocimientos, iba para
ser el mejor del año. Los Neófitos me creyeron y poco
a poco metieron 2-3 canciones del álbum en su re-
pertorio. A mi hermano le comenzaron a decir que se
moviera más en el escenario, y le ponían como ejem-
plo a un demonio del D.F. que se hacía llamar “el Chi-
vo” y tocaba con Los Bukis. Mi hermano se defendía
diciendo en su acostumbrada rima huapanguera:“yo
no bailo, sólo toco y si quieren búsquense otro”. Lo
decía sabiendo que en el barrio difícilmente encontra-
rían a un bajista como él. Yo le decía:
	 — No te salgas carnal, aguanta vara, bro.
En primera instancia porque si salía él, me iba yo; y
en segunda porque el fracaso de los grupos comien
Telonero Erick Pérez Serrano
57
za con la división de sus integrantes. Al igual que le
pasó al Pollo con el traicionero Emilio, que una vez
peleados cada quien agarró por su rumbo y el Pegas-
so original ya nunca jamás más volvió a ser el mismo.
Un día salí a conocer la colonia Independencia. Es-
cuché por radio que en esa colonia tenían un altar
del grupo. Habían acondicionado la fachada de una
casa con fotos, discos, autógrafos y pedazos de zaca-
te donde había pisado “el Pollo”Estevan en algunos
de los conciertos más inolvidables en toda la ciudad.
Me paré en una esquina tratando de adivinar por cuál
calle estaría el dichoso altar, en eso se acercó un tipo
lente oscuro, bigote tupido. Es verdad, se parecía
bastante al Pollo.
	 —¿Qué onda morro?, ¿qué haciendo?
	 —Busco el altar que tienen aquí del grupo Pe-
gasso del Pollo Estevan, señor—. El tipo se me acerca
y se baja un poco los lentes como para verme mejor.
	 —¿Tú no eres del barrio, verdad? 	
	 —No señor, soy de la colonia Moderna.
	 —¿Pero qué?, ¿no me reconoces? ¡Yo soy “el
Pollo” Estevan, mucho gusto!
	—Ah…
	 —Neto, ven conmigo, requiero que me hagas
un paro.
	 Lo seguí un par de cuadras; yo iba emociona-
do. “El Pollo” me decía que necesitaba comprar ciga-
rros y entregarlos en un domicilio. Que él no podía
hacerlo ya que quería ver si estaba una mujer que él
buscaba. Una que conoció en una tocada pero como
tenía novio no quería armar un problemón. Accedí
con la promesa (igual y como hacen y acostumbran
Los Neófitos) de llevarme a conocer el altar y regalar-
me toda la discografía al momento, que incluía Dos
Amantes, aquel primer disco que grabaron en los
58
Estados Unidos antes de sufrir la primera de sus mu-
chas crisis a lo largo de su carrera. En el camino le
pregunté sobre
	 su estatua en Cerralvo y de un suburbio lla-
mado Barrio Pegasso en Nuevo Laredo. Como que se
sacó de onda y se puso nervioso o enojado porque
me empezó a decir:
	 —Ya, ya ya, en su momento conocerás esos
lugares.
	 Luego se disculpó diciendo que estaba algo in-
quieto ya que se había acercado a él nada menos que
el dueño de Televisa, el señor Azcárraga pues, quería
fundar una compañía de telecomunicaciones con el
nombre y el logo del grupo, debido a que también
él, dijo, era un fan incondicional de su música. Auna-
do a esto, (se sinceró) fue una mala jugada reciente
que le había hecho un luchador extranjero y que lo
tenía así y no quería que se fuera a repetir. Un tal
Chris Michael, luchador canadiense, que sin su pre-
via autorización para utilizar su nombre, comenzó a
realizar una exitosa carrera en territorio nacional, “el
Pollo” Estevan hablaba de Pegasus Kid. La verdad sea
dicha, Pegasus era un excelente luchador, creía tener
todos los derechos de su nombre en el mundo, sin
embargo aquí en México debía de pasar por el visto
bueno del maestro Estevan. Al no llegar a un acuerdo,
aquella reunión quedó en malos términos. Como “el
Pollo” no falla, se vio en la necesidad de cancelar un
par de fechas con todas las localidades vendidas en
los casinos Aragón y Ferrocarrilero para una entrevis-
ta urgente en el Distrito Federal con el indestructible
Villano III. El motivo y desenlace de este encuentro
es de todos conocido: Pegasus Kid fue retirado de su
nombre y de su máscara.
Telonero Erick Pérez Serrano
59
	
	 Entonces llegamos a un depósito y me dio
unas monedas, me pidió que dijera que iba de parte
del Estevan, que me entregarían una caja y que ahí
estarían los cigarros, que tuviera cuidado de no abrir
el paquete
y que me fijara si estaba alguna mujer en la tienda.
Aquello, aunque por fuera parecía depósito de venta
de cerveza, por dentro era una casa casi abandonada;
no tenían mercancía ni refrescos, como que no les
iba muy bien en el negocio y ya parecía la hora de
cerrar. Un tipo me entregó la caja, yo creí que no era
una sino varias pues pesaba como medio kilo y no vi
a ninguna mujer por el lugar. Salí y vi que se acercó
un carro azul, un Malibú muy bonito, y se bajaron
unos tipos sobre “el Pollo” y le estaban dando de mo-
quetes, yo, asustado,aventé la caja y ahí nos vimos.
Será que por el susto no vi bien, pero me parecía que
uno que le daba de patadas al Pollo ya estando en el
piso, era el traidor del Emilio Reyna, pues le gritaba al
momento que recogían la caja:
	 —¡Yo soy el verdadero Pollo, que te quede cla-
ro! ¡A ver si así se te quita tu mal carácter guitarrista
de cuarta!
	 No supe cuánto tiempo corrí, y si lo que pre-
sencié fue parte de mi imaginación, lo único que
recuerdo es que pasé un puente, la Macroplaza, el
famoso faro anaranjado de comercio, el hospital de
Giney ya en la Ygriega me detuve. No me alcanzaron.
Lo malo del asunto fue que no pude conocer el dicho-
so altar pegassero.
	 Con la inclusión dentro del repertorio de las
canciones del Grupo Pegasso del Pollo Estevan, pronto,
muy pronto, llegó la invitación del señor Rómulo Lo-
zano, del canal 12,para presentarnos en el programa
de mayor éxito en Monterrey: “¡Mira qué bonito! Cada
60
ensayo era una fiesta, presentarse en el programa era
la seguridad de darse a conocer en todo el Estado y
por fin conocería Cerralvo. Los Neófitos se tomaron
el papel muy en serio y mandaron a imprimir tarjetas
de presentación, individuales, por ejemplo, una decía
así:
Los Neófitos del Ritmo
Organización Musical
Fortunato González
Tumbero
	 Pensé que las tarjetas dan sentido de perte-
nencia por eso les pregunté por las mías. “Esclava
hueca” me dijo que se encontraban en la imprenta,
pero que no podían definir mi puesto todavía en el
grupo.
	 —Hay modos y hay procesos, no podemos po-
ner todas las tareas importantes que realizas con no-
sotros.
En eso llegó el cantante y me entregó un paquete.
	 —Ten, son tus tarjetas, repártelas por si te pre-
guntan y quieren contratarnos.
	 Pues bien, todas mis funciones las resumie-
ron en tres palabras: ingeniero de sonido. Probable-
mente se trataba de un error, pues quien le movía a
las consolas era Ernesto, uno de los cuñados de Los
Neófitos. No la hice de tos pues mi tirada era visitar
Cerralvo, encontrar la estatua del Grupo Pegaso del
Pollo Estevan, tomarme fotos, y ya si me la daban de
batería suplente sería ganancia. Los Neófitos del Rit-
mo, nunca fueron mi máximo.
Telonero Erick Pérez Serrano
61
El estudio del programa ¡Mira qué bonito! era peque-
ño en comparación a como se ve en la tele. Llegamos
temprano para armar. Ese día hasta el cantante, que
no cargaba ni su micrófono, se apuntó para ayudar
en la instalada. No podíamos creerlo, había fila para
entrar al programa. Eran apenas las 10 de la mañana
y ya había adolescentes desesperadas por ingresar.
Los del grupo se pusieron eufóricos y nerviosos, (si
puedo decirlo de esta manera) pues la mayoría me
entregaba tarjetas de presentación para repartir di-
rectamente a alguna chica que les interesaba. Entre
ellos decían y trataban de explicarse que ya deberían
de estar acostumbrándose a eso y que gracias a don
Rómulo, que los estuvo anunciando toda la semana
con fotos del grupo y una canción de Pegasso que se
grabó en la audición, fueron la base del éxito que ya
veían materializado en esas adolescentes de la fila.
	 El cantante y “Esclava hueca” me pidieron, ade-
más de los chescos, algo muy inusual: Clearasil y Án-
gel face de Ponds. Fue un soborno muy sabroso. Me
entregaron un fajito de billetes para que no se die-
ran cuenta los demás y mantuviera el pico cerrado.
Mientras el par de muchachos se ponían maquillaje
que justificaban diciendo que eso usaban los artistas
para que no se les viera el cutis con sebo, yo quería
que terminara el evento para lanzarme a comprar el
nuevo disco que ya estaba a la venta, se trataba del
volumen 9 del grupo Pegasso y que según mis pre-
dicciones, pintaba para disco de oro, su nombre: Mu-
chas razones.
	 Me dirigí a la fila a dejar las tarjetas, las mu-
chachas al leerlas decían:“¿y esto que es?”, y me las
regresaban. Yo lo traduje como una estrategia para
que fueran los muchachos a entregar directo, cara a
cara y entablar de una buena vez la futura relación.
62
	 No lo comenté para no ponerlos más nervio-
sos de lo que estaban. En la prueba de sonido, (que
por cierto, no me dejaron ni acercarme a las conso-
las) el floor manager del canal me pidió de manera
prepotente que me retirara a las butacas del estudio.
Yo volteaba a ver a los Neófitos a o mi bro para que
vieran el trato que me estaban dando como ingeniero
de sonido pero ninguno de ellos se dio cuenta. En
un último intento, saqué mi tarjeta de presentación
y le dije con mucha propiedad: “yo soy parte de este
grupo”. Tomó la tarjeta y al leerla esbozó una tierna
sonrisa. Me dijo que estaba de acuerdo pero que no
podían estar dos ingenieros de sonido en el progra-
ma. Así que muy cortésmente cedí mi lugar a Ernesto
y me fui con las fanáticas que en ese momento no
parecían cortarse las venas por Los Neófitos.
	 La presentación estuvo sobreactuada. Sobre
todo en dos canciones del Pollo y una de Míster Chi-
vo. Quisieron imprimirle energía a las canciones y se
vieron mal. Fue precisamente el floor manager quien,
como a mí, también les llamó la atención: “pues por
qué hacen eso, no hay necesidad, si no son súper
estrellas, todavía les falta mucho y apenas van em-
pezando”. Los Neófitos escuchaban atentos como
si fuera Raúl Velasco quien les estuviera hablando y
todo el tiempo mantuvieron la cabeza agachada. Lue-
go supe que no sólo fue aquello, sino la decepción
que tuvieron al darse cuenta que las muchachas no
esperaban por ellos, sino a los Caifanes que ese día
fueron al canal a promocionar su concierto en el esta-
dio de béisbol.
	 ¿Qué es lo que tiene el grupo Pegasso del Pollo
Estevan? ¿Por qué, si casi ni son conocidos en Monte-
rrey, llenan bailes y estadios? ¿Por qué en sus propios
discos su nombre lo escribían con B o con V? (pero
Telonero Erick Pérez Serrano
63
bueno, esto es lo de menos). Me refería a que ellos
sin publicidad podían llegar a tener esos alcances. Era
lo que decían los expertos en el ramo: le mejor publi-
cidad es la que se hace de boca en boca. Si el produc-
to es bueno, es la misma gente quien lo recomienda.
Pensaba en ello porque era verdad, Ediciones Oficio
y Castillo ya habían publicado varios libros sobre la
exitosa historia de los grupos Pegasso. Cada uno to-
mando bando diferente; los Castillo se inclinaron por
Emilio, mientras que la editorial de Don Arnulfo, se
fue por la del Pollo. Seguramente uno de estos ejem-
plares llegó a manos de Guadalupe Esparza, siempre
que le preguntan sobre la base de su éxito dice lo
mismo, que el reconocimiento de Bronco se debió a
la publicidad que se hizo de boca en boca en sus ini-
cios. Meditaba en estas y otras anécdotas, mientras
ponía en orden mi mente a través de un elote desgra-
nado. Tal vez se tratara de un mito o un sueño de sus
seguidores y por esa misma razón el fin de conocer
Cerralvo sería el darme cuenta de que todas esas his-
torias eran en verdad realidad o ficción.
	 Fue entonces, después de esa presentación de-
sastrosa con don Rómulo, que me di cuenta que si
quería ir a Cerralvo lo tendría que hacer solo, pero la
única manera de justificar mi viaje era que fuera con
el grupo o uno de ellos. Le dije a “Esclava hueca”, por
ser el conductor del camión, que quería proponerle
un trato. Tendría que llevarme a Cerralvo a conocer
la estatua del Pollo Estevan, y a cambio yo le daría
un par de esclavas de oro igualitas a las que usaban
Salomón Robles y su baterista en el video de “Niña
mía”, de su disco Por favor… no me compares. Sabía
que no me podría decir que no ya que el baterista
de Salomón era su mayor influencia e inspiración. Me
dijo que sí, que va, pero quería ver las esclavas. Se
64
las mostré, eran un par que conseguí en el Monte de
Piedad que está por Colón y el cine Raly. Había otras
más económicas que había visto en la plaza de la pre-
pa 1, las traía un señor que colocaba un trapo rojo y
que sobaba una iguana, pero no siempre se ponía y
no quería esperarme hasta verlo de nuevo. “Esclava”
tomó la esclava, y en ese momento le brillaron los
ojitos.
	 Era una cuestión de checar agenda y que no se
empalmaran fechas con el viaje. Yo quería ir lo más
pronto posible. Veía en seguida el éxito de mi empre-
sa, cargaba sobre mis hombros lecturas de motiva-
ción personal así que nada para mí era imposible de
hacer, pero mientras veía directo a los ojos al bateris-
ta salomonero comenzó a temblarle la quijada. Balbu-
ceaba. Que estaba difícil, ya que por esos días tenían
programada una entrevista en el periódico El Sol de la
Tarde, algunas reuniones más para firmar contratos
en bailes masivos, y lo más importante, entrar con
nuevas canciones a los estudios de grabación.
	 —Entonces qué onda, ¿me estás diciendo, tra-
tando de decir que no se hace?
	 —No, Lobo, sólo te pongo al tanto de la situa-
ción, nos ha servido mucho tu apoyo y gracias a tu
labor que siempre nos das el extra, eso es un valor
agregado que no tenemos con qué pagarte. Estamos
ante una puerta que muy pronto abriremos y que ya
se denomina éxito y entonces sí, no sólo podrás visi-
tar Cerralvo sino quedarte a vivir si así lo quieres. Por
lo pronto yo te pido paciencia, aguanta. Agarra onda,
ponte la camisa.
	 —No te creo.
	 —Tranquilo, Lobo Lobito, mira, pinche estatua
no existe, ya he preguntado, tengo primos allá y me
dicen que es puro cuento.
Telonero Erick Pérez Serrano
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	 —Por eso es que quiero ir, pa’ darme cuenta.
	 —¿Y qué ganarías con eso, Lobo?
	 —Nada, sólo darme cuenta de que esto es puro
cuento… o realidad.
	 —La realidad es ésta en este momento. Mira,
es muy probable que me quede de manager del gru-
po, claro si esto se da tú serás el nuevo integrante.
	 —¿Qué?, ¿no lo soy ya?
	 —Como músico.
	 —Ya sabes que Los Neófitos no son mi máxi-
mo.
	 —¿Qué?, ¿te quieres ir con “el Pollo”?
	 —Es asunto mío.
	 —Bueno, la verdad esta semana no creo que
podamos ir. Lo siento. Puedes decirle a tu carnal o
esperar
a que tengamos tocada algún día por Cerralvo. ¿Quie-
res que lo cheque en la agenda?
	—Olvídalo.
	 Abandoné el ensayo. Me fui directo a casa. To-
davía tenía algunos billetes que mi silencio me costa-
ron y no decir que este maricón se ponía maquillaje
en las tocadas. Me puse el walkman y tomé unos cas-
settes. El camino sería largo. Tenía tiempo de ir, ida y
vuelta a Cerralvo. Me desengañaría en ese momento.
Así que sólo le dije a mi madre “ahorita vengo”, mien-
tras colocaba mis audífonos y ponía play a la rola
“Perdona y olvida”. Una vez más tomé el 34 rumbo a
la Y griega. Tenía tiempo, el sol todavía no picaba. Al-
gunos alumnos se dirigían a una escuela secundaria.
Me bajé a esperar un taxi. Después de varios intentos
conseguí uno. Era mediodía y yo dispuesto a todo.
	 — ¿A dónde?
	 — A Reynosa, jefe, dale pa’ Reynosa.
66
El reencuentro
No fue lo que esperabas. Después de tanto tiempo
por fin se llegó la noche en que volverías a ver a tus
viejos camaradas. ¿Cuántos años trascurrieron? Diez,
veinte o quizás más, no podías pensar en números
debido a la emoción del reencuentro. Sí, sí, después
de mucho tiempo las cosas tomaron un rumbo equi-
librado. Llamadas, breves mensajes y la llegada de
Andrés que andaba desaparecido. Y ahora, una vez
más, estarían juntos.
	 Llegaste con tiempo. Aparcaste el coche a tres
cuadras del evento. Es probable que por los tiempos
actuales seas un tipo que cuida las cosas. Por eso es-
cogiste dejarlo a un lado, bajo la luz de una farola. Te
bajaste nervioso, y luego de preguntar por la tocada
en una quinta donde sólo había gente vestida de va-
quera, sentiste pena. Siempre pasa lo mismo contigo.
	 Sales del lugar y ¿qué es lo que ves? Ahí estaba
José Luis, reluciente, parado sobre la banqueta de-
gustando un elote desgranado. ¿No es maravilloso?
El siempre jocoso y amable José Luis que sigue vien-
do el mundo como una maldita broma. Se vieron, se
estrecharon con un fuerte abrazo y te presentó a los
que eran para ti sus nuevos amigos.
	 —¿Qué ha sido de tu vida, hermano? ¿Te casas-
te? ¿Dónde vives? ¿Tienes familia? ¿Eres feliz?
Mientras dabas respuestas preparabas tus preguntas:
	 —¿Ya grabaron? ¿Andrés regresó a la banda?
¿Y qué me dices de Alejandro?
	 Entoncesabrieronellocal.Deadentrohaciaafue-
rasedejabanescucharlosacordesdeloqueseesperaba
para la noche. Luis te dice que era un grupo de Saltillo.
Telonero Erick Pérez Serrano
67
	 — Vendrán más de la escena y se presentarán
ellos y el nuevo proyecto de Andrés: Los Sustanciales.
Te das cuenta que su rostro hace un gesto que tú
desconocías y tu amigo revela:
	 — Me siento cansado, esto ya no es lo mismo
que antes.
	 Le dices que tal vez se deba a que ha sido el
único que no ha parado desde aquel momento. Tratas
de despejarlo y comienzas a decirle que tú también
tocas en una banda pero de música para niños. José
Luis sonríe y te invita a pasar para presentarte a la
gente que conoce. Ya abrieron la taquilla y la fuente
de sodas. Te adelantas a pagar las entradas y pasas a
comprar dos botellas de agua. Será mejor que salgas
y vayas por tu agua a la tienda, te dice un tipo que
acomoda unos cartones de cerveza.
	 —¿Cómo se te ocurre comprar agua en un
evento underground?
	 No ha pasado la hora y ya llevas dos escenas
para el olvido.
	 En seguida compras dos caguamas y vas con
José Luis quien se halla rodeado de varios jovencitos.
Tú te preguntas quién llegará primero, si Andrés o
Javier. Los chicos los dejan solos y José Luis te dice
que no se encuentra a gusto en su trabajo. Es mucha
carga y poca paga. Ha solicitado un aumento que le
resolverán la semana entrante. Luego te dice que él
vivió por el barrio de tus papás. Se fue a vivir solo en
una casita de renta pues quería experimentar la sole-
dad e independencia pero después, regresó con sus
padres.
	 Pero las cosas marcharon peor. Un amigo lo
invitó a trabajar a Estados Unidos, en pocos días arre-
gló sus papeles y brincó el charco. La sorpresa fue
que al llegar no estaba la persona que lo iba a espe
68
rar. Lo llamó con el poco dinero que tenía sólo para
decirle una dirección. Llegó al domicilio señalado y
los que vivían ahí se ganaban la vida robando. Eso no
era lo que él quería, por eso regresó. Tú seguías tan
emocionado que por eso lo interrumpiste para ir por
otro par de cervezas; ese fortificante néctar dorado
que aceitaba con dulzura cada tejido de tu sistema
nervioso.
	 —¿Te acuerdas?—, preguntó José Luis—, en
nuestros tiempos no veíamos ese tipo de cosas.
Luis se refería a un grupo de jovencitas que platica-
ban sentadas en círculo. Se trataba de un grupo que
prometía mucho a nivel local.
	 — No creo que la hagan, son más locas que
nosotros.
De pronto llegó gritando en júbilo Alejandro. Abra-
zos de nuevo y él dejaba una mochila grande sobre
el piso.
	 —Esto no debemos tocarlo, es para más noche
que termine el encuentro. ¿Les parece?
	 Y tú y José Luis asienten. Alejandro va a la
fuente de sodas y los grupos ya empiezan a tocar.
El local se comienza a llenar. Algunos bailan slam.
El humo del tabaco invade tus pulmones. Recuerdas
que te hace daño y piensas en las cervezas que te has
tomado. No te importa. Vuelve a brotar en ti el espí-
ritu imberbe. Sabes o piensas que tienes el control.
Ahora eres otro, una persona madura y relajada. Así
que das un largo trago y te diriges por otras cerve-
zas que consideras sagradas. Alejandro pregunta por
Andrés. Quieren verlo. De alguna manera él ha sido
quién los presentó. Es el eslabón que une la cadena.
Tú y Alejandro se van por un par de cervezas más.
Compran una para José Luis, que ha salido a platicar
con los chicos de Saltillo. Regresa radiante. Los han
Telonero Erick Pérez Serrano
69
invitado a tocar dentro de quince días. Piensa llevar a
su esposa e hija. Alejandro aprovecha para preguntar
sobre tu estado, le contestas que tienes tres bebas y
él levanta su vaso para celebrar contigo. También es
padre de tres pequeñas y una de ellas le ha dado la
dicha de ser abuelo. Mientras sonríen algunas perso-
nas llegan y dejan sus tarjetas de presentación. Son
jóvenes productores de discos independientes. Quie-
ren grabar a Los Cerebros Destruidos, pero que los
gastos corran a cargo de ellos. Por el momento no es
posible.
	 De pronto ven como un par de siluetas entran-
do a toda prisa. Es Andrés y su compañero de grupo.
Pasan sin verlos y se dirigen a la fuente de sodas.
Alejandro y tú, sorprendidos, observan a Andrés. Lo
notan ajeno, alejado, indiferente. Y no es tanto de
sorprenderse por eso, así ha sido siempre su perso-
nalidad, sino porque se ha cortado el cabello a rape.
José Luis le grita y él no lo escucha. Va por él, pero
ustedes también se acercan. Se saludan. Aquí no hay
abrazos, sólo tímidas sonrisas. José Luis dice que lo
dejemos tomar su cerveza para que agarre valor. Está
nervioso pues hoy es la presentación de su nueva
banda.
	 Tú comienzas a añorar los viejos tiempos. Te
diriges a la fuente de los caprichos y ahora generoso
pides un cartón de cervezas. Te ven extrañados hasta
que sacas el billete para pagar y entonces sonríen.
Sientes ya un mareo en tu cabeza pero algo te dice
que tienes todavía el maldito control. Las chicas de
Gordas y Peludas se acercan a saludarlos. Les invitas
cerveza. Una de ellas se pone frente a ti y baila sen-
sual al ritmo de la música. Te habla al oído y ya te
imaginas con ella en un baño sauna. Salen juntos y
70
detrás de ti viene Andrés con la bajista. Dicen que no
tardarán a José Luis y a Alejandro.
	 Se dirigen a la plaza. Ofreces tu coche para
una vuelta. Te lo aceptan para un cigarro. Se encie-
rran. A las pocas caladas el asiento de atrás se llena
de alegría. Hablan de formar un grupo sólo de covers.
Afuera un joven alto toca la ventanilla. Les indica que
siguen de tocar las Gordas para después iniciar con
Sustanciales. Bajan contentos. José Luis y Alejandro
los reciben sonrientes. Están acompañados de los no-
vios de las chicas.
	 —¿Dónde andaban?
	 Tomas cuatro cervezas del cartón. Sientes un
fuerte mareo sabroso. Nada de qué preocuparse. Te
sientes tan fuerte que no te importa manejar en ese
estado. Te sientes tan fuerte y poderoso como si tu-
vieras la fuerza de dos muchachos de veinte años.
Te acercas a escuchar a las Peludas pero el peso del
público te lo impide. Alejandro va por ti y te dice que
tranquilo:
	 — No te preocupes, las podemos escuchar
desde atrás, seguro que un cabrón está grabando vi-
deo y lo subirá a YouTube.
	 Retrocedes. Alex te dice que es imperativo que
no lo abandones. Le ha telefoneado su mujer y nece-
sita recogerla a tres calles del lugar. José Luis ya se
encuentra con su esposa. Les dices que en un mo-
mento regresarán. Ellos contestan que no hay proble-
ma y sales con Alejandro. El aire ahora es frío y sien-
ten cómo les golpea el rostro. De inmediato sienten
los pies de trapo, caminan como zombies. La calle se
mueve, trastabillan.
	 — Dame un abrazo—, te pide tu hermano.
Se abrazan. Logran estabilizar sus cuerpos o eso
creen ustedes. El teléfono de Alejandro suena de nue-
Telonero Erick Pérez Serrano
71
vo. Es su esposa que ya lo espera con José Luis y su
mujer.
	 Llegaste a las cinco de la tarde y ya son las
once de la noche. No has comido nada. Sales una vez
más a dar una vuelta y esta vez es para no encontrar
nada abierto. Regresas al lugar con la firme idea de
que otra cerveza aplacará tu estómago. Para ese en-
tonces ya están tocando Los Cerebros Destruidos y te
perdiste de Andrés y los Sustanciales. Es increíble la
manera en que el público responde a las provocacio-
nes de José Luis. Ves que siguen siendo una auténtica
y verdadera banda. Buscas a Andrés y le dices emo-
cionado:
	 — ¡Escucha Andy, son tus canciones, la gente
canta tus canciones!
	 Él sonríe emocionado. Al terminar Los Cere-
bros, se encienden las luces del local y se comienza a
escuchar música clásica. La gente sale con urgencia y
en menos de cinco minutos el lugar se vacía.
	 — Te voy a encargar una responsabilidad muy
grande. Te dice Alejandro. Necesitamos que te lleves
a nuestras mujeres en tu coche. Nada de accidentes,
mi buen ¿entendido?
	 Tú lo escuchas a cierta distancia pero la verdad
es que Alejandro te habla con mucha cercanía. Asien-
tes aceptando la responsabilidad y te acompañan al
carro. Preguntas que si se sienten bien, que te indi-
quen el camino. Arrancas.
	 —Derecho. A la vuelta. Sigue derecho. Cuida-
do, un agente de tránsito. Semáforo en rojo. Escuchas
las instrucciones a bajo volumen. Te cuestionas si no
te estarás quedando sordo. No dices nada, pero por
dentro sabes que algo anda mal ¿Qué pasa si choca-
mos? ¿Qué pasa si me detiene un agente? ¿Qué pasa
si me quedo dormido como suele sucederme? ¿Anda-
72
rán las Gordas y Peludas en casa de José Luis? Piensas
que en el día has tenido dos ridículos y para cerrar
la noche te falta uno, el tercero, ¿cuál será y en qué
momento? Entonces te dicen:
	 — Es aquí—.
	 —Santo Dios—respiras aliviado.
	 Te invitan a pasar. Percibes las siluetas y es-
cuchas las voces a lo lejos. Te acomodas de pie a un
lado de Alejandro que abre su gran maleta. Cierras
los ojos y sientes cómo la cabeza te da vueltas. Se
comparten cervezas enlatadas, el tesoro escondido
en la maleta de Alex. Tomas una y cuando das un
trago, la vida trascurre en parpadeos. Ves a lo lejos a
Andrés sentado en un sillón. Ves a José Luis contento
con su mujer. Lo ves jugando con su hija. En el correr
de las imágenes ya no escuchas nada más. Nada en
absoluto y no te gustan los absolutos.
	 No te explicas cómo pero ya estás en carrete-
ra. En tu mente sólo sabes que debes llegar a casa,
tienes tres hijas, eres padre de familia y son tu res-
ponsabilidad. No fue lo que esperabas, te lo repites.
El estómago no aguanta más y requiere de atención.
Las calles son oscuras. Te sabes perdido. Te recrimi-
nas por el tercer ridículo de la noche. ¿Qué hice? ¿Por
qué me vine? ¿Por qué vengo manejando por la carre-
tera? La intuición te pide seguir adelante. Pero no ves
nada salvo oscuridad. Terrenos baldíos. Camino en
despoblado. Aceptas que a pesar de tantos años, una
vez que viste a tus amigos, de nada sirvió porque no
pudiste platicar con ellos. De acuerdo, no fue lo que
esperabas, pero ya pasó y fue agradable.
	 Sigues desesperado y para tranquilizarte sólo
necesitas un poco de alimento, entonces llegará la
calma. Pero también te sabes perdido en la negra no-
che. Así que aceleras sin saber a dónde. Sólo oscuri-
Telonero Erick Pérez Serrano
73
dad y carretera. Continúas acelerando y al final ves
una luz, sólo luz y a lo lejos carretera. Sólo una tris-
te y larga carretera. Sólo una triste y larga carretera.
74
El Judithazo
Conocí a Judith cuando ella pasaba por la casa. Coin-
cidíamos cuando yo salía a correr o iba a algún en-
sayo. Daba la casualidad de encontrarnos y darnos
el saludo. Su madre algunas veces iba a casa a pre-
guntar si estaba dispuesto a apoyar al sindicato de la
CROC con alguna cuota voluntaria. Le preguntaba si
había que hacer algo. Me daban a firmar un papel y
aportaba 100 o 150 pesos al mes. Yo cooperaba por-
que quería estar bien con la CROC y con los vecinos
de la manzana.
	 Una noche que invité a mi compadre Juan para
agradecer sus atenciones, salimos a la banqueta a to-
marnos unas cervezas que apañé de un evento. “El
Sangrita” me pidió que le llevara un vaso escarcha-
do que venden en los depósitos de cerveza. No se lo
compré. De rato llegó con un amigo del trabajo. Sa-
qué otra silla y pedimos unas hamburguesas de ésas
de servicio a domicilio.
Era un martes rico. Había clima agradable. Juan se
prendió y en su carro puso música grupera, cancio-
nes inmortales. Teníamos un cotorreo sano. Era cos-
tumbre para él y su amigo tomar algunas cervezas
después de una larga jornada de trabajo en la fábrica.
Lo bueno era que tenían turno fijo y salían a las seis
de la tarde. En eso estábamos cuando llegó Judith. Yo
me saqué de onda.
	 —Hola, ¿cómo están?— y saludó de mano.
	 —Qué onda Judith, ¿qué se te ofrece?
	 —Nada, pasé a saludarte—, le presenté a Juan
y a su amigo—, entonces ¿todo bien?
	 —Sí, todo bien.
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Libro telonero

  • 1. EscritoresdelNoresteUAdeCTeloneroErickPérezSerrano TeloneroErickPérezSerrano Telonero Erick Pérez Serrano ESCRITORES DEL NORESTE ´ ´ Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Metropolitana de Monterrey y maestro en Educación con Acentuación en Desarrollo cognitivo por el ITESM. Autor del plaquet- te de cuentos Una terri- ble costumbre (Col. Pura Fichita, UAS, 2011), y de Un hombre sin baquetas (Col. Poetazos, 2015). Fue inclui- do en La orquídea parásita. Antología de la crónica urbana en Nuevo León (UANL, 2012), y en Biblio- teca de las Artes de Nuevo León (Literatura, 2013). Es profesor de la Universidad Metropolitana de Monterrey. Erick Pérez Serrano (Monterrey, Nuevo León, 1971) Foto:GersonGómez
  • 2.
  • 4.
  • 6. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY Primera edición 2016 © Universidad Autónoma de Coahuila Blvd. Venustiano Carranza esq. González Lobo Col. República, Saltillo, Coahuila. CP 25000 coordinacioneditorialuadec@gmail.com www.uadec.mx © Colección Celosía. Escritores del Noreste. Universidad Autónoma de Coahuila por la presente edición. © Erick Pérez Serrano Concepto visual, diseño de la edición, formatación, ilustración de portada e interiores: Adriana Cerecero/Coordinación General de Difusión y Patrimonio Cultural/Universidad Autónoma de Coahuila Coordinación editorial y cuidado de la edición: Claudia Berrueto/Coordinación General de Difusión y Patrimonio Cultural/Universidad Autónoma de Coahuila HECHO EN MÉXICO ISBN del título: ISBN de la colección: 978-607-506-211-2
  • 7. A mis abuelos, mis padres, familia y amigos por estar presentes. A mi esposa Bertha Alicia y a mis hijas, Zazil e Itzel, por su apoyo incondicional. A los que de alguna manera han estado involucrados en el ambiente de la música y a los músicos que me dieron la oportunidad de participar en sus historias, sueños y proyectos.
  • 8.
  • 9. No sé si será una especie de fatalidad, pero a todos nos ha ido como en feria. Ahora sólo falto yo. Las jiras Federico Arana
  • 10.
  • 12.
  • 13. Telonero Erick Pérez Serrano 13 Bar La Señal Llegar al bar nos llevaba más de dos horas. Eso se debía a los imprevistos: Javier olvidaba un cable o el bajo sexto; Luis, porque vivía en Tampico y Joaquín, por su novia. A mí esto no me importaba. La verdad es que además de tocar y ser unos desconocidos aún para nuestras familias, queríamos llegar tarde como esas grandes estrellas rocanroleras. Ensayábamos para nuestro gran debut en el bar La Señal, ubicado a las afueras de Monterrey. Nos prestaron el local para familiarizarnos con el exito- so ambiente grupero. La Señal nos abrió sus puertas para tocar frente al público exigente. Pensábamos que por lo retirado de la urbe, la clientela consistiría en traileros y personas desapercibidas musicalmen- te. Antes del bar, ensayábamos en casa, ahí un vecino que nos escuchó, preguntó si habíamos tocado en algún baile. “Estamos empezando”, le dije. Comentó que tenía un conocido que podría ayudarnos. Toca- ríamos una hora los jueves, otra los viernes. De gus- tar, nos programarían el sábado, que era el día que se llenaba. Con el paso del tiempo, si nos iba bien, seríamos el grupo de base tocando cuatro días, dos horas y media y alternando en otros bares que perte- necen a la misma cadena de socios. Ese lugar era el Bar La Señal y nosotros con gusto aceptamos. Con Joaquín en el bass, Javier en el bajo sexto, Luis en voz y acordeón, y yo en la batería, montamos una lista de canciones para tocarse en una hora: Ra- món Ayala, Pesado, Invasores y Traileros del Norte. Luis, el acordeonero, a quien conocí por un aviso de ocasión, no confirmó asistencia. Dijo que en
  • 14. 14 uno des sus viajes de regreso por la carretera tuvo una visión: Jesucristo le habló al oído para decirle que su destino se encontraba en Tampico. Ahí encontraría el verdadero éxito que consistía en consagrarse a Él por medio de la música, pero de la música cristiana. Así que su respuesta a la llamada fue para abandonar el barco, no pisar jamás Monterrey e invitarnos a se- guirlo en su camino. —Por cierto, te estoy grabando unos discos de Jesús Adrián Romero y Marcos Witt, tal vez debería- mos dedicarnos a ello. Enseguida, marqué el número de Joaquín para locali- zarlo, tampoco contestó. Salí en su busca. Su madre dijo que andaba en ciudad deportiva, corriendo. Fue tal mi asombro que llegué a olvidar la renuncia de Luis y comencé a pensar que Joaquín quería estar en buena forma para los futuros eventos. —Oye hermano, ¿ya estás listo?—Joaquín pasó de largo. —Es que no voy a continuar con el proyecto. — Pero, ¡¡¡hoy es el debut!!! —Lo sé, cancela, mejor cancela. Tengo otros planes. — Oye hermano, pero tenemos el compromiso con el vecino, los dueños del bar, la gente y con no- sotros mismos. —Lo siento, nos falta mucho y por ahora tengo otros planes, por cierto, ya no me digas hermano. —¿Qué otros planes? —Yo no soy lírico y no puedo tocar sin leer notas. —¿Pero, y, el proyecto? Teníamos planes, que- ríamos armar el grupo, ¿no recuerdas? —Lo siento, además no sólo es eso, sino ¿qué es eso da andar tocando en pinches cantinas?
  • 15. Telonero Erick Pérez Serrano 15 —Es por la lana, aquí ganaremos dinero, yo sé que no es lo mismo que un concierto de música clási- ca. Empezaremos de cero y poco a poco vas a ver que si jalamos parejito no tardarán en llegar las ofer- tas, ¡piénsalo! —Nel compa, no se hace, aquí termina esta onda guajira y amigos como siempre. Al llegar a casa revisé varios mensajes: eran de Javier. Dijo que no iría porque se encontraba mejor en las percusiones con un grupo de la Carranza, los Tro- pi-Onda, que no le llamara. El otro mensaje fue del vecino, preguntaba que si íbamos a ir, que ya nos esperaba. Le contesté que sí, que no se preocupara, Para pronto, lo primero que se me ocurrió fue con- seguir músicos emergentes, otra vez, por medio de los avisos de ocasión: un bajista que llegara puntual, igual un bajo sexto que detestara las percusiones y un acordeonista anticristiano. Después de conseguir y decirles la dirección del bar, quedamos de vernos a las 7 de la tarde. Llegué al bar. El único que estaba allí era el vecino y me pregunté si este chavo no sería hermano de Sergio “el Bailador”, pues nunca fallaba y siempre estaba al pie del cañón. Poco a poco los demás se presentaron y en dos-tres patadas nos pusimos de acuerdo. Les pregunté si traían las canciones de la lista, mínimo: “Hay unos ojos”, o “Abeja reina”. Yo les marcaría la entrada y que el del bajo sexto me indica- ra para terminar la canción. Nos instalamos. El presentador, que también hace de DJ, preguntó por el nombre del grupo, como no teníamos atiné a decir: — Somos el grupo Sendero Norte.
  • 16. 16 Sendero es la avenida que tomamos para lle- gar al bar. El DJ nos anunció con ese nombre e inicia- mos con la canción “Abeja reina”. La gente comenzó a bailar. Eso, al igual que el bar, era una buena señal. Algunas voces de entre el público comenza- ron a solicitar canciones de Pesado, Intocable; unos gritaban “Baraja de oro”. El DJ llegó entre los gritos de la gente y mientras nosotros, Sendero Norte, de- cidíamos continuar con “Sergio el Bailador” (en honor al vecino) o “Mi piquito de oro”, para prender a la raza, él, muy profesional, pide que no nos salgamos del set. El DJ me sugiere que mejor le digamos otro nombre porque ése es el que va a tener su grupo. El vecino le contesta que si todavía no tiene el grupo, el nombre nos pertenece. El DJ está de acuerdo, pero insiste en que aún hay un problema; el de la barra es hermano del dueño del bar y está en su grupo, así que lo mejor será pensar en otro nombre. —Anúncianos como La Base —le digo en tono serio—. Somos La Base—. Les comenté a los nuevos integrantes que así nos llamaríamos porque soy el único de los miembros originales, los demás asintie- ron. —Muy bien, Base, ¿con cuál siguen? —, pre- gunta el DJ. —“Mitad y mitad” de Pesado—, ordené al veci- no, que como buen asistente, sostuvo firmemente la lista en sus manos. —¿Ah, sí?, pues le tendrán que echar muchas ganas, porque ¿si ven a aquel que está sentado en una de las últimas mesas? Ese es Beto Zapata y no le pueden quedar mal. —¿Quién es ese güey? —, dice uno de los emer- gentes cuando un mesero se presenta con una cubeta llena de botellas de cerveza y dice:
  • 17. Telonero Erick Pérez Serrano 17 —Cortesía del hermano del dueño— y destapa cinco cebadas. Yo le aclaro al emergente quién es Beto Zapata; el me- sero, que al parecer escuchó la plática, les dice que ese gordo que está con dos muchachas al final de las mesa, no es Beto el de Pesado, porque Beto tiene los ojos verdes. Nosotros, por ese instante llamados La Base, pensamos que se trataba de una provocación y que intentaron pasar por alto la presencia de Beto Zapata y sus grandes ojos verde esmeralda. Terminamos “Mitad y mitad” entre aplausos y gritos de otra. Como parte de episodio de novela de Emily Brontë, una vez más, llegó el DJ: —Saben chavos, llegaron unos morros y quie- ren hablar con ustedes. —Pues ¿qué pasó?—detrás del DJ, se encontra- ba un tipo alto que daba miedo igual que Jason el de Viernes 13. —¡Ya valió! —dijo el vecino—, aquí tendremos un conflicto. De inmediato verifiqué con la vista la salida de emergencia pues temía, debido a los posibles golpes, terminar sin un ojo como Arnulfo Jr. —Será mejor que se cambien de nombre, estos chavos son del grupo La Base. Jason sacó de su ropa unos papeles y unas creden- ciales: —Miren camaradas, llevemos la fiesta tranqui- la. Tenemos los derechos del nombre porque está registrado por nosotros.Miren: son recortes de perió- dico, hemos alternado en varios masivos. Aquí están nuestras credenciales, estamos sindicalizados, ¿cómo ven? El vecino tomó una cerveza de la cubeta, la destapó:
  • 18. 18 —Ten camarada, discúlpanos, no sabíamos. —Bueno —dijo el DJ—, ¿cuál sigue? Ya sólo diré la rola y no diré el nombre del grupo. —“Hay unos ojos”, de Ramón—, dije pensando también en los de Beto Zapata y en los míos que sa- nos y salvos quedaron. Luego de interpretar la canción, una vez más, entre aplausos y otras, nos dicen que estamos pro- gramados para el sábado siguiente. Los sin nombre salimos del bar La Señal con la idea de planear el fu- turo inmediato. —¿Cómo ven?¿Le entran?, —les comenté a los emergentes—, vamos comenzando, pero dentro de poco estaremos tocando de miércoles a sábado, cua- tro horas, buena paga… —Nel, chavos. Yo pensé que este proyecto era para las ligas mayores, no estoy para andar en bares, es mucha desvelada.Mejor la vemos y si requieren al- gún consejo, ya saben, estoy a sus órdenes. Luego el del bajo sexto entregó su tarjeta de presentación mientras acomodaba su instrumento. —Yo vine a ver cómo estaba el rollo. Tengo una banda con mi familia, es para bodas y quince años. No le entro. Sólo puedo ayudarles para un paro, no para quedarme; no me paguen, con las cervezas basta. —Bueno, pues yo sí le entro—era Sergio, el vecino—, puedo ser tu representante, tienes mucha capacidad. —Ya veremos—contesté. Era casi madrugada, me despedí en silencio y en ese momento sentí que las lágrimas comenzaban a amenazar mi rostro.
  • 19. Telonero Erick Pérez Serrano 19 I wanna be your boyfriend Se dirigieron a Torreón a incendiar la ciudad con su ruido. “El Negro” era amigo y roadie de los Rotten- Heads. Después de quince tocadas en Ciudad Guada- lupe, les llegó la invitación para presentarse fuera de la ciudad. La gente que pasaba cerca de ellos en la central de autobuses, hacía ese gesto de cuando algo huele mal, pero a ellos eso los tenía sin cuidado: eran punks. “El Negro” además de roadie, tenía la verda- dera intención de escribir sobre eventos locales, en especial de la escena punk. Ya colaboraba en el pe- riódico El Sol, a donde enviaba sus textos que nunca fueron publicados. Por la carretera juntaron para comprar cerveza y cigarros. Convencieron al conductor de que parara donde viera un Oxxo o Súper 7. “El Negro” y el Gino fueron los encargados de surtir la mercancía. Los jó- venes emisarios se dejaron caer con un cargamento de botes de jugo de naranja y botellas de vodka. Una vez que pisaron La Comarca, no hubo quién los recibiera salvo unos granaderos. Retenidos en alguna parte de la central, Negro y los Rotten se dieron a la tarea de llamar a los organizadores. Des- pués de varios minutos, uno de ellos le mostró el per- miso a los policías, quienes al leer el documento los dejaron libres. —Revisión de rutina, no se preocupen. El toquín había iniciado, así que cada quien tomó su rumbo. Gino y Negro se quedaron a la entra- da. —Vayamos por unas frías, ya vi dónde. Afuera del local carretones cargados con hie
  • 20. 20 leras ofrecían el producto. Gino compró dos mientras Negro preguntaba al cadenero el orden de aparición de las bandas. —En la tocada cierra Arcángeles. —¿A qué hora tocarán los Rotten?—, preguntó, pero ya no escuchó la respuesta pues Gino lo jaló para que fueran a ver algo. Lo que vieron allá afuera era nada más y nada menos que las chicas de Torreón. Un precioso ramillete de flores nunca antes visto por los ojos del Negro y de Gino. —¿Qué onda?, ¿Te lanzas tú o me lanzo yo o nos lanzamos igual? —Espera, no me decido por ninguna, cualquie- ra está preciosa. Negro pensaba que su mejor amigo era un peso en la bolsa. Así que él y su cuate fueron a invi- tarle una cerveza a una princesa rubia de ojos azules que le puso el ojo cuando Gino lo enteraba. Comenzó preguntando a cuáles grupos iba a ver y que si cono- cía a los Rotten. —No sé quiénes sean, yo vengo a ver a los Arcángeles. Dicho esto, enseguida llegó un tipo con un par de cervezas y se posó detrás de la princesa. La abra- zó. —Mira, él es mi novio, es de los Arcángeles y es el cantante. “Chin, tiene dueño”, pensó “el Negrito” con el rostro desencajado. Así que para no quedar mal con- sigo mismo, los invitó a posar para la cámara. Por su mente no pasó la idea de quitar el dedo del renglón. Terminó y entró al recinto con su mejor amigo bus- cando a Gino “Paletas”. Ahí vio que los Rotten platica- ban con el cadenero del evento.
  • 21. Telonero Erick Pérez Serrano 21 Después de la fallida conquista, un ruido le ta- ladraba la cabeza (no era una rola de DeadKennedys, sino su fracaso como galán del periodismo). Una voz que escuchó por las bocinas lo distra- jo de sus pensamientos, anunciaban el fin del evento: Arcángeles. Como respondiendo a un mensaje telepático, los Rotten coincidieron a un lado del escenario. —¿Qué onda, no tocaremos nosotros? —Al parecer sí. No creo que nos hayan traído a nada. Las luces se apagaron. El ruido de un teclado en do mayor cubrió el lugar. Era la presentación de Arcángeles. La gente se arremolinaba. Silbidos, gri- tos, cervezas al aire. Una machacante batería vibraba, seguido de una distorsionante introducción de gui- tarra para tocar una de los Rotten: “Ratas al timón”. Quedaron sorprendidos. La gente metida al slam y ellos congelados. El grupo sonaba demasiado bien. La sorpresa que se llevaron fue por ello y porque las canciones que siguieron eran las mismas de las de los Rotten, algo que los Arcángeles anunciaron como sus composiciones. Los reclamos no se hicieron esperar: —Te equivocas, —les decían—ésas son las ro- las del Arcángel—. Si siguen con esa actitud los va- mos a echar, además ustedes no vienen en el flyer. Somos invitados especiales. El lugar está lleno, quie- ro que nos regresen el dinero para los pasajes. La voz de los Rotten se perdió entre la algara- bía. Eso fue todo el diálogo entre punketos y parte del staff de Arcángeles antes de que los echaran del lugar. “Pues que se queden con su tocada, nos re- gresamos a Monterrey”. Y las ganas de incendiar la ciudad con su ruido se fueron por un tubo.
  • 22. 22 Negro regresó al evento a buscar a su princesa sin importarle que tuviera dueño. De algo tendrían que servir el dinero y tiempo invertido. Se imaginaba una vida juntos, escuchando el nuevo disco de Joey Ramone y perdido entre las retinas de ese hermoso y profundo mar de color azul, de fondo escuchaba esa única joya del punk rock que dieran al mundo Los Ramones, su banda favorita, la emblemática: I wanna be your boyfriend. El concierto seguía su curso. No quería perder la cabeza por su amor (al parecer se había enamorado). La encontró en primera fila, entu- siasmada, coreando las canciones de su novio. Negro la abordó queriendo pedirle que fuera su novia pero en lugar de eso, y por algo completamente descono- cido, lo que el bardo le dijo al oído fue que el grupo era uno de los mejores de la escena, que él era un buen fotógrafo y que sería bueno que si llegaran a necesitar a alguno, podrían contar con sus servicios. Negro no le apartó la vista hasta escuchar respuesta. Pero ella no le entendió, lo miró a los ojos y le dijo: —Sí, mándame las fotos o se las dejas a mi novio—. Se dio la media vuelta y continuó eufórica disfrutando del concierto. Al escuchar esto, Negro se fue retirando lenta- mente. A lo lejos observaba petrificado el concierto. Enseguida, guiado por un impulso, comenzó a tomar fotografías. En cada disparo se decía entre dientes por qué no le había declarado su amor. Al tomar la última foto, guardó su cámara y salió del concierto. Al sentir el aire fresco y al encontrarse con sus amigos los Rotten, regresó a la vida y se sintió muy bien.
  • 23. Telonero Erick Pérez Serrano 23 Cumpleaños Maribel y yo llegamos a tu casa. Eran las diez de la noche. Celebrabas tu cumpleaños con un grupo de rock. Yo quería conquistarte por medio de la músi- ca. Alguna vez te dije que era baterista. Aprovecharía para pedir una oportunidad de tocar con la banda y entonces declararte mis sentimientos. El grupo tocaba “De música ligera”, una de mis favoritas, por su sonido, letra y potencia: “Ella dur- mió/al calor de las masas/y yo desperté/ queriendo soñarla/ algún tiempo atrás/pensé en escribirle/que nunca sorteé/las trampas del amor”. Me veía desde la distancia ocupando el lugar del de los tambores. El baterista era uno de los me- jores de la ciudad. Lo que no me gustaba era que en- tre canción y canción hacían una pausa de casi cinco minutos. Aprovechaban para afinar los instrumentos, enviar saludos, fumar un cigarro o darle un trago a sus bebidas. Llegaron las hamburguesas. Regresaba del baño y traías una botella de vino. Llenabas las copas. Estuve a punto de pararme y darte un beso. Que de una vez supieras mis intenciones. Consideraba que un tipo como yo no se anda con rodeos; habla directo y toma al toro por los cuernos. “Total, no pasa nada”, me dije, pero me contuve. Por un instante llegué a pensar que esto era una locura: nos conocimos esta semana, el lunes, en nuestro primer día de trabajo, y ya para el viernes nos invitabas a tu fiesta. Le dije a Maribel que iría por un par de cervezas, que decir eso para mí significaba ir a buscarte, pero no te encontré. Era una noche fresca de mayo, tu signo zodiacal es
  • 24. 24 Tauro y las Tauro se caracterizan por ser pa- cientes, de buen corazón y cariñosas, por eso me gustaste. De pronto vi que platicabas con los musique- ros, entonces me miraste. Hacías guiños y abrías los brazos como preguntando qué onda. Comenzaste a decirme ven, con tus manos. No sé qué fue lo que me pasó que fingí no verte (característica de mi signo) y entrecerré los ojos buscando nada hacia otro lado. Por el micrófono leías tus poemas. Hablaban de desamor. Maribel con la lectura reaccionó y me tomó de la mano. Suspiró. Mi corazón — que te perte- necía, se sintió entre la espada y la pared. Comencé a sudar. —¿Irás con el grupo? Quiero verte tocar—, co- mentó Maribel. —Creo que no es momento—, le dije, sintién- dome el baterista de Maná tocando “Coladito”, cuan- do me paraba de nuevo para ir por más cervezas a la hielera. Mientras tanto, tú te veías hermosa enfunda- da en tu vestido negro. Algunos invitados comenzaron a abandonar la fiesta. Los acompañabas para despedirlos. El grupo tocaba y en la pausa pidieron las hamburguesas. —Me encantan los bateristas, pero si no vas a tocar podríamos estar mejor en otra parte—, dijo Maribel, quien provocó sensaciones agradables en- tre hormigas y mariposas que invadieron mi cuerpo, pues me hablaba al oído. Fui por dos cervezas más. A ella no le di nin- guna. Le dije que esperara un momento, que ya nos íbamos. Entonces me metí a la sala. Pedí el teléfono. Llamaría a un taxi. Te buscaba. Tomé el teléfono, fingí marcar, colgué. Afuera, Maribel. Entonces no aguanté más y pregunté por ti.
  • 25. Telonero Erick Pérez Serrano 25 Quería despedirme. Miré tu habitación, en al- gún momento pensé que me esperabas en tu cama con tu vestido negro, un par de copas y la botella de vino. Fue el momento en el que decidí quedarme. Que Maribel se desesperara y tomara el ecotaxi, el ruta 115 o que se fuera caminando. Pero no fue como yo pensaba. Tu mamá dijo que el vino te hacía mal y habías tomado demasiado. Hacía tiempo que te llevaron a tu cuarto a dormir. Sólo esperaban que terminara todo para recoger y descansar. Ante la imposibilidad de decirte que me gustabas, de una manera brusca y sin pensarlo tanto, me decidí por Maribel. Tomaría al otro toro por los cuernos y ya con tanto toro, dejé de sentirme el bate- rista de Maná, para creerme Eloy Cavazos. Pensé en la invitación de Maribel, estar mejor en otra parte. Tú sabes, ¿no? ¿Qué harías en mi lugar? A ella también le gustaba la música y el rock and roll. Pero algunas ilusiones viajan en castillos de cristal. Salí al patio. Demasiado tarde. Maribel besaba al baterista. Lo demás es agua pasada. Maribel fue novia del mejor baterista de la ciudad, pero no por mucho tiempo. Ahora es tu prometido y hacen los preparati- vos de su boda. Yo toqué la batería en varios grupos. Puros pleitos. Por eso mejor formé el mío: mi grupo de escritores. Ahora escribo. Con el fanzine llevo va- rios meses. Eso también lo sabes: música, cultura, política y deportes. También tengo problemas, pero son diferentes. Acá el temor es que los anunciantes no te paguen a tiempo, en la fecha señalada. Ahora cubriré el evento de tu enlace, de aquel amor. Es también tu cumpleaños, de música ligera, darán hamburguesas, nada nos libra, tocará la banda de tu casi marido, nada más queda y me acabo de to-
  • 26. 26 mar una aspirina, pues en mi cabeza retumba aquella mítica canción de la banda argentina. Felicidades.
  • 27. Telonero Erick Pérez Serrano 27 La triste e increíble historia de Los Extraterrestres de Nuevo León Aunque todavía no eran un grupo, Los Extraterrestres de Nuevo León, fueron un proyecto que nació de la amistad entre Emilio y Rafael. Fue en el evento que tuvieron en el pueblo mágico de Santiago que cambió sus anodinas vidas. Rafa aceleraba, no por el compro- miso en sí, sino por el rumor de que ahí se aparecían platillos voladores y él, con sumo interés, quería te- ner esa experiencia. Rafael y Emilio se conocieron desde niños y ambos tenían interés en el fenómeno extraterrestre, pero cada quien a su manera. También a esa tem- prana edad mostraron su inquietud musical; él escu- chaba música clásica y vivía viendo los programas de Jaime Maussan pues creía en los ovnis y los encuen- tros extraterrestres, mientras que Emilio se dedicaba a escuchar estaciones de radio de música grupera, su inquietud marciana nació por la lectura de los libros de El caballo de Troya y alguno que otro ejercicio li- terario. Un programa de televisión llamado TVRock hizo que este par de adolescentes cayeran seducidos por la música de la década de los ochenta. A partir de ese momento crucial decidieron reunirse para crear sus propias composiciones que tocarían, según ellos, en fiestas y reuniones. Rafael intuyó que ese día sería algo especial pues al llegar la noche con toda seguridad tendría su experiencia con el fenómeno OVNI. De hecho Rafa no desaprovechó la oportunidad para contar lo que en sus sueños veía de manera nítida naves extraterres- tres que lo despertaban y lo hacían sudar frío.
  • 28. 28 —Es tan clarito. Se posan sobre el techo de mi casa y yo puedo verlas a través de mi ventana. Estáti- cas, giran sobre su propio eje. Dirigen una luz blanca sobre mi cuarto y van por mí. Salgo disparado en un movimiento denso. Ojalá que algún día puedas tener esta experiencia; ver las naves y las estrellas. Y mientras Rafael se enfrascaba en su tema, Emilio también tenía lo suyo. Muy dentro de él quería ser como Lalo Mora. Le inspiraba la vida en el campo, y de llegar a viejo, se retiraría a algún rancho. Pero volviendo al tema de Lalo, a Emilio le atraía la histo- ria del señor Mora desde antes de que le gustara el rock. Sus canciones eran las que escuchaba su padre, las mismas que se fueron quedando guardadas en el subconsciente. Emilio pensaba que al igual que a Lalo Mora, a ellos también les gustaba la idea de ganarse la vida por medio de la expresión musical. Alguna vez escri- bió un cuento que había olvidado, en el que retrató muy a su manera la historia de los Invasores de Nuevo León, el relato se titulaba “Las insólitas imágenes in- vasoras sobre la aurora”: Lalo Mora se levantaba muy temprano a darle de comer a los marranos cuando, en una de esas madrugadas de frío, expresó su deseo de ser un cantante exitoso. De pronto Lalo Mora Her- nández escuchó una voz que provenía de una nave extraterrestre, algo muy común por aquel lugar: — Lalo, Lalito, escucha lo que vamos a decirte: tú serás grande, te vamos a ayudar; arma tu grupo y bautízalo con nuestro nombre. — Cómo, ¿le pongo los marcianos? — No Lalo, no seas tan directo y específico. Escoge una palabra que nos englobe, piensa en un concepto.
  • 29. Telonero Erick Pérez Serrano 29 —Pues tendré que pensarlo mucho, con tanto trabajo ¿ustedes creen que tenga tiempo para eso? —Lo tendrás si lo que quieres es la gloria—. Los marranos se pusieron nerviosos pues comenza- ron a hacer mucho ruido. —Ok, pensaré en un nombre, ahora les pido de favor que me dejen en paz. —Ya estás, una vez que hayas hecho lo que te decimos verás cómo cambia tu suerte, pero recuer- da, no todo será felicidad. Deberás de aprovechar al máximo las mieles del triunfo. Como ustedes los mú- sicos no están preparados para semejante empresa, después de determinado tiempo entrarán en conflicto y el grupo por sí solo se desintegrará, ¿de acuerdo? Entonces Lalo no dijo nada, es decir, no les creyó, y continuó dando de comer a los cerdos que no estaban nerviosos sino hambrientos. Lalo Mora durante muchos años pensó en ese encuentro. Llevaba esa espina clavada en su ronco pecho. El muchacho creció y en su etapa adolescente ya tocaba el bajo sexto. Así como aquella voz le ha- bló, así aprendió a tocarlo: de puro oído. Formó un dueto con su amigo Lupe Mendoza. Sin descuidar las labores del campo ambos muchachos ensayaban en secreto. Escuchaban canciones que transmitía la XET y de esa emisora les llegó la oportunidad. Lupe y Lalo habían grabado un demo que enviaron a las oficinas de la estación, y más pronto que tarde, les mandaron llamar. La radio se ofreció a apoyarlos. Armaron una promoción para ponerle nombre al grupo y el ganador recibiría de los músicos, Lalo y Lupe, una serenata ran- chera romántica. Las llamadas no se hicieron esperar y lo que nadie supo fue que Lalo, de su mismo bron- coaspirado pecho, sacó aquella vieja espina enterra
  • 30. 30 da con el ser de otro planeta. Le dijo a su compañero que si de favor se lanzaba por las cervezas mientras él preparaba el platillo favorito de los dos: guisado de calabaza con elote. Lo que no sabía Lupe era que Lalo, fingiendo la voz, hablaría a la estación propo- niendo el nombre que todos sabemos: Los Invasores de Nuevo León. Al poco tiempo el éxito no se hizo esperar. La profecía se había cumplido y no sólo Lalo tuvo su exitoso grupo sino que también se hizo autor de las mejores melodías que a través de los años aún se conservan en el cariño de la gente: “Distancia mal- dita”, “Frontera chiquita”, “Mi casa nueva”, “¿Para qué te explico?”, “Estrella de la oración”, todas ellas con alusión a aquel extraño encuentro y con un mensaje encriptado que sólo algunos conocedores y amigos muy allegados podían descifrar. Tiempo después, y de acuerdo con las palabras de los extraterrestres, el grupo llegó a su fin. Después de repasar el cuento que se sabía de memoria, sobre todo la receta del guisado de calaba- za y elote debido a que ya hacía hambre, y porque al igual que el grupo de Lalo, el de ellos tampoco tenía nombre, Emilio no le mencionó nada a Rafael porque Rafa, en ese instante, se detuvo en el lugar llama- do “La cueva de los murciélagos”, paró ahí no por la cueva sino porque el cielo que se miraba desde ese punto era el mismo en el que visualizaba sus abduc- ciones, lo cual indicaba la posibilidad de un verdade- ro encuentro extraterrestre. Emilio se preguntaba qué pasaría si llegaran a ver esas naves, ¿qué haría Rafael al estar frente a frente con esos platos giradores? ¿Qué haría Emilio?, ¿les ofrecerían éxito y fortuna igual que a don Lalo? Prefirió dejar el asunto por la paz y le sugirió a Rafa
  • 31. Telonero Erick Pérez Serrano 31 que arrancara. Retomaron la ruta, y a gran velocidad iban preparados para cualquier encuentro. En el lugar del evento, el festejado y sus invi- tados se encontraban bebiendo cerveza light. Unos jugaban futbol, otros, cartas. Cerca de donde toca- rían había una base de concreto con un asador. Al lado, leña apilada. Un señor bajaba utensilios de una camioneta. Los (incipientes) Extraterrestres de Nuevo León se instalaron y probaron sonido. Comenzaron a tocar lo mejor de su repertorio. Los invitados dejaron de jugar. Poco a poco se fueron acercando. Debido a la euforia de las notas y el alcohol, les pidieron una canción tras otra. La verdad Rafael y Emilio sonaron firmes, compactos, macizos. El señor de la camioneta dejó su quehacer para verlos. Su anfitrión arrimó una caja de cervezas. La cena estaba lista. El señor de la camioneta y los utensilios servía carne asada y barba- coa. Pararon para formarse en la fila. Agradecieron la pausa y la hora de la cena. En la fila les comenzaron a preguntar si traían tal o cual canción. No faltó quién les tomara la foto. Al terminar de cenar reflexionaron sobre su carrera. Al ver la buena reacción de la gente, Emilio mostró interés en componer más canciones, pensaba en comenzar a cobrar y grabar un demo, pues dadas las circunstancias, al igual que Rafael, no descarta- ba un encuentro extraterrestre por aquellos lares así como pasó con Lalo en el cuento que escribió. El tiempo transcurría entre cerveza y humo de cigarrillos. Un tipo se acercó demasiado a Rafa. Quería cantar con él. Otros comenzaron a tomar los instrumentos. Rafa les dijo que tranquilos. La cosa, como era de esperarse, se salió de control.
  • 32. 32 —Párenle ya— gritó Rafa. Aquello era una es- cena mala copa. Los amigos del festejado se enoja- ron. Argumentaban que ya les habían pagado. El amigo de Rafa se acercó. Organizó su fiesta vendiendo boletos: música, cerveza y carne asada. Los (neófitos) Extrate- rrestres de Nuevo León no estaban enterados. Mientras el festejado trataba de justificarse, una botella de vidrio estalló entre los pies de Rafa. —¡Que toques! —le ordenaron. De pronto la inercia. Sabían se acercaba una buena gresca. El fes- tejado pidió que continuaran tocando, pero ellos que- rían salir huyendo de ahí. La calentura por la discu- sión provocó que un puño atravesara la cara de Rafa. Luego, aquello fue gritos, alegatos y confusión. Los Ex volaron literalmente hacia el coche, sin importar- les sus instrumentos. En el caos tumbaron una cerca y tomaron carretera. Despertaron sobre la orilla a pleno sol del si- guiente día. Traían golpes en el rostro, se dolían de las costillas. Rafael traía rasguños, raspones y la boca rota. Emilio sólo recordaba que vieron una luz blanca brillante delante de ellos cuando ocurrió el accidente. La prensa y algunos aledaños dicen que choca- ron contra un camión lleno de sandías. Ellos sostie- nen que tuvieron un encuentro extraterrestre. Y así nació la leyenda.
  • 33. Telonero Erick Pérez Serrano 33 Una lengua en mi pensamiento Mario se enteró por una revista sobre los dotes de seducción del bajista de Kiss. Encontró que el músi- co había metido bajo las cobijas a más de cinco mil mujeres y tenía un registro de cada encuentro con fotografías que él mismo tomaba. Cada mujer que conoció su lengua enseguida se hizo su mejor amiga. Según el texto, esa lengua—sometida a un injerto de vaca— medía más de cincuenta centímetros. “No importaba ser feo, con una lengua de ese tamaño y la cartera llena de billetes, las mujeres lle- garán volando”, pensaba Mario. Al terminar de leer la nota, se preguntó, cómo él, un experimentado te- cladista, estaba terminando su vida atorado en esa maldita banda mediocre. Arrojó la revista al cesto de basura y salió del baño. A la hora de la cena tenía que ambientar con música tranquila. Ése era el momento en el que Mario se mostraba ante su público. ¿Y qué recibía a cambio? En años anteriores mínimo el aplauso, la felicitación personal de algún padrino o de los mismos novios solicitándole otra interpretación. Mientras acomodaba las partituras comenzó a brotarle una serie de preguntas, recordando lo re- cientemente leído: “¿Qué sería de mí si me opero la lengua? ¿Dejaría de utilizar cubiertos? ¿Comería tran- quilamente un helado sin que se me escurra por los dedos? ¿Me pagarían más por sacar la lengua, escupir fuego y vomitar sangre? ¿Tendré más de cinco mil mujeres en mi litera?”. Laspreguntasbrotabandesucerebro,sinembar- go, Mario no interpretaba sus canciones. Sus compañe-
  • 34. 34 ros se le quedaron viendo para que empezara y no lo hizo. Sin aviso alguno, desconectó el teclado, reco- gió sus cosas, dio media vuelta y abandonó el evento. En su cabeza retumbaba una pregunta: “¿Cuánto cos- tará una vaca?”.
  • 35. Telonero Erick Pérez Serrano 35 Un hombre sin baquetas El hombre de la cabellera larga cruzó las calles sin tomar precaución alguna por la lluvia. Semáforos en rojo y el paso de coches a gran velocidad no impidie- ron su camino. Este individuo de cabellera larga que bailaba con el viento y en la cual se asomaban algu- nas canas, sostenía un libro bajo el brazo. El motivo de la carrera del melenudo personaje, fue una casa lejos de allí, que emitía un ruido fuerte y distorsio- nado. En ese lugar un grupo de jóvenes vestidos con camisetas negras aporreaban unos instrumentos, en- sayaban sus creaciones a ritmo de heavy metal. Los jóvenes de la casa ruidosa eran unos con- vencidos de que el género pasaba por una seria de- cadencia y trataban de revivirlo. Estos seguidores del metal son una legión atípica de entre los demás músi- cos: son fieles conservadores de su estilo, no admiten un descalabro a sus grupos favoritos y no perdonan disco malo. Hacía frío y seguía lloviendo. El hombre, ya con la ropa empapada, aprovechó el camuflaje que ofrecía el agua para orinarse en los pantalones y así calentar sus pies ya que se encontraba descalzo. Al individuo le comenzó a temblar la mano que sostenía el libro y una lágrima acompañó las gotas de lluvia que resbalaban por su mejilla. Llegó con los mucha- chos—quienes ensayaban en el porche—se agarró del barandal y en alguna parada de los músicos aprove- chó para decir: —¡Baterista, te hace falta seguridad y contun- dencia! ¡Da golpes fuertes, firmes! Pon el alma de por medio.
  • 36. 36 Los metaleros se miraron entre sí hasta que uno de ellos lo reconoció. Murmuraba para que sus compañeros pudieran entenderlo hasta que el mur- mullo terminó en un grito sorpresivo. —¡DAVE LOMBARDO! En efecto, se trataba del mejor baterista del mundo que dio el metal pesado. Considerado por los críticos como el número uno debido a su golpeteo firme, duro y a la técnica súper desarrollada de peda- leo a doble bombo (muchos de sus fieles seguidores afirmaban que el secreto de David se debía a que uti- lizaba unos resortes especiales dentro de su calzado que hacían de su golpe el mejor del orbe. La duda de si los utilizaba o no persiste hasta nuestros días). —Hey tú, ¿acaso eres el padrino del doble bombo?—, preguntó otro de ellos. No lo podían creer. Habían quedado atónitos, pare- ciera ser una mala broma del destino. —Tú los has dicho. —¿Y qué ha pasado? ¿Dónde están tus compa- ñeros? —¿Qué, acaso no te sabes la historia? Abando- né Slayer por falta de pago. Además que ya no aguan- taba tanta gira. Me estoy tomando un tiempo, biblia en mano, pues sólo soy un hijo de Dios tratando de encontrarse a sí mismo. —¿Y qué haces de vagabundo en Monterrey? Deberías estar trabajando en otro grupo si los de Sla- yer no te están pagando—, continuó diciendo el in- quieto muchacho. —Misteriosos son los caminos del Señor. Yo he optado por seguirlo para purificarme y ser otra perso- na—, exclamó el poderoso baterista. —No entiendo, si tienes tanto talento ¿qué ha-
  • 37. Telonero Erick Pérez Serrano 37 ces en Monterrey?—,preguntó insistente otro de los metálicos. —Las presiones me obligan. Soy un creyente y estas palabras me han traído hasta aquí—,Dave Lom- bardo elevó al cielo su libro sobaqueado—. Es el libro En la carretera de Jack Kerouac, escrituras sagradas para miles de personas en los Estados Unidos. —¿Y de qué trata ese libro? —En la carretera es un libro poderoso. Pues bien, un ejemplar de esta biblia debería estar en to- dos y en cada uno de los hogares regiomontanos. —¿Sólo de Monterrey?—, atinó a cuestionarle uno. —Bueno, de Monterrey, de México y del mun- do. Es un libro que te abre las ventanas en busca de tu liberación personal. Sabiduría, en otras palabras. ¿Y qué es la libertad? Jóvenes, la libertad es el campo por dónde se mueve la razón, es el motivo por el cual ustedes y yo podemos comunicarnos a través de la música y de la palabra. Yo, después de leerlo, me he lanzado a trazar el recorrido que hicieron los grandes maestros beats, pero, a diferencia de ellos, yo lo hago caminando. Ya saben, estamos para llegar más lejos que nuestros guías. —Oye, David, ¿y por qué mejor no te haces es- critor? Si te gusta leer, con todo lo que has vivido podrías escribir una buena historia, inclusive, aquí podrías solicitar una beca al Centro de Escritores. —Ni de broma. Sé cómo se mueven los gre- mios y andar pidiendo becas no es lo mío. —Bueno, decía nada más como comentario. Después de estas preguntas, los chicos invita- ron a pasar a David para que no se dieran cuenta los vecinos y así evitar un alboroto. Estar con una mega estrella del metal en Guadalupe, Nuevo León podría
  • 38. 38 desencadenar una serie de tragedias inconcebibles para el ambiente metalero. Cuando Dave pasó a la casa, ellos hicieron lo posible por continuar con su ensayo y pasar desapercibidos. Sin embargo, el muchacho que hizo la pregunta tomó la iniciativa e invitó a David a tomar asiento. Le ofreció un trago de caguama al maestro y pidió lavarle los pies con agua tibia, cosa que David no aceptó, pero el trago sí. —Pueden mejorar. El destino y la palabra del maestro me han traído hasta ustedes. Si medan opor- tunidad, en este preciso momento podemos armar una banda, y si siguen mis consejos podemos llegar muy lejos. Y antes de que los muchachos emitieran pala- bra alguna, David con la cerveza en alto, brindó por ellos. —¿Neta?—se cuestionaron. Llegaron a pensar que se trataba ahora sí de un viejo verdaderamente loco. —Es afirmativo—, contestó David, refrescado por el valorado líquido—. He detenido mi camino a Linares según las escrituras.Ese ruido que hacen con los instrumentos es maravilloso—, concluyó. —Oye, David Lombardo, yo todavía no creo que esto en verdad esté sucediendo. ¿Cómo de bue- nas a primeras vienes a Monterrey, te encuentras en ese estado y te presentas ante nosotros ofreciendo tu apoyo para ser unos buenos metaleros? —¡Soy el hombre sin baquetas! ¡Soy un hom- bre de acción! ¡Soy David Lombardo y puedo hacer lo que quiera! Tal vez pienses que me fallan los frenos pero no es así. Me gusta que se hagan las cosas en caliente sino se enfrían. Mira, el plan es llegar hasta Ciudad de México y lo voy a hacer, es la ruta que vie- ne trazada en el libro sagrado, pero un temblor en mi
  • 39. Telonero Erick Pérez Serrano 39 sangre me ha indicado este lugar y me he detenido. Ahora que estoy en su casa, he decidido hacer un alto; terminaré mi misión con ustedes y después con- tinuaré hasta la gran ciudad a enfrentar mi destino. El camino es arduo, tal vez me encuentre con asal- tos, cantinas y hermosas morenas, tal como lo dice el maestro Jack. Son pruebas de la fe. —De acuerdo, estamos de acuerdo, pero antes de iniciar con el proyecto queremos que nos contes- tes unas preguntas: ¿es cierto que fuiste repartidor de pizzas?—, el muchacho que conocía de pe apa la historia de Slayer y del heavy metal en general, se atrevía a cuestionar al famoso baterista. Aunque Da- vid rechazó la oferta de escribir, el joven preguntón veía con buenos ojos acercarse al gremio de escrito- res a solicitar apoyo. —En efecto. El mejor de todos. Fue repartiendo una pizza de salami doble queso que conocí a Kerry King. Lo que sigue de la historia ya lo sabes. —Acá también se hacen pizzas muy sabrosas, el día que quieras David te llevamos a Josephino’s —, interrumpió el que le ofreció el trago de caguama. —De acuerdo, pero por ahora no tengo apeti- to. Y bien, díganme muchachos, ¿por acá qué grupos escuchan?— Para pronto uno de ellos comenzó a citar una hilada de grupos que hicieron que el legendario baterista soltara una carcajada. —¿Y por qué escuchan un solo género? Lo que deben hacer es no dejarse llevar por ello. Sean diver- sos, escuchen cuanto tipo de música se les atraviese por los oídos. Recuerden que aunque no les guste deben tener un mínimo de conocimiento, mismo que servirá para su crecimiento como músicos. Por ejem- plo, yo comencé escuchando a Carlos Santana.
  • 40. 40 —Entonces, ¿no debemos ser fieles a un sólo género? No me veo escuchando pop o a Britney Spears. —Lo importante es que no te vendas. Debes tener tus principios bien definidos. Por eso le decía al colega que debe golpear fuerte, duro, macizo, confia- do en su fe y en su corazón. —De acuerdo. ¿Entonces quieres decir que ya armado el grupo rolaremos de gira? —Así es, efectivamente. —Por ejemplo, Europa, más precisos, ¿Norue- ga? —Clarines, hijo, ya sabes, Noruega es donde se dio la mata. Sin duda visitaremos aquel país. Y qué onda, ¿no hay más cerveza?—El baterista de la ban- da rápido fue por otra caguama, misma que entregó íntegra al maestro. David dejó de lado la novela de Kerouac y dio otro largo trago. —Ahhhhhhhh. Ahora bien—dijo entrando en calor—, ¿qué me dicen del movimiento del metal por este bello paisaje montañoso? —Está muy mal, maestro. Si hacemos un re- cuento será para dar vergüenza. Y así pasó aquella primera noche. Continuaron tomando aquel líquido que desinhibe. David les pi- dió discreción. No dirían palabra alguna del proyecto, sería un secreto. Como parte del acuerdo no se men- cionaría su nombre y David acudiría a cada ensayo, mientras tanto se alimentaría de bayas silvestres y de la caridad de la gente de la casa. Antes de dormir, estuvieron escuchando las canciones del grupo, mis- mas que fueron del agrado de su protector. —Puedes quedarte en el cuarto de ensayos si tú nos muestras el camino—. David no lo pensó dos veces.
  • 41. Telonero Erick Pérez Serrano 41 Luego de varios días de intensos ensayos, Dave recuperó su figura. Se había rasurado la barba y los muchachos le consiguieron botas Dr. Martens para que aguantara el camino y un teléfono celular por si quería llamar a sus familiares. Durante el proceso creativo de los muchachos se mantuvo a distancia de los tambores, quería que su pupilo se encontrara así mismo por medio del instrumento. Mientras él hacía largas caminatas para no perder condición, esperaba su regreso ahora como productor de una incipiente banda musical, alejado de todos los medios de comu- nicación. Sentía que el paso estaba por darse. Tenían ya un set programado que en cualquier momento po- dría entrar a los estudios de grabación. Pero lo que tenía en mente David no era eso, sino programar un concierto que lo pondría de nuevo como punta de lanza en la escena metalera. “Una nueva visión”, diría para sus adentros. —Entonces, ¿tan mal está el movimiento? De- ben buscar por ahí, tal vez encuentren dos tres gru- pos que la muevan. —David—comentó el dueño de la casa—, en realidad en Monterrey sólo han existido tres bandas representativas de poderoso metal: Mortuary, Necro- philiac y Toxodeth. —Y, ¿entonces? —Todas están desintegradas y son del siglo pasado. —¡Me lleva! ¡Pero podemos hacer algo antes que nos lleve el diablo! — ¿Qué propones? —Buscarlos, no tenemos otra alternativa —Envelopes! A la mañana siguiente, después de una serie de ejercicios y la lectura de algunas páginas de En el
  • 42. 42 camino, en donde Jack y Neal llegan a un barecito a bailar mambos, David comenzó a calentar en la bate- ría, luego llegaron los muchachos para repasar el set para el concierto. —Debemos buscar a un organizador de con- ciertos. Alguien que nos dé garantía de éxito. Con ustedes a la cabeza, Mortuary y Necrophiliac de te- loneros, sin duda haremos mucho ruido—, comentó David quien ahora se bañaba más seguido y no solta- ba su teléfono celular. Y así fue como se lanzaron al centro de la ciudad en donde se encontraba un hombre que vendía casetes de grupos de los sesentas. Se trataba del quien fuera el mejor organizador de eventos en la ciudad de Mon- terrey, hasta allá fueron a su encuentro las huestes de David Lombardo. —¿Es usted Mr. Talo? —Claro, chavales, ¿para qué soy bueno? O me- jor díganme, ¿ahora qué hice de malo? —Tal vez no nos conozca, pero somos la ban- da del baterista David Lombardo y queremos que nos organice un concierto, sabemos de su trayectoria y queremos que sea algo seguro, con garantía. Los muchachos observaron los pies descalzos de Mr. Talo y les vino de golpe la imagen de su tutor cuando lo encontraron en la lluvia con su libro bajo el brazo. No había duda, encontraron a la persona indicada. Mr. Talo encendió un cigarrillo, se calzó unas sandalias. —Claro que no los conozco pero a Lombardo sí, de entre lo nuevo nada más Metallica y Slayer, ¿en- tienden eso? Ahora bien, díganle a David que en me- nos de una semana tiene organizado el evento. Mien- tras, quédense un rato para que me expliquen bien
  • 43. Telonero Erick Pérez Serrano 43 el proyecto y echar números. Por lo pronto ya tengo el lugar, será en sábado en el gimnasio Factores Mu- tuos. Don Talo fue inspiración para las nuevas gene- raciones, gracias a su legado hoy en día tocan las me- jores bandas en Monterrey. Aunque tuvo su época de vacas flacas, cuando le cancelaban conciertos, mucha gente de ese entonces lo culpaba de nefasto; otros lo admiran y respetan. Después de varios minutos se metieron de lle- no a la logística del evento: vieron detalles, cantidad de gente esperada, precio de las localidades, renta de equipo, venta de bebidas... y todo el trabajo que se encuentra detrás de un concierto, no cualquier con- cierto, aclarando. Al regresar los muchachos no cabían de la emoción. Llegaron con el maestro que se encontraba en una llamada telefónica. Cada día se veía más recu- perado. Le cambió el semblante al verlos y colgó. —¿Qué onda? ¿Qué pasa? ¿Qué sucede? —Nada, que ya tenemos fecha, será el siguien- te sábado. —Excelente, entonces ¿qué esperamos? David se notaba nervioso. Al parecer su nue- vo rol como manager lo ponía en ese estado. Era de esperarse con el peso que cargaba a sus espaldas. Andaba de aquí para allá realizando llamadas que in- terrumpía cuando se acercaba uno de sus muchachos para saber si todo andaba bien. Hasta comenzó a uti- lizar de nuevo la lengua inglesa. Se encerraba en el cuarto y ya no salía a dar su visto bueno a las cancio- nes. Ok, ok, good, good, solía decir. Un par de tráilers congestionaban el tráfico en la calle Aramberri. Por primera vez en su vida, el gim- nasio Factores Mutuos recibía tal cantidad de equipo:
  • 44. 44 bocinas, luces, juegos pirotécnicos entre personal de staff y edecanes que estaban bajo la orden de Mr. Talo quien, fiel a su estilo en sandalias, camiseta negra y cigarrillo Delicado en mano, atendía a los medios. Era un hecho histórico. Eso explicaba la presencia del ar- quitecto Benavides entrevistando al maese Talo. En el soundcheck se afinaron los detalles. Los grupos compartían camerino. Cada grupo cambiaba el set de acuerdo a gustos de última hora. Hieleras con cerveza Carta Blanca (uno de los patrocinadores) Pepsi (otro más de los patrocinadores) y Josephino’s Pizzas (uno más de los patrocinadores y en honor a los inicios laborales del grandioso baterista), invadían el lugar. Por otro lado, en la taquilla se olía un cierto nerviosismo. David continuaba al teléfono, se le veía en intermitentemente en backstage, hasta que de pronto desapareció. Mr. Talo despedía a los medios y regalaba a los reporteros la biblia En el camino. Fal- taban dos horas para iniciar el concierto que no se realizó. Una vez más la mala organización de un even- to masivo a cargo de Mr. Talo no fue por su culpa. El público, en su mayoría viejos y adolescentes, abando- naban poco a poco el lugar. Necrophiliac y Mortuary exigieron como pago todas las cervezas que se en- contraban en las hieleras. Los muchachos accedieron, siempre y cuando, no tocaran las rebanadas de pizza con salami y doble queso. La congestión del tráfico regresó a la calle Aramberri con la presencia de los tráilers que recogían el equipo. Al parecer alguna per- sona de confianza y con acceso a lo recaudado en la taquilla salió volando con el dinero. Los del equipo de audio, al no recibir su pago, cancelaron el evento.
  • 45. Telonero Erick Pérez Serrano 45 Los tristes y deprimidos muchachos de David se reunieron en su cuarto de ensayo. Allí encontraron el teléfono y el libro de Jack Kerouac, uno de los mu- chachos lo tomó y encontró un separador en el pasaje en el cual se narraba la estadía del par de jóvenes ca- tólicos, Jack y Neal en la Ciudad de México. Reían, se divertían, tomaban, fumaban y bailaban mambo. En ese momento comprendieron que el maestro Dave, no regresaría a Monterrey y no llegaría al D.F. Verifi- caron el registro de llamadas y una de ellas era nada menos que del guitarra y vocalista de Metallica, James Hetfield. Días después la paz volvió a sus corazones. La voluntad del libro sagrado se había cumplido. Los muchachos de David continuaron tocando puertas y comiendo pizzas. Mr. Talo parecía inmune a los ata- ques de la prensa. Mortuary y Necrophiliac regresa- ron al olvido. Al final, se dieron cuenta por la TV que David —el padrino del doble bombo—cubría el asien- to de Lars Ulrich en un par de canciones debido a una repentina e inexplicable enfermedad del también habilidoso baterista.
  • 46. 46 Buenas noticias Sin festejar algo en especial, su familia se lo entregó con un pequeño amplificador para que el muchacho tuviera con qué entretenerse. Era un bajo Ibañez, de los mejores del mercado: grande, color madera, cinco cuerdas y un sonido poderoso. Aquel ampli parecía estallar en cada acorde que rasgaba. Por otra parte, Matías estaba contento entre comillas ya que Manolo solía comentar que él quería ser guitarrista, por el contrario, el deseo de Mati era ser el mejor bajista del mundo, el jefe de jefes. Al no contar con los recursos para conseguir un ampli mejor que el de Manolo se metió a trabajar. Obstinado de nacimiento, no paró hasta con- seguir empleo de medio tiempo en un Oxxo. Mientras ahorraba para tener un bajo y amplificador más gran- des y mejores que los de Manuel, se inscribió en unas clases, con ello demostraría a todos que se equivoca- ron al regalarle el instrumento: “Ya verán de lo que soy capaz”, decía para sus adentros. Quería aprender lo más rápido posible así que se concentraba en evi- tar a su amigo quien la última vez que lo vio le dijo que ya andaba en una banda…ah cómo se le llenaba la boca con esa palabrita… Pensaba en serio que en cuanto tuviera su bajo y su ampli mejores que los del inútil del Manolo, ar- maría su propio grupo. Así que en su primera oportu- nidad de tener una audición con los Tropi-Onda— un conjunto de cumbias que detestaba Matías pero que, sin embargo, eran los únicos a quien acudir porque tenían un lugar para ensayar— para demostrar su ta- lento.Le dijeron que carecía de punch, que para entrar a ese grupo debería de tener un arsenal de canciones
  • 47. Telonero Erick Pérez Serrano 47 dentro de su repertorio, estar menos tenso, moverse, sentir la música. Pero cómo no iba a estar tenso si lo primero que le ordenaron al enfundarse el bajo fue que se lo encargaban mucho. Una vez finalizada la audición, como cortesía (no se sabe si para ponerlo en la lista negra o en la de posibles refuerzos) to- maron sus datos con la promesa que de haber una oportunidad él sería el elegido. Con esa ya sumaban varias audiciones en diferentes rumbos y en ninguna lograba colocarse. Al llegar a casa con la frustración encima, su madre le hablaba de Manolito; que se encontró a su mamá en el mercado, ella le contó que Manolete ya estaba trabajando en un bar. Que la señora no estaba muy contenta con ese trabajo por las noches pero que le servía a su hijo que siempre tuvo la inquietud de tocar en un grupo. Matías la corregía diciéndole que el bajista era él y que la inquietud de Manolo —el amargoso ese— era la de ser guitarrista. Así que le comentó que sería mejor ya no le hablara de él por- que habían tomado caminos diferentes. Entonces su madre cambiaba de tema, preguntaba cómo le iba en las clases y si ya pronto le vería cristalizar su sueño. La señora lamentaba el no poder ayudar por eso le daba ánimo y lo invitaba a no dejar las clases y el ahorro. Con el dinero reunido vio presupuestos, mode- los, colores, sonidos y de igual forma, no paró hasta que compró su bajo y su ampli mejores—por supues- to— que los del Manolo. Matías se propuso entonces a buscar músicos para armar su —diletante banda. Colocó anuncios en Viernes no cuesta, Gama Music y pegó con engrudo avisos en los postes de luz en la colonia. Pronto la casa se inundó de gente. Fue una situación dolorosa, no encontraba a los músico con
  • 48. el perfil deseado: colegas dispuestos a tragarse el mundo de una dentellada. A cada uno parecía no importarle lo serio de ser músico. Querían tocar sus canciones, ejecutar sus solos, no guardaban silencio y si había dos o tres guitarras, bateristas o cantantes no apreciaban el momento para aprovecharlo, aque- llo parecía una competencia demasiado salvaje. Si le gustaba uno, éste recomendaba a su amigo si no, no se quedaba. ¿Cuánto tiempo se llevó reclutando gen- te? Por eso fue que desistió de la idea y retomó su proyecto de mejor entrar a un grupo y partir de cero, aunque fuera en el Tropi-Onda. Y llegó el día. Una mañana, sin más, le habla- ron para tocar. No era necesario tener algo listo, se trataba de una emergencia, así que le dijeron que la cumbia y la norteña eran ritmos suficientes. Matías salió con su bajo, celosamente cuidado en su funda, botas, sombrero, y directo a tomar el camión. Al pa- sar por la casa de Manolo coincidió que él hacía lo mismo, pero en lugar de camión,él abordaba un taxi. El coraje se le pasó en la presentación. Lo felici- taron por su desempeño, y aunque el grupo también iniciaba, recibió la invitación formal para integrarse. Fue una velada muy padre.El bar los había contratado para tocar los viernes, recibirían paga base y un por- centaje más si lograban encender (¿Cómo? ¿Les iban a prender fuego con un cerillo? Quiso preguntar pero luego entendió que era una palabra que utilizaban cuando querían decirambientar) a la gente para que bailara y consumiera cervezas. Ya quería llegar a casa y platicarle a su paciente mamacita el exitoso inicio de su carrera. Con el dinero de ese día le alcanzó para tomar un taxi, más grade y más bonito que el que tomó Manuela que de encontrarse y coincidir de
  • 49. Telonero Erick Pérez Serrano 49 nuevo con él, sin duda lo saludaría, total, aquí no ha pasado nada y amigos como siempre, pensó decirle. Y nada pasó en absoluto. La invitación formal que le hicieron fue cancelada debido a que el bajista que renunció habló con los muchachos y tras perdo- nes y súplicas lo regresaron al puesto, con nuevos proyectos y la promesa de sacar un disco en unos conocidos estudios de grabación. Sumamente agra- decidos con Matías —como suele suceder—, anota- ron sus datos, ese detalle caballeroso para no hablar de despedida. Pero ayyy el dolor y la obstinación, esa mezcla peligrosa que recorría sus venas lo impulsa- ron a seguir en sus trece. Seis meses más tarde, renovado, ingresó a otra banda en la cual tuvo los mismos problemas: ausencias, llegadas tarde, cancelaciones. Situaciones que no dependían de él pues era un buen músico disciplinado. Se preguntaba con seriedad qué estaba pasando. Parecía cargar una maldición, o algo pare- cido. Nomás no se le daban las cosas y a su amigo el innombrable le iba de lujo. Dejó de tomar camión para irse en taxi; ya tiene coche y por último y para colmo de males, por su casa hay un anuncio en donde se dan clases para bajo. La madre de Matías dejó de contarle sobre su amigo y continuó apoyándole. Una tarde que salió de clases se dirigió al Oxxo.Desde el interior pudo verlo, tal vez Manolo quería proponerle algo. Al parecer se alegraron de verse. Cuando iba a saludarlo una muchacha dema- siado guapa salió a su encuentro. Se presentaron. —Es mi novia—dijo. Matías quedó en suspenso. —Sí amigo, así es y dime, ¿cómo va todo?
  • 50. 50 Un dolor punzante nacía sobre su ojo derecho que le recordó las terribles neuralgias y dolores de muelas de su infancia. —Bien, todo bien, y la música, ¿cómo vas con el bajo? Sé que has andado en varias bandas. —Lo he dejado todo, ahora sólo me dedico a dar clases y a estar enamorado—se carcajeó—, bue- no, ahora nos tenemos que ir, ¡suerte! Matías los observó alejarse hasta formar un punto en el espacio y desaparecer. Ya no regresó a la tienda, pese a los gritos de su gerente pidiéndole que regresara. Pensaba en la buena fortuna que rodeaba a Manolo. Sin más, regresó. Camino a casa, en la calle, las cosas parecían lentas. Al llegar observó por la ven- tana a Manolo y su novia, su madre preparaba ento- matadas con epazote en la cocina. Matías en su cuarto, se enjuagó la cara con agua helada y se lavó los dientes con Crest Calcident para quitarse el mal sabor de boca. Conectó su bajo y amplificador. Frente al espejo se puso a ensayar, quería ver qué había pasado, quería ver su cara y en- contrar una posible respuesta. De pronto se abrió la puerta, era su madre, le tenía dos buenas noticias: la primera, la cena estaba lista, y la segunda, acababan de llamar del Oxxo, buscándolo para decirle que pa- sara a firmar su contrato de planta. Estaba orgullosa.
  • 51. Telonero Erick Pérez Serrano 51 El Sabor del Norte El problema fue el día que se paró la camioneta. Vi- drios polarizados. Se bajó la ventanilla del copiloto y un joven de ceja sacada les dijo que se subieran. Habría una fiesta y buena paga. Sin preguntar dónde y de a cómo, el dueto El Sabor del Norte se acomodó en la caja. No era muy tarde, empezaba a pardear y ni se imaginaban lo que les iba a ocurrir. Al Sabor del Norte los veías sobre la banque- ta del arco. En Pino Suárez se ponían entre muchos otros músicos a ofrecer sus servicios. Don Alejo era el acordeonista y miembro fundador. Antes del dúo era solista. Cuando se conocieron le comentó a Jorge que en esto de la música, gracias a Dios, no necesitó de la escuela. —Si vieras las cosas que he visto, que he es- cuchado y las que he callado. Son cosas que estoy seguro no vería en ninguna escuela. Jorge, su compañero, lo escuchó atento, pues siempre le pareció interesante la vida de los músicos. Poco después don Alejo invitó a Jorge para que tu- viera un ingreso extra. Jorge era mensajero de una mueblería. Estaba casado y con cuatro hijos, así que no pensó mucho en tomar la decisión. Tiempo atrás, gracias a su afición por la música norteña y al bajo sexto, se veía protagonizando los videos de TeleRit- mo y esa vez la oportunidad tocó a su puerta. Agarraron Madero; tomaron por la carretera a Reyno- sa, pasaron por un tramo de terracería sin alumbra- do público, era Villa de Juárez, comentaron, porque vieron el monumento del Benemérito. Bajaron la velo- cidad. Los acompañaba el ruido de la camioneta y las luces de las luciérnagas. El calor y el polvo los hizo to
  • 52. 52 ser. De pronto, los chavos abrieron la ventana y uno de ellos les gritó que se acostaran sin hacer ruido, el otro hablaba por Nextel. Llegaron a una quinta. Un olor agradable a leña y carne asada los recibió. A la entrada, y sobre el techo, había hombres armados, tal vez vigilantes o escoltas de algún político, pensaron. En una parte de la quinta ya se encontraba instalado un equipo de au- dio, un par de bocinas e igual cantidad de monitores y cuatro micrófonos. Unas señoras hacían limpieza del lugar, otras más estaban delante de una parrilla bastante grande, colocaban trozos de leña para ali- mentar las brasas y en una olla grande metían la car- ne que ya estaba lista. En seguida había un par de mesas con más carne para asar, tortillas, salsa y otra olla con frijoles. Sobre el piso hieleras con cerveza. Jorge se frotaba las manos mientras que don Alejo acomodaba los micrófonos, un muchacho le ayudó a regular el sonido. Aquello parecía un gran día, pero no fue así porque en ese preciso instante, uno de los que pare- cían vigilantes entró acelerado. Firme, con autoridad les indicó que se metieran a los cuartos. Las señoras dejaron las escobas. El del audio lo apagó y ayudó a don Alejo a entrar a la casa. Jorge corrió. Ya adentro, sentados en varios sillones, se escuchaban voces por los radios. Entre ellos decían que había alerta, que había movimiento. —¿Entonces qué, suspendemos o seguimos? — Vamos a esperar un rato más, mientras, que nadie se mueva. El muchacho que ayudaba a don Alejo decía a una de las señoras que al parecer andaban cerca los militares. Y así, preocupados, les llegó la noche. Don Alejo, acostumbrado a estos menesteres, guardó
  • 53. Telonero Erick Pérez Serrano 53 la compostura. El caso de Jorge era diferente. Lejos de verse como protagonista de los videos gruperos en TeleRitmo, lo que le aquejaba en aquel momento eran su esposa y sus cuatro hijos. — ¿Y si llegan los militares?, ésos no se andan con mamadas y le disparan a todo lo que se mueva. Sería una vergüenza aparecer en los medios: “Músico norteño muere acribillado por militares; amenizaban para el narco. Qué horror”—. Se cuestionaba el por qué no tomó en cuenta las palabras de su compañero cuando le dijo que no necesitó la escuela para apren- der de la vida. Eso era un mensaje encriptado que no pudo o no quiso descifrar porque ahora aquella situación le abrió los ojos. Se arrepintió de haber aceptado la invitación de don Alejo. — Maldita calentura, tan bien que estaba en la mueblería—, se reprochaba. Extrañó a sus compañe- ros de la mueblería y aunque pagaran poco, el am- biente era muy agradable. El ruido de los motores de varias camionetas los tomó por sorpresa. El Sabor del Norte y las demás personas encerradas en el cuarto permanecieron en silencio hasta que el de la voz autoritaria comentó: —Yo creo que ya no habrá nada. Usted, seño- ra—se dirigió a la que metía leña a la parrilla— ¿tiene radio? —No, no tengo, pero la orden es que no salga nadie. Nadie saldrá de aquí, si acaso los de la música se pueden ir. Don Alejo al escuchar las palabras de la señora entendió que no habría fiesta y mantuvo la calma. Pidió unos refrescos y Jorge pidió una cerveza para el susto. Don Alejo, acomodó el envase de refresco sobre la caja. Guardó su acordeón. Jorge, aligerado
  • 54. 54 por la cerveza, y lleno de una confianza inusitada, comenzó a envolver la carne asada en papel aluminio mientras tarareaba una canción. Metió la carne en el estuche. En eso llegó el convoy de camionetas. Los muchachos que los habían contratado buscaron a los músicos con la mirada. —Tiempo de retirarse señores—, dijo uno—. No tendremos fiesta, así que aquí tienen una feria y esto es para el taxi. Mientras Don Alejo guardaba los billetes, los hombres armados volvieron a tomar sus posiciones. —Oiga ¿y la carne?—, dijo un muchacho a la señora. —Aquí está muchachos, se las guardé en papel aluminio para que no se les enfriara—. Dijo Jorge que, con voz entrecortada y sudando frío, abrió el estuche de su instrumento. El viaje en taxi fue silencioso. Don Alejo le compartía a Jorge que aquello era parte del aprendi- zaje de la vida. —A veces se gana, a veces se pierde. Pero si estás aquí es por gusto y no por otra cosa más y con ello concluyó. Ya no regresaron al arco y ni ganas de darse un lujito. Al día siguiente don Alejo fue encontrado muerto por un paro respiratorio. Jorge, al no contar con su compañero, dio por terminada la agrupación musical. Empeñó el sombrero y su bajo sexto. Trató de vivir en paz, formando su familia y disfrutando el buen ambiente de su trabajo en la mueblería. Pero muy dentro de su corazón quedó clavada la espinita de ser estrella de televisión, de ser el protagonista de videos musicales.
  • 55. Telonero Erick Pérez Serrano 55 Dale pa’ Reynosa Acababa de cumplir 15 años cuando en ese entonces quería conocer la estatua del Pollo Estevan y su grupo Pegasso en Cerralvo, Nuevo León. El gusto por este músico se debe a varias razones: habían logrado so- brellevar su éxito con base en letras románticas con ritmo y armonía, porque reinventaron el sonido de la cumbia en un nivel que no pueden presumir mu- chas agrupaciones. Sus canciones son simples, fres- cas, sencillas y llegan directo a las fibras sensibles de cualquier oyente. Porque después de sentarte a escu- char un L.P. entero, terminas tarareando cualquiera de sus canciones y porque la razón más importante se debe a que yo, siendo un niño, mi padre me hacía escuchar sus discos para arrullarme. Desde esa edad (los 15) trabajaba como car- gador del conjunto grupero Los Neófitos del Ritmo. Tenía el permiso de mis viejos ya que mi hermano el mayor formaba parte de ellos y tocaba el bajo como el mismísimo bajista del grupo del momento: Mr. Chi- vo. Sin embargo, y a pesar de ello, consideraba que el verdadero movimiento grupero estaba en el Grupo Pegasso del Pollo Estevan. “El Pollo”, aparte de ser pollo era perro pa’ la lira. Sus shows en vivo eran el tope de la locura dentro de esa onda, si en un concierto se le rompía alguna cuerda de su guitarra eléctrica, se la tragaba. Espe- raba unos segundos y listo. Era cuestión de agitar la mano para que dentro de su piel brotara la cuerda de remplazo. Además de eso, en los bailes, Mr. Chivo eran los teloneros del Pollito. Así, con la esperanza de que me llevaran a cono- cer Cerralvo—, el pueblo de mi querido Pollo—, acepté
  • 56. 56 ser cargador, secretario y baterista suplente de Los Neófitos (con la única condición de no utilizar esas esclavas imitación de oro que se ponía el batería de base). Una vez en un ensayo me enviaron por los chescos, y en esa vuelta fingí un asalto. Me guardé los billetes y las monedas en los zapatos. De regreso puse la cara más estúpida y lastimera que tenía dis- ponible y en ese preciso momento todos se subieron al camión a perseguir a los malditos asaltantes. — ¡Dale pa’ Reynosa, dale pa’ Reynosa!— co- mencé a gritar, debido a que por todo Miguel Alemán sé que se llega a Cerralvo. —No, no creo que hayan agarrado por allá, han de ser del mismo barrio—, dijo el baterista de las es- clavas huecas al volante—. Ni modo—, se paró en un Súper 7—, otra coperacha, menos tú, Lobito, será me- jor que te vayas a tu casa y que descanses. De acuerdo, ya que no agarramos para Rey- nosa, puse en marcha mi plan B. El Pollo acababa de sacar el acetato Reflexiona y ya se escuchaba en la radio. Me fui directo a comprarlo. El disco, según mis conocimientos, iba para ser el mejor del año. Los Neófitos me creyeron y poco a poco metieron 2-3 canciones del álbum en su re- pertorio. A mi hermano le comenzaron a decir que se moviera más en el escenario, y le ponían como ejem- plo a un demonio del D.F. que se hacía llamar “el Chi- vo” y tocaba con Los Bukis. Mi hermano se defendía diciendo en su acostumbrada rima huapanguera:“yo no bailo, sólo toco y si quieren búsquense otro”. Lo decía sabiendo que en el barrio difícilmente encontra- rían a un bajista como él. Yo le decía: — No te salgas carnal, aguanta vara, bro. En primera instancia porque si salía él, me iba yo; y en segunda porque el fracaso de los grupos comien
  • 57. Telonero Erick Pérez Serrano 57 za con la división de sus integrantes. Al igual que le pasó al Pollo con el traicionero Emilio, que una vez peleados cada quien agarró por su rumbo y el Pegas- so original ya nunca jamás más volvió a ser el mismo. Un día salí a conocer la colonia Independencia. Es- cuché por radio que en esa colonia tenían un altar del grupo. Habían acondicionado la fachada de una casa con fotos, discos, autógrafos y pedazos de zaca- te donde había pisado “el Pollo”Estevan en algunos de los conciertos más inolvidables en toda la ciudad. Me paré en una esquina tratando de adivinar por cuál calle estaría el dichoso altar, en eso se acercó un tipo lente oscuro, bigote tupido. Es verdad, se parecía bastante al Pollo. —¿Qué onda morro?, ¿qué haciendo? —Busco el altar que tienen aquí del grupo Pe- gasso del Pollo Estevan, señor—. El tipo se me acerca y se baja un poco los lentes como para verme mejor. —¿Tú no eres del barrio, verdad? —No señor, soy de la colonia Moderna. —¿Pero qué?, ¿no me reconoces? ¡Yo soy “el Pollo” Estevan, mucho gusto! —Ah… —Neto, ven conmigo, requiero que me hagas un paro. Lo seguí un par de cuadras; yo iba emociona- do. “El Pollo” me decía que necesitaba comprar ciga- rros y entregarlos en un domicilio. Que él no podía hacerlo ya que quería ver si estaba una mujer que él buscaba. Una que conoció en una tocada pero como tenía novio no quería armar un problemón. Accedí con la promesa (igual y como hacen y acostumbran Los Neófitos) de llevarme a conocer el altar y regalar- me toda la discografía al momento, que incluía Dos Amantes, aquel primer disco que grabaron en los
  • 58. 58 Estados Unidos antes de sufrir la primera de sus mu- chas crisis a lo largo de su carrera. En el camino le pregunté sobre su estatua en Cerralvo y de un suburbio lla- mado Barrio Pegasso en Nuevo Laredo. Como que se sacó de onda y se puso nervioso o enojado porque me empezó a decir: —Ya, ya ya, en su momento conocerás esos lugares. Luego se disculpó diciendo que estaba algo in- quieto ya que se había acercado a él nada menos que el dueño de Televisa, el señor Azcárraga pues, quería fundar una compañía de telecomunicaciones con el nombre y el logo del grupo, debido a que también él, dijo, era un fan incondicional de su música. Auna- do a esto, (se sinceró) fue una mala jugada reciente que le había hecho un luchador extranjero y que lo tenía así y no quería que se fuera a repetir. Un tal Chris Michael, luchador canadiense, que sin su pre- via autorización para utilizar su nombre, comenzó a realizar una exitosa carrera en territorio nacional, “el Pollo” Estevan hablaba de Pegasus Kid. La verdad sea dicha, Pegasus era un excelente luchador, creía tener todos los derechos de su nombre en el mundo, sin embargo aquí en México debía de pasar por el visto bueno del maestro Estevan. Al no llegar a un acuerdo, aquella reunión quedó en malos términos. Como “el Pollo” no falla, se vio en la necesidad de cancelar un par de fechas con todas las localidades vendidas en los casinos Aragón y Ferrocarrilero para una entrevis- ta urgente en el Distrito Federal con el indestructible Villano III. El motivo y desenlace de este encuentro es de todos conocido: Pegasus Kid fue retirado de su nombre y de su máscara.
  • 59. Telonero Erick Pérez Serrano 59 Entonces llegamos a un depósito y me dio unas monedas, me pidió que dijera que iba de parte del Estevan, que me entregarían una caja y que ahí estarían los cigarros, que tuviera cuidado de no abrir el paquete y que me fijara si estaba alguna mujer en la tienda. Aquello, aunque por fuera parecía depósito de venta de cerveza, por dentro era una casa casi abandonada; no tenían mercancía ni refrescos, como que no les iba muy bien en el negocio y ya parecía la hora de cerrar. Un tipo me entregó la caja, yo creí que no era una sino varias pues pesaba como medio kilo y no vi a ninguna mujer por el lugar. Salí y vi que se acercó un carro azul, un Malibú muy bonito, y se bajaron unos tipos sobre “el Pollo” y le estaban dando de mo- quetes, yo, asustado,aventé la caja y ahí nos vimos. Será que por el susto no vi bien, pero me parecía que uno que le daba de patadas al Pollo ya estando en el piso, era el traidor del Emilio Reyna, pues le gritaba al momento que recogían la caja: —¡Yo soy el verdadero Pollo, que te quede cla- ro! ¡A ver si así se te quita tu mal carácter guitarrista de cuarta! No supe cuánto tiempo corrí, y si lo que pre- sencié fue parte de mi imaginación, lo único que recuerdo es que pasé un puente, la Macroplaza, el famoso faro anaranjado de comercio, el hospital de Giney ya en la Ygriega me detuve. No me alcanzaron. Lo malo del asunto fue que no pude conocer el dicho- so altar pegassero. Con la inclusión dentro del repertorio de las canciones del Grupo Pegasso del Pollo Estevan, pronto, muy pronto, llegó la invitación del señor Rómulo Lo- zano, del canal 12,para presentarnos en el programa de mayor éxito en Monterrey: “¡Mira qué bonito! Cada
  • 60. 60 ensayo era una fiesta, presentarse en el programa era la seguridad de darse a conocer en todo el Estado y por fin conocería Cerralvo. Los Neófitos se tomaron el papel muy en serio y mandaron a imprimir tarjetas de presentación, individuales, por ejemplo, una decía así: Los Neófitos del Ritmo Organización Musical Fortunato González Tumbero Pensé que las tarjetas dan sentido de perte- nencia por eso les pregunté por las mías. “Esclava hueca” me dijo que se encontraban en la imprenta, pero que no podían definir mi puesto todavía en el grupo. —Hay modos y hay procesos, no podemos po- ner todas las tareas importantes que realizas con no- sotros. En eso llegó el cantante y me entregó un paquete. —Ten, son tus tarjetas, repártelas por si te pre- guntan y quieren contratarnos. Pues bien, todas mis funciones las resumie- ron en tres palabras: ingeniero de sonido. Probable- mente se trataba de un error, pues quien le movía a las consolas era Ernesto, uno de los cuñados de Los Neófitos. No la hice de tos pues mi tirada era visitar Cerralvo, encontrar la estatua del Grupo Pegaso del Pollo Estevan, tomarme fotos, y ya si me la daban de batería suplente sería ganancia. Los Neófitos del Rit- mo, nunca fueron mi máximo.
  • 61. Telonero Erick Pérez Serrano 61 El estudio del programa ¡Mira qué bonito! era peque- ño en comparación a como se ve en la tele. Llegamos temprano para armar. Ese día hasta el cantante, que no cargaba ni su micrófono, se apuntó para ayudar en la instalada. No podíamos creerlo, había fila para entrar al programa. Eran apenas las 10 de la mañana y ya había adolescentes desesperadas por ingresar. Los del grupo se pusieron eufóricos y nerviosos, (si puedo decirlo de esta manera) pues la mayoría me entregaba tarjetas de presentación para repartir di- rectamente a alguna chica que les interesaba. Entre ellos decían y trataban de explicarse que ya deberían de estar acostumbrándose a eso y que gracias a don Rómulo, que los estuvo anunciando toda la semana con fotos del grupo y una canción de Pegasso que se grabó en la audición, fueron la base del éxito que ya veían materializado en esas adolescentes de la fila. El cantante y “Esclava hueca” me pidieron, ade- más de los chescos, algo muy inusual: Clearasil y Án- gel face de Ponds. Fue un soborno muy sabroso. Me entregaron un fajito de billetes para que no se die- ran cuenta los demás y mantuviera el pico cerrado. Mientras el par de muchachos se ponían maquillaje que justificaban diciendo que eso usaban los artistas para que no se les viera el cutis con sebo, yo quería que terminara el evento para lanzarme a comprar el nuevo disco que ya estaba a la venta, se trataba del volumen 9 del grupo Pegasso y que según mis pre- dicciones, pintaba para disco de oro, su nombre: Mu- chas razones. Me dirigí a la fila a dejar las tarjetas, las mu- chachas al leerlas decían:“¿y esto que es?”, y me las regresaban. Yo lo traduje como una estrategia para que fueran los muchachos a entregar directo, cara a cara y entablar de una buena vez la futura relación.
  • 62. 62 No lo comenté para no ponerlos más nervio- sos de lo que estaban. En la prueba de sonido, (que por cierto, no me dejaron ni acercarme a las conso- las) el floor manager del canal me pidió de manera prepotente que me retirara a las butacas del estudio. Yo volteaba a ver a los Neófitos a o mi bro para que vieran el trato que me estaban dando como ingeniero de sonido pero ninguno de ellos se dio cuenta. En un último intento, saqué mi tarjeta de presentación y le dije con mucha propiedad: “yo soy parte de este grupo”. Tomó la tarjeta y al leerla esbozó una tierna sonrisa. Me dijo que estaba de acuerdo pero que no podían estar dos ingenieros de sonido en el progra- ma. Así que muy cortésmente cedí mi lugar a Ernesto y me fui con las fanáticas que en ese momento no parecían cortarse las venas por Los Neófitos. La presentación estuvo sobreactuada. Sobre todo en dos canciones del Pollo y una de Míster Chi- vo. Quisieron imprimirle energía a las canciones y se vieron mal. Fue precisamente el floor manager quien, como a mí, también les llamó la atención: “pues por qué hacen eso, no hay necesidad, si no son súper estrellas, todavía les falta mucho y apenas van em- pezando”. Los Neófitos escuchaban atentos como si fuera Raúl Velasco quien les estuviera hablando y todo el tiempo mantuvieron la cabeza agachada. Lue- go supe que no sólo fue aquello, sino la decepción que tuvieron al darse cuenta que las muchachas no esperaban por ellos, sino a los Caifanes que ese día fueron al canal a promocionar su concierto en el esta- dio de béisbol. ¿Qué es lo que tiene el grupo Pegasso del Pollo Estevan? ¿Por qué, si casi ni son conocidos en Monte- rrey, llenan bailes y estadios? ¿Por qué en sus propios discos su nombre lo escribían con B o con V? (pero
  • 63. Telonero Erick Pérez Serrano 63 bueno, esto es lo de menos). Me refería a que ellos sin publicidad podían llegar a tener esos alcances. Era lo que decían los expertos en el ramo: le mejor publi- cidad es la que se hace de boca en boca. Si el produc- to es bueno, es la misma gente quien lo recomienda. Pensaba en ello porque era verdad, Ediciones Oficio y Castillo ya habían publicado varios libros sobre la exitosa historia de los grupos Pegasso. Cada uno to- mando bando diferente; los Castillo se inclinaron por Emilio, mientras que la editorial de Don Arnulfo, se fue por la del Pollo. Seguramente uno de estos ejem- plares llegó a manos de Guadalupe Esparza, siempre que le preguntan sobre la base de su éxito dice lo mismo, que el reconocimiento de Bronco se debió a la publicidad que se hizo de boca en boca en sus ini- cios. Meditaba en estas y otras anécdotas, mientras ponía en orden mi mente a través de un elote desgra- nado. Tal vez se tratara de un mito o un sueño de sus seguidores y por esa misma razón el fin de conocer Cerralvo sería el darme cuenta de que todas esas his- torias eran en verdad realidad o ficción. Fue entonces, después de esa presentación de- sastrosa con don Rómulo, que me di cuenta que si quería ir a Cerralvo lo tendría que hacer solo, pero la única manera de justificar mi viaje era que fuera con el grupo o uno de ellos. Le dije a “Esclava hueca”, por ser el conductor del camión, que quería proponerle un trato. Tendría que llevarme a Cerralvo a conocer la estatua del Pollo Estevan, y a cambio yo le daría un par de esclavas de oro igualitas a las que usaban Salomón Robles y su baterista en el video de “Niña mía”, de su disco Por favor… no me compares. Sabía que no me podría decir que no ya que el baterista de Salomón era su mayor influencia e inspiración. Me dijo que sí, que va, pero quería ver las esclavas. Se
  • 64. 64 las mostré, eran un par que conseguí en el Monte de Piedad que está por Colón y el cine Raly. Había otras más económicas que había visto en la plaza de la pre- pa 1, las traía un señor que colocaba un trapo rojo y que sobaba una iguana, pero no siempre se ponía y no quería esperarme hasta verlo de nuevo. “Esclava” tomó la esclava, y en ese momento le brillaron los ojitos. Era una cuestión de checar agenda y que no se empalmaran fechas con el viaje. Yo quería ir lo más pronto posible. Veía en seguida el éxito de mi empre- sa, cargaba sobre mis hombros lecturas de motiva- ción personal así que nada para mí era imposible de hacer, pero mientras veía directo a los ojos al bateris- ta salomonero comenzó a temblarle la quijada. Balbu- ceaba. Que estaba difícil, ya que por esos días tenían programada una entrevista en el periódico El Sol de la Tarde, algunas reuniones más para firmar contratos en bailes masivos, y lo más importante, entrar con nuevas canciones a los estudios de grabación. —Entonces qué onda, ¿me estás diciendo, tra- tando de decir que no se hace? —No, Lobo, sólo te pongo al tanto de la situa- ción, nos ha servido mucho tu apoyo y gracias a tu labor que siempre nos das el extra, eso es un valor agregado que no tenemos con qué pagarte. Estamos ante una puerta que muy pronto abriremos y que ya se denomina éxito y entonces sí, no sólo podrás visi- tar Cerralvo sino quedarte a vivir si así lo quieres. Por lo pronto yo te pido paciencia, aguanta. Agarra onda, ponte la camisa. —No te creo. —Tranquilo, Lobo Lobito, mira, pinche estatua no existe, ya he preguntado, tengo primos allá y me dicen que es puro cuento.
  • 65. Telonero Erick Pérez Serrano 65 —Por eso es que quiero ir, pa’ darme cuenta. —¿Y qué ganarías con eso, Lobo? —Nada, sólo darme cuenta de que esto es puro cuento… o realidad. —La realidad es ésta en este momento. Mira, es muy probable que me quede de manager del gru- po, claro si esto se da tú serás el nuevo integrante. —¿Qué?, ¿no lo soy ya? —Como músico. —Ya sabes que Los Neófitos no son mi máxi- mo. —¿Qué?, ¿te quieres ir con “el Pollo”? —Es asunto mío. —Bueno, la verdad esta semana no creo que podamos ir. Lo siento. Puedes decirle a tu carnal o esperar a que tengamos tocada algún día por Cerralvo. ¿Quie- res que lo cheque en la agenda? —Olvídalo. Abandoné el ensayo. Me fui directo a casa. To- davía tenía algunos billetes que mi silencio me costa- ron y no decir que este maricón se ponía maquillaje en las tocadas. Me puse el walkman y tomé unos cas- settes. El camino sería largo. Tenía tiempo de ir, ida y vuelta a Cerralvo. Me desengañaría en ese momento. Así que sólo le dije a mi madre “ahorita vengo”, mien- tras colocaba mis audífonos y ponía play a la rola “Perdona y olvida”. Una vez más tomé el 34 rumbo a la Y griega. Tenía tiempo, el sol todavía no picaba. Al- gunos alumnos se dirigían a una escuela secundaria. Me bajé a esperar un taxi. Después de varios intentos conseguí uno. Era mediodía y yo dispuesto a todo. — ¿A dónde? — A Reynosa, jefe, dale pa’ Reynosa.
  • 66. 66 El reencuentro No fue lo que esperabas. Después de tanto tiempo por fin se llegó la noche en que volverías a ver a tus viejos camaradas. ¿Cuántos años trascurrieron? Diez, veinte o quizás más, no podías pensar en números debido a la emoción del reencuentro. Sí, sí, después de mucho tiempo las cosas tomaron un rumbo equi- librado. Llamadas, breves mensajes y la llegada de Andrés que andaba desaparecido. Y ahora, una vez más, estarían juntos. Llegaste con tiempo. Aparcaste el coche a tres cuadras del evento. Es probable que por los tiempos actuales seas un tipo que cuida las cosas. Por eso es- cogiste dejarlo a un lado, bajo la luz de una farola. Te bajaste nervioso, y luego de preguntar por la tocada en una quinta donde sólo había gente vestida de va- quera, sentiste pena. Siempre pasa lo mismo contigo. Sales del lugar y ¿qué es lo que ves? Ahí estaba José Luis, reluciente, parado sobre la banqueta de- gustando un elote desgranado. ¿No es maravilloso? El siempre jocoso y amable José Luis que sigue vien- do el mundo como una maldita broma. Se vieron, se estrecharon con un fuerte abrazo y te presentó a los que eran para ti sus nuevos amigos. —¿Qué ha sido de tu vida, hermano? ¿Te casas- te? ¿Dónde vives? ¿Tienes familia? ¿Eres feliz? Mientras dabas respuestas preparabas tus preguntas: —¿Ya grabaron? ¿Andrés regresó a la banda? ¿Y qué me dices de Alejandro? Entoncesabrieronellocal.Deadentrohaciaafue- rasedejabanescucharlosacordesdeloqueseesperaba para la noche. Luis te dice que era un grupo de Saltillo.
  • 67. Telonero Erick Pérez Serrano 67 — Vendrán más de la escena y se presentarán ellos y el nuevo proyecto de Andrés: Los Sustanciales. Te das cuenta que su rostro hace un gesto que tú desconocías y tu amigo revela: — Me siento cansado, esto ya no es lo mismo que antes. Le dices que tal vez se deba a que ha sido el único que no ha parado desde aquel momento. Tratas de despejarlo y comienzas a decirle que tú también tocas en una banda pero de música para niños. José Luis sonríe y te invita a pasar para presentarte a la gente que conoce. Ya abrieron la taquilla y la fuente de sodas. Te adelantas a pagar las entradas y pasas a comprar dos botellas de agua. Será mejor que salgas y vayas por tu agua a la tienda, te dice un tipo que acomoda unos cartones de cerveza. —¿Cómo se te ocurre comprar agua en un evento underground? No ha pasado la hora y ya llevas dos escenas para el olvido. En seguida compras dos caguamas y vas con José Luis quien se halla rodeado de varios jovencitos. Tú te preguntas quién llegará primero, si Andrés o Javier. Los chicos los dejan solos y José Luis te dice que no se encuentra a gusto en su trabajo. Es mucha carga y poca paga. Ha solicitado un aumento que le resolverán la semana entrante. Luego te dice que él vivió por el barrio de tus papás. Se fue a vivir solo en una casita de renta pues quería experimentar la sole- dad e independencia pero después, regresó con sus padres. Pero las cosas marcharon peor. Un amigo lo invitó a trabajar a Estados Unidos, en pocos días arre- gló sus papeles y brincó el charco. La sorpresa fue que al llegar no estaba la persona que lo iba a espe
  • 68. 68 rar. Lo llamó con el poco dinero que tenía sólo para decirle una dirección. Llegó al domicilio señalado y los que vivían ahí se ganaban la vida robando. Eso no era lo que él quería, por eso regresó. Tú seguías tan emocionado que por eso lo interrumpiste para ir por otro par de cervezas; ese fortificante néctar dorado que aceitaba con dulzura cada tejido de tu sistema nervioso. —¿Te acuerdas?—, preguntó José Luis—, en nuestros tiempos no veíamos ese tipo de cosas. Luis se refería a un grupo de jovencitas que platica- ban sentadas en círculo. Se trataba de un grupo que prometía mucho a nivel local. — No creo que la hagan, son más locas que nosotros. De pronto llegó gritando en júbilo Alejandro. Abra- zos de nuevo y él dejaba una mochila grande sobre el piso. —Esto no debemos tocarlo, es para más noche que termine el encuentro. ¿Les parece? Y tú y José Luis asienten. Alejandro va a la fuente de sodas y los grupos ya empiezan a tocar. El local se comienza a llenar. Algunos bailan slam. El humo del tabaco invade tus pulmones. Recuerdas que te hace daño y piensas en las cervezas que te has tomado. No te importa. Vuelve a brotar en ti el espí- ritu imberbe. Sabes o piensas que tienes el control. Ahora eres otro, una persona madura y relajada. Así que das un largo trago y te diriges por otras cerve- zas que consideras sagradas. Alejandro pregunta por Andrés. Quieren verlo. De alguna manera él ha sido quién los presentó. Es el eslabón que une la cadena. Tú y Alejandro se van por un par de cervezas más. Compran una para José Luis, que ha salido a platicar con los chicos de Saltillo. Regresa radiante. Los han
  • 69. Telonero Erick Pérez Serrano 69 invitado a tocar dentro de quince días. Piensa llevar a su esposa e hija. Alejandro aprovecha para preguntar sobre tu estado, le contestas que tienes tres bebas y él levanta su vaso para celebrar contigo. También es padre de tres pequeñas y una de ellas le ha dado la dicha de ser abuelo. Mientras sonríen algunas perso- nas llegan y dejan sus tarjetas de presentación. Son jóvenes productores de discos independientes. Quie- ren grabar a Los Cerebros Destruidos, pero que los gastos corran a cargo de ellos. Por el momento no es posible. De pronto ven como un par de siluetas entran- do a toda prisa. Es Andrés y su compañero de grupo. Pasan sin verlos y se dirigen a la fuente de sodas. Alejandro y tú, sorprendidos, observan a Andrés. Lo notan ajeno, alejado, indiferente. Y no es tanto de sorprenderse por eso, así ha sido siempre su perso- nalidad, sino porque se ha cortado el cabello a rape. José Luis le grita y él no lo escucha. Va por él, pero ustedes también se acercan. Se saludan. Aquí no hay abrazos, sólo tímidas sonrisas. José Luis dice que lo dejemos tomar su cerveza para que agarre valor. Está nervioso pues hoy es la presentación de su nueva banda. Tú comienzas a añorar los viejos tiempos. Te diriges a la fuente de los caprichos y ahora generoso pides un cartón de cervezas. Te ven extrañados hasta que sacas el billete para pagar y entonces sonríen. Sientes ya un mareo en tu cabeza pero algo te dice que tienes todavía el maldito control. Las chicas de Gordas y Peludas se acercan a saludarlos. Les invitas cerveza. Una de ellas se pone frente a ti y baila sen- sual al ritmo de la música. Te habla al oído y ya te imaginas con ella en un baño sauna. Salen juntos y
  • 70. 70 detrás de ti viene Andrés con la bajista. Dicen que no tardarán a José Luis y a Alejandro. Se dirigen a la plaza. Ofreces tu coche para una vuelta. Te lo aceptan para un cigarro. Se encie- rran. A las pocas caladas el asiento de atrás se llena de alegría. Hablan de formar un grupo sólo de covers. Afuera un joven alto toca la ventanilla. Les indica que siguen de tocar las Gordas para después iniciar con Sustanciales. Bajan contentos. José Luis y Alejandro los reciben sonrientes. Están acompañados de los no- vios de las chicas. —¿Dónde andaban? Tomas cuatro cervezas del cartón. Sientes un fuerte mareo sabroso. Nada de qué preocuparse. Te sientes tan fuerte que no te importa manejar en ese estado. Te sientes tan fuerte y poderoso como si tu- vieras la fuerza de dos muchachos de veinte años. Te acercas a escuchar a las Peludas pero el peso del público te lo impide. Alejandro va por ti y te dice que tranquilo: — No te preocupes, las podemos escuchar desde atrás, seguro que un cabrón está grabando vi- deo y lo subirá a YouTube. Retrocedes. Alex te dice que es imperativo que no lo abandones. Le ha telefoneado su mujer y nece- sita recogerla a tres calles del lugar. José Luis ya se encuentra con su esposa. Les dices que en un mo- mento regresarán. Ellos contestan que no hay proble- ma y sales con Alejandro. El aire ahora es frío y sien- ten cómo les golpea el rostro. De inmediato sienten los pies de trapo, caminan como zombies. La calle se mueve, trastabillan. — Dame un abrazo—, te pide tu hermano. Se abrazan. Logran estabilizar sus cuerpos o eso creen ustedes. El teléfono de Alejandro suena de nue-
  • 71. Telonero Erick Pérez Serrano 71 vo. Es su esposa que ya lo espera con José Luis y su mujer. Llegaste a las cinco de la tarde y ya son las once de la noche. No has comido nada. Sales una vez más a dar una vuelta y esta vez es para no encontrar nada abierto. Regresas al lugar con la firme idea de que otra cerveza aplacará tu estómago. Para ese en- tonces ya están tocando Los Cerebros Destruidos y te perdiste de Andrés y los Sustanciales. Es increíble la manera en que el público responde a las provocacio- nes de José Luis. Ves que siguen siendo una auténtica y verdadera banda. Buscas a Andrés y le dices emo- cionado: — ¡Escucha Andy, son tus canciones, la gente canta tus canciones! Él sonríe emocionado. Al terminar Los Cere- bros, se encienden las luces del local y se comienza a escuchar música clásica. La gente sale con urgencia y en menos de cinco minutos el lugar se vacía. — Te voy a encargar una responsabilidad muy grande. Te dice Alejandro. Necesitamos que te lleves a nuestras mujeres en tu coche. Nada de accidentes, mi buen ¿entendido? Tú lo escuchas a cierta distancia pero la verdad es que Alejandro te habla con mucha cercanía. Asien- tes aceptando la responsabilidad y te acompañan al carro. Preguntas que si se sienten bien, que te indi- quen el camino. Arrancas. —Derecho. A la vuelta. Sigue derecho. Cuida- do, un agente de tránsito. Semáforo en rojo. Escuchas las instrucciones a bajo volumen. Te cuestionas si no te estarás quedando sordo. No dices nada, pero por dentro sabes que algo anda mal ¿Qué pasa si choca- mos? ¿Qué pasa si me detiene un agente? ¿Qué pasa si me quedo dormido como suele sucederme? ¿Anda-
  • 72. 72 rán las Gordas y Peludas en casa de José Luis? Piensas que en el día has tenido dos ridículos y para cerrar la noche te falta uno, el tercero, ¿cuál será y en qué momento? Entonces te dicen: — Es aquí—. —Santo Dios—respiras aliviado. Te invitan a pasar. Percibes las siluetas y es- cuchas las voces a lo lejos. Te acomodas de pie a un lado de Alejandro que abre su gran maleta. Cierras los ojos y sientes cómo la cabeza te da vueltas. Se comparten cervezas enlatadas, el tesoro escondido en la maleta de Alex. Tomas una y cuando das un trago, la vida trascurre en parpadeos. Ves a lo lejos a Andrés sentado en un sillón. Ves a José Luis contento con su mujer. Lo ves jugando con su hija. En el correr de las imágenes ya no escuchas nada más. Nada en absoluto y no te gustan los absolutos. No te explicas cómo pero ya estás en carrete- ra. En tu mente sólo sabes que debes llegar a casa, tienes tres hijas, eres padre de familia y son tu res- ponsabilidad. No fue lo que esperabas, te lo repites. El estómago no aguanta más y requiere de atención. Las calles son oscuras. Te sabes perdido. Te recrimi- nas por el tercer ridículo de la noche. ¿Qué hice? ¿Por qué me vine? ¿Por qué vengo manejando por la carre- tera? La intuición te pide seguir adelante. Pero no ves nada salvo oscuridad. Terrenos baldíos. Camino en despoblado. Aceptas que a pesar de tantos años, una vez que viste a tus amigos, de nada sirvió porque no pudiste platicar con ellos. De acuerdo, no fue lo que esperabas, pero ya pasó y fue agradable. Sigues desesperado y para tranquilizarte sólo necesitas un poco de alimento, entonces llegará la calma. Pero también te sabes perdido en la negra no- che. Así que aceleras sin saber a dónde. Sólo oscuri-
  • 73. Telonero Erick Pérez Serrano 73 dad y carretera. Continúas acelerando y al final ves una luz, sólo luz y a lo lejos carretera. Sólo una tris- te y larga carretera. Sólo una triste y larga carretera.
  • 74. 74 El Judithazo Conocí a Judith cuando ella pasaba por la casa. Coin- cidíamos cuando yo salía a correr o iba a algún en- sayo. Daba la casualidad de encontrarnos y darnos el saludo. Su madre algunas veces iba a casa a pre- guntar si estaba dispuesto a apoyar al sindicato de la CROC con alguna cuota voluntaria. Le preguntaba si había que hacer algo. Me daban a firmar un papel y aportaba 100 o 150 pesos al mes. Yo cooperaba por- que quería estar bien con la CROC y con los vecinos de la manzana. Una noche que invité a mi compadre Juan para agradecer sus atenciones, salimos a la banqueta a to- marnos unas cervezas que apañé de un evento. “El Sangrita” me pidió que le llevara un vaso escarcha- do que venden en los depósitos de cerveza. No se lo compré. De rato llegó con un amigo del trabajo. Sa- qué otra silla y pedimos unas hamburguesas de ésas de servicio a domicilio. Era un martes rico. Había clima agradable. Juan se prendió y en su carro puso música grupera, cancio- nes inmortales. Teníamos un cotorreo sano. Era cos- tumbre para él y su amigo tomar algunas cervezas después de una larga jornada de trabajo en la fábrica. Lo bueno era que tenían turno fijo y salían a las seis de la tarde. En eso estábamos cuando llegó Judith. Yo me saqué de onda. —Hola, ¿cómo están?— y saludó de mano. —Qué onda Judith, ¿qué se te ofrece? —Nada, pasé a saludarte—, le presenté a Juan y a su amigo—, entonces ¿todo bien? —Sí, todo bien.