Javier Ocampo es el propietario del bar Homero Manzi Tango Club en Medellín, Colombia. Considera que el tango no es solo un ritmo musical, sino un estilo de vida que ha dedicado su vida a preservar. El bar se ha convertido en un templo de la cultura del tango frecuentado por personas de todo tipo, donde se escucha música de leyendas como Gardel y se muestran fotografías que recuerdan la historia del tango. Javier cree firmemente que el tango refleja la vida humana y la identidad de la ciudad
SIMON EL MAGO por Pr. Luis Polo de "Verdades de la Biblia"
Manrique y el tango, un estilo de vida
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NO ES UN RITMO, ¡ES UN ESTILO DE VIDA!
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NO ES UN RITMO, ¡ES UN ESTILO DE VIDA!
Johanna Ortiz Martínez
Estas son las palabras que pronuncia
Javier Ocampo cuando habla de
tango, un hombre para quien la
mayor parte de su vida ha
transcurrido en medio de letras y
sones impregnados de nostalgia,
que se tejen en los pliegues de un
bandoneón.
Desde temprana edad don Javier, o
“Javi” como usualmente le llaman
sus amigos, supo que la música es
un regalo para las personas, pero al
mismo tiempo que en ese regalo, se
oculta todo un mundo de poesía
que para aquellos que lo entienden,
termina por convertirse en un estilo
de vida; por supuesto se refiere a la
herencia que dejó aquel que de
manera trágica muriera en la ciudad
de la eterna primavera, y a quien
todos conociéramos con el nombre
de Carlos Gardel.
En la ciudad de Medellín, su
nombre se ha convertido en un
verdadero ícono de cultura, que
logra su reconocimiento a partir de
un trabajo consagrado de muchos
años, en los que sus esfuerzos se
han dirigido a conservar el legado
que de alguna manera ha
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contribuido al forjamiento de la
identidad del pueblo paisa.
“Medellín es una ciudad
tanguera, siempre hemos
estado vinculados a esas letras
de antaño que hoy en día
todavía suenan y que la
juventud repite como si
sintieran el deber de
preservarlas; eso que dicen
por ahí, de que la vida es un
tango es cierto, yo
personalmente lo he cantado
y lo he bailado, he dedicado
mi tiempo a sentir cada nota
con mi alma, mis manos, mis
pies y mis sentidos”
Dice don Javier mientras busca en
su ordenador uno de los temas que
le llegan al alma, y que de hecho
han permitido que la ciudad lo
conozca como el hijo de Homero
Manzi y el amigo eterno de Malena,
“aquella que cantaba el tango como
ninguna, y que en cada verso ponía
su corazón”, como él mismo suele
hacerlo.
Estos dos nombres lo han
acompañado en grandes batallas,
algunas para sobrevivir, otras para
disfrutar del mundo y otras para
lograr embriagar a amigos y
desconocidos con la magia de cada
noche. Así pues, todas las semanas
se abren las puertas de HOMERO
MANZI TANGO CLUB, el bar,
que más que eso se ha convertido
en un templo visitado por todo tipo
de personas, nativos y extranjeros,
pobres y ricos, gente de barrio, de
universidades o empresas, pero
todos con el mismo objetivo,
deleitarse con una cultura que se
niega a morir en una ciudad muy
lejana a Buenos Aires, pero que al
igual que esta, ha logrado construir
un “caminito” del que don Javier
Ocampo ha sido uno de los más
importantes arquitectos.
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Ubicado en una de las esquinas más
conocidas del barrio Bomboná, este
bar gracias a su propietario se ha
encargado de recordar a un público
fiel a la tradición tanguera, que en
cada letra se cuentan historias que
reflejan a la misma humanidad y,
que suenan a todo parlante
permitiendo encontrar entre mesa y
mesa una “moneda de cobre”, una
“muñeca de loza” o un amigo que
dijera “adiós muchachos” a todo
pulmón.
“Ésta es la casa de todo el que
quiera venir a compartir un
espacio con el arte, un museo
para que a nadie se le olviden
las caras de los que nos
vinieron a enseñar que el
tango se puede vivir, y no
solamente bailar o cantar; aquí
se encuentra desde la canción
más vieja, hasta el show más
moderno; gracias a Dios se le
puede ofrecer a la gente lo
que busca, pero lo mejor de
todo es que se da una imagen
de lo que se quiere mostrar, y
es que esto no es un
pasatiempo ni un ritmo
cualquiera, sino una forma de
vida, para todo el que la
quiera asumir”
Dice Javier al tiempo que toma un
libro del cual saca varias fotos:
“Vos conociste al gordo
Anibal, allá en el patio del
tango nosotros hablamos
mucho de que la cultura
tanguera no se puede dejar
perder, por eso siempre que
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se tenga la oportunidad de
mostrar algo sobre esto, hay
que aprovecharlo; aquí el
gordo estaba cantando –dice
mientras enseña una
fotografía- eso fue hace
mucho tiempo, en esos días
había festival aquí en
Medellín, eso fue 3 años antes
de morir, nosotros
compartíamos el amor por
esto, y después de que se
sienta ese amor, vos sabés, ya
es muy difícil alejar todo esto
de uno”.
Cada objeto, cada imagen, cada cosa
que se encuentra en este lugar,
evoca el barrio, el arrabal, la
nostalgia y las realidades, que así
como si fuere la más grande galería,
refugian la representación de una
cultura, para muchos ajena a nuestra
ciudad pero que para otros tantos,
hace parte de nuestra idiosincrasia,
de nuestros recuerdos, tradiciones y
vivencias.
La imagen desde la fachada hasta
cada silla es la de la barriada, que
en aquellos hombres y mujeres de
vieja data recrean instantes
inolvidables en los que a través de
los ojos de Gardel, la vos de Malena
y las pistas de Piazzola, embargan el
alma de cada uno para convertir la
visita a este club, en una experiencia
que aviva las ganas de sentir y
redescubrir la poesía escrita en la
vida de cada individuo.
Javi lo expresa así:
“estar acompañado de un
tango, es lo mismo que estar
bien acompañado, porque
cuando se escucha se
recuerda y cuando se recuerda
se vive”.
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Después continúa diciendo:
“Mirá, es que es tan sencillo
como hablar con cualquier
persona, ahí se puede
encontrar un tango, una
milonga, un candombe que
fácilmente podría ser la letra
de una canción, por ejemplo,
si te vas para un asilo y un
anciano te dice que se siente
abandonado y triste, vas a
estar escuchando a Yira yira,
cuando dice “Aunque te
quiebre la vida, aunque te
muerda un dolor, no esperes
nunca una ayuda, ni una
mano, ni un favor... Si te
ponés a hablar con alguien
que te cuenta sobre el parque
que visitaba en su infancia, te
va a parecer escuchar mi viejo
parque patricio querido
rincón porteño, barriada de
mis ensueños, refugio de mi
niñez…
Lo dice mientras tararea cada
una de las letras y finaliza
afirmando:
“Yo sé que seguramente
cuando yo me muera, esto no
va a ser igual, pero mientras
viva voy a seguir hasta donde
Dios me ayude, ya son
muchos años en esto y hasta
el día que Dios me llame a
cuentas voy a seguir viviendo
el tango con Gardel, Manzi,
Malena y todos los otros que
le dan vida a este bar y me
ayudan a vivir a mí”.
Entre tanto, seguirán pasando los
días y las noches, en los que
hombres y mujeres seguirán
visitando HOMERO MANZI
TANGO CLUB, para compartir
una copa, una plácida charla, un
hermoso espectáculo y grandes y
bellas melodías, que seguramente
lograrán atrapar el alma de algunos
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y, aunque talvés pasarán sin mayor
novedad en otros, probablemente
esa visita deje una huella que
recuerde de la noche que visitaron
este sitio.