En un día estresante en el trabajo de atención al cliente, una empleada recopila direcciones de clientes solitarios. Más tarde, envía círculos de papel a cada dirección y se suicida tomando pastillas y bebiendo una botella de vino, cansada de su rutina laboral.
1. UN SOBRE, UNA DIRECCIÓN
La sala era un caos. Como de costumbre el teléfono sonaba en todo momento, era un
momento de crisis. Había por lo menos veinte personas al teléfono. Cliente tras cliente
llamaba. El servicio del TDT se había cortado. Miles de personas se habían quedado sin
televisión.
Yo hablaba con un cliente, Juan. Vivía en la calle Jerez, tenía dos hijos y se estaba divorciando.
El ordenador lo sabía todo sobre él. En cierto modo me asustaba, ya me había casi
acostumbrado pero a veces me pasaba con ciertos casos. Pobre hombre, la tensión se notaba
en su voz, me gritaba y se quejaba del mal servicio. Yo no le interrumpía, ya me habían
enseñado lo que hacer, yo esperaría a que él acabase de hablar, esperaría dos segundos por si
quería seguir hablando y luego le diría:
Disculpe las molestias juan, estamos trabajando en ello, nos preocupamos para arreglar su
problema lo antes posible. Usted nos ha elegido y no le defraudaremos.
Normalmente el cliente ya habría colgado, yo haría como que no y repetiría su nombre varias
veces por si acaso. Pero no, Juan aguantó y me respondió con más cabreo todavía.
Me da igual lo que se preocupen. Ustedes no dan más que problemas, muchas ofertas y
garantías pero luego mira todos los problemas que me dais.
Juan, le repito que estamos trabajando duro para arreglar esta situación. No se preocupe que
lo tendremos solucionado en menos de veinticuatro horas.
De repente colgó la llamada. Repetí su nombre varias veces como si me sorprendiese y al final
yo también colgué el teléfono. Entonces volvió a sonar. Respire tranquilamente dos segundos y
cogí el teléfono.
Buenos días, soy Ana del servicio de atención al cliente, en que le puedo ayudar.
Buenas tardes Ana, llamaba por el problema del servicio del TDT. Querría por favor que me
informasen un poco del problema.
Se llama Javier. Sin hijos, sin pareja, vive a las afueras de Barcelona. El caso es que no parecía
triste, estaba feliz a pesar de su solitaria vida. Bueno, yo tampoco iba a hablar sobre vidas
solitarias porque trabajo sesenta horas semanales en el trabajo más asqueroso de todos y
cuando llego mi apartamento lo último que quiero es salir y buscarme a alguien con quien salir
por las noches que no me toca el puto turno de noche. La verdad es que si sonaba un poco
deprimente.
Perdona Ana sigue ahí – decía Javier.
Si, si perdona señor. Me puede decir su nombre – tenía que preguntárselo, no podía saber la
cantidad de datos que teníamos acerca de él. A cierta gente le puede agobiar ese tipo de
cosas.
2. Javier, me llamo Javier Jiménez.
Bueno Javier, podemos garantizarle que estamos trabajando lo más duramente posible para
arreglar esta situación.
Si bueno, eso ya lo sé, pero dígame la verdad -No parecía tonto el chaval.
Javier, de verdad que nuestra empresa nunca mentiría a un cliente. Puede estar seguro de que
tendremos solucionado el problema en menos de veinticuatro horas. Usted no se preocupe
que nuestro nivel de preocupación por el tema es el más alto posible.
Bueno Ana, usted dirá – Así concluyó su llamada y colgó el teléfono. La verdad es que era muy
mono. Para vivir solo, no parecía un hombre muy aburrido. Sin que nadie se diese cuenta me
guardé su dirección.
La apunté en mi lista. Poco a poco ya había conseguido unas cien. Las guardaba para alguna
ocasión especial. Casi todos eran gente sola, con vidas un poco tristes pero que aun así
llevaban su vida con un mínimo atisbo de felicidad y procuraban hacer lo mismo con los
demás.
Volvió a sonar el teléfono. Lo cogí y mantuve el silencio. Estaba pensando. Me estaba
empezando a cansar un poco de esta rutina. No tendría otra cosa que hacer, ni otra forma de
ganar dinero. Pero me estaba hartando un poco.
Me quite el auricular. Lo deje allí. Decidí hacer caso omiso del tenue sonido del cliente.
Hablando como si alguien le estuviese escuchando. Aquella tarde estaba siendo demasiado
estresante para cualquier persona dentro del margen normal de paciencia. Necesitaba un
mísero momento de tranquilidad y decidí que aquella mujer, con tan poca pinta de agradable
no me iba a ayudar.
Así que le di al botón mágico, el botón que me arreglaba cada día y que me daba los cinco
minutos de paz que necesitaba. El botón era aquel que todos los clientes odiaban. Cogí el
auricular y dije.
Un momento señora. Ahora mismo le atendemos. –Inmediatamente empezó a sonar un
tranquilito soniquete que me daba todo el tiempo que necesitase. Haciendo caso omiso de las
indicaciones que nos había dado el jefe en cuanto cayó la TDT.
Así que cogí un papel, la taladradora de agujeros y empecé a divertirme y a complicarle un
poco el día a la señora de la limpieza.
Cuando mi mesa estaba llena de idénticos blancos circulitos empecé a agruparlos en dos
montones.
El primer montón era el de los círculos perfectos. Los que habían salido idénticos de verdad.
En el otro, solo había pequeños círculos imperfectos. Los que se habían medio unido con otro.
Los que estaban demasiado pegados al final de la hoja y los que habían salido en el último
momento cuando en la hoja ya no cabía ningún otro círculo perfecto.
3. Cogí el segundo montón y se lo eché al cubículo de delante. Nunca había hablado con él.
Parecía un hombre bastante soso y no me aportaba nada. Pero como estaba inspirada le rocié
la mesa de papelitos y grité en la oficina
Nieva, nieva.
Nadie me oyó. Mi voz quedo ahogada entre discusiones telefónicas, pitidos y me sentí otra vez
en la más decadente vida.
Sin embargo, el de delante sí que se había dado cuenta de la ventisca polar que le había caído
encima pero, lo más desolador fue que no dijo nada, estaba hablando por teléfono y continuó
hablando por teléfono como si nada hubiese pasado. Eso sí que me afecto. Qué clase de
persona que tenga un poco de autoestima haría eso. La gente es horrible chicos.
Cogí el auricular. Y volví a darle al botón para parar aquella increíble sinfonía telefónica.
La mujer dijo.
Ya era hora. Llevo cinco minutos esperando.
Lo siento señora, tiene que disculparnos, tenemos un día un poco ajetreado. Bueno, ¿que
desea?
Quiero saber que narices le pasa a mi TDT y porque cojones no funciona.
Colgué el teléfono. Definitivamente no me apetecía que me gritasen. Me estaba cansando y
me apetecía irme a mi casa. Así que me levanté y me fui. Bueno, antes cogí el montoncito de
los círculos perfectos y me los llevé. Sentía que de algún modo era lo único que de verdad me
pertenecía de esa sala.
Me fui. Bajé, cogí un autobús y en cinco minutos llegué a mi portal. Pero justo antes lo pensé
un poco y me acerqué al estanco.
Llegué al mostrador. Pedí un paquete de tabaco de liar como siempre pero además le pedí un
paquete cien sobres y algún que otro suelto más por si acaso se me gastaban.
Subí a mi casa. Dejé el abrigo en el armario del recibidor y me senté en la butaca. Saqué la
bolsita con los circulitos perfectos y uno a uno los fui metiendo en los sobres. Metía tres por
cada sobre.
De fondo sonaba el informativo de la SER. Como no, hablaba sobre el problema de la TDT.
Apagué la radio. No podía aguantar más aquel puto tema.
Poco a poco los sobres se iban llenando.
Tras media hora larga yo ya había acabado con los sobres.
Fui a la cocina y me hice la cena. Hoy era un día especial. Así que me tocaba exactamente la
misma comida que cualquier otro día. Como me gustaba la sopa de sobre.
4. Cuando acabé de cenar me fui a dar una vuelta con el coche. Iba parando en cada dirección de
mi lista y echando un sobre en el buzón.
Os parecerá absurdo pero a mí me llenaba.
Llevaba un año y medio recopilando direcciones ilegalmente en las notas de mi móvil. No sabía
para que las fuera a poder usar pero por fin había encontrado un bonito modo de ayudar a esa
gente.
En cuanto visité cada una de las direcciones de mi lista me volví a mi casa.
Llegué y me volví a sentar en la misma butaca. Básicamente por que era la única que tenía.
Cogí la botella de vino que guardaba desde hace diez años. La guardaba para una ocasión
especial. Tal vez cuando encontrase alguien a quien querer o un trabajo que me gustase de
verdad. La dejé respirar un rato en la encimera de la cocina.
Fui al baño y abrí el armario de las pastillas. Cogí un paquete, me lo pensé y acabé cogiendo
tres. Durante cinco minutos me tragué 27 somníferos, 4 antidepresivos y 18 ibuprofenos.
Luego me serví el vino en la copa y disfruté de aquella gran y deliciosa botella durante los
últimos veinte minutos que me quedaban.