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Una reflexión sobre La Democracia como acto poético
1. Una reflexión vulnerable ante La Democracia
«Ando ligeiro acima do que digo
E verto sangue para dentro das palavras
Ando um pouco acima da transfusao do poema»
Daniel Faria
Por supuesto que es fácil y bello asistir al proceso de desaparición de una imagen en un
escenario. Cualquier espectador contemporáneo, sea o no a su pesar, ya ha aprendido a
asistir a este proceso, aunque grite que no está dispuesto a esperar. Esta es la primera
afirmación imprescindible a la hora de analizar la propuesta La Democracia de Pablo
Fidalgo y Estefanía García. Una afirmación que nos instala a los observadores en un
lugar muy vulnerable. Los que firman esta propuesta son los que escriben a tiempo real
cada imagen como un diario selecto. Es más que un gesto. Es también su pretexto para
reivindicar una cita con un dolor perenne y cotidiano que está fuera de sus cuerpos, que
vive por encima y por debajo de sus cuerpos.
Es claro desde el inicio que como espectadores asistimos a un procedimiento testimonial
de dos artistas que no dialogan, y que luchan por apuntalar su biografía como si se tratara
de un informe procesal. Escuchamos sus quejas simples. No aguantan la respiración.
Mueven el pelo porque viene a los ojos. Leen débilmente. Miran hacia delante a pesar de
todo. Pero también enseguida nos damos cuenta -y esto es claro para todo espectador
que a aprendido a ser paciente ante otro ser humano- que las palabras ya no pertenecen
a las actitudes de su cuerpo, ya no son dichas, empiezan a ser sólo escuchadas o vistas.
En la secuenciación de las imágenes, de las acciones, de los fragmentos de la pieza,
cada uno de los creadores, se va transformando en un tipo de intérprete que se pone al
servicio de un ser idealizado que odia al mundo. Aparece el cansancio de sus propias
vidas como una premisa de escritura, y aparece el cansancio físico también como una
premisa de escritura. Estos cansancios se va imponiendo como motores de desamparo,
que les obligan a situarse aún más en el discurso de la intimidad.
Pero es necesario preguntarse cuánto espacio existe en ellos para desarrollar su
intimidad, y cuánto para su autoría, porque es en esta división donde radica la
generosidad que conceden a cada imagen, a cada acción, a cada fragmento. Por eso
creo importante decir que Pablo y Estefanía transgreden la ortodoxia de lo gestual como
sostén y empieza a ser posible, tan sólo en la evolución de la pieza, una realidad lírica,
2. una confesión, que vuelvo a decir tomando las palabras del poeta Daniel Faria, pasa por
encima de ellos, incluso por encima de su discurso ideológico. No sé si entran en el
terreno de la crueldad, creo que en todo caso dejan que se haga.
Existe otra afirmación o constatación para analizar este espectáculo como una acto
poético: La Democracia es un acto donde se instalan los estados puros y no transitados
por la anécdota, y donde las acciones están una detrás de otra como en un río ingenuo.
Creo que La Democracia se acoge a esta constatación como un regla austera, al estilo
del artesano que no anticipa el uso del siguiente utensilio, y que no quiere llegar al
momento de la encarnación de la figura. En este sentido el gesto de La Democracia a
veces deviene en espectáculo cuando se anticipa la idea a la más justa realización. No es
esta un reflexión sobre la eficacia o no de la pieza, sino una observación que nos
muestra a dos creadores de si mismos que quieren aprender a ser juzgados.
Mario Castro (o Jesús Barranco)