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Susanita
(Una Vida Compleja)
Novela
Autor: Emilio Arturo
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Susanita
(Una Vida Compleja)
Uno
Ese día, salí de casa bien temprano. Me esperaba Baudilio. Ahí, no más, en el lugar de
siempre. En el trayecto encontré a Bersarión. También había salido temprano. Nos
saludamos, como es la costumbre entre amigos. Esto, a pesar de nuestro distanciamiento.
Originado en la disparidad en lo que tiene que ver con el rol de la señorita Susana. Ella,
amiga sin par, había comprometido su palabra, cuando conoció la actitud de Bonifacio,
relacionada con la interpretación de los hechos sucedidos el dos de agosto pasado.
Virgiliano había sido detenido por parte de Los Regentes, cuidadores de la disciplina en
nuestro pueblito. Él (Virgiliano), convocó a trescientas personas, con el objeto de
manifestar ante El Sacro Consistorio Delegado por la Santa Sede. La razón, tuvo que ver
con el castigo infringido a Susanita; por su actuación en la obrita de teatro escrita por ella y
actuada por Gilberto, Marceliano, Aurelio y ella misma. Una versión de ¿Quién Teme a
Virginia Woolf? , adaptada de conformidad con la situación de nuestra sociedad. De sus
secretos, de las contradicciones en las relaciones de pareja. Todo matizado por el temor al
qué dirán. Esto, de por sí, recrea un ambiente de mojigatería, al momento de analizar los
roles de cada quien.
Susanita, había nacido acá, dieciocho años atrás. Fue al colegio, con las limitaciones
propias de su familia y, en general, de quienes han vivido en un entorno de verdades a
medias. Particularmente, en lo suyo, en su familia se había entronizado una opción
autoritaria absoluta. Tanto como decir que, su padre, Astolfo, incursionó en el modelo
creado por Morton Schartzman en “El asesinado del alma”. Con una aplicación absoluta. Y
esto, de por sí, influiría en el quehacer cotidiano de Susanita.
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Desde una perspectiva acuciosa, en lo que esto tiene de exacerbación de la violencia
tendencial y concreta, Astolfo, hizo un recorrido como maestro. Los Regentes aprendieron
de él, todo lo que ahora saben y aplican. Siendo así, entonces, el ignominioso calvario
llevaría a todos los niños y todas las niñas, a asumir un patrón de comportamiento solitario
e introvertido. Yendo, como en el sonido de vihuela, alimentado con la púa clavada en su
centro.
Hasta cierto punto, la intervención de Susanita en representación de Virginia Woolf, se
convertiría en desahogo de su tristeza. Con esas palabras tensadas, por la vía de
demostración de esa hondura. Desde ese silencio aprendido en familia. Una desinhibición
pulcra. Recordando todo el bagaje de soledades. Como sinonimia acordada consigo misma.
De tanto violentarse, tratando de alcanzar la libertad, en un escenario, en el cual, Astolfo,
ejecutaba su rol. Casi siempre como emboscada a la alegría. La manumisión de la niña,
empezó a concretarse, en nexo con su canto libertario. En ejecución magistral. Asumiendo
la palabra como himno a todos y todas sus etarios (as), Sintiéndose fémina incansable,
transitando caminos impíos, dolientes. Como Cecilia Bohr, quien tuvo que presentarse
como autor hombre (Fernán Caballero) en su gesta literaria “La Gaviota”.
Susanita, a partir de ese rol de Virginia Woolf, se hizo liberadora de aquellas y aquellos
transidos (as) de dolor bajo la yunta asfixiante de todos los “Caballeros Delegados en el
Consistorio de la impudicia.” Sintió, en ella, ese acopio doloroso. Sintiendo, en ella, la
posibilidad de asumir liderazgo, en contravía de todos los perdularios machos. En el
entorno, empezó a proclamar la insurgencia clara; en la perspectiva de la liberación.
“… ¿Cuál es, pues, el fenómeno de la creencia delirante? Es, decimos, desconocimiento,
con todo lo que este término supone de antinomia esencial. Porque desconocer supone
un reconocimiento, como se manifiesta en el desconocimiento sistemático, donde hay que
admitir que aquello que es negado sea de alguna manera reconocido.
En efecto, me parece claro que en sus sentimientos de influencia y de automatismo el
sujeto no reconoce como suyas sus propias producciones. Es en lo que estamos todos de
acuerdo en que un loco es un loco. Pero lo notable, ¿no es más bien que tenga
conocerlas? Y la cuestión, ¿no es más bien saber qué es lo que conoce de sí mismo en
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esas producciones sin reconocerse en ellas? Jaccques Lacan (citado por Morton
Schartzman, en “El Asesinato del alma”, Siglo veintiuno editores, séptima edición en
español, 1976, página 42
Y. la inclemencia, tendría su incidencia en la proclama hecha manifiesta por parte de
Astolfo y Ángel María, quienes asumieron su tarea convalidados por el Sumo Gendarme
adscrito al pueblito. En osadía que se hizo nefando origen para todos los pueblos cercanos.
En generalización de la doctrina construida para concretar un tipo de reino no efímero. Y,
en el cual, se acudía al discurso de “salvar los valores de nuestros mayores”. Una cofradía
de potente dominio espiritual y físico.
Nervadura, no como estructura casi mágica, de la vida. Más bien como hechizo acto de
ejecuciones y de elucubraciones enfermizas. Dando cuenta de las ínfulas perversas del
conglomerado de insaciables vejetes. Sin otra impronta que la tarea de detección de
“herejías infames”. En puro laberinto de abrojos indignantes. Pero, fundamentalmente,
como expresiones de violencia constante; en contra de libertarios y libertarias que se
atrevían a desafiar al “Dios del Fuego y del Martirologio”.
El día del estreno de la obra, asistí de la mano de Aureliano. Hicimos una vocería
sincopada. Vitoreamos, casi hasta el delirio a quienes, como ella, desafiaron a los vesánicos
y ególatras panfletarios de la yunta y de sus dolores adheridos. Recordé, entonces, ese
sueño mío. Dichoso, en sí, pero cargado de mensajes insumisos.
Es ya de día. Ayer no supe prolongar el sueño necesario. Este día ha de ser como el otro.
Eso supongo. Muy temprano ajusté la bitácora. Ahora, en primera persona mía, he de
recomponer los pasos. Superando la fisura propia. Esa hendidura abierta. Siempre ahí.
Como convocante falsa. Como recomposición ávida de otros lugares. Tal vez más ciertos.
O, al menos, más coincidentes con mi nuevo yo, propuesto por mí mismo. Y, el recuerdo
del ayer íngrimo, me hizo soltar la voz. Con mis palabras gruesas, puestas en lo del hoy
concreto. Y sí que me fui hilvanando. Tanto como acentuar la prolongación. Del ayer
elocuente. Hasta este hoy enmudecido de palabras convocantes. En repetición de lo mío. En
contrapartida de lo punzante. De esa pulsión herética del pasado. Hasta este hoy propuesto.
O, por lo menos, enclaustrado en el decir mío de la no pertenencia al pasado. Pero,
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tampoco, como posición libertaria del hoy o del mañana. Y sí que, entonces, empecé a
enhebrar lo dispuesto. En la asignación hecha propuesta. De un devenir lúcido, cierto. Y no
esa prolongación de lo habido a momentos. Como simple ir yendo con las coordenadas
impuestas. Desde una visión incorpórea, hasta divisar el yo mío, cubierto de nostalgias
afanadas. Puestas en ese ahí como tridente vergonzoso. Hecho de premuras malditas.
Acicaladas con el menjurje dantesco. Una aproximación a entender los y las sujetos en
pena. Por simple transmisión de la religiosidad banal. Cicatera. Gobernanza ampulosa en la
cual el yo se convierte en simple expresión estridente. Afanada. Lúgubre. Por lo mismo que
se ha ido en plenitud de vuelo acompasado. Con las vivencias erigidas en el universo no
entendido. En esas volteretas de lo que llaman suerte. Para mí, en verdad, simples siluetas
inventadas. En ese estar ahí como propuesta no entendida. No vertida en la racionalidad
vigente.
Y sí que me fui, entonces, en búsqueda del eslabón perdido. Como en ese recuento hablado
acerca de la sucesión de propuestas y de acciones asimilables a la progresión de Natura
breve. O expuesta al ir y venir expósito. Como si fuera simple réplica de lo que soy y de lo
que somos. En esa somnolencia propiciada por la intriga habida. Interpuesta. Acicalada.
Enhiesta. En lo que esto tiene de simple vejamen de la libertad del ser construido en el
simple desenvolvimiento de la historia del ser. Y de los seres. En univoca pluralidad
convincente. Y, entonces, volví a la trayectoria. Desde la simpleza hecha a trozos, hasta la
complejidad habida, como simple resultado de la evolución darwiniana. Opaca, por cierto.
Porque, digo yo, no está cifrada en la complejidad concreta. Vigente. Como réplica de ese
ir creciente. Mío. Y de todos y todas. Y, estando ahí, por cierto, volví a lo racional
emergido de Ancízar, en otro tiempo. Y me dio por repeler lo simple. Y, por el contrario,
tratar de hacer relevante lo humano. Eso que somos y hemos sido. En pura réplica de lo
vivido antes.
Yo, como sujeto vesánico, me fui empoderando de lo que ya estaba. Y me dio por empezar
a verter el lenguaje entendido. En sumatoria de palabras entendidas. Oídas en pasado. Y
transformadas en presente inicuo. Prolongado. Como mera extorsión a la verdad pertinente.
Racional, pero incomprendida. Y me seguí yendo. En esa apertura milenaria. En el engaño
próximo-pasado. - En la expresión no efímera. Pero si atiborrada de recuerdos de lo pasado,
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pasado. De ese estar de antes, surtido como semejanza del Edén perdido, por la decisión
equívoca del Dios siniestro. Vergonzante. Simple réplica de lo que se puede asimilar al
tósigo inveterado. Amorfo. Sin vida.
En ese estar estaba. Como cuando no volví ver a Susanita. Buscándola, yo, en cualquier
laberinto lunático. O en la profundidad avasallante de lo que no ha sido. Y, por lo tanto, lo
incomprendido en la racionalidad vigente. Y lo volví a ver en la otraparte impávida. Como
si no fuese con ella el aprender a dilucidar. Como si no fuera posible decantar lo uno del yo.
Del otro uno del otro. En fin, que, en esa expresión vivida, se fue abriendo el territorio mío.
O el de ella ya ido. O, simplemente, el de aquel pasajero íngrimo. En esa soledad doliente.
Infame.
Si se tratara de volver sobre lo ya pasado. Yo diría que el tiempo se ha hecho fuerza
perdularia. Ese tipo de esquema afín a la dominación espuria. En una libertad no próxima.
Prolongada. En lo que esta tiene de semejanza a la imposición proclamada por el Dios
impuesto. De esa figura de reencarnación atrofiada. Mentirosa. Impávida. Como si fuera
lugar común para todo aquello ido. Por la vía de la hecatombe provocada. En esa batalla
entre seres ciertos, reales. Y la impúdica creación de opuestos. En una lucha prolongada.
Sin la redención propuesta como ícono. Ni como ampuloso discurso férreo. Póstumo.
Erigido como secuela de lo creado por decisión distante, impersonal. Como atrofiamiento
de lo dialéctico. Del ir y venir real, verdadero. Opuesto a la locomoción propuesto desde
afuera. Desde ese territorio sacro, impertinente. Porque, en el aquí y en el ahora, yo percibo
que lo ido. Y lo venido, serán ciertos en razón a que se exhiba el paso a paso de la
construcción darwiniana de la vida en sí. Que es cuerpo y real propuesta al desarrollo de lo
que somos y seremos.
Cuando Susanita despertó, el día primero de abril de 2025, recordó lo sucedido el día
anterior. Estuvo con Isabel Pamplona, en Annapolis, ciudad siempre acogedora. Uno de los
aspectos más importantes, hacía referencia a la manera de abordar la doctrina de la libertad.
Doctrina inmersa en vacíos conceptuales. Algo así como entender su dinámica, anclada a la
teoría de “vista atrás”.
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Es decir, una reiteración en torno al hilo conductor: por más que avancemos en el discurso
libertario, navegamos en el remolino de la repetición. Significa desandar, por lo menos en
la noción de asumir los hechos, en un contexto de cotidianidad, agresivo.
Ya Isabel le había advertido a Susanita sobre las consecuencias relacionadas con la
depravación vigente. Los malos tratos recibidos avanzaban exponencialmente. Inclusive,
Isabel, hizo referencia a la cantidad de momentos vividos bajo el énfasis de los textos
producidos. Textos que relacionan la libertad con esquemas discursivos. Unos esquemas de
fulgurantes palabras huecas. De hechos formales.
Inclusive le recordó lo sucedido el 8 de marzo de 2024. Cuando enfrentaron la fatiga de los
escenarios y de las intervenciones alusivas a la mujer. Como ícono, en constante
crecimiento. Una forma de respaldar la interpretación de los aportes, en términos de
epopeyas vinculadas con la defensa de sí mismas en la ciudad, en el campo, en el hogar;
utilizando un lenguaje impúdico. Una reflexión atada a la globalización. Un contexto en el
cual se vulneraba la emancipación, por la vía de utilizar ese referente, como doctrina
soportada en la superficialidad; cuando no con una variante perversa del homenaje a las
madres, de por si degradado, absorbido por la literatura y las prácticas inveteradas. Como
aquella de hacer coincidir afecto y respeto, con la oferta de mercancías.
No obstante, en esa referencia, Isabel postuló la posibilidad de rehacer el concepto de
libertad de las mujeres. Tal vez, volver al origen de la declaración primera. Esa derivada de
las obreras y las mujeres libertarias, cuando erigieron la lucha autonómica, soportada en la
dignidad, contra los atropellos, contra la asimilación de sus reivindicaciones, a simples
acciones cautivas de la lógica de una sociedad absolutamente centrada en la opción de la
ternura como la implicación de las mujeres en el proceso orientado por el rotulo: nacieron
para ser madres. Esa huelga de las mujeres obreras en una empresa de Estados Unidos, en
1910, constituye referente obligado, al momento de valorar la celebración del 8 de marzo,
como el Día Internacional de las Mujeres.
Asimismo, Isabel, hizo alusión a la variante de transformar esa degradación absoluta, por la
vía de otorgarles el derecho, inmóvil, pasivo y condicionado, a la expresión. En eventos y
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celebraciones. Es obvio, decía Isabel, que no ha habido traslado de lo allí expresado, a una
generalización real, en el día a día.
Para Susanita, ese día de abril de 2025, fue la reafirmación de su autonomía. Pues decidió
su ruptura con Astolfo, su gendarme y tutor en casa. Aquel que siempre reivindicó en
público su condición de enjuto sujeto que compartía con sus pares vesánicos de puta
mierda.
Dos
(La culpa, como definición de la herejía)
Todo se había ido ensombreciendo. Lo digo, no por la alusión a cuerpo negro. Más bien
como refrendación de la catilinaria expresión constante de los predadores absolutos. De
aquellos que hacían de lo cotidiano reverencial expresión. Sumisa, abominable. Ya ha
pasado mucho tiempo, desde que Susanita fue encarcelada en el convento en la que estaban
retenidas las mujeres que habían sido declaradas adúlteras por parte del Consistorio y de los
machos que encontraban en esa figura, la posibilidad de lo que ellos mismos llamaban
“cortar el vuelo a las mujerzuelas”
El sábado tres de noviembre, nos reunimos Pacciolo, Fortunato y yo. La intención era
producir un escrito aleccionador. Una figura no contestaria. Más en la amplitud del
espectro. Tratando de promover una unción libertaria. No solo para las mujeres
vilipendiadas. También para aquellas que, sin haber sido estigmatizadas, eran obligadas a
llevar una vida de absoluta sumisión a los varones, machos de lentejuelas. Nos inspiramos
en Susana Pinzón, llamada por nosotros “La Diosa Ígnea de la Libertad”.
Hicimos extenso escrito, con la palabra suya. Sabiendo que, el día de su muerte, nos
declaramos humanos irredentos. Precisamente, en honor a quien, como ella, había
derrotado a los voceros del cadalso.
La decisión estaba tomada. Raúl Villaveces, sería recluido en “Buena Pastora”, sitio
ejemplar para el purgatorio de penas. Ante todo, conociendo lo que hizo.
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El día en que mató a Susana Pinzón, Raúl estuvo recorriendo su pasado. Fue de barrio en
barrio; de ciudad en ciudad. Se detuvo en ciudad Bienaventuranza. Allí saludó a amigos y
amigas del pasado. Percibió que el lugar había cambiado. Pero no lo expresó en palabras.
Simplemente, su mirada se tornó básica. Como cuando miraba, absorto, la procesión de la
soledad, los sábados santos; en su añorada ciudad del Buen Vecino. Nunca había podido
olvidar esas celebraciones. Para Raúl, la iconografía vinculada con el aniversario de la
muerte de Jesús, el Nazareno, era una continua convocatoria a la reconversión.
Siempre ha sido así. Por lo mismo, ese día, llegó antes de lo previsto. El tren no se había
detenido en las estaciones reglamentarias. Simplemente, su conductor, tenía prisa. Debía
llegar a Bienaventuranza, antes de que naciera su primogénito.
Descendió, mirando alrededor. Como buscando a la mujer requerida. Una mirada de macho
perverso. Porque, nunca había logrado olvidar el día en que la mujer buscada, le dijo en
susurro: ya no me convocas como antes. Ya no veo en ti mi horizonte erótico. Ni siquiera,
mi inmediatez lúdica. Te siento tan lejano; tan inmerso en los recuerdos, que no logro
adivinar si llegaste; o si te quedaste dormido, asfixiándome con ese aliento propio de
quienes han bebido licor todo el día.
Cuando Susana huyó, dejándolo en el cuarto, dormido; ya había amanecido. Ciudad del
Mal, empezaba su quehacer cotidiano. Ya los vendedores de aviones de papel habían
empezado su jornada. Las mujeres habían salido ya. Ataviadas con su desnudez; prestas a
exhibir su cuerpo. Una ciudad en la cual, ellas, no habían sido, ni eran aún, noticia. Como si
no existieran. Por esto, en reunión plena, habían decidido protestar. A Margot Pamplona, se
le ocurrió la idea de proponer la desnudez como expresión de protesta. Ya veremos si el
señor obispo Pío XXIV y sus machos súbditos, serán capaces de resistir nuestra firmeza y
nuestra capacidad para hacer de la desnudez un arte y una opción lúdica. Le aseguro,
camaradas, que, por fin, seremos noticia de confrontación a la Cofradía del Santo Oficio.
También habían salido los vendedores de ilusiones. Aquellos que cantaban el número
ganador en la lotería. Ya habían aprendido el arte del cálculo de probabilidades. Por lo
tanto, justo ese día, debía ganar el número 3345. Tal vez, por esos avatares del destino casi
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siempre incomprendidos, ese número coincidía con las cuatro últimas cifras del número de
la cédula de Raúl.
Al otro lado de la ciudad, entrando por el sur, en la bodega habilitada para albergar los
cuerpos de los y las NN, llegados desde diferentes sitios de la periferia, estaba Juvenal
Merchán, el cuidador de cadáveres. Había aprendido su oficio desde niño. Su padre,
Gaspar, había heredado el arte de cavar fosas comunes de su padre Hipólito
Era, entonces, una sucesión de saberes relacionados con las muertes masivas, sin dolientes;
sin historia. De esas muertes que se han vuelto cotidianas; a partir de la imposición de
opciones de vida vinculadas con los conceptos de tierra arrasada, en contra de quienes,
simplemente, no comparten las propuestas y expresiones dominantes.
A propósito, Juvenal, había sido amante de Susana. Se conocieron cualquier día, en
cualquier sitio. Lo que, si recuerda, de manera plena el sujeto, es que ese día recién
terminaba de recibir el cadáver de Benjamín Cuadros. Ese que, para Karla, había sido
símbolo de libertad. A su manera. Es decir, a la manera de la mujer que había recorrido
todos los territorios, desafiando el poder de los inquisidores cercanos y lejanos.
Fundamentalmente el poder del Obispo Pío XXIV; quien ahora ejercía como soporte del
buen comportamiento en Ciudad del Mal. Él, a su vez, había recibido de Fornicato Palacio,
procurador delegado por la Santa Sala de Preservadores del Orden, la misión de desterrar,
minimizar y erradicar los conceptos de placer y de alegría.
Benjamín, estuvo luchando al lado de Virginia Esperanza Potes. Cuando la libertad era
horizonte deseado. Ella y él, protagonizaron la Gran Jornada por El Derecho a ser
Humanos. En ese tiempo en el cual La Cofradía de los Eméritos Caballeros de la Santa
Cruz, había determinado, mediante, Ordenanza Absoluta, que la condición de humano era
un derecho que solo podría ser otorgado a quienes demostraran haber sido convocados y
convocadas a la unción divina, por parte del Honorable Tribunal de la Santa Virtud y la
Sagrada Aplicación de los Evangelios.
Por lo mismo, entonces, tanto Benjamín como Virginia Esperanza, habían sido condenados
y condenada a trabajos forzados. Los mismos consistían en ir de casa en casa, invitando a
creer en María como virgen y en José como Santo Varón Sacrificado.
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Cuando cumplieron la condena, ella y él, decidieron poblar de hijos e hijas libertarias (os)
el territorio. Allá, en la Tierra Sagrada de Fornicato. Por lo tanto, hicieron lo que es
necesario hacer para procrear. Nacieron 16 niños y 15 niñas. En un recorrido de tiempo
calculado, utilizando el multiplicativo nueve, con escisiones calculadas entre dos y tres
meses.
Tanto Virginia-madre; como Benjamín - padre; instituyeron un ritual cifrado. Para sus
seguidores y seguidoras. Algo así como entender que la sumatoria de adeptos es condición
sine-quanum para fortalecer la lucha por el poder. Convencieron a varias parejas
heterosexuales. Porque, para ellos, a pesar de su visión libertaria; los y las homosexuales
eran algo que debía soportarse en honor a la posición libertaria. Pero, no más allá. Como si
su rol estuviese asignado desde antes. Es decir, una posición en la cual la lucha de
contrarios, suponía hembra-macho; más no esa opción en la cual el yo con usted, en la
misma condición de género.
…Y pasó algún tiempo. Villaveces permanecía en su auto-condición de perdulario. El
asesinato de Susana lo conmocionó tanto que, soñaba con ella. La veía en todas partes.
Susana, la mujer libertaria, iba a la par con sus elucubraciones. Imaginarios enfermizos. La
veía, allí, al pie de la libertad, hecha pedestal; una figura marmórea. Como Sísifo que va y
regresa. Como Prometeo que está allí, con su vientre abierto; como manutención de las aves
que lo destripan cada día. Como Teseo originario, llegado un día cualquiera de la tierra del
nunca jamás…Y que permaneció con ella, como lo hizo, hace siglos, con Ariadna, la
hermosa amante suya que lo orientó y lo situó en condiciones de volver a ser sí.
Para Raúl, el hecho de haberla matado; suponía no estar con ella. Con esa Susanita
libertaria, pero efímera. Tan libertaria que nunca la pudo asir. Nunca pudo concertar con
ella nada diferente a estar hoy, tal vez mañana; pero nunca aquí y ahora. Un Villaveces
montonero perverso. Ser de un día; que no reconoció, ni reconoce aún hoy en su tormentosa
pena, que fue pionero del amor a migajas. De la entrega, como trofeo que se adquiere, por
haber sido merecedor de él; en la peor versión de esa simulación de competencia. Porque lo
suyo, fue y será siempre la cautivación de la mujer sujeto de debilidad. Porque, siempre lo
dijo, las mujeres no son otra cosa que placer latente. Ellas no piensan. Nunca han
pensado...ni lo harán. Porque su cerebro es su vagina; y sus horizontes, el placer que
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otorgan…En fin, que Raúl la mató; porque Karla pensó. Porque, cualquier día ella le dijo;
quiero ser libre. Ya no te quiero. Quiero volar a otro territorio. Ese en el que conocí a
Benjamín y a todos los que son como él. Tú no eres otra cosa que Raúl Villaveces, sujeto
tardío; misógino; furtivo depredador constante.
Y, entonces, la mató. Así como la había amado, a pedacitos. El mato un día en que su
expresión convulsiva (la de él); lo hizo delirar. Un día en el cual él se observó como lo que
era, reflejo de la luna en el agua. Agua de ese pozo pútrido que lo acompañó siempre. Pozo
son nada diferente a la repetición de cosas. En el día a día. En ese ir y venir circunstancial.
Porque, Raúl, ni siquiera pudo hacer bien las repeticiones. Todo en él fue y era ahí, en el
momento. Sin ningún acumulado visionario, trascendental. Su lógica, fue y es la del
reciclador de la historia. Aquel que recoge lo que ha sido usado. Las ideas y las ilusiones.
Raúl de nimiedades. Mató a Karla por reconocer que era superior a él. Oh, sujeto cautivo.
Inmerso en las alocuciones constantes. Sobre el mar y sobre la Tierra. Sobre la mujer y
sobre la ignominia que prevalece.
Raúl, con Pío XXIV a cuestas. Raúl que infiere, a cada paso, que su gestión es la de
complacerlos. A Pío XXIV; a Fornicato Palacio; a Pedro Vaticano. Este último maestro de
maestros en el arte de trastocar la historia. Sujeto de mil y una ocasiones para reinventar la
perversidad. Que asistió a la inmolación de Espartaco; que condujo a las Legiones Romanas
a arrasar todo lo que fuera sinónimo de herejía. Pedro Vaticano, sujeto inconcluso, como
quiera que muriera sin haber extirpado el mal de amores. Sujeto que, por lo mismo, nunca
pudo hablar con palabra propia. Todo en él era prestado. Hasta la manta que se suponía lo
debía arropar a lo largo de la historia. Ese que se emparentó con Claudio y con Calígula.
Pedro Vaticano, sujeto de perversidad absoluta. Por esto fue mentor de Raúl. Y, éste, lo
entendía y lo aceptaba así. Por eso no dudó en matar a Karla.
Ese día, en el cual regresó; o que visitó por primera vez (porque ya no sabía distinguir
tiempos y espacios) a su ciudad, para cumplir con el mandato jurisprudencial; Raúl estuvo
divagando. En un proceso eterno. Ante todo, porque él sabía que la muerte de Karla era su
estigma. Porque él sabía que había matado al símil de la ilusión; de la esperanza.
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Cuando él llegó, ya los y las testigos habían reflexionado. Habían establecido un
conglomerado de hechos, de circunstancias, de evidencias. Ellos y ellas, habían logrado
establecer que Villaveces esperó a Susanita a la entrada de la habitación. La dejó entrar y la
abordó. Le dijo, en comienzo, que la amaba; que siempre lo había hecho. Que vivía en
función de ella. Que era su vida y su post-vida…que no lo abandonara. Que moriría. Pero,
al mismo tiempo, aclaraba que, si no se quedaba con él, sería ella quien moriría. Que,
cuando soñaba, era ella que aparecía. Aquí y allá…En fin que, “mi bella Karla, no me
abandones”.
Susana, siempre vertical, le dijo “no me interesa tu discurso; ya lo he vivido y lo he
sufrido”. Entonces, Villaveces, se desmoronó; se consolidó como macho perverso y la
acuchilló. Muchas veces. Tantas, que el cuerpo de Susana, parecía cedazo.
Y, en consecuencia, el jurado, votó. Ellos y ellas, definieron por unanimidad la sentencia:
debe ser ahorcado en plaza pública. Será vejado antes. Hasta que desespere y hasta que
vocifere, pidiendo la muerte inmediata.
Su defensor, Pío XXIV, insistió en la justeza de la muerte de Susana. Porque había
trastocado los roles. Porque desconoció la autoridad del hombre amante. Porque ni ella, ni
ninguna mujer tenía derecho a confrontar a los hombres. Él, Villaveces, era su dueño y
Karla no podía desconocerlo. Ella estaba obligada a amarlo por siempre. Por lo mismo, al
negarse, entraba en el territorio vedado a las mujeres. Su independencia no había sido
declarada. Ni ella, ni ninguna de ellas, podía trasgredir los principios y los Valores de
Ciudad Trinitaria. Aquella que, algunas herejes habían cambiado de nombre llamándola
Ciudad del Mal…En fin, decía Pío XXIV, Villaveces, era un ciudadano ejemplar. Siempre
lo había sido. Al matar a Karla, él no hizo otra cosa que reafirmar el gobierno de lo
masculino. Porque Dios, ya había dicho, por siempre, que las mujeres no son sujetos
independientes, ni pensantes. Ellas serán lo que los hombres digan que sean.
Y, entonces, Benjamín y Virginia, criaron a sus quince hijas y dieciséis hijos, con toda
ternura y aprestamiento. Procurando inculcar en ellos y ellas, los valores que siempre los
habían acompañado a él y a ella. Pero, Virginia estaba inquieto. Su aritmética no le
cuadraba. Porque la equidad tiene que ver con la igualdad. Y no le faltaba razón. Es decir
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16 varones mayores que 15 hembras. Luego, a sus sesenta años, quería ser preñada, en la
esperanza de encontrar la unidad que configurara la igualdad. Lo otro no es otra cosa que
una desigualdad.
…Y Virginia volvió a quedar en embarazo. Benjamín había hecho todo lo posible por
responder, como varón. A sus sesenta y seis años, era un tanto difícil. Pero lo hizo- Nació
otro varoncito. Virginia, creyó desfallecer. Después del enorme esfuerzo, lo que quedó fue
un incremento de la desigualdad.
Villaveces fue condenado. El jurado no aceptó la interpretación de su defensor Pío XXIV.
Fundamentalmente porque, el acusado había asumido una opción no coincidente con los
principios básicos definidos por las normas de Ciudad del Mal. Normas que habían sido
construidas y aprobadas; a partir de la Asamblea de Mujeres Beligerantes. Mucho habían
tenido que luchar para acceder al poder. Habían sufrido desde tiempos inmemoriales. Los
Santos Inquisidores criollos gobernaron durante siglos. Ellos asimilaron las enseñanzas del
Santo Oficio. Una herencia directamente proporcional al dominio de los invasores. Una
tradición heredada de los Santos Tribunos de la Santa Roma. Enseñaron a aplicar los
métodos para garantizar la expiación y la reconciliación con Dios; su Dios y que, por lo
mismo tenía que ser el Dios de todos y de todas. Enseñaron a castigar a las mujeres; cuando
estas no reconocieran la primacía de los varones. Cuando estas no aceptaran su condición
de seres sin opción de vida propia.
¡Lo dicho, está dicho ¡Eso me dijo Herminio Pérez; alcalde de la localidad San Bonifacio!
Y es que venía desde mucho tiempo atrás. Una confrontación de nunca acabar. Por lo
mismo que estaba de por medio las ilusiones que motivaban a José Buelvas. Sujeto, este, de
violencias acabadas en él mismo. Como quiera que todo se centraba en las posibilidades.
En términos de las consideraciones. Como vigía de sí mismo. Mucho después de la muerte
de mamá Protocolaria Martínez. La quiso tanto que no dudó en convocar a toda la localidad
para realizar jornadas de desagravio. Un poco en el mismo hilo conductor, con el cual se
miden las obligaciones perennes. En esa postura de las mujeres madres. Que perciben lo
que ha de venir. Y recuerdan la historia de los hechos y sus orígenes. Ante todo, cuando
cada quien ha observado, en su camino, los rigores del tempo. Hablado y vivido. Así no
más.
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A Este vergajo de Herminio, se le metió en la cabeza, alzarse en armas contra las matronas
potentes. Ese ramillete de mujeres, veloces de pensamiento y realizaciones. Por esa vía
promovió la primera batalla, en contra de Protocolaria. Ya llevaba mucho tiempo en la
planeación de ejecuciones. Como ensayo general, había elegido a Estanislao Birbiezcas.
Este, envalentonado con la misión, reunió a cuatro hombres jóvenes, para empezar.
Fueron, primero, a la casa de María Epimenia Susana Busquets. Mujer de fuerte convicción
y mejores decisiones al momento de cualquier batalla. Estaba sola en casa. Saturnino
Mascachochas Bocanumen, su compañero estaba en su rutina cotidiana como cargador en
el puerto. Primero tumbaron las puertas con hachas y machetes. La levantaron, a la fuerza,
de su cama. La enmudecieron. Y los cinco vulneraron su cuerpo. Un ultraje espantoso.
Cuando terminaron, la mataron. Cuatro balazos en su cabecita, casi yerta.
Luego fueron donde Belisaria Xiomara Arredondo Martínez. Hija de Barbarita Libertad
Fuego. Mujer de ostentación solidaria, a la enésima potencia. Rodearon la casita. Entraron
por la ventana. La colgaron, de las muñecas. Atadas al travesaño primero. Sus ojazos
negros absolutos, fueron quemados. Ya, después de ahí, todos los ojos de todas las mujeres
aprendieron a mirar con las tristezas siempre hechas, puestas.
En velocidad tendida, por su ejército de mujeres negras, de cuerpos hechos para la danzar.
Siguiendo la tambora y la chirimía. Pero, también, para acceder a la correría. Y habilitaron
trincheras en todas las ciudades. Trazaron ofensivas a las casas de extermino y de torturas.
Las arrasaron con todos los matones adentro. Y fueron, pronto, seis en ciudad Chiquita. Y
doce en ciudad Ternera. Todo se volvió una avalancha de aguerridas mujeres. Cenicientas
en batalla, Feroces, vengativas. Para las cuales, no habrá paz, si no ejecutan a los
perdularios.
Y las derrotaron, ese tres de noviembre. Cuando llegaron “Los Caballeros de la Legión de
María Virgen.” Cruzados. Pervertidos. Arropados por la sabana que cubrió el cuerpo del
Nazareno. Además, por Trinitario Ordóñez. Con su aureola pendenciera, por lo bajo. Se
reforzaron los ejércitos inmundos, apestosos.
A las mujeres que sobrevivieron; El alcalde Herminio, enterró vivas. Eso fue lo que dijo,
siempre “lo dicho, dicho está” Cuando estaba dispuesto a seguir su perorata, lo maté. Le
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enhebré mi puñal, en esa garganta ampulosa. Tal vez, tratando de mutilar sus palabras, para
siempre.
La propuesta de Exequiel, me sedujo. De esas visiones que espera a entender en lo
cotidiano. Siempre, en sentido del ilusionario irrepetible. Él (Exequiel) nos conocimos de
manera fortuita. En Lago Manso nos bañábamos todos los días. Y empezábamos una
conversadera. Ni del carajo. Repasamos las historias de nuestras familias. Por él supe que
su nacimiento, fue producto de una violación. Su mamá Susana apenas había cumplido
quince años. Transitaba por la calle “El Escobero”, ahí no más cerquita a la casa cural. Por
más que Adelina, reclamó justicia y la práctica del aborto; entre el sacerdote, párroco y la
abuela y abuelo, decidieron por ella. Le tocaba, entonces, terminar su embarazo, en las
condiciones que ejercen como soporte. Es decir, entonces, el mandato fue claro,
contundente: abortar es uno de los pecados mayores en la Santa Iglesia Católica y
apostólica. Además, quien lo haga, será condenada. Así rige en nuestras leyes, terminaron
diciendo. Arroparon sus conciencias, con la doctrina insoslayable.
De mi parte, le comenté a todo lo pasado en mi familia. Y, lo que nos esperaba en futuro.
Mi hermana Josefa había accedido a la Universidad Jesús Pulgarin. Allí se hizo militante
del Partido de Exégetas de la Libertad. Este partido tenía un brazo militar, metido allá, en la
selva. Dos veces hemos sido allanados e interrogados.
Terminamos de hablar, esa tarde. Luego caminamos hasta el colegio, en la intención de
hablar con el señor Rector, Cástulo Benjumea. Exequiel, insistía en presentar una
propuesta, en el sentido de realizar un carnaval en el barrio. Se realizaría anualmente. Al
llegar, Cástulo Benjumea, escuchó nuestra propuesta.
Con la aprobación del rector, empezamos a prepararlo. Con la participación de las
diferentes Instituciones Educativas de la ciudad. Hablamos, además, con Felipe Valbuena,
titiritero e impulsor de grupos de teatro.
Lo que no, sabíamos nosotros, en el barrio, se había consolidado un grupo que se negaba a
cualquier actividad mundana, en contra de expresiones libertinas (así llamaban a las
actividades que pensábamos realizar). Pudieron más las amenazas, con panfletos
insultantes; que nuestra propuesta.
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Sucedió que Benjamín y Virginia, acompañada y acompañado de sus quince hijas y sus
diecisiete hijos, se trasladaron de Villa Rebelión. Un caserío a orillas del río Mosquitos. Ya
habían urdido un plan; en la intención de difundir sus ilusiones. Estas venían desde que el
padre de Virginia, Ramón Ilich, había construido una estrategia para acabar con el
liderazgo de Los Caballeros de la Santa Cruz, allá en Ciudad Lejana. Ramón Ilich, era un
hombre profundamente humano. Con la ternura dibujada en su rostro; y en sus acciones.
Ramón Ilich, expresaba solidaridad y esperanza, absolutas.
Por lo tanto, ese día, tres de octubre; cuando lo mataron; se cuajaron las nubes y se desató
la lluvia que acompañaría a los y las habitantes de Ciudad Lejana, por espacio de doce
meses. Sin cesar. Todo quedó anegado. Los victimarios se ahogaron cuando cuidaban el
cuerpo sin vida de Ramón. Porque temían que se produjese otra ascensión, como la del
Nazareno hacía ya cerca de diecinueve siglos. Todo, además, porque los miembros de la
Cofradía del Divino Verbo, los instaron a no salir, por nada del mundo. Y así lo hicieron; se
quedaron en el cuarto subterráneo de la casa de Benedicto XIX quien ejercía como
descifrador de la apologética de San Marcos y que había sido escrita por autor anónimo en
Jericó, ciudad considerada, por esto, santa.
Sucumbieron ante la fuerza de la lluvia y ante su cantidad. Pudieron haberse vertido cerca
de un billón de metros cúbicos; según lo relataron los calculistas oficiales. Pero el cuerpo
de Ramón Ilich, en fin, de cuentas, desapareció. Para su búsqueda exhaustiva fue nombrada
una comisión en la que se instalaron todos los beneméritos hijos de Benedicto XIX y los
hijos de Fornicato Palacio…Pero no encontraron nada.
Una mujer campesina, de nombre Susana Perpetuos, halló el cuerpo de Ramón; un día
cualquiera del mes de enero del año siguiente a su inmolación. Dolores, tejió una red
secreta para informar a los seguidores y las seguidoras de las ideas de Ramón. Al cabo de
tres días, se reunieron todos y todas en la “Cueva de San Mariano”, ubicada en las afueras.
Hacía tres meses había escampado. La ceremonia fue todo un acontecimiento. El cuerpo,
sin pudrición, fue exhibido en altar improvisado. Discursos acerca de la igualdad y de las
acciones para lograrla. Discursos acerca de la herejía necesaria; por medio de la cual se
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expulsarían de la ciudad a todos los Honorables Caballeros de la Santa Cruz; empezando
por Benedicto XIX.
Y la inhumación se produjo en medio de arengas panfletarias, sinceras, a viva voz; con
profunda convicción en los ideales de Ilich y la necesidad de continuarlos; de propagarlos
por todas las ciudades y en el campo y en el mar y en el espacio adyacente a la Tierra.
Benjamín, Virginia y las quince y los diecisiete; no hicieron nada diferente a conservar y
traducir el Mandato Ramoniano. Su horizonte se hizo inmenso. A cada paso; en cada lugar,
hablaban en reuniones clandestinas. Temiendo que Fornicato Palacio los detectara y los y
las hiciera matar. Porque, Fornicato, era un experto. Ya había sido probada su capacidad
para matar; de manera directa y por encargo. Como resultado de esas acciones de matanza;
ni Ciudad Bienaventuranza; ni Ciudad del Mal; ni Ciudad del Buen Vecino; eran reservorio
de herejías. En estas, toda voz disidente había sido callada para siempre.
Benjamín y Virginia murieron de manera simultánea. El veneno de la víbora que había sido
colocada de manera subrepticia en su lecho, hizo efecto en segundos. Mucho se habló del
acontecimiento, en toda el área de Villa Rebelión y en algunos poblados vecinos.
Las quince y los diecisiete continuaron con la tarea. Vivir se tornó mucho más difícil. A
cada momento se escuchaba acerca de la generalización de las matanzas individuales y
colectivas. Pero no sólo se oía hablar de esto; también se podía constatar. Juvenal se
quejaba de la cantidad de trabajo. Los muertos y las muertas eran muchos y muchas. Casi
no había espacio en la antigua bodega. Hasta que Fornicato Palacio decidió arrendar otro
espacio; al aire libre. Se pusieron varas verticales y horizontales y se cubrió el escenario
con plástico. Allí eran depositados los cuerpos. Venían de Lengua Larga (vereda de Villa
Rebelión); de La siembra (vereda de Ciudad del Mal); de El Ensueño (vereda de Ciudad del
Buen Vecino).
Se pudrían unos sobre otros. La fetidez era llevada por el viento hasta la misma Ciudad
Salmón; territorio del Padre de los Padres. El mismo Dios trasplantado desde Roma; desde
Castilla; desde el Sacro Imperio Anglo-Sajón cercano. A todos y a todas los (as) asfixiaba
el olor nauseabundo. Solo las quince, los diecisiete y sus adeptos escapaban. Ellos y ellas
seguían sus labores cotidianas, como si nada. Pero, claro, sentían profunda tristeza y temor.
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Un día allí; otro día allá. Una peregrinación constante. Las ideas libertarias de Ramón Ilich,
estaban grabadas en madera y bronce; de tal manera que no las degradara el paso del
tiempo.
…Y, en Ciudad del Mal, reventó la insurrección. Primero fueron las mujeres; conocidas
como las desnudas, en razón a que conformaban una asamblea permanente de féminas en
contra de los chafarotes de Pío XIX y de sus colaterales jornadas inquisidoras. Luego
fueron los niños y las niñas. Se negaron a leer el catecismo del padre Astete, mejorado por
el mismísimo Pío y avalado por su señoría Fornicato Palacio. Luego fueron las y los
adolescentes. Estos se negaron a entrar como aprendices a alguna de las Legiones
existentes. Ni a la del Santo Sagrario; ni a la de los Hijos e Hijas de María Auxiliadora; ni a
la Cofradía de los Hombres y Mujeres Bienintencionados (as). Por último, fueron los
abuelos y las abuelas. Ellos y ellas se negaron a servir de apóstoles en las celebraciones de
la Semana Santa. También, sobre todo ellas, se negaron a acompañar a la Dolorosa los
Sábados Santos, en su soledad.
Sucedió lo que se presumía que iba a suceder. Fornicato, Benedicto XIX; Pío XXIV y los
representantes de las cofradías y legiones; decidieron, en reunión secreta, juntar sus ahorros
y situarlos en el mercado de mercenarios profesionales. Mercado que había sido instituido
por el Nuevo Imperio Anglo-Sajón. Le servía como fuentes de divisas y como soporte a las
guerras de baja intensidad, comunes en la región. Les alcanzó para comprar doscientos
hombres rudos. Machotes curtidos en el arte de matar ilusiones y esperanzas y revoluciones
clásicas.
Llegaron a Ciudad del Mal, el ocho de diciembre, día de la Santísima Virgen. De manera
furtiva se instalaron en los cobertizos que Fornicato utilizaba para sus bestias. Desde allí se
fueron desplazando, hasta copar todos los espacios. Ya conocían quienes eran los y las
dirigentes. Mataron a todos y a todas. Mujeres adultas; mujeres niñas, hombres adultos y
hombres niños.
Fornicato ordenó llevar todos los cuerpos hasta la Plaza Mayor de San Jacinto, ubicada en
el centro de Ciudad del Mal. Allí se hizo una pira inmensa. Las llamas se veían desde Villa
Rebelión y desde la Sede Central del Santo Oficio Divino
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De las quince, quedaron solo siete y de los diecisiete quedaron solo nueve. Se mantuvo la
desigualdad que tanto inquietó a Virginia. Lo cierto es que, quienes quedaron, migraron
hacia diferentes poblados relativamente cercanos entre sí. Desde su nuevo sitio,
recomenzaron la brega.
Ese fue el referente que tanto entusiasmó a Karla. La vida de Benjamín y de Virginia. Casi
como La Vida de Jesús y de María. Un símil que ella validó y lo hizo suyo. Por lo mismo,
cuando murieron ellos y ellas, las dirigentes y los dirigentes de la insurrección en Ciudad
del Mal; ella se propuso vengarlos y vengarlas. Nada de poner la otra mejilla. Era ahora o
nunca. Ojo por ojo.
Simplemente hubo un problema que le enredó la pita: la aparición de Villaveces, su amante
frustrado y resentido. Aquel que no le perdonó nunca el hecho de haberse separado de él;
por decisión autónoma, aprendida esa autonomía de las conclusiones de la Asamblea de
Mujeres
Raúl la localizó. Un domingo de mayo. Ella salía del almacén en donde trabajaba. La siguió
sin ser visto. Cuando Susana llegó al platanal; apareció enhiesto el siniestro personaje.
Cuchillo en mano (alguien, hoy en día, de manera un tanto perversa, diría “a lo Pedro
Navajas”). En fin, que la acuchilló. Huyó por el camino que lleva a Villa Piedad y, desde
allí hasta Villa Perdón. Este último, un caserío habitado por ex convicto; prófugos
resentidos mandantes, con muchas muertes a cuestas.
El refugio era ideal. Allí nadie preguntaba nada. Lo llamaban, también, “Tierra de Nadie y
de Todos”. Desde ahí importaron el modelo, muchos de los estrategas de la barbarie;
hegemónicos mandarines criollos. Pútridos, siempre. Y, entonces, se expandió el modelo.
Fueron creciendo las ciudades y los países cuyos gobernantes a la fuerza, enviaban a sus
agregados y aurigas a aprender el oficio de no preguntar nada. De guardar los secretos de
las muertes sucesivas y de no permitir la identificación de los culpables. Allí estuvo, por
ejemplo, Juan Manuel Santín; José Obdulio Miserabilísimo; Sabas Pretel de la Cuesta.
Todos en nombre del prístino Álvaro.
Y, Raúl, estuvo allí casi cuatro años. Hizo muchos amigos. Algunos de ellos ejercieron
como sus codeudores; cuando él decidió comprar a crédito El Buzón del Olvido, Un
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cachivache que servía, a la manera del sobrero de los magos, para meter en él una
evidencia; o un indicio; o una flagrancia y sacar palomas de la paz; o sapos vergonzantes; o
divinas imágenes de la virgen; o del Divino Niño.
Entre tanto, el cuerpo de la bella Susana, fue encontrado por uno de los hijos de Fornicato
Palacio. Lo llevó a otro sitio, distante de allí. El cuerpo de Karla todavía estaba caliente.
Deogracias Palacio, aplicó lo que había aprendido en los cursos de necrofilia. Una vez
terminó, volvió a trasladar el cuerpo al lugar en el cual había sido dejado por Raúl
Villaveces.
El ceremonial fue conmovedor. Todas las mujeres de La Asamblea, estuvieron con ella y la
acompañaron hasta el lugar de su cremación. Suscribieron El Manifiesto por la Venganza y
por la Pronta Justicia. Manifiesto que se erigió como referente para todas las mujeres de la
región y del país. Un documento elaborado con un conocimiento previo de la lucha que han
librado las mujeres en todo el mundo. Ellas, inclusive, promovieron siempre la realización
de eventos y movilizaciones el ocho de marzo anterior a la muerte de Susana. Estaban
convencidas de la importancia y trascendencia de su gestión. Como mujeres comprometidas
con la defensa de sus derechos y por la persuasión acerca de la necesidad de la ternura para
crecer como personas y como pueblo. Raúl Villaveces había nacido en Puerto Lindo,
ciudad situada al noroeste de Ciudad Bienaventuranza. Cuando niño fue protagonista en la
escuelita en donde cursó su básica primaria. Porque exhibía capacidad para hacer de las
palabras un todo coherente; independientemente del tema que propusiera la profesora
Altagracia. Por esto mismo, estuvo mucho tiempo vinculado a la Sociedad de los Niños y
las Niñas Inteligentes. Como con Mozart, su padre y su madre, recorrieron el país, a bordo
de las capacidades de su hijo. El Circo Diablillo Perenne lo exhibió en funciones en las
cuales el público deliraba con los conocimientos de Raulito. Hasta que, en un día cualquiera
del mes de mayo de 2020, se quedó mudo. Una forma de protestar por la utilización que
venían haciendo de él su familia y los propietarios del circo.
Creció, después de la ruptura, al lado de su tío Valentín. Cursó bachillerato en el Liceo
Mariano y se vinculó a la Universidad Trinitaria, como estudiante del programa de
pregrado Ingeniería Armamentista. Se graduó con honores y, posteriormente, viajó al
Nuevo Imperio, para cursar estudios de doctorado en Energía Atómica Aplicada a la
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Destrucción. A su regreso al país, trabajó al lado del prístino Álvaro como consejero en
asuntos de moral y de seguridad.
Conoció a Susana en una celebración del Día Mariano, en Bienaventuranza. Sucedió que
Raúl fue delegado por el prístino como su delegado ante el Santo Oficio Criollo de la
Búsqueda del Cielo. Raúl siempre fue un hombre parco y muy devoto de María Santísima.
A ella le otorgaba todo tipo de sacrificios. Decía no querer a las mujeres, por su recuerdo de
lo leído en la Historia Sagrada, acerca del rol de Eva en la Tierra y, como colateral, la
expulsión del Paraíso. Sin embargo, leía la revista Play Boy y se masturbaba en soledad,
motivado por las poses de las conejitas.
Susana había crecido al lado de su tía Saturia. Padre y madre habían muerto en un
accidente. Viajaban de Ciudad del Mal a Ciudad del Buen Vecino; el bus en que viajaban
rodó por un abismo.
Susana bajo la férrea disciplina que le impuso Saturia, no tuvo ningún placer en su infancia.
La adolescencia, la sitúo en diferentes escenarios. El colegio; la hacienda de su tía; las
calles de Ciudad del Mal. Sin embargo, ella nunca pudo disfrutar de su cuerpo. La asfixiaba
el artefacto ideado por la tía para impedir que Karla fuera abordada. Se trataba de un
cerrojo anticuadlo, pero efectivo.
Ese día, en plena celebración de la Santísima Virgen, llevaba un vestido apretado, negro.
Hacía diez años había muerto Saturia. Ahí, al pie de la tía muerte, lanzó el grito de libertad.
El cerrajero logró abril el candado. Los trajes largos y hasta el cuello fueron incinerados.
Danzó toda la noche del velorio, desnuda, en su habitación. Invitó a su primo Encarnación
para que la inaugurara. Estuvo con él toda la noche. Contó veintitrés orgasmos; hasta que
Encarnación no pudo más.
Raúl se dirigió a ella, un tanto conmovido por el hecho de que Susana había organizado una
celebración paralela. Se trataba de la reunión de todas las mujeres de Bienaventuranza y de
la expedición del Manifiesto Libertario de las Mujeres Vulneradas.
La casuística consistía en exhibir sus cuerpos desnudos en la Plaza Central de la ciudad.
Danzaban alrededor de la hoguera y, a cada paso, arrojaban al fuego retratos y réplicas de
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Fornicato Palacio de Benedicto XIX y Pío XXIV. Además, símiles de los Caballeros
Cruzados. Le dijo: “señorita, usted no puede agraviar a la Virgen de esa manera.”
Susana Pinzón, simplemente, lo ignoró. Pero no pudo sustraerse al encanto de su mirada.
Ojos verdes, simples; pero con una fuerza absoluta cuando se fijaban en alguien. En este
caso, Susana fue ese alguien. Casi desmaya. Porque ese mirar de Raúl no permitía escape.
Hablaron. Susana le expresó que no había vuelta atrás. Las mujeres de Bienaventuranza no
admitían ninguna directriz; por sagrada que fuera.
Se volvieron a encontrar en la taberna “La vida es así”. Todo tan coincidencial, que ella y él
se sintieron sujetos de una alegoría lejana. Ella y él, se sentaron en misma mesa. Susana
ordenó una botella de aguardiente marca Soplo Divino. Él, muy recatado, ordenó botella de
vino dulce, marca Los tres Frailecitos.
Departieron hasta pasadas las doce de la medianoche. Susanita invitó a “ojitos verdes” a su
habitación. Ella vivía en casa de inquilinato. A pesar de eso, todo muy confortable y digno.
Como lo hacía siempre, se desvistió inmediatamente llegó al cuarto. Raúl se sintió algo
incómodo. Pero, inmediatamente, recordó a las conejitas y sintió un fuerte escozor en su
tornillo; tanto que se irguió mucho más de lo acostumbrado. Se juntaron, hasta el amanecer.
Raulito se despertó asustado, porque había quedado en llamar al prístino Álvaro.
Luego de haber expedido el Manifiesto, las mujeres de la Asamblea, se dispersaron. Cada
una con el propósito de arengar en la ciudad. Convocando a la confrontación en contra de
Raúl y de sus símiles. Ellas ya sabían que Raulito era un protegido del Divino Álvaro; pero
eso no las amilanaba. Estaban decididas a la venganza. Como fuera. O en los Tribunales. O
en cualquier sitio. Lo cierto es que Raúl debía pagar por su crimen de lesa fémina.
Prevaricato Martínez fue el primer amante de Virginia. Se conocieron cualquier día, en
Villa de Dios, una localidad situada al Este de Ciudad del Buen Morir. Ella, la Virginia, era
oriunda de Ciudad Amada por Dios. Allí nació y creció. Su padre ejerció como sacristán en
la Parroquia de San Diego Virgen. Con su esposa Primogénita, tuvo doce hijas. Entre ellas
Virginia, la cuarta. Cualquier día, su padre, la abordó. La casa tenía dos habitaciones. Una
de ellas para José Arimatea y Primogénita. La otra, para las doce.
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Le dijo, casi en susurro, “Virgita, me tienes desesperado. Te he observado cuando te bañas;
déjame, por favor, probarte”. Cuentan que Arimatea se tiró al río. Nadie pudo recuperar su
cuerpo. Sin embargo, Virginia quedó lista para ser la madre del hijo suyo y de su padre. El
niño murió cuando tenía tres años. Un caso insólito de fiebre amarilla. Virginia nunca
transfirió el hecho. Ni siquiera a su madre Primogénita.
Cuando aprendió con Benjamín el arte de hacerse mujer autónoma, ya había conocido el
arte de la sumisión. Había estado durante muchos años, al lado de la tristeza y de los
vejámenes. Como ese, cuando su padre la vulneró; haciéndole sentir el significado pleno de
la ignominia. Desde ese día, Virginia juró por Los Dioses Antiguos, que jamás hombre
alguno le haría lo mismo. Por eso lo ahogó en el Río de Oro. Por eso mató a Prevaricato;
arrojándolo al Lago Santo.
Benjamín no era así. Ni como Arimatea; ni como Prevaricato; ni como Raúl. Es decir, él
era un hombre pleno, sincero y que valoró siempre la importancia del rol de las mujeres y
de la construcción de escenarios de equidad. Por lo mismo, entonces, Benjamín siempre fue
perseguido por todas las cofradías existentes en su territorio. Fundamentalmente por aquella
liderado por Pío XIX, denominada Los Caballeros Prístinos al Servicio de Dios.
Recorrió todo el país, arengando a las mujeres y a los hombres; transfiriéndoles el
conocimiento asociado a la libertad. Ese fue el Benjamín que tanto admiró Susanita. Ese
tipo de propuestas libertarias; esa condición de sujeto comprometido convencido de la
necesidad de la guerra entre las cofradías inquisidoras y los y las hombres y mujeres que
reivindicaban el derecho a ser libres y a tener la sensibilidad y la ternura como soportes en
su actuación. Guerra que, aun hoy, continúa y que, por lo visto continuará por siglos; hasta
que sean vencidos los dueños de la vida cautiva y de la inequidad y de la contra ternura. Y
pasó mucho tiempo. Y estamos hoy asistiendo a la misma confrontación Algo extraño en
ella. Nunca la había percibido así. Una imaginación que bordea lo absurdo. Sin que me
diera cuenta, siguió con otra historia.
Tres
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(Por la vía insólita)
Había pasado tanto tiempo, después de haber hecho público nuestro escrito. Fuimos
llamados a declarar ante quienes habían repudiado a Susanita. Los mismos que la habían
encarcelado. Los mismos que habían extorsionado, a todas las mujeres. Por la vía de
insinuar la delación; a partir de los informes construidos por sus sabuesos, distribuidos
clandestinamente por toda la región.
La desesperanza se había posicionado de nosotros. Fuimos vejados en lo más recóndito de
nuestros valores. Consiguieron desarroparnos de toda la valentía que nos había acompañado
hasta entonces. Sin embargo no nos dimos por perdidos. Empezamos a trabajar a
hurtadillas. Convocando a aquellos dolientes de la libertad. A Aquellas mujeres que
empezaban a despuntar en la euforia solidaria con Susanita y con las otras mujeres
maltratadas.
Siendo las tres de la mañana, domingo ocho de marzo, me hice a la idea de haber
encontrado una caracterización de mí mismo. Había naufragado antes. Creo que desde el
mismo momento en que vi sufrir a Susanita. En ese tipo de engarce ideológico que
reclamaba la intención de postular una odisea. Ahí mismo. En el mismo tiempo y sitio en el
cual había vivido tanto tiempo. En ese escenario tupido de vergüenza, de solo recordar,
cada vez con más vehemencia el atrofiamiento de mi ser. Como sujeto que había perdido la
intrepidez de otros días. Cuando era capaz de realizar las tareas más difíciles. Cuando tenía
la fuerza y la potencia de miles toros sueltos. Me fui yendo, en consecuencia, por la vía de
la reflexión convocante. De palabra y cuerpo superlativos. En cada paso, fui retrotrayendo
la historia viva. Como si estuviera en deuda conmigo mismo. Un recuerdo inhóspito cruzó
m ser. De ese tipo de imaginarios no benévolos. Hice pie en aquello que creía olvidado. Tal
vez por andar dando tumbos hipocondriacos. Perdiendo la noción de tiempo y espacio. Una
vida, la mía, como prolongación de la decrepitud manifiesta. Me envolvió, sin quererlo, la
nube aquella, depositaria de lo que fui, sin percatarme del daño causado. A mí mismo y a
quienes estuvieron conmigo. Incluida Susanita.
Y sí que, en esta postura mía, decidí expresar lo íntimo cierto. En razón a que me siento
como engañado amante. Que, aquel que sigo amando, se ha tornado en evasivo sujeto.
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En eso de ir buscando eventos de justificación, me he encontrado con el arrebato propio del
inicio. Siempre en posición de tratar de negarlo todo. Como quien deduce que solo lo suyo
es válido. Y que, inclusive, el antes del comienzo no se evidencia en ningún referente. Y
que, a lo sumo, podría inventarse un proceso de confusión, al momento de explicarlo. Por
esa vía, entonces, se tiende a socavar el infinito; porque este no conduce a la proclama del
término de los días.
Visto así, en consecuencia, lo mío como que se hace sensato; habida cuenta de los albores
de lo que existe. Y siendo así, me detuve en el relato de la fornicación de Erebo con la
Noche. Y que, por esa vía, fueron surgiendo la vejez, la muerte, la concordancia. Y me fui
con esto al auto exilio. Reconviniéndome a mí mismo por la exudación de ejemplos
vulgares. Como construidos al lado de un hilo conductor de expresiones funestas. Y, por lo
mismo, sigo en la escucha de la tronera que emerge. De los rayos voraces que absorben
toda energía que nos colocan en condición de postración constante.
Dirigí la búsqueda, esa noche a la localización del aire y del día. Como si fuesen pareja que
fueron cumpliendo con el exorcismo del que se erige como creador. Y que, aire y día,
engendraron a la Madre Tierra y al Sol y a los Mares. Y que yo seguía ahí. En esa tenebrosa
soledad. Y que se fueron decantando las cosas y los seres. En ese Templo de la diosa
Hestia. Que, a lo sumo, fue recluida en el mismo. Que, de paso, ejerció como pionera de la
madre esclava. De la mujer arropada con los poderes de quienes exhibían condición de
soberanos inmutables. Que iban, como en realidad lo hicieron, enhebrando el hilo y la
aguja, hacia el tejido propio del símil de cadalso habilitado.
Volver, desde ese exilio mío, a retar a Urano. Por la vía del Cronos que lo impele a no
seguir siendo él. Que lo vulnera en su sexo y que lo arroja a los mares. Y que, tal vez por
esto, estimula el apareamiento Tierra Aire, originando el terror y la astucia. Y que, estos
tesoros, fueron echados al entorno de los mortales. Para que, en juntera impropia,
amenazaran con el exterminio. Por la vía más perversa posible.
A mi regreso, entonces, lo de los otros y las otras, se ha convertido en insidioso proyecto.
Ya, así entendido, se fueron reconstruyendo el actuar y el quehacer pasivo. Ya no en la
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exhibición del libre albedrío. Si no en aquello que es conducido a través de la hilatura
primera. Como marionetas que pululan. Que se hacen, cada vez más, gregarias de ese Ser
Primero. Que es condicionante y vulnerador del arrebato libertario del uno y de los unos
todos.
Y, al desgaire, se sintonizan los eventos. Ya no en acción plena de lucidez; sino en simple
repetición. Efímera, a veces, perenne, otras. En el Universo ya habilitado. Como simple
diáspora de lo pasado antes. Circundando la esfera siempre. Yendo y viniendo estamos. En
el vaticinio ya hecho. De que solo podemos ser lo que somos; sin el vuelo del albur
necesario.
Estando aquí y así, seguimos el sendero ya trazado. Somos como errantes mecanizados.
Metidos en la envoltura del Determinador. Que se inmiscuye en lo nuestro y nos ordena.
Vamos, por lo tanto, horadando nuestra propia habitación que nos ha de albergar por
siempre.
En esto de las ilusiones estaba. En ese sueño de perdición. Estaba, yo, ahí. En el lugar
preciso del territorio que creía válido y hospedero. Saliendo, hice como que miraba a la
ciudad. Mi ciudad y la de los demás. Y la vi avasallada por la bola de fuego viva. Originada
en los átomos partidos en sucesión. El uranio al aire y al suelo extendido. Energía
destructora. Y corrimos todos y todas. Y nos refugiamos en el manto de Hestia y de los
Nagares. Su refugio estaba incólume. Antes de esa bola roja que avanzaba. Y, al llegar
todos y todas, Hestia hizo como que paraba el fuego con sus manos henchidas de mar. Pero
fue arrasada. Y Nagares y las Ménades también huyeron. Delante de nosotros y nosotras. Y
alzaron vuelo hacia el infinito universo. Pero de nada sirvió. La destrucción fue el todo.
Como significando la nada del comienzo que no podrá ser tal, porque no habrá otro origen
como el de antes.
Ya en febrero, seguía sin moverme de la esquinita bravera. He visto pasar el tiempo,
atropellado. Le dije desde la distancia, a la callecita lúdica, lo tanto que me he empecinado
en volver a ver a Susanita. Con pasión abierta y sincera. Nunca he dudado de la
gendarmería palaciega. Allá adonde él se dirigió, hace mil años. No atinaba a nada más. La
callecita impávida. Como diciendo, yo solo sé que no volverá, porque se llevó la pelotica
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con la cual me entretenía. Mirándolo en la gambeta mágica. Como si, en sus piernas llevara
la vida. Mi vida. Estoy aquí. Y aquí me quedaré; dijo por último la divina calle que me vio
crecer. Desde muy allá, en las sombras de esta otra noche emergió una potente voz. Como
llamándome a la sinceridad. Qué dejara de ser enfermizo sujeto, detrás de Ancízar y
Susana. Porque recuerda que, hace mucho tiempo nació un niño. Tu hijo. Y nadie, incluido
tú ha preguntado por él. Y que, Valeria, ha puesto todo lo que es, al servicio del infante.
Que se hizo grande d cuerpo de alma. Y anda, por ahí, buscándote. Como martinete
envejecido. Solo quieres avizorar a Ancízar, sin conocer que él se hizo amante del fuego
vivo. Del viento veloz, cálido, sinuoso. ¡Qué te has creído dueño de todo y de nada1 Anda a
ver sí te oyen en medio de esas acciones propuestas de tiempo atrás! Entre Ancízar y tú no
has hecho nada al respecto. Solo en el brete repetitivo. Escúchalo. Yo te abro los oídos. Los
potencio; para que sepas que está diciendo.
Se lo habían enunciado un año atrás. Pero, él, creyó que era otra broma del señor alcalde.
Lo que le dijeron tenía que ver con su condición de amante de hombres. Especialmente de
adolescentes. Un largo historial. Aun antes de que se iniciara la actuación con el referente
de “libertad para amar. Libertad para ser amado”. Su capacidad de seducción, era infinita.
Él mismo contaba que había “desollado” a más de cuarenta. Sin ninguna violencia previa.
Simplemente convocándolos con esos sus ojos verdes, penetrantes, asfixiantes. Que no dan
lugar, una vez se los mira, a disidencias.
Y es que Raúl David era puro fuego. Desde pequeño se acostumbró a medir los ensueños y
los sueños. Siempre anhelando ser dueño de todos. Y los catalogaba. Por orden de belleza y
de otorgante de placer. En el colegio era conocido como “El César”, Por lo mismo que
exhibía un autocontrol absoluto, en unidad de acción con la maniobra constante para
mantener cautivos a quienes amaba. Fueran conscientes o no de ello.
Y estuvo mucho tiempo en ejercicio de su aureola. Hasta que conoció a Susanita
Portocabello. Doncella hermosa. Ojos de una negrura convocante. Venía de familia
hacedora de proclamas en lo que concierne a la libertad sexual. Todos y todas, en ella, eran
amantes y amados. No importando la edad, ni el parentesco.
29
Cuando lo citaron, simplemente, creyó que era una de esas audiencias más a las cuales
había asistido un centenar de veces. Siendo siempre sujeto que no acataba reglas e
insinuaciones. Y creyó, asimismo, que el señor alcalde, en uso de su perfil de incompetente
consuetudinario, simplemente le diría “no hay pruebas. Luego no hay condena”, Él era
consciente que había vulnerado todas las reglas. Desde el mismo momento en que había
agredido a Juliancito, En ese tipo de agresión que involucra la perversión. Porque fue, no
solo obligarlo a aceptar la penetración constante; sino la atadura, de se ser en sí, a un
cuadro relacional vejatorio, infame.
Él había sido todo un engarce sistemático. Aprovechándose del poder ejercido sobre sus
súbditos. En un proceso sin fin. Y, así, se lo había hecho saber al Santo Imperio. Lo
pecaminoso había sido desterrado a partir de la absolución lograda. Tanto así que su
invernadero sexual no había sido tocado. Ni lo sería nunca.
Lo que le anunciaron era, para él, simple retórica lineal. De conformidad con sus principios
y valores. Con velo de organza afín a sus postulados. Y, todos en la región, lo conocían,
Sabían que era dueño y señor de los nacientes párvulos. No había fisura alguna. Porque,
siendo como era él, absoluto dueño de todos y todas; no existía ninguna disposición
manifiesta o soterrada a cumplir con ninguna norma de reclamación. Colectiva o individual.
Y allí estaban las madres. Sujetas inmersas en la reclamación de “justicia”. Sabiendo ellas
que sus hijos habían sido avasallados por “El César”. Y, además, que este no insinuaba
ningún arrepentimiento, ante el daño causado. Simplemente porque él, era Poder absoluto
que transgredía, sin transgredir. Con esa visión de supuesto libertario que todo lo puede, en
aras de demostrar que todo se puede.
Y ellas, las madres, sucumbieron. Nadie las acompañó. Y murieron en fuego cruzado.
Alcanzadas por las balas de “El César”. Quien previamente había informado que el sexo
asociado a su predilección, era mandato de estado.
Cuatro
(El hemisferio Perplejo)
30
Susanita sigue enclaustrada, a la fuerza. Todo el tiempo pasado es la misma figura de la
abulia, como complejo entorno que la hiere a ella y me hiere a mí. Como expresión
magnificada de la soledad y la tristeza. Recién había regresado. Desde el exilio a que fuera
sometido por parte de Los Regentes. Encontré el pueblito vacío. Tanto de cuerpos en físico,
como de aquellos espíritus que conocí otrora. Soledad inconmensurable. De ida y vuelta.
Sucesión de secuencias con tono ambiguo y marginal. Tal parece que, el tiempo, se detuvo
en la más agria expresión societaria. Inmóviles todos y todas. Una sangría arropadora, por
lo nefasta. La racionalidad de los gendarmes, compulsaba copia de su ironía y de la
malversación de los idearios. Era casi como tormento impuesto con solo impartir las
veedurías. El espionaje cruzaba todo el territorio. Un universo construido a partir de la
diatriba dañina y asfixiante.
Como casi todo en la vida, hablar de tristeza, no es otra cosa que dejar volar la imaginación
hacia los lugares no tocados antes. Por esas expresiones vivificantes y lúcidas. Es tanto
como discernir que no hemos sido constantes, en eso de potenciar nuestra relación con el
otro o la otra; de tal manera que se expanda y concrete el concepto de ternura. Es decir, en
un ir yendo, reclamando nuestra condición de humanos. Forjados en el desenvolvimiento
del hacer y del pensar. En relación con natura. Con el acento en la transformación. Con la
mirada límpida. Con el abrazo abierto siempre. En pos de reconocernos. De tal manera que
se exacerbe el viaje continuo. Desde la simpleza ávida de la palabra propuesta como reto.
Hasta la complejidad desatada. Por lo mismo que ampliamos la cobertura del conocimiento
y de la vida en él.
Viéndola así, entonces, su recorrido ha estado expuesto al significante suyo en cada periplo.
En cada recodo visto como en soledad. Como en la sombra aviesa prolongada. Y, en ese
aliento entonces, se va escapando el ser uno o una. Por una vía impropia. En tanto que se
torna en dolencia originada. Aquí, ahora. O, en los siglos pasados. En esa hechura silente,
en veces. O hablada a gritos otras. Es algo así como sentir que quien ha estado con nosotros
y nosotras, ya no está. Como entender que emigró a otro lado. Hacia esa punta geográfica.
No física. Más bien entendido como lugar cimero de lo profundo y no entendido. Es ese
haber hecho, en el pasado, relación con la mixtura. Entre lo que somos como cuerpo venido
de cuerpo. Y lo que no alcanzamos a percibir. A dimensionar en lo cierto. Pero que lo
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percibimos casi como etérea figura. O sumatoria de vidas cruzadas. Ya idas. Pero que, con
todo, anhelamos volver a ver. Así sea en esa propuesta íngrima. Una soledad vista con los
ojos de quienes quedamos. Y que, por lo mismo, duele como dolor profundo siempre.
Y si seremos algo mañana. Después de haber terminado el camino vivo. No lo sé. Lo que sí
sé que es cierto, es el amor dispuesto que hicimos. El recuerdo del ayer y del anterior a ese.
Hasta haber vivido el después. En visión de quien quisimos. Qué más da. Si lo que
propusimos, antes, como historia de vida incompleta, aparece en el día a día como
concreción. Como si hubiese sido a mitad del camino físico, biológico. Pero que fue. Y sólo
eso nos conmueve. Como motivación para entender el ahora. Con esa pulsión de soledad.
Como si, en esa, estuviera anclado el tiempo. Como si el calendario numérico, no hubiera
seguido su curso. Como que lo sentimos o la sentimos en presencia puntual. Cierta.
Y sí entonces que, a quien voló victimizada por sujetos pérfidos, la vemos en el escenario.
Del imaginario vivo. Como si, a quien ya no vemos, estuviera ahí. Al lado nuestro.
Respirando la honda herida suya. Que es también nuestra. Y que nos duele tanto que no
hemos perdido su impronta como ser que ya estuvo. Y que está, ahora. En esa cimera
recordación. Volátil. Giratoria. Re-inventando la vida en cada aliento.
Cómo es la vida, En la lógica es ser o no ser. Pero es que la vivencia nuestra es
trascendente. Es ilógica. En tanto que estamos hechos de hilatura gruesa. Como fuerte fue
el nudo de Ariadna que sirvió de insumo a Prometeo para re-lanzar su libertad.
Y, como es la vida, hoy estamos aquí. En trascendente recuerdo de quien voló antes que
nosotros y nosotras. Y estamos, como a la espera del ir yendo, sin el olvido como soporte.
Más bien con la simpleza propia de la ternura. Tanto como verlo en la distancia. En el no
físico yerto. Pero en el sí imaginado siempre.
Ya ha pasado mucho tiempo, desde que la dejamos de ver. Ahora, me encuentro en la
misma vida, Pero en otra distinta. He vuelto a mirar al pasado. Como en esos arrebatos.
Empecinado en volver a esa jerarquía de acciones, por ahí corriendo. Ahora de lo que se
trata es de remediar lo habido. Sin la presencia de sujetos y sujetas que prolonguen la
estadía. En ese irse de bruces sobre la historia. Que puede ser la mía. O la de cualquier otro.
Así, en este caso, en el masculino andante que se regodea con el tiempo embalsamado. Con
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esa figura de quehaceres. Por ese periplo solo mío. Y, tejiendo momentos, he encontrado la
razón de ser de lo puntual. En esa expresión que deja de ser inacabada. Y que se torna, cada
vez más, en asunto primario, no abandonado. En la seguidilla de lugares y tiempos. Siendo
así, entonces, volví al barrio primero. Aquel en el cual disfrutaba con Susana. Y localicé la
esquina nuestra. La bravata lúcida. Esquinita de mil y un hechos lúdicos. Y, en esa
recordación tardía, he vuelto a jugar con el baloncito de cuero. Con ese regalo heredado.
Hasta mi padre jugó con él. Como a comienzo del tiempo cercano. Allí no más. En el
momento mismo en que se hizo ayudante de todos aquellos que tuvieran algo que ver con la
cancha abierta. Ahí no más. En la calle en pendiente poderosa. En cada picaito la gloria.
Como en trashumancia continua. En esa potente ilusión de saberse indispensable. Casi
como sujeto de millón de maneras de dominar el baloncito. Casi tanto como las opciones
propuestas en el tablero de ajedrez.
Yo me la pasé, en ese tiempo, abrigado por su calidez. Iba y venía conmigo. Y, en esa
misma perspectiva, encontré el lugarcito de la casa. En ese que fungía como albergue para
los niños y niñas de largo vuelo. Y me vi en el día en que empecé a saber amar. Y a saber
recordar. En medio de las tinieblas dispuestas por la rigurosidad de los principios y valores.
De la familia. Y, extendidos a todo el entorno. Compartiéndolos con lo vivicante de los
cuerpos presurosos. No acompasados. Anárquicos. Tanto como estar un tiempo en un lado
y otro tiempo en la otra esquina. O en la callecita que había sido inaugurada casi al tiempo
con la fundación del barrio. Derrochando, yo, alegrías que habían permanecido
adormecidas.
Ese 24 de junio, un martes, por cierto, conocí a Sigfredo Guzmán. “El mono” lo
llamábamos. Sujeto, este, de mágicas palabras. Cuentero de toda la vida. Y, con él, aprendí
a sacarle significados distintos a las palabras. Como en todo tiempo andando con el verbo
alucinante. También, conocí de él, los atajos en los caminos de la vida. De cómo hacer de la
tristeza, un giro creativo. Y de cómo enseñar los números, con los palitos de paletas
compradas en la tiendecita de don Eufrasio. Y, además, en leer los ojos y la memoria de los
otros y de las otras. Ese mono”, se convirtió en mi héroe favorito. Mucho más allá que el
Libertador. Tal vez porque, el “mono”, iba más allá de la simple libertad formal, política.
Indagaba siempre por las fisuras de cuerpos y de hechizos. Proponiendo la libertad en la
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lúdica andante. Transponiendo rigores. Colocan la vida en su sitio. Que, para él, era un sitio
diferente, cada minuto.
No sé qué día me sentí impotente para armar todos esos actos propuestos por “el mono”.
Como cuando la mirada y la memoria son más lentas que los hechos. En ese universo de
liviandades. En ese ejército de propuestas diferentes cada vez. Lo mío se tornó, entonces,
en un cansancio áspero. En una lobotomía inventada por mí mismo. Y empecé a desplazar
las verdades y los hechos vivicantes. Me torné en sujeto casi avieso. Por la vía de la
melancolía agresiva. Por la vía del tormentoso aquí y ahora. Me fui diluyendo en ese
azaroso cuerpo de hermosas ejecuciones. Me fui yendo hasta el lado del martirologio. Por
vía de la resequedad en las ideas. Como si me hubiera convertido en payaso de tristezas
acumuladas. Tanto como haber perdido el rumbo. Retornando a la expresión cicatera con la
cual nací. Y, en esos instantes, veía el cuerpo de mi madre Susana, lacerado. Andante.
Como yo, sin rumbo. Y la veía vejada a cada rato. En medio de horripilantes expresiones. Y
me seguí desmoronando. Casi al vacío profundo y de no retorno. Y, fue ahí mismo, en que
encontré a Ancízar. Quien venía por el mismo camino. Y me dio la mano tierna, potente. Y
salimos, en manos cogidas, a la otra orilla, en donde estaba “el mono” Eufrasio. Que reía
sin parar. Que nos conminaba a ser felices. Aun en medio de la oquedad del tiempo. Aun en
medio de todos los dolores juntos. Y volvimos al andar. Del ir yendo hacia la libertad que
nosotros mismos habíamos truncado. Y fuimos uno entre tres. En sumatoria de verdades y
de acciones y de la lúdica toda habida.
Es ya de día. Ayer no supe prolongar el sueño necesario. Este día ha de ser como el otro.
Eso supongo. Muy temprano ajusté la bitácora. Ahora, en primera persona mía, he de
recomponer los pasos. Superando la fisura propia. Esa hendidura abierta. Siempre ahí.
Como convocante falsa. Como recomposición ávida de otros lugares. Tal vez más ciertos.
O, al menos, más coincidentes con mi nuevo yo, propuesto por mí mismo. Y, el recuerdo
del ayer íngrimo, me hizo soltar la voz. Con mis palabras gruesas, puestas en lo del hoy
concreto. Y sí que me fui hilvanando. Tanto como acentuar la prolongación. Del ayer
elocuente. Hasta este hoy enmudecido de palabras convocantes. En repetición de lo mío. En
contrapartida de lo punzante. De esa pulsión herética del pasado. Hasta este hoy propuesto.
O, por lo menos, enclaustrado en el decir mío de la no pertenencia al pasado. Pero,
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tampoco, como posición libertaria del hoy o del mañana. Y sí que, entonces, empecé a
enhebrar lo dispuesto. En la asignación hecha propuesta. De un devenir lúcido, cierto. Y no
esa prolongación de lo habido a momentos. Como simple ir yendo con las coordenadas
impuestas. Desde una visión incorpórea, hasta divisar el yo mío, cubierto de nostalgias
afanadas. Puestas en ese ahí como tridente vergonzoso. Hecho de premuras malditas.
Acicaladas con el menjurje dantesco. Una aproximación a entender los y las sujetos en
pena. Por simple transmisión de la religiosidad banal. Cicatera. Gobernanza ampulosa en la
cual el yo se convierte en simple expresión estridente. Afanada. Lúgubre. Por lo mismo que
se ha ido en plenitud de vuelo acompasado. Con las vivencias erigidas en el universo no
entendido. En esas volteretas de lo que llaman suerte. Para mí, en verdad, simples siluetas
inventadas. En ese estar ahí como propuesta no entendida. No vertida en la racionalidad
vigente.
Y sí que me fui, entonces, en búsqueda del eslabón perdido. Como en ese recuento hablado
acerca de la sucesión de propuestas y de acciones asimiladas a la progresión de Natura
breve. O expuesta al ir venir expósito. Como si fuera simple réplica de lo que soy y de lo
que somos. En esa somnolencia propiciada por la intriga habida. Interpuesta. Acicalada.
Enhiesta. En lo que esto tiene de simple vejamen de la libertad del ser construido en el
simple desenvolvimiento de la historia del ser. Y de los seres. En univoca pluralidad
convincente. Y, entonces, volví a la trayectoria. Desde la simpleza hecha a trozos, hasta la
complejidad habida, como simple resultado de la evolución darwiniana. Opaca, por cierto.
Porque, digo yo, no está cifrada en la complejidad concreta. Vigente. Como réplica de ese
ir creciente. Mío. Y de todos y todas. Y, estando ahí, por cierto, volví a lo racional
emergido de Ancízar, en otro tiempo. Y me dio por repeler lo simple. Y, por el contrario,
tratar de hacer relevante lo humano. Eso que somos y hemos sido. En pura réplica de lo
vivido antes.
Yo, como sujeto vesánico, me fui empoderando de lo que ya estaba. Y me dio por empezar
a verter el lenguaje entendido. En sumatoria de palabras entendidas. Oídas en pasado. Y
transformadas en presente inicuo. Prolongado. Como mera extorsión a la verdad pertinente.
Racional, pero incomprendida. Y me seguí yendo. En esa apertura milenaria. En el engaño
próximo-pasado. - En la expresión no efímera. Pero si atiborrada de recuerdos de lo pasado,
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pasado. De ese estar de antes, surtido como semejanza del Edén perdido, por la decisión
equívoca del Dios siniestro. Vergonzante. Simple réplica de lo que se puede asimilar al
tósigo inveterado. Amorfo. Sin vida.
En ese estar estaba. Como cuando no volví ver a Susanita. Buscándola, yo, en cualquier
laberinto lunático. O en la profundidad avasallante de lo que no ha sido. Y, por lo tanto, lo
incomprendido en la racionalidad vigente. Y lo volví a ver en la otraparte impávida. Como
si no fuese con ella el aprender a dilucidar. Como si no fuera posible decantar lo uno del yo.
Del otro uno del otro. En fin, que, en esa expresión vivida, se fue abriendo el territorio mío.
O el de ella ya ida. O, simplemente, el de aquel pasajero íngrimo. En esa soledad doliente.
Infame.
Si se tratara de volver sobre lo ya pasado. Yo diría que el tiempo se ha hecho fuerza
perdularia. Ese tipo de esquema afín a la dominación espuria. En una libertad no próxima.
Prolongada. En lo que esta tiene de semejanza a la imposición proclamada por el Dios
impuesto. De esa figura de reencarnación atrofiada. Mentirosa. Impávida. Como si fuera
lugar común para todo aquello ido. Por la vía de la hecatombe provocada. En esa batalla
entre seres ciertos, reales. Y la impúdica creación de opuestos. En una lucha prolongada.
Sin la redención propuesta como ícono. Ni como ampuloso discurso férreo. Póstumo.
Erigido como secuela de lo creado por decisión distante, impersonal. Como atrofiamiento
de lo dialéctico. Del ir y venir real, verdadero. Opuesto a la locomoción propuesto desde
afuera. Desde ese territorio sacro, impertinente. Porque, en el aquí y en el ahora, yo percibo
que lo ido. Y lo venido, serán ciertos en razón a que se exhiba el paso a paso de la
construcción darwiniana de la vida en sí. Que es cuerpo y real propuesta al desarrollo de lo
que somos y seremos.
Cinco
(La insidia, sigue campante, los relatos de Susanita)
Susanita Fonseca estuvo, como la bisabuela, en el escenario mismo, en que mataron a
Rafael Uribe Uribe. Como quiera que Francisca esté próxima a su centenario, volví a casa.
Después de casi ochenta años de haber partido. Recuerdo, eso sí, que estuve todo el día 22
de marzo de 1913 en la tiendecita de don Barquisimeto, tomándome unas cervecitas.
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Aprovechando una gabela “tome dos pague una”, auspiciada por la recién fundada
Cervecería de Barranquilla. Con su producto estrella “Cerveza Águila, Sin Igual y Siempre
Igual”. No fui el único ese día. También estaba Susanita Monsalve. Mujer frentera esa.
Como que desafió a su padre y a su novio. Por puritanos vergonzantes. Había, en ella, cierta
dosis de lo que yo empecé a llamar “Salavarrietismo”. Un poco cruzado por esa gran
nostalgia que me acompañaba después de haber leído acerca de su historia. Un… ¿Cómo
así que su peregrinar por el mundo de las ilusiones guerreras y solidarias, no eran
reconocidas a casi cien años de su muerte?
Y es que los asuntos de vida no tienen límites. Ni en la imaginación. Ni en el olvido.
Inclusive yo había reseñado, como al garete. Como al viento, dos mensajes que se me
vinieron a la cabeza, después de haber soñado con don Joaquín Salavarrieta y con don
Antonio Galán. Vi florecer una rosa, transcurriendo el año 1781. Rosa encendida. De
Comuneros guerreros. Y, doña Mariana Ríos, allí en San Miguel de Guaduas. Se hizo
madre de la mujer amada por mí desde entonces. Imaginación de inmenso simbolismo.
Tanto, como que difundí la historia de lo que forjó. Con ese talante libertario. Pegado, ahí.
Siendo su piel y su guía.
Susanita tendría, para ese entonces, dieciocho años. En verdad, sin ser bella de cara. Si lo
era de cuerpo. Ese día me dijo: “…Don Asdrúbal, no sé qué va a ser de mí, después que me
case con Bartolomé. De lo que si estoy segura es que a mí no me va a zarandear, porque va
encontrar otra Bolena, quien fue su esposa. Esa sí que era terrible. Con decirle que prefirió
huir, sin rumbo, antes que doblar cerviz. Nunca más se supo de ella. Solo, una fugaz
referencia expresada por Belarmino Tapias. Quien dijo haberla visto en Cúcuta. Siguiendo
la huella de Serafín Paniagua. Insólito personaje que iba de pueblo en pueblo, enseñando
las mil una manera de bordear el abismo, sin caer en él”.
Y es que, la razón de ser de lo que somos, tiene que ver con lo que algunos y algunas,
quieren que no seamos. Parece trabalenguas. Pero es cierto. O, sino que lo diga Hipólito
Benjumea. Dueño de la carretera que lleva desde Neiva hasta Pitalito. Porque, eso de
hacerse dueño de una vía pública, va en contravía de los mandatos legales vigentes. Muy
clarito lo dice nuestra Constitución Política, proclamada en 1886. Y es que, casi siempre ha
sido así. Lo que hagas y digas tiene relación con lo que te prohíban hacer y decir. Con lo
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dicho por Marianita, me convencí, aún más, de lo cercana que estaba su expulsión del hogar
en que manda don Timoleón Monsalve. Y, también, del repudio público que habría de
hacer Bartolomé Valtierra.
Lo de Susanita Hinojosa fue otra cosa. Como un desvarío perenne. Nació en Villa de
Leyva. Una impronta monosílaba. Como cuando se percibe que alguien está vivo o viva,
porque se escucha su voz. Un murmullo, el de ella, arrogante. Como contaban que fue el de
Petronila Sinisterra. Una arrogancia entre sutil e inverosímil. Tal vez lo más cercano a un
prototipo de lo que sería el futuro. Habida cuenta de lo que somos, ahora, sin querer serlo.
Tanto más como que puede ser una vivencia, como expresión de lo plana que es la vida,
cuando no se tiene otro referente que la azarosa perfidia latente. Pendiendo sobre cada
quien. Estereotipando lo que seremos. Lo que cuentan que dijo, en narrativa, entre
preciosista y absurda.
“…Andando el tiempo me encontré al otro lado de la vida. Todo había pasado tan rápido
que no me di cuenta cuando fue Lo cierto es que ya vivo al otro lado. Algunas cosas me
parecen repetidas. Una de ellas, la nostalgia. Como que esta es vital, para el mismo hecho
de estar vivo. Una nostalgia parecida a esa otra cosa que es la tristeza. Aquí, en esta otra
versión, la vida está menos soportada en el albur. Por lo menos eso es lo que percibo.
Hoy es un día cualquiera de un calendario que apenas estoy procesando. Una mañana en la
cual todos y todas corremos por calles diferenciadas; una nomenclatura centrada en los
colores. Está la calle gris. Aquí están todos y todas aquellas y aquellos que antes fueron
notarios y notarias del tiempo. Aquellos y aquellas que le apostaron a generar condiciones
de vida, con esa estrechez de visión, tan propia de los agentes laberínticos. Está la calle
roja. En ella veo gendarmes cada tres metros. Uniformados a la usanza del siglo XXI. Es
decir, una mezcla de azules variados y blancos en diferentes perfiles. Gritan y reclaman
orden, en medio de una prisa que satura. La calle rosada, está habitada por los híbridos.
Esos y esas que vinieron a dar acá, a lomo de la invariancia. Como gemelos y gemelas en
multiplicación parecida a las setenta veces siete. La calle incolora es donde yo estoy. Parece
muy apropiada para las condiciones en las cuales llegué. Recuerdo que, cuando hice el
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tránsito estaba atado a la entelequia; a ese tipo de propuestas que tanto me cautivaron.
Propuestas indescifrables. Tanto que estuve siempre sin poder hilvanar una idea en el
contexto de la lógica que reivindiqué.
Es casi el mediodía y crecen las hordas. De tal manera lo hacen, que no es posible medirlas.
Ni en su enésimo término; mucho menos en la configuración de parciales censales. Un
mediodía sin sol. Más bien una oscurana que obliga a prender las luces automáticas que
cada cual posee. Luces que permiten entrever los íconos básicos: la perversión y la enhiesta
figura del Gobernador. Está allá, en la plaza adyacente al palacio. Habla con sus asesores y
otorga visas para marchar a cualquier lugar. Y todo depende de los oficios y las
profesiones. Y es que, aquí, todos y todas tenemos tatuado lo que somos. Médicos y
médicas especializados y especializadas en hacer perder la memoria; a la manera de la
siquiatría Lacaniana. Ingenieros e ingenieras, cuyos referentes son las bitácoras para las
máquinas que vuelan a ras de la tierra. Cenicientas que no pudieron ejercer libertad. En su
pasado fueron amas de casa, esclavas. Y transitaron a golpes, obligadas por sus machos. Y,
aquí, son preferidas por los aurigas del todopoderoso. Y van y vienen. Esclavos que no
encontramos libertad antes y que, repetimos el mismo oficio aquí. Nos reportan como
ciudadanos de oficios varios. Claro está, menos el de liderar revoluciones.
Cuando me acerqué a reclamar mi permiso, me reconocieron los asesores. Y se lo
transmitieron al Gobernador. Y este dispuso que fuera devuelto a lo que antes era. Y volví.
Y estoy aquí, sintiendo ese dolor originado en ese estado de interdicción propio de quienes,
como yo, no servimos ni para lo uno ni para lo otro. Ni aquí ni allá. O lo que es lo mismo:
ni siquiera hacemos conciencia del significado de estar vivos…”1
No puedo negar que me impactó ese escrito, cuando lo leí por primera vez. Y que, por lo
mismo, marcó mi ruta, de por sí desesperada. No le hice comentario alguno a Susanita. No
valía la pena, dada su mirada de ternura absoluta. Para qué importunarla con voces sin
contexto. Etéreas como las que más. Pero, a decirlo en preciso, conversaba con ella. Pero
pensaba en Francisca y su cervantina erudición. Como lenguaje aprendido, para contar
cosas con el mínimo posible de palabras. Y, entonces, me sentía embelesado. Sin saber por
qué y por quien. Cierto es que hablaba sin mirar y sin sentir lo dicho. Como cuando se
1 Del diario de Francisca Caraballo, encontrado en su casa, en La Perseverancia, barrió bogotano.
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asiste a una sesión con el ventrílocuo. Como transmitiendo la felicidad del infeliz. Como
retorciendo las cosas y su expresión.
Estando en estas, apareció Bartolomé. Con esa cara de corcho varado en remolino. Entre
saltimbanqui y perro rabioso. Al cinto, machete relumbroso. Tal vez para impartir miedo;
aun sabiendo que lo que él conocía de mí era el ímpetu de mis acciones. Porque estuvo en
La Dorada, conmigo, cuando saqué en volandas a Patrocinio Sandoyá y Benedicto
Sastoque, cuando me atacaron a machete rula.
Y me levanté siempre presto. Le dije “vea Ojirrayados, a Susanita la deja tranquila.
Considere, por ejemplo, que yo soy su guardaespaldas de oficio. Y que, como usted bien
conoce, soy pendenciero de tiempo completo. Ojalá no se le haya olvidado lo que pasó en
el bar de Margarita Soler el año pasado. Allá en La Dorada. O lo que le pasó José Dolores
Guzmán, cuando me atacó en el restaurante “Punto y Coma”, en Florencia, estando usted
de paso, hacia Mocoa, para posesionarse como secretario del comisario Fermín Bocanegra.
Y es que estábamos poco menos un año del magnicidio más conmovedor de nuestro país.
Yo había leído su “Manifiesto acerca del Socialismo de Estado”. Y, también, sus apuntes
espléndidos en relación con el sindicalismo y la defensa de los trabajadores. Fue, por
mucho tiempo, el único líder político al que le creí. Y por el cual, siempre, arriesgué mi
apoyo. En esos tiempos azarosos. Cuando ser libre pensantes, como hoy, constituía insignia
de malévolo vende patria. Después, con el tiempo, conocí a otro de su envergadura. Son,
pues, Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán epopéyicos luchadores por las causas
sociales y políticas justas. Aspirando construir mejor país. Más humano. Más solidario.
Y lo que pasó en ese noviembre de 1914, motivó a Francisca. En esa franja inmediata de
tiempo, tejió interpretación de futuro, por allá en 1940. Aún conservo una copia de su
escrito. Muy original, por cierto, en el cual recrea personajes de novísima forma de actuar.
En el contexto de la Guerra Civil Española|. Relato en un imaginario parecido al de María
Cano. En cercanía con la pluma de Federico García Lorca. En la encrucijada. En sucesivas
heridas recibidas. Con Cataluña como marco geográfico.
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"…Y eso de que cada hijo trae el pan debajo del brazo, siempre me ha parecido un juego de
palabras. Por lo mismo, cuando Susanita me preguntó qué opinaba de su sexto embarazo, le
dije: si esa fue tu decisión y la de Genaro, no hay nada más que hablar.
Y transcurrieron los días, y los meses y los años. Batasuna se acostumbró a decir que lo de
él era lo de ella y que, por lo tanto, él pensaba que ella había asumido de la mejor manera
su responsabilidad.
Eran, por ese entonces, siete. Tres hijas y cuatro hijos. Y vivían. La manera como se las
arreglaron para la crianza, se remonta a la situación vivida durante la Guerra Civil. Es decir,
tratando de acceder a las posibilidades que otorgaban las organizaciones obreras. Una
manera absolutamente libertaria; como quiera que las opciones permitieran acceder al
acompañamiento a las familias, con énfasis en el cuidado integral de los niños y las niñas.
Pero mis dudas seguían. Y, ausculté todos los calendarios y las guías para el tratamiento de
las crisis. Y, seguía preguntando acerca del significado que tiene la asunción de roles de
padre y madre. Y, seguía diciendo, eso de tener hijos e hijas, tiene que estar referido a
valores más estables. Algo así como una noción en la cual se involucran la atención
temprana la unción constante con la calidez.
Pero no hubo acercamiento entre él, ella y yo. Y las cosas siguieron igual. Y cuando, en
Hendaya, se supo que El General Franco y Adolfo Hitler, no se encontraron, Batasuna
asumió como suya la victoria. Decía él, porque las fuerzas rebeldes, estaban en asedio e
hicieron abortar la reunión. Y que, en consecuencia, esta prueba validaba la necesidad de
poblar a España de nuevos y nuevas revolucionarios y revolucionarias.
Y me quedé sin habla. Porque seguía sin entender esa manera tan ortodoxa de asumir las
orientaciones de la Tercera Internacional. Sin embargo, Susana Ezpeleta me hizo caer en
cuenta que no se trataba de alguna directriz política. Más bien se trataba de una posición
cercana a la manera en que Stalin asumía su rol. Ante todo, teniendo en consideración su
ignorancia en términos de los escenarios afectivos; así como falló en su manejo del asunto
de las nacionalidades.
41
Pero, el asunto, requería de mayor precisión conceptual. Y le dije a Susanita: me parece que
es un problema relevante; pero debe ser asumido entre nosotros y nosotras, de manera más
creativa. Un tanto como resolver la dicotomía entre la aplicación de los postulados éticos de
los socráticos y la propuesta kantiana, en términos de la relación sujeto naturaleza.
…Precisamente cuando Susana iba a confrontarme, desperté. Justo, el día que se iniciaba
para mí, era un domingo de 1936…Y, sin saber por qué (…como en la canción de Willy
Colón), volví a recordar lo que la abuela le dijo a mamá Susana; cierto día. De cualquiera
de esos días habidos. Como en tinieblas de Nibelungos echados a la mar de siempre.
…De una vez por todas vamos a arreglar ese problemita. No me vas, ahora, a manejar
como siempre lo has hecho. Ese cuentico de que mamá no hay sino una. Es decir, siempre
presente en cuanta vaina se meten los hijos y las hijas, para ayudarlos a resolverlas, no va
más conmigo. Como se te ocurre tener otra hija, mujer. Ya son tres en menos de cuatro
años. No me creas tan pendeja, que te voy a aceptar eso de que fue en un abrir y cerrar los
ojos. Ni el bachillerato terminaste. Y son tres papás diferentes. Y para acabar de ajustar
bien aprovechados. No les falta sino venirse a vivir aquí todos juntos. Sinvergüenzas. Y,
como si fuera poco llegan al colmo de decir que no son celosos. Que aceptan a los otros,
siempre y cuando les des aquello, de vez en cuando.
En verdad Susana María no se en que pensás. Tu futuro está bien embolatado. Y el de esas
niñas, ni hablar. Cada vez que las miro me dan ganas de llorar, A veces me viene la
malparidez. Esa tristeza que se instala en una. Y recuerdo lo de tu papá. Bueno para nada.
Me dejó ahí, preñada. Y se dio el ancho. No lo volví a ver ni en las curvas, como dicen.
Y eso para no hablar de ese trabajito tan pinche que tengo. Me dicen la lava pisos. Porque
no se hacer más. Y ese asqueroso que tengo como jefe. Ahí, todos los días, insistiéndome
en que se lo dé. Dice que soy mejor que dos de veinte. Me dedica esa canción “la veterana”
del Charrito Negro. Y eso que tiene la propia que llaman ahora. Queriendo decir la que no
es la moza. La legal. La de mostrar en público. Quiere que yo sea una de tantas. De las que
ejercen como clandestinas. A pesar de lo feo y desgarbado, ha levantado algunas. A lo
bien, que dicen ahora. Como queriendo decir a pesar de todo.
42
Pero, volviendo al cuento de lo tuyo, no sé qué vamos a hacer. No nos alcanza lo que gano.
No sé por qué la vida nos presenta opciones tan onerosas. Vías azarosas; con caminos
escarpados. Y cada quien en posición de no dar más. Es como si hubiéramos vivido en el
pasado. Y que ese tránsito hubiera estado cruzado por acciones perversas. Y que, por lo
tanto, la circularidad nos hiciera repetir vida. Pero ya en condiciones en las cuales los
costos espirituales y físicos dieran vida y presencia al pago por las culpas pasadas. En
verdad, siento que el equilibrio entre felicidad y tristeza ha sido roto. Predomina, en
consecuencia, la angustia. El estar ahí sin horizonte distinto a la precariedad. Y no es, lo
mío un relato soportado en el resentimiento. Es, más bien, asumir el derecho a sentirse así.
Como perdedora. Con una perspectiva enredada. Estas tres niñas ahí. En un cruce de
caminos que les depara hostilidad. O, por lo menos, un no futuro. Si entendemos por éste la
posibilidad del abrigo, del cariño y de realizaciones que les permita ascender. Por lo menos
en la escala de lo mínimo posible.
Hoy es uno de esos días en los cuales, el sueño fue relativamente reparador. Todavía están
intactas las imágenes. Viéndome y sintiéndome amada con pasión. Un hombre que me
rodea con sus brazos. Y que me posee como nunca otro lo ha hecho. Lo veo recorriendo mi
cuerpo. Ahí, explorando en zonas antes intocadas. O, por lo menos, con esa delicadeza. Con
esa dulzura. Susurrándome al oído palabras excitantes. En una libertad anárquica. Aquí y
allá. Provocándome una explosión inédita.
Y saber que fue simplemente eso. Imágenes que se han ido desmoronando. Que lo cierto
son las horas que me esperan de trabajo. Ese trabajo que me cansa de manera absoluta. No
solo por el ejercicio físico de la fregadera, sino, con mayor hostilidad, esas palabras
obscenas, ordinarias. De ese pérfido que me acosa. Aprovechándose de su condición de
dueño. De sujeto con poder económico. Siempre he querido no verlo más. Se ha tornado, en
mí, en una obsesión el deseo de venganza. De matarlo ahí mismo. En ese espacio de
vituperio.
Y sigo ahí, como cenicienta mayor. Ya no con el recuerdo de la que conocí en los cuentos
leídos cuando hice mi primaria. Ya no la niña que tuvo la opción de ser feliz, después de
haber soportado el asedio y las vulneraciones de sus hermanas. Soy cenicienta que no he
conocido ni conoceré la alegría… Solo ese sueño de aquel día.
43
Hasta cierto punto, ese diario de Susanita Fonseca, me ha mantenido en vilo. Y, ahora que
vuelvo, después de tantos años, reivindico las condiciones en las que hice seguimiento de la
nomenclatura histórica de nuestro país. Decía, antes de entretenerme con el texto descrito,
las condiciones empeoraron, a medida en que avanzaba el tiempo de los atizadores. De
aquellos que conjugaron verdades y mentiras. De aquellos que ordenaron dar muerte a
Rafael Uribe U.. Y que, posteriormente, lo hicieron en la cruenta intervención en la huelga
de los trabajadores bananeros en el Departamento del Magdalena. Más allá, inclusive, de lo
consignado en “La Hojarasca”. Porque, el mío, fue un seguimiento que se cruza con lo
sucedido alrededor de la ignominiosa entrega de Panamá. Y con la vergonzosa actuación de
la dirigencia que tensionó hilos, en la perspectiva reinventar continuamente, procedimientos
y veleidades que hicieron vigencia durante el tránsito político de aviesos manejadores de
condiciones y posibilidades. De esperanzas e ilusiones. Desde 1830 hasta 1865 y, desde ahí
hasta 1886. Y, luego en esa finalización de siglo y comienzo de otro. Cuando se
concretaron en la manipulación de conciencias y de hechos. Cuando esa conflagración de
momentos hacia la guerra y hacia el exterminio. Nada diferente a lo que se cumple en esa
nefasta década que va desde 1940 hasta 1950. Incluyendo la muerte de Jorge Eliécer
Gaitán.
La doncella esperó largo tiempo. Justiniano llegó dos horas después. Le dijo a la niñita que
se había quedado dormido muy tarde en la noche-madrugada. Que ansias locas tenía por
verla. Y que su amor por ella, era amor de finura plena. De lícita hechura. Profundo como
es profunda la entereza y la bondad precisa, diáfana. Y que, llegaba a ella, en el alto vuelo
que solo dan las palabras y el viento en crecimiento.
Y la doncellita lo amó tanto, ese día. Se juntaron. Como fundidos cuerpos buscándose en
todo lo que los cuerpos tienen. Un aluvión inmenso de ires y venires cruzados. Como
quienes cruzan los dedos. Un remolino envolvente. Y, esa doncellita susurraba palabrotas
transmitiendo deseos. Inmensos. Y más se sentía poseída. Y sus ojitos color mango biche,
derramaron tantas lágrimas de aliento y alegría; que llenaron más piscinas que las que en
Paipa había.
Entrelazados encontraron sus cuerpos. Cuando, por fin deshicieron el encierro, policías y
tunantes agazapados. Dos heridas de daga en sus pechos. En el de ella, sus bellos pezones
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Susanita (una vida compleja)

  • 2. 2 Susanita (Una Vida Compleja) Uno Ese día, salí de casa bien temprano. Me esperaba Baudilio. Ahí, no más, en el lugar de siempre. En el trayecto encontré a Bersarión. También había salido temprano. Nos saludamos, como es la costumbre entre amigos. Esto, a pesar de nuestro distanciamiento. Originado en la disparidad en lo que tiene que ver con el rol de la señorita Susana. Ella, amiga sin par, había comprometido su palabra, cuando conoció la actitud de Bonifacio, relacionada con la interpretación de los hechos sucedidos el dos de agosto pasado. Virgiliano había sido detenido por parte de Los Regentes, cuidadores de la disciplina en nuestro pueblito. Él (Virgiliano), convocó a trescientas personas, con el objeto de manifestar ante El Sacro Consistorio Delegado por la Santa Sede. La razón, tuvo que ver con el castigo infringido a Susanita; por su actuación en la obrita de teatro escrita por ella y actuada por Gilberto, Marceliano, Aurelio y ella misma. Una versión de ¿Quién Teme a Virginia Woolf? , adaptada de conformidad con la situación de nuestra sociedad. De sus secretos, de las contradicciones en las relaciones de pareja. Todo matizado por el temor al qué dirán. Esto, de por sí, recrea un ambiente de mojigatería, al momento de analizar los roles de cada quien. Susanita, había nacido acá, dieciocho años atrás. Fue al colegio, con las limitaciones propias de su familia y, en general, de quienes han vivido en un entorno de verdades a medias. Particularmente, en lo suyo, en su familia se había entronizado una opción autoritaria absoluta. Tanto como decir que, su padre, Astolfo, incursionó en el modelo creado por Morton Schartzman en “El asesinado del alma”. Con una aplicación absoluta. Y esto, de por sí, influiría en el quehacer cotidiano de Susanita.
  • 3. 3 Desde una perspectiva acuciosa, en lo que esto tiene de exacerbación de la violencia tendencial y concreta, Astolfo, hizo un recorrido como maestro. Los Regentes aprendieron de él, todo lo que ahora saben y aplican. Siendo así, entonces, el ignominioso calvario llevaría a todos los niños y todas las niñas, a asumir un patrón de comportamiento solitario e introvertido. Yendo, como en el sonido de vihuela, alimentado con la púa clavada en su centro. Hasta cierto punto, la intervención de Susanita en representación de Virginia Woolf, se convertiría en desahogo de su tristeza. Con esas palabras tensadas, por la vía de demostración de esa hondura. Desde ese silencio aprendido en familia. Una desinhibición pulcra. Recordando todo el bagaje de soledades. Como sinonimia acordada consigo misma. De tanto violentarse, tratando de alcanzar la libertad, en un escenario, en el cual, Astolfo, ejecutaba su rol. Casi siempre como emboscada a la alegría. La manumisión de la niña, empezó a concretarse, en nexo con su canto libertario. En ejecución magistral. Asumiendo la palabra como himno a todos y todas sus etarios (as), Sintiéndose fémina incansable, transitando caminos impíos, dolientes. Como Cecilia Bohr, quien tuvo que presentarse como autor hombre (Fernán Caballero) en su gesta literaria “La Gaviota”. Susanita, a partir de ese rol de Virginia Woolf, se hizo liberadora de aquellas y aquellos transidos (as) de dolor bajo la yunta asfixiante de todos los “Caballeros Delegados en el Consistorio de la impudicia.” Sintió, en ella, ese acopio doloroso. Sintiendo, en ella, la posibilidad de asumir liderazgo, en contravía de todos los perdularios machos. En el entorno, empezó a proclamar la insurgencia clara; en la perspectiva de la liberación. “… ¿Cuál es, pues, el fenómeno de la creencia delirante? Es, decimos, desconocimiento, con todo lo que este término supone de antinomia esencial. Porque desconocer supone un reconocimiento, como se manifiesta en el desconocimiento sistemático, donde hay que admitir que aquello que es negado sea de alguna manera reconocido. En efecto, me parece claro que en sus sentimientos de influencia y de automatismo el sujeto no reconoce como suyas sus propias producciones. Es en lo que estamos todos de acuerdo en que un loco es un loco. Pero lo notable, ¿no es más bien que tenga conocerlas? Y la cuestión, ¿no es más bien saber qué es lo que conoce de sí mismo en
  • 4. 4 esas producciones sin reconocerse en ellas? Jaccques Lacan (citado por Morton Schartzman, en “El Asesinato del alma”, Siglo veintiuno editores, séptima edición en español, 1976, página 42 Y. la inclemencia, tendría su incidencia en la proclama hecha manifiesta por parte de Astolfo y Ángel María, quienes asumieron su tarea convalidados por el Sumo Gendarme adscrito al pueblito. En osadía que se hizo nefando origen para todos los pueblos cercanos. En generalización de la doctrina construida para concretar un tipo de reino no efímero. Y, en el cual, se acudía al discurso de “salvar los valores de nuestros mayores”. Una cofradía de potente dominio espiritual y físico. Nervadura, no como estructura casi mágica, de la vida. Más bien como hechizo acto de ejecuciones y de elucubraciones enfermizas. Dando cuenta de las ínfulas perversas del conglomerado de insaciables vejetes. Sin otra impronta que la tarea de detección de “herejías infames”. En puro laberinto de abrojos indignantes. Pero, fundamentalmente, como expresiones de violencia constante; en contra de libertarios y libertarias que se atrevían a desafiar al “Dios del Fuego y del Martirologio”. El día del estreno de la obra, asistí de la mano de Aureliano. Hicimos una vocería sincopada. Vitoreamos, casi hasta el delirio a quienes, como ella, desafiaron a los vesánicos y ególatras panfletarios de la yunta y de sus dolores adheridos. Recordé, entonces, ese sueño mío. Dichoso, en sí, pero cargado de mensajes insumisos. Es ya de día. Ayer no supe prolongar el sueño necesario. Este día ha de ser como el otro. Eso supongo. Muy temprano ajusté la bitácora. Ahora, en primera persona mía, he de recomponer los pasos. Superando la fisura propia. Esa hendidura abierta. Siempre ahí. Como convocante falsa. Como recomposición ávida de otros lugares. Tal vez más ciertos. O, al menos, más coincidentes con mi nuevo yo, propuesto por mí mismo. Y, el recuerdo del ayer íngrimo, me hizo soltar la voz. Con mis palabras gruesas, puestas en lo del hoy concreto. Y sí que me fui hilvanando. Tanto como acentuar la prolongación. Del ayer elocuente. Hasta este hoy enmudecido de palabras convocantes. En repetición de lo mío. En contrapartida de lo punzante. De esa pulsión herética del pasado. Hasta este hoy propuesto. O, por lo menos, enclaustrado en el decir mío de la no pertenencia al pasado. Pero,
  • 5. 5 tampoco, como posición libertaria del hoy o del mañana. Y sí que, entonces, empecé a enhebrar lo dispuesto. En la asignación hecha propuesta. De un devenir lúcido, cierto. Y no esa prolongación de lo habido a momentos. Como simple ir yendo con las coordenadas impuestas. Desde una visión incorpórea, hasta divisar el yo mío, cubierto de nostalgias afanadas. Puestas en ese ahí como tridente vergonzoso. Hecho de premuras malditas. Acicaladas con el menjurje dantesco. Una aproximación a entender los y las sujetos en pena. Por simple transmisión de la religiosidad banal. Cicatera. Gobernanza ampulosa en la cual el yo se convierte en simple expresión estridente. Afanada. Lúgubre. Por lo mismo que se ha ido en plenitud de vuelo acompasado. Con las vivencias erigidas en el universo no entendido. En esas volteretas de lo que llaman suerte. Para mí, en verdad, simples siluetas inventadas. En ese estar ahí como propuesta no entendida. No vertida en la racionalidad vigente. Y sí que me fui, entonces, en búsqueda del eslabón perdido. Como en ese recuento hablado acerca de la sucesión de propuestas y de acciones asimilables a la progresión de Natura breve. O expuesta al ir y venir expósito. Como si fuera simple réplica de lo que soy y de lo que somos. En esa somnolencia propiciada por la intriga habida. Interpuesta. Acicalada. Enhiesta. En lo que esto tiene de simple vejamen de la libertad del ser construido en el simple desenvolvimiento de la historia del ser. Y de los seres. En univoca pluralidad convincente. Y, entonces, volví a la trayectoria. Desde la simpleza hecha a trozos, hasta la complejidad habida, como simple resultado de la evolución darwiniana. Opaca, por cierto. Porque, digo yo, no está cifrada en la complejidad concreta. Vigente. Como réplica de ese ir creciente. Mío. Y de todos y todas. Y, estando ahí, por cierto, volví a lo racional emergido de Ancízar, en otro tiempo. Y me dio por repeler lo simple. Y, por el contrario, tratar de hacer relevante lo humano. Eso que somos y hemos sido. En pura réplica de lo vivido antes. Yo, como sujeto vesánico, me fui empoderando de lo que ya estaba. Y me dio por empezar a verter el lenguaje entendido. En sumatoria de palabras entendidas. Oídas en pasado. Y transformadas en presente inicuo. Prolongado. Como mera extorsión a la verdad pertinente. Racional, pero incomprendida. Y me seguí yendo. En esa apertura milenaria. En el engaño próximo-pasado. - En la expresión no efímera. Pero si atiborrada de recuerdos de lo pasado,
  • 6. 6 pasado. De ese estar de antes, surtido como semejanza del Edén perdido, por la decisión equívoca del Dios siniestro. Vergonzante. Simple réplica de lo que se puede asimilar al tósigo inveterado. Amorfo. Sin vida. En ese estar estaba. Como cuando no volví ver a Susanita. Buscándola, yo, en cualquier laberinto lunático. O en la profundidad avasallante de lo que no ha sido. Y, por lo tanto, lo incomprendido en la racionalidad vigente. Y lo volví a ver en la otraparte impávida. Como si no fuese con ella el aprender a dilucidar. Como si no fuera posible decantar lo uno del yo. Del otro uno del otro. En fin, que, en esa expresión vivida, se fue abriendo el territorio mío. O el de ella ya ido. O, simplemente, el de aquel pasajero íngrimo. En esa soledad doliente. Infame. Si se tratara de volver sobre lo ya pasado. Yo diría que el tiempo se ha hecho fuerza perdularia. Ese tipo de esquema afín a la dominación espuria. En una libertad no próxima. Prolongada. En lo que esta tiene de semejanza a la imposición proclamada por el Dios impuesto. De esa figura de reencarnación atrofiada. Mentirosa. Impávida. Como si fuera lugar común para todo aquello ido. Por la vía de la hecatombe provocada. En esa batalla entre seres ciertos, reales. Y la impúdica creación de opuestos. En una lucha prolongada. Sin la redención propuesta como ícono. Ni como ampuloso discurso férreo. Póstumo. Erigido como secuela de lo creado por decisión distante, impersonal. Como atrofiamiento de lo dialéctico. Del ir y venir real, verdadero. Opuesto a la locomoción propuesto desde afuera. Desde ese territorio sacro, impertinente. Porque, en el aquí y en el ahora, yo percibo que lo ido. Y lo venido, serán ciertos en razón a que se exhiba el paso a paso de la construcción darwiniana de la vida en sí. Que es cuerpo y real propuesta al desarrollo de lo que somos y seremos. Cuando Susanita despertó, el día primero de abril de 2025, recordó lo sucedido el día anterior. Estuvo con Isabel Pamplona, en Annapolis, ciudad siempre acogedora. Uno de los aspectos más importantes, hacía referencia a la manera de abordar la doctrina de la libertad. Doctrina inmersa en vacíos conceptuales. Algo así como entender su dinámica, anclada a la teoría de “vista atrás”.
  • 7. 7 Es decir, una reiteración en torno al hilo conductor: por más que avancemos en el discurso libertario, navegamos en el remolino de la repetición. Significa desandar, por lo menos en la noción de asumir los hechos, en un contexto de cotidianidad, agresivo. Ya Isabel le había advertido a Susanita sobre las consecuencias relacionadas con la depravación vigente. Los malos tratos recibidos avanzaban exponencialmente. Inclusive, Isabel, hizo referencia a la cantidad de momentos vividos bajo el énfasis de los textos producidos. Textos que relacionan la libertad con esquemas discursivos. Unos esquemas de fulgurantes palabras huecas. De hechos formales. Inclusive le recordó lo sucedido el 8 de marzo de 2024. Cuando enfrentaron la fatiga de los escenarios y de las intervenciones alusivas a la mujer. Como ícono, en constante crecimiento. Una forma de respaldar la interpretación de los aportes, en términos de epopeyas vinculadas con la defensa de sí mismas en la ciudad, en el campo, en el hogar; utilizando un lenguaje impúdico. Una reflexión atada a la globalización. Un contexto en el cual se vulneraba la emancipación, por la vía de utilizar ese referente, como doctrina soportada en la superficialidad; cuando no con una variante perversa del homenaje a las madres, de por si degradado, absorbido por la literatura y las prácticas inveteradas. Como aquella de hacer coincidir afecto y respeto, con la oferta de mercancías. No obstante, en esa referencia, Isabel postuló la posibilidad de rehacer el concepto de libertad de las mujeres. Tal vez, volver al origen de la declaración primera. Esa derivada de las obreras y las mujeres libertarias, cuando erigieron la lucha autonómica, soportada en la dignidad, contra los atropellos, contra la asimilación de sus reivindicaciones, a simples acciones cautivas de la lógica de una sociedad absolutamente centrada en la opción de la ternura como la implicación de las mujeres en el proceso orientado por el rotulo: nacieron para ser madres. Esa huelga de las mujeres obreras en una empresa de Estados Unidos, en 1910, constituye referente obligado, al momento de valorar la celebración del 8 de marzo, como el Día Internacional de las Mujeres. Asimismo, Isabel, hizo alusión a la variante de transformar esa degradación absoluta, por la vía de otorgarles el derecho, inmóvil, pasivo y condicionado, a la expresión. En eventos y
  • 8. 8 celebraciones. Es obvio, decía Isabel, que no ha habido traslado de lo allí expresado, a una generalización real, en el día a día. Para Susanita, ese día de abril de 2025, fue la reafirmación de su autonomía. Pues decidió su ruptura con Astolfo, su gendarme y tutor en casa. Aquel que siempre reivindicó en público su condición de enjuto sujeto que compartía con sus pares vesánicos de puta mierda. Dos (La culpa, como definición de la herejía) Todo se había ido ensombreciendo. Lo digo, no por la alusión a cuerpo negro. Más bien como refrendación de la catilinaria expresión constante de los predadores absolutos. De aquellos que hacían de lo cotidiano reverencial expresión. Sumisa, abominable. Ya ha pasado mucho tiempo, desde que Susanita fue encarcelada en el convento en la que estaban retenidas las mujeres que habían sido declaradas adúlteras por parte del Consistorio y de los machos que encontraban en esa figura, la posibilidad de lo que ellos mismos llamaban “cortar el vuelo a las mujerzuelas” El sábado tres de noviembre, nos reunimos Pacciolo, Fortunato y yo. La intención era producir un escrito aleccionador. Una figura no contestaria. Más en la amplitud del espectro. Tratando de promover una unción libertaria. No solo para las mujeres vilipendiadas. También para aquellas que, sin haber sido estigmatizadas, eran obligadas a llevar una vida de absoluta sumisión a los varones, machos de lentejuelas. Nos inspiramos en Susana Pinzón, llamada por nosotros “La Diosa Ígnea de la Libertad”. Hicimos extenso escrito, con la palabra suya. Sabiendo que, el día de su muerte, nos declaramos humanos irredentos. Precisamente, en honor a quien, como ella, había derrotado a los voceros del cadalso. La decisión estaba tomada. Raúl Villaveces, sería recluido en “Buena Pastora”, sitio ejemplar para el purgatorio de penas. Ante todo, conociendo lo que hizo.
  • 9. 9 El día en que mató a Susana Pinzón, Raúl estuvo recorriendo su pasado. Fue de barrio en barrio; de ciudad en ciudad. Se detuvo en ciudad Bienaventuranza. Allí saludó a amigos y amigas del pasado. Percibió que el lugar había cambiado. Pero no lo expresó en palabras. Simplemente, su mirada se tornó básica. Como cuando miraba, absorto, la procesión de la soledad, los sábados santos; en su añorada ciudad del Buen Vecino. Nunca había podido olvidar esas celebraciones. Para Raúl, la iconografía vinculada con el aniversario de la muerte de Jesús, el Nazareno, era una continua convocatoria a la reconversión. Siempre ha sido así. Por lo mismo, ese día, llegó antes de lo previsto. El tren no se había detenido en las estaciones reglamentarias. Simplemente, su conductor, tenía prisa. Debía llegar a Bienaventuranza, antes de que naciera su primogénito. Descendió, mirando alrededor. Como buscando a la mujer requerida. Una mirada de macho perverso. Porque, nunca había logrado olvidar el día en que la mujer buscada, le dijo en susurro: ya no me convocas como antes. Ya no veo en ti mi horizonte erótico. Ni siquiera, mi inmediatez lúdica. Te siento tan lejano; tan inmerso en los recuerdos, que no logro adivinar si llegaste; o si te quedaste dormido, asfixiándome con ese aliento propio de quienes han bebido licor todo el día. Cuando Susana huyó, dejándolo en el cuarto, dormido; ya había amanecido. Ciudad del Mal, empezaba su quehacer cotidiano. Ya los vendedores de aviones de papel habían empezado su jornada. Las mujeres habían salido ya. Ataviadas con su desnudez; prestas a exhibir su cuerpo. Una ciudad en la cual, ellas, no habían sido, ni eran aún, noticia. Como si no existieran. Por esto, en reunión plena, habían decidido protestar. A Margot Pamplona, se le ocurrió la idea de proponer la desnudez como expresión de protesta. Ya veremos si el señor obispo Pío XXIV y sus machos súbditos, serán capaces de resistir nuestra firmeza y nuestra capacidad para hacer de la desnudez un arte y una opción lúdica. Le aseguro, camaradas, que, por fin, seremos noticia de confrontación a la Cofradía del Santo Oficio. También habían salido los vendedores de ilusiones. Aquellos que cantaban el número ganador en la lotería. Ya habían aprendido el arte del cálculo de probabilidades. Por lo tanto, justo ese día, debía ganar el número 3345. Tal vez, por esos avatares del destino casi
  • 10. 10 siempre incomprendidos, ese número coincidía con las cuatro últimas cifras del número de la cédula de Raúl. Al otro lado de la ciudad, entrando por el sur, en la bodega habilitada para albergar los cuerpos de los y las NN, llegados desde diferentes sitios de la periferia, estaba Juvenal Merchán, el cuidador de cadáveres. Había aprendido su oficio desde niño. Su padre, Gaspar, había heredado el arte de cavar fosas comunes de su padre Hipólito Era, entonces, una sucesión de saberes relacionados con las muertes masivas, sin dolientes; sin historia. De esas muertes que se han vuelto cotidianas; a partir de la imposición de opciones de vida vinculadas con los conceptos de tierra arrasada, en contra de quienes, simplemente, no comparten las propuestas y expresiones dominantes. A propósito, Juvenal, había sido amante de Susana. Se conocieron cualquier día, en cualquier sitio. Lo que, si recuerda, de manera plena el sujeto, es que ese día recién terminaba de recibir el cadáver de Benjamín Cuadros. Ese que, para Karla, había sido símbolo de libertad. A su manera. Es decir, a la manera de la mujer que había recorrido todos los territorios, desafiando el poder de los inquisidores cercanos y lejanos. Fundamentalmente el poder del Obispo Pío XXIV; quien ahora ejercía como soporte del buen comportamiento en Ciudad del Mal. Él, a su vez, había recibido de Fornicato Palacio, procurador delegado por la Santa Sala de Preservadores del Orden, la misión de desterrar, minimizar y erradicar los conceptos de placer y de alegría. Benjamín, estuvo luchando al lado de Virginia Esperanza Potes. Cuando la libertad era horizonte deseado. Ella y él, protagonizaron la Gran Jornada por El Derecho a ser Humanos. En ese tiempo en el cual La Cofradía de los Eméritos Caballeros de la Santa Cruz, había determinado, mediante, Ordenanza Absoluta, que la condición de humano era un derecho que solo podría ser otorgado a quienes demostraran haber sido convocados y convocadas a la unción divina, por parte del Honorable Tribunal de la Santa Virtud y la Sagrada Aplicación de los Evangelios. Por lo mismo, entonces, tanto Benjamín como Virginia Esperanza, habían sido condenados y condenada a trabajos forzados. Los mismos consistían en ir de casa en casa, invitando a creer en María como virgen y en José como Santo Varón Sacrificado.
  • 11. 11 Cuando cumplieron la condena, ella y él, decidieron poblar de hijos e hijas libertarias (os) el territorio. Allá, en la Tierra Sagrada de Fornicato. Por lo tanto, hicieron lo que es necesario hacer para procrear. Nacieron 16 niños y 15 niñas. En un recorrido de tiempo calculado, utilizando el multiplicativo nueve, con escisiones calculadas entre dos y tres meses. Tanto Virginia-madre; como Benjamín - padre; instituyeron un ritual cifrado. Para sus seguidores y seguidoras. Algo así como entender que la sumatoria de adeptos es condición sine-quanum para fortalecer la lucha por el poder. Convencieron a varias parejas heterosexuales. Porque, para ellos, a pesar de su visión libertaria; los y las homosexuales eran algo que debía soportarse en honor a la posición libertaria. Pero, no más allá. Como si su rol estuviese asignado desde antes. Es decir, una posición en la cual la lucha de contrarios, suponía hembra-macho; más no esa opción en la cual el yo con usted, en la misma condición de género. …Y pasó algún tiempo. Villaveces permanecía en su auto-condición de perdulario. El asesinato de Susana lo conmocionó tanto que, soñaba con ella. La veía en todas partes. Susana, la mujer libertaria, iba a la par con sus elucubraciones. Imaginarios enfermizos. La veía, allí, al pie de la libertad, hecha pedestal; una figura marmórea. Como Sísifo que va y regresa. Como Prometeo que está allí, con su vientre abierto; como manutención de las aves que lo destripan cada día. Como Teseo originario, llegado un día cualquiera de la tierra del nunca jamás…Y que permaneció con ella, como lo hizo, hace siglos, con Ariadna, la hermosa amante suya que lo orientó y lo situó en condiciones de volver a ser sí. Para Raúl, el hecho de haberla matado; suponía no estar con ella. Con esa Susanita libertaria, pero efímera. Tan libertaria que nunca la pudo asir. Nunca pudo concertar con ella nada diferente a estar hoy, tal vez mañana; pero nunca aquí y ahora. Un Villaveces montonero perverso. Ser de un día; que no reconoció, ni reconoce aún hoy en su tormentosa pena, que fue pionero del amor a migajas. De la entrega, como trofeo que se adquiere, por haber sido merecedor de él; en la peor versión de esa simulación de competencia. Porque lo suyo, fue y será siempre la cautivación de la mujer sujeto de debilidad. Porque, siempre lo dijo, las mujeres no son otra cosa que placer latente. Ellas no piensan. Nunca han pensado...ni lo harán. Porque su cerebro es su vagina; y sus horizontes, el placer que
  • 12. 12 otorgan…En fin, que Raúl la mató; porque Karla pensó. Porque, cualquier día ella le dijo; quiero ser libre. Ya no te quiero. Quiero volar a otro territorio. Ese en el que conocí a Benjamín y a todos los que son como él. Tú no eres otra cosa que Raúl Villaveces, sujeto tardío; misógino; furtivo depredador constante. Y, entonces, la mató. Así como la había amado, a pedacitos. El mato un día en que su expresión convulsiva (la de él); lo hizo delirar. Un día en el cual él se observó como lo que era, reflejo de la luna en el agua. Agua de ese pozo pútrido que lo acompañó siempre. Pozo son nada diferente a la repetición de cosas. En el día a día. En ese ir y venir circunstancial. Porque, Raúl, ni siquiera pudo hacer bien las repeticiones. Todo en él fue y era ahí, en el momento. Sin ningún acumulado visionario, trascendental. Su lógica, fue y es la del reciclador de la historia. Aquel que recoge lo que ha sido usado. Las ideas y las ilusiones. Raúl de nimiedades. Mató a Karla por reconocer que era superior a él. Oh, sujeto cautivo. Inmerso en las alocuciones constantes. Sobre el mar y sobre la Tierra. Sobre la mujer y sobre la ignominia que prevalece. Raúl, con Pío XXIV a cuestas. Raúl que infiere, a cada paso, que su gestión es la de complacerlos. A Pío XXIV; a Fornicato Palacio; a Pedro Vaticano. Este último maestro de maestros en el arte de trastocar la historia. Sujeto de mil y una ocasiones para reinventar la perversidad. Que asistió a la inmolación de Espartaco; que condujo a las Legiones Romanas a arrasar todo lo que fuera sinónimo de herejía. Pedro Vaticano, sujeto inconcluso, como quiera que muriera sin haber extirpado el mal de amores. Sujeto que, por lo mismo, nunca pudo hablar con palabra propia. Todo en él era prestado. Hasta la manta que se suponía lo debía arropar a lo largo de la historia. Ese que se emparentó con Claudio y con Calígula. Pedro Vaticano, sujeto de perversidad absoluta. Por esto fue mentor de Raúl. Y, éste, lo entendía y lo aceptaba así. Por eso no dudó en matar a Karla. Ese día, en el cual regresó; o que visitó por primera vez (porque ya no sabía distinguir tiempos y espacios) a su ciudad, para cumplir con el mandato jurisprudencial; Raúl estuvo divagando. En un proceso eterno. Ante todo, porque él sabía que la muerte de Karla era su estigma. Porque él sabía que había matado al símil de la ilusión; de la esperanza.
  • 13. 13 Cuando él llegó, ya los y las testigos habían reflexionado. Habían establecido un conglomerado de hechos, de circunstancias, de evidencias. Ellos y ellas, habían logrado establecer que Villaveces esperó a Susanita a la entrada de la habitación. La dejó entrar y la abordó. Le dijo, en comienzo, que la amaba; que siempre lo había hecho. Que vivía en función de ella. Que era su vida y su post-vida…que no lo abandonara. Que moriría. Pero, al mismo tiempo, aclaraba que, si no se quedaba con él, sería ella quien moriría. Que, cuando soñaba, era ella que aparecía. Aquí y allá…En fin que, “mi bella Karla, no me abandones”. Susana, siempre vertical, le dijo “no me interesa tu discurso; ya lo he vivido y lo he sufrido”. Entonces, Villaveces, se desmoronó; se consolidó como macho perverso y la acuchilló. Muchas veces. Tantas, que el cuerpo de Susana, parecía cedazo. Y, en consecuencia, el jurado, votó. Ellos y ellas, definieron por unanimidad la sentencia: debe ser ahorcado en plaza pública. Será vejado antes. Hasta que desespere y hasta que vocifere, pidiendo la muerte inmediata. Su defensor, Pío XXIV, insistió en la justeza de la muerte de Susana. Porque había trastocado los roles. Porque desconoció la autoridad del hombre amante. Porque ni ella, ni ninguna mujer tenía derecho a confrontar a los hombres. Él, Villaveces, era su dueño y Karla no podía desconocerlo. Ella estaba obligada a amarlo por siempre. Por lo mismo, al negarse, entraba en el territorio vedado a las mujeres. Su independencia no había sido declarada. Ni ella, ni ninguna de ellas, podía trasgredir los principios y los Valores de Ciudad Trinitaria. Aquella que, algunas herejes habían cambiado de nombre llamándola Ciudad del Mal…En fin, decía Pío XXIV, Villaveces, era un ciudadano ejemplar. Siempre lo había sido. Al matar a Karla, él no hizo otra cosa que reafirmar el gobierno de lo masculino. Porque Dios, ya había dicho, por siempre, que las mujeres no son sujetos independientes, ni pensantes. Ellas serán lo que los hombres digan que sean. Y, entonces, Benjamín y Virginia, criaron a sus quince hijas y dieciséis hijos, con toda ternura y aprestamiento. Procurando inculcar en ellos y ellas, los valores que siempre los habían acompañado a él y a ella. Pero, Virginia estaba inquieto. Su aritmética no le cuadraba. Porque la equidad tiene que ver con la igualdad. Y no le faltaba razón. Es decir
  • 14. 14 16 varones mayores que 15 hembras. Luego, a sus sesenta años, quería ser preñada, en la esperanza de encontrar la unidad que configurara la igualdad. Lo otro no es otra cosa que una desigualdad. …Y Virginia volvió a quedar en embarazo. Benjamín había hecho todo lo posible por responder, como varón. A sus sesenta y seis años, era un tanto difícil. Pero lo hizo- Nació otro varoncito. Virginia, creyó desfallecer. Después del enorme esfuerzo, lo que quedó fue un incremento de la desigualdad. Villaveces fue condenado. El jurado no aceptó la interpretación de su defensor Pío XXIV. Fundamentalmente porque, el acusado había asumido una opción no coincidente con los principios básicos definidos por las normas de Ciudad del Mal. Normas que habían sido construidas y aprobadas; a partir de la Asamblea de Mujeres Beligerantes. Mucho habían tenido que luchar para acceder al poder. Habían sufrido desde tiempos inmemoriales. Los Santos Inquisidores criollos gobernaron durante siglos. Ellos asimilaron las enseñanzas del Santo Oficio. Una herencia directamente proporcional al dominio de los invasores. Una tradición heredada de los Santos Tribunos de la Santa Roma. Enseñaron a aplicar los métodos para garantizar la expiación y la reconciliación con Dios; su Dios y que, por lo mismo tenía que ser el Dios de todos y de todas. Enseñaron a castigar a las mujeres; cuando estas no reconocieran la primacía de los varones. Cuando estas no aceptaran su condición de seres sin opción de vida propia. ¡Lo dicho, está dicho ¡Eso me dijo Herminio Pérez; alcalde de la localidad San Bonifacio! Y es que venía desde mucho tiempo atrás. Una confrontación de nunca acabar. Por lo mismo que estaba de por medio las ilusiones que motivaban a José Buelvas. Sujeto, este, de violencias acabadas en él mismo. Como quiera que todo se centraba en las posibilidades. En términos de las consideraciones. Como vigía de sí mismo. Mucho después de la muerte de mamá Protocolaria Martínez. La quiso tanto que no dudó en convocar a toda la localidad para realizar jornadas de desagravio. Un poco en el mismo hilo conductor, con el cual se miden las obligaciones perennes. En esa postura de las mujeres madres. Que perciben lo que ha de venir. Y recuerdan la historia de los hechos y sus orígenes. Ante todo, cuando cada quien ha observado, en su camino, los rigores del tempo. Hablado y vivido. Así no más.
  • 15. 15 A Este vergajo de Herminio, se le metió en la cabeza, alzarse en armas contra las matronas potentes. Ese ramillete de mujeres, veloces de pensamiento y realizaciones. Por esa vía promovió la primera batalla, en contra de Protocolaria. Ya llevaba mucho tiempo en la planeación de ejecuciones. Como ensayo general, había elegido a Estanislao Birbiezcas. Este, envalentonado con la misión, reunió a cuatro hombres jóvenes, para empezar. Fueron, primero, a la casa de María Epimenia Susana Busquets. Mujer de fuerte convicción y mejores decisiones al momento de cualquier batalla. Estaba sola en casa. Saturnino Mascachochas Bocanumen, su compañero estaba en su rutina cotidiana como cargador en el puerto. Primero tumbaron las puertas con hachas y machetes. La levantaron, a la fuerza, de su cama. La enmudecieron. Y los cinco vulneraron su cuerpo. Un ultraje espantoso. Cuando terminaron, la mataron. Cuatro balazos en su cabecita, casi yerta. Luego fueron donde Belisaria Xiomara Arredondo Martínez. Hija de Barbarita Libertad Fuego. Mujer de ostentación solidaria, a la enésima potencia. Rodearon la casita. Entraron por la ventana. La colgaron, de las muñecas. Atadas al travesaño primero. Sus ojazos negros absolutos, fueron quemados. Ya, después de ahí, todos los ojos de todas las mujeres aprendieron a mirar con las tristezas siempre hechas, puestas. En velocidad tendida, por su ejército de mujeres negras, de cuerpos hechos para la danzar. Siguiendo la tambora y la chirimía. Pero, también, para acceder a la correría. Y habilitaron trincheras en todas las ciudades. Trazaron ofensivas a las casas de extermino y de torturas. Las arrasaron con todos los matones adentro. Y fueron, pronto, seis en ciudad Chiquita. Y doce en ciudad Ternera. Todo se volvió una avalancha de aguerridas mujeres. Cenicientas en batalla, Feroces, vengativas. Para las cuales, no habrá paz, si no ejecutan a los perdularios. Y las derrotaron, ese tres de noviembre. Cuando llegaron “Los Caballeros de la Legión de María Virgen.” Cruzados. Pervertidos. Arropados por la sabana que cubrió el cuerpo del Nazareno. Además, por Trinitario Ordóñez. Con su aureola pendenciera, por lo bajo. Se reforzaron los ejércitos inmundos, apestosos. A las mujeres que sobrevivieron; El alcalde Herminio, enterró vivas. Eso fue lo que dijo, siempre “lo dicho, dicho está” Cuando estaba dispuesto a seguir su perorata, lo maté. Le
  • 16. 16 enhebré mi puñal, en esa garganta ampulosa. Tal vez, tratando de mutilar sus palabras, para siempre. La propuesta de Exequiel, me sedujo. De esas visiones que espera a entender en lo cotidiano. Siempre, en sentido del ilusionario irrepetible. Él (Exequiel) nos conocimos de manera fortuita. En Lago Manso nos bañábamos todos los días. Y empezábamos una conversadera. Ni del carajo. Repasamos las historias de nuestras familias. Por él supe que su nacimiento, fue producto de una violación. Su mamá Susana apenas había cumplido quince años. Transitaba por la calle “El Escobero”, ahí no más cerquita a la casa cural. Por más que Adelina, reclamó justicia y la práctica del aborto; entre el sacerdote, párroco y la abuela y abuelo, decidieron por ella. Le tocaba, entonces, terminar su embarazo, en las condiciones que ejercen como soporte. Es decir, entonces, el mandato fue claro, contundente: abortar es uno de los pecados mayores en la Santa Iglesia Católica y apostólica. Además, quien lo haga, será condenada. Así rige en nuestras leyes, terminaron diciendo. Arroparon sus conciencias, con la doctrina insoslayable. De mi parte, le comenté a todo lo pasado en mi familia. Y, lo que nos esperaba en futuro. Mi hermana Josefa había accedido a la Universidad Jesús Pulgarin. Allí se hizo militante del Partido de Exégetas de la Libertad. Este partido tenía un brazo militar, metido allá, en la selva. Dos veces hemos sido allanados e interrogados. Terminamos de hablar, esa tarde. Luego caminamos hasta el colegio, en la intención de hablar con el señor Rector, Cástulo Benjumea. Exequiel, insistía en presentar una propuesta, en el sentido de realizar un carnaval en el barrio. Se realizaría anualmente. Al llegar, Cástulo Benjumea, escuchó nuestra propuesta. Con la aprobación del rector, empezamos a prepararlo. Con la participación de las diferentes Instituciones Educativas de la ciudad. Hablamos, además, con Felipe Valbuena, titiritero e impulsor de grupos de teatro. Lo que no, sabíamos nosotros, en el barrio, se había consolidado un grupo que se negaba a cualquier actividad mundana, en contra de expresiones libertinas (así llamaban a las actividades que pensábamos realizar). Pudieron más las amenazas, con panfletos insultantes; que nuestra propuesta.
  • 17. 17 Sucedió que Benjamín y Virginia, acompañada y acompañado de sus quince hijas y sus diecisiete hijos, se trasladaron de Villa Rebelión. Un caserío a orillas del río Mosquitos. Ya habían urdido un plan; en la intención de difundir sus ilusiones. Estas venían desde que el padre de Virginia, Ramón Ilich, había construido una estrategia para acabar con el liderazgo de Los Caballeros de la Santa Cruz, allá en Ciudad Lejana. Ramón Ilich, era un hombre profundamente humano. Con la ternura dibujada en su rostro; y en sus acciones. Ramón Ilich, expresaba solidaridad y esperanza, absolutas. Por lo tanto, ese día, tres de octubre; cuando lo mataron; se cuajaron las nubes y se desató la lluvia que acompañaría a los y las habitantes de Ciudad Lejana, por espacio de doce meses. Sin cesar. Todo quedó anegado. Los victimarios se ahogaron cuando cuidaban el cuerpo sin vida de Ramón. Porque temían que se produjese otra ascensión, como la del Nazareno hacía ya cerca de diecinueve siglos. Todo, además, porque los miembros de la Cofradía del Divino Verbo, los instaron a no salir, por nada del mundo. Y así lo hicieron; se quedaron en el cuarto subterráneo de la casa de Benedicto XIX quien ejercía como descifrador de la apologética de San Marcos y que había sido escrita por autor anónimo en Jericó, ciudad considerada, por esto, santa. Sucumbieron ante la fuerza de la lluvia y ante su cantidad. Pudieron haberse vertido cerca de un billón de metros cúbicos; según lo relataron los calculistas oficiales. Pero el cuerpo de Ramón Ilich, en fin, de cuentas, desapareció. Para su búsqueda exhaustiva fue nombrada una comisión en la que se instalaron todos los beneméritos hijos de Benedicto XIX y los hijos de Fornicato Palacio…Pero no encontraron nada. Una mujer campesina, de nombre Susana Perpetuos, halló el cuerpo de Ramón; un día cualquiera del mes de enero del año siguiente a su inmolación. Dolores, tejió una red secreta para informar a los seguidores y las seguidoras de las ideas de Ramón. Al cabo de tres días, se reunieron todos y todas en la “Cueva de San Mariano”, ubicada en las afueras. Hacía tres meses había escampado. La ceremonia fue todo un acontecimiento. El cuerpo, sin pudrición, fue exhibido en altar improvisado. Discursos acerca de la igualdad y de las acciones para lograrla. Discursos acerca de la herejía necesaria; por medio de la cual se
  • 18. 18 expulsarían de la ciudad a todos los Honorables Caballeros de la Santa Cruz; empezando por Benedicto XIX. Y la inhumación se produjo en medio de arengas panfletarias, sinceras, a viva voz; con profunda convicción en los ideales de Ilich y la necesidad de continuarlos; de propagarlos por todas las ciudades y en el campo y en el mar y en el espacio adyacente a la Tierra. Benjamín, Virginia y las quince y los diecisiete; no hicieron nada diferente a conservar y traducir el Mandato Ramoniano. Su horizonte se hizo inmenso. A cada paso; en cada lugar, hablaban en reuniones clandestinas. Temiendo que Fornicato Palacio los detectara y los y las hiciera matar. Porque, Fornicato, era un experto. Ya había sido probada su capacidad para matar; de manera directa y por encargo. Como resultado de esas acciones de matanza; ni Ciudad Bienaventuranza; ni Ciudad del Mal; ni Ciudad del Buen Vecino; eran reservorio de herejías. En estas, toda voz disidente había sido callada para siempre. Benjamín y Virginia murieron de manera simultánea. El veneno de la víbora que había sido colocada de manera subrepticia en su lecho, hizo efecto en segundos. Mucho se habló del acontecimiento, en toda el área de Villa Rebelión y en algunos poblados vecinos. Las quince y los diecisiete continuaron con la tarea. Vivir se tornó mucho más difícil. A cada momento se escuchaba acerca de la generalización de las matanzas individuales y colectivas. Pero no sólo se oía hablar de esto; también se podía constatar. Juvenal se quejaba de la cantidad de trabajo. Los muertos y las muertas eran muchos y muchas. Casi no había espacio en la antigua bodega. Hasta que Fornicato Palacio decidió arrendar otro espacio; al aire libre. Se pusieron varas verticales y horizontales y se cubrió el escenario con plástico. Allí eran depositados los cuerpos. Venían de Lengua Larga (vereda de Villa Rebelión); de La siembra (vereda de Ciudad del Mal); de El Ensueño (vereda de Ciudad del Buen Vecino). Se pudrían unos sobre otros. La fetidez era llevada por el viento hasta la misma Ciudad Salmón; territorio del Padre de los Padres. El mismo Dios trasplantado desde Roma; desde Castilla; desde el Sacro Imperio Anglo-Sajón cercano. A todos y a todas los (as) asfixiaba el olor nauseabundo. Solo las quince, los diecisiete y sus adeptos escapaban. Ellos y ellas seguían sus labores cotidianas, como si nada. Pero, claro, sentían profunda tristeza y temor.
  • 19. 19 Un día allí; otro día allá. Una peregrinación constante. Las ideas libertarias de Ramón Ilich, estaban grabadas en madera y bronce; de tal manera que no las degradara el paso del tiempo. …Y, en Ciudad del Mal, reventó la insurrección. Primero fueron las mujeres; conocidas como las desnudas, en razón a que conformaban una asamblea permanente de féminas en contra de los chafarotes de Pío XIX y de sus colaterales jornadas inquisidoras. Luego fueron los niños y las niñas. Se negaron a leer el catecismo del padre Astete, mejorado por el mismísimo Pío y avalado por su señoría Fornicato Palacio. Luego fueron las y los adolescentes. Estos se negaron a entrar como aprendices a alguna de las Legiones existentes. Ni a la del Santo Sagrario; ni a la de los Hijos e Hijas de María Auxiliadora; ni a la Cofradía de los Hombres y Mujeres Bienintencionados (as). Por último, fueron los abuelos y las abuelas. Ellos y ellas se negaron a servir de apóstoles en las celebraciones de la Semana Santa. También, sobre todo ellas, se negaron a acompañar a la Dolorosa los Sábados Santos, en su soledad. Sucedió lo que se presumía que iba a suceder. Fornicato, Benedicto XIX; Pío XXIV y los representantes de las cofradías y legiones; decidieron, en reunión secreta, juntar sus ahorros y situarlos en el mercado de mercenarios profesionales. Mercado que había sido instituido por el Nuevo Imperio Anglo-Sajón. Le servía como fuentes de divisas y como soporte a las guerras de baja intensidad, comunes en la región. Les alcanzó para comprar doscientos hombres rudos. Machotes curtidos en el arte de matar ilusiones y esperanzas y revoluciones clásicas. Llegaron a Ciudad del Mal, el ocho de diciembre, día de la Santísima Virgen. De manera furtiva se instalaron en los cobertizos que Fornicato utilizaba para sus bestias. Desde allí se fueron desplazando, hasta copar todos los espacios. Ya conocían quienes eran los y las dirigentes. Mataron a todos y a todas. Mujeres adultas; mujeres niñas, hombres adultos y hombres niños. Fornicato ordenó llevar todos los cuerpos hasta la Plaza Mayor de San Jacinto, ubicada en el centro de Ciudad del Mal. Allí se hizo una pira inmensa. Las llamas se veían desde Villa Rebelión y desde la Sede Central del Santo Oficio Divino
  • 20. 20 De las quince, quedaron solo siete y de los diecisiete quedaron solo nueve. Se mantuvo la desigualdad que tanto inquietó a Virginia. Lo cierto es que, quienes quedaron, migraron hacia diferentes poblados relativamente cercanos entre sí. Desde su nuevo sitio, recomenzaron la brega. Ese fue el referente que tanto entusiasmó a Karla. La vida de Benjamín y de Virginia. Casi como La Vida de Jesús y de María. Un símil que ella validó y lo hizo suyo. Por lo mismo, cuando murieron ellos y ellas, las dirigentes y los dirigentes de la insurrección en Ciudad del Mal; ella se propuso vengarlos y vengarlas. Nada de poner la otra mejilla. Era ahora o nunca. Ojo por ojo. Simplemente hubo un problema que le enredó la pita: la aparición de Villaveces, su amante frustrado y resentido. Aquel que no le perdonó nunca el hecho de haberse separado de él; por decisión autónoma, aprendida esa autonomía de las conclusiones de la Asamblea de Mujeres Raúl la localizó. Un domingo de mayo. Ella salía del almacén en donde trabajaba. La siguió sin ser visto. Cuando Susana llegó al platanal; apareció enhiesto el siniestro personaje. Cuchillo en mano (alguien, hoy en día, de manera un tanto perversa, diría “a lo Pedro Navajas”). En fin, que la acuchilló. Huyó por el camino que lleva a Villa Piedad y, desde allí hasta Villa Perdón. Este último, un caserío habitado por ex convicto; prófugos resentidos mandantes, con muchas muertes a cuestas. El refugio era ideal. Allí nadie preguntaba nada. Lo llamaban, también, “Tierra de Nadie y de Todos”. Desde ahí importaron el modelo, muchos de los estrategas de la barbarie; hegemónicos mandarines criollos. Pútridos, siempre. Y, entonces, se expandió el modelo. Fueron creciendo las ciudades y los países cuyos gobernantes a la fuerza, enviaban a sus agregados y aurigas a aprender el oficio de no preguntar nada. De guardar los secretos de las muertes sucesivas y de no permitir la identificación de los culpables. Allí estuvo, por ejemplo, Juan Manuel Santín; José Obdulio Miserabilísimo; Sabas Pretel de la Cuesta. Todos en nombre del prístino Álvaro. Y, Raúl, estuvo allí casi cuatro años. Hizo muchos amigos. Algunos de ellos ejercieron como sus codeudores; cuando él decidió comprar a crédito El Buzón del Olvido, Un
  • 21. 21 cachivache que servía, a la manera del sobrero de los magos, para meter en él una evidencia; o un indicio; o una flagrancia y sacar palomas de la paz; o sapos vergonzantes; o divinas imágenes de la virgen; o del Divino Niño. Entre tanto, el cuerpo de la bella Susana, fue encontrado por uno de los hijos de Fornicato Palacio. Lo llevó a otro sitio, distante de allí. El cuerpo de Karla todavía estaba caliente. Deogracias Palacio, aplicó lo que había aprendido en los cursos de necrofilia. Una vez terminó, volvió a trasladar el cuerpo al lugar en el cual había sido dejado por Raúl Villaveces. El ceremonial fue conmovedor. Todas las mujeres de La Asamblea, estuvieron con ella y la acompañaron hasta el lugar de su cremación. Suscribieron El Manifiesto por la Venganza y por la Pronta Justicia. Manifiesto que se erigió como referente para todas las mujeres de la región y del país. Un documento elaborado con un conocimiento previo de la lucha que han librado las mujeres en todo el mundo. Ellas, inclusive, promovieron siempre la realización de eventos y movilizaciones el ocho de marzo anterior a la muerte de Susana. Estaban convencidas de la importancia y trascendencia de su gestión. Como mujeres comprometidas con la defensa de sus derechos y por la persuasión acerca de la necesidad de la ternura para crecer como personas y como pueblo. Raúl Villaveces había nacido en Puerto Lindo, ciudad situada al noroeste de Ciudad Bienaventuranza. Cuando niño fue protagonista en la escuelita en donde cursó su básica primaria. Porque exhibía capacidad para hacer de las palabras un todo coherente; independientemente del tema que propusiera la profesora Altagracia. Por esto mismo, estuvo mucho tiempo vinculado a la Sociedad de los Niños y las Niñas Inteligentes. Como con Mozart, su padre y su madre, recorrieron el país, a bordo de las capacidades de su hijo. El Circo Diablillo Perenne lo exhibió en funciones en las cuales el público deliraba con los conocimientos de Raulito. Hasta que, en un día cualquiera del mes de mayo de 2020, se quedó mudo. Una forma de protestar por la utilización que venían haciendo de él su familia y los propietarios del circo. Creció, después de la ruptura, al lado de su tío Valentín. Cursó bachillerato en el Liceo Mariano y se vinculó a la Universidad Trinitaria, como estudiante del programa de pregrado Ingeniería Armamentista. Se graduó con honores y, posteriormente, viajó al Nuevo Imperio, para cursar estudios de doctorado en Energía Atómica Aplicada a la
  • 22. 22 Destrucción. A su regreso al país, trabajó al lado del prístino Álvaro como consejero en asuntos de moral y de seguridad. Conoció a Susana en una celebración del Día Mariano, en Bienaventuranza. Sucedió que Raúl fue delegado por el prístino como su delegado ante el Santo Oficio Criollo de la Búsqueda del Cielo. Raúl siempre fue un hombre parco y muy devoto de María Santísima. A ella le otorgaba todo tipo de sacrificios. Decía no querer a las mujeres, por su recuerdo de lo leído en la Historia Sagrada, acerca del rol de Eva en la Tierra y, como colateral, la expulsión del Paraíso. Sin embargo, leía la revista Play Boy y se masturbaba en soledad, motivado por las poses de las conejitas. Susana había crecido al lado de su tía Saturia. Padre y madre habían muerto en un accidente. Viajaban de Ciudad del Mal a Ciudad del Buen Vecino; el bus en que viajaban rodó por un abismo. Susana bajo la férrea disciplina que le impuso Saturia, no tuvo ningún placer en su infancia. La adolescencia, la sitúo en diferentes escenarios. El colegio; la hacienda de su tía; las calles de Ciudad del Mal. Sin embargo, ella nunca pudo disfrutar de su cuerpo. La asfixiaba el artefacto ideado por la tía para impedir que Karla fuera abordada. Se trataba de un cerrojo anticuadlo, pero efectivo. Ese día, en plena celebración de la Santísima Virgen, llevaba un vestido apretado, negro. Hacía diez años había muerto Saturia. Ahí, al pie de la tía muerte, lanzó el grito de libertad. El cerrajero logró abril el candado. Los trajes largos y hasta el cuello fueron incinerados. Danzó toda la noche del velorio, desnuda, en su habitación. Invitó a su primo Encarnación para que la inaugurara. Estuvo con él toda la noche. Contó veintitrés orgasmos; hasta que Encarnación no pudo más. Raúl se dirigió a ella, un tanto conmovido por el hecho de que Susana había organizado una celebración paralela. Se trataba de la reunión de todas las mujeres de Bienaventuranza y de la expedición del Manifiesto Libertario de las Mujeres Vulneradas. La casuística consistía en exhibir sus cuerpos desnudos en la Plaza Central de la ciudad. Danzaban alrededor de la hoguera y, a cada paso, arrojaban al fuego retratos y réplicas de
  • 23. 23 Fornicato Palacio de Benedicto XIX y Pío XXIV. Además, símiles de los Caballeros Cruzados. Le dijo: “señorita, usted no puede agraviar a la Virgen de esa manera.” Susana Pinzón, simplemente, lo ignoró. Pero no pudo sustraerse al encanto de su mirada. Ojos verdes, simples; pero con una fuerza absoluta cuando se fijaban en alguien. En este caso, Susana fue ese alguien. Casi desmaya. Porque ese mirar de Raúl no permitía escape. Hablaron. Susana le expresó que no había vuelta atrás. Las mujeres de Bienaventuranza no admitían ninguna directriz; por sagrada que fuera. Se volvieron a encontrar en la taberna “La vida es así”. Todo tan coincidencial, que ella y él se sintieron sujetos de una alegoría lejana. Ella y él, se sentaron en misma mesa. Susana ordenó una botella de aguardiente marca Soplo Divino. Él, muy recatado, ordenó botella de vino dulce, marca Los tres Frailecitos. Departieron hasta pasadas las doce de la medianoche. Susanita invitó a “ojitos verdes” a su habitación. Ella vivía en casa de inquilinato. A pesar de eso, todo muy confortable y digno. Como lo hacía siempre, se desvistió inmediatamente llegó al cuarto. Raúl se sintió algo incómodo. Pero, inmediatamente, recordó a las conejitas y sintió un fuerte escozor en su tornillo; tanto que se irguió mucho más de lo acostumbrado. Se juntaron, hasta el amanecer. Raulito se despertó asustado, porque había quedado en llamar al prístino Álvaro. Luego de haber expedido el Manifiesto, las mujeres de la Asamblea, se dispersaron. Cada una con el propósito de arengar en la ciudad. Convocando a la confrontación en contra de Raúl y de sus símiles. Ellas ya sabían que Raulito era un protegido del Divino Álvaro; pero eso no las amilanaba. Estaban decididas a la venganza. Como fuera. O en los Tribunales. O en cualquier sitio. Lo cierto es que Raúl debía pagar por su crimen de lesa fémina. Prevaricato Martínez fue el primer amante de Virginia. Se conocieron cualquier día, en Villa de Dios, una localidad situada al Este de Ciudad del Buen Morir. Ella, la Virginia, era oriunda de Ciudad Amada por Dios. Allí nació y creció. Su padre ejerció como sacristán en la Parroquia de San Diego Virgen. Con su esposa Primogénita, tuvo doce hijas. Entre ellas Virginia, la cuarta. Cualquier día, su padre, la abordó. La casa tenía dos habitaciones. Una de ellas para José Arimatea y Primogénita. La otra, para las doce.
  • 24. 24 Le dijo, casi en susurro, “Virgita, me tienes desesperado. Te he observado cuando te bañas; déjame, por favor, probarte”. Cuentan que Arimatea se tiró al río. Nadie pudo recuperar su cuerpo. Sin embargo, Virginia quedó lista para ser la madre del hijo suyo y de su padre. El niño murió cuando tenía tres años. Un caso insólito de fiebre amarilla. Virginia nunca transfirió el hecho. Ni siquiera a su madre Primogénita. Cuando aprendió con Benjamín el arte de hacerse mujer autónoma, ya había conocido el arte de la sumisión. Había estado durante muchos años, al lado de la tristeza y de los vejámenes. Como ese, cuando su padre la vulneró; haciéndole sentir el significado pleno de la ignominia. Desde ese día, Virginia juró por Los Dioses Antiguos, que jamás hombre alguno le haría lo mismo. Por eso lo ahogó en el Río de Oro. Por eso mató a Prevaricato; arrojándolo al Lago Santo. Benjamín no era así. Ni como Arimatea; ni como Prevaricato; ni como Raúl. Es decir, él era un hombre pleno, sincero y que valoró siempre la importancia del rol de las mujeres y de la construcción de escenarios de equidad. Por lo mismo, entonces, Benjamín siempre fue perseguido por todas las cofradías existentes en su territorio. Fundamentalmente por aquella liderado por Pío XIX, denominada Los Caballeros Prístinos al Servicio de Dios. Recorrió todo el país, arengando a las mujeres y a los hombres; transfiriéndoles el conocimiento asociado a la libertad. Ese fue el Benjamín que tanto admiró Susanita. Ese tipo de propuestas libertarias; esa condición de sujeto comprometido convencido de la necesidad de la guerra entre las cofradías inquisidoras y los y las hombres y mujeres que reivindicaban el derecho a ser libres y a tener la sensibilidad y la ternura como soportes en su actuación. Guerra que, aun hoy, continúa y que, por lo visto continuará por siglos; hasta que sean vencidos los dueños de la vida cautiva y de la inequidad y de la contra ternura. Y pasó mucho tiempo. Y estamos hoy asistiendo a la misma confrontación Algo extraño en ella. Nunca la había percibido así. Una imaginación que bordea lo absurdo. Sin que me diera cuenta, siguió con otra historia. Tres
  • 25. 25 (Por la vía insólita) Había pasado tanto tiempo, después de haber hecho público nuestro escrito. Fuimos llamados a declarar ante quienes habían repudiado a Susanita. Los mismos que la habían encarcelado. Los mismos que habían extorsionado, a todas las mujeres. Por la vía de insinuar la delación; a partir de los informes construidos por sus sabuesos, distribuidos clandestinamente por toda la región. La desesperanza se había posicionado de nosotros. Fuimos vejados en lo más recóndito de nuestros valores. Consiguieron desarroparnos de toda la valentía que nos había acompañado hasta entonces. Sin embargo no nos dimos por perdidos. Empezamos a trabajar a hurtadillas. Convocando a aquellos dolientes de la libertad. A Aquellas mujeres que empezaban a despuntar en la euforia solidaria con Susanita y con las otras mujeres maltratadas. Siendo las tres de la mañana, domingo ocho de marzo, me hice a la idea de haber encontrado una caracterización de mí mismo. Había naufragado antes. Creo que desde el mismo momento en que vi sufrir a Susanita. En ese tipo de engarce ideológico que reclamaba la intención de postular una odisea. Ahí mismo. En el mismo tiempo y sitio en el cual había vivido tanto tiempo. En ese escenario tupido de vergüenza, de solo recordar, cada vez con más vehemencia el atrofiamiento de mi ser. Como sujeto que había perdido la intrepidez de otros días. Cuando era capaz de realizar las tareas más difíciles. Cuando tenía la fuerza y la potencia de miles toros sueltos. Me fui yendo, en consecuencia, por la vía de la reflexión convocante. De palabra y cuerpo superlativos. En cada paso, fui retrotrayendo la historia viva. Como si estuviera en deuda conmigo mismo. Un recuerdo inhóspito cruzó m ser. De ese tipo de imaginarios no benévolos. Hice pie en aquello que creía olvidado. Tal vez por andar dando tumbos hipocondriacos. Perdiendo la noción de tiempo y espacio. Una vida, la mía, como prolongación de la decrepitud manifiesta. Me envolvió, sin quererlo, la nube aquella, depositaria de lo que fui, sin percatarme del daño causado. A mí mismo y a quienes estuvieron conmigo. Incluida Susanita. Y sí que, en esta postura mía, decidí expresar lo íntimo cierto. En razón a que me siento como engañado amante. Que, aquel que sigo amando, se ha tornado en evasivo sujeto.
  • 26. 26 En eso de ir buscando eventos de justificación, me he encontrado con el arrebato propio del inicio. Siempre en posición de tratar de negarlo todo. Como quien deduce que solo lo suyo es válido. Y que, inclusive, el antes del comienzo no se evidencia en ningún referente. Y que, a lo sumo, podría inventarse un proceso de confusión, al momento de explicarlo. Por esa vía, entonces, se tiende a socavar el infinito; porque este no conduce a la proclama del término de los días. Visto así, en consecuencia, lo mío como que se hace sensato; habida cuenta de los albores de lo que existe. Y siendo así, me detuve en el relato de la fornicación de Erebo con la Noche. Y que, por esa vía, fueron surgiendo la vejez, la muerte, la concordancia. Y me fui con esto al auto exilio. Reconviniéndome a mí mismo por la exudación de ejemplos vulgares. Como construidos al lado de un hilo conductor de expresiones funestas. Y, por lo mismo, sigo en la escucha de la tronera que emerge. De los rayos voraces que absorben toda energía que nos colocan en condición de postración constante. Dirigí la búsqueda, esa noche a la localización del aire y del día. Como si fuesen pareja que fueron cumpliendo con el exorcismo del que se erige como creador. Y que, aire y día, engendraron a la Madre Tierra y al Sol y a los Mares. Y que yo seguía ahí. En esa tenebrosa soledad. Y que se fueron decantando las cosas y los seres. En ese Templo de la diosa Hestia. Que, a lo sumo, fue recluida en el mismo. Que, de paso, ejerció como pionera de la madre esclava. De la mujer arropada con los poderes de quienes exhibían condición de soberanos inmutables. Que iban, como en realidad lo hicieron, enhebrando el hilo y la aguja, hacia el tejido propio del símil de cadalso habilitado. Volver, desde ese exilio mío, a retar a Urano. Por la vía del Cronos que lo impele a no seguir siendo él. Que lo vulnera en su sexo y que lo arroja a los mares. Y que, tal vez por esto, estimula el apareamiento Tierra Aire, originando el terror y la astucia. Y que, estos tesoros, fueron echados al entorno de los mortales. Para que, en juntera impropia, amenazaran con el exterminio. Por la vía más perversa posible. A mi regreso, entonces, lo de los otros y las otras, se ha convertido en insidioso proyecto. Ya, así entendido, se fueron reconstruyendo el actuar y el quehacer pasivo. Ya no en la
  • 27. 27 exhibición del libre albedrío. Si no en aquello que es conducido a través de la hilatura primera. Como marionetas que pululan. Que se hacen, cada vez más, gregarias de ese Ser Primero. Que es condicionante y vulnerador del arrebato libertario del uno y de los unos todos. Y, al desgaire, se sintonizan los eventos. Ya no en acción plena de lucidez; sino en simple repetición. Efímera, a veces, perenne, otras. En el Universo ya habilitado. Como simple diáspora de lo pasado antes. Circundando la esfera siempre. Yendo y viniendo estamos. En el vaticinio ya hecho. De que solo podemos ser lo que somos; sin el vuelo del albur necesario. Estando aquí y así, seguimos el sendero ya trazado. Somos como errantes mecanizados. Metidos en la envoltura del Determinador. Que se inmiscuye en lo nuestro y nos ordena. Vamos, por lo tanto, horadando nuestra propia habitación que nos ha de albergar por siempre. En esto de las ilusiones estaba. En ese sueño de perdición. Estaba, yo, ahí. En el lugar preciso del territorio que creía válido y hospedero. Saliendo, hice como que miraba a la ciudad. Mi ciudad y la de los demás. Y la vi avasallada por la bola de fuego viva. Originada en los átomos partidos en sucesión. El uranio al aire y al suelo extendido. Energía destructora. Y corrimos todos y todas. Y nos refugiamos en el manto de Hestia y de los Nagares. Su refugio estaba incólume. Antes de esa bola roja que avanzaba. Y, al llegar todos y todas, Hestia hizo como que paraba el fuego con sus manos henchidas de mar. Pero fue arrasada. Y Nagares y las Ménades también huyeron. Delante de nosotros y nosotras. Y alzaron vuelo hacia el infinito universo. Pero de nada sirvió. La destrucción fue el todo. Como significando la nada del comienzo que no podrá ser tal, porque no habrá otro origen como el de antes. Ya en febrero, seguía sin moverme de la esquinita bravera. He visto pasar el tiempo, atropellado. Le dije desde la distancia, a la callecita lúdica, lo tanto que me he empecinado en volver a ver a Susanita. Con pasión abierta y sincera. Nunca he dudado de la gendarmería palaciega. Allá adonde él se dirigió, hace mil años. No atinaba a nada más. La callecita impávida. Como diciendo, yo solo sé que no volverá, porque se llevó la pelotica
  • 28. 28 con la cual me entretenía. Mirándolo en la gambeta mágica. Como si, en sus piernas llevara la vida. Mi vida. Estoy aquí. Y aquí me quedaré; dijo por último la divina calle que me vio crecer. Desde muy allá, en las sombras de esta otra noche emergió una potente voz. Como llamándome a la sinceridad. Qué dejara de ser enfermizo sujeto, detrás de Ancízar y Susana. Porque recuerda que, hace mucho tiempo nació un niño. Tu hijo. Y nadie, incluido tú ha preguntado por él. Y que, Valeria, ha puesto todo lo que es, al servicio del infante. Que se hizo grande d cuerpo de alma. Y anda, por ahí, buscándote. Como martinete envejecido. Solo quieres avizorar a Ancízar, sin conocer que él se hizo amante del fuego vivo. Del viento veloz, cálido, sinuoso. ¡Qué te has creído dueño de todo y de nada1 Anda a ver sí te oyen en medio de esas acciones propuestas de tiempo atrás! Entre Ancízar y tú no has hecho nada al respecto. Solo en el brete repetitivo. Escúchalo. Yo te abro los oídos. Los potencio; para que sepas que está diciendo. Se lo habían enunciado un año atrás. Pero, él, creyó que era otra broma del señor alcalde. Lo que le dijeron tenía que ver con su condición de amante de hombres. Especialmente de adolescentes. Un largo historial. Aun antes de que se iniciara la actuación con el referente de “libertad para amar. Libertad para ser amado”. Su capacidad de seducción, era infinita. Él mismo contaba que había “desollado” a más de cuarenta. Sin ninguna violencia previa. Simplemente convocándolos con esos sus ojos verdes, penetrantes, asfixiantes. Que no dan lugar, una vez se los mira, a disidencias. Y es que Raúl David era puro fuego. Desde pequeño se acostumbró a medir los ensueños y los sueños. Siempre anhelando ser dueño de todos. Y los catalogaba. Por orden de belleza y de otorgante de placer. En el colegio era conocido como “El César”, Por lo mismo que exhibía un autocontrol absoluto, en unidad de acción con la maniobra constante para mantener cautivos a quienes amaba. Fueran conscientes o no de ello. Y estuvo mucho tiempo en ejercicio de su aureola. Hasta que conoció a Susanita Portocabello. Doncella hermosa. Ojos de una negrura convocante. Venía de familia hacedora de proclamas en lo que concierne a la libertad sexual. Todos y todas, en ella, eran amantes y amados. No importando la edad, ni el parentesco.
  • 29. 29 Cuando lo citaron, simplemente, creyó que era una de esas audiencias más a las cuales había asistido un centenar de veces. Siendo siempre sujeto que no acataba reglas e insinuaciones. Y creyó, asimismo, que el señor alcalde, en uso de su perfil de incompetente consuetudinario, simplemente le diría “no hay pruebas. Luego no hay condena”, Él era consciente que había vulnerado todas las reglas. Desde el mismo momento en que había agredido a Juliancito, En ese tipo de agresión que involucra la perversión. Porque fue, no solo obligarlo a aceptar la penetración constante; sino la atadura, de se ser en sí, a un cuadro relacional vejatorio, infame. Él había sido todo un engarce sistemático. Aprovechándose del poder ejercido sobre sus súbditos. En un proceso sin fin. Y, así, se lo había hecho saber al Santo Imperio. Lo pecaminoso había sido desterrado a partir de la absolución lograda. Tanto así que su invernadero sexual no había sido tocado. Ni lo sería nunca. Lo que le anunciaron era, para él, simple retórica lineal. De conformidad con sus principios y valores. Con velo de organza afín a sus postulados. Y, todos en la región, lo conocían, Sabían que era dueño y señor de los nacientes párvulos. No había fisura alguna. Porque, siendo como era él, absoluto dueño de todos y todas; no existía ninguna disposición manifiesta o soterrada a cumplir con ninguna norma de reclamación. Colectiva o individual. Y allí estaban las madres. Sujetas inmersas en la reclamación de “justicia”. Sabiendo ellas que sus hijos habían sido avasallados por “El César”. Y, además, que este no insinuaba ningún arrepentimiento, ante el daño causado. Simplemente porque él, era Poder absoluto que transgredía, sin transgredir. Con esa visión de supuesto libertario que todo lo puede, en aras de demostrar que todo se puede. Y ellas, las madres, sucumbieron. Nadie las acompañó. Y murieron en fuego cruzado. Alcanzadas por las balas de “El César”. Quien previamente había informado que el sexo asociado a su predilección, era mandato de estado. Cuatro (El hemisferio Perplejo)
  • 30. 30 Susanita sigue enclaustrada, a la fuerza. Todo el tiempo pasado es la misma figura de la abulia, como complejo entorno que la hiere a ella y me hiere a mí. Como expresión magnificada de la soledad y la tristeza. Recién había regresado. Desde el exilio a que fuera sometido por parte de Los Regentes. Encontré el pueblito vacío. Tanto de cuerpos en físico, como de aquellos espíritus que conocí otrora. Soledad inconmensurable. De ida y vuelta. Sucesión de secuencias con tono ambiguo y marginal. Tal parece que, el tiempo, se detuvo en la más agria expresión societaria. Inmóviles todos y todas. Una sangría arropadora, por lo nefasta. La racionalidad de los gendarmes, compulsaba copia de su ironía y de la malversación de los idearios. Era casi como tormento impuesto con solo impartir las veedurías. El espionaje cruzaba todo el territorio. Un universo construido a partir de la diatriba dañina y asfixiante. Como casi todo en la vida, hablar de tristeza, no es otra cosa que dejar volar la imaginación hacia los lugares no tocados antes. Por esas expresiones vivificantes y lúcidas. Es tanto como discernir que no hemos sido constantes, en eso de potenciar nuestra relación con el otro o la otra; de tal manera que se expanda y concrete el concepto de ternura. Es decir, en un ir yendo, reclamando nuestra condición de humanos. Forjados en el desenvolvimiento del hacer y del pensar. En relación con natura. Con el acento en la transformación. Con la mirada límpida. Con el abrazo abierto siempre. En pos de reconocernos. De tal manera que se exacerbe el viaje continuo. Desde la simpleza ávida de la palabra propuesta como reto. Hasta la complejidad desatada. Por lo mismo que ampliamos la cobertura del conocimiento y de la vida en él. Viéndola así, entonces, su recorrido ha estado expuesto al significante suyo en cada periplo. En cada recodo visto como en soledad. Como en la sombra aviesa prolongada. Y, en ese aliento entonces, se va escapando el ser uno o una. Por una vía impropia. En tanto que se torna en dolencia originada. Aquí, ahora. O, en los siglos pasados. En esa hechura silente, en veces. O hablada a gritos otras. Es algo así como sentir que quien ha estado con nosotros y nosotras, ya no está. Como entender que emigró a otro lado. Hacia esa punta geográfica. No física. Más bien entendido como lugar cimero de lo profundo y no entendido. Es ese haber hecho, en el pasado, relación con la mixtura. Entre lo que somos como cuerpo venido de cuerpo. Y lo que no alcanzamos a percibir. A dimensionar en lo cierto. Pero que lo
  • 31. 31 percibimos casi como etérea figura. O sumatoria de vidas cruzadas. Ya idas. Pero que, con todo, anhelamos volver a ver. Así sea en esa propuesta íngrima. Una soledad vista con los ojos de quienes quedamos. Y que, por lo mismo, duele como dolor profundo siempre. Y si seremos algo mañana. Después de haber terminado el camino vivo. No lo sé. Lo que sí sé que es cierto, es el amor dispuesto que hicimos. El recuerdo del ayer y del anterior a ese. Hasta haber vivido el después. En visión de quien quisimos. Qué más da. Si lo que propusimos, antes, como historia de vida incompleta, aparece en el día a día como concreción. Como si hubiese sido a mitad del camino físico, biológico. Pero que fue. Y sólo eso nos conmueve. Como motivación para entender el ahora. Con esa pulsión de soledad. Como si, en esa, estuviera anclado el tiempo. Como si el calendario numérico, no hubiera seguido su curso. Como que lo sentimos o la sentimos en presencia puntual. Cierta. Y sí entonces que, a quien voló victimizada por sujetos pérfidos, la vemos en el escenario. Del imaginario vivo. Como si, a quien ya no vemos, estuviera ahí. Al lado nuestro. Respirando la honda herida suya. Que es también nuestra. Y que nos duele tanto que no hemos perdido su impronta como ser que ya estuvo. Y que está, ahora. En esa cimera recordación. Volátil. Giratoria. Re-inventando la vida en cada aliento. Cómo es la vida, En la lógica es ser o no ser. Pero es que la vivencia nuestra es trascendente. Es ilógica. En tanto que estamos hechos de hilatura gruesa. Como fuerte fue el nudo de Ariadna que sirvió de insumo a Prometeo para re-lanzar su libertad. Y, como es la vida, hoy estamos aquí. En trascendente recuerdo de quien voló antes que nosotros y nosotras. Y estamos, como a la espera del ir yendo, sin el olvido como soporte. Más bien con la simpleza propia de la ternura. Tanto como verlo en la distancia. En el no físico yerto. Pero en el sí imaginado siempre. Ya ha pasado mucho tiempo, desde que la dejamos de ver. Ahora, me encuentro en la misma vida, Pero en otra distinta. He vuelto a mirar al pasado. Como en esos arrebatos. Empecinado en volver a esa jerarquía de acciones, por ahí corriendo. Ahora de lo que se trata es de remediar lo habido. Sin la presencia de sujetos y sujetas que prolonguen la estadía. En ese irse de bruces sobre la historia. Que puede ser la mía. O la de cualquier otro. Así, en este caso, en el masculino andante que se regodea con el tiempo embalsamado. Con
  • 32. 32 esa figura de quehaceres. Por ese periplo solo mío. Y, tejiendo momentos, he encontrado la razón de ser de lo puntual. En esa expresión que deja de ser inacabada. Y que se torna, cada vez más, en asunto primario, no abandonado. En la seguidilla de lugares y tiempos. Siendo así, entonces, volví al barrio primero. Aquel en el cual disfrutaba con Susana. Y localicé la esquina nuestra. La bravata lúcida. Esquinita de mil y un hechos lúdicos. Y, en esa recordación tardía, he vuelto a jugar con el baloncito de cuero. Con ese regalo heredado. Hasta mi padre jugó con él. Como a comienzo del tiempo cercano. Allí no más. En el momento mismo en que se hizo ayudante de todos aquellos que tuvieran algo que ver con la cancha abierta. Ahí no más. En la calle en pendiente poderosa. En cada picaito la gloria. Como en trashumancia continua. En esa potente ilusión de saberse indispensable. Casi como sujeto de millón de maneras de dominar el baloncito. Casi tanto como las opciones propuestas en el tablero de ajedrez. Yo me la pasé, en ese tiempo, abrigado por su calidez. Iba y venía conmigo. Y, en esa misma perspectiva, encontré el lugarcito de la casa. En ese que fungía como albergue para los niños y niñas de largo vuelo. Y me vi en el día en que empecé a saber amar. Y a saber recordar. En medio de las tinieblas dispuestas por la rigurosidad de los principios y valores. De la familia. Y, extendidos a todo el entorno. Compartiéndolos con lo vivicante de los cuerpos presurosos. No acompasados. Anárquicos. Tanto como estar un tiempo en un lado y otro tiempo en la otra esquina. O en la callecita que había sido inaugurada casi al tiempo con la fundación del barrio. Derrochando, yo, alegrías que habían permanecido adormecidas. Ese 24 de junio, un martes, por cierto, conocí a Sigfredo Guzmán. “El mono” lo llamábamos. Sujeto, este, de mágicas palabras. Cuentero de toda la vida. Y, con él, aprendí a sacarle significados distintos a las palabras. Como en todo tiempo andando con el verbo alucinante. También, conocí de él, los atajos en los caminos de la vida. De cómo hacer de la tristeza, un giro creativo. Y de cómo enseñar los números, con los palitos de paletas compradas en la tiendecita de don Eufrasio. Y, además, en leer los ojos y la memoria de los otros y de las otras. Ese mono”, se convirtió en mi héroe favorito. Mucho más allá que el Libertador. Tal vez porque, el “mono”, iba más allá de la simple libertad formal, política. Indagaba siempre por las fisuras de cuerpos y de hechizos. Proponiendo la libertad en la
  • 33. 33 lúdica andante. Transponiendo rigores. Colocan la vida en su sitio. Que, para él, era un sitio diferente, cada minuto. No sé qué día me sentí impotente para armar todos esos actos propuestos por “el mono”. Como cuando la mirada y la memoria son más lentas que los hechos. En ese universo de liviandades. En ese ejército de propuestas diferentes cada vez. Lo mío se tornó, entonces, en un cansancio áspero. En una lobotomía inventada por mí mismo. Y empecé a desplazar las verdades y los hechos vivicantes. Me torné en sujeto casi avieso. Por la vía de la melancolía agresiva. Por la vía del tormentoso aquí y ahora. Me fui diluyendo en ese azaroso cuerpo de hermosas ejecuciones. Me fui yendo hasta el lado del martirologio. Por vía de la resequedad en las ideas. Como si me hubiera convertido en payaso de tristezas acumuladas. Tanto como haber perdido el rumbo. Retornando a la expresión cicatera con la cual nací. Y, en esos instantes, veía el cuerpo de mi madre Susana, lacerado. Andante. Como yo, sin rumbo. Y la veía vejada a cada rato. En medio de horripilantes expresiones. Y me seguí desmoronando. Casi al vacío profundo y de no retorno. Y, fue ahí mismo, en que encontré a Ancízar. Quien venía por el mismo camino. Y me dio la mano tierna, potente. Y salimos, en manos cogidas, a la otra orilla, en donde estaba “el mono” Eufrasio. Que reía sin parar. Que nos conminaba a ser felices. Aun en medio de la oquedad del tiempo. Aun en medio de todos los dolores juntos. Y volvimos al andar. Del ir yendo hacia la libertad que nosotros mismos habíamos truncado. Y fuimos uno entre tres. En sumatoria de verdades y de acciones y de la lúdica toda habida. Es ya de día. Ayer no supe prolongar el sueño necesario. Este día ha de ser como el otro. Eso supongo. Muy temprano ajusté la bitácora. Ahora, en primera persona mía, he de recomponer los pasos. Superando la fisura propia. Esa hendidura abierta. Siempre ahí. Como convocante falsa. Como recomposición ávida de otros lugares. Tal vez más ciertos. O, al menos, más coincidentes con mi nuevo yo, propuesto por mí mismo. Y, el recuerdo del ayer íngrimo, me hizo soltar la voz. Con mis palabras gruesas, puestas en lo del hoy concreto. Y sí que me fui hilvanando. Tanto como acentuar la prolongación. Del ayer elocuente. Hasta este hoy enmudecido de palabras convocantes. En repetición de lo mío. En contrapartida de lo punzante. De esa pulsión herética del pasado. Hasta este hoy propuesto. O, por lo menos, enclaustrado en el decir mío de la no pertenencia al pasado. Pero,
  • 34. 34 tampoco, como posición libertaria del hoy o del mañana. Y sí que, entonces, empecé a enhebrar lo dispuesto. En la asignación hecha propuesta. De un devenir lúcido, cierto. Y no esa prolongación de lo habido a momentos. Como simple ir yendo con las coordenadas impuestas. Desde una visión incorpórea, hasta divisar el yo mío, cubierto de nostalgias afanadas. Puestas en ese ahí como tridente vergonzoso. Hecho de premuras malditas. Acicaladas con el menjurje dantesco. Una aproximación a entender los y las sujetos en pena. Por simple transmisión de la religiosidad banal. Cicatera. Gobernanza ampulosa en la cual el yo se convierte en simple expresión estridente. Afanada. Lúgubre. Por lo mismo que se ha ido en plenitud de vuelo acompasado. Con las vivencias erigidas en el universo no entendido. En esas volteretas de lo que llaman suerte. Para mí, en verdad, simples siluetas inventadas. En ese estar ahí como propuesta no entendida. No vertida en la racionalidad vigente. Y sí que me fui, entonces, en búsqueda del eslabón perdido. Como en ese recuento hablado acerca de la sucesión de propuestas y de acciones asimiladas a la progresión de Natura breve. O expuesta al ir venir expósito. Como si fuera simple réplica de lo que soy y de lo que somos. En esa somnolencia propiciada por la intriga habida. Interpuesta. Acicalada. Enhiesta. En lo que esto tiene de simple vejamen de la libertad del ser construido en el simple desenvolvimiento de la historia del ser. Y de los seres. En univoca pluralidad convincente. Y, entonces, volví a la trayectoria. Desde la simpleza hecha a trozos, hasta la complejidad habida, como simple resultado de la evolución darwiniana. Opaca, por cierto. Porque, digo yo, no está cifrada en la complejidad concreta. Vigente. Como réplica de ese ir creciente. Mío. Y de todos y todas. Y, estando ahí, por cierto, volví a lo racional emergido de Ancízar, en otro tiempo. Y me dio por repeler lo simple. Y, por el contrario, tratar de hacer relevante lo humano. Eso que somos y hemos sido. En pura réplica de lo vivido antes. Yo, como sujeto vesánico, me fui empoderando de lo que ya estaba. Y me dio por empezar a verter el lenguaje entendido. En sumatoria de palabras entendidas. Oídas en pasado. Y transformadas en presente inicuo. Prolongado. Como mera extorsión a la verdad pertinente. Racional, pero incomprendida. Y me seguí yendo. En esa apertura milenaria. En el engaño próximo-pasado. - En la expresión no efímera. Pero si atiborrada de recuerdos de lo pasado,
  • 35. 35 pasado. De ese estar de antes, surtido como semejanza del Edén perdido, por la decisión equívoca del Dios siniestro. Vergonzante. Simple réplica de lo que se puede asimilar al tósigo inveterado. Amorfo. Sin vida. En ese estar estaba. Como cuando no volví ver a Susanita. Buscándola, yo, en cualquier laberinto lunático. O en la profundidad avasallante de lo que no ha sido. Y, por lo tanto, lo incomprendido en la racionalidad vigente. Y lo volví a ver en la otraparte impávida. Como si no fuese con ella el aprender a dilucidar. Como si no fuera posible decantar lo uno del yo. Del otro uno del otro. En fin, que, en esa expresión vivida, se fue abriendo el territorio mío. O el de ella ya ida. O, simplemente, el de aquel pasajero íngrimo. En esa soledad doliente. Infame. Si se tratara de volver sobre lo ya pasado. Yo diría que el tiempo se ha hecho fuerza perdularia. Ese tipo de esquema afín a la dominación espuria. En una libertad no próxima. Prolongada. En lo que esta tiene de semejanza a la imposición proclamada por el Dios impuesto. De esa figura de reencarnación atrofiada. Mentirosa. Impávida. Como si fuera lugar común para todo aquello ido. Por la vía de la hecatombe provocada. En esa batalla entre seres ciertos, reales. Y la impúdica creación de opuestos. En una lucha prolongada. Sin la redención propuesta como ícono. Ni como ampuloso discurso férreo. Póstumo. Erigido como secuela de lo creado por decisión distante, impersonal. Como atrofiamiento de lo dialéctico. Del ir y venir real, verdadero. Opuesto a la locomoción propuesto desde afuera. Desde ese territorio sacro, impertinente. Porque, en el aquí y en el ahora, yo percibo que lo ido. Y lo venido, serán ciertos en razón a que se exhiba el paso a paso de la construcción darwiniana de la vida en sí. Que es cuerpo y real propuesta al desarrollo de lo que somos y seremos. Cinco (La insidia, sigue campante, los relatos de Susanita) Susanita Fonseca estuvo, como la bisabuela, en el escenario mismo, en que mataron a Rafael Uribe Uribe. Como quiera que Francisca esté próxima a su centenario, volví a casa. Después de casi ochenta años de haber partido. Recuerdo, eso sí, que estuve todo el día 22 de marzo de 1913 en la tiendecita de don Barquisimeto, tomándome unas cervecitas.
  • 36. 36 Aprovechando una gabela “tome dos pague una”, auspiciada por la recién fundada Cervecería de Barranquilla. Con su producto estrella “Cerveza Águila, Sin Igual y Siempre Igual”. No fui el único ese día. También estaba Susanita Monsalve. Mujer frentera esa. Como que desafió a su padre y a su novio. Por puritanos vergonzantes. Había, en ella, cierta dosis de lo que yo empecé a llamar “Salavarrietismo”. Un poco cruzado por esa gran nostalgia que me acompañaba después de haber leído acerca de su historia. Un… ¿Cómo así que su peregrinar por el mundo de las ilusiones guerreras y solidarias, no eran reconocidas a casi cien años de su muerte? Y es que los asuntos de vida no tienen límites. Ni en la imaginación. Ni en el olvido. Inclusive yo había reseñado, como al garete. Como al viento, dos mensajes que se me vinieron a la cabeza, después de haber soñado con don Joaquín Salavarrieta y con don Antonio Galán. Vi florecer una rosa, transcurriendo el año 1781. Rosa encendida. De Comuneros guerreros. Y, doña Mariana Ríos, allí en San Miguel de Guaduas. Se hizo madre de la mujer amada por mí desde entonces. Imaginación de inmenso simbolismo. Tanto, como que difundí la historia de lo que forjó. Con ese talante libertario. Pegado, ahí. Siendo su piel y su guía. Susanita tendría, para ese entonces, dieciocho años. En verdad, sin ser bella de cara. Si lo era de cuerpo. Ese día me dijo: “…Don Asdrúbal, no sé qué va a ser de mí, después que me case con Bartolomé. De lo que si estoy segura es que a mí no me va a zarandear, porque va encontrar otra Bolena, quien fue su esposa. Esa sí que era terrible. Con decirle que prefirió huir, sin rumbo, antes que doblar cerviz. Nunca más se supo de ella. Solo, una fugaz referencia expresada por Belarmino Tapias. Quien dijo haberla visto en Cúcuta. Siguiendo la huella de Serafín Paniagua. Insólito personaje que iba de pueblo en pueblo, enseñando las mil una manera de bordear el abismo, sin caer en él”. Y es que, la razón de ser de lo que somos, tiene que ver con lo que algunos y algunas, quieren que no seamos. Parece trabalenguas. Pero es cierto. O, sino que lo diga Hipólito Benjumea. Dueño de la carretera que lleva desde Neiva hasta Pitalito. Porque, eso de hacerse dueño de una vía pública, va en contravía de los mandatos legales vigentes. Muy clarito lo dice nuestra Constitución Política, proclamada en 1886. Y es que, casi siempre ha sido así. Lo que hagas y digas tiene relación con lo que te prohíban hacer y decir. Con lo
  • 37. 37 dicho por Marianita, me convencí, aún más, de lo cercana que estaba su expulsión del hogar en que manda don Timoleón Monsalve. Y, también, del repudio público que habría de hacer Bartolomé Valtierra. Lo de Susanita Hinojosa fue otra cosa. Como un desvarío perenne. Nació en Villa de Leyva. Una impronta monosílaba. Como cuando se percibe que alguien está vivo o viva, porque se escucha su voz. Un murmullo, el de ella, arrogante. Como contaban que fue el de Petronila Sinisterra. Una arrogancia entre sutil e inverosímil. Tal vez lo más cercano a un prototipo de lo que sería el futuro. Habida cuenta de lo que somos, ahora, sin querer serlo. Tanto más como que puede ser una vivencia, como expresión de lo plana que es la vida, cuando no se tiene otro referente que la azarosa perfidia latente. Pendiendo sobre cada quien. Estereotipando lo que seremos. Lo que cuentan que dijo, en narrativa, entre preciosista y absurda. “…Andando el tiempo me encontré al otro lado de la vida. Todo había pasado tan rápido que no me di cuenta cuando fue Lo cierto es que ya vivo al otro lado. Algunas cosas me parecen repetidas. Una de ellas, la nostalgia. Como que esta es vital, para el mismo hecho de estar vivo. Una nostalgia parecida a esa otra cosa que es la tristeza. Aquí, en esta otra versión, la vida está menos soportada en el albur. Por lo menos eso es lo que percibo. Hoy es un día cualquiera de un calendario que apenas estoy procesando. Una mañana en la cual todos y todas corremos por calles diferenciadas; una nomenclatura centrada en los colores. Está la calle gris. Aquí están todos y todas aquellas y aquellos que antes fueron notarios y notarias del tiempo. Aquellos y aquellas que le apostaron a generar condiciones de vida, con esa estrechez de visión, tan propia de los agentes laberínticos. Está la calle roja. En ella veo gendarmes cada tres metros. Uniformados a la usanza del siglo XXI. Es decir, una mezcla de azules variados y blancos en diferentes perfiles. Gritan y reclaman orden, en medio de una prisa que satura. La calle rosada, está habitada por los híbridos. Esos y esas que vinieron a dar acá, a lomo de la invariancia. Como gemelos y gemelas en multiplicación parecida a las setenta veces siete. La calle incolora es donde yo estoy. Parece muy apropiada para las condiciones en las cuales llegué. Recuerdo que, cuando hice el
  • 38. 38 tránsito estaba atado a la entelequia; a ese tipo de propuestas que tanto me cautivaron. Propuestas indescifrables. Tanto que estuve siempre sin poder hilvanar una idea en el contexto de la lógica que reivindiqué. Es casi el mediodía y crecen las hordas. De tal manera lo hacen, que no es posible medirlas. Ni en su enésimo término; mucho menos en la configuración de parciales censales. Un mediodía sin sol. Más bien una oscurana que obliga a prender las luces automáticas que cada cual posee. Luces que permiten entrever los íconos básicos: la perversión y la enhiesta figura del Gobernador. Está allá, en la plaza adyacente al palacio. Habla con sus asesores y otorga visas para marchar a cualquier lugar. Y todo depende de los oficios y las profesiones. Y es que, aquí, todos y todas tenemos tatuado lo que somos. Médicos y médicas especializados y especializadas en hacer perder la memoria; a la manera de la siquiatría Lacaniana. Ingenieros e ingenieras, cuyos referentes son las bitácoras para las máquinas que vuelan a ras de la tierra. Cenicientas que no pudieron ejercer libertad. En su pasado fueron amas de casa, esclavas. Y transitaron a golpes, obligadas por sus machos. Y, aquí, son preferidas por los aurigas del todopoderoso. Y van y vienen. Esclavos que no encontramos libertad antes y que, repetimos el mismo oficio aquí. Nos reportan como ciudadanos de oficios varios. Claro está, menos el de liderar revoluciones. Cuando me acerqué a reclamar mi permiso, me reconocieron los asesores. Y se lo transmitieron al Gobernador. Y este dispuso que fuera devuelto a lo que antes era. Y volví. Y estoy aquí, sintiendo ese dolor originado en ese estado de interdicción propio de quienes, como yo, no servimos ni para lo uno ni para lo otro. Ni aquí ni allá. O lo que es lo mismo: ni siquiera hacemos conciencia del significado de estar vivos…”1 No puedo negar que me impactó ese escrito, cuando lo leí por primera vez. Y que, por lo mismo, marcó mi ruta, de por sí desesperada. No le hice comentario alguno a Susanita. No valía la pena, dada su mirada de ternura absoluta. Para qué importunarla con voces sin contexto. Etéreas como las que más. Pero, a decirlo en preciso, conversaba con ella. Pero pensaba en Francisca y su cervantina erudición. Como lenguaje aprendido, para contar cosas con el mínimo posible de palabras. Y, entonces, me sentía embelesado. Sin saber por qué y por quien. Cierto es que hablaba sin mirar y sin sentir lo dicho. Como cuando se 1 Del diario de Francisca Caraballo, encontrado en su casa, en La Perseverancia, barrió bogotano.
  • 39. 39 asiste a una sesión con el ventrílocuo. Como transmitiendo la felicidad del infeliz. Como retorciendo las cosas y su expresión. Estando en estas, apareció Bartolomé. Con esa cara de corcho varado en remolino. Entre saltimbanqui y perro rabioso. Al cinto, machete relumbroso. Tal vez para impartir miedo; aun sabiendo que lo que él conocía de mí era el ímpetu de mis acciones. Porque estuvo en La Dorada, conmigo, cuando saqué en volandas a Patrocinio Sandoyá y Benedicto Sastoque, cuando me atacaron a machete rula. Y me levanté siempre presto. Le dije “vea Ojirrayados, a Susanita la deja tranquila. Considere, por ejemplo, que yo soy su guardaespaldas de oficio. Y que, como usted bien conoce, soy pendenciero de tiempo completo. Ojalá no se le haya olvidado lo que pasó en el bar de Margarita Soler el año pasado. Allá en La Dorada. O lo que le pasó José Dolores Guzmán, cuando me atacó en el restaurante “Punto y Coma”, en Florencia, estando usted de paso, hacia Mocoa, para posesionarse como secretario del comisario Fermín Bocanegra. Y es que estábamos poco menos un año del magnicidio más conmovedor de nuestro país. Yo había leído su “Manifiesto acerca del Socialismo de Estado”. Y, también, sus apuntes espléndidos en relación con el sindicalismo y la defensa de los trabajadores. Fue, por mucho tiempo, el único líder político al que le creí. Y por el cual, siempre, arriesgué mi apoyo. En esos tiempos azarosos. Cuando ser libre pensantes, como hoy, constituía insignia de malévolo vende patria. Después, con el tiempo, conocí a otro de su envergadura. Son, pues, Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán epopéyicos luchadores por las causas sociales y políticas justas. Aspirando construir mejor país. Más humano. Más solidario. Y lo que pasó en ese noviembre de 1914, motivó a Francisca. En esa franja inmediata de tiempo, tejió interpretación de futuro, por allá en 1940. Aún conservo una copia de su escrito. Muy original, por cierto, en el cual recrea personajes de novísima forma de actuar. En el contexto de la Guerra Civil Española|. Relato en un imaginario parecido al de María Cano. En cercanía con la pluma de Federico García Lorca. En la encrucijada. En sucesivas heridas recibidas. Con Cataluña como marco geográfico.
  • 40. 40 "…Y eso de que cada hijo trae el pan debajo del brazo, siempre me ha parecido un juego de palabras. Por lo mismo, cuando Susanita me preguntó qué opinaba de su sexto embarazo, le dije: si esa fue tu decisión y la de Genaro, no hay nada más que hablar. Y transcurrieron los días, y los meses y los años. Batasuna se acostumbró a decir que lo de él era lo de ella y que, por lo tanto, él pensaba que ella había asumido de la mejor manera su responsabilidad. Eran, por ese entonces, siete. Tres hijas y cuatro hijos. Y vivían. La manera como se las arreglaron para la crianza, se remonta a la situación vivida durante la Guerra Civil. Es decir, tratando de acceder a las posibilidades que otorgaban las organizaciones obreras. Una manera absolutamente libertaria; como quiera que las opciones permitieran acceder al acompañamiento a las familias, con énfasis en el cuidado integral de los niños y las niñas. Pero mis dudas seguían. Y, ausculté todos los calendarios y las guías para el tratamiento de las crisis. Y, seguía preguntando acerca del significado que tiene la asunción de roles de padre y madre. Y, seguía diciendo, eso de tener hijos e hijas, tiene que estar referido a valores más estables. Algo así como una noción en la cual se involucran la atención temprana la unción constante con la calidez. Pero no hubo acercamiento entre él, ella y yo. Y las cosas siguieron igual. Y cuando, en Hendaya, se supo que El General Franco y Adolfo Hitler, no se encontraron, Batasuna asumió como suya la victoria. Decía él, porque las fuerzas rebeldes, estaban en asedio e hicieron abortar la reunión. Y que, en consecuencia, esta prueba validaba la necesidad de poblar a España de nuevos y nuevas revolucionarios y revolucionarias. Y me quedé sin habla. Porque seguía sin entender esa manera tan ortodoxa de asumir las orientaciones de la Tercera Internacional. Sin embargo, Susana Ezpeleta me hizo caer en cuenta que no se trataba de alguna directriz política. Más bien se trataba de una posición cercana a la manera en que Stalin asumía su rol. Ante todo, teniendo en consideración su ignorancia en términos de los escenarios afectivos; así como falló en su manejo del asunto de las nacionalidades.
  • 41. 41 Pero, el asunto, requería de mayor precisión conceptual. Y le dije a Susanita: me parece que es un problema relevante; pero debe ser asumido entre nosotros y nosotras, de manera más creativa. Un tanto como resolver la dicotomía entre la aplicación de los postulados éticos de los socráticos y la propuesta kantiana, en términos de la relación sujeto naturaleza. …Precisamente cuando Susana iba a confrontarme, desperté. Justo, el día que se iniciaba para mí, era un domingo de 1936…Y, sin saber por qué (…como en la canción de Willy Colón), volví a recordar lo que la abuela le dijo a mamá Susana; cierto día. De cualquiera de esos días habidos. Como en tinieblas de Nibelungos echados a la mar de siempre. …De una vez por todas vamos a arreglar ese problemita. No me vas, ahora, a manejar como siempre lo has hecho. Ese cuentico de que mamá no hay sino una. Es decir, siempre presente en cuanta vaina se meten los hijos y las hijas, para ayudarlos a resolverlas, no va más conmigo. Como se te ocurre tener otra hija, mujer. Ya son tres en menos de cuatro años. No me creas tan pendeja, que te voy a aceptar eso de que fue en un abrir y cerrar los ojos. Ni el bachillerato terminaste. Y son tres papás diferentes. Y para acabar de ajustar bien aprovechados. No les falta sino venirse a vivir aquí todos juntos. Sinvergüenzas. Y, como si fuera poco llegan al colmo de decir que no son celosos. Que aceptan a los otros, siempre y cuando les des aquello, de vez en cuando. En verdad Susana María no se en que pensás. Tu futuro está bien embolatado. Y el de esas niñas, ni hablar. Cada vez que las miro me dan ganas de llorar, A veces me viene la malparidez. Esa tristeza que se instala en una. Y recuerdo lo de tu papá. Bueno para nada. Me dejó ahí, preñada. Y se dio el ancho. No lo volví a ver ni en las curvas, como dicen. Y eso para no hablar de ese trabajito tan pinche que tengo. Me dicen la lava pisos. Porque no se hacer más. Y ese asqueroso que tengo como jefe. Ahí, todos los días, insistiéndome en que se lo dé. Dice que soy mejor que dos de veinte. Me dedica esa canción “la veterana” del Charrito Negro. Y eso que tiene la propia que llaman ahora. Queriendo decir la que no es la moza. La legal. La de mostrar en público. Quiere que yo sea una de tantas. De las que ejercen como clandestinas. A pesar de lo feo y desgarbado, ha levantado algunas. A lo bien, que dicen ahora. Como queriendo decir a pesar de todo.
  • 42. 42 Pero, volviendo al cuento de lo tuyo, no sé qué vamos a hacer. No nos alcanza lo que gano. No sé por qué la vida nos presenta opciones tan onerosas. Vías azarosas; con caminos escarpados. Y cada quien en posición de no dar más. Es como si hubiéramos vivido en el pasado. Y que ese tránsito hubiera estado cruzado por acciones perversas. Y que, por lo tanto, la circularidad nos hiciera repetir vida. Pero ya en condiciones en las cuales los costos espirituales y físicos dieran vida y presencia al pago por las culpas pasadas. En verdad, siento que el equilibrio entre felicidad y tristeza ha sido roto. Predomina, en consecuencia, la angustia. El estar ahí sin horizonte distinto a la precariedad. Y no es, lo mío un relato soportado en el resentimiento. Es, más bien, asumir el derecho a sentirse así. Como perdedora. Con una perspectiva enredada. Estas tres niñas ahí. En un cruce de caminos que les depara hostilidad. O, por lo menos, un no futuro. Si entendemos por éste la posibilidad del abrigo, del cariño y de realizaciones que les permita ascender. Por lo menos en la escala de lo mínimo posible. Hoy es uno de esos días en los cuales, el sueño fue relativamente reparador. Todavía están intactas las imágenes. Viéndome y sintiéndome amada con pasión. Un hombre que me rodea con sus brazos. Y que me posee como nunca otro lo ha hecho. Lo veo recorriendo mi cuerpo. Ahí, explorando en zonas antes intocadas. O, por lo menos, con esa delicadeza. Con esa dulzura. Susurrándome al oído palabras excitantes. En una libertad anárquica. Aquí y allá. Provocándome una explosión inédita. Y saber que fue simplemente eso. Imágenes que se han ido desmoronando. Que lo cierto son las horas que me esperan de trabajo. Ese trabajo que me cansa de manera absoluta. No solo por el ejercicio físico de la fregadera, sino, con mayor hostilidad, esas palabras obscenas, ordinarias. De ese pérfido que me acosa. Aprovechándose de su condición de dueño. De sujeto con poder económico. Siempre he querido no verlo más. Se ha tornado, en mí, en una obsesión el deseo de venganza. De matarlo ahí mismo. En ese espacio de vituperio. Y sigo ahí, como cenicienta mayor. Ya no con el recuerdo de la que conocí en los cuentos leídos cuando hice mi primaria. Ya no la niña que tuvo la opción de ser feliz, después de haber soportado el asedio y las vulneraciones de sus hermanas. Soy cenicienta que no he conocido ni conoceré la alegría… Solo ese sueño de aquel día.
  • 43. 43 Hasta cierto punto, ese diario de Susanita Fonseca, me ha mantenido en vilo. Y, ahora que vuelvo, después de tantos años, reivindico las condiciones en las que hice seguimiento de la nomenclatura histórica de nuestro país. Decía, antes de entretenerme con el texto descrito, las condiciones empeoraron, a medida en que avanzaba el tiempo de los atizadores. De aquellos que conjugaron verdades y mentiras. De aquellos que ordenaron dar muerte a Rafael Uribe U.. Y que, posteriormente, lo hicieron en la cruenta intervención en la huelga de los trabajadores bananeros en el Departamento del Magdalena. Más allá, inclusive, de lo consignado en “La Hojarasca”. Porque, el mío, fue un seguimiento que se cruza con lo sucedido alrededor de la ignominiosa entrega de Panamá. Y con la vergonzosa actuación de la dirigencia que tensionó hilos, en la perspectiva reinventar continuamente, procedimientos y veleidades que hicieron vigencia durante el tránsito político de aviesos manejadores de condiciones y posibilidades. De esperanzas e ilusiones. Desde 1830 hasta 1865 y, desde ahí hasta 1886. Y, luego en esa finalización de siglo y comienzo de otro. Cuando se concretaron en la manipulación de conciencias y de hechos. Cuando esa conflagración de momentos hacia la guerra y hacia el exterminio. Nada diferente a lo que se cumple en esa nefasta década que va desde 1940 hasta 1950. Incluyendo la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. La doncella esperó largo tiempo. Justiniano llegó dos horas después. Le dijo a la niñita que se había quedado dormido muy tarde en la noche-madrugada. Que ansias locas tenía por verla. Y que su amor por ella, era amor de finura plena. De lícita hechura. Profundo como es profunda la entereza y la bondad precisa, diáfana. Y que, llegaba a ella, en el alto vuelo que solo dan las palabras y el viento en crecimiento. Y la doncellita lo amó tanto, ese día. Se juntaron. Como fundidos cuerpos buscándose en todo lo que los cuerpos tienen. Un aluvión inmenso de ires y venires cruzados. Como quienes cruzan los dedos. Un remolino envolvente. Y, esa doncellita susurraba palabrotas transmitiendo deseos. Inmensos. Y más se sentía poseída. Y sus ojitos color mango biche, derramaron tantas lágrimas de aliento y alegría; que llenaron más piscinas que las que en Paipa había. Entrelazados encontraron sus cuerpos. Cuando, por fin deshicieron el encierro, policías y tunantes agazapados. Dos heridas de daga en sus pechos. En el de ella, sus bellos pezones