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Isolina como secuencia inerme
Primero
Es ya de día. Ayer no supe prolongar el sueño necesario. Este día ha de ser como el otro.
Eso supongo. Muy temprano ajusté la bitácora. Ahora, en primera persona mía, he de
recomponer los pasos. Superando la fisura propia. Esa hendidura abierta. Siempre ahí.
Como convocante falsa. Como recomposición ávida de otros lugares. Tal vez más ciertos.
O, al menos, más coincidentes con mi nuevo yo, propuesto por mí mismo. Y, el recuerdo
del ayer íngrimo, me hizo soltar la voz. Con mis palabras gruesas, puestas en lo del hoy
concreto. Y sí que me fui hilvanando. Tanto como acentuar la prolongación. Del ayer
elocuente. Hasta este hoy enmudecido de palabras convocantes. En repetición de lo mío. En
contrapartida de lo punzante. De esa pulsión herética del pasado. Hasta este hoy propuesto.
O, por lo menos, enclaustrado en el decir mío de la no pertenencia al pasado. Pero,
tampoco, como posición libertaria del hoy o del mañana. Y sí que, entonces, empecé a
enhebrar lo dispuesto. En la asignación hecha propuesta. De un devenir lúcido, cierto. Y no
esa prolongación de lo habido a momentos. Como simple ir yendo con las coordenadas
impuestas. Desde una visión incorpórea, hasta divisar el yo mío, cubierto de nostalgias
afanadas. Puestas en ese ahí como tridente vergonzoso. Hecho de premuras malditas.
Acicaladas con el menjurje dantesco. Una aproximación a entender los y las sujetos en
pena. Por simple transmisión de la religiosidad banal. Cicatera. Gobernanza ampulosa en la
cual el yo se convierte en simple expresión estridente. Afanada. Lúgubre. Por lo mismo que
se ha ido en plenitud de vuelo acompasado. Con las vivencias erigidas en el universo no
entendido. En esas volteretas de lo que llaman suerte. Para mí, en verdad, simples siluetas
inventadas. En ese estar ahí como propuesta no entendida. No vertida en la racionalidad
vigente.
Y sí que me fui, entonces, en búsqueda del eslabón perdido. Como en ese recuento hablado
acerca de la sucesión de propuestas y de acciones asimilables a la progresión de Natura
breve. O expuesta al ir venir expósito. Como si fuera simple réplica de lo que soy y de lo
que somos. En esa somnolencia propiciada por la intriga habida. Interpuesta. Acicalada.
Enhiesta. En lo que esto tiene de simple vejamen de la libertad del ser construido en el
simple desenvolvimiento de la historia del ser. Y de los seres. En univoca pluralidad
convincente. Y, entonces, volví a la trayectoria. Desde la simpleza hecha a trozos, hasta la
complejidad habida, como simple resultado de la evolución darwiniana. Opaca, por cierto.
Porque, digo yo, no está cifrada en la complejidad concreta. Vigente. Como réplica de ese
ir creciente. Mío. Y de todos y todas. Y, estando ahí por cierto, volví a lo racional emergido
de Ancízar, en otro tiempo. Y me dio por repeler lo simple. Y, por el contrario, tratar de
hacer relevante lo humano. Eso que somos y hemos sido. En pura réplica de lo vivido antes.
Yo, como sujeto vesánico, me fui empoderando de lo que ya estaba. Y me dio por empezar
a verter el lenguaje entendido. En sumatoria de palabras entendidas. Oídas en pasado. Y
transformadas en presente inicuo. Prolongado. Como mera extorsión a la verdad pertinente.
Racional, pero incomprendida. Y me seguí yendo. En esa apertura milenaria. En el engaño
próximo-pasado.- En la expresión no efímera. Pero si atiborrada de recuerdos de lo pasado,
pasado. De ese estar de antes, surtido como semejanza del Edén perdido, por la decisión
equívoca del Dios siniestro. Vergonzante. Simple réplica de lo que se puede asimilar al
tósigo inveterado. Amorfo. Sin vida.
En ese estar estaba. Como cuando no volví ver a Ancízar. Buscándolo, yo, en cualquier
laberinto lunático. O en la profundidad avasallante de lo que no ha sido. Y, por lo tanto, lo
incomprendido en la racionalidad vigente. Y lo volví a ver en la otraparte impávida. Como
si no fuese con ella el aprender a dilucidar. Como si no fuera posible decantar lo uno del yo.
Del otro uno del otro. En fin que en esa expresión vivida, se fue abriendo el territorio mío.
O el de Ancízar ya ido. O, simplemente, el de aquel pasajero íngrimo. En esa soledad
doliente. Infame.
Si se tratara de volver sobre lo ya pasado. Yo diría que el tiempo se ha hecho fuerza
perdularia. Ese tipo de esquema afín a la dominación espuria. En una libertad no próxima.
Prolongada. En lo que esta tiene de semejanza a la imposición proclamada por el Dios
impuesto. De esa figura de reencarnación atrofiada. Mentirosa. Impávida. Como si fuera
lugar común para todo aquello ido. Por la vía de la hecatombe provocada. En esa batalla
entre seres ciertos, reales. Y la impúdica creación de opuestos. En una lucha porlongada.
Sin la redención propuesta como ícono. Ni como ampuloso discurso férreo. Póstumo.
Erigido como secuela de lo creado por decisión distante, impersonal. Como atrofiamiento
de lo dialéctico. Del ir y venir real, verdadero. Opuesto a la locomoción propuesto desde
afuera. Desde ese territorio sacro, impertinente. Porque, en el aquí y en el ahora, yo percibo
que lo ido. Y lo venido, serán ciertos en razón a que se exhiba el paso a paso de la
construcción darwiniana de la vida en sí. Que es cuerpo y real propuesta al desarrollo de lo
que somos y seremos.
Cuando Isolina Girardot despertó, el día primero de abril de 2025, recordó lo sucedido el
día anterior .Estuvo con Isabel Pamplona, en Anápolis, ciudad siempre acogedora. Uno de
los aspectos más importantes, hacía referencia a la manera de abordar la doctrina de la
libertad. Doctrina inmersa en vacíos conceptuales. Algo así como entender su dinámica,
anclada a la teoría de “vista atrás”.
Es decir, una reiteración en torno al hilo conductor: por más que avancemos en el discurso
libertario, navegamos en el remolino de la repetición. Significa desandar, por lo menos en
la noción de asumir los hechos, en un contexto de cotidianidad, agresivo.
Ya Isabel le había advertido a Isolina sobre las consecuencias relacionadas con la
depravación vigente. Los malos tratos recibidos avanzaban exponencialmente. Inclusive,
Isabel, hizo referencia a la cantidad de momentos vividos bajo el énfasis de los textos
producidos. Textos que relacionan la libertad con esquemas discursivos. Unos esquemas de
fulgurantes palabras huecas. De hechos formales.
Inclusive le recordó lo sucedido el 8 de marzo de 2024. Cuando enfrentaron la fatiga de los
escenarios y de las intervenciones alusivas a la mujer. Como ícono, en constante
crecimiento. Una forma de respaldar la interpretación de los aportes, en términos de
epopeyas vinculadas con la defensa de sí mismas en la ciudad, en el campo, en el hogar;
utilizando un lenguaje impúdico. Una reflexión atada a la globalización. Un contexto en el
cual se vulneraba la emancipación, por la vía de utilizar ese referente, como doctrina
soportada en la superficialidad; cuando no con una variante perversa del homenaje a las
madres, de por si degradado, absorbido por la literatura y las prácticas inveteradas. Como
aquella de hacer coincidir afecto y respeto, con la oferta de mercancías.
No obstante, en esa referencia, Isabel postuló la posibilidad de rehacer el concepto de
libertad de las mujeres. Tal vez, volver al origen de la declaración primera. Esa derivada de
las obreras y las mujeres libertarias, cuando erigieron la lucha autonómica, soportada en la
dignidad, contra los atropellos, contra la asimilación de sus reivindicaciones, a simples
acciones cautivas de la lógica de una sociedad absolutamente centrada en la opción de la
ternura como la implicación de las mujeres en el proceso orientado por el rotulo: nacieron
para ser madres. Esa huelga de las mujeres obreras en una empresa de Estados Unidos, en
1910, constituye referente obligado, al momento de valorar la celebración del 8 de marzo,
como el Día Internacional de las Mujeres.
Asimismo, Isabel, hizo alusión a la variante de transformar esa degradación absoluta, por la
vía de otorgarles el derecho, inmóvil, pasivo y condicionado, a la expresión. En eventos y
celebraciones. Es obvio, decía Isabel, que no ha habido traslado de lo allí expresado, a una
generalización real, en el día a día.
Para Isolina, ese día de abril de 2025, fue la reafirmación de su autonomía. Pues decidió su
ruptura con Adrián, su gendarme y tutor en casa. Aquel que siempre reivindicó en público
su condición de amante libertario que compartía con ella la opción de vida vinculada con el
concepto de autonomía plena. Un desdoblamiento que ella no soportó más.
Yo no tenía certeza, si Isolina había estado conmigo en la caminata que hice en compañía
de Susana y Juliana. Lo único claro, para mí, fue su recuerdo, al quedarme dormido, una
vez en casa, después de despedirme de Juliana.
Isolina fue compañera de Martha y de Maritza en los primeros grados de escuela. Había
conocido a Adrián, mi hermano, en una fiesta, realizada en celebración de los cuarenta años
de Liceo Nietzsche, en el cual trabajaba Juliana. Morena, esbelta, un cabello crespo, pegado
al cráneo. Nunca pretendió alisárselo. Se sentía feliz con esa prueba de su afro
descendencia. Fue mi confidente en los momentos de angustia causados por el quehacer
perverso de la empresa.
De ella aprendí el amor por nuestras raíces. Siempre me ha acompañado su recuerdo. Mujer
abierta, sincera y de una fortaleza impresionante para enfrentar los rigores asociados a la
lucha por los derechos de las etnias. Cercana a todo el proceso reivindicatorio de la equidad
y solidaridad de género. Acompañante de las mujeres de la Ruta del Pacífico. Conocedora
de los crímenes de lesa humanidad en el país. Y, por lo mismo, tejedora de posibilidades
libertarias de las negras y los negros. De nuestros nativos Wayú, de los Paeces; de los de la
Sierra Nevada.
El día que se conoció de la tragedia provocada en Bojayá y en la cual murieron más de 100
negros y negras, mujeres, niños, niñas, adultos; Isolina promovió un clamor social, un
repudio al hecho y de solidaridad. Asimismo ocurrió, cuando en Barrancabermeja, fueron
asesinados y asesinadas personas, civiles; trabajadores y trabajadoras
De todas maneras, ese día, al despertar tenía la esperanza de encontrarla, de que lo soñado
era realidad. Quería que me repitiera esas imágenes escritas que leí en el sueño. Pero no.
Isolina no estaba. En su lugar estaba esa sombra de la soledad. Esa que me acompaña a
cada momento. Pensé en Juliana, en su mirada hacia el profesor Arenas. Pensé en Susana,
en la cita que tuvimos y que nos distanció más. Pensé en Sinisterra en su pérfida pasión por
el enriquecimiento, en su malvada tendencia a engañar y a fornicar, con consentimiento o
sin él.
Maritza estaba sentada en el vergel. Una casa inmensa. Había conocido a un hombre con el
poder que otorga el hecho de tener dinero en abundancia. Su nombre era Pánfilo. Individuo
de malas mañas. Con extensiones de tierra, casi infinitas. Conocedor del negocio que
alucina Controlador de procesos de envíos, de siembras, de crímenes ligados a esos
procesos. Demasiado rico. Demasiado hacedor de poderes y macropoderes. Tanto que, en
2002, auxilió a campañas políticas hacia los instrumentos de poder. Año aciago ese.
Cuando se conoció de un discurso ampuloso vinculado con la seguridad y la paz. Cuando,
la asunción al poder ejecutivo, constituyó un pulso entre la libertad y la ignominia la
presencia de una versión bastarda de la libertad. Una extensión de poderes y macropoderes,
en todos los ámbitos. Una manera de proponer la interpretación de la lógica. Una manera de
poner de revés la búsqueda de la libertad. Un tanto como el fascismo de Mussolini, anclado
en la denominada voz del pueblo. En la expresión no cierta de que éste nunca se equivoca.
La voz del pueblo es la voz de Dios, en crecimiento exponencial. En donde todo es sensato
y posible, por la vía de la teoría de que el fin justificaba los medios.
Pánfilo Castaño, era un hombre pragmático. Así se había hecho rico. Así había comprado
su posibilidad de crecer en un entorno de corrupción. Lleno de expresiones que conducen a
validar el poder, por la vía de construir un equilibrio entre el delito y los crímenes, con el
ejercicio de un poder ejecutivo vertical, supuestamente democrático.
Al llegar, saludé a Maritza. Ella permaneció inmóvil, en silencio. Se creía sujeto de alto
vuelo. Por lo mismo, significaba el hecho de que sus circundantes le reverenciaran. Un
hacer la vida, por la vía del control. En donde el dinero permite ascender de estrato y de
controlar poderes y micropoderes.
Por fin atendió mi expresión. Me dijo, Samuel, tú eres incorregible. Sigues pegado al
recuerdo de nuestra madre. Por el contrario, yo aprendí la lógica de lo cotidiano, de lo real.
De aquello que, siendo real, permite la manipulación. Es un empoderarse de los
ofrecimientos que otorga la vida. En el cual los valores no existen, en el cual, lo que vale es
sentirse pleno, sin afugias.
Yo, seguía diciendo Maritza, estoy aquí, porque he podido interpretar la magia de ese
equilibrio. En eso, apareció Pánfilo, con su esotérica presencia, saludando en la distancia.
Asumiendo que yo, también, era sujeto controlado.
Me dijo: estoy aquí, no por tu hermana que parece una zorra; sino por la fascinación que
ofrece el poder y el logro del equilibrio. Como si de antemano supieras que no existe
barrera para el poder del dinero.
Yo, me resistí a la veleidad de Pánfilo. A su peculiar manera de entender la vida como
simples sumas y restas. En el cual, lo humano se traduce en simple expectación
Una vez terminada la conversación con Maritza, me dirigí al Teatro España, en donde se
realizaba una conferencia, titulada,” Estado, poder, educación y bienestar”. El conferencista
era el mismo profesor Pedro Arenas. Había conocido de la misma, por una llamada que me
hizo Juliana y me invitó.
Más tarde comprendí que, Juliana, había concretado con el profesor Arenas, una reunión, o
para ser más preciso, un estar, después de la disertación. La denominación de la
intervención, hablaba de la noción de poder educación y de bienestar social en América
Latina. Antes de empezar, el profesor Arenas, pidió, al auditorio, un reconocimiento hacia
la labor realizada por Juliana en El colegio Federico Nietzsche. Luego empezó su
disertación, así:
El ser individual es, de por sí, complejo. En cuanto logra, aún en su condición de individuo
(a) primario (a), construir su propia visión de la exterioridad. Este proceso está asociado a
los sentidos biológicos. La percepción, como ejercicio inicial que permite acceder a
insumos externos, ejerce como instrumento para recolectar esos datos y procesarlos. Ya ahí,
la diferenciación se establece por la vía del seguimiento y continuidad, originados en la
capacidad para retener la información e interpretarla. No es una memoria simbólica ni
formal, como la de los otros animales. Esa memoria trasciende a la repetición simple de lo
aprendido, a manera de expresión espontánea y/o de respuesta instintiva a motivaciones
externas. Por el contrario, es una memoria en constante actividad y que actúa como
recurso pleno e intencional, cuando se hace necesario recordar lo visto antes, lo vivido; a
partir de experiencias individuales y colectivas. Así y solo así se puede entender la
capacidad que adquiere cada sujeto (a), para proponer y desarrollar opciones dirigidas al
proceso de transformación de la exterioridad. Pero también, para entender la construcción
de una simbología para sí; de tal manera que ejerza como instrumento fundamental, a la
hora de definir sus propias perspectivas; en cuanto expectativas originadas en su propia
pulsación con respecto a los (as) ) otros (as). Entonces, la esperanza, la ilusión, los
afectos, el placer como elaboración suya; constituyen referentes en los cuales se cruzan la
individualidad y lo colectivo. No como derogación de lo primero en función de lo segundo;
sino como interacción que el (la) sujeto (a) individual acepta, e incluso propone, en el
camino hacia la obtención de un determinado fin. Ya, en esta expresión, es pertinente
entrever la influencia (...en esa memoria individual, como acumulado constante) de las
tradiciones aprehendidas por la vía de la imposición y/o de la experiencia directa, que
adquieren determinadas instancias simbólicas; construidas a partir de procesos
individuales y colectivos. Así entonces, a manera de ejemplo, cabe analizar en ese
espectro; el rol de la religión, de los códigos y paradigmas que ejercen como limitaciones
al desarrollo pleno de la individualidad, en cuanto adquieren una significación que
trasciende a cada sujeto (a) y lo (a) obliga a un acatamiento; so pena de quedar por fuera
de esa figura de concertación colectiva que lo (a) compromete. No reconocer la
concertación (a la manera de equilibrio); tuvo siempre (...y tiene ahora) para cada sujeto
(a) repercusiones profundas. Inclusive, de su aceptación o no, depende en muchos casos la
existencia suya como sujeto (a) individual vivo, como actor válido.
En este contexto cabe una expresión relacionada con la incidencia que adquieren las
opciones propuestas, por parte de los (a) sujetos (as) individuales; en lo que hace referencia
a la interpretación de las pautas, paradigmas y condiciones vigentes en un determinado
período histórico. En sí esas pautas y condiciones, no son otra cosa que construcciones
colectivas que trasciendan a cada individuo (a). Podría aseverarse inclusive que, en las
mismas; cada sujeto se subsume, como quiera que no le esté permitido transgredirlas. Está
obligado, en consecuencia, a asumir una interpretación similar a la que realizan los (as)
otros (as). Si su decisión es hacer trasgresión, bien sea por la vía de proponer una
interpretación diferente y/o de asumir la opción directa de cuestionarlas y trabajar por su
destrucción; se entiende que asume las consecuencias a que esto conlleva…Entonces se
configura, a partir de esa intervención individual, una confrontación con la simbología e
iconografías colectivas. Aquí, en esa confrontación, se enfrenta la construcción individual
con la construcción colectiva. Esto es válido, como decíamos arriba, tanto para los
paradigmas colectivos asociados a la religión; como para aquellos paradigmas asociados
a la noción de ordenamiento y de jerarquización. Queda claro, asimismo, que estas
construcciones colectivas, son posteriores a la apropiación primigenia de la exterioridad,
a la internalización primera realizada por cada sujeto (a) en su contacto inicial con la
naturaleza. Es decir, son elaboraciones, desarrolladas en el tiempo y en el espacio; como
acciones concientes o inconcientes (...o mediante una interacción entre los dos estados) en
donde se aplica el conocimiento acumulado, a manera de ordenamiento de las
percepciones recibidas y almacenadas en la memoria. Pasa a ser, por esta vía, una
memoria de todos y todas. Una memoria colectiva que se construye a través de la
comunicación y de la instauración de códigos e íconos que dan fe de la concertación.
Toda herejía, en principio, es una acción individual. Compromete a quien realiza una
interpretación diferente y se decide a proponerla como opción. Bien sea como modificación
parcial de las pautas, paradigmas y condiciones instaurados como referentes colectivos; o
como alternativa que conlleva a una modifi9cación total, radical. Algo así como o son esas
pautas y paradigmas o son estas pautas y paradigmas alternativos. Ya ahí, en esa acción
de proponer una alternativa, se configura un distanciamiento con respecto al ordenamiento
vigente. Adquiere ese hecho un significado asimilado a la ruptura. En el proceso de
enfrentar esa opción (...u opciones) con las existentes; el (la) sujeto (a) que ejerce como
cuestionados (a), desemboca en una posición herética. A partir de ahí, se trata de definir las
condiciones y el tipo de acciones a realizar, el proceso de difusión de la opción u opciones
nuevas. Aquí, condiciones, tienen que ver con los insumos recaudados para sustentar la
nueva opción. Tipo de acciones, tiene que ver con realizar una confrontación individual
absoluta. O la adquisición, mediante el proceso de persuasión o imposición, de una
aceptación de los (as) otros (as). De tal manera que pueda presentarse y desarrollar como
opción u opciones colectivas. Esto no es otra cosa que el comienzo de una sumatoria de
acciones diferenciadas; en procura de lograr la aceptación y acatamiento, bien sea de la
modificación parcial o de la erradicación de las anteriores pautas y paradigmas y, en su
reemplazo, erigir las nuevas.
De todas maneras, bien sea que se actúe en uno u otro sentido, es evidente la necesidad de
cierta subyugación hacia los otros y las otras. Algo así como entender y aceptar el principio
básico relacionado con el ordenamiento y el equilibrio por la vía de la imposición de pautas
y paradigmas: siempre existan referentes establecidos como condición para el
ordenamiento y el equilibrio; habrá unos códigos y obligaciones que ejercen como
limitación a la libertad individual. Alcanzar unos nuevos referentes, unos nuevos códigos y
nuevas obligaciones; supone la realización de acciones que controvierten lo anterior.
Ahora se trata de establecer los términos de referencia, a partir de los cuales se configura la
presencia y las acciones del colectivo; como sujeto pleno que trasciende a la individualidad
pero no la puede subsumir.
Desde una interpretación etimológica, sujeto colectivo se entiende como figura plural. Es
decir, se asume su configuración como sumatoria, simple o compleja, de individualidades
con presencia en un determinado escenario, ámbito o territorio. También involucra un
concepto adjunto, que da cuenta de una posición asimilada a la conciencia y a su
significado. Algo así como entender al sujeto colectivo en condición vinculante con
respecto a una visión (o visiones) y a una interpretación de la exterioridad que lo circunda.
El problema radica en la posibilidad efectiva para precisar el nexo entre esa figura colectiva
y la individualidad, sin que implique la disolución. Porque, a partir de una interpretación
centrada en el estricto comportamiento mecánico; podría pensarse en una dicotomía
elemental, en donde la conciencia colectiva es una expresión que traduce los acumulados
históricos, en cuanto vivencias, como información procesada que induce a una definición
desde la perspectiva cultural.
De todas maneras, la interpretación de lo colectivo, supone un imaginario. Este, a su vez,
debe estar asociado al concepto de espacio físico. Algo así como establecer una dinámica
en la cual aparece la interrelación entre los (as) sujetos (as) individuales, asociados e
integrados con respecto a determinados códigos reconocidos como válidos. Ya decíamos
antes, en esta misma línea de reflexión: los referentes, entendidos como códigos, pueden
ejercer como punto de equilibrio; a través del cual se expresan las coincidencias. Ahora
bien, la complejidad en la interpretación del significado y alcance de este equilibrio, está
dado por el análisis del recorrido previo para acceder al mismo. Tal parece que se
presentan dos opciones en la interpretación. Una de ellas tiene que ver la identidad pasiva
que realiza cada sujeto individual con los códigos o referentes generales que inducen al
equilibrio. La otra tiene que ver con la coacción, con la imposición, por la vía de acciones
ejercidas por parte de quien o quienes se erijan como centro y/o como intérpretes únicos
de esos códigos.
La primera opción supone un tránsito no traumático, mediante el cual cada sujeto asume
la identificación con los códigos (conciente o inconsciente). Es de suponer que, ya ahí en
ese tránsito hacia la identificación o reconocimiento, se configura una ruptura con
respecto al yo absoluto. Se traslada parte de la identidad personal, a la identidad
colectiva; como condición indispensable para acceder al equilibrio. Se entiende y acepta
esa necesidad, en una perspectiva grupal, plural. Ahora bien, los códigos pueden adquirir
características religiosas, o de simples premisas para el trabajo asociado; o de
compromisos para establecer una figura colectiva relacionada con el ordenamiento global
de obligaciones; o una sumatoria compleja de todas estas las anteriores. Lo cierto es que
la aceptación se expresa como actitud soportada en la libertad para definir.
La segunda opción supone la presencia de posiciones previas; en las cuales es evidente
una diferenciación en términos no solo de interpretación y elaboración con respecto a la
exterioridad; sino también en términos de apropiación unilateral de los acumulados
históricos de las vivencias entendidas como insumos para la construcción de los códigos,
referentes. O paradigmas. Aquí, entonces, se configura un recorrido traumático; por
cuanto supone la restricción impuesta a las posibilidades individuales. No es ya la
aceptación en libertad; es por el contrario la imposición a reconocer, tanto los referentes
en sí, como también a quien o quienes los representan y los imponen.
Ahora es pertinente desarrollar algunos conceptos en relación al comportamiento del sujeto
colectivo; a partir de su separación con respecto a los (as) sujetos (as) individualmente
considerados. Supone, entonces, la aceptación de su existencia con expresión propia; regida
por pautas que, a su vez, pueden ejercer como referentes generales. El problema tiene que
ver con precisar las condiciones y/o prerrequisitos necesarios para consolidar la figura de la
instancia abstracta; aquella que se desprende del sujeto colectivo y se rige como referente
que debe ser acatado; no solo por los (as) sujetos (as) individuales; sino también por la
colectividad que se construye y se hace plena en razón a la interacción constante entre los
(as) sujetos (as). Ya, aquí, puede hablarse de una prefiguración territorial y de unos
vínculos que hace posible esa interacción. Supone la aceptación de la identidad individual
propia de cada sujeto (a); pero también la existencia de los (as) otros (as) como pares que
comparten una misma identidad colectiva.
Segundo (un yo vulnerador)
En lo diferido, en ese entonces, estuve malgastando los recuerdos. Como quiera que son
muchos. Y han viajado, conmigo, en la línea del tiempo profundo. Hacia diferentes
medidas de trayecto lineal. En este día, estoy como al comienzo. Es decir como aletargado
por las palabras vertidas en todo el camino posible. Uno de los momentos que más me
oprimen, tiene que ver con el incremento de hechos dados. Expósitos. Como esperando que
alguien efectúe inventario de vida alrededor de ellos. Y, en ese proceso de manejo contado,
fui hilvanando preguntas. Algunas, se han quedado sin respuesta. Y, por lo mismo, es un
énfasis en litigio. Entre lo que soy ahora. Y lo contado por mí mismo, como insumos del
ayer pasado.
El día en que conocí a Abelarda Alfonsín, fue uno de tantos. Andábamos, ella y yo, en esos
escapes que, en veces, son manifiesto otorgado a la locura. Ella, venida desde el pasado. Un
origen, el suyo, envuelto en esa somnolencia propia de quienes han heredado tósigos. Como
emblema hiriente. Un yo, acezante, dijo el primer día de nuestro encuentro. Iba en esa
aplicación del legado, como infortunio. Aún visto desde la simpleza de la lógica en
desarmonía con los códigos de vida. En universo de opciones no lúcidas. Más bien, como
ejerciendo de hospedante de las cosas vagas. Esto fue propuesto, por ella, como referencia
sin la cual no podría atravesar ese mar abierto punzante, hiriente. Y yo, en eso de tratar de
interpretar lo mío. Como pretendiendo izar la iconografía, por vía explayada. En la cual, el
unísono como plegaria, hirsuta; hacia destinos perdidos, antes de ser comienzo.
En la noche habitamos ese desierto impávido. Hecho de pedacitos de verdades. En una
perspectiva de ilusiones varadas en su propia longitud de travesía andada. No más nos
miramos, dispusimos una aceptación tácita. Como esas que vienen desde las tristezas
ampliados. Un quehacer de nervio enjuto. Y nos mirábamos, a cada nada. Ella, mi
acompañante vencida por el agobio de los años y de su heredad inviable; empezó a
proponer cosas habladas. En insidiosas especulaciones que, ella misma, refería como
simples engarces de verdades. Una tras otra. Una nimiedad de haceres pródigos. Como en
esa libertad de libre albedrío, que no permite inferir, siquiera, ficciones ampulosas. Tal vez
en lo que surge como simple respuesta monocorde. Insincera. Demoniaca, diría Dante.
Por mi parte, ofrecí un entendido como manifiesto originario. Venido desde la melancolía
primera. Atravesada. Estando ahí, siendo yo sujeto milenario, se fue diluyendo el decir.
Cualquiera que haya sido. Me fui por el otro lado. En una evasión tormentosa. Abigarrado
volantín en tinieblas. Sin poder atarle el lazo de control. Y, entonces, desde ese pie de
acción; lo demás se fue extinguiendo.
Sin hablarnos, pasamos durante tiempo prolongado. Sus vivencias, empezaron a buscar un
refugio pertinente. Se fugó de la casa en la que hacía vida societaria. No le dijo a nadie
hacia donde iba. Solo yo logré descifrar esas palabras escritas. Un lenguaje enano. Casi
imperceptible. Y la seguí en su enjuta ruta. Sin ver los caminos andados. Era casi como
levitación de brujos maltratados, lacerados por la ignominia inquisidora. Volaba, ella, en
dirección a la marginalidad del horizonte kafkiano. Una rutina de día y noche. Sin
intervalos de bondad. Ni de lúdica andante. Y, ella, vio en mí, los depositarios de sus
ilusiones consumidas ya. Y, yo, hice énfasis en lo cotidiano casi como usura prestataria.
Como si, lo mío, fuese entrega válida en, ese su vuelo a ras de la tierra.
Cuando lo hicimos, sentí un placer inapropiado. Ella impávida. Como simple depositaria
de mi largueza hecha punzón. Un rompimiento de himen, doloroso. Y se durmió en mi
recostada. Y vi crecer su vientre a cada minuto. Y la vi, en noveno mes, vencida. Como
mirando la nada. Y con esos ojitos cafés llorando en su mismo silencio.
Vulcano lo llamé yo. Desde ese venirse en plena noche de abrumadora estreches de ver y
de caminar. Y, este, creció ahí mismo. Y, ella, con un odio visceral conmigo y con él.
Miraba sin vernos. Y fue decayendo su poquito ímpetu ya, de por si desguarnecido. Le dije,
sottovoce, que el hijo parido quería hablar con ella. Y lo asumió como escarnio absoluto,
pútrido.
La dejamos allí. En ese desierto brumoso. Nos fuimos en dirección mar abierto. Y
empezamos a deletrear los mensajes recibidos. Desde ese vuelo perenne. Y sus códigos
aviesos, ya sin ella. Hasta que recordé que la amaba. Y que le hice daño físico, al hendir lo
mío en tierno sitio. Y dejé que Vulcano se fuera en otra dirección. Yo me quedé ahí. En
sitio insano. Sin ninguna propiedad cálida. Sin ver sus brazos. Y su cuerpo todo. Y me fui
yendo de esta vida. Y, rauda, la vi pasar. En otro vuelo abierto, con dirección a lo insumiso.
Como heredad. Como sitio benévolo.
Desperté. Me encontré al lado de Olga y de mi madre. Verdaguer acariciaba a mi madre.
Ahí en donde ella explotaba. Olga estaba desnuda, me obligó a montarla. Gritaba de placer,
viendo a Verdaguer y a mi madre; conmigo encima. Sacudía todo el cuarto. Las paredes se
agrietaron; todo el lugar fue cubierto de un líquido viscoso, con un color entre amarillo y
blanco. Superó la altura de la cama, nos ahogó…asistí a un despertar equivocado. Porque,
realmente, fui despertado por Silvia, quien había acudido a casa, pretendiendo una
expresión de desasosiego, ante mi ausencia y mí silencio con respecto a ella. Todavía
escuchaba las palabras de Menchú. Todavía me sentía absorbido por el líquido amarillento.
Ya he viajado mucho, comencé en ese lugar que yo creía que no existía. Plaza Felicidad, un
sitio adecuado para darle vuelo a la imaginación. Una imaginación imantada, como quiera
que se ofrecía, por si misma, a quienes llegaran allí, sin naufragar. Requisito con alto grado
de dificultad para alcanzarlo. Porque, náufrago, es aquí haberse dejado vencer por las
vicisitudes cotidianas. Haber sido absorbido, alguna vez, por los códigos que rigen el
quehacer, de tal manera, que cada quien como sujeto pierde su identidad. Se elimina la
libertad por la vía de atar la esperanza a un instrumento fijo, estático. Instrumento conocido
como insumo necesario a la hora de concretar una opción totalizadora. Esa que remite a
cada quien, como expediente. Con un itinerario preestablecido. Aquel que va desde si
mismo, hasta el control. Expediente guardado con sumo cuidado, en secreto. Solo le es
dado conocer a quienes irrumpen en la vida, individual y colectiva, como hacedores de
oportunidades. Esos que le definen a cada quien, aún antes de nacer, un lugar y un rol.
Este viaje mío ya estaba codificado. No recuerdo ni el día, ni la hora en que perdí la
autonomía. Creo que esto le ha pasado a todas las personas. Sin embargo, en mí, constituyó
un hecho absolutamente trascendental. Como quiera que estuviera al garete, desde el día en
que nació mi madre, a la cual conocí sin esta haber conocido a mi padre. Recuerdo que,
desde mi condición de niño no nacido, ya estaba girando alrededor de entornos azarosos.
Lugares en los cuales la incomunicación es punto de partida y soporte de la vida.
Plaza Felicidad, es un territorio poco poblado. Tanto así que el número de personas está
dado por una operación simple. Aplicada la misma, el número resultante no traspasa la
barrera de una progresión aritmética, en la cual la finitud está condicionada por el
prerrequisito vigente. Llegan personas de todas partes. Una expresión mínima, si se
compara con los habitantes que quedan por fuera, que no clasifican. Es decir, casi todo el
mundo.
Por lo mismo, entonces, yo tuve que huir de allí. Porque mi imaginación es de muy corto
vuelo y porque, siempre me he sentido atado a un tipo de nostalgia que destruye cualquier
aspiración. Lo mío ha sido una vida condicionada. Como la de casi todos los demás; la
diferencia reside en el hecho de ir y venir. Entre sueños tempestuosos y alucinados, hasta
vivir en presente, pero sintiendo encima el pasado como carga inverosímil, que no me deja
mover en libertad. Ya esto lo había planteado antes a Juliana. Precisamente, por esto,
Juliana me acompañó, hasta el día en que se enamoró de Pedro Arenas. Con Isolina, ella y
él, reúnen los requisitos para acceder a Plaza Felicidad. Por su condición de libertarias.
Porque, en el caso de Isolina, llegó hasta la muerte por defender su autonomía. Para ella, la
felicidad, siempre estuvo del lado de sus actuaciones y realizaciones.
El día en que cremaron su cuerpo, después de la breve ceremonia que reunió a todos y todas
aquellos y aquellas que compartimos sus convicciones. Claro está que, en mí, esa
compartición, es un decir. Porque he sido y sigo siendo un sujeto partido. Un tipo de
esquizofrenia magnificada. Por lo tanto, mi expresión hacia ella aparece como de
superficie. Mi interior no reconoce ese tipo de convicciones y de principios, en razón a que
es una interioridad enfermiza, llena de vericuetos insospechados y que no pueden ser
cuantificados. Desde mi vicioso afán por despojar a las mujeres de su existencia, por la vía
de la vulneración constante. Desde mi madre, hasta Juliana. Desde ésta a Isolina y desde
Isolina a cualquier mujer, independientemente de su cercanía o de su distancia inmensa. A
todas las he deseado. Con ese deseo destructor, grosero.
Ese día tuve conocimiento del legado escrito de Isolina. Comenté con Juliana al respecto y
ella propuso rescatarlo, organizarlo y expresarlo en cátedra magistral. No sospeché, en ese
momento que el destinatario era el profesor Arenas. Me comprometí, con Juliana, a tramitar
los permisos requeridos. Tanto de la familia de Isolina, como también de sus pares en el
movimiento feminista.
Una vez analizados los escritos, por parte de Juliana y del profesor Arenas, se escogió un
escrito realizado por Isolina, acerca del rol de las mujeres en la historia del periodismo en
Colombia. A partir de ahí, Arenas y Juliana diseñaron la versión que sería presentada como
cátedra magistral en la universidad en donde labora el profesor.
La fecha se fijó para el día 8 de marzo. Incluiría la presentación del escrito, su impresión,
revisión, a manera de edición, a cargo del profesor Pedro Arenas. Además se propuso y
aceptó que la cátedra tendría tres sesiones, a partir de ese 8 de marzo. Una cada quince días.
La recopilación de esas tres sesiones, se haría partir de lo expresado por Arenas.
El día de la inauguración estuve, antes, en casa de Jerónimo, el joven que conocí en la
empresa. Jerónimo había solicitado mi intervención en un asunto relacionado con su novia
Teresa. Algo así como asistirlos en el proceso de su definición matrimonial. A decir verdad,
no me interesaba ejercer como consejero. Acepté visitarlo, más bien por ese deseo que me
acompañaba, de estar cerca de Teresa. Otra vez, soy conciente de ello, mi afán vulnerador.
Cierta noche soñé con ella. Una réplica de mis continuos abusos temerarios y violentos. La
asedié, desde su salida del colegio, sin que ella se percatara de mi presencia. En un lugar
despoblado, por el cual ella tenía que pasar, la abordé. Yo tenía una máscara para no ser
reconocido. La tiré al piso, la desnudé. La penetré de manera violenta, como lo he hecho
siempre, con mi madre, con Olga, con Maritza, con Martha, con las niñas que he violado.
Teresa era una de ellas, tiene quince años. Su estreches me volvió loco de pasión. Le
destruí su himen, la saturé con mi líquido viscoso que manaba y manaba. Le apreté sus
pechos turgentes, en un ritual asfixiante. Teresa lloraba, forcejeaba. Esto me excitaba más y
más. La golpeaba, le mordía sus labios, hasta sangrar. Quemé su ropa, la dejé en el piso y
huí.
Llegué a casa de Jerónimo y allí estaba ella. Todo el tiempo que hablamos, mi mente estaba
lejos, en ese sueño. Sentí deseos de vulnerarla, delante de Jerónimo y matarlos después.
Cuando expresaron su intención de casarse, los odié a los dos. No me hacía a la idea de
verla con él. De presumir su primera noche, envueltos en ese ejercicio puro, sexuado, alegre
y reconfortante. Lo mío no es eso. Lo mío es el afán de acabar con todas; de destruirles su
gozo; de no dejarlas en paz; de terminar ese proceso que es mío y de nadie más.
Al despedirnos, expresé la misma engañifa que es el soporte de mis intervenciones. Me
comprometí a ayudarlos, de una manera cínica, besé la mejilla de Teresa y me fui.
Mi primera reclusión se produjo, justo el día de mi 39 aniversario. Se habían acrecentado
mis acciones ignominiosas. Se profundizó mi partición, en términos de no identificar ni
diferenciar sueños y realidad. Vagué todas los días, con sus noches, en busca de objetivos.
Mis imágenes eran cada vez más punzantes y más diferenciadas. Siempre estaba viviendo
un recorrido brutal. Mis imágenes volaban y se estacionaban, según mi necesidad. Una
necesidad constante. No podía pasar una fracción de tiempo superior a 24 horas. Cuando
esto sucedía, cuando no alcanzaba ningún trofeo, mis alucinaciones eran mucho más
enfermizas. Mi cuerpo temblaba, daba tumbos, golpeaba las paredes, los árboles. Solo
encontraba sosiego, cuando victimizaba;
Cuando podía expresar toda mi capacidad; cuando mi falo erecto, penetraba y despedazaba.
Cuando sentía claudicar a mis víctimas. Sentía mucho más placer, cuando olía la sangre que
brotaba de la abertura de mis víctimas, las palpaba, hasta casi destruir su clítoris. Cuando
mordía sus pezones, delirando de gozo perverso.. Me sentía un Rasero al revés. Porque
éste, al menos tenían en consideración la aceptación de sus mujeres. Yo no soportaría nunca
una aceptación. Mi gozo era directamente proporcional al rechazo, al forcejeo de las niñas y
las mujeres adultas.
Lo aprendí de Santiago, mi odiado padre. Le debo sus enseñanzas, teniendo a mi madre
como mujer tipo en la cual descargaba todo su furor de macho prepotente. Para mí era todo
un espectáculo verlo encima de ella y ella tratando de detenerlo. Cuando él no estaba yo
pretendía hacer lo mismo, desde mi primer día de nacido…reconocía en esto mi
desencuentro total, el desdoblamiento más perverso. Decía defender a mi madre, de la
violencia de mi padre. Pero, en el fondo deseaba ser como él, avasallarla, como lo hacía él.
Un hospital como reclusorio. Allí me llevaron el día en que violé a Natalia, una niña de 13
años. Le devoré todo su cuerpo, con saña brutal. La dejé en el mismo sitio en el cual la
abordé. Desangrándose. Fui detenido en ese mismo sitio; me amarraron, me apalearon.
Asimilaba el dolor, reía, vociferaba, como si estuviera, palabras más, relacionadas con todo
lo vivido. Llamaba a Maritza, a Olga…, a mi madre. Las deseo a todas otra vez. Eso decía,
mientras era conducido.
Me calmaron y durmieron con medicamentos para enfermos psiquiátricos Me inyectaron
enantato de flufenazina.
No recuerdo cuanto tiempo estuve narcotizado. Lo cierto es que, cuando desperté estaba
atado a la cama. Sentí una sed inmensa. Pedía agua, a gritos. Un cuarto solo, desde donde
nadie oía mi petición. Un cuarto saturado de colores que inducían a la desesperación. Como
castigo que se extiende a lo largo de las horas.
Mi segunda reclusión se produjo a mis cuarenta y cinco años. Hacía tres años había
escapado del hospital-cárcel. Lo hice, cuando era llevado a un reconocimiento por parte de
las víctimas. Corrí todo el día, hasta llegar a casa de Adrián. Me dio asilo, a pesar de
conocer mis retorcidas acciones. De allí, pase a un escondite proporcionado por Pánfilo.
Una casita en la periferia de la capital. Pánfilo me visitaba con frecuencia; gozaba con mis
confidencias; en las cuales relataba mis experiencias. Tomaba nota de ellas, para no dejar
escapar los detalles. Supe, después, que mis relatos fueron aprovechados como
instrumentos de los cuales se aprendía el protocolo necesario para aplicar en los sitios y en
las mujeres donde sus adeptos ingresaban, arrasando. Yo sentía una sensación dicotómica.
Como creador y maestro de formas para vulnerar; como sujeto que reclamaba otra opción
de vida, sin propiciar laceraciones.
Esta segunda reclusión fue mucho más ejemplarizante que la primera. Escuchaba voces que
expresaban análisis de mi caso. Este fue tipificado como depravación y desarreglo
irreversible. Les oía hablar de la necesidad de una intervención denominada lobotomía,
como único recurso para resolver mi situación.
Fui lobotomizado, un año después de haber sido recluido. Desperté. No respondía a
ninguna motivación externa. Todo lo veía igual. No distinguía un elemento de otro. Una
vivencia plana, sin ninguna sensación. La identificación como sujeto vivo biológicamente,
la hacía a partir de caminar de un lado a otro del cuarto. Desfilaron a personas que no
reconocía, mujeres niñas y mujeres adultas. Para mí eran como sombras que no me
motivaban; a las cuales veía como construcciones asimétricas.
Dos años después, se decretó mi muerte. Estuvo precedida de acciones pasivas
intermitentes, asociadas a mi vida. Recuerdos cada vez más borrosos. Casi extinguidos. No
volví a ver a mi madre, a nadie. Que pudiera identificar. Mi última visión fue Isolina
Girardot. A partir de ahí dejé de existir, balbuceaba palabras parecidas a la expresión
volveré. Esta fue mi primera muerte, pero no la última.
Tres
(Volviendo a nacer)
Nací un día tres de abril,...Un cuarto saturado de luces blancas. Veía muchas personas
alrededor de la cama. Mi madre estaba al lado. Una mujer joven. Su risa, absoluta,
navegaba por todos los espacios. Se dirigía hacia mí, con voces suaves. Una mirada que me
convoca a ver en ella una réplica de Isolina Girardot. En efecto, un cabello pegado al
cráneo. Totalmente negro, sin las fisuras que adquieren las mujeres que ven en este tipo
cabello, un limitante para su empoderamiento como mujeres, real o ficticiamente bellas.
Una piel de color negro hermoso.
Observo, de pie, al lado izquierdo de la cama, a un hombre negro, como mi madre y como
yo. Percibí en él, un tipo de hombre sutil, sensible. Su mirada lo expresaba, sin lugar a
equívocos. Totalmente diferente a mi primer padre. Mi madre lo miraba, asía sus manos y
le decía, gracias Demetrio; se parece mucho a ti. Quiero que se llame Isaías; como tu
abuelo materno. Ese ser hermoso que conocí. De una mirada limpia y de unas acciones
profundamente humanas; con absoluto respeto por los otros y las otras. Todavía se
mantiene, en mí, vivo ese momento en el cual le expresaba a tu abuela palabras que la
inducían a posicionarse como mujer libertaria; en ese escenario inhóspito en que vivían.
Todavía siguen vivas aquellas jornadas de cautivación, aquellas que ella y él, asumían roles
vinculados con el amor absoluto; en una definición del mismo que prolongaba la continua
búsqueda de momentos para amarse, para trascender la inmediatez. Como un proceso
continuo, sin más ataduras que la imaginación. Inclusive, te lo confieso ahora, muchas
noches, estando contigo en ese forcejeo que nos ha distinguido, yo cerraba los ojos y veía,
en paralelo, a tu abuelo y a tu abuela, recorriendo sus cuerpos, susurrando palabras
inequívocas de ternura y de pasión. Un equilibrio perfecto. El con setenta años de vida y
ella con setenta y cinco; parecían adolescentes que desnudan sus cuerpos y realizan, sin
detenerse, una lucha viva, llena de fortaleza y de entrega.
Al escuchar a Isolina, me sentí transportado. Me encontré localizado en un territorio de
frontera. Entre los recuerdos de mi primera vida y la perspectiva de asir, como hilo
conductor, momentos de felicidad...Una confianza en mi mismo, que trascendía los
entornos y realizaba búsquedas en un contexto social e individual en los cuales, ataba el
pasado y el presente. Un pasado que comenzaba en escenarios históricos diferenciados.
Veía la Roma de los Césares; a Suetonio relatando sus vidas. Percibía a Espartaco,
caminaba con él; entendía sus opciones de vida. Me situaba en nuestros territorios antes de
ser avasallados. Me veía inmerso en las relaciones primigenias. Con los rituales y con una
organización social diferente. Los Aztecas, los Mayas, los Incas, los Chibchas…Todo esto
en un universo de realizaciones propias, en el proceso de asumir y dominar a la Naturaleza.
Trascendiendo lo inmediato, por la vía de orientar sus acciones en términos de una
dinámica propia, autóctona...
Cierto día, me vi. , hojeando un texto que mi madre escribió, cuando tenía 16 años. Un
ensayo acerca de la concepción del ser humano propuesta por Federico Nietzsche en su
obra “Humano, demasiado humano”. Según mi madre, en este texto se refleja una
tipificación de la historia de la humanidad, por la vía de asumir un soliloquio que conduce a
clasificar el comportamiento humano, como un continuo afán por despertar al mundo, a la
realidad; entretejiendo, verdades, teorías, paradigmas. De tal manera que la angustia que
produce sentirse escindido, conduce a promover espacios de intervención en los cuales cada
quien define su rol, en términos de descifrar los códigos de la moral, de la religión y de la
organización social y política.
Según Isolina, los seres humanos estamos retratados en la obra de Nietzsche. Porque
asumimos la herencia sucesiva que nos otorga la historia de la humanidad; de una manera
tal que exhibimos un corpus exterior, cosido por las pautas previamente establecidas. Pero
que, nuestra interioridad, se subsume en la angustia, por la vía de reconocerse como sujeto
al garete. Con bifurcaciones cada vez más complejas. Desembocamos en una continua
búsqueda de nosotros (as) mismos(as). Prevalece, sigue diciendo mi madre, una dicotomía
que hace de la vida cotidiana, una figura similar a la que describe Freud en su texto “El
malestar de la cultura”; o lo que señala Marcuse en “Eros y Civilización”. Sujetos, hombres
y mujeres, en constante desequilibrio; de tal manera que no construimos nuevos escenarios
psicológicos, de conformidad con nuestros deseos y aspiraciones autónomos. Por el
contrario, realizamos nuestro recorrido de vida, atados a los conceptos preestablecidos.
Un ir y venir, anclados, sin libertad. Tal vez, por esto mismo, dice Isolina, se desprende de
la teoría de Nietzsche, una propuesta que define la libertad individual, como latente, sin que
pueda expresarse y concretarse. A no ser que asumamos, radicalmente, una opción de vida
en la cual cada quien reivindique la particularidad de esa opción. Una figura parecida al
nihilismo.
La esquizofrenia es una definición tipo, que se prolonga, se transmite; significando con ello
la herencia cultural, como una transmisión constante, perenne. Un cuadro patológico que
nos inhibe para acceder a un universo social sin condicionantes. Es un encerramiento que
promueve, en nosotros y nosotras, una remisión hacia iconos que nos orientan. Es una
pérdida de identidad. Porque no acertamos de descifrar los códigos impuestos y, por esta
vía, redefinir nuestros roles.
Para Isolina, este tipo de atadura individual, no es otra cosa que la réplica de los
condicionantes inherentes a la organización social y política de la sociedad. La libertad se
pierde, en el momento mismo en que transferimos toda iniciativa, hacia el referente que nos
es impuesto por parte de quien o quienes ejercen el control.
Propone, mi madre, un entendido en el cual, el Leviatán, el Contrato social y la teoría de
Maquiavelo, corren paralelas a ese distanciamiento, cada vez más agresivo, del individuo
con respecto a su propio ser en sí.
Lo que sucede, entonces, es una prolongación infinita de ese control. Cada quien adquiere
una posición en el contexto social que previamente ha sido establecido. Una porción que se
transforma en territorio individualizado de manera imaginaria. Porque, en el mismo, no es
dada otra cotidianidad que la que nos corresponde, a manera de recrear ese dominio,
asumiéndolo como necesario.
En este texto suyo, Isolina refleja la angustia individual. En la cual nos desenvolvemos, sin
que esto implique actuar con libertad. Una cosa es ese control que nos ha sido transferido y
que parece insoslayable. Y, otra cosa, es el sentido de pertenencia con respecto a la
sociedad como construcción libertaria, que nos convoca a la transformación constante.
A manera de corolario, mi madre, asume como necesidad constante la renovación de
actitudes y acciones. De tal manera que estas no estén sujetas a paradigmas impuestos. Por
el contrario, las define como una revolucionarización de la vida cotidiana. Sin dejar de
reconocer la necesidad de un tipo de cohesión social centrada en el reconocimiento de si
mismos y de si mismas; difiere de la teoría del control como causa necesaria. Son, en
consecuencia, dos opciones no solo diferentes, sino antagónicas.
Mi madre define esa opción libertaria, como la redefinición de roles. En ella, rol, significa
la asunción de objetivos en los cuales estén referenciadas las aspiraciones individuales y
colectivas, de tal manera que la imaginación sea sinónimo de libertad. Imaginación que, a
su vez, es definida como la posibilidad de crear; de convertir los entornos en territorios no
cifrados como principios ineludibles; sino como escenarios en los cuales, cada quien,
transfiere conocimientos, sin que esto implique deshacerse de su individualidad. La
sociedad, así entendida, es una extensión de la figura de la democracia, como construcción
a la cual se accede por la vía de reconocerse a si mismos (as) y alcanzar una participación
efectiva en los procesos sociales, políticos y económicos. El centro es, entonces, la
construcción de un tejido social que cohesione las individualidades, no como instrumento
de poder impuesto; sino como realización de esos objetivos de beneficio común, basados en
un concepto de justeza que convoque a los hombres y a las mujeres. Hasta acceder a formas
de gobierno participativo, de manera efectiva y no formal.
En la segunda parte del documento, Isolina, aborda la cuestión de género. Ya antes, según
lo supe por Demetrio, ella había escrito un texto relacionado con las mujeres y su
intervención en la literatura y el periodismo.
En mi primer encuentro con ella, después de mi duodécimo aniversario le indagué por el
contenido de esa segunda parte. De paso le comenté que, a los tres días de haber nacido,
encontré la primera parte de su texto. Me dijo, Isaías, tú tienes una manera muy peculiar de
vivir la vida. Hasta cierto punto te pareces a Demetrio. Yo lo conocí, cuando él tenía seis
años y yo estaba bordeando los cinco. Vivíamos en un barrio de la capital., barrio
periférico. Saturado de recuerdos ingratos nuestras familias habían llegado del c ampo.
Concretamente de un territorio golpeado por la violencia. En donde se sumaban, a la
violencia oficial reiteradas, la presencia de grupos armados. Desde posiciones guerrilleras,
supuesta o realmente libertarias; hasta grupo de paramilitares auspiciados por sucesivos
gobiernos. Eran, en sí, aparatos al servicio del Estado.
Nuestra infancia, transcurría en medio de limitaciones casi absolutas. Demetrio, me hablaba
en términos que yo creía reconocer. Como si ya los hubiera escuchado antes de nacer... Su
padre fue un hombre rígido en lo que respecta a su posición en la familia. La rigidez, era
expresada por la vía de imponer sus principios. Una unidad familiar, relativamente,
centrada en el poder del padre. Sin embargo, su abuelo materno, del cual tú llevas el
nombre, asumía como ser libertario. No tenía preparación académica. En él, cobraba fuerza
aquello de que las posturas ante la vida, se deben entender como proceso continuo, casi
innato. Amaba a las mujeres, como lo que somos. Es decir, como agentes del cambio. Para
nosotras, decía el abuelo, los lugares deben ser escenarios de libertad.
Cuando se produjo la concreción de la intervención femenina en los procesos electorales; él
ya había asumido en su hogar unas expresiones que reflejaban su intención de realizar, así
fuera en términos de micro sociedades (como la familia, por ejemplo), una opción en la
cual la diferenciación de género, no puede ser interpretada con exclusión y/o sometimiento.
Por el contrario, debía significar una interacción en igualdad de condiciones en las
realizaciones políticas, sociales; sin pretender homogenizar las. Las mujeres, son las
mujeres. Nosotros, el hombre, desde el punto de vista biológico que no admite confusiones.
Diferenciación insoslayable. La búsqueda de la equidad de género, lo llevó a fuertes
enfrentamientos con sus pares masculinos y con las jerarquías religiosas y
gubernamentales.
La señora Ana, su esposa, conoció de él un equilibrio humanizado. Isaías se prodigaba en
un trato absolutamente hermoso. Tanto hacia sus hijos e hijas; como también ante la señora
Ana. Cuando se vieron obligados a abandonar su territorio, al que siempre amaron, sucedió
una descompensación de repercusiones de inmensa tristeza. Era, tanto así, como dejar su
vida allí. En donde habían nacido y crecido. No lograron nunca asimilar esa pérdida.
Mucho menos, adecuarse a las condiciones que exigía la ciudad.
Demetrio era mi ícono. A sus seis años, sabía acceder a los otros y las otras, con una
profunda sensibilidad. En la escuela se distinguía por su amabilidad y por la ecuanimidad
con que abordaba el trato con los niños, las niñas y sus profesoras y profesores. Una versión
asimilada a aquellos hombres que, después de haber vivido intensamente y haber adoptado
posturas feministas de manera tardía, accedían a una lucha por los derechos de nosotras las
mujeres. Quizás, sin saberlo, Demetrio, fue desde esa temprana edad, un horizonte que
convocaba. Mi relación con él, no fue nunca de subordinación. Era un equilibrio de
contenidos profundamente humanos. La ternura y la consecuencia con su rol, fueron y han
sido sinceros y transparentes.
Fue mi novio, desde allí, hasta la frontera con el infinito. Un amor que se ha prolongado en
el tiempo. Que se ha fortalecido en el día a día. Un negro sin ningún tipo de claudicaciones.
Ha luchado, desde niño, por la libertad. No como expresión retórica, sino como
compromiso ineludible. Como obrero, ha mantenido su esperanza inquebrantable en una
sociedad más justa.
Me preñó a mis quince años. Después de un cortejo en el cual intervinimos los dos. Fue un
momento de sublimación. Él y yo, trenzados en una acción hermosa. Estuvimos todo un
día. De terminar y volver a empezar. Una vitalidad espiritual que guiaba su sexo y el mío.
Nos recorrimos los cuerpos. Paso a paso, minuto a minuto. Exploramos zonas que no
conocíamos en nuestros cuerpos. Terminamos exhaustos. Dormimos no sé cuánto tiempo.
Solo sé que, al despertar, ya te sentía en mí. Ya me hablabas, con tus palabras de niño
producto de la más hermosa relación que he tenido.
Después, vino la persecución. Demetrio y yo estábamos comprometidos en la lucha por los
derechos humanos. Por los derechos de las minoría étnicas. Afrodescendientes, y por los
nativos primarios de nuestra América. Mi formación fue a puro pulso. Lo mismo que
Demetrio. Las carencias en nuestras familias, nos situaron a Demetrio y a mí, en una opción
en la cual lo único posible era la vinculación a un trabajo, para coadyuvar al mantenimiento
de nuestras familias. Fuimos vendedores en las calles áridas de la ciudad. Estuvimos, como
jornaleros transitorios, en la recolección de café en Caldas, Risaralda y Quindío. Nuestro
reto fue, siempre, no claudicar ante la adversidad. Nos mantuvimos unidos; de tal manera
que no nos venciera la opción de convertirnos en sujetos desvertebrados, cercanos a la
depravación. Mantuvimos enhiestas nuestras opciones de crecer y de servir a nuestros
pares.
Cada vez que nos entregábamos al placer de la sexualidad, nos convertíamos en los seres
más dichosos de la Tierra. Demetrio me cautivaba, como la primera vez. Jornadas sin
término en el tiempo. Él y yo. No ha habido zona de nuestros cuerpos que no hayamos
explorado. Yo sentía que alucinaba. Demetrio y yo. En una entrega absoluta. Cuando
terminábamos, nos vinculábamos al ejército de hombres y mujeres que no reconocen
fronteras. Contigo creciendo en mi vientre. No se si alguna vez nos escuchaste, en un
diálogo continuo; en el cual él y yo navegábamos por mares abiertos. No había lugar a la
duda. El y yo, como expresiones de sublimación. Él y yo, a cada momento, creando nuevas
formas de amarnos y de entregarnos.
Cuando tú naciste, Isaías, encontramos en ti la posibilidad de prolongarnos en el tiempo. Te
tuve dentro de mí. Te hablaba, te susurraba palabras de motivación. Te requería como la
continuación de nuestras vidas.
No sé por qué intuyo que ya, antes te conocí. En mis sueños, te he visto en un lejano
momento. Siendo tú un sujeto diferente. He tratado de hallar una explicación. Te he visto
como vulnerador. Siempre apareces como hombre sin definiciones claras. Como ese
interregno, en el cual nos movemos todos y todas. Sin precisar los contenidos de nuestras
acciones. Con decires confusos. Como cuando no encontramos nuestra razón de ser. Hasta
cierto punto, en esos sueños, te doy la razón. Porque, yo también, creo que somos
escindidos. Transitando por nuestra vida y las de los demás, sin acatar a concretar nuestros
roles. Es algo parecido a ese sujeto kafkiano, absurdo, pero tan real que nos absorbe y nos
reivindica como producto de una sucesión de historias vividas; centradas en ese no saber
por qué existimos. En una búsqueda constante. Casi perenne. Un no encontrase con uno
mismo. Repitiendo momentos, cada vez más incomprensibles. Una lucha titánica con
nosotros y nosotras mismos (as). Un Eros y Tanatos, a la manera freudiana.
Hasta cierto punto, tú eres como ese espejo que nos retrotrae continuamente. Un mirarse
hacia atrás, tratando de modificar los sitios y las acciones; pretendiendo modificar los
escenarios presentes y futuros. Como una recopilación extendida de Sísifo, aquel que cada
día inicia una nueva vida que no es nueva, porque es simple ejercicio de castigo. Será
porque, todos los seres humanos, tenemos puntos de eclosión, de surgimiento, de vivir la
vida; pero siempre nos regresamos al comienzo, a la nada; como quiera que no
reconocemos ningún punto de comienzo no racional. Por esto mismo somos, en fin de
cuentas, una sumatoria de posibilidades latentes; que se concretan sin nuestra aprobación.
Como si fuéramos norias que viajan sin parar; que confluyen en un vacío, parecido a los
agujeros negros de que hablan los astrónomos.
El hecho de no tener un dios nos coloca, a quienes así actuamos y pensamos, en sujetos
angustiados, pero en capacidad de crear escenarios en donde prevalezca la confianza en si
mismos (as) como colateral a esas mismas convicciones. Sin las cuales no reconoceríamos
la realidad, como independiente de nosotros y nosotras. Como Naturaleza que ha estado
ahí, en proceso de evolución y desarrollo. A nosotros y nosotras, solo nos es dado
entenderla y modificarla. La creación de la misma nos parece un misterio inacabado,
indescifrado.
Un ser o no ser. En una propuesta de blanco o negro. Los tonos grises son el equilibrio. La
razón de ser de nuestro deambular por el universo. Estando aquí o allá, sin más límites que
nuestras carencias para conocer, indagar y transformar.
Cuando tenía tu edad, yo era una mujer definida. Ya conocía a Demetrio. Ya estaba a su
lado. Ya estaba dispuesta para la preñez. Es que, para mí, el sexo es sinónimo de
imaginación y de creatividad. Sin forzar ni ser forzadas. Más bien como latencias que se
concretan con el ser amado o amada. Dispuestos (as) a sentir ese recorrido por nuestros
cuerpos, como un elíxir que nos fortalece. Ser preñada así, adquiere un significado
absoluto. En el cual no hay lugar para las vías intermedias. O se ama, o no se ama. Sin
saber por qué, percibo que ya te había visto antes. Cuando tu madre, antes que yo fuera tu
madre, recibía de ti acciones de sometimiento. No se por qué, te he visto en mis sueños con
sujeto confrontador del padre. Ese padre diferente a Demetrio. Cercano a aquellos machos
que pervierten el ritmo del amor y de la condición de amantes. Transformándolo en
vulneración; derivando en secuelas de insospechadas repercusiones. Como horadando
nuestra condición de humanos; vertiendo el instinto antes que la ternura; antes que la
entrega compartida y sublime.
Somos Eros, en razón a eso. Tal vez, en esos sueños tú no eras eso. No eras ternura, ni
potenciador de la entrega sin pausa a quien amamos. Tal vez, eras sujeto de contenido
asimilado a la violencia que no desinhibe; sino que por el contrario esclaviza; en unas
condiciones en donde no podemos ser sujetos y sujetas de transformación. Tu pasado,
según eso, no albergaba ninguna esperanza. Era, insisto en ello, una repetición lineal.
Amabas a quien era tu madre, de tal manera que ese amor se convertía en dolor, a cada
paso. Como si tú orientaras el comportamiento, hacia simas insospechadas. Aquellas en las
cuales muere la espiritualidad de cada sujeto y se construye, en su reemplazo, unas figuras
de mármol. Asi como aquellas de quien tengo referencia, al asistir con Demetrio a una
proyección con ese nombre. Hombres y mujeres de mármol, trabajados (as) con un cincel
que ya tiene predeterminados los ángulos y los perfiles de aquel o aquella a quienes han de
construir...
Me decidí a hablar con Demetrio. Veía en él la definición que mi madre hacía. Como
queriendo auscultar su verdadera capacidad. Demetrio empezaba a ser, para mí, un tipo de
deidad cercana a aquellas figuras míticas. Como Afrodita; como Hércules; como el gran
Zeus. Quería estar a su lado, palpar su cuerpo y cerciorarme de su condición de amante
pleno. Ese que Isolina siempre recuerda. Ese que la convoca a una vida siempre en
crecimiento. Diáfana, creativa, solidaria, entregada a vivir y transformar al mundo a su
lado. Quería saber si, en realidad, cuando la preñó, lo hizo como culminación de un acto de
profunda libertad. Quería saber si, como ella, fue partícipe de una preñez dirigida a mí.
Como sujeto que soy yo, según los sueños de mi madre Isolina, Venido de un pasado en
donde los avasallamientos y las vulneraciones eran cosas comunes aceptadas como válidas.
Demetrio estaba en su sitio de trabajo. Un salón inmenso con hornos a lado y lado. Como
operario, debía surtir el horno que le había sido asignado. Un calor insoportable. Una
sensación de asfixia, que invitaba a desear los espacios abiertos, frescos. Un salón en el
cual estaba acompañado por otros hombres, igual que él, atosigados por el infernal fuego.
Su labor era, y sigue siendo, coadyuvar a la transformación del hierro en diferentes
aleaciones. Decantando esa figuración asignada al elemento primario, según los
requerimientos de la empresa.
Cierto día, sin saber por qué, me asediaba un vago recuerdo. Como si yo hubiera estado, e n
el pasado, como operario. Así como Demetrio. La diferencia radicaba en que, siendo yo
sujeto partícipe de un proceso, ese proceso era algo así como orientar las perversiones
inherentes a la desculturización. Como raponazo a nuestras vivencias. Como si yo hubiese
estado al servicio de los destructores de etnias y de los elementos asociados a ellas. Siendo,
así, un sujeto pervertido, auriga de los controladores. Me veía desarrollando lenguajes
lineales. Pretendiendo suplantar la creatividad y la belleza de nuestros saberes ancestrales,
nativos, desde antes de la invasión.
Pretendí deshacerme de ese recuerdo, a partir de orientar mi quehacer con los postulados de
Demetrio y de Isolina. Siendo yo una derivación de un amor pleno, íntegro. Sin embargo,
persistían en mí esos vagos recuerdos. Como haber conocido otros lugares y otras
personas.. Una de ellas, una mujer parecida a Isolina, en lo que esta tiene de entereza, de
sutilidad, de elevados valores acumulados. No como simple sumatoria de agregados
circunstanciales; sino como expresión de una vida dedicada a construir espacios
humanizados, garantes del progreso, centrado en la convivencia, el respeto y la creatividad
colectiva e individual. Escenarios no endosados a los poderes. Más bien, en interacción con
todos y todas aquellos (as) que tenemos, en cualquier momento de nuestras vidas, unas
vivencias inconexas, segmentadas, valoradas como simples accesorios que adornan la
sociedad regida por quienes esquilman a los demás…Aún siento esas secuelas.
Petronila Rentería de Girardot, una mujer de 84 años, ha vivido la mayor parte de su vida,
alrededor de su familia. Desde niña, añoró trascender esos territorios. Sin embargo, la
fuerza de las convicciones y valores vigentes, la han convertido en simple reproductora de
hijos, nietos, biznietos… Nunca ha sido feliz. Su primer matrimonio, con Escolástico
Girardot, fue una réplica de la concreción de la dominación por parte del hombre sobre las
mujeres. Este, Escolástico, venía de una familia de tradiciones casi inquisidoras. Su abuelo
materno, había conocido los rigores de la transición entre la independencia real, a la
independencia formal. Cuando, después de haber concretado la expulsión de los invasores,
nos convertimos en territorio de confrontaciones. Algunas de ellas bizantinas. Otras, de
mayor calado, se referían a los conceptos disímiles de libertad y de la construcción de
Estado. Como si, en cada una de esas expresiones, se descifrara el código de la dominación,
anclada en poderes y macropoderes absurdos; en los cuales se destruía la razón de ser de la
libertad. Sumatorias de territorios y de poderes. Con actores convencidos de su condición
de predestinados por la divinidad del Dios Católico, para salvar a la nación del las
perversidades liberales, entendidas estas como apertura al conocimiento y a la construcción
de democracia efectiva.
Lo cierto es que Petronila convirtió su vida en un continuo hacer repetitivo, por la fuerza de
la tradición. A pesar de la obvia diferenciación inherente a los seres humanos, considerados
individualmente, lo suyo fue y es una réplica de la dominación ejercida sobre las mujeres.
De por sí, ellas han constituido una franja de la población, sobre la cual recae el control
sobre sus vidas. Hasta cierto punto, lo aquí expresado, puede aparecer como discurso que
ha sido expresado en diferentes escenarios políticos y sociales. La necesidad de postular
una perspectiva, en concreto para el caso de mi madre Isolina, a partir de la situación
relacionada con su abuelo y su abuela, supone reiterar acerca de esa dominación. Tal vez,
porque en esta situación descrita, reside una especie de referente asumida por Isolina.
Referente no patético. Más bien centrado en la continua búsqueda efectuada por las mujeres
que, como mi madre, aspiran a desafiar esos condicionantes y trascenderlos., por la vía
creativa y proactiva.
De hecho, Isolina tiene un recorrido de vida, que le ha permitido descifrar las alternativas
necesarias para proponer, desarrollar y fortalecer una teoría y una praxis vinculada al
proceso de liberación femenina. Esto es lo que explica, a manera de ejemplo, su
compromiso con las mujeres de Ruta Pacifico y con la gestión popular alrededor de la
periferia en que fue situada, junto con Demetrio. Escenarios en los cuales crece, de manera
exponencial,, las carencias, la desvertebración social y la existencia, latente y real, de
opciones asimiladas a ala degradación del entorno físico y de los grupos sociales.
Desde ahí, entonces, Isolina ha comprometido su acción, conocedora de que la
confrontación, en últimas, es con los gobiernos y con el Estado. Por esa vía ha
desembocado en la construcción de proyectos económicos, políticos y sociales. Cuando le
hablé de mi deseo por conocer esa segunda parte de su texto,, me reitero la expresión
relacionada con un tipo de actitud, como la mía, que conduce a pretender abarcar los
conceptos de manera tal, que pueden convertirse en simple formalidad.
Isaías, en consideración a tus inquietudes, acerca de mi compromiso con las luchas sociales,
tengo la posibilidad de presentarte dos escritos míos, relacionados con ese tipo de actividad.
Ya, por vía de tu decisión anterior, relacionada con esa búsqueda; conociste la primera
parte del documento en el cual realizo un análisis de propuesta de Nietzsche, a partir de su
texto “Humano, demasiado humano”. La segunda parte, es un proyecto relacionado con la
educación de los niños y las niñas. Este documento lo he ido construyendo a partir de mis
experiencias en nuestros barrios... Léelo.
La primera impresión que tuve, al escuchar a Isolina, tuvo que ver con algo parecido a la
con fusión. Porque no entendí, de manera plena, el significado de sus palabras. Sin
embargo me dispuse a leer el texto constitutivo de la segunda parte del texto conocido por
mí antes. Al comenzar la lectura, sentí la inquietud, en términos de creer que ya había
conocido esas expresiones ante. El documento de mi madre dice:
Toda herejía, en principio, es una acción individual. Compromete a quien realiza una
interpretación diferente y se decide a proponerla como opción. Bien sea como modificación
parcial de las pautas, paradigmas y condiciones instaurados como referentes colectivos; o
como alternativa que conlleva a una modifi9cación total, radical. Algo así como o son esas
pautas y paradigmas o son estas pautas y paradigmas alternativos. Ya ahí, en esa acción
de proponer una alternativa, se configura un distanciamiento con respecto al ordenamiento
vigente. Adquiere ese hecho un significado asimilado a la ruptura. En el proceso de
enfrentar esa opción (...u opciones) con las existentes; el (la) sujeto (a) que ejerce como
cuestionador (a), desemboca en una posición herética. A partir de ahí, se trata de definir las
condiciones y el tipo de acciones a realizar, el proceso de difusión de la opción u opciones
nuevas. Aquí, condiciones, tienen que ver con los insumos recaudados para sustentar la
nueva opción. Un tipo o tipos de acciones, tiene que ver con realizar una confrontación
individual absoluta. O la adquisición, mediante el proceso de persuasión o imposición, de
una aceptación de los (as) otros (as). De tal manera que pueda presentarse y desarrollar
como opción u opciones colectivas. Esto no es otra cosa que el comienzo de una sumatoria
de acciones diferenciadas; en procura de lograr la aceptación y acatamiento, bien sea de la
modificación parcial o de la erradicación de las anteriores pautas y paradigmas y, en su
reemplazo, erigir las nuevas.
De todas maneras, bien sea que se actúe n un u otro sentido, es evidente la necesidad de
cierta subyugación hacia los otros y las otras. Algo así como entender y aceptar el principio
básico relacionado con el ordenamiento y el equilibrio por la vía de la imposición de pautas
y paradigmas: siempre existan referentes establecidos como condición para el
ordenamiento y el equilibrio; habrá unos códigos y obligaciones que ejercen como
limitación a la libertad individual. Alcanzar unos nuevos referentes, unos nuevos códigos y
nuevas obligaciones; supone la realización de acciones que controvierten lo anterior.
Cuarto (Como huella doliente)
Ya, en el pasado próximo, reivindiqué el derecho que nos acompaña. Para ejercer el
dominio y para hacerlo concreto a cada momento. Desde mi primera vida odio a las
mujeres. Particularmente a quienes ejercen como madres. Porque pretenden mostrarnos
como consecuencia del ejercicio sexual permitido, acordado, disfrutado. Por esto odio a los
dos. Él y ella. Como sujetos artificiosos que suplantan la razón de ser del placer. No quiero
vivir propuesto como conclusión de esos acuerdos. Para mí no son otra cosa que
justificaciones para actuar en sociedad. Son la cuota inicial para actuar como portadores de
mensajes pueriles acerca de los valores humanos.
He vuelto a nacer, entonces, enredado en justificaciones y principios. En el contexto de
normativas éticas que asumen como referentes y catalizadores. Yo no comparto esto. Así
les hice saber. No quiero la monotonía del desarrollo de falsos principios. De una moral que
nos recurre como elementos de beneficio. No quiero beneficiar ni ser beneficiado. La y lo
odio. Porque, en su pacto de amantes, me concibieron dizque como producto de la entrega y
el amor.
Lo y la odio porque han pretendido acomodarse y acomodarme en el territorio de lo
probable. Con un acuerdo preestablecido. En el que me involucran, sin que yo lo quiera o lo
hubiera pedido. No son otra cosa que sujetos anquilosados. A partir de un entendido de vida
distante de la libertad plena. Son, él y ella, culpables de mi existencia. Porque me
engendraron por la vía de un coito putrefacto que pretenden erigir como principio. Como
modelo para otros y otras. Modelo absurdo. Con soporte en la comparación de placeres. El
placer no se comparte. Simplemente se busca y se obtiene por medio de la acción
individual. Intransferible. Lo demás es pretender ejercer la condición de portador o
portadora de calidez. Esta no tiene por qué existir. No tiene que ser objetivo propuesto a
partir de la interacción de pareja. De lo que se trata, en mi interpretación, es de magnificar
la individualidad. Como único referente para vivir la vida. Porque esta se vive, en función a
la individualidad. Con todo lo que esto supone.
No sé qué hago aquí. En una tercera dimensión de mi existencia. No los amo. Nunca lo
haré. Por su condición de herederos de falsa moralidad y la falsa libertad.
Un día cualquiera de abril, en el año 2025, conocí a Mireya Sotomayor. Llegó a casa,
invitada por ella y él. Una mujer de mirada furtiva. Entrada en años. Pero con un cuerpo
absoluto. La desee desde que entró por la puerta. Recién yo había cumplido diez años.
Estuve a su lado todo el tiempo. Asediándola. Espiándola. La vi, desde mi escondite
secreto, bañándose. Era, insisto, absoluta. Toda ella convocaba a montarla una y mil veces.
Apretada su vagina. Desde ese instante conocí que no había sido penetrada. El primer día
de mi mirada furtiva, sentí crecer mi asta. A tal punto que empecé a surtir un líquido
amarillento. Sentí que desfallecía. Porque era un continuo ejercicio. Inicialmente,
espontáneo. Posteriormente, inducido por mí mismo. La sentía aquí, conmigo. Me vaciaba
en ella. Sobre su pelvis. Sobre sus piernas. La inundé de tal manera que la viscosidad la
hacía repetir su baño. Sin que ella se diera cuenta, exhibía un portentoso músculo. Que latía
y que crecía cada vez más.
En ese momento decidí que era mía. Que esa sujeto, merecía ser allanada por mí. Como en
el pasado, con otras. Ya, aquí, con esa sensación de no ser, expresaba un deseo inacabado.
La quería para mí. No en sueños ni en simulaciones. Decidí, como siempre lo hecho, buscar
el lugar y aprovecharlo.
Fue en la misma habitación que le asignaron él y ella. Cuando recién se había dormido,
entré en el cuarto. Me desvestí. Traía un lazo conmigo. Este sirvió para la inmovilización.
Cuando despertó yo ya estaba encima. Un músculo inmenso que buscaba el orificio
estrecho. La penetré con todo. Ella apenas alcanzó a balbucear. Algo así como: ¡qué es
esto¡. Yo le respondí: esto es mío y lo estoy utilizando para hurgarte la vida. Hasta donde
más pueda. Eres mujer. Por lo mismo te someterás a mis necesidades. La asfixié. Suspiraba
aceleradamente. Peleaba con mi fuerza. A los diez años, yo tenía una capacidad
insospechada para inmovilizar y para hacer sucumbir. Lo mío se prolongó hasta caer la
noche. Estaba inerte. Lo estuvo desde que ahogué sus gritos. Cuando cesó su espasmo, la
recorrí una y otra vez. Mi asta seguía erguida. La dejé ahí, muerta. Esa misma noche me
fugué de casa, dejando su cuerpo inmóvil, lacerado.
Ella y él yacían en la cama. Disfrutaban de sus vacaciones. A pesar de que eran casi las
once de la mañana, no habían dispuesto el desayuno. Yo estaba en la cuna. La noche
anterior estuve inmerso en un sueño, de esos que trascienden lo inmediato. Una mujer de
nombre Mireya, estaba a mi lado. Cantaba:
No sé por qué la sentía tan cerca. Sentía su olor y me alegraba. Ya sabía que era mía. Pero
no podía asirla. Porque me trascendía. En una relación adulto-niño que me subyugaba. Era
mía, pero sin serlo todavía. La había deseado antes de nacer. Cuando Él estaba con ella. Un
placer que me engendró. Quiero tomar venganza. No la quiero ni lo quiero. Quiero a esta
que está conmigo. La quiero como referente próximo. Como figura que despliega todo un
universo de expresiones. Sin ser pensadas. Solo intuidas, a cada paso y a cada momento.
Siendo conciente de mis limitaciones inmediatas. Pero la veía surcada de pasión. Por mí y
por ella. Un asedio continuo.
Mientras él y ella dormían. Ajenos a mi mirada y a mi angustia. Por tener una mujer que
podía hacer mía con solo balbucear la necesidad de cariño. El y ella no lo dan. Solo viven
para mirarse y para sentirse plenos. Yo, en cambio, disfrutaba en silencio, de esa mujer que
me cantaba. Que estaba a mi lado por placer. Porque yo le gustaba. Porque ella me gustaba.
De nuevo su voz.
El 8 de marzo había estado en el lago que bordeaba la casa. Quise ahogarme. Tirarme al
agua. Como quien no concibe la vida sin ilusiones. Que se difuminan. En un torrente que
brilla y que no sé de qué se trata. Indagué, con mi mirada, las causas de esta soledad. Ayer
la vi. Hoy ya no está. Como si disfrutara con percibir el futuro. Como si, al mes siguiente,
la volviera a ver. Porque es mía. Porque los odio, a él y a ella. Que viven solo para sí
mismos. En un ejercicio patético y caduco. Sintiendo amor en donde solo hay repetición
vehemente de lugares comunes. Como lobos esteparios que se confiesan a sí mismos. Con
las miradas puestas en el teatro de la vida. De su vida. Sin imaginación. O en la cual esta ha
sido recortada y acomodada a las circunstancias. Esas que están aquí y allá... Pero siempre
distante y codificada. Imaginación sin sorpresas. Equivalente a un perímetro ya conocido.
Sumatoria de lados iguales. Con escenas iguales. Él y ella. Mirándose, después de regresar
de sus oficios. Esos repetidos que los inunda de orgullo. De saberse partícipes del proyecto
de vida igual. Para todos y para todas. Cada quien viviendo su vida, sus quehaceres. Sus
limitaciones de felicidad. En procura de la cual viven, cada día.
Al despertar, por fin, encontré a mi madre al lado mío. Me tomaba las manos y me decía,
¿Cómo te pareció la historia que te conté? Espero no te hayas confundido con tantos
conceptos juntos, ni con algunas de las situaciones descritas. Este día es muy especial para
Demetrio y para mí; espero que tú también nos acompañes en nuestra felicidad. Hoy nos
hemos dado cuenta que estoy preñada. En verdad, resulta, para mí, muy gratificante asumir
este rol; a partir de entender la condición de madre, con plenitud. Deseándolo, sin que
implique la asunción de los conceptos enrevesados y doctrinarios que promueven algunas
instituciones y personas que reiteran, de manera constante, en que nosotras las mujeres, no
podemos ejercer el gozo en nuestras relaciones sexuales; sin que en ello incida los
condiciones vinculados con opciones moralistas; que se convierten en versiones perversas
del sexo, entendido como antecedente que conlleva, o debe conllevar a construir unas
relaciones formales en términos heterosexuales.
Por esa misma vía, proponen y realizan opciones, en las cuales lo sexual, se remite al
condicionante de vida en pareja entre hombres y mujeres. Pretenden mantener una
restricción absoluta para las relaciones homosexuales. Con el agravante de proponer estas
relaciones como contrarias a la naturaleza biológica. Tú sabes de mis intervenciones a favor
de la libertad plena al momento de definir las opciones sexuales, en términos de su
sublimación, del goce y del desarrollo autónomo de hombres y mujeres. No se si recuerdas
a Juliana, y Pedro, que han trabajado conmigo en este tipo de perspectiva libertaria, como
herejía hermosa que cuestiona la falsa moral que nos circunda. Ya ella y él, han trazado y
realizado todo un programa en los colegios, en el sentido de coadyuvar a la formación de
los y las jóvenes, por la vía de entender su dinámica sexual, su libertad y responsabilidad.
El trabajo permite establecer unos roles no estáticos; sino flexibles. En los cuales debe
prevalecer la autonomía. Además, esto último, debe implicar la prevención de los
embarazos no deseados. Es obvio, Isaías, que nos hemos encontrado con muchas
dificultades. Nos ha correspondido enfrentar a las jerarquías escolares, a muchos (as)
padres y madres de familia; a las posiciones arcaicas, casi inquisidoras de las
organizaciones religiosas.
Me quedó sonando el relato de mi madre, en el que aparecen las figuras de Juliana y Pedro.
Es como si ya los hubiera conocido, en el pasado. Siento como un remolino que me
absorbe, que me dificulta dilucidar la conexión pasado y presente. Al momento estoy
confundido. Porque no se si esa percepción del pasado, me remitiera a entenderlo con
dinámica propia. Como si estuviera asistiendo a una versión de la teoría acerca de la
repetición de acciones, en periodos diferentes. Esa teoría que define lo conciente, y lo
inconsciente; como instancias en las cuales las realizaciones y los requerimientos se
juntaran y conforman una cohesión de hechos y acciones que convocan a cada sujeto, a
definir sus intervenciones en la realidad, como presente, pero influenciadas por la
percepción de momentos y vivencias anteriores, similares. Algo así como condicionantes
que nos remiten, bien sea a recrearnos en esa relación pasado-presente; a confundirnos por
lo mismo. Sintiéndolos como condicionante que asfixia y restringe la autonomía, la
imaginación y la creatividad.
Quinto ( mi sorna ambivalente)
Muy temprano, ese día 22 de abril, Demetrio salió a cumplir una diligencia relacionada con
la organización comunitaria de los y las desplazados(as). Él había logrado reunir esfuerzos,
por la vía de este tipo de organizaciones. Fue algo inherente a nuestra condición de
itinerantes forzados en nuestro territorio. Un ir y venir acá y allá. Soportando asedios de
todo tipo. Desde la graficación construida por los organismos gubernamentales, hasta las
amenazas anónimas, difundidas en panfletos que aparecen de manera constante. Muchas de
esas amenazas se han cumplido. El recuerdo de muchos y muchas itinerantes muertos (as)
violentamente, en el silencio que imponen este tipo de acciones. Un universo de situaciones
extremas con sus variables: pobreza, discriminación, falta de servicios domiciliarios
básicos, viviendo en ranchos inadecuados para la cotidianidad familiar y social.
La reunión estaba convocada para las 10 de la mañana, en uno de los salones comunales
improvisados por la organización. El tema, según el cronograma referido por mi padre,
incluía el análisis de nuestra situación actual; como quiera que se ha estrechado el entorno;
restringiendo el territorio y profundizando las difíciles condiciones de vida. Se pretendía, la
elaboración de un documento y la designación de una comisión para entregarla en el
Ministerio del Interior y en la Secretaría de Acción Social del Distrito.
Yo quedé en casa, al lado de Isolina, quien, a su vez, estaba preparando un documento para
llevar a la reunión regional de mujeres itinerantes. La noté en un estado de zozobra y de
inquietud. Algo raro en ella, pues nos tiene acostumbrados a la serenidad y a la certeza en
sus acciones. En principio creí que se trataba de algún síntoma relacionado con el
embarazo. Sin embargo, mi madre, me hablaba de una percepción extraña.” Algo que me
recorre en como una intuición a futuro. Una especie de malestar espiritual. Como vacío en
el que emergen visiones vinculadas con el futuro inmediato. Algo, supongo yo, en relación
con el dolor que produce la pérdida de personas cercanas.”
Isolina salió de casa, una vez terminado el documento. La reunión, según me expresó,
estaba programada para las 12 del mediodía.
Al momento regresó en un estado de conmoción. Me refirió que algunos de los vecinos que
debían asistir a la reunión con Demetrio, le informaron que, al ver que él no llegaba,
salieron a indagar lo que pudo haber pasado. Algunos niños y algunas niñas, que jugaban
en el parquecito al lado de la escuela, vieron que Demetrio fue interceptado por dos señores
desconocidos y lo subieron a un vehículo que los esperaba. Según esta versión, Demetrio
forcejeaba para no dejarse llevar; pero estos señores lo golpearon y lo hicieron subir al
vehículo.
Cundió la alarma en el barrio. Los vecinos y las vecinas, llegaron a la casa confundidos.
Dispusieron una comisión para denunciar este hecho ante las autoridades competentes; otra
para realizar una búsqueda en la localidad, en la dirección que señalaron los niños y las
niñas.
Entretanto, mi madre, sollozaba; me decía: ¡Ese era mi malestar; era una premonición ¡ A
Demetrio lo van a matar. Conozco ese tipo de procedimientos. En el pasado reciente lo
hemos vivido, con diferentes personas de otras localidades.
Somos itinerantes,
Exiliados en nuestro propio territorio.
Siempre vienen así,
Siempre nos buscan,
Porque somos semilla,
Para otro amanecer,
Para construir otro país.
No sé adónde te llevaron,
Solo intuyo que no te volveré a ver,
Ni a tu cuerpo, ni a tu bella manera de amarme.
Ahora que ya no estás, es como si recordara
Que siempre ha sucedido.
Es como si ya lo hubiera vivido.
La hija de mi preñez reciente,
Y el hijo que ya estaba,
Vivirán para siempre,
Con tu recuerdo,
Con mi lucha. Que era tu lucha.
Septiembre, del mismo año en que se llevaron a mi padre. No lo hemos encontrado. Hemos
andado muchos caminos; hemos llamado a todas las puertas. Con mil y más voces, hemos
difundido su desaparición. Nadie da razón. Es tanto como romper nuestras ilusiones; a la
par con la distancia.
Isolina ha parido. Una niña. Mi hermana. La hija que no conoció Demetrio. Ella tampoco lo
conocerá en vida. Solo a través de nuestros relatos que expresarán su recuerdo. Ella, mi
madre, ha superado la crisis inicial. Su temple es una guía. A través de ella, siguiendo sus
pasos; he logrado soportar la situación. Emergen nuevas opciones. En el día a día.
Ya es octubre. Un jueves. Hoy he amanecido inmerso en una congoja absoluta. A decir
verdad, no tengo certeza de su origen. Porque, lo de mi padre, ya lo he asimilado. Nunca
con olvido. Mi madre y yo tenemos muy claro que nuestro dolor cifra un camino de
esperanza. Natalia, mi hermana, ha crecido. Todavía no entiende la situación. Es una niña
como todas las niñas del mundo. En un crecimiento asociado a nuestro cuidado y a los
avatares en que estamos inmersos.
Lo de hoy es otra cosa. He tratado de relacionarla con mi sueño. Porque, cuando desperté,
estaban vivas las imágenes. Una sucesión más o menos vertebrada. A partir de ver y sentir
un territorio árido, como desierto. Estaba en un recinto, rodeado de personas que me
observaban. Como inquisidores. Tenía amputada mi memoria. Tanto como entrever que
mis recuerdos eran recortados. Tan pronto estaba enfrente de una niña desnuda que
sangraba entre sus piernas. Me mostraba sus laceraciones en la vagina. Los bordes
completamente destruidos. Su himen no estaba. Me hablaba, con palabras duras. No las
entendía. Sin embargo, la niña, señalaba hacia mí. Con una expresión que articulaba dolor y
rabia. Luego, una de las personas que estaban conmigo, refería acerca de un castigo. Era
para mí. Luego me ataron a la cama, boca abajo. Me sodomizaron Todos pasaron por mi
cuerpo. Todos me penetraron. Un profundo dolor físico. Se reían. Me mostraban sus penes
largos, erectos. Había sangre, mi sangre, en ellos. Luego me cambiaron de posición. Quedé
mirando el techo. Una luz roja, fuerte. Nublaba mis ojos. Mientras uno de ellos abría mi
boca a la fuerza, los otros introducían sus falos en ella. Uno a uno. Eyaculaban en mi boca.
Un sabor entre amargo y dulzón. Un líquido espeso. Luego me levantaron y me mostraron,
otra vez, a la niña. Ella seguía desnuda. En sus manos un inmenso cuchillo. Me amputó el
pene. Todos reían y danzaban alrededor. El falo amputado lo cocinaron y me obligaron a
comerlo.
Como regresión. En términos de la teoría que refiere al sujeto, vinculado a procesos, en los
cuales su inconsciente vuela en sentido contrario. Encontrando sitios y vivencias pasadas.
En un proceso que localiza posibles realidades. Me sentía sujeto de vida anterior. Ese sueño
con la niña avasallada, me era familiar; como quiera que mis sensaciones no fueran nuevas.
Una repetición de acciones. Ella, la niña, era para mí un referente vinculado al dolor. Como
carga de alucinación. Ya lo había vivido. Era cierto. Un vulnerador en el pasado. Sentir una
figura de vida nueva, con un horizonte hacia atrás, colmado de hechos en contravía del
significado de libertad para actuar; pero sin asumir posición de vándalo. Ese castigo
infringido por los hombres de blanco, no era otra cosa que la necesidad de revertir el
tiempo y localizarme en una situación como la actual. Sólido en principios. Auspiciador de
roles en donde los hombres no mataran lo sublime del amor. En donde, las mujeres no son
trofeo sexual. Son sujetas plenas en el quehacer cotidiano y de perspectiva. Con una noción
precisa de su rol y de sus posibilidades de transformaciones sociales y éticas.
Busqué, con la mirada, a mi madre. Isolina no estaba. Recordé su anunciado viaje a la
Argentina. Un encuentro con las Madres de la Plaza de Mayo. Confluencia de dolores y de
esperanzas. De capacidad para actuar, sin miedos. Reivindicándose como partícipes de la
denuncia y de la acción. Sus hijos e hijas. Sus compañeros y compañeras, ausentes.
Producto de los sátrapas institucionales. Dueñas de su opción de vida. Sin ataduras. Esa era
mi madre. Esas eran ellas. Las madres libertarias. Hermosas manifestaciones del poder que
adquieren las mujeres. De su capacidad para trascender las fisuras inmediatas. Par situarse
de frente. Al futuro. Pletórico de acciones. Construyendo universos de solidaridad, de amor,
de libertad. De sutilezas absolutas.
Isolina había preparado un trabajo teórico acerca de la economía y sus repercusiones
sociales y políticas. Me lo había leído el día anterior. Una solidez argumental
impresionante. Cada día me asombraba más su capacidad, para alcanzar un equilibrio entre
la acción y la teoría. Mi padre, Demetrio, siempre valoró a su amada. En una dimensión tan
sincera y tan plena, que no hallaba límites. Él era un campesino rudimentario en sus
conceptos; pero con unos acumulados de sensibilidad y de capacidad para amar que
trascendía a cualquier expresión intelectual avanzada. Nunca sintió resentimiento. Nunca se
opuso a las exploraciones teóricas de mi madre. En fin; un sujeto hombre que compartía
con su amada todas las vicisitudes del quehacer diario. De una lucha tenaz, en contra de los
mandarines criollos.
El programa de la reunión con las Madres de Mayo, incluía la intervención de mi madre.
Para eso había preparado su escrito. Hoy, después de ese sueño descarnado que me situó en
condición de sujeto de pasado vulnerador; leí otra vez el escrito de Isolina. Tal vez como
insumo para reconfortar mi dolido espíritu que navegaba entre el ser pasado y el ahora.
Como casi todo en la vida, hablar de tristeza, no es otra cosa que dejar volar la imaginación
hacia los lugares no tocados antes. Por esas expresiones vivicantes y lúcidas. Es tanto como
discernir que no hemos sido constantes, en eso de potenciar nuestra relación con el otro o la
otra; de tal manera que se expanda y concrete el concepto de ternura. Es decir, en un ir
yendo, reclamando nuestra condición de humanos. Forjados en el desenvolvimiento del
hacer y del pensar. En relación con natura. Con el acento en la transformación. Con la
mirada límpida. Con el abrazo abierto siempre. En pos de reconocernos. De tal manera que
se exacerbe el viaje continuo. Desde la simpleza ávida de la palabra propuesta como reto.
Hasta la complejidad desatada. Por lo mismo que ampliamos la cobertura del conocimiento
y de la vida en el.
Viéndola así, entonces, su recorrido ha estado expuesto al significante suyo en cada
periplo. En cada recodo visto como en soledad. Como en la sombra aviesa prolongada. Y,
en ese aliento entonces, se va escapando el ser uno o una. Por una vía impropia. En tanto
que se torna en dolencia originada. Aquí, ahora. O, en los siglos pasados. En esa hechura
silente, en veces. O hablada a gritos otras. Es algo así como sentir que quien ha estado con
nosotros y nosotras, ya no está. Como entender que emigró a otro lado. Hacia esa punta
geográfica. No física. Más bien entendido como lugar cimero de lo profundo y no
entendido. Es ese haber hecho, en el pasado, relación con la mixtura. Entre lo que somos
como cuerpo venido de cuerpo. Y lo que no alcanzamos a percibir. A dimensionar en lo
cierto. Pero que lo percibimos casi como etérea figura. O sumatoria de vidas cruzadas. Ya
idas. Pero que, con todo, anhelamos volver a ver. Así sea en esa propuesta íngrima. Una
soledad vista con los ojos de quienes quedamos. Y que, por lo mismo, duele como dolor
profundo siempre.
Sexto (Como profecía amnésica)
Y si seremos algo mañana. Después de haber terminado el camino vivo. No lo sé. Lo que sí
sé que es cierto, es el amor dispuesto que hicimos. El recuerdo del ayer y del anterior a ese.
Hasta haber vivido el después. En visión de quien quisimos. Qué más da. Si lo que
propusimos, antes, como historia de vida incompleta, aparece en el día a día como
concreción. Como si hubiese sido a mitad del camino físico, biológico. Pero que fue. Y sólo
eso nos conmueve. Como motivación para entender el ahora. Con esa pulsión de soledad.
Como si, en esa, estuviera anclado el tiempo. Como si el calendario numérico, no hubiera
seguido su curso. Como que lo sentimos o la sentimos en presencia puntual. Cierta.
Y sí entonces que, a quien voló victimado por sujeto pérfido, lo vemos en el escenario.
Del imaginario vivo. Como si, a quien ya no vemos, estuviera ahí. Al lado nuestro.
Respirando la honda herida suya. Que es también nuestra. Y que nos duele tanto que no
hemos perdido su impronta como ser que ya estuvo. Y que está, ahora. En esa cimera
recordación. Volátil. Giratoria. Re-inventando la vida en cada aliento.
Cómo es la vida, En la lógica es ser o no ser. Pero es que la vivencia nuestra es
trascendente. Es ilógica. En tanto que estamos hechos de hilatura gruesa. Como fuerte fue
el nudo de Ariadna que sirvió de insumo a Prometeo para re-lanzar su libertad.
Y, como es la vida, hoy estamos aquí. En trascendente recuerdo de quien voló antes que
nosotros y nosotras. Y estamos, como a la espera del ir yendo, sin el olvido como soporte.
Más bien con la simpleza propia de la ternura. Tanto como verlo en la distancia. En el no
físico yerto. Pero en el sí imaginado siempre.
Ese día no lo encontré en el camino. Me inquieta esto, ya que se había convertido casi en
ritual cotidiano. Sin embargo avancé. No quería llegar tarde a mi trabajo. Esto porque ya
tuve un altercado con Valeria, quien ejerce como supervisora. Y es que mi vida es eso.
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Isolina como secuencia inerme

  • 1. Isolina como secuencia inerme Primero Es ya de día. Ayer no supe prolongar el sueño necesario. Este día ha de ser como el otro. Eso supongo. Muy temprano ajusté la bitácora. Ahora, en primera persona mía, he de recomponer los pasos. Superando la fisura propia. Esa hendidura abierta. Siempre ahí. Como convocante falsa. Como recomposición ávida de otros lugares. Tal vez más ciertos. O, al menos, más coincidentes con mi nuevo yo, propuesto por mí mismo. Y, el recuerdo del ayer íngrimo, me hizo soltar la voz. Con mis palabras gruesas, puestas en lo del hoy concreto. Y sí que me fui hilvanando. Tanto como acentuar la prolongación. Del ayer elocuente. Hasta este hoy enmudecido de palabras convocantes. En repetición de lo mío. En contrapartida de lo punzante. De esa pulsión herética del pasado. Hasta este hoy propuesto. O, por lo menos, enclaustrado en el decir mío de la no pertenencia al pasado. Pero, tampoco, como posición libertaria del hoy o del mañana. Y sí que, entonces, empecé a enhebrar lo dispuesto. En la asignación hecha propuesta. De un devenir lúcido, cierto. Y no esa prolongación de lo habido a momentos. Como simple ir yendo con las coordenadas impuestas. Desde una visión incorpórea, hasta divisar el yo mío, cubierto de nostalgias afanadas. Puestas en ese ahí como tridente vergonzoso. Hecho de premuras malditas. Acicaladas con el menjurje dantesco. Una aproximación a entender los y las sujetos en pena. Por simple transmisión de la religiosidad banal. Cicatera. Gobernanza ampulosa en la cual el yo se convierte en simple expresión estridente. Afanada. Lúgubre. Por lo mismo que se ha ido en plenitud de vuelo acompasado. Con las vivencias erigidas en el universo no entendido. En esas volteretas de lo que llaman suerte. Para mí, en verdad, simples siluetas inventadas. En ese estar ahí como propuesta no entendida. No vertida en la racionalidad vigente. Y sí que me fui, entonces, en búsqueda del eslabón perdido. Como en ese recuento hablado acerca de la sucesión de propuestas y de acciones asimilables a la progresión de Natura breve. O expuesta al ir venir expósito. Como si fuera simple réplica de lo que soy y de lo que somos. En esa somnolencia propiciada por la intriga habida. Interpuesta. Acicalada. Enhiesta. En lo que esto tiene de simple vejamen de la libertad del ser construido en el simple desenvolvimiento de la historia del ser. Y de los seres. En univoca pluralidad
  • 2. convincente. Y, entonces, volví a la trayectoria. Desde la simpleza hecha a trozos, hasta la complejidad habida, como simple resultado de la evolución darwiniana. Opaca, por cierto. Porque, digo yo, no está cifrada en la complejidad concreta. Vigente. Como réplica de ese ir creciente. Mío. Y de todos y todas. Y, estando ahí por cierto, volví a lo racional emergido de Ancízar, en otro tiempo. Y me dio por repeler lo simple. Y, por el contrario, tratar de hacer relevante lo humano. Eso que somos y hemos sido. En pura réplica de lo vivido antes. Yo, como sujeto vesánico, me fui empoderando de lo que ya estaba. Y me dio por empezar a verter el lenguaje entendido. En sumatoria de palabras entendidas. Oídas en pasado. Y transformadas en presente inicuo. Prolongado. Como mera extorsión a la verdad pertinente. Racional, pero incomprendida. Y me seguí yendo. En esa apertura milenaria. En el engaño próximo-pasado.- En la expresión no efímera. Pero si atiborrada de recuerdos de lo pasado, pasado. De ese estar de antes, surtido como semejanza del Edén perdido, por la decisión equívoca del Dios siniestro. Vergonzante. Simple réplica de lo que se puede asimilar al tósigo inveterado. Amorfo. Sin vida. En ese estar estaba. Como cuando no volví ver a Ancízar. Buscándolo, yo, en cualquier laberinto lunático. O en la profundidad avasallante de lo que no ha sido. Y, por lo tanto, lo incomprendido en la racionalidad vigente. Y lo volví a ver en la otraparte impávida. Como si no fuese con ella el aprender a dilucidar. Como si no fuera posible decantar lo uno del yo. Del otro uno del otro. En fin que en esa expresión vivida, se fue abriendo el territorio mío. O el de Ancízar ya ido. O, simplemente, el de aquel pasajero íngrimo. En esa soledad doliente. Infame. Si se tratara de volver sobre lo ya pasado. Yo diría que el tiempo se ha hecho fuerza perdularia. Ese tipo de esquema afín a la dominación espuria. En una libertad no próxima. Prolongada. En lo que esta tiene de semejanza a la imposición proclamada por el Dios impuesto. De esa figura de reencarnación atrofiada. Mentirosa. Impávida. Como si fuera lugar común para todo aquello ido. Por la vía de la hecatombe provocada. En esa batalla entre seres ciertos, reales. Y la impúdica creación de opuestos. En una lucha porlongada. Sin la redención propuesta como ícono. Ni como ampuloso discurso férreo. Póstumo. Erigido como secuela de lo creado por decisión distante, impersonal. Como atrofiamiento de lo dialéctico. Del ir y venir real, verdadero. Opuesto a la locomoción propuesto desde
  • 3. afuera. Desde ese territorio sacro, impertinente. Porque, en el aquí y en el ahora, yo percibo que lo ido. Y lo venido, serán ciertos en razón a que se exhiba el paso a paso de la construcción darwiniana de la vida en sí. Que es cuerpo y real propuesta al desarrollo de lo que somos y seremos. Cuando Isolina Girardot despertó, el día primero de abril de 2025, recordó lo sucedido el día anterior .Estuvo con Isabel Pamplona, en Anápolis, ciudad siempre acogedora. Uno de los aspectos más importantes, hacía referencia a la manera de abordar la doctrina de la libertad. Doctrina inmersa en vacíos conceptuales. Algo así como entender su dinámica, anclada a la teoría de “vista atrás”. Es decir, una reiteración en torno al hilo conductor: por más que avancemos en el discurso libertario, navegamos en el remolino de la repetición. Significa desandar, por lo menos en la noción de asumir los hechos, en un contexto de cotidianidad, agresivo. Ya Isabel le había advertido a Isolina sobre las consecuencias relacionadas con la depravación vigente. Los malos tratos recibidos avanzaban exponencialmente. Inclusive, Isabel, hizo referencia a la cantidad de momentos vividos bajo el énfasis de los textos producidos. Textos que relacionan la libertad con esquemas discursivos. Unos esquemas de fulgurantes palabras huecas. De hechos formales. Inclusive le recordó lo sucedido el 8 de marzo de 2024. Cuando enfrentaron la fatiga de los escenarios y de las intervenciones alusivas a la mujer. Como ícono, en constante crecimiento. Una forma de respaldar la interpretación de los aportes, en términos de epopeyas vinculadas con la defensa de sí mismas en la ciudad, en el campo, en el hogar; utilizando un lenguaje impúdico. Una reflexión atada a la globalización. Un contexto en el cual se vulneraba la emancipación, por la vía de utilizar ese referente, como doctrina soportada en la superficialidad; cuando no con una variante perversa del homenaje a las madres, de por si degradado, absorbido por la literatura y las prácticas inveteradas. Como aquella de hacer coincidir afecto y respeto, con la oferta de mercancías. No obstante, en esa referencia, Isabel postuló la posibilidad de rehacer el concepto de libertad de las mujeres. Tal vez, volver al origen de la declaración primera. Esa derivada de las obreras y las mujeres libertarias, cuando erigieron la lucha autonómica, soportada en la
  • 4. dignidad, contra los atropellos, contra la asimilación de sus reivindicaciones, a simples acciones cautivas de la lógica de una sociedad absolutamente centrada en la opción de la ternura como la implicación de las mujeres en el proceso orientado por el rotulo: nacieron para ser madres. Esa huelga de las mujeres obreras en una empresa de Estados Unidos, en 1910, constituye referente obligado, al momento de valorar la celebración del 8 de marzo, como el Día Internacional de las Mujeres. Asimismo, Isabel, hizo alusión a la variante de transformar esa degradación absoluta, por la vía de otorgarles el derecho, inmóvil, pasivo y condicionado, a la expresión. En eventos y celebraciones. Es obvio, decía Isabel, que no ha habido traslado de lo allí expresado, a una generalización real, en el día a día. Para Isolina, ese día de abril de 2025, fue la reafirmación de su autonomía. Pues decidió su ruptura con Adrián, su gendarme y tutor en casa. Aquel que siempre reivindicó en público su condición de amante libertario que compartía con ella la opción de vida vinculada con el concepto de autonomía plena. Un desdoblamiento que ella no soportó más. Yo no tenía certeza, si Isolina había estado conmigo en la caminata que hice en compañía de Susana y Juliana. Lo único claro, para mí, fue su recuerdo, al quedarme dormido, una vez en casa, después de despedirme de Juliana. Isolina fue compañera de Martha y de Maritza en los primeros grados de escuela. Había conocido a Adrián, mi hermano, en una fiesta, realizada en celebración de los cuarenta años de Liceo Nietzsche, en el cual trabajaba Juliana. Morena, esbelta, un cabello crespo, pegado al cráneo. Nunca pretendió alisárselo. Se sentía feliz con esa prueba de su afro descendencia. Fue mi confidente en los momentos de angustia causados por el quehacer perverso de la empresa. De ella aprendí el amor por nuestras raíces. Siempre me ha acompañado su recuerdo. Mujer abierta, sincera y de una fortaleza impresionante para enfrentar los rigores asociados a la lucha por los derechos de las etnias. Cercana a todo el proceso reivindicatorio de la equidad y solidaridad de género. Acompañante de las mujeres de la Ruta del Pacífico. Conocedora de los crímenes de lesa humanidad en el país. Y, por lo mismo, tejedora de posibilidades
  • 5. libertarias de las negras y los negros. De nuestros nativos Wayú, de los Paeces; de los de la Sierra Nevada. El día que se conoció de la tragedia provocada en Bojayá y en la cual murieron más de 100 negros y negras, mujeres, niños, niñas, adultos; Isolina promovió un clamor social, un repudio al hecho y de solidaridad. Asimismo ocurrió, cuando en Barrancabermeja, fueron asesinados y asesinadas personas, civiles; trabajadores y trabajadoras De todas maneras, ese día, al despertar tenía la esperanza de encontrarla, de que lo soñado era realidad. Quería que me repitiera esas imágenes escritas que leí en el sueño. Pero no. Isolina no estaba. En su lugar estaba esa sombra de la soledad. Esa que me acompaña a cada momento. Pensé en Juliana, en su mirada hacia el profesor Arenas. Pensé en Susana, en la cita que tuvimos y que nos distanció más. Pensé en Sinisterra en su pérfida pasión por el enriquecimiento, en su malvada tendencia a engañar y a fornicar, con consentimiento o sin él. Maritza estaba sentada en el vergel. Una casa inmensa. Había conocido a un hombre con el poder que otorga el hecho de tener dinero en abundancia. Su nombre era Pánfilo. Individuo de malas mañas. Con extensiones de tierra, casi infinitas. Conocedor del negocio que alucina Controlador de procesos de envíos, de siembras, de crímenes ligados a esos procesos. Demasiado rico. Demasiado hacedor de poderes y macropoderes. Tanto que, en 2002, auxilió a campañas políticas hacia los instrumentos de poder. Año aciago ese. Cuando se conoció de un discurso ampuloso vinculado con la seguridad y la paz. Cuando, la asunción al poder ejecutivo, constituyó un pulso entre la libertad y la ignominia la presencia de una versión bastarda de la libertad. Una extensión de poderes y macropoderes, en todos los ámbitos. Una manera de proponer la interpretación de la lógica. Una manera de poner de revés la búsqueda de la libertad. Un tanto como el fascismo de Mussolini, anclado en la denominada voz del pueblo. En la expresión no cierta de que éste nunca se equivoca. La voz del pueblo es la voz de Dios, en crecimiento exponencial. En donde todo es sensato y posible, por la vía de la teoría de que el fin justificaba los medios. Pánfilo Castaño, era un hombre pragmático. Así se había hecho rico. Así había comprado su posibilidad de crecer en un entorno de corrupción. Lleno de expresiones que conducen a
  • 6. validar el poder, por la vía de construir un equilibrio entre el delito y los crímenes, con el ejercicio de un poder ejecutivo vertical, supuestamente democrático. Al llegar, saludé a Maritza. Ella permaneció inmóvil, en silencio. Se creía sujeto de alto vuelo. Por lo mismo, significaba el hecho de que sus circundantes le reverenciaran. Un hacer la vida, por la vía del control. En donde el dinero permite ascender de estrato y de controlar poderes y micropoderes. Por fin atendió mi expresión. Me dijo, Samuel, tú eres incorregible. Sigues pegado al recuerdo de nuestra madre. Por el contrario, yo aprendí la lógica de lo cotidiano, de lo real. De aquello que, siendo real, permite la manipulación. Es un empoderarse de los ofrecimientos que otorga la vida. En el cual los valores no existen, en el cual, lo que vale es sentirse pleno, sin afugias. Yo, seguía diciendo Maritza, estoy aquí, porque he podido interpretar la magia de ese equilibrio. En eso, apareció Pánfilo, con su esotérica presencia, saludando en la distancia. Asumiendo que yo, también, era sujeto controlado. Me dijo: estoy aquí, no por tu hermana que parece una zorra; sino por la fascinación que ofrece el poder y el logro del equilibrio. Como si de antemano supieras que no existe barrera para el poder del dinero. Yo, me resistí a la veleidad de Pánfilo. A su peculiar manera de entender la vida como simples sumas y restas. En el cual, lo humano se traduce en simple expectación Una vez terminada la conversación con Maritza, me dirigí al Teatro España, en donde se realizaba una conferencia, titulada,” Estado, poder, educación y bienestar”. El conferencista era el mismo profesor Pedro Arenas. Había conocido de la misma, por una llamada que me hizo Juliana y me invitó. Más tarde comprendí que, Juliana, había concretado con el profesor Arenas, una reunión, o para ser más preciso, un estar, después de la disertación. La denominación de la intervención, hablaba de la noción de poder educación y de bienestar social en América Latina. Antes de empezar, el profesor Arenas, pidió, al auditorio, un reconocimiento hacia
  • 7. la labor realizada por Juliana en El colegio Federico Nietzsche. Luego empezó su disertación, así: El ser individual es, de por sí, complejo. En cuanto logra, aún en su condición de individuo (a) primario (a), construir su propia visión de la exterioridad. Este proceso está asociado a los sentidos biológicos. La percepción, como ejercicio inicial que permite acceder a insumos externos, ejerce como instrumento para recolectar esos datos y procesarlos. Ya ahí, la diferenciación se establece por la vía del seguimiento y continuidad, originados en la capacidad para retener la información e interpretarla. No es una memoria simbólica ni formal, como la de los otros animales. Esa memoria trasciende a la repetición simple de lo aprendido, a manera de expresión espontánea y/o de respuesta instintiva a motivaciones externas. Por el contrario, es una memoria en constante actividad y que actúa como recurso pleno e intencional, cuando se hace necesario recordar lo visto antes, lo vivido; a partir de experiencias individuales y colectivas. Así y solo así se puede entender la capacidad que adquiere cada sujeto (a), para proponer y desarrollar opciones dirigidas al proceso de transformación de la exterioridad. Pero también, para entender la construcción de una simbología para sí; de tal manera que ejerza como instrumento fundamental, a la hora de definir sus propias perspectivas; en cuanto expectativas originadas en su propia pulsación con respecto a los (as) ) otros (as). Entonces, la esperanza, la ilusión, los afectos, el placer como elaboración suya; constituyen referentes en los cuales se cruzan la individualidad y lo colectivo. No como derogación de lo primero en función de lo segundo; sino como interacción que el (la) sujeto (a) individual acepta, e incluso propone, en el camino hacia la obtención de un determinado fin. Ya, en esta expresión, es pertinente entrever la influencia (...en esa memoria individual, como acumulado constante) de las tradiciones aprehendidas por la vía de la imposición y/o de la experiencia directa, que adquieren determinadas instancias simbólicas; construidas a partir de procesos individuales y colectivos. Así entonces, a manera de ejemplo, cabe analizar en ese espectro; el rol de la religión, de los códigos y paradigmas que ejercen como limitaciones al desarrollo pleno de la individualidad, en cuanto adquieren una significación que trasciende a cada sujeto (a) y lo (a) obliga a un acatamiento; so pena de quedar por fuera de esa figura de concertación colectiva que lo (a) compromete. No reconocer la concertación (a la manera de equilibrio); tuvo siempre (...y tiene ahora) para cada sujeto
  • 8. (a) repercusiones profundas. Inclusive, de su aceptación o no, depende en muchos casos la existencia suya como sujeto (a) individual vivo, como actor válido. En este contexto cabe una expresión relacionada con la incidencia que adquieren las opciones propuestas, por parte de los (a) sujetos (as) individuales; en lo que hace referencia a la interpretación de las pautas, paradigmas y condiciones vigentes en un determinado período histórico. En sí esas pautas y condiciones, no son otra cosa que construcciones colectivas que trasciendan a cada individuo (a). Podría aseverarse inclusive que, en las mismas; cada sujeto se subsume, como quiera que no le esté permitido transgredirlas. Está obligado, en consecuencia, a asumir una interpretación similar a la que realizan los (as) otros (as). Si su decisión es hacer trasgresión, bien sea por la vía de proponer una interpretación diferente y/o de asumir la opción directa de cuestionarlas y trabajar por su destrucción; se entiende que asume las consecuencias a que esto conlleva…Entonces se configura, a partir de esa intervención individual, una confrontación con la simbología e iconografías colectivas. Aquí, en esa confrontación, se enfrenta la construcción individual con la construcción colectiva. Esto es válido, como decíamos arriba, tanto para los paradigmas colectivos asociados a la religión; como para aquellos paradigmas asociados a la noción de ordenamiento y de jerarquización. Queda claro, asimismo, que estas construcciones colectivas, son posteriores a la apropiación primigenia de la exterioridad, a la internalización primera realizada por cada sujeto (a) en su contacto inicial con la naturaleza. Es decir, son elaboraciones, desarrolladas en el tiempo y en el espacio; como acciones concientes o inconcientes (...o mediante una interacción entre los dos estados) en donde se aplica el conocimiento acumulado, a manera de ordenamiento de las percepciones recibidas y almacenadas en la memoria. Pasa a ser, por esta vía, una memoria de todos y todas. Una memoria colectiva que se construye a través de la comunicación y de la instauración de códigos e íconos que dan fe de la concertación. Toda herejía, en principio, es una acción individual. Compromete a quien realiza una interpretación diferente y se decide a proponerla como opción. Bien sea como modificación parcial de las pautas, paradigmas y condiciones instaurados como referentes colectivos; o como alternativa que conlleva a una modifi9cación total, radical. Algo así como o son esas pautas y paradigmas o son estas pautas y paradigmas alternativos. Ya ahí, en esa acción
  • 9. de proponer una alternativa, se configura un distanciamiento con respecto al ordenamiento vigente. Adquiere ese hecho un significado asimilado a la ruptura. En el proceso de enfrentar esa opción (...u opciones) con las existentes; el (la) sujeto (a) que ejerce como cuestionados (a), desemboca en una posición herética. A partir de ahí, se trata de definir las condiciones y el tipo de acciones a realizar, el proceso de difusión de la opción u opciones nuevas. Aquí, condiciones, tienen que ver con los insumos recaudados para sustentar la nueva opción. Tipo de acciones, tiene que ver con realizar una confrontación individual absoluta. O la adquisición, mediante el proceso de persuasión o imposición, de una aceptación de los (as) otros (as). De tal manera que pueda presentarse y desarrollar como opción u opciones colectivas. Esto no es otra cosa que el comienzo de una sumatoria de acciones diferenciadas; en procura de lograr la aceptación y acatamiento, bien sea de la modificación parcial o de la erradicación de las anteriores pautas y paradigmas y, en su reemplazo, erigir las nuevas. De todas maneras, bien sea que se actúe en uno u otro sentido, es evidente la necesidad de cierta subyugación hacia los otros y las otras. Algo así como entender y aceptar el principio básico relacionado con el ordenamiento y el equilibrio por la vía de la imposición de pautas y paradigmas: siempre existan referentes establecidos como condición para el ordenamiento y el equilibrio; habrá unos códigos y obligaciones que ejercen como limitación a la libertad individual. Alcanzar unos nuevos referentes, unos nuevos códigos y nuevas obligaciones; supone la realización de acciones que controvierten lo anterior. Ahora se trata de establecer los términos de referencia, a partir de los cuales se configura la presencia y las acciones del colectivo; como sujeto pleno que trasciende a la individualidad pero no la puede subsumir. Desde una interpretación etimológica, sujeto colectivo se entiende como figura plural. Es decir, se asume su configuración como sumatoria, simple o compleja, de individualidades con presencia en un determinado escenario, ámbito o territorio. También involucra un concepto adjunto, que da cuenta de una posición asimilada a la conciencia y a su significado. Algo así como entender al sujeto colectivo en condición vinculante con respecto a una visión (o visiones) y a una interpretación de la exterioridad que lo circunda. El problema radica en la posibilidad efectiva para precisar el nexo entre esa figura colectiva
  • 10. y la individualidad, sin que implique la disolución. Porque, a partir de una interpretación centrada en el estricto comportamiento mecánico; podría pensarse en una dicotomía elemental, en donde la conciencia colectiva es una expresión que traduce los acumulados históricos, en cuanto vivencias, como información procesada que induce a una definición desde la perspectiva cultural. De todas maneras, la interpretación de lo colectivo, supone un imaginario. Este, a su vez, debe estar asociado al concepto de espacio físico. Algo así como establecer una dinámica en la cual aparece la interrelación entre los (as) sujetos (as) individuales, asociados e integrados con respecto a determinados códigos reconocidos como válidos. Ya decíamos antes, en esta misma línea de reflexión: los referentes, entendidos como códigos, pueden ejercer como punto de equilibrio; a través del cual se expresan las coincidencias. Ahora bien, la complejidad en la interpretación del significado y alcance de este equilibrio, está dado por el análisis del recorrido previo para acceder al mismo. Tal parece que se presentan dos opciones en la interpretación. Una de ellas tiene que ver la identidad pasiva que realiza cada sujeto individual con los códigos o referentes generales que inducen al equilibrio. La otra tiene que ver con la coacción, con la imposición, por la vía de acciones ejercidas por parte de quien o quienes se erijan como centro y/o como intérpretes únicos de esos códigos. La primera opción supone un tránsito no traumático, mediante el cual cada sujeto asume la identificación con los códigos (conciente o inconsciente). Es de suponer que, ya ahí en ese tránsito hacia la identificación o reconocimiento, se configura una ruptura con respecto al yo absoluto. Se traslada parte de la identidad personal, a la identidad colectiva; como condición indispensable para acceder al equilibrio. Se entiende y acepta esa necesidad, en una perspectiva grupal, plural. Ahora bien, los códigos pueden adquirir características religiosas, o de simples premisas para el trabajo asociado; o de compromisos para establecer una figura colectiva relacionada con el ordenamiento global de obligaciones; o una sumatoria compleja de todas estas las anteriores. Lo cierto es que la aceptación se expresa como actitud soportada en la libertad para definir. La segunda opción supone la presencia de posiciones previas; en las cuales es evidente una diferenciación en términos no solo de interpretación y elaboración con respecto a la
  • 11. exterioridad; sino también en términos de apropiación unilateral de los acumulados históricos de las vivencias entendidas como insumos para la construcción de los códigos, referentes. O paradigmas. Aquí, entonces, se configura un recorrido traumático; por cuanto supone la restricción impuesta a las posibilidades individuales. No es ya la aceptación en libertad; es por el contrario la imposición a reconocer, tanto los referentes en sí, como también a quien o quienes los representan y los imponen. Ahora es pertinente desarrollar algunos conceptos en relación al comportamiento del sujeto colectivo; a partir de su separación con respecto a los (as) sujetos (as) individualmente considerados. Supone, entonces, la aceptación de su existencia con expresión propia; regida por pautas que, a su vez, pueden ejercer como referentes generales. El problema tiene que ver con precisar las condiciones y/o prerrequisitos necesarios para consolidar la figura de la instancia abstracta; aquella que se desprende del sujeto colectivo y se rige como referente que debe ser acatado; no solo por los (as) sujetos (as) individuales; sino también por la colectividad que se construye y se hace plena en razón a la interacción constante entre los (as) sujetos (as). Ya, aquí, puede hablarse de una prefiguración territorial y de unos vínculos que hace posible esa interacción. Supone la aceptación de la identidad individual propia de cada sujeto (a); pero también la existencia de los (as) otros (as) como pares que comparten una misma identidad colectiva. Segundo (un yo vulnerador) En lo diferido, en ese entonces, estuve malgastando los recuerdos. Como quiera que son muchos. Y han viajado, conmigo, en la línea del tiempo profundo. Hacia diferentes medidas de trayecto lineal. En este día, estoy como al comienzo. Es decir como aletargado por las palabras vertidas en todo el camino posible. Uno de los momentos que más me oprimen, tiene que ver con el incremento de hechos dados. Expósitos. Como esperando que alguien efectúe inventario de vida alrededor de ellos. Y, en ese proceso de manejo contado, fui hilvanando preguntas. Algunas, se han quedado sin respuesta. Y, por lo mismo, es un énfasis en litigio. Entre lo que soy ahora. Y lo contado por mí mismo, como insumos del ayer pasado.
  • 12. El día en que conocí a Abelarda Alfonsín, fue uno de tantos. Andábamos, ella y yo, en esos escapes que, en veces, son manifiesto otorgado a la locura. Ella, venida desde el pasado. Un origen, el suyo, envuelto en esa somnolencia propia de quienes han heredado tósigos. Como emblema hiriente. Un yo, acezante, dijo el primer día de nuestro encuentro. Iba en esa aplicación del legado, como infortunio. Aún visto desde la simpleza de la lógica en desarmonía con los códigos de vida. En universo de opciones no lúcidas. Más bien, como ejerciendo de hospedante de las cosas vagas. Esto fue propuesto, por ella, como referencia sin la cual no podría atravesar ese mar abierto punzante, hiriente. Y yo, en eso de tratar de interpretar lo mío. Como pretendiendo izar la iconografía, por vía explayada. En la cual, el unísono como plegaria, hirsuta; hacia destinos perdidos, antes de ser comienzo. En la noche habitamos ese desierto impávido. Hecho de pedacitos de verdades. En una perspectiva de ilusiones varadas en su propia longitud de travesía andada. No más nos miramos, dispusimos una aceptación tácita. Como esas que vienen desde las tristezas ampliados. Un quehacer de nervio enjuto. Y nos mirábamos, a cada nada. Ella, mi acompañante vencida por el agobio de los años y de su heredad inviable; empezó a proponer cosas habladas. En insidiosas especulaciones que, ella misma, refería como simples engarces de verdades. Una tras otra. Una nimiedad de haceres pródigos. Como en esa libertad de libre albedrío, que no permite inferir, siquiera, ficciones ampulosas. Tal vez en lo que surge como simple respuesta monocorde. Insincera. Demoniaca, diría Dante. Por mi parte, ofrecí un entendido como manifiesto originario. Venido desde la melancolía primera. Atravesada. Estando ahí, siendo yo sujeto milenario, se fue diluyendo el decir. Cualquiera que haya sido. Me fui por el otro lado. En una evasión tormentosa. Abigarrado volantín en tinieblas. Sin poder atarle el lazo de control. Y, entonces, desde ese pie de acción; lo demás se fue extinguiendo. Sin hablarnos, pasamos durante tiempo prolongado. Sus vivencias, empezaron a buscar un refugio pertinente. Se fugó de la casa en la que hacía vida societaria. No le dijo a nadie hacia donde iba. Solo yo logré descifrar esas palabras escritas. Un lenguaje enano. Casi imperceptible. Y la seguí en su enjuta ruta. Sin ver los caminos andados. Era casi como levitación de brujos maltratados, lacerados por la ignominia inquisidora. Volaba, ella, en dirección a la marginalidad del horizonte kafkiano. Una rutina de día y noche. Sin
  • 13. intervalos de bondad. Ni de lúdica andante. Y, ella, vio en mí, los depositarios de sus ilusiones consumidas ya. Y, yo, hice énfasis en lo cotidiano casi como usura prestataria. Como si, lo mío, fuese entrega válida en, ese su vuelo a ras de la tierra. Cuando lo hicimos, sentí un placer inapropiado. Ella impávida. Como simple depositaria de mi largueza hecha punzón. Un rompimiento de himen, doloroso. Y se durmió en mi recostada. Y vi crecer su vientre a cada minuto. Y la vi, en noveno mes, vencida. Como mirando la nada. Y con esos ojitos cafés llorando en su mismo silencio. Vulcano lo llamé yo. Desde ese venirse en plena noche de abrumadora estreches de ver y de caminar. Y, este, creció ahí mismo. Y, ella, con un odio visceral conmigo y con él. Miraba sin vernos. Y fue decayendo su poquito ímpetu ya, de por si desguarnecido. Le dije, sottovoce, que el hijo parido quería hablar con ella. Y lo asumió como escarnio absoluto, pútrido. La dejamos allí. En ese desierto brumoso. Nos fuimos en dirección mar abierto. Y empezamos a deletrear los mensajes recibidos. Desde ese vuelo perenne. Y sus códigos aviesos, ya sin ella. Hasta que recordé que la amaba. Y que le hice daño físico, al hendir lo mío en tierno sitio. Y dejé que Vulcano se fuera en otra dirección. Yo me quedé ahí. En sitio insano. Sin ninguna propiedad cálida. Sin ver sus brazos. Y su cuerpo todo. Y me fui yendo de esta vida. Y, rauda, la vi pasar. En otro vuelo abierto, con dirección a lo insumiso. Como heredad. Como sitio benévolo. Desperté. Me encontré al lado de Olga y de mi madre. Verdaguer acariciaba a mi madre. Ahí en donde ella explotaba. Olga estaba desnuda, me obligó a montarla. Gritaba de placer, viendo a Verdaguer y a mi madre; conmigo encima. Sacudía todo el cuarto. Las paredes se agrietaron; todo el lugar fue cubierto de un líquido viscoso, con un color entre amarillo y blanco. Superó la altura de la cama, nos ahogó…asistí a un despertar equivocado. Porque, realmente, fui despertado por Silvia, quien había acudido a casa, pretendiendo una expresión de desasosiego, ante mi ausencia y mí silencio con respecto a ella. Todavía escuchaba las palabras de Menchú. Todavía me sentía absorbido por el líquido amarillento.
  • 14. Ya he viajado mucho, comencé en ese lugar que yo creía que no existía. Plaza Felicidad, un sitio adecuado para darle vuelo a la imaginación. Una imaginación imantada, como quiera que se ofrecía, por si misma, a quienes llegaran allí, sin naufragar. Requisito con alto grado de dificultad para alcanzarlo. Porque, náufrago, es aquí haberse dejado vencer por las vicisitudes cotidianas. Haber sido absorbido, alguna vez, por los códigos que rigen el quehacer, de tal manera, que cada quien como sujeto pierde su identidad. Se elimina la libertad por la vía de atar la esperanza a un instrumento fijo, estático. Instrumento conocido como insumo necesario a la hora de concretar una opción totalizadora. Esa que remite a cada quien, como expediente. Con un itinerario preestablecido. Aquel que va desde si mismo, hasta el control. Expediente guardado con sumo cuidado, en secreto. Solo le es dado conocer a quienes irrumpen en la vida, individual y colectiva, como hacedores de oportunidades. Esos que le definen a cada quien, aún antes de nacer, un lugar y un rol. Este viaje mío ya estaba codificado. No recuerdo ni el día, ni la hora en que perdí la autonomía. Creo que esto le ha pasado a todas las personas. Sin embargo, en mí, constituyó un hecho absolutamente trascendental. Como quiera que estuviera al garete, desde el día en que nació mi madre, a la cual conocí sin esta haber conocido a mi padre. Recuerdo que, desde mi condición de niño no nacido, ya estaba girando alrededor de entornos azarosos. Lugares en los cuales la incomunicación es punto de partida y soporte de la vida. Plaza Felicidad, es un territorio poco poblado. Tanto así que el número de personas está dado por una operación simple. Aplicada la misma, el número resultante no traspasa la barrera de una progresión aritmética, en la cual la finitud está condicionada por el prerrequisito vigente. Llegan personas de todas partes. Una expresión mínima, si se compara con los habitantes que quedan por fuera, que no clasifican. Es decir, casi todo el mundo. Por lo mismo, entonces, yo tuve que huir de allí. Porque mi imaginación es de muy corto vuelo y porque, siempre me he sentido atado a un tipo de nostalgia que destruye cualquier aspiración. Lo mío ha sido una vida condicionada. Como la de casi todos los demás; la diferencia reside en el hecho de ir y venir. Entre sueños tempestuosos y alucinados, hasta vivir en presente, pero sintiendo encima el pasado como carga inverosímil, que no me deja
  • 15. mover en libertad. Ya esto lo había planteado antes a Juliana. Precisamente, por esto, Juliana me acompañó, hasta el día en que se enamoró de Pedro Arenas. Con Isolina, ella y él, reúnen los requisitos para acceder a Plaza Felicidad. Por su condición de libertarias. Porque, en el caso de Isolina, llegó hasta la muerte por defender su autonomía. Para ella, la felicidad, siempre estuvo del lado de sus actuaciones y realizaciones. El día en que cremaron su cuerpo, después de la breve ceremonia que reunió a todos y todas aquellos y aquellas que compartimos sus convicciones. Claro está que, en mí, esa compartición, es un decir. Porque he sido y sigo siendo un sujeto partido. Un tipo de esquizofrenia magnificada. Por lo tanto, mi expresión hacia ella aparece como de superficie. Mi interior no reconoce ese tipo de convicciones y de principios, en razón a que es una interioridad enfermiza, llena de vericuetos insospechados y que no pueden ser cuantificados. Desde mi vicioso afán por despojar a las mujeres de su existencia, por la vía de la vulneración constante. Desde mi madre, hasta Juliana. Desde ésta a Isolina y desde Isolina a cualquier mujer, independientemente de su cercanía o de su distancia inmensa. A todas las he deseado. Con ese deseo destructor, grosero. Ese día tuve conocimiento del legado escrito de Isolina. Comenté con Juliana al respecto y ella propuso rescatarlo, organizarlo y expresarlo en cátedra magistral. No sospeché, en ese momento que el destinatario era el profesor Arenas. Me comprometí, con Juliana, a tramitar los permisos requeridos. Tanto de la familia de Isolina, como también de sus pares en el movimiento feminista. Una vez analizados los escritos, por parte de Juliana y del profesor Arenas, se escogió un escrito realizado por Isolina, acerca del rol de las mujeres en la historia del periodismo en Colombia. A partir de ahí, Arenas y Juliana diseñaron la versión que sería presentada como cátedra magistral en la universidad en donde labora el profesor. La fecha se fijó para el día 8 de marzo. Incluiría la presentación del escrito, su impresión, revisión, a manera de edición, a cargo del profesor Pedro Arenas. Además se propuso y aceptó que la cátedra tendría tres sesiones, a partir de ese 8 de marzo. Una cada quince días. La recopilación de esas tres sesiones, se haría partir de lo expresado por Arenas.
  • 16. El día de la inauguración estuve, antes, en casa de Jerónimo, el joven que conocí en la empresa. Jerónimo había solicitado mi intervención en un asunto relacionado con su novia Teresa. Algo así como asistirlos en el proceso de su definición matrimonial. A decir verdad, no me interesaba ejercer como consejero. Acepté visitarlo, más bien por ese deseo que me acompañaba, de estar cerca de Teresa. Otra vez, soy conciente de ello, mi afán vulnerador. Cierta noche soñé con ella. Una réplica de mis continuos abusos temerarios y violentos. La asedié, desde su salida del colegio, sin que ella se percatara de mi presencia. En un lugar despoblado, por el cual ella tenía que pasar, la abordé. Yo tenía una máscara para no ser reconocido. La tiré al piso, la desnudé. La penetré de manera violenta, como lo he hecho siempre, con mi madre, con Olga, con Maritza, con Martha, con las niñas que he violado. Teresa era una de ellas, tiene quince años. Su estreches me volvió loco de pasión. Le destruí su himen, la saturé con mi líquido viscoso que manaba y manaba. Le apreté sus pechos turgentes, en un ritual asfixiante. Teresa lloraba, forcejeaba. Esto me excitaba más y más. La golpeaba, le mordía sus labios, hasta sangrar. Quemé su ropa, la dejé en el piso y huí. Llegué a casa de Jerónimo y allí estaba ella. Todo el tiempo que hablamos, mi mente estaba lejos, en ese sueño. Sentí deseos de vulnerarla, delante de Jerónimo y matarlos después. Cuando expresaron su intención de casarse, los odié a los dos. No me hacía a la idea de verla con él. De presumir su primera noche, envueltos en ese ejercicio puro, sexuado, alegre y reconfortante. Lo mío no es eso. Lo mío es el afán de acabar con todas; de destruirles su gozo; de no dejarlas en paz; de terminar ese proceso que es mío y de nadie más. Al despedirnos, expresé la misma engañifa que es el soporte de mis intervenciones. Me comprometí a ayudarlos, de una manera cínica, besé la mejilla de Teresa y me fui. Mi primera reclusión se produjo, justo el día de mi 39 aniversario. Se habían acrecentado mis acciones ignominiosas. Se profundizó mi partición, en términos de no identificar ni diferenciar sueños y realidad. Vagué todas los días, con sus noches, en busca de objetivos. Mis imágenes eran cada vez más punzantes y más diferenciadas. Siempre estaba viviendo un recorrido brutal. Mis imágenes volaban y se estacionaban, según mi necesidad. Una necesidad constante. No podía pasar una fracción de tiempo superior a 24 horas. Cuando
  • 17. esto sucedía, cuando no alcanzaba ningún trofeo, mis alucinaciones eran mucho más enfermizas. Mi cuerpo temblaba, daba tumbos, golpeaba las paredes, los árboles. Solo encontraba sosiego, cuando victimizaba; Cuando podía expresar toda mi capacidad; cuando mi falo erecto, penetraba y despedazaba. Cuando sentía claudicar a mis víctimas. Sentía mucho más placer, cuando olía la sangre que brotaba de la abertura de mis víctimas, las palpaba, hasta casi destruir su clítoris. Cuando mordía sus pezones, delirando de gozo perverso.. Me sentía un Rasero al revés. Porque éste, al menos tenían en consideración la aceptación de sus mujeres. Yo no soportaría nunca una aceptación. Mi gozo era directamente proporcional al rechazo, al forcejeo de las niñas y las mujeres adultas. Lo aprendí de Santiago, mi odiado padre. Le debo sus enseñanzas, teniendo a mi madre como mujer tipo en la cual descargaba todo su furor de macho prepotente. Para mí era todo un espectáculo verlo encima de ella y ella tratando de detenerlo. Cuando él no estaba yo pretendía hacer lo mismo, desde mi primer día de nacido…reconocía en esto mi desencuentro total, el desdoblamiento más perverso. Decía defender a mi madre, de la violencia de mi padre. Pero, en el fondo deseaba ser como él, avasallarla, como lo hacía él. Un hospital como reclusorio. Allí me llevaron el día en que violé a Natalia, una niña de 13 años. Le devoré todo su cuerpo, con saña brutal. La dejé en el mismo sitio en el cual la abordé. Desangrándose. Fui detenido en ese mismo sitio; me amarraron, me apalearon. Asimilaba el dolor, reía, vociferaba, como si estuviera, palabras más, relacionadas con todo lo vivido. Llamaba a Maritza, a Olga…, a mi madre. Las deseo a todas otra vez. Eso decía, mientras era conducido. Me calmaron y durmieron con medicamentos para enfermos psiquiátricos Me inyectaron enantato de flufenazina. No recuerdo cuanto tiempo estuve narcotizado. Lo cierto es que, cuando desperté estaba atado a la cama. Sentí una sed inmensa. Pedía agua, a gritos. Un cuarto solo, desde donde nadie oía mi petición. Un cuarto saturado de colores que inducían a la desesperación. Como castigo que se extiende a lo largo de las horas.
  • 18. Mi segunda reclusión se produjo a mis cuarenta y cinco años. Hacía tres años había escapado del hospital-cárcel. Lo hice, cuando era llevado a un reconocimiento por parte de las víctimas. Corrí todo el día, hasta llegar a casa de Adrián. Me dio asilo, a pesar de conocer mis retorcidas acciones. De allí, pase a un escondite proporcionado por Pánfilo. Una casita en la periferia de la capital. Pánfilo me visitaba con frecuencia; gozaba con mis confidencias; en las cuales relataba mis experiencias. Tomaba nota de ellas, para no dejar escapar los detalles. Supe, después, que mis relatos fueron aprovechados como instrumentos de los cuales se aprendía el protocolo necesario para aplicar en los sitios y en las mujeres donde sus adeptos ingresaban, arrasando. Yo sentía una sensación dicotómica. Como creador y maestro de formas para vulnerar; como sujeto que reclamaba otra opción de vida, sin propiciar laceraciones. Esta segunda reclusión fue mucho más ejemplarizante que la primera. Escuchaba voces que expresaban análisis de mi caso. Este fue tipificado como depravación y desarreglo irreversible. Les oía hablar de la necesidad de una intervención denominada lobotomía, como único recurso para resolver mi situación. Fui lobotomizado, un año después de haber sido recluido. Desperté. No respondía a ninguna motivación externa. Todo lo veía igual. No distinguía un elemento de otro. Una vivencia plana, sin ninguna sensación. La identificación como sujeto vivo biológicamente, la hacía a partir de caminar de un lado a otro del cuarto. Desfilaron a personas que no reconocía, mujeres niñas y mujeres adultas. Para mí eran como sombras que no me motivaban; a las cuales veía como construcciones asimétricas. Dos años después, se decretó mi muerte. Estuvo precedida de acciones pasivas intermitentes, asociadas a mi vida. Recuerdos cada vez más borrosos. Casi extinguidos. No volví a ver a mi madre, a nadie. Que pudiera identificar. Mi última visión fue Isolina Girardot. A partir de ahí dejé de existir, balbuceaba palabras parecidas a la expresión volveré. Esta fue mi primera muerte, pero no la última.
  • 19. Tres (Volviendo a nacer) Nací un día tres de abril,...Un cuarto saturado de luces blancas. Veía muchas personas alrededor de la cama. Mi madre estaba al lado. Una mujer joven. Su risa, absoluta, navegaba por todos los espacios. Se dirigía hacia mí, con voces suaves. Una mirada que me convoca a ver en ella una réplica de Isolina Girardot. En efecto, un cabello pegado al cráneo. Totalmente negro, sin las fisuras que adquieren las mujeres que ven en este tipo cabello, un limitante para su empoderamiento como mujeres, real o ficticiamente bellas. Una piel de color negro hermoso. Observo, de pie, al lado izquierdo de la cama, a un hombre negro, como mi madre y como yo. Percibí en él, un tipo de hombre sutil, sensible. Su mirada lo expresaba, sin lugar a equívocos. Totalmente diferente a mi primer padre. Mi madre lo miraba, asía sus manos y le decía, gracias Demetrio; se parece mucho a ti. Quiero que se llame Isaías; como tu abuelo materno. Ese ser hermoso que conocí. De una mirada limpia y de unas acciones profundamente humanas; con absoluto respeto por los otros y las otras. Todavía se mantiene, en mí, vivo ese momento en el cual le expresaba a tu abuela palabras que la inducían a posicionarse como mujer libertaria; en ese escenario inhóspito en que vivían. Todavía siguen vivas aquellas jornadas de cautivación, aquellas que ella y él, asumían roles vinculados con el amor absoluto; en una definición del mismo que prolongaba la continua búsqueda de momentos para amarse, para trascender la inmediatez. Como un proceso continuo, sin más ataduras que la imaginación. Inclusive, te lo confieso ahora, muchas noches, estando contigo en ese forcejeo que nos ha distinguido, yo cerraba los ojos y veía, en paralelo, a tu abuelo y a tu abuela, recorriendo sus cuerpos, susurrando palabras inequívocas de ternura y de pasión. Un equilibrio perfecto. El con setenta años de vida y ella con setenta y cinco; parecían adolescentes que desnudan sus cuerpos y realizan, sin detenerse, una lucha viva, llena de fortaleza y de entrega. Al escuchar a Isolina, me sentí transportado. Me encontré localizado en un territorio de frontera. Entre los recuerdos de mi primera vida y la perspectiva de asir, como hilo conductor, momentos de felicidad...Una confianza en mi mismo, que trascendía los
  • 20. entornos y realizaba búsquedas en un contexto social e individual en los cuales, ataba el pasado y el presente. Un pasado que comenzaba en escenarios históricos diferenciados. Veía la Roma de los Césares; a Suetonio relatando sus vidas. Percibía a Espartaco, caminaba con él; entendía sus opciones de vida. Me situaba en nuestros territorios antes de ser avasallados. Me veía inmerso en las relaciones primigenias. Con los rituales y con una organización social diferente. Los Aztecas, los Mayas, los Incas, los Chibchas…Todo esto en un universo de realizaciones propias, en el proceso de asumir y dominar a la Naturaleza. Trascendiendo lo inmediato, por la vía de orientar sus acciones en términos de una dinámica propia, autóctona... Cierto día, me vi. , hojeando un texto que mi madre escribió, cuando tenía 16 años. Un ensayo acerca de la concepción del ser humano propuesta por Federico Nietzsche en su obra “Humano, demasiado humano”. Según mi madre, en este texto se refleja una tipificación de la historia de la humanidad, por la vía de asumir un soliloquio que conduce a clasificar el comportamiento humano, como un continuo afán por despertar al mundo, a la realidad; entretejiendo, verdades, teorías, paradigmas. De tal manera que la angustia que produce sentirse escindido, conduce a promover espacios de intervención en los cuales cada quien define su rol, en términos de descifrar los códigos de la moral, de la religión y de la organización social y política. Según Isolina, los seres humanos estamos retratados en la obra de Nietzsche. Porque asumimos la herencia sucesiva que nos otorga la historia de la humanidad; de una manera tal que exhibimos un corpus exterior, cosido por las pautas previamente establecidas. Pero que, nuestra interioridad, se subsume en la angustia, por la vía de reconocerse como sujeto al garete. Con bifurcaciones cada vez más complejas. Desembocamos en una continua búsqueda de nosotros (as) mismos(as). Prevalece, sigue diciendo mi madre, una dicotomía que hace de la vida cotidiana, una figura similar a la que describe Freud en su texto “El malestar de la cultura”; o lo que señala Marcuse en “Eros y Civilización”. Sujetos, hombres y mujeres, en constante desequilibrio; de tal manera que no construimos nuevos escenarios psicológicos, de conformidad con nuestros deseos y aspiraciones autónomos. Por el contrario, realizamos nuestro recorrido de vida, atados a los conceptos preestablecidos.
  • 21. Un ir y venir, anclados, sin libertad. Tal vez, por esto mismo, dice Isolina, se desprende de la teoría de Nietzsche, una propuesta que define la libertad individual, como latente, sin que pueda expresarse y concretarse. A no ser que asumamos, radicalmente, una opción de vida en la cual cada quien reivindique la particularidad de esa opción. Una figura parecida al nihilismo. La esquizofrenia es una definición tipo, que se prolonga, se transmite; significando con ello la herencia cultural, como una transmisión constante, perenne. Un cuadro patológico que nos inhibe para acceder a un universo social sin condicionantes. Es un encerramiento que promueve, en nosotros y nosotras, una remisión hacia iconos que nos orientan. Es una pérdida de identidad. Porque no acertamos de descifrar los códigos impuestos y, por esta vía, redefinir nuestros roles. Para Isolina, este tipo de atadura individual, no es otra cosa que la réplica de los condicionantes inherentes a la organización social y política de la sociedad. La libertad se pierde, en el momento mismo en que transferimos toda iniciativa, hacia el referente que nos es impuesto por parte de quien o quienes ejercen el control. Propone, mi madre, un entendido en el cual, el Leviatán, el Contrato social y la teoría de Maquiavelo, corren paralelas a ese distanciamiento, cada vez más agresivo, del individuo con respecto a su propio ser en sí. Lo que sucede, entonces, es una prolongación infinita de ese control. Cada quien adquiere una posición en el contexto social que previamente ha sido establecido. Una porción que se transforma en territorio individualizado de manera imaginaria. Porque, en el mismo, no es dada otra cotidianidad que la que nos corresponde, a manera de recrear ese dominio, asumiéndolo como necesario. En este texto suyo, Isolina refleja la angustia individual. En la cual nos desenvolvemos, sin que esto implique actuar con libertad. Una cosa es ese control que nos ha sido transferido y que parece insoslayable. Y, otra cosa, es el sentido de pertenencia con respecto a la sociedad como construcción libertaria, que nos convoca a la transformación constante.
  • 22. A manera de corolario, mi madre, asume como necesidad constante la renovación de actitudes y acciones. De tal manera que estas no estén sujetas a paradigmas impuestos. Por el contrario, las define como una revolucionarización de la vida cotidiana. Sin dejar de reconocer la necesidad de un tipo de cohesión social centrada en el reconocimiento de si mismos y de si mismas; difiere de la teoría del control como causa necesaria. Son, en consecuencia, dos opciones no solo diferentes, sino antagónicas. Mi madre define esa opción libertaria, como la redefinición de roles. En ella, rol, significa la asunción de objetivos en los cuales estén referenciadas las aspiraciones individuales y colectivas, de tal manera que la imaginación sea sinónimo de libertad. Imaginación que, a su vez, es definida como la posibilidad de crear; de convertir los entornos en territorios no cifrados como principios ineludibles; sino como escenarios en los cuales, cada quien, transfiere conocimientos, sin que esto implique deshacerse de su individualidad. La sociedad, así entendida, es una extensión de la figura de la democracia, como construcción a la cual se accede por la vía de reconocerse a si mismos (as) y alcanzar una participación efectiva en los procesos sociales, políticos y económicos. El centro es, entonces, la construcción de un tejido social que cohesione las individualidades, no como instrumento de poder impuesto; sino como realización de esos objetivos de beneficio común, basados en un concepto de justeza que convoque a los hombres y a las mujeres. Hasta acceder a formas de gobierno participativo, de manera efectiva y no formal. En la segunda parte del documento, Isolina, aborda la cuestión de género. Ya antes, según lo supe por Demetrio, ella había escrito un texto relacionado con las mujeres y su intervención en la literatura y el periodismo. En mi primer encuentro con ella, después de mi duodécimo aniversario le indagué por el contenido de esa segunda parte. De paso le comenté que, a los tres días de haber nacido, encontré la primera parte de su texto. Me dijo, Isaías, tú tienes una manera muy peculiar de vivir la vida. Hasta cierto punto te pareces a Demetrio. Yo lo conocí, cuando él tenía seis años y yo estaba bordeando los cinco. Vivíamos en un barrio de la capital., barrio periférico. Saturado de recuerdos ingratos nuestras familias habían llegado del c ampo.
  • 23. Concretamente de un territorio golpeado por la violencia. En donde se sumaban, a la violencia oficial reiteradas, la presencia de grupos armados. Desde posiciones guerrilleras, supuesta o realmente libertarias; hasta grupo de paramilitares auspiciados por sucesivos gobiernos. Eran, en sí, aparatos al servicio del Estado. Nuestra infancia, transcurría en medio de limitaciones casi absolutas. Demetrio, me hablaba en términos que yo creía reconocer. Como si ya los hubiera escuchado antes de nacer... Su padre fue un hombre rígido en lo que respecta a su posición en la familia. La rigidez, era expresada por la vía de imponer sus principios. Una unidad familiar, relativamente, centrada en el poder del padre. Sin embargo, su abuelo materno, del cual tú llevas el nombre, asumía como ser libertario. No tenía preparación académica. En él, cobraba fuerza aquello de que las posturas ante la vida, se deben entender como proceso continuo, casi innato. Amaba a las mujeres, como lo que somos. Es decir, como agentes del cambio. Para nosotras, decía el abuelo, los lugares deben ser escenarios de libertad. Cuando se produjo la concreción de la intervención femenina en los procesos electorales; él ya había asumido en su hogar unas expresiones que reflejaban su intención de realizar, así fuera en términos de micro sociedades (como la familia, por ejemplo), una opción en la cual la diferenciación de género, no puede ser interpretada con exclusión y/o sometimiento. Por el contrario, debía significar una interacción en igualdad de condiciones en las realizaciones políticas, sociales; sin pretender homogenizar las. Las mujeres, son las mujeres. Nosotros, el hombre, desde el punto de vista biológico que no admite confusiones. Diferenciación insoslayable. La búsqueda de la equidad de género, lo llevó a fuertes enfrentamientos con sus pares masculinos y con las jerarquías religiosas y gubernamentales. La señora Ana, su esposa, conoció de él un equilibrio humanizado. Isaías se prodigaba en un trato absolutamente hermoso. Tanto hacia sus hijos e hijas; como también ante la señora Ana. Cuando se vieron obligados a abandonar su territorio, al que siempre amaron, sucedió una descompensación de repercusiones de inmensa tristeza. Era, tanto así, como dejar su vida allí. En donde habían nacido y crecido. No lograron nunca asimilar esa pérdida. Mucho menos, adecuarse a las condiciones que exigía la ciudad.
  • 24. Demetrio era mi ícono. A sus seis años, sabía acceder a los otros y las otras, con una profunda sensibilidad. En la escuela se distinguía por su amabilidad y por la ecuanimidad con que abordaba el trato con los niños, las niñas y sus profesoras y profesores. Una versión asimilada a aquellos hombres que, después de haber vivido intensamente y haber adoptado posturas feministas de manera tardía, accedían a una lucha por los derechos de nosotras las mujeres. Quizás, sin saberlo, Demetrio, fue desde esa temprana edad, un horizonte que convocaba. Mi relación con él, no fue nunca de subordinación. Era un equilibrio de contenidos profundamente humanos. La ternura y la consecuencia con su rol, fueron y han sido sinceros y transparentes. Fue mi novio, desde allí, hasta la frontera con el infinito. Un amor que se ha prolongado en el tiempo. Que se ha fortalecido en el día a día. Un negro sin ningún tipo de claudicaciones. Ha luchado, desde niño, por la libertad. No como expresión retórica, sino como compromiso ineludible. Como obrero, ha mantenido su esperanza inquebrantable en una sociedad más justa. Me preñó a mis quince años. Después de un cortejo en el cual intervinimos los dos. Fue un momento de sublimación. Él y yo, trenzados en una acción hermosa. Estuvimos todo un día. De terminar y volver a empezar. Una vitalidad espiritual que guiaba su sexo y el mío. Nos recorrimos los cuerpos. Paso a paso, minuto a minuto. Exploramos zonas que no conocíamos en nuestros cuerpos. Terminamos exhaustos. Dormimos no sé cuánto tiempo. Solo sé que, al despertar, ya te sentía en mí. Ya me hablabas, con tus palabras de niño producto de la más hermosa relación que he tenido. Después, vino la persecución. Demetrio y yo estábamos comprometidos en la lucha por los derechos humanos. Por los derechos de las minoría étnicas. Afrodescendientes, y por los nativos primarios de nuestra América. Mi formación fue a puro pulso. Lo mismo que Demetrio. Las carencias en nuestras familias, nos situaron a Demetrio y a mí, en una opción en la cual lo único posible era la vinculación a un trabajo, para coadyuvar al mantenimiento de nuestras familias. Fuimos vendedores en las calles áridas de la ciudad. Estuvimos, como jornaleros transitorios, en la recolección de café en Caldas, Risaralda y Quindío. Nuestro
  • 25. reto fue, siempre, no claudicar ante la adversidad. Nos mantuvimos unidos; de tal manera que no nos venciera la opción de convertirnos en sujetos desvertebrados, cercanos a la depravación. Mantuvimos enhiestas nuestras opciones de crecer y de servir a nuestros pares. Cada vez que nos entregábamos al placer de la sexualidad, nos convertíamos en los seres más dichosos de la Tierra. Demetrio me cautivaba, como la primera vez. Jornadas sin término en el tiempo. Él y yo. No ha habido zona de nuestros cuerpos que no hayamos explorado. Yo sentía que alucinaba. Demetrio y yo. En una entrega absoluta. Cuando terminábamos, nos vinculábamos al ejército de hombres y mujeres que no reconocen fronteras. Contigo creciendo en mi vientre. No se si alguna vez nos escuchaste, en un diálogo continuo; en el cual él y yo navegábamos por mares abiertos. No había lugar a la duda. El y yo, como expresiones de sublimación. Él y yo, a cada momento, creando nuevas formas de amarnos y de entregarnos. Cuando tú naciste, Isaías, encontramos en ti la posibilidad de prolongarnos en el tiempo. Te tuve dentro de mí. Te hablaba, te susurraba palabras de motivación. Te requería como la continuación de nuestras vidas. No sé por qué intuyo que ya, antes te conocí. En mis sueños, te he visto en un lejano momento. Siendo tú un sujeto diferente. He tratado de hallar una explicación. Te he visto como vulnerador. Siempre apareces como hombre sin definiciones claras. Como ese interregno, en el cual nos movemos todos y todas. Sin precisar los contenidos de nuestras acciones. Con decires confusos. Como cuando no encontramos nuestra razón de ser. Hasta cierto punto, en esos sueños, te doy la razón. Porque, yo también, creo que somos escindidos. Transitando por nuestra vida y las de los demás, sin acatar a concretar nuestros roles. Es algo parecido a ese sujeto kafkiano, absurdo, pero tan real que nos absorbe y nos reivindica como producto de una sucesión de historias vividas; centradas en ese no saber por qué existimos. En una búsqueda constante. Casi perenne. Un no encontrase con uno mismo. Repitiendo momentos, cada vez más incomprensibles. Una lucha titánica con nosotros y nosotras mismos (as). Un Eros y Tanatos, a la manera freudiana.
  • 26. Hasta cierto punto, tú eres como ese espejo que nos retrotrae continuamente. Un mirarse hacia atrás, tratando de modificar los sitios y las acciones; pretendiendo modificar los escenarios presentes y futuros. Como una recopilación extendida de Sísifo, aquel que cada día inicia una nueva vida que no es nueva, porque es simple ejercicio de castigo. Será porque, todos los seres humanos, tenemos puntos de eclosión, de surgimiento, de vivir la vida; pero siempre nos regresamos al comienzo, a la nada; como quiera que no reconocemos ningún punto de comienzo no racional. Por esto mismo somos, en fin de cuentas, una sumatoria de posibilidades latentes; que se concretan sin nuestra aprobación. Como si fuéramos norias que viajan sin parar; que confluyen en un vacío, parecido a los agujeros negros de que hablan los astrónomos. El hecho de no tener un dios nos coloca, a quienes así actuamos y pensamos, en sujetos angustiados, pero en capacidad de crear escenarios en donde prevalezca la confianza en si mismos (as) como colateral a esas mismas convicciones. Sin las cuales no reconoceríamos la realidad, como independiente de nosotros y nosotras. Como Naturaleza que ha estado ahí, en proceso de evolución y desarrollo. A nosotros y nosotras, solo nos es dado entenderla y modificarla. La creación de la misma nos parece un misterio inacabado, indescifrado. Un ser o no ser. En una propuesta de blanco o negro. Los tonos grises son el equilibrio. La razón de ser de nuestro deambular por el universo. Estando aquí o allá, sin más límites que nuestras carencias para conocer, indagar y transformar. Cuando tenía tu edad, yo era una mujer definida. Ya conocía a Demetrio. Ya estaba a su lado. Ya estaba dispuesta para la preñez. Es que, para mí, el sexo es sinónimo de imaginación y de creatividad. Sin forzar ni ser forzadas. Más bien como latencias que se concretan con el ser amado o amada. Dispuestos (as) a sentir ese recorrido por nuestros cuerpos, como un elíxir que nos fortalece. Ser preñada así, adquiere un significado absoluto. En el cual no hay lugar para las vías intermedias. O se ama, o no se ama. Sin saber por qué, percibo que ya te había visto antes. Cuando tu madre, antes que yo fuera tu madre, recibía de ti acciones de sometimiento. No se por qué, te he visto en mis sueños con sujeto confrontador del padre. Ese padre diferente a Demetrio. Cercano a aquellos machos que pervierten el ritmo del amor y de la condición de amantes. Transformándolo en
  • 27. vulneración; derivando en secuelas de insospechadas repercusiones. Como horadando nuestra condición de humanos; vertiendo el instinto antes que la ternura; antes que la entrega compartida y sublime. Somos Eros, en razón a eso. Tal vez, en esos sueños tú no eras eso. No eras ternura, ni potenciador de la entrega sin pausa a quien amamos. Tal vez, eras sujeto de contenido asimilado a la violencia que no desinhibe; sino que por el contrario esclaviza; en unas condiciones en donde no podemos ser sujetos y sujetas de transformación. Tu pasado, según eso, no albergaba ninguna esperanza. Era, insisto en ello, una repetición lineal. Amabas a quien era tu madre, de tal manera que ese amor se convertía en dolor, a cada paso. Como si tú orientaras el comportamiento, hacia simas insospechadas. Aquellas en las cuales muere la espiritualidad de cada sujeto y se construye, en su reemplazo, unas figuras de mármol. Asi como aquellas de quien tengo referencia, al asistir con Demetrio a una proyección con ese nombre. Hombres y mujeres de mármol, trabajados (as) con un cincel que ya tiene predeterminados los ángulos y los perfiles de aquel o aquella a quienes han de construir... Me decidí a hablar con Demetrio. Veía en él la definición que mi madre hacía. Como queriendo auscultar su verdadera capacidad. Demetrio empezaba a ser, para mí, un tipo de deidad cercana a aquellas figuras míticas. Como Afrodita; como Hércules; como el gran Zeus. Quería estar a su lado, palpar su cuerpo y cerciorarme de su condición de amante pleno. Ese que Isolina siempre recuerda. Ese que la convoca a una vida siempre en crecimiento. Diáfana, creativa, solidaria, entregada a vivir y transformar al mundo a su lado. Quería saber si, en realidad, cuando la preñó, lo hizo como culminación de un acto de profunda libertad. Quería saber si, como ella, fue partícipe de una preñez dirigida a mí. Como sujeto que soy yo, según los sueños de mi madre Isolina, Venido de un pasado en donde los avasallamientos y las vulneraciones eran cosas comunes aceptadas como válidas. Demetrio estaba en su sitio de trabajo. Un salón inmenso con hornos a lado y lado. Como operario, debía surtir el horno que le había sido asignado. Un calor insoportable. Una sensación de asfixia, que invitaba a desear los espacios abiertos, frescos. Un salón en el cual estaba acompañado por otros hombres, igual que él, atosigados por el infernal fuego. Su labor era, y sigue siendo, coadyuvar a la transformación del hierro en diferentes
  • 28. aleaciones. Decantando esa figuración asignada al elemento primario, según los requerimientos de la empresa. Cierto día, sin saber por qué, me asediaba un vago recuerdo. Como si yo hubiera estado, e n el pasado, como operario. Así como Demetrio. La diferencia radicaba en que, siendo yo sujeto partícipe de un proceso, ese proceso era algo así como orientar las perversiones inherentes a la desculturización. Como raponazo a nuestras vivencias. Como si yo hubiese estado al servicio de los destructores de etnias y de los elementos asociados a ellas. Siendo, así, un sujeto pervertido, auriga de los controladores. Me veía desarrollando lenguajes lineales. Pretendiendo suplantar la creatividad y la belleza de nuestros saberes ancestrales, nativos, desde antes de la invasión. Pretendí deshacerme de ese recuerdo, a partir de orientar mi quehacer con los postulados de Demetrio y de Isolina. Siendo yo una derivación de un amor pleno, íntegro. Sin embargo, persistían en mí esos vagos recuerdos. Como haber conocido otros lugares y otras personas.. Una de ellas, una mujer parecida a Isolina, en lo que esta tiene de entereza, de sutilidad, de elevados valores acumulados. No como simple sumatoria de agregados circunstanciales; sino como expresión de una vida dedicada a construir espacios humanizados, garantes del progreso, centrado en la convivencia, el respeto y la creatividad colectiva e individual. Escenarios no endosados a los poderes. Más bien, en interacción con todos y todas aquellos (as) que tenemos, en cualquier momento de nuestras vidas, unas vivencias inconexas, segmentadas, valoradas como simples accesorios que adornan la sociedad regida por quienes esquilman a los demás…Aún siento esas secuelas. Petronila Rentería de Girardot, una mujer de 84 años, ha vivido la mayor parte de su vida, alrededor de su familia. Desde niña, añoró trascender esos territorios. Sin embargo, la fuerza de las convicciones y valores vigentes, la han convertido en simple reproductora de hijos, nietos, biznietos… Nunca ha sido feliz. Su primer matrimonio, con Escolástico Girardot, fue una réplica de la concreción de la dominación por parte del hombre sobre las mujeres. Este, Escolástico, venía de una familia de tradiciones casi inquisidoras. Su abuelo materno, había conocido los rigores de la transición entre la independencia real, a la independencia formal. Cuando, después de haber concretado la expulsión de los invasores, nos convertimos en territorio de confrontaciones. Algunas de ellas bizantinas. Otras, de
  • 29. mayor calado, se referían a los conceptos disímiles de libertad y de la construcción de Estado. Como si, en cada una de esas expresiones, se descifrara el código de la dominación, anclada en poderes y macropoderes absurdos; en los cuales se destruía la razón de ser de la libertad. Sumatorias de territorios y de poderes. Con actores convencidos de su condición de predestinados por la divinidad del Dios Católico, para salvar a la nación del las perversidades liberales, entendidas estas como apertura al conocimiento y a la construcción de democracia efectiva. Lo cierto es que Petronila convirtió su vida en un continuo hacer repetitivo, por la fuerza de la tradición. A pesar de la obvia diferenciación inherente a los seres humanos, considerados individualmente, lo suyo fue y es una réplica de la dominación ejercida sobre las mujeres. De por sí, ellas han constituido una franja de la población, sobre la cual recae el control sobre sus vidas. Hasta cierto punto, lo aquí expresado, puede aparecer como discurso que ha sido expresado en diferentes escenarios políticos y sociales. La necesidad de postular una perspectiva, en concreto para el caso de mi madre Isolina, a partir de la situación relacionada con su abuelo y su abuela, supone reiterar acerca de esa dominación. Tal vez, porque en esta situación descrita, reside una especie de referente asumida por Isolina. Referente no patético. Más bien centrado en la continua búsqueda efectuada por las mujeres que, como mi madre, aspiran a desafiar esos condicionantes y trascenderlos., por la vía creativa y proactiva. De hecho, Isolina tiene un recorrido de vida, que le ha permitido descifrar las alternativas necesarias para proponer, desarrollar y fortalecer una teoría y una praxis vinculada al proceso de liberación femenina. Esto es lo que explica, a manera de ejemplo, su compromiso con las mujeres de Ruta Pacifico y con la gestión popular alrededor de la periferia en que fue situada, junto con Demetrio. Escenarios en los cuales crece, de manera exponencial,, las carencias, la desvertebración social y la existencia, latente y real, de opciones asimiladas a ala degradación del entorno físico y de los grupos sociales. Desde ahí, entonces, Isolina ha comprometido su acción, conocedora de que la confrontación, en últimas, es con los gobiernos y con el Estado. Por esa vía ha
  • 30. desembocado en la construcción de proyectos económicos, políticos y sociales. Cuando le hablé de mi deseo por conocer esa segunda parte de su texto,, me reitero la expresión relacionada con un tipo de actitud, como la mía, que conduce a pretender abarcar los conceptos de manera tal, que pueden convertirse en simple formalidad. Isaías, en consideración a tus inquietudes, acerca de mi compromiso con las luchas sociales, tengo la posibilidad de presentarte dos escritos míos, relacionados con ese tipo de actividad. Ya, por vía de tu decisión anterior, relacionada con esa búsqueda; conociste la primera parte del documento en el cual realizo un análisis de propuesta de Nietzsche, a partir de su texto “Humano, demasiado humano”. La segunda parte, es un proyecto relacionado con la educación de los niños y las niñas. Este documento lo he ido construyendo a partir de mis experiencias en nuestros barrios... Léelo. La primera impresión que tuve, al escuchar a Isolina, tuvo que ver con algo parecido a la con fusión. Porque no entendí, de manera plena, el significado de sus palabras. Sin embargo me dispuse a leer el texto constitutivo de la segunda parte del texto conocido por mí antes. Al comenzar la lectura, sentí la inquietud, en términos de creer que ya había conocido esas expresiones ante. El documento de mi madre dice: Toda herejía, en principio, es una acción individual. Compromete a quien realiza una interpretación diferente y se decide a proponerla como opción. Bien sea como modificación parcial de las pautas, paradigmas y condiciones instaurados como referentes colectivos; o como alternativa que conlleva a una modifi9cación total, radical. Algo así como o son esas pautas y paradigmas o son estas pautas y paradigmas alternativos. Ya ahí, en esa acción de proponer una alternativa, se configura un distanciamiento con respecto al ordenamiento vigente. Adquiere ese hecho un significado asimilado a la ruptura. En el proceso de enfrentar esa opción (...u opciones) con las existentes; el (la) sujeto (a) que ejerce como cuestionador (a), desemboca en una posición herética. A partir de ahí, se trata de definir las condiciones y el tipo de acciones a realizar, el proceso de difusión de la opción u opciones nuevas. Aquí, condiciones, tienen que ver con los insumos recaudados para sustentar la nueva opción. Un tipo o tipos de acciones, tiene que ver con realizar una confrontación individual absoluta. O la adquisición, mediante el proceso de persuasión o imposición, de una aceptación de los (as) otros (as). De tal manera que pueda presentarse y desarrollar
  • 31. como opción u opciones colectivas. Esto no es otra cosa que el comienzo de una sumatoria de acciones diferenciadas; en procura de lograr la aceptación y acatamiento, bien sea de la modificación parcial o de la erradicación de las anteriores pautas y paradigmas y, en su reemplazo, erigir las nuevas. De todas maneras, bien sea que se actúe n un u otro sentido, es evidente la necesidad de cierta subyugación hacia los otros y las otras. Algo así como entender y aceptar el principio básico relacionado con el ordenamiento y el equilibrio por la vía de la imposición de pautas y paradigmas: siempre existan referentes establecidos como condición para el ordenamiento y el equilibrio; habrá unos códigos y obligaciones que ejercen como limitación a la libertad individual. Alcanzar unos nuevos referentes, unos nuevos códigos y nuevas obligaciones; supone la realización de acciones que controvierten lo anterior. Cuarto (Como huella doliente) Ya, en el pasado próximo, reivindiqué el derecho que nos acompaña. Para ejercer el dominio y para hacerlo concreto a cada momento. Desde mi primera vida odio a las mujeres. Particularmente a quienes ejercen como madres. Porque pretenden mostrarnos como consecuencia del ejercicio sexual permitido, acordado, disfrutado. Por esto odio a los dos. Él y ella. Como sujetos artificiosos que suplantan la razón de ser del placer. No quiero vivir propuesto como conclusión de esos acuerdos. Para mí no son otra cosa que justificaciones para actuar en sociedad. Son la cuota inicial para actuar como portadores de mensajes pueriles acerca de los valores humanos. He vuelto a nacer, entonces, enredado en justificaciones y principios. En el contexto de normativas éticas que asumen como referentes y catalizadores. Yo no comparto esto. Así les hice saber. No quiero la monotonía del desarrollo de falsos principios. De una moral que nos recurre como elementos de beneficio. No quiero beneficiar ni ser beneficiado. La y lo odio. Porque, en su pacto de amantes, me concibieron dizque como producto de la entrega y el amor.
  • 32. Lo y la odio porque han pretendido acomodarse y acomodarme en el territorio de lo probable. Con un acuerdo preestablecido. En el que me involucran, sin que yo lo quiera o lo hubiera pedido. No son otra cosa que sujetos anquilosados. A partir de un entendido de vida distante de la libertad plena. Son, él y ella, culpables de mi existencia. Porque me engendraron por la vía de un coito putrefacto que pretenden erigir como principio. Como modelo para otros y otras. Modelo absurdo. Con soporte en la comparación de placeres. El placer no se comparte. Simplemente se busca y se obtiene por medio de la acción individual. Intransferible. Lo demás es pretender ejercer la condición de portador o portadora de calidez. Esta no tiene por qué existir. No tiene que ser objetivo propuesto a partir de la interacción de pareja. De lo que se trata, en mi interpretación, es de magnificar la individualidad. Como único referente para vivir la vida. Porque esta se vive, en función a la individualidad. Con todo lo que esto supone. No sé qué hago aquí. En una tercera dimensión de mi existencia. No los amo. Nunca lo haré. Por su condición de herederos de falsa moralidad y la falsa libertad. Un día cualquiera de abril, en el año 2025, conocí a Mireya Sotomayor. Llegó a casa, invitada por ella y él. Una mujer de mirada furtiva. Entrada en años. Pero con un cuerpo absoluto. La desee desde que entró por la puerta. Recién yo había cumplido diez años. Estuve a su lado todo el tiempo. Asediándola. Espiándola. La vi, desde mi escondite secreto, bañándose. Era, insisto, absoluta. Toda ella convocaba a montarla una y mil veces. Apretada su vagina. Desde ese instante conocí que no había sido penetrada. El primer día de mi mirada furtiva, sentí crecer mi asta. A tal punto que empecé a surtir un líquido amarillento. Sentí que desfallecía. Porque era un continuo ejercicio. Inicialmente, espontáneo. Posteriormente, inducido por mí mismo. La sentía aquí, conmigo. Me vaciaba en ella. Sobre su pelvis. Sobre sus piernas. La inundé de tal manera que la viscosidad la hacía repetir su baño. Sin que ella se diera cuenta, exhibía un portentoso músculo. Que latía y que crecía cada vez más. En ese momento decidí que era mía. Que esa sujeto, merecía ser allanada por mí. Como en el pasado, con otras. Ya, aquí, con esa sensación de no ser, expresaba un deseo inacabado. La quería para mí. No en sueños ni en simulaciones. Decidí, como siempre lo hecho, buscar el lugar y aprovecharlo.
  • 33. Fue en la misma habitación que le asignaron él y ella. Cuando recién se había dormido, entré en el cuarto. Me desvestí. Traía un lazo conmigo. Este sirvió para la inmovilización. Cuando despertó yo ya estaba encima. Un músculo inmenso que buscaba el orificio estrecho. La penetré con todo. Ella apenas alcanzó a balbucear. Algo así como: ¡qué es esto¡. Yo le respondí: esto es mío y lo estoy utilizando para hurgarte la vida. Hasta donde más pueda. Eres mujer. Por lo mismo te someterás a mis necesidades. La asfixié. Suspiraba aceleradamente. Peleaba con mi fuerza. A los diez años, yo tenía una capacidad insospechada para inmovilizar y para hacer sucumbir. Lo mío se prolongó hasta caer la noche. Estaba inerte. Lo estuvo desde que ahogué sus gritos. Cuando cesó su espasmo, la recorrí una y otra vez. Mi asta seguía erguida. La dejé ahí, muerta. Esa misma noche me fugué de casa, dejando su cuerpo inmóvil, lacerado. Ella y él yacían en la cama. Disfrutaban de sus vacaciones. A pesar de que eran casi las once de la mañana, no habían dispuesto el desayuno. Yo estaba en la cuna. La noche anterior estuve inmerso en un sueño, de esos que trascienden lo inmediato. Una mujer de nombre Mireya, estaba a mi lado. Cantaba: No sé por qué la sentía tan cerca. Sentía su olor y me alegraba. Ya sabía que era mía. Pero no podía asirla. Porque me trascendía. En una relación adulto-niño que me subyugaba. Era mía, pero sin serlo todavía. La había deseado antes de nacer. Cuando Él estaba con ella. Un placer que me engendró. Quiero tomar venganza. No la quiero ni lo quiero. Quiero a esta que está conmigo. La quiero como referente próximo. Como figura que despliega todo un universo de expresiones. Sin ser pensadas. Solo intuidas, a cada paso y a cada momento. Siendo conciente de mis limitaciones inmediatas. Pero la veía surcada de pasión. Por mí y por ella. Un asedio continuo. Mientras él y ella dormían. Ajenos a mi mirada y a mi angustia. Por tener una mujer que podía hacer mía con solo balbucear la necesidad de cariño. El y ella no lo dan. Solo viven para mirarse y para sentirse plenos. Yo, en cambio, disfrutaba en silencio, de esa mujer que me cantaba. Que estaba a mi lado por placer. Porque yo le gustaba. Porque ella me gustaba. De nuevo su voz.
  • 34. El 8 de marzo había estado en el lago que bordeaba la casa. Quise ahogarme. Tirarme al agua. Como quien no concibe la vida sin ilusiones. Que se difuminan. En un torrente que brilla y que no sé de qué se trata. Indagué, con mi mirada, las causas de esta soledad. Ayer la vi. Hoy ya no está. Como si disfrutara con percibir el futuro. Como si, al mes siguiente, la volviera a ver. Porque es mía. Porque los odio, a él y a ella. Que viven solo para sí mismos. En un ejercicio patético y caduco. Sintiendo amor en donde solo hay repetición vehemente de lugares comunes. Como lobos esteparios que se confiesan a sí mismos. Con las miradas puestas en el teatro de la vida. De su vida. Sin imaginación. O en la cual esta ha sido recortada y acomodada a las circunstancias. Esas que están aquí y allá... Pero siempre distante y codificada. Imaginación sin sorpresas. Equivalente a un perímetro ya conocido. Sumatoria de lados iguales. Con escenas iguales. Él y ella. Mirándose, después de regresar de sus oficios. Esos repetidos que los inunda de orgullo. De saberse partícipes del proyecto de vida igual. Para todos y para todas. Cada quien viviendo su vida, sus quehaceres. Sus limitaciones de felicidad. En procura de la cual viven, cada día. Al despertar, por fin, encontré a mi madre al lado mío. Me tomaba las manos y me decía, ¿Cómo te pareció la historia que te conté? Espero no te hayas confundido con tantos conceptos juntos, ni con algunas de las situaciones descritas. Este día es muy especial para Demetrio y para mí; espero que tú también nos acompañes en nuestra felicidad. Hoy nos hemos dado cuenta que estoy preñada. En verdad, resulta, para mí, muy gratificante asumir este rol; a partir de entender la condición de madre, con plenitud. Deseándolo, sin que implique la asunción de los conceptos enrevesados y doctrinarios que promueven algunas instituciones y personas que reiteran, de manera constante, en que nosotras las mujeres, no podemos ejercer el gozo en nuestras relaciones sexuales; sin que en ello incida los condiciones vinculados con opciones moralistas; que se convierten en versiones perversas del sexo, entendido como antecedente que conlleva, o debe conllevar a construir unas relaciones formales en términos heterosexuales. Por esa misma vía, proponen y realizan opciones, en las cuales lo sexual, se remite al condicionante de vida en pareja entre hombres y mujeres. Pretenden mantener una restricción absoluta para las relaciones homosexuales. Con el agravante de proponer estas relaciones como contrarias a la naturaleza biológica. Tú sabes de mis intervenciones a favor
  • 35. de la libertad plena al momento de definir las opciones sexuales, en términos de su sublimación, del goce y del desarrollo autónomo de hombres y mujeres. No se si recuerdas a Juliana, y Pedro, que han trabajado conmigo en este tipo de perspectiva libertaria, como herejía hermosa que cuestiona la falsa moral que nos circunda. Ya ella y él, han trazado y realizado todo un programa en los colegios, en el sentido de coadyuvar a la formación de los y las jóvenes, por la vía de entender su dinámica sexual, su libertad y responsabilidad. El trabajo permite establecer unos roles no estáticos; sino flexibles. En los cuales debe prevalecer la autonomía. Además, esto último, debe implicar la prevención de los embarazos no deseados. Es obvio, Isaías, que nos hemos encontrado con muchas dificultades. Nos ha correspondido enfrentar a las jerarquías escolares, a muchos (as) padres y madres de familia; a las posiciones arcaicas, casi inquisidoras de las organizaciones religiosas. Me quedó sonando el relato de mi madre, en el que aparecen las figuras de Juliana y Pedro. Es como si ya los hubiera conocido, en el pasado. Siento como un remolino que me absorbe, que me dificulta dilucidar la conexión pasado y presente. Al momento estoy confundido. Porque no se si esa percepción del pasado, me remitiera a entenderlo con dinámica propia. Como si estuviera asistiendo a una versión de la teoría acerca de la repetición de acciones, en periodos diferentes. Esa teoría que define lo conciente, y lo inconsciente; como instancias en las cuales las realizaciones y los requerimientos se juntaran y conforman una cohesión de hechos y acciones que convocan a cada sujeto, a definir sus intervenciones en la realidad, como presente, pero influenciadas por la percepción de momentos y vivencias anteriores, similares. Algo así como condicionantes que nos remiten, bien sea a recrearnos en esa relación pasado-presente; a confundirnos por lo mismo. Sintiéndolos como condicionante que asfixia y restringe la autonomía, la imaginación y la creatividad. Quinto ( mi sorna ambivalente) Muy temprano, ese día 22 de abril, Demetrio salió a cumplir una diligencia relacionada con la organización comunitaria de los y las desplazados(as). Él había logrado reunir esfuerzos, por la vía de este tipo de organizaciones. Fue algo inherente a nuestra condición de itinerantes forzados en nuestro territorio. Un ir y venir acá y allá. Soportando asedios de
  • 36. todo tipo. Desde la graficación construida por los organismos gubernamentales, hasta las amenazas anónimas, difundidas en panfletos que aparecen de manera constante. Muchas de esas amenazas se han cumplido. El recuerdo de muchos y muchas itinerantes muertos (as) violentamente, en el silencio que imponen este tipo de acciones. Un universo de situaciones extremas con sus variables: pobreza, discriminación, falta de servicios domiciliarios básicos, viviendo en ranchos inadecuados para la cotidianidad familiar y social. La reunión estaba convocada para las 10 de la mañana, en uno de los salones comunales improvisados por la organización. El tema, según el cronograma referido por mi padre, incluía el análisis de nuestra situación actual; como quiera que se ha estrechado el entorno; restringiendo el territorio y profundizando las difíciles condiciones de vida. Se pretendía, la elaboración de un documento y la designación de una comisión para entregarla en el Ministerio del Interior y en la Secretaría de Acción Social del Distrito. Yo quedé en casa, al lado de Isolina, quien, a su vez, estaba preparando un documento para llevar a la reunión regional de mujeres itinerantes. La noté en un estado de zozobra y de inquietud. Algo raro en ella, pues nos tiene acostumbrados a la serenidad y a la certeza en sus acciones. En principio creí que se trataba de algún síntoma relacionado con el embarazo. Sin embargo, mi madre, me hablaba de una percepción extraña.” Algo que me recorre en como una intuición a futuro. Una especie de malestar espiritual. Como vacío en el que emergen visiones vinculadas con el futuro inmediato. Algo, supongo yo, en relación con el dolor que produce la pérdida de personas cercanas.” Isolina salió de casa, una vez terminado el documento. La reunión, según me expresó, estaba programada para las 12 del mediodía. Al momento regresó en un estado de conmoción. Me refirió que algunos de los vecinos que debían asistir a la reunión con Demetrio, le informaron que, al ver que él no llegaba, salieron a indagar lo que pudo haber pasado. Algunos niños y algunas niñas, que jugaban en el parquecito al lado de la escuela, vieron que Demetrio fue interceptado por dos señores desconocidos y lo subieron a un vehículo que los esperaba. Según esta versión, Demetrio forcejeaba para no dejarse llevar; pero estos señores lo golpearon y lo hicieron subir al vehículo.
  • 37. Cundió la alarma en el barrio. Los vecinos y las vecinas, llegaron a la casa confundidos. Dispusieron una comisión para denunciar este hecho ante las autoridades competentes; otra para realizar una búsqueda en la localidad, en la dirección que señalaron los niños y las niñas. Entretanto, mi madre, sollozaba; me decía: ¡Ese era mi malestar; era una premonición ¡ A Demetrio lo van a matar. Conozco ese tipo de procedimientos. En el pasado reciente lo hemos vivido, con diferentes personas de otras localidades. Somos itinerantes, Exiliados en nuestro propio territorio. Siempre vienen así, Siempre nos buscan, Porque somos semilla, Para otro amanecer, Para construir otro país. No sé adónde te llevaron, Solo intuyo que no te volveré a ver, Ni a tu cuerpo, ni a tu bella manera de amarme. Ahora que ya no estás, es como si recordara Que siempre ha sucedido. Es como si ya lo hubiera vivido. La hija de mi preñez reciente, Y el hijo que ya estaba, Vivirán para siempre,
  • 38. Con tu recuerdo, Con mi lucha. Que era tu lucha. Septiembre, del mismo año en que se llevaron a mi padre. No lo hemos encontrado. Hemos andado muchos caminos; hemos llamado a todas las puertas. Con mil y más voces, hemos difundido su desaparición. Nadie da razón. Es tanto como romper nuestras ilusiones; a la par con la distancia. Isolina ha parido. Una niña. Mi hermana. La hija que no conoció Demetrio. Ella tampoco lo conocerá en vida. Solo a través de nuestros relatos que expresarán su recuerdo. Ella, mi madre, ha superado la crisis inicial. Su temple es una guía. A través de ella, siguiendo sus pasos; he logrado soportar la situación. Emergen nuevas opciones. En el día a día. Ya es octubre. Un jueves. Hoy he amanecido inmerso en una congoja absoluta. A decir verdad, no tengo certeza de su origen. Porque, lo de mi padre, ya lo he asimilado. Nunca con olvido. Mi madre y yo tenemos muy claro que nuestro dolor cifra un camino de esperanza. Natalia, mi hermana, ha crecido. Todavía no entiende la situación. Es una niña como todas las niñas del mundo. En un crecimiento asociado a nuestro cuidado y a los avatares en que estamos inmersos. Lo de hoy es otra cosa. He tratado de relacionarla con mi sueño. Porque, cuando desperté, estaban vivas las imágenes. Una sucesión más o menos vertebrada. A partir de ver y sentir un territorio árido, como desierto. Estaba en un recinto, rodeado de personas que me observaban. Como inquisidores. Tenía amputada mi memoria. Tanto como entrever que mis recuerdos eran recortados. Tan pronto estaba enfrente de una niña desnuda que sangraba entre sus piernas. Me mostraba sus laceraciones en la vagina. Los bordes completamente destruidos. Su himen no estaba. Me hablaba, con palabras duras. No las entendía. Sin embargo, la niña, señalaba hacia mí. Con una expresión que articulaba dolor y rabia. Luego, una de las personas que estaban conmigo, refería acerca de un castigo. Era para mí. Luego me ataron a la cama, boca abajo. Me sodomizaron Todos pasaron por mi cuerpo. Todos me penetraron. Un profundo dolor físico. Se reían. Me mostraban sus penes largos, erectos. Había sangre, mi sangre, en ellos. Luego me cambiaron de posición. Quedé mirando el techo. Una luz roja, fuerte. Nublaba mis ojos. Mientras uno de ellos abría mi
  • 39. boca a la fuerza, los otros introducían sus falos en ella. Uno a uno. Eyaculaban en mi boca. Un sabor entre amargo y dulzón. Un líquido espeso. Luego me levantaron y me mostraron, otra vez, a la niña. Ella seguía desnuda. En sus manos un inmenso cuchillo. Me amputó el pene. Todos reían y danzaban alrededor. El falo amputado lo cocinaron y me obligaron a comerlo. Como regresión. En términos de la teoría que refiere al sujeto, vinculado a procesos, en los cuales su inconsciente vuela en sentido contrario. Encontrando sitios y vivencias pasadas. En un proceso que localiza posibles realidades. Me sentía sujeto de vida anterior. Ese sueño con la niña avasallada, me era familiar; como quiera que mis sensaciones no fueran nuevas. Una repetición de acciones. Ella, la niña, era para mí un referente vinculado al dolor. Como carga de alucinación. Ya lo había vivido. Era cierto. Un vulnerador en el pasado. Sentir una figura de vida nueva, con un horizonte hacia atrás, colmado de hechos en contravía del significado de libertad para actuar; pero sin asumir posición de vándalo. Ese castigo infringido por los hombres de blanco, no era otra cosa que la necesidad de revertir el tiempo y localizarme en una situación como la actual. Sólido en principios. Auspiciador de roles en donde los hombres no mataran lo sublime del amor. En donde, las mujeres no son trofeo sexual. Son sujetas plenas en el quehacer cotidiano y de perspectiva. Con una noción precisa de su rol y de sus posibilidades de transformaciones sociales y éticas. Busqué, con la mirada, a mi madre. Isolina no estaba. Recordé su anunciado viaje a la Argentina. Un encuentro con las Madres de la Plaza de Mayo. Confluencia de dolores y de esperanzas. De capacidad para actuar, sin miedos. Reivindicándose como partícipes de la denuncia y de la acción. Sus hijos e hijas. Sus compañeros y compañeras, ausentes. Producto de los sátrapas institucionales. Dueñas de su opción de vida. Sin ataduras. Esa era mi madre. Esas eran ellas. Las madres libertarias. Hermosas manifestaciones del poder que adquieren las mujeres. De su capacidad para trascender las fisuras inmediatas. Par situarse de frente. Al futuro. Pletórico de acciones. Construyendo universos de solidaridad, de amor, de libertad. De sutilezas absolutas. Isolina había preparado un trabajo teórico acerca de la economía y sus repercusiones sociales y políticas. Me lo había leído el día anterior. Una solidez argumental impresionante. Cada día me asombraba más su capacidad, para alcanzar un equilibrio entre
  • 40. la acción y la teoría. Mi padre, Demetrio, siempre valoró a su amada. En una dimensión tan sincera y tan plena, que no hallaba límites. Él era un campesino rudimentario en sus conceptos; pero con unos acumulados de sensibilidad y de capacidad para amar que trascendía a cualquier expresión intelectual avanzada. Nunca sintió resentimiento. Nunca se opuso a las exploraciones teóricas de mi madre. En fin; un sujeto hombre que compartía con su amada todas las vicisitudes del quehacer diario. De una lucha tenaz, en contra de los mandarines criollos. El programa de la reunión con las Madres de Mayo, incluía la intervención de mi madre. Para eso había preparado su escrito. Hoy, después de ese sueño descarnado que me situó en condición de sujeto de pasado vulnerador; leí otra vez el escrito de Isolina. Tal vez como insumo para reconfortar mi dolido espíritu que navegaba entre el ser pasado y el ahora. Como casi todo en la vida, hablar de tristeza, no es otra cosa que dejar volar la imaginación hacia los lugares no tocados antes. Por esas expresiones vivicantes y lúcidas. Es tanto como discernir que no hemos sido constantes, en eso de potenciar nuestra relación con el otro o la otra; de tal manera que se expanda y concrete el concepto de ternura. Es decir, en un ir yendo, reclamando nuestra condición de humanos. Forjados en el desenvolvimiento del hacer y del pensar. En relación con natura. Con el acento en la transformación. Con la mirada límpida. Con el abrazo abierto siempre. En pos de reconocernos. De tal manera que se exacerbe el viaje continuo. Desde la simpleza ávida de la palabra propuesta como reto. Hasta la complejidad desatada. Por lo mismo que ampliamos la cobertura del conocimiento y de la vida en el. Viéndola así, entonces, su recorrido ha estado expuesto al significante suyo en cada periplo. En cada recodo visto como en soledad. Como en la sombra aviesa prolongada. Y, en ese aliento entonces, se va escapando el ser uno o una. Por una vía impropia. En tanto que se torna en dolencia originada. Aquí, ahora. O, en los siglos pasados. En esa hechura silente, en veces. O hablada a gritos otras. Es algo así como sentir que quien ha estado con nosotros y nosotras, ya no está. Como entender que emigró a otro lado. Hacia esa punta geográfica. No física. Más bien entendido como lugar cimero de lo profundo y no entendido. Es ese haber hecho, en el pasado, relación con la mixtura. Entre lo que somos como cuerpo venido de cuerpo. Y lo que no alcanzamos a percibir. A dimensionar en lo
  • 41. cierto. Pero que lo percibimos casi como etérea figura. O sumatoria de vidas cruzadas. Ya idas. Pero que, con todo, anhelamos volver a ver. Así sea en esa propuesta íngrima. Una soledad vista con los ojos de quienes quedamos. Y que, por lo mismo, duele como dolor profundo siempre. Sexto (Como profecía amnésica) Y si seremos algo mañana. Después de haber terminado el camino vivo. No lo sé. Lo que sí sé que es cierto, es el amor dispuesto que hicimos. El recuerdo del ayer y del anterior a ese. Hasta haber vivido el después. En visión de quien quisimos. Qué más da. Si lo que propusimos, antes, como historia de vida incompleta, aparece en el día a día como concreción. Como si hubiese sido a mitad del camino físico, biológico. Pero que fue. Y sólo eso nos conmueve. Como motivación para entender el ahora. Con esa pulsión de soledad. Como si, en esa, estuviera anclado el tiempo. Como si el calendario numérico, no hubiera seguido su curso. Como que lo sentimos o la sentimos en presencia puntual. Cierta. Y sí entonces que, a quien voló victimado por sujeto pérfido, lo vemos en el escenario. Del imaginario vivo. Como si, a quien ya no vemos, estuviera ahí. Al lado nuestro. Respirando la honda herida suya. Que es también nuestra. Y que nos duele tanto que no hemos perdido su impronta como ser que ya estuvo. Y que está, ahora. En esa cimera recordación. Volátil. Giratoria. Re-inventando la vida en cada aliento. Cómo es la vida, En la lógica es ser o no ser. Pero es que la vivencia nuestra es trascendente. Es ilógica. En tanto que estamos hechos de hilatura gruesa. Como fuerte fue el nudo de Ariadna que sirvió de insumo a Prometeo para re-lanzar su libertad. Y, como es la vida, hoy estamos aquí. En trascendente recuerdo de quien voló antes que nosotros y nosotras. Y estamos, como a la espera del ir yendo, sin el olvido como soporte. Más bien con la simpleza propia de la ternura. Tanto como verlo en la distancia. En el no físico yerto. Pero en el sí imaginado siempre. Ese día no lo encontré en el camino. Me inquieta esto, ya que se había convertido casi en ritual cotidiano. Sin embargo avancé. No quería llegar tarde a mi trabajo. Esto porque ya tuve un altercado con Valeria, quien ejerce como supervisora. Y es que mi vida es eso.