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De poblachón a posmociudad:
la Vitoria revolucionada




Antonio Rivera
De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada




                           Antonio Rivera


          De poblachón a posmociudad:
            la Vitoria revolucionada


        uando en 1957 daba sus primeros pasos la Institución “Sancho el

C       Sabio”, comenzaban a ocuparse los dos millones de metros cua-
        drados dispuestos entre los pueblos de Gamarra y Betoño para
acomodar de manera organizada una nueva y definitiva industrialización.
Aquélla iba a transformar la capital alavesa hasta hacerle pasar de ser el
poblachón provinciano de entonces a la urbe postmoderna de hoy. Todo
eso, en medio siglo escaso.
      El contraste de las imágenes coloristas de nuestro presente, con esos
pulcros y gélidos barrios de tiralíneas, y el de aquéllas en blanco y negro,
donde se agolpaban isocarros, algún animal de tiro, un despistado guardia
de tráfico, viandantes, algún cura, muchas bicicletas, obreros de ida y
vuelta al trabajo, y hasta algún automóvil, todo ello por el novedoso borde
del eterno Casco Antiguo, parece deberse solo a la distancia natural del
tiempo. Sin embargo, hay razones y causas que explican por qué se trans-
formó aquel poblachón de los años cincuenta en unas proporciones
incomparables a las de cualquier otra localidad de nuestro entorno.
      Por aquel entonces, allá por el 56 ó el 57, estábamos en el momen-
to inminente de la gran revolución. La vieja ciudad tenía ya sus talleres y
hasta algunas fábricas de cierta entidad y trayectoria. Ajuria y Aranzábal
habían prosperado en la guerra y en la posguerra, eran marcas de refe-
rencia nacional y contaban con plantillas de centenares de obreros. Otras
“clásicas”, como éstas, procedentes del XIX o de las primeras décadas del



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SANCHO EL SABIO




XX, seguían teniendo su importancia: la naipera de Fournier, la cartuche-
ra de Orbea, Industrias de Mendoza, la Azucarera local, la Panificadora
Vitoriana, la Vitoriana de Electricidad… De menor tamaño eran ya meta-
lúrgicas como Sierras Alavesas, Gamarra, la fundición de Echauri o
Armentia y Corres, y las también históricas de otros gremios, como la
fábrica de Aranegui, la de Lascaray o la pirotecnia de Lecea. Vitoria no
era una ciudad industrial, pero sí un núcleo industrioso que todavía se
debatía acerca de la oportunidad de cambiarse por aquélla, de verse inun-
dada por grandes factorías y obligarse a ser distinta en todo, como veía
estaba pasando ya en el norte de la provincia. Efectivamente, siguiendo un
estímulo paralizado provisionalmente por la guerra, los capitales de la
plutocracia vizcaína (Oriol, Smith, Horn, Urigüen, Delclaux, Aresti,
Olaso…) habían revolucionado la fisonomía de Llodio, una localidad de
poco más de tres mil habitantes en 1940 que eran ya siete mil en 1960 y
que siguió duplicando sus efectivos en las dos décadas posteriores. Los
vitorianos hablaban de esa vecina mutación; también de la llegada masi-
va de inmigrantes de lejos, de lo que suponía todo ello, de sus pros y con-
tras, de sus posibles prevenciones. Algo habían visto ya cuando vinieron
muchos del lejano sur para construir durante años, entre finales de los
cuarenta y finales de los cincuenta, los embalses del Zadorra. Pero en su
mayoría fueron instalados en miserables barracones a pie de obra y solo
llegaban a la ciudad para hacer sus compras. Eso sí, “al contado”.
       Lo cierto es que no habían resuelto esta duda existencial de si les
convenía o no crecer cuando los vitorianos se vieron lentamente invadi-
dos, casi sin quererlo, por empresarios, trabajadores y empresas de media-
no tamaño que llegaban del norte para instalarse aquí. Porque el “agosto
posbélico” tuvo lugar en esos territorios: la guerra terminó antes en el
Norte que en su competidora industrial Cataluña; la especialización side-
rometalúrgica vizcaína proporcionaba los bienes de equipo para la recons-
trucción de las infraestructuras del país tras la contienda; la política de
autarquía exigía nutrirse precisamente de esas producciones locales y
hasta cuando a comienzos de los cincuenta se abrieron las exportaciones,
éstas fueron sobre todo de los productos metalúrgicos que fabricaba
Guipúzcoa. Añádasele a todo esto la particular implicación que tuvieron
los grandes industriales vascos con el bando de los vencedores, recom-



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1. Gamarra-Betoño se convirtió en el primer polígono industrial de Vitoria. Imagen del Portal de
Betoño en la década de 1950. Fototeca Caja Vital Kutxa.
2. Cuando la Institución Sancho el Sabio empezó a andar, en Vitoria todavía era posible ver algún
animal de tiro. Año 1945. Fototeca Caja Vital Kutxa




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SANCHO EL SABIO




pensada de sobra con las posteriores decisiones del Estado. La conse-
cuencia fue un desarrollo industrial en Vizcaya y Guipúzcoa muy impor-
tante ya en las décadas de los cuarenta y los cincuenta –todavía antes del
desarrollismo-, que se desparramó alcanzando a Álava cuando fue inca-
paz de contenerlo allí la falta de suelo barato para su adecuada ubicación.
       Efectivamente, la única, o la más destacada “materia prima” que
tenían Álava y Vitoria era el espacio disponible: una gran superficie de
terreno de ocupación agrícola, con un único punto urbanizado, situado
estratégicamente en el cruce tradicional de las dos grandes rutas que unen
Europa con la Meseta y el Cantábrico con el Mediterráneo, y dotada de
abundancia de agua para la industria en cuanto se empezaron a construir
los embalses del Zadorra –a instancias, precisamente, de Altos Hornos de
Vizcaya. A estos factores de oportunidad se le podrían añadir otros como
la existencia de una mano de obra relativamente cualificada y formada en
los dos centros de formación profesional creados en los años cuarenta (las
Escuelas Diocesanas y Jesús Obrero), la existencia ya de una “economía
industriosa” que había disciplinado a los vitorianos en sus reglas desde
hacía décadas (tiempo, regularidad, ahorro, cumplimiento…) y la conti-
nuidad de un régimen de Concierto económico –junto a la importancia de
las instituciones propias: forales, locales y de ahorro- que permitía cierta
capacidad de maniobra en la a veces determinante ventaja fiscal. De
manera que Álava apareció a la vista de sus vecinos norteños como un
espacio de oportunidad; algo que, por otro lado, no era nuevo. Vizcaya –o
sus capitales- ya había renovado su presencia en Álava con sus importan-
tes inversiones en el valle de Ayala, en la década de los treinta y luego en
los cuarenta y en los cincuenta y en los sesenta (Aceros de Llodio,
Lipmesa, Jez, Tubacex, Vidrieras de Álava…). En el caso vitoriano, la
descomunal obra e inversión vizcaínas en los embalses de Urrúnaga y
Ullívarri-Gamboa –todavía poco estudiadas y conocidas- constituyó la
acumulación de recursos e infraestructuras necesaria para el “salto ade-
lante” inmediato. Por su parte, los guipuzcoanos, que se recuperaron de
los desastres de la guerra un poco más tarde que los vizcaínos, se espe-
cializaron definitivamente en el pequeño y mediano metal (máquina
herramienta, metalurgia ligera), y vieron cómo para comienzos de los cin-



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3. Cantinas escolares, promovidas por la Caja de Ahorros Municipal de Vitoria. Año 1956.
Fototeca Caja Vital Kutxa.
4. Aparecieron nuevas infraestructuras y servicios. Garaje La Unión, en la calle Fueros. Archivo
Municipal Vitoria-Gasteiz.




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SANCHO EL SABIO




cuenta sus valles ya nos les permitían crecer más. La reacción lógica fue
desplazarse.
       Y lo hicieron a Vitoria, como ya había hecho el cartuchero de los
Orbea eibarreses en los años veinte. Fue ahora el caso de los Areitio oña-
tiarras en 1947, de las fábricas de bicicletas de los eibarreses Iriondo y
Béistegui poco después, y sobre todo de Ignacio Emparanza y de Juan
Arregui Garay, procedentes de Oñate y Arechavaleta, respectivamente,
que montaron la importante factoría de Esmaltaciones San Ignacio, en
1951. Casi a la vez, Arregui, al frente de sus hermanos, puso en marcha
Forjas Alavesas, una gran empresa siderometalúrgica que se establecía al
norte de la ciudad, en lo que sería el futuro espacio industrial. Luego cre-
aría más firmas (Arregui, Forte Hispania…). Finalmente, Imosa
(Industrias del Motor) comenzó a fabricar en 1954 furgonetas DKW en
unos terrenos más allá de Ali, junto a la Azucarera.
       De manera que antes de que el capitalismo internacional invitara a
la España franquista a salir del túnel de subdesarrollo, autarquía y colap-
so en que estaba metida, antes de aquel Plan de Estabilización de 1959,
Vitoria y Álava ya habían inaugurado su particular desarrollismo. La
nueva riqueza que se desparramaba por el territorio propio, gracias a la
estrechez y carestía del de los vecinos, hubo de ser ordenada para así pro-
piciar nuevas llegadas de empresas y para consolidar un motor que per-
mitiera un desarrollo más autónomo. Vitoria –y Álava- resolvía por fin su
apuesta por una industrialización que le iba a transformar como nunca
había conocido desde los años de su carta puebla de 1181.

1. Industrialización, inmigración, urbanización y cambio de
costumbres
       Las condiciones propicias en un momento dado propician ventajas
que, si no se ordenan y aprovechan, se agotan cuando se tuerce la coyun-
tura. Por el contrario, decisiones y voluntades expresas, junto con el acier-
to en ellas, asientan bienestares de más larga continuidad. El 9 de enero
de 1956, el alcalde Gonzalo Lacalle Leloup propuso a su consistorio una
Moción “sobre designación de zonas industriales”. Fue la primera gran
decisión de los poderes públicos locales para apostar por una industriali-



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De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada




zación sin retorno. Antes había habido iniciativas para no perder del todo
el tren: la Diputación, en 1946, aprobó otra moción –que un año después
elevó a Decreto- para eximir de impuestos por un tiempo a las empresas
que se instalaran en el territorio; en octubre de 1954 se celebró el gran
Consejo Económico-Sindical que sirvió para que los intereses económi-
cos (y las “fuerzas vivas”) debatieran y reflexionaran sobre la dirección a
seguir. Incluso poco después del Consejo tuvo lugar la Exposición
Sindical de la Economía Alavesa, donde empresas y gremios exhibieron
su recién estrenada potencialidad. Pero todo esto seguía reteniendo un
aroma de otro tiempo, un pulso de “economía industriosa”.
       La Moción de Lacalle Leloup era algo diferente; de ahí que se haya
tomado como hito casi fundacional de la inmediata realidad industrial.
Básicamente se trataba con ella de definir uno o varios espacios destina-
dos a las industrias, de hacerlo bajo la batuta del Ayuntamiento y de evi-
tar movimientos especulativos privados. El municipio adquiría el suelo
expropiado y construía las infraestructuras para su uso industrial median-
te el concurso financiero de su Caja Municipal. De esa manera estaba en
condiciones de ser interlocutor ante las empresas que se dirigían a él para
ubicarse en la ciudad, imponía hasta lo posible las condiciones para ello y
evitaba la interferencia de intereses privados. El procedimiento se puso a
prueba cuando la firma francesa de construcción de vehículos Citröen
pulsó al Ayuntamiento para instalarse aquí. Éste dispuso para ello un
espacio entre los núcleos rurales de Gamarra y Betoño, al norte de la ciu-
dad, donde ya se había ubicado Forjas. La operación no prosperó. Sin
embargo, facilitó la elección a que invitaba la Moción municipal y
Gamarra-Betoño se convirtió en el primer polígono industrial. A partir de
él se replicó el procedimiento en los demás: su ampliación hasta Arriaga,
Olárizu-Uritiasolo, Ali-Gobeo, más tarde Júndiz.
       La novedad del polígono industrial era ilustrativa del cambio en que
se introducía Vitoria. Hasta entonces, el suelo residencial convivía como
podía con el productivo, conforme a las pautas tradicionales de mezcla de
todo tipo de usos. Es cierto que las factorías más grandes -Ajuria,
Aranzábal, Orbea, Sierras Alavesas, la de hebillas, la de naipes…- ocupa-
ban los bordes de la ciudad, pero muchos pequeños y medianos talleres se
repartían por su interior (por ejemplo, la carpintería de Aguirre o la fun-



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SANCHO EL SABIO




dición de Echauri seguían en el Casco Viejo). La inicial llegada de nuevas
empresas, en los años cuarenta y cincuenta, por la novedad y por sus gran-
des dimensiones, obligó a éstas a ubicarse en las afueras (Olárizu, Campo
de los Palacios, carretera de Madrid, Ali-Azucarera). Las que ahora venían
o se interesaban por ello eran de mayor entidad, por lo que los nuevos
polígonos industriales trataban de ordenar el espacio y de proporcionar las
infraestructuras necesarias para la nueva y gran industria. La ciudad
industrial moderna se caracterizaba por disociar los usos residencial y
productivo, lo que hacía aparecer dos novedades asociadas: las distancias
interiores y la dependencia del transporte.
       De la mano del polígono industrial llegó el barrio obrero, otro nuevo
concepto que alteraba también la tradición anterior vitoriana. Desde su
fundación en 1181, el espacio urbano local se había limitado a poco más
que el Casco Antiguo, el Ensanche decimonónico y la ocupación desor-
denada de los bordes de ese plano. Solo a comienzos de los años treinta
apareció el primer barrio identificable, el de San Cristóbal, y la erección
en ese lugar de la “quinta parroquia”, más allá de las “cuatro torres” de
siempre, venía a confirmarlo. Se atisbaban otros posibles en torno a
Judizmendi, por Aldave, junto a la estación del Vasco-Navarro, hacia Ali
–el barrio “aristócrata” del Prado era otra cosa-, pero todavía solo se
puede hablar de San Cristóbal, donde de nuevo se mezclaban viviendas,
talleres y fábricas, y servicios: la fábrica de hebillas abrió paso a otras
años después y el del Campo Los Palacios-Olárizu fue un “polígono
industrial” antes de que pudiera dársele con rigor ese nombre. Allí se ubi-
caron en los cuarenta y cincuenta Esmaltaciones, las fábricas de bicicle-
tas, la naipera de Fournier y otras importantes, que renovaron el original
San Cristóbal, con el añadido posterior de Adurza, hasta hacer de él en esa
continuidad el primer barrio de identidad obrera de Vitoria.
       Pero en términos urbanísticos, un barrio obrero era una cosa dife-
rente. No era solo, como el de Adurza, un sitio donde vivían básicamente
obreros; también en lo viejo vivían básicamente obreros y no era un barrio
obrero. Se trataba de una concepción de ciudad distinta, que entendía que
iba a tener en lo inmediato un volumen de trabajadores desusado y al que
necesitaba ubicar en espacios concretos, con las infraestructuras y servi-
cios que creyera precisos o estuviera en condiciones de ofrecer. Igual que



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5, 6 y 7. En medio siglo escaso, la
capital alavesa ha pasado de ser el
poblachón provinciano de entonces a
la urbe postmoderna de hoy. Años
1950, 1957 y 1978 Fototeca Caja Vital
Kutxa.




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SANCHO EL SABIO




se preparaba (y propiciaba) la llegada de las fábricas creando polígonos
industriales, se preparaba la llegada de los trabajadores creando barrios
obreros. Detrás había complejas y contradictorias concepciones de cómo
debían vivir y ser tratados éstos, pero lo inmediato es que se asumía que
la ciudad ya no iba a ser la tradicional mesocrática Vitoria, de pocos ricos
y pocos pobres, y muchos indeterminados en el medio. Se auguraba que
ahora iba a haber muchos trabajadores empleados en muchas y grandes
fábricas. El escenario urbano, por tanto, se veía radicalmente transforma-
do.
      Pero, antes que del espacio, hay que hablar de las personas que iban
a forzar su cambio. Hay dos guarismos que son muy fáciles de retener y
que expresan rápidamente la gran revolución que vivió Vitoria: en el
poblachón de 1950 habitaban poco más de 50.000 personas; en la ciudad
industrial que era ya en 1975 éstas eran casi 175.000. Los casi diez mil
obreros más o menos industriales que había en 1950 se habían multipli-
cado por cuatro veinticinco años después. El desmesurado y acelerado
crecimiento poblacional se justificó básicamente por la llegada de pobla-
ción foránea, por la inmigración que atrajo la industria durante una vein-
tena ininterrumpida de años, entre mediados de los cincuenta y mediados
de los setenta. ¿De dónde procedía aquella gente? En las cuestiones inmi-
gratorias, antes y ahora, el exotismo de la diferencia nubla la vista y la
percepción real de los hechos. Lógicamente, la mayoría de los “nuevos
vitorianos” venía de cerca: en 1958, cuatro de cada diez inmigrados a
Vitoria procedía del resto de Álava, y todavía eran dos en 1975. Eran el
bloque mayoritario. La industrialización de las ciudades “vació” los cam-
pos, que se habían mantenido durante años en un precario subempleo que
daba para sobrevivir, pero no para aspirar a una vida mejor. Luego, facto-
res como la mecanización de las tareas agrícolas –un aspecto en el que
Álava fue puntera- expulsaron todavía más brazos, y otros coyunturales
como la desaparición de pueblos por la construcción de los embalses o de
futuras infraestructuras redujo todavía más esa población. Los habitantes
de Álava, sin contar Vitoria, eran los mismos en 1950 que en 1975; y, si
descontamos también Llodio, un cuarto menos. El segundo bloque de
inmigrantes lo proporcionaba por sí sola la provincia de Burgos, siempre
por encima del 10% del total. La Rioja también tuvo una aportación ini-



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8. La ciudad se hizo mucho más grande. Ello dio protagonismo al transporte, que pasó a invadir y
a disputar la calle con el peatón. Fototeca Caja Vital Kutxa.
9. Se iba a iniciar una concepción de ciudad distinta. En la imagen los terrenos de Zurbitu en marzo
de 1957, donde se construyeron después la calle y el polideportivo de Landázuri. Fototeca Caja
Vital Kutxa.




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cial importante. Eran territorios de tradicional inmigración a Vitoria,
antes incluso de su industrialización, que, sin embargo, no se han consi-
derado en su importancia por su fácil integración en la ciudad. A conti-
nuación venían las otras tres provincias vasconavarras, en proporciones
similares siempre, muchos de ellos llegados junto con sus desplazadas
fábricas y, en la mayoría de los casos, con oficios, empleo y un status
social superior al resto de trabajadores. Por último encontramos a esa
“inmigración del sur”. Los más de ellos venían de la submesesta norte, de
la región castellanoleonesa. Pero eran más visibles los acentos más meri-
dionales, de andaluces y extremeños, además de los gallegos. En los ini-
cios de la industrialización, cuando sentó plaza el popular y combatido
término “coreano”, sumaban un porcentaje escaso: ni siquiera un 7% de
la inmigración entre esas tres últimas regiones. Después, algunas provin-
cias como Cáceres, sobre todo, Palencia, Zamora, Salamanca, León,
Orense, Granada o Jaén, en 1975, ya suponían cifras de cierta entidad,
siempre sin alterar la norma de que cuanto más cerca fueran más.
       Eran, entonces, inmigrantes –luego nuevos, diferentes o extraños,
según las miradas- y, además, todos trabajadores y sobre todo de la indus-
tria. El sector secundario alavés se colocó en torno al 60% de la población
activa, en una provincia que hasta casi mediados del siglo XX tenía a la
agricultura como primer sector productivo y, por supuesto, de ocupación.
La llegada constante de esos contingentes de trabajadores inmigrantes,
muchos de ellos ajenos al País Vasco, preocupó a la siempre sensible y
preventiva “Vitoria moral”: la ciudad podía aceptar ya la inevitable indus-
trialización, pero era consciente de que ésta traía consigo factores de peli-
gro y disolución social si no se actuaba pronto. El que primero se advir-
tió fue el más evidente: el de la promiscuidad y precariedad que provoca-
ba la falta de viviendas para tanto recién llegado. Éstos encontraron en el
Casco Viejo su primer acomodo, en casas viejas y relativamente baratas
donde vivían hacinadas varias familias o en régimen de pupilaje los varo-
nes solteros. Todavía no habían acumulado recursos ni tenían crédito para
acceder a la compra de un piso (y el alquiler había sido radicalmente dis-
minuido por mor de disposiciones legales). En 1964 aquel Casco Antiguo
llegó a su extremo de ocupación: 18.000 habitantes, uno de cada cinco
vitorianos. Por su parte, la amenaza del chabolismo no llegó a hacerse rea-



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10. En la Vitoria de los años cincuenta se agolpaban isocarros, un despistado guardia de tráfico...
Fototeca Caja Vital Kutxa.
11. Aparecieron los ensanches de los años cincuenta, a un lado y a otro de la colina. La calle
Sancho el Sabio en 1960. Fototeca Caja Vital Kutxa.




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SANCHO EL SABIO




lidad más allá de algunos casos localizados y breves. Pero las soluciones
parciales al problema de la vivienda se mostraban incapaces: los “altan-
ches” de los cuarenta demoraban los inevitables ensanches en superficie,
obras de iniciativa nacionalsindicalista tardaban años en verse terminadas
(las de la calle Ramiro de Maeztu)… Por fin se decidió aquí también el
Ayuntamiento a ponerse al frente. Constituyó una empresa municipal
(Vimuvisa), en 1959 –ya con el nuevo alcalde, Ibarra Landete-, y con la
guía que suponía el pronto desbordado PGOU de 1956 acometió la expan-
sión de la ciudad. En ésta convivieron al menos tres tipos de soluciones.
La primera en el tiempo fue la de los ensanches de los años cincuenta, a
un lado y otro de la colina: el de La Coronación, al oeste (con su apéndi-
ce de “más clase” en las traseras de la Diputación, hasta la plaza de
Lovaina), y el de Los Herrán, al este (con su paralelo de clase media en
Las Desamparadas). La segunda iniciativa la constituyeron los barrios de
extrarradio, alejados de la ciudad. Era una solución “de emergencia”,
paternalista, ultrabarata, promovida por entidades benéficas y eclesiásti-
cas, que dio lugar a dos poblados, Abechuco y Errekaleor, que pretendían
reproducir en algún caso la fisonomía de los pueblos nuevos de Andalucía
y Extremadura. Pero a finales de los cincuenta, también, surgió
Zaramaga, el auténtico barrio obrero vitoriano, que luego se replicó con
variaciones en Arana, zonas nuevas de Adurza, y años más tarde en
Txagorritxu, El Pilar, Aranbizkarra, Santa Lucía, Sansomendi, etcétera.
Eran barrios de manzanas abiertas y bloques aislados, con diseño integra-
do de infraestructuras y servicios, y ligados a la ciudad central por sus
bordes. Hasta cierto punto también autosuficientes, lo que generó con-
ciencias particularistas de barrio en algunos casos -aunque la centralidad
funcional de la Vitoria del Ensanche sea en las cuestiones representativas
todavía abrumadora: socialización, fiesta, acontecimientos singulares…-,
y siempre tratando de acercar el domicilio a la fábrica: los obreros de
Zaramaga se trataba de que trabajaran en el polígono de Arriaga-
Gamarra-Betoño, como los de San Cristóbal-Adurza lo hacían en el de
Campo Los Palacios-Olárizu-Uritiasolo o luego los de El Pilar en
Michelin o los de Lakua-Arriaga en la Mercedes (Benz). De esta manera,
el dibujo de la ciudad quedó fijado para el tiempo en que duró esta pri-
mera gran industrialización. Solo se añadió el trazado de la Avenida de
Gasteiz (entonces del Generalísimo o del pintor Díaz de Olano), en 1961,



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De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada




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12. Jardín de Amárica, en la actual Plaza del mismo nombre. Año 1964. Fototeca Caja Vital Kutxa.
13. La calle Siervas de Jesús, en el novedoso borde del eterno Casco Antiguo. Año 1968. Fototeca
Caja Vital Kutxa.




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que trabajosa, lenta y con dudoso éxito trató de proporcionar otro CBD
(centro urbano de negocios) alternativo al del Ensanche.
       Pero, hasta ahora, la visión del cambio de la ciudad resulta un tanto
estructural. No es ésa la intención: solo es una manera de organizar el
material explicativo. Lo importante es que esos cambios en lo socioeco-
nómico dieron lugar a otra ciudad y provincia que se movían por pautas y
percepciones bien diferentes. El trabajo siguió siendo referencia impor-
tante. Los nuevos obreros industriales iniciaron un proceso de mejora en
sus perspectivas vitales que no ha encontrado límite hasta el presente, más
allá de los “baches” críticos de cada década (el 75, el 78-79, el 81 y el 93;
ahora el 2009). (En ese sentido, lo que caracteriza la Vitoria (y Álava) que
conocemos es que lleva viviendo medio siglo en un desarrollo y expan-
sión continuos, algo históricamente complicado y que explica muchos
comportamientos del presente (envejecimiento, temor al cambio, conser-
vadurismo) y muchos problemas de futuro (sostenibilidad urbana, encare-
cimiento del nivel de servicios)). Pero ese enriquecimiento de todos, desi-
gual pero de todos, el que se constata cuando aquellos obreros que habían
pasado por el Casco Viejo y luego comprado su casa en Zaramaga o
Arana, se desplazaron en los ochenta a Aranbizkarra, Gazalbide o
Txagorritxu, se hizo a costa de instituir el trabajo como actividad esencial.
A las ocho ó diez horas reglamentarias, de lunes a sábado, se les sumaban
otras más “extras” o pluriempleos paralelos. Las mujeres, que aportaron
como trabajadoras fabriles mucho más de lo que hasta ahora habíamos
apreciado en los estudios, se ocupaban también de manera invisible, ade-
más de en las faenas del hogar, en trabajos a domicilio (engarce de bal-
dosines o cremalleras, lavado de ropa de las fábricas, “coger puntos a las
medias”, trabajos de modistería) o en atender un extendido pupilaje de
obreros solteros. El trabajo articuló las relaciones sociales. No solo coin-
cidían en el barrio obrero trabajadores de la misma fábrica, sino que éstas
organizaban parte de su escaso tiempo libre en torneos deportivos (la liga
de fútbol de empresas), clubes sociales (el posterior de Michelin, de
1971), economatos laborales…
       Homo fáber, humanidad laboriosa, y homo ludens, humanidad fes-
tiva. Además de trabajadora, la que arrancó en los sesenta era una socie-
dad joven y muy dinámica, que ocupaba la calle en cuanto podía. El



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deporte-espectáculo y el cine se convirtieron en los recursos principales
de una cultura masiva de evasión. El fútbol y el Deportivo Alavés contri-
buyeron a crear señas de identidad local para una población nueva que lle-
gaba de muchos sitios distintos. El baloncesto fue más tardío y social-
mente de más rango (se jugaba en los colegios “de pago”): el Vasconia
(luego Baskonia) se creó en 1959 y hasta 1972 no llegó a la Primera
División, aunque antes estuvo ahí el Vitoria. El frontón y la pelota, el
ciclismo (el KAS y la Vuelta) o el boxeo siguieron captando mucha aten-
ción. El cine, por su parte, para una población que se veía forzada al aho-
rro –el pago de la vivienda obligó a muchos sacrificios-, fue la solución
de ocio más socorrida: en la Vitoria de 1964 había una butaca por cada
diez habitantes (en las salas Vesa, Amaya, Samaniego, Gasteiz; luego
Iradier). Los bares no abandonaron su popularidad, pero el concepto
“cafetería”, más moderno, empezó a hacerse presente sobre todo en el
Ensanche; el Casco Viejo seguía concentrando en los años sesenta una de
cada tres tabernas. Los bailes seguían celebrándose en La Florida, hasta
que los años sesenta y setenta abrieron paso a los “guateques” domicilia-
rios y a las discotecas y “boites” (Pigalle, Escorial, La Kokett…). En el
segundo semestre de 1960 llegó la televisión, cargada hasta un lustro des-
pués con un impuesto de lujo. Tardó bastante más en hacerse cotidiana en
las casas y todavía durante mucho tiempo siguió perteneciendo a la socia-
bilidad comunitaria de la gente popular: aquellas tardes de domingo en los
bares, con la única cadena en blanco y negro, ellos sin perderle ojo al
cuero, ellas en la brisca y los niños jugando en unas inofensivas aceras.
Finalmente, el universo del descanso tuvo en Vitoria un hito extraordina-
rio con la apertura de las piscinas de Gamarra, en 1959. Donde iban a
bañarse en el Zadorra los jóvenes de otros tiempos, se abrió un enorme
parque de diez hectáreas, con piscinas, campos de deportes y áreas de
esparcimiento que hizo las delicias de las familias locales y fue la envidia
de los vecinos del norte: “Gamarra estaba llena de bilbaínos”. En 1960 se
abrió en el otro extremo de la ciudad, en Mendizorroza, la Sociedad
Estadio de la Caja Provincial, más de clase media que la popular y casi
gratuita Gamarra. La posterior cultura de los centros cívicos tuvo allá su
preámbulo.



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       La ciudad se hizo mucho más grande. Ello dio protagonismo al
transporte, que pasó a invadir y a disputar la calle con el peatón. Un tran-
vía conectaba en 1964 las nuevas zonas industriales y, luego, nueve líne-
as de autobús cruzaron la ciudad. El automóvil privado no despegó hasta
la segunda mitad de los sesenta, aunque triplicó su número en la siguien-
te década. Antes, el obrero seguía yendo al trabajo andando, en bicicleta
o en los autobuses de la empresa. Las comunicaciones interurbanas y per-
sonales se hicieron cotidianas. El autobús le ganó la partida al tren (al
Madrid-Irún y al Vasco-Navarro): trasladaba gentes por la provincia, entre
Vitoria y las localidades de la región, y seguía trayendo nuevos inmigran-
tes. La discutida construcción de la Estación, en 1950, resultó no ser ocio-
sa. El teléfono también empezó a extenderse: había casi doce mil a media-
dos de los sesenta, pero le costó otro decenio llegar a las casas del común.
La movilidad y hasta la individuación de los desplazamientos, aquello que
sorprendió en la segunda mitad del XIX a Ildefonso Cerdá en la
Barcelona del Ensanche que diseñó, tardó un siglo en ser norma en
Vitoria; el tiempo que distanciaba entonces, no ahora, dos procesos desi-
guales de modernización.

2. Del desarrollismo a la democracia
      La industrialización cambió por completo el escenario vitoriano y
alavés. Los factores de desarrollo que hemos expuesto siguieron operan-
do todavía a mayor escala en los años sesenta y posteriores. Después de
aquellas medianas empresas venidas a la ciudad llegaron otras más
(Miguel Carrera, Cegasa, Bombas Ugo, Grupos Diferenciales, Llama-
Gabilondo, Pferd-Rüggeberg (Caballito), Inovac Rima…), y alguna de
tamaño superlativo, como Michelin, que comenzó a producir ruedas en
1966, siendo mucho tiempo la primera en plantilla –llegó a 3.800 emple-
ados- y en tamaño (ocupaba 400.000 metros cuadrados, en Arriaga).
Luego, Imosa, convertida en Mevosa en 1972, llegaría a tener 4.000 obre-
ros. En el lustro 1970-1974 se alcanzó, con casi seiscientas, el tope de ins-
talación de empresas, y por entonces se desarrolló un Plan de polígonos
industriales en la provincia para mitigar la evidente macrocefalia vitoria-
na y para que casi toda la industria no se concentrara aquí.



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14. El Vasconia (luego Baskonia) se creó en 1959, pero hasta 1972 no llegó a la Primera División.
Fototeca Caja Vital Kutxa.
15. El fútbol y el Deportivo Alavés contribuyeron a crear señas de identidad local para una
población nueva que llegaba de muchos sitios distintos. Año 1985. Fototeca Caja Vital Kutxa.




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       El desarrollismo llegó a Álava (y a la mayor parte de España) en el
marco político de una interminable dictadura. A veces el relato socioeco-
nómico de esa transformación obvia o difumina ese determinante escena-
rio. Las autoridades locales franquistas fueron locales, de aquí –el farma-
céutico riojano Lorenzo de Cura, casi eterno presidente de la Diputación,
los importantes alcaldes Lacalle e Ibarra, el vasquista Aranegui…-, y tan
franquistas como todas las demás del país. La vida oficial del partido
único FET y de las JONS no fue monocorde y estuvo marcada por los pul-
sos de poder en su interior. Frente a ella, la oposición al régimen fue de
escasa entidad, aunque en parte de los años cincuenta y sesenta, de la
mano del socialista Antonio Amat, Vitoria fuese “la capital de la clandes-
tinidad”. Pero, entre medias, la nueva generación de vitorianos ajena al
tiempo de la guerra, con el paraguas de una iglesia de inquietudes socia-
les y preocupada por sus “nuevos pobres”, los inmigrantes, tejió una red
de relaciones alternativa a aquella oficialidad. La que se ha llamado con
tino la “Vitoria moral” ofreció un espacio para la vida social al margen de
la dictadura, sin tener por ello que jugársela como hacían los opositores al
régimen. Al final, el recambio de la dictadura se produjo aquí con el con-
curso de elementos que procedían de las estructuras secundarias de éste
(Delegación de Trabajo, Consejo de Empresarios, Organización
Sindical…), de otros de aquella “Vitoria moral” y de unos pocos del anti-
franquismo menos frontal. En las primeras elecciones libres al
Ayuntamiento gasteiztarra, en 1979, los primeros puestos de las tres listas
más votadas (nacionalistas, reformistas de la UCD y socialistas) los ocu-
paban candidatos que ya habían sido concejales durante el franquismo por
los tercios familiar o de empresa: José Ángel Cuerda, Mª Jesús Aguirre,
Alfredo Marco Tabar, José Vidal Sucunza, Merche Villacián, Pepe (Pérez)
Valderrama. Al contrario, la “nueva Vitoria” proletaria e inmigrante que
protagonizó los hechos criminales y luctuosos del 3 de marzo de 1976 no
participó ni fue invitada a esa reforma del régimen político. Su dramática
emergencia a la realidad, después de años de ocultamiento social en la
ciudad, no hizo de aquella mayoría de trabajadores industriales un prota-
gonista colectivo de primer orden cuando se jugó la partida de la transi-
ción a la democracia. La ciudad había alterado casi por completo su com-
posición demográfica, consecuencia de una intensa inmigración, pero fue
la “Vitoria de siempre”, reclutada en proporciones diferentes en los tres



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16. Finalmente, el universo del ocio tuvo en Vitoria un hito extraordinario con la apertura de las
piscinas de Gamarra, en 1959. Fototeca Caja Vital Kutxa.
17. En 1960 se abrió en el otro extremo de la ciudad, en Mendizorroza, la Sociedad Estadio de la
Caja Provincial de Álava. Fototeca Caja Vital Kutxa.




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campos sociopolíticos descritos, la que prosperó en el nuevo proceso his-
tórico. La débil oposición antifranquista local propició que la alternativa
reformista saliera de los propios márgenes (interno o externo) del régimen
anterior. En síntesis, con otros nombres y con otro procedimiento, la
“Vitoria de siempre” seguía mandando.
      Uno de aquellos concejales fue José Ángel Cuerda, que en veinte
años al frente del Ayuntamiento vitoriano, hasta 1999, dibujó la nueva
Vitoria, todavía dominante. Su resultado fue una urbe de casi un cuarto de
millón de habitantes -236.525 en 2009-, ordenada y amable, limpia y
organizada, verde, con un alto nivel de servicios públicos y preocupada
por la protección social de sus habitantes más desfavorecidos. Una expe-
riencia demasiado perfecta que, con el tiempo, ha mostrado su talón de
Aquiles: su sostenibilidad. Vitoria se ha convertido en un club demasiado
caro para los nuevos ciudadanos (jóvenes y recién llegados): la captación
de recursos mediante la venta de suelo público encareció extraordinaria-
mente la vivienda y ha llegado a agotar esa fuente de financiación. Todo
ello después de que en el último decenio del siglo XX la ciudad definiti-
vamente estallara y extendiera su plano hasta lo inaudito, con barrios
enormes como Salburua y Zabalgana. La abundante oferta de vivienda de
protección oficial no ha logrado resolver del todo el problema que supo-
ne su carestía. De otra parte, el urbanismo abierto y verde –14,2 metros
cuadrados de césped por habitante, cien kilómetros de carril-bici, Anillo
Verde, 130.000 árboles- resulta extraordinariamente costoso en su mante-
nimiento. Añádasele a ello la apuesta por ese alto nivel de servicios públi-
cos –por ejemplo, una docena de centros cívicos- y de protección social
(422 euros por habitante en Álava, cubiertos en un 80% por fondos públi-
cos). La presente crisis económica pondrá a prueba tanto la capacidad y
eficacia de los gestores públicos como las posibilidades de sostenimiento
de ese modelo de ciudad tan “escandinavo”.
      A la vez, el urbanismo contemporáneo, desde aquellos barrios
abiertos de los sesenta, influidos por la funcionalista Carta de Atenas,
creó un modelo de ciudad “frío”. No hay más que ver las interminables
alineaciones o la anchura de calles de algunos barrios de entonces y, sobre
todo, de ahora (Lakua), para concluir que el tipo de sociabilidad que pro-
pician no es precisamente el de alta densidad e intensidad. Quizás por eso,



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18 y 19. El deporte-espectáculo y el cine se convirtieron en los recursos principales de una cultura
masiva de evasión. Fototeca Caja Vital Kutxa.




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por lo abierto de la red social, la paralela de centros cívicos -de frenética
y popular actividad: 17.000 personas los usan cada día; uno de cada dos
vitorianos es socio de los servicios deportivo-culturales del
Ayuntamiento- ha tratado de cubrir esos huecos. Una sociabilidad, enton-
ces, “a la europea”, más de centro social al que se acude por intereses
diferentes y convergentes de cada individuo ciudadano que por la coinci-
dencia informal en la calle que caracteriza modelos más mediterráneos o,
simplemente, producto de cierta cercanía y hasta promiscuidad urbanísti-
ca. Ese escenario –unido a la “novedad” de procedencia de la mayoría de
su población- ha conformado un ciudadano muy peculiar, consciente de
sus derechos, exigente con su administración, poco dado a exaltaciones
colectivas, frío también de carácter. Vitoria –y Álava por extensión- se ha
hecho a sí misma recientemente, sin señas de identidad potentes e inequí-
vocas, y sus ciudadanos organizan su vida en torno a elementos o refe-
rencias más de parte, de pequeño grupo, que generales y colectivas. La
suma de todas ellas va dando una identidad común donde la alta calidad
de vida aparece como identificación prioritaria. Una ciudad y una ciuda-
danía, entonces, postmoderna, en forma y fondo, y rematada en esa ten-
dencia por la nueva inmigración extraeuropea (Colombia, Marruecos,
Argelia, Ecuador, Brasil) que, desde 1998, ha seguido incrementando y
haciendo aun más complejo y diverso el censo poblacional local: el 9,3%
del mismo no ha nacido en el país.
      Los tiempos recientes han traído también otra idea y realidad de
integración de Vitoria y Álava en las geografías de su entorno. Todavía se
discute acerca del esquivo status de “Capital de Euskadi” y de lo que ello
supone, pero lo evidente es que Vitoria es, desde la Ley de Sedes de mayo
de 1980, la ciudad donde se ubican la mayor parte de las instituciones de
la Comunidad Autónoma Vasca (Parlamento, Gobierno, Presidencia del
gobierno, Ararteko, administración de Osakidetza, academia de la
Ertzaintza, Tribunal de Cuentas Públicas…). Ello contribuyó, en sus ini-
cios, a terciarizar la economía local, respaldando un proceso que la ciu-
dad ya llevaba avanzado después de casi un cuarto de siglo de industria-
lización continuada. La economía de las chimeneas hubo de compartir su
primacía con la de los servicios, en una progresión postindustrial clásica
que aquí se reforzaba con un aporte económico y hasta demográfico –una



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20. La novedad del polígono industrial era ilustrativa del cambio que se introducía en Vitoria hacia
los años 1960. Fototeca Caja Vital Kutxa.
21. Forjas Alavesas, una gran empresa siderometalúrgica, se estableció al norte de la ciudad.
Fototeca Caja Vital Kutxa.




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SANCHO EL SABIO




nueva inmigración privilegiada del Norte- derivado de la nueva adminis-
tración regional. La misma instalación de una gran superficie comercial
urbana donde se ubicó durante años la factoría de Forjas Alavesas repro-
duce a otro nivel el cambio socioeconómico y cultural que en sitios como
Baracaldo se ha sintetizado así: “de Altos Hornos a Ikea”. Todo ello ha
contribuido a desdibujar sin definir alternativamente los ritmos locales,
que siguen siendo aparentemente industriales –de seis a dos y de dos a
diez-, aunque la mayoría de la población ya no se rija por ellos.
       Y en esa transformación reciente, Vitoria ha recuperado cierto
carácter de ciudad culta que tuvo en los gloriosos años sesenta y setenta
del siglo XIX. En esta ocasión el cambio tiene que ver con el asenta-
miento de uno de los varios campus de la universidad pública vasca, ini-
cialmente inclinado hacia las letras pero finalmente heterogéneo en su
oferta de estudios. El resultado de esa presencia es diverso. De una parte
–y no solo por el campus alavés-, la ciudadanía vitoriana destaca por sus
altos porcentajes de formación universitaria –un 16% del total-, aunque
ello no vaya parejo de otras expresiones de esa cualificación (el conoci-
miento y uso de idiomas modernos es bajo; los empleos altamente cuali-
ficados fuera de la industria son pocos). Por su parte, la universidad como
institución y los universitarios como colectivo social le han ido ganando
la partida a una cultura local atrincherada en conocimientos eruditos de
radio limitado y en algunas instituciones localistas. Con todo, la cultura
universitaria –el reconocimiento del saber, las claves en que reposa la
autoridad científica- no ha tenido el tiempo suficiente como para penetrar
profundamente en la población y en las élites tradicionales del lugar,
como recientemente ha demostrado el soterrado debate en torno al “des-
cubrimiento” de unos hallazgos arqueológicos en la ciudad romana de
Iruña. Solo el peso de una estructura relativamente potente ha permitido
ir calando en una sociedad, como la vitoriana y alavesa (y también la
vasca), de valores demasiados industriales, pragmáticos y economicistas.
En ese sentido, la capacidad de renovación y adaptación a esa nueva rea-
lidad por parte de la Fundación “Sancho el Sabio”, sin perder por ello su
idiosincrasia original, resulta encomiable.
       Al cabo de medio siglo de su creación, la nueva ubicación de
“Sancho el Sabio” en el cementerio del Convento de Betoño aparece



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22 y 23. Fundación Sancho el Sabio y KREA (en la imagen) demuestran que la cultura y la investi-
gación están donde están los espíritus cultos y sanamente curiosos. Año 2006. Fototeca Caja Vital
Kutxa.



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como una metáfora de los vaivenes de la capital alavesa. En 1905 se ins-
talaron las Carmelitas en este lugar alejado de la ciudad, igual que otras
muchas órdenes que arribaron en el eje de aquellos dos siglos hasta hacer
de Vitoria la ciudad levítica que fue hasta que las chimeneas y luego las
grúas le dieron otro bien distinto sesgo. Las primeras modernas chimene-
as, como se ha explicado, se levantaron precisamente en torno a ese con-
vento, y el de Betoño fue el polígono industrial por excelencia. El vecino
“Garaje Alas” fue el centro neurálgico de la actividad y luego de la pro-
testa de aquella nueva clase obrera industrial vitoriana. Después, polígo-
nos más modernos dejaron al de Betoño en el borde de la obsolescencia,
y zonas residenciales de cierta ventajosa condición se instalaron por allí
sin recato, entre las cercanas balsas de Salburua y los activos pequeños y
medianos talleres. Algunos proyectos para hacer de Betoño un polígono
de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no pros-
peraron: se intentó aplicar aquí la fórmula del distrito de la innovación
“22@Barcelona” o instalar una sucursal informática de la Universidad de
Deusto. Pero, al final, la cultura y la investigación ganan espacios hasta
hace poco impensables y afirman que su lugar no está ni cerca ni lejos de
la vieja y minúscula “ciudad del centro”. “Sancho el Sabio” –y enseguida
KREA- demuestra así que la cultura y la investigación están donde están
los espíritus cultos y sanamente curiosos. ¡Que tenga una larga y fructífe-
ra vida en ese moderno camposanto!




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  • 3. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada Antonio Rivera De poblachón a posmociudad: la Vitoria revolucionada uando en 1957 daba sus primeros pasos la Institución “Sancho el C Sabio”, comenzaban a ocuparse los dos millones de metros cua- drados dispuestos entre los pueblos de Gamarra y Betoño para acomodar de manera organizada una nueva y definitiva industrialización. Aquélla iba a transformar la capital alavesa hasta hacerle pasar de ser el poblachón provinciano de entonces a la urbe postmoderna de hoy. Todo eso, en medio siglo escaso. El contraste de las imágenes coloristas de nuestro presente, con esos pulcros y gélidos barrios de tiralíneas, y el de aquéllas en blanco y negro, donde se agolpaban isocarros, algún animal de tiro, un despistado guardia de tráfico, viandantes, algún cura, muchas bicicletas, obreros de ida y vuelta al trabajo, y hasta algún automóvil, todo ello por el novedoso borde del eterno Casco Antiguo, parece deberse solo a la distancia natural del tiempo. Sin embargo, hay razones y causas que explican por qué se trans- formó aquel poblachón de los años cincuenta en unas proporciones incomparables a las de cualquier otra localidad de nuestro entorno. Por aquel entonces, allá por el 56 ó el 57, estábamos en el momen- to inminente de la gran revolución. La vieja ciudad tenía ya sus talleres y hasta algunas fábricas de cierta entidad y trayectoria. Ajuria y Aranzábal habían prosperado en la guerra y en la posguerra, eran marcas de refe- rencia nacional y contaban con plantillas de centenares de obreros. Otras “clásicas”, como éstas, procedentes del XIX o de las primeras décadas del 63
  • 4. SANCHO EL SABIO XX, seguían teniendo su importancia: la naipera de Fournier, la cartuche- ra de Orbea, Industrias de Mendoza, la Azucarera local, la Panificadora Vitoriana, la Vitoriana de Electricidad… De menor tamaño eran ya meta- lúrgicas como Sierras Alavesas, Gamarra, la fundición de Echauri o Armentia y Corres, y las también históricas de otros gremios, como la fábrica de Aranegui, la de Lascaray o la pirotecnia de Lecea. Vitoria no era una ciudad industrial, pero sí un núcleo industrioso que todavía se debatía acerca de la oportunidad de cambiarse por aquélla, de verse inun- dada por grandes factorías y obligarse a ser distinta en todo, como veía estaba pasando ya en el norte de la provincia. Efectivamente, siguiendo un estímulo paralizado provisionalmente por la guerra, los capitales de la plutocracia vizcaína (Oriol, Smith, Horn, Urigüen, Delclaux, Aresti, Olaso…) habían revolucionado la fisonomía de Llodio, una localidad de poco más de tres mil habitantes en 1940 que eran ya siete mil en 1960 y que siguió duplicando sus efectivos en las dos décadas posteriores. Los vitorianos hablaban de esa vecina mutación; también de la llegada masi- va de inmigrantes de lejos, de lo que suponía todo ello, de sus pros y con- tras, de sus posibles prevenciones. Algo habían visto ya cuando vinieron muchos del lejano sur para construir durante años, entre finales de los cuarenta y finales de los cincuenta, los embalses del Zadorra. Pero en su mayoría fueron instalados en miserables barracones a pie de obra y solo llegaban a la ciudad para hacer sus compras. Eso sí, “al contado”. Lo cierto es que no habían resuelto esta duda existencial de si les convenía o no crecer cuando los vitorianos se vieron lentamente invadi- dos, casi sin quererlo, por empresarios, trabajadores y empresas de media- no tamaño que llegaban del norte para instalarse aquí. Porque el “agosto posbélico” tuvo lugar en esos territorios: la guerra terminó antes en el Norte que en su competidora industrial Cataluña; la especialización side- rometalúrgica vizcaína proporcionaba los bienes de equipo para la recons- trucción de las infraestructuras del país tras la contienda; la política de autarquía exigía nutrirse precisamente de esas producciones locales y hasta cuando a comienzos de los cincuenta se abrieron las exportaciones, éstas fueron sobre todo de los productos metalúrgicos que fabricaba Guipúzcoa. Añádasele a todo esto la particular implicación que tuvieron los grandes industriales vascos con el bando de los vencedores, recom- 64
  • 5. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 1 2 1. Gamarra-Betoño se convirtió en el primer polígono industrial de Vitoria. Imagen del Portal de Betoño en la década de 1950. Fototeca Caja Vital Kutxa. 2. Cuando la Institución Sancho el Sabio empezó a andar, en Vitoria todavía era posible ver algún animal de tiro. Año 1945. Fototeca Caja Vital Kutxa 65
  • 6. SANCHO EL SABIO pensada de sobra con las posteriores decisiones del Estado. La conse- cuencia fue un desarrollo industrial en Vizcaya y Guipúzcoa muy impor- tante ya en las décadas de los cuarenta y los cincuenta –todavía antes del desarrollismo-, que se desparramó alcanzando a Álava cuando fue inca- paz de contenerlo allí la falta de suelo barato para su adecuada ubicación. Efectivamente, la única, o la más destacada “materia prima” que tenían Álava y Vitoria era el espacio disponible: una gran superficie de terreno de ocupación agrícola, con un único punto urbanizado, situado estratégicamente en el cruce tradicional de las dos grandes rutas que unen Europa con la Meseta y el Cantábrico con el Mediterráneo, y dotada de abundancia de agua para la industria en cuanto se empezaron a construir los embalses del Zadorra –a instancias, precisamente, de Altos Hornos de Vizcaya. A estos factores de oportunidad se le podrían añadir otros como la existencia de una mano de obra relativamente cualificada y formada en los dos centros de formación profesional creados en los años cuarenta (las Escuelas Diocesanas y Jesús Obrero), la existencia ya de una “economía industriosa” que había disciplinado a los vitorianos en sus reglas desde hacía décadas (tiempo, regularidad, ahorro, cumplimiento…) y la conti- nuidad de un régimen de Concierto económico –junto a la importancia de las instituciones propias: forales, locales y de ahorro- que permitía cierta capacidad de maniobra en la a veces determinante ventaja fiscal. De manera que Álava apareció a la vista de sus vecinos norteños como un espacio de oportunidad; algo que, por otro lado, no era nuevo. Vizcaya –o sus capitales- ya había renovado su presencia en Álava con sus importan- tes inversiones en el valle de Ayala, en la década de los treinta y luego en los cuarenta y en los cincuenta y en los sesenta (Aceros de Llodio, Lipmesa, Jez, Tubacex, Vidrieras de Álava…). En el caso vitoriano, la descomunal obra e inversión vizcaínas en los embalses de Urrúnaga y Ullívarri-Gamboa –todavía poco estudiadas y conocidas- constituyó la acumulación de recursos e infraestructuras necesaria para el “salto ade- lante” inmediato. Por su parte, los guipuzcoanos, que se recuperaron de los desastres de la guerra un poco más tarde que los vizcaínos, se espe- cializaron definitivamente en el pequeño y mediano metal (máquina herramienta, metalurgia ligera), y vieron cómo para comienzos de los cin- 66
  • 7. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 3 4 3. Cantinas escolares, promovidas por la Caja de Ahorros Municipal de Vitoria. Año 1956. Fototeca Caja Vital Kutxa. 4. Aparecieron nuevas infraestructuras y servicios. Garaje La Unión, en la calle Fueros. Archivo Municipal Vitoria-Gasteiz. 67
  • 8. SANCHO EL SABIO cuenta sus valles ya nos les permitían crecer más. La reacción lógica fue desplazarse. Y lo hicieron a Vitoria, como ya había hecho el cartuchero de los Orbea eibarreses en los años veinte. Fue ahora el caso de los Areitio oña- tiarras en 1947, de las fábricas de bicicletas de los eibarreses Iriondo y Béistegui poco después, y sobre todo de Ignacio Emparanza y de Juan Arregui Garay, procedentes de Oñate y Arechavaleta, respectivamente, que montaron la importante factoría de Esmaltaciones San Ignacio, en 1951. Casi a la vez, Arregui, al frente de sus hermanos, puso en marcha Forjas Alavesas, una gran empresa siderometalúrgica que se establecía al norte de la ciudad, en lo que sería el futuro espacio industrial. Luego cre- aría más firmas (Arregui, Forte Hispania…). Finalmente, Imosa (Industrias del Motor) comenzó a fabricar en 1954 furgonetas DKW en unos terrenos más allá de Ali, junto a la Azucarera. De manera que antes de que el capitalismo internacional invitara a la España franquista a salir del túnel de subdesarrollo, autarquía y colap- so en que estaba metida, antes de aquel Plan de Estabilización de 1959, Vitoria y Álava ya habían inaugurado su particular desarrollismo. La nueva riqueza que se desparramaba por el territorio propio, gracias a la estrechez y carestía del de los vecinos, hubo de ser ordenada para así pro- piciar nuevas llegadas de empresas y para consolidar un motor que per- mitiera un desarrollo más autónomo. Vitoria –y Álava- resolvía por fin su apuesta por una industrialización que le iba a transformar como nunca había conocido desde los años de su carta puebla de 1181. 1. Industrialización, inmigración, urbanización y cambio de costumbres Las condiciones propicias en un momento dado propician ventajas que, si no se ordenan y aprovechan, se agotan cuando se tuerce la coyun- tura. Por el contrario, decisiones y voluntades expresas, junto con el acier- to en ellas, asientan bienestares de más larga continuidad. El 9 de enero de 1956, el alcalde Gonzalo Lacalle Leloup propuso a su consistorio una Moción “sobre designación de zonas industriales”. Fue la primera gran decisión de los poderes públicos locales para apostar por una industriali- 68
  • 9. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada zación sin retorno. Antes había habido iniciativas para no perder del todo el tren: la Diputación, en 1946, aprobó otra moción –que un año después elevó a Decreto- para eximir de impuestos por un tiempo a las empresas que se instalaran en el territorio; en octubre de 1954 se celebró el gran Consejo Económico-Sindical que sirvió para que los intereses económi- cos (y las “fuerzas vivas”) debatieran y reflexionaran sobre la dirección a seguir. Incluso poco después del Consejo tuvo lugar la Exposición Sindical de la Economía Alavesa, donde empresas y gremios exhibieron su recién estrenada potencialidad. Pero todo esto seguía reteniendo un aroma de otro tiempo, un pulso de “economía industriosa”. La Moción de Lacalle Leloup era algo diferente; de ahí que se haya tomado como hito casi fundacional de la inmediata realidad industrial. Básicamente se trataba con ella de definir uno o varios espacios destina- dos a las industrias, de hacerlo bajo la batuta del Ayuntamiento y de evi- tar movimientos especulativos privados. El municipio adquiría el suelo expropiado y construía las infraestructuras para su uso industrial median- te el concurso financiero de su Caja Municipal. De esa manera estaba en condiciones de ser interlocutor ante las empresas que se dirigían a él para ubicarse en la ciudad, imponía hasta lo posible las condiciones para ello y evitaba la interferencia de intereses privados. El procedimiento se puso a prueba cuando la firma francesa de construcción de vehículos Citröen pulsó al Ayuntamiento para instalarse aquí. Éste dispuso para ello un espacio entre los núcleos rurales de Gamarra y Betoño, al norte de la ciu- dad, donde ya se había ubicado Forjas. La operación no prosperó. Sin embargo, facilitó la elección a que invitaba la Moción municipal y Gamarra-Betoño se convirtió en el primer polígono industrial. A partir de él se replicó el procedimiento en los demás: su ampliación hasta Arriaga, Olárizu-Uritiasolo, Ali-Gobeo, más tarde Júndiz. La novedad del polígono industrial era ilustrativa del cambio en que se introducía Vitoria. Hasta entonces, el suelo residencial convivía como podía con el productivo, conforme a las pautas tradicionales de mezcla de todo tipo de usos. Es cierto que las factorías más grandes -Ajuria, Aranzábal, Orbea, Sierras Alavesas, la de hebillas, la de naipes…- ocupa- ban los bordes de la ciudad, pero muchos pequeños y medianos talleres se repartían por su interior (por ejemplo, la carpintería de Aguirre o la fun- 69
  • 10. SANCHO EL SABIO dición de Echauri seguían en el Casco Viejo). La inicial llegada de nuevas empresas, en los años cuarenta y cincuenta, por la novedad y por sus gran- des dimensiones, obligó a éstas a ubicarse en las afueras (Olárizu, Campo de los Palacios, carretera de Madrid, Ali-Azucarera). Las que ahora venían o se interesaban por ello eran de mayor entidad, por lo que los nuevos polígonos industriales trataban de ordenar el espacio y de proporcionar las infraestructuras necesarias para la nueva y gran industria. La ciudad industrial moderna se caracterizaba por disociar los usos residencial y productivo, lo que hacía aparecer dos novedades asociadas: las distancias interiores y la dependencia del transporte. De la mano del polígono industrial llegó el barrio obrero, otro nuevo concepto que alteraba también la tradición anterior vitoriana. Desde su fundación en 1181, el espacio urbano local se había limitado a poco más que el Casco Antiguo, el Ensanche decimonónico y la ocupación desor- denada de los bordes de ese plano. Solo a comienzos de los años treinta apareció el primer barrio identificable, el de San Cristóbal, y la erección en ese lugar de la “quinta parroquia”, más allá de las “cuatro torres” de siempre, venía a confirmarlo. Se atisbaban otros posibles en torno a Judizmendi, por Aldave, junto a la estación del Vasco-Navarro, hacia Ali –el barrio “aristócrata” del Prado era otra cosa-, pero todavía solo se puede hablar de San Cristóbal, donde de nuevo se mezclaban viviendas, talleres y fábricas, y servicios: la fábrica de hebillas abrió paso a otras años después y el del Campo Los Palacios-Olárizu fue un “polígono industrial” antes de que pudiera dársele con rigor ese nombre. Allí se ubi- caron en los cuarenta y cincuenta Esmaltaciones, las fábricas de bicicle- tas, la naipera de Fournier y otras importantes, que renovaron el original San Cristóbal, con el añadido posterior de Adurza, hasta hacer de él en esa continuidad el primer barrio de identidad obrera de Vitoria. Pero en términos urbanísticos, un barrio obrero era una cosa dife- rente. No era solo, como el de Adurza, un sitio donde vivían básicamente obreros; también en lo viejo vivían básicamente obreros y no era un barrio obrero. Se trataba de una concepción de ciudad distinta, que entendía que iba a tener en lo inmediato un volumen de trabajadores desusado y al que necesitaba ubicar en espacios concretos, con las infraestructuras y servi- cios que creyera precisos o estuviera en condiciones de ofrecer. Igual que 70
  • 11. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 5 6 5, 6 y 7. En medio siglo escaso, la capital alavesa ha pasado de ser el poblachón provinciano de entonces a la urbe postmoderna de hoy. Años 1950, 1957 y 1978 Fototeca Caja Vital Kutxa. 7 71
  • 12. SANCHO EL SABIO se preparaba (y propiciaba) la llegada de las fábricas creando polígonos industriales, se preparaba la llegada de los trabajadores creando barrios obreros. Detrás había complejas y contradictorias concepciones de cómo debían vivir y ser tratados éstos, pero lo inmediato es que se asumía que la ciudad ya no iba a ser la tradicional mesocrática Vitoria, de pocos ricos y pocos pobres, y muchos indeterminados en el medio. Se auguraba que ahora iba a haber muchos trabajadores empleados en muchas y grandes fábricas. El escenario urbano, por tanto, se veía radicalmente transforma- do. Pero, antes que del espacio, hay que hablar de las personas que iban a forzar su cambio. Hay dos guarismos que son muy fáciles de retener y que expresan rápidamente la gran revolución que vivió Vitoria: en el poblachón de 1950 habitaban poco más de 50.000 personas; en la ciudad industrial que era ya en 1975 éstas eran casi 175.000. Los casi diez mil obreros más o menos industriales que había en 1950 se habían multipli- cado por cuatro veinticinco años después. El desmesurado y acelerado crecimiento poblacional se justificó básicamente por la llegada de pobla- ción foránea, por la inmigración que atrajo la industria durante una vein- tena ininterrumpida de años, entre mediados de los cincuenta y mediados de los setenta. ¿De dónde procedía aquella gente? En las cuestiones inmi- gratorias, antes y ahora, el exotismo de la diferencia nubla la vista y la percepción real de los hechos. Lógicamente, la mayoría de los “nuevos vitorianos” venía de cerca: en 1958, cuatro de cada diez inmigrados a Vitoria procedía del resto de Álava, y todavía eran dos en 1975. Eran el bloque mayoritario. La industrialización de las ciudades “vació” los cam- pos, que se habían mantenido durante años en un precario subempleo que daba para sobrevivir, pero no para aspirar a una vida mejor. Luego, facto- res como la mecanización de las tareas agrícolas –un aspecto en el que Álava fue puntera- expulsaron todavía más brazos, y otros coyunturales como la desaparición de pueblos por la construcción de los embalses o de futuras infraestructuras redujo todavía más esa población. Los habitantes de Álava, sin contar Vitoria, eran los mismos en 1950 que en 1975; y, si descontamos también Llodio, un cuarto menos. El segundo bloque de inmigrantes lo proporcionaba por sí sola la provincia de Burgos, siempre por encima del 10% del total. La Rioja también tuvo una aportación ini- 72
  • 13. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 8 9 8. La ciudad se hizo mucho más grande. Ello dio protagonismo al transporte, que pasó a invadir y a disputar la calle con el peatón. Fototeca Caja Vital Kutxa. 9. Se iba a iniciar una concepción de ciudad distinta. En la imagen los terrenos de Zurbitu en marzo de 1957, donde se construyeron después la calle y el polideportivo de Landázuri. Fototeca Caja Vital Kutxa. 73
  • 14. SANCHO EL SABIO cial importante. Eran territorios de tradicional inmigración a Vitoria, antes incluso de su industrialización, que, sin embargo, no se han consi- derado en su importancia por su fácil integración en la ciudad. A conti- nuación venían las otras tres provincias vasconavarras, en proporciones similares siempre, muchos de ellos llegados junto con sus desplazadas fábricas y, en la mayoría de los casos, con oficios, empleo y un status social superior al resto de trabajadores. Por último encontramos a esa “inmigración del sur”. Los más de ellos venían de la submesesta norte, de la región castellanoleonesa. Pero eran más visibles los acentos más meri- dionales, de andaluces y extremeños, además de los gallegos. En los ini- cios de la industrialización, cuando sentó plaza el popular y combatido término “coreano”, sumaban un porcentaje escaso: ni siquiera un 7% de la inmigración entre esas tres últimas regiones. Después, algunas provin- cias como Cáceres, sobre todo, Palencia, Zamora, Salamanca, León, Orense, Granada o Jaén, en 1975, ya suponían cifras de cierta entidad, siempre sin alterar la norma de que cuanto más cerca fueran más. Eran, entonces, inmigrantes –luego nuevos, diferentes o extraños, según las miradas- y, además, todos trabajadores y sobre todo de la indus- tria. El sector secundario alavés se colocó en torno al 60% de la población activa, en una provincia que hasta casi mediados del siglo XX tenía a la agricultura como primer sector productivo y, por supuesto, de ocupación. La llegada constante de esos contingentes de trabajadores inmigrantes, muchos de ellos ajenos al País Vasco, preocupó a la siempre sensible y preventiva “Vitoria moral”: la ciudad podía aceptar ya la inevitable indus- trialización, pero era consciente de que ésta traía consigo factores de peli- gro y disolución social si no se actuaba pronto. El que primero se advir- tió fue el más evidente: el de la promiscuidad y precariedad que provoca- ba la falta de viviendas para tanto recién llegado. Éstos encontraron en el Casco Viejo su primer acomodo, en casas viejas y relativamente baratas donde vivían hacinadas varias familias o en régimen de pupilaje los varo- nes solteros. Todavía no habían acumulado recursos ni tenían crédito para acceder a la compra de un piso (y el alquiler había sido radicalmente dis- minuido por mor de disposiciones legales). En 1964 aquel Casco Antiguo llegó a su extremo de ocupación: 18.000 habitantes, uno de cada cinco vitorianos. Por su parte, la amenaza del chabolismo no llegó a hacerse rea- 74
  • 15. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 10 11 10. En la Vitoria de los años cincuenta se agolpaban isocarros, un despistado guardia de tráfico... Fototeca Caja Vital Kutxa. 11. Aparecieron los ensanches de los años cincuenta, a un lado y a otro de la colina. La calle Sancho el Sabio en 1960. Fototeca Caja Vital Kutxa. 75
  • 16. SANCHO EL SABIO lidad más allá de algunos casos localizados y breves. Pero las soluciones parciales al problema de la vivienda se mostraban incapaces: los “altan- ches” de los cuarenta demoraban los inevitables ensanches en superficie, obras de iniciativa nacionalsindicalista tardaban años en verse terminadas (las de la calle Ramiro de Maeztu)… Por fin se decidió aquí también el Ayuntamiento a ponerse al frente. Constituyó una empresa municipal (Vimuvisa), en 1959 –ya con el nuevo alcalde, Ibarra Landete-, y con la guía que suponía el pronto desbordado PGOU de 1956 acometió la expan- sión de la ciudad. En ésta convivieron al menos tres tipos de soluciones. La primera en el tiempo fue la de los ensanches de los años cincuenta, a un lado y otro de la colina: el de La Coronación, al oeste (con su apéndi- ce de “más clase” en las traseras de la Diputación, hasta la plaza de Lovaina), y el de Los Herrán, al este (con su paralelo de clase media en Las Desamparadas). La segunda iniciativa la constituyeron los barrios de extrarradio, alejados de la ciudad. Era una solución “de emergencia”, paternalista, ultrabarata, promovida por entidades benéficas y eclesiásti- cas, que dio lugar a dos poblados, Abechuco y Errekaleor, que pretendían reproducir en algún caso la fisonomía de los pueblos nuevos de Andalucía y Extremadura. Pero a finales de los cincuenta, también, surgió Zaramaga, el auténtico barrio obrero vitoriano, que luego se replicó con variaciones en Arana, zonas nuevas de Adurza, y años más tarde en Txagorritxu, El Pilar, Aranbizkarra, Santa Lucía, Sansomendi, etcétera. Eran barrios de manzanas abiertas y bloques aislados, con diseño integra- do de infraestructuras y servicios, y ligados a la ciudad central por sus bordes. Hasta cierto punto también autosuficientes, lo que generó con- ciencias particularistas de barrio en algunos casos -aunque la centralidad funcional de la Vitoria del Ensanche sea en las cuestiones representativas todavía abrumadora: socialización, fiesta, acontecimientos singulares…-, y siempre tratando de acercar el domicilio a la fábrica: los obreros de Zaramaga se trataba de que trabajaran en el polígono de Arriaga- Gamarra-Betoño, como los de San Cristóbal-Adurza lo hacían en el de Campo Los Palacios-Olárizu-Uritiasolo o luego los de El Pilar en Michelin o los de Lakua-Arriaga en la Mercedes (Benz). De esta manera, el dibujo de la ciudad quedó fijado para el tiempo en que duró esta pri- mera gran industrialización. Solo se añadió el trazado de la Avenida de Gasteiz (entonces del Generalísimo o del pintor Díaz de Olano), en 1961, 76
  • 17. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 12 13 12. Jardín de Amárica, en la actual Plaza del mismo nombre. Año 1964. Fototeca Caja Vital Kutxa. 13. La calle Siervas de Jesús, en el novedoso borde del eterno Casco Antiguo. Año 1968. Fototeca Caja Vital Kutxa. 77
  • 18. SANCHO EL SABIO que trabajosa, lenta y con dudoso éxito trató de proporcionar otro CBD (centro urbano de negocios) alternativo al del Ensanche. Pero, hasta ahora, la visión del cambio de la ciudad resulta un tanto estructural. No es ésa la intención: solo es una manera de organizar el material explicativo. Lo importante es que esos cambios en lo socioeco- nómico dieron lugar a otra ciudad y provincia que se movían por pautas y percepciones bien diferentes. El trabajo siguió siendo referencia impor- tante. Los nuevos obreros industriales iniciaron un proceso de mejora en sus perspectivas vitales que no ha encontrado límite hasta el presente, más allá de los “baches” críticos de cada década (el 75, el 78-79, el 81 y el 93; ahora el 2009). (En ese sentido, lo que caracteriza la Vitoria (y Álava) que conocemos es que lleva viviendo medio siglo en un desarrollo y expan- sión continuos, algo históricamente complicado y que explica muchos comportamientos del presente (envejecimiento, temor al cambio, conser- vadurismo) y muchos problemas de futuro (sostenibilidad urbana, encare- cimiento del nivel de servicios)). Pero ese enriquecimiento de todos, desi- gual pero de todos, el que se constata cuando aquellos obreros que habían pasado por el Casco Viejo y luego comprado su casa en Zaramaga o Arana, se desplazaron en los ochenta a Aranbizkarra, Gazalbide o Txagorritxu, se hizo a costa de instituir el trabajo como actividad esencial. A las ocho ó diez horas reglamentarias, de lunes a sábado, se les sumaban otras más “extras” o pluriempleos paralelos. Las mujeres, que aportaron como trabajadoras fabriles mucho más de lo que hasta ahora habíamos apreciado en los estudios, se ocupaban también de manera invisible, ade- más de en las faenas del hogar, en trabajos a domicilio (engarce de bal- dosines o cremalleras, lavado de ropa de las fábricas, “coger puntos a las medias”, trabajos de modistería) o en atender un extendido pupilaje de obreros solteros. El trabajo articuló las relaciones sociales. No solo coin- cidían en el barrio obrero trabajadores de la misma fábrica, sino que éstas organizaban parte de su escaso tiempo libre en torneos deportivos (la liga de fútbol de empresas), clubes sociales (el posterior de Michelin, de 1971), economatos laborales… Homo fáber, humanidad laboriosa, y homo ludens, humanidad fes- tiva. Además de trabajadora, la que arrancó en los sesenta era una socie- dad joven y muy dinámica, que ocupaba la calle en cuanto podía. El 78
  • 19. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada deporte-espectáculo y el cine se convirtieron en los recursos principales de una cultura masiva de evasión. El fútbol y el Deportivo Alavés contri- buyeron a crear señas de identidad local para una población nueva que lle- gaba de muchos sitios distintos. El baloncesto fue más tardío y social- mente de más rango (se jugaba en los colegios “de pago”): el Vasconia (luego Baskonia) se creó en 1959 y hasta 1972 no llegó a la Primera División, aunque antes estuvo ahí el Vitoria. El frontón y la pelota, el ciclismo (el KAS y la Vuelta) o el boxeo siguieron captando mucha aten- ción. El cine, por su parte, para una población que se veía forzada al aho- rro –el pago de la vivienda obligó a muchos sacrificios-, fue la solución de ocio más socorrida: en la Vitoria de 1964 había una butaca por cada diez habitantes (en las salas Vesa, Amaya, Samaniego, Gasteiz; luego Iradier). Los bares no abandonaron su popularidad, pero el concepto “cafetería”, más moderno, empezó a hacerse presente sobre todo en el Ensanche; el Casco Viejo seguía concentrando en los años sesenta una de cada tres tabernas. Los bailes seguían celebrándose en La Florida, hasta que los años sesenta y setenta abrieron paso a los “guateques” domicilia- rios y a las discotecas y “boites” (Pigalle, Escorial, La Kokett…). En el segundo semestre de 1960 llegó la televisión, cargada hasta un lustro des- pués con un impuesto de lujo. Tardó bastante más en hacerse cotidiana en las casas y todavía durante mucho tiempo siguió perteneciendo a la socia- bilidad comunitaria de la gente popular: aquellas tardes de domingo en los bares, con la única cadena en blanco y negro, ellos sin perderle ojo al cuero, ellas en la brisca y los niños jugando en unas inofensivas aceras. Finalmente, el universo del descanso tuvo en Vitoria un hito extraordina- rio con la apertura de las piscinas de Gamarra, en 1959. Donde iban a bañarse en el Zadorra los jóvenes de otros tiempos, se abrió un enorme parque de diez hectáreas, con piscinas, campos de deportes y áreas de esparcimiento que hizo las delicias de las familias locales y fue la envidia de los vecinos del norte: “Gamarra estaba llena de bilbaínos”. En 1960 se abrió en el otro extremo de la ciudad, en Mendizorroza, la Sociedad Estadio de la Caja Provincial, más de clase media que la popular y casi gratuita Gamarra. La posterior cultura de los centros cívicos tuvo allá su preámbulo. 79
  • 20. SANCHO EL SABIO La ciudad se hizo mucho más grande. Ello dio protagonismo al transporte, que pasó a invadir y a disputar la calle con el peatón. Un tran- vía conectaba en 1964 las nuevas zonas industriales y, luego, nueve líne- as de autobús cruzaron la ciudad. El automóvil privado no despegó hasta la segunda mitad de los sesenta, aunque triplicó su número en la siguien- te década. Antes, el obrero seguía yendo al trabajo andando, en bicicleta o en los autobuses de la empresa. Las comunicaciones interurbanas y per- sonales se hicieron cotidianas. El autobús le ganó la partida al tren (al Madrid-Irún y al Vasco-Navarro): trasladaba gentes por la provincia, entre Vitoria y las localidades de la región, y seguía trayendo nuevos inmigran- tes. La discutida construcción de la Estación, en 1950, resultó no ser ocio- sa. El teléfono también empezó a extenderse: había casi doce mil a media- dos de los sesenta, pero le costó otro decenio llegar a las casas del común. La movilidad y hasta la individuación de los desplazamientos, aquello que sorprendió en la segunda mitad del XIX a Ildefonso Cerdá en la Barcelona del Ensanche que diseñó, tardó un siglo en ser norma en Vitoria; el tiempo que distanciaba entonces, no ahora, dos procesos desi- guales de modernización. 2. Del desarrollismo a la democracia La industrialización cambió por completo el escenario vitoriano y alavés. Los factores de desarrollo que hemos expuesto siguieron operan- do todavía a mayor escala en los años sesenta y posteriores. Después de aquellas medianas empresas venidas a la ciudad llegaron otras más (Miguel Carrera, Cegasa, Bombas Ugo, Grupos Diferenciales, Llama- Gabilondo, Pferd-Rüggeberg (Caballito), Inovac Rima…), y alguna de tamaño superlativo, como Michelin, que comenzó a producir ruedas en 1966, siendo mucho tiempo la primera en plantilla –llegó a 3.800 emple- ados- y en tamaño (ocupaba 400.000 metros cuadrados, en Arriaga). Luego, Imosa, convertida en Mevosa en 1972, llegaría a tener 4.000 obre- ros. En el lustro 1970-1974 se alcanzó, con casi seiscientas, el tope de ins- talación de empresas, y por entonces se desarrolló un Plan de polígonos industriales en la provincia para mitigar la evidente macrocefalia vitoria- na y para que casi toda la industria no se concentrara aquí. 80
  • 21. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 14 15 14. El Vasconia (luego Baskonia) se creó en 1959, pero hasta 1972 no llegó a la Primera División. Fototeca Caja Vital Kutxa. 15. El fútbol y el Deportivo Alavés contribuyeron a crear señas de identidad local para una población nueva que llegaba de muchos sitios distintos. Año 1985. Fototeca Caja Vital Kutxa. 81
  • 22. SANCHO EL SABIO El desarrollismo llegó a Álava (y a la mayor parte de España) en el marco político de una interminable dictadura. A veces el relato socioeco- nómico de esa transformación obvia o difumina ese determinante escena- rio. Las autoridades locales franquistas fueron locales, de aquí –el farma- céutico riojano Lorenzo de Cura, casi eterno presidente de la Diputación, los importantes alcaldes Lacalle e Ibarra, el vasquista Aranegui…-, y tan franquistas como todas las demás del país. La vida oficial del partido único FET y de las JONS no fue monocorde y estuvo marcada por los pul- sos de poder en su interior. Frente a ella, la oposición al régimen fue de escasa entidad, aunque en parte de los años cincuenta y sesenta, de la mano del socialista Antonio Amat, Vitoria fuese “la capital de la clandes- tinidad”. Pero, entre medias, la nueva generación de vitorianos ajena al tiempo de la guerra, con el paraguas de una iglesia de inquietudes socia- les y preocupada por sus “nuevos pobres”, los inmigrantes, tejió una red de relaciones alternativa a aquella oficialidad. La que se ha llamado con tino la “Vitoria moral” ofreció un espacio para la vida social al margen de la dictadura, sin tener por ello que jugársela como hacían los opositores al régimen. Al final, el recambio de la dictadura se produjo aquí con el con- curso de elementos que procedían de las estructuras secundarias de éste (Delegación de Trabajo, Consejo de Empresarios, Organización Sindical…), de otros de aquella “Vitoria moral” y de unos pocos del anti- franquismo menos frontal. En las primeras elecciones libres al Ayuntamiento gasteiztarra, en 1979, los primeros puestos de las tres listas más votadas (nacionalistas, reformistas de la UCD y socialistas) los ocu- paban candidatos que ya habían sido concejales durante el franquismo por los tercios familiar o de empresa: José Ángel Cuerda, Mª Jesús Aguirre, Alfredo Marco Tabar, José Vidal Sucunza, Merche Villacián, Pepe (Pérez) Valderrama. Al contrario, la “nueva Vitoria” proletaria e inmigrante que protagonizó los hechos criminales y luctuosos del 3 de marzo de 1976 no participó ni fue invitada a esa reforma del régimen político. Su dramática emergencia a la realidad, después de años de ocultamiento social en la ciudad, no hizo de aquella mayoría de trabajadores industriales un prota- gonista colectivo de primer orden cuando se jugó la partida de la transi- ción a la democracia. La ciudad había alterado casi por completo su com- posición demográfica, consecuencia de una intensa inmigración, pero fue la “Vitoria de siempre”, reclutada en proporciones diferentes en los tres 82
  • 23. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 16 17 16. Finalmente, el universo del ocio tuvo en Vitoria un hito extraordinario con la apertura de las piscinas de Gamarra, en 1959. Fototeca Caja Vital Kutxa. 17. En 1960 se abrió en el otro extremo de la ciudad, en Mendizorroza, la Sociedad Estadio de la Caja Provincial de Álava. Fototeca Caja Vital Kutxa. 83
  • 24. SANCHO EL SABIO campos sociopolíticos descritos, la que prosperó en el nuevo proceso his- tórico. La débil oposición antifranquista local propició que la alternativa reformista saliera de los propios márgenes (interno o externo) del régimen anterior. En síntesis, con otros nombres y con otro procedimiento, la “Vitoria de siempre” seguía mandando. Uno de aquellos concejales fue José Ángel Cuerda, que en veinte años al frente del Ayuntamiento vitoriano, hasta 1999, dibujó la nueva Vitoria, todavía dominante. Su resultado fue una urbe de casi un cuarto de millón de habitantes -236.525 en 2009-, ordenada y amable, limpia y organizada, verde, con un alto nivel de servicios públicos y preocupada por la protección social de sus habitantes más desfavorecidos. Una expe- riencia demasiado perfecta que, con el tiempo, ha mostrado su talón de Aquiles: su sostenibilidad. Vitoria se ha convertido en un club demasiado caro para los nuevos ciudadanos (jóvenes y recién llegados): la captación de recursos mediante la venta de suelo público encareció extraordinaria- mente la vivienda y ha llegado a agotar esa fuente de financiación. Todo ello después de que en el último decenio del siglo XX la ciudad definiti- vamente estallara y extendiera su plano hasta lo inaudito, con barrios enormes como Salburua y Zabalgana. La abundante oferta de vivienda de protección oficial no ha logrado resolver del todo el problema que supo- ne su carestía. De otra parte, el urbanismo abierto y verde –14,2 metros cuadrados de césped por habitante, cien kilómetros de carril-bici, Anillo Verde, 130.000 árboles- resulta extraordinariamente costoso en su mante- nimiento. Añádasele a ello la apuesta por ese alto nivel de servicios públi- cos –por ejemplo, una docena de centros cívicos- y de protección social (422 euros por habitante en Álava, cubiertos en un 80% por fondos públi- cos). La presente crisis económica pondrá a prueba tanto la capacidad y eficacia de los gestores públicos como las posibilidades de sostenimiento de ese modelo de ciudad tan “escandinavo”. A la vez, el urbanismo contemporáneo, desde aquellos barrios abiertos de los sesenta, influidos por la funcionalista Carta de Atenas, creó un modelo de ciudad “frío”. No hay más que ver las interminables alineaciones o la anchura de calles de algunos barrios de entonces y, sobre todo, de ahora (Lakua), para concluir que el tipo de sociabilidad que pro- pician no es precisamente el de alta densidad e intensidad. Quizás por eso, 84
  • 25. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 18 19 18 y 19. El deporte-espectáculo y el cine se convirtieron en los recursos principales de una cultura masiva de evasión. Fototeca Caja Vital Kutxa. 85
  • 26. SANCHO EL SABIO por lo abierto de la red social, la paralela de centros cívicos -de frenética y popular actividad: 17.000 personas los usan cada día; uno de cada dos vitorianos es socio de los servicios deportivo-culturales del Ayuntamiento- ha tratado de cubrir esos huecos. Una sociabilidad, enton- ces, “a la europea”, más de centro social al que se acude por intereses diferentes y convergentes de cada individuo ciudadano que por la coinci- dencia informal en la calle que caracteriza modelos más mediterráneos o, simplemente, producto de cierta cercanía y hasta promiscuidad urbanísti- ca. Ese escenario –unido a la “novedad” de procedencia de la mayoría de su población- ha conformado un ciudadano muy peculiar, consciente de sus derechos, exigente con su administración, poco dado a exaltaciones colectivas, frío también de carácter. Vitoria –y Álava por extensión- se ha hecho a sí misma recientemente, sin señas de identidad potentes e inequí- vocas, y sus ciudadanos organizan su vida en torno a elementos o refe- rencias más de parte, de pequeño grupo, que generales y colectivas. La suma de todas ellas va dando una identidad común donde la alta calidad de vida aparece como identificación prioritaria. Una ciudad y una ciuda- danía, entonces, postmoderna, en forma y fondo, y rematada en esa ten- dencia por la nueva inmigración extraeuropea (Colombia, Marruecos, Argelia, Ecuador, Brasil) que, desde 1998, ha seguido incrementando y haciendo aun más complejo y diverso el censo poblacional local: el 9,3% del mismo no ha nacido en el país. Los tiempos recientes han traído también otra idea y realidad de integración de Vitoria y Álava en las geografías de su entorno. Todavía se discute acerca del esquivo status de “Capital de Euskadi” y de lo que ello supone, pero lo evidente es que Vitoria es, desde la Ley de Sedes de mayo de 1980, la ciudad donde se ubican la mayor parte de las instituciones de la Comunidad Autónoma Vasca (Parlamento, Gobierno, Presidencia del gobierno, Ararteko, administración de Osakidetza, academia de la Ertzaintza, Tribunal de Cuentas Públicas…). Ello contribuyó, en sus ini- cios, a terciarizar la economía local, respaldando un proceso que la ciu- dad ya llevaba avanzado después de casi un cuarto de siglo de industria- lización continuada. La economía de las chimeneas hubo de compartir su primacía con la de los servicios, en una progresión postindustrial clásica que aquí se reforzaba con un aporte económico y hasta demográfico –una 86
  • 27. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 20 21 20. La novedad del polígono industrial era ilustrativa del cambio que se introducía en Vitoria hacia los años 1960. Fototeca Caja Vital Kutxa. 21. Forjas Alavesas, una gran empresa siderometalúrgica, se estableció al norte de la ciudad. Fototeca Caja Vital Kutxa. 87
  • 28. SANCHO EL SABIO nueva inmigración privilegiada del Norte- derivado de la nueva adminis- tración regional. La misma instalación de una gran superficie comercial urbana donde se ubicó durante años la factoría de Forjas Alavesas repro- duce a otro nivel el cambio socioeconómico y cultural que en sitios como Baracaldo se ha sintetizado así: “de Altos Hornos a Ikea”. Todo ello ha contribuido a desdibujar sin definir alternativamente los ritmos locales, que siguen siendo aparentemente industriales –de seis a dos y de dos a diez-, aunque la mayoría de la población ya no se rija por ellos. Y en esa transformación reciente, Vitoria ha recuperado cierto carácter de ciudad culta que tuvo en los gloriosos años sesenta y setenta del siglo XIX. En esta ocasión el cambio tiene que ver con el asenta- miento de uno de los varios campus de la universidad pública vasca, ini- cialmente inclinado hacia las letras pero finalmente heterogéneo en su oferta de estudios. El resultado de esa presencia es diverso. De una parte –y no solo por el campus alavés-, la ciudadanía vitoriana destaca por sus altos porcentajes de formación universitaria –un 16% del total-, aunque ello no vaya parejo de otras expresiones de esa cualificación (el conoci- miento y uso de idiomas modernos es bajo; los empleos altamente cuali- ficados fuera de la industria son pocos). Por su parte, la universidad como institución y los universitarios como colectivo social le han ido ganando la partida a una cultura local atrincherada en conocimientos eruditos de radio limitado y en algunas instituciones localistas. Con todo, la cultura universitaria –el reconocimiento del saber, las claves en que reposa la autoridad científica- no ha tenido el tiempo suficiente como para penetrar profundamente en la población y en las élites tradicionales del lugar, como recientemente ha demostrado el soterrado debate en torno al “des- cubrimiento” de unos hallazgos arqueológicos en la ciudad romana de Iruña. Solo el peso de una estructura relativamente potente ha permitido ir calando en una sociedad, como la vitoriana y alavesa (y también la vasca), de valores demasiados industriales, pragmáticos y economicistas. En ese sentido, la capacidad de renovación y adaptación a esa nueva rea- lidad por parte de la Fundación “Sancho el Sabio”, sin perder por ello su idiosincrasia original, resulta encomiable. Al cabo de medio siglo de su creación, la nueva ubicación de “Sancho el Sabio” en el cementerio del Convento de Betoño aparece 88
  • 29. De poblachón a posmociudad: La Vitoria revolucionada 22 23 22 y 23. Fundación Sancho el Sabio y KREA (en la imagen) demuestran que la cultura y la investi- gación están donde están los espíritus cultos y sanamente curiosos. Año 2006. Fototeca Caja Vital Kutxa. 89
  • 30. SANCHO EL SABIO como una metáfora de los vaivenes de la capital alavesa. En 1905 se ins- talaron las Carmelitas en este lugar alejado de la ciudad, igual que otras muchas órdenes que arribaron en el eje de aquellos dos siglos hasta hacer de Vitoria la ciudad levítica que fue hasta que las chimeneas y luego las grúas le dieron otro bien distinto sesgo. Las primeras modernas chimene- as, como se ha explicado, se levantaron precisamente en torno a ese con- vento, y el de Betoño fue el polígono industrial por excelencia. El vecino “Garaje Alas” fue el centro neurálgico de la actividad y luego de la pro- testa de aquella nueva clase obrera industrial vitoriana. Después, polígo- nos más modernos dejaron al de Betoño en el borde de la obsolescencia, y zonas residenciales de cierta ventajosa condición se instalaron por allí sin recato, entre las cercanas balsas de Salburua y los activos pequeños y medianos talleres. Algunos proyectos para hacer de Betoño un polígono de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no pros- peraron: se intentó aplicar aquí la fórmula del distrito de la innovación “22@Barcelona” o instalar una sucursal informática de la Universidad de Deusto. Pero, al final, la cultura y la investigación ganan espacios hasta hace poco impensables y afirman que su lugar no está ni cerca ni lejos de la vieja y minúscula “ciudad del centro”. “Sancho el Sabio” –y enseguida KREA- demuestra así que la cultura y la investigación están donde están los espíritus cultos y sanamente curiosos. ¡Que tenga una larga y fructífe- ra vida en ese moderno camposanto! 90