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Año X, Nº 10, Vol. 2. Lima, diciembre de 2017.
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2 Plesiosaurio
Plesiosaurio 3
PLESIOSAURIO
Primerarevistadeficciónbreve peruana
4 Plesiosaurio
Plesiosaurio 5
PLESIOSAURIO
Primera revista de ficción breve peruana
EL BOLO ALIMENTICIO
Lima – Perú
6 Plesiosaurio
PLESIOSAURIO
Primerarevistadeficciónbreve peruana
Año X, Nº 10, Vol. 2. Lima, diciembre de 2017.
Dirección : Rony Vásquez Guevara
Editores invitados : Javier Perucho
Gloria Ramírez
Laura Elisa Vizcaíno
Edición y diagramación : Dany Doria Rodas
Imagen de carátula : Johanna Massiell
© Plesiosaurio
Av. Santa Elvira, Urb. San Elías, Mz. «A», Lote 3, Lima 39
Celular: 997254851 / 996308452
Web: http://revistaplesiosaurio.wordpress.com
E-mail: plesiosaurio.peru@gmail.com
Facebook: www.facebook.com/RevistaPlesiosaurio
© abismoeditores, 2017
Jr. Pablo Risso 351, Lima 30
E-mail: abismoeditores@gmail.com
Facebook: www.facebook.com/abismoeditores
ISSN 2218-4112 (en línea)
Incluye vols. 1 y 3.
Hecho en Perú – Piru llaqtapi ruwasqa – Made in Peru
Todos los textos son de pertenencia exclusiva de sus autores.
Plesiosaurio 7
CONTENIDO
Presentación
Dany Doria Rodas 9
Los nutrientes líquidos
Cecilia Eudave 11
Adán Echeverría 15
Patricia Richmond 19
Ginés Cutillás 23
Plácido Romero Sanjuán 29
David Vivancos Allepuz 33
Leandro Surce 37
Umberto Senegal 41
Walter Toscano 45
Luis Horacio Danel Moreno 49
Armando Rivera 53
Ernesto Simón 57
José Luis Zárate 61
Rodolfo Lobo Molas 65
Fernando de Gregorio Concha 69
Raúl Tamargo 73
Paloma Casado 77
Kathy Serrano 81
Jorge P. Guillen 87
Arnaldo Jiménez 91
8 Plesiosaurio
Rebeca Medina 95
Norma Yurié Ordóñez Pineda 99
Asmara Gay Gómez 103
Juan Pablo Goñi Capurro 107
Mei Morán 111
Sergio Astorga 115
Alberto Zelada 119
Manuel Terrones 123
Ildiko Nassr 127
Maritza Iriarte 131
Jorge Aguiar 135
Guillermo Arturo Vargas Alemán 139
Carmen de la Rosa 143
Roberto Cuéllar Higa 147
Daniel Bernal Suárez 151
Leonardo Dolengiewich 155
Plesiosaurio 9
PRESENTACIÓN
Diez años han pasado desde que empezara esta aven-
tura literaria llamada Plesiosaurio, concebida en los am-
bientes de la Universidad de San Marcos, y siete desde
que esta sección, «El bolo alimenticio», se editara como
volumen separado.
En este largo… o corto… bueno, es cuestión de
percepción. Durante este tiempo, más de un centenar
de autores hispanohablantes ha desfilado por las pági-
nas de este dinosaurio de papel ―ahora digital― con
sus microrrelatos: nóveles y consagrados, todos han
contribuido a que Plesiosaurio se consolide como uno de
los espacios para la difusión del género en el Perú y en
el continente.
Como el bolo alimenticio, el microrrelato se produ-
ce por la masticación y tratamiento de materiales diver-
sos que se concentran en una forma textual pequeña,
pero de alto contenido vital, que luego es deglutida por
el lector: masticada, saboreada, digerida, absorbida.
De ahí que consideremos a los cultores del género
nuestros nutrientes líquidos, porque, con sus narracio-
nes brevísimas, contribuyen a enriquecer nuestra visión
de las cosas o de nosotros mismos; nos dejan pensan-
do, después de una corta lectura, en las situaciones que
10 Plesiosaurio
representan, y porque su propuesta literaria está abierta
a una fuerte participación del lector, a quien se exige
que complete la obra con su acervo cultural, lo que
desembocará en diversas interpretaciones.
No cabe duda de que el microrrelato ha conquista-
do numerosos adeptos durante los últimos años. Sír-
vanse, pues, de esta pequeña muestra que ha llegado
hasta Plesiosaurio por su décimo aniversario.
Están todos invitados al festín.
Dany Doria Rodas
Editor de Plesiosaurio
Plesiosaurio 11
CECILIA EUDAVE
12 Plesiosaurio
Cecilia Eudave (México)
Narradora y ensayista. Algunos de sus libros son Regis-
tro de imposibles (2000), Bestiaria vida (2008), con el cual
ganó el Premio de Novela Juan García Ponce. Ha par-
ticipado en varias antologías y revistas tanto nacionales
como extranjeras. Sus libros más recientes son Para
viajeros improbables (2011), En primera persona (2014) y
Aislados (2015). Ha sido traducida al chino, coreano,
japonés, italiano, checo, inglés y portugués. En 2016 se
le otorgó la cátedra América Latina en Toulouse
(Francia).
Plesiosaurio 13
¿Estás despierto?
Si su respuesta es sí, lamento decirle: no hay nada por
lo que valga la pena levantarse hoy. Pero si insiste, lo
cual me parece muy honrable, hágase el favor de hacer-
lo todo bien para que mañana otro se despierte sa-
biendo que uno hizo lo posible.
(Tomado de Microlapsos)
14 Plesiosaurio
Otur: el país de los inexistentes
Es inexistente para aquellos que quieren habitar donde
se habita. Pero, para aquellos que saben que no están
donde deberían es una realidad. Otur, país de los
inexistentes, es una burbuja de cristal en el cerebro de
los escapistas y de los suicidas.
(Tomado de Para viajeros improbables)
Plesiosaurio 15
ADÁN ECHEVERRÍA
16 Plesiosaurio
Adán Echeverría (Mérida – Yucatán - México,
1975)
Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez
Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes Plásticas
El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanue-
va (2008), Nacional de Poesía Rosario Castellanos,
(2007). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en
Novela (2005-2006). Algunos de sus libros son La con-
fusión creciente de la alcantarilla, En espera de la noche; libros
de cuentos Fuga de memorias (2006) y Compañeros todos
(2015) y las novelas Arena (2009) y Seremos tumba
(2011). En literatura infantil ha publicado Las sombras
de Fabián (2014).
Plesiosaurio 17
Horizonte de cruces
Ella despertó con el uniforme de la escuela desbarata-
do. Le dolía terriblemente el cuerpo, había dormido
más de 13 horas en aquel paraje sombrío. Se incorporó
como pudo, subió la cuesta arrastrándose, su boca re-
tenía las manchas de sangre ya secas; llegó hasta arriba,
y su visión se perdió entre las miles de tumbas que
poblaban el desierto, miró hacia atrás, y sus captores
venían hacia ella, cargaban una cruz de madera, y uno
de ellos se abría los pantalones mientras sonreía.
18 Plesiosaurio
Hay que saber llevarse
Acostumbraba contarle a mi novia los relatos de mis
experiencias sexuales con otra chica, y era capaz de
decirle siempre, pero tú, cuéntame, cómo han sido tus
relaciones. Ella entonces, se abrazó a mi cuerpo, recos-
tó su cabeza en mi pecho, yo podía sentir la tibieza de
sus redondos senos de nínfula que tanto me desquicia-
ban, y me dijo los ires y venires, con lujo de detalles, de
cada uno de los amantes que había tenido. Incluso se
mordía el labio, recordando, y con cada historia se ins-
piraba más y más, y cuando ya no soporté, la golpeé en
el rostro, me tiré sobre ella para abofetearla; ella inten-
tó arañarme el rostro, patalear y morder para soltarse y
protegerse; me puse sobre ella, le abrí las piernas y al-
cancé a metérsela; ella cerró los ojos, insegura de lo
que ocurría y yo tomé una almohada, la puse encima
de su rostro, y apreté con todas mis fuerzas hasta que
dejó de luchar.
Plesiosaurio 19
PATRICIA RICHMOND
20 Plesiosaurio
Patricia Richmond (España)
Ha publicado cuentos en revistas como la mexicana de
literatura fantástica Penumbria y en antologías, como
Ciudad Mínima. Segunda Antología de Ficción Breve (Pala-
bra.lab, 2013, Ecuador), La última noche, la primera pala-
bra (Torremozas, 2015, Madrid). Participó en Tales of
Deception, obra de minificciones junto a Mariano F.
Wlathe y Solange Rodríguez (Wlathe, 2015, México).
Dirige la revista literaria digital El Callejón de las Once
Esquinas.
Plesiosaurio 21
La chica perfecta
Quiso organizar ella sola nuestra primera cita y la dejé
hacer. La música era maravillosa: contrabajo, ritmo de
escobillas en la batería y golpes de xilófono. Me había
advertido que le duraban poco los hombres y entonces
descubrí por qué. En cuanto la vi entrar, sonriendo
con su carita de ángel, enfundada en un vestido platea-
do y vino a cantarme al oído, comprendí que el cuchi-
llo cebollero no era para cortar la cuerda que me ataba
a la silla.
22 Plesiosaurio
Patricia
Se llamaba como yo.
La estuvieron buscando durante mucho tiempo.
Recorrieron la carretera, registraron el bosque, rastrea-
ron el río, pero no apareció.
Su sonrisa iluminaba los días grises, dicen los ancia-
nos cuando alguno la recuerda a mitad de partida de
dominó. El cartero suspira cuando llegan cartas a su
nombre y Orosia, la tendera, llora quitando el polvo de
las cajas de té verde que ya nadie compra.
Los niños saltan de sus asientos cuando se abre la
puerta del aula inesperadamente, por si es ella. Todos
tienen preparado lo que quieren contarle, lo que han
aprendido, lo soso que es el maestro sustituto, lo que la
añoran.
Acaban de encontrarla en una borda abandonada,
allá, donde los prados altos, perfectamente descuarti-
zada. Sólo falta el corazón; se lo llevó el lobo como
trofeo.
Soy la única capaz de ayudar a los investigadores.
Sólo yo vi la cara del culpable, pero no entienden mis
indicaciones para dibujar su retrato robot.
Para mí se ha convertido en asunto personal y, por
eso, no descansaré hasta encontrarle: porque me llamo
como ella, la eternidad es mía y no tengo corazón.
Plesiosaurio 23
GINÉS CUTILLAS
24 Plesiosaurio
Ginés Cutillas (Valencia, 1973)
Ingeniero informático por la Universidad Politécnica
de Valencia y licenciado en Documentación por la
Universidad de Granada. Autor de La biblioteca de la
vida (Fundación Drac, 2007), Un koala en el armario
(Cuadernos del Vigía, 2010), La sociedad del duelo (Edito-
rial Base, 2013) y Los sempiternos (Editorial Base, 2015).
Su obra ha aparecido también en varías antologías de
relatos y microrrelatos, como Ficción sur (Traspiés,
2008), A contrarreloj II (Hipálage, 2008), Por favor, sea
breve 2 (Páginas de espuma, 2009), Sólo cuento II
(UNAM, 2010), Velas al viento (Cuadernos del vigía,
2010), Mar de pirañas (Menoscuarto, 2012) o Antología
del microrrelato español (1906-2011) (Cátedra, 2012).
Miembro del equipo de redacción de Quimera. Revista de
Literatura.
Plesiosaurio 25
Ahora que nuestros nombres se escriben en piedra
¡Qué raro que me llame Federico!
Federico García Lorca
Hasta los once años me llamé Federico, a pesar de que
a mis padres no les convencía mucho el nombre. No
está formado, decían. Cuando se le escriba en la cara,
le pondremos uno más afín. Y así fue: a los doce, con
el cambio de voz, decidieron que Federico ya no co-
rrespondía con mi talante, que el mejor nombre que
me podía ir para la adolescencia recién estrenada era el
de Francisco, Paco para los amigos. Este nombre me
duró justo hasta la noche de bodas, cuando en pleno
éxtasis, mi mujer me llamó Carlos. «Me casé con Paco
y me desvirgó Carlos», era la típica broma que solía
hacer a los conocidos.
Desde entonces, he cambiado de nombre en cuatro
ocasiones más. A veces incluso solapando épocas: en la
oficina y en el gimnasio me sentía Luis, pero el cuerpo
me pedía ser Raúl para echarme los faroles en la parti-
da de póquer de los jueves.
Mis amigos, los de toda la vida, se confundían. Para
no marearlos demasiado y evitar malentendidos, con-
sentí en colgarme al cuello una medalla bien visible con
el nombre vigente grabado. Aun así les costaba, decían
que no era normal, que ellos habían nacido con uno y
que el mismo les habría de durar toda la vida. Yo les
decía que habían tenido suerte, que sus rostros se ha-
bían amoldado a sus nombres, que los habían acepta-
26 Plesiosaurio
do. Para tranquilizarlos les decía que algún día, todos
nos llamaríamos igual.
Plesiosaurio 27
Los cantones de mi casa
Mis padres no se entienden: mi padre habla chino y mi
madre habla sueco. Nos dimos cuenta mi hermana y
yo esta mañana en el desayuno, cuando ninguno de los
dos comprendíamos lo que estaban diciendo. Laura se
dirigió a mí en suajili, nuestra lengua secreta, para ha-
cerme partícipe de esta observación. Yo no tardé en
comentárselo a mi madre en francés, la lengua que uso
exclusivamente con ella porque sé que nadie más nos
entiende, ganándome ipso facto una patada de mi her-
mana por debajo de la mesa. Acto seguido, se ha chi-
vado a mi padre en alemán, a sabiendas de que mi ma-
dre y yo sabemos decir guten morgen y poco más.
Al llegar al colegio les he contado todo esto a mis
amigos en arameo —el idioma oficial del patio—, y
también que anoche pillé a mi madre en el rellano su-
surrando polaco con el vecino a espaldas de mi padre.
Dicen que esto no pinta bien.
28 Plesiosaurio
Plesiosaurio 29
PLÁCIDO ROMERO SANJUÁN
30 Plesiosaurio
Plácido Romero Sanjuán (España)
He ganado el IV Certamen de Microrrelatos La Risa de
Bilbao (2013), el IV Concurso de Microrrelatos La Ca-
lle de Todos (2014) y el II Concurso Ávila Me Mata
(2015). Algunos cuentos suyos han sido leídos en los
programas La Rosa de los Vientos de Onda Cero,
Wonderland de Ràdio 4, El Público de Canal Sur, Éra-
se otra vez de Aragón Radio, Hoy por Hoy de Radio
Castellón y La Ventana de la SER.
Plesiosaurio 31
Hay que hacerlo bien
Esa tarde, cuando regresó a casa, vio a su marido col-
gando de una viga del techo. Advirtió que intentaba
decirle algo. Sin embargo, la cuerda que tenía alrededor
del cuello le impedía hablar. Esperó unos instantes
antes de ir a la cocina para ponerse unos guantes y co-
ger un cuchillo. Cuando su marido la vio regresar, son-
río y le hizo un gesto para que cortara la cuerda. Esta-
ba tan alto que tuvo que subirse a la silla.
–Si se hace algo, hay que hacerlo bien –le dijo a su
marido al tiempo que le infería un profundo corte en la
muñeca.
A continuación, dejó caer el cuchillo y regresó a la
cocina. Guardó los guantes en el cajón. Mientras espe-
raba, se puso a pelar cebolla.
32 Plesiosaurio
Casi sin usar
Era evidente que el idilio no podía ir más allá. A los
dos meses, decidió liquidarlo. Luego, lo fue subastando
a trozos por internet; sabía que así sacaría más. No le
dieron mucho por los ojos miopes ni por el cerebro de
diplodocus, pero consiguió bastante por el resto. Los
pulmones estaban en buen estado. El hígado era el de
un niño de diez años. El corazón era grande y genero-
so. El pene de su novio estaba casi sin usar.
Plesiosaurio 33
DAVID VIVANCOS ALLEPUZ
34 Plesiosaurio
David Vivancos Allepuz (Barcelona, 1970)
Es autor de Història del Club d’Escacs Sant Martí (Ajun-
tament de Barcelona, 2005); de los libros de cuentos de
temática ajedrecística Mate en 30 (Ajuntament de Barce-
lona, 2004) y Las jugadas intermedias (Letras de Autor;
IDC, 2015); y de los libros de microrrelatos Cruentos
ejemplares y otras microficciones (Seleer, 2012) y Producto
interior muy bruto (Enkuadres, 2016). En el año 2013
ganó la segunda edición del certamen anual de La Mi-
crobiblioteca. Mantiene el blog Grimas y leyendas
(http://grimasyleyendas.blogspot.com).
Plesiosaurio 35
Rompecabezas
Sacó una bolsa de plástico transparente de la caja y la
abrió. Dejó caer la cascada de piezas encima de la mesa
de trabajo. Primero de todo agrupó las que delimitaban
el contorno. Los bordes lisos las definían. Y así las fue
encajando una a una. Cuando lo tuvo perfilado, separó
las demás por colores para facilitar la tarea. Ensambló
luego las piezas de la cara; del torso, el vientre, la es-
palda y los brazos, con sus manos; del sexo; de los glú-
teos, las piernas y los pies. Una vez completo el puzle,
le aplicó con un pincelito la cola que también venía en
la caja y esperó a que se secara.
Cuando la criatura estuvo lista, le insufló la vida con
un soplo de su propio aliento. No es bueno que el
hombre esté solo, se dijo después, y se concentró en la
manufactura de una compañera a partir de una costilla
que le extrajo de cuajo a su creación original.
Desde ese feliz día, el doctor Frankenstein se recrea,
complacido, viendo pasear a sus dos enamorados co-
gidos de la mano, cada atardecer, a la orilla del lago de
los nenúfares donde acostumbraba a jugar la hija del
molinero.
36 Plesiosaurio
Los turistas
Hace cosa de dos meses apareció en el barrio una pare-
ja de turistas. Él llevaba un plano en la mano y una
cámara de fotos colgando del cuello y ella un vestido
estampado y ligero. Nos llamó la atención ya que el
nuestro es un barrio obrero y aquí no hay nada que
ver, sólo calles bastante feas con bares y zapaterías.
Porque otra cosa no, pero nos gusta ir bien calzados.
Continuamente se pierden estos turistas y tienen que
prescindir del plano porque no lo entienden. Es enton-
ces cuando nos preguntan y nosotros los desorienta-
mos un poco más enviándolos de aquí para allá. Y así
todos los vecinos tienen ocasión de acercarse a verlos.
A él con su plano y con su cámara y a ella con su ves-
tido estampado y ligero. Con menor o mayor descaro,
unos les echan fotos con el móvil y otros los graban en
vídeo. Se han convertido, de forma involuntaria y des-
de que aparecieran de pronto, en la atracción turística
del barrio. Y de eso hace, ya digo, cosa de dos meses.
Plesiosaurio 37
LEANDRO SURCE
38 Plesiosaurio
Leandro Surce (Argentina)
Es Licenciado en Ciencia Política (UBA-FCS), estu-
diante de la carrera de Filosofía (UBA-FFyL) y editor.
Mención en el certamen de cuentos Vicente López, ciu-
dad fantástica (2012). Primer premio certamen de mi-
crocuentos revista Crac!-Literatura (2013). Sus micro-
cuentos han sido publicados en las revistas Minificción
(México, 2016; número 7) y Brevilla (Chile, 2017; Anto-
logía de microrrelatos policiales). Pormenores (Ed. Qué
diría Victor Hugo?; Argentina, 2016) es su primer libro
de cuentos publicado.
Plesiosaurio 39
Nada que ver
Nunca antes había consultado a una adivina, pero por
esos días me encontraba en una encrucijada que me
oprimía el pecho y me quitaba el sueño noche tras no-
che. Quiero conocer mi futuro, adelanté sin mayores
preámbulos a la menudita anciana que me recibió. Sin
decir palabra movió de arriba abajo su cabeza cana y
me hizo pasar a un cuartito tapizado de espesas telas
en el que no había otra cosa que una mesa redonda y
un par de sillas. Tomamos asiento de modo tal que
quedamos enfrentadas. La enigmática mujer cerró sus
ojos, quitó un pañuelo que parecía esconder un centro
de mesa, y posó sus rugosas manos sobre, ahora com-
prendía lo que era, una gran bola de cristal dentro de la
cual refulgió fugazmente una suerte de rayo violáceo.
Primero quiso saber mi nombre y luego, sin dejar de
frotar aquella bola que cada tanto producía coloridos
chispazos, me formuló, una tras otra, todo tipo de pre-
guntas. ¡Ah, ya te veo!, exclamaba temblando un poco,
y la bola se encendía más y por más tiempo. Así estu-
vimos un rato (ella preguntando, yo respondiendo)
hasta que de repente se escuchó un ruidito seco segui-
do de inmediato como por una distensión generaliza-
da. No se veía nada, ni siquiera la bola con su espec-
táculo de fuegos artificiales. Fue entonces cuando, tan-
teando mi mano, la adivina profetizó:
‒Se cortó la luz m’hijita. Va haber que seguir otro
día.
40 Plesiosaurio
Parejas desparejas
Cuando por fin amaneció sobre la cuadriculada faz del
tablero, el desconcierto de las fichas fue inmenso: los
ejércitos no habían roto sus compactas filas pero, así y
todo, la Reina Blanca se hallaba al lado del Rey Negro,
la Reina Negra al lado del Rey Blanco. Los peones se
miraban incrédulos, los caballos daban nerviosas coces
saltando por encima de los demás. Ninguna ficha sabía
todavía cómo interpretar aquello, si como el inminente
fin de sus respectivos reinos o como una inofensiva
aventurita swinger.
Plesiosaurio 41
UMBERTO SENEGAL
42 Plesiosaurio
Umberto Senegal (Calarcá, Quindío, Colombia)
Cofundador de Cuadernos Negros, editorial. Poeta,
ensayista y minicuentista autor de 9 libros sobre el
cuarto género. Microrrelatos suyos se han incluido en
10 antologías internacionales del género. Columnista
habitual del diario La Crónica (Quindío). Actual presi-
dente de la Asociación colombiana de haiku. Próxi-
mamente publicará la antología internacional de micro-
rrelatos de vampiros Bebed todos, esta es mi sangre. Cola-
borador asiduo de Tardes amarillas. Sus libros recien-
tes de minificción Alucinamientos, y Microrrelatos para
cronopios.
Plesiosaurio 43
La ventana de mi alcoba
Hasta entradas horas de la noche, mientras avanza cau-
telosa la madrugada, es consolador dejar abierta la ven-
tana de mi alcoba. Ojo de cíclope noctámbulo. Esta
ventana, abierta por completo, no repudia a ninguno
de cuantos deglute. Con mi autorización o sin ella, son
numerosos los visitantes que entran a la habitación,
posesionándose de sus rincones. Se amoldan a mis
sentidos. A mis miedos. O al guardarropa, hospedán-
dose entre bolsillos de mis pantalones y camisas. Se
esparcen por la alcoba, contiguos con la realidad y la
fantasía. Describirlos, tardaría meses. Estos son los
más familiares: Psicopompos, Moiras, Valkirias, Buffe-
tos, Dríadas, Lamasus, Sílfides, Pothos y Barabaos.
Quien me escuche nombrarlos, pensará que alucino.
Su desborde cromático y corpóreo entre el silencio, es
fiesta de solidaridad. Creen en mí porque creo en ellos.
Me levanto de la cama. Remedo sus movimientos o
ellos reproducen los míos, en entretenido juego noc-
turno. Se marchan solos. Alcoba y ventana los expe-
len. Nunca me fuerzan a nada. Lo más fascinante de la
ventana abierta, es cuando ninguno de ellos entra. En-
tonces me desnudo y salgo a sobrevolar techos de mi
barrio o mi pueblo, sin prevenciones porque la gente
nunca mira hacia lo alto. Y menos durante la madruga-
da. ¿Qué pasaría si yo entrara de manera abrupta por
cualquier ventana abierta? Me confundirían con alguna
pesadilla. Tal vez.
44 Plesiosaurio
Comala y Rulfo
Por cuanto me aseguran quienes regresan de Comala,
Rulfo aún no llega. Nadie le ha visto por aquel lugar.
¿Todavía no ha llegado? Todavía no. Pero si murió
hace 31 años, les confirmo, mientras nos miramos cada
vez con mayor incredulidad. Indecisos con nosotros
mismos. Inseguros de quienes van hacia allá o retor-
nan. Cada uno pensando que el fantasma es el otro. La
mayor parte de ellos, regresan para dar la trágica noti-
cia a cuantos allí continúan, temerosos de viajar hacia
otros pueblos, habituados a su muerte y sus silencios.
Igual hago yo, aunque nadie va a escucharme: Rulfo no
está en Comala. Mucho menos aquí...
Plesiosaurio 45
WALTER TOSCANO
46 Plesiosaurio
Walter Toscano (Perú)
Caricaturista, artista plástico, realizador de muñecos de
trapo, poeta y microcuentista peruano. Poemas y cuen-
tos breves suyos han sido antologados en revistas y
libros del Perú, México, Argentina, España y Francia
(en edición bilingüe). Tiene premios nacionales e in-
ternacionales en pintura, poesía, minificción, humor
gráfico y caricatura.
Plesiosaurio 47
Venus de Milo
Se especula que nació en su etapa juvenil, en una ma-
ñana soleada, entre el murmullo de los pájaros. Los
investigadores afirman, sin ningún ápice de duda, que
al abrir los ojos se enamoró del primer hombre que la
vio y la iluminó con una sonrisa amplia, cómplice. Se
abrazaron fuerte hasta el anochecer. En la madrugada,
el hombre -quien sufría de insuficiencia respiratoria-
falleció. Pero, por alguna razón que nadie ha mencio-
nado en los libros de historia del arte o en las enciclo-
pedias, no fue enterrado solo.
Diecisiete siglos después, la fémina es visitada en un
concurrido museo, y el público no ha podido entender
por qué un cuerpo semidesnudo, hierático, con extre-
midades superiores mutiladas y sibilina sonrisa, llegó a
ser tan famoso. Tampoco sospechan que el hombre, su
creador y amante discreto, sigue abrazándola varios
metros bajo tierra.
48 Plesiosaurio
Divergencia
Le dijeron que se olvidara de tanta oscuridad, que deja-
ra de vivir entre sombras para acoger en su interior la
luz de la vida. Entonces un día cogió un cuchillo y se
abrió el pecho.
Desde aquel momento, el hombre vaga repartiendo
noches.
Plesiosaurio 49
LUIS HORACIO DANEL MORENO
50 Plesiosaurio
Luis Horacio Danel Moreno (México)
Comunicólogo (UNAM). Posgrado en Estudios Hu-
manísticos. Microcuentista Facebook y twitter
(@HoracioDanel). La Tinta del Silencio, lo designó
(enero 2017), ganador para publicación de antología
(minificciones homenaje a David Bowie). Revista Pe-
numbria lo designó (abril 2017), Tentáculo de Obsidia-
na (ganador del certamen de microficciones #miniRP
141). El Fondo de Cultura Económica leyó sus microto-
pías en la reciente XXXIV FIL en Palacio de Minería
(México). Ha colaborado con la revista mexicokaf-
kiano.com. Mención honorífica (hipercuento Devenir)
auspiciado por la Universidad de Guadalajara, en el
marco de la FIL.
Plesiosaurio 51
Besos misteriosos
Kristiane y yo siempre fuimos inseparables. Durante
mi niñez su mirada me acompañó incontables tardes
de terraza y café. Yo daba vueltas en mi triciclo y me-
diante un gesto viajero le decía adiós una y otra vez.
Entonces ella soltaba su cigarro y me correspondía
lanzándome un beso mientras daba golpecitos en la
mesa con sus dedos. Cuando los nazis convirtieron
Vilna en un ghetto rodeado de muros y cercas de púas,
Kristiane comenzó a vivir en silencio y sin recordar a
nadie. El día que la llevé a visitar lo que quedaba de la
terraza, ella volvió a enviar besos al viento tan libre
como ayer.
52 Plesiosaurio
No leer el final
Conocí a Anna Macrina una mañana. Era el personaje
de un libro sobre el Holocausto que comencé a leer un
otoño y me enamoré de ella irremediablemente. Leía el
texto una y otra vez y me sentía feliz como un niño:
Adivinaba el aroma de su florería y seguía con atención
la descripción de los lunares en su boca. También em-
belesaba mi imaginación su cuerpo delgado como una
línea. Cuando la obligaron a portar una estrella de Da-
vid en su ropa, temí perderla, así que nuestro idilio se
basó en no leer el final de la trama. Esta mañana acabé
una vez más la lectura justo en el pasaje donde la
suben al tren de las once con once. Di el último sorbo
a mi café y con el libro bajo el brazo me aseguré de
mantener viva a Anna Macrina.
Plesiosaurio 53
ARMANDO RIVERA
54 Plesiosaurio
armando rivera (Guatemala, 1964)
Poeta, narrador y ensayista. Sus publicaciones de mi-
crorrelatos son Utopías tras el farrallón (1998), comerciales
para mi muerte (2008), el mundo feliz de las cigarras ciclistas
(2012) y los dados de dios (2016).
Plesiosaurio 55
vigía errante de los semáforos
antes de la puesta del sol, cuando los árboles juegan
con el otoño, él hace su primer acto. toma un pañuelo
hecho de viento, lo despliega y aparece a la mitad de la
calle. en tres minutos resuelve el crucigrama de autos.
lanza su mejor sonrisa y en el malabar de tres posicio-
nes inventa los cuatro puntos cardinales. después del
sombrero saca una paloma. saluda con un quiebre de
cintura. en su cabeza estalla la ovación del público.
antes de la salida final empeña el último gesto. extiende
la mano y el color lo pinta de invisible en el asfalto de
la vida.
56 Plesiosaurio
horóscopo final
nació el día preciso, los astrólogos lo marcaron como
el fin de un ciclo ―en aquel año singular―. por eso lo
celebraron. las estrellas cumplían su promesa. en su
vida se pronosticaba grandes acontecimientos. los adi-
vinos se pronunciaron con festejos por sus sabias pre-
dicciones. de cierto se convirtió en un hombre laurea-
do por lo vítores de la gloria. conquistador de la fama y
el capital. su signo fue el poder. pero él ―ser humano
humilde― donó su fortuna a las causas nobles del
mundo. dio pan al hambriento y techo al desvalido. se
convirtió en un ser emblemático de la bondad. millo-
nes de hombres más siguieron sus pasos. así todo lo
vaticinado ―aunque contradictorio― por los prestidigi-
tadores sucedió. la fecha de nacimiento lo marcó. hoy
―el día de su muerte― el calendario anuncia que debe
transitar los nueve círculos del infierno. ¿sucederá?
Plesiosaurio 57
ERNESTO SIMÓN
58 Plesiosaurio
Ernesto Simón (San Juan - Argentina, 1969)
Es periodista y escritor. Ha conducido ciclos de radio y
ha escrito en diferentes medios gráficos. Ha colabora-
do con notas para la revista Rumbos, que se edita en los
diarios dominicales de casi todas las provincias del
país. Ha publicado cuentos en diarios de distintas pro-
vincias argentinas, incluidos en diario Uno de Mendoza
y diario Perfil de Buenos Aires. Escribió artículos para
revistas y diarios de San Juan, Mendoza y Buenos Ai-
res. En 2010 escribió la obra de teatro Todos dicen algo,
que se estrenó en el Festival Nacional de Teatro por la Me-
moria. Ha sido columnista de cultura y espectáculos en
programas de televisión abierta. Escribe sobre música,
autores y bandas en la revista Pensar Musical. En el año
2013 publicó el libro de microficciones 77 historias (Mi-
lena Caserola) y en 2015 publicó el libro de cuentos
Argentinos por nada (Wu Wei). Actualmente sigue escri-
biendo para diario Perfil (Buenos Aires), MDZ (Men-
doza), El Federal (La Rioja) y El País Diario (San Juan).
Plesiosaurio 59
Superstición
El físico danés, Nils Bohr, es visitado en su casa de
campo por un viejo amigo. Al llegar, advierte que Nils
ha colgado una herradura en la puerta. En Europa, la
tradición dice que es para la buena suerte. ¿Creés real-
mente en esa superstición?, le pregunta. El anfitrión le
dice que por supuesto que no, Soy una persona racio-
nal. ¿Entonces por qué colgaste esa herradura ahí? El
físico hace pasar a su amigo, reflexiona unos segundos
y, antes de ofrecerle un café, le dice: Alguna vez escu-
ché por ahí que la herradura funciona aunque uno no
crea. El que acaba de llegar se sienta a la mesa, acepta
el café y balbucea que eso mismo es lo que hacemos
con la democracia: Nadie cree pero nos comportamos
como si creyéramos. De pronto se da cuenta que está
hablando lo suficientemente alto como para que Nils
Bohr lo escuche y le pregunte: ¿Cómo?
60 Plesiosaurio
Catorce balas
Estas catorce balas son para usted, padre Mugica. Con
una sola vamos a matarlo, las otras trece servirán para
que se lo recuerde, para que los compañeros escar-
mienten y para que dentro de cuarenta años su estam-
pa luzca pintada en un muro de la Villa 31. Parecen
injustas, padre, ahora usted lo ve así, pero dentro de
unos años la historia le otorgará un lugar considerable
en esas páginas amarillentas que ya nadie lee. Como a
los desgraciados, ¿me entiende? A su vida no se la de-
vuelve nadie. Ni Dios podrá ayudarlo ahora. ¿O me va
a decir que todavía cree en esa leyenda rancia del Señor
Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra? Haga su
equipaje, Mugica. Y que sea sin mucha alharaca, acuér-
dese que en este país las cosas importantes suceden en
secreto.
Es el sábado 11 de mayo de 1974. Carlos Mugica
acaba de dar misa en la capilla San Francisco Solano.
Los años corren truculentos, el odio también. Isabelita
es la presidenta, luego de la muerte del Pocho Perón.
En dos minutos Mugica será acorralado por una banda
que opera al mando de Rodolfo Eduardo Almirón, un
sicario enviado por el ministro López Rega. Dos minu-
tos más: uno de los matadores abrirá fuego contra el
hombrecito insignificante de sotana. Catorce balas en-
venenadas darán, furiosas, en el cuerpo de este cura
que ha elegido vivir y morir por lo pobres.
Plesiosaurio 61
JOSÉ LUIS ZÁRATE
62 Plesiosaurio
José Luis Zárate Herrera (Puebla –México, 1966)
Es uno de los escritores mexicanos más reconocidos y
respetados dentro del género de la ciencia ficción,
aunque también ha desarrollado trabajos literarios de
otros géneros. Su obra abarca ensayo, poesía y narrati-
va, y permite considerarlo parte de un movimiento
renovador en la literatura mexicana de finales del siglo
XX, que abandona el nacionalismo imperante hasta
aquel momento y busca volverse más universal y cos-
mopolita.
Plesiosaurio 63
Érase una vez...
Que tristes son los cuentos de hadas que le narra la
madre a la cuna vacía.
64 Plesiosaurio
El beso
―Mamá, ¿por qué nadie me quiere?
―Si no hicieras regresar a los muertos...
―Entonces ¿cómo me darías el beso de las buenas
noches?
Plesiosaurio 65
RODOLFO LOBO MOLAS
66 Plesiosaurio
Rodolfo Lobo Molas (Argentina)
Es poeta, escritor, piloto comercial de avión, piloto de
planeador, locutor, y periodista. Es miembro de la
SADE (Sociedad Argentina de Escritores). Ha publi-
cado el ensayo Catamarca, ensueño y leyenda y el libro de
poesía Los pájaros de la lluvia. Ha participado de veinti-
nueve antologías nacionales e internacionales de poesía
y narrativa y ha obtenido diversas distinciones y pre-
mios literarios. Su obra se ha publicado en Estados
Unidos, Venezuela, Chile, España y Argentina.
Plesiosaurio 67
Desencuentro
A mi hija Alejandra Lobo Heredia
Se citaron el domingo en la esquina del parque. Sin
haberlo dicho ambos sabían que allí comenzaría el ro-
mance. Llegaron puntualmente pero no se encontra-
ron. Se esperaron. Al cabo de un rato ―y desde las
opuestas esquinas donde aguardaban― cada uno se fue
con su decepción a cuestas. Se cruzaron cerca de la
fuente, pero el ruido del agua silenció el toc toc de los
bastones blancos.
68 Plesiosaurio
El sepulturero
Llevaba muchos años en ese oficio, tantos que ya se
había acostumbrado a los llantos de los deudos, al es-
pecial olor de las flores, y a la impresión del momento
en que comienza a caer la tierra sobre el féretro con
ese ruido seco y atroz.
Cuando todos se fueron, se apoyó en el cabo de la
pala, y miró como siempre la tierra amontonada en
forma de rectángulo para comprobar si había hecho
bien su tarea:
―Mañana pongo el césped, pensó.
Dio un paso, se volvió mirando otra vez la tumba y
dijo en voz baja: Adiós, mamá.
Plesiosaurio 69
FERNANDO DE GREGORIO CONCHA
70 Plesiosaurio
Fernando De Gregorio Concha (Chile)
Arquitecto de profesión, ilustrador desde niño, escritor
de microcuentos desde 2010. Publicó el libro Cuentos
Condensados (2013) y ha participado en algunas antolo-
gías de micro ficción, así como en variados encuentros
de microcuentistas. Su especialidad son los microcuen-
tos ultra cortos.
Plesiosaurio 71
Perspectiva
Desde la azotea la gente se veía como hormiguitas. El
niño sacó una lupa y empezó a quemar peatones con
un brillo de maldad en sus ojos.
72 Plesiosaurio
Devórame otra vez
La joven escuchó llegar a sus padres y urgió a su nuevo
amante a esconderse bajo la cama. Un grito. De alguna
forma tenía que alimentar a sus queridos monstruos.
Plesiosaurio 73
RAÚL TAMARGO
74 Plesiosaurio
Raúl Tamargo (Buenos Aires - Argentina, 1958)
Ha publicado Los otros cómo juegan (poesía), Bs. As.,
Ediciones A Capella, 1995; Por la ventana de Sol (novela
infantil), Quito, Libresa, 2001; El hilo del engaño (micro-
rrelatos), Córdoba, Alción, 2014; Más que nada (novela),
Córdoba, Alción, 2017.
Plesiosaurio 75
El debut
Puso la máxima atención en las instrucciones de su
padre. Enganchó la boya en la línea; con mucha deli-
cadeza, atravesó la carnada dos veces con el anzuelo;
comprobó que todo el dispositivo estuviera asegurado.
Luego, ambos se dedicaron a esperar, con la mirada en
alto, como dejándose abrazar por los rayos del sol.
Con suerte de principiante, pocos minutos después,
el pequeño sintió que algo muy fuerte tironeaba de la
punta. Un hombre de unos sesenta y cinco kilos daba
pelea al otro extremo de la tanza. Todos tuvieron que
acudir en ayuda del debutante. Finalmente, el hombre
se rindió, y el cardumen tuvo su banquete en el fondo
del río.
76 Plesiosaurio
David
Mucho antes de ser rey, David sufría el mal de los sue-
ños, que a veces es un mal y otras veces es un bien.
Soñó que se convertía en el líder de un grupo de per-
sonas que tenían las mismas creencias y costumbres.
Soñó que peleaba contra un gigante de tres metros de
altura, a quien derribaba de un piedrazo. Soñó que el
gigante caía muerto. Soñó que él, que era apenas un
niño, le cortaba la cabeza y con ese acto, el pueblo de
los gigantes se sometía al suyo.
Tal vez como una forma de compensación a tanta
crueldad, una noche, los sueños le mostraron al pe-
queño David una figura construida en mármol blanco.
Aunque el soñador sabía muy bien que no se trataba
de un cuerpo animado, tuvo deseos de tocar esa piel
brillante y lisa, pulida como la joya más fina. Había en
aquel hombre un alma que no era humana ni divina; así
de extraños son los sueños.
Reconoció su propio cuerpo en el cuerpo de esa
piedra, pero como sabía que no era él, que no podía
ser él, lo llamó con otro nombre: Miguel Ángel.
Plesiosaurio 77
PALOMA CASADO
78 Plesiosaurio
Paloma Casado (Santander, España)
Ha publicado sus textos en libros colectivos y blogs.
Ganó el concurso Esta noche te cuento en 2014.
Plesiosaurio 79
Palabras de oriente
Desde el otro lado del planeta llegan las cartas que re-
cibe periódicamente. Cuando abre el buzón y encuen-
tra un sobre escrito con esa letra extraña, siente un
regocijo que creía olvidado. Luego extrae con cuidado
la cuartilla y lee sin comprender. A veces encuentra
dibujado un corazón, un pájaro o una flor de almendro
y por eso sabe que son cartas de amor. Las guarda or-
denadas en un cajón y algún domingo por la tarde, las
abre y olfatea su perfume de madreselva. Le hacen tan-
ta ilusión, que no piensa devolverlas ni decirle al carte-
ro que en esa casa no vive Mizuki Tanaka.
80 Plesiosaurio
Él nunca lo haría
Ahora que ella no estaba, le tocaba a él en exclusiva
ocuparse de Kaiser. Y ahí lo tenía ahora, aturdiéndole
con sus ladridos y mirándole expectante. Echó un vis-
tazo al reloj; era la hora de su paseo nocturno. Fasti-
diado, dejó el martillo sobre la mesa de trabajo, cogió
la chaqueta, la correa y abrió la puerta.
El perro salió como una exhalación. Maldita sea,
tenía que haberlo atado antes. De nada sirvió que lo
llamara, corría como loco hacia el bosque cercano has-
ta que encontró el lugar. A duras penas, consiguió
arrastrarlo a casa; no paraba de olfatear, gruñir y remo-
ver la tierra con las patas. Debía de echarla mucho de
menos.
Plesiosaurio 81
KATHY SERRANO
82 Plesiosaurio
Kathy Serrano (Venezuela, 1968)
Actriz y directora de teatro. Master of fine Arts, del
Instituto Cherkásov de San Petersburg (Rusia).
Plesiosaurio 83
Mi contrato con la muerte
La Muerte, atraída por mi infinita curiosidad y venera-
ción a su existencia, se animó una tarde de verano a
visitarme. Aunque me tomó por sorpresa, debo admitir
que la esperaba con ansias. Pensé que partiríamos de
inmediato, pero ella me pidió antes un café. Pasamos la
tarde charlando amenamente sobre todas las pasiones
y deseos humanos, en especial aquellas que a mí más
me gustaban. Excitada por mi relato, quiso la muerte
probar un poco de lo narrado. Esa noche, con mi au-
torización, tomó mi cuerpo dejando que mi espíritu
siguiera consciente durante toda la experiencia. El clí-
max de la noche lo alcanzamos juntas cuando, después
de hacer el amor por quinta vez con un hermoso
ejemplar masculino, decidimos clavarle un puñal en el
corazón. Desde entonces tenemos un contrato indefi-
nido: cada mes, algunas noches, la acompaño a realizar
su trabajo cediéndole mi cuerpo. Ella disfruta de la
vida y yo disfruto de la muerte.
84 Plesiosaurio
La cabellera de Warif
Yo era un niño de 11 años. Estaba en sexto grado de
primaria. Ese año, llegó a mi salón una hermosísima
niña. Ella era extranjera. No recuerdo cuándo ni cómo
comencé a hacerlo: me sentaba detrás de ella y acari-
ciaba su larga cabellera durante toda la clase. Mis ma-
nos se movían rítmica y suavemente. Me gustaba mu-
cho sentir esa exuberante cascada enredándose entre
mis dedos. Ella nunca dijo nada, nunca volteó a decir-
me que no lo hiciera y nunca me dijo si le gustaba.
Nunca cruzamos palabras. Solo hubo miradas. A me-
diados de año, dejó de venir a clase durante algunos
días. Algo dijeron de un hermano y una locura. Algo
dijeron de la familia, que era extraña. Una mañana ella
regresó. Traía la cabeza cubierta con un raro sombrero.
Al principio me gustó. Se veía bonita. Pensé que en
cualquier momento se lo quitaría y dejaría en libertad
su negra cabellera. Pero no ocurrió así. De pronto mis
manos comenzaron a moverse solas. Primero acaricia-
ron los bordes de su pupitre. Unos minutos después y
de manera incontrolable, mis dedos ascendían por su
espalda. Sin poder evitarlo, en un movimiento fugaz,
me vi quitándole el sombrero. Un silencio se apoderó
de la clase. Ya no existía su cabello. Su cabeza estaba
repleta de costuras. Eran gruesas y cubrían toda la su-
perficie. Me quedé quieto. Sentí vergüenza y algo de
miedo. Ella lentamente giró a verme con sus ojos
enormes y húmedos. Torpe, recogí el sombrero. Se lo
puse. Despacio su mano agarró la mía. Me regaló por
Plesiosaurio 85
última vez su mirada. Volteó y de nuevo solo me que-
dó su espalda.
86 Plesiosaurio
Plesiosaurio 87
JORGE P. GUILLEN
88 Plesiosaurio
Jorge P. Guillen (México, 1963)
Sus cuentos han aparecido en la revista El cuento, edita-
da por Edmundo Valadés, la Revista brevilla editada por
Lilian Elphick y en el libro Minificcionistas de El cuento.
Revista de imaginación de Alfonso Pedraza. Radica en
Canadá desde hace 30 años.
Plesiosaurio 89
Honores
Recostado en el sillón que simboliza su poder, el dés-
pota llora desconsolado al ver todas sus medallas y
condecoraciones: la de Salvador de la Patria, la de Pró-
cer del Continente, la de gran Benefactor de las Letras
y, por supuesto, la de Defensor de la Constitución y
sus Leyes. Pasa la mano por ellas y escucha ese tilín-
talán de prendedor de latón y fruslería. El tirano, cesa
de llorar por un segundo y se pregunta cuándo alguien
le otorgará una que sea real y ameritada.
90 Plesiosaurio
Duda
Una tarde mientras mis padres atendían a sus visitas y
yo jugaba a las escondidas, me metí en su armario. En-
contré una caja de madera. Estaba llena de revistas. Al
abrir una de ellas encontré fotos de mujeres sin ropa.
Me sorprendió la perfección de sus cuerpos. Desperta-
ron el deseo en mí. Pensé que estaba cometiendo un
delito al husmear en la privacidad del santurrón de mi
padre quien siempre nos había prohibido ver películas
donde se mostrara algo de desnudez. A los doce años,
escondido en el armario mientras los visitantes y mis
papás se morían de la risa entre trago y trago de ron,
hice algo nacido del instinto pensando en una porrista
americana que se llamaba Kimberley. Al acabar, alcan-
cé los pañuelos de papel que estaban dentro de la
misma caja. Aún hoy me preguntó si ese día cometí
incesto deseando a la misma mujer con la que mi padre
también se solazaba.
Plesiosaurio 91
ARNALDO JIMÉNEZ
92 Plesiosaurio
Arnaldo Jiménez (La Guaira, 1963)
Poeta, narrador, ensayista, maestro de aula. Ha publi-
cado ensayos, cuentos y poemas en revistas y publica-
ciones regionales y nacionales. Cuenta con una vasta y
prolífica obra. Ha sido reconocido con diversas men-
ciones honoríficas y premios literarios.
Plesiosaurio 93
El ojo onírico
Uno de los dos ojos no era un foso de tristeza ni un
semillero de luz. De día, la pupila semejaba a un vatici-
nio de silencio, casi plana, incapaz de cubrir grandes
distancias. De alguna manera, este ojo conocía la au-
sencia. Las adherencias de la fauna eran nulas en sus
proyecciones, solo la niebla, las nubes, los vapores y las
cenizas, se revelaban a su párpado. De noche, el ojo,
casi esférico, volteaba hacia la cavidad craneana y desti-
laba una tintura de espejos que se escurría por el
músculo recto interno y alumbraba las imágenes de los
sueños, y el rostro lograba emular el color del alma y
ardía cuando había frío y se helaba cuando hacía calor.
De esa sustancia el ser humano se veía surgir a sí mis-
mo, así comprendió cómo un Dios puede mutar a un
ser corpóreo y entonces se hizo la fe.
94 Plesiosaurio
Plumaje pectoral
Admiró tanto las migraciones, la convivencia de las
aves con la deriva del viento, padeció tanto el rigor de
los relieves, un vagabundear de antorchas en la urdim-
bre de la soledad, y el rechazo a penetrar la entraña de
la noche, y la condena a estar ligado a un cuerpo sin
nombre. Anheló tanto una membrana de vuelo para su
espíritu que, un día cualquiera, mientras miraba el color
de la lejanía, le brotaron desde el centro del esternón
un desorden de plumas luminiscentes que ninguna otra
fe ha podido extender entre la piel y el vacío. Así fue
como ensayó una revelación de prohibiciones, la mise-
ricordia de las nubes; pero su anatomía ganaba peso
con el luto que prometían los abismos. Y quiso profa-
nar los árboles con la insistencia de su imagen, aunque
su palabra abandonara la oquedad de los sonidos y
prolongara una ambición de sentido y amenazara con
invadir las sombras y convertirse en ligadura, sostén de
la luz, caja de los días. Iba desnudo, asumiendo la des-
mesura de los pájaros, acrecentando un devenir de
umbrales. Iba desnudo, como reclamando viejos es-
combros, acaso la constante acechanza de un amor
perdido. Y ostentaba ese batir de espigas emplumadas
en el pecho, a veces plateadas, como un incendio de
cuchillos, casi siempre bermejas como el instante de
una herida.
Plesiosaurio 95
REBECA MEDINA ARAGÓN
96 Plesiosaurio
Rebeca Medina Aragón (Estado de México, 1994)
Radica en Calera, Zacatecas. Es egresada de la licencia-
tura en letras por parte de la Universidad Autónoma de
Zacatecas. Ganadora del primer lugar en el concurso
estatal de «Ensayo Literario Beatriz Gonzales Ortega».
Ha publicado cuentos en el suplemento cultural «La
Gualdra» del periódico La Jornada (Zacatecas); así co-
mo en las revistas electrónicas Espora y Página Salmón;
además de artículos relativos a música en R101ck.com.
Actualmente trabaja en su tesis en coasesoría con el
Dr. Javier Perucho.
Plesiosaurio 97
Personaje
Pensaba que escribía mientras la escribían.
98 Plesiosaurio
Te extraño, mamá
Cada cosa debía permanecer en su lugar. Cada cuchara
tenía su propósito, una era para el postre, otra para el
yogur de la cena. Cada trapo tenía su área de limpieza y
función, éstos para mojar, aquéllos para secar. Todo
pequeño. Todo pertenecía a ella, la hija; nada era de la
madre. Si algo quedaba fuera de su lugar o permanecía
sucio la hija le reclamaba a la madre, fuerte y duro tal
como a ella la había tratado cuando aún jugaba a las
muñecas. Esta noche la hija encontró otro vaso sucio
en la tarja y un trapo mojado y oloroso colgando en la
silla. La hija no lo soportó más. Fue a la recamara de su
madre, le lanzó el vaso gritando: «¡de ahora en adelante
cada que dejes algo fuera de lugar y sucio lo romperé
en ti!» La urna cayó. Las cenizas ya no estuvieron a
salvo.
Plesiosaurio 99
NORMA YURIÉ ORDÓÑEZ PINEDA
100 Plesiosaurio
Norma Yurié Ordóñez Pineda (Guatemala)
Diseñadora Gráfica. Realizó estudios de Cinematogra-
fía en Casa Comal Escuela (2009). Mención honorífica
en concurso de microficciones basadas en una frase de
Carlos Fuentes (Los Buc Buc, 2012), segundo lugar en
la categoría cuento con «Don Simón», Primer Premio
Nacional de Literatura para Nuevos Escritores (Diario
Centroamérica, 2013), Cuento en Antología digital
«Viaje a la oscuridad» (Editorial Lengua de Diablo,
2015).
Plesiosaurio 101
La gota
Había una vez una gota de agua que se deslizaba des-
preocupada. De pronto sintió en sus moléculas una
calidez que la seducía… se volvió tan intensa y breve
que no pudo advertir el momento preciso de su propia
evaporación.
102 Plesiosaurio
Sospecha
Cuando desperté encontré el libro que estaba escri-
biendo, abierto y en blanco. Todas las cosas del depar-
tamento destruidas, la puerta abierta. Empiezo a reco-
ger todo. Me siento y pienso qué parte de la historia no
le habrá gustado esta vez a mi personaje.
Plesiosaurio 103
ASMARA GAY GÓMEZ
104 Plesiosaurio
Asmara Gay Gómez (Ciudad de México, 1975)
Es licenciada en Comunicación por la UNAM y maes-
tra en Apreciación y Creación Literaria por Casa
Lamm, donde imparte clases. Tiene algunos premios
literarios y ha colaborado en diversas revistas, como
Blanco Móvil, Texto crítico, Periódico de poesía, entre otras.
Tiene publicado un libro de cuentos Elena se mira en el
espejo (Destiempos, 2011), y ha participado en diversas
antologías Sin cita previa (FussionEditorial, 2017) Dispa-
ra usted o disparo yo (Brevilla, 2017), entre otras.
Plesiosaurio 105
Promesa cumplida
Hay una gran penumbra en mi habitación, pero sé que
del otro lado de la ventana ella me espía. Me levanto.
Recorro la persiana. La veo. Su semblante carece de
ojos y su rostro es prueba de que los gusanos se han
alojado en él durante mucho tiempo. Le digo que se
vaya, que ya no puedo más, que no está bien que per-
sista en su deseo. Pero ella no podrá hacer nada. Me
prometió que desde el más allá me cuidaría.
106 Plesiosaurio
El plagio
―Les digo la verdad, ¡yo no lo robé! ―gritó Juan Pérez
mientras era arrastrado por dos policías acusado de
plagiar un cuento de Borges: Pierre Menard, autor del
Quijote…
Plesiosaurio 107
JUAN PABLO GOÑI CAPURRO
108 Plesiosaurio
Juan Pablo Goñi Capurro (Argentina)
Publicó Bollos de papel (Editorial Mis escritos, 2016), La
puerta de Sierras Bayas (Pukiyari Editores, 2014). Mercan-
cía sin retorno (La Verónica Cartonera, 2015), Alejandra
(relatos), y «Amores, utopías y turbulencias» (poesía)
(Ed. dunken, Argentina). Ganador premio Novela
Corta 2015 La Verónica Cartonera (España) y Gana-
dor EDI II 2015 (Corredor Latinoamericano de Tea-
tro), y Ganador Teatro mínimo Guerrero (2015 y
2016).
Plesiosaurio 109
Escapando del futuro
La pose quizá no fuera sugerente, pero eran inequívo-
cas las medias negras y el liguero, varios centímetros
por debajo del final de la ajustada falda verde. Un in-
cierto aviso me llevó a detenerme antes de cruzar la
calle, mientras ella mantenía su sonrisa dentro del mar-
co de la puerta, ampliada por las cejas pintadas bien
altas en su cara larga y estrecha. A tiempo vi la nuez de
Adán y continué camino. Veinte metros después, di
con otra señora, sentada en la vereda sobre una silla
enclenque, vestido corto a rayas oscuras y unos in-
coherentes zapatos blancos de tacón. Ni sonrisa ni
maquillaje ni peluca, a sus pies una cartera sospechosa
de contener mercaderías prohibidas. Me alejé de ellas
con la sensación de haber viajado en el tiempo, reco-
rriendo treinta años en veinte metros. Al girar la esqui-
na me topé con un canoso hombre macilento, de res-
piración difícil. Eludí el choque y apresuré el paso, las
analogías nunca me gustaron.
110 Plesiosaurio
Nuestro ángel
Vimos un ángel sobre el tejado, a la medianoche. Na-
die nos creyó. Lo vimos otra vez, a la noche siguiente.
Volvieron a reírse. Hubo una tercera ocasión donde
nos encontramos al rubicundo niño alado. De nuevo,
se negaron a aceptar nuestra visión. Dejamos de citar-
nos, los vecinos tenían razón. Nuestro amor era impo-
sible.
Plesiosaurio 111
MEI MORÁN
112 Plesiosaurio
Mei Morán (España)
Diplomada en traducción. Algunos de sus textos for-
man parte de libros colectivos La esfera cultural, y anto-
logías La logia del microrrelato, y Lectures d´ailleurs. Ha
ganado en varios concursos como Relatos en Cadena,
la Microbiblioteca, Radio Lanzarote, Relatos Brevísi-
mos Mandarín, entre otros. Actualmente reside en
Freiburg (Alemania).
Plesiosaurio 113
Fuera de Nínive
Lejos de sentirse extraño en tan inusual morada, había
aprendido a disfrutar de aquellos humedales ribeteados
de blandas esquinas y terrenos resbaladizos; se sabía
protegido de las tempestades marinas. Contemplaba
gozoso cada vez que la ballena abría la boca. Entraba
entonces con prisas un tropel de peces extraviados;
Jonás siempre tenía asegurada la cena.
114 Plesiosaurio
Fisuras en la eternidad
Aferrado a una lentitud sin precedentes, la tortuga no
avanza. Sufre inopinadamente la descalabradura de la
piedra sísifa que, recurrente, ha salido rodando pen-
diente abajo. Aquiles, el atleta que nunca ha ganado
una carrera, adelanta sin aporías al quelonio maltrecho.
Lejos de socorrerlo y mostrar un espíritu deportivo
saludable, se decanta por el escarnio y, jaleado por los
escasos pero fieles espectadores, que desafían desde la
desde la remota antigüedad las inclemencias del tiem-
po, se dirige sin pesar alguno hacia la meta. Deberá
competir, empero, con un hombre acostumbrado a
volver sobre sus pasos, a desandar caminos y cuestas, a
no cejar en el empeño, a no desfallecer ante la fatalidad
del destino o la testarudez de una roca.
Plesiosaurio 115
SERGIO ASTORGA
116 Plesiosaurio
Sergio Astorga (México)
Actualmente radica en Porto (Portugal). Estudió Li-
cenciatura en Comunicación Gráfica en la Escuela Na-
cional de Artes Plásticas. Impartió el taller de Dibujo
durante doce años en la UNAM. Estudió Letras His-
pánicas e Iberoamericanas en la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM. Ha publicado en suplementos
culturales y en revistas tanto textos como dibujos. Ex-
posiciones pictóricas múltiples. Ha publicado un libro
de poemas llamado Temporal.
Plesiosaurio 117
Fair play
No hay para la fiebre un mejor remedio que el video
tape o repetición instantánea. Podríamos enfocar la
acción hasta el detalle al comprobar la intencionalidad
del acto, es decir, se percibe si fue un beso deliberado
o los labios inevitablemente se encontraron producto
de una acción garruda, premeditada en verdad.
Se concluye que la estrategia es parte del juego entre
géneros, ya que poseen distinta vocación ofensiva.
118 Plesiosaurio
Deslindes
Las orillas son las mismas. Volver es ingenuo. No me
repliques. Es verdad. No hay viento. Aquí espero a las
sirenas.
¿Sabrán mi nombre?
Plesiosaurio 119
ALBERTO ZELADA
120 Plesiosaurio
Alberto Zelada (Pacasmayo, 1977)
Estudió Ingeniería Mecánica. Ha publicado Otoños de
bolsillo – Volumen I. Es miembro fundador del grupo
literario Legión de la ciudad de Trujillo y editor en con-
junto de la revista Trama. Mantiene el blog albertozela-
da.blogspot.com
Plesiosaurio 121
Gol de honor
Agotados. Sin restos de vergüenza o sudor, seguimos
contra un absurdo interminable. Enfrentamos lo ruti-
lante a pesar de las excusas. Nunca bajaremos los bra-
zos. Los héroes están hechos de suerte o de pequeñas
hazañas. O son aquellos que saldrán mañana en la cró-
nica junto a los nombres de las estrellas.
122 Plesiosaurio
Siglo XVIII. Un mar sin piratas
Sangre y oro estimulan el océano como a una tela de
araña. Se acercan.
―Velas –aulló el agotado grumete–. ¡Estamos salva-
dos!
―¿Cuáles?
―A babor. Las verde o azules.
―Tigres, rugió para sus adentros el marino. Y le
disparó su última y piadosa bala al joven.
Plesiosaurio 123
MANUEL TERRONES
124 Plesiosaurio
Manuel Terrones (Lima – Perú, 1989)
Estudió Administración de Turismo en la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Algunos de sus micro-
rrelatos han sido publicados en diversos medios digita-
les y la antología literaria 69.
Plesiosaurio 125
Pez-niño
Cuentan que en la fuente de mi ciudad, la más her-
mosa de todas las fuentes, vive un pez-niño, con esca-
mas brillantes como un arco iris. Jamás lo he visto, a
pesar de pasarme largas horas contemplando la super-
ficie. Solo mientras me distraigo percibo el reflejo de
un brillo tornasolado, entro al agua y nado, siguiéndo-
lo, pero nunca lo alcanzo. Entonces salgo a la superfi-
cie y allí están todos, viendo a la fuente, diciendo que
lo han visto, que su piel es hermosa y resplandece co-
mo el sol o como mi sonrisa en esos momentos.
126 Plesiosaurio
Tardanza de mil años
Mil años después del estallido de la bomba, encontra-
ron su esqueleto en la plaza de la ciudad destruida. Ella
permanecía sentada, un hermoso vestido cubría lo que
quedaba de su cuerpo. Parecía esperar a alguien. «Los
minutos se le hicieron siglos», bromeó el arqueólogo.
Cien metros más allá, el esqueleto de un hombre espe-
raba por ser encontrado. Tenía en las manos un regalo.
Pensaba disculparse por la tardanza.
Plesiosaurio 127
ILDIKO NASSR
128 Plesiosaurio
Ildiko Nassr (Río Blanco, Jujuy, Argentina, 1976)
Ha publicado libros de poemas (Reunidos al azar, 1999;
La niña y el mendigo, 2002; y en coautoría Ser poeta,
2007), de cuentos (Vida de perro, 1998) y de microrrela-
tos (Placeres cotidianos, 2007 y 2011), (Animales feroces,
2011), (Ni en tus peores pesadillas, 2016), Placeres cotidianos
(reedición corregida y ampliada, 2017 – Colección
BREVES Y EXTRAORDINARIOS). Sus microrrela-
tos han sido incluidos en las mejores antologías de mi-
croficción.
Plesiosaurio 129
Sala de esperas
Esperan a ser atendidas. El médico dedica mucho
tiempo a sus pacientes. Murmullos incesantes en la
habitación blanca y aséptica. Sobre una mesa, revistas
viejas. Evitan mirarse. No hablan entre ellas. Cada una
tiene un malestar silenciado. Decir en voz alta la pala-
bra cáncer no las debilita, pero tampoco las hace más
fuerte. Esperan con la esperanza de que la innominada
no aparezca.
El médico les sonríe y utiliza eufemismos. Todos
saben cuál es el final. Esperan que el camino se alivia-
ne.
130 Plesiosaurio
Lectura
Él me regalaba un libro cada viernes. El paso de los
días se medía en función de las lecturas.
Al principio, fue pura acumulación. Pero, con los
años, fui descubriendo el placer de leer; era como si
una película se formara en mi cabeza, solo para mí.
Leía para vivir las aventuras que no podía, desde mi
silla de ruedas.
Plesiosaurio 131
MARITZA IRIARTE
132 Plesiosaurio
Maritza Iriarte (Perú)
Algunos de sus textos integran distintas antologías Re-
vistas Fix100, Plesiosaurio, Basta 100 mujeres contra la vio-
lencia de Género, Érase una vez un microcuento, Circo de Pul-
gas, Ballenas en hormiguero, Borrando frontera. En 2013,
publicó Aztiram, un mundo de brevedades. En marzo de
2016, ganó el I Concurso de Microrrelatos de la revista
Cita en Diagonales.
Plesiosaurio 133
Sutilezas de la ausencia
Salen sigilosamente de la habitación del hijo, el silencio
de la noche delinea el rostro infantil y los inmortaliza-
dos padres se obstinan en mantener la luz encendida y
la puerta entreabierta.
Solo ellos, el niño y el monstruo, escondidos bajo la
cama saben lo inútil de esa espera.
134 Plesiosaurio
Anuncio clasificado
Caballo ágil y brioso busca jinete; de preferencia, sin
cabeza.
Plesiosaurio 135
JORGE AGUIAR
136 Plesiosaurio
Jorge Aguiar (Mendoza, Argentina)
Ingeniero en sistemas y fotógrafo. Trabaja desarrollan-
do software. Estudió en la UTN-FRM. Este año, em-
pezó un taller literario dedicado a la narrativa breve
coordinado por Leonardo Dolengiewich.
Plesiosaurio 137
Asesino
Regalarle un gato a un niño a veces puede no ser una
buena idea. Desde que lo vio, parado en la puerta, con
esos ojos tristes que pedían a gritos un nuevo amigo,
supo que iba a matarlo. Al poco tiempo, ya tenía el
plan de acción a seguir. Conocía la historia del tío Al-
berto, que murió electrocutado en la piscina. Esperaría
que fuera a tomar agua a la pileta, como solía hacerlo
frecuentemente a pesar de los retos y algún que otro
golpe que había recibido, y en ese momento arrojaría al
agua un alargador que tenían enchufado para conectar
la podadora. Así sucedió: cuando se acercó al borde de
la pileta y se agachó a tomar agua, la garra empujó el
enchufe.
138 Plesiosaurio
Fantasma
El miedo se apoderó de mí cuando me lo topé de fren-
te en el pasillo. No era de este mundo. Por suerte reac-
cioné a tiempo y salí corriendo a través de las paredes.
Plesiosaurio 139
GUILLERMO ARTURO VARGAS ALEMÁN
140 Plesiosaurio
Guillermo Arturo Vargas Alemán (Ciudad de Mé-
xico, 1995)
Escribe microrrelato y cuento. Ha publicado en revis-
tas como Minificción, Marabunta, Ágora (COLMEX) y en
sitios web como Resortera.mx. Participó en la antología
Vamos al circo. Ficción Hispanoamericana (BUAP). Le in-
teresan los procesos creativos de escritura, la literatura
española contemporánea, el relato breve y la narrativa
estadounidense del siglo XX. Twitter: @memoo_mx
Plesiosaurio 141
El viaje
Estoy cansada de ver el mismo mar de siempre. Mi
padre dice que cuando lleguemos allá todo será dife-
rente. Lo que más disfruto de este viaje es poder ver
cómo el cielo y el mar se funden mientras más avan-
zamos, parece que son indivisibles. Nos vamos porque
mi padre no aguanta el comportamiento de todos los
pescadores. No los soporta porque siempre nos persi-
guen, dicen que nosotras los atraemos a ellos, que por-
que si tenemos el pecho muy descubierto o siempre
mostramos el ombligo. Y la verdad es que nosotras no
nos sentimos seguras, es algo muy incómodo. Papá
nos ha dicho que quiere lo mejor para sus hijas y tam-
bién para sus hijos, pero dice que nosotras corremos
más peligro en un pueblo donde sólo hay pescadores
maleducados y jovencitos malvivientes. Desde hace
meses que tenemos problemas, por ello nos prohibió
salir, y si salíamos no podíamos hablar con nadie. Mi
abuelo dice que el mundo ha cambiado mucho, que ya
no puede haber muchachas bonitas porque de inme-
diato la gente comenta cosas. Pero el punto de este
viaje es alejarnos de todo esto, recorrer el océano y
encontrar un lugar donde estemos seguras, un lugar
donde nadie persiga a las sirenas.
142 Plesiosaurio
Vacaciones con la abuela
Encontré una escoba arrumbada en el sótano de mi
abuela. Tal vez fue bruja y puede que mamá también lo
sea. Nos mandaron este verano con la abuela para res-
pirar aire fresco. Nos dejó en la carretera y dijo que
sabríamos cuál era la casa. La abuela es una mujer di-
vertida. Todos los días jugamos: mi hermano al prisio-
nero (eso sí, un prisionero bien alimentado) y yo a la
sirvienta. Hoy juego a limpiar el horno porque mañana,
según la abuela, jugaremos a la comida.
Plesiosaurio 143
CARMEN DE LA ROSA
144 Plesiosaurio
Carmen de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife)
Sus relatos y microrrelatos aparecen en Entre humo y
cuentos, Todo vuela, Acordeón, las antologías: Somos Solida-
rios, 99 crímenes cotidianos, Primavera de microrrelatos indig-
nados, Ellas, Eros y Afrodita en la minificción; la revista
Fahrenheit XXI, los blogs: Antología Mundial de Minific-
ción, Químicamente Impuro, La cazadora de relatos, Máquina
de coser palabras, Brevilla, Internacional microcuentista y Lectu-
res d´ailleurs. Participó en el I Simposio Canario de Mi-
nificción (2015).
Plesiosaurio 145
¿Dónde está Superman?
Se abre la puerta. La chica es una sombra plegada de
dolor en la oscuridad de una esquina. Sus ojos buscan
el caracolillo en la frente, las mallas azules, la S roja en
el pecho del hombre que ahora entra en el cuarto. Han
sido tantos que se acabaron los dedos de sus manos
para contarlos. Este tampoco la levantará en sus bra-
zos ni volará con ella lejos de allí.
146 Plesiosaurio
Merienda
Nunca más iremos a merendar a casa de Blanca a la
salida del colegio y eso que su mamá prepara unos bo-
cadillos de queso con dulce de guayaba que están para
relamerse los dedos. Nunca más volveremos a entrar
en aquella cocina, en fila de a una, bien arrimaditas a la
pared, ni diremos las buenas tardes al papá de Blanca
mientras toma café, ni su mamá se levantará de la silla
de la cocina, pasen, pequeñas, pasen, ni buscará el queso
en la nevera de espaldas a su marido, nunca más aque-
lla mano de lobo reptando bajo nuestras faldas.
Plesiosaurio 147
ROBERTO CUÉLLAR HIGA
148 Plesiosaurio
Roberto Cuéllar Higa (Santa Cruz de la Sierra -
Bolivia, 1976)
En su momento, leyó con afiebrada curiosidad obras
diversas. Le entusiasma la literatura fantástica en la
línea de lo siniestro. Aficionado al género cuento, al-
gunos de sus relatos han sido publicados en antologías
tanto en formato físico como de difusión por la red.
Plesiosaurio 149
Corriente literaria
Un hombre sostiene haber sido absorbido y arrastrado
a lo largo de ciento diez páginas por el torrente de un
libro. Acezante relata las tribulaciones que antecedie-
ron a su dramático escape, gracias a una bifurcación
que se abría, redentora, en el extremo de un párrafo
mal impreso del turbio papel. Como prueba incues-
tionable de su aventura, declara ignorar el resto de la
caudalosa historia.
150 Plesiosaurio
ADN (Alma De Nadie)
Mientras ella empacaba, él se abstraía observando su
hombro desnudo. Lista y resuelta, salió con lo suyo,
tomó un taxi y partió.
Él no perdió tiempo. Clausuró herméticamente el
apartamento por conservar la reliquia que le quedaba
de ella, volando alto, como buscándola. Mosquito que
picara aquel hombro: paraíso de piel que ambos no
besarían una vez más.
Plesiosaurio 151
DANIEL BERNAL SUÁREZ
152 Plesiosaurio
Daniel Bernal Suárez (Tenerife, 1984)
Poeta, narrador y crítico literario español. Presidente
de la sección de Literatura y Teatro del Ateneo de La
Laguna. Profesor de escritura creativa. Ha cursado es-
tudios de Ciencias Biológicas y Antropología Social y
Cultural. Ha recibido, entre otros, los premios de poe-
sía Ciudad de Tacoronte (2008), Luis Feria (2011) y
Pedro García Cabrera (2013). Ha publicado los poe-
marios Escolio con fuselaje estival (2011), Corporeidad
(2012), Odiana (2014) y El tiempo de los lémures (2014).
Plesiosaurio 153
Solo sueños
No te preocupes por esas pesadillas, hermano. No
creas en lo que cuenta madre sobre el carácter premo-
nitorio de los sueños. Te aseguro que jamás podría
hacerte mal. Ni siquiera te guardo rencor porque Dios
prefiriese tu ofrenda de cordero a mis humildes vegeta-
les. Ven, Abel, vamos al campo. Quiero contarte una
cosa en secreto.
154 Plesiosaurio
Cultive el estado de naturaleza
No pierda el tiempo: ¿su hijo muestra brotes psicóti-
cos? ¿Le ha cazado descuartizando animales o dibujan-
do terroríficas escenas de crímenes? No se preocupe.
Contamos con los mejores especialistas para su trata-
miento. Llámenos y le daremos un presupuesto venta-
joso. La calidad de su formación es nuestra prioridad.
Demuestre a su descendencia que le quiere e ingréselo
en nuestro centro. Porque un niño psicópata no es
motivo de desdicha, sino un don de la naturaleza y una
oportunidad para mejorar la especie. Deje a su hijo en
nuestras manos y le convertiremos en un sátrapa, en
un asesino en serie, en un periodista, en un violador,
en un futuro presidente de gobierno, en un sicario pro-
fesional. Le ofrecemos una educación adecuada a sus
inclinaciones, con prácticas para que ejercite sus habi-
lidades (incluye el manejo de todo tipo de armas y la
ejercitación en toda clase de torturas). Recuerde: en el
Instituto de Formación Superior de Psicópatas nos
comprometemos con el progreso de la sociedad. Nues-
tro lema: no deje que la civilización reprima los instin-
tos de su prole, cultive sabiamente el estado de natura-
leza.
Plesiosaurio 155
LEONARDO DOLENGIEWICH
156 Plesiosaurio
Leonardo Dolengiewich (Mendoza – Argentina,
1986)
Es escritor y estudiante de Psicología. Coordina talleres
de cuento y microficción para adultos y adolescentes.
Sus minificciones han sido publicadas en Argentina,
Chile, Perú, Venezuela, México, España e Italia, tanto
en antologías como en revistas literarias y sitios web
especializados. En 2015, publicó «La buena cocina», su
primer libro de microficciones.
Su blog: www.mepodesleeraca.blogspot.com
Plesiosaurio 157
El motivo
Penélope rechazó sistemáticamente las propuestas
amorosas de los pretendientes: ninguno de ellos logró
hacerla gozar tanto como Ulises.
158 Plesiosaurio
Volver a ser una familia
Mi hermana menor y yo caminamos por la playa. Va-
mos a encontrarnos con papá. Hace años que no lo
vemos y la emoción nos ha puesto nerviosas. Pero nos
damos aliento y seguimos. Ya lo divisamos. Está con-
templando el ocaso junto con su novia y su hijita nue-
va.
Nos ponemos frente a sus narices y, mirándolo a él,
comenzamos a cantarle una canción, como hacíamos
de niñas. Papá se pone pálido. Para completar la sor-
presa, mamá y mi hermana mayor se acercan por de-
trás de ellos tres y disparan, eliminando a las que so-
bran.
Plesiosaurio 159
PLESIOSAURIO
Primera revista de ficción breve peruana
Nº 10
se terminó de editar,
en los talleres gráficos
de abismoeditores,
el 2 de diciembre de 2017,
Jr. Pablo Risso 351, Lima 30.
160 Plesiosaurio
P
Diez años han pasado desde que empezara esta aventura
literaria llamada Plesiosaurio. Durante este tiempo, más de un
centenar de autores hispanohablantes ha desfilado por las
páginas de este dinosaurio de papel ―ahora digital― con sus
microrrelatos: nóveles y consagrados, todos han contribuido a
que Plesiosaurio se consolide como uno de los espacios para la
difusióndelgéneroenelPerúyenelcontinente.
Dany Doria Rodas

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Plesiosaurio n.° 10, vol. 2

  • 1. Año X, Nº 10, Vol. 2. Lima, diciembre de 2017. a b s e i s r m o t i œd
  • 2.
  • 3.
  • 7. Plesiosaurio 5 PLESIOSAURIO Primera revista de ficción breve peruana EL BOLO ALIMENTICIO Lima – Perú
  • 8. 6 Plesiosaurio PLESIOSAURIO Primerarevistadeficciónbreve peruana Año X, Nº 10, Vol. 2. Lima, diciembre de 2017. Dirección : Rony Vásquez Guevara Editores invitados : Javier Perucho Gloria Ramírez Laura Elisa Vizcaíno Edición y diagramación : Dany Doria Rodas Imagen de carátula : Johanna Massiell © Plesiosaurio Av. Santa Elvira, Urb. San Elías, Mz. «A», Lote 3, Lima 39 Celular: 997254851 / 996308452 Web: http://revistaplesiosaurio.wordpress.com E-mail: plesiosaurio.peru@gmail.com Facebook: www.facebook.com/RevistaPlesiosaurio © abismoeditores, 2017 Jr. Pablo Risso 351, Lima 30 E-mail: abismoeditores@gmail.com Facebook: www.facebook.com/abismoeditores ISSN 2218-4112 (en línea) Incluye vols. 1 y 3. Hecho en Perú – Piru llaqtapi ruwasqa – Made in Peru Todos los textos son de pertenencia exclusiva de sus autores.
  • 9. Plesiosaurio 7 CONTENIDO Presentación Dany Doria Rodas 9 Los nutrientes líquidos Cecilia Eudave 11 Adán Echeverría 15 Patricia Richmond 19 Ginés Cutillás 23 Plácido Romero Sanjuán 29 David Vivancos Allepuz 33 Leandro Surce 37 Umberto Senegal 41 Walter Toscano 45 Luis Horacio Danel Moreno 49 Armando Rivera 53 Ernesto Simón 57 José Luis Zárate 61 Rodolfo Lobo Molas 65 Fernando de Gregorio Concha 69 Raúl Tamargo 73 Paloma Casado 77 Kathy Serrano 81 Jorge P. Guillen 87 Arnaldo Jiménez 91
  • 10. 8 Plesiosaurio Rebeca Medina 95 Norma Yurié Ordóñez Pineda 99 Asmara Gay Gómez 103 Juan Pablo Goñi Capurro 107 Mei Morán 111 Sergio Astorga 115 Alberto Zelada 119 Manuel Terrones 123 Ildiko Nassr 127 Maritza Iriarte 131 Jorge Aguiar 135 Guillermo Arturo Vargas Alemán 139 Carmen de la Rosa 143 Roberto Cuéllar Higa 147 Daniel Bernal Suárez 151 Leonardo Dolengiewich 155
  • 11. Plesiosaurio 9 PRESENTACIÓN Diez años han pasado desde que empezara esta aven- tura literaria llamada Plesiosaurio, concebida en los am- bientes de la Universidad de San Marcos, y siete desde que esta sección, «El bolo alimenticio», se editara como volumen separado. En este largo… o corto… bueno, es cuestión de percepción. Durante este tiempo, más de un centenar de autores hispanohablantes ha desfilado por las pági- nas de este dinosaurio de papel ―ahora digital― con sus microrrelatos: nóveles y consagrados, todos han contribuido a que Plesiosaurio se consolide como uno de los espacios para la difusión del género en el Perú y en el continente. Como el bolo alimenticio, el microrrelato se produ- ce por la masticación y tratamiento de materiales diver- sos que se concentran en una forma textual pequeña, pero de alto contenido vital, que luego es deglutida por el lector: masticada, saboreada, digerida, absorbida. De ahí que consideremos a los cultores del género nuestros nutrientes líquidos, porque, con sus narracio- nes brevísimas, contribuyen a enriquecer nuestra visión de las cosas o de nosotros mismos; nos dejan pensan- do, después de una corta lectura, en las situaciones que
  • 12. 10 Plesiosaurio representan, y porque su propuesta literaria está abierta a una fuerte participación del lector, a quien se exige que complete la obra con su acervo cultural, lo que desembocará en diversas interpretaciones. No cabe duda de que el microrrelato ha conquista- do numerosos adeptos durante los últimos años. Sír- vanse, pues, de esta pequeña muestra que ha llegado hasta Plesiosaurio por su décimo aniversario. Están todos invitados al festín. Dany Doria Rodas Editor de Plesiosaurio
  • 14. 12 Plesiosaurio Cecilia Eudave (México) Narradora y ensayista. Algunos de sus libros son Regis- tro de imposibles (2000), Bestiaria vida (2008), con el cual ganó el Premio de Novela Juan García Ponce. Ha par- ticipado en varias antologías y revistas tanto nacionales como extranjeras. Sus libros más recientes son Para viajeros improbables (2011), En primera persona (2014) y Aislados (2015). Ha sido traducida al chino, coreano, japonés, italiano, checo, inglés y portugués. En 2016 se le otorgó la cátedra América Latina en Toulouse (Francia).
  • 15. Plesiosaurio 13 ¿Estás despierto? Si su respuesta es sí, lamento decirle: no hay nada por lo que valga la pena levantarse hoy. Pero si insiste, lo cual me parece muy honrable, hágase el favor de hacer- lo todo bien para que mañana otro se despierte sa- biendo que uno hizo lo posible. (Tomado de Microlapsos)
  • 16. 14 Plesiosaurio Otur: el país de los inexistentes Es inexistente para aquellos que quieren habitar donde se habita. Pero, para aquellos que saben que no están donde deberían es una realidad. Otur, país de los inexistentes, es una burbuja de cristal en el cerebro de los escapistas y de los suicidas. (Tomado de Para viajeros improbables)
  • 18. 16 Plesiosaurio Adán Echeverría (Mérida – Yucatán - México, 1975) Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanue- va (2008), Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006). Algunos de sus libros son La con- fusión creciente de la alcantarilla, En espera de la noche; libros de cuentos Fuga de memorias (2006) y Compañeros todos (2015) y las novelas Arena (2009) y Seremos tumba (2011). En literatura infantil ha publicado Las sombras de Fabián (2014).
  • 19. Plesiosaurio 17 Horizonte de cruces Ella despertó con el uniforme de la escuela desbarata- do. Le dolía terriblemente el cuerpo, había dormido más de 13 horas en aquel paraje sombrío. Se incorporó como pudo, subió la cuesta arrastrándose, su boca re- tenía las manchas de sangre ya secas; llegó hasta arriba, y su visión se perdió entre las miles de tumbas que poblaban el desierto, miró hacia atrás, y sus captores venían hacia ella, cargaban una cruz de madera, y uno de ellos se abría los pantalones mientras sonreía.
  • 20. 18 Plesiosaurio Hay que saber llevarse Acostumbraba contarle a mi novia los relatos de mis experiencias sexuales con otra chica, y era capaz de decirle siempre, pero tú, cuéntame, cómo han sido tus relaciones. Ella entonces, se abrazó a mi cuerpo, recos- tó su cabeza en mi pecho, yo podía sentir la tibieza de sus redondos senos de nínfula que tanto me desquicia- ban, y me dijo los ires y venires, con lujo de detalles, de cada uno de los amantes que había tenido. Incluso se mordía el labio, recordando, y con cada historia se ins- piraba más y más, y cuando ya no soporté, la golpeé en el rostro, me tiré sobre ella para abofetearla; ella inten- tó arañarme el rostro, patalear y morder para soltarse y protegerse; me puse sobre ella, le abrí las piernas y al- cancé a metérsela; ella cerró los ojos, insegura de lo que ocurría y yo tomé una almohada, la puse encima de su rostro, y apreté con todas mis fuerzas hasta que dejó de luchar.
  • 22. 20 Plesiosaurio Patricia Richmond (España) Ha publicado cuentos en revistas como la mexicana de literatura fantástica Penumbria y en antologías, como Ciudad Mínima. Segunda Antología de Ficción Breve (Pala- bra.lab, 2013, Ecuador), La última noche, la primera pala- bra (Torremozas, 2015, Madrid). Participó en Tales of Deception, obra de minificciones junto a Mariano F. Wlathe y Solange Rodríguez (Wlathe, 2015, México). Dirige la revista literaria digital El Callejón de las Once Esquinas.
  • 23. Plesiosaurio 21 La chica perfecta Quiso organizar ella sola nuestra primera cita y la dejé hacer. La música era maravillosa: contrabajo, ritmo de escobillas en la batería y golpes de xilófono. Me había advertido que le duraban poco los hombres y entonces descubrí por qué. En cuanto la vi entrar, sonriendo con su carita de ángel, enfundada en un vestido platea- do y vino a cantarme al oído, comprendí que el cuchi- llo cebollero no era para cortar la cuerda que me ataba a la silla.
  • 24. 22 Plesiosaurio Patricia Se llamaba como yo. La estuvieron buscando durante mucho tiempo. Recorrieron la carretera, registraron el bosque, rastrea- ron el río, pero no apareció. Su sonrisa iluminaba los días grises, dicen los ancia- nos cuando alguno la recuerda a mitad de partida de dominó. El cartero suspira cuando llegan cartas a su nombre y Orosia, la tendera, llora quitando el polvo de las cajas de té verde que ya nadie compra. Los niños saltan de sus asientos cuando se abre la puerta del aula inesperadamente, por si es ella. Todos tienen preparado lo que quieren contarle, lo que han aprendido, lo soso que es el maestro sustituto, lo que la añoran. Acaban de encontrarla en una borda abandonada, allá, donde los prados altos, perfectamente descuarti- zada. Sólo falta el corazón; se lo llevó el lobo como trofeo. Soy la única capaz de ayudar a los investigadores. Sólo yo vi la cara del culpable, pero no entienden mis indicaciones para dibujar su retrato robot. Para mí se ha convertido en asunto personal y, por eso, no descansaré hasta encontrarle: porque me llamo como ella, la eternidad es mía y no tengo corazón.
  • 26. 24 Plesiosaurio Ginés Cutillas (Valencia, 1973) Ingeniero informático por la Universidad Politécnica de Valencia y licenciado en Documentación por la Universidad de Granada. Autor de La biblioteca de la vida (Fundación Drac, 2007), Un koala en el armario (Cuadernos del Vigía, 2010), La sociedad del duelo (Edito- rial Base, 2013) y Los sempiternos (Editorial Base, 2015). Su obra ha aparecido también en varías antologías de relatos y microrrelatos, como Ficción sur (Traspiés, 2008), A contrarreloj II (Hipálage, 2008), Por favor, sea breve 2 (Páginas de espuma, 2009), Sólo cuento II (UNAM, 2010), Velas al viento (Cuadernos del vigía, 2010), Mar de pirañas (Menoscuarto, 2012) o Antología del microrrelato español (1906-2011) (Cátedra, 2012). Miembro del equipo de redacción de Quimera. Revista de Literatura.
  • 27. Plesiosaurio 25 Ahora que nuestros nombres se escriben en piedra ¡Qué raro que me llame Federico! Federico García Lorca Hasta los once años me llamé Federico, a pesar de que a mis padres no les convencía mucho el nombre. No está formado, decían. Cuando se le escriba en la cara, le pondremos uno más afín. Y así fue: a los doce, con el cambio de voz, decidieron que Federico ya no co- rrespondía con mi talante, que el mejor nombre que me podía ir para la adolescencia recién estrenada era el de Francisco, Paco para los amigos. Este nombre me duró justo hasta la noche de bodas, cuando en pleno éxtasis, mi mujer me llamó Carlos. «Me casé con Paco y me desvirgó Carlos», era la típica broma que solía hacer a los conocidos. Desde entonces, he cambiado de nombre en cuatro ocasiones más. A veces incluso solapando épocas: en la oficina y en el gimnasio me sentía Luis, pero el cuerpo me pedía ser Raúl para echarme los faroles en la parti- da de póquer de los jueves. Mis amigos, los de toda la vida, se confundían. Para no marearlos demasiado y evitar malentendidos, con- sentí en colgarme al cuello una medalla bien visible con el nombre vigente grabado. Aun así les costaba, decían que no era normal, que ellos habían nacido con uno y que el mismo les habría de durar toda la vida. Yo les decía que habían tenido suerte, que sus rostros se ha- bían amoldado a sus nombres, que los habían acepta-
  • 28. 26 Plesiosaurio do. Para tranquilizarlos les decía que algún día, todos nos llamaríamos igual.
  • 29. Plesiosaurio 27 Los cantones de mi casa Mis padres no se entienden: mi padre habla chino y mi madre habla sueco. Nos dimos cuenta mi hermana y yo esta mañana en el desayuno, cuando ninguno de los dos comprendíamos lo que estaban diciendo. Laura se dirigió a mí en suajili, nuestra lengua secreta, para ha- cerme partícipe de esta observación. Yo no tardé en comentárselo a mi madre en francés, la lengua que uso exclusivamente con ella porque sé que nadie más nos entiende, ganándome ipso facto una patada de mi her- mana por debajo de la mesa. Acto seguido, se ha chi- vado a mi padre en alemán, a sabiendas de que mi ma- dre y yo sabemos decir guten morgen y poco más. Al llegar al colegio les he contado todo esto a mis amigos en arameo —el idioma oficial del patio—, y también que anoche pillé a mi madre en el rellano su- surrando polaco con el vecino a espaldas de mi padre. Dicen que esto no pinta bien.
  • 32. 30 Plesiosaurio Plácido Romero Sanjuán (España) He ganado el IV Certamen de Microrrelatos La Risa de Bilbao (2013), el IV Concurso de Microrrelatos La Ca- lle de Todos (2014) y el II Concurso Ávila Me Mata (2015). Algunos cuentos suyos han sido leídos en los programas La Rosa de los Vientos de Onda Cero, Wonderland de Ràdio 4, El Público de Canal Sur, Éra- se otra vez de Aragón Radio, Hoy por Hoy de Radio Castellón y La Ventana de la SER.
  • 33. Plesiosaurio 31 Hay que hacerlo bien Esa tarde, cuando regresó a casa, vio a su marido col- gando de una viga del techo. Advirtió que intentaba decirle algo. Sin embargo, la cuerda que tenía alrededor del cuello le impedía hablar. Esperó unos instantes antes de ir a la cocina para ponerse unos guantes y co- ger un cuchillo. Cuando su marido la vio regresar, son- río y le hizo un gesto para que cortara la cuerda. Esta- ba tan alto que tuvo que subirse a la silla. –Si se hace algo, hay que hacerlo bien –le dijo a su marido al tiempo que le infería un profundo corte en la muñeca. A continuación, dejó caer el cuchillo y regresó a la cocina. Guardó los guantes en el cajón. Mientras espe- raba, se puso a pelar cebolla.
  • 34. 32 Plesiosaurio Casi sin usar Era evidente que el idilio no podía ir más allá. A los dos meses, decidió liquidarlo. Luego, lo fue subastando a trozos por internet; sabía que así sacaría más. No le dieron mucho por los ojos miopes ni por el cerebro de diplodocus, pero consiguió bastante por el resto. Los pulmones estaban en buen estado. El hígado era el de un niño de diez años. El corazón era grande y genero- so. El pene de su novio estaba casi sin usar.
  • 36. 34 Plesiosaurio David Vivancos Allepuz (Barcelona, 1970) Es autor de Història del Club d’Escacs Sant Martí (Ajun- tament de Barcelona, 2005); de los libros de cuentos de temática ajedrecística Mate en 30 (Ajuntament de Barce- lona, 2004) y Las jugadas intermedias (Letras de Autor; IDC, 2015); y de los libros de microrrelatos Cruentos ejemplares y otras microficciones (Seleer, 2012) y Producto interior muy bruto (Enkuadres, 2016). En el año 2013 ganó la segunda edición del certamen anual de La Mi- crobiblioteca. Mantiene el blog Grimas y leyendas (http://grimasyleyendas.blogspot.com).
  • 37. Plesiosaurio 35 Rompecabezas Sacó una bolsa de plástico transparente de la caja y la abrió. Dejó caer la cascada de piezas encima de la mesa de trabajo. Primero de todo agrupó las que delimitaban el contorno. Los bordes lisos las definían. Y así las fue encajando una a una. Cuando lo tuvo perfilado, separó las demás por colores para facilitar la tarea. Ensambló luego las piezas de la cara; del torso, el vientre, la es- palda y los brazos, con sus manos; del sexo; de los glú- teos, las piernas y los pies. Una vez completo el puzle, le aplicó con un pincelito la cola que también venía en la caja y esperó a que se secara. Cuando la criatura estuvo lista, le insufló la vida con un soplo de su propio aliento. No es bueno que el hombre esté solo, se dijo después, y se concentró en la manufactura de una compañera a partir de una costilla que le extrajo de cuajo a su creación original. Desde ese feliz día, el doctor Frankenstein se recrea, complacido, viendo pasear a sus dos enamorados co- gidos de la mano, cada atardecer, a la orilla del lago de los nenúfares donde acostumbraba a jugar la hija del molinero.
  • 38. 36 Plesiosaurio Los turistas Hace cosa de dos meses apareció en el barrio una pare- ja de turistas. Él llevaba un plano en la mano y una cámara de fotos colgando del cuello y ella un vestido estampado y ligero. Nos llamó la atención ya que el nuestro es un barrio obrero y aquí no hay nada que ver, sólo calles bastante feas con bares y zapaterías. Porque otra cosa no, pero nos gusta ir bien calzados. Continuamente se pierden estos turistas y tienen que prescindir del plano porque no lo entienden. Es enton- ces cuando nos preguntan y nosotros los desorienta- mos un poco más enviándolos de aquí para allá. Y así todos los vecinos tienen ocasión de acercarse a verlos. A él con su plano y con su cámara y a ella con su ves- tido estampado y ligero. Con menor o mayor descaro, unos les echan fotos con el móvil y otros los graban en vídeo. Se han convertido, de forma involuntaria y des- de que aparecieran de pronto, en la atracción turística del barrio. Y de eso hace, ya digo, cosa de dos meses.
  • 40. 38 Plesiosaurio Leandro Surce (Argentina) Es Licenciado en Ciencia Política (UBA-FCS), estu- diante de la carrera de Filosofía (UBA-FFyL) y editor. Mención en el certamen de cuentos Vicente López, ciu- dad fantástica (2012). Primer premio certamen de mi- crocuentos revista Crac!-Literatura (2013). Sus micro- cuentos han sido publicados en las revistas Minificción (México, 2016; número 7) y Brevilla (Chile, 2017; Anto- logía de microrrelatos policiales). Pormenores (Ed. Qué diría Victor Hugo?; Argentina, 2016) es su primer libro de cuentos publicado.
  • 41. Plesiosaurio 39 Nada que ver Nunca antes había consultado a una adivina, pero por esos días me encontraba en una encrucijada que me oprimía el pecho y me quitaba el sueño noche tras no- che. Quiero conocer mi futuro, adelanté sin mayores preámbulos a la menudita anciana que me recibió. Sin decir palabra movió de arriba abajo su cabeza cana y me hizo pasar a un cuartito tapizado de espesas telas en el que no había otra cosa que una mesa redonda y un par de sillas. Tomamos asiento de modo tal que quedamos enfrentadas. La enigmática mujer cerró sus ojos, quitó un pañuelo que parecía esconder un centro de mesa, y posó sus rugosas manos sobre, ahora com- prendía lo que era, una gran bola de cristal dentro de la cual refulgió fugazmente una suerte de rayo violáceo. Primero quiso saber mi nombre y luego, sin dejar de frotar aquella bola que cada tanto producía coloridos chispazos, me formuló, una tras otra, todo tipo de pre- guntas. ¡Ah, ya te veo!, exclamaba temblando un poco, y la bola se encendía más y por más tiempo. Así estu- vimos un rato (ella preguntando, yo respondiendo) hasta que de repente se escuchó un ruidito seco segui- do de inmediato como por una distensión generaliza- da. No se veía nada, ni siquiera la bola con su espec- táculo de fuegos artificiales. Fue entonces cuando, tan- teando mi mano, la adivina profetizó: ‒Se cortó la luz m’hijita. Va haber que seguir otro día.
  • 42. 40 Plesiosaurio Parejas desparejas Cuando por fin amaneció sobre la cuadriculada faz del tablero, el desconcierto de las fichas fue inmenso: los ejércitos no habían roto sus compactas filas pero, así y todo, la Reina Blanca se hallaba al lado del Rey Negro, la Reina Negra al lado del Rey Blanco. Los peones se miraban incrédulos, los caballos daban nerviosas coces saltando por encima de los demás. Ninguna ficha sabía todavía cómo interpretar aquello, si como el inminente fin de sus respectivos reinos o como una inofensiva aventurita swinger.
  • 44. 42 Plesiosaurio Umberto Senegal (Calarcá, Quindío, Colombia) Cofundador de Cuadernos Negros, editorial. Poeta, ensayista y minicuentista autor de 9 libros sobre el cuarto género. Microrrelatos suyos se han incluido en 10 antologías internacionales del género. Columnista habitual del diario La Crónica (Quindío). Actual presi- dente de la Asociación colombiana de haiku. Próxi- mamente publicará la antología internacional de micro- rrelatos de vampiros Bebed todos, esta es mi sangre. Cola- borador asiduo de Tardes amarillas. Sus libros recien- tes de minificción Alucinamientos, y Microrrelatos para cronopios.
  • 45. Plesiosaurio 43 La ventana de mi alcoba Hasta entradas horas de la noche, mientras avanza cau- telosa la madrugada, es consolador dejar abierta la ven- tana de mi alcoba. Ojo de cíclope noctámbulo. Esta ventana, abierta por completo, no repudia a ninguno de cuantos deglute. Con mi autorización o sin ella, son numerosos los visitantes que entran a la habitación, posesionándose de sus rincones. Se amoldan a mis sentidos. A mis miedos. O al guardarropa, hospedán- dose entre bolsillos de mis pantalones y camisas. Se esparcen por la alcoba, contiguos con la realidad y la fantasía. Describirlos, tardaría meses. Estos son los más familiares: Psicopompos, Moiras, Valkirias, Buffe- tos, Dríadas, Lamasus, Sílfides, Pothos y Barabaos. Quien me escuche nombrarlos, pensará que alucino. Su desborde cromático y corpóreo entre el silencio, es fiesta de solidaridad. Creen en mí porque creo en ellos. Me levanto de la cama. Remedo sus movimientos o ellos reproducen los míos, en entretenido juego noc- turno. Se marchan solos. Alcoba y ventana los expe- len. Nunca me fuerzan a nada. Lo más fascinante de la ventana abierta, es cuando ninguno de ellos entra. En- tonces me desnudo y salgo a sobrevolar techos de mi barrio o mi pueblo, sin prevenciones porque la gente nunca mira hacia lo alto. Y menos durante la madruga- da. ¿Qué pasaría si yo entrara de manera abrupta por cualquier ventana abierta? Me confundirían con alguna pesadilla. Tal vez.
  • 46. 44 Plesiosaurio Comala y Rulfo Por cuanto me aseguran quienes regresan de Comala, Rulfo aún no llega. Nadie le ha visto por aquel lugar. ¿Todavía no ha llegado? Todavía no. Pero si murió hace 31 años, les confirmo, mientras nos miramos cada vez con mayor incredulidad. Indecisos con nosotros mismos. Inseguros de quienes van hacia allá o retor- nan. Cada uno pensando que el fantasma es el otro. La mayor parte de ellos, regresan para dar la trágica noti- cia a cuantos allí continúan, temerosos de viajar hacia otros pueblos, habituados a su muerte y sus silencios. Igual hago yo, aunque nadie va a escucharme: Rulfo no está en Comala. Mucho menos aquí...
  • 48. 46 Plesiosaurio Walter Toscano (Perú) Caricaturista, artista plástico, realizador de muñecos de trapo, poeta y microcuentista peruano. Poemas y cuen- tos breves suyos han sido antologados en revistas y libros del Perú, México, Argentina, España y Francia (en edición bilingüe). Tiene premios nacionales e in- ternacionales en pintura, poesía, minificción, humor gráfico y caricatura.
  • 49. Plesiosaurio 47 Venus de Milo Se especula que nació en su etapa juvenil, en una ma- ñana soleada, entre el murmullo de los pájaros. Los investigadores afirman, sin ningún ápice de duda, que al abrir los ojos se enamoró del primer hombre que la vio y la iluminó con una sonrisa amplia, cómplice. Se abrazaron fuerte hasta el anochecer. En la madrugada, el hombre -quien sufría de insuficiencia respiratoria- falleció. Pero, por alguna razón que nadie ha mencio- nado en los libros de historia del arte o en las enciclo- pedias, no fue enterrado solo. Diecisiete siglos después, la fémina es visitada en un concurrido museo, y el público no ha podido entender por qué un cuerpo semidesnudo, hierático, con extre- midades superiores mutiladas y sibilina sonrisa, llegó a ser tan famoso. Tampoco sospechan que el hombre, su creador y amante discreto, sigue abrazándola varios metros bajo tierra.
  • 50. 48 Plesiosaurio Divergencia Le dijeron que se olvidara de tanta oscuridad, que deja- ra de vivir entre sombras para acoger en su interior la luz de la vida. Entonces un día cogió un cuchillo y se abrió el pecho. Desde aquel momento, el hombre vaga repartiendo noches.
  • 52. 50 Plesiosaurio Luis Horacio Danel Moreno (México) Comunicólogo (UNAM). Posgrado en Estudios Hu- manísticos. Microcuentista Facebook y twitter (@HoracioDanel). La Tinta del Silencio, lo designó (enero 2017), ganador para publicación de antología (minificciones homenaje a David Bowie). Revista Pe- numbria lo designó (abril 2017), Tentáculo de Obsidia- na (ganador del certamen de microficciones #miniRP 141). El Fondo de Cultura Económica leyó sus microto- pías en la reciente XXXIV FIL en Palacio de Minería (México). Ha colaborado con la revista mexicokaf- kiano.com. Mención honorífica (hipercuento Devenir) auspiciado por la Universidad de Guadalajara, en el marco de la FIL.
  • 53. Plesiosaurio 51 Besos misteriosos Kristiane y yo siempre fuimos inseparables. Durante mi niñez su mirada me acompañó incontables tardes de terraza y café. Yo daba vueltas en mi triciclo y me- diante un gesto viajero le decía adiós una y otra vez. Entonces ella soltaba su cigarro y me correspondía lanzándome un beso mientras daba golpecitos en la mesa con sus dedos. Cuando los nazis convirtieron Vilna en un ghetto rodeado de muros y cercas de púas, Kristiane comenzó a vivir en silencio y sin recordar a nadie. El día que la llevé a visitar lo que quedaba de la terraza, ella volvió a enviar besos al viento tan libre como ayer.
  • 54. 52 Plesiosaurio No leer el final Conocí a Anna Macrina una mañana. Era el personaje de un libro sobre el Holocausto que comencé a leer un otoño y me enamoré de ella irremediablemente. Leía el texto una y otra vez y me sentía feliz como un niño: Adivinaba el aroma de su florería y seguía con atención la descripción de los lunares en su boca. También em- belesaba mi imaginación su cuerpo delgado como una línea. Cuando la obligaron a portar una estrella de Da- vid en su ropa, temí perderla, así que nuestro idilio se basó en no leer el final de la trama. Esta mañana acabé una vez más la lectura justo en el pasaje donde la suben al tren de las once con once. Di el último sorbo a mi café y con el libro bajo el brazo me aseguré de mantener viva a Anna Macrina.
  • 56. 54 Plesiosaurio armando rivera (Guatemala, 1964) Poeta, narrador y ensayista. Sus publicaciones de mi- crorrelatos son Utopías tras el farrallón (1998), comerciales para mi muerte (2008), el mundo feliz de las cigarras ciclistas (2012) y los dados de dios (2016).
  • 57. Plesiosaurio 55 vigía errante de los semáforos antes de la puesta del sol, cuando los árboles juegan con el otoño, él hace su primer acto. toma un pañuelo hecho de viento, lo despliega y aparece a la mitad de la calle. en tres minutos resuelve el crucigrama de autos. lanza su mejor sonrisa y en el malabar de tres posicio- nes inventa los cuatro puntos cardinales. después del sombrero saca una paloma. saluda con un quiebre de cintura. en su cabeza estalla la ovación del público. antes de la salida final empeña el último gesto. extiende la mano y el color lo pinta de invisible en el asfalto de la vida.
  • 58. 56 Plesiosaurio horóscopo final nació el día preciso, los astrólogos lo marcaron como el fin de un ciclo ―en aquel año singular―. por eso lo celebraron. las estrellas cumplían su promesa. en su vida se pronosticaba grandes acontecimientos. los adi- vinos se pronunciaron con festejos por sus sabias pre- dicciones. de cierto se convirtió en un hombre laurea- do por lo vítores de la gloria. conquistador de la fama y el capital. su signo fue el poder. pero él ―ser humano humilde― donó su fortuna a las causas nobles del mundo. dio pan al hambriento y techo al desvalido. se convirtió en un ser emblemático de la bondad. millo- nes de hombres más siguieron sus pasos. así todo lo vaticinado ―aunque contradictorio― por los prestidigi- tadores sucedió. la fecha de nacimiento lo marcó. hoy ―el día de su muerte― el calendario anuncia que debe transitar los nueve círculos del infierno. ¿sucederá?
  • 60. 58 Plesiosaurio Ernesto Simón (San Juan - Argentina, 1969) Es periodista y escritor. Ha conducido ciclos de radio y ha escrito en diferentes medios gráficos. Ha colabora- do con notas para la revista Rumbos, que se edita en los diarios dominicales de casi todas las provincias del país. Ha publicado cuentos en diarios de distintas pro- vincias argentinas, incluidos en diario Uno de Mendoza y diario Perfil de Buenos Aires. Escribió artículos para revistas y diarios de San Juan, Mendoza y Buenos Ai- res. En 2010 escribió la obra de teatro Todos dicen algo, que se estrenó en el Festival Nacional de Teatro por la Me- moria. Ha sido columnista de cultura y espectáculos en programas de televisión abierta. Escribe sobre música, autores y bandas en la revista Pensar Musical. En el año 2013 publicó el libro de microficciones 77 historias (Mi- lena Caserola) y en 2015 publicó el libro de cuentos Argentinos por nada (Wu Wei). Actualmente sigue escri- biendo para diario Perfil (Buenos Aires), MDZ (Men- doza), El Federal (La Rioja) y El País Diario (San Juan).
  • 61. Plesiosaurio 59 Superstición El físico danés, Nils Bohr, es visitado en su casa de campo por un viejo amigo. Al llegar, advierte que Nils ha colgado una herradura en la puerta. En Europa, la tradición dice que es para la buena suerte. ¿Creés real- mente en esa superstición?, le pregunta. El anfitrión le dice que por supuesto que no, Soy una persona racio- nal. ¿Entonces por qué colgaste esa herradura ahí? El físico hace pasar a su amigo, reflexiona unos segundos y, antes de ofrecerle un café, le dice: Alguna vez escu- ché por ahí que la herradura funciona aunque uno no crea. El que acaba de llegar se sienta a la mesa, acepta el café y balbucea que eso mismo es lo que hacemos con la democracia: Nadie cree pero nos comportamos como si creyéramos. De pronto se da cuenta que está hablando lo suficientemente alto como para que Nils Bohr lo escuche y le pregunte: ¿Cómo?
  • 62. 60 Plesiosaurio Catorce balas Estas catorce balas son para usted, padre Mugica. Con una sola vamos a matarlo, las otras trece servirán para que se lo recuerde, para que los compañeros escar- mienten y para que dentro de cuarenta años su estam- pa luzca pintada en un muro de la Villa 31. Parecen injustas, padre, ahora usted lo ve así, pero dentro de unos años la historia le otorgará un lugar considerable en esas páginas amarillentas que ya nadie lee. Como a los desgraciados, ¿me entiende? A su vida no se la de- vuelve nadie. Ni Dios podrá ayudarlo ahora. ¿O me va a decir que todavía cree en esa leyenda rancia del Señor Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra? Haga su equipaje, Mugica. Y que sea sin mucha alharaca, acuér- dese que en este país las cosas importantes suceden en secreto. Es el sábado 11 de mayo de 1974. Carlos Mugica acaba de dar misa en la capilla San Francisco Solano. Los años corren truculentos, el odio también. Isabelita es la presidenta, luego de la muerte del Pocho Perón. En dos minutos Mugica será acorralado por una banda que opera al mando de Rodolfo Eduardo Almirón, un sicario enviado por el ministro López Rega. Dos minu- tos más: uno de los matadores abrirá fuego contra el hombrecito insignificante de sotana. Catorce balas en- venenadas darán, furiosas, en el cuerpo de este cura que ha elegido vivir y morir por lo pobres.
  • 64. 62 Plesiosaurio José Luis Zárate Herrera (Puebla –México, 1966) Es uno de los escritores mexicanos más reconocidos y respetados dentro del género de la ciencia ficción, aunque también ha desarrollado trabajos literarios de otros géneros. Su obra abarca ensayo, poesía y narrati- va, y permite considerarlo parte de un movimiento renovador en la literatura mexicana de finales del siglo XX, que abandona el nacionalismo imperante hasta aquel momento y busca volverse más universal y cos- mopolita.
  • 65. Plesiosaurio 63 Érase una vez... Que tristes son los cuentos de hadas que le narra la madre a la cuna vacía.
  • 66. 64 Plesiosaurio El beso ―Mamá, ¿por qué nadie me quiere? ―Si no hicieras regresar a los muertos... ―Entonces ¿cómo me darías el beso de las buenas noches?
  • 68. 66 Plesiosaurio Rodolfo Lobo Molas (Argentina) Es poeta, escritor, piloto comercial de avión, piloto de planeador, locutor, y periodista. Es miembro de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores). Ha publi- cado el ensayo Catamarca, ensueño y leyenda y el libro de poesía Los pájaros de la lluvia. Ha participado de veinti- nueve antologías nacionales e internacionales de poesía y narrativa y ha obtenido diversas distinciones y pre- mios literarios. Su obra se ha publicado en Estados Unidos, Venezuela, Chile, España y Argentina.
  • 69. Plesiosaurio 67 Desencuentro A mi hija Alejandra Lobo Heredia Se citaron el domingo en la esquina del parque. Sin haberlo dicho ambos sabían que allí comenzaría el ro- mance. Llegaron puntualmente pero no se encontra- ron. Se esperaron. Al cabo de un rato ―y desde las opuestas esquinas donde aguardaban― cada uno se fue con su decepción a cuestas. Se cruzaron cerca de la fuente, pero el ruido del agua silenció el toc toc de los bastones blancos.
  • 70. 68 Plesiosaurio El sepulturero Llevaba muchos años en ese oficio, tantos que ya se había acostumbrado a los llantos de los deudos, al es- pecial olor de las flores, y a la impresión del momento en que comienza a caer la tierra sobre el féretro con ese ruido seco y atroz. Cuando todos se fueron, se apoyó en el cabo de la pala, y miró como siempre la tierra amontonada en forma de rectángulo para comprobar si había hecho bien su tarea: ―Mañana pongo el césped, pensó. Dio un paso, se volvió mirando otra vez la tumba y dijo en voz baja: Adiós, mamá.
  • 71. Plesiosaurio 69 FERNANDO DE GREGORIO CONCHA
  • 72. 70 Plesiosaurio Fernando De Gregorio Concha (Chile) Arquitecto de profesión, ilustrador desde niño, escritor de microcuentos desde 2010. Publicó el libro Cuentos Condensados (2013) y ha participado en algunas antolo- gías de micro ficción, así como en variados encuentros de microcuentistas. Su especialidad son los microcuen- tos ultra cortos.
  • 73. Plesiosaurio 71 Perspectiva Desde la azotea la gente se veía como hormiguitas. El niño sacó una lupa y empezó a quemar peatones con un brillo de maldad en sus ojos.
  • 74. 72 Plesiosaurio Devórame otra vez La joven escuchó llegar a sus padres y urgió a su nuevo amante a esconderse bajo la cama. Un grito. De alguna forma tenía que alimentar a sus queridos monstruos.
  • 76. 74 Plesiosaurio Raúl Tamargo (Buenos Aires - Argentina, 1958) Ha publicado Los otros cómo juegan (poesía), Bs. As., Ediciones A Capella, 1995; Por la ventana de Sol (novela infantil), Quito, Libresa, 2001; El hilo del engaño (micro- rrelatos), Córdoba, Alción, 2014; Más que nada (novela), Córdoba, Alción, 2017.
  • 77. Plesiosaurio 75 El debut Puso la máxima atención en las instrucciones de su padre. Enganchó la boya en la línea; con mucha deli- cadeza, atravesó la carnada dos veces con el anzuelo; comprobó que todo el dispositivo estuviera asegurado. Luego, ambos se dedicaron a esperar, con la mirada en alto, como dejándose abrazar por los rayos del sol. Con suerte de principiante, pocos minutos después, el pequeño sintió que algo muy fuerte tironeaba de la punta. Un hombre de unos sesenta y cinco kilos daba pelea al otro extremo de la tanza. Todos tuvieron que acudir en ayuda del debutante. Finalmente, el hombre se rindió, y el cardumen tuvo su banquete en el fondo del río.
  • 78. 76 Plesiosaurio David Mucho antes de ser rey, David sufría el mal de los sue- ños, que a veces es un mal y otras veces es un bien. Soñó que se convertía en el líder de un grupo de per- sonas que tenían las mismas creencias y costumbres. Soñó que peleaba contra un gigante de tres metros de altura, a quien derribaba de un piedrazo. Soñó que el gigante caía muerto. Soñó que él, que era apenas un niño, le cortaba la cabeza y con ese acto, el pueblo de los gigantes se sometía al suyo. Tal vez como una forma de compensación a tanta crueldad, una noche, los sueños le mostraron al pe- queño David una figura construida en mármol blanco. Aunque el soñador sabía muy bien que no se trataba de un cuerpo animado, tuvo deseos de tocar esa piel brillante y lisa, pulida como la joya más fina. Había en aquel hombre un alma que no era humana ni divina; así de extraños son los sueños. Reconoció su propio cuerpo en el cuerpo de esa piedra, pero como sabía que no era él, que no podía ser él, lo llamó con otro nombre: Miguel Ángel.
  • 80. 78 Plesiosaurio Paloma Casado (Santander, España) Ha publicado sus textos en libros colectivos y blogs. Ganó el concurso Esta noche te cuento en 2014.
  • 81. Plesiosaurio 79 Palabras de oriente Desde el otro lado del planeta llegan las cartas que re- cibe periódicamente. Cuando abre el buzón y encuen- tra un sobre escrito con esa letra extraña, siente un regocijo que creía olvidado. Luego extrae con cuidado la cuartilla y lee sin comprender. A veces encuentra dibujado un corazón, un pájaro o una flor de almendro y por eso sabe que son cartas de amor. Las guarda or- denadas en un cajón y algún domingo por la tarde, las abre y olfatea su perfume de madreselva. Le hacen tan- ta ilusión, que no piensa devolverlas ni decirle al carte- ro que en esa casa no vive Mizuki Tanaka.
  • 82. 80 Plesiosaurio Él nunca lo haría Ahora que ella no estaba, le tocaba a él en exclusiva ocuparse de Kaiser. Y ahí lo tenía ahora, aturdiéndole con sus ladridos y mirándole expectante. Echó un vis- tazo al reloj; era la hora de su paseo nocturno. Fasti- diado, dejó el martillo sobre la mesa de trabajo, cogió la chaqueta, la correa y abrió la puerta. El perro salió como una exhalación. Maldita sea, tenía que haberlo atado antes. De nada sirvió que lo llamara, corría como loco hacia el bosque cercano has- ta que encontró el lugar. A duras penas, consiguió arrastrarlo a casa; no paraba de olfatear, gruñir y remo- ver la tierra con las patas. Debía de echarla mucho de menos.
  • 84. 82 Plesiosaurio Kathy Serrano (Venezuela, 1968) Actriz y directora de teatro. Master of fine Arts, del Instituto Cherkásov de San Petersburg (Rusia).
  • 85. Plesiosaurio 83 Mi contrato con la muerte La Muerte, atraída por mi infinita curiosidad y venera- ción a su existencia, se animó una tarde de verano a visitarme. Aunque me tomó por sorpresa, debo admitir que la esperaba con ansias. Pensé que partiríamos de inmediato, pero ella me pidió antes un café. Pasamos la tarde charlando amenamente sobre todas las pasiones y deseos humanos, en especial aquellas que a mí más me gustaban. Excitada por mi relato, quiso la muerte probar un poco de lo narrado. Esa noche, con mi au- torización, tomó mi cuerpo dejando que mi espíritu siguiera consciente durante toda la experiencia. El clí- max de la noche lo alcanzamos juntas cuando, después de hacer el amor por quinta vez con un hermoso ejemplar masculino, decidimos clavarle un puñal en el corazón. Desde entonces tenemos un contrato indefi- nido: cada mes, algunas noches, la acompaño a realizar su trabajo cediéndole mi cuerpo. Ella disfruta de la vida y yo disfruto de la muerte.
  • 86. 84 Plesiosaurio La cabellera de Warif Yo era un niño de 11 años. Estaba en sexto grado de primaria. Ese año, llegó a mi salón una hermosísima niña. Ella era extranjera. No recuerdo cuándo ni cómo comencé a hacerlo: me sentaba detrás de ella y acari- ciaba su larga cabellera durante toda la clase. Mis ma- nos se movían rítmica y suavemente. Me gustaba mu- cho sentir esa exuberante cascada enredándose entre mis dedos. Ella nunca dijo nada, nunca volteó a decir- me que no lo hiciera y nunca me dijo si le gustaba. Nunca cruzamos palabras. Solo hubo miradas. A me- diados de año, dejó de venir a clase durante algunos días. Algo dijeron de un hermano y una locura. Algo dijeron de la familia, que era extraña. Una mañana ella regresó. Traía la cabeza cubierta con un raro sombrero. Al principio me gustó. Se veía bonita. Pensé que en cualquier momento se lo quitaría y dejaría en libertad su negra cabellera. Pero no ocurrió así. De pronto mis manos comenzaron a moverse solas. Primero acaricia- ron los bordes de su pupitre. Unos minutos después y de manera incontrolable, mis dedos ascendían por su espalda. Sin poder evitarlo, en un movimiento fugaz, me vi quitándole el sombrero. Un silencio se apoderó de la clase. Ya no existía su cabello. Su cabeza estaba repleta de costuras. Eran gruesas y cubrían toda la su- perficie. Me quedé quieto. Sentí vergüenza y algo de miedo. Ella lentamente giró a verme con sus ojos enormes y húmedos. Torpe, recogí el sombrero. Se lo puse. Despacio su mano agarró la mía. Me regaló por
  • 87. Plesiosaurio 85 última vez su mirada. Volteó y de nuevo solo me que- dó su espalda.
  • 90. 88 Plesiosaurio Jorge P. Guillen (México, 1963) Sus cuentos han aparecido en la revista El cuento, edita- da por Edmundo Valadés, la Revista brevilla editada por Lilian Elphick y en el libro Minificcionistas de El cuento. Revista de imaginación de Alfonso Pedraza. Radica en Canadá desde hace 30 años.
  • 91. Plesiosaurio 89 Honores Recostado en el sillón que simboliza su poder, el dés- pota llora desconsolado al ver todas sus medallas y condecoraciones: la de Salvador de la Patria, la de Pró- cer del Continente, la de gran Benefactor de las Letras y, por supuesto, la de Defensor de la Constitución y sus Leyes. Pasa la mano por ellas y escucha ese tilín- talán de prendedor de latón y fruslería. El tirano, cesa de llorar por un segundo y se pregunta cuándo alguien le otorgará una que sea real y ameritada.
  • 92. 90 Plesiosaurio Duda Una tarde mientras mis padres atendían a sus visitas y yo jugaba a las escondidas, me metí en su armario. En- contré una caja de madera. Estaba llena de revistas. Al abrir una de ellas encontré fotos de mujeres sin ropa. Me sorprendió la perfección de sus cuerpos. Desperta- ron el deseo en mí. Pensé que estaba cometiendo un delito al husmear en la privacidad del santurrón de mi padre quien siempre nos había prohibido ver películas donde se mostrara algo de desnudez. A los doce años, escondido en el armario mientras los visitantes y mis papás se morían de la risa entre trago y trago de ron, hice algo nacido del instinto pensando en una porrista americana que se llamaba Kimberley. Al acabar, alcan- cé los pañuelos de papel que estaban dentro de la misma caja. Aún hoy me preguntó si ese día cometí incesto deseando a la misma mujer con la que mi padre también se solazaba.
  • 94. 92 Plesiosaurio Arnaldo Jiménez (La Guaira, 1963) Poeta, narrador, ensayista, maestro de aula. Ha publi- cado ensayos, cuentos y poemas en revistas y publica- ciones regionales y nacionales. Cuenta con una vasta y prolífica obra. Ha sido reconocido con diversas men- ciones honoríficas y premios literarios.
  • 95. Plesiosaurio 93 El ojo onírico Uno de los dos ojos no era un foso de tristeza ni un semillero de luz. De día, la pupila semejaba a un vatici- nio de silencio, casi plana, incapaz de cubrir grandes distancias. De alguna manera, este ojo conocía la au- sencia. Las adherencias de la fauna eran nulas en sus proyecciones, solo la niebla, las nubes, los vapores y las cenizas, se revelaban a su párpado. De noche, el ojo, casi esférico, volteaba hacia la cavidad craneana y desti- laba una tintura de espejos que se escurría por el músculo recto interno y alumbraba las imágenes de los sueños, y el rostro lograba emular el color del alma y ardía cuando había frío y se helaba cuando hacía calor. De esa sustancia el ser humano se veía surgir a sí mis- mo, así comprendió cómo un Dios puede mutar a un ser corpóreo y entonces se hizo la fe.
  • 96. 94 Plesiosaurio Plumaje pectoral Admiró tanto las migraciones, la convivencia de las aves con la deriva del viento, padeció tanto el rigor de los relieves, un vagabundear de antorchas en la urdim- bre de la soledad, y el rechazo a penetrar la entraña de la noche, y la condena a estar ligado a un cuerpo sin nombre. Anheló tanto una membrana de vuelo para su espíritu que, un día cualquiera, mientras miraba el color de la lejanía, le brotaron desde el centro del esternón un desorden de plumas luminiscentes que ninguna otra fe ha podido extender entre la piel y el vacío. Así fue como ensayó una revelación de prohibiciones, la mise- ricordia de las nubes; pero su anatomía ganaba peso con el luto que prometían los abismos. Y quiso profa- nar los árboles con la insistencia de su imagen, aunque su palabra abandonara la oquedad de los sonidos y prolongara una ambición de sentido y amenazara con invadir las sombras y convertirse en ligadura, sostén de la luz, caja de los días. Iba desnudo, asumiendo la des- mesura de los pájaros, acrecentando un devenir de umbrales. Iba desnudo, como reclamando viejos es- combros, acaso la constante acechanza de un amor perdido. Y ostentaba ese batir de espigas emplumadas en el pecho, a veces plateadas, como un incendio de cuchillos, casi siempre bermejas como el instante de una herida.
  • 98. 96 Plesiosaurio Rebeca Medina Aragón (Estado de México, 1994) Radica en Calera, Zacatecas. Es egresada de la licencia- tura en letras por parte de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ganadora del primer lugar en el concurso estatal de «Ensayo Literario Beatriz Gonzales Ortega». Ha publicado cuentos en el suplemento cultural «La Gualdra» del periódico La Jornada (Zacatecas); así co- mo en las revistas electrónicas Espora y Página Salmón; además de artículos relativos a música en R101ck.com. Actualmente trabaja en su tesis en coasesoría con el Dr. Javier Perucho.
  • 99. Plesiosaurio 97 Personaje Pensaba que escribía mientras la escribían.
  • 100. 98 Plesiosaurio Te extraño, mamá Cada cosa debía permanecer en su lugar. Cada cuchara tenía su propósito, una era para el postre, otra para el yogur de la cena. Cada trapo tenía su área de limpieza y función, éstos para mojar, aquéllos para secar. Todo pequeño. Todo pertenecía a ella, la hija; nada era de la madre. Si algo quedaba fuera de su lugar o permanecía sucio la hija le reclamaba a la madre, fuerte y duro tal como a ella la había tratado cuando aún jugaba a las muñecas. Esta noche la hija encontró otro vaso sucio en la tarja y un trapo mojado y oloroso colgando en la silla. La hija no lo soportó más. Fue a la recamara de su madre, le lanzó el vaso gritando: «¡de ahora en adelante cada que dejes algo fuera de lugar y sucio lo romperé en ti!» La urna cayó. Las cenizas ya no estuvieron a salvo.
  • 101. Plesiosaurio 99 NORMA YURIÉ ORDÓÑEZ PINEDA
  • 102. 100 Plesiosaurio Norma Yurié Ordóñez Pineda (Guatemala) Diseñadora Gráfica. Realizó estudios de Cinematogra- fía en Casa Comal Escuela (2009). Mención honorífica en concurso de microficciones basadas en una frase de Carlos Fuentes (Los Buc Buc, 2012), segundo lugar en la categoría cuento con «Don Simón», Primer Premio Nacional de Literatura para Nuevos Escritores (Diario Centroamérica, 2013), Cuento en Antología digital «Viaje a la oscuridad» (Editorial Lengua de Diablo, 2015).
  • 103. Plesiosaurio 101 La gota Había una vez una gota de agua que se deslizaba des- preocupada. De pronto sintió en sus moléculas una calidez que la seducía… se volvió tan intensa y breve que no pudo advertir el momento preciso de su propia evaporación.
  • 104. 102 Plesiosaurio Sospecha Cuando desperté encontré el libro que estaba escri- biendo, abierto y en blanco. Todas las cosas del depar- tamento destruidas, la puerta abierta. Empiezo a reco- ger todo. Me siento y pienso qué parte de la historia no le habrá gustado esta vez a mi personaje.
  • 106. 104 Plesiosaurio Asmara Gay Gómez (Ciudad de México, 1975) Es licenciada en Comunicación por la UNAM y maes- tra en Apreciación y Creación Literaria por Casa Lamm, donde imparte clases. Tiene algunos premios literarios y ha colaborado en diversas revistas, como Blanco Móvil, Texto crítico, Periódico de poesía, entre otras. Tiene publicado un libro de cuentos Elena se mira en el espejo (Destiempos, 2011), y ha participado en diversas antologías Sin cita previa (FussionEditorial, 2017) Dispa- ra usted o disparo yo (Brevilla, 2017), entre otras.
  • 107. Plesiosaurio 105 Promesa cumplida Hay una gran penumbra en mi habitación, pero sé que del otro lado de la ventana ella me espía. Me levanto. Recorro la persiana. La veo. Su semblante carece de ojos y su rostro es prueba de que los gusanos se han alojado en él durante mucho tiempo. Le digo que se vaya, que ya no puedo más, que no está bien que per- sista en su deseo. Pero ella no podrá hacer nada. Me prometió que desde el más allá me cuidaría.
  • 108. 106 Plesiosaurio El plagio ―Les digo la verdad, ¡yo no lo robé! ―gritó Juan Pérez mientras era arrastrado por dos policías acusado de plagiar un cuento de Borges: Pierre Menard, autor del Quijote…
  • 109. Plesiosaurio 107 JUAN PABLO GOÑI CAPURRO
  • 110. 108 Plesiosaurio Juan Pablo Goñi Capurro (Argentina) Publicó Bollos de papel (Editorial Mis escritos, 2016), La puerta de Sierras Bayas (Pukiyari Editores, 2014). Mercan- cía sin retorno (La Verónica Cartonera, 2015), Alejandra (relatos), y «Amores, utopías y turbulencias» (poesía) (Ed. dunken, Argentina). Ganador premio Novela Corta 2015 La Verónica Cartonera (España) y Gana- dor EDI II 2015 (Corredor Latinoamericano de Tea- tro), y Ganador Teatro mínimo Guerrero (2015 y 2016).
  • 111. Plesiosaurio 109 Escapando del futuro La pose quizá no fuera sugerente, pero eran inequívo- cas las medias negras y el liguero, varios centímetros por debajo del final de la ajustada falda verde. Un in- cierto aviso me llevó a detenerme antes de cruzar la calle, mientras ella mantenía su sonrisa dentro del mar- co de la puerta, ampliada por las cejas pintadas bien altas en su cara larga y estrecha. A tiempo vi la nuez de Adán y continué camino. Veinte metros después, di con otra señora, sentada en la vereda sobre una silla enclenque, vestido corto a rayas oscuras y unos in- coherentes zapatos blancos de tacón. Ni sonrisa ni maquillaje ni peluca, a sus pies una cartera sospechosa de contener mercaderías prohibidas. Me alejé de ellas con la sensación de haber viajado en el tiempo, reco- rriendo treinta años en veinte metros. Al girar la esqui- na me topé con un canoso hombre macilento, de res- piración difícil. Eludí el choque y apresuré el paso, las analogías nunca me gustaron.
  • 112. 110 Plesiosaurio Nuestro ángel Vimos un ángel sobre el tejado, a la medianoche. Na- die nos creyó. Lo vimos otra vez, a la noche siguiente. Volvieron a reírse. Hubo una tercera ocasión donde nos encontramos al rubicundo niño alado. De nuevo, se negaron a aceptar nuestra visión. Dejamos de citar- nos, los vecinos tenían razón. Nuestro amor era impo- sible.
  • 114. 112 Plesiosaurio Mei Morán (España) Diplomada en traducción. Algunos de sus textos for- man parte de libros colectivos La esfera cultural, y anto- logías La logia del microrrelato, y Lectures d´ailleurs. Ha ganado en varios concursos como Relatos en Cadena, la Microbiblioteca, Radio Lanzarote, Relatos Brevísi- mos Mandarín, entre otros. Actualmente reside en Freiburg (Alemania).
  • 115. Plesiosaurio 113 Fuera de Nínive Lejos de sentirse extraño en tan inusual morada, había aprendido a disfrutar de aquellos humedales ribeteados de blandas esquinas y terrenos resbaladizos; se sabía protegido de las tempestades marinas. Contemplaba gozoso cada vez que la ballena abría la boca. Entraba entonces con prisas un tropel de peces extraviados; Jonás siempre tenía asegurada la cena.
  • 116. 114 Plesiosaurio Fisuras en la eternidad Aferrado a una lentitud sin precedentes, la tortuga no avanza. Sufre inopinadamente la descalabradura de la piedra sísifa que, recurrente, ha salido rodando pen- diente abajo. Aquiles, el atleta que nunca ha ganado una carrera, adelanta sin aporías al quelonio maltrecho. Lejos de socorrerlo y mostrar un espíritu deportivo saludable, se decanta por el escarnio y, jaleado por los escasos pero fieles espectadores, que desafían desde la desde la remota antigüedad las inclemencias del tiem- po, se dirige sin pesar alguno hacia la meta. Deberá competir, empero, con un hombre acostumbrado a volver sobre sus pasos, a desandar caminos y cuestas, a no cejar en el empeño, a no desfallecer ante la fatalidad del destino o la testarudez de una roca.
  • 118. 116 Plesiosaurio Sergio Astorga (México) Actualmente radica en Porto (Portugal). Estudió Li- cenciatura en Comunicación Gráfica en la Escuela Na- cional de Artes Plásticas. Impartió el taller de Dibujo durante doce años en la UNAM. Estudió Letras His- pánicas e Iberoamericanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado en suplementos culturales y en revistas tanto textos como dibujos. Ex- posiciones pictóricas múltiples. Ha publicado un libro de poemas llamado Temporal.
  • 119. Plesiosaurio 117 Fair play No hay para la fiebre un mejor remedio que el video tape o repetición instantánea. Podríamos enfocar la acción hasta el detalle al comprobar la intencionalidad del acto, es decir, se percibe si fue un beso deliberado o los labios inevitablemente se encontraron producto de una acción garruda, premeditada en verdad. Se concluye que la estrategia es parte del juego entre géneros, ya que poseen distinta vocación ofensiva.
  • 120. 118 Plesiosaurio Deslindes Las orillas son las mismas. Volver es ingenuo. No me repliques. Es verdad. No hay viento. Aquí espero a las sirenas. ¿Sabrán mi nombre?
  • 122. 120 Plesiosaurio Alberto Zelada (Pacasmayo, 1977) Estudió Ingeniería Mecánica. Ha publicado Otoños de bolsillo – Volumen I. Es miembro fundador del grupo literario Legión de la ciudad de Trujillo y editor en con- junto de la revista Trama. Mantiene el blog albertozela- da.blogspot.com
  • 123. Plesiosaurio 121 Gol de honor Agotados. Sin restos de vergüenza o sudor, seguimos contra un absurdo interminable. Enfrentamos lo ruti- lante a pesar de las excusas. Nunca bajaremos los bra- zos. Los héroes están hechos de suerte o de pequeñas hazañas. O son aquellos que saldrán mañana en la cró- nica junto a los nombres de las estrellas.
  • 124. 122 Plesiosaurio Siglo XVIII. Un mar sin piratas Sangre y oro estimulan el océano como a una tela de araña. Se acercan. ―Velas –aulló el agotado grumete–. ¡Estamos salva- dos! ―¿Cuáles? ―A babor. Las verde o azules. ―Tigres, rugió para sus adentros el marino. Y le disparó su última y piadosa bala al joven.
  • 126. 124 Plesiosaurio Manuel Terrones (Lima – Perú, 1989) Estudió Administración de Turismo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Algunos de sus micro- rrelatos han sido publicados en diversos medios digita- les y la antología literaria 69.
  • 127. Plesiosaurio 125 Pez-niño Cuentan que en la fuente de mi ciudad, la más her- mosa de todas las fuentes, vive un pez-niño, con esca- mas brillantes como un arco iris. Jamás lo he visto, a pesar de pasarme largas horas contemplando la super- ficie. Solo mientras me distraigo percibo el reflejo de un brillo tornasolado, entro al agua y nado, siguiéndo- lo, pero nunca lo alcanzo. Entonces salgo a la superfi- cie y allí están todos, viendo a la fuente, diciendo que lo han visto, que su piel es hermosa y resplandece co- mo el sol o como mi sonrisa en esos momentos.
  • 128. 126 Plesiosaurio Tardanza de mil años Mil años después del estallido de la bomba, encontra- ron su esqueleto en la plaza de la ciudad destruida. Ella permanecía sentada, un hermoso vestido cubría lo que quedaba de su cuerpo. Parecía esperar a alguien. «Los minutos se le hicieron siglos», bromeó el arqueólogo. Cien metros más allá, el esqueleto de un hombre espe- raba por ser encontrado. Tenía en las manos un regalo. Pensaba disculparse por la tardanza.
  • 130. 128 Plesiosaurio Ildiko Nassr (Río Blanco, Jujuy, Argentina, 1976) Ha publicado libros de poemas (Reunidos al azar, 1999; La niña y el mendigo, 2002; y en coautoría Ser poeta, 2007), de cuentos (Vida de perro, 1998) y de microrrela- tos (Placeres cotidianos, 2007 y 2011), (Animales feroces, 2011), (Ni en tus peores pesadillas, 2016), Placeres cotidianos (reedición corregida y ampliada, 2017 – Colección BREVES Y EXTRAORDINARIOS). Sus microrrela- tos han sido incluidos en las mejores antologías de mi- croficción.
  • 131. Plesiosaurio 129 Sala de esperas Esperan a ser atendidas. El médico dedica mucho tiempo a sus pacientes. Murmullos incesantes en la habitación blanca y aséptica. Sobre una mesa, revistas viejas. Evitan mirarse. No hablan entre ellas. Cada una tiene un malestar silenciado. Decir en voz alta la pala- bra cáncer no las debilita, pero tampoco las hace más fuerte. Esperan con la esperanza de que la innominada no aparezca. El médico les sonríe y utiliza eufemismos. Todos saben cuál es el final. Esperan que el camino se alivia- ne.
  • 132. 130 Plesiosaurio Lectura Él me regalaba un libro cada viernes. El paso de los días se medía en función de las lecturas. Al principio, fue pura acumulación. Pero, con los años, fui descubriendo el placer de leer; era como si una película se formara en mi cabeza, solo para mí. Leía para vivir las aventuras que no podía, desde mi silla de ruedas.
  • 134. 132 Plesiosaurio Maritza Iriarte (Perú) Algunos de sus textos integran distintas antologías Re- vistas Fix100, Plesiosaurio, Basta 100 mujeres contra la vio- lencia de Género, Érase una vez un microcuento, Circo de Pul- gas, Ballenas en hormiguero, Borrando frontera. En 2013, publicó Aztiram, un mundo de brevedades. En marzo de 2016, ganó el I Concurso de Microrrelatos de la revista Cita en Diagonales.
  • 135. Plesiosaurio 133 Sutilezas de la ausencia Salen sigilosamente de la habitación del hijo, el silencio de la noche delinea el rostro infantil y los inmortaliza- dos padres se obstinan en mantener la luz encendida y la puerta entreabierta. Solo ellos, el niño y el monstruo, escondidos bajo la cama saben lo inútil de esa espera.
  • 136. 134 Plesiosaurio Anuncio clasificado Caballo ágil y brioso busca jinete; de preferencia, sin cabeza.
  • 138. 136 Plesiosaurio Jorge Aguiar (Mendoza, Argentina) Ingeniero en sistemas y fotógrafo. Trabaja desarrollan- do software. Estudió en la UTN-FRM. Este año, em- pezó un taller literario dedicado a la narrativa breve coordinado por Leonardo Dolengiewich.
  • 139. Plesiosaurio 137 Asesino Regalarle un gato a un niño a veces puede no ser una buena idea. Desde que lo vio, parado en la puerta, con esos ojos tristes que pedían a gritos un nuevo amigo, supo que iba a matarlo. Al poco tiempo, ya tenía el plan de acción a seguir. Conocía la historia del tío Al- berto, que murió electrocutado en la piscina. Esperaría que fuera a tomar agua a la pileta, como solía hacerlo frecuentemente a pesar de los retos y algún que otro golpe que había recibido, y en ese momento arrojaría al agua un alargador que tenían enchufado para conectar la podadora. Así sucedió: cuando se acercó al borde de la pileta y se agachó a tomar agua, la garra empujó el enchufe.
  • 140. 138 Plesiosaurio Fantasma El miedo se apoderó de mí cuando me lo topé de fren- te en el pasillo. No era de este mundo. Por suerte reac- cioné a tiempo y salí corriendo a través de las paredes.
  • 142. 140 Plesiosaurio Guillermo Arturo Vargas Alemán (Ciudad de Mé- xico, 1995) Escribe microrrelato y cuento. Ha publicado en revis- tas como Minificción, Marabunta, Ágora (COLMEX) y en sitios web como Resortera.mx. Participó en la antología Vamos al circo. Ficción Hispanoamericana (BUAP). Le in- teresan los procesos creativos de escritura, la literatura española contemporánea, el relato breve y la narrativa estadounidense del siglo XX. Twitter: @memoo_mx
  • 143. Plesiosaurio 141 El viaje Estoy cansada de ver el mismo mar de siempre. Mi padre dice que cuando lleguemos allá todo será dife- rente. Lo que más disfruto de este viaje es poder ver cómo el cielo y el mar se funden mientras más avan- zamos, parece que son indivisibles. Nos vamos porque mi padre no aguanta el comportamiento de todos los pescadores. No los soporta porque siempre nos persi- guen, dicen que nosotras los atraemos a ellos, que por- que si tenemos el pecho muy descubierto o siempre mostramos el ombligo. Y la verdad es que nosotras no nos sentimos seguras, es algo muy incómodo. Papá nos ha dicho que quiere lo mejor para sus hijas y tam- bién para sus hijos, pero dice que nosotras corremos más peligro en un pueblo donde sólo hay pescadores maleducados y jovencitos malvivientes. Desde hace meses que tenemos problemas, por ello nos prohibió salir, y si salíamos no podíamos hablar con nadie. Mi abuelo dice que el mundo ha cambiado mucho, que ya no puede haber muchachas bonitas porque de inme- diato la gente comenta cosas. Pero el punto de este viaje es alejarnos de todo esto, recorrer el océano y encontrar un lugar donde estemos seguras, un lugar donde nadie persiga a las sirenas.
  • 144. 142 Plesiosaurio Vacaciones con la abuela Encontré una escoba arrumbada en el sótano de mi abuela. Tal vez fue bruja y puede que mamá también lo sea. Nos mandaron este verano con la abuela para res- pirar aire fresco. Nos dejó en la carretera y dijo que sabríamos cuál era la casa. La abuela es una mujer di- vertida. Todos los días jugamos: mi hermano al prisio- nero (eso sí, un prisionero bien alimentado) y yo a la sirvienta. Hoy juego a limpiar el horno porque mañana, según la abuela, jugaremos a la comida.
  • 146. 144 Plesiosaurio Carmen de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife) Sus relatos y microrrelatos aparecen en Entre humo y cuentos, Todo vuela, Acordeón, las antologías: Somos Solida- rios, 99 crímenes cotidianos, Primavera de microrrelatos indig- nados, Ellas, Eros y Afrodita en la minificción; la revista Fahrenheit XXI, los blogs: Antología Mundial de Minific- ción, Químicamente Impuro, La cazadora de relatos, Máquina de coser palabras, Brevilla, Internacional microcuentista y Lectu- res d´ailleurs. Participó en el I Simposio Canario de Mi- nificción (2015).
  • 147. Plesiosaurio 145 ¿Dónde está Superman? Se abre la puerta. La chica es una sombra plegada de dolor en la oscuridad de una esquina. Sus ojos buscan el caracolillo en la frente, las mallas azules, la S roja en el pecho del hombre que ahora entra en el cuarto. Han sido tantos que se acabaron los dedos de sus manos para contarlos. Este tampoco la levantará en sus bra- zos ni volará con ella lejos de allí.
  • 148. 146 Plesiosaurio Merienda Nunca más iremos a merendar a casa de Blanca a la salida del colegio y eso que su mamá prepara unos bo- cadillos de queso con dulce de guayaba que están para relamerse los dedos. Nunca más volveremos a entrar en aquella cocina, en fila de a una, bien arrimaditas a la pared, ni diremos las buenas tardes al papá de Blanca mientras toma café, ni su mamá se levantará de la silla de la cocina, pasen, pequeñas, pasen, ni buscará el queso en la nevera de espaldas a su marido, nunca más aque- lla mano de lobo reptando bajo nuestras faldas.
  • 150. 148 Plesiosaurio Roberto Cuéllar Higa (Santa Cruz de la Sierra - Bolivia, 1976) En su momento, leyó con afiebrada curiosidad obras diversas. Le entusiasma la literatura fantástica en la línea de lo siniestro. Aficionado al género cuento, al- gunos de sus relatos han sido publicados en antologías tanto en formato físico como de difusión por la red.
  • 151. Plesiosaurio 149 Corriente literaria Un hombre sostiene haber sido absorbido y arrastrado a lo largo de ciento diez páginas por el torrente de un libro. Acezante relata las tribulaciones que antecedie- ron a su dramático escape, gracias a una bifurcación que se abría, redentora, en el extremo de un párrafo mal impreso del turbio papel. Como prueba incues- tionable de su aventura, declara ignorar el resto de la caudalosa historia.
  • 152. 150 Plesiosaurio ADN (Alma De Nadie) Mientras ella empacaba, él se abstraía observando su hombro desnudo. Lista y resuelta, salió con lo suyo, tomó un taxi y partió. Él no perdió tiempo. Clausuró herméticamente el apartamento por conservar la reliquia que le quedaba de ella, volando alto, como buscándola. Mosquito que picara aquel hombro: paraíso de piel que ambos no besarían una vez más.
  • 154. 152 Plesiosaurio Daniel Bernal Suárez (Tenerife, 1984) Poeta, narrador y crítico literario español. Presidente de la sección de Literatura y Teatro del Ateneo de La Laguna. Profesor de escritura creativa. Ha cursado es- tudios de Ciencias Biológicas y Antropología Social y Cultural. Ha recibido, entre otros, los premios de poe- sía Ciudad de Tacoronte (2008), Luis Feria (2011) y Pedro García Cabrera (2013). Ha publicado los poe- marios Escolio con fuselaje estival (2011), Corporeidad (2012), Odiana (2014) y El tiempo de los lémures (2014).
  • 155. Plesiosaurio 153 Solo sueños No te preocupes por esas pesadillas, hermano. No creas en lo que cuenta madre sobre el carácter premo- nitorio de los sueños. Te aseguro que jamás podría hacerte mal. Ni siquiera te guardo rencor porque Dios prefiriese tu ofrenda de cordero a mis humildes vegeta- les. Ven, Abel, vamos al campo. Quiero contarte una cosa en secreto.
  • 156. 154 Plesiosaurio Cultive el estado de naturaleza No pierda el tiempo: ¿su hijo muestra brotes psicóti- cos? ¿Le ha cazado descuartizando animales o dibujan- do terroríficas escenas de crímenes? No se preocupe. Contamos con los mejores especialistas para su trata- miento. Llámenos y le daremos un presupuesto venta- joso. La calidad de su formación es nuestra prioridad. Demuestre a su descendencia que le quiere e ingréselo en nuestro centro. Porque un niño psicópata no es motivo de desdicha, sino un don de la naturaleza y una oportunidad para mejorar la especie. Deje a su hijo en nuestras manos y le convertiremos en un sátrapa, en un asesino en serie, en un periodista, en un violador, en un futuro presidente de gobierno, en un sicario pro- fesional. Le ofrecemos una educación adecuada a sus inclinaciones, con prácticas para que ejercite sus habi- lidades (incluye el manejo de todo tipo de armas y la ejercitación en toda clase de torturas). Recuerde: en el Instituto de Formación Superior de Psicópatas nos comprometemos con el progreso de la sociedad. Nues- tro lema: no deje que la civilización reprima los instin- tos de su prole, cultive sabiamente el estado de natura- leza.
  • 158. 156 Plesiosaurio Leonardo Dolengiewich (Mendoza – Argentina, 1986) Es escritor y estudiante de Psicología. Coordina talleres de cuento y microficción para adultos y adolescentes. Sus minificciones han sido publicadas en Argentina, Chile, Perú, Venezuela, México, España e Italia, tanto en antologías como en revistas literarias y sitios web especializados. En 2015, publicó «La buena cocina», su primer libro de microficciones. Su blog: www.mepodesleeraca.blogspot.com
  • 159. Plesiosaurio 157 El motivo Penélope rechazó sistemáticamente las propuestas amorosas de los pretendientes: ninguno de ellos logró hacerla gozar tanto como Ulises.
  • 160. 158 Plesiosaurio Volver a ser una familia Mi hermana menor y yo caminamos por la playa. Va- mos a encontrarnos con papá. Hace años que no lo vemos y la emoción nos ha puesto nerviosas. Pero nos damos aliento y seguimos. Ya lo divisamos. Está con- templando el ocaso junto con su novia y su hijita nue- va. Nos ponemos frente a sus narices y, mirándolo a él, comenzamos a cantarle una canción, como hacíamos de niñas. Papá se pone pálido. Para completar la sor- presa, mamá y mi hermana mayor se acercan por de- trás de ellos tres y disparan, eliminando a las que so- bran.
  • 161. Plesiosaurio 159 PLESIOSAURIO Primera revista de ficción breve peruana Nº 10 se terminó de editar, en los talleres gráficos de abismoeditores, el 2 de diciembre de 2017, Jr. Pablo Risso 351, Lima 30.
  • 163.
  • 164. P Diez años han pasado desde que empezara esta aventura literaria llamada Plesiosaurio. Durante este tiempo, más de un centenar de autores hispanohablantes ha desfilado por las páginas de este dinosaurio de papel ―ahora digital― con sus microrrelatos: nóveles y consagrados, todos han contribuido a que Plesiosaurio se consolide como uno de los espacios para la difusióndelgéneroenelPerúyenelcontinente. Dany Doria Rodas