1. Todo el domingo.
Humberto Miguel Jiménez
Los domingos son para dormir y quedarse en la cama hasta que el sol rebote en el
otro lado de la casa.
Y cuando Uka María llega y abre las cortinas, deseo una gran tormenta este
cayendo y no un sol brillante y un cielo despejado se me estrelle en la cara.
Me meto el pantalón del día anterior, me pongo una blusa blanca y las
zapatillas abiertas de medio tacón. Subo la bicicleta a la camioneta y durante tres
horas veo pasar a mi hija por la pista del parque en compañía de sus amigas,
mientras oigo a sus mamás quejarse de sus maridos sobre sus negocios. Lo que
hicieron o dejaron de hacer durante la semana y en lugar de estar aquí aplastadas,
deberíamos estar tomando una copa de vino con alguien rico, amable, apuesto y
muy cariñoso.
Cuando al fin regresamos a casa y logro guardar la bicicleta y Uka María
corrió a buscar a su nana para pedirle el desayuno. Me dirijo a mi habitación, no
pienso en desvestirme, al fin no traigo nada abajo, tan sólo botare las zapatillas y a
dormir el resto del día. No para eso se inventaron los domingos, incluso, el Señor
descanso al séptimo día de la creación.
Cuando cruzo por la sala con las zapatillas ya desabrochadas y casi
descalza, alcanzo entresueños a ver a Héctor, sentado en la terraza tomando, tiene
la botella y dos vasos llenos. Al verme, se levanta y me estira el brazo invitándome
a reunirme con él. Viste un pantalón de casimir gris perfectamente planchado,
camisa azul sin corbata y las mangas dobladas hasta el antebrazo.
Me acerco a él, medio dormida. Me toma con su brazo derecho y me besa,
siento el vaso frio de su bebida en el hombro mientas me arrejunta contra él, soplo
aire por el apretón.
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2. Me cuelgo de su cuello. Una calidez agradable me recorre todo el cuerpo.
Comienzo a temblar como una hoja arrullada por el viento en una calurosa tarde
de verano. Un sopor me invade todo mi entendimiento. Tiemblo como quinceañera
en su primera cita. Me desabrocha los dos primeros botones de la blusa y deja a la
vista, una buena parte de mis senos, que tanto le gustan. Reciben por primera vez
en el día, la luz del sol. Eso me obliga a ir tres veces al gimnasio, para mantener el
busto firme, mis posaderas arriba y la línea circular del estomago lo más recta
posible.
Su mano cálida y delicada me recorre mi espalda lentamente,
desesperadamente lenta; siento su calor únicamente separado por la tela de la
blusa. Cuando su mano llega a la cintura, comienzo a respirar de forma agitada y
el corazón a latir como caballo desbocado. Su mano derecha recorre mi trasero
suave y delicadamente, una, dos, tres veces; mientras su mano izquierda me toma
por la cintura y me arrejunta contra él, y luego me levanta, apenas puedo respirar y
siento como desde mis entrañas, soy trasporta hasta los cielos. Él, al enderezarse
para arrejuntarme, me levanta haciendo volar las zapatillas, como pelota de
beisbol. Logro colocar mis pies sobre su empeine y siento con mis dedos sus
agujetas, perfectamente atadas. Lo abrazo con todas mis fuerzas por el cuello,
mientas le digo al oído: “Sin ti, mi vida ya no es vida”. Contigo mí amor, hasta la
perdición. No veo ya nada, empiezo a viajar en un espacio llenó de luces brillantes y
multicolores.
En ese momento llega Uka María diciendo:
—Dice Anne Marie: “ya esta el desayuno, que se vengan, sino se va a enfriar”.
Y volviendo a la realidad nos encaminamos al desayunador, cada uno con
un baso en la mano, lleno de jugo de naranja.
— ¿Cómo vas en el colegio? –Le pregunto Héctor a Uka María.
— ¡Bien! –Fue la respuesta–. Verdad mamá. –Yo sólo afirmé con la cabeza y
de seguro mi cara reflejaba la gran desilusión, la sentía hasta lo más hondo de mi
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3. ser. Héctor me había tomado por la cintura y sentía sus dedos cálidos bajo la blusa,
por arriba del cinturón del pantalón, y yo, había recargado la cabeza sobre su
hombro –. Saque diez en historia, ocho en matemáticas, nueve en literatura y un
primer lugar en Artes.
— ¿Con cuál fotografía sacaste primer lugar? –Pregunto Héctor con gran
satisfacción y entusiasmo.
—Te acuerdas. Me ayudaste a tomarla. La de las escaleras mojadas de la
fuente, porqué habían apagado la bomba y las aguas sobrantes se escurrían por
ellas. Y los rayos oblicuos del sol de invierno, se reflejaban sobre ellas,
produciendo una gamma desde los negros hasta los blancos, me dijiste; pasando
por los grises y los plateados. Te acurdas, me indicaste desde cual ángulo debía de
tomarla para captar todos esos tonos y como realizar la toma. Pon tu cámara en
manual, me indicaste, toma la medición de la luz de los grises medios y compensa
los grises oscuros con poca textura, cerrando tú diafragma dos pasos o incrementa
la velocidad dos veces. Y así lo hice.
—Sí. Ya recuerdo. ¿Y qué hiciste después?
—Revele el rollo a la temperatura de siempre, le di más tiempo de revelado
y lo agitaba tres veces cada minuto. Cuando la amplié la fotografía a cuarenta por
cincuenta centímetros, busque el gris más oscuro, antes del negro absoluto en la
tira de pruebas, y luego, lo compare con el negativo. –Héctor afirmo con la cabeza–
. Y le di la exposición marcada. Y la copia resultante la revele normal, lavándola
hasta eliminar totalmente los residuos del fijador. La seque y la monte.
— ¿Y en dónde esta ahora? –Pregunto Héctor con gran animación.
—Esta en exhibición en la escuela. En la galería del taller de artes. Y hoy es
el último día. Y mañana termina la exposición y las devuelven.
— ¿Y podemos ir a verla?
— ¡Claro!
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