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Gonzalo Román Márquez




     El profeta de su tierra
          Capítulo (-4)
      …Éneric pisó el acelerador. Los caballos rugieron
como leones. Apenas había trafico. El motor alcanzó su
máxima potencia. La curva se acercaba. Éneric no
pensaba, sintió miedo, cerró los ojos, empezó a notar
como la aceleración lo dejaba clavado en el asiento, sentía
miedo, abrió los ojos, la curva estaba muy cerca, cerró los
ojos, comenzó a pensar, recordó el sabor de un helado de
chocolate, los placeres de la vida se presentaron de forma
fugaz, se dio cuenta que su vida era mucho más importan-
te que cualquier situación amarga por la que pudiera
pasar. La vida es lo único que tenemos y si la perdemos
todo se va con ella. Tenía que pisar el freno o todo
terminaría para siempre, abrió los ojos, levantó el pie del
acelerador y se dispuso a frenar, pero fue inútil, un
segundo después de abrir los ojos el coche atravesó la
curva y volaba por encima del terraplén. Éneric cerró los
ojos…pero todo esto aun no había sucedido.




                             1
El Profeta de Su Tierra




                 Capítulo (-3)
     La amaba como nunca se había amado y como
nunca se amará, o al menos eso creía él.
      La recordaba como una princesa de cuentos
infantiles, como un vaso de agua fría en un día caluroso,
como la sensación de sacar la mano por la ventanilla de su
Audi a gran velocidad o como el primer azul del cielo en
el amanecer.
      Esa mañana no fue el radio-reloj quien le despertó
con su odioso sonido de pitidos desafinados. Éneric no
pudo dormir en toda la noche, los latidos de su corazón no
se lo permitieron. Habían pasado muchos meses, tal vez
los meses más largos que jamás hayan existido, pero
Anoa no se le iba de la cabeza.
      Éneric encendió la luz de la mesilla situada al lado
izquierdo de la cama, miró hacia la parte vacía del
colchón durante unos segundos, y un rayo de fuego
atravesó su garganta directo hasta el estomago. Se sintió
solo.
      Era la hora de levantarse. Se incorporó y puso sus
pies desnudos en el suelo, estaba frió como una pista de
hielo pero le dio igual, últimamente todo le daba igual. Se
puso en pie y fue directo al cuarto de baño, se miró en el
espejo, sus cabellos morenos estaban enredados unos con
otros, sus ojos hinchados y su cara enrojecida, además


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Gonzalo Román Márquez


tenía varias marcas en sus mejillas producidas por las
arrugas de la almohada. En ese momento sintió asco de sí
mismo. Abrió el grifo y metió sus manos bajo él, el agua
estaba tan fría como el suelo. Miró el bote de jabón
líquido, decidió echarse un poco en las manos pero al
apretar el difusor no salió nada, estaba vacío, Anoa
siempre se encargaba de rellenarlo. Una nueva punzada
para el corazón de Éneric. Todo le recordaba a ella.
      Se olvidó del jabón, se lavó las manos y la cara sólo
con agua, le dio igual, estaba deseando salir del servicio,
los recuerdos lo estaban torturando.
      Al terminar de asearse Éneric dudó en que hacer, si
quitarse el pijama para ponerse la ropa o ir a la cocina a
desayunar. No tuvo que responder a esta cuestión, un
rugido lanzado por su estomago le dio la respuesta.

     Éneric entró en la cocina y la miró con
desesperación. La cocina tenía un tamaño normal aunque
demasiado grande en relación con la casa, una casa
pequeña que se hacía eterna frente a la soledad.
     Más que una cocina parecía una hecatombe. Los
platos y vasos sucios se amontonaban en el fregadero. La
placa vitroceramica estaba llena de grasa y sobre ella
había un cazo de color azul que acompañaba a una sartén
con aceite reseca. A la izquierda, pegada a la pared, se
encontraba la nevera con su incombustible sonido
semimolesto, tocando a ésta y sobre una estantería de
madera aglomerada flotaba el microondas color metálico
oxidado. Entre un mueble horrible y el fregadero se
estrujaba la lavadora que estaba llena de ropa húmeda y


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El Profeta de Su Tierra


apestosa. Junto a la puerta se encontraba la mesa de
cocina, que es donde desayunaba y donde comía, lo poco
que comía Éneric.
     Éneric se acercó a la nevera, la abrió, estaba vacía,
tenía dos naranjas, un cartón de leche y algo de comida
precocinada. Cogió la leche, miró la fecha de caducidad y
se dio cuenta que llevaba dos días caducada, la puso
encima de la mesa y se acercó al fregadero. Rebuscó entre
los vasos para encontrar el más limpio. Como estaban
todos prácticamente igual cogió uno al azar, abrió el grifo
y lo metió bajo el escaso chorro de agua para enjuagarlo.
Después de esto lo llevó a la mesa, lo puso junto al cartón
de leche y lleno el vaso. No tardo en bebérselo. No se
levantó de la silla hasta que no quedo el tetra-brick
completamente vacío.

      De vuelta a su dormitorio se dio cuenta que había
olvidado mirar el teléfono móvil, siempre lo hacía
ilusionado por ver si había una llamada perdida de Anoa o
algún SMS de arrepentimiento pidiéndole que volviera
con ella. Todas las mañanas al despertar es lo primero que
hacía pero hoy lo había olvidado. Aceleró el paso y se
dirigió hacía la mesilla. La habitación se componía de la
cama, que llevaba semanas sin hacerse y sin cambiar de
sabanas, el armario y la mesilla donde estaba el teléfono.
Se acercó, lo cogió y lo observó con miedo.
Efectivamente no había ninguna llamada, Éneric ya lo
sabía pues no había dormido en toda la noche y si hubiera
sonado se habría dado cuenta. Éneric estaba de pie,
mirando el teléfono, su delgado pero atractivo cuerpo


                             4
Gonzalo Román Márquez


permanecía inmóvil, estuvo así durante al menos dos
minutos, entonces un picor en el cuello le hizo mover la
mano que tenía libre para rascarse, justo en ese momento
el teléfono comenzó a sonar. Apresuradamente miró la
pantalla, se trataba de un número oculto, lo descolgó. Era
su jefe.
      -Que pasa ¿vas a venir hoy a trabajar a tu hora o te
has vuelto a quedar dormido?- Rugió de forma
desagradable.
      -No te preocupes, ya estoy casi listo, en unos
minutos estaré allí.
      -Como que no me preocupe, llevas varios meses
llegando tarde día si y día no.
      -Sabes que he tenido problemas- dijo Éneric con
intención de defenderse.
      -Eso no es asunto mío, sólo quiero que llegues a tu
hora.
      -Llegaré.
      -Eso espero- terminó diciendo con tono amenazante
antes de colgar.

      Éneric se quitó el pijama y en ropa interior se acercó
al armario, lo abrió y sacó uno de los trajes con los que
solía ir a la oficina. Todavía tenía el plástico transparente
con el que suelen envolverlos en las lavanderías, quitó el
envoltorio y se vistió a toda prisa, abrió un cajón del
armario y tuvo suerte, aún le quedaban un par de
calcetines negros limpios, los cogió y se los puso.
      -Ahora me falta la parte más difícil – habló para sí
mismo- ¿Dónde coño habré puesto los putos zapatos?-


                              5
El Profeta de Su Tierra


gritaba una y otra vez aumentando su enfado en cada
repetición.
      Tardó más tiempo en encontrar los zapatos que en
hacer todo lo que había hecho desde que se levantó. Para
su desgracia no aparecieron los dos zapatos juntos, uno
estaba bajo la cama que lo encontró relativamente pronto
y el otro que casi lo vuelve loco apareció misteriosamente
dentro del armario. Antes de encontrar el último zapato
Éneric recorrió la casa veinte veces de arriba abajo, ya
que para él no era extraño encontrarlos en la cocina, en el
cuarto de baño o encima de la televisión que tenía en el
salón-comedor.
      -¡joder! Otra vez voy a llegar tarde- se lamentó con
enfado.
      Buscó su cartera, las llaves de la casa y las del coche,
pero esto apenas tardó unos segundos en tenerlas en sus
manos, ya que todo lo que estuviese cerca de las llaves de
su adorado Audi era fácilmente localizable. Éneric jamás
perdía las llaves de su coche porque jamás olvidaba donde
las había dejado.
      Salió a la calle, el día era nublado pero no hacía frío,
rebuscó en su bolsillo derecho hasta encontrar el objetivo
y sin sacar la mano presionó uno de los botones. Una
especie de “pic-pic” y el destello de cuatro luces
anaranjadas le indicaron donde se situaba su flamante
Audi, negro y brillante, lujoso y deportivo.
      Una vez dentro puso rumbo a las oficinas de la
conocida empresa “Ubzsse-Inmobiliaria”.
      Las oficinas se encontraban en la cuarta planta de un
emblemático y caro edificio de la ciudad, situado a unas


                              6
Gonzalo Román Márquez


cuantas manzanas de su casa. Éneric tan sólo conocía este
recorrido, ya que su novia Anoa rompió la relación a los
pocos días de que se fueran a vivir a esa inmensa ciudad y
desde entonces no había salido de casa más que para ir al
trabajo. La nueva ciudad en la que vivía Éneric era tan
desconocida para él que sólo conocía este recorrido. Ni
una calle más.

      El Audi entró a gran velocidad en los aparcamientos
subterráneos. Éneric llevó el coche a su plaza y fue
corriendo hacía el ascensor –vamos, vamos, por que son
tan lentos estos cacharros- se dijo.
      Por fin la puerta se abrió, entró dentro y pulsó el
botón que marcaba el numero cuatro repetidas veces hasta
que se puso en marcha. El viaje en ascensor se le hizo
infinito. Salió tan rápido como si de una prueba de
clasificación para las olimpiadas se tratara, atravesó el
largo pasillo hasta llegar a su despacho, la puerta estaba
semiabierta, la empujó y se encontró con algo inesperado.
      En su sillón, sentado como un búfalo, con la mirada
fija y puesta en él se encontraba su inmenso jefe.
      -Has vuelto a llegar tarde- le dijo -Esta vez no tienes
excusa valida. Siéntate por favor.
      -No sé que me ha pasado, es que los zapatos…
      -¡Pero que coño de historia intentas venderme!-Cortó
bruscamente- Ya te he dado muchas oportunidades, al
principio parecías un hombre responsable, llegabas a tu
hora, cumplías con tu trabajo y mantenías en orden tu
despacho…pero ahora ¡mírate! No eres ni la mitad de lo
que parecías ser.


                              7
El Profeta de Su Tierra


     -Acaso cree usted que a mí me gusta estar así.
     -Esta vez has tardado tanto ¡te llamé por teléfono!
     -Lo se pero…
     -Déjame terminar, por favor. Has llegado tan tarde
que no sólo me hado tiempo a tomar una decisión, sino
que además te he preparado los papeles.
     -¿Los papeles?- preguntó algo desconcertado
mientras levantaba la cabeza -¿los papeles de que?
     -Lo siento Éneric. Estás despedido- contestó
mirándole fijamente a los ojos.
     Un momento de silencio invadió la habitación, un
momento de esos tan incómodos en los que todos desean
que ocurra algo para aliviar la situación. Aunque sea un
terremoto.
     -¿Pero que voy a hacer ahora? dejé mi antigua
ciudad y mi empleo por venirme aquí, no conozco a
nadie, además tengo un montón de deudas. El coche está
sin pagar, el alquiler de mi casa…y las jodidas tetas que
le regalé de mi ex y que todavía sigo pagando mientras
otro cabrón disfruta de ellas me están asfixiando.
     -Te entiendo, de veras que te entiendo, pero
compréndeme tú a mí. Las empresas están hechas para
ganar dinero. Sabes que hay gente por encima de mí que
no para de darme el coñazo y son ellos los que me han
presionado. Sencillamente, no eres rentable y eso es lo
que buscamos en esta empresa, rentabilidad, dinero,
llámalo como quieras. En estos últimos tiempos las
empresas inmobiliarias han crecido solas, casi sin ayuda,
las casas se venden por sí mismas, y sin embargo tú, no
has sido capaz de llegar al mínimo establecido.


                            8
Gonzalo Román Márquez


     -Yo sé que soy capaz de vender mucho más que
cualquier imbécil que tenéis contratados. En mi antigua
empresa era el numero uno por ventas.
     -Por eso te contratamos. Te hicimos un buen
contrato pensando que eras una buena inversión, pero
creo… que nos equivocamos.
     -Estoy teniendo una mala racha ¡joder! Eso es todo,
una puta mala racha.
     -Lo siento Éneric, has sido clasificado ineficiente.
     Éneric miraba a su jefe y buscaba alguna idea en su
cabeza para salir airoso de la situación. Pero no se le
ocurrió nada.
     -¿Tengo alguna posibilidad de que me deis otra
oportunidad?- preguntó al fin.
     -No. Esta tarde empezarán las entrevistas para
encontrar a quien te sustituya.
     -¿Al menos sabrá usted cuanto puedo recibir de
indemnización?
     -He consultado a los abogados y…
     -Odio a los abogados- suspiró Éneric.
     -Sobre todo si van en contra tuya ¿no? Y nos han
dicho que debido a tus faltas en el horario y algunas otras
cosas, cabría la posibilidad de no darte nada.
     -¡Serán cabrones!- gritó Éneric saltando de la silla.
     -No te alteres tanto. Ellos sólo hacen lo que tú llevas
tiempo sin hacer, es decir su trabajo. Hemos hecho una
excepción, ya que conocíamos tu situación y decidimos
darte una especie de ayuda, que espero te sirva hasta que
encuentres otro trabajo.
     -¿De cuanto estamos hablando?- preguntó Éneric.


                             9
El Profeta de Su Tierra


     Un cheque sujetado por dos enormes dedos se
abalanzó hacia la cara de Éneric para estancarse justo a
unos centímetros de sus ojos. Lo miró.
     -Debe tratarse de una broma- dijo con una media
sonrisa temerosa -Con esto podré aguantar poco tiempo,
apenas dos meses.
     -Pues aprovecha el tiempo y encuentra otra cosa
porque esto es lo máximo que podemos ofrecerte.
     -Es muy poco.
     -Pues es lo que hay- le dirigió el jefe de forma
desafiante- ¿Lo tomas o lo dejas?
     Éneric sabía por experiencias ajenas que si hubiesen
querido lo podían haber despedido sin ningún tipo de
remuneración, así que no le quedó más remedio que
aceptar.




                           10
Gonzalo Román Márquez




                 Capítulo (-2)
     Durante dos semanas Éneric permaneció encerrado
en su casa de la que sólo salía para comprar algo de
comida cuando su estomago le provocaba un malestar
insoportable. En esos momentos aprovechaba para tirar la
escasa basura que había acumulado y observar su Audi,
inmóvil y lleno de polvo, aparcado en la acera de
enfrente.
     Siempre compraba lo mismo: un paquete de Donuts
de seis unidades, dos pizzas precocinadas, media docena
de huevos y para desayunar había cambiado la leche, que
inevitablemente le traía a la cabeza el recuerdo de dos
maravillosos y caros envases de este preciado líquido, por
naranjas con las que solía hacer zumo.
     Éneric no conocía nada de la nueva ciudad, no podía
y no le apetecía salir. Se pasaba todo el día tirado en el
sofá del salón frente al televisor, las horas pasaban y él
seguía allí, inmóvil como su coche, mirando la televisión
sin importarle la programación porque aunque la miraba
no la veía, su mente se lo llevaba, lo hacía viajar a lugares
desconocidos, mundos paralelos y a sus recuerdos más
agradables. Iba de un lado a otro sin parar, desde su
pasado hasta un futuro inexistente o desde el sabor de una
caricia hasta el frescor del cabello de una mujer pasando


                             11
El Profeta de Su Tierra


entre sus dedos. Pero al lugar al que viajaba varias veces
al día, donde tenía billete de ida pero no de vuelta, el
lugar que lo tenía enganchado como a un yonki la heroína,
era un lugar llamado: Anoa.
      Recorría la relación fugazmente desde el principio
hasta el final, buscando una explicación, engañándose y
dándose falsas esperanzas, hasta que abría los ojos de la
mente y la luz de la realidad lo deslumbraba con gran
intensidad dejando claro una cosa: “Todo ha terminado”.
Pero la realidad estaba equivocada, todo no había
terminado, aun le quedaban los recuerdos y entonces todo
volvía a comenzar:
      “Parece que fue ayer cuando la conocí, la sensación
de un día eterno tras la ruptura me produce acidez de
estomago. Aun puedo oler su perfume, sentir la ternura de
sus labios o viajar por su sonrisa. Recuerdo perfectamente
la melodía de su cuerpo y el parecido obligado a una
jugadora de voley-ball. Jamás olvidaré sus primeras
palabras en aquel Pub lleno hasta los topes:
      -Oye tú ¿crees que tengo pocas tetas?
      -Sinceramente creo que estás estupenda- le contesté
sonriendo y mirando su cara sonrosada típica del calor y
de algunas copas de más -¿Sueles venir por aquí? Nunca
te había visto para ser una chica tan guapa.
      -Es la primera vez que vengo a este antro, una de mis
amigas se ha empeñado en venir y lo ha conseguido, pero
bueno, las copas están muy bien de precio.
      -Ya te veo.
      -Me llamo Anoa ¿y tú?



                            12
Gonzalo Román Márquez


      Estuvimos toda la noche hablando, las
conversaciones iban de lo más serio a lo más disparatado,
las palabras fluían y recorrían nuestras vidas. Se creó un
micro mundo para los dos y la música era la ideal para un
momento así. Por primera vez en mi vida el mundo se
puso de acuerdo y entonces comenzó el juego.
      -¿Pero estás segura que no tienes novio?
      -Pues claro – rió a carcajadas –tengo mala memoria
aunque no creo que sea para tanto.
      -Entonces el mundo debe haber quedado ciego.
      Tras decir esto nuestros ojos se quedaron fijos, nos
mirábamos con intensidad. Durante un momento
encontramos el silencio escondido entre el bullicio y por
un instante casi pasa, pero no pasó.
      -Tengo que irme- me dijo con tristeza –Mis amigas
me llaman.
       A unos metros se encontraban cuatro hermosas
chicas atrapadas entre el gentío que abarrotaba el Pub.
Levantaban los brazos y gritaban con intención de llamar
la atención de Anoa.
      -Por favor quédate un ratito más- le supliqué.
      -Me encantaría, te lo prometo, pero tengo que irme.
      Deseaba tanto que no se fuera que no me importaría
hacer cualquier cosa para mantenerla junto a mí. Entonces
hice lo primero que se me pasó por la cabeza. Me puse de
rodillas delante de todo el mundo, cogí su mano, la mire a
los ojos y cuando quise hablar…comenzamos a reírnos
sin parar.
      -Eres increíble- me dijo entre carcajadas.



                           13
El Profeta de Su Tierra


     -Quédate por favor, te necesito para respirar- mis
palabras salieron suavemente mientras seguía de rodillas
junto a ella –por favor, un ratito más.
     Anoa se agachó y acercó su boca hasta mi oído.
     -Lo que más me apetece en este momento es
quedarme contigo, te lo aseguro, pero no puedo dejar
abandonadas a mis amigas- susurró cariñosamente – te
prometo que la semana que viene estaré aquí. Ya nos
veremos.
     Me dio un beso en la cara y se alejó con lentitud, yo
seguía de rodillas, y por primera vez desde que la conocí
pude ser consciente de su impresionante físico, o tal vez
no tan impresionante pero que mi estado emocional me
hacía percibir de esa manera. Indudablemente me había
enamorado.

      Durante toda la semana no hice otra cosa que pensar
en ella, deseaba volver a verla, necesitaba estar con ella
tanto como respirar. En el primer pensamiento del día, en
la comida y al dormir aparecía esta chica que había tocado
mi corazón. Pensé mil y una estrategias para conquistarla,
en los ratos libres del trabajo la dibujaba con mi mente, su
voz invisible me animaba constantemente.
      Los días pasaron rápido aunque no tanto como
quería. Tenía la sensación de un niño antes de su
cumpleaños impaciente por saber cuales van a ser sus
regalos y la incertidumbre añadida de saber si realmente
iba a tener algún regalo.
      Decidí comprar algo de ropa, odio ir de tiendas tanto
como el fútbol, pero aquella tan posible como futura


                            14
Gonzalo Román Márquez


situación lo requería, y así lo hice. Fueron dos
interminables y odiosas horas que dieron como fruto unos
pantalones vaqueros claros, unas botas negras y un polo
azul marino casi ajustado de manga corta. Hacía calor,
mucho calor y aunque las previsiones del tiempo
garantizaban una tormenta yo no les hice caso.

     Por fin llegó el gran día, allí estaba yo, en el mismo
lugar y a la misma hora que cuando nos conocimos. Miré
hacia todas partes, había la misma cantidad de gente o tal
vez más que la última vez, no la veía, mis amigos
tampoco estaban, me sentí solo entre tantas almas. El
tiempo pasaba y yo seguía allí, con la copa casi vacía y
mis esperanzas como la copa, bebí mi último trago y
ambas se vaciaron.
     Tomé la decisión de irme, mi estancia en ese lugar
carecía de sentido, así que me acerqué a la barra para
pedir la cuenta.
     -Perdone por favor ¿Me dice que le debo?-grité al
camarero que estaba en la otra punta de la barra.
     El chico se acercó a mí y con una sonrisa forzada me
preguntó -¿Cómo has dicho? Es que no te he oído.
     -Te he dicho que cuanto te debo por la copa- grité, la
música estaba altísima en ese momento y apenas podía
entenderse nuestra conversación.
     El camarero me dijo algo, pero no lo entendí,
entonces me subí un poco en la barra y se acerco –No
debes nada, tu copa ya está pagada- me quede
sorprendido.



                            15
El Profeta de Su Tierra


     -¿Como que ya esta pagada? ¿Por quién? -le
pregunté.
     Levantó la mano y con su dedo índice señaló tras de
mí – ¡Por ella!- Y tras decir esto se marchó a otra parte
donde lo reclamaban.
     Me giré con rapidez y allí estaba ella, frente a mí,
como una diosa sonriente. La miré de arriba abajo, tenía
una falda negra que le llegaba por encima de las rodillas,
una camiseta de tirantes color dorado de algún tejido
desconocido para mí y unos zapatos de tacón. Aquella
noche salió el Sol.
     -Anoa- susurré.
     -Éneric- gritó emocionada.
     -Estas preciosa- afirmé
     -Tú no estas nada mal.
     La noche se envolvió en un mar de palabras,
pudimos hablar tanto como quisimos, tenía la sensación
de conocerla de toda la vida, nuestras confianzas
aumentaban en cada segundo tanto como en un año con
otra persona. Jamás en mi vida había reído tanto, a veces
su voz daba un estupendo masaje a mi mente, su cara lo
hacia siempre a mi vista.
     Mientras hablaba sus labios se movían de forma
hipnotizante, esos labios que me atraían como a un
insecto la luz.
     -Así que trabajas en una agencia inmobiliaria.
     -Pues si, además es la que más volumen de negocio
tiene en esta ciudad, estoy muy bien, me encanta mi
trabajo, a veces es un poco pesado pero creo que tengo un
don y éste es el motivo por el que otras agencias


                           16
Gonzalo Román Márquez


importantes me están haciendo interesantes ofertas para
que me vaya a trabajar con ellos.
      -Bueno y ¿Por qué no lo haces?
      -Porque tendría que cambiar de ciudad y no me hace
mucha gracia tener que dejar ésta. Aquí es donde he
pasado toda mi vida y aquí está todo cuanto conozco.
Sinceramente no cambiaría esta ciudad por nada del
mundo.
      Anoa se llevó las manos a los ojos y comenzó a
rascarse -¡uf! Cuanto humo hay aquí.
      -¿Quieres que salgamos un momento a la calle? Le
propuse.
      -Oh si, por favor.
      Cogí su mano y la llevé hasta la puerta de salida. Su
mano estaba fría a pesar del calor que hacía en ese lugar,
pero era tierna, tierna como un bebé.
      Mientras yo sujetaba su mano la ilusión sujetaba la
mía, y de esa forma íbamos los tres hacia la calle.
Llegamos a la puerta de salida y pude ver algo que me
sorprendió. Estaba lloviendo.
      -¡Oh, mira esta lloviendo!- me dijo.
      Nos quedamos mirando la lluvia durante un largo
rato desde la puerta, protegiéndonos del agua. Anoa se
acercó a mi oído y me dijo de forma mimoseante –me
encanta la lluvia- entonces cogí de nuevo su mano y la
llevé al centro de la calle. Estaba desierta. Anoa no paraba
de reír y poco a poco me contagió la risa.
      -El mundo es nuestro-grité mientras me limpiaba las
gotas de la cara –Todo nuestro.
      ¿Qué quieres decir?- me preguntó.


                            17
El Profeta de Su Tierra


     -Las calles están vacías, somos libres, podemos
hacer lo que deseemos – dije, aunque en realidad yo solo
deseaba una cosa.
     Recorrimos algunas calles, cada vez llovía con más
intensidad, saltamos en cada charco que apareció en
nuestro camino y corrimos como locos. Nuestras ropas
estaban empapadas. Las risas no cesaron nunca.
     -Mira ¿Qué es eso?- le pregunté
     -No, eso no, por favor- rió – Estás loco- siguió
riendo.
     -¿Como que no?- La cogí de la mano una vez más.

      Bajo un tejado había un canalón estropeado de donde
salía un enorme y apetitoso chorro de agua que caía desde
gran altura. Fuimos directamente a él.
      Sin pensarlo dos veces me metí bajo el agua e hice
una especie de danza misteriosa improvisada, Anoa casi
muere a causa de las carcajadas interminables.
      -Anoa ven conmigo.
      -No, estás loco, me das miedo.
      -Anda ven, sé que en el fondo lo estás deseando.
      -Pero como voy a querer…- me miró, se miró –está
bien, lo haré.
      Se metió bajo el agua, conmigo. Estuvimos haciendo
el tonto hasta quedar agotados, entonces nos quedamos
quietos, mirándonos fijamente a los ojos. En ese momento
el reloj de arena se detuvo. Mi corazón latía tan rápido
que estuvo a punto de pararse, utilicé todas mis energías y
saqué fuerzas. Sus labios estaban esperando.



                            18
Gonzalo Román Márquez


      Mis dos manos fueron a su cintura, la empujé hacia
mí, con suavidad, casi sin moverla. Nuestros ojos cada
vez más cerca permanecían fijos y sus cuatro lunas
dilatadas.
      El momento que tanto anhelaba estaba próximo y
quería que no llegara para que nunca se acabase, pero ese
momento llegó y las mariposas revolotearon libres por
nuestros estómagos.




                           19
El Profeta de Su Tierra




              Capítulo (-1)
      Fue el comienzo de una era feliz en mi vida, los
meses siguientes fueron maravillosos y la alegría se
cosechaba en abundancia. En el trabajo todo marchaba
genial y me habían subido el sueldo por tercera vez
consecutiva. Anoa y yo decidimos irnos a vivir juntos y
así lo hicimos.
      Decidimos alquilar una casa en la zona más lujosa de
la ciudad, con un enorme jardín y una hermosa piscina. El
inmueble por dentro era terriblemente grande.
Habilitamos una de las habitaciones para crear un lugar
adecuado en el que Anoa pudiera estudiar con
tranquilidad y que le fuera lo más cómodo posible
terminar sus estudios de Económicas.
      Durante todo el día sobraban los abrazos y las
caricias, el decirnos “te quiero” se convirtió en algo
habitual, hacíamos el amor a todas horas. El amor era el
perfume que rodeaba nuestro entorno. Una mirada, una
sonrisa o un beso suyo me daban la vida.
      -¿Has pensado ya lo del nuevo trabajo?-me preguntó
un día.
      Yo estaba sentado observando un catalogo de
automóviles, pues tenía en mente comprarme uno, levanté
mi cabeza y la miré -¿Acaso no estás bien aquí?


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Gonzalo Román Márquez


      Anoa se acercó por mi espalda, puso sus manos en
mis hombros y comenzó a masajearme –Claro que estoy
bien aquí, pero el sueldo será mucho más elevado- Tras
decir esto me besó en la mejilla.
      -Tampoco hay tanta diferencia- le dije.
      -Pero es que aquí apenas nos queda dinero para salir,
entre el alquiler, el mantenimiento de la piscina y la
universidad.
      -Si quieres podemos irnos a una casa más pequeña.
      -No, no te preocupes, aquí estoy muy bien- dijo
mientras se tocaba el pelo. –Pero es que…
      -Por favor no empieces con lo mismo de siempre.
      -Sabes que me haría mucha ilusión- su tono era el de
una niña convenciendo a su papá.
      -A mí me parece una tontería.
      -Claro, a ti todo lo que yo digo te parece una
tontería- gruñó.
      -Te he dicho un millón de veces que tienes unos
pechos perfectos ¿Cómo quieres que te lo diga?- le había
levantado la voz, siempre me sacaba de quicio con ese
tema –Además se trata de una operación, todas las
operaciones tienen sus riesgos.
      -Sé perfectamente que te gustan mis tetas, me lo
repites todos los días.
      -¡Pues parece que no te enteras!- le grité –Yo te
quiero tal y como eres.
      El tono de la conversación era cada vez más tenso,
ambos echábamos fuego por la boca.
      -No se trata de lo que tú sientas, se trata de mí ¿Por
qué coño no piensas más en mí? No te das cuenta que se


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El Profeta de Su Tierra


trata de un complejo que tengo desde que tenía quince
años. Me parece genial que te gusten, pero tienes que
darte cuenta que a la que no le gustan es a mí. Cada vez
que me veo desnuda en el espejo me siento fatal.
      El ambiente seguía igual de tenso.
      -Eso son tonterías tuyas- le dije –Creo que
deberíamos contratar a un psiquiatra en lugar de un
cirujano.
      Anoa comenzó a llorar y salió corriendo hasta
nuestra habitación. Fui tras ella. Me la encontré tumbada
en la cama, bocabajo y no paraba de llorar. Entonces una
punzada atravesó mi corazón y fui a consolarla. Me senté
junto a ella y acaricié su pelo.
      -Lo siento mi amor, no quería hacerte daño.
      -Déjame sola.
      No sabía que hacer, jamás la había visto así, y haría
cualquier cosa por que estuviera bien.
      -De acuerdo tú ganas. Te prometo que si me surge
alguna oferta de trabajo con mejores condiciones y mejor
sueldo la aceptaré, y si es en otra ciudad pues haremos las
maletas.
      Anoa se giró, ya no tenia lágrimas… y me abrazó.

     Días después de esta discusión la armonía volvió a
nuestras vidas, el amor volvió a su cauce y todo era como
siempre había sido, aunque yo temía una cosa, algo que
por mucho que intentara olvidar Anoa siempre se
encargaba de recordármelo, día tras día.
     -¿Has recibido hoy alguna oferta?
     -No, todavía no.


                            22
Gonzalo Román Márquez


      Por suerte y para compensar lo que inevitablemente
el futuro me traería, pude elegir un flamante y maravilloso
Audi, el coche de mis sueños, cuyo volante no tardaría en
tener entre mis manos.

      El tiempo voló y el futuro se convirtió en presente.
El día temido había llegado. Por desgracia llegó una
interesante oferta de trabajo única y exclusivamente a mi
nombre, por lo que Anoa no tardó en enterarse. No tuve
más remedio que aceptarla.
      El banco, muy amable, al enterarse de la nueva y
prometedora oferta no puso ningún inconveniente al
conceder el préstamo que necesitaba para pagar el Audi y
la operación de Anoa, casi tan cara como el coche.
      -Que contenta estoy- repetía una y otra vez –Te ase-
guro que vas a hacerme feliz, eres la persona que más
quiero, y voy a pasar contigo el resto de mi vida.
      Por muy maravillosas que fueran estas palabras, a mí
no se me quitaba de la cabeza la enorme deuda que
tendría en el bolsillo. Aunque supongo que lo importante
era verla feliz.
      Poco tiempo después yo tenía el volante de mis
sueños en mis manos y los sueños de Anoa cumplidos.
      -¿Has visto que bien me quedan?
      -La verdad es que estás estupenda, pero te recuerdo
que las de antes también me gustaban.
      Por mucho que no quisiese reconocerlo, lo cierto era
que Anoa se había convertido en una obra de arte. Si antes
era perfecta en estos momentos no sabría como
describirla.


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El Profeta de Su Tierra




      Como la deuda era tan grande no tuvimos más
remedio que buscar un pisito pequeño en una ciudad
gigante, de donde era originaria la oferta de trabajo.
      Tuvimos suerte y logramos encontrar un lugar donde
vivir relativamente cerca del edificio donde estaba
ubicada la empresa que me había contratado.
      Anoa se encargó de la decoración, le encantaban esas
cosas y llenó las paredes con cuadros pintados por ella
misma. Tenía muy buena mano para la pintura.
      -Te quiero- solía decir cada vez que se cruzaba
conmigo –No podría vivir sin ti, tú le das sentido a mi
vida, si no estuvieras conmigo nada tendría sentido,
gracias por existir.
      Los días pasaban con normalidad pero mi felicidad
iba en aumento. Todos los momentos eran brillantes,
nuestro amor estaba en pleno apogeo. Anoa hacía que el
pequeño piso se convirtiera en un palacio en donde ella
era la princesa.
      -Hoy estás muy guapa princesa- le decía todos los
días. Yo sabía que le encantaba que la llamara princesa.
Cuando lo hacía sus mejillas se convertían en jugosas
manzanas y con su ligera sonrisa conseguía uno de mis
abrazos. ¡Como la quería!

      Un día, en lo mejor de la relación, me dijo que tenía
que irse unos días a nuestra ciudad de origen, para
solucionar unos temas de papeleos en la universidad, que
estaría en casa de sus padres durante ese periodo y no
tardaría mucho en volver.


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Gonzalo Román Márquez


     -Tardes lo que tardes te echare de menos- la besé con
suavidad –Pero no te preocupes, tú soluciona lo que
tengas que solucionar, lo mejor para ti será lo mejor para
los dos.
     -Te quiero mucho- me abrazó –haré tolo lo posible
para estar aquí contigo cuanto antes.
     Esa noche dormimos abrazados como casi todas las
noches pero con la diferencia de que no nos despegamos
en ningún momento. Al llegar la mañana se fue.

      Durante los siguientes días el silencio parecía más
silencioso que nunca, toda la casa se había quedado muda
y tenía la enorme necesidad de llamarla a todas horas.
      Sus palabras saliendo del auricular del teléfono
tenían en mí un efecto relajante y tranquilizador. Oírla reír
ablandaba mi corazón y lo hacia más grande. En cada
palabra podía imaginar sus gestos. Su forma de ser
alegraba mis momentos y conseguía sacar el sol en mi
invierno, mi vida entraba en armonía…No me esperaba en
ningún momento lo que iba a pasar.
      Poco tiempo antes de regresar Anoa comenzó a
mostrarse distante y fría en las conversaciones telefónicas
-¿te pasa algo?- solía preguntarle. Ella cambiaba de forma
sutil el tema y colgaba el teléfono en cuanto podía –Tengo
que irme, mañana hablamos- Las conversaciones de dos
horas se redujeron a apenas cinco minutos. Mi corazón
ciego se negaba a ver la realidad –Estará cansada, mañana
será la de siempre.
      La situación fue empeorando, misteriosamente no
cogía el teléfono –Perdóname es que no tenia el móvil


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El Profeta de Su Tierra


encima- me decía mientras yo me volvía loco intentando
localizarla. Fueron días muy malos, la paranoia absorbía
mi cerebro –Pero que pasa ¿Cuándo vas a volver? – le
preguntaba constantemente. Casi pierdo mi racionalidad,
me obsesioné con ella.
      Hasta que un día volvió.
      -¿Por qué no has traído las maletas?- la miraba una y
otra vez.
      -Éneric, no voy a quedarme- dijo alargando las
palabras
      Me acerqué a ella e intente besarla, me apartó de un
empujón -¿Pero que haces?- me gritó.
      -Sólo intento darte un beso ¿Qué está pasando?
      -Éneric sabes que últimamente la relación no iba
muy bien.
      -¿Qué?
      -No es por ti, de verdad, he sido muy feliz contigo
pero las cosas terminan, y cuando terminan no hay nada
que hacer. Por favor no insistas. Sé que todo esto puede
parecerte muy brusco pero créeme, tú y yo no somos
compatibles y es lo mejor para los dos. Por favor no
llores, es la primera vez que te veo así. Verás como
encuentras a alguien con quien estarás mucho mejor que
conmigo. No te eches la culpa. Es una decisión que me ha
costado mucho tomar y no hay ningún motivo especial,
eres encantador.

     Tras una larga conversación me dejó claro que no
quería seguir conmigo pero no me dio una explicación, y
entonces aprendí algo muy importante: “cuando una


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Gonzalo Román Márquez


relación se rompe por ningún motivo es porque hay algo
que no se quiere o no se puede revelar”.
     Me dejó con una seguridad y una frialdad tan grande
que ni siquiera me parecía la misma persona de la que
estaba enamorado. Durante toda la conversación quise
decir algo pero no podía, mi lengua era de piedra. En ese
momento si hubiera tenido una espada hubiera atravesado
su corazón como ella estaba atravesando el mío con sus
palabras.

     Algún tiempo después me enteré del autentico
motivo de la ruptura. Mi querida Anoa, quien aseguraba
querer pasar conmigo el resto de su vida, la que se
consideraba la chica más feliz del mundo a mi lado y
quien no podía vivir sin mí, había decidido dar un
cambiazo y sustituirme nada más y nada menos que por
mi antiguo jefe, dueño de la inmobiliaria más importante
de mi ciudad natal, ciudad que no pisaré jamás, ya que no
tengo ninguna intención de reencontrarme con el pasado.
Ni con el pasado ni con nada.”

    Éneric abrió los ojos, la realidad lo deslumbró y le
mostró el mensaje de siempre: “Todo ha terminado.”
    Su corazón ardía tanto que podía notar como
quemaba su pecho y el aire se le hizo tan espeso que
apenas le entraba en los pulmones. Sus ojos se
convirtieron en un inagotable manantial de agua salada.
    Sus pensamientos se desviaron y recrearon la imagen
de Anoa riendo, bailando, colocándose el pelo con las
manos y lo peor de todo, abrazando a otro hombre de la


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El Profeta de Su Tierra


misma manera que lo abrazaba a él. De golpe un enorme
dolor le hizo llevarse las manos a la boca, cuando las
apartó pudo verlas llenas de sangre, sangre proveniente de
uno de sus labios, el inferior concretamente. El hecho de
imaginarse a Anoa con otro le había provocado tanta rabia
que de forma inconciente se había mordido el labio hasta
atravesarlo con sus colmillos. Éneric sonrió. La sangre
cubría su mandíbula y goteaba desde ésta sobre la
camiseta, una camiseta que unos minutos antes era blanca
y en esos momentos parecía un lienzo pintado por algún
artista de arte contemporáneo.
      Se levantó y se acercó al equipo de música, por el
camino dejo una hilera de gotas rojas en el suelo. Con el
dedo índice de su mano derecha ensangrentada pulsó el
botón de expulsado del reproductor de cd´s. La bandeja
salió conteniendo un disco de Tchaikovsky, Éneric
extendió su mano y lo cogió por los bordes, lo acercó a su
cara y lo utilizó como si fuera un espejo de cristal. Cuando
vio su cara se quedo inmóvil como las gotas de sangre en
el suelo y comprendió algo. “Si un pequeño dolor como
este ha conseguido anestesiarme, otro dolor mucho mayor
puede hacerme olvidar para siempre el sufrimiento que
llevo dentro” Entonces cogió las llaves de su coche y salió
por la puerta.

     Éneric estaba siendo llevado por doscientos veinte
caballos desbocados –Necesito encontrar una gran recta-
se decía mientras esquivaba asustados conductores que
tocaban el claxon a su paso. Siguió buscando, dando
vueltas por toda la ciudad pero no encontraba nada. –Voy


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Gonzalo Román Márquez


a mirar en el mapa- sacó un mapa de la guantera en el que
venían todas las calles de la ciudad –Ésta es perfecta-
siguió el camino indicado en el mapa para llegar a una
gran recta.
      No era la más larga de todas pero tenía algo que las
demás no tenían, una bonita y peligrosa curva casi al final.
–Ya te tengo, eres mía- gritó en cuanto llegó a ella.
      Éneric pisó el acelerador. Los caballos rugieron
como leones, apenas había trafico, el motor alcanzó su
máxima potencia, la curva se acercaba, Éneric no pensaba,
sintió miedo, cerro los ojos, empezó a notar como la
aceleración lo dejaba clavado en el asiento, sentía miedo,
abrió los ojos, la curva estaba muy cerca, cerró los ojos,
comenzó a pensar, recordó el sabor de un helado de
chocolate, los placeres de la vida se presentaron de forma
fugaz, se dio cuenta que su vida era mucho más importan-
te que cualquier situación amarga por la que pudiera pasar.
La vida es lo único que tenemos y si la perdemos todo se
va con ella. Tenía que pisar el freno o todo terminaría para
siempre, abrió los ojos, levantó el pie del acelerador y se
dispuso a frenar, pero fue inútil, un segundo después de
abrir los ojos el coche atravesó la curva y volaba por
encima del terraplén. Éneric cerró los ojos.




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El Profeta de Su Tierra




             Capítulo Zero
       Éneric abrió los ojos, una luz blanca lo cegaba.
Podía distinguir ante él la figura de una mujer que le decía
algo:
      -¿Estás bien?
      Parecía ser la silueta de Anoa. Éneric se esforzó para
hablar y lo consiguió
      –Anoa, cariño, he tenido una terrible pesadilla, me
dejabas por otro y yo me volvía loco, al final intenté
suicidarme pero antes de morir todo… ya estoy despierto
y te aseguro que es un gran alivio- tras decir esto Éneric
sonrió y se sintió relajado, maravillosamente relajado.
Cerró los ojos.
      -Lo siento señor creo que está delirando.
      Éneric abrió los ojos como nunca y la figura de
mujer se volvió nítida y clara. Era una enfermera y estaba
en un hospital.
      -Tranquilícese señor acaba usted de despertar de un
estado inconsciente y necesita reposo- la enfermera lo
sujetaba mientras decía esto. Éneric intentaba levantarse
del colchón inútilmente, pues su debilidad lo dejaba tan
fuerte como un niño de dos años –por favor relájese- la
enfermera tocó el timbre para pedir ayuda –pronto se
encontrará mucho mejor.

     Al cabo de unos segundos la habitación se llenó de
médicos y enfermeras. Uno de los médicos se le acercó y
le hablo al oído: -Señor Éneric, soy el doctor Tomilson, ha

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Gonzalo Román Márquez


despertado usted después de un grave accidente, debe dar
gracias de seguir con vida, muy pocos sobreviven a un
accidente de tal intensidad, pero son muchos menos los
que despiertan con tanta energía como usted.
     Éneric dudaba si la pesadilla era lo del accidente o lo
que le estaba sucediendo en aquella habitación del
hospital.

     Los días pasaron.
     La recuperación fue bastante rápida. Gracias a los
sistemas de seguridad del magnifico vehiculo no le quedó
ninguna secuela. La verdad es que los médicos estaban
muy sorprendidos, no sólo por la supervivencia, sino
también por la recuperación tan rápida que tuvo tras el
despertar.
     -En los treinta años que llevo en este hospital- solía
decirle un medico con cara de tortuga a Éneric cada vez
que entraba en su habitación –jamás he visto algo
semejante. Créame señor si le digo que si ha superado un
accidente de esa intensidad con tanta relativa facilidad y
se ha recuperado con tanta rapidez es porque debe haber
algún motivo que científicamente no se puede demostrar.
Me sorprende, créame que me sorprende.

       Unos días antes de recibir el alta, un celador del
hospital entró en la habitación de Éneric con un carrito
que tenía un ligero ruido a desengrasado.
       -Durante tu largo sueño alguien vino y dejó esto para
ti- el celador cogió una maleta que había sobre el carrito y
la puso sobre la cama de Éneric –me temo que es la única


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El Profeta de Su Tierra


visita que recibió. No sé que contiene y tampoco tengo
conocimiento de quien la dejó, de lo que estoy seguro es
que no contiene nada peligroso, seguramente lo habrán
examinado en recepción.

      Éneric levantó su cuerpo y colocó la maleta con
lentitud sobre sus piernas. Por un instante pensó que podía
tratarse de una bomba que haría saltar todo por los aires
“tal vez la muerte ha realizado mal su trabajo y ahora ha
venido a buscarme… pero que estoy pensando, esta
maleta es demasiado grande para contener un bomba,
además se abre con cremallera ¿Que idiota crearía un
sistema de explosión activado con una cremallera?”
      Abrió la maleta.
      -¿Pero que es esto? Es mi ropa ¿Cómo ha podido
llegar hasta aquí? ¿que significa esto? Y dices que la
persona que la trajo no dejó ningún dato. Es todo tan
extraño.
      -Tan sólo dejó un papel en el que decía que el
contenido era para usted. Nada más.

     El día del alta llegó. Éneric estaba totalmente
recuperado y no necesitaba permanecer ingresado más
tiempo. Buscó la ropa más cómoda de la maleta para
ponérsela. Estaba casi terminando de vestirse cuando un
auxiliar abrió la puerta.
     -Por favor señor Éneric. El director le espera en su
despacho, dice que se dé un poco de prisa. Si quiere le
acompaño.



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Gonzalo Román Márquez


    -Si por favor, no me gustaría perderme en un edificio
como este.

      El auxiliar guió a Éneric por el inmenso laberinto de
inevitable olor a penicilina y otros medicamentos hasta el
lugar que nadie hubiera encontrado por sus propios
medios.
      -Bien señor, yo le dejo aquí, es esta puerta- dio un
par de golpes con sus nudillos y se alejó.
      Momentos después la puerta se abrió.
      -Entre usted por favor señor Éneric y siéntese.
Tenemos que hablar de algunos asuntos.
      El hombre que abrió la puerta tenía el típico aspecto
de director de hospital, abundante pelo blanco, cara
redondita con barba bien recortada del mismo color que el
cabello y la típica sonrisa petrificada de la que todos se
fían. Y por supuesto estaba bastante gordo.
      Al pasar la puerta pudo darse cuenta que había
alguien sentado frente a la mesa del director. Éneric no
podía verle la cara ya que estaba de espaldas a él, lo que si
podía ver era el espeso humo que salía de un cigarro puro
que sujetaba con sus largos dedos y se acercaba
constantemente a la boca. Sobre la mesa podía verse otro
hilo blanco que subía casi hasta el techo desde un cenicero
donde yacía otro cigarro casi entero. Éneric supuso que
debía pertenecer al director del hospital “vaya ejemplo”
pensó.
      El misterioso señor hizo girar la silla en la que estaba
sentado y se levantó.



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El Profeta de Su Tierra


     -Encantado de conocerle Señor Éneric, me alegra
verle en buen estado, el director Mans me ha contado todo
sobre el accidente. Quien iba a decirle que si hubiera
permanecido un minuto más en el coche su cuerpo sería
ahora un montón de cenizas. Buen trabajo el de los
bomberos ¿no cree? Por cierto mi nombre es Solarius.

     Solarius estaba de pie frente a él, Éneric no podía
dejar de mirarlo de arriba abajo, era un ser extraño,
extremadamente alto y delgado, bien vestido pero dando
la apariencia de lagartija anoréxica, en su cara blanquecina
podían distinguirse todos los huesos.
     -Muy bien pero ¿Qué es lo que realmente quiere de
mí?- preguntó Éneric mientras se rascaba la cabeza.
     -Pues…he venido a decirle. Bueno más bien he
venido ha explicarle que…
     -Por favor tomen asiento, hay sitio para todos- cortó
bruscamente el director Mans –puede que sea un tema
delicado y necesitaremos bastante tiempo ¡oh si Éneric!
Puede coger esa silla si cree que va a estar más cómodo,
acérquese por favor junto a la mesa.

      Un vez que estaban colocados cada uno en su
asiento, en una posición triangular donde cada uno de
ellos se convertía en un vértice alrededor de la mesita de
cristal que Mans había acercado en el centro y podían
verse cara a cara, Solarius decidió iniciar la conversación.

     -La verdad no sé como empezar, se trata de algo muy
delicado. Por favor no se distraiga, ya tendrá tiempo de


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Gonzalo Román Márquez


mirar por la ventana cuando haya terminado. Soy
corresponsal financiero de su banco y tengo la obligación
de ponerle al día sobre su situación económica actual. Voy
a quitarme la chaqueta, tengo calor- se levantó y dejó la
chaqueta en la percha que estaba al lado de la puerta,
luego volvió a su sitio- Mire, usted ha sido un buen cliente
durante todos estos años pero me temo que la situación ha
cambiado. Los préstamos que ha recibido, a un bajo
interés tengo que decir, han consumido casi por completo
su cuenta, ya sabe que las deudas deben pagarse y los
bancos no se preocupan por su estado de salud, por si
usted estaba inconciente o muerto, simplemente se
preocupan de recuperar el dinero prestado más los
intereses. ¡oh claro que no intento darle una lección de
Economía! El caso es que los préstamos no estaban
pagados totalmente.
      -¿No estaban?- preguntó extrañado Éneric queriendo
saber realmente “¿es que ahora ya lo están?”
      -Déjeme que continúe. Usted tenía un seguro privado
de salud, un buen seguro según tengo entendido, que le
cubría todo, o más bien casi todo. Verás, el seguro le
cubre todo siempre y cuando no sea provocado por intento
de suicidio.

      Éneric se llevo las manos a la cabeza, empezó a notar
como las realidad se convertía en un infierno, tenía ganas
de llorar pero no lo hacía, su pecho sentía la presión de la
pisada de un elefante y para colmo Solarius seguía
hablando.



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El Profeta de Su Tierra


     -…como la aseguradora no quiere entrar en juicios
para evitar escándalos provocados por esta cláusula
desconocida por muchos, ha decidido, tras llegar a un
acuerdo con el banco, pagar el resto de la factura emitida
por el hospital y de la cual usted no puede hacerse cargo
por completo. Para terminar de pagar los prestamos que
tenía con nosotros y parte de la factura del hospital hemos
decidido obtener el dinero vendiendo sus participaciones
del fondo de inversión que usted poseía desde hacia varios
años. Comprenda que es lo mejor que hemos podido hacer
por usted, si el banco hubiese querido se podría haber
adueñado del fondo pues al no disponer de aval usted lo
puso como garantía al recibir el préstamo. Lo siento, sé
que es muy duro, en estos momentos no dispone de dinero
pero verá como sale adelante. Tengo que irme, me espera
un día muy largo y no puedo quedarme más tiempo aquí-
Solarius cogió su chaqueta y salió por la puerta tan rápido
como pudo.

     Éneric y el director Mans quedaron frente a frente sin
decir nada, sentados como piedras, silenciosos como la
oscuridad, incómodos por la tensión de la situación. En
ese momento el director sacó una pequeña caja de cartón
de un mueble que tenía justo detrás y se la dio a Éneric.
     -Esto es lo que pudimos recuperar del accidente,
algunas cosas estaban en tus bolsillos.
     Éneric abrió la caja, en ella se encontraban las llaves
de su casa, algunas monedas de poco valor, el teléfono
móvil completamente destrozado y su cartera con toda la
documentación en el interior. Mientras miraba el interior


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Gonzalo Román Márquez


vio caer un billete de bastante valor dentro de ésta. El
director no pudo aguantar la presión del momento y su
corazón se le hizo algodón- Ve a comer algo- le dijo. En
realidad Éneric se sintió fatal, nunca antes imaginó que
algún día recibiría limosna, sus ojos se encharcaron y todo
se le hizo borroso.

      Mientras iba de camino a casa en el taxi, sólo
pensaba una cosa, que la vida no cambia poco a poco, sino
que cambia de golpe y cuando menos te lo esperas.
Miraba unos meses atrás y se veía feliz, miraba el presente
y no reconocía su propia vida, no tenía a nadie a quien
pedir ayuda y no quería por nada del mundo que sus
amigos y sus familiares lo vieran en esta situación tan
desastrosa, sobre todo su madre, pensaba en ella y no
quería disgustarla por nada. Él era para ella el gran
triunfador de la familia, un gran ejemplo a seguir, el hijo
perfecto para sentirse orgulloso frente a las vecinas.
¿Estaría preocupada después de todo este tiempo sin saber
de él? ¿Debía llamarla para tranquilizarla? Así lo hizo,
paró en una cabina y la llamó. Por suerte su madre no se
había enterado de nada y no tenía ninguna preocupación
por él, Éneric terminó la conversación diciéndole que se
iría al extranjero y que estaría algún tiempo sin poder
contactar con ella pero que no debía preocuparse por él,
que cuando volviera la llamaría. Colgó y lloró como un
bebé. Éneric tenía ganas de llegar a casa y meterse en la
cama para olvidarse de todo. Esta situación tan dura lo
había dejado agotado. Hacía unos días estaba inconciente
“ojala me hubiese quedado así” pensó.


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El Profeta de Su Tierra




     Volvió al taxi y terminó el trayecto, no tuvo que
andar mucho para llegar al portal cuya puerta se
encontraba abierta, además el taxista le bajó la maleta del
coche. Miró su buzón correspondiente al entrar para ver si
tenía alguna carta pero estaba vacío, tan vacío como su
vida. Subió las escaleras con lentitud hasta llegar a la
puerta de su casa. El taxista ya se había ido. Mientras
cogía el manojo del bolsillo Éneric soñaba con soñar
pacidamente sobre su cama. Seleccionó la llave
correspondiente y se dispuso a abrir la puerta pero algo
ocurría, era incapaz de abrirla. Pensó que se había
equivocado de llave y probó con todas y cada una de ellas
pero no pudo ¿se habría oxidado? Éneric desesperado se
acurrucó y adoptó la posición fetal apoyándose en la
maldita puerta. Se quedó dormido al instante.

     Cuando se encontraba en lo más profundo de su
sueño algo lo despertó, parecía un terremoto, o tal vez el
tambor de una lavadora en el periodo de centrifugado. No
fue eso, tras espabilarse pudo darse cuenta que alguien lo
estaba zarandeando.
     -Eh, ¿Qué hace ahí? Va a molestar a los inquilinos,
deben estar a punto de llegar.
     -Señor casero, que alivio, no se preocupe, el
inquilino soy yo, soy Éneric, tengo problemas para entrar,
mire…la llave no sé que le pasa pero me ha sido
imposible abrir la puerta- Éneric sacó el manojo de llaves
mientras decía esto.



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Gonzalo Román Márquez


      -Evidentemente. No ha podido abrir porque ninguna
de esas llaves es la que abre la puerta. Yo personalmente
cambié la cerradura.
      -¿Cómo dice? ¿que ha cambiado usted el que? ¿acaso
no pudo avisarme? Me gustaría recibir una explicación de
este cambio- gritó Éneric enojado.
      -La explicación es muy rápida y sencilla: ¡usted ya
no es el inquilino de este apartamento!- contestó el casero
con la voz todavía más elevada que Éneric
      -¿Qué?
      -Como hacía tanto tiempo que usted no me pagaba el
alquiler y me enteré del accidente del que me dijeron los
médicos que sería muy difícil que saliera adelante, aunque
lo veo estupendamente la verdad, decidí volver a alquilar
el apartamento. Los muebles me los he quedado como
compensación económica por los atrasos. Cuando estuve
en el hospital le llevé una maleta con su ropa ¿se la
entregaron? Ya veo que si. Pues me temo que ya no puede
quedarse. Mire por ahí viene la familia que vive ahora
aquí, no se preocupe seguro que encuentra otro lugar
mucho mejor que éste.
      -Que hijo de puta- le dijo.

      Éneric salió a la calle. Sus pertenencias se reducían a
una maleta llena de ropa y a un billete recibido como
limosna del que ahora no sabía que hacer, si alquilar una
habitación para pasar la noche o ir a comer a un
restaurante. El billete era de gran cantidad y le daba de
sobra para hacer una de las dos cosas pero por desgracia
no llegaba para las dos, así que debía pensarlo muy bien.


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El Profeta de Su Tierra




      Éneric tenía tanto sueño y estaba tan cansado que
decidió alquilar una habitación en una pensión que había
en la misma calle donde estuvo viviendo y que era la
única que conocía.
      Era demasiado temprano para dormir y demasiado
tarde para comer. No tuvo otra opción, entró en la
habitación, dejó la maleta en el suelo y se tumbó en la
cama sin quitarse la ropa. Antes de que su cabeza tocara la
almohada ya estaba en el mundo de los sueños, algo que
por desgracia no duró mucho ya que el hambre lo despertó
a la media hora.
      El estomago de Éneric rugía como lo hacía el motor
de su coche antes del accidente, no podía dormir, lo
intentó durante unas cuantas horas pero fue imposible. Las
imágenes de exquisitos alimentos, dulces y frutas eran una
pesadilla fuera del sueño. Éneric no podía más, necesitaba
comer algo. Había dado tantas vueltas en la cama que las
sabanas estaban tiradas por el suelo. Pensó que con el
dinero que le había sobrado podía acercarse a alguna
multitienda de las que tienen abierto veinticuatro horas y
comprar algo de comida, pues los comercios normales ya
estaban cerrados a esas horas. Ya era de noche y bastante
tarde.
      Éneric recordó que al pagar la estancia de la pensión
metió el dinero sobrante dentro de la maleta junto con toda
la ropa. Para no perder el tiempo, pues su estomago lo
obligaba y volvía loco de hambre, Éneric cogió la maleta
y se fue con ella a buscar alguna tienda que estuviese
abierta a esas horas. Guiado por el hambre o tal vez por el


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Gonzalo Román Márquez


instinto y tras andar mucho, pudo encontrar una maquina
expendedora de comida apoyada en la pared de un
comercio, ya cerrado, bastante lejos de la pensión, allí
vació la maleta para buscar el dinero y compró todo lo que
pudo. Instantes después la hiena tenía el estomago
sobradamente completo.
      Saciada ya su hambre pero no el sueño Éneric
decidió volver a la cama pero había un gran problema, no
sabía volver a la pensión, estaba perdido como un niño en
un centro comercial que se aleja de sus padres. Así que
después de dar muchas vueltas, cuando encontró un hueco
bajo las escaleras de la entrada de una casa no dudó en
meterse. Allí se acurrucó. Hacia frío, por lo que utilizó la
maleta como muro o pared para protegerse del aire que
soplaba helado como el filo de un cuchillo recién afilado.
      Así, en ese triste lugar paso Éneric su primera noche
en la calle, hasta que llegaron los primeros rayos del sol.
En ese momento le quedó bien claro que cuando la vida se
ensaña con alguien lo hace de verdad, pues al despertar
pudo ver que la maleta ya no estaba, se la habían robado, y
con ella se habían llevado también las migajas de
esperanza que tenía de mejorar su situación. Y como un
perro manso llevado por su amo, Éneric con resignación
se puso el collar y entregó la cadena a las manos del
destino.




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El Profeta de Su Tierra




                 Capítulo 1
        Las botas de Éneric se seguían sin ganas mientras
recorrían una ciudad completamente desconocida para él.
        El desconcierto hacía que el camino a ninguna parte
se hiciera el más largo de cuantos había recorrido en su
vida, dando a los segundos el poder de dilatación con el
que conseguían ser tan largos como el camino. Un tiempo
que no pasa y un camino que no termina. Así era su vida.
Como un árbol sembrado en el desierto, se sentía sólo y
fuera de lugar.
        Cada vez que miraba a sus manos los ojos
derramaban agua salada. Tan delgadas, tan limpias, tan
finas, tan vacías. No dudaba en meterlas en los bolsillos,
unos bolsillos tan vacíos como sus manos.
        -Camina, camina, vamos camina -se decía -¿pero a
donde? No importa, tú sigue andando.

       El sol de la mañana era lo único que tenía. Suave y
amarillo rozaba su cara. Caliente y dulce “si pudiera
guardarte para la noche”. La noche lo aterrorizaba desde el
inicio del día, su primer día. Prefería no pensar en ello,
simplemente pasear y olvidar su vida.

       La ciudad parecía más gris que nunca, un gris
subjetivo que podía entristecer unicornios, un gris más


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Gonzalo Román Márquez


oscuro que el mismísimo negro. Los edificios parecían
titanes dispuestos a luchar unos contra otros, no paraban
de mirar a Éneric, que seguía dando vueltas por semejante
laberinto infinito donde no existía ni principio ni final.
       El suelo que se iba endureciendo a cada paso
implicaba que en cierto momento dar uno más suponía
sentir dolor. De esta manera era inevitable tener que
sentarse en cualquier parte, lo que provocaba, pues todo
estaba tan duro como el suelo, ligeros dolores por todo el
cuerpo y un fuerte dolor de espalda. Por lo tanto Éneric
debía decidir que parte del cuerpo prefería sacrificar, si la
espalda o los pies.

       El tiempo, aunque despacio, iba pasando. Cuando
quiso darse cuenta ya había pasado el medio día y se
acercaba la tarde. Y lo mismo sucede en la vida, cuando
nos damos cuenta ya ha pasado el medio día, la tarde y si
nos descuidamos la noche.
       No había comido y sabía que tarde o temprano
tendría hambre. Lo había pensado varias veces a lo largo
de su tremenda caminata e intento saber como conseguir
algo para llevarse a la boca en el momento que su
estomago se lo pidiera. Por supuesto no estaba dispuesto
bajo ninguna circunstancia a coger comida de la basura.
Lo que ocurrió es que surgió algo que no había tenido en
cuenta en todo el día y que nunca se lo hubiera imaginado:
La sed.
       Había pensado en buscar un albergue donde le
dieran comida, un restaurante donde pedir lo que pudiera
sobrar o incluso donar sangre para que le regalasen un


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El Profeta de Su Tierra


bocadillo. No encontró nada, a excepción de un pequeño
bar-comedor en el que las palabras del cocinero-¡si quieres
algo lo pagas!- alejaron a Éneric tan rápido como había
entrado. Se sintió tan avergonzado que no quiso volver a
pedir nada en ningún otro sitio.
       Creía que moriría de hambre, pero eso fue antes.
Pensaba que quien lo sacaría de este mundo sería un
estomago vacío. Eso pensaba, hasta que comenzó a sentir
que la boca se le secaba. Le faltaba el agua y en ningún
momento la había echado en falta.
       -Joder que sed tengo ¿Cuánto tiempo llevo sin
beber? más de un día eso seguro ¿tengo que encontrar una
fuente?- se dijo.

       Éneric sentía como si estuviera mascando algún
tipo de hierba seca. Al separar sus mandíbulas notaba
como la lengua se pegaba al cielo de la boca. Nunca había
sentido tanta sed, o quizás nunca había dado tanta
importancia a no tener agua cerca.
       Abrió sus ojos tanto como pudo para buscar una
fuente donde beber, donde saciar su necesidad, una
necesidad que ha existido durante toda la vida y que se
presentaba por primera vez en la suya. Al menos a esos
niveles.

       A pesar del dolor de pies que lo frenaba otra fuerza
mayor lo impulsaba, el miedo. Corría tanto como su
naturaleza le permitía y su corazón acelerado era como un
tambor indio.



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Gonzalo Román Márquez


       Cada vez notaba su pulso más acelerado y su boca
más seca. Miraba, miraba y miraba pero no lograba ver
nada. Tenía la sensación de haber recorrido más calles en
esos minutos que en todo el día. Ahora si que estaba
perdido ¡ojala estuviera lloviendo!
       Ya no podía más, notaba el latido de su corazón
incluso en lo más profundo de sus botas. Tuvo que parar a
descansar. No se sentó, simplemente se dobló como una
escuadra quedando su espalda en paralelo al suelo. Sus
ojos que miraban hacia abajo pudieron ver a tres hormigas
ayudándose para llevar una enorme pipa de girasol. Que
perfección en el trabajo, que compenetración, que manera
de ayudarse unas a otras, que compañerismo, que lección
para la humanidad. Por un momento olvidó su sed y deseó
ser una hormiga.
       Cuando el tambor bajó el ritmo Éneric se enderezó.
Frente a él vio a un joven que se acercaba con una lata de
refresco en sus manos. –voy a pedirle que me de un trago
y cuando la tenga me la beberé entera- pensó.
       El poseedor del tesoro se acercó a pasos lentos y
agigantados, Éneric ya saboreaba el refresco sin tenerlo
entre sus labios.
       Cuando el chaval quedó a su altura Éneric estiró su
dedo índice y apuntó al refresco dispuesto a hacer su
petición. El joven lo miró extrañado, se detuvo unos
segundos, sonrió y se alejó.
       Éneric estaba inmóvil y seguía con el dedo índice
apuntando, esta vez hacia ninguna parte. Su corazón
seguía latiendo pero él parecía de piedra.



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El Profeta de Su Tierra


       No fue capaz de pedir un trago porque sus palabras
se habían evaporado. Lo había intentado, de eso estaba
seguro, pero no pudo hablar. Abrió la boca pero no salió
nada. Estaba muy asustado, nunca le había pasado nada
similar -¿Me habré quedado mudo?-se preguntó. Intentó
contar en voz alta del uno al diez pero fue imposible -¿y si
Dios me ha castigado por intentar quitarle la bebida a ese
chico?

       La vista comenzó a nublarse y un intenso dolor de
cabeza martilleaba el cerebro de Éneric. Era como una
tremenda resaca. Además sentía una especie de vértigo
que apenas le dejaba mantenerse en pié –voy a morir, voy
a morir de sed-
       No se rindió, siguió andando como pudo y cuanto
pudo durante horas. Muy de vez en cuando tenía que
parar. Intentó explicar a quien se encontraba a su paso que
era lo que le ocurría, mediante gestos, como si fuera un
mimo. Pero entre el vértigo, la visión borrosa y que nunca
había practicado mímica lo único que produjo fue la risa
de quienes lo miraban.
       Desesperado avanzó por una calle hasta que llegó a
una esquina, allí paró otro momento. A lo lejos le pareció
ver un pequeño jardín en medio de una plaza. No lo
distinguía bien pero las formas de los árboles eran
inconfundibles. -Bonito lugar para morir-
       Los tristes pasos de Éneric lo acercaron a su
imaginado lecho de muerte. Allí estaba, iluminado por
unas farolas que anunciaban la noche. Un lugar hermoso
en medio de una ciudad gris. Unos grandes árboles que


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Gonzalo Román Márquez


rodeaban un suave y bonito césped verde recién regado
¡Recién regado!
      Éneric se lanzó sobre el césped como si lo hiciera
en una piscina y comenzó a chupar la hierba húmeda.
Como un perro buscaba los pequeños charcos que
absorbía hasta quedarlos secos. No era suficiente.
Encontró un gran charco y se arrodilló ante él, agachó la
cabeza y metió sus hocicos en el agua. Parecía que iba a
quedarse a vivir allí, en aquel paraíso mojado.
      Donde pensó que iba a morir recuperó la vida.

       Mientras saciaba su ansia de agua notó que alguien
tocaba su espalda. Éneric giró la cabeza y miró de reojo.
       -¿Qué quieres?- ya podía hablar.
       El extraño le ofreció una botella de plástico llena de
agua. Éneric se levantó, la cogió y la bebió entera.
       -Gracias- dijo Éneric bajando la mirada.
       -Vengo aquí casi todos los días a llenar las botellas.
Suelen encender los aspersores cuando empieza a
anochecer. Si hubieras llegado un poco antes lo hubieras
visto. Mi nombre es Kórbac ¿Cómo te llamas?
       -Éneric.
       -¿Es tu primer día?- preguntó Kórbac.
       Éneric simplemente asintió.

       Kórbac brillaba en esos momentos como un ángel.
No era un ser muy alto, tal vez uno o dos centímetros más
que Éneric. La delgadez de su cuerpo podía intuirse en la
cara aunque no parecía demacrado. Estaba cubierto por un
enorme abrigo grueso de color ocre y sus piernas llevaban


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El Profeta de Su Tierra


unos pantalones anchos de pana. Posiblemente los
rellenaba de papel de periódico en momentos de mucho
frío. Las botas que tenía eran bastas y fuertes como las de
Éneric.
       Su pelo ondulado, canoso y muy alborotado se
movía con el ligero aire que soplaba. Llevaba unas gafas
de pasta gruesa, los cristales eran finos y no parecían tener
mucho aumento. Tenía una dentadura perfecta y la escasa
barba corta, como si se hubiera afeitado el día anterior. La
cara parecía ser de alguien interesante, arrugas marcadas
pero que no le hacían parecer muy mayor.
       Éneric se fijó en que tenía las manos y la cara muy
limpias.

       Kórbac se alejo unos metros y cogió una mochila
que había en el suelo. No estaba muy vieja y en otra época
debió pertenecer a algún niño que la utilizaba para ir al
colegio. Parecía estar llena.
       -Es donde guardo las botellas de agua. Con esto
tengo para dos o tres días, aunque ahora estando tú
supongo que tendré que venir más a menudo.
       -¿Estas insinuando que quieres que vaya contigo?
       -Claro. La vida en la calle es muy difícil. Que
mejor que empezar con un buen maestro.
       -Estoy agotado. Llevo todo el día andando y no he
comido nada. Necesito descansar.
       -No te preocupes. Te llevaré al lugar donde
solemos pasar las noches los que vivimos en la calle. No
está muy lejos. Es una vieja estación de tren abandonada.



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Gonzalo Román Márquez


Además allí tengo escondido un buen abrigo, te vendrá
bien. Algunas veces el frío puede ser demoledor.
       -Lo sé. Ayer dormí bajo una escalera.
       -Lo de ayer no fue nada.




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El Profeta de Su Tierra



                  CAPÍTULO 2
        Éneric no se planteó si el desconocido podía
hacerle algún tipo de daño. No sabía por qué pero se fió de
él. Tal vez tenía más miedo a la soledad que a lo que
pudiera venir, quizás pensó que alguien que ofrece una
botella de agua no debe ser muy malo. Fuera como fuese
allí iban los dos, caminando con lentitud por una de las
numerosas calles de la ciudad.
        -Creí que iba a morir- dijo Éneric muy bajito.
        -Bueno. Así hubieras terminado con todos tus
problemas ¿no? La muerte es el final.
        -Pero no es la solución.
        -¿Tú que sabes?
        -Intenté suicidarme. Antes de morir supe que es un
error. Hay que luchar por la vida hasta la muerte.
        -Claro. Por eso estamos aquí.
        -Nunca le había dado tanta importancia al agua. Es
algo que sabes que es vital desde que naces y sin
embargo…
        -El agua es lo más valioso de este mundo, al menos
para nosotros –cortó Kórbac bruscamente- el oro, los
diamantes o las piedras preciosas no tienen otra utilidad
que la de ser vendidos. Sin embargo es lo que más
valoramos…

       Éneric sabía que tanto el oro, como los diamantes y
las piedras preciosas se utilizaban en la industria, ya fuera
en la creación de aparatos electrónicos, láser, o en


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Gonzalo Román Márquez


medicina. Pero no quiso decir nada, simplemente lo dejó
seguir hablando.
       -…no nos damos cuenta que sin agua nuestra vida
desaparecería. En menos de una semana cogeríamos un
vuelo directo en primera clase hasta el otro mundo.
       Como todavía queda algo de camino hasta que
lleguemos, voy a contarte una historia que puede resultar
entretenida:
        “En Crabet, un reino muy lejano situado en medio
de un gran desierto, el Rey Tross, para celebrar el
cumplimiento de un siglo de edad, decidió en su
cumpleaños realizar una serie de pruebas en las que el
vencedor obtendría un valioso premio.
       Fueron muchos los que asistieron al evento, pero
solo dos quedarían como finalistas. Tanto hombres y
mujeres jóvenes como ancianos y ancianas, niños y niñas
podían participar. Las pruebas, aunque desconocidas, se
sabía que serian duras y difíciles de superar, pero ninguno
quiso desaprovechar la oportunidad.

       El día llegó. Todos esperaban el amanecer, que era
cuando el rey alcanzaría en años el número cien y cuando
comenzaría la primera prueba. Conocida como “La criba”.
       Los gallos ya habían comenzado a cantar hacía
tiempo. En las retinas de los participantes aparecía la
imagen del palacio real que seguía cerrado ante ellos.
       -Ya mismo saldrá el rey a explicarnos en que
consiste la primera prueba –decía uno
       -Estoy ansioso por que empiece.- contestó otro



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El Profeta de Su Tierra


       -Espero que salga pronto porque tengo cosas que
hacer en casa –protestó una mujer regordeta que se frotaba
las manos constantemente.

        Al principio nadie estaba pendiente de las puertas y
las ventanas del palacio. Pero cuanto más pasaba el tiempo
más envenenadas estaban las venas de impaciencia y más
se fijaba la gente en la apertura de las puertas.
        El tiempo seguía pasando y allí nadie daba señales
de vida. La multitud comenzó a impacientarse y muchos
comenzaron a protestar.
        -Vaya tomadura de pelo.
        -Ya decía yo que era muy raro que un rey se
acordara de nosotros.
        -Seguro que se ha olvidado.
        -Tal vez se ha ido de viaje.
        -La que se va ir soy yo –dijo la mujer que se frotaba
las manos- pues anda que no tengo cosas que hacer.
        -Yo también me voy. Estoy cansado de esperar.

       La multitud comenzó a desvanecerse. Cuando el sol
se elevaba un palmo del horizonte apenas quedaba la
mitad, y cuando se levantó un cuarto más, dos tercios de
gente se evaporó.
       La zona parecía un reloj de arena, cada segundo se
marchaban fielmente un número de personas.

       Se acercó la tarde y no quedaron allí más que un
puñado de desesperados que podían ser aplastados todos
juntos con el pie de un gigante. Once era su número.


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Gonzalo Román Márquez


Entonces en ese momento la puerta principal del palacio
se abrió. De ella salieron decenas de niños que portaban
cuencos con pétalos de rosas y que iban echando sobre el
suelo a su paso. Tras ellos apareció el rey Tross. Cabello y
barba blancas brillaban bajo la luz del sol, su sonrisa pura
demostraba que nunca fue un tirano y la tranquilidad con
que regresaron los súbditos que se habían marchado era la
prueba evidente de que fue un gran rey.
       -Estos once hombres han superado la primera
prueba- dijo Tross- la de la paciencia. Como todos sabíais
la prueba comenzaría al amanecer. Y así ha sido. Estos
hombres deben descansar y estar preparados para la
siguiente, de donde solo quedarán dos.

       No dijo más. Se fue.

      Todos se miraron extrañados. Incluso los once
vencedores no entendían muy bien como lo habían
conseguido. Se retiraron a descansar. La prueba
comenzaría en un lugar y un momento desconocido, así
que debían estar preparados para cualquier cosa. El rey
Tross era conocido tanto por tomar decisiones sabias
como por lo impredecible que solía ser.

      La ligera amistad que germinó entre los once,
mientras esperaban a la salida del rey, desapareció en el
momento que supieron que tan solo quedarían dos. Y la
hermosa flor que podía haber salido de la amistad se
corrompió como solo la rivalidad sabe hacer y surgió una



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El Profeta de Su Tierra


horrible zarza llena de espinas largas y fuertes deseando
hacer sangrar al primero que se le acercase.

       Las miradas sonrientes se transformaron en ojos
semicerrados y dientes apretados. Las manos abiertas se
cerraron con fuerza. Los pechos se hincharon como el del
gallo que anunciaba la llegada del sol y los pensamientos
turbios retorcían las ideas.

       “Solo quedarán dos” retumbaba en las cabezas de la
mayoría de los once que intentaban descansar en una de
las habitaciones del Hostal Real. Una habitación grande y
habilitada para que descansaran estos once hombres todos
juntos. Nadie se fiaba de nadie. Nadie sabía que sucedería.
Nadie quería morir.
       Once espadas había colgadas en la pared en frente
de las camas. Afiladas para cortar un ala de mosca puesta
de canto. Once hachas sobre las espadas. Fuertes y
robustas para partir un árbol de una tocada. Once dagas
sobre once cojines bajo las camas. Silenciosas como la
oscuridad. Y once llaves colgadas de las muñecas de los
once hombres.

      Las ventanas se abrieron y se volvieron a cerrar.
Las velas se apagaron de golpe.
      Los pensamientos se sucedían en las diferentes
mentes.
      -Si alguien se acerca cogeré la daga y le rebanare el
pescuezo- pensaba el de la cama que estaba más a la
derecha y más cerca de la puerta de salida.


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Gonzalo Román Márquez


       -Ojala no hubiera superado la primera prueba,
ahora seguro que moriré de mano de alguno de estos
desalmados. – pensó otro de ellos.
       -Vaya oscuridad que nos han dejado. Intentaré
afinar el oído por si escucho algún ruido de las armas que
hay sobre la pared. ¿pero y si se acercan con las dagas?
       -Uf, que sueño tengo- pensó otro -Voy a dormir. Ya
me da igual superar esta prueba o no. Estas camas son tan
cómodas.

       La noche avanzaba y la mayoría estaban más
despiertos que antes de entrar en la cama. El miedo y la
desconfianza se apoderaban de ellos. Alguno incluso
abalanzaba la daga de vez en cuando contra el aire por si
alguien se encontraba sobre ellos con malas intenciones.
       -¿Qué ha sido eso?- pensó el que tenía el oído más
afinado- alguno ha utilizado su daga contra alguien.

       La idea de acribillar el aire se extendió como una
moda entre adolescentes. Sin decir palabra alguna las
dagas se encontraban en las manos de quienes no podían
dormir. El sonido de cortar el aire era como el vuelo
constante de un mosquito. Cuanto menos querían oírlo
más fuerte sonaba. El miedo hizo que subir y bajar la daga
fuera tan rápido como el aleteo de un colibrí. El sonido de
las dagas se hizo intenso y perpetuo en la oscuridad.
       -La llave, la llave, la llave…me voy.
       -Ha salido alguien yo también me voy.
       -No quiero ser el siguiente en morir.



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El Profeta de Su Tierra


        -¿Cuántos quedaran vivos? No quiero averiguarlo
saldré de aquí ahora mismo.
        -Por muy importante que sea el premio no creo que
lo sea tanto como dormir con mi mujer tranquilamente.

       El miedo impulsó a salir a los que estaban
despiertos. Aun quedaban cuatro dormidos, pero dos de
ellos despertaron con el ajetreo de los que salieron
corriendo.
       -¿Qué ha pasado? Habrá llamado el rey, seguro que
no lo he oído porque estaba dormido. Saldré de aquí ahora
mismo.
       -A donde van todos. Iré con ellos.

        Así, de esta forma, salieron nueve de la habitación
quedando dos en ella. Los dos que quedaron dormidos
hubieron superado la prueba. Pues esta era la prueba de
“El valor” y los cobardes salieron corriendo.
        Esta prueba no fue del todo justa ya que los dos
últimos en salir no lo hicieron por temor a nada, sino
porque pensaban que el rey los había llamado para realizar
la supuesta prueba. Pero bueno, la vida también comete
injusticias que más tarde compensa de alguna otra manera,
como hizo el rey regalándoles un par de camellos a estos
hombres.

      A la mañana siguiente el mismo rey fue a
despertarlos a la habitación. Con su voz dulce y fuerte los
sacó de los sueños y los trajo a la realidad. Cuando



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Gonzalo Román Márquez


abrieron los ojos se encontraron con una mesa repleta de
dulces, leche y frutas delante de ellos.
        -Habéis superado la prueba de “el valor”, sois los
finalistas –les dijo el rey
        -¿Pero como? ¿que hemos hecho?- preguntaron
ambos.
        -Eso ahora no tiene importancia, ya leeréis vuestra
historia algún día y os enterareis de todo. De momento
solo debéis preocuparos por tomar un buen desayuno y
estar en la puerta dentro de una hora. Allí está esperando
la gente. Comenzará la última prueba y debo explicaros en
que consiste.

       Los dos hombres que quedaron, jóvenes y fuertes
ambos, tenían por nombre Jenin y Thaor.
       Jenin era hijo de un labrador y Thaor hijo de de un
escultor. Las madres de ambos eran costureras, como
mayoría de las mujeres del reino. En realidad esto no nos
interesa así que continuemos con la historia.

       Cuando terminaron el desayuno fueron a las puertas
del Hostal Real. Allí les aclamaban todos los miembros
del reino, incluso los nueve con quienes compartieron
habitación y parte de la noche.
       El rey también andaba por allí, hablando con unos
y otros como si de un ciudadano normal se tratase. Y es
que así era como le gustaba ser. Como uno más.
       Al verlos en la puerta cortó la conversación que
mantenía y se acercó hacia ellos. Antes tuvo que buscar a
una niña a la que le había dejado la corona para que jugara


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El Profeta de Su Tierra


con ella y que no era capaz de encontrar. Por suerte fue la
niña quien lo encontró a él.
       -Jenin y Thaor. Habéis superado las pruebas
anteriores y ha llegado el momento en el que comience la
prueba final. Antes voy a explicar en que consiste.
       Se trata de una carrera por el desierto. Debéis salir
desde aquí y siempre en dirección al Sol. En algún lugar
entre las dunas siguiendo esta trayectoria encontraréis dos
jaulas de tigres unidas una a la otra. Están abiertas. En
cada una de estas jaulas hay una bolsa de cuero. Debéis
entrar y cogerlas. No temáis no hay ningún tigre. El
contenido de la bolsa será para el que la coja. He de decir
que una contiene algo muy valioso y en la otra el
contenido carece prácticamente de valor. Esta será la
prueba de “La Sabiduría”.

        El rey Tross hizo una señal con sus manos y desde
la lejanía se acercó una señora con una pequeña jaula en la
que había dentro una paloma. Se la entregó y se alejó.
        -Esta jaula -dijo el rey- es más pequeña que la que
debéis encontrar. Pero es similar. Dentro hay una paloma,
cuando abra la puerta y salga volando, la carrera habrá
comenzado. Corred tanto como podáis, encontrad las
jaulas y utilizad vuestra sabiduría para salir bien parados.
        El rey Tross abrió la jaula. La paloma no hizo
esperar. En un par de segundos asomó la cabeza y voló.
Jenin y Thaor volaban también, no con alas pero si con las
piernas.
        El desierto se abrió ante ellos, inmenso,
amenazador, seco, doloroso, infinito y desorientador. El


                            58
Gonzalo Román Márquez


sol guiaba sus cuerpos y cegaba sus ojos. Tan solo
deberían ir hacia él para que el objetivo se postrara ante
ellos.

        Las piernas parecían caballos amenazantes. Unas
veces Thaor iba delante otras lo hacia Jenin. No había
nada que les hiciera parar, ni tan siquiera el sofocante
calor. Pensaban que deberían atravesar casi todo el
desierto para encontrar lo que ansiaban. Pero no fue así.
        Cuando apenas habían recorrido una legua, ante
ellos apareció lo que debían encontrar. Las dos jaulas.
Unidas una con la otra compartiendo la misma reja como
pared, allí enfrente les estaban esperando. Tan cercanas y
tan lejanas.
        Al verse uno junto al otro no tuvieron más remedio
que acelerar la carrera. Ambos deseaban tener lo mejor.
No sabían en que jaula entrar pero no dejaban de correr.
Jenin que iba a la izquierda entro en la jaula de su lado y
Thaor lo hizo en la de la derecha. Las bolsas de cuero se
encontraban al fondo en una pequeña plataforma que
había sobre el suelo.
        Ambos cogieron las bolsas a la vez y un sonido
crujió tras sus espaldas. Las puertas se habían cerrado. No
le dieron importancia. Tan solo importaba el contenido de
la bolsa. Jenin no quiso esperar y la abrió. Una mirada de
satisfacción le demostró a Thaor que no hacía falta que
abriera la suya.
        Jenin metía las manos una y otra vez en la bolsa
para sacar y jugar con las pepitas de oro que había dentro.
Thaor no quería abrir su bolsa pero lo hizo. En su interior


                            59
El Profeta de Su Tierra


se encontraba un recipiente no muy grande de barro, como
una ánfora o algo así. Y su contenido no era otro que agua.

       El tiempo pasaba y allí no aparecía nadie para
rescatarlos. El sol apretaba con fuerza. Se sentaron en el
suelo y comenzaron a dialogar.
       -Cuando salga de aquí con todo el oro que tengo
comprare una gran casa y me iré a vivir con toda mi
familia- decía Jenin mientras ojeaba una pepita de oro del
tamaño de una nuez- tendré animales de todas clases y no
me faltara de nada.
       -Has tenido suerte- le contestó Thaor con lagrimas
en sus ojos- yo he corrido tanto como tú. No es justo.
       -El destino es algo que no podemos elegir, él nos
elige a nosotros. ¿Qué había en tu bolsa?
       -Nada importante.
       -¿Arena, agua o tal vez ceniza?
       -Agua.
       -Oh. Es una pena. Si al menos hubiera algo de valor
como un diamante o un rubí. Podríamos haber hecho
trueque. Supongo que el destino quiere que sigas con la
vida que siempre has llevado.
       -Será eso.
       El sol comenzó a estrujar sus rayos para aumentar
el calor. Ya insoportable. Y los cuerpos comenzaron a
chorrear sudor.
       -Que calor. Cuando salga de aquí me compraré una
fuente, o mejor me comprare diez.
       -Yo como no podré comprarme nada tendré que
beber esta agua tan rica que me han dejado aquí.


                            60
Gonzalo Román Márquez




       Jenin miraba con envidia a Thaor mientras éste
saciaba su sed.
       -Por favor me das un trago- pidió Jenin
       -Supongo que el destino quiere que sigas con la sed
que siempre has tenido. No te preocupes cuando salgas de
aquí podrás beber mucho agua en tus diez fuentes. Si es
que sales.

       El tiempo siguió pasando y el sol aumentó su
fuerza a un nivel que ninguno de los dos había conocido
antes.
       -Por favor dame agua.
       -No. Ya beberás en tus fuentes.
       -¿Cuánto quieres que te dé?
       -Dame la mitad de tu oro y te daré la mitad de mi
agua.
       -¿Estás loco? Has visto todo el oro que hay aquí.
Con una quinta parte podrías arreglarle la vida a toda tu
familia. Con una sola pepita podrías comprar toda el agua
que beberías en cien vidas. ¿Cómo pretendes que te dé la
mitad?
       -Está bien. Si no quieres hacer el cambio no
tenemos por que seguir hablando de esto. Puedes seguir
contando en que vas a gastar todo el oro que tienes cuando
salgas. Si es que sales.
       -Te daré una pepita de oro si me das un simple
trago. No digas que no es un buen trato.
       -He dicho la mitad por la mitad.
       -No.


                           61
El Profeta de Su Tierra




       Jenin ya no miraba el oro. Thaor bebía de vez en
cuando. Cuando tenía sed. En este momento se comenzaba
a ver el autentico valor de los contenidos.
       -¡Ya no aguanto más!- gritó Jenin – Dame la mitad
del agua y te daré la mitad de mi oro.
       -Muy bien. Pásame primero el oro y te llenaré las
manos de agua para que puedas beber.

        Jenin vació la bolsa en la arena del suelo e hizo dos
montones iguales con el oro -¿Cuál quieres?- preguntó.
Thaor señaló con el dedo. Jenin lo fue pasando poco a
poco a través de las rejas hasta que cambió de lado. Thaor
le llenó las manos de agua y bebió.
        -¿Cómo saldremos de aquí?- pregunto Jenin
        -Esta es la prueba de la sabiduría así que tendremos
que pensar un rato –respondió Thaor mientras ojeaba el
oro recién llegado.

       Al final la solución no fue tan complicada como les
parecía al principio. Tan solo tuvieron que poner la
suficiente arena en las plataformas donde estaban antes las
bolsas de cuero para que las puertas se abrieran.
       De camino a la ciudad felices los dos por lo que
habían conseguido Thaor le dijo a Jenin:
       -Has sido tonto. Por mucho menos oro te hubiera
dado la misma cantidad de agua.
       A lo que Jenin le contesto:
       -El tonto has sido tú. Por mucha menos agua te
hubiera dado todo el oro.


                             62
Gonzalo Román Márquez




      Y éste era el autentico premio: Entender el valor
verdadero de lo que es realmente necesario. Un
conocimiento más valioso que todo el oro que pudieran
conseguir.”

      -Ojala hubiera escuchado esta historia antes- dijo
Éneric emocionado- me ha encantado.
      -Gracias. Ya te contaré más.




                          63
El Profeta de Su Tierra



                     CAPÍTULO 3
       Éneric no podía caminar rápido, el dolor de pies lo
estaba torturando. La sensación de tener las botas llenas de
agujas se hacía más intensa a cada instante. Kórbac se
había dado cuenta y le preguntó si quería que se sentasen
un momento a descansar. Éneric por supuesto accedió a la
petición, necesitaba descalzarse.
       Cuando Kórbac vio el color de los pies de Éneric
tras quitarse los calcetines se sorprendió bastante.
       -¡Dios! Nunca he visto unos pies tan rojos en mi
vida. Tienen el mismo color que la luz del semáforo que
hay allí en frente- bromeó Kórbac señalando un semáforo
que tenía a varios vehículos detenidos con su poderoso
destello.
       -Yo tampoco. Es un color muy doloroso. Mis pies
están ardiendo. Si tienes frío ya sabes donde calentarte. O
si tuviéramos algo de comida la podríamos cocinar aquí.
¿por cierto que vamos a comer? Quiero decir ¿crees que
comeremos algo?
       -No te preocupes por eso ahora- sonrió Kórbac
tocándose la barbilla- conozco un montón de sitios donde
podremos conseguir comida.
       -¿No te referirás a contenedores de basura?
       -Ésta es una de las pocas ciudades donde todavía no
hay un solo albergue para gente sin hogar así que tenemos
que buscarnos la vida de la forma que sea.
       -La basura es algo que me da mucho asco. No creo
que sea capaz de comer algo sacado de ella.


                            64
Gonzalo Román Márquez


       -Eso lo dices ahora. Ya verás que hay infinidad de
comida en buenas condiciones que podemos aprovechar,
sobre todo en los contenedores cercanos a los
supermercados. ¿Qué tal están tus pies?
       -Mejor pero todavía me duelen. La verdad es que
están muy rojos.
       -Es curioso ¿verdad?- Kórbac volvió a señalar el
semáforo que acababa de ponerse en verde.
       -¿El qué?- preguntó Éneric extrañado.
       -Que una simple luz sea capaz de parar decenas de
vehículos. Es evidente que sí te saltas el semáforo puedes
tener un accidente, pero la mayoría de la gente se pararía
aunque el semáforo estuviera en medio de una ciudad
abandonada. Lo hacen sin cuestionarse el por qué. Es
como si el instinto superara la razón, a veces somos más
animales de lo que creemos. Mira lo débil y absurda que
es la luz y como todos la obedecen. Si algo así puede
dominarnos en determinados momentos que puede hacer
un ejército. Creemos que somos libres y que tenemos el
dominio de nuestras vidas pero ¿Quién se atreve a pasar
esa luz?
       -Nadie. La gente tiene miedo de que los sancionen
económicamente.
       -A eso me refiero. No se preocupan por el peligro
que correría su vida. En realidad se paran por miedo a ser
multados. El miedo frena sus vidas. Así se ha controlado a
la humanidad desde el principio de los tiempos. El miedo
ajeno es el arma más eficiente utilizada por quienes han
estado en el poder.



                           65
El Profeta de Su Tierra


       Éneric lo miraba asustado. La idea de que la locura
dominaba la cabeza de ese desconocido llamado Kórbac
se hacía presente. Como podía una persona darle tanta
importancia a una luz. Como podía sacar tantas ideas de
algo tan simple.
       -No pienses que estoy loco- dijo Kórbac de golpe
como si le hubiera leído el pensamiento –si estas palabras
te las hubiera dicho alguien importante o un famoso
filosofo te las hubieras tomado de otra manera, aunque el
contenido fuera el mismo. Debes prestar más importancia
a las palabras que se dicen y no a quien las dice.
       -Lo siento- se lamentó Éneric agachando la cabeza
y orientando su vista a los pies- es que no creo que el
gobierno nos domine a través de los semáforos.
       -¡Ni yo tampoco!- gritó Kórbac enfadado –lo que
quiero decir es lo absurdo que es que una simple luz pueda
parar decenas de vehículos. Sé perfectamente que un
semáforo es una herramienta muy útil para evitar
accidentes. Pero lo que me preocupa es saber hasta que
punto puede esa luz frenar nuestros pensamientos. De si
seriamos capaces de saltarnos esa luz sin pensar en la
sanción económica ni en los posibles accidentes. De cómo
una luz puede provocarnos un bloqueo total y como
automáticamente cuando vemos una luz roja llegamos a
parar sin cuestionarnos nada. Y eso se llama en cierto
modo “manipulación”. No me refiero a una conspiración
mundial de los gobiernos para controlar la humanidad a
través de los semáforos- Kórbac seguía enfadado -un idea
así sería descabellada. Más bien me refiero al bloqueo
personal que tiene cada uno ante una situación así. Y


                           66
Gonzalo Román Márquez


como actuaríamos ante algo más grave. Acaso no puedes
entender que a veces imponen ciertas leyes que se
cumplen porque son leyes y que meses antes no se
cumplían porque la ley no decía nada acerca de ello. El
mundo es el tablero de un gran juego de mesa en el que
aquel que quiere ganar y puede pone las reglas a su
conveniencia.
      -Da miedo esto que me estas contando. Prefiero no
pensar en ello.
      -Eso es lo malo. Mientras unos prefieren no pensar
son otros los que se aprovechan de la satisfacción que
produce la ignorancia propia.
      -¿Qué quieres decir?- preguntó Éneric.
      -Da igual. ¿Qué tal están tus pies?
      -Mucho mejor. Ya podemos continuar si quieres.
      -Iremos primero a buscar algo de comida, tienes
que comer algo.

       Kórbac desvió la trayectoria y comenzó la que el
llamaba ruta de “los contenedores saludables” que
consideraba los que contenían comida en mejor estado de
todos los que conocía. Estos contenedores se encontraban
en barrios más o menos ricos y donde la gente por
caprichosa solía tirar comida apenas tocada y en muchos
casos, como los precocinados, sin sacar del recipiente,
comida recién caducada pero que todavía podía ser
ingerida sin peligro para la salud o postres altos en
calorías y que tras un ataque de culpabilidad tiraban para
no caer en la tentación.



                           67
El Profeta de Su Tierra


       Esta basura contenía mayor variedad y calidad
alimenticia que muchos hoteles y restaurantes de la
ciudad. Podía ser considerado como una especie de
paraíso para los hambrientos. Aunque no solo era comida
lo que tiraban estos caprichosos. También era el lugar más
barato para ir de rebajas si uno necesitaba algo de ropa,
electrodomésticos, toallas, mantas y juguetes.

       -Vaya, vaya. Parece ser que no te da tanto asco la
basura ¿eh?- dijo Kórbac sonriendo mientras a través de
los cristales de sus gafas de pasta miraba a Éneric que se
había cebado con una tarta de nata y la disfrutaba como un
niño el día de su cumpleaños- aquí tienes unos yogures y
un pollo asado al que solo le falta un muslo si te apetece.
Yo comeré estas costillas asadas.

       Mientras Éneric llenaba su estomago hasta reventar
Kórbac sacó una bolsa de plástico que tenía en uno de los
bolsillos del abrigo y comenzó a recoger cosas y a
guardarlas en ella. Unas maquinillas de afeitar desechables
que no habían sido usadas, jabón, un bote de pasta de
dientes a medias, rollos enteros de papel higiénico…
       -¿Por qué estás cogiendo eso? Preguntó Éneric
mientras se limpiaba las manos con la camisa de un
pijama infantil que tenía el dibujo de un ratón con
sombrero.
       -Pues para afeitarme, lavarme. Ya sabes para
asearme- respondió Kórbac con rapidez – es algo que
suelo hacer a diario- siguió buscando como una urraca.



                            68
Gonzalo Román Márquez


       -¿Quieres decir que todos los días te lavas y te
afeitas?- volvió a preguntar Éneric sorprendido.
       -Por supuesto que si. Y tú deberías hacer lo mismo
si quieres seguir siendo una persona todo el tiempo que
estés en esta situación. Si dejas de actuar como lo que eres
no tardaras mucho en ser una rata como la que está
dibujada en la camisa que tienes en tus manos.
       -No sé. Creo que me daría asco lavarme los dientes
con un cepillo usado antes por otra persona.
       -Mucho peor seria coger una infección en la boca
por no lavártelos. Te recuerdo que ahora eres un
vagabundo, un sin techo, un sin hogar o como quieras
llamarlo y una simple enfermedad puede llevarte al otro
mundo. Has tenido suerte de encontrarte conmigo. Recojo
todo lo que considero útil y los medicamentos son
nuestras joyas. ¡Mira! una caja de aspirinas. Que
casualidad ¡Oh que pena! está vacía.
       -Te haré caso- Éneric se agachó y cogió un cepillo
de dientes que había en el suelo en una de las muchas
bolsas rotas que rodeaban los contenedores. Se veía que
no eran los únicos que habían ido ese día a hacer la
compra a ese lugar.

       Camino a la vieja estación donde Kórbac había
dicho a Éneric que pasarían la noche y que era donde
solían pasarla muchos vagabundos, Kórbac no pudo evitar
la tentación de preguntarle por que había terminado en
esta situación. Éneric al contrario de sentirse molesto se
sintió feliz por tener la sensación de que alguien se
preocupara por él. Se lo contó todo. Se desahogo. Desde el


                            69
El profeta-de-su-tierra
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  • 1.
  • 2. Gonzalo Román Márquez El profeta de su tierra Capítulo (-4) …Éneric pisó el acelerador. Los caballos rugieron como leones. Apenas había trafico. El motor alcanzó su máxima potencia. La curva se acercaba. Éneric no pensaba, sintió miedo, cerró los ojos, empezó a notar como la aceleración lo dejaba clavado en el asiento, sentía miedo, abrió los ojos, la curva estaba muy cerca, cerró los ojos, comenzó a pensar, recordó el sabor de un helado de chocolate, los placeres de la vida se presentaron de forma fugaz, se dio cuenta que su vida era mucho más importan- te que cualquier situación amarga por la que pudiera pasar. La vida es lo único que tenemos y si la perdemos todo se va con ella. Tenía que pisar el freno o todo terminaría para siempre, abrió los ojos, levantó el pie del acelerador y se dispuso a frenar, pero fue inútil, un segundo después de abrir los ojos el coche atravesó la curva y volaba por encima del terraplén. Éneric cerró los ojos…pero todo esto aun no había sucedido. 1
  • 3. El Profeta de Su Tierra Capítulo (-3) La amaba como nunca se había amado y como nunca se amará, o al menos eso creía él. La recordaba como una princesa de cuentos infantiles, como un vaso de agua fría en un día caluroso, como la sensación de sacar la mano por la ventanilla de su Audi a gran velocidad o como el primer azul del cielo en el amanecer. Esa mañana no fue el radio-reloj quien le despertó con su odioso sonido de pitidos desafinados. Éneric no pudo dormir en toda la noche, los latidos de su corazón no se lo permitieron. Habían pasado muchos meses, tal vez los meses más largos que jamás hayan existido, pero Anoa no se le iba de la cabeza. Éneric encendió la luz de la mesilla situada al lado izquierdo de la cama, miró hacia la parte vacía del colchón durante unos segundos, y un rayo de fuego atravesó su garganta directo hasta el estomago. Se sintió solo. Era la hora de levantarse. Se incorporó y puso sus pies desnudos en el suelo, estaba frió como una pista de hielo pero le dio igual, últimamente todo le daba igual. Se puso en pie y fue directo al cuarto de baño, se miró en el espejo, sus cabellos morenos estaban enredados unos con otros, sus ojos hinchados y su cara enrojecida, además 2
  • 4. Gonzalo Román Márquez tenía varias marcas en sus mejillas producidas por las arrugas de la almohada. En ese momento sintió asco de sí mismo. Abrió el grifo y metió sus manos bajo él, el agua estaba tan fría como el suelo. Miró el bote de jabón líquido, decidió echarse un poco en las manos pero al apretar el difusor no salió nada, estaba vacío, Anoa siempre se encargaba de rellenarlo. Una nueva punzada para el corazón de Éneric. Todo le recordaba a ella. Se olvidó del jabón, se lavó las manos y la cara sólo con agua, le dio igual, estaba deseando salir del servicio, los recuerdos lo estaban torturando. Al terminar de asearse Éneric dudó en que hacer, si quitarse el pijama para ponerse la ropa o ir a la cocina a desayunar. No tuvo que responder a esta cuestión, un rugido lanzado por su estomago le dio la respuesta. Éneric entró en la cocina y la miró con desesperación. La cocina tenía un tamaño normal aunque demasiado grande en relación con la casa, una casa pequeña que se hacía eterna frente a la soledad. Más que una cocina parecía una hecatombe. Los platos y vasos sucios se amontonaban en el fregadero. La placa vitroceramica estaba llena de grasa y sobre ella había un cazo de color azul que acompañaba a una sartén con aceite reseca. A la izquierda, pegada a la pared, se encontraba la nevera con su incombustible sonido semimolesto, tocando a ésta y sobre una estantería de madera aglomerada flotaba el microondas color metálico oxidado. Entre un mueble horrible y el fregadero se estrujaba la lavadora que estaba llena de ropa húmeda y 3
  • 5. El Profeta de Su Tierra apestosa. Junto a la puerta se encontraba la mesa de cocina, que es donde desayunaba y donde comía, lo poco que comía Éneric. Éneric se acercó a la nevera, la abrió, estaba vacía, tenía dos naranjas, un cartón de leche y algo de comida precocinada. Cogió la leche, miró la fecha de caducidad y se dio cuenta que llevaba dos días caducada, la puso encima de la mesa y se acercó al fregadero. Rebuscó entre los vasos para encontrar el más limpio. Como estaban todos prácticamente igual cogió uno al azar, abrió el grifo y lo metió bajo el escaso chorro de agua para enjuagarlo. Después de esto lo llevó a la mesa, lo puso junto al cartón de leche y lleno el vaso. No tardo en bebérselo. No se levantó de la silla hasta que no quedo el tetra-brick completamente vacío. De vuelta a su dormitorio se dio cuenta que había olvidado mirar el teléfono móvil, siempre lo hacía ilusionado por ver si había una llamada perdida de Anoa o algún SMS de arrepentimiento pidiéndole que volviera con ella. Todas las mañanas al despertar es lo primero que hacía pero hoy lo había olvidado. Aceleró el paso y se dirigió hacía la mesilla. La habitación se componía de la cama, que llevaba semanas sin hacerse y sin cambiar de sabanas, el armario y la mesilla donde estaba el teléfono. Se acercó, lo cogió y lo observó con miedo. Efectivamente no había ninguna llamada, Éneric ya lo sabía pues no había dormido en toda la noche y si hubiera sonado se habría dado cuenta. Éneric estaba de pie, mirando el teléfono, su delgado pero atractivo cuerpo 4
  • 6. Gonzalo Román Márquez permanecía inmóvil, estuvo así durante al menos dos minutos, entonces un picor en el cuello le hizo mover la mano que tenía libre para rascarse, justo en ese momento el teléfono comenzó a sonar. Apresuradamente miró la pantalla, se trataba de un número oculto, lo descolgó. Era su jefe. -Que pasa ¿vas a venir hoy a trabajar a tu hora o te has vuelto a quedar dormido?- Rugió de forma desagradable. -No te preocupes, ya estoy casi listo, en unos minutos estaré allí. -Como que no me preocupe, llevas varios meses llegando tarde día si y día no. -Sabes que he tenido problemas- dijo Éneric con intención de defenderse. -Eso no es asunto mío, sólo quiero que llegues a tu hora. -Llegaré. -Eso espero- terminó diciendo con tono amenazante antes de colgar. Éneric se quitó el pijama y en ropa interior se acercó al armario, lo abrió y sacó uno de los trajes con los que solía ir a la oficina. Todavía tenía el plástico transparente con el que suelen envolverlos en las lavanderías, quitó el envoltorio y se vistió a toda prisa, abrió un cajón del armario y tuvo suerte, aún le quedaban un par de calcetines negros limpios, los cogió y se los puso. -Ahora me falta la parte más difícil – habló para sí mismo- ¿Dónde coño habré puesto los putos zapatos?- 5
  • 7. El Profeta de Su Tierra gritaba una y otra vez aumentando su enfado en cada repetición. Tardó más tiempo en encontrar los zapatos que en hacer todo lo que había hecho desde que se levantó. Para su desgracia no aparecieron los dos zapatos juntos, uno estaba bajo la cama que lo encontró relativamente pronto y el otro que casi lo vuelve loco apareció misteriosamente dentro del armario. Antes de encontrar el último zapato Éneric recorrió la casa veinte veces de arriba abajo, ya que para él no era extraño encontrarlos en la cocina, en el cuarto de baño o encima de la televisión que tenía en el salón-comedor. -¡joder! Otra vez voy a llegar tarde- se lamentó con enfado. Buscó su cartera, las llaves de la casa y las del coche, pero esto apenas tardó unos segundos en tenerlas en sus manos, ya que todo lo que estuviese cerca de las llaves de su adorado Audi era fácilmente localizable. Éneric jamás perdía las llaves de su coche porque jamás olvidaba donde las había dejado. Salió a la calle, el día era nublado pero no hacía frío, rebuscó en su bolsillo derecho hasta encontrar el objetivo y sin sacar la mano presionó uno de los botones. Una especie de “pic-pic” y el destello de cuatro luces anaranjadas le indicaron donde se situaba su flamante Audi, negro y brillante, lujoso y deportivo. Una vez dentro puso rumbo a las oficinas de la conocida empresa “Ubzsse-Inmobiliaria”. Las oficinas se encontraban en la cuarta planta de un emblemático y caro edificio de la ciudad, situado a unas 6
  • 8. Gonzalo Román Márquez cuantas manzanas de su casa. Éneric tan sólo conocía este recorrido, ya que su novia Anoa rompió la relación a los pocos días de que se fueran a vivir a esa inmensa ciudad y desde entonces no había salido de casa más que para ir al trabajo. La nueva ciudad en la que vivía Éneric era tan desconocida para él que sólo conocía este recorrido. Ni una calle más. El Audi entró a gran velocidad en los aparcamientos subterráneos. Éneric llevó el coche a su plaza y fue corriendo hacía el ascensor –vamos, vamos, por que son tan lentos estos cacharros- se dijo. Por fin la puerta se abrió, entró dentro y pulsó el botón que marcaba el numero cuatro repetidas veces hasta que se puso en marcha. El viaje en ascensor se le hizo infinito. Salió tan rápido como si de una prueba de clasificación para las olimpiadas se tratara, atravesó el largo pasillo hasta llegar a su despacho, la puerta estaba semiabierta, la empujó y se encontró con algo inesperado. En su sillón, sentado como un búfalo, con la mirada fija y puesta en él se encontraba su inmenso jefe. -Has vuelto a llegar tarde- le dijo -Esta vez no tienes excusa valida. Siéntate por favor. -No sé que me ha pasado, es que los zapatos… -¡Pero que coño de historia intentas venderme!-Cortó bruscamente- Ya te he dado muchas oportunidades, al principio parecías un hombre responsable, llegabas a tu hora, cumplías con tu trabajo y mantenías en orden tu despacho…pero ahora ¡mírate! No eres ni la mitad de lo que parecías ser. 7
  • 9. El Profeta de Su Tierra -Acaso cree usted que a mí me gusta estar así. -Esta vez has tardado tanto ¡te llamé por teléfono! -Lo se pero… -Déjame terminar, por favor. Has llegado tan tarde que no sólo me hado tiempo a tomar una decisión, sino que además te he preparado los papeles. -¿Los papeles?- preguntó algo desconcertado mientras levantaba la cabeza -¿los papeles de que? -Lo siento Éneric. Estás despedido- contestó mirándole fijamente a los ojos. Un momento de silencio invadió la habitación, un momento de esos tan incómodos en los que todos desean que ocurra algo para aliviar la situación. Aunque sea un terremoto. -¿Pero que voy a hacer ahora? dejé mi antigua ciudad y mi empleo por venirme aquí, no conozco a nadie, además tengo un montón de deudas. El coche está sin pagar, el alquiler de mi casa…y las jodidas tetas que le regalé de mi ex y que todavía sigo pagando mientras otro cabrón disfruta de ellas me están asfixiando. -Te entiendo, de veras que te entiendo, pero compréndeme tú a mí. Las empresas están hechas para ganar dinero. Sabes que hay gente por encima de mí que no para de darme el coñazo y son ellos los que me han presionado. Sencillamente, no eres rentable y eso es lo que buscamos en esta empresa, rentabilidad, dinero, llámalo como quieras. En estos últimos tiempos las empresas inmobiliarias han crecido solas, casi sin ayuda, las casas se venden por sí mismas, y sin embargo tú, no has sido capaz de llegar al mínimo establecido. 8
  • 10. Gonzalo Román Márquez -Yo sé que soy capaz de vender mucho más que cualquier imbécil que tenéis contratados. En mi antigua empresa era el numero uno por ventas. -Por eso te contratamos. Te hicimos un buen contrato pensando que eras una buena inversión, pero creo… que nos equivocamos. -Estoy teniendo una mala racha ¡joder! Eso es todo, una puta mala racha. -Lo siento Éneric, has sido clasificado ineficiente. Éneric miraba a su jefe y buscaba alguna idea en su cabeza para salir airoso de la situación. Pero no se le ocurrió nada. -¿Tengo alguna posibilidad de que me deis otra oportunidad?- preguntó al fin. -No. Esta tarde empezarán las entrevistas para encontrar a quien te sustituya. -¿Al menos sabrá usted cuanto puedo recibir de indemnización? -He consultado a los abogados y… -Odio a los abogados- suspiró Éneric. -Sobre todo si van en contra tuya ¿no? Y nos han dicho que debido a tus faltas en el horario y algunas otras cosas, cabría la posibilidad de no darte nada. -¡Serán cabrones!- gritó Éneric saltando de la silla. -No te alteres tanto. Ellos sólo hacen lo que tú llevas tiempo sin hacer, es decir su trabajo. Hemos hecho una excepción, ya que conocíamos tu situación y decidimos darte una especie de ayuda, que espero te sirva hasta que encuentres otro trabajo. -¿De cuanto estamos hablando?- preguntó Éneric. 9
  • 11. El Profeta de Su Tierra Un cheque sujetado por dos enormes dedos se abalanzó hacia la cara de Éneric para estancarse justo a unos centímetros de sus ojos. Lo miró. -Debe tratarse de una broma- dijo con una media sonrisa temerosa -Con esto podré aguantar poco tiempo, apenas dos meses. -Pues aprovecha el tiempo y encuentra otra cosa porque esto es lo máximo que podemos ofrecerte. -Es muy poco. -Pues es lo que hay- le dirigió el jefe de forma desafiante- ¿Lo tomas o lo dejas? Éneric sabía por experiencias ajenas que si hubiesen querido lo podían haber despedido sin ningún tipo de remuneración, así que no le quedó más remedio que aceptar. 10
  • 12. Gonzalo Román Márquez Capítulo (-2) Durante dos semanas Éneric permaneció encerrado en su casa de la que sólo salía para comprar algo de comida cuando su estomago le provocaba un malestar insoportable. En esos momentos aprovechaba para tirar la escasa basura que había acumulado y observar su Audi, inmóvil y lleno de polvo, aparcado en la acera de enfrente. Siempre compraba lo mismo: un paquete de Donuts de seis unidades, dos pizzas precocinadas, media docena de huevos y para desayunar había cambiado la leche, que inevitablemente le traía a la cabeza el recuerdo de dos maravillosos y caros envases de este preciado líquido, por naranjas con las que solía hacer zumo. Éneric no conocía nada de la nueva ciudad, no podía y no le apetecía salir. Se pasaba todo el día tirado en el sofá del salón frente al televisor, las horas pasaban y él seguía allí, inmóvil como su coche, mirando la televisión sin importarle la programación porque aunque la miraba no la veía, su mente se lo llevaba, lo hacía viajar a lugares desconocidos, mundos paralelos y a sus recuerdos más agradables. Iba de un lado a otro sin parar, desde su pasado hasta un futuro inexistente o desde el sabor de una caricia hasta el frescor del cabello de una mujer pasando 11
  • 13. El Profeta de Su Tierra entre sus dedos. Pero al lugar al que viajaba varias veces al día, donde tenía billete de ida pero no de vuelta, el lugar que lo tenía enganchado como a un yonki la heroína, era un lugar llamado: Anoa. Recorría la relación fugazmente desde el principio hasta el final, buscando una explicación, engañándose y dándose falsas esperanzas, hasta que abría los ojos de la mente y la luz de la realidad lo deslumbraba con gran intensidad dejando claro una cosa: “Todo ha terminado”. Pero la realidad estaba equivocada, todo no había terminado, aun le quedaban los recuerdos y entonces todo volvía a comenzar: “Parece que fue ayer cuando la conocí, la sensación de un día eterno tras la ruptura me produce acidez de estomago. Aun puedo oler su perfume, sentir la ternura de sus labios o viajar por su sonrisa. Recuerdo perfectamente la melodía de su cuerpo y el parecido obligado a una jugadora de voley-ball. Jamás olvidaré sus primeras palabras en aquel Pub lleno hasta los topes: -Oye tú ¿crees que tengo pocas tetas? -Sinceramente creo que estás estupenda- le contesté sonriendo y mirando su cara sonrosada típica del calor y de algunas copas de más -¿Sueles venir por aquí? Nunca te había visto para ser una chica tan guapa. -Es la primera vez que vengo a este antro, una de mis amigas se ha empeñado en venir y lo ha conseguido, pero bueno, las copas están muy bien de precio. -Ya te veo. -Me llamo Anoa ¿y tú? 12
  • 14. Gonzalo Román Márquez Estuvimos toda la noche hablando, las conversaciones iban de lo más serio a lo más disparatado, las palabras fluían y recorrían nuestras vidas. Se creó un micro mundo para los dos y la música era la ideal para un momento así. Por primera vez en mi vida el mundo se puso de acuerdo y entonces comenzó el juego. -¿Pero estás segura que no tienes novio? -Pues claro – rió a carcajadas –tengo mala memoria aunque no creo que sea para tanto. -Entonces el mundo debe haber quedado ciego. Tras decir esto nuestros ojos se quedaron fijos, nos mirábamos con intensidad. Durante un momento encontramos el silencio escondido entre el bullicio y por un instante casi pasa, pero no pasó. -Tengo que irme- me dijo con tristeza –Mis amigas me llaman. A unos metros se encontraban cuatro hermosas chicas atrapadas entre el gentío que abarrotaba el Pub. Levantaban los brazos y gritaban con intención de llamar la atención de Anoa. -Por favor quédate un ratito más- le supliqué. -Me encantaría, te lo prometo, pero tengo que irme. Deseaba tanto que no se fuera que no me importaría hacer cualquier cosa para mantenerla junto a mí. Entonces hice lo primero que se me pasó por la cabeza. Me puse de rodillas delante de todo el mundo, cogí su mano, la mire a los ojos y cuando quise hablar…comenzamos a reírnos sin parar. -Eres increíble- me dijo entre carcajadas. 13
  • 15. El Profeta de Su Tierra -Quédate por favor, te necesito para respirar- mis palabras salieron suavemente mientras seguía de rodillas junto a ella –por favor, un ratito más. Anoa se agachó y acercó su boca hasta mi oído. -Lo que más me apetece en este momento es quedarme contigo, te lo aseguro, pero no puedo dejar abandonadas a mis amigas- susurró cariñosamente – te prometo que la semana que viene estaré aquí. Ya nos veremos. Me dio un beso en la cara y se alejó con lentitud, yo seguía de rodillas, y por primera vez desde que la conocí pude ser consciente de su impresionante físico, o tal vez no tan impresionante pero que mi estado emocional me hacía percibir de esa manera. Indudablemente me había enamorado. Durante toda la semana no hice otra cosa que pensar en ella, deseaba volver a verla, necesitaba estar con ella tanto como respirar. En el primer pensamiento del día, en la comida y al dormir aparecía esta chica que había tocado mi corazón. Pensé mil y una estrategias para conquistarla, en los ratos libres del trabajo la dibujaba con mi mente, su voz invisible me animaba constantemente. Los días pasaron rápido aunque no tanto como quería. Tenía la sensación de un niño antes de su cumpleaños impaciente por saber cuales van a ser sus regalos y la incertidumbre añadida de saber si realmente iba a tener algún regalo. Decidí comprar algo de ropa, odio ir de tiendas tanto como el fútbol, pero aquella tan posible como futura 14
  • 16. Gonzalo Román Márquez situación lo requería, y así lo hice. Fueron dos interminables y odiosas horas que dieron como fruto unos pantalones vaqueros claros, unas botas negras y un polo azul marino casi ajustado de manga corta. Hacía calor, mucho calor y aunque las previsiones del tiempo garantizaban una tormenta yo no les hice caso. Por fin llegó el gran día, allí estaba yo, en el mismo lugar y a la misma hora que cuando nos conocimos. Miré hacia todas partes, había la misma cantidad de gente o tal vez más que la última vez, no la veía, mis amigos tampoco estaban, me sentí solo entre tantas almas. El tiempo pasaba y yo seguía allí, con la copa casi vacía y mis esperanzas como la copa, bebí mi último trago y ambas se vaciaron. Tomé la decisión de irme, mi estancia en ese lugar carecía de sentido, así que me acerqué a la barra para pedir la cuenta. -Perdone por favor ¿Me dice que le debo?-grité al camarero que estaba en la otra punta de la barra. El chico se acercó a mí y con una sonrisa forzada me preguntó -¿Cómo has dicho? Es que no te he oído. -Te he dicho que cuanto te debo por la copa- grité, la música estaba altísima en ese momento y apenas podía entenderse nuestra conversación. El camarero me dijo algo, pero no lo entendí, entonces me subí un poco en la barra y se acerco –No debes nada, tu copa ya está pagada- me quede sorprendido. 15
  • 17. El Profeta de Su Tierra -¿Como que ya esta pagada? ¿Por quién? -le pregunté. Levantó la mano y con su dedo índice señaló tras de mí – ¡Por ella!- Y tras decir esto se marchó a otra parte donde lo reclamaban. Me giré con rapidez y allí estaba ella, frente a mí, como una diosa sonriente. La miré de arriba abajo, tenía una falda negra que le llegaba por encima de las rodillas, una camiseta de tirantes color dorado de algún tejido desconocido para mí y unos zapatos de tacón. Aquella noche salió el Sol. -Anoa- susurré. -Éneric- gritó emocionada. -Estas preciosa- afirmé -Tú no estas nada mal. La noche se envolvió en un mar de palabras, pudimos hablar tanto como quisimos, tenía la sensación de conocerla de toda la vida, nuestras confianzas aumentaban en cada segundo tanto como en un año con otra persona. Jamás en mi vida había reído tanto, a veces su voz daba un estupendo masaje a mi mente, su cara lo hacia siempre a mi vista. Mientras hablaba sus labios se movían de forma hipnotizante, esos labios que me atraían como a un insecto la luz. -Así que trabajas en una agencia inmobiliaria. -Pues si, además es la que más volumen de negocio tiene en esta ciudad, estoy muy bien, me encanta mi trabajo, a veces es un poco pesado pero creo que tengo un don y éste es el motivo por el que otras agencias 16
  • 18. Gonzalo Román Márquez importantes me están haciendo interesantes ofertas para que me vaya a trabajar con ellos. -Bueno y ¿Por qué no lo haces? -Porque tendría que cambiar de ciudad y no me hace mucha gracia tener que dejar ésta. Aquí es donde he pasado toda mi vida y aquí está todo cuanto conozco. Sinceramente no cambiaría esta ciudad por nada del mundo. Anoa se llevó las manos a los ojos y comenzó a rascarse -¡uf! Cuanto humo hay aquí. -¿Quieres que salgamos un momento a la calle? Le propuse. -Oh si, por favor. Cogí su mano y la llevé hasta la puerta de salida. Su mano estaba fría a pesar del calor que hacía en ese lugar, pero era tierna, tierna como un bebé. Mientras yo sujetaba su mano la ilusión sujetaba la mía, y de esa forma íbamos los tres hacia la calle. Llegamos a la puerta de salida y pude ver algo que me sorprendió. Estaba lloviendo. -¡Oh, mira esta lloviendo!- me dijo. Nos quedamos mirando la lluvia durante un largo rato desde la puerta, protegiéndonos del agua. Anoa se acercó a mi oído y me dijo de forma mimoseante –me encanta la lluvia- entonces cogí de nuevo su mano y la llevé al centro de la calle. Estaba desierta. Anoa no paraba de reír y poco a poco me contagió la risa. -El mundo es nuestro-grité mientras me limpiaba las gotas de la cara –Todo nuestro. ¿Qué quieres decir?- me preguntó. 17
  • 19. El Profeta de Su Tierra -Las calles están vacías, somos libres, podemos hacer lo que deseemos – dije, aunque en realidad yo solo deseaba una cosa. Recorrimos algunas calles, cada vez llovía con más intensidad, saltamos en cada charco que apareció en nuestro camino y corrimos como locos. Nuestras ropas estaban empapadas. Las risas no cesaron nunca. -Mira ¿Qué es eso?- le pregunté -No, eso no, por favor- rió – Estás loco- siguió riendo. -¿Como que no?- La cogí de la mano una vez más. Bajo un tejado había un canalón estropeado de donde salía un enorme y apetitoso chorro de agua que caía desde gran altura. Fuimos directamente a él. Sin pensarlo dos veces me metí bajo el agua e hice una especie de danza misteriosa improvisada, Anoa casi muere a causa de las carcajadas interminables. -Anoa ven conmigo. -No, estás loco, me das miedo. -Anda ven, sé que en el fondo lo estás deseando. -Pero como voy a querer…- me miró, se miró –está bien, lo haré. Se metió bajo el agua, conmigo. Estuvimos haciendo el tonto hasta quedar agotados, entonces nos quedamos quietos, mirándonos fijamente a los ojos. En ese momento el reloj de arena se detuvo. Mi corazón latía tan rápido que estuvo a punto de pararse, utilicé todas mis energías y saqué fuerzas. Sus labios estaban esperando. 18
  • 20. Gonzalo Román Márquez Mis dos manos fueron a su cintura, la empujé hacia mí, con suavidad, casi sin moverla. Nuestros ojos cada vez más cerca permanecían fijos y sus cuatro lunas dilatadas. El momento que tanto anhelaba estaba próximo y quería que no llegara para que nunca se acabase, pero ese momento llegó y las mariposas revolotearon libres por nuestros estómagos. 19
  • 21. El Profeta de Su Tierra Capítulo (-1) Fue el comienzo de una era feliz en mi vida, los meses siguientes fueron maravillosos y la alegría se cosechaba en abundancia. En el trabajo todo marchaba genial y me habían subido el sueldo por tercera vez consecutiva. Anoa y yo decidimos irnos a vivir juntos y así lo hicimos. Decidimos alquilar una casa en la zona más lujosa de la ciudad, con un enorme jardín y una hermosa piscina. El inmueble por dentro era terriblemente grande. Habilitamos una de las habitaciones para crear un lugar adecuado en el que Anoa pudiera estudiar con tranquilidad y que le fuera lo más cómodo posible terminar sus estudios de Económicas. Durante todo el día sobraban los abrazos y las caricias, el decirnos “te quiero” se convirtió en algo habitual, hacíamos el amor a todas horas. El amor era el perfume que rodeaba nuestro entorno. Una mirada, una sonrisa o un beso suyo me daban la vida. -¿Has pensado ya lo del nuevo trabajo?-me preguntó un día. Yo estaba sentado observando un catalogo de automóviles, pues tenía en mente comprarme uno, levanté mi cabeza y la miré -¿Acaso no estás bien aquí? 20
  • 22. Gonzalo Román Márquez Anoa se acercó por mi espalda, puso sus manos en mis hombros y comenzó a masajearme –Claro que estoy bien aquí, pero el sueldo será mucho más elevado- Tras decir esto me besó en la mejilla. -Tampoco hay tanta diferencia- le dije. -Pero es que aquí apenas nos queda dinero para salir, entre el alquiler, el mantenimiento de la piscina y la universidad. -Si quieres podemos irnos a una casa más pequeña. -No, no te preocupes, aquí estoy muy bien- dijo mientras se tocaba el pelo. –Pero es que… -Por favor no empieces con lo mismo de siempre. -Sabes que me haría mucha ilusión- su tono era el de una niña convenciendo a su papá. -A mí me parece una tontería. -Claro, a ti todo lo que yo digo te parece una tontería- gruñó. -Te he dicho un millón de veces que tienes unos pechos perfectos ¿Cómo quieres que te lo diga?- le había levantado la voz, siempre me sacaba de quicio con ese tema –Además se trata de una operación, todas las operaciones tienen sus riesgos. -Sé perfectamente que te gustan mis tetas, me lo repites todos los días. -¡Pues parece que no te enteras!- le grité –Yo te quiero tal y como eres. El tono de la conversación era cada vez más tenso, ambos echábamos fuego por la boca. -No se trata de lo que tú sientas, se trata de mí ¿Por qué coño no piensas más en mí? No te das cuenta que se 21
  • 23. El Profeta de Su Tierra trata de un complejo que tengo desde que tenía quince años. Me parece genial que te gusten, pero tienes que darte cuenta que a la que no le gustan es a mí. Cada vez que me veo desnuda en el espejo me siento fatal. El ambiente seguía igual de tenso. -Eso son tonterías tuyas- le dije –Creo que deberíamos contratar a un psiquiatra en lugar de un cirujano. Anoa comenzó a llorar y salió corriendo hasta nuestra habitación. Fui tras ella. Me la encontré tumbada en la cama, bocabajo y no paraba de llorar. Entonces una punzada atravesó mi corazón y fui a consolarla. Me senté junto a ella y acaricié su pelo. -Lo siento mi amor, no quería hacerte daño. -Déjame sola. No sabía que hacer, jamás la había visto así, y haría cualquier cosa por que estuviera bien. -De acuerdo tú ganas. Te prometo que si me surge alguna oferta de trabajo con mejores condiciones y mejor sueldo la aceptaré, y si es en otra ciudad pues haremos las maletas. Anoa se giró, ya no tenia lágrimas… y me abrazó. Días después de esta discusión la armonía volvió a nuestras vidas, el amor volvió a su cauce y todo era como siempre había sido, aunque yo temía una cosa, algo que por mucho que intentara olvidar Anoa siempre se encargaba de recordármelo, día tras día. -¿Has recibido hoy alguna oferta? -No, todavía no. 22
  • 24. Gonzalo Román Márquez Por suerte y para compensar lo que inevitablemente el futuro me traería, pude elegir un flamante y maravilloso Audi, el coche de mis sueños, cuyo volante no tardaría en tener entre mis manos. El tiempo voló y el futuro se convirtió en presente. El día temido había llegado. Por desgracia llegó una interesante oferta de trabajo única y exclusivamente a mi nombre, por lo que Anoa no tardó en enterarse. No tuve más remedio que aceptarla. El banco, muy amable, al enterarse de la nueva y prometedora oferta no puso ningún inconveniente al conceder el préstamo que necesitaba para pagar el Audi y la operación de Anoa, casi tan cara como el coche. -Que contenta estoy- repetía una y otra vez –Te ase- guro que vas a hacerme feliz, eres la persona que más quiero, y voy a pasar contigo el resto de mi vida. Por muy maravillosas que fueran estas palabras, a mí no se me quitaba de la cabeza la enorme deuda que tendría en el bolsillo. Aunque supongo que lo importante era verla feliz. Poco tiempo después yo tenía el volante de mis sueños en mis manos y los sueños de Anoa cumplidos. -¿Has visto que bien me quedan? -La verdad es que estás estupenda, pero te recuerdo que las de antes también me gustaban. Por mucho que no quisiese reconocerlo, lo cierto era que Anoa se había convertido en una obra de arte. Si antes era perfecta en estos momentos no sabría como describirla. 23
  • 25. El Profeta de Su Tierra Como la deuda era tan grande no tuvimos más remedio que buscar un pisito pequeño en una ciudad gigante, de donde era originaria la oferta de trabajo. Tuvimos suerte y logramos encontrar un lugar donde vivir relativamente cerca del edificio donde estaba ubicada la empresa que me había contratado. Anoa se encargó de la decoración, le encantaban esas cosas y llenó las paredes con cuadros pintados por ella misma. Tenía muy buena mano para la pintura. -Te quiero- solía decir cada vez que se cruzaba conmigo –No podría vivir sin ti, tú le das sentido a mi vida, si no estuvieras conmigo nada tendría sentido, gracias por existir. Los días pasaban con normalidad pero mi felicidad iba en aumento. Todos los momentos eran brillantes, nuestro amor estaba en pleno apogeo. Anoa hacía que el pequeño piso se convirtiera en un palacio en donde ella era la princesa. -Hoy estás muy guapa princesa- le decía todos los días. Yo sabía que le encantaba que la llamara princesa. Cuando lo hacía sus mejillas se convertían en jugosas manzanas y con su ligera sonrisa conseguía uno de mis abrazos. ¡Como la quería! Un día, en lo mejor de la relación, me dijo que tenía que irse unos días a nuestra ciudad de origen, para solucionar unos temas de papeleos en la universidad, que estaría en casa de sus padres durante ese periodo y no tardaría mucho en volver. 24
  • 26. Gonzalo Román Márquez -Tardes lo que tardes te echare de menos- la besé con suavidad –Pero no te preocupes, tú soluciona lo que tengas que solucionar, lo mejor para ti será lo mejor para los dos. -Te quiero mucho- me abrazó –haré tolo lo posible para estar aquí contigo cuanto antes. Esa noche dormimos abrazados como casi todas las noches pero con la diferencia de que no nos despegamos en ningún momento. Al llegar la mañana se fue. Durante los siguientes días el silencio parecía más silencioso que nunca, toda la casa se había quedado muda y tenía la enorme necesidad de llamarla a todas horas. Sus palabras saliendo del auricular del teléfono tenían en mí un efecto relajante y tranquilizador. Oírla reír ablandaba mi corazón y lo hacia más grande. En cada palabra podía imaginar sus gestos. Su forma de ser alegraba mis momentos y conseguía sacar el sol en mi invierno, mi vida entraba en armonía…No me esperaba en ningún momento lo que iba a pasar. Poco tiempo antes de regresar Anoa comenzó a mostrarse distante y fría en las conversaciones telefónicas -¿te pasa algo?- solía preguntarle. Ella cambiaba de forma sutil el tema y colgaba el teléfono en cuanto podía –Tengo que irme, mañana hablamos- Las conversaciones de dos horas se redujeron a apenas cinco minutos. Mi corazón ciego se negaba a ver la realidad –Estará cansada, mañana será la de siempre. La situación fue empeorando, misteriosamente no cogía el teléfono –Perdóname es que no tenia el móvil 25
  • 27. El Profeta de Su Tierra encima- me decía mientras yo me volvía loco intentando localizarla. Fueron días muy malos, la paranoia absorbía mi cerebro –Pero que pasa ¿Cuándo vas a volver? – le preguntaba constantemente. Casi pierdo mi racionalidad, me obsesioné con ella. Hasta que un día volvió. -¿Por qué no has traído las maletas?- la miraba una y otra vez. -Éneric, no voy a quedarme- dijo alargando las palabras Me acerqué a ella e intente besarla, me apartó de un empujón -¿Pero que haces?- me gritó. -Sólo intento darte un beso ¿Qué está pasando? -Éneric sabes que últimamente la relación no iba muy bien. -¿Qué? -No es por ti, de verdad, he sido muy feliz contigo pero las cosas terminan, y cuando terminan no hay nada que hacer. Por favor no insistas. Sé que todo esto puede parecerte muy brusco pero créeme, tú y yo no somos compatibles y es lo mejor para los dos. Por favor no llores, es la primera vez que te veo así. Verás como encuentras a alguien con quien estarás mucho mejor que conmigo. No te eches la culpa. Es una decisión que me ha costado mucho tomar y no hay ningún motivo especial, eres encantador. Tras una larga conversación me dejó claro que no quería seguir conmigo pero no me dio una explicación, y entonces aprendí algo muy importante: “cuando una 26
  • 28. Gonzalo Román Márquez relación se rompe por ningún motivo es porque hay algo que no se quiere o no se puede revelar”. Me dejó con una seguridad y una frialdad tan grande que ni siquiera me parecía la misma persona de la que estaba enamorado. Durante toda la conversación quise decir algo pero no podía, mi lengua era de piedra. En ese momento si hubiera tenido una espada hubiera atravesado su corazón como ella estaba atravesando el mío con sus palabras. Algún tiempo después me enteré del autentico motivo de la ruptura. Mi querida Anoa, quien aseguraba querer pasar conmigo el resto de su vida, la que se consideraba la chica más feliz del mundo a mi lado y quien no podía vivir sin mí, había decidido dar un cambiazo y sustituirme nada más y nada menos que por mi antiguo jefe, dueño de la inmobiliaria más importante de mi ciudad natal, ciudad que no pisaré jamás, ya que no tengo ninguna intención de reencontrarme con el pasado. Ni con el pasado ni con nada.” Éneric abrió los ojos, la realidad lo deslumbró y le mostró el mensaje de siempre: “Todo ha terminado.” Su corazón ardía tanto que podía notar como quemaba su pecho y el aire se le hizo tan espeso que apenas le entraba en los pulmones. Sus ojos se convirtieron en un inagotable manantial de agua salada. Sus pensamientos se desviaron y recrearon la imagen de Anoa riendo, bailando, colocándose el pelo con las manos y lo peor de todo, abrazando a otro hombre de la 27
  • 29. El Profeta de Su Tierra misma manera que lo abrazaba a él. De golpe un enorme dolor le hizo llevarse las manos a la boca, cuando las apartó pudo verlas llenas de sangre, sangre proveniente de uno de sus labios, el inferior concretamente. El hecho de imaginarse a Anoa con otro le había provocado tanta rabia que de forma inconciente se había mordido el labio hasta atravesarlo con sus colmillos. Éneric sonrió. La sangre cubría su mandíbula y goteaba desde ésta sobre la camiseta, una camiseta que unos minutos antes era blanca y en esos momentos parecía un lienzo pintado por algún artista de arte contemporáneo. Se levantó y se acercó al equipo de música, por el camino dejo una hilera de gotas rojas en el suelo. Con el dedo índice de su mano derecha ensangrentada pulsó el botón de expulsado del reproductor de cd´s. La bandeja salió conteniendo un disco de Tchaikovsky, Éneric extendió su mano y lo cogió por los bordes, lo acercó a su cara y lo utilizó como si fuera un espejo de cristal. Cuando vio su cara se quedo inmóvil como las gotas de sangre en el suelo y comprendió algo. “Si un pequeño dolor como este ha conseguido anestesiarme, otro dolor mucho mayor puede hacerme olvidar para siempre el sufrimiento que llevo dentro” Entonces cogió las llaves de su coche y salió por la puerta. Éneric estaba siendo llevado por doscientos veinte caballos desbocados –Necesito encontrar una gran recta- se decía mientras esquivaba asustados conductores que tocaban el claxon a su paso. Siguió buscando, dando vueltas por toda la ciudad pero no encontraba nada. –Voy 28
  • 30. Gonzalo Román Márquez a mirar en el mapa- sacó un mapa de la guantera en el que venían todas las calles de la ciudad –Ésta es perfecta- siguió el camino indicado en el mapa para llegar a una gran recta. No era la más larga de todas pero tenía algo que las demás no tenían, una bonita y peligrosa curva casi al final. –Ya te tengo, eres mía- gritó en cuanto llegó a ella. Éneric pisó el acelerador. Los caballos rugieron como leones, apenas había trafico, el motor alcanzó su máxima potencia, la curva se acercaba, Éneric no pensaba, sintió miedo, cerro los ojos, empezó a notar como la aceleración lo dejaba clavado en el asiento, sentía miedo, abrió los ojos, la curva estaba muy cerca, cerró los ojos, comenzó a pensar, recordó el sabor de un helado de chocolate, los placeres de la vida se presentaron de forma fugaz, se dio cuenta que su vida era mucho más importan- te que cualquier situación amarga por la que pudiera pasar. La vida es lo único que tenemos y si la perdemos todo se va con ella. Tenía que pisar el freno o todo terminaría para siempre, abrió los ojos, levantó el pie del acelerador y se dispuso a frenar, pero fue inútil, un segundo después de abrir los ojos el coche atravesó la curva y volaba por encima del terraplén. Éneric cerró los ojos. 29
  • 31. El Profeta de Su Tierra Capítulo Zero Éneric abrió los ojos, una luz blanca lo cegaba. Podía distinguir ante él la figura de una mujer que le decía algo: -¿Estás bien? Parecía ser la silueta de Anoa. Éneric se esforzó para hablar y lo consiguió –Anoa, cariño, he tenido una terrible pesadilla, me dejabas por otro y yo me volvía loco, al final intenté suicidarme pero antes de morir todo… ya estoy despierto y te aseguro que es un gran alivio- tras decir esto Éneric sonrió y se sintió relajado, maravillosamente relajado. Cerró los ojos. -Lo siento señor creo que está delirando. Éneric abrió los ojos como nunca y la figura de mujer se volvió nítida y clara. Era una enfermera y estaba en un hospital. -Tranquilícese señor acaba usted de despertar de un estado inconsciente y necesita reposo- la enfermera lo sujetaba mientras decía esto. Éneric intentaba levantarse del colchón inútilmente, pues su debilidad lo dejaba tan fuerte como un niño de dos años –por favor relájese- la enfermera tocó el timbre para pedir ayuda –pronto se encontrará mucho mejor. Al cabo de unos segundos la habitación se llenó de médicos y enfermeras. Uno de los médicos se le acercó y le hablo al oído: -Señor Éneric, soy el doctor Tomilson, ha 30
  • 32. Gonzalo Román Márquez despertado usted después de un grave accidente, debe dar gracias de seguir con vida, muy pocos sobreviven a un accidente de tal intensidad, pero son muchos menos los que despiertan con tanta energía como usted. Éneric dudaba si la pesadilla era lo del accidente o lo que le estaba sucediendo en aquella habitación del hospital. Los días pasaron. La recuperación fue bastante rápida. Gracias a los sistemas de seguridad del magnifico vehiculo no le quedó ninguna secuela. La verdad es que los médicos estaban muy sorprendidos, no sólo por la supervivencia, sino también por la recuperación tan rápida que tuvo tras el despertar. -En los treinta años que llevo en este hospital- solía decirle un medico con cara de tortuga a Éneric cada vez que entraba en su habitación –jamás he visto algo semejante. Créame señor si le digo que si ha superado un accidente de esa intensidad con tanta relativa facilidad y se ha recuperado con tanta rapidez es porque debe haber algún motivo que científicamente no se puede demostrar. Me sorprende, créame que me sorprende. Unos días antes de recibir el alta, un celador del hospital entró en la habitación de Éneric con un carrito que tenía un ligero ruido a desengrasado. -Durante tu largo sueño alguien vino y dejó esto para ti- el celador cogió una maleta que había sobre el carrito y la puso sobre la cama de Éneric –me temo que es la única 31
  • 33. El Profeta de Su Tierra visita que recibió. No sé que contiene y tampoco tengo conocimiento de quien la dejó, de lo que estoy seguro es que no contiene nada peligroso, seguramente lo habrán examinado en recepción. Éneric levantó su cuerpo y colocó la maleta con lentitud sobre sus piernas. Por un instante pensó que podía tratarse de una bomba que haría saltar todo por los aires “tal vez la muerte ha realizado mal su trabajo y ahora ha venido a buscarme… pero que estoy pensando, esta maleta es demasiado grande para contener un bomba, además se abre con cremallera ¿Que idiota crearía un sistema de explosión activado con una cremallera?” Abrió la maleta. -¿Pero que es esto? Es mi ropa ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí? ¿que significa esto? Y dices que la persona que la trajo no dejó ningún dato. Es todo tan extraño. -Tan sólo dejó un papel en el que decía que el contenido era para usted. Nada más. El día del alta llegó. Éneric estaba totalmente recuperado y no necesitaba permanecer ingresado más tiempo. Buscó la ropa más cómoda de la maleta para ponérsela. Estaba casi terminando de vestirse cuando un auxiliar abrió la puerta. -Por favor señor Éneric. El director le espera en su despacho, dice que se dé un poco de prisa. Si quiere le acompaño. 32
  • 34. Gonzalo Román Márquez -Si por favor, no me gustaría perderme en un edificio como este. El auxiliar guió a Éneric por el inmenso laberinto de inevitable olor a penicilina y otros medicamentos hasta el lugar que nadie hubiera encontrado por sus propios medios. -Bien señor, yo le dejo aquí, es esta puerta- dio un par de golpes con sus nudillos y se alejó. Momentos después la puerta se abrió. -Entre usted por favor señor Éneric y siéntese. Tenemos que hablar de algunos asuntos. El hombre que abrió la puerta tenía el típico aspecto de director de hospital, abundante pelo blanco, cara redondita con barba bien recortada del mismo color que el cabello y la típica sonrisa petrificada de la que todos se fían. Y por supuesto estaba bastante gordo. Al pasar la puerta pudo darse cuenta que había alguien sentado frente a la mesa del director. Éneric no podía verle la cara ya que estaba de espaldas a él, lo que si podía ver era el espeso humo que salía de un cigarro puro que sujetaba con sus largos dedos y se acercaba constantemente a la boca. Sobre la mesa podía verse otro hilo blanco que subía casi hasta el techo desde un cenicero donde yacía otro cigarro casi entero. Éneric supuso que debía pertenecer al director del hospital “vaya ejemplo” pensó. El misterioso señor hizo girar la silla en la que estaba sentado y se levantó. 33
  • 35. El Profeta de Su Tierra -Encantado de conocerle Señor Éneric, me alegra verle en buen estado, el director Mans me ha contado todo sobre el accidente. Quien iba a decirle que si hubiera permanecido un minuto más en el coche su cuerpo sería ahora un montón de cenizas. Buen trabajo el de los bomberos ¿no cree? Por cierto mi nombre es Solarius. Solarius estaba de pie frente a él, Éneric no podía dejar de mirarlo de arriba abajo, era un ser extraño, extremadamente alto y delgado, bien vestido pero dando la apariencia de lagartija anoréxica, en su cara blanquecina podían distinguirse todos los huesos. -Muy bien pero ¿Qué es lo que realmente quiere de mí?- preguntó Éneric mientras se rascaba la cabeza. -Pues…he venido a decirle. Bueno más bien he venido ha explicarle que… -Por favor tomen asiento, hay sitio para todos- cortó bruscamente el director Mans –puede que sea un tema delicado y necesitaremos bastante tiempo ¡oh si Éneric! Puede coger esa silla si cree que va a estar más cómodo, acérquese por favor junto a la mesa. Un vez que estaban colocados cada uno en su asiento, en una posición triangular donde cada uno de ellos se convertía en un vértice alrededor de la mesita de cristal que Mans había acercado en el centro y podían verse cara a cara, Solarius decidió iniciar la conversación. -La verdad no sé como empezar, se trata de algo muy delicado. Por favor no se distraiga, ya tendrá tiempo de 34
  • 36. Gonzalo Román Márquez mirar por la ventana cuando haya terminado. Soy corresponsal financiero de su banco y tengo la obligación de ponerle al día sobre su situación económica actual. Voy a quitarme la chaqueta, tengo calor- se levantó y dejó la chaqueta en la percha que estaba al lado de la puerta, luego volvió a su sitio- Mire, usted ha sido un buen cliente durante todos estos años pero me temo que la situación ha cambiado. Los préstamos que ha recibido, a un bajo interés tengo que decir, han consumido casi por completo su cuenta, ya sabe que las deudas deben pagarse y los bancos no se preocupan por su estado de salud, por si usted estaba inconciente o muerto, simplemente se preocupan de recuperar el dinero prestado más los intereses. ¡oh claro que no intento darle una lección de Economía! El caso es que los préstamos no estaban pagados totalmente. -¿No estaban?- preguntó extrañado Éneric queriendo saber realmente “¿es que ahora ya lo están?” -Déjeme que continúe. Usted tenía un seguro privado de salud, un buen seguro según tengo entendido, que le cubría todo, o más bien casi todo. Verás, el seguro le cubre todo siempre y cuando no sea provocado por intento de suicidio. Éneric se llevo las manos a la cabeza, empezó a notar como las realidad se convertía en un infierno, tenía ganas de llorar pero no lo hacía, su pecho sentía la presión de la pisada de un elefante y para colmo Solarius seguía hablando. 35
  • 37. El Profeta de Su Tierra -…como la aseguradora no quiere entrar en juicios para evitar escándalos provocados por esta cláusula desconocida por muchos, ha decidido, tras llegar a un acuerdo con el banco, pagar el resto de la factura emitida por el hospital y de la cual usted no puede hacerse cargo por completo. Para terminar de pagar los prestamos que tenía con nosotros y parte de la factura del hospital hemos decidido obtener el dinero vendiendo sus participaciones del fondo de inversión que usted poseía desde hacia varios años. Comprenda que es lo mejor que hemos podido hacer por usted, si el banco hubiese querido se podría haber adueñado del fondo pues al no disponer de aval usted lo puso como garantía al recibir el préstamo. Lo siento, sé que es muy duro, en estos momentos no dispone de dinero pero verá como sale adelante. Tengo que irme, me espera un día muy largo y no puedo quedarme más tiempo aquí- Solarius cogió su chaqueta y salió por la puerta tan rápido como pudo. Éneric y el director Mans quedaron frente a frente sin decir nada, sentados como piedras, silenciosos como la oscuridad, incómodos por la tensión de la situación. En ese momento el director sacó una pequeña caja de cartón de un mueble que tenía justo detrás y se la dio a Éneric. -Esto es lo que pudimos recuperar del accidente, algunas cosas estaban en tus bolsillos. Éneric abrió la caja, en ella se encontraban las llaves de su casa, algunas monedas de poco valor, el teléfono móvil completamente destrozado y su cartera con toda la documentación en el interior. Mientras miraba el interior 36
  • 38. Gonzalo Román Márquez vio caer un billete de bastante valor dentro de ésta. El director no pudo aguantar la presión del momento y su corazón se le hizo algodón- Ve a comer algo- le dijo. En realidad Éneric se sintió fatal, nunca antes imaginó que algún día recibiría limosna, sus ojos se encharcaron y todo se le hizo borroso. Mientras iba de camino a casa en el taxi, sólo pensaba una cosa, que la vida no cambia poco a poco, sino que cambia de golpe y cuando menos te lo esperas. Miraba unos meses atrás y se veía feliz, miraba el presente y no reconocía su propia vida, no tenía a nadie a quien pedir ayuda y no quería por nada del mundo que sus amigos y sus familiares lo vieran en esta situación tan desastrosa, sobre todo su madre, pensaba en ella y no quería disgustarla por nada. Él era para ella el gran triunfador de la familia, un gran ejemplo a seguir, el hijo perfecto para sentirse orgulloso frente a las vecinas. ¿Estaría preocupada después de todo este tiempo sin saber de él? ¿Debía llamarla para tranquilizarla? Así lo hizo, paró en una cabina y la llamó. Por suerte su madre no se había enterado de nada y no tenía ninguna preocupación por él, Éneric terminó la conversación diciéndole que se iría al extranjero y que estaría algún tiempo sin poder contactar con ella pero que no debía preocuparse por él, que cuando volviera la llamaría. Colgó y lloró como un bebé. Éneric tenía ganas de llegar a casa y meterse en la cama para olvidarse de todo. Esta situación tan dura lo había dejado agotado. Hacía unos días estaba inconciente “ojala me hubiese quedado así” pensó. 37
  • 39. El Profeta de Su Tierra Volvió al taxi y terminó el trayecto, no tuvo que andar mucho para llegar al portal cuya puerta se encontraba abierta, además el taxista le bajó la maleta del coche. Miró su buzón correspondiente al entrar para ver si tenía alguna carta pero estaba vacío, tan vacío como su vida. Subió las escaleras con lentitud hasta llegar a la puerta de su casa. El taxista ya se había ido. Mientras cogía el manojo del bolsillo Éneric soñaba con soñar pacidamente sobre su cama. Seleccionó la llave correspondiente y se dispuso a abrir la puerta pero algo ocurría, era incapaz de abrirla. Pensó que se había equivocado de llave y probó con todas y cada una de ellas pero no pudo ¿se habría oxidado? Éneric desesperado se acurrucó y adoptó la posición fetal apoyándose en la maldita puerta. Se quedó dormido al instante. Cuando se encontraba en lo más profundo de su sueño algo lo despertó, parecía un terremoto, o tal vez el tambor de una lavadora en el periodo de centrifugado. No fue eso, tras espabilarse pudo darse cuenta que alguien lo estaba zarandeando. -Eh, ¿Qué hace ahí? Va a molestar a los inquilinos, deben estar a punto de llegar. -Señor casero, que alivio, no se preocupe, el inquilino soy yo, soy Éneric, tengo problemas para entrar, mire…la llave no sé que le pasa pero me ha sido imposible abrir la puerta- Éneric sacó el manojo de llaves mientras decía esto. 38
  • 40. Gonzalo Román Márquez -Evidentemente. No ha podido abrir porque ninguna de esas llaves es la que abre la puerta. Yo personalmente cambié la cerradura. -¿Cómo dice? ¿que ha cambiado usted el que? ¿acaso no pudo avisarme? Me gustaría recibir una explicación de este cambio- gritó Éneric enojado. -La explicación es muy rápida y sencilla: ¡usted ya no es el inquilino de este apartamento!- contestó el casero con la voz todavía más elevada que Éneric -¿Qué? -Como hacía tanto tiempo que usted no me pagaba el alquiler y me enteré del accidente del que me dijeron los médicos que sería muy difícil que saliera adelante, aunque lo veo estupendamente la verdad, decidí volver a alquilar el apartamento. Los muebles me los he quedado como compensación económica por los atrasos. Cuando estuve en el hospital le llevé una maleta con su ropa ¿se la entregaron? Ya veo que si. Pues me temo que ya no puede quedarse. Mire por ahí viene la familia que vive ahora aquí, no se preocupe seguro que encuentra otro lugar mucho mejor que éste. -Que hijo de puta- le dijo. Éneric salió a la calle. Sus pertenencias se reducían a una maleta llena de ropa y a un billete recibido como limosna del que ahora no sabía que hacer, si alquilar una habitación para pasar la noche o ir a comer a un restaurante. El billete era de gran cantidad y le daba de sobra para hacer una de las dos cosas pero por desgracia no llegaba para las dos, así que debía pensarlo muy bien. 39
  • 41. El Profeta de Su Tierra Éneric tenía tanto sueño y estaba tan cansado que decidió alquilar una habitación en una pensión que había en la misma calle donde estuvo viviendo y que era la única que conocía. Era demasiado temprano para dormir y demasiado tarde para comer. No tuvo otra opción, entró en la habitación, dejó la maleta en el suelo y se tumbó en la cama sin quitarse la ropa. Antes de que su cabeza tocara la almohada ya estaba en el mundo de los sueños, algo que por desgracia no duró mucho ya que el hambre lo despertó a la media hora. El estomago de Éneric rugía como lo hacía el motor de su coche antes del accidente, no podía dormir, lo intentó durante unas cuantas horas pero fue imposible. Las imágenes de exquisitos alimentos, dulces y frutas eran una pesadilla fuera del sueño. Éneric no podía más, necesitaba comer algo. Había dado tantas vueltas en la cama que las sabanas estaban tiradas por el suelo. Pensó que con el dinero que le había sobrado podía acercarse a alguna multitienda de las que tienen abierto veinticuatro horas y comprar algo de comida, pues los comercios normales ya estaban cerrados a esas horas. Ya era de noche y bastante tarde. Éneric recordó que al pagar la estancia de la pensión metió el dinero sobrante dentro de la maleta junto con toda la ropa. Para no perder el tiempo, pues su estomago lo obligaba y volvía loco de hambre, Éneric cogió la maleta y se fue con ella a buscar alguna tienda que estuviese abierta a esas horas. Guiado por el hambre o tal vez por el 40
  • 42. Gonzalo Román Márquez instinto y tras andar mucho, pudo encontrar una maquina expendedora de comida apoyada en la pared de un comercio, ya cerrado, bastante lejos de la pensión, allí vació la maleta para buscar el dinero y compró todo lo que pudo. Instantes después la hiena tenía el estomago sobradamente completo. Saciada ya su hambre pero no el sueño Éneric decidió volver a la cama pero había un gran problema, no sabía volver a la pensión, estaba perdido como un niño en un centro comercial que se aleja de sus padres. Así que después de dar muchas vueltas, cuando encontró un hueco bajo las escaleras de la entrada de una casa no dudó en meterse. Allí se acurrucó. Hacia frío, por lo que utilizó la maleta como muro o pared para protegerse del aire que soplaba helado como el filo de un cuchillo recién afilado. Así, en ese triste lugar paso Éneric su primera noche en la calle, hasta que llegaron los primeros rayos del sol. En ese momento le quedó bien claro que cuando la vida se ensaña con alguien lo hace de verdad, pues al despertar pudo ver que la maleta ya no estaba, se la habían robado, y con ella se habían llevado también las migajas de esperanza que tenía de mejorar su situación. Y como un perro manso llevado por su amo, Éneric con resignación se puso el collar y entregó la cadena a las manos del destino. 41
  • 43. El Profeta de Su Tierra Capítulo 1 Las botas de Éneric se seguían sin ganas mientras recorrían una ciudad completamente desconocida para él. El desconcierto hacía que el camino a ninguna parte se hiciera el más largo de cuantos había recorrido en su vida, dando a los segundos el poder de dilatación con el que conseguían ser tan largos como el camino. Un tiempo que no pasa y un camino que no termina. Así era su vida. Como un árbol sembrado en el desierto, se sentía sólo y fuera de lugar. Cada vez que miraba a sus manos los ojos derramaban agua salada. Tan delgadas, tan limpias, tan finas, tan vacías. No dudaba en meterlas en los bolsillos, unos bolsillos tan vacíos como sus manos. -Camina, camina, vamos camina -se decía -¿pero a donde? No importa, tú sigue andando. El sol de la mañana era lo único que tenía. Suave y amarillo rozaba su cara. Caliente y dulce “si pudiera guardarte para la noche”. La noche lo aterrorizaba desde el inicio del día, su primer día. Prefería no pensar en ello, simplemente pasear y olvidar su vida. La ciudad parecía más gris que nunca, un gris subjetivo que podía entristecer unicornios, un gris más 42
  • 44. Gonzalo Román Márquez oscuro que el mismísimo negro. Los edificios parecían titanes dispuestos a luchar unos contra otros, no paraban de mirar a Éneric, que seguía dando vueltas por semejante laberinto infinito donde no existía ni principio ni final. El suelo que se iba endureciendo a cada paso implicaba que en cierto momento dar uno más suponía sentir dolor. De esta manera era inevitable tener que sentarse en cualquier parte, lo que provocaba, pues todo estaba tan duro como el suelo, ligeros dolores por todo el cuerpo y un fuerte dolor de espalda. Por lo tanto Éneric debía decidir que parte del cuerpo prefería sacrificar, si la espalda o los pies. El tiempo, aunque despacio, iba pasando. Cuando quiso darse cuenta ya había pasado el medio día y se acercaba la tarde. Y lo mismo sucede en la vida, cuando nos damos cuenta ya ha pasado el medio día, la tarde y si nos descuidamos la noche. No había comido y sabía que tarde o temprano tendría hambre. Lo había pensado varias veces a lo largo de su tremenda caminata e intento saber como conseguir algo para llevarse a la boca en el momento que su estomago se lo pidiera. Por supuesto no estaba dispuesto bajo ninguna circunstancia a coger comida de la basura. Lo que ocurrió es que surgió algo que no había tenido en cuenta en todo el día y que nunca se lo hubiera imaginado: La sed. Había pensado en buscar un albergue donde le dieran comida, un restaurante donde pedir lo que pudiera sobrar o incluso donar sangre para que le regalasen un 43
  • 45. El Profeta de Su Tierra bocadillo. No encontró nada, a excepción de un pequeño bar-comedor en el que las palabras del cocinero-¡si quieres algo lo pagas!- alejaron a Éneric tan rápido como había entrado. Se sintió tan avergonzado que no quiso volver a pedir nada en ningún otro sitio. Creía que moriría de hambre, pero eso fue antes. Pensaba que quien lo sacaría de este mundo sería un estomago vacío. Eso pensaba, hasta que comenzó a sentir que la boca se le secaba. Le faltaba el agua y en ningún momento la había echado en falta. -Joder que sed tengo ¿Cuánto tiempo llevo sin beber? más de un día eso seguro ¿tengo que encontrar una fuente?- se dijo. Éneric sentía como si estuviera mascando algún tipo de hierba seca. Al separar sus mandíbulas notaba como la lengua se pegaba al cielo de la boca. Nunca había sentido tanta sed, o quizás nunca había dado tanta importancia a no tener agua cerca. Abrió sus ojos tanto como pudo para buscar una fuente donde beber, donde saciar su necesidad, una necesidad que ha existido durante toda la vida y que se presentaba por primera vez en la suya. Al menos a esos niveles. A pesar del dolor de pies que lo frenaba otra fuerza mayor lo impulsaba, el miedo. Corría tanto como su naturaleza le permitía y su corazón acelerado era como un tambor indio. 44
  • 46. Gonzalo Román Márquez Cada vez notaba su pulso más acelerado y su boca más seca. Miraba, miraba y miraba pero no lograba ver nada. Tenía la sensación de haber recorrido más calles en esos minutos que en todo el día. Ahora si que estaba perdido ¡ojala estuviera lloviendo! Ya no podía más, notaba el latido de su corazón incluso en lo más profundo de sus botas. Tuvo que parar a descansar. No se sentó, simplemente se dobló como una escuadra quedando su espalda en paralelo al suelo. Sus ojos que miraban hacia abajo pudieron ver a tres hormigas ayudándose para llevar una enorme pipa de girasol. Que perfección en el trabajo, que compenetración, que manera de ayudarse unas a otras, que compañerismo, que lección para la humanidad. Por un momento olvidó su sed y deseó ser una hormiga. Cuando el tambor bajó el ritmo Éneric se enderezó. Frente a él vio a un joven que se acercaba con una lata de refresco en sus manos. –voy a pedirle que me de un trago y cuando la tenga me la beberé entera- pensó. El poseedor del tesoro se acercó a pasos lentos y agigantados, Éneric ya saboreaba el refresco sin tenerlo entre sus labios. Cuando el chaval quedó a su altura Éneric estiró su dedo índice y apuntó al refresco dispuesto a hacer su petición. El joven lo miró extrañado, se detuvo unos segundos, sonrió y se alejó. Éneric estaba inmóvil y seguía con el dedo índice apuntando, esta vez hacia ninguna parte. Su corazón seguía latiendo pero él parecía de piedra. 45
  • 47. El Profeta de Su Tierra No fue capaz de pedir un trago porque sus palabras se habían evaporado. Lo había intentado, de eso estaba seguro, pero no pudo hablar. Abrió la boca pero no salió nada. Estaba muy asustado, nunca le había pasado nada similar -¿Me habré quedado mudo?-se preguntó. Intentó contar en voz alta del uno al diez pero fue imposible -¿y si Dios me ha castigado por intentar quitarle la bebida a ese chico? La vista comenzó a nublarse y un intenso dolor de cabeza martilleaba el cerebro de Éneric. Era como una tremenda resaca. Además sentía una especie de vértigo que apenas le dejaba mantenerse en pié –voy a morir, voy a morir de sed- No se rindió, siguió andando como pudo y cuanto pudo durante horas. Muy de vez en cuando tenía que parar. Intentó explicar a quien se encontraba a su paso que era lo que le ocurría, mediante gestos, como si fuera un mimo. Pero entre el vértigo, la visión borrosa y que nunca había practicado mímica lo único que produjo fue la risa de quienes lo miraban. Desesperado avanzó por una calle hasta que llegó a una esquina, allí paró otro momento. A lo lejos le pareció ver un pequeño jardín en medio de una plaza. No lo distinguía bien pero las formas de los árboles eran inconfundibles. -Bonito lugar para morir- Los tristes pasos de Éneric lo acercaron a su imaginado lecho de muerte. Allí estaba, iluminado por unas farolas que anunciaban la noche. Un lugar hermoso en medio de una ciudad gris. Unos grandes árboles que 46
  • 48. Gonzalo Román Márquez rodeaban un suave y bonito césped verde recién regado ¡Recién regado! Éneric se lanzó sobre el césped como si lo hiciera en una piscina y comenzó a chupar la hierba húmeda. Como un perro buscaba los pequeños charcos que absorbía hasta quedarlos secos. No era suficiente. Encontró un gran charco y se arrodilló ante él, agachó la cabeza y metió sus hocicos en el agua. Parecía que iba a quedarse a vivir allí, en aquel paraíso mojado. Donde pensó que iba a morir recuperó la vida. Mientras saciaba su ansia de agua notó que alguien tocaba su espalda. Éneric giró la cabeza y miró de reojo. -¿Qué quieres?- ya podía hablar. El extraño le ofreció una botella de plástico llena de agua. Éneric se levantó, la cogió y la bebió entera. -Gracias- dijo Éneric bajando la mirada. -Vengo aquí casi todos los días a llenar las botellas. Suelen encender los aspersores cuando empieza a anochecer. Si hubieras llegado un poco antes lo hubieras visto. Mi nombre es Kórbac ¿Cómo te llamas? -Éneric. -¿Es tu primer día?- preguntó Kórbac. Éneric simplemente asintió. Kórbac brillaba en esos momentos como un ángel. No era un ser muy alto, tal vez uno o dos centímetros más que Éneric. La delgadez de su cuerpo podía intuirse en la cara aunque no parecía demacrado. Estaba cubierto por un enorme abrigo grueso de color ocre y sus piernas llevaban 47
  • 49. El Profeta de Su Tierra unos pantalones anchos de pana. Posiblemente los rellenaba de papel de periódico en momentos de mucho frío. Las botas que tenía eran bastas y fuertes como las de Éneric. Su pelo ondulado, canoso y muy alborotado se movía con el ligero aire que soplaba. Llevaba unas gafas de pasta gruesa, los cristales eran finos y no parecían tener mucho aumento. Tenía una dentadura perfecta y la escasa barba corta, como si se hubiera afeitado el día anterior. La cara parecía ser de alguien interesante, arrugas marcadas pero que no le hacían parecer muy mayor. Éneric se fijó en que tenía las manos y la cara muy limpias. Kórbac se alejo unos metros y cogió una mochila que había en el suelo. No estaba muy vieja y en otra época debió pertenecer a algún niño que la utilizaba para ir al colegio. Parecía estar llena. -Es donde guardo las botellas de agua. Con esto tengo para dos o tres días, aunque ahora estando tú supongo que tendré que venir más a menudo. -¿Estas insinuando que quieres que vaya contigo? -Claro. La vida en la calle es muy difícil. Que mejor que empezar con un buen maestro. -Estoy agotado. Llevo todo el día andando y no he comido nada. Necesito descansar. -No te preocupes. Te llevaré al lugar donde solemos pasar las noches los que vivimos en la calle. No está muy lejos. Es una vieja estación de tren abandonada. 48
  • 50. Gonzalo Román Márquez Además allí tengo escondido un buen abrigo, te vendrá bien. Algunas veces el frío puede ser demoledor. -Lo sé. Ayer dormí bajo una escalera. -Lo de ayer no fue nada. 49
  • 51. El Profeta de Su Tierra CAPÍTULO 2 Éneric no se planteó si el desconocido podía hacerle algún tipo de daño. No sabía por qué pero se fió de él. Tal vez tenía más miedo a la soledad que a lo que pudiera venir, quizás pensó que alguien que ofrece una botella de agua no debe ser muy malo. Fuera como fuese allí iban los dos, caminando con lentitud por una de las numerosas calles de la ciudad. -Creí que iba a morir- dijo Éneric muy bajito. -Bueno. Así hubieras terminado con todos tus problemas ¿no? La muerte es el final. -Pero no es la solución. -¿Tú que sabes? -Intenté suicidarme. Antes de morir supe que es un error. Hay que luchar por la vida hasta la muerte. -Claro. Por eso estamos aquí. -Nunca le había dado tanta importancia al agua. Es algo que sabes que es vital desde que naces y sin embargo… -El agua es lo más valioso de este mundo, al menos para nosotros –cortó Kórbac bruscamente- el oro, los diamantes o las piedras preciosas no tienen otra utilidad que la de ser vendidos. Sin embargo es lo que más valoramos… Éneric sabía que tanto el oro, como los diamantes y las piedras preciosas se utilizaban en la industria, ya fuera en la creación de aparatos electrónicos, láser, o en 50
  • 52. Gonzalo Román Márquez medicina. Pero no quiso decir nada, simplemente lo dejó seguir hablando. -…no nos damos cuenta que sin agua nuestra vida desaparecería. En menos de una semana cogeríamos un vuelo directo en primera clase hasta el otro mundo. Como todavía queda algo de camino hasta que lleguemos, voy a contarte una historia que puede resultar entretenida: “En Crabet, un reino muy lejano situado en medio de un gran desierto, el Rey Tross, para celebrar el cumplimiento de un siglo de edad, decidió en su cumpleaños realizar una serie de pruebas en las que el vencedor obtendría un valioso premio. Fueron muchos los que asistieron al evento, pero solo dos quedarían como finalistas. Tanto hombres y mujeres jóvenes como ancianos y ancianas, niños y niñas podían participar. Las pruebas, aunque desconocidas, se sabía que serian duras y difíciles de superar, pero ninguno quiso desaprovechar la oportunidad. El día llegó. Todos esperaban el amanecer, que era cuando el rey alcanzaría en años el número cien y cuando comenzaría la primera prueba. Conocida como “La criba”. Los gallos ya habían comenzado a cantar hacía tiempo. En las retinas de los participantes aparecía la imagen del palacio real que seguía cerrado ante ellos. -Ya mismo saldrá el rey a explicarnos en que consiste la primera prueba –decía uno -Estoy ansioso por que empiece.- contestó otro 51
  • 53. El Profeta de Su Tierra -Espero que salga pronto porque tengo cosas que hacer en casa –protestó una mujer regordeta que se frotaba las manos constantemente. Al principio nadie estaba pendiente de las puertas y las ventanas del palacio. Pero cuanto más pasaba el tiempo más envenenadas estaban las venas de impaciencia y más se fijaba la gente en la apertura de las puertas. El tiempo seguía pasando y allí nadie daba señales de vida. La multitud comenzó a impacientarse y muchos comenzaron a protestar. -Vaya tomadura de pelo. -Ya decía yo que era muy raro que un rey se acordara de nosotros. -Seguro que se ha olvidado. -Tal vez se ha ido de viaje. -La que se va ir soy yo –dijo la mujer que se frotaba las manos- pues anda que no tengo cosas que hacer. -Yo también me voy. Estoy cansado de esperar. La multitud comenzó a desvanecerse. Cuando el sol se elevaba un palmo del horizonte apenas quedaba la mitad, y cuando se levantó un cuarto más, dos tercios de gente se evaporó. La zona parecía un reloj de arena, cada segundo se marchaban fielmente un número de personas. Se acercó la tarde y no quedaron allí más que un puñado de desesperados que podían ser aplastados todos juntos con el pie de un gigante. Once era su número. 52
  • 54. Gonzalo Román Márquez Entonces en ese momento la puerta principal del palacio se abrió. De ella salieron decenas de niños que portaban cuencos con pétalos de rosas y que iban echando sobre el suelo a su paso. Tras ellos apareció el rey Tross. Cabello y barba blancas brillaban bajo la luz del sol, su sonrisa pura demostraba que nunca fue un tirano y la tranquilidad con que regresaron los súbditos que se habían marchado era la prueba evidente de que fue un gran rey. -Estos once hombres han superado la primera prueba- dijo Tross- la de la paciencia. Como todos sabíais la prueba comenzaría al amanecer. Y así ha sido. Estos hombres deben descansar y estar preparados para la siguiente, de donde solo quedarán dos. No dijo más. Se fue. Todos se miraron extrañados. Incluso los once vencedores no entendían muy bien como lo habían conseguido. Se retiraron a descansar. La prueba comenzaría en un lugar y un momento desconocido, así que debían estar preparados para cualquier cosa. El rey Tross era conocido tanto por tomar decisiones sabias como por lo impredecible que solía ser. La ligera amistad que germinó entre los once, mientras esperaban a la salida del rey, desapareció en el momento que supieron que tan solo quedarían dos. Y la hermosa flor que podía haber salido de la amistad se corrompió como solo la rivalidad sabe hacer y surgió una 53
  • 55. El Profeta de Su Tierra horrible zarza llena de espinas largas y fuertes deseando hacer sangrar al primero que se le acercase. Las miradas sonrientes se transformaron en ojos semicerrados y dientes apretados. Las manos abiertas se cerraron con fuerza. Los pechos se hincharon como el del gallo que anunciaba la llegada del sol y los pensamientos turbios retorcían las ideas. “Solo quedarán dos” retumbaba en las cabezas de la mayoría de los once que intentaban descansar en una de las habitaciones del Hostal Real. Una habitación grande y habilitada para que descansaran estos once hombres todos juntos. Nadie se fiaba de nadie. Nadie sabía que sucedería. Nadie quería morir. Once espadas había colgadas en la pared en frente de las camas. Afiladas para cortar un ala de mosca puesta de canto. Once hachas sobre las espadas. Fuertes y robustas para partir un árbol de una tocada. Once dagas sobre once cojines bajo las camas. Silenciosas como la oscuridad. Y once llaves colgadas de las muñecas de los once hombres. Las ventanas se abrieron y se volvieron a cerrar. Las velas se apagaron de golpe. Los pensamientos se sucedían en las diferentes mentes. -Si alguien se acerca cogeré la daga y le rebanare el pescuezo- pensaba el de la cama que estaba más a la derecha y más cerca de la puerta de salida. 54
  • 56. Gonzalo Román Márquez -Ojala no hubiera superado la primera prueba, ahora seguro que moriré de mano de alguno de estos desalmados. – pensó otro de ellos. -Vaya oscuridad que nos han dejado. Intentaré afinar el oído por si escucho algún ruido de las armas que hay sobre la pared. ¿pero y si se acercan con las dagas? -Uf, que sueño tengo- pensó otro -Voy a dormir. Ya me da igual superar esta prueba o no. Estas camas son tan cómodas. La noche avanzaba y la mayoría estaban más despiertos que antes de entrar en la cama. El miedo y la desconfianza se apoderaban de ellos. Alguno incluso abalanzaba la daga de vez en cuando contra el aire por si alguien se encontraba sobre ellos con malas intenciones. -¿Qué ha sido eso?- pensó el que tenía el oído más afinado- alguno ha utilizado su daga contra alguien. La idea de acribillar el aire se extendió como una moda entre adolescentes. Sin decir palabra alguna las dagas se encontraban en las manos de quienes no podían dormir. El sonido de cortar el aire era como el vuelo constante de un mosquito. Cuanto menos querían oírlo más fuerte sonaba. El miedo hizo que subir y bajar la daga fuera tan rápido como el aleteo de un colibrí. El sonido de las dagas se hizo intenso y perpetuo en la oscuridad. -La llave, la llave, la llave…me voy. -Ha salido alguien yo también me voy. -No quiero ser el siguiente en morir. 55
  • 57. El Profeta de Su Tierra -¿Cuántos quedaran vivos? No quiero averiguarlo saldré de aquí ahora mismo. -Por muy importante que sea el premio no creo que lo sea tanto como dormir con mi mujer tranquilamente. El miedo impulsó a salir a los que estaban despiertos. Aun quedaban cuatro dormidos, pero dos de ellos despertaron con el ajetreo de los que salieron corriendo. -¿Qué ha pasado? Habrá llamado el rey, seguro que no lo he oído porque estaba dormido. Saldré de aquí ahora mismo. -A donde van todos. Iré con ellos. Así, de esta forma, salieron nueve de la habitación quedando dos en ella. Los dos que quedaron dormidos hubieron superado la prueba. Pues esta era la prueba de “El valor” y los cobardes salieron corriendo. Esta prueba no fue del todo justa ya que los dos últimos en salir no lo hicieron por temor a nada, sino porque pensaban que el rey los había llamado para realizar la supuesta prueba. Pero bueno, la vida también comete injusticias que más tarde compensa de alguna otra manera, como hizo el rey regalándoles un par de camellos a estos hombres. A la mañana siguiente el mismo rey fue a despertarlos a la habitación. Con su voz dulce y fuerte los sacó de los sueños y los trajo a la realidad. Cuando 56
  • 58. Gonzalo Román Márquez abrieron los ojos se encontraron con una mesa repleta de dulces, leche y frutas delante de ellos. -Habéis superado la prueba de “el valor”, sois los finalistas –les dijo el rey -¿Pero como? ¿que hemos hecho?- preguntaron ambos. -Eso ahora no tiene importancia, ya leeréis vuestra historia algún día y os enterareis de todo. De momento solo debéis preocuparos por tomar un buen desayuno y estar en la puerta dentro de una hora. Allí está esperando la gente. Comenzará la última prueba y debo explicaros en que consiste. Los dos hombres que quedaron, jóvenes y fuertes ambos, tenían por nombre Jenin y Thaor. Jenin era hijo de un labrador y Thaor hijo de de un escultor. Las madres de ambos eran costureras, como mayoría de las mujeres del reino. En realidad esto no nos interesa así que continuemos con la historia. Cuando terminaron el desayuno fueron a las puertas del Hostal Real. Allí les aclamaban todos los miembros del reino, incluso los nueve con quienes compartieron habitación y parte de la noche. El rey también andaba por allí, hablando con unos y otros como si de un ciudadano normal se tratase. Y es que así era como le gustaba ser. Como uno más. Al verlos en la puerta cortó la conversación que mantenía y se acercó hacia ellos. Antes tuvo que buscar a una niña a la que le había dejado la corona para que jugara 57
  • 59. El Profeta de Su Tierra con ella y que no era capaz de encontrar. Por suerte fue la niña quien lo encontró a él. -Jenin y Thaor. Habéis superado las pruebas anteriores y ha llegado el momento en el que comience la prueba final. Antes voy a explicar en que consiste. Se trata de una carrera por el desierto. Debéis salir desde aquí y siempre en dirección al Sol. En algún lugar entre las dunas siguiendo esta trayectoria encontraréis dos jaulas de tigres unidas una a la otra. Están abiertas. En cada una de estas jaulas hay una bolsa de cuero. Debéis entrar y cogerlas. No temáis no hay ningún tigre. El contenido de la bolsa será para el que la coja. He de decir que una contiene algo muy valioso y en la otra el contenido carece prácticamente de valor. Esta será la prueba de “La Sabiduría”. El rey Tross hizo una señal con sus manos y desde la lejanía se acercó una señora con una pequeña jaula en la que había dentro una paloma. Se la entregó y se alejó. -Esta jaula -dijo el rey- es más pequeña que la que debéis encontrar. Pero es similar. Dentro hay una paloma, cuando abra la puerta y salga volando, la carrera habrá comenzado. Corred tanto como podáis, encontrad las jaulas y utilizad vuestra sabiduría para salir bien parados. El rey Tross abrió la jaula. La paloma no hizo esperar. En un par de segundos asomó la cabeza y voló. Jenin y Thaor volaban también, no con alas pero si con las piernas. El desierto se abrió ante ellos, inmenso, amenazador, seco, doloroso, infinito y desorientador. El 58
  • 60. Gonzalo Román Márquez sol guiaba sus cuerpos y cegaba sus ojos. Tan solo deberían ir hacia él para que el objetivo se postrara ante ellos. Las piernas parecían caballos amenazantes. Unas veces Thaor iba delante otras lo hacia Jenin. No había nada que les hiciera parar, ni tan siquiera el sofocante calor. Pensaban que deberían atravesar casi todo el desierto para encontrar lo que ansiaban. Pero no fue así. Cuando apenas habían recorrido una legua, ante ellos apareció lo que debían encontrar. Las dos jaulas. Unidas una con la otra compartiendo la misma reja como pared, allí enfrente les estaban esperando. Tan cercanas y tan lejanas. Al verse uno junto al otro no tuvieron más remedio que acelerar la carrera. Ambos deseaban tener lo mejor. No sabían en que jaula entrar pero no dejaban de correr. Jenin que iba a la izquierda entro en la jaula de su lado y Thaor lo hizo en la de la derecha. Las bolsas de cuero se encontraban al fondo en una pequeña plataforma que había sobre el suelo. Ambos cogieron las bolsas a la vez y un sonido crujió tras sus espaldas. Las puertas se habían cerrado. No le dieron importancia. Tan solo importaba el contenido de la bolsa. Jenin no quiso esperar y la abrió. Una mirada de satisfacción le demostró a Thaor que no hacía falta que abriera la suya. Jenin metía las manos una y otra vez en la bolsa para sacar y jugar con las pepitas de oro que había dentro. Thaor no quería abrir su bolsa pero lo hizo. En su interior 59
  • 61. El Profeta de Su Tierra se encontraba un recipiente no muy grande de barro, como una ánfora o algo así. Y su contenido no era otro que agua. El tiempo pasaba y allí no aparecía nadie para rescatarlos. El sol apretaba con fuerza. Se sentaron en el suelo y comenzaron a dialogar. -Cuando salga de aquí con todo el oro que tengo comprare una gran casa y me iré a vivir con toda mi familia- decía Jenin mientras ojeaba una pepita de oro del tamaño de una nuez- tendré animales de todas clases y no me faltara de nada. -Has tenido suerte- le contestó Thaor con lagrimas en sus ojos- yo he corrido tanto como tú. No es justo. -El destino es algo que no podemos elegir, él nos elige a nosotros. ¿Qué había en tu bolsa? -Nada importante. -¿Arena, agua o tal vez ceniza? -Agua. -Oh. Es una pena. Si al menos hubiera algo de valor como un diamante o un rubí. Podríamos haber hecho trueque. Supongo que el destino quiere que sigas con la vida que siempre has llevado. -Será eso. El sol comenzó a estrujar sus rayos para aumentar el calor. Ya insoportable. Y los cuerpos comenzaron a chorrear sudor. -Que calor. Cuando salga de aquí me compraré una fuente, o mejor me comprare diez. -Yo como no podré comprarme nada tendré que beber esta agua tan rica que me han dejado aquí. 60
  • 62. Gonzalo Román Márquez Jenin miraba con envidia a Thaor mientras éste saciaba su sed. -Por favor me das un trago- pidió Jenin -Supongo que el destino quiere que sigas con la sed que siempre has tenido. No te preocupes cuando salgas de aquí podrás beber mucho agua en tus diez fuentes. Si es que sales. El tiempo siguió pasando y el sol aumentó su fuerza a un nivel que ninguno de los dos había conocido antes. -Por favor dame agua. -No. Ya beberás en tus fuentes. -¿Cuánto quieres que te dé? -Dame la mitad de tu oro y te daré la mitad de mi agua. -¿Estás loco? Has visto todo el oro que hay aquí. Con una quinta parte podrías arreglarle la vida a toda tu familia. Con una sola pepita podrías comprar toda el agua que beberías en cien vidas. ¿Cómo pretendes que te dé la mitad? -Está bien. Si no quieres hacer el cambio no tenemos por que seguir hablando de esto. Puedes seguir contando en que vas a gastar todo el oro que tienes cuando salgas. Si es que sales. -Te daré una pepita de oro si me das un simple trago. No digas que no es un buen trato. -He dicho la mitad por la mitad. -No. 61
  • 63. El Profeta de Su Tierra Jenin ya no miraba el oro. Thaor bebía de vez en cuando. Cuando tenía sed. En este momento se comenzaba a ver el autentico valor de los contenidos. -¡Ya no aguanto más!- gritó Jenin – Dame la mitad del agua y te daré la mitad de mi oro. -Muy bien. Pásame primero el oro y te llenaré las manos de agua para que puedas beber. Jenin vació la bolsa en la arena del suelo e hizo dos montones iguales con el oro -¿Cuál quieres?- preguntó. Thaor señaló con el dedo. Jenin lo fue pasando poco a poco a través de las rejas hasta que cambió de lado. Thaor le llenó las manos de agua y bebió. -¿Cómo saldremos de aquí?- pregunto Jenin -Esta es la prueba de la sabiduría así que tendremos que pensar un rato –respondió Thaor mientras ojeaba el oro recién llegado. Al final la solución no fue tan complicada como les parecía al principio. Tan solo tuvieron que poner la suficiente arena en las plataformas donde estaban antes las bolsas de cuero para que las puertas se abrieran. De camino a la ciudad felices los dos por lo que habían conseguido Thaor le dijo a Jenin: -Has sido tonto. Por mucho menos oro te hubiera dado la misma cantidad de agua. A lo que Jenin le contesto: -El tonto has sido tú. Por mucha menos agua te hubiera dado todo el oro. 62
  • 64. Gonzalo Román Márquez Y éste era el autentico premio: Entender el valor verdadero de lo que es realmente necesario. Un conocimiento más valioso que todo el oro que pudieran conseguir.” -Ojala hubiera escuchado esta historia antes- dijo Éneric emocionado- me ha encantado. -Gracias. Ya te contaré más. 63
  • 65. El Profeta de Su Tierra CAPÍTULO 3 Éneric no podía caminar rápido, el dolor de pies lo estaba torturando. La sensación de tener las botas llenas de agujas se hacía más intensa a cada instante. Kórbac se había dado cuenta y le preguntó si quería que se sentasen un momento a descansar. Éneric por supuesto accedió a la petición, necesitaba descalzarse. Cuando Kórbac vio el color de los pies de Éneric tras quitarse los calcetines se sorprendió bastante. -¡Dios! Nunca he visto unos pies tan rojos en mi vida. Tienen el mismo color que la luz del semáforo que hay allí en frente- bromeó Kórbac señalando un semáforo que tenía a varios vehículos detenidos con su poderoso destello. -Yo tampoco. Es un color muy doloroso. Mis pies están ardiendo. Si tienes frío ya sabes donde calentarte. O si tuviéramos algo de comida la podríamos cocinar aquí. ¿por cierto que vamos a comer? Quiero decir ¿crees que comeremos algo? -No te preocupes por eso ahora- sonrió Kórbac tocándose la barbilla- conozco un montón de sitios donde podremos conseguir comida. -¿No te referirás a contenedores de basura? -Ésta es una de las pocas ciudades donde todavía no hay un solo albergue para gente sin hogar así que tenemos que buscarnos la vida de la forma que sea. -La basura es algo que me da mucho asco. No creo que sea capaz de comer algo sacado de ella. 64
  • 66. Gonzalo Román Márquez -Eso lo dices ahora. Ya verás que hay infinidad de comida en buenas condiciones que podemos aprovechar, sobre todo en los contenedores cercanos a los supermercados. ¿Qué tal están tus pies? -Mejor pero todavía me duelen. La verdad es que están muy rojos. -Es curioso ¿verdad?- Kórbac volvió a señalar el semáforo que acababa de ponerse en verde. -¿El qué?- preguntó Éneric extrañado. -Que una simple luz sea capaz de parar decenas de vehículos. Es evidente que sí te saltas el semáforo puedes tener un accidente, pero la mayoría de la gente se pararía aunque el semáforo estuviera en medio de una ciudad abandonada. Lo hacen sin cuestionarse el por qué. Es como si el instinto superara la razón, a veces somos más animales de lo que creemos. Mira lo débil y absurda que es la luz y como todos la obedecen. Si algo así puede dominarnos en determinados momentos que puede hacer un ejército. Creemos que somos libres y que tenemos el dominio de nuestras vidas pero ¿Quién se atreve a pasar esa luz? -Nadie. La gente tiene miedo de que los sancionen económicamente. -A eso me refiero. No se preocupan por el peligro que correría su vida. En realidad se paran por miedo a ser multados. El miedo frena sus vidas. Así se ha controlado a la humanidad desde el principio de los tiempos. El miedo ajeno es el arma más eficiente utilizada por quienes han estado en el poder. 65
  • 67. El Profeta de Su Tierra Éneric lo miraba asustado. La idea de que la locura dominaba la cabeza de ese desconocido llamado Kórbac se hacía presente. Como podía una persona darle tanta importancia a una luz. Como podía sacar tantas ideas de algo tan simple. -No pienses que estoy loco- dijo Kórbac de golpe como si le hubiera leído el pensamiento –si estas palabras te las hubiera dicho alguien importante o un famoso filosofo te las hubieras tomado de otra manera, aunque el contenido fuera el mismo. Debes prestar más importancia a las palabras que se dicen y no a quien las dice. -Lo siento- se lamentó Éneric agachando la cabeza y orientando su vista a los pies- es que no creo que el gobierno nos domine a través de los semáforos. -¡Ni yo tampoco!- gritó Kórbac enfadado –lo que quiero decir es lo absurdo que es que una simple luz pueda parar decenas de vehículos. Sé perfectamente que un semáforo es una herramienta muy útil para evitar accidentes. Pero lo que me preocupa es saber hasta que punto puede esa luz frenar nuestros pensamientos. De si seriamos capaces de saltarnos esa luz sin pensar en la sanción económica ni en los posibles accidentes. De cómo una luz puede provocarnos un bloqueo total y como automáticamente cuando vemos una luz roja llegamos a parar sin cuestionarnos nada. Y eso se llama en cierto modo “manipulación”. No me refiero a una conspiración mundial de los gobiernos para controlar la humanidad a través de los semáforos- Kórbac seguía enfadado -un idea así sería descabellada. Más bien me refiero al bloqueo personal que tiene cada uno ante una situación así. Y 66
  • 68. Gonzalo Román Márquez como actuaríamos ante algo más grave. Acaso no puedes entender que a veces imponen ciertas leyes que se cumplen porque son leyes y que meses antes no se cumplían porque la ley no decía nada acerca de ello. El mundo es el tablero de un gran juego de mesa en el que aquel que quiere ganar y puede pone las reglas a su conveniencia. -Da miedo esto que me estas contando. Prefiero no pensar en ello. -Eso es lo malo. Mientras unos prefieren no pensar son otros los que se aprovechan de la satisfacción que produce la ignorancia propia. -¿Qué quieres decir?- preguntó Éneric. -Da igual. ¿Qué tal están tus pies? -Mucho mejor. Ya podemos continuar si quieres. -Iremos primero a buscar algo de comida, tienes que comer algo. Kórbac desvió la trayectoria y comenzó la que el llamaba ruta de “los contenedores saludables” que consideraba los que contenían comida en mejor estado de todos los que conocía. Estos contenedores se encontraban en barrios más o menos ricos y donde la gente por caprichosa solía tirar comida apenas tocada y en muchos casos, como los precocinados, sin sacar del recipiente, comida recién caducada pero que todavía podía ser ingerida sin peligro para la salud o postres altos en calorías y que tras un ataque de culpabilidad tiraban para no caer en la tentación. 67
  • 69. El Profeta de Su Tierra Esta basura contenía mayor variedad y calidad alimenticia que muchos hoteles y restaurantes de la ciudad. Podía ser considerado como una especie de paraíso para los hambrientos. Aunque no solo era comida lo que tiraban estos caprichosos. También era el lugar más barato para ir de rebajas si uno necesitaba algo de ropa, electrodomésticos, toallas, mantas y juguetes. -Vaya, vaya. Parece ser que no te da tanto asco la basura ¿eh?- dijo Kórbac sonriendo mientras a través de los cristales de sus gafas de pasta miraba a Éneric que se había cebado con una tarta de nata y la disfrutaba como un niño el día de su cumpleaños- aquí tienes unos yogures y un pollo asado al que solo le falta un muslo si te apetece. Yo comeré estas costillas asadas. Mientras Éneric llenaba su estomago hasta reventar Kórbac sacó una bolsa de plástico que tenía en uno de los bolsillos del abrigo y comenzó a recoger cosas y a guardarlas en ella. Unas maquinillas de afeitar desechables que no habían sido usadas, jabón, un bote de pasta de dientes a medias, rollos enteros de papel higiénico… -¿Por qué estás cogiendo eso? Preguntó Éneric mientras se limpiaba las manos con la camisa de un pijama infantil que tenía el dibujo de un ratón con sombrero. -Pues para afeitarme, lavarme. Ya sabes para asearme- respondió Kórbac con rapidez – es algo que suelo hacer a diario- siguió buscando como una urraca. 68
  • 70. Gonzalo Román Márquez -¿Quieres decir que todos los días te lavas y te afeitas?- volvió a preguntar Éneric sorprendido. -Por supuesto que si. Y tú deberías hacer lo mismo si quieres seguir siendo una persona todo el tiempo que estés en esta situación. Si dejas de actuar como lo que eres no tardaras mucho en ser una rata como la que está dibujada en la camisa que tienes en tus manos. -No sé. Creo que me daría asco lavarme los dientes con un cepillo usado antes por otra persona. -Mucho peor seria coger una infección en la boca por no lavártelos. Te recuerdo que ahora eres un vagabundo, un sin techo, un sin hogar o como quieras llamarlo y una simple enfermedad puede llevarte al otro mundo. Has tenido suerte de encontrarte conmigo. Recojo todo lo que considero útil y los medicamentos son nuestras joyas. ¡Mira! una caja de aspirinas. Que casualidad ¡Oh que pena! está vacía. -Te haré caso- Éneric se agachó y cogió un cepillo de dientes que había en el suelo en una de las muchas bolsas rotas que rodeaban los contenedores. Se veía que no eran los únicos que habían ido ese día a hacer la compra a ese lugar. Camino a la vieja estación donde Kórbac había dicho a Éneric que pasarían la noche y que era donde solían pasarla muchos vagabundos, Kórbac no pudo evitar la tentación de preguntarle por que había terminado en esta situación. Éneric al contrario de sentirse molesto se sintió feliz por tener la sensación de que alguien se preocupara por él. Se lo contó todo. Se desahogo. Desde el 69