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EL AM♥R ES PUR♥ CUENT♥
2
Se permite y agradece toda forma de reproducción.
Pero, no olvide dar los créditos correspondientes.
Se puede imprimir como folleto.
Inconformes editores S.A.
Cali, Colombia – Octubre 2021
Castillo Parra, César Arturo, 1960
El amor es puro cuento.
Cali 2021 Inconformes Editores.
86 páginas
Incluye ilustraciones del autor.
1. Cuentos.
2. Amor.
3. Literatura colombiana.
3
TE CUENTO
Apreciado lector te cuento algunas cosas que me ocurrieron
alrededor de este libro que vale la pena mencionar. Pero antes
de empezar quiero recomendarle que haga imprimir el texto.
Puede ser por lado y lado o en formato folleto, si desea que le
salga más económico o fácil de manejar. Hágame caso porque
eso de dejarlo en pantalla no es tan enriquecedor como tenerlo
en físico, pues de esta forma se pueden hacer anotaciones al
margen, llevarlo consigo o prestárselo a otra persona y así
facilitar el dialogo colectivo lector-autor-lector. Aunque algunas
personas entienden esta idea, es mejor explicarla: El escritor
cuando redacta piensa en su público y desde el titulo empieza
la exposición de sus ideas, el lector debe tener la paciencia de
escucharlo con sus ojos, pero puede parar cuando quiera y
hasta llevarle la contraria haciéndole un comentario a una
persona que tenga cerca o poniendo frases en los espacios en
blanco, porque los libros no son adornos para cuidar sino
herramientas de trabajo. Claro que no faltará el que le indique
que utilizando papel usted estaría destruyendo los árboles, pero
el libro impreso tiene un valor tan grande que ahora no puedo
detenerme más en el asunto y hay cosas mucho más terribles
que se hacen incluso a nombre de la ecología.
Ahora sí entro en materia. Esta colección de cuentos creo que
los empecé a escribir en 1994 para participar en un concurso.
No gane nada con ellos y luego los dejé en el olvido hasta que
la pandemia y el desempleo me empujaron a recuperarlos.
Gracias a un amigo que me había guardado el borrador logré
completar los que tenía en formato digital. Los volví a pulir,
compuse relatos nuevos, agregué otras ilustraciones y la
4
verdad es que eso de volver sobre viejas ideas con experiencias
y conocimientos nuevos es fantástico.
Estoy muy contento de publicar mi libro bajo el sello de
Inconformes Editores porque sale exactamente como el autor
lo quiere, con sus errores y sus cualidades, sin las formas ni las
pretensiones de los que buscan seguir las modas estilísticas o
los gustos de los eruditos pretenciosos. Siempre me he
preocupado por escribir en lo posible con un lenguaje sencillo
para poder llegarle a la gente y las editoriales tienen el defecto
de someter a los autores a los criterios del márquetin y a las
pautas de los pedantes.
Advierto entonces que este texto no es de “impacto”, como se
dice ahora, no intenta dejar una marca en la historia
revolucionando la literatura o las ideas sobre el amor. No he
intentado hacer referencias cruzadas o sutiles a autores
reputados ni hablo de los sentimientos que se dan entre
novedosas sexualidades alternativas. Nada de eso, tan solo
buscaba entretenerme jugando con lo que han sido mis
experiencias románticas y mis gustos en el dibujo.
Para los académicos que siempre están listos a predicar sobre
lo que es o no es arte y se engolosinan tratando de hallar
errores gramaticales u ortográficos, mi libro no merece salir a
la luz pública, pues solo son una colección de “cliches” o ideas
estereotipadas. Alguno incluso desde su experticia dijo que la
portada era demasiado “naif” y yo les doy la razón porque
seguramente tiene un gusto demasiado refinado donde solo
caben las referencias a las vanguardias posmodernistas de la
intelectualidad eurocentrista.
Una de las experiencias más bonitas que he lograba con mis
estudiantes era verlos jugar con la pintura y los lápices sin las
pretensiones de llegar a ser reconocidos como artistas, porque
les veía divertirse cuando hacían trabajos incluso “mejores” que
5
los ejecutados por estudiantes de artes. Para demostrarles lo
que estaba sucediendo un día me puse a tocar piano delante
de ellos, sin decirles que yo no sabía nada del asunto y creo
que logré transmitirles que lo importante era pasar un rato
agradable con las notas musicales, no si estaba interpretando
a Mozart o Beethoven. Pues bien, así es fue como surgió “El
amor es puro cuento” como una oportunidad para jugar con las
palabras, el tiempo y la tinta china.
No pretendo ser reconocido como un gran literato, pero si
alguna persona saca de su tiempo un ratico para leerlo y logra
disfrutar de mis relatos, habré conseguido mi objetivo.
EL AMOR ES
UNA COLECCIÓN DE ESPERANZAS,
QUE DURAN UN SUSPIRO.
6
CONTENIDO
Pág.
I. LA NOCHE TRISTE 7
II. LA FAMA DE RAMIRO 12
III. LA MAQUINA DEL TIEMPO 19
IV. POR FAVOR SÁQUENME DE AQUÍ 29
V. LAS PENAS DEL CORAZÓN 41
VI. LOS CAPRICHOS DE FRANCISCO 49
VII. EL ESCRITOR DE CORAZÓN 61
VIII. LA NOVIA 67
IX. EL AEROSTATO 81
X. LA PERRA DE MI NOVIA 84
7
LA NOCHE TRISTE
8
ocas veces tiene uno en la vida, la oportunidad de sentir apasionadamente
aquello que corta de un solo tajo el aliento y aviva el corazón; un amor a
primera vista. Pero esta vez me ha sucedido y, de la forma menos esperada,
con una mujer tan preciosa, como nunca antes había visto; su nombre lo dice
prácticamente todo, se llamaba ANGÉLICA. Desde aquel día 16 de noviembre en que
la vi, mi vida solo gira en torno de ella y no podía ser de otra manera, por el impacto
que me ocasionó y porque apareció en uno de los momentos más triste que he
tenido: el día en que prescindieron de mis servicios como gerente de la empresa
estatal de correos. Son dos motivos, pues por los cuales recuerdo muy bien esa
fecha. A mis amigos les he venido contando, en detalle, la experiencia de este amor
y se burlan de mí, seguramente es por esa malvada envidia que corroe a los
hombres. Yo pienso eso y no les hago caso alguno, entre otras cosas porque este
amor es el que me da fuerzas y alegría. Ya es muy bien sabido, desde tiempos
inmemoriales, que por ellas los hombres son capaces de todo hasta de hacerse
valientes caballeros andantes. Y aunque aún no le conozco personalmente pienso y
sueño en que llegará el momento en que sus palabras de aliento me llevarán, ¿por
qué no? a tomar el cielo con las manos, como se dice, o a coger el toro del destino
por los cuernos.
De las cosas que más recuerdo ahora es su cabello largo y ligeramente ondulado,
negro y liviano como el viento que lo mece. Su rostro es blanco y aparece un tanto
rosado, como por el sol de las primeras horas de la mañana. Yo le examino cada
milímetro de su cara para quedarme embelesado en su nariz pequeña, redondeada
en la punta y en los ojos tiernos e inocentes propios de sus 23 años. Es de baja
estatura pero eso sí, muy bien hechecita toda ella, sostenida por unas límpidas
piernas que parecieran mandadas a construir a un escultor perfeccionista de la
naturaleza femenina. Un gancho casi siempre de distintos colores y estilos, recoge
su pelo, y logra armonizar al mismo tiempo, con el juego de aretes, el prendedor y
los vestidos que luce. Ayer le vi casi toda de verde esmeralda y parecía ella misma
P
9
la piedra preciosa que tantos admiran y buscan con afán. Portaba también una lluvia
de perlas en su pecho y un cinturón verde oscuro que bien ceñido a la cintura dejaba
ver la exuberancia de sus caderas. No me explico de dónde sacará ese gusto tan
exquisito en el vestir que me hace pensar que no hay prendas pobres o feas para
ella, porque el más simple de los retazos lo lucirá como si perteneciera al ajuar de
una princesa. He conocido bellas mujeres que al combinar los trajes más elegantes,
por el contrario, las hacen ver como simples plebeyas indignas de unas palabras
mías. A pesar de nunca haber llegado a verla desnuda puedo decir que posee un
cuerpo esbelto y lo suficientemente fuerte, y lo digo con certeza, pues, la
imaginación de un amante no encuentra límites en sus ojos. En las noches, después
de haberla visto me siento el hombre más feliz, ella seguro que ni sabe que existo y
eso no me mortifica, sueño con su imagen y al día siguiente me despierto con el
espíritu hinchado de contento, dispuesto a lo que sea. Luego durante todas esas
horas que pasan desde la luz del alba al anochecer, sólo voy pensando en que llegue
el momento para poder disfrutar de su hermosura con el suave deslizar de mis
pupilas, y esto es exactamente a las ocho de la noche. Hace unos meses la vi en
uno de esos miles de puestos de ventas ambulantes que lo asalta a uno en la acera
o en la calle misma. Su fotografía aparecía en la portada de una prestigiosa revista
de circulación nacional, sorprendido saque inmediatamente mis billetes y compré un
ejemplar. No me interesó lo que decían de ella, exclusivamente quería tener su
imagen y recortar las fotos de mi adorada. De esta manera empecé a construir el
más grande de mis tesoros: un álbum con todas las fotos que iba recolectando en
mis caminatas vespertinas.
El Sábado pasado me vino a visitar Antonio, mi gran amigo de los tiempos de la
universidad, le serví un buen vaso de jugo de guanábana que es su preferido,
charlamos durante un largo rato, de los amigos recíprocos, de nuestras familias,
poniéndonos al corriente de los últimos acontecimientos de nuestras vidas, hasta
que por fin llegó el momento propicio para poder contarle de esta llama que arde
10
en medio de mi pecho. El tema empezó cuando me hizo la siguiente pregunta: ¿y
quién es la chica de esos portarretratos? Con mucho orgullo y respirando
hondamente le respondí: es “ANGÉLICA” y pasé a contarle de cuándo le había visto
por primera vez, el impacto que había causado en mi alma y sin esperar más fui
corriendo al fondo de la habitación para traer mi gran álbum. Una a una fue mirando
las fotografías que cuidadosamente había recortado, mientras yo le relataba sus
cualidades y cuanto conocía de ella. Pero Antonio callaba, me miraba como a un ser
extraño o como se mira a un pervertido, eso me desconcertó mucho pero dije para
mis entrañas que estaba poseído por la envidia. Además que no todo el mundo es
capaz de comprender la dimensión que puede tener el amor para alguien y menos
entenderlo cuando ese alguien no es correspondido. Una cosa al menos, sí logre
sacar en claro y es que también a él, le parecía muy hermosa, eso me pareció la
cosa más normal a pesar de que en muchas oportunidades nuestros gustos fueran
tan divergentes, por cuanto entendía que en esta materia, cada quien tiene su
modelo de belleza y es cambiante con el paso del tiempo e incluso con los estados
del alma. ¿Que tan cerca le has visto? me preguntó Tan cerca como creo la habrás
visto tú, porque alguna vez la has visto, así sea un instante ¿no? Sí, claro, me
contestó y luego siguió un largo silencio, me miró un tanto incrédulo, dio un suspiro
como de impotencia y a renglón seguido dijo:
-Bueno amigo me voy, te dejo con tu sueño.
No le dije nada, su sarcasmo me molestó y simplemente lo acompañe a la puerta
para despedirlo con un apretón de manos.
Esta tarde mientras sorbía poco a poco una taza de chocolate y miraba intrigado
cómo iban apareciendo los surcos en la orilla de la taza, me quedé navegando en
mis pensamientos con un toque de alegría porque hoy, gracias al aliento que
ANGÉLICA me ha inspirado, por fin en conseguido un nuevo empleo. Por ella he
tomado el puesto de distribuidor de revistas, no es gran cosa pero ya vendrán
tiempos mejores y mientras tanto así puedo adquirir más fácilmente las más frescas
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joyas de mi tesoro. Josefita, la de los tintos y que presume de conocer las reglas
para la lectura de los conchos del chocolate, al ver mi taza me sentenció lanzó la
siguiente frase.
-Pues, mira aquí,- indicando con el índice,- el tercer anillo del recipiente, se ve muy
claramente que una gran tristeza llegará a tu vida, porque después de la dicha viene
el dolor, como muy bien lo sabía mi abuela, que en paz descanse. Pero luego tu
existencia será como la de todos los mortales; aburridora en general porque la
felicidad es un mito como tu amor.
No le dije ni le pregunte más, aquello de “mito” no me gustó nada porque ANGELICA
es la realidad de mi dicha es una verdad pura como su cuerpo precioso. Al regresar
a mi casa, cansado y fastidiado por lo de la lectura del concho del chocolate, preparé
la cena, nada especial como corresponde a un hombre que vive rumiando su
soledad: un plato de lentejas, un poco de arroz y para salir del paso una salchicha
frita a la carrera. Comí tan pronto como pude porque deseaba ver con toda la
tranquilidad necesaria, el rostro de la mujer que más quiero. Afortunadamente no
tenía que ir muy lejos para dejarme seducir por sus encantos, para que mis ojos se
quedaran embelesados en aquellas persianas pestañearas que dejan ver con
claridad absoluta la morada de su ternura.
Pero esta vez, al cabo de un rato de estar sentado en el sillón, sentí que el mundo
entero se venía con toda su crueldad, que mi vida después de esta noche no tendría
el mismo sentido, estaba presenciando el último de los capítulos de esa mediocre
telenovela que lo único bueno que tenía, era la presencia fugaz, una o dos veces
por capitulo, de Angélica, mi alegría, mi sueño de amor. No lloré porque fue el amor
más puro que he vivido, sin esperar nada a cambio, sin la presión de los años y
gozando la plenitud de mi libertad. Ella se casó con el galán de turno y yo, con la
tristeza en el alma, dormido me quedé hasta que la señal del fin de la programación,
a la cama me lanzó, para soñar una vez más con la bella ANGÉLICA.♥
12
LA FAMA DE RAMIRO
13
on las manos de mansa serpiente multicolor recuerdo a Ramiro en una mañana
luminosa de julio, cuando elaboraba lo que sería, según mi parecer, la máxima
obra de su vida. Frente al caballete estaba a medio esbozar, con una serie de
pinceladas sueltas, algo de lo cual aún no se podía adivinar en qué consistiría, solo
en su mente estaba oculta la imagen de lo que tenía para plasmar en el lienzo. Con
sus ropas viejas, desgatadas por los años y con el colorido original perdido por los
manchones causados en los cientos de cuadros realizados, se hallaba en un profundo
silencio el pintor más desconocido de la ciudad. El pelo castaño oscuro, lo tenía
invadido de remolinos, su piel era tan canela como la de sus padres y el cuerpo
reflejaba, la historia de sus penurias. El sol entraba por la ventana del costado
oriental de la habitación estrecha que tenía rentada en la carrera diez con tercera.
Por su puesto que ella no se parecía en manera alguna a esos estudios que vemos
en las películas de los grandes maestros. En ese espacio estrecho se agolpaba todo
lo que constituía el mundo espiritual y material de ese creador: la cama pequeña
con su eterno tendido azul, la radiola de los años sesentas que aún reproducía la
notas musicales, sus ropas en el armario, la biblioteca y canto tenía que ver con su
pasión por las artes: pinceles, cartones, telas y acuarelas. Cuadros, habían muy
pocos porque él era tan exigente consigo miso que, al menor indicio de desagrado
o de aburrimiento, los destruía o repintaba una y otra vez. No es que fuera
temperamental como aquella mítica imagen que la gente se hace de Van Gohg, sino
que pensaba que no podía darse el lujo de guardar obras mediocres que no valieran
la pena, por la estrechez de su cuarto.
Él trabajaba desde las primeras horas de la mañana, mucho antes de tomar el
desayuno y pintaba o bocetaba hasta quedar rendido por el cansancio. Como
testimonio de su perseverancia cada día quedaban, en la cesta, los papeles
atiborrados de las figuras que le proporcionaban la naturaleza o su fantasía.
El perfume de la trementina que bañaba el cuarto no lo abandonaba, aunque la brisa
de la tarde soplaba intensamente desde las montañas a su ventana. El óleo que
C
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perezosamente se va secando en los cuadros, también expelían los vapores del
aceite de linaza, pero por encima de todo eso, el polvo, ni el desorden lograban
atraparlo porque cada sábado les plantaba la batalla.
En sus años mozos, Ramiro estudio en el colegio de Santa Librada donde le conocí
la afición por el dibujo. Recuerdo que mientras transcurrían las tediosas clases él iba
haciendo caricaturas del profe y de nosotros, luego estos dibujos empezaban a
correr de mano en mano y la clase entera se animaba. El profesor pensaba que ese
entusiasmo se debía a su elocuencia y manejo del tema. No había porqué sacarlo
de su convencimiento, entre otras cosas porque así él era feliz y nosotros gambamos
con su buen genio. Lo único que teníamos que hacer en pago a la diversión que nos
proporcionaba nuestro el pichón de artista era guardarle las hojas que tenían un
lado limpio y regalarle de vez en cando lápices de colores.
La verdad es que en principio los dibujos no le salían del todo bien, pero con el paso
de los años las cosas iban cambiado y mucho!. De eso me di cuenta la última vez
que vi su libreta de apuntes porque en ellas observé que ya realizaba con gran
maestría y sentimiento retratos de gentes que conocía, los paisajes soñadores del
Valle del Cauca, las flores e incluso los animales. Todo por demás con un realismo
sorprendente.
Después de terminar el bachillerato nuestras vidas se separaron por varios años y
de él supe que había ingresado a una pobre escuela de dibujo y de pintura para
hijos de obreros, que no hacía mucho tiempo habían fundado ahí cerca del colegio.
Aunque sus grandes progresos con el dibujo, según me contó al reencontrarnos hace
unos meses, se dieron fue en las horas que pasaba en el parque y en sus recorridos
por las montañas.
Ahora bien, hay que decir que mis recuerdos de Ramiro están indisociablemente
ligados con los de Juan Carlos que era otro de nuestros compañeros de la
secundaria. Él por aquellos años ya vivía en uno de los barrios “in” de la ciudad, se
caracterizaba por ser el más alto de la clase, cabello liso, ligeramente rubio y sobre
15
todo por su escaso espíritu de compañerismo. Su andar era suave como el de las
señoritas cuando llevan el libro sobre la cabeza, no para cultivar por osmosis el
intelecto, sino para ir derechitas, con los hombros bien puestos y el contoneo de las
caderas. El muchacho aquel además seguía la norma de nunca mirar atrás ni hacer
un gesto demasiado brusco para no romper la armonía de la elegancia. Al terminar
la secundaria paso a estudiar en una de las escuelas más prestigiosas de la comarca
que dirigía la celebérrima Doris, donde aprendió a hablar enmarañadamente del
fenómeno psicolingüístico y sociológico del arte conceptual contemporáneo. Hizo
grandes avances en el manejo de las relaciones púbicas, conoció los elementos
conceptuales de la pintura tachista y del instalacionismo, al tiempo que aprendía a
explorar la espontaneidad de su mundo interior con el sentido polisémico de las
formas matéricas del informalismo. Pero una vez obtuvo su diploma, me di cuenta
que en realidad su capacidades artísticas resultaban bastante limitadas, no conocía
los principios básicos de la perspectiva y a la hora de realizar un retrato era un
rotundo fracaso. Aunque para sus profesores recién llegados de los epicentros de la
Cultura como New York, Paris y Londres, a Juancho se le podía calificar como una
genialidad descollante de la corriente “Neo-Tachista” latinoamericana. Y decían que
si aquí no se le comprendía bien, se debía a la ignorancia del medio.
El elegante y refinado Juan Carlos dedicaba sus horas a la verborrea de especialista
en los fenómenos de la plástica. Poseía un taller obsequiado por su padre, donde
alguna vez a la semana iba a pintoretear, pero la mayoría de las veces lo destinaba
a sus encuentros furtivos con un séquito de admiradoras. De esta manera se
comprende que en lugar de encontrar muchos cuadros, en su interior se hallaban
botellas de vino, cajetillas vacías de cigarrillos y un catre donde el artista estaba con
sus musas preferidas.
Por mi parte, no entiendo mucho de esas cosas, pero me preguntaba cómo era
posible que a Ramiro, siendo un perfeccionista y un dedicado a su disciplina, no se
le concediera el más mínimo reconocimiento ni siquiera entre sus familiares. Por el
16
contrario a Juan Carlos la fama y el abultado amor propio no le cambian en este
mundo. Su éxito lo resaltaban tanto los críticos de arte de la república que siempre
se le podía comparar por los miles de dólares de ventas. Cada domingo salía un
artículo exaltando el dominio del color y la potencia lumínica de sus texturados
lienzos de proporciones gigantescas, como aquellos que se vendían en la galería
“Spectrum” de Miami.
Un crítico escribía respecto de su obra: “En efecto el tratamiento técnico y el alcance
significativo de sus fondos permiten descubrir la existencia de un espacio semántico
que enfatiza la representación de los planos disimétricos que llevan a una
representación impertérrita” Por supuesto que para una mente tan provinciana como
la mía eso era como oír hablar en chino.
En cierta ocasión me encontré al maestro Juan Carlos en la Biblioteca Departamental
con motivo de la ceremonia inaugural de la gran colectiva de pintores
contemporáneos y le salude con un “Hola, como te va”. A lo cual él con su voz
apelmazada me contesto, mirando de soslayo a los que nos rodeaban:
-Discúlpeme caballero, le conozco?
Se hacia el pendejo pues yo no había cambiado físicamente mayor cosa y además
habíamos estado charlando hacía solo unos meses en casa de un amigo mutuo.
-Claro, estudiamos juntos en la secundaria, y solo quería decirte que me parecen
muy interesantes tus obras.
-Muchas gracias, hago lo que puedo, aunque la verdad aquí solo presento dos
bocetos de una idea que algún día espero desarrollar para mis amigas de Munich. Y
luego me preguntó
-…y cómo es que es tu nombre?
-Sebastián Dávila, compañero de grupo con Ramiro en el Colegio.
---Aaaaa eres el que se ganó la lotería la semana pasada. Hombre pues claro, cómo
se me ha podido olvidar. Ven conmigo te tomas unos tragos y te presento ante los
colegas de la exposición.
17
A partir de ese momento no me dejo ni a sol ni a sombra, se hizo tomar diferentes
fotos con migo, para la página de “eventos sociales” de la prensa local y casi me
presenta como su amigo del alma.
Después de la tercera copa de vino ya me sentía un tanto mareado pero de tanta
palabrería que zumbaba en mis oídos, lo dejé con sus niñas estrafalarias y salí
espantado. Prometiéndome no volver a darle la cara otra vez a tan afamado
personaje.
Esa misma noche cuando regresaba a casa vi que las bombillas del cuarto de Ramiro
seguían encendidas. Me acerqué para saludarlo y observé que ahí estaba él rodeado
de papeles de colores, sentado frene a su cuadro enigmático de manchones violetas
sienas y carmín. Él con toda la amabilidad me hizo pasar y estuvimos un largo rato
disfrutando de la conversación hasta que el sol metió sus brazos por la ventana para
iluminarlo todo con su alegría. Habíamos compartido nuestras penas, nuestras
experiencias de vida. De todas las preguntas que le hice, una respuesta me dejó tan
pensativo que aún no se me olvida. Yo le decía
-Muy pocas veces tenemos la oportunidad de hablar de cuestiones del amor, podrías
decirme ¿por qué?
-Por una razón muy sencilla, todos teorizamos sobre él, creemos entenderlo y
sentirlo, sin darnos cuenta que el amor es puro cuento, un invento racionalizado con
el cual adornamos al deseo y es en últimas el recurso mágico que usamos para
escapar de la soledad.
Nunca antes lo había visto tan profundamente reflexivo y sereno, parecía como si
estuviese sentado frente al horizonte del mar, contemplando la redondez de la vida.
Después de esa jornada no volví a ver los inquisitivos ojos de Ramiro, porque se
negó rotundamente a que lo visitara persona alguna. Por la ventana se le pudo ver
durante muchas semanas plantado frente al caballete trabajando una y otra vez en
la misma tela. Con el paso del tiempo sus movimientos lucían más lentos, la
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curvatura de su espalda se hizo más pronunciada y después su sombra se fue
haciendo tan difusa, hasta que nadie volvió a verlo o a tener noticias de él.
Intrigado por lo que sucedía resolví tocar a su puerta. Insistí durante un largo rato
y luego de no tener decidí preguntarles a los vecinos de enfrente si habían visto al
pintor, pero nadie supo dar razón alguna. Ya cansado de intentar una cosa y la otra
llamé a la dueña de la casa. Cuando ella llegó con su cadena de mil llaves yo tomé
la que me señaló y abrí la pesada y raída puerta de madera. Para sorpresa de los
vecinos, de la dueña y de mi persona, quedaban tan solo en medio de la habitación
un autorretrato perfecto de Ramiro, al tamaño natural y los olores densos de los
oleos. Los investigadores policiales no supieron dar explicación de lo sucedido, solo
se atrevieron a dar la hipótesis de que se habría marchado a otra ciudad porque en
los últimos días le habían visto regalando sus pertencias. Esa teoría no me pareció
aceptable pero las pesquisas de los inspectores en nada quedaron y al final lo único
que resolvieron fue que yo conservara la pintura.
Una vez puesto el retrato en la pared de mi sala, vi el cuadro tan extremadamente
real que me quede mirándolo fijante y entonces, uno de eso ojos me hizo un guiño
afable, pensé que serían alucinaciones mías pero cada vez que miro atentamente el
retrato me pasa lo mismo. Lo más extraordinario era que a otros observadores les
pasaba lo mismo.
Allá dentro de doscientos años, seguramente el más famoso pintor que recuerde la
historia de este país será Ramiro, para mofa de la precaria existencia que tuvo en
su presente. Alabanzas le lloverán de todos los confines de la tierra y, de Juan Carlos
el famoso hacedor de mamarrachos, ya no se acordaran ni sus tataranietos.♥
19
LA MAQUINA DEL TIEMPO
20
o primero que se sintió fue un viento fuerte y luego un estruendo tan grande
que muchos en la cuadra pensaron que se trató de un atentado.
Extrañamente alguien incluso dijo que había sentido como si hubiese llegado
una ráfaga de aire Mediterráneo a azotar las puertas. Tonterías alegó otro, pero era
la pura verdad, pues un aroma marino se sintió en las calles del barrio de San Antonio
donde patrullaba Jorge Raimundo, el agente del sector. Él corrió de inmediato a ver
lo que sucedía sin prestar atención a las murmuraciones y al llegar a la esquina de
la calle segunda vio que un extraño automóvil se había estrellado de costado contra
la gigantesca palma de casi cincuenta metros que adorna el barrio entero. Al lado
de la espigada señora, el accidente parecía como si uno de sus cocos se hubiera
estropeado al caer al suelo. Afortunadamente la robustez de su tallo logro soportar
el impacto y solamente perdió unos pequeños trozos de su corteza. El automóvil era
algo singular, de una marca que ninguno de los vecinos logro reconocer y claro,
como sucede en esos casos, no faltó el ocioso que dijera que, sin duda era uno de
esos modelos estrambóticos importados por los mafiosos. Tenía el tamaño de un
Cadillack, dos puertas redondas, en el techo algo que parecía una desproporcionada
antena y por si fuera poco tenía un color rosado matizado por los destellos azules
que salían del interior.
Jorge, al ver el coche y la pelotera que armaban los curiosos tratando de no perderse
el más mínimo detalle, se aproximó para ver en qué podía ser útil. Dio una vuelta a
la perilla de la puerta del conductor y con los brazos fuertes que tenía lo ayudó a
salir del vehículo, a un pequeño hombre regordete, para luego proceder a sacar al
copiloto que era delgado, ya entrado en años y larguirucho, al tiempo que le gritaba
a la multitud:
-Apártense por favor que aquí no ha pasado nada grave, nadie ha resultado muerto.
Al escuchar esto, los curiosos con sus caras largas se alejaron para contar cuanto
habían visto y seguramente un algo más. Las amas de casa y los niños que se habían
L
21
asomado a los balcones, puertas y ventanas, al enterarse de lo poco que había
acontecido, regresaron a sus actividades cotidianas. El espectáculo había terminado.
Entretanto los del accidente trataban de reponerse del susto, ayudados únicamente
por Jorge Raimundo quien les preguntaba si algo les dolía, que si se sentían bien, a
lo cual los dos hombres respondían que había sido más el susto que los daños. El
agente los abandonó un instante pero luego regresó, para ofrecerles a los caballeros,
a cada uno un vaso con agua. Acto seguido les preguntó si querían que les llamara
una ambulancia o si tenían un teléfono de para contactarles con la familia, pero esto
fue lo que respondió el más viejo:
-No os preocupéis tanto, no fue nada, estamos bien y solo se dañó una puerta,
además venimos de muy lejos. Luego se quedó callado, pensativo y mirándolo
fijamente a los ojos como si algo muy raro hubiera encontrado en ellos, entonces le
preguntó inquisitivamente:
-Usted no siempre ha sido un hombre tan amable, ¿cierto?
-No señor, ¿cómo lo sabe?
-Intuición solamente. Pero dígame ¿cuándo y cómo es que habéis cambiado?
-Esa es una historia larga de contar dijo Jorge.
-Por favor me interesaría conocerla, si no le parece mucha impertinencia de mi parte.
-Con mucho gusto, permítanme les invito una gaseosa mientras se terminan de
reponer y les cuento un poco, además puedo aprovechar que ya es la hora de mi
descanso.
Cerraron el auto, le pusieron unas cuantas cuñas para que no se rodara y se
dirigieron a la tienda más cercana. Al entrar al establecimiento los viajeros sintieron
que las personas les miraban con curiosidad por la vestimenta inusual que traían.
Tomaron asiento, con cierta parsimonia y la propietaria les atendió.
-Jorge Raimundo Contreras es mi nombre, nací hace treinta años en una vereda del
departamento del Caquetá llamada “Yucatelandia”, soy hijo de padres campesinos
analfabetos que cultivan la yuca allá en un filo de la cordillera donde no llega ni
22
camino de herradura. Con ellos viví hasta la llegada de la compañía maderera,
porque con la tala de los bosques y la erosión, la miseria de mi familia, que era muy
numerosa, se hizo insoportable. Entonces tomé la decisión de venirme a la ciudad a
casa de un pariente lejano por parte de mi madre. Como no tenía conocimiento
alguno de las letras, a duras penas pude hallar trabajo como vendedor de prensa en
las calles. Por fortuna como era chico, pocos gastos tenía, pero cuando fue pasando
el tiempo ese trabajo ya no fue suficiente y por tanto, me uní a la pandilla del barrio
para salir al rebusque en las horas de la madrugada, como los gatos.
-¿Cómo es eso? Interrumpió el flaco. Explicadme buen hombre que no os
comprendo.
-Pues lo que digo es que andábamos de techo en techo hasta encontrar algo digno
de robar, lo malo es que algunas veces teníamos que saltar y correr mucho para
escaparnos de las balas de la gente. Eso me iba produciendo mucho coraje, tanto
que un día, me conseguí un tronante de esos y cuando me arriaban la madre, pues
yo ya les respondía como se debía.
-¿Y como os convertiste en agente policial? le preguntó interesado cada vez más el
gordito que mostraba una ligera sonrisa socarrona.
-Sucedió que uno de los que dirigía el grupo, Roberto, era un capitán de la policía
que en sus ratos libres trabajaba con nosotros para complementar un poco su sueldo
y para cumplir ciertas misiones especiales, que sus superiores le encomendaban.
Luego, como yo me fui haciendo cada vez más diestro con el arma él me fue
tomando aprecio. Un día después de una la balacera que sostuvimos en una joyería
me dijo: “te tengo trabajo, he hablado con mi jefe y está de acuerdo en que formes
parte del cuerpo.”
-Así fue. Después estando en el trabajo aprendí a leer, a manejar más el arma, al
tiempo que cometíamos toda clase de fechorías. Nos divertíamos de lo lindo con las
señoritas de la zona de tolerancia y bebiendo hasta la borrachera.
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Pero el gran cambio de mi vida llego con dos acontecimientos: cuando leí uno de los
libros más famoso de la historia y cuando me presentaron a una linda muchacha de
nombre “Adriana”. Ella además de ser hermosa era una persona inteligente y
apasionada por la literatura.
-En cierta ocasión tuvimos una redada contra los vendedores ambulantes y entre
ellos cayó un librero a quien lanzamos a empellones en el camión del ministerio de
obras, sus libros por poco se los queman mis superiores, de no haber sido por el
torrencial aguacero que caía esa tarde. Para mi Teniente esos volúmenes viejos no
eran más que textos subversivos que atentaban contra la ciudadanía y no merecían,
por tanto, ver más la luz pública. Yo, con disimulo, me puse a mirar los títulos: “El
manejo de los computadores en el mundo moderno”, “La ciencia su método y su
técnica”, “Filosofía materialista”, “Manual de geografía”. Pero uno llamo
poderosamente mi atención, era grueso y de una antigüedad extrema “Don quijote
de la mancha”, tenía por título. El detenido alcanzo a percibir mi interés por ese libro
de empastado rojo, y al darle la espalda a mi Teniente me dijo muy bajo; “se lo
regalo”, yo lo miré un tanto incrédulo, pero lo tomé y sin siquiera darle las gracias,
me lo puse furtivamente en el interior de la chaqueta impermeable.
-Regularmente he sido un desastre a la hora de conquistar a una señorita y mucho
más cuando ella es una persona decente porque con las otras, la cosa es
estrictamente cuestión de ir al grano... A la bella Adrianita me pareció imposible
decirle: “Me gusta tu trasero, ven conmigo”. Seguramente me abofetearía de una
vez. Pero la noche que llegue a casa con el libro aquel, comprendí que habría otra
manera de llegar a su corazón.
-Durante semanas enteras permanecí cada noche hasta la madrugada leyendo el
libro, estudiando a fondo el espíritu aventurero, de justicia y humanismo del héroe.
Tomaba apuntes y subrayaba aquellos pasajes, que yo consideraba claves para mi
formación como hombre. Traté de memorizarlo y analizarlo lo más profundamente
posible. Como una “Dulcinea” vi a mi Adrianita a quien, por cierto, iba tratando poco
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a poco, pero aun no me atrevía a nada con ella hasta no terminar de leer la historia
de ese caballero andante.
Poco después me enteré que Adrianita era estudiante universitaria, que contaba con
escasos veinte años y que ya tenía un novio formal pero, esto último no me amilanó
porque con el Quijote estaba aprendiendo a ser otro hombre: uno que no ve
obstáculos a sus sueños. En una oportunidad me le acerqué un poco más y pude
ver sus ojos suaves color castaño claro, sus labios delgados y su blanca piel de
bebita. Según me dijo había nacido en el Tolima grande, pero vivía aquí con su
madre y su abuela porque todas ellas se habían enamorado de las brisas vespertinas
del Valle.
-Al presentarse las vacaciones, Adrianita y yo, por caminos distintos estuvimos en
su tierra, y allá, con el paisaje agreste del Combeima, las caminatas por los arrozales
y las lluvias templadas de la mañana, deliré por ella descubriendo entonces, una
vieja verdad: que en la distancia la sangre del amor fluye más intensamente y los
fantasmas de la creatividad corretean por el cerebro hasta llenar el espíritu. Sin
encontrar salida a tan inexorable mandato, al retornar a mí casa decidí escribirle una
carta, un tanto en broma pero con la verdad de mis sentimientos.
En este momento Jorge sacó de sus bolsillos unas copias cuidadas con cariño y se
la leyó a sus acompañantes de manera muy pausada para que la poética llegara a
sus corazones:
Palacio de los sueños. Enero 5 de 1982
A mi señora: Adriana del Toboso
Bien he comprendido que a vosotras las damiselas aquello que os encantan
son las palabras lisonjeras, por eso yo aquí escribo en tan peculiar estilo.
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Desde mi llegar de los reinos del Caquetá y del condado de Yucatelandia
jamás había visto tan extraviada mi alma que ante la más bella flor de las
Américas.
Aunque han transcurrido muchas noches y mañanas desde aquel día en que
le conocí, debéis saber muy señora mía, que mi admiración por el encanto de
vuestra merced no se ha olvidado ni en un instante de mi vida.
En mis correrías por vuestro principiado del Tolima, temblorosa vi mi alma, al
pensar en la rosa más prodigiosa de la existencia. Poco interesan otros tiernos
amantes vuestros, pues, sólo es menester como pago a mi admiración respeto
y servidumbre, algunos instantes de su maravillosa compañía.
Suyo: Jorge Raimundo
P.D. Os ruego no me dejéis en trance tan difícil, de pensar que no me queréis
porque de ser así, el bigote yo me quito.
Los dos hombres sonrieron de las ocurrencias de tan singular agente, no dijeron
palabra alguna para que Jorge no sintiera la más mínima vergüenza y prosiguiera
su relato.
-Pasaron los días y de Adrianita no tenía noticias, la soledad confabulada con la
distancia y mis lecturas, continuaron agitando mis ideas y sin poderlo resistir más,
decidí plasmar otra vez mis desvaríos.
Jorge tomó otro de sus folios y se dispuso a leer, bebiendo antes un sorbo de su
refresco.
Palacio de los sueños. Febrero 11 de 1982
A mi señora: Adriana del Toboso
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Alborozado después de haber escrito mis primeras lisonjas para vuestra
merced; la más fermosa de las princesas, deseo aquí mesmo dar rienda suelta
a esta rutilante prosa.
Nunca antes en esta tierra, había en manera alguna un amor despertado
pasión literaria tan intensa y por aquesto, he aquí una segunda misiva que
dedicarle quiero, aprovechando este delirio sin par que me trasnocha.
Para esta nueva ocasión he leído una y mil veces al maestro Don Quijote en
detrimento de mi razón para encontrar las sinrazones de este amor, pero con
ello no he logrado respuesta alguna.
Muy seguramente os reiréis de tan desmedida torpeza de escribiros de mis
desvaríos, sin pediros antes vuestra licencia y si así lo hago es por el torrente
del instinto porque en ti he sabido que las cadenas de la razón destruyen la
dicha de los seres puros de corazón.
Proseguir quiero puesto que, vuestra ausencia me lo hace imperioso, además
mientras perdure este sueño, os reitero que aprovecharlo es mi deseo.
Tiempo habrá para el dolor y los quebrantos de mi alma, cuando tu desdén e
indiferencia enseñen meridianamente la porfía de mi destino.
Heme aquí pensando ahora que en vuestros feudos del Tolima os habéis
quedado gosando la dicha en vida junto al rocín que por amante tenéis, y
ajena permaneceréis a mi locura galopante. Si dicho esto pensáis que me
hallo yo celoso puedo prestamente replicaros de dos distintas maneras:
Primo. “Son ellos de que hay amor, el signo más manifiesto” como dijese en
su tiempo Sor Juana Inés. Y secundo, que es lo más cierto, que tomaros el
pelo y despertar una sonrisa quiero, antes que importunaros con tan
pernicioso sentimiento.
Como no hay segundas partes buenas, a despedirme procedo, no sin antes
remitir a vuestros voluminosos cachetes dos cálidos besos.
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Espero me dispenses tantas sandeces pero en medio de tanta locura mucho
de verdad en ella anida.
Quien te idólatra: Jorge Raimundo.
Una vez concluida la lectura de las cartas, los contertulios se miraron y una sonrisa
en sus caras se pudo apreciar pero, Jorge dejó en el aire un largo silencio con los
ojos profundamente perdidos en el vacío.
-Cuéntenos qué pasó, tocó usted las cuerdas del corazón de su princesa? Le
preguntó el hombre flaco.
-Eso... la verdad tiene, para mí ahora, poca importancia porque cuando di termino
a estas cartas descubrí que a partir de ese momento el ser humano que habitaba en
mí, hizo su aparición milagrosamente. Ya no volví a ser el mismo de antes.
Se detuvo un momento para beber otro trago de su refresco morado, miró la calle
donde unos gamines jugaban en medio del bullicio y luego continuó:
-Evidentemente, ese cambio significó el cierre de mis posibilidades para un ascenso,
debido a que desde que empecé a leer el libro del Ingenioso Hidalgo, mis
divergencias con los compañeros aumentaron. El mundo empezó a parecerme mal
hecho, que las cosas no funcionaban a favor de los desamparados y, sobretodo que,
aún quedan muchos entuertos por deshacer.
Nuevamente guardó silencio, hasta que el gordito le inquirió muy interesado:
-¿Y qué pasó con vuestra Dulcinea?
¿De ella? pues...al pasar el tiempo escasamente me dio las gracias muy cortésmente
por las cartas y nada más. Después fue que comprendí que sus aspiraciones tenían
que ver preferiblemente con los caballeros andantes de más profundos y seguros
sentimientos financieros. El amor para ella era algo hermoso y novelesco, pero su
realidad tenía que ver fundamentalmente con el futuro. Yo por el contrario he
pensado que el amor verdadero debe volar libremente en los cielos del presente.
-Son palabras muy profundas, buen hombre. Podrán ser discutidas pero su
experiencia es esa... ¿no? Le anotó el flaco.
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-Si, eso lo he aprendido y como le decía desde entonces pienso que el hombre que
vive en mí, es otro muy distinto y que lo encontré en parte, gracias a ella.
Jorge se dio media vuelta en su silla y a la dama que les atendió le dijo:
-Señora! La cuenta, por favor.
Terminaron sus refrescos y los tres regresaron al vehículo. El hombre gordo y
simpaticón examinó los mecanismos, ajustó algunas de las extrañas piezas y al
encenderlo, un ruido como el del vuelo de las abejas se escuchó por toda la calle. A
su copiloto le dijo alegremente:
-Mi señor, no fueron grandes los daños y podemos inmediatamente proseguir
nuestro viaje.
El hombre delgado ya más repuesto del accidente le extendió la mano a Jorge
diciéndole:
-Mil gracias caballero por vuestra generosa amabilidad y permitidme que os felicite
por la nueva vida que ha sabido conquistar, ojalá que pueda algún día transmitir sus
conocimientos a sus compañeros. No se aflija por lo del ascenso que, como va,
encontrará que las recompensas podrán ser distintas y mayores a las que pueda
imaginar.
Todos se dieron la mano fuertemente como si fueran entrañables amigos de
siempre. Jorge les dio un momento la espalda para separarse el vehículo y, en ese
momento escuchó lo siguiente:
-Vamos! amigo Sancho prosigamos el viaje que nuestra misión no ha terminado.
Después de eso, el auto fabuloso aquel, dejó de verse en la lejanía del tiempo y del
espacio.
Desde entonces Jorge Raimundo ha estado convencido de que son ridículos los que
tratan de inventar la máquina del tiempo porque hacía siglos un hombre visionario
ya la había fabricado en el fervor de sus fantasías.♥
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POR FAVOR, ¡SÁQUENME DE AQUÍ!
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entado frente a la mesa del comedor y sólo, estaba esa mañana, José
Manuel, tratando de recordar la ruta de autobús que debía coger para llegar
a tiempo a su cita del día. Sorbo a sorbo se iba tomando el primer café y mirando el
viejo reloj cuadrado que estaba justo arriba del armario, se dijo entonces en voz alta
“aún me quedan algunos minutos”. Tranquilamente se fue bebiendo el contenido de
su pocillo y revisando por encima las postales que le habían llegado de España: una
era de su hermana que ahora vivía en Granada y las otras de Barcelona, de sus
amigos de la infancia. Él ahora vivía con su primo Andrés que ya completaba en
Colombia un año de estancia y quién le estaba ayudando a adaptarse a las nuevas
circunstancias y costumbres. En los ires y venires por la cocina, de repente recordó
la conversación que habían sostenido la noche anterior:
– Debes tomar el bus “Blanco y Negro” ruta Uno.
– Y ¿cómo se llama la parada?
– Ya te he dicho que aquí no hay paradas de autobús establecidas, así que deberás
“timbrar” un poco antes del batallón del Ejército, y trata de no retrasarte, aunque
aquí es muy común que eso nos suceda cuando se viaja en transporte público. Por
eso te recomiendo partir de aquí una hora antes como mínimo, para prever los
contratiempos.
– ¿Y tú no me puedes acompañar?
– Recuerda que tengo un compromiso de trabajo, y además debes empezar a salir
solo para conocer la ciudad.
– Bueno no te preocupes que yo nunca llegó tarde a una cita.
Esto último era muy cierto y era algo de lo cual se sentía muy orgulloso José. Su
costumbre era estar quince minutos antes de la hora pactada, lo malo es que casi
siempre debía esperar los quince minutos de su anticipo, más los quince del retraso
de los otros. Cosa que le llenaba de coraje y le confirmaba, el convencimiento que
tenía, de que la gente juzgaba de poco valor el tiempo de los demás. Aquí en estas
S
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tierras, las cosas le eran peores, pues a veces tenía que esperar media hora o
cuarenta minutos, para saber que definitivamente le habían quedado mal.
A las 7 y media debía salir del “piso” para llegar a tiempo, por eso después de cada
cosa que va haciendo se fija en los caminos del minutero. Para estar completamente
convencido de que las cosas marchan bien, decide comparar la hora de sus relojes
con la señal internacional y lo hace encendiendo la radio que con solemnidad dice:
“Son exactamente las siete horas, veintitrés minutos, cincuenta segundos”.
Con un paño viejo se limpió por segunda vez sus zapatos color ocre, se acomodó la
camisa blanca de rayas verdes y se ajustó el pantalón de pana negro con la correa
de piel nueva que tenía. Agarró el pañuelo de seda, los documentos de identidad y
contó las monedas, Antes de salir pasó por el lavabo para enjuagarse las manos,
seguidamente se dirigió al portón, giró la perilla y dejó que el aire fresco se colara
en el apartamento. Sacó las llaves y dejo la cerradura con seguro doble como le
habían recomendado reiteradamente los vecinos de al lado.
Al dar la vuelta a la esquina, y a muy pocos pasos, encontró el punto donde se
suponía era el paradero de los “autocares”, como seguía diciendo. Vio que ya había
muchas personas mirando ansiosamente al fondo, donde parecía que nacía la calle,
se aproximó y sintió que él también se tornaba afanoso, pero muchísimo más que
el resto de la gente, pues a sus treinta y cinco años, por extraño que parezca, nunca
había tenido que tomar un autocar para ir a algún lugar. En Barcelona, en vista de
que vivía en el Barrio Gótico, las diligencias las podía hacer con unos pocos minutos
de camino, todo le quedaba cerca y si no era así, pues, se dejaba tragar por la boca
del metro en plena Ramblas. Y si la distancia era todavía mucho mayor, tomaba un
taxi desde la última parada del subterráneo hasta su destino final y al regreso,
utilizaba la misma ruta. Todo esto sucedía, sólo en el caso de que el “coche” de su
padre estuviese ocupado, situación que era muy rara.
Pasó su mano, en un ademán nervioso por su frente, buscó un lugar sin tantas
piernas y, donde pensó que sería el lugar exacto donde se detendría el conductor,
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se paró él. Los que le rodeaban, como es de rigor, lo miraron de soslayo para tratar
de deducir por el aspecto y los ademanes, el tipo de persona que era. Su traje
resultaba algo extraño igual que la naturaleza de su fragancia. Los apasionados por
aguzar sus narices esperaban esa mezcla mañanera de: Jabón de baño, crema
dental y algún perfume de moda, pero en ese personaje la cosa era distinta.
Como todos, José Manuel, continuaba mirando hacia el fondo de la calle donde
parecía perderse las líneas del tendido eléctrico, luego echó una rápida mirada a su
reloj de pulso que marchaba más rápidamente, o al menos así le pareció. Las manos
no se podían estar quietas y permanecían trazar garabatos una en torno de la otra.
De pronto escuchó que alguien le dijo a su acompañante,
– ¡Ahí viene ya!
Los ojos de todos se posaron en un vehículo que se aproximaba lentamente pero
que venía dejando una nube espesa de polvo y humo que iba cubriendo las cosas
que quedaban tras su paso. Seguramente los arqueólogos del futuro podrán deducir
por esas huellas contaminantes que dejaba, que por ahí pasaba el bus, “blanco y
negro” ruta uno, más destartalado de toda la historia municipal.
El conductor era un hombre de aproximadamente 30 años, bastante deslucido;
llevaba una gorra de los Yanquis de Nueva York, desteñida por el tiempo; sus
pantalones ya eran de color polvo-ocre, con muchas pintas de grasa; tenía puestas
unas botas cortas como las que se usan para los trabajos pesados del campo, con
los cordones desmechados. Había aprendido a conducir en las veredas de su pueblo,
primero, a los doce años, las carretillas y luego los camiones que traían el ganado
al desolladero de la capital. Lógicamente su habilidad en el manejo del volante no
había mejorado mucho y su trato con la gente, decía que lo estaba aprendiendo en
“la universidad de la vida”. Infortunadamente en ella no lograba, a pesar de sus
enormes esfuerzos, pasar del primer semestre, y como repitente no era mejor. A
través de un tramitador habilidoso, amigo de un amigo suyo, había logrado
conseguir la licencia para conducir los buses de su tío Saturnino, y quien era, por
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demás, el propietario de quince vehículos en la “Blanco y negro”, siete en la “Amarillo
crema”, ocho en la “Papagayo” y escasamente cinco en la “Villanueva Belén”.
La verdad es que hoy, el “diestro conductor” traía una cara de pocos amigos porque
había amanecido de un genio desastroso, como si hubiera desayunado alacranes en
salmuera, con decir que, antes de salir de casa, tuvo que dejarle un moretón a su
mujercita por respondona y poco le faltó para que le diera una buena tunda sus
cuatro hijos que no querían ir a la escuela.
Al irse aproximando el generador de la polvareda y el ruido de latas, los peatones
levantaron la mano, como en aquellos tiempos obscuros, cuando el sentimiento de
humanidad brillaba por su ausencia, dando la impresión de que era una multitud
que saludaba al paso de los hitlerianos. El bus no se detuvo donde se esperaba, sino
que siguió de largo, dándole a la gente un aletazo con la densa nube que no se le
despegaba. Veinte metros más allá si se detuvo, pero se estacionó en medio de la
vía, para intentar que algunos se metieran por la puerta trasera. Las personas
salieron volando a alcanzarlo, atropellando en su paso a José Manuel, quien
comprendió lo que pasaba sólo un instante después. Entonces, sin pensarlo más,
también emprendió carrera porque su primo le había advertido:
–Debes tomar el de las 7:40 u 8:30, el siguiente es imposible saber a qué hora pueda
pasar.
A lo cual había respondido:
–No hay problema una cita es una cita.
Como el bus ya había empezado su marcha le tocó, de un salto, prenderse de la
puerta, quedando colgado como un banderín que se agita con la velocidad del
viento. La fuerza centrífuga, en la curva del parque, por poco lo lanza del cacharro
sino es porque logró poner su pie en el primer escalón.
–Compa, ¡agárrese de aquí!, ¡agárrese duro! le exclamaban, con una sonrisa
burlona, los que estaban apretujados a su lado.
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Pasado este susto, José Manuel se tranquilizó un poco y fue entonces cuando
empezó a ver el santuario, los muñecos, los zapaticos de bebé y las calcomanías que
adornaban el tablero del automotor. Algunos adhesivos no los entendió, otros le
causaron risa por la picardía que contenían; pero lo que más desconcierto le causó
fue el verse en uno de los espejos, pues estaba “hecho polvo”. Ya los pelos de su
cabeza tiraban para todos lados, menos para el que habían sido peinados, igual
suerte iba corriendo la camisa, estaba salida de sus pantalones y presentando
manchas de grasa o mugre que se le pegaron en el marco de la puerta. Y eso que
el viaje… apenas comenzaba.
Con el brazo izquierdo, el conductor, regulaba la dirección, salpicaba las monedas
en un rincón y hacía por la ventanilla los gestos necesarios para insultar a los dueños
de los otros vehículos que marchaban a su lado. Entretanto el otro brazo era
destinado a recibir el dinero, sintonizar el viejo equipo de sonido, mover la palanca
y en especial lo utilizaba para lanzar a los pasajeros al interior. En esto último era,
sin lugar a dudas, un auténtico maestro, pues lograba aumentar la capacidad del
bus de ochenta a ciento cincuenta pasajeros. El secreto consistía en pasar de cero
a cien kilómetros por hora en escasos diez segundos, de esta forma los pasajeros
eran amontonados contra los de atrás y los primeros segundos de esa aceleración
eran aprovechados para dejar las aspas de la registradora en medio de los glúteos
del pasajero que acababa de cruzarla. Esta persona al sentirse en tan bochornosa
situación se las arreglaba para salir del apuro, dejando un minúsculo espacio para
que el turno le correspondiera al siguiente.
Llegado el momento, el turno le tocó a José Manuel pero, con el agravante de
ganarse un insulto por no entregar el dinero exacto. El primo había olvidado contarle
que el fin de semana anterior, por uno de esos caprichos del destino, a alguien en
las altas esferas gubernamentales le pareció que sería bueno aplicar el quinto
aumento del año. Nadie podía saber que ese reajuste del precio era el pago a una
promesa electoral que le habían hecho al distinguido empresario Saturnino.
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–Oiga a Usted qué le pasa, imbécil, que le faltan veinte pesos! Le gritó tan fuerte el
conductor que el de la última silla le respondió a todo pulmón:
–Pero que querés si ya te mandé el dinero desgraciado!
–No, la cosa es con este penco de acá, sí….a usted gafufo no se me haga el
extranjero!
Atolondrado, el pobre de Josecito, como le llamaba su madre de cariño, como pudo
en la estrechez sacó, primero que el carterista de al lado, su monedero y le extendió
al conductor un billete de cien pesos. Esperó el cambio, pero esperando se quedó.
En el interior del cacharro, el calor sobrepasaba los treinta y dos grados centígrados,
porque el aire no circulaba por entre el amasijo de brazos, maletines, bultos, piernas
de todos los calibres, cabelleras, senos exuberantes y el descomunal trasero de la
negra que llevaba su platón con chontaduros. A esa altura del paseo, comenzó a
sentirse la impotencia de ciertos desodorantes, ante la transpiración ácida de los
pasajeros que fueron víctimas de una publicidad desmedida. José pensó
erróneamente que su escozor nasal era sólo el producto de los gases de la
combustión que se filtraban por el piso y por la puerta trasera, cuando el conductor
la abría antes de llegar a estacionarse.
Cada dos cuadras o cada que alguien levantaba la mano en la acera, el “Blanco y
Negro” frenaba bruscamente en mitad de la calle y se armaba tremendo alboroto
por las bocinas de los miles de automotores que venían detrás. La artillería pesada
de las palabras de grueso calibre hacía su aparición como en el peor momento de la
guerra. A ello se sumaba la polución sonora que arreciaba a medida que se
aproximaban al centro de la ciudad y la poderosa orquesta de salsa que el chofer
dirigía desde su cabina de mando.
Justo en frente de José Manuel, una señorita se disponía a abandonar su puesto, él
hizo un esfuerzo para darle paso, después de verla salir tomó el lugar, y al sentarse
sintió un gran alivio en las maltratadas manos. Después se dio cuenta de cómo los
presentes dedicaban una mirada para contemplar la portentosa belleza que ya no
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les acompañaría en el camino. Las damas la miraron por la pura envidia y los
caballeros por la simple codicia de lobos traviesos.
En el asiento de al lado se encontraba un señor que promediaba la media centuria,
tenía una camisa de manga larga, una delgaducha corbata azul y pantalón de lino
oscuro e iba concentrado en las maniobras que hacía el conductor, mientras posaba
sobre su portafolios vino tinto de refuerzos dorados sus manos temblorosas. Un rayo
de sol reflejado fugazmente por los cristales de un edificio de la populosa avenida
cuarta norte dio justo en el reloj de José, quien empezó a pensar en la posibilidad
de llegar retrasado a su compromiso. Se acomodó un poco más en su puesto y
observó fugazmente que sus zapatos presentaban la marca de cada uno de los
dolorosos pisotones que le habían propinado hasta ese momento. Miró sus manos y
vio que inconscientemente le hacían la competencia a las de su vecino, pero
padeciendo además unos temblores fríos a pesar del bochorno. Para ir calculando
mejor la disponibilidad de tiempo decidió interrogar a su vecino:
–Disculpe ¿Me podría decir si falta mucho para llegar al batallón?
–Sí, aún queda camino por recorrer.
–Y aproximadamente ¿cuánto tiempo?
–Esa es una pregunta que nunca se puede responder, todo depende del estado de
ánimo del conductor, de sus preferencias... una cosa sí le puedo decir y es que,
cuando tenga prisa lo mejor es no tomar nunca un bus. No es bueno para la salud
mental de nadie.
Una lágrima se escabulló de los ojos de Josecito y no se debió a un ataque de tristeza
o desesperación sino, al humo condensado en el interior del vehículo que transitaba
a la velocidad de una tortuga somnolienta.
Cuando llegaron al corazón de la ciudad, en el primer paradero de la avenida
principal, unas ochenta personas se bajaron y salieron despavoridas hacia los
almacenes y oficinas que en ese momento ya se encontraban repletas de gente. En
esa marcha desenfrenada nadie se preocupa de los demás, se atropellan unos a
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otros porque la única preocupación que llevan es, llegar cuanto antes a la ventanilla
del banco o al último remate de chucherías del almacén “La bancarrota”. Desde las
ventanillas del bus se podía ver cómo algunos de los pasajeros eran tragados
rápidamente por la depredadora maquinaria del consumismo.
Al reanudar el viaje, al cacharro aquel se le notaron más los desvencijados asientos.
La luz que entró de lleno mostró la herrumbre del techo, las ventanas rotas, y los
pelmazos de barro en aquel piso de hierro bruñido que, seguramente, no había visto
una escoba jamás en sus treinta años de estar soportando el peso de los pobres de
Cali. El calor en manera alguna disminuyó a pesar de haber espacio para el viento,
debido a que el sol cada vez pegaba más perpendicularmente sobre los objetos y la
sombra de los edificios desaparecía rápidamente.
La espalda, los brazos y todo el cuerpo de José Manuel estaban cubiertos de ríos
fangosos de sudor y para tratar de paliar un poco la desesperación decidió
concentrarse, como el señor de la camisa a cuadros de al lado, en las maniobras del
conductor. De repente ¡tremendo susto! Un perro se apareció justo en frente del
bus para ladrarle al automotor con rabia. Los demás pasajeros, giraron la cabeza
para estar atentos a la travesura del cachorro, pero las cosas se fueron tornando
tensas porque el vehículo aumentaba su velocidad. El retumbar de los corazones
llenó el espacio interior y todo pareció estallar, cuando se escuchó el terrorífico grito
de José;
–¡ Cuidadooo !
Pero según cuentan, al conductor no se le vio el más mínimo cambio en la expresión
de su rostro. Fue la misma indiferencia, un segundo antes, como un segundo
después. Ni el golpe sobre la rueda lo inmutó porque para él era un evento rutinario,
sin la más mínima importancia. Daba igual que fuese un gato, un perro, un caballo
o una persona, porque ello no cambiaría nada, su interés era exclusivamente
completar la ruta. En cambio, para la pequeña propietaria del animalito, fue un
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hecho brutal que permanecerá grabado profundamente en su mente, por el resto
de su vida.
Atrás, en medio del pavimento quedó una mancha informe de carne y sangre para
gloria de las aves de rapiña. El vecino de José se quedó mirando fijamente el
retrovisor derecho y, pasmado, dejó de mover sus manos sobre la valija.
Este es el momento propicio para contarles que al conductor sus compañeros de la
empresa le llamaban el “Hombre de Transilvania”, no tanto por lo que acababa de
suceder sino porque se chupaba frenéticamente los semáforos en rojo y no había
quien se le interpusiera para enterrarle su estaca. Los agentes de tráfico le conocían
bien, estaban familiarizados con su comportamiento y les daba igual.
Sumamente alterado nuestro pobre pasajero ya no podía soportar la tensión de sus
piernas, de sus brazos que estaban ahora aferrados del asiento delantero, ni de su
cuello al tener que resistir los embates del continuo acelerar y frenar. Entonces una
nueva lágrima brotó de sus ojos, pero en esta oportunidad, como un producto de su
dolor físico y de la pena espiritual que lo embargaba por la muerte del pequeño
animal.
Después de ese suceso, la situación empeoró cuando otro “Blanco y Negro” pasó
por un costado. El hombre del volante, no se sabe porque se irritó tanto, pero se
puso morado y apretó el acelerador hasta llegar a sobrepasar los límites permitidos,
¿sería por la cara del colega que acabara de pasar? o alguna maniobra que el otro
hiciera? lo más probable es que simplemente fuera el deseo de alcanzarlo para no
dejarse quitar algunos pasajeros, como de continuo sucede dentro de la llamada
“guerra del centavo”. El ruido era endemoniado, parecía que el cacharro se
desbarataría de un momento a otro. Así anduvieron unas cuantas cuadras hasta que
el conductor se calmó un poco.
Cuando llegaron a la altura de la plaza de toros el bus se detuvo de manera
repentina, se pensó que, ahora sí, algo realmente serio e impostergable estaba
sucediendo, pero no era así, el hombre de la gorra se bajó para comprar un vaso de
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champús de la famosísima negra Lola, a quién le dirigió en tono de broma unas
cuantas palabras soeces y unos minutos más tarde volvió a su trono, se terminó la
bebida, arrojó el recipiente platico por la ventanilla izquierda, le subió un poco más
de volumen a la música, se enjuagó el sudor de la frente con el dulceabrigo rojo,
encendió un cigarro y cuando pudo, reanudó el camino.
Estando ya un tanto convencido de no llegar a tiempo, nuestro amigo, el Barcelonés,
miró por última ocasión el reloj que su tío Joan le había regalado para el día de
cumpleaños, pero lo único que logró con ello fue despertar aún más su frustración.
El deseo enorme de protestar, de quejarse ante alguien se apoderó impetuosamente
de él, intentó decirle algo su compañero de viaje pero continuaba con la mirada
perdida, como mirando al espejo retrovisor. Con disimulo, le propinó un codazo en
el abdomen a hombre, que parecía vendedor de seguros, a ver si salía de su letargo,
pero no se movió ni un ápice de su postura. Preocupado, le dio un empujón sin pena
alguna, entonces lo comprendió todo...........aquel individuo se había ido al otro
mundo.
Poseído por el pánico, esta vez José Manuel se puso a gritar de un extremo a otro
del pasillo, para que detuvieran el bus, sin lograr la atención de nadie.
–Deténgase por favor, hay un hombre muerto, muerto!
Pero el conductor no le escuchaba, se encontraba extasiado frente al volante y por
espacio de unas cuantas cuadras el tiempo se hizo infinito. Cuando el cacharro se
detuvo para recoger un pasajero con sus bultos y sus gallinas, inmediatamente José
convirtió en mil pequeños diamantes la ventanilla más próxima que tenía, para
lanzarse a través de ella. Contra el asfalto sintió el tortazo en su humanidad, y al
pararse se vio lleno de raspaduras y hecho una miseria. Corriendo fue a parar a una
puerta de gruesos barrotes de los cuales se aferró con frenesí tal que le sangraron
las manos al instante y como pudo: exclamó:
–¡¡Por favor sáquenme de aquí!!
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Dos hombres vestidos completamente de blanco, se aproximaron a la entrada y le
preguntaron con palabras de tedioso burócrata:
–Es usted ….. don José Manuel Florenciano, el amigo del doctor?
–Si, siii, siiii !!Sáquenme de aquí, por favor!! Porfisssss!!!
–Uuuuyyy este señor está realmente muy perturbado, mírale la facha que trae – Le
dijo el uno al otro en voz baja, susurrándole al oído.
–No se preocupe, usted ha llegado un poco tarde a su cita, pero el doctor lo está
esperando en su consultorio, pase, pase usted.
El doctor Andrés, jamás se imaginó que la visita de José Manuel se fuera a convertir
en el caso más interesante de la psiquiatría clínica colombiana.♥
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LAS PENAS DEL CORAZÓN
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uando la tierra se estremeció, las paredes bailaron al son de los demonios y
los piadosos lloraron rogando el perdón del Señor por los pecados
cometidos. Pero no hubo nada que hacer, la naturaleza, ama y señora, no
escucha a los hombres, ni hay santos que intercedan en el momento de desatarse
un terremoto. En aquella fecha nefasta, muchos fueron los feligreses que
encontraron el fin de su existencia ante el peso rotundo de las efigies, las lámparas,
el altar y la enorme bóveda de la catedral. El polvo de los milenarios muros se elevó
por los cielos y la ciudad entera quedó cubierta por la tristeza y el llanto de los
dolientes. Popayán sufrió este momento desde las primeras horas del día, pero ni el
paso de los años ha logrado borrar las cicatrices de aquel patético momento.
Innumerables construcciones coloniales vieron sus paredes agrietadas o sus techos
derruidos en cosa de unos segundos. Los rasgos de un presente se esfumaron para
darle, nuevamente al pasado un poco de luz.
Atolondradas marcharon las gentes por espacio de varios días, sin lograr salir del
estupor al toparse con sus calles envueltas en el caos, observando los perros
tratando de desenterrar a sus amos y escuchando en los rincones el maullido de los
gatos huérfanos.
Las casas de funerales fueron las que mejor supieron aprovechar la subienda,
ofrecieron a muy buenos precios sus cajas mortuorias, pero fueron tantas las
víctimas de aquella tragedia que debieron encargar más a los pueblos aledaños, y
de esta manera, el negocio que venía prosperando con la violencia, disparó las
ganancias por los aires. Tanta dicha sólo pudo equipararse con la de las aves de
rapiña que atentas desde lo alto en sus vuelos concéntricos y con sus trajes de
etiqueta esperaban el momento de bajar a tierra para el festín.
De la casona que estaba en la esquina de la calle octava con tercera, a duras penas
quedó el muro de la fachada roto, recostado sobre una loma de piedras, barro, palos
y tejas destrozadas. No se sabe si ésta sería la tercera o cuarta oportunidad que
C
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tendrían que reconstruir su casa, las nuevas generaciones de aquella ilustre familia
de abolengo. Los terremotos han sido un fenómeno frecuente en esa zona del país,
desde los tiempos del virreinato y siempre con toda su marca de tragedia.
Al pie de esa casona, en el momento de dirigir su lánguida mirada sobre los
destrozos, detuvo su marcha de sonámbulo Javier Antonio, porque algo atrajo su
atención, se aproximó y pudo comprender que aquello que se movía bajo los ladrillos
de barro, eran unos folios amarillentos que el viento acariciaba. Dejándose arrastrar
por la curiosidad los cogió pero no pudo comprender las enmarañadas letras que
estaban envueltas en arabescos de primorosa elegancia, y escasamente podía
deducir que eran el fruto sutil de una pluma bañada en tinta sepia de tiempos
remotos.
Días después, en su mesa de estudio bajo la luz de una lámpara fluorescente y en
la compañía de un reconocido experto paleógrafo, Javier llegó a la comprensión de
que esas hojas debieron haber sido parte de un diario personal de algún romántico
de siglos pasados, de aquellos tiempos del esplendor de la capital de la gobernación,
pero no lograron precisar fecha alguna por lo fragmentario del documento. Retornar
al lugar del hallazgo para profundizar en la información fue misión perdida, pues del
lugar, los camiones del ministerio de obras ya se habían llevado todo vestigio.
A continuación tendrán los lectores, la oportunidad, de leer el contenido de ese texto
encontrado, no sin antes hacer la advertencia de que no se trata de una transcripción
fiel, pues, el manejo del español de esa época, para los lectores del presente
resultaría no muy fácil de comprender.
“Hoy, quiero dejar testimonio en este, mi querido diario, de una historia que
le aconteció a mi amigo Álvaro para que, quién en el futuro, después de mi
muerte, la pueda leer, algo bueno le pueda aportar.
Dos años hace, que mi buen amigo Álvaro pasó una temporada allá en aquel
pueblito de Santiago de Cali donde al final del verano el calor es tan intenso
que los campos se llenan de hierba seca, los árboles parecen morir y el agua
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de los arroyos es tan sólo un fino hilo de plata. Las tardes se hacen largas y
el sudor cubre los cuerpos, pero al ir entrando la noche, el viento de las colinas
reavivan el entusiasmo y pasear por las callejuelas es de lo más placentero.
Allá en ese valle frondoso él conoció a Lucía un día en las proximidades del
convento de la Merced, ella con su largo traje blanco y su rosa en el pecho
llenó de amor el corazón de Alvaro en un brevísimo instante. Con timidez y
recato se fueron conociendo bajo la sombra vigilante de los padres de él,
como de ella. Se pasearon por el pueblo, montaron a caballo, se dejaron llevar
por el aroma de las flores y, disfrutando juntos los bellos momentos, al final
de cada jornada se veían tiernamente enamorados bajo el firmamento
anaranjado.
Aquello que más admiraba Lucía de su amado es que tuviera la oportunidad
de vivir en la muy noble y leal ciudad de Popayán, porque a su buen parecer
era lo máximo a lo cual, hombre alguno de su tierra, pudiera aspirar. Por su
parte a él no le faltaban motivos para estar enamorado, ella era la mujer más
guapa de todo el pueblo y según decían, incluso de las otras villas de la
comarca; era de enormes ojazos negros, piel canela y de silueta tan
ensoñadora como no se ha visto en los ángeles que se pintan en los cuadros
que adornan las iglesias.
Todo transcurrió de maravilla por esos días, el primero de los amores de
Álvaro lo transformó notablemente, del travieso mozalbete que revoloteaba
por los árboles fue pasando a ser un joven sosegado, reflexivo e inteligente.
Los cabellos revoltosos y olvidados que yo le conocí fueron siendo sustituidos
por unos bien cortos y alisados cuidadosamente. Él no es que fuese muy
agraciado, pero ella encontró algo que logró hechizar su cándido corazón,
seguramente por aquello de que el amor poco tiene que ver con las opiniones
o los gustos de los demás.
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En las primeras semanas de septiembre llegaron amontonadas las gruesas
nubes grises para soltar su carga de desgracias. Las lluvias, que no cesaron
de caer durante días, mandaron al olvido la cara alegre del sol y la gente se
agolpó en las iglesias para implorar por el fin de ese diluvio. Pero todo fue en
vano, el gran río Cauca envalentonado se salió de su cauce anegando las
tierras aledañas y arrastrando todo cuanto encontró a su paso. El mar parecía
haber tomado posesión de la llanura.
Fueron muchas las familias afectadas, entre ellas la de Lucía, que perdieron
su riqueza por cuanto toda ella provenía de los dones de la tierra y que ahora
estaba bajo las aguas turbulentas. La tristeza fue tan vasta para todos en la
comarca como la inmensidad de la inundación.
Álvaro no pudo volver a ver en muchos días el lindo rostro de su querida Lucía
porque, según me contó, había partido con su familia rumbo a la hacienda,
donde la servidumbre y los esclavos no salían del desconsuelo. Entonces
abatido y solitario había permanecido sentado en un leño por cientos de horas
en el patio de la casa, hasta que llegó su madre para decirle que había llegado
el momento de ponerle fin a la estadía. Fueron alistando todo, pero antes de
tener que regresar a su ciudad él no logró soportar el enorme arrebato por
volver a ver a su trigueñita de ojazos negros. Entonces, sin pensarlo una vez
más cogió el primer caballo que encontró y tomándolo de su larga crin se
lanzó al galope, dejando atrás todo preparado para el viaje.
Por el camino pudo apreciar las dimensiones de la tragedia que no tenía
precedente alguno; el ganado flotando como tambores a la deriva, los
sembradíos estropeados y los negros en los techos de sus bohíos. Fácilmente
logró comprender que pasaría mucho tiempo para que las familias arruinadas
consiguieran recuperar, al menos, una parte de sus bienes.
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Al desmontar de su caballo, vio la honda pena que se reflejaba en el rostro
de su bella Lucía y muy a su pesar le fue imposible intentar consolarla,
únicamente logró decirle unas cortas frases...
-Transcurrirán los días y los meses, pero te prometo que antes de un año
regresaré por ti.
Esa era una promesa que no olvidaría porque eran palabras salidas del
corazón. Ella le abrazó con fuerza, también aseguró esperarlo y luego, con
lágrimas en los ojos se despidieron.
Cierto que en ese estado, muchas son las promesas que se hacen y muy
pocas las que se cumplen, pero la verdad es que Álvaro sí la cumplió, pero
para nada...
Después de dar la vuelta el sol en el curso del tiempo sideral, Álvaro regresó
por el mes de julio y durante todos esos días transcurridos él no dejó de
pensar en cumplirle la promesa a su amada, a quien esperaba volver a
encontrar con el traje blanco de encajes espumosos y su rosa en el pecho,
como en aquella tarde que le conoció.
Dos días después de la llegada de mi amigo, se paseó por la plaza y estando
entretenido viendo el paso de los caballos, y el correr de los chiquillos entre
las piernas de los mayores, distinguió a Lucía. Pero al percatarse de que iba
marchando del brazo de un caballero impecablemente vestido de negro,
prefirió antes que saludarla, seguir con sus ojos claros esa imagen, hasta
verla perderse en el quiebre de la esquina, para entonces concluir con
amargura: “Ya es feliz,...mostrando al pueblo que ya tiene dueño... No pudo
soportar la primera y más cruel de las pruebas del amor: la del tiempo y la
distancia...”
Álvaro, muy afligido regresó a casa para contarle a sus padres el motivo de
sus penas y su decisión de retornar cuanto antes a Popayán. Se sentía incapaz
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de soportar la idea de volver a verla después de saber frustradas sus ilusiones
y sueños de un año.
La noche fue penosa para mi amigo y mucho más cuando se enteró por boca
de una de sus criadas de que el amor de Lucía no había muerto si no que
empujada, por su familia en ruinas, había aceptado casarse con aquel
caballero, que era uno de los jóvenes de mayor prestancia del pueblo.
Estando en su silla bajo la luz de las velas alguien llamó al enorme portón con
dos tímidos golpes, él se levantó y al abrirla vio que era una niña negrita que
se confundía con el telón de la noche:
-Buen patrón, busco al señor Álvaro,
-Soy yo, que deseas pequeña?
La niña con mucha discreción, extrajo de su vestido una cartica que decía
“aún te seguiré queriendo, Adiós. Lucía”. Pero, ellos nunca más se volvieron
a ver.
Hace cosa de dos días en Santiago de Cali dejó de vivir la linda trigueña,
murió de pena, murió de amor, y tan pronto se enteró Álvaro de lo sucedido
vino para contármelo, con la cabeza gacha y las penas mojándole su pecho.
En sus manos traía la última carta que ella le escribió.
Yo me he quedado contagiado con sus lágrimas porque uno puede entender
los sufrimientos ajenos cuando los padece. Marina, mi amor, mi vida, me ha
dejado, precisamente esta noche oscura, con su pañuelo perfumado, con su
promesa de amor, con su recuerdo y un adiós. No provengo de familia noble
y mal haría yo en prometerle a mi amada las riquezas que no poseo.
Querido diario cuándo terminarán las penas del corazón?. Será que un día...”
Cuando hubo terminado de leer el experto paleógrafo, el manuscrito amarillento ya
la noche había avanzado hasta tocar los bordes del sueño y la nostalgia. Después
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de agradecerle la interpretación, Javier a manera de despedida le dijo, con la mirada
puesta en los puntitos blancos del firmamento:
-Seguramente pasarán los siglos y la historia no dejará de repetirse, bajo otras
circunstancias, con otros actores, porque una cosa es la vida y otra muy distinta los
anhelos del corazón.♥
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LOS CAPRICHOS DE FRANCISCO
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a siguiente historia comenzó cuando tuve la oportunidad de conocer, en la
cinemateca, a un señor poco mayor que mi persona. Tendría a lo sumo unos
treinta y ocho años, era contador de profesión y tenía un buen puesto de
trabajo en la compañía constructora “CANALES S.A.”, una de las más prestigiosas
en toda la región. Sus ingresos estaban muy por encima de todos los de su clase
media emergente pero, sus gastos iban a un ritmo creciente, e incontenible.
Francisco González, como dicen las casamenteras, era todo un partido: alto, blanco,
de ojos claros, fornido y lo único que le desencajaba era el bigote hirsuto. Ya se le
podían ver en ciertas zonas de su cabellera algunas canas, detalle éste que lo hacía
todavía más interesante. Lo que más llamaba la atención de las mujeres de las más
disímiles edades eran: su estado civil, pues era soltero, y su profesión, por ser de
excelentes ingresos. Muchas eran las que se derretían ante semejante cuadro y
también muchos los que de envidia se morían.
Lo conocí mientras hacíamos la cola para entrar al teatro. Ese día había mucha gente
en la fila y se veían unas cuantas fotos sobre la pared de la película del día, que era
“El Olor del Dinero”. Los presentes estábamos un poco ansiosos porque una llovizna
fina estaba empezando a caer, y de venirse la tormenta quedaríamos ensopados,
pues, no había donde guarecerse mientras llegara el momento de la función.
-¿Qué hora tiene, por favor? fue lo primero que me preguntó aquel día, con su voz
gruesa, pero cordial.
-Levanté mi brazo para que la luz del reflector de la entrada, me permitiera ver las
manecillas del reloj. Sin mirar hacia atrás donde él se encontraba, respondí:
-Son las ocho y cuarenta y cinco.
-Qué curioso reloj tiene usted, es muy bonito. Anotó.
Entonces miré su rostro, pero no le pude ver muy claramente porque se hallaba a
contra luz, sin embargo le dije:
-Sí, me lo regaló un amigo.
L
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-¿Es por casualidad suizo?.
-Como no, Un amigo me trajo como regalo de Basilea.
-¿Me permite que lo mire más de cerca?
-Claro! Me lo solté y se lo di.
-Él lo tomó con cuidado, extendiendo la correa a lo largo de la palma de su mano
izquierda, para alejarlo y acercarlo a sus ojos extasiados. Lo examinó con la misma
curiosidad del pequeño que recibe de su padre el regalo del Niño Dios. Como un
experto en la materia dictamino:
-Es en verdad un auténtico suizo, tiene cronómetro, indica la fecha y es resistente
al agua, no es cierto?, es fantástico!. El pulso es muy llamativo con ese estilo
psicodélico tan contemporáneo...Cuánto cree usted que podría costarme uno así?
-No lo sé con exactitud, supongo que al cambio podrían ser unos cincuenta mil
pesos.
Mi interlocutor se quedó callado y profundamente pensativo mientras me lo
regresaba, seguramente estaría haciendo sus cálculos numéricos, sumando,
restando y dividiendo sus ingresos. Seguidamente me dio las gracias.
El momento de pasar a la función había llegado y ahí quedó la conversación.
Ocho días más tarde en las mismas circunstancias me encontré a Francisco, pero
esta vez, portaba en su brazo izquierdo un reloj exactamente igual al que yo tenía.
Platicamos un rato, nos presentamos más formalmente y comentamos un poco de
nuestras vidas, profesiones y de la película de la semana anterior. No le pregunté
por su adquisición, me pareció que no sería un buen detalle. El movía su mano de
un lado a otro, para que todos los de la fila lo viéramos, sin embargo, no le comenté
nada al respecto.
Estando nosotros en medio de la conversación, un taconeo que se aproximaba llamó
nuestra atención, era una chica muy alta, de cabellos ondulados que adornaban su
cintura, la cual destacaba en extremo con el vestido amarillo naranja que lucía. Me
pareció una fantástica zanahoria como salida del país de las maravillas. Al verla solo
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pude pensar en que fuera Elenita, pero no le saludé hasta no estar plenamente
convencido y eso fue cuando la luz bañó su níveo rostro. Entonces pude apreciar la
diminuta nariz de guisante que se sonrojaba con la sonrisa, y sus ojos de pestañas
de gatita seductora. Francisco hacía poco le había conocido y por eso después de
saludarla se transformó en un caballero Francés decimonónico, más elegante y
espigado.
-Hola francisco, milagro de verte... le dijo ella y un beso de rojo carmín le dejó
marcado en la mejilla. Pero en seguida se lo borro con su pañuelito de brocado
blanco.
-Elenita y ¿eso que andas sola...?
-¿No dicen que es mejor sola que mal acompañada...? le contestó.
-Eso es cierto, entonces quédate aquí con nosotros, no creo que pienses que somos
una mala compañía.
Luego ella me dirigió un saludo estrictamente de cortesía y continuamos charlando,
de diferentes temas, hasta el momento de cruzar por la puerta, cuando decidí tomar
otro rumbo, pues, me pareció que ser el número tres, en esa ocasión no era una
buena conjugación, sobraría.
Después de aquella noche, el detalle del reloj me llamó tanto la atención, que su tic
tac, tic tac me persiguió como una obsesión. Al día siguiente, las distracciones
propias de un domingo parecieron hacerme olvidar el sonsonete del mecanismo,
pero al caer de la tarde volvió con más fuerza, entonces traté de refugiarme en el
bar “Miracali” con la simple compañía de una fresca cerveza. El bullicio era intenso,
las parejas bailaban como si fuera el final para sus desenfrenos y las luces de neón
impedían que el destello de las estrellas ofreciera su belleza infinita ante los ojos de
los enamorados.
Habiendo terminado por desocupar el contenido espumoso de la segunda botella,
alcancé a ver que tres mesas más al fondo del salón, mirando el acuario como si
fuese un náufrago, se encontraba Carloncho mi amigo de las más simpáticas, y en
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ocasiones, acaloradas discusiones bizantinas. Lo que más me gustaba de su
compañía era que al encontrarnos podíamos mezclar en la conversación los temas
trascendentales con las tonterías de este mundo. Nunca nos poníamos de acuerdo
en algo, pero esa era una cuestión sin importancia porque al fin y al cabo lo que
tratábamos era de arrinconar las horas tediosas en que no tenemos nada
“importante” que hacer.
Tomé mi botella y el vaso, me levanté y fui a parar al otro lado del agua para verlo
enredado entre las algas y las burbujas. Al instante él me reconoció y fatigado de
nadar se aferró a mi compañía, me ofreció un asiento y ordenó dos cervezas más.
Charlamos muy animados en una sarta de disparates por espacio de media hora,
hasta que le comenté la historia del reloj que en mi cerebro continuaba con su
letanía. Entonces me dijo:
-Aaah...a ese tipo yo lo conozco, es el consumista más compulsivo que he visto en
toda mi vida, hoy está pensando en comprar una camisa de marca y mañana otra
cosa y al día siguiente otra.
-Pero ¿en verdad le conoces?
-Pues claro una noche me lo presentaron en la Sociedad de Arquitectos y te diré
además que yo tengo la oportunidad de conocer muchos detalles de sus actividades
por que trabaja en la misma oficina que Faustino, mi primo. ¿Te acordarás de mi
primo, no?
-Si claro...pues, si es así, me temo que ese pobre hombre acabará mal.
No sé exactamente por qué me salió esa frase, pero fue lo único que se me ocurrió
decir como para dar por terminado el tema. Luego lo lamentaría. Carlos, continuó
bebiéndose su cerveza y yo pronto fatigado por el vigor de la música lo dejé
nuevamente sólo entre los peces de colores y el hombre rana que estaba dejando
en el agua cientos de burbujitas de aire que desaparecían al llegar a la superficie
plateada.
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Los días fueron transcurriendo y el fastidio del Tic tac no me abandonó sino unos
meses más tarde cuando me enteré de la tragedia que les voy a relatar y, esto lo
podré hacer gracias a los fragmentarios relatos que cada persona que conocía a
Francisco me transmitieron.
La semana posterior al primer encuentro que tuve con Francisco González, el reloj
que yo tenía se convirtió en toda una preocupación. Después del trabajo, el mismo
lunes salió a recorrer todos los almacenes de la ciudad, joyerías y relojerías en
especial, tratando de conseguir uno igual al mío. No tenía el dinero para ello, pero
eso nunca era un obstáculo a sus deseos, así que conseguiría una plata prestada y
la otra parte del costo la pagaría con una de sus quince tarjetas de crédito. Después
de varias horas se convenció de que en esta ciudad era imposible encontrarlo y
debió tomar la opción de mandarlo a encargar a Suiza a través de una de las
sucursales. Eso elevaba substancialmente el precio, pero lo importante para él era
tenerlo antes del fin de semana.
Para el día viernes, una llamada telefónica le entró a la oficina, era de parte de la
relojería, para comunicarle que su pedido había llegado. Inmediatamente con el
pretexto de la muerte repentina de un familiar, pidió permiso para ausentarse, y
salió ansioso hacia el almacén. Al llegar se identificó y el encargado extrajo de un
estuche muy elegante su reloj, él se lo puso en la muñeca izquierda y ya caminando
por la acera pareció el hombre más feliz del planeta.
Pero, luego, a medida que pasaban los días su dicha iba disminuyendo y se le vio
muy taciturno marchando por las calles y parques sin un rumbo fijo, sin importarle
para nada ni las horas ni las fechas que el prodigioso reloj suizo le pudiera indicar.
En una revista, de mucho prestigio entre los ejecutivos, se topó Francisco con el
anuncio del más revolucionario de los inventos en materia de equipos de sonido,
buscó una lupa de cristal que tenía, para examinar en detalle los acabados del nuevo
prodigio de la electrónica. Leyó atentamente todas las ventajas que ofrecía y que
aparecían en letras grandes en la parte inferior de la página publicitaria, tomó el
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nombre del almacén y la dirección para ir en persona a verlo cuando le fuera posible.
Esa noche se le hizo infinita y no pudo conciliar el sueño pensando que ya era hora
de ir cambiando el cachivache, que el año pasado había comprado, por el nuevo
Philips. Se levantó de la cama, tomó un vaso de leche tibia, prendió su tocadiscos,
puso en la consola unas arias de Rossini y efectivamente descubrió los diferentes
defectos que poseía, el “scratch” le pareció que era espantoso, y la voz de las
cantantes le resultó rotundamente envejecidas y destempladas.
-El pobre Rossini seguramente se revolcará en su tumba de oír semejante ultraje
Dijo, como charlando consigo mismo.
Por el contrario, iba pensando, que el nuevo artilugio tenía que ser un restaurador
de su vieja pasión por la música clásica, con él seguramente el sonido llegaría más
puro e impregnaría fácilmente su sensibilidad artística. Korsakov en su “Capricho
español” ganaría fuerza y vitalidad, las sonatas de Beethoven resultarían bellamente
delicadas y por supuesto las arias de Rossini electrizarían su piel como si se
encontrara presente en la primera fila del gran teatro de Milán.
Finalmente logró dormirse a las dos de la mañana, cuando dio término a sus
elucubraciones con respecto al futuro y después de tomar la determinación de ir al
día siguiente a comprar el dichoso aparato. Durmió igual que lo hacía de niño,
después de que su bondadoso abuelo le relatara los tiernos cuentos de hadas.
En el nuevo día sufrió enormes problemas por la pérdida de concentración, todos
sus compañeros lo notaron y apenas murmuraban “Seguro que estará pensando en
comprarse algo”, pero él estaba tan absorto en su obsesión que no percibió la mofa
pública porque sólo esperaba el momento para salir volando de ahí.
Cuando por fin llegó el momento de la partida, reclamó su salario, tomo la chaqueta
que dejaba en el espaldar de su silla, cerró con llave el escritorio tan veloz como le
fue posible y se lanzó a la calle como el mismísimo rayo. El almacén de
electrodomésticos se encontraba escasamente a ocho cuadras del trabajo y en lugar
de ir caminando prefirió tomar un taxi. Antes de bajar del automóvil vio por la
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ventana el aparato que estaba exhibido en el escaparate primorosamente adornado,
con moños de diversos colores, serpentinas y globos inflados. Le pagó al conductor,
sin esperar el cambio se acercó al cristal del almacén y entornando los ojos lo miró
como si fuese una obra impresionista. A duras penas suspiraba ante aquella
deslumbrante maravilla del mundo moderno.
Francisco entró en el almacén y se aproximó al vendedor sonriente del saco azul con
camisa blanca, para acribillarlo con su cascada de preguntas sobre el artilugio de su
interés.
-¿Suena bien? ¿Cuál es la potencia de salida? ¿Cuánto ofrecen de garantía...? ¿Es
legítimo, no? ¿Importado?
A todo lo cual su interlocutor respondía con los consabidos detalles técnicos,
mezclados con unas cuantas frases de cajón para embaucar plenamente al inocente
comprador.
Entre tanto Francisco con las yemas de sus dedos lo fue acariciando como a la nueva
novia: por todas partes y con muchísima delicadeza para deleitarse con su
hermosura.
El señor que lo atendía ya se estaba molestando con tantas preguntas hasta que
Francisco pronunció las palabras mágicas:
-Bien, lo compro!
-Sabia decisión, se ve que es usted una persona que sabe lo que quiere... ¿Qué
forma de pago piensa utilizar?
-Con un cheque, mis tarjetas de crédito ya no dan más...todo está tan caro hoy, que
no hay dinero que alcance.
-¿Cuándo desea que se lo enviemos a su domicilio?
-No se preocupe de eso, gracias, lo llevo ahora mismo.
Una expresión de asombro se dibujó en el rostro del vendedor, inclinó su cabeza a
la derecha y levantó un tanto las cejas, y le dijo:
-Como guste! ya le hago la factura...
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-Gracias, en un momento regreso.
Francisco salió por la ancha puerta de cristal a paso ligero y unos minutos después
cuando vio un taxi le extendió la mano. Le pidió al conductor esperar unos minutos
para retornar luego con sus cajas amarillas.
Una vez que en su casa, reunió todo lo necesario para proceder a desempacar e
instalar la nueva adquisición. Con el bisturí abrió las cajas, cortó los plásticos y todo
el envoltorio que protegía su tesoro, hizo a un lado el viejo trasto y en su lugar
instaló los parlantes y la columna de mandos. Después pasó a leer minuciosamente
las instrucciones hasta cuando estuvo plenamente convencido de comprender a
cabalidad las órdenes, y entonces, decidió probarlo. Con sus manos finamente
cuidadas seleccionó uno de sus discos, lo introdujo en el Philips y suavemente pulsó
algunos botones, varios bombillos microscópicos de color verde se encendieron y el
sonido llenó la habitación.
El señor González vivía sólo en un apartamento de un barrio de clase media, la sala
era espaciosa pero en los últimos tiempos preservar el orden le era cada vez más
difícil porque se estaba llenado de artículos-trofeos que ni tocaba. En su enorme
mecedora permaneció, con su nuevo equipo de sonido, hasta altas horas de la
madrugada embadurnándose de los grandes músicos del barroco y del clasicismo.
Siempre era lo mismo, extasiado con una nueva adquisición ni el tiempo ni el hambre
lo afectaban, únicamente quería disfrutar del placer de “darse un gusto en la vida”,
como decía.
Durante las dos semanas que siguieron a la compra del aparato, aquel hombre
perdió peso y en el trabajo las cosas no le marcharon muy bien que digamos, pues,
dormía poco por estar dedicado al placer de la música. Con el paso de los días, como
es natural, llego el momento en que se aburrió y empezó inconscientemente a buscar
nuevos estímulos, nuevas aspiraciones para la existencia.
Sin embargo los innumerables gastos lo estaban dejando en unas circunstancias
económicas bastante precarias así que para poder sostener el tren de vida que se
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estaba dando resolvió prolongar su jornada de trabajo, solicitando horas extras, así
que de las ocho horas diarias pasó a diez. Pero con ello no logró paliar las deudas
contraídas, pues, los gastos continuaban creciendo de manera frenética, y tuvo que
recurrir a los amigos para pedirles que le ayudaran a conseguir un trabajo que
pudiese ir desarrollando en casa, al llegar de la oficina.
Desaparecieron las horas libres, ya no le quedó ni un minuto para asistir a las salas
de cine, para comer tranquilamente en algún restaurante y ni siquiera para ir a los
almacenes a comprar los productos que “necesitaba”. Pero ello no se convirtió en
un obstáculo insalvable para su espíritu consumista, mucho menos ahora cuando la
ciencia de la gerencia contemporánea prosigue desarrollando nuevos sistemas de
ventas por teléfono, por correo y hasta a través de la maravillosa e insustituible
televisión.
La casa de Francisco se parecía cada día a una bodega de artículos inútiles y por
estrenar incluso, porque con tanto trabajo el tiempo no le alcanzaba para
disfrutarlos, mas, no por ello dejaba de comprarlos. Por ejemplo para el solo cuidado
de sus cabellos tenía en el cuarto del baño tres estantes repletos de productos de la
misma compañía fabricante a saber: schampoos, suavizantes, desenredantes,
lociones capilares, lacas, secador eléctrico con sus aditamentos, peines de diferentes
tamaños, cepillos; planos, redondos y curvos, de dientes de plástico o metálicos,
espejos de disímiles proporciones, tijeras para descartar los cabellos desobedientes,
y una máquina para hacerse los masajes. Aaaah... y todo eso sin mencionar la gran
colección de gorras y sombreros que tenía para diversas ocasiones. Seguramente se
me habrán olvidado algunas cosas pero el lector sabrá dispensarme la falta de
detalle.
Un día lunes arrimó a la oficina un vendedor de pólizas de seguros, Francisco a duras
penas lo miró y le dijo:
Lo siento mucho amigo, pero yo ya no compro de nada, si hubiera venido la semana
anterior hasta de pronto le habría comprado un par, pero hoy me es imposible.
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Los compañeros del trabajo se quedaron boquiabiertos no podían dar crédito a lo
que escuchaban pero pensaron que era puro teatro. Una hora más tarde arrimó otro
individuo ofreciendo unas lociones famosísimas que se estaban importando de Italia,
pero también fue despachado con la misma respuesta. Los murmullos se apoderaron
de los compañeros de trabajo de Francisco y temieron lo peor porque ni siquiera
ellos pudieron soportar la tentación de adquirir alguna de esas exquisitas fragancias,
procedentes de la mismísima Europa. Al repetirse la misma actitud durante el resto
de la semana llegaron al pleno convencimiento de que algo malo estaba ocurriendo
en la mente del más grande comprador de la compañía, pues ya se estaba saliendo
de los cauces normales de nuestra sociedad, únicamente compraba alimentos y lo
estrictamente necesario.
¿Por qué tan drástico cambio siendo que continuaba trabajando al ritmo tan intenso
que traía?, además se sabía de sobra que tenía con qué comprarse aquel barato
perfume !? ¿Se habría metido a alguna secta de aquellas en que se cotiza hasta con
el alma?
Sus compañeros no lograrían desentrañar este misterio sino meses después de
ocurrida la repentina metamorfosis.
Lo que fluía en la mente de Francisco era la idea de guardar el fruto de sus ingentes
esfuerzos para poder adquirir el más grande y poderoso de sus sueños, algo que
ninguno de sus compañeros podía imaginar, ni podrían comprar algún día: Un
flamante y reluciente MERCEDES BENZ deportivo, último modelo. Se enamoró de él
un sábado cuando lo vio conducido por una lindísima rubia en la pantalla del
televisor. Esa visión fue suficiente para transformar su vida entera, tanto que
durante los meses que siguieron, trabajó como nunca y sacrificó todos sus gustos
por alcanzar la meta, su mayor aspiración en la vida. Además pensaba en conquistar
el amor de Elenita con su nuevo juguete.
Cuando logró tener la mitad del dinero para poder conducir tan delirante sueño
arrimó al banco a retirar la integridad del dinero. El cajero al ver el formulario le dijo:
60
-Pero señor ¡eso significaría el cierre de su cuenta!
-Bueno, cancélela.
-¿Por qué no deja aunque sea un mínimo?, mire que se quedaría usted sin tarjeta
de crédito.
-Ni pensarlo lo necesito todo y hoy.
Intentaron disuadirlo pero él no cedió ni una pizca, quería estrenar su carro sin
retraso.
Fue luego al almacén, hizo infinidad de preguntas hasta fastidiar al vendedor, pero
al final salió montado en su Mercedes último modelo, de reluciente tapicería blanca.
Cuando marchaba por la avenida iba muy orgulloso, llevaba las manos al volante
dándose cuenta de las miradas de los envidiosos. El mundo le pareció pueril para
los pobres que no podían disfrutar como él de esa maravillosa máquina, heredera
de la tecnología automotriz alemana. Recogió a Elenita en su casa y hundiendo el
acelerador a fondo viajó feliz a más de cien kilómetros por hora, dejando que el aire
golpeara su cara, quería constatar con sus propios sentidos todo cuanto la televisión
le había prometido. Pero de repente vio que por el otro carril de la autopista un carro
americano y como se quedara atónito tratando de reconocer semejante belleza, casi
de nave espacial, perdió la concentración, fue a dar contra una valla publicitaria y
todo quedó vuelto añicos: su cuerpo, su auto, sus ilusiones y su dicha de un día.
A partir de esa fecha, entonces el tic tac que me había perseguido por largo tiempo,
desapareció.♥
61
EL ESCRITOR DE CORAZÓN
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EL AMOR ES PURO CUENTO

  • 1. EL AM♥R ES PUR♥ CUENT♥
  • 2. 2 Se permite y agradece toda forma de reproducción. Pero, no olvide dar los créditos correspondientes. Se puede imprimir como folleto. Inconformes editores S.A. Cali, Colombia – Octubre 2021 Castillo Parra, César Arturo, 1960 El amor es puro cuento. Cali 2021 Inconformes Editores. 86 páginas Incluye ilustraciones del autor. 1. Cuentos. 2. Amor. 3. Literatura colombiana.
  • 3. 3 TE CUENTO Apreciado lector te cuento algunas cosas que me ocurrieron alrededor de este libro que vale la pena mencionar. Pero antes de empezar quiero recomendarle que haga imprimir el texto. Puede ser por lado y lado o en formato folleto, si desea que le salga más económico o fácil de manejar. Hágame caso porque eso de dejarlo en pantalla no es tan enriquecedor como tenerlo en físico, pues de esta forma se pueden hacer anotaciones al margen, llevarlo consigo o prestárselo a otra persona y así facilitar el dialogo colectivo lector-autor-lector. Aunque algunas personas entienden esta idea, es mejor explicarla: El escritor cuando redacta piensa en su público y desde el titulo empieza la exposición de sus ideas, el lector debe tener la paciencia de escucharlo con sus ojos, pero puede parar cuando quiera y hasta llevarle la contraria haciéndole un comentario a una persona que tenga cerca o poniendo frases en los espacios en blanco, porque los libros no son adornos para cuidar sino herramientas de trabajo. Claro que no faltará el que le indique que utilizando papel usted estaría destruyendo los árboles, pero el libro impreso tiene un valor tan grande que ahora no puedo detenerme más en el asunto y hay cosas mucho más terribles que se hacen incluso a nombre de la ecología. Ahora sí entro en materia. Esta colección de cuentos creo que los empecé a escribir en 1994 para participar en un concurso. No gane nada con ellos y luego los dejé en el olvido hasta que la pandemia y el desempleo me empujaron a recuperarlos. Gracias a un amigo que me había guardado el borrador logré completar los que tenía en formato digital. Los volví a pulir, compuse relatos nuevos, agregué otras ilustraciones y la
  • 4. 4 verdad es que eso de volver sobre viejas ideas con experiencias y conocimientos nuevos es fantástico. Estoy muy contento de publicar mi libro bajo el sello de Inconformes Editores porque sale exactamente como el autor lo quiere, con sus errores y sus cualidades, sin las formas ni las pretensiones de los que buscan seguir las modas estilísticas o los gustos de los eruditos pretenciosos. Siempre me he preocupado por escribir en lo posible con un lenguaje sencillo para poder llegarle a la gente y las editoriales tienen el defecto de someter a los autores a los criterios del márquetin y a las pautas de los pedantes. Advierto entonces que este texto no es de “impacto”, como se dice ahora, no intenta dejar una marca en la historia revolucionando la literatura o las ideas sobre el amor. No he intentado hacer referencias cruzadas o sutiles a autores reputados ni hablo de los sentimientos que se dan entre novedosas sexualidades alternativas. Nada de eso, tan solo buscaba entretenerme jugando con lo que han sido mis experiencias románticas y mis gustos en el dibujo. Para los académicos que siempre están listos a predicar sobre lo que es o no es arte y se engolosinan tratando de hallar errores gramaticales u ortográficos, mi libro no merece salir a la luz pública, pues solo son una colección de “cliches” o ideas estereotipadas. Alguno incluso desde su experticia dijo que la portada era demasiado “naif” y yo les doy la razón porque seguramente tiene un gusto demasiado refinado donde solo caben las referencias a las vanguardias posmodernistas de la intelectualidad eurocentrista. Una de las experiencias más bonitas que he lograba con mis estudiantes era verlos jugar con la pintura y los lápices sin las pretensiones de llegar a ser reconocidos como artistas, porque les veía divertirse cuando hacían trabajos incluso “mejores” que
  • 5. 5 los ejecutados por estudiantes de artes. Para demostrarles lo que estaba sucediendo un día me puse a tocar piano delante de ellos, sin decirles que yo no sabía nada del asunto y creo que logré transmitirles que lo importante era pasar un rato agradable con las notas musicales, no si estaba interpretando a Mozart o Beethoven. Pues bien, así es fue como surgió “El amor es puro cuento” como una oportunidad para jugar con las palabras, el tiempo y la tinta china. No pretendo ser reconocido como un gran literato, pero si alguna persona saca de su tiempo un ratico para leerlo y logra disfrutar de mis relatos, habré conseguido mi objetivo. EL AMOR ES UNA COLECCIÓN DE ESPERANZAS, QUE DURAN UN SUSPIRO.
  • 6. 6 CONTENIDO Pág. I. LA NOCHE TRISTE 7 II. LA FAMA DE RAMIRO 12 III. LA MAQUINA DEL TIEMPO 19 IV. POR FAVOR SÁQUENME DE AQUÍ 29 V. LAS PENAS DEL CORAZÓN 41 VI. LOS CAPRICHOS DE FRANCISCO 49 VII. EL ESCRITOR DE CORAZÓN 61 VIII. LA NOVIA 67 IX. EL AEROSTATO 81 X. LA PERRA DE MI NOVIA 84
  • 8. 8 ocas veces tiene uno en la vida, la oportunidad de sentir apasionadamente aquello que corta de un solo tajo el aliento y aviva el corazón; un amor a primera vista. Pero esta vez me ha sucedido y, de la forma menos esperada, con una mujer tan preciosa, como nunca antes había visto; su nombre lo dice prácticamente todo, se llamaba ANGÉLICA. Desde aquel día 16 de noviembre en que la vi, mi vida solo gira en torno de ella y no podía ser de otra manera, por el impacto que me ocasionó y porque apareció en uno de los momentos más triste que he tenido: el día en que prescindieron de mis servicios como gerente de la empresa estatal de correos. Son dos motivos, pues por los cuales recuerdo muy bien esa fecha. A mis amigos les he venido contando, en detalle, la experiencia de este amor y se burlan de mí, seguramente es por esa malvada envidia que corroe a los hombres. Yo pienso eso y no les hago caso alguno, entre otras cosas porque este amor es el que me da fuerzas y alegría. Ya es muy bien sabido, desde tiempos inmemoriales, que por ellas los hombres son capaces de todo hasta de hacerse valientes caballeros andantes. Y aunque aún no le conozco personalmente pienso y sueño en que llegará el momento en que sus palabras de aliento me llevarán, ¿por qué no? a tomar el cielo con las manos, como se dice, o a coger el toro del destino por los cuernos. De las cosas que más recuerdo ahora es su cabello largo y ligeramente ondulado, negro y liviano como el viento que lo mece. Su rostro es blanco y aparece un tanto rosado, como por el sol de las primeras horas de la mañana. Yo le examino cada milímetro de su cara para quedarme embelesado en su nariz pequeña, redondeada en la punta y en los ojos tiernos e inocentes propios de sus 23 años. Es de baja estatura pero eso sí, muy bien hechecita toda ella, sostenida por unas límpidas piernas que parecieran mandadas a construir a un escultor perfeccionista de la naturaleza femenina. Un gancho casi siempre de distintos colores y estilos, recoge su pelo, y logra armonizar al mismo tiempo, con el juego de aretes, el prendedor y los vestidos que luce. Ayer le vi casi toda de verde esmeralda y parecía ella misma P
  • 9. 9 la piedra preciosa que tantos admiran y buscan con afán. Portaba también una lluvia de perlas en su pecho y un cinturón verde oscuro que bien ceñido a la cintura dejaba ver la exuberancia de sus caderas. No me explico de dónde sacará ese gusto tan exquisito en el vestir que me hace pensar que no hay prendas pobres o feas para ella, porque el más simple de los retazos lo lucirá como si perteneciera al ajuar de una princesa. He conocido bellas mujeres que al combinar los trajes más elegantes, por el contrario, las hacen ver como simples plebeyas indignas de unas palabras mías. A pesar de nunca haber llegado a verla desnuda puedo decir que posee un cuerpo esbelto y lo suficientemente fuerte, y lo digo con certeza, pues, la imaginación de un amante no encuentra límites en sus ojos. En las noches, después de haberla visto me siento el hombre más feliz, ella seguro que ni sabe que existo y eso no me mortifica, sueño con su imagen y al día siguiente me despierto con el espíritu hinchado de contento, dispuesto a lo que sea. Luego durante todas esas horas que pasan desde la luz del alba al anochecer, sólo voy pensando en que llegue el momento para poder disfrutar de su hermosura con el suave deslizar de mis pupilas, y esto es exactamente a las ocho de la noche. Hace unos meses la vi en uno de esos miles de puestos de ventas ambulantes que lo asalta a uno en la acera o en la calle misma. Su fotografía aparecía en la portada de una prestigiosa revista de circulación nacional, sorprendido saque inmediatamente mis billetes y compré un ejemplar. No me interesó lo que decían de ella, exclusivamente quería tener su imagen y recortar las fotos de mi adorada. De esta manera empecé a construir el más grande de mis tesoros: un álbum con todas las fotos que iba recolectando en mis caminatas vespertinas. El Sábado pasado me vino a visitar Antonio, mi gran amigo de los tiempos de la universidad, le serví un buen vaso de jugo de guanábana que es su preferido, charlamos durante un largo rato, de los amigos recíprocos, de nuestras familias, poniéndonos al corriente de los últimos acontecimientos de nuestras vidas, hasta que por fin llegó el momento propicio para poder contarle de esta llama que arde
  • 10. 10 en medio de mi pecho. El tema empezó cuando me hizo la siguiente pregunta: ¿y quién es la chica de esos portarretratos? Con mucho orgullo y respirando hondamente le respondí: es “ANGÉLICA” y pasé a contarle de cuándo le había visto por primera vez, el impacto que había causado en mi alma y sin esperar más fui corriendo al fondo de la habitación para traer mi gran álbum. Una a una fue mirando las fotografías que cuidadosamente había recortado, mientras yo le relataba sus cualidades y cuanto conocía de ella. Pero Antonio callaba, me miraba como a un ser extraño o como se mira a un pervertido, eso me desconcertó mucho pero dije para mis entrañas que estaba poseído por la envidia. Además que no todo el mundo es capaz de comprender la dimensión que puede tener el amor para alguien y menos entenderlo cuando ese alguien no es correspondido. Una cosa al menos, sí logre sacar en claro y es que también a él, le parecía muy hermosa, eso me pareció la cosa más normal a pesar de que en muchas oportunidades nuestros gustos fueran tan divergentes, por cuanto entendía que en esta materia, cada quien tiene su modelo de belleza y es cambiante con el paso del tiempo e incluso con los estados del alma. ¿Que tan cerca le has visto? me preguntó Tan cerca como creo la habrás visto tú, porque alguna vez la has visto, así sea un instante ¿no? Sí, claro, me contestó y luego siguió un largo silencio, me miró un tanto incrédulo, dio un suspiro como de impotencia y a renglón seguido dijo: -Bueno amigo me voy, te dejo con tu sueño. No le dije nada, su sarcasmo me molestó y simplemente lo acompañe a la puerta para despedirlo con un apretón de manos. Esta tarde mientras sorbía poco a poco una taza de chocolate y miraba intrigado cómo iban apareciendo los surcos en la orilla de la taza, me quedé navegando en mis pensamientos con un toque de alegría porque hoy, gracias al aliento que ANGÉLICA me ha inspirado, por fin en conseguido un nuevo empleo. Por ella he tomado el puesto de distribuidor de revistas, no es gran cosa pero ya vendrán tiempos mejores y mientras tanto así puedo adquirir más fácilmente las más frescas
  • 11. 11 joyas de mi tesoro. Josefita, la de los tintos y que presume de conocer las reglas para la lectura de los conchos del chocolate, al ver mi taza me sentenció lanzó la siguiente frase. -Pues, mira aquí,- indicando con el índice,- el tercer anillo del recipiente, se ve muy claramente que una gran tristeza llegará a tu vida, porque después de la dicha viene el dolor, como muy bien lo sabía mi abuela, que en paz descanse. Pero luego tu existencia será como la de todos los mortales; aburridora en general porque la felicidad es un mito como tu amor. No le dije ni le pregunte más, aquello de “mito” no me gustó nada porque ANGELICA es la realidad de mi dicha es una verdad pura como su cuerpo precioso. Al regresar a mi casa, cansado y fastidiado por lo de la lectura del concho del chocolate, preparé la cena, nada especial como corresponde a un hombre que vive rumiando su soledad: un plato de lentejas, un poco de arroz y para salir del paso una salchicha frita a la carrera. Comí tan pronto como pude porque deseaba ver con toda la tranquilidad necesaria, el rostro de la mujer que más quiero. Afortunadamente no tenía que ir muy lejos para dejarme seducir por sus encantos, para que mis ojos se quedaran embelesados en aquellas persianas pestañearas que dejan ver con claridad absoluta la morada de su ternura. Pero esta vez, al cabo de un rato de estar sentado en el sillón, sentí que el mundo entero se venía con toda su crueldad, que mi vida después de esta noche no tendría el mismo sentido, estaba presenciando el último de los capítulos de esa mediocre telenovela que lo único bueno que tenía, era la presencia fugaz, una o dos veces por capitulo, de Angélica, mi alegría, mi sueño de amor. No lloré porque fue el amor más puro que he vivido, sin esperar nada a cambio, sin la presión de los años y gozando la plenitud de mi libertad. Ella se casó con el galán de turno y yo, con la tristeza en el alma, dormido me quedé hasta que la señal del fin de la programación, a la cama me lanzó, para soñar una vez más con la bella ANGÉLICA.♥
  • 12. 12 LA FAMA DE RAMIRO
  • 13. 13 on las manos de mansa serpiente multicolor recuerdo a Ramiro en una mañana luminosa de julio, cuando elaboraba lo que sería, según mi parecer, la máxima obra de su vida. Frente al caballete estaba a medio esbozar, con una serie de pinceladas sueltas, algo de lo cual aún no se podía adivinar en qué consistiría, solo en su mente estaba oculta la imagen de lo que tenía para plasmar en el lienzo. Con sus ropas viejas, desgatadas por los años y con el colorido original perdido por los manchones causados en los cientos de cuadros realizados, se hallaba en un profundo silencio el pintor más desconocido de la ciudad. El pelo castaño oscuro, lo tenía invadido de remolinos, su piel era tan canela como la de sus padres y el cuerpo reflejaba, la historia de sus penurias. El sol entraba por la ventana del costado oriental de la habitación estrecha que tenía rentada en la carrera diez con tercera. Por su puesto que ella no se parecía en manera alguna a esos estudios que vemos en las películas de los grandes maestros. En ese espacio estrecho se agolpaba todo lo que constituía el mundo espiritual y material de ese creador: la cama pequeña con su eterno tendido azul, la radiola de los años sesentas que aún reproducía la notas musicales, sus ropas en el armario, la biblioteca y canto tenía que ver con su pasión por las artes: pinceles, cartones, telas y acuarelas. Cuadros, habían muy pocos porque él era tan exigente consigo miso que, al menor indicio de desagrado o de aburrimiento, los destruía o repintaba una y otra vez. No es que fuera temperamental como aquella mítica imagen que la gente se hace de Van Gohg, sino que pensaba que no podía darse el lujo de guardar obras mediocres que no valieran la pena, por la estrechez de su cuarto. Él trabajaba desde las primeras horas de la mañana, mucho antes de tomar el desayuno y pintaba o bocetaba hasta quedar rendido por el cansancio. Como testimonio de su perseverancia cada día quedaban, en la cesta, los papeles atiborrados de las figuras que le proporcionaban la naturaleza o su fantasía. El perfume de la trementina que bañaba el cuarto no lo abandonaba, aunque la brisa de la tarde soplaba intensamente desde las montañas a su ventana. El óleo que C
  • 14. 14 perezosamente se va secando en los cuadros, también expelían los vapores del aceite de linaza, pero por encima de todo eso, el polvo, ni el desorden lograban atraparlo porque cada sábado les plantaba la batalla. En sus años mozos, Ramiro estudio en el colegio de Santa Librada donde le conocí la afición por el dibujo. Recuerdo que mientras transcurrían las tediosas clases él iba haciendo caricaturas del profe y de nosotros, luego estos dibujos empezaban a correr de mano en mano y la clase entera se animaba. El profesor pensaba que ese entusiasmo se debía a su elocuencia y manejo del tema. No había porqué sacarlo de su convencimiento, entre otras cosas porque así él era feliz y nosotros gambamos con su buen genio. Lo único que teníamos que hacer en pago a la diversión que nos proporcionaba nuestro el pichón de artista era guardarle las hojas que tenían un lado limpio y regalarle de vez en cando lápices de colores. La verdad es que en principio los dibujos no le salían del todo bien, pero con el paso de los años las cosas iban cambiado y mucho!. De eso me di cuenta la última vez que vi su libreta de apuntes porque en ellas observé que ya realizaba con gran maestría y sentimiento retratos de gentes que conocía, los paisajes soñadores del Valle del Cauca, las flores e incluso los animales. Todo por demás con un realismo sorprendente. Después de terminar el bachillerato nuestras vidas se separaron por varios años y de él supe que había ingresado a una pobre escuela de dibujo y de pintura para hijos de obreros, que no hacía mucho tiempo habían fundado ahí cerca del colegio. Aunque sus grandes progresos con el dibujo, según me contó al reencontrarnos hace unos meses, se dieron fue en las horas que pasaba en el parque y en sus recorridos por las montañas. Ahora bien, hay que decir que mis recuerdos de Ramiro están indisociablemente ligados con los de Juan Carlos que era otro de nuestros compañeros de la secundaria. Él por aquellos años ya vivía en uno de los barrios “in” de la ciudad, se caracterizaba por ser el más alto de la clase, cabello liso, ligeramente rubio y sobre
  • 15. 15 todo por su escaso espíritu de compañerismo. Su andar era suave como el de las señoritas cuando llevan el libro sobre la cabeza, no para cultivar por osmosis el intelecto, sino para ir derechitas, con los hombros bien puestos y el contoneo de las caderas. El muchacho aquel además seguía la norma de nunca mirar atrás ni hacer un gesto demasiado brusco para no romper la armonía de la elegancia. Al terminar la secundaria paso a estudiar en una de las escuelas más prestigiosas de la comarca que dirigía la celebérrima Doris, donde aprendió a hablar enmarañadamente del fenómeno psicolingüístico y sociológico del arte conceptual contemporáneo. Hizo grandes avances en el manejo de las relaciones púbicas, conoció los elementos conceptuales de la pintura tachista y del instalacionismo, al tiempo que aprendía a explorar la espontaneidad de su mundo interior con el sentido polisémico de las formas matéricas del informalismo. Pero una vez obtuvo su diploma, me di cuenta que en realidad su capacidades artísticas resultaban bastante limitadas, no conocía los principios básicos de la perspectiva y a la hora de realizar un retrato era un rotundo fracaso. Aunque para sus profesores recién llegados de los epicentros de la Cultura como New York, Paris y Londres, a Juancho se le podía calificar como una genialidad descollante de la corriente “Neo-Tachista” latinoamericana. Y decían que si aquí no se le comprendía bien, se debía a la ignorancia del medio. El elegante y refinado Juan Carlos dedicaba sus horas a la verborrea de especialista en los fenómenos de la plástica. Poseía un taller obsequiado por su padre, donde alguna vez a la semana iba a pintoretear, pero la mayoría de las veces lo destinaba a sus encuentros furtivos con un séquito de admiradoras. De esta manera se comprende que en lugar de encontrar muchos cuadros, en su interior se hallaban botellas de vino, cajetillas vacías de cigarrillos y un catre donde el artista estaba con sus musas preferidas. Por mi parte, no entiendo mucho de esas cosas, pero me preguntaba cómo era posible que a Ramiro, siendo un perfeccionista y un dedicado a su disciplina, no se le concediera el más mínimo reconocimiento ni siquiera entre sus familiares. Por el
  • 16. 16 contrario a Juan Carlos la fama y el abultado amor propio no le cambian en este mundo. Su éxito lo resaltaban tanto los críticos de arte de la república que siempre se le podía comparar por los miles de dólares de ventas. Cada domingo salía un artículo exaltando el dominio del color y la potencia lumínica de sus texturados lienzos de proporciones gigantescas, como aquellos que se vendían en la galería “Spectrum” de Miami. Un crítico escribía respecto de su obra: “En efecto el tratamiento técnico y el alcance significativo de sus fondos permiten descubrir la existencia de un espacio semántico que enfatiza la representación de los planos disimétricos que llevan a una representación impertérrita” Por supuesto que para una mente tan provinciana como la mía eso era como oír hablar en chino. En cierta ocasión me encontré al maestro Juan Carlos en la Biblioteca Departamental con motivo de la ceremonia inaugural de la gran colectiva de pintores contemporáneos y le salude con un “Hola, como te va”. A lo cual él con su voz apelmazada me contesto, mirando de soslayo a los que nos rodeaban: -Discúlpeme caballero, le conozco? Se hacia el pendejo pues yo no había cambiado físicamente mayor cosa y además habíamos estado charlando hacía solo unos meses en casa de un amigo mutuo. -Claro, estudiamos juntos en la secundaria, y solo quería decirte que me parecen muy interesantes tus obras. -Muchas gracias, hago lo que puedo, aunque la verdad aquí solo presento dos bocetos de una idea que algún día espero desarrollar para mis amigas de Munich. Y luego me preguntó -…y cómo es que es tu nombre? -Sebastián Dávila, compañero de grupo con Ramiro en el Colegio. ---Aaaaa eres el que se ganó la lotería la semana pasada. Hombre pues claro, cómo se me ha podido olvidar. Ven conmigo te tomas unos tragos y te presento ante los colegas de la exposición.
  • 17. 17 A partir de ese momento no me dejo ni a sol ni a sombra, se hizo tomar diferentes fotos con migo, para la página de “eventos sociales” de la prensa local y casi me presenta como su amigo del alma. Después de la tercera copa de vino ya me sentía un tanto mareado pero de tanta palabrería que zumbaba en mis oídos, lo dejé con sus niñas estrafalarias y salí espantado. Prometiéndome no volver a darle la cara otra vez a tan afamado personaje. Esa misma noche cuando regresaba a casa vi que las bombillas del cuarto de Ramiro seguían encendidas. Me acerqué para saludarlo y observé que ahí estaba él rodeado de papeles de colores, sentado frene a su cuadro enigmático de manchones violetas sienas y carmín. Él con toda la amabilidad me hizo pasar y estuvimos un largo rato disfrutando de la conversación hasta que el sol metió sus brazos por la ventana para iluminarlo todo con su alegría. Habíamos compartido nuestras penas, nuestras experiencias de vida. De todas las preguntas que le hice, una respuesta me dejó tan pensativo que aún no se me olvida. Yo le decía -Muy pocas veces tenemos la oportunidad de hablar de cuestiones del amor, podrías decirme ¿por qué? -Por una razón muy sencilla, todos teorizamos sobre él, creemos entenderlo y sentirlo, sin darnos cuenta que el amor es puro cuento, un invento racionalizado con el cual adornamos al deseo y es en últimas el recurso mágico que usamos para escapar de la soledad. Nunca antes lo había visto tan profundamente reflexivo y sereno, parecía como si estuviese sentado frente al horizonte del mar, contemplando la redondez de la vida. Después de esa jornada no volví a ver los inquisitivos ojos de Ramiro, porque se negó rotundamente a que lo visitara persona alguna. Por la ventana se le pudo ver durante muchas semanas plantado frente al caballete trabajando una y otra vez en la misma tela. Con el paso del tiempo sus movimientos lucían más lentos, la
  • 18. 18 curvatura de su espalda se hizo más pronunciada y después su sombra se fue haciendo tan difusa, hasta que nadie volvió a verlo o a tener noticias de él. Intrigado por lo que sucedía resolví tocar a su puerta. Insistí durante un largo rato y luego de no tener decidí preguntarles a los vecinos de enfrente si habían visto al pintor, pero nadie supo dar razón alguna. Ya cansado de intentar una cosa y la otra llamé a la dueña de la casa. Cuando ella llegó con su cadena de mil llaves yo tomé la que me señaló y abrí la pesada y raída puerta de madera. Para sorpresa de los vecinos, de la dueña y de mi persona, quedaban tan solo en medio de la habitación un autorretrato perfecto de Ramiro, al tamaño natural y los olores densos de los oleos. Los investigadores policiales no supieron dar explicación de lo sucedido, solo se atrevieron a dar la hipótesis de que se habría marchado a otra ciudad porque en los últimos días le habían visto regalando sus pertencias. Esa teoría no me pareció aceptable pero las pesquisas de los inspectores en nada quedaron y al final lo único que resolvieron fue que yo conservara la pintura. Una vez puesto el retrato en la pared de mi sala, vi el cuadro tan extremadamente real que me quede mirándolo fijante y entonces, uno de eso ojos me hizo un guiño afable, pensé que serían alucinaciones mías pero cada vez que miro atentamente el retrato me pasa lo mismo. Lo más extraordinario era que a otros observadores les pasaba lo mismo. Allá dentro de doscientos años, seguramente el más famoso pintor que recuerde la historia de este país será Ramiro, para mofa de la precaria existencia que tuvo en su presente. Alabanzas le lloverán de todos los confines de la tierra y, de Juan Carlos el famoso hacedor de mamarrachos, ya no se acordaran ni sus tataranietos.♥
  • 20. 20 o primero que se sintió fue un viento fuerte y luego un estruendo tan grande que muchos en la cuadra pensaron que se trató de un atentado. Extrañamente alguien incluso dijo que había sentido como si hubiese llegado una ráfaga de aire Mediterráneo a azotar las puertas. Tonterías alegó otro, pero era la pura verdad, pues un aroma marino se sintió en las calles del barrio de San Antonio donde patrullaba Jorge Raimundo, el agente del sector. Él corrió de inmediato a ver lo que sucedía sin prestar atención a las murmuraciones y al llegar a la esquina de la calle segunda vio que un extraño automóvil se había estrellado de costado contra la gigantesca palma de casi cincuenta metros que adorna el barrio entero. Al lado de la espigada señora, el accidente parecía como si uno de sus cocos se hubiera estropeado al caer al suelo. Afortunadamente la robustez de su tallo logro soportar el impacto y solamente perdió unos pequeños trozos de su corteza. El automóvil era algo singular, de una marca que ninguno de los vecinos logro reconocer y claro, como sucede en esos casos, no faltó el ocioso que dijera que, sin duda era uno de esos modelos estrambóticos importados por los mafiosos. Tenía el tamaño de un Cadillack, dos puertas redondas, en el techo algo que parecía una desproporcionada antena y por si fuera poco tenía un color rosado matizado por los destellos azules que salían del interior. Jorge, al ver el coche y la pelotera que armaban los curiosos tratando de no perderse el más mínimo detalle, se aproximó para ver en qué podía ser útil. Dio una vuelta a la perilla de la puerta del conductor y con los brazos fuertes que tenía lo ayudó a salir del vehículo, a un pequeño hombre regordete, para luego proceder a sacar al copiloto que era delgado, ya entrado en años y larguirucho, al tiempo que le gritaba a la multitud: -Apártense por favor que aquí no ha pasado nada grave, nadie ha resultado muerto. Al escuchar esto, los curiosos con sus caras largas se alejaron para contar cuanto habían visto y seguramente un algo más. Las amas de casa y los niños que se habían L
  • 21. 21 asomado a los balcones, puertas y ventanas, al enterarse de lo poco que había acontecido, regresaron a sus actividades cotidianas. El espectáculo había terminado. Entretanto los del accidente trataban de reponerse del susto, ayudados únicamente por Jorge Raimundo quien les preguntaba si algo les dolía, que si se sentían bien, a lo cual los dos hombres respondían que había sido más el susto que los daños. El agente los abandonó un instante pero luego regresó, para ofrecerles a los caballeros, a cada uno un vaso con agua. Acto seguido les preguntó si querían que les llamara una ambulancia o si tenían un teléfono de para contactarles con la familia, pero esto fue lo que respondió el más viejo: -No os preocupéis tanto, no fue nada, estamos bien y solo se dañó una puerta, además venimos de muy lejos. Luego se quedó callado, pensativo y mirándolo fijamente a los ojos como si algo muy raro hubiera encontrado en ellos, entonces le preguntó inquisitivamente: -Usted no siempre ha sido un hombre tan amable, ¿cierto? -No señor, ¿cómo lo sabe? -Intuición solamente. Pero dígame ¿cuándo y cómo es que habéis cambiado? -Esa es una historia larga de contar dijo Jorge. -Por favor me interesaría conocerla, si no le parece mucha impertinencia de mi parte. -Con mucho gusto, permítanme les invito una gaseosa mientras se terminan de reponer y les cuento un poco, además puedo aprovechar que ya es la hora de mi descanso. Cerraron el auto, le pusieron unas cuantas cuñas para que no se rodara y se dirigieron a la tienda más cercana. Al entrar al establecimiento los viajeros sintieron que las personas les miraban con curiosidad por la vestimenta inusual que traían. Tomaron asiento, con cierta parsimonia y la propietaria les atendió. -Jorge Raimundo Contreras es mi nombre, nací hace treinta años en una vereda del departamento del Caquetá llamada “Yucatelandia”, soy hijo de padres campesinos analfabetos que cultivan la yuca allá en un filo de la cordillera donde no llega ni
  • 22. 22 camino de herradura. Con ellos viví hasta la llegada de la compañía maderera, porque con la tala de los bosques y la erosión, la miseria de mi familia, que era muy numerosa, se hizo insoportable. Entonces tomé la decisión de venirme a la ciudad a casa de un pariente lejano por parte de mi madre. Como no tenía conocimiento alguno de las letras, a duras penas pude hallar trabajo como vendedor de prensa en las calles. Por fortuna como era chico, pocos gastos tenía, pero cuando fue pasando el tiempo ese trabajo ya no fue suficiente y por tanto, me uní a la pandilla del barrio para salir al rebusque en las horas de la madrugada, como los gatos. -¿Cómo es eso? Interrumpió el flaco. Explicadme buen hombre que no os comprendo. -Pues lo que digo es que andábamos de techo en techo hasta encontrar algo digno de robar, lo malo es que algunas veces teníamos que saltar y correr mucho para escaparnos de las balas de la gente. Eso me iba produciendo mucho coraje, tanto que un día, me conseguí un tronante de esos y cuando me arriaban la madre, pues yo ya les respondía como se debía. -¿Y como os convertiste en agente policial? le preguntó interesado cada vez más el gordito que mostraba una ligera sonrisa socarrona. -Sucedió que uno de los que dirigía el grupo, Roberto, era un capitán de la policía que en sus ratos libres trabajaba con nosotros para complementar un poco su sueldo y para cumplir ciertas misiones especiales, que sus superiores le encomendaban. Luego, como yo me fui haciendo cada vez más diestro con el arma él me fue tomando aprecio. Un día después de una la balacera que sostuvimos en una joyería me dijo: “te tengo trabajo, he hablado con mi jefe y está de acuerdo en que formes parte del cuerpo.” -Así fue. Después estando en el trabajo aprendí a leer, a manejar más el arma, al tiempo que cometíamos toda clase de fechorías. Nos divertíamos de lo lindo con las señoritas de la zona de tolerancia y bebiendo hasta la borrachera.
  • 23. 23 Pero el gran cambio de mi vida llego con dos acontecimientos: cuando leí uno de los libros más famoso de la historia y cuando me presentaron a una linda muchacha de nombre “Adriana”. Ella además de ser hermosa era una persona inteligente y apasionada por la literatura. -En cierta ocasión tuvimos una redada contra los vendedores ambulantes y entre ellos cayó un librero a quien lanzamos a empellones en el camión del ministerio de obras, sus libros por poco se los queman mis superiores, de no haber sido por el torrencial aguacero que caía esa tarde. Para mi Teniente esos volúmenes viejos no eran más que textos subversivos que atentaban contra la ciudadanía y no merecían, por tanto, ver más la luz pública. Yo, con disimulo, me puse a mirar los títulos: “El manejo de los computadores en el mundo moderno”, “La ciencia su método y su técnica”, “Filosofía materialista”, “Manual de geografía”. Pero uno llamo poderosamente mi atención, era grueso y de una antigüedad extrema “Don quijote de la mancha”, tenía por título. El detenido alcanzo a percibir mi interés por ese libro de empastado rojo, y al darle la espalda a mi Teniente me dijo muy bajo; “se lo regalo”, yo lo miré un tanto incrédulo, pero lo tomé y sin siquiera darle las gracias, me lo puse furtivamente en el interior de la chaqueta impermeable. -Regularmente he sido un desastre a la hora de conquistar a una señorita y mucho más cuando ella es una persona decente porque con las otras, la cosa es estrictamente cuestión de ir al grano... A la bella Adrianita me pareció imposible decirle: “Me gusta tu trasero, ven conmigo”. Seguramente me abofetearía de una vez. Pero la noche que llegue a casa con el libro aquel, comprendí que habría otra manera de llegar a su corazón. -Durante semanas enteras permanecí cada noche hasta la madrugada leyendo el libro, estudiando a fondo el espíritu aventurero, de justicia y humanismo del héroe. Tomaba apuntes y subrayaba aquellos pasajes, que yo consideraba claves para mi formación como hombre. Traté de memorizarlo y analizarlo lo más profundamente posible. Como una “Dulcinea” vi a mi Adrianita a quien, por cierto, iba tratando poco
  • 24. 24 a poco, pero aun no me atrevía a nada con ella hasta no terminar de leer la historia de ese caballero andante. Poco después me enteré que Adrianita era estudiante universitaria, que contaba con escasos veinte años y que ya tenía un novio formal pero, esto último no me amilanó porque con el Quijote estaba aprendiendo a ser otro hombre: uno que no ve obstáculos a sus sueños. En una oportunidad me le acerqué un poco más y pude ver sus ojos suaves color castaño claro, sus labios delgados y su blanca piel de bebita. Según me dijo había nacido en el Tolima grande, pero vivía aquí con su madre y su abuela porque todas ellas se habían enamorado de las brisas vespertinas del Valle. -Al presentarse las vacaciones, Adrianita y yo, por caminos distintos estuvimos en su tierra, y allá, con el paisaje agreste del Combeima, las caminatas por los arrozales y las lluvias templadas de la mañana, deliré por ella descubriendo entonces, una vieja verdad: que en la distancia la sangre del amor fluye más intensamente y los fantasmas de la creatividad corretean por el cerebro hasta llenar el espíritu. Sin encontrar salida a tan inexorable mandato, al retornar a mí casa decidí escribirle una carta, un tanto en broma pero con la verdad de mis sentimientos. En este momento Jorge sacó de sus bolsillos unas copias cuidadas con cariño y se la leyó a sus acompañantes de manera muy pausada para que la poética llegara a sus corazones: Palacio de los sueños. Enero 5 de 1982 A mi señora: Adriana del Toboso Bien he comprendido que a vosotras las damiselas aquello que os encantan son las palabras lisonjeras, por eso yo aquí escribo en tan peculiar estilo.
  • 25. 25 Desde mi llegar de los reinos del Caquetá y del condado de Yucatelandia jamás había visto tan extraviada mi alma que ante la más bella flor de las Américas. Aunque han transcurrido muchas noches y mañanas desde aquel día en que le conocí, debéis saber muy señora mía, que mi admiración por el encanto de vuestra merced no se ha olvidado ni en un instante de mi vida. En mis correrías por vuestro principiado del Tolima, temblorosa vi mi alma, al pensar en la rosa más prodigiosa de la existencia. Poco interesan otros tiernos amantes vuestros, pues, sólo es menester como pago a mi admiración respeto y servidumbre, algunos instantes de su maravillosa compañía. Suyo: Jorge Raimundo P.D. Os ruego no me dejéis en trance tan difícil, de pensar que no me queréis porque de ser así, el bigote yo me quito. Los dos hombres sonrieron de las ocurrencias de tan singular agente, no dijeron palabra alguna para que Jorge no sintiera la más mínima vergüenza y prosiguiera su relato. -Pasaron los días y de Adrianita no tenía noticias, la soledad confabulada con la distancia y mis lecturas, continuaron agitando mis ideas y sin poderlo resistir más, decidí plasmar otra vez mis desvaríos. Jorge tomó otro de sus folios y se dispuso a leer, bebiendo antes un sorbo de su refresco. Palacio de los sueños. Febrero 11 de 1982 A mi señora: Adriana del Toboso
  • 26. 26 Alborozado después de haber escrito mis primeras lisonjas para vuestra merced; la más fermosa de las princesas, deseo aquí mesmo dar rienda suelta a esta rutilante prosa. Nunca antes en esta tierra, había en manera alguna un amor despertado pasión literaria tan intensa y por aquesto, he aquí una segunda misiva que dedicarle quiero, aprovechando este delirio sin par que me trasnocha. Para esta nueva ocasión he leído una y mil veces al maestro Don Quijote en detrimento de mi razón para encontrar las sinrazones de este amor, pero con ello no he logrado respuesta alguna. Muy seguramente os reiréis de tan desmedida torpeza de escribiros de mis desvaríos, sin pediros antes vuestra licencia y si así lo hago es por el torrente del instinto porque en ti he sabido que las cadenas de la razón destruyen la dicha de los seres puros de corazón. Proseguir quiero puesto que, vuestra ausencia me lo hace imperioso, además mientras perdure este sueño, os reitero que aprovecharlo es mi deseo. Tiempo habrá para el dolor y los quebrantos de mi alma, cuando tu desdén e indiferencia enseñen meridianamente la porfía de mi destino. Heme aquí pensando ahora que en vuestros feudos del Tolima os habéis quedado gosando la dicha en vida junto al rocín que por amante tenéis, y ajena permaneceréis a mi locura galopante. Si dicho esto pensáis que me hallo yo celoso puedo prestamente replicaros de dos distintas maneras: Primo. “Son ellos de que hay amor, el signo más manifiesto” como dijese en su tiempo Sor Juana Inés. Y secundo, que es lo más cierto, que tomaros el pelo y despertar una sonrisa quiero, antes que importunaros con tan pernicioso sentimiento. Como no hay segundas partes buenas, a despedirme procedo, no sin antes remitir a vuestros voluminosos cachetes dos cálidos besos.
  • 27. 27 Espero me dispenses tantas sandeces pero en medio de tanta locura mucho de verdad en ella anida. Quien te idólatra: Jorge Raimundo. Una vez concluida la lectura de las cartas, los contertulios se miraron y una sonrisa en sus caras se pudo apreciar pero, Jorge dejó en el aire un largo silencio con los ojos profundamente perdidos en el vacío. -Cuéntenos qué pasó, tocó usted las cuerdas del corazón de su princesa? Le preguntó el hombre flaco. -Eso... la verdad tiene, para mí ahora, poca importancia porque cuando di termino a estas cartas descubrí que a partir de ese momento el ser humano que habitaba en mí, hizo su aparición milagrosamente. Ya no volví a ser el mismo de antes. Se detuvo un momento para beber otro trago de su refresco morado, miró la calle donde unos gamines jugaban en medio del bullicio y luego continuó: -Evidentemente, ese cambio significó el cierre de mis posibilidades para un ascenso, debido a que desde que empecé a leer el libro del Ingenioso Hidalgo, mis divergencias con los compañeros aumentaron. El mundo empezó a parecerme mal hecho, que las cosas no funcionaban a favor de los desamparados y, sobretodo que, aún quedan muchos entuertos por deshacer. Nuevamente guardó silencio, hasta que el gordito le inquirió muy interesado: -¿Y qué pasó con vuestra Dulcinea? ¿De ella? pues...al pasar el tiempo escasamente me dio las gracias muy cortésmente por las cartas y nada más. Después fue que comprendí que sus aspiraciones tenían que ver preferiblemente con los caballeros andantes de más profundos y seguros sentimientos financieros. El amor para ella era algo hermoso y novelesco, pero su realidad tenía que ver fundamentalmente con el futuro. Yo por el contrario he pensado que el amor verdadero debe volar libremente en los cielos del presente. -Son palabras muy profundas, buen hombre. Podrán ser discutidas pero su experiencia es esa... ¿no? Le anotó el flaco.
  • 28. 28 -Si, eso lo he aprendido y como le decía desde entonces pienso que el hombre que vive en mí, es otro muy distinto y que lo encontré en parte, gracias a ella. Jorge se dio media vuelta en su silla y a la dama que les atendió le dijo: -Señora! La cuenta, por favor. Terminaron sus refrescos y los tres regresaron al vehículo. El hombre gordo y simpaticón examinó los mecanismos, ajustó algunas de las extrañas piezas y al encenderlo, un ruido como el del vuelo de las abejas se escuchó por toda la calle. A su copiloto le dijo alegremente: -Mi señor, no fueron grandes los daños y podemos inmediatamente proseguir nuestro viaje. El hombre delgado ya más repuesto del accidente le extendió la mano a Jorge diciéndole: -Mil gracias caballero por vuestra generosa amabilidad y permitidme que os felicite por la nueva vida que ha sabido conquistar, ojalá que pueda algún día transmitir sus conocimientos a sus compañeros. No se aflija por lo del ascenso que, como va, encontrará que las recompensas podrán ser distintas y mayores a las que pueda imaginar. Todos se dieron la mano fuertemente como si fueran entrañables amigos de siempre. Jorge les dio un momento la espalda para separarse el vehículo y, en ese momento escuchó lo siguiente: -Vamos! amigo Sancho prosigamos el viaje que nuestra misión no ha terminado. Después de eso, el auto fabuloso aquel, dejó de verse en la lejanía del tiempo y del espacio. Desde entonces Jorge Raimundo ha estado convencido de que son ridículos los que tratan de inventar la máquina del tiempo porque hacía siglos un hombre visionario ya la había fabricado en el fervor de sus fantasías.♥
  • 30. 30 entado frente a la mesa del comedor y sólo, estaba esa mañana, José Manuel, tratando de recordar la ruta de autobús que debía coger para llegar a tiempo a su cita del día. Sorbo a sorbo se iba tomando el primer café y mirando el viejo reloj cuadrado que estaba justo arriba del armario, se dijo entonces en voz alta “aún me quedan algunos minutos”. Tranquilamente se fue bebiendo el contenido de su pocillo y revisando por encima las postales que le habían llegado de España: una era de su hermana que ahora vivía en Granada y las otras de Barcelona, de sus amigos de la infancia. Él ahora vivía con su primo Andrés que ya completaba en Colombia un año de estancia y quién le estaba ayudando a adaptarse a las nuevas circunstancias y costumbres. En los ires y venires por la cocina, de repente recordó la conversación que habían sostenido la noche anterior: – Debes tomar el bus “Blanco y Negro” ruta Uno. – Y ¿cómo se llama la parada? – Ya te he dicho que aquí no hay paradas de autobús establecidas, así que deberás “timbrar” un poco antes del batallón del Ejército, y trata de no retrasarte, aunque aquí es muy común que eso nos suceda cuando se viaja en transporte público. Por eso te recomiendo partir de aquí una hora antes como mínimo, para prever los contratiempos. – ¿Y tú no me puedes acompañar? – Recuerda que tengo un compromiso de trabajo, y además debes empezar a salir solo para conocer la ciudad. – Bueno no te preocupes que yo nunca llegó tarde a una cita. Esto último era muy cierto y era algo de lo cual se sentía muy orgulloso José. Su costumbre era estar quince minutos antes de la hora pactada, lo malo es que casi siempre debía esperar los quince minutos de su anticipo, más los quince del retraso de los otros. Cosa que le llenaba de coraje y le confirmaba, el convencimiento que tenía, de que la gente juzgaba de poco valor el tiempo de los demás. Aquí en estas S
  • 31. 31 tierras, las cosas le eran peores, pues a veces tenía que esperar media hora o cuarenta minutos, para saber que definitivamente le habían quedado mal. A las 7 y media debía salir del “piso” para llegar a tiempo, por eso después de cada cosa que va haciendo se fija en los caminos del minutero. Para estar completamente convencido de que las cosas marchan bien, decide comparar la hora de sus relojes con la señal internacional y lo hace encendiendo la radio que con solemnidad dice: “Son exactamente las siete horas, veintitrés minutos, cincuenta segundos”. Con un paño viejo se limpió por segunda vez sus zapatos color ocre, se acomodó la camisa blanca de rayas verdes y se ajustó el pantalón de pana negro con la correa de piel nueva que tenía. Agarró el pañuelo de seda, los documentos de identidad y contó las monedas, Antes de salir pasó por el lavabo para enjuagarse las manos, seguidamente se dirigió al portón, giró la perilla y dejó que el aire fresco se colara en el apartamento. Sacó las llaves y dejo la cerradura con seguro doble como le habían recomendado reiteradamente los vecinos de al lado. Al dar la vuelta a la esquina, y a muy pocos pasos, encontró el punto donde se suponía era el paradero de los “autocares”, como seguía diciendo. Vio que ya había muchas personas mirando ansiosamente al fondo, donde parecía que nacía la calle, se aproximó y sintió que él también se tornaba afanoso, pero muchísimo más que el resto de la gente, pues a sus treinta y cinco años, por extraño que parezca, nunca había tenido que tomar un autocar para ir a algún lugar. En Barcelona, en vista de que vivía en el Barrio Gótico, las diligencias las podía hacer con unos pocos minutos de camino, todo le quedaba cerca y si no era así, pues, se dejaba tragar por la boca del metro en plena Ramblas. Y si la distancia era todavía mucho mayor, tomaba un taxi desde la última parada del subterráneo hasta su destino final y al regreso, utilizaba la misma ruta. Todo esto sucedía, sólo en el caso de que el “coche” de su padre estuviese ocupado, situación que era muy rara. Pasó su mano, en un ademán nervioso por su frente, buscó un lugar sin tantas piernas y, donde pensó que sería el lugar exacto donde se detendría el conductor,
  • 32. 32 se paró él. Los que le rodeaban, como es de rigor, lo miraron de soslayo para tratar de deducir por el aspecto y los ademanes, el tipo de persona que era. Su traje resultaba algo extraño igual que la naturaleza de su fragancia. Los apasionados por aguzar sus narices esperaban esa mezcla mañanera de: Jabón de baño, crema dental y algún perfume de moda, pero en ese personaje la cosa era distinta. Como todos, José Manuel, continuaba mirando hacia el fondo de la calle donde parecía perderse las líneas del tendido eléctrico, luego echó una rápida mirada a su reloj de pulso que marchaba más rápidamente, o al menos así le pareció. Las manos no se podían estar quietas y permanecían trazar garabatos una en torno de la otra. De pronto escuchó que alguien le dijo a su acompañante, – ¡Ahí viene ya! Los ojos de todos se posaron en un vehículo que se aproximaba lentamente pero que venía dejando una nube espesa de polvo y humo que iba cubriendo las cosas que quedaban tras su paso. Seguramente los arqueólogos del futuro podrán deducir por esas huellas contaminantes que dejaba, que por ahí pasaba el bus, “blanco y negro” ruta uno, más destartalado de toda la historia municipal. El conductor era un hombre de aproximadamente 30 años, bastante deslucido; llevaba una gorra de los Yanquis de Nueva York, desteñida por el tiempo; sus pantalones ya eran de color polvo-ocre, con muchas pintas de grasa; tenía puestas unas botas cortas como las que se usan para los trabajos pesados del campo, con los cordones desmechados. Había aprendido a conducir en las veredas de su pueblo, primero, a los doce años, las carretillas y luego los camiones que traían el ganado al desolladero de la capital. Lógicamente su habilidad en el manejo del volante no había mejorado mucho y su trato con la gente, decía que lo estaba aprendiendo en “la universidad de la vida”. Infortunadamente en ella no lograba, a pesar de sus enormes esfuerzos, pasar del primer semestre, y como repitente no era mejor. A través de un tramitador habilidoso, amigo de un amigo suyo, había logrado conseguir la licencia para conducir los buses de su tío Saturnino, y quien era, por
  • 33. 33 demás, el propietario de quince vehículos en la “Blanco y negro”, siete en la “Amarillo crema”, ocho en la “Papagayo” y escasamente cinco en la “Villanueva Belén”. La verdad es que hoy, el “diestro conductor” traía una cara de pocos amigos porque había amanecido de un genio desastroso, como si hubiera desayunado alacranes en salmuera, con decir que, antes de salir de casa, tuvo que dejarle un moretón a su mujercita por respondona y poco le faltó para que le diera una buena tunda sus cuatro hijos que no querían ir a la escuela. Al irse aproximando el generador de la polvareda y el ruido de latas, los peatones levantaron la mano, como en aquellos tiempos obscuros, cuando el sentimiento de humanidad brillaba por su ausencia, dando la impresión de que era una multitud que saludaba al paso de los hitlerianos. El bus no se detuvo donde se esperaba, sino que siguió de largo, dándole a la gente un aletazo con la densa nube que no se le despegaba. Veinte metros más allá si se detuvo, pero se estacionó en medio de la vía, para intentar que algunos se metieran por la puerta trasera. Las personas salieron volando a alcanzarlo, atropellando en su paso a José Manuel, quien comprendió lo que pasaba sólo un instante después. Entonces, sin pensarlo más, también emprendió carrera porque su primo le había advertido: –Debes tomar el de las 7:40 u 8:30, el siguiente es imposible saber a qué hora pueda pasar. A lo cual había respondido: –No hay problema una cita es una cita. Como el bus ya había empezado su marcha le tocó, de un salto, prenderse de la puerta, quedando colgado como un banderín que se agita con la velocidad del viento. La fuerza centrífuga, en la curva del parque, por poco lo lanza del cacharro sino es porque logró poner su pie en el primer escalón. –Compa, ¡agárrese de aquí!, ¡agárrese duro! le exclamaban, con una sonrisa burlona, los que estaban apretujados a su lado.
  • 34. 34 Pasado este susto, José Manuel se tranquilizó un poco y fue entonces cuando empezó a ver el santuario, los muñecos, los zapaticos de bebé y las calcomanías que adornaban el tablero del automotor. Algunos adhesivos no los entendió, otros le causaron risa por la picardía que contenían; pero lo que más desconcierto le causó fue el verse en uno de los espejos, pues estaba “hecho polvo”. Ya los pelos de su cabeza tiraban para todos lados, menos para el que habían sido peinados, igual suerte iba corriendo la camisa, estaba salida de sus pantalones y presentando manchas de grasa o mugre que se le pegaron en el marco de la puerta. Y eso que el viaje… apenas comenzaba. Con el brazo izquierdo, el conductor, regulaba la dirección, salpicaba las monedas en un rincón y hacía por la ventanilla los gestos necesarios para insultar a los dueños de los otros vehículos que marchaban a su lado. Entretanto el otro brazo era destinado a recibir el dinero, sintonizar el viejo equipo de sonido, mover la palanca y en especial lo utilizaba para lanzar a los pasajeros al interior. En esto último era, sin lugar a dudas, un auténtico maestro, pues lograba aumentar la capacidad del bus de ochenta a ciento cincuenta pasajeros. El secreto consistía en pasar de cero a cien kilómetros por hora en escasos diez segundos, de esta forma los pasajeros eran amontonados contra los de atrás y los primeros segundos de esa aceleración eran aprovechados para dejar las aspas de la registradora en medio de los glúteos del pasajero que acababa de cruzarla. Esta persona al sentirse en tan bochornosa situación se las arreglaba para salir del apuro, dejando un minúsculo espacio para que el turno le correspondiera al siguiente. Llegado el momento, el turno le tocó a José Manuel pero, con el agravante de ganarse un insulto por no entregar el dinero exacto. El primo había olvidado contarle que el fin de semana anterior, por uno de esos caprichos del destino, a alguien en las altas esferas gubernamentales le pareció que sería bueno aplicar el quinto aumento del año. Nadie podía saber que ese reajuste del precio era el pago a una promesa electoral que le habían hecho al distinguido empresario Saturnino.
  • 35. 35 –Oiga a Usted qué le pasa, imbécil, que le faltan veinte pesos! Le gritó tan fuerte el conductor que el de la última silla le respondió a todo pulmón: –Pero que querés si ya te mandé el dinero desgraciado! –No, la cosa es con este penco de acá, sí….a usted gafufo no se me haga el extranjero! Atolondrado, el pobre de Josecito, como le llamaba su madre de cariño, como pudo en la estrechez sacó, primero que el carterista de al lado, su monedero y le extendió al conductor un billete de cien pesos. Esperó el cambio, pero esperando se quedó. En el interior del cacharro, el calor sobrepasaba los treinta y dos grados centígrados, porque el aire no circulaba por entre el amasijo de brazos, maletines, bultos, piernas de todos los calibres, cabelleras, senos exuberantes y el descomunal trasero de la negra que llevaba su platón con chontaduros. A esa altura del paseo, comenzó a sentirse la impotencia de ciertos desodorantes, ante la transpiración ácida de los pasajeros que fueron víctimas de una publicidad desmedida. José pensó erróneamente que su escozor nasal era sólo el producto de los gases de la combustión que se filtraban por el piso y por la puerta trasera, cuando el conductor la abría antes de llegar a estacionarse. Cada dos cuadras o cada que alguien levantaba la mano en la acera, el “Blanco y Negro” frenaba bruscamente en mitad de la calle y se armaba tremendo alboroto por las bocinas de los miles de automotores que venían detrás. La artillería pesada de las palabras de grueso calibre hacía su aparición como en el peor momento de la guerra. A ello se sumaba la polución sonora que arreciaba a medida que se aproximaban al centro de la ciudad y la poderosa orquesta de salsa que el chofer dirigía desde su cabina de mando. Justo en frente de José Manuel, una señorita se disponía a abandonar su puesto, él hizo un esfuerzo para darle paso, después de verla salir tomó el lugar, y al sentarse sintió un gran alivio en las maltratadas manos. Después se dio cuenta de cómo los presentes dedicaban una mirada para contemplar la portentosa belleza que ya no
  • 36. 36 les acompañaría en el camino. Las damas la miraron por la pura envidia y los caballeros por la simple codicia de lobos traviesos. En el asiento de al lado se encontraba un señor que promediaba la media centuria, tenía una camisa de manga larga, una delgaducha corbata azul y pantalón de lino oscuro e iba concentrado en las maniobras que hacía el conductor, mientras posaba sobre su portafolios vino tinto de refuerzos dorados sus manos temblorosas. Un rayo de sol reflejado fugazmente por los cristales de un edificio de la populosa avenida cuarta norte dio justo en el reloj de José, quien empezó a pensar en la posibilidad de llegar retrasado a su compromiso. Se acomodó un poco más en su puesto y observó fugazmente que sus zapatos presentaban la marca de cada uno de los dolorosos pisotones que le habían propinado hasta ese momento. Miró sus manos y vio que inconscientemente le hacían la competencia a las de su vecino, pero padeciendo además unos temblores fríos a pesar del bochorno. Para ir calculando mejor la disponibilidad de tiempo decidió interrogar a su vecino: –Disculpe ¿Me podría decir si falta mucho para llegar al batallón? –Sí, aún queda camino por recorrer. –Y aproximadamente ¿cuánto tiempo? –Esa es una pregunta que nunca se puede responder, todo depende del estado de ánimo del conductor, de sus preferencias... una cosa sí le puedo decir y es que, cuando tenga prisa lo mejor es no tomar nunca un bus. No es bueno para la salud mental de nadie. Una lágrima se escabulló de los ojos de Josecito y no se debió a un ataque de tristeza o desesperación sino, al humo condensado en el interior del vehículo que transitaba a la velocidad de una tortuga somnolienta. Cuando llegaron al corazón de la ciudad, en el primer paradero de la avenida principal, unas ochenta personas se bajaron y salieron despavoridas hacia los almacenes y oficinas que en ese momento ya se encontraban repletas de gente. En esa marcha desenfrenada nadie se preocupa de los demás, se atropellan unos a
  • 37. 37 otros porque la única preocupación que llevan es, llegar cuanto antes a la ventanilla del banco o al último remate de chucherías del almacén “La bancarrota”. Desde las ventanillas del bus se podía ver cómo algunos de los pasajeros eran tragados rápidamente por la depredadora maquinaria del consumismo. Al reanudar el viaje, al cacharro aquel se le notaron más los desvencijados asientos. La luz que entró de lleno mostró la herrumbre del techo, las ventanas rotas, y los pelmazos de barro en aquel piso de hierro bruñido que, seguramente, no había visto una escoba jamás en sus treinta años de estar soportando el peso de los pobres de Cali. El calor en manera alguna disminuyó a pesar de haber espacio para el viento, debido a que el sol cada vez pegaba más perpendicularmente sobre los objetos y la sombra de los edificios desaparecía rápidamente. La espalda, los brazos y todo el cuerpo de José Manuel estaban cubiertos de ríos fangosos de sudor y para tratar de paliar un poco la desesperación decidió concentrarse, como el señor de la camisa a cuadros de al lado, en las maniobras del conductor. De repente ¡tremendo susto! Un perro se apareció justo en frente del bus para ladrarle al automotor con rabia. Los demás pasajeros, giraron la cabeza para estar atentos a la travesura del cachorro, pero las cosas se fueron tornando tensas porque el vehículo aumentaba su velocidad. El retumbar de los corazones llenó el espacio interior y todo pareció estallar, cuando se escuchó el terrorífico grito de José; –¡ Cuidadooo ! Pero según cuentan, al conductor no se le vio el más mínimo cambio en la expresión de su rostro. Fue la misma indiferencia, un segundo antes, como un segundo después. Ni el golpe sobre la rueda lo inmutó porque para él era un evento rutinario, sin la más mínima importancia. Daba igual que fuese un gato, un perro, un caballo o una persona, porque ello no cambiaría nada, su interés era exclusivamente completar la ruta. En cambio, para la pequeña propietaria del animalito, fue un
  • 38. 38 hecho brutal que permanecerá grabado profundamente en su mente, por el resto de su vida. Atrás, en medio del pavimento quedó una mancha informe de carne y sangre para gloria de las aves de rapiña. El vecino de José se quedó mirando fijamente el retrovisor derecho y, pasmado, dejó de mover sus manos sobre la valija. Este es el momento propicio para contarles que al conductor sus compañeros de la empresa le llamaban el “Hombre de Transilvania”, no tanto por lo que acababa de suceder sino porque se chupaba frenéticamente los semáforos en rojo y no había quien se le interpusiera para enterrarle su estaca. Los agentes de tráfico le conocían bien, estaban familiarizados con su comportamiento y les daba igual. Sumamente alterado nuestro pobre pasajero ya no podía soportar la tensión de sus piernas, de sus brazos que estaban ahora aferrados del asiento delantero, ni de su cuello al tener que resistir los embates del continuo acelerar y frenar. Entonces una nueva lágrima brotó de sus ojos, pero en esta oportunidad, como un producto de su dolor físico y de la pena espiritual que lo embargaba por la muerte del pequeño animal. Después de ese suceso, la situación empeoró cuando otro “Blanco y Negro” pasó por un costado. El hombre del volante, no se sabe porque se irritó tanto, pero se puso morado y apretó el acelerador hasta llegar a sobrepasar los límites permitidos, ¿sería por la cara del colega que acabara de pasar? o alguna maniobra que el otro hiciera? lo más probable es que simplemente fuera el deseo de alcanzarlo para no dejarse quitar algunos pasajeros, como de continuo sucede dentro de la llamada “guerra del centavo”. El ruido era endemoniado, parecía que el cacharro se desbarataría de un momento a otro. Así anduvieron unas cuantas cuadras hasta que el conductor se calmó un poco. Cuando llegaron a la altura de la plaza de toros el bus se detuvo de manera repentina, se pensó que, ahora sí, algo realmente serio e impostergable estaba sucediendo, pero no era así, el hombre de la gorra se bajó para comprar un vaso de
  • 39. 39 champús de la famosísima negra Lola, a quién le dirigió en tono de broma unas cuantas palabras soeces y unos minutos más tarde volvió a su trono, se terminó la bebida, arrojó el recipiente platico por la ventanilla izquierda, le subió un poco más de volumen a la música, se enjuagó el sudor de la frente con el dulceabrigo rojo, encendió un cigarro y cuando pudo, reanudó el camino. Estando ya un tanto convencido de no llegar a tiempo, nuestro amigo, el Barcelonés, miró por última ocasión el reloj que su tío Joan le había regalado para el día de cumpleaños, pero lo único que logró con ello fue despertar aún más su frustración. El deseo enorme de protestar, de quejarse ante alguien se apoderó impetuosamente de él, intentó decirle algo su compañero de viaje pero continuaba con la mirada perdida, como mirando al espejo retrovisor. Con disimulo, le propinó un codazo en el abdomen a hombre, que parecía vendedor de seguros, a ver si salía de su letargo, pero no se movió ni un ápice de su postura. Preocupado, le dio un empujón sin pena alguna, entonces lo comprendió todo...........aquel individuo se había ido al otro mundo. Poseído por el pánico, esta vez José Manuel se puso a gritar de un extremo a otro del pasillo, para que detuvieran el bus, sin lograr la atención de nadie. –Deténgase por favor, hay un hombre muerto, muerto! Pero el conductor no le escuchaba, se encontraba extasiado frente al volante y por espacio de unas cuantas cuadras el tiempo se hizo infinito. Cuando el cacharro se detuvo para recoger un pasajero con sus bultos y sus gallinas, inmediatamente José convirtió en mil pequeños diamantes la ventanilla más próxima que tenía, para lanzarse a través de ella. Contra el asfalto sintió el tortazo en su humanidad, y al pararse se vio lleno de raspaduras y hecho una miseria. Corriendo fue a parar a una puerta de gruesos barrotes de los cuales se aferró con frenesí tal que le sangraron las manos al instante y como pudo: exclamó: –¡¡Por favor sáquenme de aquí!!
  • 40. 40 Dos hombres vestidos completamente de blanco, se aproximaron a la entrada y le preguntaron con palabras de tedioso burócrata: –Es usted ….. don José Manuel Florenciano, el amigo del doctor? –Si, siii, siiii !!Sáquenme de aquí, por favor!! Porfisssss!!! –Uuuuyyy este señor está realmente muy perturbado, mírale la facha que trae – Le dijo el uno al otro en voz baja, susurrándole al oído. –No se preocupe, usted ha llegado un poco tarde a su cita, pero el doctor lo está esperando en su consultorio, pase, pase usted. El doctor Andrés, jamás se imaginó que la visita de José Manuel se fuera a convertir en el caso más interesante de la psiquiatría clínica colombiana.♥
  • 41. 41 LAS PENAS DEL CORAZÓN
  • 42. 42 uando la tierra se estremeció, las paredes bailaron al son de los demonios y los piadosos lloraron rogando el perdón del Señor por los pecados cometidos. Pero no hubo nada que hacer, la naturaleza, ama y señora, no escucha a los hombres, ni hay santos que intercedan en el momento de desatarse un terremoto. En aquella fecha nefasta, muchos fueron los feligreses que encontraron el fin de su existencia ante el peso rotundo de las efigies, las lámparas, el altar y la enorme bóveda de la catedral. El polvo de los milenarios muros se elevó por los cielos y la ciudad entera quedó cubierta por la tristeza y el llanto de los dolientes. Popayán sufrió este momento desde las primeras horas del día, pero ni el paso de los años ha logrado borrar las cicatrices de aquel patético momento. Innumerables construcciones coloniales vieron sus paredes agrietadas o sus techos derruidos en cosa de unos segundos. Los rasgos de un presente se esfumaron para darle, nuevamente al pasado un poco de luz. Atolondradas marcharon las gentes por espacio de varios días, sin lograr salir del estupor al toparse con sus calles envueltas en el caos, observando los perros tratando de desenterrar a sus amos y escuchando en los rincones el maullido de los gatos huérfanos. Las casas de funerales fueron las que mejor supieron aprovechar la subienda, ofrecieron a muy buenos precios sus cajas mortuorias, pero fueron tantas las víctimas de aquella tragedia que debieron encargar más a los pueblos aledaños, y de esta manera, el negocio que venía prosperando con la violencia, disparó las ganancias por los aires. Tanta dicha sólo pudo equipararse con la de las aves de rapiña que atentas desde lo alto en sus vuelos concéntricos y con sus trajes de etiqueta esperaban el momento de bajar a tierra para el festín. De la casona que estaba en la esquina de la calle octava con tercera, a duras penas quedó el muro de la fachada roto, recostado sobre una loma de piedras, barro, palos y tejas destrozadas. No se sabe si ésta sería la tercera o cuarta oportunidad que C
  • 43. 43 tendrían que reconstruir su casa, las nuevas generaciones de aquella ilustre familia de abolengo. Los terremotos han sido un fenómeno frecuente en esa zona del país, desde los tiempos del virreinato y siempre con toda su marca de tragedia. Al pie de esa casona, en el momento de dirigir su lánguida mirada sobre los destrozos, detuvo su marcha de sonámbulo Javier Antonio, porque algo atrajo su atención, se aproximó y pudo comprender que aquello que se movía bajo los ladrillos de barro, eran unos folios amarillentos que el viento acariciaba. Dejándose arrastrar por la curiosidad los cogió pero no pudo comprender las enmarañadas letras que estaban envueltas en arabescos de primorosa elegancia, y escasamente podía deducir que eran el fruto sutil de una pluma bañada en tinta sepia de tiempos remotos. Días después, en su mesa de estudio bajo la luz de una lámpara fluorescente y en la compañía de un reconocido experto paleógrafo, Javier llegó a la comprensión de que esas hojas debieron haber sido parte de un diario personal de algún romántico de siglos pasados, de aquellos tiempos del esplendor de la capital de la gobernación, pero no lograron precisar fecha alguna por lo fragmentario del documento. Retornar al lugar del hallazgo para profundizar en la información fue misión perdida, pues del lugar, los camiones del ministerio de obras ya se habían llevado todo vestigio. A continuación tendrán los lectores, la oportunidad, de leer el contenido de ese texto encontrado, no sin antes hacer la advertencia de que no se trata de una transcripción fiel, pues, el manejo del español de esa época, para los lectores del presente resultaría no muy fácil de comprender. “Hoy, quiero dejar testimonio en este, mi querido diario, de una historia que le aconteció a mi amigo Álvaro para que, quién en el futuro, después de mi muerte, la pueda leer, algo bueno le pueda aportar. Dos años hace, que mi buen amigo Álvaro pasó una temporada allá en aquel pueblito de Santiago de Cali donde al final del verano el calor es tan intenso que los campos se llenan de hierba seca, los árboles parecen morir y el agua
  • 44. 44 de los arroyos es tan sólo un fino hilo de plata. Las tardes se hacen largas y el sudor cubre los cuerpos, pero al ir entrando la noche, el viento de las colinas reavivan el entusiasmo y pasear por las callejuelas es de lo más placentero. Allá en ese valle frondoso él conoció a Lucía un día en las proximidades del convento de la Merced, ella con su largo traje blanco y su rosa en el pecho llenó de amor el corazón de Alvaro en un brevísimo instante. Con timidez y recato se fueron conociendo bajo la sombra vigilante de los padres de él, como de ella. Se pasearon por el pueblo, montaron a caballo, se dejaron llevar por el aroma de las flores y, disfrutando juntos los bellos momentos, al final de cada jornada se veían tiernamente enamorados bajo el firmamento anaranjado. Aquello que más admiraba Lucía de su amado es que tuviera la oportunidad de vivir en la muy noble y leal ciudad de Popayán, porque a su buen parecer era lo máximo a lo cual, hombre alguno de su tierra, pudiera aspirar. Por su parte a él no le faltaban motivos para estar enamorado, ella era la mujer más guapa de todo el pueblo y según decían, incluso de las otras villas de la comarca; era de enormes ojazos negros, piel canela y de silueta tan ensoñadora como no se ha visto en los ángeles que se pintan en los cuadros que adornan las iglesias. Todo transcurrió de maravilla por esos días, el primero de los amores de Álvaro lo transformó notablemente, del travieso mozalbete que revoloteaba por los árboles fue pasando a ser un joven sosegado, reflexivo e inteligente. Los cabellos revoltosos y olvidados que yo le conocí fueron siendo sustituidos por unos bien cortos y alisados cuidadosamente. Él no es que fuese muy agraciado, pero ella encontró algo que logró hechizar su cándido corazón, seguramente por aquello de que el amor poco tiene que ver con las opiniones o los gustos de los demás.
  • 45. 45 En las primeras semanas de septiembre llegaron amontonadas las gruesas nubes grises para soltar su carga de desgracias. Las lluvias, que no cesaron de caer durante días, mandaron al olvido la cara alegre del sol y la gente se agolpó en las iglesias para implorar por el fin de ese diluvio. Pero todo fue en vano, el gran río Cauca envalentonado se salió de su cauce anegando las tierras aledañas y arrastrando todo cuanto encontró a su paso. El mar parecía haber tomado posesión de la llanura. Fueron muchas las familias afectadas, entre ellas la de Lucía, que perdieron su riqueza por cuanto toda ella provenía de los dones de la tierra y que ahora estaba bajo las aguas turbulentas. La tristeza fue tan vasta para todos en la comarca como la inmensidad de la inundación. Álvaro no pudo volver a ver en muchos días el lindo rostro de su querida Lucía porque, según me contó, había partido con su familia rumbo a la hacienda, donde la servidumbre y los esclavos no salían del desconsuelo. Entonces abatido y solitario había permanecido sentado en un leño por cientos de horas en el patio de la casa, hasta que llegó su madre para decirle que había llegado el momento de ponerle fin a la estadía. Fueron alistando todo, pero antes de tener que regresar a su ciudad él no logró soportar el enorme arrebato por volver a ver a su trigueñita de ojazos negros. Entonces, sin pensarlo una vez más cogió el primer caballo que encontró y tomándolo de su larga crin se lanzó al galope, dejando atrás todo preparado para el viaje. Por el camino pudo apreciar las dimensiones de la tragedia que no tenía precedente alguno; el ganado flotando como tambores a la deriva, los sembradíos estropeados y los negros en los techos de sus bohíos. Fácilmente logró comprender que pasaría mucho tiempo para que las familias arruinadas consiguieran recuperar, al menos, una parte de sus bienes.
  • 46. 46 Al desmontar de su caballo, vio la honda pena que se reflejaba en el rostro de su bella Lucía y muy a su pesar le fue imposible intentar consolarla, únicamente logró decirle unas cortas frases... -Transcurrirán los días y los meses, pero te prometo que antes de un año regresaré por ti. Esa era una promesa que no olvidaría porque eran palabras salidas del corazón. Ella le abrazó con fuerza, también aseguró esperarlo y luego, con lágrimas en los ojos se despidieron. Cierto que en ese estado, muchas son las promesas que se hacen y muy pocas las que se cumplen, pero la verdad es que Álvaro sí la cumplió, pero para nada... Después de dar la vuelta el sol en el curso del tiempo sideral, Álvaro regresó por el mes de julio y durante todos esos días transcurridos él no dejó de pensar en cumplirle la promesa a su amada, a quien esperaba volver a encontrar con el traje blanco de encajes espumosos y su rosa en el pecho, como en aquella tarde que le conoció. Dos días después de la llegada de mi amigo, se paseó por la plaza y estando entretenido viendo el paso de los caballos, y el correr de los chiquillos entre las piernas de los mayores, distinguió a Lucía. Pero al percatarse de que iba marchando del brazo de un caballero impecablemente vestido de negro, prefirió antes que saludarla, seguir con sus ojos claros esa imagen, hasta verla perderse en el quiebre de la esquina, para entonces concluir con amargura: “Ya es feliz,...mostrando al pueblo que ya tiene dueño... No pudo soportar la primera y más cruel de las pruebas del amor: la del tiempo y la distancia...” Álvaro, muy afligido regresó a casa para contarle a sus padres el motivo de sus penas y su decisión de retornar cuanto antes a Popayán. Se sentía incapaz
  • 47. 47 de soportar la idea de volver a verla después de saber frustradas sus ilusiones y sueños de un año. La noche fue penosa para mi amigo y mucho más cuando se enteró por boca de una de sus criadas de que el amor de Lucía no había muerto si no que empujada, por su familia en ruinas, había aceptado casarse con aquel caballero, que era uno de los jóvenes de mayor prestancia del pueblo. Estando en su silla bajo la luz de las velas alguien llamó al enorme portón con dos tímidos golpes, él se levantó y al abrirla vio que era una niña negrita que se confundía con el telón de la noche: -Buen patrón, busco al señor Álvaro, -Soy yo, que deseas pequeña? La niña con mucha discreción, extrajo de su vestido una cartica que decía “aún te seguiré queriendo, Adiós. Lucía”. Pero, ellos nunca más se volvieron a ver. Hace cosa de dos días en Santiago de Cali dejó de vivir la linda trigueña, murió de pena, murió de amor, y tan pronto se enteró Álvaro de lo sucedido vino para contármelo, con la cabeza gacha y las penas mojándole su pecho. En sus manos traía la última carta que ella le escribió. Yo me he quedado contagiado con sus lágrimas porque uno puede entender los sufrimientos ajenos cuando los padece. Marina, mi amor, mi vida, me ha dejado, precisamente esta noche oscura, con su pañuelo perfumado, con su promesa de amor, con su recuerdo y un adiós. No provengo de familia noble y mal haría yo en prometerle a mi amada las riquezas que no poseo. Querido diario cuándo terminarán las penas del corazón?. Será que un día...” Cuando hubo terminado de leer el experto paleógrafo, el manuscrito amarillento ya la noche había avanzado hasta tocar los bordes del sueño y la nostalgia. Después
  • 48. 48 de agradecerle la interpretación, Javier a manera de despedida le dijo, con la mirada puesta en los puntitos blancos del firmamento: -Seguramente pasarán los siglos y la historia no dejará de repetirse, bajo otras circunstancias, con otros actores, porque una cosa es la vida y otra muy distinta los anhelos del corazón.♥
  • 49. 49 LOS CAPRICHOS DE FRANCISCO
  • 50. 50 a siguiente historia comenzó cuando tuve la oportunidad de conocer, en la cinemateca, a un señor poco mayor que mi persona. Tendría a lo sumo unos treinta y ocho años, era contador de profesión y tenía un buen puesto de trabajo en la compañía constructora “CANALES S.A.”, una de las más prestigiosas en toda la región. Sus ingresos estaban muy por encima de todos los de su clase media emergente pero, sus gastos iban a un ritmo creciente, e incontenible. Francisco González, como dicen las casamenteras, era todo un partido: alto, blanco, de ojos claros, fornido y lo único que le desencajaba era el bigote hirsuto. Ya se le podían ver en ciertas zonas de su cabellera algunas canas, detalle éste que lo hacía todavía más interesante. Lo que más llamaba la atención de las mujeres de las más disímiles edades eran: su estado civil, pues era soltero, y su profesión, por ser de excelentes ingresos. Muchas eran las que se derretían ante semejante cuadro y también muchos los que de envidia se morían. Lo conocí mientras hacíamos la cola para entrar al teatro. Ese día había mucha gente en la fila y se veían unas cuantas fotos sobre la pared de la película del día, que era “El Olor del Dinero”. Los presentes estábamos un poco ansiosos porque una llovizna fina estaba empezando a caer, y de venirse la tormenta quedaríamos ensopados, pues, no había donde guarecerse mientras llegara el momento de la función. -¿Qué hora tiene, por favor? fue lo primero que me preguntó aquel día, con su voz gruesa, pero cordial. -Levanté mi brazo para que la luz del reflector de la entrada, me permitiera ver las manecillas del reloj. Sin mirar hacia atrás donde él se encontraba, respondí: -Son las ocho y cuarenta y cinco. -Qué curioso reloj tiene usted, es muy bonito. Anotó. Entonces miré su rostro, pero no le pude ver muy claramente porque se hallaba a contra luz, sin embargo le dije: -Sí, me lo regaló un amigo. L
  • 51. 51 -¿Es por casualidad suizo?. -Como no, Un amigo me trajo como regalo de Basilea. -¿Me permite que lo mire más de cerca? -Claro! Me lo solté y se lo di. -Él lo tomó con cuidado, extendiendo la correa a lo largo de la palma de su mano izquierda, para alejarlo y acercarlo a sus ojos extasiados. Lo examinó con la misma curiosidad del pequeño que recibe de su padre el regalo del Niño Dios. Como un experto en la materia dictamino: -Es en verdad un auténtico suizo, tiene cronómetro, indica la fecha y es resistente al agua, no es cierto?, es fantástico!. El pulso es muy llamativo con ese estilo psicodélico tan contemporáneo...Cuánto cree usted que podría costarme uno así? -No lo sé con exactitud, supongo que al cambio podrían ser unos cincuenta mil pesos. Mi interlocutor se quedó callado y profundamente pensativo mientras me lo regresaba, seguramente estaría haciendo sus cálculos numéricos, sumando, restando y dividiendo sus ingresos. Seguidamente me dio las gracias. El momento de pasar a la función había llegado y ahí quedó la conversación. Ocho días más tarde en las mismas circunstancias me encontré a Francisco, pero esta vez, portaba en su brazo izquierdo un reloj exactamente igual al que yo tenía. Platicamos un rato, nos presentamos más formalmente y comentamos un poco de nuestras vidas, profesiones y de la película de la semana anterior. No le pregunté por su adquisición, me pareció que no sería un buen detalle. El movía su mano de un lado a otro, para que todos los de la fila lo viéramos, sin embargo, no le comenté nada al respecto. Estando nosotros en medio de la conversación, un taconeo que se aproximaba llamó nuestra atención, era una chica muy alta, de cabellos ondulados que adornaban su cintura, la cual destacaba en extremo con el vestido amarillo naranja que lucía. Me pareció una fantástica zanahoria como salida del país de las maravillas. Al verla solo
  • 52. 52 pude pensar en que fuera Elenita, pero no le saludé hasta no estar plenamente convencido y eso fue cuando la luz bañó su níveo rostro. Entonces pude apreciar la diminuta nariz de guisante que se sonrojaba con la sonrisa, y sus ojos de pestañas de gatita seductora. Francisco hacía poco le había conocido y por eso después de saludarla se transformó en un caballero Francés decimonónico, más elegante y espigado. -Hola francisco, milagro de verte... le dijo ella y un beso de rojo carmín le dejó marcado en la mejilla. Pero en seguida se lo borro con su pañuelito de brocado blanco. -Elenita y ¿eso que andas sola...? -¿No dicen que es mejor sola que mal acompañada...? le contestó. -Eso es cierto, entonces quédate aquí con nosotros, no creo que pienses que somos una mala compañía. Luego ella me dirigió un saludo estrictamente de cortesía y continuamos charlando, de diferentes temas, hasta el momento de cruzar por la puerta, cuando decidí tomar otro rumbo, pues, me pareció que ser el número tres, en esa ocasión no era una buena conjugación, sobraría. Después de aquella noche, el detalle del reloj me llamó tanto la atención, que su tic tac, tic tac me persiguió como una obsesión. Al día siguiente, las distracciones propias de un domingo parecieron hacerme olvidar el sonsonete del mecanismo, pero al caer de la tarde volvió con más fuerza, entonces traté de refugiarme en el bar “Miracali” con la simple compañía de una fresca cerveza. El bullicio era intenso, las parejas bailaban como si fuera el final para sus desenfrenos y las luces de neón impedían que el destello de las estrellas ofreciera su belleza infinita ante los ojos de los enamorados. Habiendo terminado por desocupar el contenido espumoso de la segunda botella, alcancé a ver que tres mesas más al fondo del salón, mirando el acuario como si fuese un náufrago, se encontraba Carloncho mi amigo de las más simpáticas, y en
  • 53. 53 ocasiones, acaloradas discusiones bizantinas. Lo que más me gustaba de su compañía era que al encontrarnos podíamos mezclar en la conversación los temas trascendentales con las tonterías de este mundo. Nunca nos poníamos de acuerdo en algo, pero esa era una cuestión sin importancia porque al fin y al cabo lo que tratábamos era de arrinconar las horas tediosas en que no tenemos nada “importante” que hacer. Tomé mi botella y el vaso, me levanté y fui a parar al otro lado del agua para verlo enredado entre las algas y las burbujas. Al instante él me reconoció y fatigado de nadar se aferró a mi compañía, me ofreció un asiento y ordenó dos cervezas más. Charlamos muy animados en una sarta de disparates por espacio de media hora, hasta que le comenté la historia del reloj que en mi cerebro continuaba con su letanía. Entonces me dijo: -Aaah...a ese tipo yo lo conozco, es el consumista más compulsivo que he visto en toda mi vida, hoy está pensando en comprar una camisa de marca y mañana otra cosa y al día siguiente otra. -Pero ¿en verdad le conoces? -Pues claro una noche me lo presentaron en la Sociedad de Arquitectos y te diré además que yo tengo la oportunidad de conocer muchos detalles de sus actividades por que trabaja en la misma oficina que Faustino, mi primo. ¿Te acordarás de mi primo, no? -Si claro...pues, si es así, me temo que ese pobre hombre acabará mal. No sé exactamente por qué me salió esa frase, pero fue lo único que se me ocurrió decir como para dar por terminado el tema. Luego lo lamentaría. Carlos, continuó bebiéndose su cerveza y yo pronto fatigado por el vigor de la música lo dejé nuevamente sólo entre los peces de colores y el hombre rana que estaba dejando en el agua cientos de burbujitas de aire que desaparecían al llegar a la superficie plateada.
  • 54. 54 Los días fueron transcurriendo y el fastidio del Tic tac no me abandonó sino unos meses más tarde cuando me enteré de la tragedia que les voy a relatar y, esto lo podré hacer gracias a los fragmentarios relatos que cada persona que conocía a Francisco me transmitieron. La semana posterior al primer encuentro que tuve con Francisco González, el reloj que yo tenía se convirtió en toda una preocupación. Después del trabajo, el mismo lunes salió a recorrer todos los almacenes de la ciudad, joyerías y relojerías en especial, tratando de conseguir uno igual al mío. No tenía el dinero para ello, pero eso nunca era un obstáculo a sus deseos, así que conseguiría una plata prestada y la otra parte del costo la pagaría con una de sus quince tarjetas de crédito. Después de varias horas se convenció de que en esta ciudad era imposible encontrarlo y debió tomar la opción de mandarlo a encargar a Suiza a través de una de las sucursales. Eso elevaba substancialmente el precio, pero lo importante para él era tenerlo antes del fin de semana. Para el día viernes, una llamada telefónica le entró a la oficina, era de parte de la relojería, para comunicarle que su pedido había llegado. Inmediatamente con el pretexto de la muerte repentina de un familiar, pidió permiso para ausentarse, y salió ansioso hacia el almacén. Al llegar se identificó y el encargado extrajo de un estuche muy elegante su reloj, él se lo puso en la muñeca izquierda y ya caminando por la acera pareció el hombre más feliz del planeta. Pero, luego, a medida que pasaban los días su dicha iba disminuyendo y se le vio muy taciturno marchando por las calles y parques sin un rumbo fijo, sin importarle para nada ni las horas ni las fechas que el prodigioso reloj suizo le pudiera indicar. En una revista, de mucho prestigio entre los ejecutivos, se topó Francisco con el anuncio del más revolucionario de los inventos en materia de equipos de sonido, buscó una lupa de cristal que tenía, para examinar en detalle los acabados del nuevo prodigio de la electrónica. Leyó atentamente todas las ventajas que ofrecía y que aparecían en letras grandes en la parte inferior de la página publicitaria, tomó el
  • 55. 55 nombre del almacén y la dirección para ir en persona a verlo cuando le fuera posible. Esa noche se le hizo infinita y no pudo conciliar el sueño pensando que ya era hora de ir cambiando el cachivache, que el año pasado había comprado, por el nuevo Philips. Se levantó de la cama, tomó un vaso de leche tibia, prendió su tocadiscos, puso en la consola unas arias de Rossini y efectivamente descubrió los diferentes defectos que poseía, el “scratch” le pareció que era espantoso, y la voz de las cantantes le resultó rotundamente envejecidas y destempladas. -El pobre Rossini seguramente se revolcará en su tumba de oír semejante ultraje Dijo, como charlando consigo mismo. Por el contrario, iba pensando, que el nuevo artilugio tenía que ser un restaurador de su vieja pasión por la música clásica, con él seguramente el sonido llegaría más puro e impregnaría fácilmente su sensibilidad artística. Korsakov en su “Capricho español” ganaría fuerza y vitalidad, las sonatas de Beethoven resultarían bellamente delicadas y por supuesto las arias de Rossini electrizarían su piel como si se encontrara presente en la primera fila del gran teatro de Milán. Finalmente logró dormirse a las dos de la mañana, cuando dio término a sus elucubraciones con respecto al futuro y después de tomar la determinación de ir al día siguiente a comprar el dichoso aparato. Durmió igual que lo hacía de niño, después de que su bondadoso abuelo le relatara los tiernos cuentos de hadas. En el nuevo día sufrió enormes problemas por la pérdida de concentración, todos sus compañeros lo notaron y apenas murmuraban “Seguro que estará pensando en comprarse algo”, pero él estaba tan absorto en su obsesión que no percibió la mofa pública porque sólo esperaba el momento para salir volando de ahí. Cuando por fin llegó el momento de la partida, reclamó su salario, tomo la chaqueta que dejaba en el espaldar de su silla, cerró con llave el escritorio tan veloz como le fue posible y se lanzó a la calle como el mismísimo rayo. El almacén de electrodomésticos se encontraba escasamente a ocho cuadras del trabajo y en lugar de ir caminando prefirió tomar un taxi. Antes de bajar del automóvil vio por la
  • 56. 56 ventana el aparato que estaba exhibido en el escaparate primorosamente adornado, con moños de diversos colores, serpentinas y globos inflados. Le pagó al conductor, sin esperar el cambio se acercó al cristal del almacén y entornando los ojos lo miró como si fuese una obra impresionista. A duras penas suspiraba ante aquella deslumbrante maravilla del mundo moderno. Francisco entró en el almacén y se aproximó al vendedor sonriente del saco azul con camisa blanca, para acribillarlo con su cascada de preguntas sobre el artilugio de su interés. -¿Suena bien? ¿Cuál es la potencia de salida? ¿Cuánto ofrecen de garantía...? ¿Es legítimo, no? ¿Importado? A todo lo cual su interlocutor respondía con los consabidos detalles técnicos, mezclados con unas cuantas frases de cajón para embaucar plenamente al inocente comprador. Entre tanto Francisco con las yemas de sus dedos lo fue acariciando como a la nueva novia: por todas partes y con muchísima delicadeza para deleitarse con su hermosura. El señor que lo atendía ya se estaba molestando con tantas preguntas hasta que Francisco pronunció las palabras mágicas: -Bien, lo compro! -Sabia decisión, se ve que es usted una persona que sabe lo que quiere... ¿Qué forma de pago piensa utilizar? -Con un cheque, mis tarjetas de crédito ya no dan más...todo está tan caro hoy, que no hay dinero que alcance. -¿Cuándo desea que se lo enviemos a su domicilio? -No se preocupe de eso, gracias, lo llevo ahora mismo. Una expresión de asombro se dibujó en el rostro del vendedor, inclinó su cabeza a la derecha y levantó un tanto las cejas, y le dijo: -Como guste! ya le hago la factura...
  • 57. 57 -Gracias, en un momento regreso. Francisco salió por la ancha puerta de cristal a paso ligero y unos minutos después cuando vio un taxi le extendió la mano. Le pidió al conductor esperar unos minutos para retornar luego con sus cajas amarillas. Una vez que en su casa, reunió todo lo necesario para proceder a desempacar e instalar la nueva adquisición. Con el bisturí abrió las cajas, cortó los plásticos y todo el envoltorio que protegía su tesoro, hizo a un lado el viejo trasto y en su lugar instaló los parlantes y la columna de mandos. Después pasó a leer minuciosamente las instrucciones hasta cuando estuvo plenamente convencido de comprender a cabalidad las órdenes, y entonces, decidió probarlo. Con sus manos finamente cuidadas seleccionó uno de sus discos, lo introdujo en el Philips y suavemente pulsó algunos botones, varios bombillos microscópicos de color verde se encendieron y el sonido llenó la habitación. El señor González vivía sólo en un apartamento de un barrio de clase media, la sala era espaciosa pero en los últimos tiempos preservar el orden le era cada vez más difícil porque se estaba llenado de artículos-trofeos que ni tocaba. En su enorme mecedora permaneció, con su nuevo equipo de sonido, hasta altas horas de la madrugada embadurnándose de los grandes músicos del barroco y del clasicismo. Siempre era lo mismo, extasiado con una nueva adquisición ni el tiempo ni el hambre lo afectaban, únicamente quería disfrutar del placer de “darse un gusto en la vida”, como decía. Durante las dos semanas que siguieron a la compra del aparato, aquel hombre perdió peso y en el trabajo las cosas no le marcharon muy bien que digamos, pues, dormía poco por estar dedicado al placer de la música. Con el paso de los días, como es natural, llego el momento en que se aburrió y empezó inconscientemente a buscar nuevos estímulos, nuevas aspiraciones para la existencia. Sin embargo los innumerables gastos lo estaban dejando en unas circunstancias económicas bastante precarias así que para poder sostener el tren de vida que se
  • 58. 58 estaba dando resolvió prolongar su jornada de trabajo, solicitando horas extras, así que de las ocho horas diarias pasó a diez. Pero con ello no logró paliar las deudas contraídas, pues, los gastos continuaban creciendo de manera frenética, y tuvo que recurrir a los amigos para pedirles que le ayudaran a conseguir un trabajo que pudiese ir desarrollando en casa, al llegar de la oficina. Desaparecieron las horas libres, ya no le quedó ni un minuto para asistir a las salas de cine, para comer tranquilamente en algún restaurante y ni siquiera para ir a los almacenes a comprar los productos que “necesitaba”. Pero ello no se convirtió en un obstáculo insalvable para su espíritu consumista, mucho menos ahora cuando la ciencia de la gerencia contemporánea prosigue desarrollando nuevos sistemas de ventas por teléfono, por correo y hasta a través de la maravillosa e insustituible televisión. La casa de Francisco se parecía cada día a una bodega de artículos inútiles y por estrenar incluso, porque con tanto trabajo el tiempo no le alcanzaba para disfrutarlos, mas, no por ello dejaba de comprarlos. Por ejemplo para el solo cuidado de sus cabellos tenía en el cuarto del baño tres estantes repletos de productos de la misma compañía fabricante a saber: schampoos, suavizantes, desenredantes, lociones capilares, lacas, secador eléctrico con sus aditamentos, peines de diferentes tamaños, cepillos; planos, redondos y curvos, de dientes de plástico o metálicos, espejos de disímiles proporciones, tijeras para descartar los cabellos desobedientes, y una máquina para hacerse los masajes. Aaaah... y todo eso sin mencionar la gran colección de gorras y sombreros que tenía para diversas ocasiones. Seguramente se me habrán olvidado algunas cosas pero el lector sabrá dispensarme la falta de detalle. Un día lunes arrimó a la oficina un vendedor de pólizas de seguros, Francisco a duras penas lo miró y le dijo: Lo siento mucho amigo, pero yo ya no compro de nada, si hubiera venido la semana anterior hasta de pronto le habría comprado un par, pero hoy me es imposible.
  • 59. 59 Los compañeros del trabajo se quedaron boquiabiertos no podían dar crédito a lo que escuchaban pero pensaron que era puro teatro. Una hora más tarde arrimó otro individuo ofreciendo unas lociones famosísimas que se estaban importando de Italia, pero también fue despachado con la misma respuesta. Los murmullos se apoderaron de los compañeros de trabajo de Francisco y temieron lo peor porque ni siquiera ellos pudieron soportar la tentación de adquirir alguna de esas exquisitas fragancias, procedentes de la mismísima Europa. Al repetirse la misma actitud durante el resto de la semana llegaron al pleno convencimiento de que algo malo estaba ocurriendo en la mente del más grande comprador de la compañía, pues ya se estaba saliendo de los cauces normales de nuestra sociedad, únicamente compraba alimentos y lo estrictamente necesario. ¿Por qué tan drástico cambio siendo que continuaba trabajando al ritmo tan intenso que traía?, además se sabía de sobra que tenía con qué comprarse aquel barato perfume !? ¿Se habría metido a alguna secta de aquellas en que se cotiza hasta con el alma? Sus compañeros no lograrían desentrañar este misterio sino meses después de ocurrida la repentina metamorfosis. Lo que fluía en la mente de Francisco era la idea de guardar el fruto de sus ingentes esfuerzos para poder adquirir el más grande y poderoso de sus sueños, algo que ninguno de sus compañeros podía imaginar, ni podrían comprar algún día: Un flamante y reluciente MERCEDES BENZ deportivo, último modelo. Se enamoró de él un sábado cuando lo vio conducido por una lindísima rubia en la pantalla del televisor. Esa visión fue suficiente para transformar su vida entera, tanto que durante los meses que siguieron, trabajó como nunca y sacrificó todos sus gustos por alcanzar la meta, su mayor aspiración en la vida. Además pensaba en conquistar el amor de Elenita con su nuevo juguete. Cuando logró tener la mitad del dinero para poder conducir tan delirante sueño arrimó al banco a retirar la integridad del dinero. El cajero al ver el formulario le dijo:
  • 60. 60 -Pero señor ¡eso significaría el cierre de su cuenta! -Bueno, cancélela. -¿Por qué no deja aunque sea un mínimo?, mire que se quedaría usted sin tarjeta de crédito. -Ni pensarlo lo necesito todo y hoy. Intentaron disuadirlo pero él no cedió ni una pizca, quería estrenar su carro sin retraso. Fue luego al almacén, hizo infinidad de preguntas hasta fastidiar al vendedor, pero al final salió montado en su Mercedes último modelo, de reluciente tapicería blanca. Cuando marchaba por la avenida iba muy orgulloso, llevaba las manos al volante dándose cuenta de las miradas de los envidiosos. El mundo le pareció pueril para los pobres que no podían disfrutar como él de esa maravillosa máquina, heredera de la tecnología automotriz alemana. Recogió a Elenita en su casa y hundiendo el acelerador a fondo viajó feliz a más de cien kilómetros por hora, dejando que el aire golpeara su cara, quería constatar con sus propios sentidos todo cuanto la televisión le había prometido. Pero de repente vio que por el otro carril de la autopista un carro americano y como se quedara atónito tratando de reconocer semejante belleza, casi de nave espacial, perdió la concentración, fue a dar contra una valla publicitaria y todo quedó vuelto añicos: su cuerpo, su auto, sus ilusiones y su dicha de un día. A partir de esa fecha, entonces el tic tac que me había perseguido por largo tiempo, desapareció.♥
  • 61. 61 EL ESCRITOR DE CORAZÓN