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CANTOS CAUDALOSOS
DE MARÍA ANTEQUERA: POEMAS
IVÁN GRACIANO MORELO RUIZ
2023
PRESENTACIÓN
Leer los Cantos caudalosos de María Antequera es abordar una
champa y recorrer en ella los ríos del Chocó, tanto los que, por
medio del Atrato, desembocan en el mar Caribe, como aquellos
que, por medio del San Juan, o directamente, desembocan en el
océano Pacífico.
Si entre estos cuerpos de agua levantamos la cabeza, vemos en
el cielo a San Pacho, como proyectado por las velas que le
prenden sus adoradores, recibiendo las oraciones de todos los
chocoanos y velando por ellos. Si miramos hacia abajo durante
el recorrido, podemos ver a los dioses de los ríos; en forma de
corroconchos mirándonos desde sus ojos azules, y en las orillas
a los dioses de los batracios, en forma de ranas observándonos
desde sus ojos negros brillantes como las espaldas de las bogas,
y en las desembocaduras a los dioses de los mares en forma de
peces de agua salada alimentando las redes de los pescadores.
Entrar en los pueblos por donde nos hace seguir este poemario
es conocer a María Antequera, un ser de carne y hueso pero que
tiene un espíritu omnipresente, es conocer a una matrona que
habita en las miradas y en los cantos de todas las mujeres del
Chocó, una matrona que puede comunicarse directamente con
San Pacho en el cielo, así como con los dioses de la naturaleza.
Pasar a ritmo de champa por entre estas páginas es entrar en ríos
anchos y lentos como la prosa poética de largo aliento, pero es
también pasar por ríos más pequeños de aguas cantarinas como
los versos rimados.
El paisaje que alcanzamos a divisar en esta vasta geografía
fluvial tiene, no solamente los elementos naturales propios de
este reino natural, sino también otros más modernos que llegan
a hacer parte de este paisaje, como los dragones metálicos y los
escarabajos, que llegan para convertirse en los antagonistas de
estos caudales.
En algunos pasajes estos cantos aumentan su caudal y llevan
nuestra champa más allá del Chocó, a unas fronteras que solo
son políticas pero que pertenecen al mismo reino natural de
María Antequera; el río Timbiquí en el departamento del Cauca,
el río Penderisco, que nace en las montañas del municipio de
Urrao y que en su camino se une con los ríos del Chocó, y el
Urabá, región que se conecta con el Chocó por medio del mar
del golfo.
De aquí de este recorrido salimos como aprendices de María
Antequera, tras haber conocido sus palabras sagradas, tras haber
conocido los conjuros con los que defiende a sus pueblos, tras
haber conocido también las palabras ancestrales de los
indígenas. En suma, nos bajamos de la champa de estos Cantos
caudalosos conociendo el recorrido del caudal de las palabras
sagradas.
Diego Despreciado
Río León, marzo de 2023.
PRIMERA PARTE:
LA MATRONA Y SUS GENTES.
RÍO DE PALABRAS
María Antequera, negra cantaora, por su boca fluye un río de
palabras muy antiguas, una música en la que se envuelven la
tristeza y la risa.
María Antequera nació una mañana entre pájaros palabreros,
pájaros que cantaban misterios africanos. María Antequera ha
cantado canciones de cuna y también alabaos cuando los
muertos queridos han abordado la canoa río arriba, hacia la
orilla del origen.
María Antequera sale en silencio cada mañana a recoger las
semillas de las palabras que dejan caer los pájaros palabreros
sobre la hoja en blanco del aire. En su garganta ―vivo
instrumento de viento― germinan las semillas de las palabras
con que ella, con su boca amplia, sonora, habla a los vivos y a
los muertos.
María Antequera también aprendió palabras de sanación, rezos
para curar el mal de ojo,
el aire en el ombligo de los niños
y el soplo en el corazón de los enamorados.
María Antequera es partera y conoce las secretas palabras de la
vida, conoce el silencio morado de la muerte y la roja algarabía
del corazón
―vivo tambor donde resuena el misterio de vivir―.
De noche, recostada en su catre de madera de santacruz, escucha
afuera del tambo, entre el lodo que deja la última creciente del
río Baudó1
, el matraqueo de las ranas que imitan los ronquidos
del dios de los batracios.
1 Se dice que el vocablo “Baudó” significa “río de ir y venir” en
lengua indígena noamaná.
En su catre de santacruz, se duerme María Antequera mientras
por su sueño baja, en una antigua lengua africana, un caudal de
palabras que se arremolinan en su pecho.
SAN PACHO
I
Iniciación
Al invocar a San Francisco de Asís el milagroso, con música de
viento, el trompetista sopla por la boquilla del instrumento de
cobre y, antes que se escuche la música para levantar los ánimos
del pueblo chocoano, el sobrevuelo de una bandada de
guacamayas verde limón, como salidas del instrumento
musical, llenan de color y cantos el paisaje, también se oyen
ladridos de perros anunciando que el festejo ha iniciado. Los
perros de Quibdó son amigos de San Pacho, pareciera que lo
custodian y nunca alzan la pata bajo su altar.
En cada procesión, entre las multitudes, los perros van
olisqueando las faldas de las mujeres sudorosas, perfumadas de
amoríos.
—La fiesta en Quibdó es tan larga como los aguaceros
alborotados sobre los techos de zinc de los tambos—.
A lo largo de la fiesta, sobre balsas coloridas que bajan por el
río Atrato, a San Pachito le gusta el currulao, el bunde, el
tamborito, la cumbia, los sainetes, los alabaos, las danzas y
comparsas; las comidas y bebidas fuertes con sabor a África.
Al santo le agrada que le digan San Pacho, así se siente más
cercano al pueblo, más humano y hasta coquetea con las
mujeres sanpacheras.
II
Tentación
La música de los clarinetes levanta los ánimos del pueblo, al
santo Pacho, a las mujeres que durante la colorida fiesta dejan
de lavar
sobre tablas pulidas a orillas del río Atrato, el pilón descansa y
ocultan bajo la arena las conversaciones privadas entre
comadres.
San Francisco de Asís se pone contento de que las mujeres
descansen, le agrada que parrandeen, que lo adoren, San Pacho
en sus meditaciones ve a una mujer de piel tersa, templada, ante
su presencia que lo atormenta, él sabe que tiene puesto el
atuendo de santo, pero también reconoce que está de carnaval.
III
Consagración
Los rezos de adoración del pueblo, sostienen al santo patrono,
así comprende que no debe caer en tentaciones. En medio del
regocijo, la fe se vuelve caudalosa como el río Atrato. El pueblo
se hermana con los gozos franciscanos, se atavía de atuendos
religiosos, cadenas de oro con crucifijos, devoción y tributo al
santo, a la tierra herida, explotada, pero San Francisco de Asís
los consolará en la pobreza ajena más honda, más larga que
todos los ríos revolcados del Chocó.
IV
Rebelión
Chirimías, comparsas, aguardiente platino y viche aumentan el
caudal de la alegría de toda la negramenta. “La fiesta es del
pueblo y bebé, bebé viche alma mía”, dice María Antequera.
San Francisco se saborea, los fieles se echan la bendición más
larga de todo el año, San Pachito se sonríe desde el altar hecho
de madera de palo santo, deseoso de bailar con la mujer que lo
desvela, la que lo desviste y vuelve a vestir detrás de las gruesas
y santas cortinas.
V
Festín
A San Pacho gozón, ofrendas sagradas, comidas de la cocina
tradicional chocoana, pescado y viandas generosas, tentadoras.
La mesa es abundante, colorida, olorosa a cocina africana
aderezada con jengibre, culantrón, achiote, coco, azafrán de
monte, ají y pimienta picante, que hasta los dioses de agua de
los ríos se ponen contentos y arrechones.
Un concierto franciscano convoca hacia la movilización de la
paz, la justicia, donde todo queda tan lejos: el agua potable,
escuelas, salud, vivienda digna; menos la risa alegre, el canto y
el baile para proteger el alma de las sombras de augurios
malignos.
La abundancia llega por el río, de las ciénagas del Bajo Atrato,
los bocachicos plateados son ofrecidos como ofrendas sagradas
a San Francisco de Asís, quien al parecer come el pescado con
la misma pericia de los chocoanos.
María Antequera lo mira y se sonríe, recibe el báculo de San
Francisco, símbolo de autoridad, para que el despertar de San
Pacho en las fiestas nunca deje de ser el puente entre Dios y el
pueblo. San Francisco de Asís espera con una mirada sonriente
de estar de nuevo de cuerpo y espíritu cerca a sus fieles, en el
próximo encuentro donde ningún exceso es prohibido por el
santo patrono.
RISA DE MARÍA ANTEQUERA
María Antequera representa con su risa de piedra y de sol, a las
mujeres ribereñas cuando son maltratadas, sostiene en la mano
un látigo empuñado y un secreto, lleva en los brazos la fuerza
de todos los ríos para no dejarlos morir ante el ataque de
explotadores de madera y oro y que solo dejan miseria ante la
mirada desolada de niños sin esperanzas.
La matrona no se rinde, con su turbante rojo y rezado en la
cabeza se enfrenta a la turba de agresores que le dan trato
inmisericorde, es capaz de producirles el bambazú, escalofrío
en todo el cuerpo hasta desmayar a los tiranos, les pasa por
encima con ritmo africano hasta desencajarles las mandíbulas y
revolcarles la conciencia turbia.
María Antequera es elegida por sus antepasados como la
guardiana del secreto lenguaje de todos los ríos del Chocó.
Elegida por los pájaros y una pitonisa negra, por eso sentencia
a diario:
Seré la única matrona que quedará en pie a orillas de los ríos,
para defenderlos y filtrar el agua donde sacien la sed los
moribundos del mundo, antes que el Chocó se ahogue en sus
corrientes contaminadas.
Decreta María Antequera riéndose, con un ungüento en las
manos.
LOS SABORES DE MARÍA ANTEQUERA
Las delicias de María Antequera se sirven humeantes, cada
sabor es un deleite al paladar.
La cocinera María Antequera prepara manjares entre la candela
y el humo.
Un pescado aderezado con sus amorosas manos, al comerlo
hace que te quedes en tierras de aguas dulces, al lado de las
mujeres que también te enseñan a cocinar.
PLANTAS ANCESTRALES DE MARÍA ANTEQUERA
Casi todas las plantas en el patio de la matrona María Antequera
son curativas.
La verbena sirve para desinflamar las picaduras de avispas.
El totumo en jarabe caliente es bueno para aliviar la tos en el
pecho.
A las mujeres no les falta ninguna hierba para amansar a los
maridos.
El anamú en infusión sirve para combatir la malaria, el
reumatismo, la artritis y otras dolencias, además para solucionar
problemas de la memoria, por eso a los ancianos nunca se les
olvida la fecha de nacimiento de cada uno de sus parientes y
animales de patio.
La mente a las abuelas del chocó tampoco les falla. La ruda y la
sábila ahuyentan las malas energías
por eso las mujeres del Chocó siempre están sonrientes.
LA MAESTRA DE LA VIDA
El día que la escuela de Lloró se quedó sin profesor porque al
que había se lo llevó la Mano Negra, María Antequera, por su
cuenta, siguió dando las clases por un tiempo, mientras de la
capital nombraban un nuevo profesor. Los niños aprendieron
palabras de origen africano, rezos y cantos, y las niñas
conocieron desde muy temprano los misterios de la partería,
iniciadas por la matrona.
MARÍA ANTEQUERA EN URABÁ
Aquí en Urabá también he visto a muchas mujeres cantaoras,
sanadoras. La tutelar entre todas ellas es María Antequera. La
he visto imponer las manos de sanación sobre esta tierra herida.
El espíritu y saberes de la matrona se han metido muy adentro
de las mujeres negras del golfo de Urabá, y su risa, su voz son
una explosión de música que aviva los repiques de tambores que
espantan la barbarie agazapada entre las hojas de banano.
ABUELA
En Urabá los niños le dicen la abuela, sabia y matrona tutelar
de todo el pueblo chocoano en Urabá. Pueblo hermano, diáspora
alegre que se esparce por todos los rincones llevando música
entre la arena, las piedras y el agua.
AMORÍOS
Mirando por la ventanita de su tambo hacia la calle, vio pasar a
una pareja de enamorados. Empezó a recordar los días en que
su corazón retumbaba como un tambor enloquecido por los
ritmos del amor. La primera vez que se entregó a un hombre, un
hombre de ascendencia africana, fornido y de brazos muy
largos, fue en una canoa amarrada a orillas del río Atrato. Ni el
aguacero de mayo que caía esa noche pudo enfriar la calentura
de los amantes del Atrato. El ímpetu de la faena amorosa fue
tal, que la canoa reventó las amarras y se fue río abajo, sin que
ninguno de los amantes hiciera nada distinto a dejarse llevar.
A los tres días apareció María Antequera en el pueblo. En sus
manos solo traía el remo, mucha sed en la garganta y un extraño
fuego brillando en sus ojos.
SEGUNDA PARTE:
CANTOS CAUDALOSOS HACIA EL MAR CARIBE
TRUANDÓ
I
El niño Oberto, parido en medio de la música de una tormenta
chocoana, toca el tambor africano para invocar los espíritus de
la sabia calma; la abuela María Antequera le canta al río con
voz purificante, con voz torrentosa desde su alma de agua dulce,
limpia. Ella es la misma en el Bajo Baudó o en las corrientes del
río Truandó.
Bajo aguaceros intemporales, los cantos de la matrona se unen
a la música de la lluvia que cae sobre el río.
Qué noticias torrentosas nos traes, Truandó,
entre aguas nuevas y aguas de sangre manchadas. Cuál es tu
baile entre orilla y orilla, Truandó,
donde se baña desnuda la muchachada de vientres abultados,
hechos para la vida
y el goce de los dioses que cabalgan sin brida.
canta y ríe maría antequera
II
Hombres de lejanas tierras, han llegado a saquear el suelo y a
orillas del río, mientras lavan la ropa, las casimberas protestan
entre dientes:
Solo llegan a derramar sangre y llevarse el oro,
a envenenar el río con mercurio,
el alma de los jóvenes con baratijas.
¡Que se vayan al carajo con sus corotos del diablo y nunca más
regresen!
III
La matrona lleva el Truandó por dentro y por fuera, posee la
fuerza del río en su canto, en su risa, en sus caderas, en sus
manos, en sus ojos, en la palabra con que pronuncia el maleficio
para expulsar a forasteros que envenenan los ríos y la tierra.
Andate pa tu tierra, ve, ve,
dejá el oro que nació aquí y de aquí es,
dejá mi Truandó correr libre y limpio hacia el Caribe, ve, a
hermanar con el Atrato sus caudales.
Canta entre música de tambores María Antequera
LLORÓ2
I
Las nubes negras derraman largos aguaceros sobre la selva
chocoana. Las lluvias estrepitosas y aleteos de los pájaros de
agua dulce son los únicos techos de los antiguos tambos,
algunos deshabitados en la huida por las últimas crecientes.
El agua renovadora llena calderos y ollas, para calmar la larga
sed de los habitantes de Lloró. El pueblo de Lloró es invisible
en el mapa del mundo. En el mapa de Lloró solo están
cartografiadas con extrema precisión las rutas del oro y la
sangre.
—El mapa de Lloró lo traza la historia de sus tragedias—.
2 La expresión “Lloró” viene de “Gioró”, que era el nombre de un
cacique indígena.
II
Las mujeres de Lloró han estado en un silencioso ritual durante
la mañana —a veces cruzando miradas enigmáticas con las
guacamayas― en espera de los pescadores, hombres de miradas
caudalosas como las aguas del río Atrato. Al llegar los
pescadores en las canoas llenas de gran variedad de peces
relucientes, las comadres
empiezan a escamar cada pescado con que enjoyan la cocina,
mientras ríen y cantan.
Qué sabroso es el pescao frito o en viudo, vení a comerlo con
patacón caliente,
vení, vení mi negro boquebarbudo
que el Andágueda y el Atrato traen la corriente con alimentos
pal casado y pal viudo,
para que el pueblo de Lloró sonriente calme el hambre
comiendo viudo.
—Llueve tanto en Lloró, que el pueblo es un río de gente
mojada, con el alma alegre—.
III
Las lavanderas lloroseñas del Andágueda y del Atrato purifican
las aguas con sus cantos. Mientras manduquean la ropa, cantan,
ríen, conversan y maldicen al invasor que envenena sus ríos.
Manduco va, manduco viene
si te asomas a saquear esta tierra
huye de aquí invasor, es lo que te conviene,
que te cae la maldición que este habla encierra.
IV
Cuando nació María Antequera, el Andágueda y el Atrato se
metieron al caserío, se llevaron el ombligo de la niña, girando
como una pequeña espiral cósmica sobre el agua dulce, se
llevaron la placenta hasta el mar del golfo de Urabá. Ombligo y
placenta reposan en el vientre de un gran pez mitológico de
escamas y ojos de oro.
En Lloró, está María Antequera, la matrona, la casimbera, la
partera, la curandera, la cocinera, la cuentera, la cantaora; ven a
conocerla, para que bebas agua lluvia, ofrecida en totuma por
sus limpias manos, para calmar tu sed más honda, tu sed más
larga.
V
En su oficio de partera, María Antequera a diario recibe en sus
manos criaturas con ojos de pescado, y los santigua con saliva
y yerbas que solo ella conoce, y les sonríe con el sol brillando
entre sus dientes, risa que sirve a los niños para sanar más rápido
la herida en el ombligo.
Las curanderas de Lloró, usan la risa de María Antequera, la
cual guardan en unos frascos mezclada con yerbas de monte,
para sanar a los niños de cualquier mal, para expulsar la tristeza
que se mete en la sangre, y para ahuyentar a los invasores que
solo quieren llevarse el oro, el platino y el alma de los ríos.
RÍO ATRATO
I
Cuando el Atrato aumenta el caudal, embuchado por las aguas
de los ríos Tutunendo3
, Truandó, Condoto, Salaquí y otras
arterias fluviales, las canoas bajan llenas de plátano montuno,
banano primitivo, piña, marañón, chontaduro, borojó, pescado,
hierbas comestibles, plantas medicinales; bajan las canoas
desbordadas de coloridas promesas para la panza. La fuerza de
los bogas es aumentada por la alegría que provee esa carga
abundante y feliz. Bogan a contracorriente, con furia, venciendo
las caudalosas aguas que forman un tropel de burbujas bajo la
proa. Cuando te alimentes del Atrato, debes dar gracias a los
dioses de agua dulce, al río de las tortugas milenarias que han
visto bajar tanto muerto revuelto con barro y oro.
3 Tutunendo significa, en lengua indígena, “río de rosas o de
fragancias”.
No toques sus aguas caudalosas sin permiso de esos dioses,
compadres del dios de los mares.
El río torrentoso le obedece y calma la furia con el cantar de
mujer libre, mujer que lleva un pájaro cósmico volando en sus
sueños, cantando en su pecho. Las canoas que bajan por las
orillas, a veces se extravían entre palizadas, troncos de árboles
centenarios descuajados a la mansalva por orden del ambicioso
invasor.
—Las canoas poseen memoria vegetal—.
II
La matrona María Antequera sabe que, en las riberas del Atrato,
hay serpientes acechantes tan venenosas, que hasta los mismos
espantos de la selva les temen. No desafíes al Atrato, evita pisar
sin permiso sus aguas y orillas.
¡Ay vean ve!, dice la abuela mayor.
Las canoas bailan sobre las aguas del río,
dentro de ellas he arrullado a mis hijos con amor,
¡dormí, dormí negrito hermoso mientras yo río! Pronto
aprenderás a remar, a remar,
sobre las aguas de un río ancho y brioso
que corre en busca del mar
con su correr curvo y presuros
III
De niña, María Antequera tuvo como juguete una canoa de
balso hecha por su padre Julio Antequera, y en una de las tantas
inundaciones, el Atrato se la arrebató llevándosela confundida
entre la palizada; esos huesos vegetales testigos de la masacre
cometida selva adentro. En las espumosas aguas del golfo de
Urabá, entre la palizada seca, la canoíta labrada con esmero —
juguete de infancia perdido— semeja una letra perdida entre
una página llena de garabatos.
Ya hecha una mujerona, al parir su primer hijo, María
Antequera se hizo una canoa en madera de abarco, labrada solo
en las noches de luna nueva. En ella se embarca río abajo y río
arriba, cada que es llamada para atender un parto o para
cantarles alabaos a los difuntos.
Ciertas noches, se ve a María Antequera navegando sola el
Atrato, fumando tabaco, acompañada de una vela encendida en
la proa, cuya luz se refleja en las profundas aguas: en esas
ocasiones, el Atrato y María Antequera conversan íntimamente,
él con el rumor de sus
aguas arremolinando sus frases bajo la canoa; ella con su canto
suave, dejando salir una música triste de su boca alegre.
SALAQUÍ
I
María Antequera nació para bailar y cantar, así va cantando y
bailando ante los hombres, arrechándolos y calentándolos
hasta producirles el bambazú, temblor que les sube por las
piernas, recorre todo el cuerpo hasta llegar a la cabeza y
dejarlos trastornados.
II
El río Salaquí sabe que María Antequera es su hija de aguas
profundas. Las crecientes del Salaquí la visitan de día y de
noche. Ella no para de cantar. Las aguas no paran de correr. El
canto anida en el mar del silencio, el río se entrega a las aguas
del mar. Su abuela ha visto bajar el cuerpo hinchado, sin vida,
de un hombre por el centro del Salaquí; en su boca cerrada para
siempre, se pudren las palabras que no alcanzó a pronunciar.
Río Salaquí
que corre por mis venas
de aquí no te podé í tampoco morirás de penas
con este canto alegre, aquí,
correrán tus aguas contentas
sin lamentos, sin quejas, mi Salaquí.
III
La matrona Antequera con brazos abiertos le da un saludo al
Salaquí,
le canta alabaos, le pide permiso para embarcarse río abajo a
atender a las parturientas.
—Ella es hija de una partera capaz de hacer parir con sus
cantos y cuentos—.
En las canoas, bailando ritmos del Pacífico, no para de cantar,
reír, gozar, danzar y maldecir también a quien trate de
envenenar las aguas del Salaquí. En las riberas las chirimías
ensalzan la vida, el río se pone contento con sus peces que
alimentan a un pueblo gozón;
luego la creciente se retira satisfecha por un corto tiempo, a
meditar en la próxima.
IV
El bunde continúa, y el viche; licor alegre y sanador, baja y sube
por el cuerpo, los labios, el pecho y las caderas, que se
despiertan en un tropel de leves temblores bajo las faldas. A su
alrededor, vibran cada vez más cerca los rítmicos latidos del
tambor macho.
Condoto4
Las aguas del río Condoto bajan extraviadas, perdidas entre las
calles del pueblo, y no se sabe si llegarán al mar. Los aguaceros
escandalosos sobre los tambos, no dejan oír la caudalosa
plegaria por la vida que braman las aguas torrentosas del río
Condoto.
A lo largo del Condoto, las canoas suben y bajan a ritmo de
canalete, los niños nadan con alegres chapaleos de pez, así el río
se llena de vida por un instante.
4 Condoto significa, en la lengua de los indígenas emberá katío “río
turbio”.
—El río Condoto es la primera escuela de los niños del Chocó—
.
En las orillas del río, junto a las casimbas, las comadres lavan
la desesperanza al compás del manduqueo.
Manduco va, manduco viene que al político artero
un garrotazo le conviene, maduco va, manduco viene
que al político y al minero
un manducazo bien le viene.
A lo largo del culebreo del Condoto, en sus orillas, se ven las
casimberas dando vueltas en círculo, lazando conjuros para
calmar la furia del río, para expulsar a los hombres que han
envenenado las aguas, los peces y han encendido la ira de las
mujeres lideradas por María Antequera, quienes desatan, en
coro, un torrente de cantos rabiosos, conjuros y desahogos de
infamias por milenios empozadas en el pecho.
PENDERISCO
María Antequera pronuncia el nombre de este río sin revelar
tanto, prefiere que se quede oculto entre la selva, con las aguas
serenas, pensativas. Allí en las riberas, los hermanos emberá
saben de tesoros que se ocultan bajo la tierra, lo saben en secreto
sin tenerlo que decir.
—Prefieren el silencio del pájaro mudo en medio de una selva
de cantos—.
La abuela presagia una cercana tragedia y hace conjuros para
que al río nadie le altere su llana tranquilidad, ni su promisorio
rumor sereno que puede ser oído por ambiciosos.
La casimbera mayor, María Antequera, le pide permiso al río
para bañarse en su largo vientre manso, para beber del líquido
que recorre por el extenso Valle del Penderisco, hasta unirse al
Atrato; allá en tierras chocoanas, donde el Murrí empieza a
rumorar otro lenguaje, a moverse con un ritmo distinto y se
vuelve receloso, rebelde, turbio: así resguarda el oro de los que
no se lo merecen.
Murrí, río de tesoros
custodiado por un pueblo originario, emberá katíos, ellos
saben de tus oros y de tu sangre vendida por un denario.
BEBARÁ
Beberán de ese río las cucarachas de aguas envenenadas, todo
se está muriendo, secando, y ante la muerte del río Bebará,
María Antequera expulsa con un maleficio hacia el exilio a
quienes han revolcado la vida.
Con sigilo permanece en las orillas del río para levantarle el
ánimo, calmar la agonía que se escurre en su propio cauce de
aguas turbias.
Ven a bebé de este pecho ven a bebé de estas caderas
por tu cauce, río Bebará, ven a este lecho para que te pongas
duro como las maderas, ven a cantá y a reí conmigo
que en tus aguas aún hay aliento
de corrientes voraces, ven junto a mi ombligo que al amor luego
se lo lleva el viento.
En círculo, en las riberas del río, María Antequera se reúne con
las comadres casimberas alrededor de rituales y conjuros de
sanación espiritual para el río Bebará. Las aguas del río son el
alma dulce de las casimberas.
BOJAYÁ
Río de muerte, alabao, alabao, remolinos de sangre. El terror
allí se agazapó e hizo pedazos la fe en el hombre. María
Antequera lanzó un grito rebelde:
¡Al carajo jornaleros de la muerte, vengan de donde vengan!
Desde la herrumbre de los días fatigados, la matrona invocó un
conjuro para el cese de la barbarie colectiva e hizo un riego con
flor de arizá, perfumando la tierra sangrante para llenar de
justicia y sanación al pueblo masacrado.
QUITO
Hay un río retorcido que ha muerto, es el Quito, serpiente
mapaná con ojos dorados metalizados.
Hay un río fosilizado, arrastra veneno mortal más que el de una
culebra rabo de ají, en las arenas revolcadas han muerto
intoxicados robustos ribereños, han abortado comadres con el
vientre envenenado, donde la matrona María Antequera nada
puede hacer, sólo protestar mediante maleficios para conjurar
tantas tragedias. —Nada ha pasado en el Quito, en boca de los
matarifes— sin embargo, hay un río detenido en una laguna
ocre, el agua hierve mugre y donde la muerte se baña en sangre.
En la orilla perdida del río, un perro cojo aúlla hacia un
nubarrón que se asemeja a una serpiente venenosa a poco de
morir. Ladra sobre el
sedimento donde hay escamas y un laberinto de esqueletos de
peces y cadáveres humanos bajo la arena. Allí la gente bebe
agua, que es lo mismo que beber sangre de sus muertos.
Hay un río extraviado en su cauce, sepultado bajo pesados
dragones metálicos, una serpiente de agua dulce que no alcanzó
a estirarse en su propia corriente.
TERCERA PARTE:
CANTOS CAUDALOSOS HACIA EL OCÉANO
PACÍFICO.
EL SAN JUAN
I
Las mujeres a orillas del río San Juan, dueñas naturales del
hondo caudal, pueblan las márgenes de risas, alabaos, danzas y
manduqueos que, como truenos huecos y redondos cayendo
sobre la ropa de los pescadores, van castigando a la mugre.
—Así, mientras lavan la ropa, las abuelas van cantado alegres,
pero con una rabia enredada bajo la lengua —.
Las matronas como María Antequera lavan sobre pulidas tablas.
Ellas guardan conversaciones secretas de las comadres que,
entre risas y pregones, limpian la ropa de los niños recién
paridos y las mortajas de aquellos que nunca se van del todo,
sino que siguen bailando y cantando desde la otra orilla del río
de la vida.
Las mujeres del Chocó son propietarias de las aguas que
conversan algunas cosas con las canoas y los peces. Ellas son
dueñas de las arenas salpicadas de oro. Al San Juan le cantan
con fuerza para que el caudal jamás se detenga, corriente donde
han nacido, amado, muerto, bebido, pescado, lavado, parido,
rezado; donde han amamantado a los hijos con leche abundante
como las aguas del mismo río San Juan.
Mientras el San Juan esté vivo, las mujeres como María
Antequera vivirán una eternidad, ellas llevan el río como
paisajes húmedos en las cuencas de los ojos, en los cantos
ofrendados por ancestros africanos presentes en el río de la
memoria de cada matrona.
San Juan, San Juan andá, ve, ve
corré, corré mi río por el zaguán de la memoria, y leve
corré que a tus aguas cantaremos para que lleves este canto
entre piedras, oro y arena te celebraremos San Juan, corré,
corré, mi río santo.
II
Mientras las mujeres cantan, los abuelos guardadores de saberes
les hablan a través del fuego de los fogones, de los alimentos
tradicionales, de los cantos de pájaros de ciénagas y de agua
salada. Los abuelos se reflejan en los espejos del agua inmóvil
de las casimbas a la orilla del río San Juan. Allí sus imágenes
religiosas sedientas por siglos beben agua limpia, agua
cultivada por las casimberas durante el verano.
Las mujeres del Bajo y Alto San Juan son rebeldes y cuando
quieren, reman a contracorriente con el canalete de madera de
abarco para no dejarse arrastrar por las sucias aguas que
enturbian las minas río arriba.
—Miseria—.
SIPÍ
El río Sipí lleva llagas de veneno en su caudal, profundas
heridas como las del Atrato, el Truandó o el Baudó. “No lo
hieras más”, dice María Antequera.
Los dragones metálicos que escarban el río, llegaron
resoplando, exhalando humo tóxico para remover la arena
entreverada con oro y seres desaparecidos. “Fueron traídos
desde lejos y nadie se dio cuenta, eso dicen” dice la matrona.
Arribaron para revolcar la tierra, desarraigar las raíces de los
árboles ancestrales, a interrumpir la paz de los seres del
subsuelo: tortugas, ratones de monte, lombrices, insectos y
huesos familiares. Llegaron a enturbiar las aguas, a
contaminarlas para sacar el oro que nunca vuelve.
En el Sipí, la vida se enturbia como sus aguas; los peces
moribundos vomitan mercurio y lanzan las últimas bocanadas
de maldiciones a los causantes de la mortandad.
—El agua, como el corazón del demonio, está envenenada,
ensangrentada—.
Las mujeres permanecen alertas y no permitirán que un día se
les roben, como el oro, la lengua, el canto, la danza, la memoria,
los frutos, las fiestas, los saberes; herencias llegadas de África,
así van conjurando la peste llegada al río Sipí.
Con santo en cru y rezo santero te enfrentaremos maligno,
lárgate di aquí forastero
para que el Sipí sea digno.
Allí Antequera canta y reza
al pez que lleva oculta una piedra con oro en la cabeza.
Todas las mujeres, alentadas por la matrona Antequera, alzan la
voz para cantar con rebeldía, defender la vida y los ríos, la casa
grande que es la madre tierra, aunque la hayan herido de muerte.
Las mujeres siguen allí pariendo hijos, cantando, bailando,
cocinando, defendiendo la selva, los ríos, los tambos,
reafirmando la negra alegría africana.
CACIQUE
Con el cuello estirado canta en voz alta María Antequera,
mientras voy a su lado en la canoa impulsada por una corriente
del río Cacique:
Ante los ojos de hombres sin juicio y de enojo, sin amor a las
aguas, a la vida, a la tierra;
con santo en cru envuelto en un trapo rojo lanzaré entre risas
este conjuro desde la sierra:
¡Detente, enemigo, en tu dique que te hundo con tus ambiciones
si no dejas correr, limpias, las aguas de mi río Cacique!
Río Cacique, corres entre el monte desde antes de la “conquista”
y hasta hoy no te han podido derrotar. El río ruge con sus aguas
indomables, culebrea entre la tupida selva, y la abuela
Antequera escucha la fuerza del caudal desde las orillas, donde
permanece con el tambor africano entre las piernas para animar
la creciente que no se detiene ante el ataque de hombres necios.
Río Cacique, cruzas el tiempo entre montañas, llevando hasta el
origen nuestros cantos y volviéndolos a traer con voces
renovadas.
CUPICA
La corriente del río Cupica se llevó la canoa de balsa de María
Antequera cuando era niña, juguete que le hizo su padre, Julio
Antequera, el día en que aprendió a nadar, mucho antes de que
le salieran los dientes.
Esa tarde se quedó esperando el regreso de su canoa, que nunca
más volvió a ver, donde se embarcaron río abajo recuerdos de
infancia, hasta llegar al Pacífico.
María Antequera ahora vive en Bahía Solano, y se dice a sí
misma:
Una de esas canoas atadas en la playa, es la mía las canoas
somos todas las mujeres del Chocó
ninguna mujer de río o de mar
debe ser amarrada por ambiciones o amores escurridizos.
Cerca de una canoa colorida que permanece suelta a las afueras
del mar, meneándose serena sobre las aguas de Bahía Solano,
María Antequera se ve ante un recuerdo de infancia, su canoa,
las manos de su padre.
DOCAMPADÓ
Las horas en las orillas del río Docampadó, son mojadas a cada
instante en que los desparpajos de la lluvia arman su
alboroto sobre los techos de zinc de los tambos, como pájaros
en fiesta que endulzan con su canto el lenguaje que hay en las
corrientes briosas del Docampadó.
En el Docampadó los pescadores no salen del agua, se volvieron
peces, ya ancianos confunden con las atarrayas a los troncos de
madera sangrantes, con los manatíes de otros tiempos,
mamíferos con los que algunos viejos ribereños llegaron a
cupular en noches en que las aguas de los ríos estaban alunadas.
La luna nueva en el Docampadó, en época de los manatíes, era
una Celestina celeste.
TIMBIQUÍ
“El río Timbiquí reclama su sitio natural por donde han de
correr las aguas limpias”, me dice la matrona.
Cada que llueve, el barro es empujado por una creciente que se
pierde entre la selva devastada. Allí el barro asfixia a los últimos
árboles que se resisten a no dejarse arrastrar por la desgracia,
donde los huesos de los muertos se entreveran entre la tierra
movediza. Un anónimo fémur clavado entre la arena y el barro
pareciera que ondea una bandera rota.
CUARTA PARTE:
LENGUAJE Y NATURALEZA SAGRADA
DE MARÍA ANTEQUERA
CORROCONCHO
María Antequera recuerda que el río Atrato guarda en su seno
un pez generoso, de ojos azules como si fuera un rústico tesoro,
acorazada canoa antigua sumergida por siglos en el agua dulce.
Es el corroconcho, que al verse ante las redes cierra los
diminutos ojos y el pescador ignora lo que se oculta dentro de
ellos: dos perlas vivas para los dioses del río.
Aderezado en sabores primitivos, el paladar evoca un plato
tradicional, con culantrón, ajo, cebollín, achiote, pimienta
picante, ají, limón, zumo de coco, plátanos y yuca. El
corroconcho es el plato más arrecho de las orillas del río Atrato.
En palabras de las casimberas, se comenta que los hijos de
algunas de ellas, han nacido con los ojos azules.
ABARCO
El árbol de abarco se resiste a caer, una mano invisible se opone
al derribamiento. Aserradores rasos sometidos por
tenebrosos explotadores de madera nativa, han muerto azotados
por ramas de abarcos, los espíritus vegetales se oponen a
prácticas salvajes contra la selva chocoana, donde de todo
sucede y los ojos del mundo dicen no ver nada.
La dinastía de María Antequera, no se dejará expulsar del monte
que le crece hasta por la boca, los hombres de brazos fuertes
permanecen dispuestos a enfrentar a quien intente invadir el
suelo donde todo sucede y los ojos del mundo dicen no ver nada.
La matrona del Atrato, amiga íntima del abarco, desde temprana
edad santiguó a cada uno de sus hijos y ya hombres se han
enfrentado al
demonio de lejanas tierras, “el monte del pueblo labriego se
respeta”, señala una mano gigante suspendida en el aire.
Los árboles solo se ofrendan para levantar los tambos, para las
canoas donde viaja la abundancia, pero que a veces naufragan
ante la llegada de ríos de ilusiones falsas.
MALEFICIO I
Si te metes con los Antequera, ojo, te puede castigar una mano
rezada de una matrona, al tocarte, te convertirá en árbol seco,
caerás por tu propia cuenta y terminarás en cenizas en los
fogones donde las mujeres preparan los alimentos con amorosas
manos.
No violentes la casa ajena, te advierte una señal que tú no
comprendes.
MALEFICIO II
No insistas en meterte en montes ajenos a invadir lo que no es
tuyo, a explotar los recursos naturales de la selva chocoana que
ofrece oxígeno al mundo. Una mujer envuelta en espíritu
protector de bosque nativo, te ofrecerá sonrientes frutos
maduros, comerás y al día siguiente estarás convertido en una
rana dardo dorada, para proteger la selva.
MALEFICIO III
Si los árboles continúan estremeciéndose por el ruido de
máquinas de espadas dentadas con garras de acero, un pequeño
pájaro desaliñado te cagará la cabeza, perderás el juicio, en tanto
que los árboles se llenarán de cantos.
MALEFICIO IV
Si tumbas un árbol del que desconoces sus propiedades, sin
pedirle permiso a Madre Tierra, quedarás ciego al entrar en
contacto con el follaje.
No ingreses a la selva sin ser santiguado por la matrona María
Antequera.
MALEFICIO V
Si pisas suelos sagrados en busca de minerales, un sapo gigante
escupirá tu cara, te convertirás en piedra, arena, sedimento, en
dorado metal de falso brillo.
“Camina sobre tu propia historia”, advierte la matrona
Antequera.
MALEFICIO VI
Magia negra, magia roja, magia blanca, magia chocoana; mira
a los ojos de las matronas, con sinceridad y si no resistes la
mirada, serás un traicionero si desacatas el llamado, y
terminarás errante por las orillas de los ríos, repitiendo día y
noche: magia negra, magia roja, magia blanca, magia chocoana;
quién me liberará de este castigo chocoano.
SANACIÓN
No te lamentes por el abandono del pueblo chocoano, las
desgracias no le pertenecen, las pestes llegadas como sombras
malignas son de otros ríos de sangre. Cuando pises por primera
vez este suelo mojado por aguas primigenias, aprende a reír con
el pueblo, así se curan más rápido las heridas, enseña la
matrona, y yo canto y río a carcajadas con ella.
LENGUAJE DE LA LLUVIA
El lenguaje de la lluvia le enseña a cantar con rebeldía a las
mujeres de la selva chocoana, para ahuyentar la miseria que se
agazapa entre montículos de arena y barro revolcado por
escarabajos metálicos, escarbadores en busca de oro salpicado
de sangre.
Si no lloviera todos los días en el Chocó para refrescar los
ánimos, los goterones de agua quedarían suspendidos en un
nubarrón entre rayos, truenos, tormentas como un mal presagio
y habría que bajarlos a golpes de manduco sobre la ropa sucia
de tierra envenenada.
Los ecos de los manducos atraen la lluvia que enseña a cantar,
a protestar a las mujeres de río, yo también canto con las
matronas bajo aguaceros de mayo.
MÚSICA
El lenguaje del viento le enseña a cantar y a danzar como
pájaros mariamulatas a las mujeres ribereñas del Chocó.
El viento de los ríos lleva una vida secreta entre la ramazón de
los árboles, el viento vuela en círculos, en espiral con alas
transparentes, y se mete por los patios a susurrar presagios.
En cada solar, el viento se trasforma en palmas de chontaduro,
así, viento, mujeres y palmas se envuelven en un torbellino
espiritual luminoso.
Advertencia: cuando las mujeres son convertidas en palmas de
chontaduro, no te metas con ellas que en sus manos y trenzas
hay una fuerza, viento feroz capaz de arrastrarte.
Por parajes tormentosos, así, comprendo que el lenguaje del
viento en palabras de María Antequera, es de poder, con un
soplo tumba un racimo de chontaduro.
CUESTIONES ENTRE MARÍA ANTEQUERA Y UN
APRENDIZ
Me pregunta la matrona:
¿Quién viene por el mundo avivando las llamas de este ser? Me
llevo el dedo índice a la boca, sin pronunciar un vocablo,
solo un pensamiento aletea en mi cabeza como un pájaro cuando
sale de la jaula.
La selva está en su sangre,
un dios afro canta dentro de ella,
al instante veo en sus ojos un par de tambores.
PIEDRA INMÓVIL
Mientras voy por la margen izquierda del río Timbiquí, al lado
de la matrona Antequera, arrojo una piedrecilla al agua para
observar las ondas de orilla a orilla, para intuir qué interroga el
río.
La matrona dice que el agua está espesa, el barro revolcado que
baja lento por el cauce sucio donde la corriente ha muerto por
la barbarie.
Centenares de máquinas escarban en el centro del río.
La piedra no se hunde, queda flotando en la superficie, rechina
más bien en mis dientes al ver aquella tragedia donde nadie sabe
nada.
LOS ÁRBOLES ABRAZAN A LOS DESAPARECIDOS
DEL CHOCÓ
Musgos, lamas, hongos se camuflan bajo el lodo para luego
abrazar con su capa clorofila a la capa terrosa que se riega como
montículos movedizos, como si fueran tumbas donde crecen los
yarumos restauradores de nuevos suelos. Bajo ellos hay cuerpos
sin funerales.
RAÍCES EN LOS OJOS
Debajo de esos suelos hay cráneos anónimos envueltos entre
raíces que se asoman por las cuencas de los desparecidos,
cuerpos de jóvenes que nunca volvieron para ser bañados con
aguas turbias, no habiendo más, para ser llorados y despedidos
con alabaos.
RABIA
María Antequera me dice con rabia entre dientes, que no pudo
usar la aguja de remendar para coserle la mortaja a uno de sus
sobrinos reclutado por pajarracos jornaleros de la muerte. Se lo
llevaron y nunca más volvió.
La matrona me mira y dice: “la desaparición de mi sobrino
Carmelo, está inconclusa, al no ver su cuerpo así fuera con la
piel perforada para cerrársela siquiera con algodón y despedirlo
con su sonrisa alegre, porque los muertos del Chocó van riendo,
incluso cuando van camino al cementerio”.
CANTO
Canta María Antequera, mientras lava la ropa de un pariente
muerto:
Ante un muerto inocente no se llora
se le canta alabao o bunde,
el difunto es un ángel desde ahora si alguien lo llora se le
mojan las alas y en el río Atrato su alma se hunde, al cielo
nunca llegará sonriente
para reencontrase sin penas con toda su gente
en el mar de la vida.
Y yo me inclino ante su alabao.
SENTENCIAS
La matrona nos enseña a no morir con los ojos cerrados. Así las
delaciones no dejarán cerrar tampoco en paz los ojos de los
matarifes a sueldo salpicados de manchas rojas. Antequera es
una mujer de poderes que pone orden con su voz gruesa y
sonora cada que habla y reprende a los hombres que matan a sus
hermanos por codiciar una tierra sacudida por malévolos.
“Tierra que ya no le pertenece a nadie, un cataclismo la
revolverá”, ha sentenciado María Antequera, “si no se atiende a
sus consejos luminosos”.
MAYO
Cada que es mayo, mes de la herencia africana en Colombia, la
sabia mujer santigua a todas las embarazadas para que los hijos
de cada negra se reafirmen en su negrura auténtica, por si acaso
no se los lleve la próxima tormenta humana donde nadie se da
cuenta de quiénes son los que la propician de manera
desgarradora.
Cada que entra el mes de mayo, las caudalosas aguas del Atrato
desbordan sus orillas y se meten entre los tambos del pueblo en
busca de ombligos de recién nacidos.
TAMBOR AFRICANO
Urabá es un pedazo de África en América, canta al son de
tambores María Antequera, para conjurar los malos presagios
donde ahora habita su pueblo migrante.
Cada maña ella afina y alarga con sus cantos el ritmo de la vida.
Ella también llegó a Urabá en una canoa delgada bramando
sentencias. María Antequera llegó cantando por una de las
siete bocas del río Atrato, acompañada de un tambor africano
para mitigar la desidia, el calor, la violencia, y aumentar la
resistencia y propiciar el goce de su pueblo explotado, sudoroso
pueblo para que entre danzas se escuche decir siempre: “María
Antequera ya llegó a Urabá, no te vayas de Urabá, María
Antequera, quédate con nosotros entre toda tu gente para acabar
con esta guerra, con esta exclusión”. La matrona ya tiene una
edad prolongada y entre las mujeres de su pueblo, su alma, su
ser es caudaloso como el mismo río Atrato.
SOL ANTEPASADO
Un viento caliente, sofocante, pega en el rostro de las
casimberas del Atrato. Por la ruta trazada por los antiguos
dioses africanos, que siempre están con María Antequera y su
pueblo, llegan los cantos que disuelven en serena, fresca brisa
el aire caliente. La piel de María Antequera está curada por los
soles de África, que la han pulido durante miles de años.
En el viento caliente, sofocante, está el sol de los antepasados,
que viene a acariciar a las mujeres lavanderas de las orillas del
río.
MISTERIO
María Antequera ha puesto sus manos sobre mi cabeza, sin usar
tabaco en la boca porque ya no fuma, ella es una bruja de las
buenas, siempre me dice cuando la he visto en sus rituales.
Existe bondad en
medio de lo oscuro. No sé qué misterio hay en todo eso.
Mientras yo permanezco con los ojos cerrados, la matrona, con
su boca amplia y sonora, va diciendo cantadito unas palabras de
sanación que ahora yo también digo con las manos puestas
sobre todo aquel que desee restauración espiritual, ungido por
medio de soplos de antiguos dioses africanos.
EL DON
La abuela, matrona y mujer tutelar de Urabá, me ha concedido
permiso, el don de aprendiz para estas prácticas de sanación por
los corazones afligidos.
Mantén siempre tu corazón alegre, dice la matrona, mientras un
repique de tambor se oye muy cerca, entre el Chocó y Urabá.
ENTIERROS
La mujer pasó sin poder dormir toda la noche, gimiendo para
adentro para que nadie la escuchara. Apenas el sol asomó detrás
de la montaña, callada, sin avisar, emprendió camino selva
adentro.
Regresó al atardecer.
“Dónde estabas, María Antequera, creímos que te había pasado
algo malo, una tragedia”, le preguntaron.
“La tragedia sucedió fue anoche. Vengo de enterrar en lo
profundo de la selva la muela que casi me mata de dolor anoche.
La condenada ya no me volverá a molestar más”, concluyó.
María Antequera se estaba poniendo vieja ya. Era la cuarta
muela que enterraba.
AMORÍOS
Mirando por la ventanita de su tambo hacia la calle, vio pasar a
una pareja de enamorados. Empezó a recordar los días en que
su corazón retumbaba como un tambor enloquecido por los
ritmos del amor. La primera vez que se entregó a un hombre, un
hombre de ascendencia africana, fornido y de brazos muy
largos, fue en una canoa amarrada a orillas del río Atrato. Ni el
aguacero de mayo que caía esa noche pudo enfriar la calentura
de los amantes del Atrato. El ímpetu de la faena amorosa fue
tal, que la canoa reventó las amarras y se fue río abajo, sin que
ninguno de los amantes hiciera nada distinto a dejarse llevar.
A los tres días apareció María Antequera en el pueblo. En sus
manos solo traía el remo, mucha sed en la garganta y un extraño
fuego brillando en sus ojos.
EL MINERO
Era alto, usaba sombrero negro, un lazo de oro le brillaba en el
pecho, y más abajo le colgaba una abultada barriga de carnicero
viejo. Se llamaba Gamaliel. Llegó al pueblo manejando una
retroexcavadora nueva. Repartió regalos a los niños y a las
ancianas en la plaza.
Anunció que traía desarrollo para todo el mundo. Esa noche
ofreció
una fiesta faraónica donde hasta los perros callejeros se
trasnocharon. Las únicas que no participaron de la fiesta fueron
María Antequera y las mujeres casimberas. Sabían en secreto
que el minero venía por el oro y la sangre.
EL TURBANTE ROJO
Después de un aguacero que duró siete días seguidos, la
matrona, la partera, la cantaora, la bailadora, la bruja buena, la
casimbera, la cocinera, la sanadora, la santiguadora María
Antequera cayó enferma. A su alrededor se reunieron las
matronas menores del pueblo para intentar sanarla, pero no
pudieron. María Antequera se encontraba en estado agónico y
nadie podía hacer nada. Hasta que una noche, a las doce,
apareció por el río Atrato una anciana en una canoa. Sobre su
cabeza un turbante rojo refulgía como una llama en medio de la
oscuridad. Entró en silencio en la casa de María Antequera, y
pidió a todos que la dejaran sola con la enferma.
Desde afuera de la casa la gente reunida solo escuchaba adentro
cantos en una lengua para ellos desconocida, y veían salir un
humo oscuro por debajo de la puerta. Después comenzó a salir
un humo blanco azuloso.
De pronto se abrió la puerta. En la cama, sentada, María
Antequera cantaba suavemente. La anciana misteriosa que
había llegado para curar a la matrona, había desaparecido sin
saberse cómo ni por dónde. Pero le había dejado el turbante rojo
a María Antequera, para que se lo heredara a la primera niña
que le naciera, la cual debíallevar el nombre de la anciana.
ESPIRAL
Después de participar animadamente en las fiestas de San
Pacho, María Antequera se embarcó una noche en su canoa río
arriba.
Llevaba en sus manos una vela prendida y en su cabeza, ya de
cabellos canos, lucía un turbante rojo. En un cofre hecho de
madera de palo santo, llevaba siete castellanos de oro, las
cenizas de un perro al que amó mucho y el ombligo disecado de
su primera hija, a la que la corriente del Atrato se llevó un día
río abajo hasta desaparecer. De nadie se despidió. Tampoco se
supo quién era el canaletero que la acompañó remando hacia el
nacimiento. En el pueblo comentan que a María Antequera la
vinieron a llamar los ancestros.
En las orillas de todos los ríos del Chocó, en el mes de mayo,
las casimberas cantan la canción de María Antequera al ritmo
de los manducos María Antequera se fue a recorrer la espiral
del tiempo, que tiene la misma forma de los ombligos
enrollados de los recién nacidos que trajo al mundo.

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  • 1. CANTOS CAUDALOSOS DE MARÍA ANTEQUERA: POEMAS IVÁN GRACIANO MORELO RUIZ 2023
  • 2. PRESENTACIÓN Leer los Cantos caudalosos de María Antequera es abordar una champa y recorrer en ella los ríos del Chocó, tanto los que, por medio del Atrato, desembocan en el mar Caribe, como aquellos que, por medio del San Juan, o directamente, desembocan en el océano Pacífico. Si entre estos cuerpos de agua levantamos la cabeza, vemos en el cielo a San Pacho, como proyectado por las velas que le prenden sus adoradores, recibiendo las oraciones de todos los chocoanos y velando por ellos. Si miramos hacia abajo durante el recorrido, podemos ver a los dioses de los ríos; en forma de corroconchos mirándonos desde sus ojos azules, y en las orillas a los dioses de los batracios, en forma de ranas observándonos desde sus ojos negros brillantes como las espaldas de las bogas,
  • 3. y en las desembocaduras a los dioses de los mares en forma de peces de agua salada alimentando las redes de los pescadores. Entrar en los pueblos por donde nos hace seguir este poemario es conocer a María Antequera, un ser de carne y hueso pero que tiene un espíritu omnipresente, es conocer a una matrona que habita en las miradas y en los cantos de todas las mujeres del Chocó, una matrona que puede comunicarse directamente con San Pacho en el cielo, así como con los dioses de la naturaleza. Pasar a ritmo de champa por entre estas páginas es entrar en ríos anchos y lentos como la prosa poética de largo aliento, pero es también pasar por ríos más pequeños de aguas cantarinas como los versos rimados. El paisaje que alcanzamos a divisar en esta vasta geografía fluvial tiene, no solamente los elementos naturales propios de este reino natural, sino también otros más modernos que llegan a hacer parte de este paisaje, como los dragones metálicos y los
  • 4. escarabajos, que llegan para convertirse en los antagonistas de estos caudales. En algunos pasajes estos cantos aumentan su caudal y llevan nuestra champa más allá del Chocó, a unas fronteras que solo son políticas pero que pertenecen al mismo reino natural de María Antequera; el río Timbiquí en el departamento del Cauca, el río Penderisco, que nace en las montañas del municipio de Urrao y que en su camino se une con los ríos del Chocó, y el Urabá, región que se conecta con el Chocó por medio del mar del golfo. De aquí de este recorrido salimos como aprendices de María Antequera, tras haber conocido sus palabras sagradas, tras haber conocido los conjuros con los que defiende a sus pueblos, tras haber conocido también las palabras ancestrales de los indígenas. En suma, nos bajamos de la champa de estos Cantos
  • 5. caudalosos conociendo el recorrido del caudal de las palabras sagradas. Diego Despreciado Río León, marzo de 2023.
  • 7. RÍO DE PALABRAS María Antequera, negra cantaora, por su boca fluye un río de palabras muy antiguas, una música en la que se envuelven la tristeza y la risa. María Antequera nació una mañana entre pájaros palabreros, pájaros que cantaban misterios africanos. María Antequera ha cantado canciones de cuna y también alabaos cuando los muertos queridos han abordado la canoa río arriba, hacia la orilla del origen. María Antequera sale en silencio cada mañana a recoger las semillas de las palabras que dejan caer los pájaros palabreros sobre la hoja en blanco del aire. En su garganta ―vivo instrumento de viento― germinan las semillas de las palabras con que ella, con su boca amplia, sonora, habla a los vivos y a los muertos.
  • 8. María Antequera también aprendió palabras de sanación, rezos para curar el mal de ojo, el aire en el ombligo de los niños y el soplo en el corazón de los enamorados. María Antequera es partera y conoce las secretas palabras de la vida, conoce el silencio morado de la muerte y la roja algarabía del corazón ―vivo tambor donde resuena el misterio de vivir―. De noche, recostada en su catre de madera de santacruz, escucha afuera del tambo, entre el lodo que deja la última creciente del río Baudó1 , el matraqueo de las ranas que imitan los ronquidos del dios de los batracios. 1 Se dice que el vocablo “Baudó” significa “río de ir y venir” en lengua indígena noamaná.
  • 9. En su catre de santacruz, se duerme María Antequera mientras por su sueño baja, en una antigua lengua africana, un caudal de palabras que se arremolinan en su pecho.
  • 10. SAN PACHO I Iniciación Al invocar a San Francisco de Asís el milagroso, con música de viento, el trompetista sopla por la boquilla del instrumento de cobre y, antes que se escuche la música para levantar los ánimos del pueblo chocoano, el sobrevuelo de una bandada de guacamayas verde limón, como salidas del instrumento musical, llenan de color y cantos el paisaje, también se oyen ladridos de perros anunciando que el festejo ha iniciado. Los perros de Quibdó son amigos de San Pacho, pareciera que lo custodian y nunca alzan la pata bajo su altar. En cada procesión, entre las multitudes, los perros van olisqueando las faldas de las mujeres sudorosas, perfumadas de amoríos. —La fiesta en Quibdó es tan larga como los aguaceros alborotados sobre los techos de zinc de los tambos—.
  • 11. A lo largo de la fiesta, sobre balsas coloridas que bajan por el río Atrato, a San Pachito le gusta el currulao, el bunde, el tamborito, la cumbia, los sainetes, los alabaos, las danzas y comparsas; las comidas y bebidas fuertes con sabor a África. Al santo le agrada que le digan San Pacho, así se siente más cercano al pueblo, más humano y hasta coquetea con las mujeres sanpacheras.
  • 12. II Tentación La música de los clarinetes levanta los ánimos del pueblo, al santo Pacho, a las mujeres que durante la colorida fiesta dejan de lavar sobre tablas pulidas a orillas del río Atrato, el pilón descansa y ocultan bajo la arena las conversaciones privadas entre comadres. San Francisco de Asís se pone contento de que las mujeres descansen, le agrada que parrandeen, que lo adoren, San Pacho en sus meditaciones ve a una mujer de piel tersa, templada, ante su presencia que lo atormenta, él sabe que tiene puesto el atuendo de santo, pero también reconoce que está de carnaval.
  • 13. III Consagración Los rezos de adoración del pueblo, sostienen al santo patrono, así comprende que no debe caer en tentaciones. En medio del regocijo, la fe se vuelve caudalosa como el río Atrato. El pueblo se hermana con los gozos franciscanos, se atavía de atuendos religiosos, cadenas de oro con crucifijos, devoción y tributo al santo, a la tierra herida, explotada, pero San Francisco de Asís los consolará en la pobreza ajena más honda, más larga que todos los ríos revolcados del Chocó.
  • 14. IV Rebelión Chirimías, comparsas, aguardiente platino y viche aumentan el caudal de la alegría de toda la negramenta. “La fiesta es del pueblo y bebé, bebé viche alma mía”, dice María Antequera. San Francisco se saborea, los fieles se echan la bendición más larga de todo el año, San Pachito se sonríe desde el altar hecho de madera de palo santo, deseoso de bailar con la mujer que lo desvela, la que lo desviste y vuelve a vestir detrás de las gruesas y santas cortinas.
  • 15. V Festín A San Pacho gozón, ofrendas sagradas, comidas de la cocina tradicional chocoana, pescado y viandas generosas, tentadoras. La mesa es abundante, colorida, olorosa a cocina africana aderezada con jengibre, culantrón, achiote, coco, azafrán de monte, ají y pimienta picante, que hasta los dioses de agua de los ríos se ponen contentos y arrechones. Un concierto franciscano convoca hacia la movilización de la paz, la justicia, donde todo queda tan lejos: el agua potable, escuelas, salud, vivienda digna; menos la risa alegre, el canto y el baile para proteger el alma de las sombras de augurios malignos. La abundancia llega por el río, de las ciénagas del Bajo Atrato, los bocachicos plateados son ofrecidos como ofrendas sagradas a San Francisco de Asís, quien al parecer come el pescado con la misma pericia de los chocoanos.
  • 16. María Antequera lo mira y se sonríe, recibe el báculo de San Francisco, símbolo de autoridad, para que el despertar de San Pacho en las fiestas nunca deje de ser el puente entre Dios y el pueblo. San Francisco de Asís espera con una mirada sonriente de estar de nuevo de cuerpo y espíritu cerca a sus fieles, en el próximo encuentro donde ningún exceso es prohibido por el santo patrono.
  • 17. RISA DE MARÍA ANTEQUERA María Antequera representa con su risa de piedra y de sol, a las mujeres ribereñas cuando son maltratadas, sostiene en la mano un látigo empuñado y un secreto, lleva en los brazos la fuerza de todos los ríos para no dejarlos morir ante el ataque de explotadores de madera y oro y que solo dejan miseria ante la mirada desolada de niños sin esperanzas. La matrona no se rinde, con su turbante rojo y rezado en la cabeza se enfrenta a la turba de agresores que le dan trato inmisericorde, es capaz de producirles el bambazú, escalofrío en todo el cuerpo hasta desmayar a los tiranos, les pasa por encima con ritmo africano hasta desencajarles las mandíbulas y revolcarles la conciencia turbia. María Antequera es elegida por sus antepasados como la guardiana del secreto lenguaje de todos los ríos del Chocó. Elegida por los pájaros y una pitonisa negra, por eso sentencia a diario:
  • 18. Seré la única matrona que quedará en pie a orillas de los ríos, para defenderlos y filtrar el agua donde sacien la sed los moribundos del mundo, antes que el Chocó se ahogue en sus corrientes contaminadas. Decreta María Antequera riéndose, con un ungüento en las manos.
  • 19. LOS SABORES DE MARÍA ANTEQUERA Las delicias de María Antequera se sirven humeantes, cada sabor es un deleite al paladar. La cocinera María Antequera prepara manjares entre la candela y el humo. Un pescado aderezado con sus amorosas manos, al comerlo hace que te quedes en tierras de aguas dulces, al lado de las mujeres que también te enseñan a cocinar.
  • 20. PLANTAS ANCESTRALES DE MARÍA ANTEQUERA Casi todas las plantas en el patio de la matrona María Antequera son curativas. La verbena sirve para desinflamar las picaduras de avispas. El totumo en jarabe caliente es bueno para aliviar la tos en el pecho. A las mujeres no les falta ninguna hierba para amansar a los maridos. El anamú en infusión sirve para combatir la malaria, el reumatismo, la artritis y otras dolencias, además para solucionar problemas de la memoria, por eso a los ancianos nunca se les olvida la fecha de nacimiento de cada uno de sus parientes y animales de patio. La mente a las abuelas del chocó tampoco les falla. La ruda y la sábila ahuyentan las malas energías por eso las mujeres del Chocó siempre están sonrientes.
  • 21. LA MAESTRA DE LA VIDA El día que la escuela de Lloró se quedó sin profesor porque al que había se lo llevó la Mano Negra, María Antequera, por su cuenta, siguió dando las clases por un tiempo, mientras de la capital nombraban un nuevo profesor. Los niños aprendieron palabras de origen africano, rezos y cantos, y las niñas conocieron desde muy temprano los misterios de la partería, iniciadas por la matrona.
  • 22. MARÍA ANTEQUERA EN URABÁ Aquí en Urabá también he visto a muchas mujeres cantaoras, sanadoras. La tutelar entre todas ellas es María Antequera. La he visto imponer las manos de sanación sobre esta tierra herida. El espíritu y saberes de la matrona se han metido muy adentro de las mujeres negras del golfo de Urabá, y su risa, su voz son una explosión de música que aviva los repiques de tambores que espantan la barbarie agazapada entre las hojas de banano.
  • 23. ABUELA En Urabá los niños le dicen la abuela, sabia y matrona tutelar de todo el pueblo chocoano en Urabá. Pueblo hermano, diáspora alegre que se esparce por todos los rincones llevando música entre la arena, las piedras y el agua.
  • 24. AMORÍOS Mirando por la ventanita de su tambo hacia la calle, vio pasar a una pareja de enamorados. Empezó a recordar los días en que su corazón retumbaba como un tambor enloquecido por los ritmos del amor. La primera vez que se entregó a un hombre, un hombre de ascendencia africana, fornido y de brazos muy largos, fue en una canoa amarrada a orillas del río Atrato. Ni el aguacero de mayo que caía esa noche pudo enfriar la calentura de los amantes del Atrato. El ímpetu de la faena amorosa fue tal, que la canoa reventó las amarras y se fue río abajo, sin que ninguno de los amantes hiciera nada distinto a dejarse llevar. A los tres días apareció María Antequera en el pueblo. En sus manos solo traía el remo, mucha sed en la garganta y un extraño fuego brillando en sus ojos.
  • 25. SEGUNDA PARTE: CANTOS CAUDALOSOS HACIA EL MAR CARIBE
  • 26. TRUANDÓ I El niño Oberto, parido en medio de la música de una tormenta chocoana, toca el tambor africano para invocar los espíritus de la sabia calma; la abuela María Antequera le canta al río con voz purificante, con voz torrentosa desde su alma de agua dulce, limpia. Ella es la misma en el Bajo Baudó o en las corrientes del río Truandó. Bajo aguaceros intemporales, los cantos de la matrona se unen a la música de la lluvia que cae sobre el río. Qué noticias torrentosas nos traes, Truandó, entre aguas nuevas y aguas de sangre manchadas. Cuál es tu baile entre orilla y orilla, Truandó, donde se baña desnuda la muchachada de vientres abultados, hechos para la vida y el goce de los dioses que cabalgan sin brida. canta y ríe maría antequera
  • 27. II Hombres de lejanas tierras, han llegado a saquear el suelo y a orillas del río, mientras lavan la ropa, las casimberas protestan entre dientes: Solo llegan a derramar sangre y llevarse el oro, a envenenar el río con mercurio, el alma de los jóvenes con baratijas. ¡Que se vayan al carajo con sus corotos del diablo y nunca más regresen!
  • 28. III La matrona lleva el Truandó por dentro y por fuera, posee la fuerza del río en su canto, en su risa, en sus caderas, en sus manos, en sus ojos, en la palabra con que pronuncia el maleficio para expulsar a forasteros que envenenan los ríos y la tierra. Andate pa tu tierra, ve, ve, dejá el oro que nació aquí y de aquí es, dejá mi Truandó correr libre y limpio hacia el Caribe, ve, a hermanar con el Atrato sus caudales. Canta entre música de tambores María Antequera
  • 29. LLORÓ2 I Las nubes negras derraman largos aguaceros sobre la selva chocoana. Las lluvias estrepitosas y aleteos de los pájaros de agua dulce son los únicos techos de los antiguos tambos, algunos deshabitados en la huida por las últimas crecientes. El agua renovadora llena calderos y ollas, para calmar la larga sed de los habitantes de Lloró. El pueblo de Lloró es invisible en el mapa del mundo. En el mapa de Lloró solo están cartografiadas con extrema precisión las rutas del oro y la sangre. —El mapa de Lloró lo traza la historia de sus tragedias—. 2 La expresión “Lloró” viene de “Gioró”, que era el nombre de un cacique indígena.
  • 30. II Las mujeres de Lloró han estado en un silencioso ritual durante la mañana —a veces cruzando miradas enigmáticas con las guacamayas― en espera de los pescadores, hombres de miradas caudalosas como las aguas del río Atrato. Al llegar los pescadores en las canoas llenas de gran variedad de peces relucientes, las comadres empiezan a escamar cada pescado con que enjoyan la cocina, mientras ríen y cantan. Qué sabroso es el pescao frito o en viudo, vení a comerlo con patacón caliente, vení, vení mi negro boquebarbudo que el Andágueda y el Atrato traen la corriente con alimentos pal casado y pal viudo, para que el pueblo de Lloró sonriente calme el hambre comiendo viudo.
  • 31. —Llueve tanto en Lloró, que el pueblo es un río de gente mojada, con el alma alegre—.
  • 32. III Las lavanderas lloroseñas del Andágueda y del Atrato purifican las aguas con sus cantos. Mientras manduquean la ropa, cantan, ríen, conversan y maldicen al invasor que envenena sus ríos. Manduco va, manduco viene si te asomas a saquear esta tierra huye de aquí invasor, es lo que te conviene, que te cae la maldición que este habla encierra.
  • 33. IV Cuando nació María Antequera, el Andágueda y el Atrato se metieron al caserío, se llevaron el ombligo de la niña, girando como una pequeña espiral cósmica sobre el agua dulce, se llevaron la placenta hasta el mar del golfo de Urabá. Ombligo y placenta reposan en el vientre de un gran pez mitológico de escamas y ojos de oro. En Lloró, está María Antequera, la matrona, la casimbera, la partera, la curandera, la cocinera, la cuentera, la cantaora; ven a conocerla, para que bebas agua lluvia, ofrecida en totuma por sus limpias manos, para calmar tu sed más honda, tu sed más larga.
  • 34. V En su oficio de partera, María Antequera a diario recibe en sus manos criaturas con ojos de pescado, y los santigua con saliva y yerbas que solo ella conoce, y les sonríe con el sol brillando entre sus dientes, risa que sirve a los niños para sanar más rápido la herida en el ombligo. Las curanderas de Lloró, usan la risa de María Antequera, la cual guardan en unos frascos mezclada con yerbas de monte, para sanar a los niños de cualquier mal, para expulsar la tristeza que se mete en la sangre, y para ahuyentar a los invasores que solo quieren llevarse el oro, el platino y el alma de los ríos.
  • 35. RÍO ATRATO I Cuando el Atrato aumenta el caudal, embuchado por las aguas de los ríos Tutunendo3 , Truandó, Condoto, Salaquí y otras arterias fluviales, las canoas bajan llenas de plátano montuno, banano primitivo, piña, marañón, chontaduro, borojó, pescado, hierbas comestibles, plantas medicinales; bajan las canoas desbordadas de coloridas promesas para la panza. La fuerza de los bogas es aumentada por la alegría que provee esa carga abundante y feliz. Bogan a contracorriente, con furia, venciendo las caudalosas aguas que forman un tropel de burbujas bajo la proa. Cuando te alimentes del Atrato, debes dar gracias a los dioses de agua dulce, al río de las tortugas milenarias que han visto bajar tanto muerto revuelto con barro y oro. 3 Tutunendo significa, en lengua indígena, “río de rosas o de fragancias”.
  • 36. No toques sus aguas caudalosas sin permiso de esos dioses, compadres del dios de los mares. El río torrentoso le obedece y calma la furia con el cantar de mujer libre, mujer que lleva un pájaro cósmico volando en sus sueños, cantando en su pecho. Las canoas que bajan por las orillas, a veces se extravían entre palizadas, troncos de árboles centenarios descuajados a la mansalva por orden del ambicioso invasor. —Las canoas poseen memoria vegetal—.
  • 37. II La matrona María Antequera sabe que, en las riberas del Atrato, hay serpientes acechantes tan venenosas, que hasta los mismos espantos de la selva les temen. No desafíes al Atrato, evita pisar sin permiso sus aguas y orillas. ¡Ay vean ve!, dice la abuela mayor. Las canoas bailan sobre las aguas del río, dentro de ellas he arrullado a mis hijos con amor, ¡dormí, dormí negrito hermoso mientras yo río! Pronto aprenderás a remar, a remar, sobre las aguas de un río ancho y brioso que corre en busca del mar con su correr curvo y presuros
  • 38. III De niña, María Antequera tuvo como juguete una canoa de balso hecha por su padre Julio Antequera, y en una de las tantas inundaciones, el Atrato se la arrebató llevándosela confundida entre la palizada; esos huesos vegetales testigos de la masacre cometida selva adentro. En las espumosas aguas del golfo de Urabá, entre la palizada seca, la canoíta labrada con esmero — juguete de infancia perdido— semeja una letra perdida entre una página llena de garabatos. Ya hecha una mujerona, al parir su primer hijo, María Antequera se hizo una canoa en madera de abarco, labrada solo en las noches de luna nueva. En ella se embarca río abajo y río arriba, cada que es llamada para atender un parto o para cantarles alabaos a los difuntos. Ciertas noches, se ve a María Antequera navegando sola el Atrato, fumando tabaco, acompañada de una vela encendida en la proa, cuya luz se refleja en las profundas aguas: en esas
  • 39. ocasiones, el Atrato y María Antequera conversan íntimamente, él con el rumor de sus aguas arremolinando sus frases bajo la canoa; ella con su canto suave, dejando salir una música triste de su boca alegre.
  • 40. SALAQUÍ I María Antequera nació para bailar y cantar, así va cantando y bailando ante los hombres, arrechándolos y calentándolos hasta producirles el bambazú, temblor que les sube por las piernas, recorre todo el cuerpo hasta llegar a la cabeza y dejarlos trastornados.
  • 41. II El río Salaquí sabe que María Antequera es su hija de aguas profundas. Las crecientes del Salaquí la visitan de día y de noche. Ella no para de cantar. Las aguas no paran de correr. El canto anida en el mar del silencio, el río se entrega a las aguas del mar. Su abuela ha visto bajar el cuerpo hinchado, sin vida, de un hombre por el centro del Salaquí; en su boca cerrada para siempre, se pudren las palabras que no alcanzó a pronunciar. Río Salaquí que corre por mis venas de aquí no te podé í tampoco morirás de penas con este canto alegre, aquí, correrán tus aguas contentas sin lamentos, sin quejas, mi Salaquí.
  • 42. III La matrona Antequera con brazos abiertos le da un saludo al Salaquí, le canta alabaos, le pide permiso para embarcarse río abajo a atender a las parturientas. —Ella es hija de una partera capaz de hacer parir con sus cantos y cuentos—. En las canoas, bailando ritmos del Pacífico, no para de cantar, reír, gozar, danzar y maldecir también a quien trate de envenenar las aguas del Salaquí. En las riberas las chirimías ensalzan la vida, el río se pone contento con sus peces que alimentan a un pueblo gozón; luego la creciente se retira satisfecha por un corto tiempo, a meditar en la próxima.
  • 43. IV El bunde continúa, y el viche; licor alegre y sanador, baja y sube por el cuerpo, los labios, el pecho y las caderas, que se despiertan en un tropel de leves temblores bajo las faldas. A su alrededor, vibran cada vez más cerca los rítmicos latidos del tambor macho. Condoto4 Las aguas del río Condoto bajan extraviadas, perdidas entre las calles del pueblo, y no se sabe si llegarán al mar. Los aguaceros escandalosos sobre los tambos, no dejan oír la caudalosa plegaria por la vida que braman las aguas torrentosas del río Condoto. A lo largo del Condoto, las canoas suben y bajan a ritmo de canalete, los niños nadan con alegres chapaleos de pez, así el río se llena de vida por un instante. 4 Condoto significa, en la lengua de los indígenas emberá katío “río turbio”.
  • 44. —El río Condoto es la primera escuela de los niños del Chocó— . En las orillas del río, junto a las casimbas, las comadres lavan la desesperanza al compás del manduqueo. Manduco va, manduco viene que al político artero un garrotazo le conviene, maduco va, manduco viene que al político y al minero un manducazo bien le viene. A lo largo del culebreo del Condoto, en sus orillas, se ven las casimberas dando vueltas en círculo, lazando conjuros para calmar la furia del río, para expulsar a los hombres que han envenenado las aguas, los peces y han encendido la ira de las mujeres lideradas por María Antequera, quienes desatan, en coro, un torrente de cantos rabiosos, conjuros y desahogos de infamias por milenios empozadas en el pecho.
  • 45. PENDERISCO María Antequera pronuncia el nombre de este río sin revelar tanto, prefiere que se quede oculto entre la selva, con las aguas serenas, pensativas. Allí en las riberas, los hermanos emberá saben de tesoros que se ocultan bajo la tierra, lo saben en secreto sin tenerlo que decir. —Prefieren el silencio del pájaro mudo en medio de una selva de cantos—. La abuela presagia una cercana tragedia y hace conjuros para que al río nadie le altere su llana tranquilidad, ni su promisorio rumor sereno que puede ser oído por ambiciosos. La casimbera mayor, María Antequera, le pide permiso al río para bañarse en su largo vientre manso, para beber del líquido que recorre por el extenso Valle del Penderisco, hasta unirse al Atrato; allá en tierras chocoanas, donde el Murrí empieza a rumorar otro lenguaje, a moverse con un ritmo distinto y se
  • 46. vuelve receloso, rebelde, turbio: así resguarda el oro de los que no se lo merecen. Murrí, río de tesoros custodiado por un pueblo originario, emberá katíos, ellos saben de tus oros y de tu sangre vendida por un denario.
  • 47. BEBARÁ Beberán de ese río las cucarachas de aguas envenenadas, todo se está muriendo, secando, y ante la muerte del río Bebará, María Antequera expulsa con un maleficio hacia el exilio a quienes han revolcado la vida. Con sigilo permanece en las orillas del río para levantarle el ánimo, calmar la agonía que se escurre en su propio cauce de aguas turbias. Ven a bebé de este pecho ven a bebé de estas caderas por tu cauce, río Bebará, ven a este lecho para que te pongas duro como las maderas, ven a cantá y a reí conmigo que en tus aguas aún hay aliento de corrientes voraces, ven junto a mi ombligo que al amor luego se lo lleva el viento. En círculo, en las riberas del río, María Antequera se reúne con las comadres casimberas alrededor de rituales y conjuros de
  • 48. sanación espiritual para el río Bebará. Las aguas del río son el alma dulce de las casimberas.
  • 49. BOJAYÁ Río de muerte, alabao, alabao, remolinos de sangre. El terror allí se agazapó e hizo pedazos la fe en el hombre. María Antequera lanzó un grito rebelde: ¡Al carajo jornaleros de la muerte, vengan de donde vengan! Desde la herrumbre de los días fatigados, la matrona invocó un conjuro para el cese de la barbarie colectiva e hizo un riego con flor de arizá, perfumando la tierra sangrante para llenar de justicia y sanación al pueblo masacrado.
  • 50. QUITO Hay un río retorcido que ha muerto, es el Quito, serpiente mapaná con ojos dorados metalizados. Hay un río fosilizado, arrastra veneno mortal más que el de una culebra rabo de ají, en las arenas revolcadas han muerto intoxicados robustos ribereños, han abortado comadres con el vientre envenenado, donde la matrona María Antequera nada puede hacer, sólo protestar mediante maleficios para conjurar tantas tragedias. —Nada ha pasado en el Quito, en boca de los matarifes— sin embargo, hay un río detenido en una laguna ocre, el agua hierve mugre y donde la muerte se baña en sangre. En la orilla perdida del río, un perro cojo aúlla hacia un nubarrón que se asemeja a una serpiente venenosa a poco de morir. Ladra sobre el sedimento donde hay escamas y un laberinto de esqueletos de peces y cadáveres humanos bajo la arena. Allí la gente bebe agua, que es lo mismo que beber sangre de sus muertos.
  • 51. Hay un río extraviado en su cauce, sepultado bajo pesados dragones metálicos, una serpiente de agua dulce que no alcanzó a estirarse en su propia corriente.
  • 52. TERCERA PARTE: CANTOS CAUDALOSOS HACIA EL OCÉANO PACÍFICO.
  • 53. EL SAN JUAN I Las mujeres a orillas del río San Juan, dueñas naturales del hondo caudal, pueblan las márgenes de risas, alabaos, danzas y manduqueos que, como truenos huecos y redondos cayendo sobre la ropa de los pescadores, van castigando a la mugre. —Así, mientras lavan la ropa, las abuelas van cantado alegres, pero con una rabia enredada bajo la lengua —. Las matronas como María Antequera lavan sobre pulidas tablas. Ellas guardan conversaciones secretas de las comadres que, entre risas y pregones, limpian la ropa de los niños recién paridos y las mortajas de aquellos que nunca se van del todo, sino que siguen bailando y cantando desde la otra orilla del río de la vida. Las mujeres del Chocó son propietarias de las aguas que conversan algunas cosas con las canoas y los peces. Ellas son dueñas de las arenas salpicadas de oro. Al San Juan le cantan
  • 54. con fuerza para que el caudal jamás se detenga, corriente donde han nacido, amado, muerto, bebido, pescado, lavado, parido, rezado; donde han amamantado a los hijos con leche abundante como las aguas del mismo río San Juan. Mientras el San Juan esté vivo, las mujeres como María Antequera vivirán una eternidad, ellas llevan el río como paisajes húmedos en las cuencas de los ojos, en los cantos ofrendados por ancestros africanos presentes en el río de la memoria de cada matrona. San Juan, San Juan andá, ve, ve corré, corré mi río por el zaguán de la memoria, y leve corré que a tus aguas cantaremos para que lleves este canto entre piedras, oro y arena te celebraremos San Juan, corré, corré, mi río santo.
  • 55. II Mientras las mujeres cantan, los abuelos guardadores de saberes les hablan a través del fuego de los fogones, de los alimentos tradicionales, de los cantos de pájaros de ciénagas y de agua salada. Los abuelos se reflejan en los espejos del agua inmóvil de las casimbas a la orilla del río San Juan. Allí sus imágenes religiosas sedientas por siglos beben agua limpia, agua cultivada por las casimberas durante el verano. Las mujeres del Bajo y Alto San Juan son rebeldes y cuando quieren, reman a contracorriente con el canalete de madera de abarco para no dejarse arrastrar por las sucias aguas que enturbian las minas río arriba. —Miseria—.
  • 56. SIPÍ El río Sipí lleva llagas de veneno en su caudal, profundas heridas como las del Atrato, el Truandó o el Baudó. “No lo hieras más”, dice María Antequera. Los dragones metálicos que escarban el río, llegaron resoplando, exhalando humo tóxico para remover la arena entreverada con oro y seres desaparecidos. “Fueron traídos desde lejos y nadie se dio cuenta, eso dicen” dice la matrona. Arribaron para revolcar la tierra, desarraigar las raíces de los árboles ancestrales, a interrumpir la paz de los seres del subsuelo: tortugas, ratones de monte, lombrices, insectos y huesos familiares. Llegaron a enturbiar las aguas, a contaminarlas para sacar el oro que nunca vuelve. En el Sipí, la vida se enturbia como sus aguas; los peces moribundos vomitan mercurio y lanzan las últimas bocanadas de maldiciones a los causantes de la mortandad.
  • 57. —El agua, como el corazón del demonio, está envenenada, ensangrentada—. Las mujeres permanecen alertas y no permitirán que un día se les roben, como el oro, la lengua, el canto, la danza, la memoria, los frutos, las fiestas, los saberes; herencias llegadas de África, así van conjurando la peste llegada al río Sipí. Con santo en cru y rezo santero te enfrentaremos maligno, lárgate di aquí forastero para que el Sipí sea digno. Allí Antequera canta y reza al pez que lleva oculta una piedra con oro en la cabeza. Todas las mujeres, alentadas por la matrona Antequera, alzan la voz para cantar con rebeldía, defender la vida y los ríos, la casa grande que es la madre tierra, aunque la hayan herido de muerte. Las mujeres siguen allí pariendo hijos, cantando, bailando, cocinando, defendiendo la selva, los ríos, los tambos, reafirmando la negra alegría africana.
  • 58. CACIQUE Con el cuello estirado canta en voz alta María Antequera, mientras voy a su lado en la canoa impulsada por una corriente del río Cacique: Ante los ojos de hombres sin juicio y de enojo, sin amor a las aguas, a la vida, a la tierra; con santo en cru envuelto en un trapo rojo lanzaré entre risas este conjuro desde la sierra: ¡Detente, enemigo, en tu dique que te hundo con tus ambiciones si no dejas correr, limpias, las aguas de mi río Cacique! Río Cacique, corres entre el monte desde antes de la “conquista” y hasta hoy no te han podido derrotar. El río ruge con sus aguas indomables, culebrea entre la tupida selva, y la abuela Antequera escucha la fuerza del caudal desde las orillas, donde permanece con el tambor africano entre las piernas para animar la creciente que no se detiene ante el ataque de hombres necios.
  • 59. Río Cacique, cruzas el tiempo entre montañas, llevando hasta el origen nuestros cantos y volviéndolos a traer con voces renovadas.
  • 60. CUPICA La corriente del río Cupica se llevó la canoa de balsa de María Antequera cuando era niña, juguete que le hizo su padre, Julio Antequera, el día en que aprendió a nadar, mucho antes de que le salieran los dientes. Esa tarde se quedó esperando el regreso de su canoa, que nunca más volvió a ver, donde se embarcaron río abajo recuerdos de infancia, hasta llegar al Pacífico. María Antequera ahora vive en Bahía Solano, y se dice a sí misma: Una de esas canoas atadas en la playa, es la mía las canoas somos todas las mujeres del Chocó ninguna mujer de río o de mar debe ser amarrada por ambiciones o amores escurridizos. Cerca de una canoa colorida que permanece suelta a las afueras del mar, meneándose serena sobre las aguas de Bahía Solano,
  • 61. María Antequera se ve ante un recuerdo de infancia, su canoa, las manos de su padre.
  • 62. DOCAMPADÓ Las horas en las orillas del río Docampadó, son mojadas a cada instante en que los desparpajos de la lluvia arman su alboroto sobre los techos de zinc de los tambos, como pájaros en fiesta que endulzan con su canto el lenguaje que hay en las corrientes briosas del Docampadó. En el Docampadó los pescadores no salen del agua, se volvieron peces, ya ancianos confunden con las atarrayas a los troncos de madera sangrantes, con los manatíes de otros tiempos, mamíferos con los que algunos viejos ribereños llegaron a cupular en noches en que las aguas de los ríos estaban alunadas. La luna nueva en el Docampadó, en época de los manatíes, era una Celestina celeste.
  • 63. TIMBIQUÍ “El río Timbiquí reclama su sitio natural por donde han de correr las aguas limpias”, me dice la matrona. Cada que llueve, el barro es empujado por una creciente que se pierde entre la selva devastada. Allí el barro asfixia a los últimos árboles que se resisten a no dejarse arrastrar por la desgracia, donde los huesos de los muertos se entreveran entre la tierra movediza. Un anónimo fémur clavado entre la arena y el barro pareciera que ondea una bandera rota.
  • 64. CUARTA PARTE: LENGUAJE Y NATURALEZA SAGRADA DE MARÍA ANTEQUERA
  • 65. CORROCONCHO María Antequera recuerda que el río Atrato guarda en su seno un pez generoso, de ojos azules como si fuera un rústico tesoro, acorazada canoa antigua sumergida por siglos en el agua dulce. Es el corroconcho, que al verse ante las redes cierra los diminutos ojos y el pescador ignora lo que se oculta dentro de ellos: dos perlas vivas para los dioses del río. Aderezado en sabores primitivos, el paladar evoca un plato tradicional, con culantrón, ajo, cebollín, achiote, pimienta picante, ají, limón, zumo de coco, plátanos y yuca. El corroconcho es el plato más arrecho de las orillas del río Atrato. En palabras de las casimberas, se comenta que los hijos de algunas de ellas, han nacido con los ojos azules.
  • 66. ABARCO El árbol de abarco se resiste a caer, una mano invisible se opone al derribamiento. Aserradores rasos sometidos por tenebrosos explotadores de madera nativa, han muerto azotados por ramas de abarcos, los espíritus vegetales se oponen a prácticas salvajes contra la selva chocoana, donde de todo sucede y los ojos del mundo dicen no ver nada. La dinastía de María Antequera, no se dejará expulsar del monte que le crece hasta por la boca, los hombres de brazos fuertes permanecen dispuestos a enfrentar a quien intente invadir el suelo donde todo sucede y los ojos del mundo dicen no ver nada. La matrona del Atrato, amiga íntima del abarco, desde temprana edad santiguó a cada uno de sus hijos y ya hombres se han enfrentado al demonio de lejanas tierras, “el monte del pueblo labriego se respeta”, señala una mano gigante suspendida en el aire.
  • 67. Los árboles solo se ofrendan para levantar los tambos, para las canoas donde viaja la abundancia, pero que a veces naufragan ante la llegada de ríos de ilusiones falsas.
  • 68. MALEFICIO I Si te metes con los Antequera, ojo, te puede castigar una mano rezada de una matrona, al tocarte, te convertirá en árbol seco, caerás por tu propia cuenta y terminarás en cenizas en los fogones donde las mujeres preparan los alimentos con amorosas manos. No violentes la casa ajena, te advierte una señal que tú no comprendes.
  • 69. MALEFICIO II No insistas en meterte en montes ajenos a invadir lo que no es tuyo, a explotar los recursos naturales de la selva chocoana que ofrece oxígeno al mundo. Una mujer envuelta en espíritu protector de bosque nativo, te ofrecerá sonrientes frutos maduros, comerás y al día siguiente estarás convertido en una rana dardo dorada, para proteger la selva.
  • 70. MALEFICIO III Si los árboles continúan estremeciéndose por el ruido de máquinas de espadas dentadas con garras de acero, un pequeño pájaro desaliñado te cagará la cabeza, perderás el juicio, en tanto que los árboles se llenarán de cantos.
  • 71. MALEFICIO IV Si tumbas un árbol del que desconoces sus propiedades, sin pedirle permiso a Madre Tierra, quedarás ciego al entrar en contacto con el follaje. No ingreses a la selva sin ser santiguado por la matrona María Antequera.
  • 72. MALEFICIO V Si pisas suelos sagrados en busca de minerales, un sapo gigante escupirá tu cara, te convertirás en piedra, arena, sedimento, en dorado metal de falso brillo. “Camina sobre tu propia historia”, advierte la matrona Antequera.
  • 73. MALEFICIO VI Magia negra, magia roja, magia blanca, magia chocoana; mira a los ojos de las matronas, con sinceridad y si no resistes la mirada, serás un traicionero si desacatas el llamado, y terminarás errante por las orillas de los ríos, repitiendo día y noche: magia negra, magia roja, magia blanca, magia chocoana; quién me liberará de este castigo chocoano.
  • 74. SANACIÓN No te lamentes por el abandono del pueblo chocoano, las desgracias no le pertenecen, las pestes llegadas como sombras malignas son de otros ríos de sangre. Cuando pises por primera vez este suelo mojado por aguas primigenias, aprende a reír con el pueblo, así se curan más rápido las heridas, enseña la matrona, y yo canto y río a carcajadas con ella.
  • 75. LENGUAJE DE LA LLUVIA El lenguaje de la lluvia le enseña a cantar con rebeldía a las mujeres de la selva chocoana, para ahuyentar la miseria que se agazapa entre montículos de arena y barro revolcado por escarabajos metálicos, escarbadores en busca de oro salpicado de sangre. Si no lloviera todos los días en el Chocó para refrescar los ánimos, los goterones de agua quedarían suspendidos en un nubarrón entre rayos, truenos, tormentas como un mal presagio y habría que bajarlos a golpes de manduco sobre la ropa sucia de tierra envenenada. Los ecos de los manducos atraen la lluvia que enseña a cantar, a protestar a las mujeres de río, yo también canto con las matronas bajo aguaceros de mayo.
  • 76. MÚSICA El lenguaje del viento le enseña a cantar y a danzar como pájaros mariamulatas a las mujeres ribereñas del Chocó. El viento de los ríos lleva una vida secreta entre la ramazón de los árboles, el viento vuela en círculos, en espiral con alas transparentes, y se mete por los patios a susurrar presagios. En cada solar, el viento se trasforma en palmas de chontaduro, así, viento, mujeres y palmas se envuelven en un torbellino espiritual luminoso. Advertencia: cuando las mujeres son convertidas en palmas de chontaduro, no te metas con ellas que en sus manos y trenzas hay una fuerza, viento feroz capaz de arrastrarte. Por parajes tormentosos, así, comprendo que el lenguaje del viento en palabras de María Antequera, es de poder, con un soplo tumba un racimo de chontaduro.
  • 77. CUESTIONES ENTRE MARÍA ANTEQUERA Y UN APRENDIZ Me pregunta la matrona: ¿Quién viene por el mundo avivando las llamas de este ser? Me llevo el dedo índice a la boca, sin pronunciar un vocablo, solo un pensamiento aletea en mi cabeza como un pájaro cuando sale de la jaula. La selva está en su sangre, un dios afro canta dentro de ella, al instante veo en sus ojos un par de tambores.
  • 78. PIEDRA INMÓVIL Mientras voy por la margen izquierda del río Timbiquí, al lado de la matrona Antequera, arrojo una piedrecilla al agua para observar las ondas de orilla a orilla, para intuir qué interroga el río. La matrona dice que el agua está espesa, el barro revolcado que baja lento por el cauce sucio donde la corriente ha muerto por la barbarie. Centenares de máquinas escarban en el centro del río. La piedra no se hunde, queda flotando en la superficie, rechina más bien en mis dientes al ver aquella tragedia donde nadie sabe nada.
  • 79. LOS ÁRBOLES ABRAZAN A LOS DESAPARECIDOS DEL CHOCÓ Musgos, lamas, hongos se camuflan bajo el lodo para luego abrazar con su capa clorofila a la capa terrosa que se riega como montículos movedizos, como si fueran tumbas donde crecen los yarumos restauradores de nuevos suelos. Bajo ellos hay cuerpos sin funerales.
  • 80. RAÍCES EN LOS OJOS Debajo de esos suelos hay cráneos anónimos envueltos entre raíces que se asoman por las cuencas de los desparecidos, cuerpos de jóvenes que nunca volvieron para ser bañados con aguas turbias, no habiendo más, para ser llorados y despedidos con alabaos.
  • 81. RABIA María Antequera me dice con rabia entre dientes, que no pudo usar la aguja de remendar para coserle la mortaja a uno de sus sobrinos reclutado por pajarracos jornaleros de la muerte. Se lo llevaron y nunca más volvió. La matrona me mira y dice: “la desaparición de mi sobrino Carmelo, está inconclusa, al no ver su cuerpo así fuera con la piel perforada para cerrársela siquiera con algodón y despedirlo con su sonrisa alegre, porque los muertos del Chocó van riendo, incluso cuando van camino al cementerio”.
  • 82. CANTO Canta María Antequera, mientras lava la ropa de un pariente muerto: Ante un muerto inocente no se llora se le canta alabao o bunde, el difunto es un ángel desde ahora si alguien lo llora se le mojan las alas y en el río Atrato su alma se hunde, al cielo nunca llegará sonriente para reencontrase sin penas con toda su gente en el mar de la vida. Y yo me inclino ante su alabao.
  • 83. SENTENCIAS La matrona nos enseña a no morir con los ojos cerrados. Así las delaciones no dejarán cerrar tampoco en paz los ojos de los matarifes a sueldo salpicados de manchas rojas. Antequera es una mujer de poderes que pone orden con su voz gruesa y sonora cada que habla y reprende a los hombres que matan a sus hermanos por codiciar una tierra sacudida por malévolos. “Tierra que ya no le pertenece a nadie, un cataclismo la revolverá”, ha sentenciado María Antequera, “si no se atiende a sus consejos luminosos”.
  • 84. MAYO Cada que es mayo, mes de la herencia africana en Colombia, la sabia mujer santigua a todas las embarazadas para que los hijos de cada negra se reafirmen en su negrura auténtica, por si acaso no se los lleve la próxima tormenta humana donde nadie se da cuenta de quiénes son los que la propician de manera desgarradora. Cada que entra el mes de mayo, las caudalosas aguas del Atrato desbordan sus orillas y se meten entre los tambos del pueblo en busca de ombligos de recién nacidos.
  • 85. TAMBOR AFRICANO Urabá es un pedazo de África en América, canta al son de tambores María Antequera, para conjurar los malos presagios donde ahora habita su pueblo migrante. Cada maña ella afina y alarga con sus cantos el ritmo de la vida. Ella también llegó a Urabá en una canoa delgada bramando sentencias. María Antequera llegó cantando por una de las siete bocas del río Atrato, acompañada de un tambor africano para mitigar la desidia, el calor, la violencia, y aumentar la resistencia y propiciar el goce de su pueblo explotado, sudoroso pueblo para que entre danzas se escuche decir siempre: “María Antequera ya llegó a Urabá, no te vayas de Urabá, María Antequera, quédate con nosotros entre toda tu gente para acabar con esta guerra, con esta exclusión”. La matrona ya tiene una edad prolongada y entre las mujeres de su pueblo, su alma, su ser es caudaloso como el mismo río Atrato.
  • 86. SOL ANTEPASADO Un viento caliente, sofocante, pega en el rostro de las casimberas del Atrato. Por la ruta trazada por los antiguos dioses africanos, que siempre están con María Antequera y su pueblo, llegan los cantos que disuelven en serena, fresca brisa el aire caliente. La piel de María Antequera está curada por los soles de África, que la han pulido durante miles de años. En el viento caliente, sofocante, está el sol de los antepasados, que viene a acariciar a las mujeres lavanderas de las orillas del río.
  • 87. MISTERIO María Antequera ha puesto sus manos sobre mi cabeza, sin usar tabaco en la boca porque ya no fuma, ella es una bruja de las buenas, siempre me dice cuando la he visto en sus rituales. Existe bondad en medio de lo oscuro. No sé qué misterio hay en todo eso. Mientras yo permanezco con los ojos cerrados, la matrona, con su boca amplia y sonora, va diciendo cantadito unas palabras de sanación que ahora yo también digo con las manos puestas sobre todo aquel que desee restauración espiritual, ungido por medio de soplos de antiguos dioses africanos.
  • 88. EL DON La abuela, matrona y mujer tutelar de Urabá, me ha concedido permiso, el don de aprendiz para estas prácticas de sanación por los corazones afligidos. Mantén siempre tu corazón alegre, dice la matrona, mientras un repique de tambor se oye muy cerca, entre el Chocó y Urabá.
  • 89. ENTIERROS La mujer pasó sin poder dormir toda la noche, gimiendo para adentro para que nadie la escuchara. Apenas el sol asomó detrás de la montaña, callada, sin avisar, emprendió camino selva adentro. Regresó al atardecer. “Dónde estabas, María Antequera, creímos que te había pasado algo malo, una tragedia”, le preguntaron. “La tragedia sucedió fue anoche. Vengo de enterrar en lo profundo de la selva la muela que casi me mata de dolor anoche. La condenada ya no me volverá a molestar más”, concluyó. María Antequera se estaba poniendo vieja ya. Era la cuarta muela que enterraba.
  • 90. AMORÍOS Mirando por la ventanita de su tambo hacia la calle, vio pasar a una pareja de enamorados. Empezó a recordar los días en que su corazón retumbaba como un tambor enloquecido por los ritmos del amor. La primera vez que se entregó a un hombre, un hombre de ascendencia africana, fornido y de brazos muy largos, fue en una canoa amarrada a orillas del río Atrato. Ni el aguacero de mayo que caía esa noche pudo enfriar la calentura de los amantes del Atrato. El ímpetu de la faena amorosa fue tal, que la canoa reventó las amarras y se fue río abajo, sin que ninguno de los amantes hiciera nada distinto a dejarse llevar. A los tres días apareció María Antequera en el pueblo. En sus manos solo traía el remo, mucha sed en la garganta y un extraño fuego brillando en sus ojos.
  • 91. EL MINERO Era alto, usaba sombrero negro, un lazo de oro le brillaba en el pecho, y más abajo le colgaba una abultada barriga de carnicero viejo. Se llamaba Gamaliel. Llegó al pueblo manejando una retroexcavadora nueva. Repartió regalos a los niños y a las ancianas en la plaza. Anunció que traía desarrollo para todo el mundo. Esa noche ofreció una fiesta faraónica donde hasta los perros callejeros se trasnocharon. Las únicas que no participaron de la fiesta fueron María Antequera y las mujeres casimberas. Sabían en secreto que el minero venía por el oro y la sangre.
  • 92. EL TURBANTE ROJO Después de un aguacero que duró siete días seguidos, la matrona, la partera, la cantaora, la bailadora, la bruja buena, la casimbera, la cocinera, la sanadora, la santiguadora María Antequera cayó enferma. A su alrededor se reunieron las matronas menores del pueblo para intentar sanarla, pero no pudieron. María Antequera se encontraba en estado agónico y nadie podía hacer nada. Hasta que una noche, a las doce, apareció por el río Atrato una anciana en una canoa. Sobre su cabeza un turbante rojo refulgía como una llama en medio de la oscuridad. Entró en silencio en la casa de María Antequera, y pidió a todos que la dejaran sola con la enferma. Desde afuera de la casa la gente reunida solo escuchaba adentro cantos en una lengua para ellos desconocida, y veían salir un humo oscuro por debajo de la puerta. Después comenzó a salir un humo blanco azuloso.
  • 93. De pronto se abrió la puerta. En la cama, sentada, María Antequera cantaba suavemente. La anciana misteriosa que había llegado para curar a la matrona, había desaparecido sin saberse cómo ni por dónde. Pero le había dejado el turbante rojo a María Antequera, para que se lo heredara a la primera niña que le naciera, la cual debíallevar el nombre de la anciana.
  • 94. ESPIRAL Después de participar animadamente en las fiestas de San Pacho, María Antequera se embarcó una noche en su canoa río arriba. Llevaba en sus manos una vela prendida y en su cabeza, ya de cabellos canos, lucía un turbante rojo. En un cofre hecho de madera de palo santo, llevaba siete castellanos de oro, las cenizas de un perro al que amó mucho y el ombligo disecado de su primera hija, a la que la corriente del Atrato se llevó un día río abajo hasta desaparecer. De nadie se despidió. Tampoco se supo quién era el canaletero que la acompañó remando hacia el nacimiento. En el pueblo comentan que a María Antequera la vinieron a llamar los ancestros. En las orillas de todos los ríos del Chocó, en el mes de mayo, las casimberas cantan la canción de María Antequera al ritmo de los manducos María Antequera se fue a recorrer la espiral
  • 95. del tiempo, que tiene la misma forma de los ombligos enrollados de los recién nacidos que trajo al mundo.