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EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
CIRO V. PALOMINO DONGO
CIRO V. PALOMINO DONGO
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Con mucho amor, para mis nietos:
Leonela Palomino Villafuerte
Salvador Palomino Quintana
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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PRESENTACION
He querido abrir los archivos de sus memorias, trayéndoles, poco a poco, algunos recuerdos
de mi primera infancia y la que le siguió hasta que acabé mi educación primaria en la ciudad de
Abancay – Apurímac – Perú, que transcurrió entre 1958 a 1963, y que también fue la niñez de toda
una generación.
Seguramente a la edad que tengo se me han olvidado muchas vivencias de esos años
tempranos, pero eso no quiere decir que deba olvidarse todo. Si algunos que se animaron a leer
estas remembranzas en las redes sociales, recuerda que tiene algo que se pueda agregar, les ruego
que lo hagan, antes que se olviden del todo, mi correo es cirovictor@yahoo.com
Debo advertirles que estas memorias las he escrito conforme las iba recordando, pues la
mente no las tiene ordenadas y más aún cuando se refieren a experiencias vividas en los primeros
años de la infancia, y por eso algunas de sus escenas se me aparecieron como entre sueños, pero
gracias a los comentarios de los lectores, pude darme cuenta que sí los había recordado, cosa que de
verdad a mí también me dejó muy sorprendido respecto del raro modo cómo funciona la mente.
De otra parte, debo aclarar que no es mi propósito narrar en detalle, quién era quién dentro
del pueblo, razón por la cual no he nombrado a casi nadie, sino limitarme a sacar de los archivos de
la memoria las impresiones de un niño de los años 50' del siglo XX con relación a su experiencia
infantil en un suelo, pueblo, ciudad, patria o paraíso llamado: ABANCAY.
Solo me queda agregar que ojala está crónica del ayer temprano, no solo se trate de mí, sino
de las vivencias de mi generación, y si entre sus líneas he nombrado a mis padres o hermanos es
porque todos hemos nacido, crecido y seguimos viviendo dentro de una familia, eso es inevitable.
Finalmente debo confesar que a pesar de que no se puede recordar exactamente todo, no por
eso vamos a dejarlo enterrado. ¡NEGARSE AL OLVIDO, ES PARTE DE SENTIRSE VIVO!
Abancay, noviembre del 2019
CIRO V. PALOMINO DONGO
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“La vida no es la que vivimos,
sino cómo la recordamos
para contarla”
Gabriel García Márquez
Yo nací y crecí en el mundo de un pueblo sumergido en lo profundo de un gran valle que en
tiempo de los runas1
le llamaban: “Amancay”, y fue testigo de ese nombre, Inca Roca (1350-1380)
el sexto Gobernante del imperio incaico, cuando en su afán de conquista:
“….Llegó al valle Amáncay, que quiere decir azucena, por la infinidad que de
ellas se crían en aquel valle. Aquella flor es diferente en forma y olor de la de
España, porque la flor amáncay de forma de una campana y el tallo verde, liso, sin
hojas y sin olor ninguno. Solamente porque se parece a la azucena en los colores
blanca y verde, la llamaron así los españoles. De Amáncay echó a mano derecha
del camino hacia la gran cordillera de la Sierra Nevada, y entre la cordillera y el
camino halló pocos pueblos, y ésos redujo a su Imperio. Llámanse estas naciones
Tacmara y Quiñualla…..”. (Comentarios Reales de los Incas. Inca Garcilaso de la Vega.
1609).
Y de aquel que el Padre Reynaldo de Lizarraga (1605), escribió:
“….Más adelante se sigue el valle nombrado Amancay por unas flores
olorosas blancas que en él nacen en abundancia, así llamadas. Este río nunca se
vadea; tiene puente de cal y canto….,”. (Descripción breve de toda la tierra del Perú).
Más tarde con el mal hablar y entender de los españoles respecto de los topónimos nativos o
el mal aprendizaje del castellano por los indios mestizos, acabó llamándose: ABANCAY, a secas.
A este amplio valle lo bañan cinco
pequeños ríos estacionales que discurren dentro de
unas quebradas que se llaman Ñacchero,
Ullpuhuayco, Sahuanay-Olivo, Kolkaqui-
Condebamba y Marcahuasi y de allí toman sus
nombres. Estos bajan desde una montaña nevada
que los lugareños llaman muy respetuosamente
“Apu” Ampay, que según antiguas memorias y
creencias, que el paso del no ha logrado abatirlas,
esta y otras montañas nevadas son seres
prodigiosos, dotados de conciencia y conocimiento,
gracias a que recibían la energía que les llega desde
las lejanas estrellas. Al pie de estos poderosos
dioses ancestrales coronados de nieves perpetuas, se forman las grandes lagunas y los riachuelos
que atravesando los valles interandinos acaban alimentando los caudalosos ríos que corren a sus
pies rompiendo la cordillera hasta llegar a los lejanos mares.
En sus faldas se formaron y crecieron enormes bosques para albergar la vida de las plantas y
los animales. En aquellos tiempos inmemoriales, eran estos dioses primordiales los que producían
las lluvias, los rayos, los relámpagos, los truenos, las nevadas, el granizo, los fuertes vientos, los
arco iris, pero también las inundaciones, las sequías y los huaycos.
1
Hombre andino. Gente.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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Ese “Apu” nuestro no está solo, le acompañan “Apus” menores como el Soccllaccasa, el
Ccorahuire y el Quisapata, que vistos desde la distancia y según la estación suelen ser verdes,
marrones o azules. Las gentes de estos pueblos afirman sin dudar que estos “Apus” son los dueños
de los animales salvajes y de las plantas que nos curan, pero además son los guardianes de la vida
en todas sus formas y tamaños.
Además este mi gran valle está rodeado por un río llamado Mariño, pero que los hombres de
otros tiempos nombraban “Amancay-mayu”, que baja por el lugar donde nace el sol, desde una alta
laguna que se llama "Rontoccocha", porque tiene la forma de un huevo; y, de otro muy grande y
caudaloso que nos llega desde las lejanas punas de la provincia de los aymaraes, que en tiempos de
los incas se le llamaba "Aukapanamayu" que significa el “Río de la hermana rebelde”, pero que
ahora lo llaman Pachachaca, porque antes de la llegada de los españoles, las inmediaciones del
antiguo puente incaico de pacpas2
y criznejas se llamaba “Pachakchacra” (cien chacras). Este río
pone fin al valle, separando hombres, pueblos y costumbres, para finalmente confundir sus aguas en
el caudaloso y rugiente río "Apurímac" (El poderoso que habla).
De los libros aprendí que mi valle no era el único, tampoco lo era mi río Pachachaca. Pues
desde que en la era Cenozoica las placas tectónicas de Cocos, Nazca y la Antártica, levantaron la
cordillera de los andes, se definieron en mi departamento tres enorme ríos, uno que se llama río
Pampas que tiene su origen en la laguna "Choclococha" que está ubicada entre los distritos de Santa
Ana y Pilpichaca de las provincias de Castrovirreyna y Huaytara del departamento de Huancavelica,
y que pasando por el departamento de Ayacucho desemboca sus aguas en el río Apurímac.
Otro es mi río Pachachaca, que nace en el cerro Chucchurana, con el nombre de río Collpa,
y que más adelante con sus aguas más crecidas se llama río Cotaruse hasta confluir con el río
Aparaya, desde donde toma el nombre de río Chalhuanca, hasta unirse en el paraje llamado
2
Sogas de cabuya.
CIRO V. PALOMINO DONGO
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Sutcunga con el río Antabamba que arribando por su margen derecha lo bautiza con el nombre de
río Pachachaca, denominación que conserva hasta que hunde sus aguas en el río Apurímac.
El gran río Apurímac que naciendo en el Nevado Mismi de la cordillera de los andes que
atraviesa las regiones de Arequipa y Cusco, recorre los departamentos de Cusco, Apurímac y
Ayacucho, para después de mesclar sus aguas con el rio Mantaro que viene desde el departamento
de Junín pasa a llamarse río Ene y este nuevo torrente luego de juntarse con el río Perené forman el
río Tambo y luego éste al unir su caudal con las aguas del río Urubamba dan lugar al nacimiento del
río Ucayali, que sumando su corriente al río Marañón que nace en el departamento de Huánuco,
forman el gran río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo.
De este poderoso río Apurímac el Inca Garcilaso de la Vega, decía:
“Es el mayor río que hay en el Perú; los indios le llaman Apurímac; quiere
decir: el principal, o el capitán que habla, que el nombre apu tiene ambas
significaciones, que comprende los principales de la paz y los de la guerra.
También le dan otro nombre, por ensalzarle más, que es Cápac Mayu: mayu quiere
decir río; Cápac es renombre que daban a sus Reyes; diéronselo a este río por
decir que era el príncipe de todos los ríos del mundo”. (Comentarios Reales de los
Incas)
De este salvaje río, el erudito peruano José de la Riva Agüero, en su centenaria obra:
“Paisajes Peruanos”, nos dice:
“La cuesta es empinadísima, entre rocas y achaparradas malezas. A medida
que avanzamos, se espesa el aire, aumenta el bochorno, y descubrimos lajas
enhiestas, lisas como murallas, que se abren hendidas por un tajo soberbio. Diríase
que descendemos a la cripta de un rey sobrehumano. Aún no oímos la corriente.
De pronto, en una revuelta del camino, un fragor indecible nos asorda; y entre
obscuros y desmesurados bastiones, graníticos y calcáreos, relumbra el Apurímac,
a modo de una grande espada curva. A veces el clamor remeda el rugir de una
fiera herida; otras, repercutiendo en las quiebras peñascosas, imita el redoblar de
los tambores o el rodar incesante de innumerables máquinas de guerra. En este
momento acuden a mi memoria versos de Manuel Adolfo García, que leí en mi
niñez. Dicen:
……..las juguetonas
sirenas del Apurímac.
¡Cómo ignoraron y falsearon nuestros románticos la verdadera fisonomía del
paisaje peruano! Este foso de piedra profundísimo, en el que hierve el caudal
espumante de las aguas, a nadie puede ofrecerle imágenes de juego y de
blandura: es un cuadro de salvaje belleza, de exaltación siniestra, suscitador de un
sombrío frenesí.”
Los antiguos moradores de esta región debieron construir un sinnúmero de puentes
colgantes para pasar ellos, sus animales y el fruto de sus cosechas sobre las torrentosas aguas de los
ríos Apurímac, Pachachaca y Pampas y para ello tuvieron que fabricar una infinidad de cuerdas y
maromas a base de cabuya y paja, que en su idioma nativo se llama “q'eswa” o soga torcida, y por
extensión a los torcedores de estas sogas les llamaron: “q'eswas”, y de allí nos nació el gentilicio de
los “Quechuas”, que fue el pueblo originario sobre el que se fundó y construyó el imperio de los
incas, y la lengua de los “quechuas”, que poblaron los valles y las punas ubicadas entre el río
Apurímac y el río Pampas, pasó a ser el idioma oficial del Tahuantinsuyo.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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De otros libros aprendí que la historia de este país nunca dejará de parecerse a una fábula,
porque las crónicas de aquellos tiempos dicen que Francisco Pizarro junto a más o menos 180
españoles y 39 caballos, también españoles, conquistaron el imperio del Tahuantinsuyo que tenía 12
millones de habitantes, apresaron al Inca Atahualpa, que a pesar de haber pagado mucho oro para
que lo dejaran vivo, igual nomás lo mataron el día 26 de julio de 1533 en la Plaza de Cajamarca,
acusado de asesinar a su hermano Huáscar. A los que llegaron después para asegurar la conquista y
ser parte de la administración colonial, les encomendaron las tierras y las almas de los indígenas,
para que con sus cuerpos hicieran lo que les viniera en gana.
Más tarde, cuando el rey de España vio que era muy grande el poder y el territorio que había
otorgado a esos adelantados, y que en sus lucha intestinas por el poder de estas tierras podían
hacerle perder aquella enorme y remota ganancia real, les hizo la guerra, los venció y los sometió a
su soberanía, creando el 20 de noviembre de 1542 el virreinato del Perú en reemplazo de las
gobernaciones entregadas a Pizarro y Almagro.
Más adelante en 1569 envió a Francisco de Toledo, el quinto de sus virreyes, para reducir a
los indígenas en pequeños poblados establecidos al modo de la traza romana: Plaza Mayor rodeada
de manzanas y calles que albergaban varias parcelas con puertas a la calle. Allí, en esos vecindarios
debían vivir, bajo pena de muerte y despojo de sus chacras y animales, todos los habitantes de los
ayllus ubicados a una legua (5 o 6 kilómetros) a la redonda.
Aunque estos pueblos no funcionaron plenamente, la verdad fue que los fundaron para saber
con cuánta mano de obra contaban, y a cuántos debían cobrarles los impuestos y convertirlos a la fe
de su dios, para que así pudieran salvar sus almas de los demonios que habitaban en los “Apus”, las
huacas, las lagunas, los ríos, las plantas, los animales, el mar océano, y también para librarlos de los
malos pensamientos que anidaban en sus salvajes adentros.
Así fundaron mi tierra, mi cuna, mi pacarina3
. Lo hizo un Licenciado en Derecho llamado
Nicolás Ruiz de Estrada, nacido en Lima y regidor vitalicio de esa ciudad, nieto de Bartolomé Ruiz
de Andrade, piloto experto de Cristóbal Colón y uno de los trece de la Isla del Gallo, y fue entonces
3
Lugar de origen.
CIRO V. PALOMINO DONGO
8
que mi pueblo fue fundado el día 18 de enero del año 1572, el mismo día en que Francisco Pizarro
fundó en 1535 la “Ciudad de los Reyes”, (hoy Lima) que después fue la capital de virreinato del
Perú, y en su honor la llamó “Villa de los Reyes”, y como además los indígenas de este valle
adoraban a “Illapa” el dios nativo del rayo, lo llamó Santiago que era el apóstol que cabalgaba sobre
los cielos de España anunciando las tormentas, y para que se supiera donde quedaba esta fundación
le agregó: ABANCAY.
Así como a mí VILLA DE LOS REYES DE SANTIAGO DE ABANCAY, a pesar de las
penurias y riesgos que en esos tiempos significaba un viaje al nuevo mundo, siguieron llegando
durante los siglos XVI, XVII y XVIII, a cientos de hermosos y productivos valles interandinos
apurimeños, como Cachora, Curahuasi, Huanipaca, Huancarama, Andahuaylas, Chincheros, etc.,
etc., miles de familias españolas salidas de los campos de Andalucía, Extremadura, Castilla, León,
Asturias, Galicia y de otras regiones y países más, como los vascos, portugueses, genoveses,
alemanes, griegos, flamencos, y otros tantos que no declararon su identidad y procedencia, trayendo
consigo sus conocimientos, sus lenguas, sus dioses, sus creencias, sus temores, sus supersticiones,
sus vestimentas, sus comidas, su medicina, sus herramientas, sus vacas, caballos, burros, ovejas,
cabras, cerdos, abejas, cepas de vid, higueras, naranjos, limoneros, manzanos, peros, duraznos,
ciruelos, cerezas, caña de azúcar, trigo, cebada, anís y otras semillas, así como sus males y sus
esperanzas.
Una parte de estos recién llegados eran parientes de los que ya moraban en estas tierras, pero
la mayoría vinieron animados por las buenas noticias que llevaron a España los pocos que se
hicieron ricos con el oro y la plata del abatido imperio incaico. Todos llegaron al nuevo mundo con
el deseo de enriquecerse, mejorar su condición social o tener una mejor vida en tierras peruanas.
La mayoría de estos inmigrantes se asentaron exitosamente en los pueblos fundados a la
traza romana en tiempos de la reducción de los indios ordenada por el virrey Francisco de Toledo, o
en aquellos que del mismo modo fundaron los nuevos allegados, y si prosperaron fue gracias a que
contaron con la servidumbre gratuita de miles de indígenas.
A la usanza europea en cada pueblo no faltó el panadero, el herrero, el molinero, el
carpintero, el arriero que también se encargaba del servicio postal, el talabartero, el sastre y las
costureras, el tendero, el preceptor, el yesero, el albañil, la iglesia, el cura, el sacristán, el corregidor
y la soldadesca. Más tarde se sumaron los agricultores, pastores, constructores, alfareros y tejedores
nativos y las chicheras. En los pueblos más importantes se construyó el local del cabildo
(ayuntamiento o consejo), el mercado de abastos y las posadas o tambos. Tampoco faltaron los
curanderos y las comadronas de ambas culturas.
Con el correr de las centurias estos pioneros,
con o sin matrimonio, fueron más o menos
mezclándose con los nativos y variando sus comidas
con las carnes y vegetales de estas tierras. Más
adelante al cabo de dos o tres generaciones
modificaron sus propias costumbres en función de los
inmemoriales modos de explotación agrícola y
ganadera de estas tierras y praderas. Al final acabaron
amamantándose en quechua, curándose con las
hierbas y pócimas de los nativos, y no pocas veces,
sino adorando, por lo menos temiendo las fuerzas, que
aun en nuestros días, representan los “Apus” y las demás potencias naturales y sobrenaturales que
aún perviven en las profundidades del inconsciente colectivo andino.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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Así, poco a poco, fueron amoldando su rusticidad europea a las nuevas exigencias de estas
altas montañas, aun cuando no habían alterado significativamente el color de su piel, y por eso
mismo, desde entonces y hasta ahora, no falta ni faltará quienes reclamarán su herencia española,
que en muchos casos sus mismos apellidos, paternos o maternos lo declaran fuerte y claro:
Hernández, López, Luna, Soto, Pérez, Garay, Segovia, Camacho, Palomino, etc., etc., y con los
cuales se identifican solemnemente, pues el apellido es una de las señas de identidad más grande
que tenemos todos los hombres.
He conocido muchos de estos pueblos sumergidos en estos andes y olvidados desde los
tiempos de la administración colonial, pasando por la republicana, donde la gente todavía es blanca,
de pelo claro y ojos azules, verdes o grises, pero con su toquecito andino, pues como dijera Ricardo
Palma: “El que no tiene de inga, tiene de mandinga”. Formidables quechua hablantes, pero sin dejar
de hablar el castellano que es el idioma en que se alfabetizan. Amantes de los huaynos que expresan
todas sus alegrías y sus tristezas, y que lo interpretan con guitarras, mandolinas, charangos y arpas
europeas, pero también con quenas, cascabeles y tambores nativos. Conozco sus bellas mujeres y
sus hermosos vástagos.
Contrario a todo esto que pasaba en los valles interandinos, en las punas, estos inmigrantes
fundaron extensas estancias para la crianza de vacas, ovejas, caballos, llamas y alpacas, y en la
soledad de aquellos fríos parajes fueron mezclándose más y más con los nativos hasta hacerse
prietos y más rústicos aun. Como dicen sus parientes de los valles, se “aindiaron”, pero no por eso
renunciaron a su origen transoceánico, ni aun cuando habían asumido apellidos quechuas que les
llegaban de las deidades locales o como ellos querían llamarse en esas altiplanicies.
Así tenemos a los Orcco, que salieron de las profundidades de los cerros o que bajaron de
sus alturas; a los Huamán que son los hijos de las águilas; a los Condori, que descienden de los
poderosos cóndores; los Ccollque, que son los tenedores de la plata; etc. Magníficos apellidos que
todo buen cholo citadino debía pronunciarlo y darlo a conocer con orgullo, pero sin embargo,
vergüenza ajena, los esconden, abreviando sus apellidos, así tenemos: un tal Wilberth C. (C. de
Condori) Saavedra o un Richard Miranda H. (H. de Huamán) o simplemente Richard Miranda,
como si no lo hubiera parido alguien.
Esa fue la “sopa” donde nos cocinamos los cholos de todas partes.
Los runas de los ayllus4
originarios que todavía son muchos, es decir los descendientes de
los que hace más de 20 mil años cruzaron el estrecho de Bering y que poco a poco hace 12 mil años
llegaron y se instalaron en esta parte de los andes, siguen siendo sometidos a la ideología dominante
que divide al Perú y a la América entera en blancos e indios, buenos y malos, virtuosos y viciosos,
hombres y "bestias", para justificar la violencia ejercida sobre el nativo andino y la pérdida de su
libertad, para seguir tratándolos como objetos sin derechos, sin dignidad, sin tradición y sin cultura.
Llegada la soñada república, en medio de este caos, plagado de discriminación y exclusiones
centenarias y la extrema pobreza, muchos se vieron obligados a migrar a las grandes ciudades de la
costa, para ser la servidumbre barata de las casas, fábricas y los negocios de los blancos y ricos, y
resignarse, junto a toda clase de mestizos, a poblar las barriadas carentes de todo. Los que se
quedaron, ellos que fueron el barro con que se creó el Perú y los peruanos, siguen siendo los
condenados de esta tierra.
Después de la segunda mitad del siglo XX, yo crecí en un pueblo de estos, pero que al
tiempo de fundarse era un pueblo principal, corregimiento de indios y cabecera de Curato y hasta
tenía un Convento dedicado a “Nuestra Señora de la O”5
que en 1575 fundó la Orden de los
4
Familia o grupos de familias unidas por vínculos de sangre que controlan un territorio común.
5
Virgen de la Esperanza, Virgen encinta, Virgen de la Divina Enfermera, Virgen de la Dulce Espera o Virgen de la O
CIRO V. PALOMINO DONGO
10
Agustinos, y sigue siendo importante como lo es ahora: ciudad capital del departamento de
Apurímac, y fue porque estaba cercada de extensas e importantes haciendas cañaveleras que se
llamaban San Miguel de Pachachaca, San Gabriel de Ninamarca, Patibamba e Illanya con sus
anexos Maucacalle y Sahuanay, donde se fabricaba el mejor azúcar de todas las Américas, con la
fuerza, el sudor, las lágrimas y la vida de la servidumbre indígena y la maldición de negros
esclavos, y que en su momento fueron una muy importante fuente de ingresos para la corona
española y la república temprana.
Sobre estas haciendas Juan Bustamante en su obra: “Apuntes Observaciones Civiles,
Políticas y Religiosas con Noticias adquiridas en este segundo viaje a la Europa”, hacia 1849,
escribió:
"Salvado ya ese tan tremendo paso es preciso atravesar algunos
cañaverales, entrando luego en una cuesta con cuatro leguas de descenso hasta
llegar al pueblo de Abancay donde se ven otros muchos cañaverales é ingenios de
un azúcar muy estimado por su consistencia y su blancura. Es pueblo bastante
crecido; el vecindario muestra en su traje y en sus modales que goza de un bien
estar general, y que no desconoce las leyes de la civilización, debida sin duda
ninguna á varios de los principales señores argentinos allí avecindados, los, cuales
vinieron brindándome con sus casas y su fina amistad. Su comercio de azúcares
no está hoy tan en auge como hace algunos años por la baratura en que ha venido
á caer ese artículo cuyo beneficio y cultivo cuesta sumas considerables, y no pocas
víctimas entre los infelices jornaleros que concurren de diversos puntos buscando
trabajo, y que vienen á ganar en el valle de Abancay unas tercianas mortíferas.
A esa misma calamidad están sujetos, (y aun acomete con mas fuerza), los
que trabajan en las haciendas inmediatas al río Pachachaca donde se ve un
hermoso puente cuyo anchor se estiende unas nueve varas, y sin mas que un arco
ú ojo de extraordinaria magnitud."
No quiero hablar de mi linaje, estirpe o
casta, porque es como la de cualquier otro
paisano, aunque algunos quieran darle a este
hecho una superlativa importancia, seguramente
para sentirse mejor de lo que están consigo
mismos y/o con los demás. Sobre este punto mi
abuela materna que sabía lo que todas las viejas
cansadas de trabajar, parir, lavar, coser y cocinar
decía, cuando algún paisano se le aparecía con
ínfulas de ser descendiente de nobles españoles o
poderosos hacendados: “En este pueblo solo
existen cuatro raleas: la de las panaderas, de
las costureras, de las placeras y de las
chicheras. El resto son chacareros, pastores, artesanos, comerciantes, peones, abigeos,
contrabandistas de alcohol, y los otros son los empleados, aparceros, mejoreros,
huacchilleros, yanaconas y huasipungos de las haciendas”.
Como en los lejanos tiempos fundacionales, los hombres y mujeres que vivían bajo un
mismo techo y compartían el mismo lecho, tenían la obligación de soportar la carga de los hijos que
les llegaba, supuestamente “con su pan bajo el brazo”. El sexo de los hijos no era importante, lo
sustancial era la tarea de criarlos como mejor se pudiera, contando por supuesto con la infinita
misericordia de Dios Todopoderoso, de modo que no era importante haber nacido hembra o macho.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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Tus progenitores tenían la sabiduría ancestral de formarte como uno o como otro, para que seas un
hombre o una mujer de bien sobre esta tierra y una bendición para la familia.
Cuando eras niño o niña tenías todo el derecho a ser el niño o la niña que querías o te tocaba
ser, pero nunca más allá de lo que para tus padres y abuelos por generaciones significaba lo que era
ser niño o niña, de modo que no podías ser un berrinchudo(a), un mandón(a), un abusador(a) o un
autoritario(a). Para evitar eso, además de las tareas escolares, todos teníamos nuestros quehaceres
personales y domésticos: lavarnos, peinarnos, vestirnos, hacer la cama, lustrar nuestros zapatos,
arreglar la mesa, barrer la casa, hacer los mandados, etc., etc., de ese modo buscaban que desde muy
temprano nos hiciéramos cargo de nosotros mismos, pero también ser solidarios con los demás. Y
así, en todo momento y de muchos modos te estaban diciendo que tú habías nacido para vivir tu
propia vida, incluso te hablaban de que todos habíamos nacido con un “yo propio”, que eras tú
mismo y con quién en esta vida estarías para siempre. En otras palabras, te enseñaban, sino a
conocerte, por lo menos a explorar tu personalidad.
Si eras varón tenías que serlo y para eso tus padres y las otras gentes que habitaban el pueblo
tenían la costumbre de tratarte como tal, hasta hacerte sentir orgulloso de tu género, porque no se
cansaban de repetirte de varios modos que estabas hecho para el trabajo, la disciplina, el
entendimiento, la dureza y el coraje. Lo mismo pasaba con las niñas, aunque los modos de
convertirlas en mujeres, eran más discretos y hasta secretos. Bajo esa sabiduría jamás fuimos o nos
sentimos el “tesorito” preciado de papá y de mamá, menos sus mascotas o sus regalitos de Dios,
porque intuitivamente conocían que sobreproteger a los críos los hacía emocionalmente débiles y
por tanto poco creativos.
Esa voluntad social, no quería decir que estuviéramos sometidos a una segregación por
sexos como un mecanismo de discriminación social, no. Había un gran lugar común donde nos
reuníamos todos: la necesidad de ser juntos, todo lo niño o niña que pudiéramos ser antes de llegar a
la adolescencia, y juntos gozar de los maravillosos y libres juegos que se alojaban en nuestras
mentes y que espontáneamente salían hacia afuera cuando nos juntábamos con otros niños, y era
entonces cuando todos por igual éramos los protagonistas de nuestras propias creaciones.
No recuerdo que haya tenido necesidad de aprender las reglas de los juegos de mi infancia o
que me las hayan enseñado. Rememoro que todos sin excepción, desde los más tiernos hasta los
más crecidos, sin ninguna distinción y hasta con mucho cariño, teníamos nuestro lugar dentro de los
mismos, especialmente los que consistían en correr, saltar, gritar, cantar, girar, esconderse, adivinar,
etc. Ya al final de la niñez, alejados de la calle donde estaba nuestra casa, cada quien, anduvo
metido en los juegos peligrosos que solo eran para los más valientes y avisados, pero también en
otras andanzas que tenían que ver con el campo, los ríos y algunas temerarias incursiones y muchas
largas y aventureras excursiones.
[Las calles]
Como mi ciudad está asentada en el gran valle que forma las faldas de una gran montaña que
sube entre florecidos bosques hasta llegar a una puna plagada de ichu6
, y sigue subiendo hasta
coronar un nevado a más de 5,200 metros de altura sobre el nivel del mar, sus calles suben o bajan
de norte a sur en una pendiente que tiene una inclinación de 25 hasta a 35 grados, y las cruzan otras
calles que vienen del naciente hasta el poniente y viceversa.
6
El ichu, paja brava o paja ichu (Stipa ichu) es un pasto del altiplano andino sudamericano, México y Guatemala empleado como
forraje para el ganado, principalmente de camélidos sudamericanos. Es endémica de Guatemala, México, Costa Rica, El Salvador,
Venezuela, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina.
CIRO V. PALOMINO DONGO
12
En los tiempos de mi niñez me parecían largas y pesadas, sobre todo cuando había que
subirlas para cumplir una obligación, como comprar o dejar un mensaje, pero nunca cuando se
trataba de jugar, porque las calles eran nuestro lugar de ser y estar y así en todo el pueblo cada
quien lo era en la calle de su casa. No porque nuestras viviendas fueran pequeñas o estuvieran
tugurizadas, sino porque la calle era el patio común de una bandada de niños que llegaban o se iban,
pero nunca estaban desiertas, especialmente durante las vacaciones o después de las tareas escolares
y la cena, hasta que desde dentro de nuestras casas nos llamaran para dormir o nos retiráramos
voluntariamente, y así su bullicio se iba lentamente apagando, hasta que no quedaran más que los
perros callejeros, los borrachos y los fantasmas.
La mía tenía su calzada empedrada por donde de vez en cuando pasaba uno de los pocos
carros que recorrían el pueblo haciendo un ruido poco familiar a nuestros oidos, y en un nivel más
alto un par de empedradas aceras a cada lado, por donde podían cruzarse saludándose dos personas
adultas y hasta cuatro niños abrazados. Un poco más arriba de estas, las puertas de nuestras casas.
Yo en ese empedrado que le crecían algunos estropeados pastos y yerbas, podía distinguir
varias siluetas en una, dos y hasta tres piedras. De ese modo podía visualizar un mapa del Perú, un
sapo, un pez, un caballo, una olla, una cutana,7
pero la que más me gustaba era mi descubrimiento
de la cara de perfil de un viejo que tenía barba, una oreja, una nariz, un ojo y una larga y descuidada
cabellera que yo lo distinguía desde cualquier lugar. Por supuesto que ninguno de los pikis8
a los
que les mostré, pudieron verlo. Eso jamás me importó porque esas figuras mías, no se dejaban ver
por cualquiera, y menos por unos simples mostrencos.
Cuando llovía de verdad, mi calle era un río capaz de llevarse a los más joritos, entonces sí
que nos ponían a buen recaudo. Pero los rapaces que estaban al borde de la adolescencia, saltaban
sobre esas torrenteras llenos de alegría y empujándose entre sí, con el vivo deseo de derribar a más
de uno, para que las aguas los arrastraran hasta donde pudieran, y cuando después de mucho trabajo
se ponían de pie, corrían a por su venganza. Todos los espectadores nos divertíamos con ese
húmedo combate.
Por esa calle venían desde las cabañas que están en los altos bosques del Ampay, penosos
caballos cargados de leña y ágiles mujeres con abultadas llicllas9
en las que traían para la venta
leche de vaca en botellas de vidrio tapados con un pedazo de coronta, frutas de la estación, alfalfa
para los cuyes que moraban en los huecos de los fogones de nuestras casas, maíz para las gallinas y
para los chanchos que habitaban en el fondo de los patios, quesos frescos caseros que llamábamos
“quesillos”, indispensables para los chupes, hierbas aromáticas para las comidas y medicinales para
los mates, y algunas veces carne de res o de cordero y hasta una gallina viva. Encima de toda esa
pesada carga, un bebé en sus brazos y el último de sus caminantes, a su lado.
Me conocía de memoria los tres gruesos postes de eucalipto que le daban luz a las
inmediaciones de la calle donde estaba mi casa. El del frente, el de abajo y el de arriba. Su exigua
luz amarillenta, que desde sus alturas lanzaba un opaco halo de no más de tres metros de diámetro,
que hacían que la calle se iluminará más o menos como para ver, nos permitían que siguiéramos
viendo el fantástico brillo de las estrellas, especialmente las que llamábamos “Las tres Marías” y la
"Cruz del Sur", aunque en esa inmensidad plagada de millones de titilantes luceros, algunos veían,
como los hacía yo, sus propias constelaciones. “Entre esa y esa y esa y esa y esas otras estrellas
más, hay una oveja”, te lo mostraban señalando con su dedo índice y tú sin haber visto nada de
nada, de mala gana le decías: “aja”.
7
Mortero, moledor. Todo instrumento que sirve para moler o triturar.
8
Niños muy tiernos.
9
Lliclla es una manta tejida que llevan las mujeres en los Andes peruanos con múltiples usos. Suele ser muy colorida con motivos,
patrones, tamaños y colores que varían de acuerdo a la región, etnia o nación del artesano.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
13
Eso a nadie más le interesaba, lo que podías ver o lo que dejabas de ver, era asunto tuyo, lo
que importaba era que en las noches estrelladas no llovía y podíamos jugar a nuestras anchas a
pesar del penetrante frío que muchas veces abreviaba nuestra presencia en la calle. Cuando la luna
llena salía seguía brillando con todo su esplendor, pues poco le interesaba la pequeña luz artificial
que mezquinamente enviaban al suelo nuestros postes de alumbrado público, y conmovidos por su
generosa luminosidad hasta le cantábamos gritando: "¡Luna lunera, cascabelera / dile a mi
amorcito por dios que me quiera / dile que me muero que tenga compasión / dile que se apiade de
mi corazón….!” imitando a algunos enamorados cantores de la radio.
Recuerdo que bajo el poste de la
esquina de mi casa, todas las noches hacía su
infaltable vigilancia un Guardia Civil, vestido
con un grueso capote para librarse del frío,
un gorro que le cubría la cabeza, una gruesa
chalina blanca alrededor de su cuello, unas
botas con polainas y una luminosa linterna.
No estaba allí porque abundasen ladrones u
otros malhechores, sino porque era su deber.
Otro tanto hacían los estudiantes pobres para
estudiar, porque no tenían luz eléctrica en sus
viviendas, o en las casas donde se alojaban
por ser de otros pueblos.
A esos tenues faroles acudían toda clase de mariposas nocturnas que a pesar de tener
modestos colores marrones, pajizos, castaños, grises y hasta negros, cuando de muertas las veíamos
a la luz del día eran verdaderamente curiosas, porque nos parecían que seguramente para volar de
noche necesitaban abrigarse con casacas, otras con pantalones, otras con las dos prendas. Algunas
tenían una parte de sus alas transparentes que nos hacían pensar que mientras volaban miraban para
atrás a través de esos espacios claros. Otras tenían dibujados sobre sus alas dos y hasta cuatro ojos,
y las demás nos mostraban bellos diseños geométricos que representaban a calaveras, águilas,
arañas y otras raras formas y siluetas.
La aparición más espectacular de ellas, era cuando se aparecían con su especial y susurrante
vuelo los gigantescos "taparacos",10
que yo los veía como si fueran murciélagos, porque había unos
de más de 20 centímetros de envergadura, para que con los atrevidos golpes de su feroz ataque
tratar de apagar el pequeño foco, y algunas veces hasta lo lograban, no porque los quebraran, sino
porque los aflojaban. En no pocas ocasiones para espantarlos los muchachos les tiraban piedras y
lejos de intimidarlas lograban reventar el foco, y era entonces cuando esa parte de la calle se
quedaba sin luz hasta por una semana.
Algún tiempo atrás a esas mis calles les hice esta pequeña nota:
LAS CALLES
La calle que sube y la que baja.
La que llega con el sol,
la que se pierde en el poniente.
Las calles de todas partes,
donde se afanan las gentes.
Las calles de todas las puertas,
10
Mariposa nocturna gigante.
CIRO V. PALOMINO DONGO
14
de las cerradas y las abiertas.
Las calles donde vive cada quien.
La calle de la panadería, la calle de la iglesia,
la calle de la tienda, la calle del cinema,
la calle de aquel parque, la calle del mercado,
la calle de aquella niña
donde se paraban todos mis pasos.
Por esas calles se fue mi infancia,
como yo también me estoy yendo,
inclusive sonriendo, casi feliz,
como ésta que voy paseando,
la del hospital donde nací.
Sí, por esta misma calle
que acaba en el cementerio.
[“La pesca”]
Como si se trataran de fogatas en mitad de la campiña o de salvadores faros, estás callejeras
luces alumbraban nuestros juegos nocturnos, que unas veces eran agitados como “la pesca” que
consistía en formar dos equipos bastante equilibrados en edades, tamaños y sexos, que previo sorteo
con una piedra plana que tenía dos lados, la "seca" y la "mojada", que primeramente era
humedecida con saliva. Y como las monedas que deben echarse al aire para tentar a la suerte, se
preguntaba: “¿Seco o mojado?”, entonces el lado que quedaba arriba, ganaba. Los que perdían
debían “pescar” o mejor dicho perseguir y "chapar”11
o “matar”.
Luego se fijaban varios puntos de resguardo o “cuevas”. En mi calle era la línea de los tres
postes del frente, y en el lado opuesto la puerta de la carpintería del maestro Calixto Zevallos que
por las tarde se iba a su casa de Tamburco, donde solo uno de los perseguidos podía descansar de
ser “muerto”, pero si llegaba otro la debía abandonar, pero si los dos tocaban al mismo tiempo la
“cueva” donde no podían matarte, automáticamente el que estaba descansando debía salir corriendo
a la llegada del último, sino quedaba “muerto” y por tanto fuera de juego.
Cuando en esa carrera de cueva en cueva pescaban a un perseguido se le gritaba: “¡muerto!”,
y ahí, en ese mismo lugar, debía esperar a un partidario que saliendo de una de las cuevas, corriera a
tocarle la mano al “muerto”, que para nada debía moverse salvo estirar la mano, para que le
devuelvan la vida gritando: “¡Salvado”!, y el juego continuaba para él. Esa parte del juego
terminaba cuando todos los miembros de ese equipo quedaban muertos. Era entonces cuando los
perseguidos pasaban a ser los perseguidores. Ese juego finalizaba sólo cuando salía alguien de tu
casa para decirte que tenías que acostarte, sino esta “pesca” podía durar toda la noche.
En este juego se admitían a los “nonis” que eran los más pequeñitos que a pesar de ser
“muertos” tenían el privilegio de seguir con “vida”, incluso cuando los equipos se cambiaban
seguían “vivos”. Se hacía esto porque no podían comprender que si eran muertos debían quedarse
quietos en el lugar donde los habían matado, por eso los joritos seguían corriendo a cualquier lugar
y casi siempre gritando llenos de júbilo.
11
Atrapar.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
15
[Los juegos con pelota]
Cuando había una bola y alguien traía el mango de una escoba se
formaban dos equipos para jugar una especie de béisbol que
llamábamos “Bata”, probablemente su nombre provenía del palo que
en ese juego llaman bate. Se señalaba tres o cuatro “casas”. El juego
tenía un bateador, un lanzador de la pelota y un corredor que era el
mismo que acabando de batear se dirigía corriendo a la primera
“casa”, pero si en esa carrera era alcanzado por la pelota que los
oponentes lanzaban contra su cuerpo era expulsado del juego, porque
estaba “muerto”, pero si llegaba a la primera y con mucha suerte a la
segunda “casa”, podía esperar a que la pelota siga en juego, porque otro de sus compañeros iba a
batear, para así lograr alcanzar la otra “casa”, pero esta vez había la posibilidad de matar a alguien
más, porque ya eran dos los que estaban en carrera y a veces tres y hasta cuatro jugadores.
Cuando uno de los jugadores lograba dar la vuelta entera sin parar, ganaba “una vida” y uno
de sus compañeros “muertos” podía reintegrarse al juego. La partida podía perderse súbitamente si
la bola bateada era “chapada”12
en el aire por un jugador del equipo contrario, entonces era cuando
los roles se invertían. No sé por qué, pero este juego les encantaba de manera muy especial a las
mujeres.
Con la misma pelota y el mismo entusiasmo jugábamos a la “matagente”, que consistía en
formar dos equipos de dos, tres o cuatro jugadores, luego de sortearlo al “yanquempó” que en otros
sitios llaman: “piedra, papel y tijeras”. Los perdedores divididos en dos se llamaban los
“matadores” y se situaban, unos de otros, a más o menos diez metros de distancia, mientras que los
ganadores quedaban al centro, y comenzaban a correr de un lado a otro de modo que la bola no los
alcanzara, mientras los otros afinaban la puntería para pegarle a uno de los que estaban en el centro.
Si uno de ellos era alcanzado por la pelota, los “matadores” y el público que estaba
esperando ansiosamente su turno de jugar, gritaban: “¡muerto!”, y este debía dejar de jugar y así
hasta morir todos, entonces los “matadores” pasaban a ser los matados, pero si uno del centro
lograba coger la bola en el aire, gritaba: “¡Vida!” entonces podía ingresar uno de sus compañeros
“muertos” o ahorrar una vida para cuando más tarde uno de ellos resultara "muerto". Este alocado y
sudoroso juego acababa cuando nuestras madres nos llamaban para irnos a dormir y cerrar la puerta.
Otro juego con bola era marcar un círculo y colocar una piedra al centro, luego a cierta
distancia que podía ser unos 10 o más metros, los jugadores formaban una fila, el primero pasaba la
bola por encima de su cabeza al siguiente de la fila y salía corriendo para dar la vuelta al círculo,
cuando llegaba tocaba al que tenía la bola y se iba al final de la fila. El que tenía la bola se la pasaba
al siguiente, pero esta vez de un modo diferente, por ejemplo entre las piernas y salía corriendo para
dar su vuelta al círculo, tocar al compañero de la bola y formarse al final de la fila.
El que tenía la pelota debía inventar un nuevo modo de pasar la bola al que estaba a sus
espaldas, por ejemplo por el costado derecho, y así se formaba un orden, que debía repetirse tal
cual, el mismo que podía ser: 1) Por encima de la cabeza; 2) Por entre las piernas; 3) Por el costado
izquierdo; 4) Por el costado derecho; 5) De frente; 6) Poniéndola en el suelo, etc. Y la carrera
continuaba hasta que alguno de los jugadores pasaba por el costado derecho cuando le tocaba pasar
por encima de la cabeza, entonces era expulsado del juego y así se iban separando a todos los
despistados hasta que quedara uno solo: ¡EL GANADOR! Con este juego además de sudar como
un caballo, podías entrenar la memoria.
12
Atrapada.
CIRO V. PALOMINO DONGO
16
[La gallinita ciega]
También con la ayuda de las mujeres y para divertir a
los más joritos, se jugaba a “la gallinita ciega”, que consistía en
cubrir los ojos con un pañuelo a uno de los jugadores, luego
alguien que hacía de Juez, le daba unas tres vueltas para que se
mareara. Después el resto de los jugadores moviéndose dentro
de un área previamente delimitada y controlada por el Juez, lo
rodeaban llamándolo de todos lados por su nombre para
despistarlo. Cuando finalmente el niño o la niña que hacía de
“la gallinita ciega”, lograba atrapar a uno de los jugadores, todos gritaban llenos de emoción y
alegría. Entonces el “chapado”, pasaba a ser la nueva "gallinita ciega".
[Pan se quemó]
También jugábamos al “¡Pan se quemó!”. Cuando todos los jugadores acababan de hacer un
ruedo, uno de ellos que generalmente era el mayor de todos o el más vivo, con un juego de palabras
comenzaba a contar a cada uno de los jugadores señalándolos con el dedo índice a la par que les
asignaba una sílaba de esta cantinela: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/mi-abue-lita-se-abom-
bó/en-los-cal-zon-ci-llos-de-mi-abue-lito/chiss-¡POP!/”. Al jugador que le tocaba el
“¡POP!”, era el escogido. Este debía esconder un pedazo de soga o una correa, mientras tanto todos
debían estar de espaldas a él y sin mirar sus movimientos, mientras la patota contaba lentamente del
1 al 20. “¡Uno..., dos..., tres..., cuatro...., cinco…!” Cuando por fin llegaban al “¡VEINTE!”,
ya el escogido estaba entre ellos, entonces el grupo se dispersaba en distintas direcciones, y a
medida que se alejaban buscando el objeto escondido, con señas preguntaban al escogido, que
estaba a unos 30 metros de distancia, si estaban en la buena dirección, y él podía contestarles:
“¡Frio, frio, frio!” que significaba que estaban lejos del objetivo, en cambio a otros: “¡Tibio,
tibio, tibio!”, lo que quería decir que estaban en la buena dirección, pero cuando alguien se
acercaba al objeto escondido, gritaba: “¡Caliente, caliente, caliente!”, y era entonces cuando el
que encontraba el látigo escondido salía gritando con el azote en la mano: “¡PAN SE QUEMÓ!”,
y todos debían correrse de él y ponerse detrás del que guiaba el juego, porque el que había
encontrado el látigo tenía el derecho de azotarlos.
Esa estampida se producía con un gran griterío, que hacía que alguna gente nerviosa saliera
de sus casas para saber qué estaba pasando. Generalmente el que encontraba el látigo azotaba a otro
que antes lo había latigado a él. Un día trajeron un poderoso “San Martín”13
de tres puntas y casi de
un metro de largo, y nadie quiso jugar, porque ese azote además de doler mucho podía dejar marcas
en el cuerpo, y porque al final de cuentas, sólo estábamos jugando.
[El gato y el ratón]
Otro juego para la gente menuda era el “Gato y el ratón”, que se jugaba en ronda, y previo el
clásico: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/…”, se ponía en el centro del ruedo al “ratón”, mientras
que el “gato” quedaba por fuera de la ronda. La ronda comenzaba a girar, cantando a voz en cuello:
“¡Taláaan uno!, ¡taláaan dos!, ¡taláaan tres!…” y así hasta diez. Entonces paraba la ronda y el
“gato” preguntaba al “ratón”: “¿Ratoncito, ratoncito qué haces en mi huerto?” “Comiendo
maní” respondía el ratón. “¡Dame un pedacito!”, suplicaba el gato, y el ratón le contestaba: “¡No
13
"San Martin" también conocido como “Chicote” o “Chocolate” hecho a base de cuero que terminaban en tres puntas,
que en muchos hogares los padres lo usaban para supuestamente corregir a sus hijos, cuando estos se “pasaban de la
raya”, y ¿cuál era esa raya?, no creo que alguna vez alguien la haya sabido, menos el azotador ni el castigado.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
17
quiero!” Entonces el gato amenazaba: “¡Aquí te pesco!”, y cuando el ratón respondía: “¡Aquí no!”,
entonces el gato trataba de entrar dentro de la ronda, acción que era impedida por todos los
miembros de la rueda, como si se tratara de una buena cerca, mientras que por otro lado aflojaban la
ronda para que escape el ratón, y por otra parte la abrían cuando el gato estaba por atraparlo por
fuera y la volvían a cerrar para su seguridad. Si al cabo de un momento el gato no lograba atrapar al
ratón, el juego se repetía, pero con otros gatos y ratones, porque los joritos quedaban muertos de
cansancio y sus corazoncillos muy agitados por la emoción. Si el minino lograba atrapar al ratón era
un buen gato, pero sino era un mal cazador.
[Que pase el rey]
Otro juego para pasar esas noches solo con nuestra imaginación y movimientos, se llamaba:
“Que pase el Rey”. Para este juego los niños debían formarse en una fila, y dos niños que
generalmente eran los mayores de todos, asumían el rol de líderes, que podían ser varones o mujeres
o mixto, eso jamás nos interesó, porque para nosotros todos éramos iguales. Luego que ambos
mandamases en secreto se pusieran de acuerdo que uno debía ser un “Durazno” y el otro una
“Manzana”, los dos se tomaban de la mano y formaban un arco por donde los demás jugadores
debían pasar tomados de la cintura y en una fila que daba vueltas cantando esta canción: “Que
pase el rey / que ha de pasar / que el hijo del conde / se ha de quedar/”. Al terminar la frase
en la palabra “quedar”, los dos líderes bajaban las manos y atrapaban a uno de los jugadores, para
preguntarle: “¿Te gustan las frutas?” el atrapado decía que sí, entonces le preguntaban: “¿Qué
fruta te gusta más, el durazno o la manzana?”, y si respondía: “¡La manzana!”, entonces
pasaba a formar fila con el guía que había escogido ser esa fruta.
Después los líderes escogían en secreto ser un caramelo: “Yo una perita”. “Yo un
Monterrico”, y otra vez empezaba la ronda y de nuevo el atrapado debía escoger cuál golosina le
gustaba más, para luego pasar a formar fila tras el líder de su preferencia. Y el juego continuaba
hasta atrapar al último de la fila. El cabecilla que había reunido más preferencias era el ganador, y
con él todo su equipo, porque ahí estaban los que mejores gustos tenían.
[La salta soga]
Si alguien se aparecía con una soga se jugaba a "la salta soga" que era el juego predilecto de
las mujeres. Se hacían varios equipos que generalmente estaban integrados por dos miembros. Las
jugadoras entraban y salían cuando la soga estaba en lo alto. El batido podía ser “Frio” (lento), y a la
orden de un Juez pasaba a ser “Caliente” (batido moderado) y luego se ordenaba la “Quema” (muy
rápido). Si alguna jugadora por impericia o cansancio hacía que el batido de la soga se detuviera
con alguna de las partes de su cuerpo, debía abandonar el juego, y así sucesivamente, de manera que
la suerte del equipo quedaba en manos de la última, a quien, según se haya convenido previamente,
podían batirle 30 o 50 veces en todas las velocidades. Cuando este evento debía producirse todas las
jugadoras y el público presente gritaban contando: “Uno, dos, tres, cuatro cinco…..”. Si
finalmente superaba ese desafío todo su equipo seguía de saltadoras, pero si no superaba la prueba,
pasaban a ser las batidoras de la soga.
[Pakanki, pakanki]
Otro juego que solo necesitaba de la imaginación que en abundancia revoloteaba dentro de
nuestras cabezas, era el “Pakanki” que era un adjetivo de la palabra quechua “Paka” que significa
escondite, un lugar secreto o algo oculto, pero para nuestro entender “pakanki” significaba
“ocúltalo o hazlo perder”. Todos los jugadores nos sentábamos a la orilla de la vereda y alguien con
el mismo juego de palabras: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/….”, escogía a dos jugadores. El
CIRO V. PALOMINO DONGO
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primero sería el encargado de hacer perder un objeto pequeño, podía ser una pepa de durazno, de
pacae, un tiro o canica o simplemente una piedrita, y en segundo escogido era el encargado de
adivinar qué niño tenía el objeto entre sus manos.
El primer escogido escondía el objeto entre las palmas de sus manos, mientras los demás
jugadores lo esperaba con las palmas de las manos también juntas como rezando, entonces
comenzando del primero de la fila que hacían los sentados en la acera de la calle, introducía sus
manos juntas en las palmas que abrían los jugadores, canturriando esta frase en quechua: “Pakanki,
pakanki. Allinta mancata tikranqui” (Ocúltalo, ocúltalo y voltea bien la olla), y en una de ellas
dejaba el objeto y seguía haciendo el mismo ademán para despistar al adivinador, hasta que daba
por terminada su misión. Entonces el segundo escogido tenía que adivinar cuál de todos los
jugadores tenía entre sus manos el objeto, diciendo: “Lo tiene el Hugo”, si fallaba, entonces el
ocultador decía el nombre del que lo tenía, recogía el objeto y empezaba otra vez el “Pakanki,
pakanki…..”. Si el grupo era de hasta 10 jugadores podía seguir adivinando una vez más, pero si
los jugadores eran más de 15 tenía hasta tres oportunidades, y si aun así fallaba el juego empezaba
otra vez.
Para este juego debías de ser algo así como un psicólogo, pues si te tocaba ser el adivinador,
primero debías mirar fijamente a las manos de cada uno de los niños y si notabas que alguien las
movía, siquiera un poquito con algo de nervios, debías sospechar de él. Luego retornabas mirando
fijamente a sus ojos y si notabas en alguno de ellos algo de nerviosismo, un gesto sospechoso o un
rubor en el rostro, especialmente en el de las mujeres, eso era indicio que uno de ellos lo tenía,
entonces decías: “Lo tiene la América”, sino era ella, entonces era el siguiente. Cuando lograbas
adivinar quién tenía el objeto perdido, tú pasabas a ser el que debía esconder el objeto repitiendo la
cantaleta del “Pakanki, pakanki…..”, y el “chapado” pasaba a ser el adivinador.
[El ángel y el diablo]
Otro juego recurrente era el “Ángel y el diablo”, que consistía en escoger dentro del grupo
un Juez con otro modo que teníamos para contar: “La-chin/la-chin/chui/des-de/la-puer-
ta/san-mi-guel/¡ANGEL!". Luego con la misma cantinela se escogía al Ángel y al Diablo.
Después todo el grupo convenía en jugar a los nombres de las frutas, pero también podía jugarse
con los nombres de las verduras, los juguetes, las golosinas y otros objetos. Después todos los niños
se acercaban al Juez para revelarle su nombre: “Yo soy el plátano”. “Yo quiero ser la mandarina”,
Yo voy a ser la naranja” y así, hasta que todos tuvieran un nombre.
Luego el ángel se acercaba al juez diciendo: “¡El ángel viene con una bola de oro!”
“¿Que desea?” preguntaba el Juez. “¡Una fruta!” “¿Qué fruta?” preguntaba. “¡Un
plátano!”. “¡Lucho, sal!” ordenaba el juez y Luis se convertía en ángel y se iba para su lado. A
su turno se acercaba el demonio diciendo; “¡El diablo viene con 7 mil cachos¡” “¿Que
desea?” preguntaba el Juez. “¡Una fruta!” “¿Qué fruta?” preguntaba. “¡Un mango!” “¡Sonia
sal!”, y Sonia se convertía en diablo. Y así continuaba el juego hasta que todas las frutas eran
pedidas. Pero si el ángel o el diablo pedían una fruta que no existía perdían el turno, de modo que al
final el ángel podía tener cuatro frutas y el diablo seis o viceversa.
Después se trazaba una línea en el suelo y el ángel con el diablo se tomaban de las manos y
se jalaban mutuamente. Si el ángel le ganaba haciendo que cruzara la línea el diablo, uno de los
niños del diablo se convertía en ángel, pero si ganaba el diablo ganaba un diablito más. Si en este
forcejeo el ángel y el diablo se cansaban podían pedir la ayuda de uno de sus compañeros. Al final,
si todos los niños eran ganados por el ángel, todos se irían al cielo, pero si era el diablo el que había
ganado la partida, todos se irían al infierno bailando y cantando.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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[Los cantaritos]
Otro juego que jugábamos, pero para distraer a los más pequeñitos del grupo, era uno que se
llamaba: “Los cantaritos”, que consistía en reunirlos en una fila y llamarlos uno a uno por su
nombre, entonces dos de los niños mayores que se les llamaba “los pesadores”, le ordenaba sentarse
y cogerse las manos cruzando los dedos por detrás de las rodillas, ambos jueces debían percatarse
que lo hicieran muy bien, y que sus bracitos quedaran como las asitas de un cántaro. Luego lo
levantaban de las dos “asitas” y lo balanceaban contando: “Uno, dos, tres, cuatro…”, cuando
el jorito se soltaba por el cansancio, se registraba su aguante diciéndole: “¡Pesas cinco!”. Luego se
llamaba al siguiente niñito y se le “pesaba” igual, y así a todos. El jorito que más había “pesado”,
era declarado ganador y se le premiaba con gran pompa y ceremonia, regalándole un caramelo, un
pan, una humita o una fruta, que a nadie le faltaba en su casa.
[A correr como locos]
Cuando no había bola o soga, pero si muchas ganas de jugar, concursábamos a correr
alrededor de la manzana que tenía más o menos 300 metros de distancia. Los corredores, hombres
entre hombres y mujeres entre mujeres pero contemporáneos, debíamos correr desde el poste de la
esquina donde estábamos reunidos todos, pero en direcciones contrarias a la voz de orden del
organizador del juego, que simplemente se resumía en: “¡Uno, dos y tres!”, y los competidores
salían prácticamente volaban. Ganaba el primero, que dándole la vuelta a la manzana, tocaba el
poste de partida, pero no solo lo tocaba sino se abrazaba a él jadeando de puro cansancio.
Nadie perdía de buena gana, pues como el público no veía más que dos calles, es decir la de
la partida y la de la llegada, el perdedor solía disculpar su derrota alegando: “¡Un perro me ha
querido morder!”, “¡Me he tropezado con un borracho!” o “¡Me he caído por culpa de una piedra!”,
esto último era muy cierto, porque muchos le echaban a culpa a la misma piedra zafada del rústico
empedrado de esa vereda, y eso era muy cierto pues con la velocidad con que se desplazaban y la
tenue luz amarillenta del pequeño foco que pendía de un alto poste, no se veía casi nada.
[La paca-paca]
En esas noches también se jugaba a las escondidas o como nosotros lo llamábamos: la
“paca-paca”, que consistía en que todos los jugadores menos uno, que era al que la suerte del “Ca-
de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/…”, lo había escogido, debían esconderse. Mientras estos buscaban su
escondite, el buscador con los ojos mirando al suelo o hasta vendado debía contar hasta diez, veinte
o treinta, según lo convenido. Cuando terminaba la cuenta salía a buscar a los escondidos, pero si lo
notaban que estaba viendo la acción de los demás, debía repetir la cuenta.
Después se afanaba en buscar a los escondidos y si veía a algunos gritaba sus nombres: “¡Ya
te vi Maruja, estás detrás de la puerta!”, ¡Ya te vi Coco estás a la vuelta de la
esquina!”, etc., entonces los “chapados” (capturados) debían aparecerse del todo. El juego
terminaba cuando todos los escondidos habían sido capturados. Si a todos les había gustado la
partida, entonces el juego comenzaba de nuevo resultando como el nuevo buscador, el jugador que
había sido atrapado primero. No había límite de jugadores.
[Ampay chanca la lata]
Otra variante de la “paca-paca” era el “Ampay chancalalata”, que consistía en que el
buscador debía realizar la cuenta desde un lugar donde estaba el envase de una lata vacía, luego
dejando la lata en ese mismo lugar salía a buscar a los escondidos, si atrapaba en su escondite a
CIRO V. PALOMINO DONGO
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alguno, debía correr hasta el lugar donde estaba la lata, tomar esta y chancarla haciendo bulla y
gritando: “¡Ampay Maruja, estás detrás de la puerta!”, “¡Ampay Orlando estas a la vuelta de
la esquina!” y los atrapados debían salir de su escondite y esperar que alguien los salve.
La salvada consistía en que mientras el buscador estaba averiguando donde más estaría
algún escondido, alguien que salía de su escondite corría al lugar donde estaba la lata, la tomaba y
la chancaba gritando: “¡AMPAY, SALVO A TODOS MIS COMPAÑEROS!” “¡AMPAY,
SALVO A TODOS MIS COMPAÑEROS!”, y el juego volvía a empezar y el buscador a repetir
de nuevo su rol. Pero si el salvador no lograba su propósito y le ganaba en la carrera el buscador
que tomando la lata al tiempo que la chancaba gritaba: “Ampay Carlos”, el juego debía empezar
nuevamente, pero esta vez el buscador sería el salvador frustrado.
Desde la distancia en que nos sitúa el tiempo, estos juegos parecieran que fueran muy
simples y hasta ociosamente repetitivos, pero su magia consistía en que para nosotros eran muy
serios, y eran tanto así, que metíamos en ellos todas nuestras emociones: alegrías, cóleras, risas,
ambiciones, sobresaltos, temores, etc.
[Matan-tiru-tirula]
Alguna de esas noches las niñas jugaban al “Matan-tiru-tirula”, que consistía en formar un
grupo de 10 o más niñas que tomadas de la mano en una fila tenían una madre, y del otro lado
habían dos niñas que eran las empleadoras, entonces una de ellas se ponía frente a la fila saludando
con voz cantarina:
1ra. empleadora: “-¡Buenos días su señoría!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!”
La madre: “-¿Qué quería su señoría?” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!”
1ra. empleadora: “-¡Yo quería a una de sus hijas!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!”
A esta petición salía de la fila una de las niñas adelantando un paso, y la madre preguntaba.
La madre: “-¿De qué oficio la pondría?” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!”
Si la niña no era de su agrado, la empleadora contestaba.
1ra. empleadora: “-¡La pondría de lavaplatos!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!”
La madre: “-¡Ese oficio no me gusta!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!”
Y la niña volvía a la fila.
Y el juego volvía a repetirse, hasta que una de las empleadoras, tenía delante de ella a una
niña de su agrado, y contestaba.
2da. empleadora: -“¡La pondría de profesora!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!”
La madre: -“¡Ese oficio si me gusta!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!”
Y la niña pasaba al bando de esta.
El juego volvía a repetirse, hasta que los dos bandos quedaban en números pares. Entonces
para definir al equipo ganador, se trazaba una línea en el suelo, y las dos empleadoras se tomaban
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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de las manos, mientras que la niña que le seguía tomaba de la cintura a su empleadora, y a esta la
otra, hasta formar una cadena en ambos equipos. A la cuenta de tres comenzaban a tirar con todas
sus fuerzas. Ganaba el equipo que hacía pasar la línea al otro o perdía el equipo cuya jefa se había
soltado de las manos de la otra líder. Eso se notaba porque todo su bando se caía de espaldas.
Si había ganas, el juego continuaba, pero con la condición que no volvieran a armarse los
mismos equipos.
[La rondas]
Cuando el humor de todos no estaba para jugar a correr, saltar o esconderse, se jugaba a las
rondas donde se lanzaban al aire antiguas canciones infantiles, quizás venidas de España durante la
emigración colonial o las traídas de Europa por los curas y las monjas llegados a estas tierras los
primeros años del siglo XX, para dedicarse a la educación y la catequesis. Algunas de estas antiguas
rondas, me las hizo recordar mi hermana Ana Aurora Palomino Dongo, porque como educadora de
profesión, tuvo que seguir enseñando estas rondas a sus alumnos, de donde resulta que su memoria
es más nítida que la mía respecto de esos recuerdos.
“TENGO UNA MUÑECA
I
Tengo una muñeca
de vestido azul
con zapatos blancos
y velo de tul
II
La llevé a la calle
se me constipó,
la tengo en la cama
con un gran dolor.
III
Dos y dos son cuatro,
cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho,
y ocho: dieciséis.
IV
Brinca la tablita
que ya la brinqué,
bríncala tu ahora
que ya me cansé.
V
Dos y dos son cuatro,
cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho,
CIRO V. PALOMINO DONGO
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y ocho: dieciséis.
(……)"
“DONCELLA
(En esta ronda se ponía a una niña al centro).
I
Doncella del prado,
que al campo saliste
a recoger flores
de mayo y abril.
II
Pues siendo tan bella
y no hallas con quien,
escoge a tu gusto
que hay más de cien.
III
Escoge a una niña
por ser la primera,
por ser la más bella
de todo el jardín.
(Y la aludida escogía a la niña que generalmente era su más querida e íntima amiga. Después la
escogida debía a escoger a una niña diferente, y por medio de este mecanismo se conocía, quiénes
eran quién, en materia de preferencias y amistades.)
“DEL CIELO BAJO UN ÁNGEL
(En esta ronda se ponía a una niña al centro)
I
Del cielo bajo un ángel,
que del cielo bajo,
con sus alas doradas
y en el pico una flor.
II
De la flor nace una rosa
de la rosa un clavel,
del clavel una niña,
que se llama Isabel.
III
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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¿Para qué son las flores
sino son para ti?
¡Ay! me muero, me muero,
ay me muero por ti.
(Y con esta última estrofa, la niña del centro de la ronda, escogía a otra para que la sustituya)
“CAFÉ CON LECHE
(La ronda debía empezar con un número impar de jugadores, especialmente una mujer)
I
Café con leche
me quiero casar
con una señorita
de Portugal.
II
Que sepa cantar
que sepa bailar
que sepa abrir la puerta
para jugar.
III
Con esta si
con esta no,
con esta señorita
¡me caso yo!”
(Cuando terminaba de sonar: “¡Me caso yo!” En ese momento todos buscaban pareja para
abrazarse y como el número jugadoras era impar siempre quedaba una sola. Luego una pareja debía
salir de luna de miel, mientras tanto el juego continuaba hasta que solo quedara una jugadora
solitaria a la que todos gritaban: “¡Soltera!”, “¡Soltera!”, “¡Soltera!”).
“QUE LO BAILE
(Las niñas formaban una ronda y cantaban señalando el nombre de una de ellas.)
La señorita (Ana)
estaba en el baile,
que lo baile,
que lo baile.
Y si no lo baila
ya la pagará.
¡Salga usted,
que la quiero
ver bailar!
CIRO V. PALOMINO DONGO
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(Entonces la señorita Ana, debía salir al centro de la ronda y bailar de modo gracioso
cualquier ritmo que hiciera reír a todas)
“JUGUEMOS EN EL BOSQUE
(Antes de empezar la ronda, se seleccionaba a dos niños con el conteo del
“Lachin/lachin/chui/des-de/la-puer-ta/san-mi-guel/¡ANGEL!”. Uno hacía de lobo que se
ubicaba por fuera de la ronda y otro de oveja que debía estar en el centro de la misma)
Juguemos en el bosque
mientras el lobo no está.
¿Lobo estás?
“Me estoy poniendo mis pantalones”
Juguemos en el bosque
mientras el lobo no está.
¿Lobo estás?
“Me estoy poniendo mi camisa”
Juguemos en el bosque
mientras el lobo no está.
¿Lobo estás?
“Me estoy poniendo mi chaleco”
Juguemos en el bosque
mientras el lobo no está.
¿Lobo estás?
“Me estoy poniendo mis zapatos”
Juguemos en el bosque
mientras el lobo no está.
¿Lobo estás?
“¡SI!, Y YA SALGO PARA COMER MI OVEJA”
(Entonces todos los niños estrechaban la ronda para proteger a la oveja. Si el lobo lograba
entrar a la ronda, se llevaba la oveja, y si después de algún tiempo no lograba entrar en el cerco, se
repetía la ronda con el mismo conteo: “Lachin/lachin/chui/des-de/la-puer-ta/san-mi-
guel/¡ANGEL!”)
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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Y así continuaban muchas otras rondas más, que seguramente ustedes más que yo,
recordarán.
O simplemente sentados todos, incluidos los gatos y los perros que siempre participaban en
esos pasatiempos, alguien recitaba la poesía que se había aprendido de memoria para declamarla en
la formación de su escuela, y los que sabían alguna adivinanza o un trabalenguas, las lanzaban al
aire con el propósito de enseñárnosla.
Nunca olvidaré al rapazuelo que traía el gato de su casa, cuya presencia nos movía a que
cantásemos una canción infantil que se transmitía en la radio municipal, que decía así: “En el arca
de Noé / todos cantan yo también / Quieren oír el gato dice así:” y en seguida el gato
maullaba para la alegría, admiración y risas de todos. Y no era que el gato se sabía la canción y
además el momento en que le tocaba “cantar”, sino que su dueño, sin que nadie lo notara, jalaba a
contra pelo la cola del felino, que éste de dolor tenía que maullar, pero aun así el gato masoquista
no se le iba de sus manos, porque debía cantar varias veces más.
[Los cuentos de terror]
Al final de alguna de
esas noches, sentados y
apretujados al borde de la
vereda, sin que nadie se lo
propusiera, en medio del frío
que se dejaba sentir en nuestros
traseros pegados a las piedras y
en nuestros rostros expuestos a
la imperceptible ventisca
nocturna, alguien empezaba a
contar, con uno y mil detalles,
una historia de los condenados
que penaban por los caminos
gritando para que el viento se
llevara a otros sitios sus
lamentos y arrastrando las cadenas que les ponen en el otro mundo para que no regresen a sus
casas, y de cómo esos fantasmas al final ocupaban las casas abandonadas, los cementerios y los
caminos solitarios esperando que sus familiares rezaran e invocaran a sus ancestros fallecidos, para
que se ocuparan y recogieran a esa pobre alma errante, que todavía no se había dado cuenta que
estaba muerta. "¡Bien muerta!".
Y de repente por la boca de los demás narradores el ambiente se llenaba de toda clase de
aparecidos que te ponían los pelos de punta, especialmente los de la nuca. Perversos demonios
convocados por los que no creen en Dios, para que por los efímeros placeres que ofrece esta vida
les vendas tú alma y te condenes al infierno por toda la eternidad. La “Maríamarimacha” que
preparaba sus sabrosos guisos con la suave carne humana de los niños desobedientes que mataba y
los servía en la casa donde trabajaba como doméstica. "Ñacachos"14
que asesinaban a sangre fría
por el gusto de matar nomás. Cementerios abandonados que estaban poblados de fantasmas y
muertos vivientes. Pueblos sepultados dentro de lagunas que se habían formado después de un
prolongado diluvio, por no haberle dado de comer a nuestro señor Jesucristo que andaba por sus
calles disfrazado de mendigo y cuyas campanas de oro puro seguían sonando a las seis de la
mañana, a las doce del mediodía, a las seis de la tarde y a las doce de la medianoche, pero que se
14
Asesinos en serie o serial killer, en inglés.
CIRO V. PALOMINO DONGO
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callaban en Jueves Santo y Viernes Santo que eran los días en que desde sus orillas se podían ver
claramente su áureo brillo.
De los gentiles que eran unos pequeños huesecillos que penetraban el cuerpo de las personas
que se bañaban en los puquiales a la hora que aparecía el arco iris o "cuichi",15
y de cómo poco a
poco iban formando un nuevo ser dentro de su víctima. Del oso "Ucumari"16
que vive en los
húmedos bosques del río Apurímac y del Pachachaca, que de un pueblo apartado se había robado
una chica tarambana, y de cómo se la había llevado a su cueva que tenía al otro lado del gran río,
donde la hizo parir dos hijos, que de la cintura para arriba tenían las formas de los hombres y que la
otra mitad eran osos, y de cómo estos junto a su madre se habían fugado moviendo la inmensa
piedra que tapaba la cueva, y de cómo cuando el Ucumari los encontró en la cabaña de su abuela
materna, lo habían matado haciéndole tomar asiento sobre un poncho que tapaba un perol lleno de
agua hirviendo. De los "gentiles" que son las momias de los que en tiempo de los incas se habían
muerto sin conocer la salvación de nuestro señor Jesucristo y que por eso vagaban por los caminos
para tomar la forma de los cuerpos de los viajeros y aparecerse en sus casas como si fueran ellos
mismos, para hacerse servir y acostarse con sus esposas.
De las sirenas encantadoras del río Apurimac, que se llevaban a los ahogados al fondo del
crecido río, para que una vez que estén bien enamorados de ellas abandonarlos en sus orillas para
que se volvieran locos, porque nadie les creía que habían vivido en los suntuosos palacios que
existen en las profundidades de aquella corriente.
De los malditos Pistacos17
que mataban a los incautos para sacarle el aceite que tenían en
sus carnes y vendérsela a los gringos, para que puedan mover las finas máquinas que ellos
fabricaban. Sobre el Jarjacha18
que había violado a su hermanita menor hasta hacerle dar a luz a
una criaturita "bien colorada" con cola y cachitos en la frente, y de cómo una noche de luna llena el
pueblo lo mató arrojándolo a un precipicio sin fin, y de cómo después el alma del maldito se metió
en el cuerpo de un puma para matar a todas las mujeres que habían degollado al diablito. De cómo
las cabezas de mujeres infieles volaban en medio de las noches con unos ojos que brillaban como
linternas y que comían caca como si fueran chancacas. De cómo una noche cayó una lluvia de
candelas para que ilumine el paso de los esqueletos que iban camino al infierno, porque no habían
superado la prueba del purgatorio.
Esos cuentos tenían el poder de mantenernos en un estado de suspenso y tensión que nos
hacían reclamar su continuación con un nervioso: “¡Yyyyyy!”. Porque eso que se estaba contando
no era una ficción, ni mucho menos un cuento, sino que era un hecho real o una desgracia que de
verdad le había pasado a esa u otra persona, y que sucedió en esa u otra casa, en esa u otra chacra, y
que fue algo que ocurrió hace una semana o anoche nomás.
Después de esa macabra sesión, llena nuestra volátil imaginación de esas espantosas
narraciones, mis hermanos y yo entrábamos en la profundidad de nuestra casa, tomados de las
manos o apiñando nuestros cuerpos en un solo bulto, para que el alma, fantasma, espectro u otra
aparición que podía salir de cualquier rincón y hasta del fondo de la tierra, no pudiera cargarnos a
todos, o si podía, para que nos llevara a todos. Aunque al comienzo del nuevo día el cuento era otro,
porque cada uno decía de los demás, que todos estaban muertos de miedo, menos él.
15
De quechua k'uychi. Fenómeno atmosférico luminoso, luego de la lluvia, que presenta los siete colores del espectro
solar. Dentro de imperio incaico fue adorado por los incas como uno de sus dioses o “manes” (fuerzas protectoras), así
como utilizado en sus unanchas (banderas), símbolos, qeros (vasos de madera), en la borla o maskaypacha del Inka, etc.
16
El oso de anteojos (Tremarctos ornatus), también conocido como oso frontino, oso andino, oso sudamericano y
“ucumari”, es una especie de mamífero de la familia Ursidae. Es la única especie viviente de su género.
17
El psitaco o pishtaco es un personaje mitológico de la tradición andina, especialmente en Perú y Bolivia. La palabra
pishtaco proviene del quechua “pishtay” (decapitar, degollar o cortar en tiras).
18
Incestuoso.
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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[Tú casa, la casa de los otros. Las casas de todos]
Todos conocíamos la sala, la cocina, el comedor, los dormitorios y los patios de las casas de
todos, porque a nadie le interesaba eso de ser rico o pobre, mientras comieran tres veces al día,
tuvieran una cama donde dormir, ropa que vestir y escuela donde asistir para aprender las otras
cosas que no te enseñaban en casa. Lo importante era que todos fuéramos buenos, como lo eran las
madres de cada uno de ellos, mis entrañables amigos de infancia, que además de mirarnos y
hablarnos con cariño, nos invitaban sus humitas, tamales, mermelada de membrillo o de duraznos
untados en pan común o los que se horneaban en esa casa. Mote19
o cancha20
con queso y a veces
hasta alguna golosina como un caramelo o una melcocha.
Las casas donde no podíamos entrar, eran las ajenas, y por eso las castigábamos con nuestras
fábulas infantiles, contándonos que en algunas de ellas vivían unos viejitos que no podían moverse
y de cómo unas viejas solteronas que se habían convertido en unas horribles brujas les hacían toda
clase de maldades a esos inmóviles ancianos y que lo mismo les hacían a los niños indefensos que
secuestraban cuando pasaban por sus puertas. O que en esa otra, vivía un maldito cazador que había
matado a su mujer y sus hijos y que los había hecho charqui y que de eso se alimentaba. Por eso y
sin admitir duda alguna, dábamos por sentado que gente de esa calaña debía vivir dentro de ellas,
sino cómo podíamos explicarnos que nos diera tanto miedo pasar por sus puertas, como nos lo
daban las malvadas e infernales existencias que poblaban los cuentos que dentro de la pandilla nos
contábamos en alguna noche callejera, o los aparecidos que poblaban las narraciones de nuestras
abuelas, y que nos los contaban tal y como se las contaron a ellas. O algo parecido.
A pocos años de estos mis recuerdos, mi calle fue cubierta de cemento, para la alegría y fiesta
de todos los vecinos, y especialmente para los mocosos que pudimos sacarle otras ventajas. Aun así
otras figuras siguieron apareciendo en el piso de cemento, pero esta vez, solo para mí.
[El agua potable]
Un remoto recuerdo de mi más tierna infancia es que los vecinos de mi barrio debían ir con
grandes baldes a proveerse de agua potable al único caño público que había una cuadra más arriba
de mi casa para preparar los alimentos, atender su aseo personal, lavar algunas prendas de vestir y
los trastos de la cocina y el comedor. No se permitía que en sus inmediaciones lavaran sus ropas,
porque para eso estaban los ríos. El gentío que allí acudía no solo se dedicaba a llenar sus baldes de
agua para llevárselos a sus casas, sino a comentar, ampliar y exagerar las noticias que se transmitían
por las emisoras radiales de onda corta, el noticiero de la radio local, las comidillas acerca de las
haciendas y los hacendados y de los políticos, que cuando no eran ellos mismos, eran sus sirvientes,
y los chismes sobre las nuevas autoridades y personas que habían llegado a pueblo, las
enfermedades, muertes, desgracias, casamientos, deshonores, los viajes y las cosas chistosas que les
había ocurrido a tal o cual persona, pero sobretodo la escases o abundancia de algunos productos
del campo o de las tiendas y los nuevos precios que les afectaban a todos.
Más no recuerdo. Pero debía pasar algo más sabroso en ese lugar, porque de ese sitio la
gente se movía una hora después de haber llenado sus baldes. Más tarde pude enterarme que a esos
caños públicos llegaban las aguas de los manantiales del fundo Chinchichaca, que era tierra
realenga de la ex hacienda San Gabriel de Ninamarca.
Más adelante, como si hubiera estado allí desde siempre, llegó el agua potable a domicilio.
Por fin todos teníamos agua para todo. Ese milagro se produjo no solo porque la ciudad estaba
creciendo y tal vez prosperando, sino que su población, especialmente la infantil, eran víctimas de
19
Maíz sancochado.
20
Maíz tostado.
CIRO V. PALOMINO DONGO
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la temida y mortal moscarina, que era el nombre con que los lugareños habían bautizado a esa
mortal inflamación del hígado que se llama hepatitis que de modo cruel azotaba el valle causando
mucha desolación y tristeza.
[La mortal moscarina]
Ese curioso nombre proviene de un hongo llamado muscardina que actualmente se
denomina Beauveria bassiana, y que hacia 1925 devastó los gusanos de seda de la importante
sericultura abanquina instalada en 1870 por el dueño de la ex hacienda Patibamba, un italiano
llamado Luis Petriconi. La sospecha de que esta moscarina (hepatitis) estaba metida en los frutos de
las moreras, hizo que la población obligara a los nuevos dueños de la hacienda a talar cientos de
árboles de mora, porque supuestamente eran las causantes de la maldita moscarina. A pesar de ello
las muertes infantiles por hepatitis siguieron produciéndose.
Cuándo luego de algún tiempo los pobladores se percataron que no eran las moras las que
causaban la moscarina, se le echó la culpa al agua potable que llegaba a nuestras casas por tuberías
de fierro galvanizado. Fue entonces que si no queríamos abandonar prematuramente este mundo,
jamás debíamos beberla directamente del caño, y para evitar esa condena a muerte, teníamos
siempre a la mano una gran jarra de agua hervida para librarnos de todo mal. Cuando nuestros
padres nos sorprendían haciéndolo, grande era la recriminación que recibíamos y hasta una buena
zurra si reincidíamos, porque el agua que llegaba hasta nuestras casas supuestamente estaba
envenenada con la mortal moscarina.
Esta plaga nos mantuvo paranoicos y no era para poco, pues veía que de las casas que
pasando la calle Prado, estaban encima de la mía, poco a poco iban saliendo cajoncitos blancos de
niños que habían muerto de moscarina. Y la parca iba mortíferamente bajando y cada vez estaba
más cerca de nuestras puertas, y cuando temerosamente pensábamos que se llevaría a alguno de
nuestra pandilla, felizmente pasaba sin hacernos daño para continuar su macabro quehacer un poco
más abajo.
Un día que junto a mi hermano y otros mataperros andábamos mostrenqueando por las
inmediaciones del cementerio, nos ofrecieron una propina para cargar por espacio de unos cien
metros el cajón de uno de esos muertitos, no lo dudamos. Pero cuando felices llegamos a casa, nos
cayó una soberana tunda, y a pesar de nuestras lágrimas, súplicas y ruegos nos sometieron a una
infeliz cuarentena, porque habíamos traído en nuestros hombros, nuestras manos y la mejilla que
pegamos al cajón, la muerte de la moscarina a nuestra propia casa.
Posteriormente, se probó que no era el agua sino el desagüe del pueblo el que producía esa
epidemia, y más adelante, los científicos escribieron que este mal era hiperendémico de los valles
interandinos de Abancay en Apurímac, Huanta en Ayacucho y Quillabamba en la ceja de selva del
Cusco.
[Las chicherías]
Chicha es el nombre que recibe la bebida derivada de la fermentación no destilada de los
granos del maíz. En quechua se llama “aqha” y al lugar donde la expenden “Aqhahuasi”. Su
elaboración artesanal a partir de la jora (maíz germinado) consigue una leve o mediana gradación
alcohólica, que por su color amarillento, los abanquinos lo llamamos cariñosamente “Bayo”.
A los lugares donde se vende esta bebida se les llama cariñosamente: las chicherías. Estas
tienen un origen europeo e indoamericano, de una parte es la clásica venta española, que eran los
precarios establecimientos de arquitectura popular situados originalmente en los caminos o
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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despoblados de España, para vender (de allí su nombre “venta”) a los viajeros comida y brindar
alojamiento. Sobre estas “ventas” es famoso el pasaje del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la
Mancha de Miguel de Cervantes y Saavedra: “...anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su
rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes por
ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde
pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba,
una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares
de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar y llegó a ella a tiempo que
anochecía.”
Y de la parte americana es heredera del tambo o
tampu incaico, que era una casa situada a la vera del camino
inca donde los viajeros recibían gratuitamente techo y
alimentación como apoyo del Estado Inca. Un tambo
famoso de Abancay fue el tambo real de Urco, que era así
como se llamaba en tiempos precolombinos ese distrito, y
por su tambo situado entre el tambo de Curahuasi y el
tambo de Ccochacajas en Huancarama, acabó llamándose el
Tambo de Urco y más tarde resumidamente: Tamburco.
Un poco más arriba de mi casa existía hasta cuatro
chicherías en ambos lados de la calle. La señal de que había
chicha y picantes a la venta era que a un costado de su
puerta principal, se exhibía una banderita roja que junto a
un atado de ramas de ruda florecida, flameaba al final de un
largo carrizo. La prueba de que estuvieran más o menos
concurridas, la daban la cantidad de caballos que con sus
aperos de carga se estacionaban en sus inmediaciones.
Muchas veces tuve que ir a comprar varios vasos de chicha para los peones que poco a poco,
seguramente según el dinero que disponían mis padres, iban ampliando la casa. En un principio, los
vasos en que se vendía la chicha a los parroquianos me parecieron increíblemente grandes, pues
podían contener hasta casi un litro y medio de chicha, a estos hasta ahora se les llama: “caporales”.
Otras veces iba a comprar “borra” que era una sustancia espesa de color marrón, que la
propietaria del establecimiento sacaba del fondo de una enorme tinaja de barro y que tenía el olor a
mil veces chicha, y que en el pueblo era usado como levadura para hacer los panes.
Las chicherías que visitaba tenían una grande y robusta mesa de factura muy rústica rodeaba
de bancas también artesanales cubiertas con pellejos de carnero o raídos ponchos y frazadas. No
estaban pintadas, pero el paso del tiempo y su uso le habían obsequiado un bonito color rojo
púrpura oscuro, como el de la caoba.
Recuerdo que el lugar olía, no solo a fermento de jora sino a suculentos picantes de papas,
de “atajo”, de “ullpu” (Aspenium squamosum) cuando era el tiempo de las lluvias, y quizá en
tiempos más remotos se haya servido la ensalada de “gallitos” de pisonay referida por Manuel
Espinavete López en su “Descripción de la Provincia de Abancay” de 1795, publicada en “El
Mercurio Peruano”; de menudencias de carnero y de res, los japchis de haba o arvejas, y el siempre
bienvenido “solterito”, la infaltable uchucuta molida con jajas secas y sachatomate (Solanum
betaceum) sofrito en manteca de chancho o los modestos antiporotos (Erythrina edulis) con queso.
Solo los sábados y domingos era un deleite oler los cuyes rellenos y chactados, los tallarines
hechos en casa con estofado de gallina y rocoto relleno, los chicharrones con papas doradas, un
CIRO V. PALOMINO DONGO
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mote de selecto maíz blanco con ensalada de cebollas, rocotos, tomates y yerba buena que para
conocimiento público se freían en la puerta del establecimiento y que a las dos horas se acababan,
porque a todo el vecindario se le antojaba comprárselos en sus propios platos para disfrutarlos en
sus casas, y los guisos a base de carne de res o de gallinas.
Todos estos típicos y sabrosos potajes se degustaban con un caporal de “bayo” y se
asentaban con una buena copa de chacta (aguardiente de caña) o un adormilado compuesto
abanquino, que los clientes llamaban “bajamar”. En esas oportunidades podías encontrar, separados
de los chacareros, arrieros y jinetes, a los golosos habitantes del pueblo que generalmente eran
comerciantes, artesanos y empleados públicos o privados.
Me acuerdo que sus dueñas, que de natural eran muy amables y bonachonas, me saludaban
muy cariñosamente: “¡Buenas tardes Wiraccocha!”, no porque fuera un mocoso engreído, sino
porque venía a comprar con dinero en efectivo ocho o diez vasos de chicha. Al tiempo que me
despachaba, preguntaba por mis padres y les enviaba sus respetuosos saludos. Después de pagarle
me ordenaba que me sentara en un mullido pellejo de oveja junto a los otros parroquianos. Al cabo
de un rato llena del comedimiento que les hacía a sus mejores clientes, me alcanzaba un pequeño
pero sabroso plato de picante y un vasito de chicha azucarada. Era la cortesía de la casa y era su
manera de tratarme como el hombrecito que era. Sólo por eso nunca chistaba cuando me hacían ese
mandado.
Memoro que como a las misas o a las procesiones, a esos locales asistían con toda
naturalidad hombres y mujeres vestidos con sus trajes típicos, que además de libar y comer
compartían sus conocimientos y preocupaciones acerca del clima, de la propiedad o posesión de sus
tierras, de las lluvias, del agua de riego, de las semillas, de los cultivos, de la cosecha, de los precios
de sus productos, las herramientas y del ganado, pero sin dejar de comentar sobre las propiedades
curativas de las plantas y sin dejar de darse noticias acerca de las haciendas y los hacendados y
todas las anécdotas y chismes que sobre ellos, los políticos y las autoridades al servicio de estos
gamonales, se tejían. Pero también de los “tapados” (tesoros ocultos), de las brujerías, de los
poderes de tal o cual curandero, “camacguagia” o “apusuyo” (chamanes) y sobre la suerte o el
infortunio de los paisanos, tal y como ahora lo hacen las crónicas faranduleras de la televisión, pero
sin la riqueza de su sabiduría ancestral.
En fin, allí se hablaba y seguramente se habla todavía sobre la vida, pasión y muerte de los
campesinos de este valle, y de no pocas cosas acerca del mundo de la Pachamama, de los Apus, los
gentiles y de los otros quintos infiernos.
[El juego del tejo]
Pasando el ambiente principal que daba a la calle donde se atendía la chicha y los potajes, se
llegaba al patio donde, dependiendo del día y la hora, se reunía un buen grupo de parroquianos para
jugar un juego de origen inglés que se llamaba “Tejo”, porque antiguamente se jugaba con pedazos
de tejas de arcilla, pero que en esos tiempos yo vi que lo jugaban con grandes monedas de un Sol de
plata de cinco décimos, que en una de sus caras representaba a la “Madre Patria” con una leyenda
que decía: “FIRME Y FELIZ POR LA UNIÓN” y en la otra el Sello del Escudo Peruano. Más
tarde estas fichas se fueron degradando a solo simples monedas de un Sol de Oro de cobre y zinc.
El centenario “Tejo” abanquino se jugaba en equipos de dos personas y cada una debía tener
dos monedas que se les llamaba las fichas. El juego consistía en lanzar una tras otra las dos fichas
hacia un hoyo cavado en el suelo de tierra que se llamaba “popo”, desde una distancia de doce
buenos pasos, unos diez o más metros. Ese agujero estaba enmarcado en un cuadrado rayado en el
suelo de aproximadamente 30 centímetros de lado, que estaba dividido en dos campos rectangulares
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
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de 15 X 30 centímetros que los competidores lo mantenían constantemente humedecido para que las
monedas no revotaran al caer.
En medio del rectángulo superior estaba el agujero donde muy ajustadamente podía entrar
una ficha o moneda, detrás del agujero había clavado un cuchillo artesanal al cual los mejores
jugadores apuntaban sus fichas antes de lanzarlas. El rectángulo inferior estaba libre, las monedas
que caían dentro de él, valían 1 punto, y si aterrizaban en el rectángulo superior valían 2 puntos.
Meter la ficha en el hoyo 3 puntos. A esa feliz y difícil jugada se le llamaba “Popo”.
Para escoger el turno de salida, los jugadores desde la distancia convenida, uno tras otro,
lanzaban una ficha, el que la había lanzado más cerca del hoyo saldría de segundo. Si los jugadores
eran cuatro o quizá seis, por el mismo sorteo lanzaban intercalados. Entonces comenzaba el juego.
Lanzadas las monedas, las que quedaban dentro de los rectángulos no debían moverse hasta que
finalizara el turno, que era cuando todos los jugadores habían lanzado sus fichas, entonces se
sumaban los puntos obtenidos y el puntaje parcial quedaba 5 a 3 o 4 a 2, y este se escribía en una
pequeña pizarra de madera, para que no quedara ninguna duda.
Después de esa jornada se servían sus “bayos” para aplacar la sed, mejorar la puntería o
simplemente para que las moscas y abejas no acabaran suicidándose dentro de los caporales. Si los
competidores tenían el propósito de embriagarse, cada caporal era acompañado con una copa de
“chacta” (aguardiente de caña) a la que llamaban “punto”, en alusión al golpe firme y seco que
debía darse al barreno cuando estaban perforando una roca.
Otro detalle que vi y después aprendí, es que en estas chicherías, los campesinos de mi
tierra, antes de libar un caporal de chicha echan un poquito al suelo en señal de un respetuoso
brindis en honor de la Pachamama (la madre tierra) y cuando toman una copa de aguardiente de
caña, sumergen el dedo índice de la mano derecha en la copa y haciendo presión con el pulgar
esparcen unas gotas de licor en el aire, al tiempo que miran y saludan a los Apus de su devoción e
invocando sus poderosos nombres, ofrecen en quechua: “Por ti Apu Ampay”, “Por ti Apu
Ccorahuire”, “Por ti Apu Quisapata”.
Ya después, y no porque me lo haya enseñado un mentiroso chaman, sino por experiencias
mías en las Comunidades Campesinas, entendí que estos hombres y mujeres jamás brindan por sus
semejantes, eso solo lo hacen los débiles de las ciudades frente a los poderosos que los humillan con
algún pequeño favor que pueden hacerles; sino lo hacen por sus deidades, y no para pedirles un
milagro como lo hacemos nosotros los hipócritas creyentes en los templos plagados de crucifijos e
imágenes, sino para agradecerles por la buena tierra, por las abundantes cosechas y la
multiplicación del ganado y las crianzas, que ha de permitir que el universo siga su danza celestial,
y para que la vida siempre sea más fuerte que la muerte.
Eso del turno era muy importante, porque si una moneda “montaba” a una que se encontraba
en cualquiera de ambos rectángulos, la ficha montada perdía su puntaje, y si la montada era dentro
del hoyo, también. La partida la ganaba el equipo que hubiera logrado acumular 21 puntos, y era
entonces cuando el equipo perdedor debía pagar lo que se había apostado, que generalmente era el
consumo de la chicha, comida y aguardiente del equipo ganador. Entre los jugadores más avezados,
previo acuerdo de las partes, el juego terminaba cuando una moneda era montada dentro del
agujero.
Por supuesto que ese juego lo replicábamos en la calle o en el patio de nuestra casa, aunque
las fichas no eran grandes monedas sino pedazos de teja al que pacientemente le dábamos un
contorno circular, pero como las fichas resultaban siempre toscas el hueco o popo debía ser más
amplio y los dos rectángulos igual. A la larga ese entrenamiento infantil nos sirvió para ganar varios
CIRO V. PALOMINO DONGO
32
vasos de chicha y algunos picantes cuando de colegiales acudíamos a las chicherías: “Porque el
grauino es hombre macho / y tiene plata para chupar”.
No me olvido que en alguna de esas chicherías había un aparato de radio que tenía una
antena que desde el artefacto se prolongaba por medio de un alambre hasta un lejano árbol, dizque
para captar con mayor nitidez las emisoras que querían escuchar, y así lograban darle un aire de
contemporánea alegría al negocio.
La emisora favorita que sintonizaban era Radio Salkantay del Cusco, y si ponías atención
podías escuchar estos sempiternos huaynos: "Patito que haces en el mar / navegando noche y
día / sal de las playas, vámonos conmigo / Vámonos por los senderos / Conservando las
esperanzas de no volver más a tus cabañas / Yo también sufro como tu / El mal pago de
una ingrata /que sin motivo me ha abandonado / en un mar de sufrimiento / que poquito a
poco me va consumiendo / Ay patito, patito, patito fiel compañero / sigamos igual camino
aunque perdamos la vida…” o aquella que decía: “Valicha lisa pasñari / Niñachay de veras /
Maypiraq kutanky / Valicha lisa pasñari / Niñachay de veras / Maypiraq kutanky….” o esta:
“Cervecita blanca huaracina / Eso no se toma, sin su dueño/ Y si lo has tomado /Caro o
cuesta / veinticinco libras la docena…..” o tal vez esta: “Ingrata chinita, / por qué pues te
alejas / de tu amorcito / que está llorando? / Donde están pues / aquellas horas / en que
me decías / papacito te quiero mucho / con todito el alma. / Mentiras, engaños / y
ambicias del mundo, / ése es tu nombre, / china perdida. / Aprovechaste de mi corazón /
para engañarme. / Tu pensarías que yo era rico / pero te ensartaste.”, o esta otra: “Estoy
muy triste en la vida / malaya mi destino airampito / como quisiera tomar chichita / de tus
flores. / Así podría beber el néctar / del olvido.”, o esta clásica: “Campanario Mercedario, /
por qué tan triste tu tocas? / Será porque mi dueña / se casa hoy en tu templo. / Que se
case, que se case, / que se case con cualquiera. / yo mismo seré testigo, / testigo de su
matrimonio. / Vuelve, vuelve palomita, / vuelve a tu nido abandonado / que en mi pecho
no existe / rencores de tu abandono. / Campanario, campanario, / toca la dicha de ella; /
doble por la despedida mía, / que pronto partiré lejos.”, y esta también: “No vayas a pensar
que si me dejas / toda la vida te lloraría / sé que sufriría por mucho tiempo / tarde o
temprano te olvidaría”, o esta última: “Yo soy el tuquito / que aprende a volar / donde me
cierra la noche / me pongo a llorar. / Yo no tengo padre / Yo no tengo madre / A quién
contar mis penas / y mis sufrimientos.”, y así me pondría a transcribir decenas de páginas de
estas canciones del corazón, del cariño, de la felicidad, de la esperanza, del sufrimiento, del llanto,
del recuerdo, del abandono, de la falsedad, de la soledad, del olvido, de la vida y de la muerte.
De pronto se escuchaba al locutor comunicar: “¡Atención Cachora!, ¡Atención Cachora!
Mensaje para la familia Malpartida de parte de la señorita Clarabella. Mensaje para la
familia Malpartida de parte de la señorita Clarabella. El día lunes 08 de julio, viajo a esa,
esperar con tres bestias en punta de carretera. El día lunes 08 de julio, viajo a esa,
esperar con tres bestias en punta de carretera.”, a ese aviso, los pícaros jugadores de tejo
comentaban riéndose: “Al final solo las bestias de su padre y sus hermanos la van a
esperar”. O aquellos que anunciaban la inminencia de la muerte de un anciano y que llamaban a
sus parientes para que viajaran urgentemente a ese u otro pueblo, a lo que los ajahuicsas
comentaban riéndose: “¡Pronta herencia!, seguro que hasta el perro vago se va a aparecer”.
[Los caballos]
Los caballos que bajaban de las chacras que están en las faldas del Apu Ampay, de las
alturas de Karkatera, de los bajíos de Soccllaccasa y Rontoccocha y de las que están tras el cerro
Quisapata trayendo alfalfa, chala y cebada para los cuyes y los chanchos que se criaban en casa,
leche de vaca, quesos, verduras, sacos de papas, ollucos, maíz, jora, ocas, carne de res, cerdo o
EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO
33
corderos y todo lo que podían cargar para que sus dueños pudieran ganarse la vida, le daban a
Abancay su semblante de pueblo rural y pretérito.
Los que en tropa llegaban desde la mina de sal de
Cachicunca de la hacienda Karqueque del distrito de
Huanipaca por la ruta de Ccoya, Karkatera y Moyocorral
capitaneados por uno grande y majestuoso trayendo grandes
bloques de sal de color rojo terroso o morado metálico, para
que como suplemento alimenticio lamieran los ganados. Los
sudorosos y sedientos jamelgos que subían de las haciendas del
valle del río Pachachaca cargados con negros odres de
aguardiente, que me hacían recordar con pavor que esos globos
de cuero pertenecían a la piel de unos pobrecitos chivos que
habían sido desollados vivos o los cargados de chancaca y mala
hoja para el techo de las chozas, eran el motor de la economía
del valle.
Los que trajinaban por sus caballunas vidas mansos y
cansados, pero también los chúcaros y peligrosos, y las altas y
poderosas mulas que mostraban su aire agresivo, quizá por ser
animales híbridos y sin capacidad de reproducirse. Todos
soportando a las buenas o a las malas a sus bravucones y
bulliciosos jinetes, que les daban poderosas órdenes con un tono de voz que les salía desde sus
estómagos. "!Issska, issska!” tirando la rienda para que se detenga el animal, o hincándole
suavemente los costados para que avance, o el mismo "!Issska, issska!”, para que se queden
quietos al momento de montarlos o cargarlos. Además de estas dos órdenes básicas, cada jinete
tenía una muy particular comunicación con sus animales, ya sea por señas o especiales órdenes
orales.
Entre ellos andaban los que habían nacido y crecido en el campo y que incluso estaban
domesticados para el trabajo en esos parajes abiertos, donde solo podían contemplar las altas
montañas, las interminables punas, las lejanas distancias y las quebradas que alojan los ríos
profundos, debido a eso era que cuando llegaban a la ciudad se espantaban con la estrechez de sus
calles y las paredes de las casas que seguramente debían parecerles un extraño y aterrador laberinto,
y sumada a esta rareza, el motorizado ruido de los pocos carros que en esos tiempos circulaban,
debían sentirlos como la inminente amenaza de extrañas, colosales y acechantes fieras, de modo que
ingresaban al pueblo con la cabeza tapada con una chalina o una vieja lliclla. “Ojos que no ven,
corazón que no siente.”
En sus conversaciones, mi padre y sus amigos solían comentar que los caballos eran muy
inteligentes y que podían recordar a sus dueños y también los lugares y experiencias en los que
habían estado hace ya bastante tiempo, y por eso sabían regresar solos a sus lejanas cabañas cuando
sus dueños les ordenaban.
Cuando dos o tres caballos descargaban en la puerta de mi casa la leña que traían, con el
permiso de su dueño, mis amigos y yo nos subíamos a su lomo para alucinar que éramos los
increíbles jinetes de las coboyadas que veíamos en el cine. Pero en cuanto alguno de los palomillas
de mi calle, hacían el ademán de pincharlos para que en loca carrera salieran volando, nos
inquietábamos de sobremanera y saltábamos de la bestia para emprenderla a puñetazos contra el
imprudente bromista, porque la caída de un chiquillo desde el lomo de un caballo desbocado sobre
el rústico empedrado, podía quebrarnos varios huesos y hasta provocarnos la muerte.
Recuerdos de la infancia en Abancay de los años 50
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Recuerdos de la infancia en Abancay de los años 50

  • 1. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 1 EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO CIRO V. PALOMINO DONGO
  • 2. CIRO V. PALOMINO DONGO 2 Con mucho amor, para mis nietos: Leonela Palomino Villafuerte Salvador Palomino Quintana
  • 3. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 3 PRESENTACION He querido abrir los archivos de sus memorias, trayéndoles, poco a poco, algunos recuerdos de mi primera infancia y la que le siguió hasta que acabé mi educación primaria en la ciudad de Abancay – Apurímac – Perú, que transcurrió entre 1958 a 1963, y que también fue la niñez de toda una generación. Seguramente a la edad que tengo se me han olvidado muchas vivencias de esos años tempranos, pero eso no quiere decir que deba olvidarse todo. Si algunos que se animaron a leer estas remembranzas en las redes sociales, recuerda que tiene algo que se pueda agregar, les ruego que lo hagan, antes que se olviden del todo, mi correo es cirovictor@yahoo.com Debo advertirles que estas memorias las he escrito conforme las iba recordando, pues la mente no las tiene ordenadas y más aún cuando se refieren a experiencias vividas en los primeros años de la infancia, y por eso algunas de sus escenas se me aparecieron como entre sueños, pero gracias a los comentarios de los lectores, pude darme cuenta que sí los había recordado, cosa que de verdad a mí también me dejó muy sorprendido respecto del raro modo cómo funciona la mente. De otra parte, debo aclarar que no es mi propósito narrar en detalle, quién era quién dentro del pueblo, razón por la cual no he nombrado a casi nadie, sino limitarme a sacar de los archivos de la memoria las impresiones de un niño de los años 50' del siglo XX con relación a su experiencia infantil en un suelo, pueblo, ciudad, patria o paraíso llamado: ABANCAY. Solo me queda agregar que ojala está crónica del ayer temprano, no solo se trate de mí, sino de las vivencias de mi generación, y si entre sus líneas he nombrado a mis padres o hermanos es porque todos hemos nacido, crecido y seguimos viviendo dentro de una familia, eso es inevitable. Finalmente debo confesar que a pesar de que no se puede recordar exactamente todo, no por eso vamos a dejarlo enterrado. ¡NEGARSE AL OLVIDO, ES PARTE DE SENTIRSE VIVO! Abancay, noviembre del 2019
  • 4. CIRO V. PALOMINO DONGO 4 “La vida no es la que vivimos, sino cómo la recordamos para contarla” Gabriel García Márquez Yo nací y crecí en el mundo de un pueblo sumergido en lo profundo de un gran valle que en tiempo de los runas1 le llamaban: “Amancay”, y fue testigo de ese nombre, Inca Roca (1350-1380) el sexto Gobernante del imperio incaico, cuando en su afán de conquista: “….Llegó al valle Amáncay, que quiere decir azucena, por la infinidad que de ellas se crían en aquel valle. Aquella flor es diferente en forma y olor de la de España, porque la flor amáncay de forma de una campana y el tallo verde, liso, sin hojas y sin olor ninguno. Solamente porque se parece a la azucena en los colores blanca y verde, la llamaron así los españoles. De Amáncay echó a mano derecha del camino hacia la gran cordillera de la Sierra Nevada, y entre la cordillera y el camino halló pocos pueblos, y ésos redujo a su Imperio. Llámanse estas naciones Tacmara y Quiñualla…..”. (Comentarios Reales de los Incas. Inca Garcilaso de la Vega. 1609). Y de aquel que el Padre Reynaldo de Lizarraga (1605), escribió: “….Más adelante se sigue el valle nombrado Amancay por unas flores olorosas blancas que en él nacen en abundancia, así llamadas. Este río nunca se vadea; tiene puente de cal y canto….,”. (Descripción breve de toda la tierra del Perú). Más tarde con el mal hablar y entender de los españoles respecto de los topónimos nativos o el mal aprendizaje del castellano por los indios mestizos, acabó llamándose: ABANCAY, a secas. A este amplio valle lo bañan cinco pequeños ríos estacionales que discurren dentro de unas quebradas que se llaman Ñacchero, Ullpuhuayco, Sahuanay-Olivo, Kolkaqui- Condebamba y Marcahuasi y de allí toman sus nombres. Estos bajan desde una montaña nevada que los lugareños llaman muy respetuosamente “Apu” Ampay, que según antiguas memorias y creencias, que el paso del no ha logrado abatirlas, esta y otras montañas nevadas son seres prodigiosos, dotados de conciencia y conocimiento, gracias a que recibían la energía que les llega desde las lejanas estrellas. Al pie de estos poderosos dioses ancestrales coronados de nieves perpetuas, se forman las grandes lagunas y los riachuelos que atravesando los valles interandinos acaban alimentando los caudalosos ríos que corren a sus pies rompiendo la cordillera hasta llegar a los lejanos mares. En sus faldas se formaron y crecieron enormes bosques para albergar la vida de las plantas y los animales. En aquellos tiempos inmemoriales, eran estos dioses primordiales los que producían las lluvias, los rayos, los relámpagos, los truenos, las nevadas, el granizo, los fuertes vientos, los arco iris, pero también las inundaciones, las sequías y los huaycos. 1 Hombre andino. Gente.
  • 5. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 5 Ese “Apu” nuestro no está solo, le acompañan “Apus” menores como el Soccllaccasa, el Ccorahuire y el Quisapata, que vistos desde la distancia y según la estación suelen ser verdes, marrones o azules. Las gentes de estos pueblos afirman sin dudar que estos “Apus” son los dueños de los animales salvajes y de las plantas que nos curan, pero además son los guardianes de la vida en todas sus formas y tamaños. Además este mi gran valle está rodeado por un río llamado Mariño, pero que los hombres de otros tiempos nombraban “Amancay-mayu”, que baja por el lugar donde nace el sol, desde una alta laguna que se llama "Rontoccocha", porque tiene la forma de un huevo; y, de otro muy grande y caudaloso que nos llega desde las lejanas punas de la provincia de los aymaraes, que en tiempos de los incas se le llamaba "Aukapanamayu" que significa el “Río de la hermana rebelde”, pero que ahora lo llaman Pachachaca, porque antes de la llegada de los españoles, las inmediaciones del antiguo puente incaico de pacpas2 y criznejas se llamaba “Pachakchacra” (cien chacras). Este río pone fin al valle, separando hombres, pueblos y costumbres, para finalmente confundir sus aguas en el caudaloso y rugiente río "Apurímac" (El poderoso que habla). De los libros aprendí que mi valle no era el único, tampoco lo era mi río Pachachaca. Pues desde que en la era Cenozoica las placas tectónicas de Cocos, Nazca y la Antártica, levantaron la cordillera de los andes, se definieron en mi departamento tres enorme ríos, uno que se llama río Pampas que tiene su origen en la laguna "Choclococha" que está ubicada entre los distritos de Santa Ana y Pilpichaca de las provincias de Castrovirreyna y Huaytara del departamento de Huancavelica, y que pasando por el departamento de Ayacucho desemboca sus aguas en el río Apurímac. Otro es mi río Pachachaca, que nace en el cerro Chucchurana, con el nombre de río Collpa, y que más adelante con sus aguas más crecidas se llama río Cotaruse hasta confluir con el río Aparaya, desde donde toma el nombre de río Chalhuanca, hasta unirse en el paraje llamado 2 Sogas de cabuya.
  • 6. CIRO V. PALOMINO DONGO 6 Sutcunga con el río Antabamba que arribando por su margen derecha lo bautiza con el nombre de río Pachachaca, denominación que conserva hasta que hunde sus aguas en el río Apurímac. El gran río Apurímac que naciendo en el Nevado Mismi de la cordillera de los andes que atraviesa las regiones de Arequipa y Cusco, recorre los departamentos de Cusco, Apurímac y Ayacucho, para después de mesclar sus aguas con el rio Mantaro que viene desde el departamento de Junín pasa a llamarse río Ene y este nuevo torrente luego de juntarse con el río Perené forman el río Tambo y luego éste al unir su caudal con las aguas del río Urubamba dan lugar al nacimiento del río Ucayali, que sumando su corriente al río Marañón que nace en el departamento de Huánuco, forman el gran río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo. De este poderoso río Apurímac el Inca Garcilaso de la Vega, decía: “Es el mayor río que hay en el Perú; los indios le llaman Apurímac; quiere decir: el principal, o el capitán que habla, que el nombre apu tiene ambas significaciones, que comprende los principales de la paz y los de la guerra. También le dan otro nombre, por ensalzarle más, que es Cápac Mayu: mayu quiere decir río; Cápac es renombre que daban a sus Reyes; diéronselo a este río por decir que era el príncipe de todos los ríos del mundo”. (Comentarios Reales de los Incas) De este salvaje río, el erudito peruano José de la Riva Agüero, en su centenaria obra: “Paisajes Peruanos”, nos dice: “La cuesta es empinadísima, entre rocas y achaparradas malezas. A medida que avanzamos, se espesa el aire, aumenta el bochorno, y descubrimos lajas enhiestas, lisas como murallas, que se abren hendidas por un tajo soberbio. Diríase que descendemos a la cripta de un rey sobrehumano. Aún no oímos la corriente. De pronto, en una revuelta del camino, un fragor indecible nos asorda; y entre obscuros y desmesurados bastiones, graníticos y calcáreos, relumbra el Apurímac, a modo de una grande espada curva. A veces el clamor remeda el rugir de una fiera herida; otras, repercutiendo en las quiebras peñascosas, imita el redoblar de los tambores o el rodar incesante de innumerables máquinas de guerra. En este momento acuden a mi memoria versos de Manuel Adolfo García, que leí en mi niñez. Dicen: ……..las juguetonas sirenas del Apurímac. ¡Cómo ignoraron y falsearon nuestros románticos la verdadera fisonomía del paisaje peruano! Este foso de piedra profundísimo, en el que hierve el caudal espumante de las aguas, a nadie puede ofrecerle imágenes de juego y de blandura: es un cuadro de salvaje belleza, de exaltación siniestra, suscitador de un sombrío frenesí.” Los antiguos moradores de esta región debieron construir un sinnúmero de puentes colgantes para pasar ellos, sus animales y el fruto de sus cosechas sobre las torrentosas aguas de los ríos Apurímac, Pachachaca y Pampas y para ello tuvieron que fabricar una infinidad de cuerdas y maromas a base de cabuya y paja, que en su idioma nativo se llama “q'eswa” o soga torcida, y por extensión a los torcedores de estas sogas les llamaron: “q'eswas”, y de allí nos nació el gentilicio de los “Quechuas”, que fue el pueblo originario sobre el que se fundó y construyó el imperio de los incas, y la lengua de los “quechuas”, que poblaron los valles y las punas ubicadas entre el río Apurímac y el río Pampas, pasó a ser el idioma oficial del Tahuantinsuyo.
  • 7. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 7 De otros libros aprendí que la historia de este país nunca dejará de parecerse a una fábula, porque las crónicas de aquellos tiempos dicen que Francisco Pizarro junto a más o menos 180 españoles y 39 caballos, también españoles, conquistaron el imperio del Tahuantinsuyo que tenía 12 millones de habitantes, apresaron al Inca Atahualpa, que a pesar de haber pagado mucho oro para que lo dejaran vivo, igual nomás lo mataron el día 26 de julio de 1533 en la Plaza de Cajamarca, acusado de asesinar a su hermano Huáscar. A los que llegaron después para asegurar la conquista y ser parte de la administración colonial, les encomendaron las tierras y las almas de los indígenas, para que con sus cuerpos hicieran lo que les viniera en gana. Más tarde, cuando el rey de España vio que era muy grande el poder y el territorio que había otorgado a esos adelantados, y que en sus lucha intestinas por el poder de estas tierras podían hacerle perder aquella enorme y remota ganancia real, les hizo la guerra, los venció y los sometió a su soberanía, creando el 20 de noviembre de 1542 el virreinato del Perú en reemplazo de las gobernaciones entregadas a Pizarro y Almagro. Más adelante en 1569 envió a Francisco de Toledo, el quinto de sus virreyes, para reducir a los indígenas en pequeños poblados establecidos al modo de la traza romana: Plaza Mayor rodeada de manzanas y calles que albergaban varias parcelas con puertas a la calle. Allí, en esos vecindarios debían vivir, bajo pena de muerte y despojo de sus chacras y animales, todos los habitantes de los ayllus ubicados a una legua (5 o 6 kilómetros) a la redonda. Aunque estos pueblos no funcionaron plenamente, la verdad fue que los fundaron para saber con cuánta mano de obra contaban, y a cuántos debían cobrarles los impuestos y convertirlos a la fe de su dios, para que así pudieran salvar sus almas de los demonios que habitaban en los “Apus”, las huacas, las lagunas, los ríos, las plantas, los animales, el mar océano, y también para librarlos de los malos pensamientos que anidaban en sus salvajes adentros. Así fundaron mi tierra, mi cuna, mi pacarina3 . Lo hizo un Licenciado en Derecho llamado Nicolás Ruiz de Estrada, nacido en Lima y regidor vitalicio de esa ciudad, nieto de Bartolomé Ruiz de Andrade, piloto experto de Cristóbal Colón y uno de los trece de la Isla del Gallo, y fue entonces 3 Lugar de origen.
  • 8. CIRO V. PALOMINO DONGO 8 que mi pueblo fue fundado el día 18 de enero del año 1572, el mismo día en que Francisco Pizarro fundó en 1535 la “Ciudad de los Reyes”, (hoy Lima) que después fue la capital de virreinato del Perú, y en su honor la llamó “Villa de los Reyes”, y como además los indígenas de este valle adoraban a “Illapa” el dios nativo del rayo, lo llamó Santiago que era el apóstol que cabalgaba sobre los cielos de España anunciando las tormentas, y para que se supiera donde quedaba esta fundación le agregó: ABANCAY. Así como a mí VILLA DE LOS REYES DE SANTIAGO DE ABANCAY, a pesar de las penurias y riesgos que en esos tiempos significaba un viaje al nuevo mundo, siguieron llegando durante los siglos XVI, XVII y XVIII, a cientos de hermosos y productivos valles interandinos apurimeños, como Cachora, Curahuasi, Huanipaca, Huancarama, Andahuaylas, Chincheros, etc., etc., miles de familias españolas salidas de los campos de Andalucía, Extremadura, Castilla, León, Asturias, Galicia y de otras regiones y países más, como los vascos, portugueses, genoveses, alemanes, griegos, flamencos, y otros tantos que no declararon su identidad y procedencia, trayendo consigo sus conocimientos, sus lenguas, sus dioses, sus creencias, sus temores, sus supersticiones, sus vestimentas, sus comidas, su medicina, sus herramientas, sus vacas, caballos, burros, ovejas, cabras, cerdos, abejas, cepas de vid, higueras, naranjos, limoneros, manzanos, peros, duraznos, ciruelos, cerezas, caña de azúcar, trigo, cebada, anís y otras semillas, así como sus males y sus esperanzas. Una parte de estos recién llegados eran parientes de los que ya moraban en estas tierras, pero la mayoría vinieron animados por las buenas noticias que llevaron a España los pocos que se hicieron ricos con el oro y la plata del abatido imperio incaico. Todos llegaron al nuevo mundo con el deseo de enriquecerse, mejorar su condición social o tener una mejor vida en tierras peruanas. La mayoría de estos inmigrantes se asentaron exitosamente en los pueblos fundados a la traza romana en tiempos de la reducción de los indios ordenada por el virrey Francisco de Toledo, o en aquellos que del mismo modo fundaron los nuevos allegados, y si prosperaron fue gracias a que contaron con la servidumbre gratuita de miles de indígenas. A la usanza europea en cada pueblo no faltó el panadero, el herrero, el molinero, el carpintero, el arriero que también se encargaba del servicio postal, el talabartero, el sastre y las costureras, el tendero, el preceptor, el yesero, el albañil, la iglesia, el cura, el sacristán, el corregidor y la soldadesca. Más tarde se sumaron los agricultores, pastores, constructores, alfareros y tejedores nativos y las chicheras. En los pueblos más importantes se construyó el local del cabildo (ayuntamiento o consejo), el mercado de abastos y las posadas o tambos. Tampoco faltaron los curanderos y las comadronas de ambas culturas. Con el correr de las centurias estos pioneros, con o sin matrimonio, fueron más o menos mezclándose con los nativos y variando sus comidas con las carnes y vegetales de estas tierras. Más adelante al cabo de dos o tres generaciones modificaron sus propias costumbres en función de los inmemoriales modos de explotación agrícola y ganadera de estas tierras y praderas. Al final acabaron amamantándose en quechua, curándose con las hierbas y pócimas de los nativos, y no pocas veces, sino adorando, por lo menos temiendo las fuerzas, que aun en nuestros días, representan los “Apus” y las demás potencias naturales y sobrenaturales que aún perviven en las profundidades del inconsciente colectivo andino.
  • 9. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 9 Así, poco a poco, fueron amoldando su rusticidad europea a las nuevas exigencias de estas altas montañas, aun cuando no habían alterado significativamente el color de su piel, y por eso mismo, desde entonces y hasta ahora, no falta ni faltará quienes reclamarán su herencia española, que en muchos casos sus mismos apellidos, paternos o maternos lo declaran fuerte y claro: Hernández, López, Luna, Soto, Pérez, Garay, Segovia, Camacho, Palomino, etc., etc., y con los cuales se identifican solemnemente, pues el apellido es una de las señas de identidad más grande que tenemos todos los hombres. He conocido muchos de estos pueblos sumergidos en estos andes y olvidados desde los tiempos de la administración colonial, pasando por la republicana, donde la gente todavía es blanca, de pelo claro y ojos azules, verdes o grises, pero con su toquecito andino, pues como dijera Ricardo Palma: “El que no tiene de inga, tiene de mandinga”. Formidables quechua hablantes, pero sin dejar de hablar el castellano que es el idioma en que se alfabetizan. Amantes de los huaynos que expresan todas sus alegrías y sus tristezas, y que lo interpretan con guitarras, mandolinas, charangos y arpas europeas, pero también con quenas, cascabeles y tambores nativos. Conozco sus bellas mujeres y sus hermosos vástagos. Contrario a todo esto que pasaba en los valles interandinos, en las punas, estos inmigrantes fundaron extensas estancias para la crianza de vacas, ovejas, caballos, llamas y alpacas, y en la soledad de aquellos fríos parajes fueron mezclándose más y más con los nativos hasta hacerse prietos y más rústicos aun. Como dicen sus parientes de los valles, se “aindiaron”, pero no por eso renunciaron a su origen transoceánico, ni aun cuando habían asumido apellidos quechuas que les llegaban de las deidades locales o como ellos querían llamarse en esas altiplanicies. Así tenemos a los Orcco, que salieron de las profundidades de los cerros o que bajaron de sus alturas; a los Huamán que son los hijos de las águilas; a los Condori, que descienden de los poderosos cóndores; los Ccollque, que son los tenedores de la plata; etc. Magníficos apellidos que todo buen cholo citadino debía pronunciarlo y darlo a conocer con orgullo, pero sin embargo, vergüenza ajena, los esconden, abreviando sus apellidos, así tenemos: un tal Wilberth C. (C. de Condori) Saavedra o un Richard Miranda H. (H. de Huamán) o simplemente Richard Miranda, como si no lo hubiera parido alguien. Esa fue la “sopa” donde nos cocinamos los cholos de todas partes. Los runas de los ayllus4 originarios que todavía son muchos, es decir los descendientes de los que hace más de 20 mil años cruzaron el estrecho de Bering y que poco a poco hace 12 mil años llegaron y se instalaron en esta parte de los andes, siguen siendo sometidos a la ideología dominante que divide al Perú y a la América entera en blancos e indios, buenos y malos, virtuosos y viciosos, hombres y "bestias", para justificar la violencia ejercida sobre el nativo andino y la pérdida de su libertad, para seguir tratándolos como objetos sin derechos, sin dignidad, sin tradición y sin cultura. Llegada la soñada república, en medio de este caos, plagado de discriminación y exclusiones centenarias y la extrema pobreza, muchos se vieron obligados a migrar a las grandes ciudades de la costa, para ser la servidumbre barata de las casas, fábricas y los negocios de los blancos y ricos, y resignarse, junto a toda clase de mestizos, a poblar las barriadas carentes de todo. Los que se quedaron, ellos que fueron el barro con que se creó el Perú y los peruanos, siguen siendo los condenados de esta tierra. Después de la segunda mitad del siglo XX, yo crecí en un pueblo de estos, pero que al tiempo de fundarse era un pueblo principal, corregimiento de indios y cabecera de Curato y hasta tenía un Convento dedicado a “Nuestra Señora de la O”5 que en 1575 fundó la Orden de los 4 Familia o grupos de familias unidas por vínculos de sangre que controlan un territorio común. 5 Virgen de la Esperanza, Virgen encinta, Virgen de la Divina Enfermera, Virgen de la Dulce Espera o Virgen de la O
  • 10. CIRO V. PALOMINO DONGO 10 Agustinos, y sigue siendo importante como lo es ahora: ciudad capital del departamento de Apurímac, y fue porque estaba cercada de extensas e importantes haciendas cañaveleras que se llamaban San Miguel de Pachachaca, San Gabriel de Ninamarca, Patibamba e Illanya con sus anexos Maucacalle y Sahuanay, donde se fabricaba el mejor azúcar de todas las Américas, con la fuerza, el sudor, las lágrimas y la vida de la servidumbre indígena y la maldición de negros esclavos, y que en su momento fueron una muy importante fuente de ingresos para la corona española y la república temprana. Sobre estas haciendas Juan Bustamante en su obra: “Apuntes Observaciones Civiles, Políticas y Religiosas con Noticias adquiridas en este segundo viaje a la Europa”, hacia 1849, escribió: "Salvado ya ese tan tremendo paso es preciso atravesar algunos cañaverales, entrando luego en una cuesta con cuatro leguas de descenso hasta llegar al pueblo de Abancay donde se ven otros muchos cañaverales é ingenios de un azúcar muy estimado por su consistencia y su blancura. Es pueblo bastante crecido; el vecindario muestra en su traje y en sus modales que goza de un bien estar general, y que no desconoce las leyes de la civilización, debida sin duda ninguna á varios de los principales señores argentinos allí avecindados, los, cuales vinieron brindándome con sus casas y su fina amistad. Su comercio de azúcares no está hoy tan en auge como hace algunos años por la baratura en que ha venido á caer ese artículo cuyo beneficio y cultivo cuesta sumas considerables, y no pocas víctimas entre los infelices jornaleros que concurren de diversos puntos buscando trabajo, y que vienen á ganar en el valle de Abancay unas tercianas mortíferas. A esa misma calamidad están sujetos, (y aun acomete con mas fuerza), los que trabajan en las haciendas inmediatas al río Pachachaca donde se ve un hermoso puente cuyo anchor se estiende unas nueve varas, y sin mas que un arco ú ojo de extraordinaria magnitud." No quiero hablar de mi linaje, estirpe o casta, porque es como la de cualquier otro paisano, aunque algunos quieran darle a este hecho una superlativa importancia, seguramente para sentirse mejor de lo que están consigo mismos y/o con los demás. Sobre este punto mi abuela materna que sabía lo que todas las viejas cansadas de trabajar, parir, lavar, coser y cocinar decía, cuando algún paisano se le aparecía con ínfulas de ser descendiente de nobles españoles o poderosos hacendados: “En este pueblo solo existen cuatro raleas: la de las panaderas, de las costureras, de las placeras y de las chicheras. El resto son chacareros, pastores, artesanos, comerciantes, peones, abigeos, contrabandistas de alcohol, y los otros son los empleados, aparceros, mejoreros, huacchilleros, yanaconas y huasipungos de las haciendas”. Como en los lejanos tiempos fundacionales, los hombres y mujeres que vivían bajo un mismo techo y compartían el mismo lecho, tenían la obligación de soportar la carga de los hijos que les llegaba, supuestamente “con su pan bajo el brazo”. El sexo de los hijos no era importante, lo sustancial era la tarea de criarlos como mejor se pudiera, contando por supuesto con la infinita misericordia de Dios Todopoderoso, de modo que no era importante haber nacido hembra o macho.
  • 11. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 11 Tus progenitores tenían la sabiduría ancestral de formarte como uno o como otro, para que seas un hombre o una mujer de bien sobre esta tierra y una bendición para la familia. Cuando eras niño o niña tenías todo el derecho a ser el niño o la niña que querías o te tocaba ser, pero nunca más allá de lo que para tus padres y abuelos por generaciones significaba lo que era ser niño o niña, de modo que no podías ser un berrinchudo(a), un mandón(a), un abusador(a) o un autoritario(a). Para evitar eso, además de las tareas escolares, todos teníamos nuestros quehaceres personales y domésticos: lavarnos, peinarnos, vestirnos, hacer la cama, lustrar nuestros zapatos, arreglar la mesa, barrer la casa, hacer los mandados, etc., etc., de ese modo buscaban que desde muy temprano nos hiciéramos cargo de nosotros mismos, pero también ser solidarios con los demás. Y así, en todo momento y de muchos modos te estaban diciendo que tú habías nacido para vivir tu propia vida, incluso te hablaban de que todos habíamos nacido con un “yo propio”, que eras tú mismo y con quién en esta vida estarías para siempre. En otras palabras, te enseñaban, sino a conocerte, por lo menos a explorar tu personalidad. Si eras varón tenías que serlo y para eso tus padres y las otras gentes que habitaban el pueblo tenían la costumbre de tratarte como tal, hasta hacerte sentir orgulloso de tu género, porque no se cansaban de repetirte de varios modos que estabas hecho para el trabajo, la disciplina, el entendimiento, la dureza y el coraje. Lo mismo pasaba con las niñas, aunque los modos de convertirlas en mujeres, eran más discretos y hasta secretos. Bajo esa sabiduría jamás fuimos o nos sentimos el “tesorito” preciado de papá y de mamá, menos sus mascotas o sus regalitos de Dios, porque intuitivamente conocían que sobreproteger a los críos los hacía emocionalmente débiles y por tanto poco creativos. Esa voluntad social, no quería decir que estuviéramos sometidos a una segregación por sexos como un mecanismo de discriminación social, no. Había un gran lugar común donde nos reuníamos todos: la necesidad de ser juntos, todo lo niño o niña que pudiéramos ser antes de llegar a la adolescencia, y juntos gozar de los maravillosos y libres juegos que se alojaban en nuestras mentes y que espontáneamente salían hacia afuera cuando nos juntábamos con otros niños, y era entonces cuando todos por igual éramos los protagonistas de nuestras propias creaciones. No recuerdo que haya tenido necesidad de aprender las reglas de los juegos de mi infancia o que me las hayan enseñado. Rememoro que todos sin excepción, desde los más tiernos hasta los más crecidos, sin ninguna distinción y hasta con mucho cariño, teníamos nuestro lugar dentro de los mismos, especialmente los que consistían en correr, saltar, gritar, cantar, girar, esconderse, adivinar, etc. Ya al final de la niñez, alejados de la calle donde estaba nuestra casa, cada quien, anduvo metido en los juegos peligrosos que solo eran para los más valientes y avisados, pero también en otras andanzas que tenían que ver con el campo, los ríos y algunas temerarias incursiones y muchas largas y aventureras excursiones. [Las calles] Como mi ciudad está asentada en el gran valle que forma las faldas de una gran montaña que sube entre florecidos bosques hasta llegar a una puna plagada de ichu6 , y sigue subiendo hasta coronar un nevado a más de 5,200 metros de altura sobre el nivel del mar, sus calles suben o bajan de norte a sur en una pendiente que tiene una inclinación de 25 hasta a 35 grados, y las cruzan otras calles que vienen del naciente hasta el poniente y viceversa. 6 El ichu, paja brava o paja ichu (Stipa ichu) es un pasto del altiplano andino sudamericano, México y Guatemala empleado como forraje para el ganado, principalmente de camélidos sudamericanos. Es endémica de Guatemala, México, Costa Rica, El Salvador, Venezuela, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina.
  • 12. CIRO V. PALOMINO DONGO 12 En los tiempos de mi niñez me parecían largas y pesadas, sobre todo cuando había que subirlas para cumplir una obligación, como comprar o dejar un mensaje, pero nunca cuando se trataba de jugar, porque las calles eran nuestro lugar de ser y estar y así en todo el pueblo cada quien lo era en la calle de su casa. No porque nuestras viviendas fueran pequeñas o estuvieran tugurizadas, sino porque la calle era el patio común de una bandada de niños que llegaban o se iban, pero nunca estaban desiertas, especialmente durante las vacaciones o después de las tareas escolares y la cena, hasta que desde dentro de nuestras casas nos llamaran para dormir o nos retiráramos voluntariamente, y así su bullicio se iba lentamente apagando, hasta que no quedaran más que los perros callejeros, los borrachos y los fantasmas. La mía tenía su calzada empedrada por donde de vez en cuando pasaba uno de los pocos carros que recorrían el pueblo haciendo un ruido poco familiar a nuestros oidos, y en un nivel más alto un par de empedradas aceras a cada lado, por donde podían cruzarse saludándose dos personas adultas y hasta cuatro niños abrazados. Un poco más arriba de estas, las puertas de nuestras casas. Yo en ese empedrado que le crecían algunos estropeados pastos y yerbas, podía distinguir varias siluetas en una, dos y hasta tres piedras. De ese modo podía visualizar un mapa del Perú, un sapo, un pez, un caballo, una olla, una cutana,7 pero la que más me gustaba era mi descubrimiento de la cara de perfil de un viejo que tenía barba, una oreja, una nariz, un ojo y una larga y descuidada cabellera que yo lo distinguía desde cualquier lugar. Por supuesto que ninguno de los pikis8 a los que les mostré, pudieron verlo. Eso jamás me importó porque esas figuras mías, no se dejaban ver por cualquiera, y menos por unos simples mostrencos. Cuando llovía de verdad, mi calle era un río capaz de llevarse a los más joritos, entonces sí que nos ponían a buen recaudo. Pero los rapaces que estaban al borde de la adolescencia, saltaban sobre esas torrenteras llenos de alegría y empujándose entre sí, con el vivo deseo de derribar a más de uno, para que las aguas los arrastraran hasta donde pudieran, y cuando después de mucho trabajo se ponían de pie, corrían a por su venganza. Todos los espectadores nos divertíamos con ese húmedo combate. Por esa calle venían desde las cabañas que están en los altos bosques del Ampay, penosos caballos cargados de leña y ágiles mujeres con abultadas llicllas9 en las que traían para la venta leche de vaca en botellas de vidrio tapados con un pedazo de coronta, frutas de la estación, alfalfa para los cuyes que moraban en los huecos de los fogones de nuestras casas, maíz para las gallinas y para los chanchos que habitaban en el fondo de los patios, quesos frescos caseros que llamábamos “quesillos”, indispensables para los chupes, hierbas aromáticas para las comidas y medicinales para los mates, y algunas veces carne de res o de cordero y hasta una gallina viva. Encima de toda esa pesada carga, un bebé en sus brazos y el último de sus caminantes, a su lado. Me conocía de memoria los tres gruesos postes de eucalipto que le daban luz a las inmediaciones de la calle donde estaba mi casa. El del frente, el de abajo y el de arriba. Su exigua luz amarillenta, que desde sus alturas lanzaba un opaco halo de no más de tres metros de diámetro, que hacían que la calle se iluminará más o menos como para ver, nos permitían que siguiéramos viendo el fantástico brillo de las estrellas, especialmente las que llamábamos “Las tres Marías” y la "Cruz del Sur", aunque en esa inmensidad plagada de millones de titilantes luceros, algunos veían, como los hacía yo, sus propias constelaciones. “Entre esa y esa y esa y esa y esas otras estrellas más, hay una oveja”, te lo mostraban señalando con su dedo índice y tú sin haber visto nada de nada, de mala gana le decías: “aja”. 7 Mortero, moledor. Todo instrumento que sirve para moler o triturar. 8 Niños muy tiernos. 9 Lliclla es una manta tejida que llevan las mujeres en los Andes peruanos con múltiples usos. Suele ser muy colorida con motivos, patrones, tamaños y colores que varían de acuerdo a la región, etnia o nación del artesano.
  • 13. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 13 Eso a nadie más le interesaba, lo que podías ver o lo que dejabas de ver, era asunto tuyo, lo que importaba era que en las noches estrelladas no llovía y podíamos jugar a nuestras anchas a pesar del penetrante frío que muchas veces abreviaba nuestra presencia en la calle. Cuando la luna llena salía seguía brillando con todo su esplendor, pues poco le interesaba la pequeña luz artificial que mezquinamente enviaban al suelo nuestros postes de alumbrado público, y conmovidos por su generosa luminosidad hasta le cantábamos gritando: "¡Luna lunera, cascabelera / dile a mi amorcito por dios que me quiera / dile que me muero que tenga compasión / dile que se apiade de mi corazón….!” imitando a algunos enamorados cantores de la radio. Recuerdo que bajo el poste de la esquina de mi casa, todas las noches hacía su infaltable vigilancia un Guardia Civil, vestido con un grueso capote para librarse del frío, un gorro que le cubría la cabeza, una gruesa chalina blanca alrededor de su cuello, unas botas con polainas y una luminosa linterna. No estaba allí porque abundasen ladrones u otros malhechores, sino porque era su deber. Otro tanto hacían los estudiantes pobres para estudiar, porque no tenían luz eléctrica en sus viviendas, o en las casas donde se alojaban por ser de otros pueblos. A esos tenues faroles acudían toda clase de mariposas nocturnas que a pesar de tener modestos colores marrones, pajizos, castaños, grises y hasta negros, cuando de muertas las veíamos a la luz del día eran verdaderamente curiosas, porque nos parecían que seguramente para volar de noche necesitaban abrigarse con casacas, otras con pantalones, otras con las dos prendas. Algunas tenían una parte de sus alas transparentes que nos hacían pensar que mientras volaban miraban para atrás a través de esos espacios claros. Otras tenían dibujados sobre sus alas dos y hasta cuatro ojos, y las demás nos mostraban bellos diseños geométricos que representaban a calaveras, águilas, arañas y otras raras formas y siluetas. La aparición más espectacular de ellas, era cuando se aparecían con su especial y susurrante vuelo los gigantescos "taparacos",10 que yo los veía como si fueran murciélagos, porque había unos de más de 20 centímetros de envergadura, para que con los atrevidos golpes de su feroz ataque tratar de apagar el pequeño foco, y algunas veces hasta lo lograban, no porque los quebraran, sino porque los aflojaban. En no pocas ocasiones para espantarlos los muchachos les tiraban piedras y lejos de intimidarlas lograban reventar el foco, y era entonces cuando esa parte de la calle se quedaba sin luz hasta por una semana. Algún tiempo atrás a esas mis calles les hice esta pequeña nota: LAS CALLES La calle que sube y la que baja. La que llega con el sol, la que se pierde en el poniente. Las calles de todas partes, donde se afanan las gentes. Las calles de todas las puertas, 10 Mariposa nocturna gigante.
  • 14. CIRO V. PALOMINO DONGO 14 de las cerradas y las abiertas. Las calles donde vive cada quien. La calle de la panadería, la calle de la iglesia, la calle de la tienda, la calle del cinema, la calle de aquel parque, la calle del mercado, la calle de aquella niña donde se paraban todos mis pasos. Por esas calles se fue mi infancia, como yo también me estoy yendo, inclusive sonriendo, casi feliz, como ésta que voy paseando, la del hospital donde nací. Sí, por esta misma calle que acaba en el cementerio. [“La pesca”] Como si se trataran de fogatas en mitad de la campiña o de salvadores faros, estás callejeras luces alumbraban nuestros juegos nocturnos, que unas veces eran agitados como “la pesca” que consistía en formar dos equipos bastante equilibrados en edades, tamaños y sexos, que previo sorteo con una piedra plana que tenía dos lados, la "seca" y la "mojada", que primeramente era humedecida con saliva. Y como las monedas que deben echarse al aire para tentar a la suerte, se preguntaba: “¿Seco o mojado?”, entonces el lado que quedaba arriba, ganaba. Los que perdían debían “pescar” o mejor dicho perseguir y "chapar”11 o “matar”. Luego se fijaban varios puntos de resguardo o “cuevas”. En mi calle era la línea de los tres postes del frente, y en el lado opuesto la puerta de la carpintería del maestro Calixto Zevallos que por las tarde se iba a su casa de Tamburco, donde solo uno de los perseguidos podía descansar de ser “muerto”, pero si llegaba otro la debía abandonar, pero si los dos tocaban al mismo tiempo la “cueva” donde no podían matarte, automáticamente el que estaba descansando debía salir corriendo a la llegada del último, sino quedaba “muerto” y por tanto fuera de juego. Cuando en esa carrera de cueva en cueva pescaban a un perseguido se le gritaba: “¡muerto!”, y ahí, en ese mismo lugar, debía esperar a un partidario que saliendo de una de las cuevas, corriera a tocarle la mano al “muerto”, que para nada debía moverse salvo estirar la mano, para que le devuelvan la vida gritando: “¡Salvado”!, y el juego continuaba para él. Esa parte del juego terminaba cuando todos los miembros de ese equipo quedaban muertos. Era entonces cuando los perseguidos pasaban a ser los perseguidores. Ese juego finalizaba sólo cuando salía alguien de tu casa para decirte que tenías que acostarte, sino esta “pesca” podía durar toda la noche. En este juego se admitían a los “nonis” que eran los más pequeñitos que a pesar de ser “muertos” tenían el privilegio de seguir con “vida”, incluso cuando los equipos se cambiaban seguían “vivos”. Se hacía esto porque no podían comprender que si eran muertos debían quedarse quietos en el lugar donde los habían matado, por eso los joritos seguían corriendo a cualquier lugar y casi siempre gritando llenos de júbilo. 11 Atrapar.
  • 15. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 15 [Los juegos con pelota] Cuando había una bola y alguien traía el mango de una escoba se formaban dos equipos para jugar una especie de béisbol que llamábamos “Bata”, probablemente su nombre provenía del palo que en ese juego llaman bate. Se señalaba tres o cuatro “casas”. El juego tenía un bateador, un lanzador de la pelota y un corredor que era el mismo que acabando de batear se dirigía corriendo a la primera “casa”, pero si en esa carrera era alcanzado por la pelota que los oponentes lanzaban contra su cuerpo era expulsado del juego, porque estaba “muerto”, pero si llegaba a la primera y con mucha suerte a la segunda “casa”, podía esperar a que la pelota siga en juego, porque otro de sus compañeros iba a batear, para así lograr alcanzar la otra “casa”, pero esta vez había la posibilidad de matar a alguien más, porque ya eran dos los que estaban en carrera y a veces tres y hasta cuatro jugadores. Cuando uno de los jugadores lograba dar la vuelta entera sin parar, ganaba “una vida” y uno de sus compañeros “muertos” podía reintegrarse al juego. La partida podía perderse súbitamente si la bola bateada era “chapada”12 en el aire por un jugador del equipo contrario, entonces era cuando los roles se invertían. No sé por qué, pero este juego les encantaba de manera muy especial a las mujeres. Con la misma pelota y el mismo entusiasmo jugábamos a la “matagente”, que consistía en formar dos equipos de dos, tres o cuatro jugadores, luego de sortearlo al “yanquempó” que en otros sitios llaman: “piedra, papel y tijeras”. Los perdedores divididos en dos se llamaban los “matadores” y se situaban, unos de otros, a más o menos diez metros de distancia, mientras que los ganadores quedaban al centro, y comenzaban a correr de un lado a otro de modo que la bola no los alcanzara, mientras los otros afinaban la puntería para pegarle a uno de los que estaban en el centro. Si uno de ellos era alcanzado por la pelota, los “matadores” y el público que estaba esperando ansiosamente su turno de jugar, gritaban: “¡muerto!”, y este debía dejar de jugar y así hasta morir todos, entonces los “matadores” pasaban a ser los matados, pero si uno del centro lograba coger la bola en el aire, gritaba: “¡Vida!” entonces podía ingresar uno de sus compañeros “muertos” o ahorrar una vida para cuando más tarde uno de ellos resultara "muerto". Este alocado y sudoroso juego acababa cuando nuestras madres nos llamaban para irnos a dormir y cerrar la puerta. Otro juego con bola era marcar un círculo y colocar una piedra al centro, luego a cierta distancia que podía ser unos 10 o más metros, los jugadores formaban una fila, el primero pasaba la bola por encima de su cabeza al siguiente de la fila y salía corriendo para dar la vuelta al círculo, cuando llegaba tocaba al que tenía la bola y se iba al final de la fila. El que tenía la bola se la pasaba al siguiente, pero esta vez de un modo diferente, por ejemplo entre las piernas y salía corriendo para dar su vuelta al círculo, tocar al compañero de la bola y formarse al final de la fila. El que tenía la pelota debía inventar un nuevo modo de pasar la bola al que estaba a sus espaldas, por ejemplo por el costado derecho, y así se formaba un orden, que debía repetirse tal cual, el mismo que podía ser: 1) Por encima de la cabeza; 2) Por entre las piernas; 3) Por el costado izquierdo; 4) Por el costado derecho; 5) De frente; 6) Poniéndola en el suelo, etc. Y la carrera continuaba hasta que alguno de los jugadores pasaba por el costado derecho cuando le tocaba pasar por encima de la cabeza, entonces era expulsado del juego y así se iban separando a todos los despistados hasta que quedara uno solo: ¡EL GANADOR! Con este juego además de sudar como un caballo, podías entrenar la memoria. 12 Atrapada.
  • 16. CIRO V. PALOMINO DONGO 16 [La gallinita ciega] También con la ayuda de las mujeres y para divertir a los más joritos, se jugaba a “la gallinita ciega”, que consistía en cubrir los ojos con un pañuelo a uno de los jugadores, luego alguien que hacía de Juez, le daba unas tres vueltas para que se mareara. Después el resto de los jugadores moviéndose dentro de un área previamente delimitada y controlada por el Juez, lo rodeaban llamándolo de todos lados por su nombre para despistarlo. Cuando finalmente el niño o la niña que hacía de “la gallinita ciega”, lograba atrapar a uno de los jugadores, todos gritaban llenos de emoción y alegría. Entonces el “chapado”, pasaba a ser la nueva "gallinita ciega". [Pan se quemó] También jugábamos al “¡Pan se quemó!”. Cuando todos los jugadores acababan de hacer un ruedo, uno de ellos que generalmente era el mayor de todos o el más vivo, con un juego de palabras comenzaba a contar a cada uno de los jugadores señalándolos con el dedo índice a la par que les asignaba una sílaba de esta cantinela: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/mi-abue-lita-se-abom- bó/en-los-cal-zon-ci-llos-de-mi-abue-lito/chiss-¡POP!/”. Al jugador que le tocaba el “¡POP!”, era el escogido. Este debía esconder un pedazo de soga o una correa, mientras tanto todos debían estar de espaldas a él y sin mirar sus movimientos, mientras la patota contaba lentamente del 1 al 20. “¡Uno..., dos..., tres..., cuatro...., cinco…!” Cuando por fin llegaban al “¡VEINTE!”, ya el escogido estaba entre ellos, entonces el grupo se dispersaba en distintas direcciones, y a medida que se alejaban buscando el objeto escondido, con señas preguntaban al escogido, que estaba a unos 30 metros de distancia, si estaban en la buena dirección, y él podía contestarles: “¡Frio, frio, frio!” que significaba que estaban lejos del objetivo, en cambio a otros: “¡Tibio, tibio, tibio!”, lo que quería decir que estaban en la buena dirección, pero cuando alguien se acercaba al objeto escondido, gritaba: “¡Caliente, caliente, caliente!”, y era entonces cuando el que encontraba el látigo escondido salía gritando con el azote en la mano: “¡PAN SE QUEMÓ!”, y todos debían correrse de él y ponerse detrás del que guiaba el juego, porque el que había encontrado el látigo tenía el derecho de azotarlos. Esa estampida se producía con un gran griterío, que hacía que alguna gente nerviosa saliera de sus casas para saber qué estaba pasando. Generalmente el que encontraba el látigo azotaba a otro que antes lo había latigado a él. Un día trajeron un poderoso “San Martín”13 de tres puntas y casi de un metro de largo, y nadie quiso jugar, porque ese azote además de doler mucho podía dejar marcas en el cuerpo, y porque al final de cuentas, sólo estábamos jugando. [El gato y el ratón] Otro juego para la gente menuda era el “Gato y el ratón”, que se jugaba en ronda, y previo el clásico: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/…”, se ponía en el centro del ruedo al “ratón”, mientras que el “gato” quedaba por fuera de la ronda. La ronda comenzaba a girar, cantando a voz en cuello: “¡Taláaan uno!, ¡taláaan dos!, ¡taláaan tres!…” y así hasta diez. Entonces paraba la ronda y el “gato” preguntaba al “ratón”: “¿Ratoncito, ratoncito qué haces en mi huerto?” “Comiendo maní” respondía el ratón. “¡Dame un pedacito!”, suplicaba el gato, y el ratón le contestaba: “¡No 13 "San Martin" también conocido como “Chicote” o “Chocolate” hecho a base de cuero que terminaban en tres puntas, que en muchos hogares los padres lo usaban para supuestamente corregir a sus hijos, cuando estos se “pasaban de la raya”, y ¿cuál era esa raya?, no creo que alguna vez alguien la haya sabido, menos el azotador ni el castigado.
  • 17. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 17 quiero!” Entonces el gato amenazaba: “¡Aquí te pesco!”, y cuando el ratón respondía: “¡Aquí no!”, entonces el gato trataba de entrar dentro de la ronda, acción que era impedida por todos los miembros de la rueda, como si se tratara de una buena cerca, mientras que por otro lado aflojaban la ronda para que escape el ratón, y por otra parte la abrían cuando el gato estaba por atraparlo por fuera y la volvían a cerrar para su seguridad. Si al cabo de un momento el gato no lograba atrapar al ratón, el juego se repetía, pero con otros gatos y ratones, porque los joritos quedaban muertos de cansancio y sus corazoncillos muy agitados por la emoción. Si el minino lograba atrapar al ratón era un buen gato, pero sino era un mal cazador. [Que pase el rey] Otro juego para pasar esas noches solo con nuestra imaginación y movimientos, se llamaba: “Que pase el Rey”. Para este juego los niños debían formarse en una fila, y dos niños que generalmente eran los mayores de todos, asumían el rol de líderes, que podían ser varones o mujeres o mixto, eso jamás nos interesó, porque para nosotros todos éramos iguales. Luego que ambos mandamases en secreto se pusieran de acuerdo que uno debía ser un “Durazno” y el otro una “Manzana”, los dos se tomaban de la mano y formaban un arco por donde los demás jugadores debían pasar tomados de la cintura y en una fila que daba vueltas cantando esta canción: “Que pase el rey / que ha de pasar / que el hijo del conde / se ha de quedar/”. Al terminar la frase en la palabra “quedar”, los dos líderes bajaban las manos y atrapaban a uno de los jugadores, para preguntarle: “¿Te gustan las frutas?” el atrapado decía que sí, entonces le preguntaban: “¿Qué fruta te gusta más, el durazno o la manzana?”, y si respondía: “¡La manzana!”, entonces pasaba a formar fila con el guía que había escogido ser esa fruta. Después los líderes escogían en secreto ser un caramelo: “Yo una perita”. “Yo un Monterrico”, y otra vez empezaba la ronda y de nuevo el atrapado debía escoger cuál golosina le gustaba más, para luego pasar a formar fila tras el líder de su preferencia. Y el juego continuaba hasta atrapar al último de la fila. El cabecilla que había reunido más preferencias era el ganador, y con él todo su equipo, porque ahí estaban los que mejores gustos tenían. [La salta soga] Si alguien se aparecía con una soga se jugaba a "la salta soga" que era el juego predilecto de las mujeres. Se hacían varios equipos que generalmente estaban integrados por dos miembros. Las jugadoras entraban y salían cuando la soga estaba en lo alto. El batido podía ser “Frio” (lento), y a la orden de un Juez pasaba a ser “Caliente” (batido moderado) y luego se ordenaba la “Quema” (muy rápido). Si alguna jugadora por impericia o cansancio hacía que el batido de la soga se detuviera con alguna de las partes de su cuerpo, debía abandonar el juego, y así sucesivamente, de manera que la suerte del equipo quedaba en manos de la última, a quien, según se haya convenido previamente, podían batirle 30 o 50 veces en todas las velocidades. Cuando este evento debía producirse todas las jugadoras y el público presente gritaban contando: “Uno, dos, tres, cuatro cinco…..”. Si finalmente superaba ese desafío todo su equipo seguía de saltadoras, pero si no superaba la prueba, pasaban a ser las batidoras de la soga. [Pakanki, pakanki] Otro juego que solo necesitaba de la imaginación que en abundancia revoloteaba dentro de nuestras cabezas, era el “Pakanki” que era un adjetivo de la palabra quechua “Paka” que significa escondite, un lugar secreto o algo oculto, pero para nuestro entender “pakanki” significaba “ocúltalo o hazlo perder”. Todos los jugadores nos sentábamos a la orilla de la vereda y alguien con el mismo juego de palabras: “Ca-de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/….”, escogía a dos jugadores. El
  • 18. CIRO V. PALOMINO DONGO 18 primero sería el encargado de hacer perder un objeto pequeño, podía ser una pepa de durazno, de pacae, un tiro o canica o simplemente una piedrita, y en segundo escogido era el encargado de adivinar qué niño tenía el objeto entre sus manos. El primer escogido escondía el objeto entre las palmas de sus manos, mientras los demás jugadores lo esperaba con las palmas de las manos también juntas como rezando, entonces comenzando del primero de la fila que hacían los sentados en la acera de la calle, introducía sus manos juntas en las palmas que abrían los jugadores, canturriando esta frase en quechua: “Pakanki, pakanki. Allinta mancata tikranqui” (Ocúltalo, ocúltalo y voltea bien la olla), y en una de ellas dejaba el objeto y seguía haciendo el mismo ademán para despistar al adivinador, hasta que daba por terminada su misión. Entonces el segundo escogido tenía que adivinar cuál de todos los jugadores tenía entre sus manos el objeto, diciendo: “Lo tiene el Hugo”, si fallaba, entonces el ocultador decía el nombre del que lo tenía, recogía el objeto y empezaba otra vez el “Pakanki, pakanki…..”. Si el grupo era de hasta 10 jugadores podía seguir adivinando una vez más, pero si los jugadores eran más de 15 tenía hasta tres oportunidades, y si aun así fallaba el juego empezaba otra vez. Para este juego debías de ser algo así como un psicólogo, pues si te tocaba ser el adivinador, primero debías mirar fijamente a las manos de cada uno de los niños y si notabas que alguien las movía, siquiera un poquito con algo de nervios, debías sospechar de él. Luego retornabas mirando fijamente a sus ojos y si notabas en alguno de ellos algo de nerviosismo, un gesto sospechoso o un rubor en el rostro, especialmente en el de las mujeres, eso era indicio que uno de ellos lo tenía, entonces decías: “Lo tiene la América”, sino era ella, entonces era el siguiente. Cuando lograbas adivinar quién tenía el objeto perdido, tú pasabas a ser el que debía esconder el objeto repitiendo la cantaleta del “Pakanki, pakanki…..”, y el “chapado” pasaba a ser el adivinador. [El ángel y el diablo] Otro juego recurrente era el “Ángel y el diablo”, que consistía en escoger dentro del grupo un Juez con otro modo que teníamos para contar: “La-chin/la-chin/chui/des-de/la-puer- ta/san-mi-guel/¡ANGEL!". Luego con la misma cantinela se escogía al Ángel y al Diablo. Después todo el grupo convenía en jugar a los nombres de las frutas, pero también podía jugarse con los nombres de las verduras, los juguetes, las golosinas y otros objetos. Después todos los niños se acercaban al Juez para revelarle su nombre: “Yo soy el plátano”. “Yo quiero ser la mandarina”, Yo voy a ser la naranja” y así, hasta que todos tuvieran un nombre. Luego el ángel se acercaba al juez diciendo: “¡El ángel viene con una bola de oro!” “¿Que desea?” preguntaba el Juez. “¡Una fruta!” “¿Qué fruta?” preguntaba. “¡Un plátano!”. “¡Lucho, sal!” ordenaba el juez y Luis se convertía en ángel y se iba para su lado. A su turno se acercaba el demonio diciendo; “¡El diablo viene con 7 mil cachos¡” “¿Que desea?” preguntaba el Juez. “¡Una fruta!” “¿Qué fruta?” preguntaba. “¡Un mango!” “¡Sonia sal!”, y Sonia se convertía en diablo. Y así continuaba el juego hasta que todas las frutas eran pedidas. Pero si el ángel o el diablo pedían una fruta que no existía perdían el turno, de modo que al final el ángel podía tener cuatro frutas y el diablo seis o viceversa. Después se trazaba una línea en el suelo y el ángel con el diablo se tomaban de las manos y se jalaban mutuamente. Si el ángel le ganaba haciendo que cruzara la línea el diablo, uno de los niños del diablo se convertía en ángel, pero si ganaba el diablo ganaba un diablito más. Si en este forcejeo el ángel y el diablo se cansaban podían pedir la ayuda de uno de sus compañeros. Al final, si todos los niños eran ganados por el ángel, todos se irían al cielo, pero si era el diablo el que había ganado la partida, todos se irían al infierno bailando y cantando.
  • 19. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 19 [Los cantaritos] Otro juego que jugábamos, pero para distraer a los más pequeñitos del grupo, era uno que se llamaba: “Los cantaritos”, que consistía en reunirlos en una fila y llamarlos uno a uno por su nombre, entonces dos de los niños mayores que se les llamaba “los pesadores”, le ordenaba sentarse y cogerse las manos cruzando los dedos por detrás de las rodillas, ambos jueces debían percatarse que lo hicieran muy bien, y que sus bracitos quedaran como las asitas de un cántaro. Luego lo levantaban de las dos “asitas” y lo balanceaban contando: “Uno, dos, tres, cuatro…”, cuando el jorito se soltaba por el cansancio, se registraba su aguante diciéndole: “¡Pesas cinco!”. Luego se llamaba al siguiente niñito y se le “pesaba” igual, y así a todos. El jorito que más había “pesado”, era declarado ganador y se le premiaba con gran pompa y ceremonia, regalándole un caramelo, un pan, una humita o una fruta, que a nadie le faltaba en su casa. [A correr como locos] Cuando no había bola o soga, pero si muchas ganas de jugar, concursábamos a correr alrededor de la manzana que tenía más o menos 300 metros de distancia. Los corredores, hombres entre hombres y mujeres entre mujeres pero contemporáneos, debíamos correr desde el poste de la esquina donde estábamos reunidos todos, pero en direcciones contrarias a la voz de orden del organizador del juego, que simplemente se resumía en: “¡Uno, dos y tres!”, y los competidores salían prácticamente volaban. Ganaba el primero, que dándole la vuelta a la manzana, tocaba el poste de partida, pero no solo lo tocaba sino se abrazaba a él jadeando de puro cansancio. Nadie perdía de buena gana, pues como el público no veía más que dos calles, es decir la de la partida y la de la llegada, el perdedor solía disculpar su derrota alegando: “¡Un perro me ha querido morder!”, “¡Me he tropezado con un borracho!” o “¡Me he caído por culpa de una piedra!”, esto último era muy cierto, porque muchos le echaban a culpa a la misma piedra zafada del rústico empedrado de esa vereda, y eso era muy cierto pues con la velocidad con que se desplazaban y la tenue luz amarillenta del pequeño foco que pendía de un alto poste, no se veía casi nada. [La paca-paca] En esas noches también se jugaba a las escondidas o como nosotros lo llamábamos: la “paca-paca”, que consistía en que todos los jugadores menos uno, que era al que la suerte del “Ca- de-na/ca-de-na/ti-ti-pop/…”, lo había escogido, debían esconderse. Mientras estos buscaban su escondite, el buscador con los ojos mirando al suelo o hasta vendado debía contar hasta diez, veinte o treinta, según lo convenido. Cuando terminaba la cuenta salía a buscar a los escondidos, pero si lo notaban que estaba viendo la acción de los demás, debía repetir la cuenta. Después se afanaba en buscar a los escondidos y si veía a algunos gritaba sus nombres: “¡Ya te vi Maruja, estás detrás de la puerta!”, ¡Ya te vi Coco estás a la vuelta de la esquina!”, etc., entonces los “chapados” (capturados) debían aparecerse del todo. El juego terminaba cuando todos los escondidos habían sido capturados. Si a todos les había gustado la partida, entonces el juego comenzaba de nuevo resultando como el nuevo buscador, el jugador que había sido atrapado primero. No había límite de jugadores. [Ampay chanca la lata] Otra variante de la “paca-paca” era el “Ampay chancalalata”, que consistía en que el buscador debía realizar la cuenta desde un lugar donde estaba el envase de una lata vacía, luego dejando la lata en ese mismo lugar salía a buscar a los escondidos, si atrapaba en su escondite a
  • 20. CIRO V. PALOMINO DONGO 20 alguno, debía correr hasta el lugar donde estaba la lata, tomar esta y chancarla haciendo bulla y gritando: “¡Ampay Maruja, estás detrás de la puerta!”, “¡Ampay Orlando estas a la vuelta de la esquina!” y los atrapados debían salir de su escondite y esperar que alguien los salve. La salvada consistía en que mientras el buscador estaba averiguando donde más estaría algún escondido, alguien que salía de su escondite corría al lugar donde estaba la lata, la tomaba y la chancaba gritando: “¡AMPAY, SALVO A TODOS MIS COMPAÑEROS!” “¡AMPAY, SALVO A TODOS MIS COMPAÑEROS!”, y el juego volvía a empezar y el buscador a repetir de nuevo su rol. Pero si el salvador no lograba su propósito y le ganaba en la carrera el buscador que tomando la lata al tiempo que la chancaba gritaba: “Ampay Carlos”, el juego debía empezar nuevamente, pero esta vez el buscador sería el salvador frustrado. Desde la distancia en que nos sitúa el tiempo, estos juegos parecieran que fueran muy simples y hasta ociosamente repetitivos, pero su magia consistía en que para nosotros eran muy serios, y eran tanto así, que metíamos en ellos todas nuestras emociones: alegrías, cóleras, risas, ambiciones, sobresaltos, temores, etc. [Matan-tiru-tirula] Alguna de esas noches las niñas jugaban al “Matan-tiru-tirula”, que consistía en formar un grupo de 10 o más niñas que tomadas de la mano en una fila tenían una madre, y del otro lado habían dos niñas que eran las empleadoras, entonces una de ellas se ponía frente a la fila saludando con voz cantarina: 1ra. empleadora: “-¡Buenos días su señoría!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!” La madre: “-¿Qué quería su señoría?” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!” 1ra. empleadora: “-¡Yo quería a una de sus hijas!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!” A esta petición salía de la fila una de las niñas adelantando un paso, y la madre preguntaba. La madre: “-¿De qué oficio la pondría?” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!” Si la niña no era de su agrado, la empleadora contestaba. 1ra. empleadora: “-¡La pondría de lavaplatos!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!” La madre: “-¡Ese oficio no me gusta!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!” Y la niña volvía a la fila. Y el juego volvía a repetirse, hasta que una de las empleadoras, tenía delante de ella a una niña de su agrado, y contestaba. 2da. empleadora: -“¡La pondría de profesora!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!” La madre: -“¡Ese oficio si me gusta!” Todas en coro: “-¡Matan-tiru-tirula!” Y la niña pasaba al bando de esta. El juego volvía a repetirse, hasta que los dos bandos quedaban en números pares. Entonces para definir al equipo ganador, se trazaba una línea en el suelo, y las dos empleadoras se tomaban
  • 21. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 21 de las manos, mientras que la niña que le seguía tomaba de la cintura a su empleadora, y a esta la otra, hasta formar una cadena en ambos equipos. A la cuenta de tres comenzaban a tirar con todas sus fuerzas. Ganaba el equipo que hacía pasar la línea al otro o perdía el equipo cuya jefa se había soltado de las manos de la otra líder. Eso se notaba porque todo su bando se caía de espaldas. Si había ganas, el juego continuaba, pero con la condición que no volvieran a armarse los mismos equipos. [La rondas] Cuando el humor de todos no estaba para jugar a correr, saltar o esconderse, se jugaba a las rondas donde se lanzaban al aire antiguas canciones infantiles, quizás venidas de España durante la emigración colonial o las traídas de Europa por los curas y las monjas llegados a estas tierras los primeros años del siglo XX, para dedicarse a la educación y la catequesis. Algunas de estas antiguas rondas, me las hizo recordar mi hermana Ana Aurora Palomino Dongo, porque como educadora de profesión, tuvo que seguir enseñando estas rondas a sus alumnos, de donde resulta que su memoria es más nítida que la mía respecto de esos recuerdos. “TENGO UNA MUÑECA I Tengo una muñeca de vestido azul con zapatos blancos y velo de tul II La llevé a la calle se me constipó, la tengo en la cama con un gran dolor. III Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho: dieciséis. IV Brinca la tablita que ya la brinqué, bríncala tu ahora que ya me cansé. V Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho,
  • 22. CIRO V. PALOMINO DONGO 22 y ocho: dieciséis. (……)" “DONCELLA (En esta ronda se ponía a una niña al centro). I Doncella del prado, que al campo saliste a recoger flores de mayo y abril. II Pues siendo tan bella y no hallas con quien, escoge a tu gusto que hay más de cien. III Escoge a una niña por ser la primera, por ser la más bella de todo el jardín. (Y la aludida escogía a la niña que generalmente era su más querida e íntima amiga. Después la escogida debía a escoger a una niña diferente, y por medio de este mecanismo se conocía, quiénes eran quién, en materia de preferencias y amistades.) “DEL CIELO BAJO UN ÁNGEL (En esta ronda se ponía a una niña al centro) I Del cielo bajo un ángel, que del cielo bajo, con sus alas doradas y en el pico una flor. II De la flor nace una rosa de la rosa un clavel, del clavel una niña, que se llama Isabel. III
  • 23. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 23 ¿Para qué son las flores sino son para ti? ¡Ay! me muero, me muero, ay me muero por ti. (Y con esta última estrofa, la niña del centro de la ronda, escogía a otra para que la sustituya) “CAFÉ CON LECHE (La ronda debía empezar con un número impar de jugadores, especialmente una mujer) I Café con leche me quiero casar con una señorita de Portugal. II Que sepa cantar que sepa bailar que sepa abrir la puerta para jugar. III Con esta si con esta no, con esta señorita ¡me caso yo!” (Cuando terminaba de sonar: “¡Me caso yo!” En ese momento todos buscaban pareja para abrazarse y como el número jugadoras era impar siempre quedaba una sola. Luego una pareja debía salir de luna de miel, mientras tanto el juego continuaba hasta que solo quedara una jugadora solitaria a la que todos gritaban: “¡Soltera!”, “¡Soltera!”, “¡Soltera!”). “QUE LO BAILE (Las niñas formaban una ronda y cantaban señalando el nombre de una de ellas.) La señorita (Ana) estaba en el baile, que lo baile, que lo baile. Y si no lo baila ya la pagará. ¡Salga usted, que la quiero ver bailar!
  • 24. CIRO V. PALOMINO DONGO 24 (Entonces la señorita Ana, debía salir al centro de la ronda y bailar de modo gracioso cualquier ritmo que hiciera reír a todas) “JUGUEMOS EN EL BOSQUE (Antes de empezar la ronda, se seleccionaba a dos niños con el conteo del “Lachin/lachin/chui/des-de/la-puer-ta/san-mi-guel/¡ANGEL!”. Uno hacía de lobo que se ubicaba por fuera de la ronda y otro de oveja que debía estar en el centro de la misma) Juguemos en el bosque mientras el lobo no está. ¿Lobo estás? “Me estoy poniendo mis pantalones” Juguemos en el bosque mientras el lobo no está. ¿Lobo estás? “Me estoy poniendo mi camisa” Juguemos en el bosque mientras el lobo no está. ¿Lobo estás? “Me estoy poniendo mi chaleco” Juguemos en el bosque mientras el lobo no está. ¿Lobo estás? “Me estoy poniendo mis zapatos” Juguemos en el bosque mientras el lobo no está. ¿Lobo estás? “¡SI!, Y YA SALGO PARA COMER MI OVEJA” (Entonces todos los niños estrechaban la ronda para proteger a la oveja. Si el lobo lograba entrar a la ronda, se llevaba la oveja, y si después de algún tiempo no lograba entrar en el cerco, se repetía la ronda con el mismo conteo: “Lachin/lachin/chui/des-de/la-puer-ta/san-mi- guel/¡ANGEL!”)
  • 25. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 25 Y así continuaban muchas otras rondas más, que seguramente ustedes más que yo, recordarán. O simplemente sentados todos, incluidos los gatos y los perros que siempre participaban en esos pasatiempos, alguien recitaba la poesía que se había aprendido de memoria para declamarla en la formación de su escuela, y los que sabían alguna adivinanza o un trabalenguas, las lanzaban al aire con el propósito de enseñárnosla. Nunca olvidaré al rapazuelo que traía el gato de su casa, cuya presencia nos movía a que cantásemos una canción infantil que se transmitía en la radio municipal, que decía así: “En el arca de Noé / todos cantan yo también / Quieren oír el gato dice así:” y en seguida el gato maullaba para la alegría, admiración y risas de todos. Y no era que el gato se sabía la canción y además el momento en que le tocaba “cantar”, sino que su dueño, sin que nadie lo notara, jalaba a contra pelo la cola del felino, que éste de dolor tenía que maullar, pero aun así el gato masoquista no se le iba de sus manos, porque debía cantar varias veces más. [Los cuentos de terror] Al final de alguna de esas noches, sentados y apretujados al borde de la vereda, sin que nadie se lo propusiera, en medio del frío que se dejaba sentir en nuestros traseros pegados a las piedras y en nuestros rostros expuestos a la imperceptible ventisca nocturna, alguien empezaba a contar, con uno y mil detalles, una historia de los condenados que penaban por los caminos gritando para que el viento se llevara a otros sitios sus lamentos y arrastrando las cadenas que les ponen en el otro mundo para que no regresen a sus casas, y de cómo esos fantasmas al final ocupaban las casas abandonadas, los cementerios y los caminos solitarios esperando que sus familiares rezaran e invocaran a sus ancestros fallecidos, para que se ocuparan y recogieran a esa pobre alma errante, que todavía no se había dado cuenta que estaba muerta. "¡Bien muerta!". Y de repente por la boca de los demás narradores el ambiente se llenaba de toda clase de aparecidos que te ponían los pelos de punta, especialmente los de la nuca. Perversos demonios convocados por los que no creen en Dios, para que por los efímeros placeres que ofrece esta vida les vendas tú alma y te condenes al infierno por toda la eternidad. La “Maríamarimacha” que preparaba sus sabrosos guisos con la suave carne humana de los niños desobedientes que mataba y los servía en la casa donde trabajaba como doméstica. "Ñacachos"14 que asesinaban a sangre fría por el gusto de matar nomás. Cementerios abandonados que estaban poblados de fantasmas y muertos vivientes. Pueblos sepultados dentro de lagunas que se habían formado después de un prolongado diluvio, por no haberle dado de comer a nuestro señor Jesucristo que andaba por sus calles disfrazado de mendigo y cuyas campanas de oro puro seguían sonando a las seis de la mañana, a las doce del mediodía, a las seis de la tarde y a las doce de la medianoche, pero que se 14 Asesinos en serie o serial killer, en inglés.
  • 26. CIRO V. PALOMINO DONGO 26 callaban en Jueves Santo y Viernes Santo que eran los días en que desde sus orillas se podían ver claramente su áureo brillo. De los gentiles que eran unos pequeños huesecillos que penetraban el cuerpo de las personas que se bañaban en los puquiales a la hora que aparecía el arco iris o "cuichi",15 y de cómo poco a poco iban formando un nuevo ser dentro de su víctima. Del oso "Ucumari"16 que vive en los húmedos bosques del río Apurímac y del Pachachaca, que de un pueblo apartado se había robado una chica tarambana, y de cómo se la había llevado a su cueva que tenía al otro lado del gran río, donde la hizo parir dos hijos, que de la cintura para arriba tenían las formas de los hombres y que la otra mitad eran osos, y de cómo estos junto a su madre se habían fugado moviendo la inmensa piedra que tapaba la cueva, y de cómo cuando el Ucumari los encontró en la cabaña de su abuela materna, lo habían matado haciéndole tomar asiento sobre un poncho que tapaba un perol lleno de agua hirviendo. De los "gentiles" que son las momias de los que en tiempo de los incas se habían muerto sin conocer la salvación de nuestro señor Jesucristo y que por eso vagaban por los caminos para tomar la forma de los cuerpos de los viajeros y aparecerse en sus casas como si fueran ellos mismos, para hacerse servir y acostarse con sus esposas. De las sirenas encantadoras del río Apurimac, que se llevaban a los ahogados al fondo del crecido río, para que una vez que estén bien enamorados de ellas abandonarlos en sus orillas para que se volvieran locos, porque nadie les creía que habían vivido en los suntuosos palacios que existen en las profundidades de aquella corriente. De los malditos Pistacos17 que mataban a los incautos para sacarle el aceite que tenían en sus carnes y vendérsela a los gringos, para que puedan mover las finas máquinas que ellos fabricaban. Sobre el Jarjacha18 que había violado a su hermanita menor hasta hacerle dar a luz a una criaturita "bien colorada" con cola y cachitos en la frente, y de cómo una noche de luna llena el pueblo lo mató arrojándolo a un precipicio sin fin, y de cómo después el alma del maldito se metió en el cuerpo de un puma para matar a todas las mujeres que habían degollado al diablito. De cómo las cabezas de mujeres infieles volaban en medio de las noches con unos ojos que brillaban como linternas y que comían caca como si fueran chancacas. De cómo una noche cayó una lluvia de candelas para que ilumine el paso de los esqueletos que iban camino al infierno, porque no habían superado la prueba del purgatorio. Esos cuentos tenían el poder de mantenernos en un estado de suspenso y tensión que nos hacían reclamar su continuación con un nervioso: “¡Yyyyyy!”. Porque eso que se estaba contando no era una ficción, ni mucho menos un cuento, sino que era un hecho real o una desgracia que de verdad le había pasado a esa u otra persona, y que sucedió en esa u otra casa, en esa u otra chacra, y que fue algo que ocurrió hace una semana o anoche nomás. Después de esa macabra sesión, llena nuestra volátil imaginación de esas espantosas narraciones, mis hermanos y yo entrábamos en la profundidad de nuestra casa, tomados de las manos o apiñando nuestros cuerpos en un solo bulto, para que el alma, fantasma, espectro u otra aparición que podía salir de cualquier rincón y hasta del fondo de la tierra, no pudiera cargarnos a todos, o si podía, para que nos llevara a todos. Aunque al comienzo del nuevo día el cuento era otro, porque cada uno decía de los demás, que todos estaban muertos de miedo, menos él. 15 De quechua k'uychi. Fenómeno atmosférico luminoso, luego de la lluvia, que presenta los siete colores del espectro solar. Dentro de imperio incaico fue adorado por los incas como uno de sus dioses o “manes” (fuerzas protectoras), así como utilizado en sus unanchas (banderas), símbolos, qeros (vasos de madera), en la borla o maskaypacha del Inka, etc. 16 El oso de anteojos (Tremarctos ornatus), también conocido como oso frontino, oso andino, oso sudamericano y “ucumari”, es una especie de mamífero de la familia Ursidae. Es la única especie viviente de su género. 17 El psitaco o pishtaco es un personaje mitológico de la tradición andina, especialmente en Perú y Bolivia. La palabra pishtaco proviene del quechua “pishtay” (decapitar, degollar o cortar en tiras). 18 Incestuoso.
  • 27. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 27 [Tú casa, la casa de los otros. Las casas de todos] Todos conocíamos la sala, la cocina, el comedor, los dormitorios y los patios de las casas de todos, porque a nadie le interesaba eso de ser rico o pobre, mientras comieran tres veces al día, tuvieran una cama donde dormir, ropa que vestir y escuela donde asistir para aprender las otras cosas que no te enseñaban en casa. Lo importante era que todos fuéramos buenos, como lo eran las madres de cada uno de ellos, mis entrañables amigos de infancia, que además de mirarnos y hablarnos con cariño, nos invitaban sus humitas, tamales, mermelada de membrillo o de duraznos untados en pan común o los que se horneaban en esa casa. Mote19 o cancha20 con queso y a veces hasta alguna golosina como un caramelo o una melcocha. Las casas donde no podíamos entrar, eran las ajenas, y por eso las castigábamos con nuestras fábulas infantiles, contándonos que en algunas de ellas vivían unos viejitos que no podían moverse y de cómo unas viejas solteronas que se habían convertido en unas horribles brujas les hacían toda clase de maldades a esos inmóviles ancianos y que lo mismo les hacían a los niños indefensos que secuestraban cuando pasaban por sus puertas. O que en esa otra, vivía un maldito cazador que había matado a su mujer y sus hijos y que los había hecho charqui y que de eso se alimentaba. Por eso y sin admitir duda alguna, dábamos por sentado que gente de esa calaña debía vivir dentro de ellas, sino cómo podíamos explicarnos que nos diera tanto miedo pasar por sus puertas, como nos lo daban las malvadas e infernales existencias que poblaban los cuentos que dentro de la pandilla nos contábamos en alguna noche callejera, o los aparecidos que poblaban las narraciones de nuestras abuelas, y que nos los contaban tal y como se las contaron a ellas. O algo parecido. A pocos años de estos mis recuerdos, mi calle fue cubierta de cemento, para la alegría y fiesta de todos los vecinos, y especialmente para los mocosos que pudimos sacarle otras ventajas. Aun así otras figuras siguieron apareciendo en el piso de cemento, pero esta vez, solo para mí. [El agua potable] Un remoto recuerdo de mi más tierna infancia es que los vecinos de mi barrio debían ir con grandes baldes a proveerse de agua potable al único caño público que había una cuadra más arriba de mi casa para preparar los alimentos, atender su aseo personal, lavar algunas prendas de vestir y los trastos de la cocina y el comedor. No se permitía que en sus inmediaciones lavaran sus ropas, porque para eso estaban los ríos. El gentío que allí acudía no solo se dedicaba a llenar sus baldes de agua para llevárselos a sus casas, sino a comentar, ampliar y exagerar las noticias que se transmitían por las emisoras radiales de onda corta, el noticiero de la radio local, las comidillas acerca de las haciendas y los hacendados y de los políticos, que cuando no eran ellos mismos, eran sus sirvientes, y los chismes sobre las nuevas autoridades y personas que habían llegado a pueblo, las enfermedades, muertes, desgracias, casamientos, deshonores, los viajes y las cosas chistosas que les había ocurrido a tal o cual persona, pero sobretodo la escases o abundancia de algunos productos del campo o de las tiendas y los nuevos precios que les afectaban a todos. Más no recuerdo. Pero debía pasar algo más sabroso en ese lugar, porque de ese sitio la gente se movía una hora después de haber llenado sus baldes. Más tarde pude enterarme que a esos caños públicos llegaban las aguas de los manantiales del fundo Chinchichaca, que era tierra realenga de la ex hacienda San Gabriel de Ninamarca. Más adelante, como si hubiera estado allí desde siempre, llegó el agua potable a domicilio. Por fin todos teníamos agua para todo. Ese milagro se produjo no solo porque la ciudad estaba creciendo y tal vez prosperando, sino que su población, especialmente la infantil, eran víctimas de 19 Maíz sancochado. 20 Maíz tostado.
  • 28. CIRO V. PALOMINO DONGO 28 la temida y mortal moscarina, que era el nombre con que los lugareños habían bautizado a esa mortal inflamación del hígado que se llama hepatitis que de modo cruel azotaba el valle causando mucha desolación y tristeza. [La mortal moscarina] Ese curioso nombre proviene de un hongo llamado muscardina que actualmente se denomina Beauveria bassiana, y que hacia 1925 devastó los gusanos de seda de la importante sericultura abanquina instalada en 1870 por el dueño de la ex hacienda Patibamba, un italiano llamado Luis Petriconi. La sospecha de que esta moscarina (hepatitis) estaba metida en los frutos de las moreras, hizo que la población obligara a los nuevos dueños de la hacienda a talar cientos de árboles de mora, porque supuestamente eran las causantes de la maldita moscarina. A pesar de ello las muertes infantiles por hepatitis siguieron produciéndose. Cuándo luego de algún tiempo los pobladores se percataron que no eran las moras las que causaban la moscarina, se le echó la culpa al agua potable que llegaba a nuestras casas por tuberías de fierro galvanizado. Fue entonces que si no queríamos abandonar prematuramente este mundo, jamás debíamos beberla directamente del caño, y para evitar esa condena a muerte, teníamos siempre a la mano una gran jarra de agua hervida para librarnos de todo mal. Cuando nuestros padres nos sorprendían haciéndolo, grande era la recriminación que recibíamos y hasta una buena zurra si reincidíamos, porque el agua que llegaba hasta nuestras casas supuestamente estaba envenenada con la mortal moscarina. Esta plaga nos mantuvo paranoicos y no era para poco, pues veía que de las casas que pasando la calle Prado, estaban encima de la mía, poco a poco iban saliendo cajoncitos blancos de niños que habían muerto de moscarina. Y la parca iba mortíferamente bajando y cada vez estaba más cerca de nuestras puertas, y cuando temerosamente pensábamos que se llevaría a alguno de nuestra pandilla, felizmente pasaba sin hacernos daño para continuar su macabro quehacer un poco más abajo. Un día que junto a mi hermano y otros mataperros andábamos mostrenqueando por las inmediaciones del cementerio, nos ofrecieron una propina para cargar por espacio de unos cien metros el cajón de uno de esos muertitos, no lo dudamos. Pero cuando felices llegamos a casa, nos cayó una soberana tunda, y a pesar de nuestras lágrimas, súplicas y ruegos nos sometieron a una infeliz cuarentena, porque habíamos traído en nuestros hombros, nuestras manos y la mejilla que pegamos al cajón, la muerte de la moscarina a nuestra propia casa. Posteriormente, se probó que no era el agua sino el desagüe del pueblo el que producía esa epidemia, y más adelante, los científicos escribieron que este mal era hiperendémico de los valles interandinos de Abancay en Apurímac, Huanta en Ayacucho y Quillabamba en la ceja de selva del Cusco. [Las chicherías] Chicha es el nombre que recibe la bebida derivada de la fermentación no destilada de los granos del maíz. En quechua se llama “aqha” y al lugar donde la expenden “Aqhahuasi”. Su elaboración artesanal a partir de la jora (maíz germinado) consigue una leve o mediana gradación alcohólica, que por su color amarillento, los abanquinos lo llamamos cariñosamente “Bayo”. A los lugares donde se vende esta bebida se les llama cariñosamente: las chicherías. Estas tienen un origen europeo e indoamericano, de una parte es la clásica venta española, que eran los precarios establecimientos de arquitectura popular situados originalmente en los caminos o
  • 29. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 29 despoblados de España, para vender (de allí su nombre “venta”) a los viajeros comida y brindar alojamiento. Sobre estas “ventas” es famoso el pasaje del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes y Saavedra: “...anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar y llegó a ella a tiempo que anochecía.” Y de la parte americana es heredera del tambo o tampu incaico, que era una casa situada a la vera del camino inca donde los viajeros recibían gratuitamente techo y alimentación como apoyo del Estado Inca. Un tambo famoso de Abancay fue el tambo real de Urco, que era así como se llamaba en tiempos precolombinos ese distrito, y por su tambo situado entre el tambo de Curahuasi y el tambo de Ccochacajas en Huancarama, acabó llamándose el Tambo de Urco y más tarde resumidamente: Tamburco. Un poco más arriba de mi casa existía hasta cuatro chicherías en ambos lados de la calle. La señal de que había chicha y picantes a la venta era que a un costado de su puerta principal, se exhibía una banderita roja que junto a un atado de ramas de ruda florecida, flameaba al final de un largo carrizo. La prueba de que estuvieran más o menos concurridas, la daban la cantidad de caballos que con sus aperos de carga se estacionaban en sus inmediaciones. Muchas veces tuve que ir a comprar varios vasos de chicha para los peones que poco a poco, seguramente según el dinero que disponían mis padres, iban ampliando la casa. En un principio, los vasos en que se vendía la chicha a los parroquianos me parecieron increíblemente grandes, pues podían contener hasta casi un litro y medio de chicha, a estos hasta ahora se les llama: “caporales”. Otras veces iba a comprar “borra” que era una sustancia espesa de color marrón, que la propietaria del establecimiento sacaba del fondo de una enorme tinaja de barro y que tenía el olor a mil veces chicha, y que en el pueblo era usado como levadura para hacer los panes. Las chicherías que visitaba tenían una grande y robusta mesa de factura muy rústica rodeaba de bancas también artesanales cubiertas con pellejos de carnero o raídos ponchos y frazadas. No estaban pintadas, pero el paso del tiempo y su uso le habían obsequiado un bonito color rojo púrpura oscuro, como el de la caoba. Recuerdo que el lugar olía, no solo a fermento de jora sino a suculentos picantes de papas, de “atajo”, de “ullpu” (Aspenium squamosum) cuando era el tiempo de las lluvias, y quizá en tiempos más remotos se haya servido la ensalada de “gallitos” de pisonay referida por Manuel Espinavete López en su “Descripción de la Provincia de Abancay” de 1795, publicada en “El Mercurio Peruano”; de menudencias de carnero y de res, los japchis de haba o arvejas, y el siempre bienvenido “solterito”, la infaltable uchucuta molida con jajas secas y sachatomate (Solanum betaceum) sofrito en manteca de chancho o los modestos antiporotos (Erythrina edulis) con queso. Solo los sábados y domingos era un deleite oler los cuyes rellenos y chactados, los tallarines hechos en casa con estofado de gallina y rocoto relleno, los chicharrones con papas doradas, un
  • 30. CIRO V. PALOMINO DONGO 30 mote de selecto maíz blanco con ensalada de cebollas, rocotos, tomates y yerba buena que para conocimiento público se freían en la puerta del establecimiento y que a las dos horas se acababan, porque a todo el vecindario se le antojaba comprárselos en sus propios platos para disfrutarlos en sus casas, y los guisos a base de carne de res o de gallinas. Todos estos típicos y sabrosos potajes se degustaban con un caporal de “bayo” y se asentaban con una buena copa de chacta (aguardiente de caña) o un adormilado compuesto abanquino, que los clientes llamaban “bajamar”. En esas oportunidades podías encontrar, separados de los chacareros, arrieros y jinetes, a los golosos habitantes del pueblo que generalmente eran comerciantes, artesanos y empleados públicos o privados. Me acuerdo que sus dueñas, que de natural eran muy amables y bonachonas, me saludaban muy cariñosamente: “¡Buenas tardes Wiraccocha!”, no porque fuera un mocoso engreído, sino porque venía a comprar con dinero en efectivo ocho o diez vasos de chicha. Al tiempo que me despachaba, preguntaba por mis padres y les enviaba sus respetuosos saludos. Después de pagarle me ordenaba que me sentara en un mullido pellejo de oveja junto a los otros parroquianos. Al cabo de un rato llena del comedimiento que les hacía a sus mejores clientes, me alcanzaba un pequeño pero sabroso plato de picante y un vasito de chicha azucarada. Era la cortesía de la casa y era su manera de tratarme como el hombrecito que era. Sólo por eso nunca chistaba cuando me hacían ese mandado. Memoro que como a las misas o a las procesiones, a esos locales asistían con toda naturalidad hombres y mujeres vestidos con sus trajes típicos, que además de libar y comer compartían sus conocimientos y preocupaciones acerca del clima, de la propiedad o posesión de sus tierras, de las lluvias, del agua de riego, de las semillas, de los cultivos, de la cosecha, de los precios de sus productos, las herramientas y del ganado, pero sin dejar de comentar sobre las propiedades curativas de las plantas y sin dejar de darse noticias acerca de las haciendas y los hacendados y todas las anécdotas y chismes que sobre ellos, los políticos y las autoridades al servicio de estos gamonales, se tejían. Pero también de los “tapados” (tesoros ocultos), de las brujerías, de los poderes de tal o cual curandero, “camacguagia” o “apusuyo” (chamanes) y sobre la suerte o el infortunio de los paisanos, tal y como ahora lo hacen las crónicas faranduleras de la televisión, pero sin la riqueza de su sabiduría ancestral. En fin, allí se hablaba y seguramente se habla todavía sobre la vida, pasión y muerte de los campesinos de este valle, y de no pocas cosas acerca del mundo de la Pachamama, de los Apus, los gentiles y de los otros quintos infiernos. [El juego del tejo] Pasando el ambiente principal que daba a la calle donde se atendía la chicha y los potajes, se llegaba al patio donde, dependiendo del día y la hora, se reunía un buen grupo de parroquianos para jugar un juego de origen inglés que se llamaba “Tejo”, porque antiguamente se jugaba con pedazos de tejas de arcilla, pero que en esos tiempos yo vi que lo jugaban con grandes monedas de un Sol de plata de cinco décimos, que en una de sus caras representaba a la “Madre Patria” con una leyenda que decía: “FIRME Y FELIZ POR LA UNIÓN” y en la otra el Sello del Escudo Peruano. Más tarde estas fichas se fueron degradando a solo simples monedas de un Sol de Oro de cobre y zinc. El centenario “Tejo” abanquino se jugaba en equipos de dos personas y cada una debía tener dos monedas que se les llamaba las fichas. El juego consistía en lanzar una tras otra las dos fichas hacia un hoyo cavado en el suelo de tierra que se llamaba “popo”, desde una distancia de doce buenos pasos, unos diez o más metros. Ese agujero estaba enmarcado en un cuadrado rayado en el suelo de aproximadamente 30 centímetros de lado, que estaba dividido en dos campos rectangulares
  • 31. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 31 de 15 X 30 centímetros que los competidores lo mantenían constantemente humedecido para que las monedas no revotaran al caer. En medio del rectángulo superior estaba el agujero donde muy ajustadamente podía entrar una ficha o moneda, detrás del agujero había clavado un cuchillo artesanal al cual los mejores jugadores apuntaban sus fichas antes de lanzarlas. El rectángulo inferior estaba libre, las monedas que caían dentro de él, valían 1 punto, y si aterrizaban en el rectángulo superior valían 2 puntos. Meter la ficha en el hoyo 3 puntos. A esa feliz y difícil jugada se le llamaba “Popo”. Para escoger el turno de salida, los jugadores desde la distancia convenida, uno tras otro, lanzaban una ficha, el que la había lanzado más cerca del hoyo saldría de segundo. Si los jugadores eran cuatro o quizá seis, por el mismo sorteo lanzaban intercalados. Entonces comenzaba el juego. Lanzadas las monedas, las que quedaban dentro de los rectángulos no debían moverse hasta que finalizara el turno, que era cuando todos los jugadores habían lanzado sus fichas, entonces se sumaban los puntos obtenidos y el puntaje parcial quedaba 5 a 3 o 4 a 2, y este se escribía en una pequeña pizarra de madera, para que no quedara ninguna duda. Después de esa jornada se servían sus “bayos” para aplacar la sed, mejorar la puntería o simplemente para que las moscas y abejas no acabaran suicidándose dentro de los caporales. Si los competidores tenían el propósito de embriagarse, cada caporal era acompañado con una copa de “chacta” (aguardiente de caña) a la que llamaban “punto”, en alusión al golpe firme y seco que debía darse al barreno cuando estaban perforando una roca. Otro detalle que vi y después aprendí, es que en estas chicherías, los campesinos de mi tierra, antes de libar un caporal de chicha echan un poquito al suelo en señal de un respetuoso brindis en honor de la Pachamama (la madre tierra) y cuando toman una copa de aguardiente de caña, sumergen el dedo índice de la mano derecha en la copa y haciendo presión con el pulgar esparcen unas gotas de licor en el aire, al tiempo que miran y saludan a los Apus de su devoción e invocando sus poderosos nombres, ofrecen en quechua: “Por ti Apu Ampay”, “Por ti Apu Ccorahuire”, “Por ti Apu Quisapata”. Ya después, y no porque me lo haya enseñado un mentiroso chaman, sino por experiencias mías en las Comunidades Campesinas, entendí que estos hombres y mujeres jamás brindan por sus semejantes, eso solo lo hacen los débiles de las ciudades frente a los poderosos que los humillan con algún pequeño favor que pueden hacerles; sino lo hacen por sus deidades, y no para pedirles un milagro como lo hacemos nosotros los hipócritas creyentes en los templos plagados de crucifijos e imágenes, sino para agradecerles por la buena tierra, por las abundantes cosechas y la multiplicación del ganado y las crianzas, que ha de permitir que el universo siga su danza celestial, y para que la vida siempre sea más fuerte que la muerte. Eso del turno era muy importante, porque si una moneda “montaba” a una que se encontraba en cualquiera de ambos rectángulos, la ficha montada perdía su puntaje, y si la montada era dentro del hoyo, también. La partida la ganaba el equipo que hubiera logrado acumular 21 puntos, y era entonces cuando el equipo perdedor debía pagar lo que se había apostado, que generalmente era el consumo de la chicha, comida y aguardiente del equipo ganador. Entre los jugadores más avezados, previo acuerdo de las partes, el juego terminaba cuando una moneda era montada dentro del agujero. Por supuesto que ese juego lo replicábamos en la calle o en el patio de nuestra casa, aunque las fichas no eran grandes monedas sino pedazos de teja al que pacientemente le dábamos un contorno circular, pero como las fichas resultaban siempre toscas el hueco o popo debía ser más amplio y los dos rectángulos igual. A la larga ese entrenamiento infantil nos sirvió para ganar varios
  • 32. CIRO V. PALOMINO DONGO 32 vasos de chicha y algunos picantes cuando de colegiales acudíamos a las chicherías: “Porque el grauino es hombre macho / y tiene plata para chupar”. No me olvido que en alguna de esas chicherías había un aparato de radio que tenía una antena que desde el artefacto se prolongaba por medio de un alambre hasta un lejano árbol, dizque para captar con mayor nitidez las emisoras que querían escuchar, y así lograban darle un aire de contemporánea alegría al negocio. La emisora favorita que sintonizaban era Radio Salkantay del Cusco, y si ponías atención podías escuchar estos sempiternos huaynos: "Patito que haces en el mar / navegando noche y día / sal de las playas, vámonos conmigo / Vámonos por los senderos / Conservando las esperanzas de no volver más a tus cabañas / Yo también sufro como tu / El mal pago de una ingrata /que sin motivo me ha abandonado / en un mar de sufrimiento / que poquito a poco me va consumiendo / Ay patito, patito, patito fiel compañero / sigamos igual camino aunque perdamos la vida…” o aquella que decía: “Valicha lisa pasñari / Niñachay de veras / Maypiraq kutanky / Valicha lisa pasñari / Niñachay de veras / Maypiraq kutanky….” o esta: “Cervecita blanca huaracina / Eso no se toma, sin su dueño/ Y si lo has tomado /Caro o cuesta / veinticinco libras la docena…..” o tal vez esta: “Ingrata chinita, / por qué pues te alejas / de tu amorcito / que está llorando? / Donde están pues / aquellas horas / en que me decías / papacito te quiero mucho / con todito el alma. / Mentiras, engaños / y ambicias del mundo, / ése es tu nombre, / china perdida. / Aprovechaste de mi corazón / para engañarme. / Tu pensarías que yo era rico / pero te ensartaste.”, o esta otra: “Estoy muy triste en la vida / malaya mi destino airampito / como quisiera tomar chichita / de tus flores. / Así podría beber el néctar / del olvido.”, o esta clásica: “Campanario Mercedario, / por qué tan triste tu tocas? / Será porque mi dueña / se casa hoy en tu templo. / Que se case, que se case, / que se case con cualquiera. / yo mismo seré testigo, / testigo de su matrimonio. / Vuelve, vuelve palomita, / vuelve a tu nido abandonado / que en mi pecho no existe / rencores de tu abandono. / Campanario, campanario, / toca la dicha de ella; / doble por la despedida mía, / que pronto partiré lejos.”, y esta también: “No vayas a pensar que si me dejas / toda la vida te lloraría / sé que sufriría por mucho tiempo / tarde o temprano te olvidaría”, o esta última: “Yo soy el tuquito / que aprende a volar / donde me cierra la noche / me pongo a llorar. / Yo no tengo padre / Yo no tengo madre / A quién contar mis penas / y mis sufrimientos.”, y así me pondría a transcribir decenas de páginas de estas canciones del corazón, del cariño, de la felicidad, de la esperanza, del sufrimiento, del llanto, del recuerdo, del abandono, de la falsedad, de la soledad, del olvido, de la vida y de la muerte. De pronto se escuchaba al locutor comunicar: “¡Atención Cachora!, ¡Atención Cachora! Mensaje para la familia Malpartida de parte de la señorita Clarabella. Mensaje para la familia Malpartida de parte de la señorita Clarabella. El día lunes 08 de julio, viajo a esa, esperar con tres bestias en punta de carretera. El día lunes 08 de julio, viajo a esa, esperar con tres bestias en punta de carretera.”, a ese aviso, los pícaros jugadores de tejo comentaban riéndose: “Al final solo las bestias de su padre y sus hermanos la van a esperar”. O aquellos que anunciaban la inminencia de la muerte de un anciano y que llamaban a sus parientes para que viajaran urgentemente a ese u otro pueblo, a lo que los ajahuicsas comentaban riéndose: “¡Pronta herencia!, seguro que hasta el perro vago se va a aparecer”. [Los caballos] Los caballos que bajaban de las chacras que están en las faldas del Apu Ampay, de las alturas de Karkatera, de los bajíos de Soccllaccasa y Rontoccocha y de las que están tras el cerro Quisapata trayendo alfalfa, chala y cebada para los cuyes y los chanchos que se criaban en casa, leche de vaca, quesos, verduras, sacos de papas, ollucos, maíz, jora, ocas, carne de res, cerdo o
  • 33. EL TIEMPO DE OTRO TIEMPO 33 corderos y todo lo que podían cargar para que sus dueños pudieran ganarse la vida, le daban a Abancay su semblante de pueblo rural y pretérito. Los que en tropa llegaban desde la mina de sal de Cachicunca de la hacienda Karqueque del distrito de Huanipaca por la ruta de Ccoya, Karkatera y Moyocorral capitaneados por uno grande y majestuoso trayendo grandes bloques de sal de color rojo terroso o morado metálico, para que como suplemento alimenticio lamieran los ganados. Los sudorosos y sedientos jamelgos que subían de las haciendas del valle del río Pachachaca cargados con negros odres de aguardiente, que me hacían recordar con pavor que esos globos de cuero pertenecían a la piel de unos pobrecitos chivos que habían sido desollados vivos o los cargados de chancaca y mala hoja para el techo de las chozas, eran el motor de la economía del valle. Los que trajinaban por sus caballunas vidas mansos y cansados, pero también los chúcaros y peligrosos, y las altas y poderosas mulas que mostraban su aire agresivo, quizá por ser animales híbridos y sin capacidad de reproducirse. Todos soportando a las buenas o a las malas a sus bravucones y bulliciosos jinetes, que les daban poderosas órdenes con un tono de voz que les salía desde sus estómagos. "!Issska, issska!” tirando la rienda para que se detenga el animal, o hincándole suavemente los costados para que avance, o el mismo "!Issska, issska!”, para que se queden quietos al momento de montarlos o cargarlos. Además de estas dos órdenes básicas, cada jinete tenía una muy particular comunicación con sus animales, ya sea por señas o especiales órdenes orales. Entre ellos andaban los que habían nacido y crecido en el campo y que incluso estaban domesticados para el trabajo en esos parajes abiertos, donde solo podían contemplar las altas montañas, las interminables punas, las lejanas distancias y las quebradas que alojan los ríos profundos, debido a eso era que cuando llegaban a la ciudad se espantaban con la estrechez de sus calles y las paredes de las casas que seguramente debían parecerles un extraño y aterrador laberinto, y sumada a esta rareza, el motorizado ruido de los pocos carros que en esos tiempos circulaban, debían sentirlos como la inminente amenaza de extrañas, colosales y acechantes fieras, de modo que ingresaban al pueblo con la cabeza tapada con una chalina o una vieja lliclla. “Ojos que no ven, corazón que no siente.” En sus conversaciones, mi padre y sus amigos solían comentar que los caballos eran muy inteligentes y que podían recordar a sus dueños y también los lugares y experiencias en los que habían estado hace ya bastante tiempo, y por eso sabían regresar solos a sus lejanas cabañas cuando sus dueños les ordenaban. Cuando dos o tres caballos descargaban en la puerta de mi casa la leña que traían, con el permiso de su dueño, mis amigos y yo nos subíamos a su lomo para alucinar que éramos los increíbles jinetes de las coboyadas que veíamos en el cine. Pero en cuanto alguno de los palomillas de mi calle, hacían el ademán de pincharlos para que en loca carrera salieran volando, nos inquietábamos de sobremanera y saltábamos de la bestia para emprenderla a puñetazos contra el imprudente bromista, porque la caída de un chiquillo desde el lomo de un caballo desbocado sobre el rústico empedrado, podía quebrarnos varios huesos y hasta provocarnos la muerte.