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LOS PERSONAJES EN LA CASA DE BERNARDA ALBA.
IES PRÍNCIPE DE ASTURIAS, 2013
Caracterización de los personajes.
Es una obra de personajes, no sólo ficticios sino también reales, ya que utiliza modelos tomados de la
realidad –si bien dramatizándolos-, que están abocados a un destino trágico. La caracterización de los
personajes y del ambiente se encuentra más en boca de los protagonistas del drama que en el texto de
las acotaciones. Junto a los personajes que aparecen en escena, existen otros que conocemos por las
alusiones que de ellos hacen los personajes, su presencia es sentida por el espectador, pero ellos no
aparecen. Con todo, la sensación de realidad que provocan en el espectador no es menor que la del
resto de personajes; así, Pepe el Romano, personaje oculto y fundamental en la obra, al igual que otros,
como los segadores (personaje colectivo) o la hija de la Librada.
Por otra parte, existen una serie de personajes anecdóticos, a los que se menciona alguna vez
(Antonio Benavides; Enrique Humanes; Paca la Roseta; Adelaida; mujer de las lentejuelas; don Arturo,
el notario; el hombre de los encajes) y que también son personajes aludidos.
Entre los visibles, podemos distinguir entre personajes protagonistas (Bernarda, Poncia,
Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio, Adela, Mª Josefa) y personajes secundarios (Criada,
Mendiga, Prudencia, Muchacha, Mujeres 1,2, 3, 4).
En una entrevista de 1934 Lorca dio una doble razón para explicar la elección de personajes
femeninos en su teatro: “Es que las mujeres son más pasión, intelectualizan menos, son más humanas,
más vegetales; por otra parte, [...] hay una crisis lamentable de actores, buenos actores, se entiende”.
Los personajes femeninos de Lorca destacan por su hondura psicológica y La casa de Bernarda Alba
es uno de los mejores exponentes. Pero el acierto del autor aumenta con la supresión física del
personaje del varón: Pepe el Romano es reiteradamente nombrado, pero sólo entra en escena algo
suyo, un retrato (acto segundo) y su silbido (acto tercero); y ese alejamiento le da un carácter simbólico
que lo ennoblece y casi mitifica, dejándonos unas afirmaciones de Mª Josefa sumamente elocuentes:
“Pepe el Romano es un gigante”. El varón domina la escena y las mentes de las mujeres aun sin estar
presente físicamente.
Para determinar a los personajes, el autor ha empleado diversas técnicas:
a) Caracterización indirecta (a través del diálogo y de la opinión de otros personajes)
b) Caracterización por su autodefinición
c) Caracterización por su actuación y lenguaje
d) Caracterización por sus movimientos escénicos
e) Caracterización por los objetos que poseen
a) Caracterización indirecta:
De Bernarda:
-Según la Poncia y la Criada: antes de aparecer en escena, la Poncia la caracteriza como
"mandona", "dominanta" y "tirana"; pero es también autoritaria, violenta, falsa, hipócrita, clasista y
orgullosa, odiada por todos, cotilla, mezquina, "sarmentosa por calentura del varón"
-Según las mujeres del duelo: "¡Mala, más que mala!", "¡lengua de cuchillo!", "¡vieja
lagarta recocida!", ”¡sarmentosa por calentura de varón!” .
-Según las hijas: "Le tienen miedo a nuestra madre". Reconocen que su madre no quiere oírlas
hablar de temas relacionados con los hombres.
De otros personajes:
-Martirio: "es un pozo de veneno"
-Adela: "es la más joven de nosotras"
-Angustias: "está vieja y enfermiza" y "habla con la nariz"
b) Caracterización por su autodefinición: el personaje habla acerca de sí mismo:
-Martirio se reconoce "débil y fea", mientras que Adela presume de juventud y belleza.
-Poncia se considerará una criada fiel y ejemplar: "Soy buena perra: ladro cuando me lo dice y
muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza".
c) Caracterización por su actuación y lenguaje:
La actuación inflexible y rígida de Bernarda contrasta con la actitud sumisa de sus hijas y las
criadas.
- Magdalena y Amelia se resignan a su suerte.
- Angustias vive ficticiamente feliz por su proyecto matrimonial.
-Martirio, acomplejada, se debate entre su pasión amorosa y su aparente moralidad.
-Adela se muere por su impulso amoroso y expresa su deseo de liberarse del yugo materno.
-Poncia, ambigua y esquiva, oscila entre su papel de tentadora (habla de los hombres a las
hijas) y su hipócrita fidelidad a Bernarda. Quiere descubrir la situación de la casa para no
mancharse, para no ver afectada su honra, pero teme a Bernarda, y eso le impide hablar con
claridad.
-Mª Josefa actúa dentro de una "locura ficticia", "ve" la realidad y habla verazmente, pero no es
escuchada.
El lenguaje también caracteriza a los personajes:
-insultos y vulgarismos de Poncia
-lenguaje conminativo de Bernarda
-lenguaje simbólico y surrealista de Mª Josefa
d) Caracterización por los movimientos escénicos:
- Los movimientos físicos de Bernarda son vigorosos y violentos:
* da golpes en el suelo con su bastón para imponer su voluntad,
* arroja al suelo el abanico de Adela,
* golpea a Angustias con el bastón por haber mirado a los hombres,
* borra violentamente el maquillaje de Angustias,
* golpea a Martirio con el bastón por haber escondido el retrato,
* intenta golpear a Adela, pero ésta le hace frente.
El dinamismo de Bernarda se ve contrarrestado por el estatismo de sus hijas, que permanecen
casi siempre sentadas en actitud de espera. Esto contribuye a crear una continua sensación de
monotonía: permanecen sentadas al comenzar el acto segundo y el tercero; en la escena de los
segadores van sentándose a la vez que se lamentan resignadas. Este estatismo y los movimientos
delicados de las mujeres dan a la obra un ritmo lento, que provoca la sensación de que estamos
presenciando unas vidas apagadas, sombrías, mortecinas, como ¡siluetas fotográficas!
e) Caracterización por los objetos:
-Bernarda: el bastón simboliza el poder, la autoridad. Con él impone silencio y golpea a sus hijas.
-Adela: el abanico de colores y el traje verde, son signos de rebeldía, de su oposición a las normas
dictadas por el poder autoritario.
-Angustias: retrato de Pepe el Romano, simboliza el deseo y la frustración de las hermanas y
desencadena la envidia; pertenece a Angustias que "ha perdido" ya a el Romano. Martirio lo esconde
porque no puede conseguir a Pepe.
-Mª Josefa: las flores en la cabeza y en el pecho (acto primero) son signos de rebeldía, amor y
libertad. La oveja es signo de su locura y también del instinto maternal frustrado por la imposibilidad
de conocer varón.
Características de los personajes
BERNARDA (60 años)
Bernarda Alba, perteneciente a una burguesía campesina acomodada, es el personaje principal y
causante de todo el drama. Dentro de la obra adopta un papel que no le corresponde: el de varón.
Su carácter lo descubrimos por lo que hace y dice, por la manera de decirlo y por lo que los
demás dicen de ella, sobre todo las criadas. También por un objeto simbólico, el bastón "de mando",
emblema masculino, que rompe Adela en la última escena para expresar su rebeldía.
Bernarda se caracteriza por un conjunto de rasgos negativos: autoritaria, dominante, “tirana de
todos la que la rodean”, insensible, orgullosa, clasista, agresiva, intransigente, mezquina, hipócrita,
odiada y temida, obsesionada por la limpieza, chismosa (manda a Poncia a que se entere de todo lo que
se habla en el pueblo: "Buscas como una vieja marrana asuntos de hombres y mujeres para babosear
en ellos" (Adela a La Poncia)... Representa la tiranía y la represión de la libertad; en su entorno (la
casa) tiene capacidad para mandar: “¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en
lo mío y en lo vuestro!”, pero no así fuera de su entorno (se comprueba en la lucha que sostiene con
Pepe).
Bernarda defiende los valores tradicionales, como el luto y una educación sexista, machista:
tiene muy claros los diferentes papeles del hombre y de la mujer: "Hilo y aguja para las hembras.
Látigo y mula para el varón". Se mueve por una fuerte actitud clasista, que se manifiesta, por
ejemplo, cuando llega el duelo y le dice a la criada: "Menos gritos y más obras... Vete. No es este tu
lugar". (La criada se va llorando). "Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran
hechos de otras sustancias". Le contestan: "Los pobres sienten también sus penas". Bernarda
responde: "Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos".
El trato de Bernarda con las personas que la rodean es frío y cortante; no encontramos en toda
la obra una relación amistosa con ninguno de los personajes; con Prudencia, su amiga, la relación es
simplemente respetuosa.
Es temida por su carácter agresivo y por el conocimiento que tiene de la vida íntima y pasada
de sus vecinos. Todos los personajes odian a Bernarda: las mujeres del pueblo, sus hijas y las criadas,
pero no se rebelan porque le tienen demasiado miedo o porque, como es el caso de la Poncia y de
Adelaida, conoce las historias sexuales de su madre y de su padre, respectivamente. Ya en la primera
escena podemos apreciar ese odio en las palabras de la Poncia: "Ese día me encerraré con ella en un
cuarto y le estaré escupiendo un año entero. Bernarda, por esto, por aquello, por lo otro".
Su carácter fuerte y autoritario le lleva a asumir la autoridad del varón y a imponer las
rígidas normas que su moral le dicta. Pero Bernarda no usa, sino que abusa, de su autoridad:
"¡Hasta que salga de esta casa con los pies delante mandaré en lo mío y en lo vuestro!", dirá a sus
hijas, y también: "Pero todavía no soy anciana y tengo cadenas para vosotras". Ejerce una dictadura
feroz ("Tú no tienes más derecho que obedecer", dirá a Angustias en el segundo acto) y, convencida de
que "una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en una enemiga", se enorgullece ante
la Poncia de que sus hijas respetan su “ordeno y mando”.
Pero más bien podríamos decir que cuando prohíbe algo a sus hijas no lo hace porque tenga una
"conducta recta" sino porque teme las murmuraciones. Este miedo le lleva a querer guardar las
apariencias aunque se esté resquebrajando la unidad familiar: "Cada uno sabe lo que piensa por
dentro. Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar". También,
ante el temor de que sus vecinos se enteren de que su madre está loca, la encierra, y así, en una escena
de la obra, le dice a la criada: "Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al pozo". Criada: "No
tengas miedo que se tire". Bernarda: "No es por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla
desde su ventana". En otro momento, mientras Magdalena se lamenta de que "nos pudrimos por el qué
dirán", Bernarda se obstina en su ceguera y dice: "Aquí no pasa nada": "Y si pasa algún día, estate
segura que no traspasará las paredes", dirá la Poncia. Esta ceguera le lleva a desoír en el acto tercero
las advertencias de su criada y a imponer, un desenlace hipócrita (insiste en que todo el mundo sepa
que su hija ha muerto virgen) que significa el triunfo del qué dirán, de una decencia basada ante todo
en la virginidad: "Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella! Nadie diga nada! Ella ha
muerto virgen"... "Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. Me habéis oído?
“Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!".
Bernarda es a su vez víctima de la tiranía de la "decencia" sexual. Condena a sus hijas a la
represión sexual en nombre de la "decencia" y del qué dirán. Es la imagen de una intolerancia extrema:
"Volver la cabeza es buscar el calor de la pana". Frente a la sexualidad evocada por la Poncia en su
noviazgo con Evaristo o a la imagen del marido de Bernarda levantando las enaguas a la criada,
Bernarda impone a sus hijas la represión sexual más absoluta: "¿Es decente que una mujer de tu clase
vaya con el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre?", reprochará a Angustias.
Las indecencias de Paca la Roseta y de la prostituta contratada por los segadores, o su cruel
alusión a la historia de lupanar de la madre de La Poncia o de la hija de la Librada, funcionan como
contraste necesario para resaltar la virginidad que obsesivamente vigila Bernarda. Su reacción
inquisitorial contra la hija soltera de la Librada ("que vengan todos para matarla", "Y que pague la que
pisotea la decencia", "¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!) constituye, al final del segundo
acto, una premonición de la suerte que le espera a la "indecente" Adela.
PONCIA (60 años).
La función dramática de la Poncia es importante. Tiene la misma edad que Bernarda y comparte
también con ella su moral tradicional, su preocupación por el honor y por el qué dirán.
La hipocresía de Poncia se manifiesta claramente en un monólogo del primer acto, cuando se
alegra por la muerte del marido de Bernarda y luego, a la llegada del duelo, finge ser la más
desgraciada y afectada de la servidumbre.
Su personalidad con doblez se describe desde el principio: “Soy buena perra: ladro cuando me
lo dice y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza...”. Su servilismo y rencor
se desarrollan a lo largo del drama siguiendo el canon clásico del criado, el que aparece en La
Celestina, pero se explica cuando se desvela su pasado, por el que Bernarda la tiene sujeta. Desde el
principio expresa su odio personal y de clase contra la tirana: "¡Buen descanso ganó su pobre
marido!". Destaca por su hipocresía, ya que trata a Bernarda como amiga aunque la odie; en su
relación con ella es capaz de hacerla dudar y de manipular sus temores, diciéndole a medias palabras lo
que no desea o no está dispuesta a oír. De hecho, la Poncia, "con crueldad", advierte inútilmente a
Bernarda del drama familiar que se avecina.
Sin embargo, la Poncia, aunque odia a Bernarda se identifica con ella: "Yo tengo la escuela de
tu madre", dirá a Magdalena al explicarle cómo mató, con fría y cruel premeditación, los colorines
criados por su marido. Con todos los personajes no actúa de la misma manera: domina a las hijas de
Bernarda, a las que aconseja y advierte; con ellas se muestra amenazante en ocasiones, hasta que Adela
le pierde el respeto; con Bernarda, en un principio, se muestra atrevida, insinuante, ambigua, cree estar
a su nivel, pero más adelante, cuando Bernarda la humilla, reacciona contra ella y pasa a la defensiva.
En sus conversaciones Bernarda y Poncia dejan ver que ambas participan de la vileza del
pueblo y de una vida sin perspectivas; por eso disfrutan con las murmuraciones y las historias
escabrosas que vienen de la calle.
LAS HIJAS
Para ellas la casa es negativa, aunque en momentos de lucidez se dan cuenta de que es lo mismo estar
fuera que dentro, ya que la cárcel está en todas partes: allí donde haya alguien que coaccione a otro (su
amiga no puede salir ni echarse polvos en la cara porque su novio no la deja).
Están condenadas a vivir en un mismo especio doméstico sin entenderse y a enfrentarse. Los
lazos familiares y de sangre que las unen resultan ineficaces ante las fuerzas que las oponen: “Nos
enseñan a querer a las hermanas, [pero] te veo como si no te hubiera visto nunca”.
De todas ella se diferencia Adela por su inconformismo y valentía; la rivalidad con su hermana
singulariza a Martirio y su condición de novia burlada determina a Angustias. Pero a pesar de ello y de
la complejidad de las relaciones y sentimientos que en ellas se entrecruzan, tiene razón Mª Josefa al
caracterizarlas del siguiente modo: “Todas lo queréis. Pero él os va a devorar porque sois granos de
trigo. No granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua!”. Ella las unifica ante el Romano, el varón, como
cabe también hacerlo ante Bernarda. Malas o simplemente desafortunadas en su existencia (“malas”
las llama la criada y sólo “son mujeres sin hombre” para Poncia), el odio las va poseyendo y provoca
las luchas por defender, consciente o inconscientemente, algo que se les niega a todas: el amor y, en un
sentido más extremo, el sexo.
a) ADELA
Es la otra protagonista del drama. Ella simboliza la rebelión frente a la dictadura de
Bernarda porque no se resigna a la infelicidad amorosa, a pudrirse en el sepulcro familiar. Representa
la fuerza de la pasión amorosa, la llamada del instinto y el deseo de libertad, aunque su rebelión fracasa
y termina suicidándose. Es la más joven de las hermanas y la que tiene aún algo de vitalidad. No se
conforma con los ocho años de luto que impone Bernarda: "No me acostumbraré. Yo no puedo estar
encerrada. No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras [...] ¡Yo quiero salir!". Ya antes de
salir a escena, sabemos que se ha atrevido a romper el luto al ponerse un traje verde y salir al corral a
que la vean las gallinas. Esta actitud la mantiene en escena con convicción amenazante: "Mañana me
pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle". Yo quiero salir!"
Su rebeldía la podemos percibir en varios de sus actos: le da a su madre un abanico de flores en
vez del de luto que debe llevar; se pone un vestido verde, aunque sólo sea para que se lo vean las
gallinas; rompe el bastón de mando a Bernarda para expresar su independencia y sus ansias de libertad;
le dice a Angustias que Pepe el Romano se quiere casar con ella sólo por su dinero.
Adela, que en el segundo acto ha superado ya miedos, no se somete a la tiranía represora de
su madre y defiende con provocación su derecho a ser libre sexualmente: "¡Yo hago con mi cuerpo lo
que me parece!", "Mi cuerpo será de quien yo quiera!" Representa la fuerza de la pasión amorosa y de
los instintos, y antepone el amor a la honra y a la decencia, por eso se aterra ante la muerte que
Bernarda desea para la hija de la Librada -madre soltera-, al final del segundo acto.
Esta pasión la vemos aflorar en varias ocasiones; somos conscientes de su entusiasmo y de sus
ganas de vivir, ella aún aprecia la vida: habla de lo hermosas que están la noche y las estrellas; canta un
trozo de la canción de los segadores "con pasión"; se refiere al caballo, símbolo erótico de la virilidad;
replica sensualmente a Poncia cuando esta le "recomienda" que no vea más a Pepe: "No por encima de
ti que eres una criada, por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo
levantado por piernas y boca"; cuando habla de Pepe dice: "¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que
bebo su sangre lentamente". Adela ha decidido asumir hasta las últimas consecuencias el destino
dramático de su amor -"Seré lo que él quiere que sea"- , consciente de lo que ello significa en un
medio dominado por la decencia y la honra: "Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de
lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré la corona de espinas que tienen
las que son queridas de algún hombre casado".
Lejos de resignarse a la infelicidad, está dispuesta a luchar por su amor hasta desafiar la moral
dominante, la decencia, la honra e incluso la autoridad de su madre: "En mí no manda nadie más que
Pepe" porque "yo soy su mujer". Por ello Angustias la acusa de ser la "deshonra de nuestra casa": "De
aquí no sales con tu cuerpo en el triunfo".
La rebelión de Adela, que cree que Bernarda ha matado a Pepe, no tiene más alternativa que
el suicidio. Si no quiere envejecer entre la desesperación y la locura como María Josefa -que a sus
ochenta años quiere casarse y lleva una oveja en brazos, su niño-, o pudrirse en el sepulcro de la casa
familiar con sus hermanas, si no quiere someterse a la tiranía de los valores que defiende Bernarda,
sólo con la muerte libremente asumida puede alcanzar, paradójicamente, su liberación.
b) ANGUSTIAS, AMELIA, MAGDALENA Y MARTIRIO.
Coinciden en la búsqueda de varón y la necesidad de amar, pero han sido educadas en el clasismo y
aceptan con resignación la dictadura materna y su destino fatal por ser mujeres: "Nacer mujer es el
mayor castigo", dirá Amelia. Todas ellas son víctimas de una feroz represión sexual, que convierte a
Pepe el Romano en el oscuro objeto de todos sus deseos.
ANGUSTIAS
Es la mayor; es vieja, fea, enfermiza, rica e ingenua; ve en el dinero la posibilidad de casarse con Pepe
y liberarse del infierno, por lo que declara ante sus hermanas ufanamente: "Y además, ¡más vale onza
en el arca que ojos negros en la cara!". Ella es consciente, por tanto, de que Pepe se casa por su
dinero, aunque a veces no quiere reconocerlo: "Yo lo encuentro distraído...".
AMELIA
Es la más simple; se caracteriza por la sumisión y el temor a la autoridad materna y por un pudor
ingenuo ante los hombres. Amelia teme a su madre: "¡Si la hubiera visto madre!", “¡Ay! Creí que
llegaba nuestra madre".
MAGDALENA
Magdalena es la que tiene mejores sentimientos, la que más ha sufrido por la muerte de su padre, la
única que ha llorado por él y la única que defiende a Adela. Se siente inclinada al bien y se ve sumida
en la resignación.
MARTIRIO
Es un personaje complejo. Encarna el resentimiento y la envidia. Haciendo honor a su nombre, vive
torturada entre el trauma infantil "Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve
miedo", y el deseo sexual reprimido (roba, por ejemplo, el retrato de Pepe, que La Poncia encuentra
bajo las sábanas de su cama). Aunque confiesa que siempre tuvo miedo a los hombres, cae rendida a
los pies de Pepe. Su débil carácter le hace someterse, enamorarse de alguien fuerte, viril, que
seguramente la dominará, porque eso es a lo que está acostumbrada.
Su mismo nombre dice mucho de ella. Es un personaje de carácter agrio que martiriza a los
demás, sobre todo a Adela. Asimismo, ella está también martirizada, su falta de libertad y su amor por
Pepe el Romano la llevan a sentir ese odio, esa maldad que no la deja vivir tranquila: "Tengo el
corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga". Martirio es débil,
fea, jorobada, inquisitorial, celosa de la honra, lo que, según ella, ha hecho que los hombres no se le
acerquen. También es hipócrita: ella odia a Angustias y, sin embargo, se muestra contenta cuando se
entera de que se va a casar con Pepe el Romano, del que está enamorada; y finge preocuparse por
Adela, cuando lo único que hace es vigilarla para que no se vaya con Pepe.
Frustrado su matrimonio con Enrique Humanas, por el clasismo no sólo de su madre sino
también de él -"Luego se casó con otra que tenía más que yo", porque "A ellos les importa la tierra,
las yuntas, y una perra sumisa que les dé de comer"-, vigila constantemente a Adela y es la que
descubre los encuentros furtivos de ésta con Pepe. También ella es la que, "en angustioso acecho",
persigue a Adela cuando huye al corral para acabar confesando, dramática y patéticamente, que
también lo ama: "¡Sí! ¡Déjame que el pecho se me rompa con una granada de amargura. Le quiero!"
El no ser correspondida y que sí lo sea Adela le genera un profundo odio y envidia, que se manifiesta
en todas sus conversaciones con Adela (las acotaciones también nos lo aclaran): "Martirio: (con
intención): ¿Es que no has dormido bien esta noche?".
El enfrentamiento entre hermanas estaba anunciado por la Poncia: "Son mujeres sin hombre,
nada más. En estas cuestiones, se olvida hasta la sangre". Por ello, es Martirio la que, celosa, delata
ante Bernarda la "indecencia" de Adela: "¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!";
pero también la que, al final, expresa con patetismo su envidia amorosa y sexual: "Dichosa ella mil
veces que lo pudo tener".
Mª JOSEFA
Madre de Bernarda, aparentemente loca y recluida en una habitación por temor a los vecinos, resulta el
personaje más cuerdo de todos. Locura y senilidad son los rasgos definitorios. Su espíritu se mueve en
la libertad que le presta la demencia; por eso puede exteriorizar lo que las hijas de Bernarda sienten y
desean (salir y casarse, para ser feliz), y de declarar las verdades que nadie se atreve a admitir. Su
locura no le impide ver; por ello observa y comenta la pasión de las mujeres; se trata de una locura
simbólica: en su vejez, la anciana, encerrada en su habitación, desea casarse a la orilla del mar. Ella es
la única que, desde el principio, se enfrenta a Bernarda rompiendo el silencio y saltándose sus normas.
Es la tarada vidente, que ve mejor que nadie lo que va a suceder, por lo que asume un papel profético:
"Pepe os va a devorar".

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  • 1. LOS PERSONAJES EN LA CASA DE BERNARDA ALBA. IES PRÍNCIPE DE ASTURIAS, 2013
  • 2. Caracterización de los personajes. Es una obra de personajes, no sólo ficticios sino también reales, ya que utiliza modelos tomados de la realidad –si bien dramatizándolos-, que están abocados a un destino trágico. La caracterización de los personajes y del ambiente se encuentra más en boca de los protagonistas del drama que en el texto de las acotaciones. Junto a los personajes que aparecen en escena, existen otros que conocemos por las alusiones que de ellos hacen los personajes, su presencia es sentida por el espectador, pero ellos no aparecen. Con todo, la sensación de realidad que provocan en el espectador no es menor que la del resto de personajes; así, Pepe el Romano, personaje oculto y fundamental en la obra, al igual que otros, como los segadores (personaje colectivo) o la hija de la Librada. Por otra parte, existen una serie de personajes anecdóticos, a los que se menciona alguna vez (Antonio Benavides; Enrique Humanes; Paca la Roseta; Adelaida; mujer de las lentejuelas; don Arturo, el notario; el hombre de los encajes) y que también son personajes aludidos. Entre los visibles, podemos distinguir entre personajes protagonistas (Bernarda, Poncia, Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio, Adela, Mª Josefa) y personajes secundarios (Criada, Mendiga, Prudencia, Muchacha, Mujeres 1,2, 3, 4). En una entrevista de 1934 Lorca dio una doble razón para explicar la elección de personajes femeninos en su teatro: “Es que las mujeres son más pasión, intelectualizan menos, son más humanas, más vegetales; por otra parte, [...] hay una crisis lamentable de actores, buenos actores, se entiende”. Los personajes femeninos de Lorca destacan por su hondura psicológica y La casa de Bernarda Alba es uno de los mejores exponentes. Pero el acierto del autor aumenta con la supresión física del personaje del varón: Pepe el Romano es reiteradamente nombrado, pero sólo entra en escena algo suyo, un retrato (acto segundo) y su silbido (acto tercero); y ese alejamiento le da un carácter simbólico que lo ennoblece y casi mitifica, dejándonos unas afirmaciones de Mª Josefa sumamente elocuentes: “Pepe el Romano es un gigante”. El varón domina la escena y las mentes de las mujeres aun sin estar presente físicamente. Para determinar a los personajes, el autor ha empleado diversas técnicas: a) Caracterización indirecta (a través del diálogo y de la opinión de otros personajes) b) Caracterización por su autodefinición c) Caracterización por su actuación y lenguaje d) Caracterización por sus movimientos escénicos e) Caracterización por los objetos que poseen a) Caracterización indirecta: De Bernarda: -Según la Poncia y la Criada: antes de aparecer en escena, la Poncia la caracteriza como "mandona", "dominanta" y "tirana"; pero es también autoritaria, violenta, falsa, hipócrita, clasista y orgullosa, odiada por todos, cotilla, mezquina, "sarmentosa por calentura del varón"
  • 3. -Según las mujeres del duelo: "¡Mala, más que mala!", "¡lengua de cuchillo!", "¡vieja lagarta recocida!", ”¡sarmentosa por calentura de varón!” . -Según las hijas: "Le tienen miedo a nuestra madre". Reconocen que su madre no quiere oírlas hablar de temas relacionados con los hombres. De otros personajes: -Martirio: "es un pozo de veneno" -Adela: "es la más joven de nosotras" -Angustias: "está vieja y enfermiza" y "habla con la nariz" b) Caracterización por su autodefinición: el personaje habla acerca de sí mismo: -Martirio se reconoce "débil y fea", mientras que Adela presume de juventud y belleza. -Poncia se considerará una criada fiel y ejemplar: "Soy buena perra: ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza". c) Caracterización por su actuación y lenguaje: La actuación inflexible y rígida de Bernarda contrasta con la actitud sumisa de sus hijas y las criadas. - Magdalena y Amelia se resignan a su suerte. - Angustias vive ficticiamente feliz por su proyecto matrimonial. -Martirio, acomplejada, se debate entre su pasión amorosa y su aparente moralidad. -Adela se muere por su impulso amoroso y expresa su deseo de liberarse del yugo materno. -Poncia, ambigua y esquiva, oscila entre su papel de tentadora (habla de los hombres a las hijas) y su hipócrita fidelidad a Bernarda. Quiere descubrir la situación de la casa para no mancharse, para no ver afectada su honra, pero teme a Bernarda, y eso le impide hablar con claridad. -Mª Josefa actúa dentro de una "locura ficticia", "ve" la realidad y habla verazmente, pero no es escuchada. El lenguaje también caracteriza a los personajes: -insultos y vulgarismos de Poncia -lenguaje conminativo de Bernarda -lenguaje simbólico y surrealista de Mª Josefa d) Caracterización por los movimientos escénicos: - Los movimientos físicos de Bernarda son vigorosos y violentos: * da golpes en el suelo con su bastón para imponer su voluntad, * arroja al suelo el abanico de Adela, * golpea a Angustias con el bastón por haber mirado a los hombres, * borra violentamente el maquillaje de Angustias, * golpea a Martirio con el bastón por haber escondido el retrato, * intenta golpear a Adela, pero ésta le hace frente. El dinamismo de Bernarda se ve contrarrestado por el estatismo de sus hijas, que permanecen casi siempre sentadas en actitud de espera. Esto contribuye a crear una continua sensación de monotonía: permanecen sentadas al comenzar el acto segundo y el tercero; en la escena de los segadores van sentándose a la vez que se lamentan resignadas. Este estatismo y los movimientos delicados de las mujeres dan a la obra un ritmo lento, que provoca la sensación de que estamos presenciando unas vidas apagadas, sombrías, mortecinas, como ¡siluetas fotográficas! e) Caracterización por los objetos:
  • 4. -Bernarda: el bastón simboliza el poder, la autoridad. Con él impone silencio y golpea a sus hijas. -Adela: el abanico de colores y el traje verde, son signos de rebeldía, de su oposición a las normas dictadas por el poder autoritario. -Angustias: retrato de Pepe el Romano, simboliza el deseo y la frustración de las hermanas y desencadena la envidia; pertenece a Angustias que "ha perdido" ya a el Romano. Martirio lo esconde porque no puede conseguir a Pepe. -Mª Josefa: las flores en la cabeza y en el pecho (acto primero) son signos de rebeldía, amor y libertad. La oveja es signo de su locura y también del instinto maternal frustrado por la imposibilidad de conocer varón. Características de los personajes BERNARDA (60 años) Bernarda Alba, perteneciente a una burguesía campesina acomodada, es el personaje principal y causante de todo el drama. Dentro de la obra adopta un papel que no le corresponde: el de varón. Su carácter lo descubrimos por lo que hace y dice, por la manera de decirlo y por lo que los demás dicen de ella, sobre todo las criadas. También por un objeto simbólico, el bastón "de mando", emblema masculino, que rompe Adela en la última escena para expresar su rebeldía. Bernarda se caracteriza por un conjunto de rasgos negativos: autoritaria, dominante, “tirana de todos la que la rodean”, insensible, orgullosa, clasista, agresiva, intransigente, mezquina, hipócrita, odiada y temida, obsesionada por la limpieza, chismosa (manda a Poncia a que se entere de todo lo que se habla en el pueblo: "Buscas como una vieja marrana asuntos de hombres y mujeres para babosear en ellos" (Adela a La Poncia)... Representa la tiranía y la represión de la libertad; en su entorno (la casa) tiene capacidad para mandar: “¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro!”, pero no así fuera de su entorno (se comprueba en la lucha que sostiene con Pepe). Bernarda defiende los valores tradicionales, como el luto y una educación sexista, machista: tiene muy claros los diferentes papeles del hombre y de la mujer: "Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón". Se mueve por una fuerte actitud clasista, que se manifiesta, por ejemplo, cuando llega el duelo y le dice a la criada: "Menos gritos y más obras... Vete. No es este tu lugar". (La criada se va llorando). "Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias". Le contestan: "Los pobres sienten también sus penas". Bernarda responde: "Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos". El trato de Bernarda con las personas que la rodean es frío y cortante; no encontramos en toda la obra una relación amistosa con ninguno de los personajes; con Prudencia, su amiga, la relación es simplemente respetuosa. Es temida por su carácter agresivo y por el conocimiento que tiene de la vida íntima y pasada de sus vecinos. Todos los personajes odian a Bernarda: las mujeres del pueblo, sus hijas y las criadas, pero no se rebelan porque le tienen demasiado miedo o porque, como es el caso de la Poncia y de Adelaida, conoce las historias sexuales de su madre y de su padre, respectivamente. Ya en la primera escena podemos apreciar ese odio en las palabras de la Poncia: "Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. Bernarda, por esto, por aquello, por lo otro". Su carácter fuerte y autoritario le lleva a asumir la autoridad del varón y a imponer las rígidas normas que su moral le dicta. Pero Bernarda no usa, sino que abusa, de su autoridad: "¡Hasta que salga de esta casa con los pies delante mandaré en lo mío y en lo vuestro!", dirá a sus hijas, y también: "Pero todavía no soy anciana y tengo cadenas para vosotras". Ejerce una dictadura feroz ("Tú no tienes más derecho que obedecer", dirá a Angustias en el segundo acto) y, convencida de que "una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en una enemiga", se enorgullece ante
  • 5. la Poncia de que sus hijas respetan su “ordeno y mando”. Pero más bien podríamos decir que cuando prohíbe algo a sus hijas no lo hace porque tenga una "conducta recta" sino porque teme las murmuraciones. Este miedo le lleva a querer guardar las apariencias aunque se esté resquebrajando la unidad familiar: "Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar". También, ante el temor de que sus vecinos se enteren de que su madre está loca, la encierra, y así, en una escena de la obra, le dice a la criada: "Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al pozo". Criada: "No tengas miedo que se tire". Bernarda: "No es por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana". En otro momento, mientras Magdalena se lamenta de que "nos pudrimos por el qué dirán", Bernarda se obstina en su ceguera y dice: "Aquí no pasa nada": "Y si pasa algún día, estate segura que no traspasará las paredes", dirá la Poncia. Esta ceguera le lleva a desoír en el acto tercero las advertencias de su criada y a imponer, un desenlace hipócrita (insiste en que todo el mundo sepa que su hija ha muerto virgen) que significa el triunfo del qué dirán, de una decencia basada ante todo en la virginidad: "Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella! Nadie diga nada! Ella ha muerto virgen"... "Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. Me habéis oído? “Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!". Bernarda es a su vez víctima de la tiranía de la "decencia" sexual. Condena a sus hijas a la represión sexual en nombre de la "decencia" y del qué dirán. Es la imagen de una intolerancia extrema: "Volver la cabeza es buscar el calor de la pana". Frente a la sexualidad evocada por la Poncia en su noviazgo con Evaristo o a la imagen del marido de Bernarda levantando las enaguas a la criada, Bernarda impone a sus hijas la represión sexual más absoluta: "¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre?", reprochará a Angustias. Las indecencias de Paca la Roseta y de la prostituta contratada por los segadores, o su cruel alusión a la historia de lupanar de la madre de La Poncia o de la hija de la Librada, funcionan como contraste necesario para resaltar la virginidad que obsesivamente vigila Bernarda. Su reacción inquisitorial contra la hija soltera de la Librada ("que vengan todos para matarla", "Y que pague la que pisotea la decencia", "¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!) constituye, al final del segundo acto, una premonición de la suerte que le espera a la "indecente" Adela. PONCIA (60 años). La función dramática de la Poncia es importante. Tiene la misma edad que Bernarda y comparte también con ella su moral tradicional, su preocupación por el honor y por el qué dirán. La hipocresía de Poncia se manifiesta claramente en un monólogo del primer acto, cuando se alegra por la muerte del marido de Bernarda y luego, a la llegada del duelo, finge ser la más desgraciada y afectada de la servidumbre. Su personalidad con doblez se describe desde el principio: “Soy buena perra: ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza...”. Su servilismo y rencor se desarrollan a lo largo del drama siguiendo el canon clásico del criado, el que aparece en La Celestina, pero se explica cuando se desvela su pasado, por el que Bernarda la tiene sujeta. Desde el principio expresa su odio personal y de clase contra la tirana: "¡Buen descanso ganó su pobre marido!". Destaca por su hipocresía, ya que trata a Bernarda como amiga aunque la odie; en su relación con ella es capaz de hacerla dudar y de manipular sus temores, diciéndole a medias palabras lo que no desea o no está dispuesta a oír. De hecho, la Poncia, "con crueldad", advierte inútilmente a Bernarda del drama familiar que se avecina. Sin embargo, la Poncia, aunque odia a Bernarda se identifica con ella: "Yo tengo la escuela de tu madre", dirá a Magdalena al explicarle cómo mató, con fría y cruel premeditación, los colorines criados por su marido. Con todos los personajes no actúa de la misma manera: domina a las hijas de Bernarda, a las que aconseja y advierte; con ellas se muestra amenazante en ocasiones, hasta que Adela le pierde el respeto; con Bernarda, en un principio, se muestra atrevida, insinuante, ambigua, cree estar a su nivel, pero más adelante, cuando Bernarda la humilla, reacciona contra ella y pasa a la defensiva.
  • 6. En sus conversaciones Bernarda y Poncia dejan ver que ambas participan de la vileza del pueblo y de una vida sin perspectivas; por eso disfrutan con las murmuraciones y las historias escabrosas que vienen de la calle. LAS HIJAS Para ellas la casa es negativa, aunque en momentos de lucidez se dan cuenta de que es lo mismo estar fuera que dentro, ya que la cárcel está en todas partes: allí donde haya alguien que coaccione a otro (su amiga no puede salir ni echarse polvos en la cara porque su novio no la deja). Están condenadas a vivir en un mismo especio doméstico sin entenderse y a enfrentarse. Los lazos familiares y de sangre que las unen resultan ineficaces ante las fuerzas que las oponen: “Nos enseñan a querer a las hermanas, [pero] te veo como si no te hubiera visto nunca”. De todas ella se diferencia Adela por su inconformismo y valentía; la rivalidad con su hermana singulariza a Martirio y su condición de novia burlada determina a Angustias. Pero a pesar de ello y de la complejidad de las relaciones y sentimientos que en ellas se entrecruzan, tiene razón Mª Josefa al caracterizarlas del siguiente modo: “Todas lo queréis. Pero él os va a devorar porque sois granos de trigo. No granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua!”. Ella las unifica ante el Romano, el varón, como cabe también hacerlo ante Bernarda. Malas o simplemente desafortunadas en su existencia (“malas” las llama la criada y sólo “son mujeres sin hombre” para Poncia), el odio las va poseyendo y provoca las luchas por defender, consciente o inconscientemente, algo que se les niega a todas: el amor y, en un sentido más extremo, el sexo. a) ADELA Es la otra protagonista del drama. Ella simboliza la rebelión frente a la dictadura de Bernarda porque no se resigna a la infelicidad amorosa, a pudrirse en el sepulcro familiar. Representa la fuerza de la pasión amorosa, la llamada del instinto y el deseo de libertad, aunque su rebelión fracasa y termina suicidándose. Es la más joven de las hermanas y la que tiene aún algo de vitalidad. No se conforma con los ocho años de luto que impone Bernarda: "No me acostumbraré. Yo no puedo estar encerrada. No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras [...] ¡Yo quiero salir!". Ya antes de salir a escena, sabemos que se ha atrevido a romper el luto al ponerse un traje verde y salir al corral a que la vean las gallinas. Esta actitud la mantiene en escena con convicción amenazante: "Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle". Yo quiero salir!" Su rebeldía la podemos percibir en varios de sus actos: le da a su madre un abanico de flores en vez del de luto que debe llevar; se pone un vestido verde, aunque sólo sea para que se lo vean las gallinas; rompe el bastón de mando a Bernarda para expresar su independencia y sus ansias de libertad; le dice a Angustias que Pepe el Romano se quiere casar con ella sólo por su dinero. Adela, que en el segundo acto ha superado ya miedos, no se somete a la tiranía represora de su madre y defiende con provocación su derecho a ser libre sexualmente: "¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!", "Mi cuerpo será de quien yo quiera!" Representa la fuerza de la pasión amorosa y de los instintos, y antepone el amor a la honra y a la decencia, por eso se aterra ante la muerte que Bernarda desea para la hija de la Librada -madre soltera-, al final del segundo acto. Esta pasión la vemos aflorar en varias ocasiones; somos conscientes de su entusiasmo y de sus ganas de vivir, ella aún aprecia la vida: habla de lo hermosas que están la noche y las estrellas; canta un trozo de la canción de los segadores "con pasión"; se refiere al caballo, símbolo erótico de la virilidad; replica sensualmente a Poncia cuando esta le "recomienda" que no vea más a Pepe: "No por encima de ti que eres una criada, por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca"; cuando habla de Pepe dice: "¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente". Adela ha decidido asumir hasta las últimas consecuencias el destino dramático de su amor -"Seré lo que él quiere que sea"- , consciente de lo que ello significa en un medio dominado por la decencia y la honra: "Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré la corona de espinas que tienen
  • 7. las que son queridas de algún hombre casado". Lejos de resignarse a la infelicidad, está dispuesta a luchar por su amor hasta desafiar la moral dominante, la decencia, la honra e incluso la autoridad de su madre: "En mí no manda nadie más que Pepe" porque "yo soy su mujer". Por ello Angustias la acusa de ser la "deshonra de nuestra casa": "De aquí no sales con tu cuerpo en el triunfo". La rebelión de Adela, que cree que Bernarda ha matado a Pepe, no tiene más alternativa que el suicidio. Si no quiere envejecer entre la desesperación y la locura como María Josefa -que a sus ochenta años quiere casarse y lleva una oveja en brazos, su niño-, o pudrirse en el sepulcro de la casa familiar con sus hermanas, si no quiere someterse a la tiranía de los valores que defiende Bernarda, sólo con la muerte libremente asumida puede alcanzar, paradójicamente, su liberación. b) ANGUSTIAS, AMELIA, MAGDALENA Y MARTIRIO. Coinciden en la búsqueda de varón y la necesidad de amar, pero han sido educadas en el clasismo y aceptan con resignación la dictadura materna y su destino fatal por ser mujeres: "Nacer mujer es el mayor castigo", dirá Amelia. Todas ellas son víctimas de una feroz represión sexual, que convierte a Pepe el Romano en el oscuro objeto de todos sus deseos. ANGUSTIAS Es la mayor; es vieja, fea, enfermiza, rica e ingenua; ve en el dinero la posibilidad de casarse con Pepe y liberarse del infierno, por lo que declara ante sus hermanas ufanamente: "Y además, ¡más vale onza en el arca que ojos negros en la cara!". Ella es consciente, por tanto, de que Pepe se casa por su dinero, aunque a veces no quiere reconocerlo: "Yo lo encuentro distraído...". AMELIA Es la más simple; se caracteriza por la sumisión y el temor a la autoridad materna y por un pudor ingenuo ante los hombres. Amelia teme a su madre: "¡Si la hubiera visto madre!", “¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre". MAGDALENA Magdalena es la que tiene mejores sentimientos, la que más ha sufrido por la muerte de su padre, la única que ha llorado por él y la única que defiende a Adela. Se siente inclinada al bien y se ve sumida en la resignación. MARTIRIO Es un personaje complejo. Encarna el resentimiento y la envidia. Haciendo honor a su nombre, vive torturada entre el trauma infantil "Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo", y el deseo sexual reprimido (roba, por ejemplo, el retrato de Pepe, que La Poncia encuentra bajo las sábanas de su cama). Aunque confiesa que siempre tuvo miedo a los hombres, cae rendida a los pies de Pepe. Su débil carácter le hace someterse, enamorarse de alguien fuerte, viril, que seguramente la dominará, porque eso es a lo que está acostumbrada. Su mismo nombre dice mucho de ella. Es un personaje de carácter agrio que martiriza a los demás, sobre todo a Adela. Asimismo, ella está también martirizada, su falta de libertad y su amor por Pepe el Romano la llevan a sentir ese odio, esa maldad que no la deja vivir tranquila: "Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga". Martirio es débil, fea, jorobada, inquisitorial, celosa de la honra, lo que, según ella, ha hecho que los hombres no se le acerquen. También es hipócrita: ella odia a Angustias y, sin embargo, se muestra contenta cuando se entera de que se va a casar con Pepe el Romano, del que está enamorada; y finge preocuparse por Adela, cuando lo único que hace es vigilarla para que no se vaya con Pepe. Frustrado su matrimonio con Enrique Humanas, por el clasismo no sólo de su madre sino también de él -"Luego se casó con otra que tenía más que yo", porque "A ellos les importa la tierra, las yuntas, y una perra sumisa que les dé de comer"-, vigila constantemente a Adela y es la que
  • 8. descubre los encuentros furtivos de ésta con Pepe. También ella es la que, "en angustioso acecho", persigue a Adela cuando huye al corral para acabar confesando, dramática y patéticamente, que también lo ama: "¡Sí! ¡Déjame que el pecho se me rompa con una granada de amargura. Le quiero!" El no ser correspondida y que sí lo sea Adela le genera un profundo odio y envidia, que se manifiesta en todas sus conversaciones con Adela (las acotaciones también nos lo aclaran): "Martirio: (con intención): ¿Es que no has dormido bien esta noche?". El enfrentamiento entre hermanas estaba anunciado por la Poncia: "Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones, se olvida hasta la sangre". Por ello, es Martirio la que, celosa, delata ante Bernarda la "indecencia" de Adela: "¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!"; pero también la que, al final, expresa con patetismo su envidia amorosa y sexual: "Dichosa ella mil veces que lo pudo tener". Mª JOSEFA Madre de Bernarda, aparentemente loca y recluida en una habitación por temor a los vecinos, resulta el personaje más cuerdo de todos. Locura y senilidad son los rasgos definitorios. Su espíritu se mueve en la libertad que le presta la demencia; por eso puede exteriorizar lo que las hijas de Bernarda sienten y desean (salir y casarse, para ser feliz), y de declarar las verdades que nadie se atreve a admitir. Su locura no le impide ver; por ello observa y comenta la pasión de las mujeres; se trata de una locura simbólica: en su vejez, la anciana, encerrada en su habitación, desea casarse a la orilla del mar. Ella es la única que, desde el principio, se enfrenta a Bernarda rompiendo el silencio y saltándose sus normas. Es la tarada vidente, que ve mejor que nadie lo que va a suceder, por lo que asume un papel profético: "Pepe os va a devorar".