El documento describe el antisemitismo que existió en Colombia durante las décadas de 1930, 1940 y 1950. Hubo un debate entre intelectuales y políticos sobre permitir la inmigración de judíos a Colombia para escapar de la persecución nazi en Europa. Finalmente, el gobierno colombiano estableció restricciones a la inmigración judía y negó la personería jurídica a algunas asociaciones judías. Además, hubo un boicot contra negocios judíos en Bogotá en 1946. Sin embargo, con el tiempo
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Articulo antisemitismo en Colombia
1. ESCUELA SOCIAL DEL SIGLO XXI
ESCUELA SOCIAL DEL SIGLO XXI
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ED.:1 AGOSTO 2015
12 MAYO 2013 - 9:00 PM
Blanco y Negro
Antisemitismo en Colombia
La persecución a los judíos en el país fue una constante durante los años 30, 40 y 50 del
siglo pasado. Esta investigación da cuenta de lo que ocurrió.
Por: Lina Leal*
* Comunicadora social con énfasis en Periodismo y Magíster en Historia con énfasis en
Historiografía Cultural. Trabajo en la Oficina de Prensa de la UN, para la Agencia de
Noticias y para el Periódico UN. /
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Las caricaturas e imágenes injuriaban a los judíos.
¿Antisemitismo en Colombia? ¿Cuándo? ¿Cómo? Parecerían preguntas fuera de
lugar en una sociedad que, según nos parece, está desligada de este tipo de
asuntos provenientes de contextos internacionales. No obstante, hoy surge la duda
cuando el revisionismo es re-visado por algunos escépticos, o cuando se
establecen supuestos nexos de neonazismo en figuras importantes de la política, o
cuando en relación con el conflicto árabe-israelí, comentarios macabros aluden a
las acciones israelíes como producto del aprendizaje del Holocausto.
Pues bien, Colombia —al igual que muchos países del mundo, durante diversos
períodos de la Historia— también fue escenario de antisemitismo, durante las
décadas de 1930 y 1940. En este tiempo, trescientos mil europeos de origen judío
salieron del Antiguo Continente para salvarse de los nazis. Colombia, por su parte,
recibió solamente a 6.000; una cifra ínfima en comparación con países como
Estados Unidos —entre 165.000 y 212.000—, Argentina —45.000—, Brasil y Chile
—25.000 y 15.000—.
La entrada de esta oleada atravesó grandes complicaciones, ya que luego de un
fuerte debate de intelectuales, políticos y comerciantes respecto a la apertura o
clausura de políticas inmigratorias hacia estos extranjeros, las autoridades
colombianas establecieron trabas a su inmigración durante las décadas de 1930 y
1940.
Uno de los expositores más fuertes de este debate fue Luis López de Mesa, quien
advertía que los judíos “tenían una orientación parasitaria de la vida” y “sus
costumbres invertebradas de asimilación de riqueza por el cambio, la usura, el
trueque y el truco” hacían que su llegada fuese un inconveniente para el desarrollo
del país.
Además de López de Mesa, estaban otros intelectuales como Calibán (para quien
“el judío de la Europa central representa uno de los tipos humanos más bajos”,
pero en la siguiente década cambió su posición), Salvador Tello Mejía (intelectual
antioqueño, autor de la obra Colombia ante los judíos, que alerta sobre el
supuesto plan de dominación mundial por parte de las comunidades judías) y
Laureano Gómez (quien desde El Siglo emitió duros comentarios para estos
inmigrantes e incluso lideró un plebiscito en 1942 para expulsarlos), así como
representantes de las Cámaras de Comercio de Popayán, Palmira, Honda,
Bucaramanga, Cúcuta, Cartagena, Barranquilla, Medellín y Bogotá.
Desde estas sedes se enviaron epístolas al ministro, en las que pedían evitar la
inmigración al país de “elementos indeseables” en especial de “raza hebrea, pues
tales elementos, transmisores de enfermedades que constituyen seria amenaza
para nuestra raza, y portadores de costumbres antagónicas a las del pueblo
colombiano” (…) “entraña(n) serios peligros para nuestra raza, por la diversidad de
costumbres de aquellos”.
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Finalmente, se establecieron las restricciones a la inmigración de judíos,
especialmente polacos y alemanes, en 1936 y 1938 (con el aval y conocimiento de
los presidentes de turno), con López de Mesa a la cabeza. Como ministro de
Relaciones Exteriores en 1939, emitió una orden a los cónsules que desesperanzó
a las familias establecidas y a aquellos extranjeros que querían venir al país, en el
que sostenía: “Considera el Gobierno que la cifra de cinco mil judíos actualmente
establecidos en Colombia, constituyen [sic] ya un porcentaje imposible de superar,
a pesar de los sentimientos humanitarios que naturalmente inclinan la acogida
benévola de las minorías raciales hoy perseguidas. Esto hace necesario que los
cónsules bajo su jurisdicción opongan todas las trabas humanamente posibles a la
visación de nuevos pasaportes a elementos judíos”.
Bajo estas medidas, pocos judíos pudieron ingresar a Colombia a partir de 1939 y
hasta 1941 —cuando el gobierno nazi frena toda salida del Reich e inicia la
Solución Final—. Estas restricciones se mantuvieron intactas durante el transcurso
de toda la guerra, aun cuando las solicitudes se hacían más exasperadas y los
cables internacionales develaban el asesinato masivo de judíos europeos por causa
de los nazis. En este sentido, la exaltación de las voces de auxilio de los judíos
europeos no generó ningún tipo de cambio en la política inmigratoria colombiana.
En la década de 1940 afloraron expresiones de rechazo como el ya mencionado
intento de expulsión que promovió el periódico El Siglo, con Laureano Gómez a la
cabeza, quien, en su cargo como senador de la República, presentó un proyecto de
ley en el Senado, el 11 de agosto de 1942 (y aprobado en primer debate por diez
de los dieciocho senadores) bajo la argumentación de que el fenómeno judío es
“un problema” que ha preocupado a pensadores de todas las tendencias, en la
medida en que constituye un pueblo disperso por el mundo, y especifica: “la
característica del judío es que no tiene patria, que va a los países y puede vivir por
generaciones, pero conservan otra patria, su patria judía; de modo que donde
quieran que se encuentren, aun cuando aparezcan y se finjan y se revelen como
afiliados, no lo están; conservan su nacionalidad” y porque “el enemigo primero de
los judíos es el catolicismo”. Esta iniciativa generó tantas críticas como simpatías,
pero finalmente no logró evolucionar a la categoría de ley.
De otro lado, en agosto de 1940 el gobierno nacional negó la personería jurídica a
varias asociaciones judías: la Asociación Hebrea de Bogotá, el centro de Adju Israel
también de esa ciudad y la Sociedad Hebrea de Socorros de Cali; y de igual forma
ocurrió tres años más tarde, cuando la Gobernación de Cundinamarca negó la
personería jurídica a la tercera comunidad de los judíos inmigrantes: la Montefiore.
Estas negaciones fueron rápidamente modificadas.
Cabe resaltar un boicot al comercio judío en Bogotá, durante la tarde-noche del 8
de agosto de 1946, ocasionado, según los periódicos El Tiempo, El Espectador y La
Razón, por un conflicto entre Jacobo Fisboim —un judío polaco de 21 años
radicado en Bogotá— y Alfonso Pardo Ruiz —un joven colombiano católico de 20
años— que desencadenó el descontrol en el centro de la ciudad. En el episodio, en
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el que hubo frases como: “¡Mueran los polacos y judíos!”, alrededor de 44
almacenes sufrieron destrucciones y, según la AJC (American Jewish Comitee),
algunos judíos fueron golpeados. Finalmente, escuadrones de la policía dispersaron
a los atacantes y el incidente fue repudiado en varios sectores de la población.
Ahora bien, si recuerda el famoso caso del barco “Éxodo”, que ha suscitado
películas y libros, sabrá que en esa ocasión 4.500 judíos emigraron de un puerto
francés, pero en realidad se dirigían a Palestina. ¿Qué tiene que ver Colombia?
Que los pasaportes presentados por estos inmigrantes supuestamente poseían
visas colombianas. Se inició entonces un debate mundial sobre cuál nación debería
recibir a los viajeros que habían sobrevivido a las cámaras de gas de Hitler. Francia
sostenía que no podía obligar a los judíos a permanecer en Europa; Inglaterra,
desde hacía varios años, no entregaba permisos para entrar a la “tierra prometida”
y Colombia advirtió que esas visas eran falsificadas y que por ningún motivo
recibiría inmigrantes en masa, porque según Carlos Holguín Holguín, el entonces
secretario del Ministerio de Relaciones Exteriores, “no ha pasado por mi despacho
visa colectiva alguna, y mucho menos para gentes que pudieran ser profesionales
del comercio, porque el gobierno (…) ha restringido totalmente la inmigración de
esos elementos”.
Todas estas acciones fueron efímeras y se enmarcaron en un contexto permeado
por el antisemitismo que existía en el mundo. En Colombia se configuró un
antisemitismo local, producto de una transferencia de los imaginarios que existían
en el mundo en combinación con la realidad del encuentro entre los colombianos y
los inmigrantes de origen judío.
En este sentido, de acuerdo con el punto de observación, adquirían un rasgo
particular. Para los comunistas, eran objeto de rechazo por capitalistas, y
viceversa; para los católicos eran “asesinos de su Dios”; para algunos alemanes
representaban una raza inferior; para los nacionalistas xenofóbicos eran la invasión
extranjera, para los racistas criollos, el componente imperfecto de una raza
colombiana suficientemente llena de miseria e ignorancia, y para los comerciantes
colombianos, personificadores de usura, innovación y competencia
Con el transcurso de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se generó una
transformación en el antisemitismo, por cuenta de su nexo con el autoritarismo de
Adolfo Hitler en oposición a los aliados y el encuentro entre los colombianos y
estos inmigrantes porque, primero, los viajeros se adaptaron a la sociedad —
aunque algunos emigraron cuando la guerra terminó—, y segundo, los
colombianos se dieron cuenta de que eran seres de carne y hueso —ya no los
villanos que habían construido, por ejemplo, a través de caricaturas—, y que en
realidad podían aportar mucho a la sociedad.
Colombia perdió la oportunidad de enriquecer su riqueza cultural, social y
económica con la recepción de inmigrantes judíos de origen polaco y alemán, pero
también muchos judíos solicitantes (más de 15.000, de acuerdo con las cifras del
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Ministerio de Relaciones Exteriores) tuvieron que quedarse en Europa y algunos de
ellos murieron en manos del gobierno antisemita de Adolfo Hitler.
La exaltación de sus voces ha sido un propósito constante como una manera de
“hacer justicia” a estas víctimas del Holocausto nazi, en el que Colombia realizó un
pequeño, pero aún así significativo aporte. En este marco resulta indignante que
hoy existan personas que —por cuenta de escasos conocimientos de las fuentes,
rezagos del antisemitismo del siglo XX o del conflicto árabe-israelí, o estereotipos
del neonazismo— nieguen que el Holocausto —con el consecuente sufrimiento y
muerte de millones de personas— alguna vez existió.
En estos acontecimientos, también debemos hacer memoria desde lo local y
darnos cuenta de que estamos más anclados a los contextos internacionales de lo
que a veces pensamos. Nosotros jugamos un papel en esta historia y por tanto
también debemos hacer reivindicación para que una historia así no vuelva a
ocurrir.
Tomado de:
HTTP://WWW.ELESPECTADOR.COM/NOTICIAS/POLITICA/ANTISEMITISMO-COLOMBIA-ARTICULO-421672