SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 46
Descargar para leer sin conexión
EL BARCO
.:
.....rt
. .r. !-e4'_._;¿
DE VAPOR
EL mordisco de
[a''medianoche
Francisco LeaI Queverlo.t.
I pREMr0 D€ LTTEMTURA tNFANTIL , ])i
EL BARC0 DE vAPoR - i ' r
t' ..''
li¡
stBLroT€cA tu¡s ÁNeel ARANco, 2oo9
* s-s ff * í[É-:rq tr]é"i* ii [f ]1ia{*1&
. f€¿{tiit
i¿!L#+
gE
.."W;.r'o^
EW'com
Primera edición: ene¡o 2010
Dirección editorial: César Camilo Ramíree
Edición: Carlos Sánchez Laz¿'no
Ilustación carát¡rla: DiPacho
@ Francisco Leal Quevedo, 2fi)9
@ Fiiciones SM Colombia, 2009
Carrera 85K 46A - 66, Oficina 502
Bogotá D,C.
www.ediciones-sm.com'oo
PB)C 595 33,14
Cor¡eo elccrónico: edicionlij-co@grupo-sm.com
ISBN : 978-958 -7 os -292-3
Impreso e,n Colombia / Printed ín Colombía
Im¡neso por Editorial Delfiu Ltda.
No cstri po,-ttlda la reproducción totat o pucial de
este übro, ni $r tratsmicnto informático, ni h transmi-
sión do ninguna fom¿ o por cualquier oho medio' ya
sea clccEónico, mecánico, por fotocopia, porrcgistro u
otros mcdios, sin el permiso prcüo y por escrito de los
tia¡lras del coov¡ir
1 El atenta.do
Todot dormfan en laranchería del lagarrovercle.
Todos, menos Mile.
La niña tenfa un exhaño presentimiento des-
pués del peligroso episodio que había vivido, una
semana atrás, cerca al faro. Se movía de un lado
a otro clel chinchorrol. Cerró los ojos y se quedó
quieta, quizás asl volverfa el sueño'esquivo. De
pronto sintió que su cabra Kauala la llamaba por
su nombre al ofdo, se despertó completamente y
ya no pudo volver a dormir.
Estuvo un rato alerta. La noche era oscura. A lo
lejos se olan las olas del mar y por momentos se
acentuaba el silbido del üento en medio del de-
sierto. Mile ptrso atención al rranquilo ribno de Ia
respiración de sus padres, su abuela, sus tfos y sus
primos. Volüó a cerrar sus ojos pesados. Cuando
empezaba a dormirse de nuevo, una cabra baló.
Una, dos, hes veces. Unos prses rápidos fuera
de la casa Ie hicieron dudar si estaba en vigilia o
dormía.
¡ Especie de hamaca con vuelos laterales que permiten cubrir a
guien duerme.
lOyeron? -preguntó en voz baja con la espe-
ranza de que le contestaran.
Y antes de que pudiera oír una respuesta, el si-
lencio de la noche fue interrumpido por un ruido
atronador, como si el mundo se viniera abajo y ella
quedara suspendida en el vacfo.
-¡Al piso, al piso! -gritaba con desespero Leon-
cio, su padre.
[,as ráfagas de clisparos se sucedfan una tras
otra. En medio de la oscuúdad los cue{pos se mo-
uí^n y cafun al piso. Se ofan gritos de angustia y
lamentos de dolor.
Luégo de unos segundos se oyó una nueva rífaga
y luego otra, esta última más cercana. Mile esta-
ba aterrada: los tiros rebotaban contra las puertas
y ventanas. Su corazón se había detenido... A lo
mejor estaba muerta.-.
Los rápidos latidos en su pecho y la respiración
agitada le confirmaron que arln vivía. '
-¿Están todos bien? -preguntó su padre con voz
temblorosa luego de unos segundos.
A lo lejos se ofan carros que arrancaban.
Mile no pudo más y se"le escapó un llanto en-
trecortado. De pronto sintió una mano sobre su
hombro y luego el calor de un cuerpo. Era Sara,
su madre, quien la abrazó durante un momento y
6
luego la jalo hacia fuera de la casa. Allf ya pudo ver
con detenimiento los resultados del atentado. En
ese momento su primo Mayelo sacaba en hom-
bros a fsauro, su oho primo, a quien una bala le
había rozado una pierna, p€ro no parecfa ser algo
grave.
Mile se soltó de Ia mano de Sara y corrió al co-
rral. Allf estaba su padre con las manos en la ca,
beza mienfas observaba un espectáculo atroz: los
asesinos dispalaron cor:tra los chivos y mataron
a cerca de treinta. La niña reconoció inmediata-
mente entre los animales muertos a Kauala, su ca-
bra preferida. Un dolor indecible la invadió. Qui,
so arrojarse a alzarla y tenerla entre sus brazos,
pero su abuela Chayo se lo impidió tomándola del
brazo.
-No tienes que ver esto.
Entonces Mile se pr-rso las manos sobre el rosfro
y empezí a llorar sin pausa. Se apoderó de ella
un quejido hondo, imparable- Le habían matado
a Lln ser querido. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué
dispararon conha su familia? ¿Quiénes lo habían
hecho?
Al fondo un rojo amanecer de sangre presagiaba
peores sucesos.
2 fo decisión
Mru estaba sentada fuera de la casa. Adentro
treinta hombres de la familia llevaban ya muchas
horas discutiendo a puerla cerrada.
Las mujeres en la cocina comentaban que esta
vez el blanco de los disparos habían sido los ani-
males, pero que en el próximo ataque seúan eJlos.
la situación era €trave.
Desde el día anterior, al regarse la noticia, to-
dos los parientes cercanos fueron llegando. Algu-
nos vení'¿n de la serranía de Jalaala y de la sabana
de Wopumuin y acudieron tan pronto se habían
enterado del atentado. l-Iasta llegaron los primos
de Nazareth y de Manaure y dos hicieron el viaje
desde Maracaibo.
los hombres salieron. Los rostros tenían la mis-
ma expresión: estaban decididos a afrontar unidos
la adversidad. Las mujeres esperaban con ansie-
dad las decisiones urgentes que vendrían.
-Ya está acordado -dijo Leoncio con profunda
seriedad-. Partiremos en tres horas.
l,as mujeres se miraron consternadas.
-¡'lan poco tiempo para prepararlo todo! -di¡o la
vieja Chayo.
8
El tfo más anciano, gue habfa venido descle la
sierra de Wopumuin, argregó como única explica-
ción:
-Deben marcharse ya, si quieren seguir vivos.
Sin perder tiempo, las cinco mujeres mayorcs
se encerraron en la habitación principal. Al cabo
de un rato de esperar afuera, Mile entreabrió la
puerta. Chayo la vio y Ie dijo:
-Sígue y cierra.
Buscó un rincón de la enorme habitación y se
quedó quieta y callada, mientras observaba todos
los moümientos de las mujeres.
-¿A dónde vamos? -sc atrcvió a preguntar.
-A la tierra de los alijunasz -respondió Sara se-
camente.
La abuela le había aclarado poco. Mile nunca
había salido de La Guajira y solo sabía que el resto
clel munclo era alijuna. La palabra tenía un slgpi-
ficado extraño para la niña. Si su mundo eran las
ranchcrfas, el desierto, el mar, su escuela sobre el
acanrilado, ¿qué había más allá? Ella habfa visto
2.Los wnyuu designan con tres nombres a los seres humanos:
tHu¡rrlnr, quc significa persona o gente ikt¡sina gtte designa a otros
grupos indígcn i'r;; aliiuna tlue son los blancos o en general los ncr
inclios.
a los turistas, incluso a personas de otros países
que venfan de visita al Cabo de la Vela y a Pun[a
Gallinas. Pero otra cosa era ir a vivir entre ellos y
compartir sus costumbres.
Mile querfa saber más cletalles de ese sorpresivo
viaje, pero las mujeres esLaban demasiado atarea-
clas y no le dijeron más. Al cabo dc un rato, Sara le
entregó una pequeña maleta.
-Hija, no hay tiempo que perder. Alista aquí tus
cosas.
Pero cómo decidir qué llevar o qué dejar.
-¿Vamos a estar fuera muchos días? -le pregun-
tó a su mamá,
-Nadie lo sabe, p"ro d"b"*os PreParamos Para
un largo tiempo.
Luego Sara dijo, hablando para sí misma:
-Quizás nunca regresemos.
[,a niña empezó a apilar sus cosas: las mantas
multicolores, su mochila, Ios collares de coquitos,
las sandalias de borlas vercles, los hilos para tejer
las mochilas y las oseguranzos3.
Pero si iban a tardar tanto, incluso, si acaso no
volvían, debía llevar su piel de cabra, el único re-
3 Son pulseras mrrlticolores hechas dc forma artesanal con tejidos
de hilo.
IO
cuerdo de Kauala que su primo Mayelo ya había
arreglado y podía caber en algfin rincón de su ma-
leta. Alistó también el libro de paisajes guajiros
que le había regalado Ia profesora Luzmila, por
haber siclo la mejor alumna del año pasado.
-Esto se va, esto se queda -decía a cada rato
Sara.
Era mucho más lo que se quedaba, sin duda. Al
cabo de un rato ya estaban las tres maletas listas.
Los hombres entraban en las habitaciones y luego
sahan llevando paquetes hacia la camioneta. Sara
vino a revisar las cosas de Mile.
-Eso está bien, esto también, pero no te cabrá
todo -dijo Sara-. Deja esas tres mantas y las san-
dalias de borlas. Adonde iremos no vas a usarlas.
-¿Allí nunca habrá u¡ra fiesta?
-Quién sabe si algún üa estemos para fiestas. Y
además allá las fiestas son diferentes.
Las sacó de la maleta. Llevaba unas guaireñas
puestas; sería mejor tener dos. Merió el otro par
entre sus cosas.
-¿Y puedo llevar mi bicicleta? -preguntó con
inocencia.
-Hija, somos muchos, iremos apretados y el via-
je será largo.
Había entendido: debía dejarla.
¡',t:i.:, ..
il,iii::::;,:j,iii::,: 'i. .. :
11
tFn
Ya estaba lista la ropa. Salió al patio y recogió
el cactus florecido que le había regalado Yosusi+,
su compañera de pupitre, cuando empezaron las
lluvias.
*¿Puedo llevarlo) -le preguntó a Sara,
-En la tierra de los alijunas hace fuo y no hay
tanto sol como acá.
Pero se quedó dudando y al momento le dijo:
-Si tir-rieres llévalo, aunque es difícil que sobre-
viva.
Lo empacó en una bolsa, le ab¡ó muchos agu-
jeros para que respirara y fue hasta la camioneta.
Le pidió a Mayelo que lo asegurara junto a su ma-
Ieta.
Después de la tercera hora todos afanosamente
llevaban cosas.
-Démonos prisa -dijo Leoncio mientras se mo-
vía de r¡n lado para otro-. Saldremos con los írlti-
mos rayos del sol.
Entonces Mile advirtió que su papá había alista-
do el revólver. Era claro que lo llevaría consigo.
-Vámonos ya -ordenó Leoncio.
La camioneta ruidosa ernprendió apuradamente
la marcha.
a En lengu" wayuu {wayuunaiki) significa flor de cactus.
t2
Desde la misma puerta de la ranchería, allí don-
de se vefa el largo tablón con el dibujo del lagar-
to verde, el carro comenzó a balancearse a lado y
lado sobre sobre el camino de rocas y arena.
Empezaba e[ largo viaje hacia una tierra extraña,
lejana.
3 rohuiáa
Leoncio manejaba a gran velocidad en medio
de Ia noche y el carro se bandeaba con brusque-
dad. Su nerviosismo era visible. Las mujeres atrás
intentaban mantener la calma y no hablaban. Mile
apretaba con fuerza la mano de su abuela.
El desierto parecía la boca de un krbo y el furio-
so silbido del viento advertía: "Corran si no quie-
ren ser alcanzados".
De repente la oscuridad se hizo más intensa: el
carro se apag6. Un silencio absolutq se apoderó
del lugar.
Uno de los sobrinos de Sara se hajó de inmediato
y abrió el capó en busca del desperfecto. Leoncio
sostenía una linterna cuya luz mortecina apenas si
servía para algo.
Un estallido se oyó en la distancia... Todos sin-
tieron terror.
Mile se zaf6 desu abuela y se bajó de un salto de
la carnioneta. Sara, sorprendida, intentó retenerla.
L,a niña señaló con su mano hacia el cielo.
Alguien había lanzado un volador de pólvora cu-
yas luces de colores se abrieron en forma de ramas
de árbol.
-A lo mejor celebran que nos vayamos -dijo con
ironía la abuela Chayo, y el chiste distensionó el
ambiente.
El carro finalmente volvió a prender y echaron
a andar.
Pasaron cerca de la salina: en la noche resplan-
clecía desde lejos la montaña de sal. Las luces en
la distancia anunciaron que estaban cerca de Rio-
hacha. Mile hubiera querido bajarse de Ia camio-
neta para descansar. No pararon sino para echar
gasolina.
Arravesaron rauclos las calles de la ciudad, a esa
hora desérlica.
-No conviene que algrln conocido nos vea,se-
ñaló Leoncio-. Mientras más tarde se enteren de
nuestra partida, mejor.
Mile iba absorta mirando por la ventana: todo
aquello le era desconocido. Quizás nunca lo ha-
bfa visto, o ahora lo veía con ojos nuevos. Sara le
habló poco durante el viaje. La más tacituma era
Chayo, pues a sus setenta años poco habfa aban-
donado su [ierra. Una vez ftre hasta Barranquilla
y otra hasta Cúcuta, pero de eso hacla ya muchos
años. Siempre decfa que no le gustaban las ciuda-
des grandes.
A medida que viajaban el paisaje fue cambian-
do. Acrás quedó el desierto. EI mar se escondió
ii.il'
'1,:.1;i:
:i:i:::rl
l:liji:::
:iliil
i:::-l:j;::
It+
i
;;i:::rli:;:1.
li':l:::i:::i:::1 :1. r:. .
15
montañas.
La camioneta siguió devorando la autopista rec-
ta, pavimentada, sin fin.
Eran más de Jas doce clel clía cuando llegaron a
Bucaramanga. Se bajaron a buscar algo de comer.
Mile corrió hacia un restaurante donde el letrero
exhibía una cabra.
Pidieron chivo y yuca, pero a la niña le supo dis-
tinto. La arepa de mafz pelado le pareció de un
sabor rancio y no pudo comérsela.
Las gentes elnpezaron a mirarlos con curiosi-
dad, como anima]es de otro corral, y los señalaban
con el dedo.
-Es por nuestro vesrido -dijo Sara.
Chayo no querfa cambiarse la manta.
-Con ella nacf, con ella me muero.
Mile y su mamá compraron ropa en un almacén
del centro, se cambiaron y nuevamente empren-
dieron la marcha,
En la noche se detuvieron a dormir en un hotel
ruidoso que quedaba sob¡e la carretera. Mile ex-
trañaba su chinchorro. Amaneció adolorida por-
t8
que toda la noche había dado vueltas en esa cama
ajena.
Al segundo dfá, al caer la tarde, el viaje terminó.
Mile despertó asustada: los'gruesos goterones
de lluvia golpeaban el parabrisas.
La camioneta avaruaba lentamente en medio
de muchos can'os y pitás que asustaban a la niña.
Sara se quitó un saco que habia comprado y se lo
puso a su hija.
Mile observaba con átención los edificÍos altos,
la gente que corrfa tras los buses, la niebla que
volvfa invisible lo más cercano, el color extraño
de todo.
Habfan llegado a la gran ciudad, la tierra de los
alijunas.
"Todo era tan distinto haee dos semanas", se dijo
con profunda tristeza.
l9
4 Amanecer en el dcsierta guajiro
El sol salía despacio en medio de nubes arrebo-
ladas. En el patio los cerdos y las gallinas alborota-
ban, y en el corral de troncos las cabras empujaban
para salir a trepar las colinas de rocas. El gato se
desperezaba y el perro daba vueltas en el mismo
lugar: buscaba encontrar la rnejor posición para
continuar sin hacer nada, Además bostezaba.
Mile se dio vuelta en el chinchorro, pues que-
ría defenderse del aire frfo, que entraba por todos
los huecos de la malla. Se sentfa tibia en medier
de aquel capullo. Recordó haber tenido hermosos
sueños y quiso seguir metida en ellos; Volvió a
dormirse, pero por poco tiempo. EI gallo comenzó
.su quiquiriquí de madrugada.
Amanecfa en el desierto y poco a poco la ran-
chería se despertaba. Allí üvía con veinte perso-
nas que eran su familia. Ellós eran los Uriana.
Vivían en cuatro casas blancas, en rneclio de un
gran sola'r. Al frente, sobre el portalón, en una ta-
bla larga, habían pintado un enonne lagarto verde.
Quiás todos se sentían un poco lagartos en aquel
desierto seco.
De pronto se desató una ligera lluvia pasajera y
se oyó rura voz inconfundible.
2A
I
I,
L
El loro, vestido de verde y amarillo, quería lla-
mar la a[ención, sin duda.
-Roberto Cario... Roberto Carlo...
Él *i**o se llamaba y en su garganta quedaba
una risa ahogada. Sentfh que lo estaba haciendo
bien y que todos lo escuchaban.
-Uno... dos.:. tres... arriba.,. arriba.
El loro no paraba. Hablaba por hablar, por hacer
ruido, y al tiempo se sacudía las escasas gotas de
agua que habían alcanzado sus plumas.
Mile lo oyó desde el chinchoro y sonrió. Aquel
"arriba. .. arriba" significaba levantarse. l,ogró con
esfuerzo despertarse del todo y se fue a banar. El
agua fresca, casí fta, resbalaba sobre su espalda
y le recorría todo el cuerpo. Luego del estreme-
cimiento inicial, se sintió muy bien. Se puso su
manta guajira, se peinó y se amarró en su rnano
izquierda una pulserita de colores. Ya el frlo del
cuerpo se habfa ido, quedaba un poco en las ma-
nos y por eso se las frotaba.
Ahora esperaba el desayuno, sentada en la larga
mesa. Uegaron los huevos revueltos, el chocolate
y las arepas tostadas con manteguilla derretida y
un poco de sal. Se vefan deliciosos y además ha-
bfan colocado junto un humeante asado. Aquellos
gi$i.St?ilüA *;+?iü l;"';r:+''1"{*!}- 2t
' ltsA*Lig
platillos eran el orgullo de la vieja Chayo, que en
la cocina, sin duda alguna, rnandaba.
MÍentras ella saboreaba esos manjares, su primo
Mayelo salió con las cabras colina arriba. La salu-
dó desde le¡os. Él se dedicaba al pastoreo mien-
tras ella iba a la escuela. Mile se sentfa alegre y
terúa tantos planes. ¡Qué maravillal La mañana
radiante la esperaba.
5 m tren ntás largo del rnundo
Cogió su mochila preferida, la de lagartos y
pájaros, la primera que había tejido cuando aún
estaba aprendiendo, hdcfa dos años. Colocó en
ella sus libros y cuadernos, el bañador y una toa-
lla. Tomó su bicicleta morada y clio dos pedalazos,
cuando se acordó de algo. Había olvidado el al-
muerzo que su mamá le preparó. Se devolvió por
él y le hizo sitio en la mochila. Olía exquisito.
Con el equipaje completo estaba lista para ini-
ciar el largo viaje. Comenzó a pedalear con fuerzan
camino de la escuela que quedaba allá lejos, en el
acantilado, sobre la playa de Bahía Honda.
El camino comenzaba con un suave descenso.
Se impulsó y sintió qr.re volaba. Conocía bien ese
sendero de tierra seca y rocas, que por momentos
no se veía y apenas se adivinaba. Flabfa recorrido
en minutos ün buen tramo y ahora cruzaba la in-
mensa llanura desértica. Pasó veloz por el árido
paraje. La tierra arcillosa era de ese color amarillo,
tan especial, que le había dado al lugar su nombre:
el Desierto de la Ahuyama. Las piedras dispersas
parecían semillas. Los vercles trupíos y los cactus
22 23
mezclados con la tiema Seca,le daban a ese sitio el
aspecto de una gran calabaza partida y abierta.
Llegó al cruce de las Cuatro Vfas. El ruido era
ensordecedor y tuvo que frenar a fondo. Miie de-
ruvo su bicicleta ai borde de la carrilera. Entonces
notó por primera vez que los frenos de la bicicleta
estaban fallando, pero no le dio demasiada impor-
tancia, pues en ese momento comenzaba a pasar,
ante sus ojos maravillados, el largo tren. A ella le
gustaba verlo y además ofr el sonido de los rieles
que vibraban a su paso. Miró la fila interminable
c{e vagones que transportaban el negro carbón y
no pudo cvitar contarlos. Eran rres locomot<¡ras
halando ciento treinta y siete vagories, el nen más
largo del mundo.
Le pareció que nunca termÍnaría de pasar esa
caravana. Le recordó la hilera de oscuros gusanos
peludos que recorrían a veces la huerta y cada uno
seguía Ia huella del otro, mienhas devoraban Ias
calabazas. O la cadena interminablc de grandes
hormigas que, en fila india, transportaban frag-
mentos de hojas y en un rato podían comerse todo
el follaje de un arbusto. También aquel tren se
devoraba el carbón.
Al fin pasó el rlltimo.
Ltrego lentamente se perdió en el horizonte, ca-
mino del mar. Allá, en el puerto, esperaban su car-
24
ga gandes barcos que la llevarían a lejanas tierras,
a los pafses de nieve para calentar los hogares en
el invierno.
Volvió a pedalear con fuerza, pucs necesitaba
recuperar el tiempo perdido. El sol avanzaba en el
cielo sin nubes. Mile no sentía el calor porque la
brisa refre.scante era aún más poderosa. A lo lejos
se veían las dunas y los médanos y el viento les
raspaba la espalda. Parecían coronados por una
cabellera de arena.
I)escansó unos minutos bajo la sombra de un
trupfo, que a pesar de su poca altura tenía una
extensa copa. El üento elevaba las rarnas hacÍa
el cielo. Se parecía a su sombrilla vieja, que de
tanto usarla se iba un poco hacia arriba. Se estaba
bien 4llí, pero habfa que llegar y quedaba poco
VolviO a subir en la bicicleta y puso los pies sobre
los ¡redales. Aún era lalgo el camino para llegar a
la escuela. Se detuvo un instante a mirar las aspas
del parque eólico que producían energía para to-
das aquellas casas. Se parecían a los ringletes que
ella sabía hacer y que a veces ponía en el manu-
brio de la bicicleta. Daban vucltas y vueltas, sin
para! hasta que llegalra a casa. Los sentía como
pequeños motorcitos de un avión imaginario.
25
Fue una pausa breve. Volvió a pedalear. Le do-
lían los músculos, pues sus piernas trabajaban
sin parar. Mile observaba por instantes el paisaje.
Para donde mirara, siempre sus ojos enconhaban
el mar. Era un paisaje inagotable y le maravilla-
ba el sol de reflejos cambiantes sobre esa masa
de agua gue llenaba el horizonte. Mi¡ó a lo lejos:
apenas se diüsaba la escuela y su solar, sobre el
acantilado, frente a la hermosa balÍa, como una
línea oscura perdida en la distancia.
6 Rurubo s Bahía Honda
Faltaba un largo trecho, pero aún iba a tiempo.
O casi, porque el paso de esa gran caravana de
vagones había tomado ün buen rato, Las fuer:-as
Ie sobraban para volar sobre el desierto. Siguió
subiendo r¡na suave pendiente. Desde la gran co-
lina que dominaba el lugar, se divisaba ahora la
salina y -se detuvo para observarla. Veía la enorme
montaña blanca de sal y el inmenso espacio inva-
dido por el agua salada. A diario paraba ahl y sus
ojos nunca se cansaban de mirar ese bello paisaje.
Otra vez, en el horizonte, vio el mar, siempre el
mar, que estaba rodeando lalargapenlnsula, acari-
ci¿índola con sus olas.
A lo lejos se veía una parte de las cabras que te-
nla su abuela Chayo: una mancha moviente sobre
Ias laderas, un grupo de animales inquietos que
bebfa en el rlnico pozo de aquel desierto, mientras
unas a otras se empujaban. El resto del rebaño
eran esos incontables puntos blancos y negros que
caminaban sobre las rocas lejanas. [¿s cabras re-
corrían parajes imposibles mientras buscaban aI-
gún bocado y a veces tenfan que buscar mucho
porque habfa poco para comer en medio de esas
26
piedras seeas. Algunas morfan de hambre y sed
durante el ardiente verano. El año pasado habfa
muerto la mitad de las cabras porqlre Ia sequfa
fue extrema.
Posiblemente alla estaría lGuala. Era una cabri-
ta muy especial, negra con manchas blancas. Un
día se atascó en un peñasco y el pastor no se dio
cLlenta, él regresó con el resto clel rebaño y la ca-
bra quedó abanclonada. Ya en la noche, por que-
rer salir, pues estaba sola y desesperada, se ha-
bía partido un cuerno. Llegó a ]a ranchería a la
meüanoche y balaba de tal manera que todos se
despertaron. Mile la cuidó ypor unos dfas durmió
cerca de su chinchono. Desde ese'suceso se bu's-
caban, lodas las tardes, cuando Mile regresaba de
la escuela de Bahfa Honda y las cabras bajaban de
las colinas de rocas.
Siguió pedaleando sin hacerle caso al cansan-
cio de las piernas. Pasó un portalón y luego otro y
otro. Atrás quedaba la hilera de rancherías: la de
los Ipuana, los Pushaina, los Epinayúy muchos
otros. Ya se vefa a Io lejos, coronando el promon-
torio, la escuela de bahareque, rebosada con cal
blancayel techo de cactus secos.
Varias veces Ias lagartijas pasaron corriendo,
asustadas, ante esa niña en bicicleta que pasaba
veloz, como un pequeño ciclón. Al cruzar por el'
28
punto más estrecho clel acandlado estuvo en ries-
go de caer por la fuerz-a del viento. Su pelo ahora
parecfa querer elevarse como Llna cometa y el aire
se metía por los pliegues de su manta, adosada a
sLr cuer?o. ¡Qué hermosa sensación, la más pare-
cida a ir yolandol Pero no podía quedarse allí, el
viento podía hacerla rodar al abismo. Aceleró el
ritmo clel pedaleo para sortear aqr-rel peligro.
Al fin podía ver la escuela. Ya no estaban los ni-
ños jugando afuera. Entonces, iba tarde, Aceleró
aírn más la marcha. En el patio correteaban las
gallinas y un gran pavo a los que casi atropella por-
que la bicicleta no podía parar. Se habían dañado
más los Irenos, pero al fin logró llegar, I-a recostó
junto a la pared, muy cerca de su salón. Se com-
puso la manta, se arregló un poco el pelo y se sa-
cudió la arena.
ill¡-
29
7 no la escuela
LlegO tarde, pero Ia profesora compréndía que
en el desierto a veces eso pasaba. No le dijo nada
yla saludó como de costumbre. Mile tomó su sitio
entre los veintiséis niños. El mismo de siempre,
junto a la ventana, al lado de Yosusi y Leonardo.
Eran sus mejores arnigos y alavez parientes leja-
nos.
A lo Iejos se vefa la bahfa que ahora era de color
turquesa. Un barco se divisaba en el horizonte.
Muy despacio se acercó, pero no atracó en Bahfa.
Honda, sÍno que siguió de largo. Mile segufa con
sus ojos abiertos aquella travesfa y se imaginaba
sentada en cubierta, mientras oteaba el panora-
ma, llegando a islas lejanas y desembarcando en
lugares maravillosos.
Estaba allá lejos, distrafda, viajando en sus sue-
ños, mientras la profesora Luzmila hablaba de las
mareas y la luna. A medias se enteró de las cre-
cientes y menguantes y de que esa noche habría
luna llena. Thmbién entendió que pronto verían
un eclipse total de luna. [r interesaban los astros,
pero de las maravillas de su cielo guajiro lo que
más Ie encantaba eran las estrellas fugaces.
30
Luego la profesora comenzó a hablar de Ma-
reiwa, el dios creador de los wa)ruu y también de
Pulowí y Juyá,los esposos asociados a la genera-
ción de la vida. Pulowi, la mujer mandaba sobre
la sequía y los vientos, y ]uyá, su esposo, habfa
sido un cazador errante.,A ella le interesaban esas
historias, pero pensaba que eran relatos bonitos
y nada más; Sara, su maclre, decfa que ella duda-
ba un poco sobre esos personajes. En cambio su
abuela Chayo creía firmemente en esas leyendas.
Salieron a jugar ai patio y luego tuvieron clase de
artes. Leonardo dibujaba muy bien. A ambos les
fascinaban las iguanas y las pequeñas lagartijas.
Se parecían a ella. No sabía en gué, quizás en que
ambas se sentían a gusto en el desierto seco.
El final de la mañana fue aún más divertido. Es-
tuüeron contando una historia, que narraban los
abuelos sobre un tal Leoncio que pescaba ostras y
que al fin había encontrado una perla enorme en
una de eüas. A Mile le daba risa porque su padre
se llamaba igual que el pescador de ostras. La per-
la era de un tamaño poco corriente y una belleza
descomunal. Se la había vendido a unos holande-
ses que llegaron en un gran barco.'La perla fue a
parar a la corona de una reina lejana.
Luego de que terminaron las clases al medio-
día, Mile y sus compañeros se sentaron en unas
3l
piedras que daban al mar. Era imposible dejar de
hacerlo, su presencia se imponfa ante sus ojos. Su
color cambiaba con las horas y el soniclo de las
olas llenaba el aire. El viento, corRo una música de
fondo, no paraba. Cornpartieron el alrnuerzo. Era
divertido comparar los sabores de esos manjares,
pero los de Chayo no tenían igual. Seguramente la
viejita adorable tenla sus secretos culinarios, bien
guardaclos. Por un mornento Mile creyó saborear,
preparados por su abuela, el friche, el pescaelo hi-
to o el guiso de tortuga.
I'{abía llevado pulseÉtas para vender: decía que
etalrase1l,írdnzas para la buena fortuna' Las suyas
e¡an las mejor tejidas, todas las puntadas estaban
bien anudadas y había ar,rnonía en esos colores
sorprendentes. Las llevaba siempre en el fondo de
su ¡nochila. Ese dfa vendió cinco a unos turistas
que venían del centro delpaís y que iban a banar-
," .r, la larga playa, qutienes además se tomaron
fotos con ella. Quedaron de envÍárselas algrln día.
Ojalá no se les olvidara.
8 Lotorio
Los miércoles los niños de la'escuela iban en
grupo a la playa. Mile sacó su bañador y la toalla
rosacla. El agua clel mar estaba frÍa, percl muy agra-
dable. La fuerz¿ de las olas la llevaba con suavidad
a la orilla y nuevamente ella retornaba ma¡ aden-
tro. A veces las olas eran enonnes ypasaban sobre
su cabeza.
Era el momento de tomar el sol tendida sobre la
alena. Una vez más, ella y sus amigos se divirtie-
ron ol¡servando las lagartijas que hacfan incursio-
nes sobre la playa. Una en especial se acercaba
rnucho. Iba y regresaba. Mile recordó el primer
encuentro, hacía unos meses. Algo se movía en-
tre las ramas. I.e dio miedo, como aquel día que
se acercó la culebrita verde, que caminaba airosa,
con .slr lengüita bífida, que entraba y salfa de su
boca. Su corazón se detuvo un instante al ver sus
ojos centelleantes. La culebrita no la vio y pasó
de largo.
Esta vez era distinto. El ruido parecfa cada vez
rnás cercano. Algo se estaba abrienclo camino en-
tre la maleza y las hojas secas crujían a su paso.
Vislumbró que el ruido provenía de ese monton-
cito de hojas, cerca del cactus. Luego oyó que se
32 33
metió en el aÉllra, en la pegr-reña pileta donde be-
bían las cabl'as.
Se movió con cuid¿rdo, pues no quería hacer rui-
dos innecesarios. I-o primero que vio fue la cola
cimbrcante, luego su largo dorso recubierto de
escamas y finalmente apareció su cabeza afilada.
Decidió perrnanecer quieta, con los ojos abiertos
y los oídos atentos.'
El animal se le acelcó. No le d¡o miedo, antes
b¡en, le pareció agradable. Se colocó cerca, no le
huía, la miraba de fi-ente, como si Ia estudiara.
AllÍ perrnaneció un largei rato, cluieta, obse¡:ván-
dola, como si quÍsiera compartir algo. Le pareció
una lagattija mediana, casi grande, tendría entre
treinta y cuarcnta centfmefros. Descle allí su piel
resplandecía, como si fuera de seda.
Ala semana siguiente el eneuentro fue icléntico.
Luego se repitió cada miércoles y se conr¡irtió en
una grata costumbre. Cuando se sentaba a la som-
bra del cobertizo, allí cerca de la higuera, aparecía
la lagartija. Le parecÍó cada vez nrás amigable y
un día se ¿rcercó a comer cle su rn¿rno. Al principio
le daba mieclo y le dejaba los trc¡citos a un lado.
Podía oculrir qtre la lagartija Ja mordiera. Le ofre-
ció unas migajas de corteza de pan duro y se las
dejó en el suelo. Se animó y le ofreció un trozo
¡pande en su mano. Sintió sobre su piel la lengúa
34
áspera. Esa vez Ie parrció Que Ia lagartija estaba a
punto de hablar, pero no di¡o nada. ¿Serían ima-
ginaciones suyas, acaso la lagartija sabía hablar?
f)e lo que sí estaba segura es que ella, Mile, sabía
escuchar,
A la cuarta semana la lagartija se acercó con ma-
yor confianza, comía las migajas de su mano, y
esperaba quieta a que le ofrecieran más. Luego
pa.saron casi dos meses sin verla, pr-res llegaron las
vacaciones de final de año y Nlile no volvió a la
escuela.
Cuando regresó a esrudiar, ya habÍa olüdado esa
nueva amístad. El miércoles retomó a la playa. Se
sentó por casualidad en el mismo sirio y la lagarti-
ja acudió de nuevo.
Mile sentía que el animaliLo la esperaba con una
alegría única y quería cstar junto a ella. La niña
miraba su respiración: su abdomen se contraía y
se dilataba, como un fuelle, No había sonido al-
guno, solo un leve jadeo, casi imperceprible. Pero
cuando la lagartija se fue, Mile sintió que se habia
enterado de la üda del desierto. Sabía que era un
macho que formaba pafie de una pequeña mana-
da, que era un lagatijo largo, no una iguana, que
había ocurrido un incendio, aniba en la montaña
y que por eso ahora habitaba en la colina cercana
a la playa.
-¿Cómo sabes que es la misma lagartija si todas
son iguales) -le preguntó inrrigado Leonardo.
-Lo sé porque ella me habla -respondió con se-
guridad Mile.
Su primo la miró con ojos de "eres una niña muy
extraña".
-¿Yqué cosas te cuenta?
-Yo conozco su historia y todos los días continúa
el relato donde Io ha dejado.
l,eonardo le sugirió algo que la desconcertó:
-¿Y si cle pronto todas las lagartijas te hablan?
Mile sonrió y se animó a hacerle una confi-
dencia:
-¿Sabes una cosa? A veces siento que las lagar-
tijas, los sapos, hasta las arañas, si me quedo en
silencio, me ha,blan.
Charlaban con frecuencia sobre Ia lagartija arni-
ga. Ese miércoles, con Yosusi y Leonardo la bau-
tizaron.
-Te voy a poner un nombre: te llamarás Lotaúo.
No sé por qué, pero creo que te queda bien.
Y le dieron unas sobras de mantecada para cele-
brar el acontecimiento.
Un día MÍle le üjo a Ia lagarrija:
-¿Te irfas conmigo?
-No -fue la hnica respuesta sín palabras que
dio el animaf.
36
9 to hora del regreso
C"r." c{e la escuela unas cabras vagaban por
las rocas. Nunca paraban. Balaban cuando por
algún mc¡tivo una se r'etrasaba, o una persona o
un carro pasaban por el medio del rebaño. Mile
siguió mir¿rndo por la ventana, le costaba trabajo
atender durante un largo rato a la profesoral que
allá jr.rnto a la mesa, hablaba sin cesar.
Sonó la campana.
Dejó de soñar y se enteró de que la próxima ta-
rea era hablar de los animales del desierto y ese
tema le entusiasrnaba.
Se acercó a conversar con la profesora y Luzmila
le prestó un libro de Ia pequeña biblioteca de la
escuela, que tenía muchas fotograffas de animales
salvajes. Se despidieron riéndose como siempre.
La profesora se fue por el camino que bordeaba el
acantilado; Mile pronto la perdió de vista.
Cuando se dio cuenta, todos los compañeros de
clase se habían ido. Era hora de i¡se ella también.
Mile caminó haeia su bicicleta y se colocó en su
hombro la mochila donde llevaba eI lib¡o de ani-
males.
37
EI descenso de la escuela le hizo tomar veloci-
dad. Tenía que parar para no chocar conrra las ro-
cas, pero al primer frenazo se rompió la guaya y
vino a estrellarse ct¡ntra un barranco. No le había
pasado nada, solo un leve raspón en las rodillas y
en la mano izquierda. La bicicleta habí¿r fiallado.
La revisó: no tendría un ameglo fácil.
Quizás alguien podría preshrle herramientas
para arreglarla. Dejó Ia bicicleta recostada contra
una pared de la escuela. Llamó a las puertas de
la ranchería más cercana. Allí no había nadie, ni
sicluiera estaban las gallinas. ni los pavos, que se
habían subido a un trupío, "Se han ic{o a dormir
muy temprano", pensó.
lntentó amarrar los exlremos cle la guaya con un
alambre, pero necesitaba herramientas que no te-
nía. El aparato estaba inservible. No podría usarla
para el regreso. Mañana traeúa con qué arreglarla.
Entonces, ¿qué harfa? Se irfa a pie, no había otra
alternativa. El camino era largo y Io había hecho
sola, más de una vez, Posiblemente durante el tra-
yecto podría enconrrar algún vehículo que le diera
un aventón, pues a ella la conocfan en aquel lugar'.
De allí a su casa había diez rancherías, separadas
unas de otras por el clesierto.
l-Iacía unos días, mientras iba camino a su casa,
pasó un vecino montaclo en un burro y la invitó
38
i [
39
$
!!:i::1,
ri
::: .1
.:r.i:
' 'li.
a viajar sobre el anca. Había sido un viaje muy
clivertido. Ahora, probablemente, alguien podría
¿rparecer y llegarla a su casa sin problemas, solo
que quüás un poco mírs tarde.
Se fue caminando por la ¡rlaya' Le encantaba
pisar, con sus pies descalzos, allí dondc las olas
se estrellan con la orilla y se convierten en Lln en-
caje de cspllma. Los cangrejos se escondían ¿r su
paso. Acluella arena era maravillosa. No eran gra-
nos, sino pequeños ¡odillos dorados, que en erlgo
se pat'ecíatr a la cascalilla abanclonada del arroz.
i-c grrstaba csa sensación sobre sus pies,
Miraba los barcos lejanos. Algún clía tc¡maría r-rno
de esos para conocer el mtrndo' Ese era uno de
sr¡s suetit¡s más queridos. Las garuas rosaclas ha-
cían su vuelo de reconocimientc¡ y se lanzaban en
picacla br:scando un pez. IlabÍa una mller[a en Ia
orilla con tal placidez que parecía dounida. [4iró
sus ojos aún abieltos y creyó adit'inal en cllns los
refleios de rojos Peces ausentes.
De pronto pensó: "he perdiclo mucho tiernpo y
el c¿rmino a casa es largo"' Volvió a tomar el seu-
dero. Aligeró cl paso. Un¿r leve brisa que vcnía cle
¿rtr¿is la irnpulsaba. Las lagartijas pasal>an rauldas
poi cl camino. Ell¿ el¿ en ese momento una niña-
lagartija, ¿rrr¿rstrátrclt)se Por la atcna del dcsierro'
La angustÍa de Mile aumentó cuando ningun
vehfculo, ni bus, ni camión pasó por allí. Tampoco
el vecino con su buno. No había otra alternaüva
que seguir caminando bajo el sol de la tarde y en
medio de la búsa hasta su lejana casa.
40 4l
10 t" tor¡nenta áe arena
Apuró el paso y llegó a las clunas. Pensó que
había avanzado bastante y que no serfa necesaria
tanta prisa. Se desliz-ó por la pared más inclinada
de la duna de la Media Luna. Le gustaba el vértigo
de la apresurada caída y pensó que la experiencía
merecfa ser repetida. fuí lo hiz.o tres veces más.
Siguió caminando. Ahora tenía que recorrer el
largo Desierto de la Ahuyama. Allf no habla un
solo camino, pero siempre era posible abrir uno
nuevo a su paso. Pasaron sobre su cabezalas som-
bras de las nubes y luego aligeró la marcha sobre
la extensa tierra seca. La brisa se hacfa aún más
fresca y llegó a sentir frfo.
Mile recordaba que en el centro de ese desierto
había un árbol. C¡eyó verlo y adivinar su reducida
sombra. Alli podría descansar un rato...
Habfa sído una ilusión: aquello no era el árbol
solitario y seguramente estaba un poco más allá.
Lo sabrla con certeza cuando viera desde lejos a
los conejos que siempre se guarecfan a su sombra
y huían dando saltos.
Cruzó el cauce seco del río. De l" gt* corríen-
te de agua no quedaba nada, solo algunas piedras
É lü ff +Tt ü1* sARI{r {f, i.ih rr. D [.4
¡BASUE
húmedas y el escaso musgo que las cubría. pasó
junto a filas interminables de cactus. Un gavilán
pollero alz6 elvuelo cuandt¡ sinrió que ella se ha-
bfa acercado demasiado y luego volaron sobre sr¡
cabeza algunas bandadas cle pájaros.
El camino e¡a e[correcto, aunque no habfa pa-
sado aún junto al gran árbol solit¿rrio, pucs allá
estaba cn la distancia, con esa blancura r.esplan-
deciente que se veía desde lejos, el cementerio cle
sus ancestros. En ese lugar descans¿ban los festos
de muchos parientes, dos abuelos, tíos y primos.
Cuanclo lo divisaba clesde el carnino, siempre se le
encogía el corazón y se llenaba de recuerclo.s. llizo
Ia señal de la cruz sobre su cueryo. Recordó que
Sara decfa que una pcrsona es cle la tierra, donde
están sus muertos, y todos los suyos estaban en
ese camposanto blanco. Mile, enlonces, era de
allí, de Taroa.
Hubiera querido detenelse un rato y charlar con
ellos, pcro no er¿t pr.uclcnte, plrcs iba un poco tar-
de. Recordó que los espíritus de esos sercs ama-
dos seguían visitando el desierto y creyó sentir
que la acompañabau ahoru que caminaba un poco
perdida,
Esraba extcnuada, había sido una larga cami-
nata y adcmás tenía secl. El agr.ur eseaseaba clu-
42
rante aquelverano. Se desvió un pocopara beber.
¿Dónde quedarfa el pozo) Se guió por un grupo
de cabras que se arremolinaban en un sitio. Bebió
varias veces, se humedeció un poco la catreza y se
sintió con nuevas fuemas.
Entonces notó algo que la preocupó: estaba os-
cureciendo. Le pareció qr"rc el sol le habfa juga-
do una mala pasada, que se había aclelantado a
acostarse, pues ahora estaba muy bajo y faltaban
apenas ftes dedos de alto pa¡:a que tocara el hori-
zonte. Nuevamente aceleró el paso.
Se orientaba por una pequeña colina, la rlnica
que rompfa la uniformidacl del paisaje. Cuando
llegara allf vería dos caminos y tomaría el de la
clerecha. Hntonces comenzaría la ultima fila de
rancherias, pero aún faltaba un largo trecho.
Un leve viento comenzó a levantar la arena e
in[1ó su manta guajira. La brisa entraba a su cuer-
po, casi la elevaba. Le dio una vuelta, otra, luego
otra más. Comenzó a contarlas. Luego perdió Ia
cuenta. Aquello no era un viento fuerte sino un
pequeño tornado. La tormenta duró varios minu-
tos. Entre tanto, Mile se acercó a un arbolito, se
sentó en el suelo y se hizo un ovillo.
Lentamente, la feroz tormenta de arena amai-
nó. Esperó con calma. La arena había quedado
43
suspendida en el aire y se convertía en una sólida
cortina impenetrable. Mile ya no podíaver el hori-
zonte. ¿Hacia dónde quedaba la colina) Comenzó
a preguntarse si no habría extraviado el camino.
Por más que miró en redondo, el montículo no
apareció. Nlile había perdido completamenie los
puntos de referencia y el polvillo aún no le permi-
tía abrir bien los ojos. "La brisa del clesierto es una
escoba locÍr", pensó.
La torrnenta pasó y el dfa empezaba a morir.
Mile sintió miedo.
44 45
1 I [Jna lwz extrañ.a
Ertnlro confr-rnclicla, casi a oscuras y no encon-
traba el camino a la ranchería. Prontr: sería de no-
che, pues ya comenzaban a asomarse las estrcllas.
Siempre aparecían cuando ella estaba llegando a
casa. Ver la luna llena la tranquilizó. En un<¡s ins-
tantes fueron incontables las estrellas en el cielo
guajiro y como si sus deseos pudieran influir en
la naluraleza, pasó una estrelia fug. Fue so]o un
.breve instante, pero maravilloso. Pidió un deseo,
como siempre que ello ocurría, pero esta vez fue
muy simple: dormir esa noche en su chinchorro,
eso era lo que más deseaba.
Pero no podía quedarse allí, necesitaba un sitio
para guarecerse. El viento, incansable, le llegaba
a la cara, le recorría todo el cuerpo. Ahora era más
frío. Se ofan ruidos en la oscuriclad: algunos cone-
jos huían, una vaca extraüada se levantaba asus-
tada, las cabras errantes salían en estampida. Para
orientarse, intentó recordar por cuál sitio, en re-
lación a su casa, habia aparecido la luna la noche
anterior. Si pudiera recordarlo, satrría hacia dónde
dtigrr sus pasos. Pero no pudo.
Miró hacia ese horizonte cubierto todavía por
el polvillo suspendido, que ahora era más tenue,
corno si fuera un rrelo. Allá a lo lcjos se veÍa una
luz, solo una, pero podcmsa. Era una luz extraña:
demasjado alta para estar cn la tierra, demasiado
baja para estar en cl cielo.
La poderosa luz lejana a veces parpacleaba,
"como si me estuviera haciendo un guiño", pensó
Mile.
No había ot¡a ahernativa, Se dirigirla hacia ese
úrnico punto h.rminoso en ¡nedio cle la penumbra
de polvo.
Debfa ser la rancher'ía de los Pimienta, o quizás
la posada deAndreolis, donde a veces paraba para
tomarse un refresco y comprar los hilos de colores
con los que tejía sus pulseras. Si así fuera, su ran-
chería estaba relativamente cerca, máximo a una
hora de marcha. La reconocerÍan seguramente y
le ofrecerían posada. Ella creía conocerlos a todr¡s
en aquel lugar y esas personas eran amigas cerca-
nas de su familia.
Pasó un buen rato, la luna era poderosa y cer-
cana y le permitfa ver, o a veces aclivinar, dónde
pisaba. El polvo de arena había desaparecido casi
cómpletamente. El viento era muyfrío. Siguió ca-
minando y según sus cálculos ya podía estar rum-
bo a casa. Sin embargo, algo debfa estar mal en
sus cuentas. Caminó una hora larga y la primera
rancheúa no apareció. Thmpoco la posada de An-
46
ch'eolis y ahora estaba muy ccrca clel mar; Pues se
oían las olas.
Al descender de la úrltima dulna vio con exacti-
tud la luz que la había guiado: era el faro. Hlrton-
ces comprenclió su etror: est¿ba bastante lejos de
la ranchería. Se habfa'equivocado de cruce dos
horas atrás. Ya no podría llegar a su casa aquella
nclche, pero tampoco se q'.red¿rrla a dormir a la in-
temperie. lría hasta allí y pediría posnda.
Antes de llegar a la playa lrabía una casa, la del
vigilante. Golpeó varías veces. Nadie responclíó.
La puerta estaba enfreabierta' Se atrevió a entrar
y curiosear, No había nadie. "Qué exhaño que no
haya nadie en el fato", se dijo para sí.
Laluz titilante la atraía como si la hipnotizarx.
Subió por la escalerilla cle la alta torre' Era lar-
go .l ur."nso y además muy penc{iente' Hacia la
mitad había un descanso. Respir-ó prcfundo para
reponerse. Llegó hasta el nrismo foco de luz, que
estaba en medio de grandes espejos que Ia hacían
¡er mayor'. f)esde allí se distinguía el carnino que
debía tomar lrasta su casa. Ahora ya no sería posi-
ble perderse. ¡Pero estaba tan lejos!
Se colocó de espalclas al mar'. Con su manta ex-
tendida ¡:or el viento que no paraba, logó por un
instante tapar la Potente [u2.. La señal luminosa
parecfa gue se apagaba. Una y oha vez s€ coloca,: ,
ba de frente a la luz, la ocultaba y lnego se reri- '
raba, como si fuera posÍble enviar un mensaje en
clave. ¡Si alguien Ia viera desde lejos y vinieran a
buscarla! ¡Si esturrieran h'as su rastro y les parecie-
ra extraño que ia luz del farn vacilara! Pero no era
posiblc. Í-lasta ese molnento no habían notado su
tardanza y en la rancherí¿r estarían apenas preglln-
tándose c¡ué le habría ocurrido.
¿Qué estaría pasando con slr cabrita Kauala)
Con seguridad estaría desesperada buscándola.
Se la imaginó balando desct¡nsolada. Bajó cle allí.
Poco a poco sus ojos volvielon a adaptarsc a la
oscuridad. Siguió camin¿rndo en dirección al mar.
La danza de la malea la atraía como si estur¡iera
anunciándole un mensaje.
12 nn la playa
I-,a l.rnu iluminaba la larga playa silenciosa que
se poclía ver con clalidad. Mile avizoró que a lo
lejos un grupo de persónas se ocLlpaba en algo.
Flasta donde ellos cstaban no llegaba la fuz del
faro. Tal vez al}í habrÍa un conocido que le dicra
posada,
Descendió por el senclero. El rugido de las olas
hablaba cle un mar agitado. Un racimo humano se
movía allá lejos. Aquellos hombres bajaban algr cte
una barca. En ese sÍtitl la playa era poco profun-
da y se podía caminar un buen trecho dentro del
agua. Eran unos quince hombres qr.re bajaban una
caja tras otra y a veces las olas los denibaban.
¿Rrr qué hacfan aquello de noche? Tuvo un cier-
[o presentimiento. 'lodo eso era muy raro. Se es-
condió entre los arrecifes. Desdc allí podfa mirar
.sin ser vista. ¿Serían contrabandistas? En casa ha-
blaban de que en otta época, hacía tlnos cuantos
años, el contrabandt¡ había sido mq, común, pero
ahora el comercio en la frnnrera era iegal.
Del¡ía buscar un mejor escondite, pues quería
continual mi¡ando. Estaría más prctegida en las
focas cercanas.
,-
4B 49
-¡Cómo pesan estos fienosl-gritó uno de ellos.
-Pesan, pero valen su peso en oro -contestó oh'o
con voz fuerte.
Con esfucr¿o arn¡rna]:on una caja tms otra. h¡Iile
contó trece y aiur venían otras en camino.
Pronto com¡rrendió: en las írltimas senranas eI
ejército había estaclo rcndanclo la zona. Ella le ha-
bía pregurrtado a su tíc¡ Eduardo.
-Buscan armas -le lrabía responditlo él con preo-
cupación-. Parece que en medio de estas ranche-
rías algunos trafican con ftrsiles y bomlras.
Entonces, aquellos hombres extraños eran... tra-
ficantes de armas,
Siguió mirando desde Ias rocas: usaban u¡las
potentes hntemas. ¡No podía creerlo! A uno de
ellos lo conocía; era Mario, el encargadt¡ del farn
)'estaba entre los hombres que de.scargaban las
cajas. Y ese otro: no Jrabía dud¿ de que era J,¡r'g.,
el matarife de cabr¿rs.
El chocar de olas disrninr.ryó y se hizo un breve
silencio.
-¡Miren, miren esto!
Uno de leis hombres había vislo los pequeños
pasos de Mile en la arena mojada.
-Parece que alguien nos espía.
-Son pies pequeños, quizás un niño...
50
Mile cstaba ahora oculta detrás de unas rocas.
Perrr allá, muy rrisibles, estaban sus hnellas en la
mitad dc la play¿. Las olas lrabían borrado el resto
del rastlr¡. Recordó que en ese punto ella habÍa
cambiado cle rumbo. Aho:'a se ¡rondríarr a buscar-
la, pero se dirigirían hacia el otro lado cle la pla-
ya. Cuatro.cle ellos se pusieron a seguir el rastrc,
micntras los otros aún se ocupaban en [ermínar
de poner en tierra firmc las cajas rcpletas dc arr
n-ras que faltaban.
¿Y qué harían con ella si la enconrraban? Aun-
que ella era apenas una niña, sabía muy bien lo
que eso implicaba. Pensó que podrían matarla
parz borrar un testigo incómodo, pues lo que a;
cían era un delito, de eso estabá segura.
Durante unos minutos los hombres caminaron
hacia el otro extremo de la playa. Buscaron en el
promontorio. No hallaron nada; ahora vendrían
hacia este lado con sus poderosas linternas. Si
ahora se acercaban...
Volvió a ocultarse. No podía pennanecer allí.
Unas nubes ocultaron la luna. Tenía que aprove-
char ese breve momenlo de oscuridad para huir,
ahora que ya sabÍa cuál era el camino a casa. No
habfa más remedio, aunque necesitara caminar
toda la noche: tenía que alejalse de aquel sitio y
ojalá llegar a su ranchería.
5l
Era el momento de desaparecer y salió en es- ;
tampida. Con la agilidad de una cabra trepó por
el peñasco. Se mctió decidida en el laberinto de
cactus. Atravesó tres portalones en un instante,
Se movía con la agilidad de una ráf.aga. Pronto es-
taba en e] camino hacia.su casa.
A sus pulmones les faltaba el aire. Se detuvo un
instante. Hizo cuatro profundas respiraciones y se
sintió mejor. No se podía arriesgar a que la ana-
paran, tenía que seguir la marcha sin detenerse.
Apresuró otra vez el paso y se alejó del sítio lo más.
pronto posible.
l3 mregresoacnsa.
Conió un rato. De pronto sintió que algo le fal-
taba: ya no sentfa peso sobre su hombro. En su
huida olvidó cerca al faro la mochila decorada con
lagartos y pájaros. Recordó que Ia habla puesto en
Ias rocas cle la playa para que no se mojara, Allf
estaban sus cuadernos, el libro de Luzmila y sus
aseguranzas. De cualquier modo, sería muy arries-
gado regresar por ella.
En la noche no era posible ir muy rápido y le to-
marfa varias horas llegar a su casa. Caminó sin pa-
rar, sin prestarle a.tención a sus piernas cansadas
que yd casi no podían dar un paso más. Comen-
zaha a amanecer. En el cielo, Ia aurora comenzó a
desplegar los púmeros largos dedos rosados y las
rancherlas cercanas a su casa se hicieron visibles
en la distancia. Entonces sintió nuevas fue¡zas
para continuar. Ya no podía más cuando atravesó
el portalón del enorrne lagarto verde. Había luz
en las ventanas: todos habfan pasado la noche en
vela. Estaban despiertos, preocupados por ella.
Se pusieron felices con su regreso, sana y salva,
y ahora guerían saber qué habfa pasado. Chayo
hajo agua limpia para que se lavara la cara; Sara
53
una manta tibia. Le r¡frecieron una bebida calien-
te y se sentaron en la larga mesa. Mile les f'ue con-
tando todo, paso a paso: la tormenta de arena, su
extravfo, el faro, las cajas, la mochila perdida, la
huida y el Iargo camino a casa.
Mile notó que su padre, súbitamente, habÍa
cambjado Ia expresión de su rostro. Ya no estaba
alegte por su regreso y ahora la escuchaba preocu-
pado, como si lo terrible no hubiera pasado sino
que apenas comenzara,
-¿Seguro que no te vieron? -le preguntó con
ansiedad.
-Nó creo.
-Pero han debido encontrff tu mochila aban-
donada.
Ella no entendió bien su comentario, pero creyó
senti¡ una sombra en la mirada de su padre.
Ya amanecía cuando se qucdó dormida, otra vez
en su chinchorro, que le pareció un suave capullo.
No oyó el quiquiriquí del gallo madmgador ni la
letanía de Roberto Carlo, ni sintió Ia luz del sol
abrasador. Se despertó al mediodfa. No irfa a la
escuela, pues llegaría a la hora de salida. Además
no tenla su bicicleta y le faltaban las fuezas para
ir caminando. Se quedó en casa y se puso a tejer
nuevas aseSuraÍLzcts.
54
La abuela vino a traerle un refresco y Mile apro-
vechó para peclirle que le contara otra vez las mis-
mas historias del comienzo de aquella rancheúa,
las que había escuchado incontables veces: "He-
mos siclo siete gcneracioncs de lagartos, vivicndo
en este hglmoso desierto seco. Nuestros viejcls
abuelos nos enseñalon a tejel chinchorrns y a pre-
parar' li:rhar€:qllc )/ a Lrsar cl cactus ¡rara hacer el
techo". La voz de Chayo era como una larga pe-
lícula, convertida en palabtas.
Aquel día se le hiz<¡ corto, pues se habfa des-
pertado muy tarde. Se sentía extraña flotando en
el tiempo. Le pareció qr-re [a aventLn'a cle la noche
anterior habia pasado hacía varios días.
Cuando volvió a dormirse soñó que regresaha a
la misma playa de Taroa, que ahora estaba desier-
ta y que su mochila estaba aún intacta, en meclir¡
de las rocas. Ella quería intensamente que apa-
reciera y ltr abuela Chayo le habÍa clicho rnuchas
l,eces que para que algo ocurilera cra necesario
clesearlo intensarnente. Y como su deseo lo era, la
mochila iba a aparecer.
55
I
I
i
14 t" mochila
AJ siguiente día, Mile se fue en un camión que
pasó por la ranchería y llevó herramientas Para
arreglar la bicicleta. Ella era muy hábil con los
destornilladores y alicates y podía cambiar la gua-
ya y colocar unas zapatas nuevas.
En el recreo, Luzmila la llevó aparte tomándola
del brazo. Ella tenla su bolso. Mile estaba feliz por
haberlo recuperado. "Mi deseo intenso funcionó",
pensó, pero pronto su alegrfa iba a desaparecer.
-Unos señoles extraños vinferon ayer a traerlo.
No sabían quién era la dus¡a -y le preguntó con
notoria preocupación-. ¿Acai;o lo habías dejado
abandonado?
Lo revisó con sumo cuidado. Estaba todo, hasta
el dinero de las asegwranzes que le h¿bfa vendido
a los turistas.
-¿Qué hacfas h1, a esas horas, en un lugar tan
alejado de tu casa? -le preguntó con enojo.
Mile quriso responder, pero entonces Ia profeso-
ra comenzó a hacerle más preguntas, La niña le
contó todo lo que habla ocurrido aquella noche.
-¿Tiafi can¡es de armas? ¿Podrfas reconocerlo s?
56
-Claro, ¿quién no conoce a Mario Arinelis, el
cuidador del faro? ¿Y a Jorge Isaba, ei matarife de
cabras?
-Ahora sí estamos metidos en un lío grande.
Esta frase de Luzmila comenzó a preocuparla.
En ese instante entenclidla sombra en la rnirada
de su padre.
En Ia tarde, al terminar las clases, Luzmila le
dijo que ella misma la llevaría a casa, en su vieja
camioneta, actitud que a Mile le pareció extraña.
Pensó que la profesora iía a hacer una diligencia
por ac¡uellos lados, pero eso no habfa pasado antes.
Colocaron la bicicleta en el platón del vehículo.
Durante el recorrido hablaron poco, Luznila se
vefa preocupada. Al llegar a la rancheffa, la profe-
sora habla hablado a puerta cerrada durante dos
horas con sus papás.
-Mile, por ahora no irás más a la escuela, hasta
que este asnnto se aclare. Pero te mandaré con un
vecino las tareas que vayamos haciendo en clase,
para que no te quedes ahás -le dijo cuando salíó.
Así pasaron tres dfas. La niña se ocupó en ayu-
darle un poco a la vieja Chayo y en tejer nuevas
aseguranzf,tt y una mochila, cuyo motivo esta vez
fue un solo lagarto verde en el desierto amarillo'
Era fácil reconocer en el dibujo la historia de
Lotario.
:: : i:-:.'
I ::i;i i
':i'i:
:. i.i:
. i:: :'
':i,:r:
: i i l:
' l'r:i:
ij:i:
¡::.
i ir,:
15 Lat miradas de recelo
Muchn, camiones del ejército apalecieron Por
aquellos caminos, colocaban retenes y detenían a
todos los que pasaban, abrían los baúles de los ca-
rros, las maletas, hasta las carteras de las señoras-
Buscaban aun debajo de las mantas de las ancia-
nas. Adcmás los policías se bajaban a requisar las
rancherías, una Por una, )' no olviclaban mirar en
el fbndo de los pozos y en los cobertizos alrando-
nados. Ningún silio se les escapaba. Flabían tlaí-
do varios pellos entrcnaclos que olían largamente
a las personas, las maletas y los cartos. Buscaban
como quien está seguro de encontrar algo.
Un día llegaron a la raucher'ía del lagarto verde
y los hicieron fot'mar en fila en cl Patio. IVlientras
tanto, casi dcsbaratan la ca.sa, Ordcnaton bajar'
hasta L¡s ollas viejas guardaclas c"ll el z.atzo. El ar-
rnario cle Sar¡r est¿rba cen¿do y ella no había ell-
contrado pronto l¿r llave. Los milital'cs sin dudallo
ni pedir pcrmiso rompieron la cha¡ra. Se sintieron
cleccpcionaclos porqr-te no hallaron nada oculto'
-¿Qué están buscando? -le puegr-rntó N4ile a su
padrc.
-Tc lo puedes imaginar: annas.
58
Todos hablaban poco, Mile sentfa que estaban a
la espera de un suceso extraordinario. Pero pasa-
ban los días y nada ocuría y el ejército tampoco se
marchaba. La región se sentÍa sitiada. Las horas
eran lentas. Al final cle esa semana, Mayelo llegó
corríendo.
-[,os han cogido, se los han llevado presos -díjo
con una angustia que se le nt¡taba en el rostro
lív¡do.
Las armas estaban en una casa abandonada cer-
ca de la ranchería de los Aldana, quienes habían
huido hacfa clos años, en medic¡ de una pelea de
clanes6. Se habían marchado sin dejar el menor
Era un sábado y ella no habfa ido a estudiar por-
que era dfa de descanso. En la tarde se fueron
caminando con Chayo hasta la posada de Andreo-
lis a comprar algunos víveres. Sintíó que algunas
personas que se encontraron en el camino habían
estado rnenos amables con ellos que otras veces
y el viejo Anselmo, el conductor del camión, las
miró mal con el único ojo que tenía y no contestó
el saludo. Ella sabía que eso no era extraño, pues
a veces las gentes de otras rancherías se disgusta-
6 C.rpn familiar extendido, dcl cual fomran parte abuelos, padres,
hijos, tíos, tfas, primos, etc.
59
ban por algo, si las cabras invadfan sus tierras o si
bebfan por elror el agua de sus Pozos. Pero esta
vez fueron muchas las miradas llenas de recelo.
Esa tarde, mientras esperaban la llegada de las
cabras, su padre dijo:
-Creen que los hemos delatado y Por eso el ejér-
cito los descubrió.
60 6I
16 fo asamblea del clart.
D.rd" entonces nadie hablaba de orra cosa,
Comenzaron a llegar los parientes lejanos que se
notaban muy preocupados. Los vecinos de otras
rancherías también venían de üsita. No se atre-
vían a pleguntar nada en concreto, pero se notaba
que venían a chismear, como si sospecharan algo.
El clan al <¡ue pertenecían los que se habían
llevado presos era muy poderoso. Además tenían
muchos amigos, famosos en la región por serpen-
dencieros.
Fue entonces cuando ocurrió la matanza de ca-
bras. Entre los treinta animales acribillados, Mile
recogió el cadáver de Kauala. Se puso a llorar des-
consolada.
-(No quieres guardar su cuero como recuerdo?
-le preguntó su padre con tristeza.
No lo habfa pensado. Quiás era buena idea te-
nerla junto a ella de alguna manera. Malrelo, que
era experto en esas artes, le había c.umplido su
deseo. Pusieron el cuero a secar al sol y Mile en-
tonces volvió a llorar desconsolada.
Mayelo querla distraerla y le propuso recoger los
casquetes de balas. Ganaria quien recogiera nÉs y
EiBI ifi "ilií-:¡: üAF'i* i*;i;:ili ilf A
li]¡t'üij[
:::::
i:i:
l:r
¡:ij
!,:
ii:
i:::
i:i
:::l
+
luego los pusieron cr¡ montoncitos. Eran mllehos
y con se$lridad había más dispersos en el solar-.
La puerta de la cocina estaba tocla agujcreada.
-Parece un colador -dijo Cirayo.
Al día siguiente de la matanza de cabr:as hubo
mllcllas reunionei'y secretos en la ranchería'
Los padentes lejanos provenían de regiones muy
apartadas, Algunos venfan incluso cle Venezuela.
Todos qucrían enlerarse y ohecerles ayuda y en
esa gmn reunión familiar tomat'on una decisión,
que dcbía realizarse inmecliatarnente: los Uriana
debfan irse.
Habían alistado el trasteo en solo tres horas.
Cuando el sol se puso, partieron en una camio-
neta. Habían llevado poco, solo lo indispensable,
que sin embargo ocupaba completamente el pla-
tón del vehículo. Se despidieron con tristeza cle
los parientes que partírían hacia lugares lejanos
en los días siguientes. Mayelo y Juancho decidie-
ron quedalse a cuidar las cabras, los caballos )'las
vacas.
-Mientras las vendemos o se las encargamos a
alguien.
Cuando Mile preguntó hacia dónde iban, Sara
simplemente le dijo:
-Nos vamos para la tierra de los alijunas.
62
Pero es¿r infonnaciíln no era suficiente, ella
quería saber mírs. Cuando le pidió más detalles a
Leoncio, élle clijo:
-Nos vamos a una ciudad muy lejana, a dos días
cle camino.
Luego su padre no habló miís. Sintió quc él es-
taba niuy triste por dejar sr-r tieua.
-ihmbién
S¡r'a
y Chayo eran estatu¿rs mudas.
htlile pensó qlre ese viaje que ¿rpenas ernpezaba
ela rnás triste que un veloiir¡,
63
17 fo gren ciudad
Po.n ¿r poco entraron a la cirrdacl, Su papá bus-
caba una dirección y fue difícilencontrarla porque
no conocÍan las calles. Mile se ofreció a pregun-
tar, quería salir de la carnic¡neta, aunqlre solo I'uera
un momento. Llor,ía y las gotas cle lluvia bajaban
del pelo de fuIile hacia su nariz.
Al fin enconharon la dirección: era un barrio
en la periferia. A ella no le gustó el nuevo lugar a
donde llegaron. Era un c¿rsalote lleno de cartos en
reparación. Un pariente lejano los alojaría provi-
sionalmente mientras buscaban un sitio. Durmie-
ron todos en una misma habitación donde aclemás
habían arrunrado el trasteo.
Al día siguiente, Leoncio y Sara fueron a buscar
dóncle vir¡ir. Nlile se quecló con Chayo. Esa noche
regresaron cansados y desanimados.
Al segundo día encontraron un sitio. No se les
vefa mucha alegría en el rostro.
-¡Qué arricndo tan caro!
-Y si vieras lo pcqueiro que es -le c{ijo Sara a
Chayo.
Hicicron la nrudanza en ia camioneta. A Mile le
lla¡nó la atención que el banio quedaba en la par:te
64
alta de la ciudad, al final de varias lomas peladas.
Había muchas casitas juntas y las vías esraban lle-
nas de huecos. Como habfa lloüdo mucho, el lodo
estaba por todas partes. Le llamó la atención Ia
cantidad de perros callejeros.
La casita quedaba sobrq una de las riltimaS coli-
nas y el carro no podía llegar hasta la puerta, pues
Ios esperaban unos cincuenta escalones muy em-
pinados, EnLre todos subieron los chinchorros y
la vieja Chayo se encargó del cactus de Mile. La
gente se asomaba a las ventanas a rnirar Ia extraña
caravana. ¿Acaso ellos eran tan raros?
Mile miró a los hombres que subían los corotos.
De cierta manera ellos se parecían a los integran-
tes de un circo que vio alguna vez en Uribia.
Sf, por eso los miraban a ellos como a bichos.
- Chayo y Sara estaban desconsoladas. Pasaban
en la cocina horas en silencio, mano sobre mano,
sentadas en unas butacas desvencijadas. Daba
tristeza mirarles esas caras largas y como no tenfan
camas, ni habla aún donde colgar los chinchorros,
Mile se acostó sobre el cuero de Kauala y soñó
con ella. La cabra retozaba con el único cuerrlo
que Ie quedaba. Mile se desperró con una agrada-
ble sensación: se habfan visitado en sueños.
El üaje había sido largo y llegaron extenuados-
Aún estaban cansados cuando se despertaron.
*Aquí estaremos seguros, al menos -musitó
Sara con tristeza,
La seguridad duró poco porgue al tercer día les
robaron el radio que habían traído. En un instan-
te que dejaron la puerta abierta alguien se había
ent¡ado. Luego solo vieron a un hombre que se
alejaba cordendo, colina abajo,
*Aquí no es como en la ranchería donde se pue-
cle vivir con las puertas abiertas -dijo Leoncio, vi-
siblemente cont¡ariado.
7 8 Como uita cabra. extra:viaáa
Y" hrbrun pasado dos meses en Ia gran ciudacl
y Mile estaba llena de recuerdos. Le hacían fal-
ta el sol, el desierto y el mar. Se acordaba de sus
amigos, sus cabras, Ias dun¿s y sus lagartijas. En
la gran ciudad se sentía absolutamente extraña,
ajena. Desde la loma miraba ese otro mar, el de la
planicie iluminada que era la ciuclad intemina-
ble. En la noche, aunque mirara una y oLra vez el
cielo, no podía ver las estrellas.
-¿Será que también ellas me han abandonado?
-No pienses eso -le respondía Chayo-. Las lu-
ces de la ciudad no permiten verlas, pero siguen
allá arriba, mirándote.
Seguramente era cierto, perb ahora las noches
eran exhañas y los días iguales. Amanecía nublado
y el sol salía tarde y en algunas ocasiones no pudo
verlc¡ en todo el dfa. Se acostumbró a la llovima
que cafa casi todos los días, a mañana y tarde.
Aquí también el viento era helado como en la ma-
drugada de la ranchería, pero el frío duraba todo
el tiempo y se metfa hasta los huesos. La gente era
distante y to,davía no conocfan a nadie.
"¿Por qué nos vinimos tan de prisa y no hemos
haído casi nada?", pensaba Mile. Exna¡aba su
66
TTIT=
casa grande; esta em tan estrecha. Echaba de me-
nos el enorme solar donde se levantaba la ranche-
úa. Pero lo que más añoraba era ver el mar y esa
sensación de inmensidad al mirar el horizonte de
su desierto de arena.
Cuando la nostalgra de volver a ver esos bellos
parajes era clemasiado grande, volvía a mirar, pá-
gtna por página, el hermoso libro que lievaba con-
sigo, el gue se ganó como premio por haber sido
una buena alumna.
Le preocupaba que el cactus de Yosusi langui-
deciera:ya había per.dido todas sus flores y la pen-
ca estaba reblandecida.
-Déjalo bajo el alero, para gue no le caigan las
lluvias -le recomendó Sarr y cada vez que salga
el sol debes moverlo al centro del pario para que
lo reciba.
Se fue a Ia eseuela, que quedaba como a seis
cuadras bajando. Habfa llovido mucho la noche
anterior y tenla que saltar para eütar los charcos.
Extrañaba las piedras y la tierra seca.
También se acordó de Luzmila y de la escuela
de Bahfa Honda. Aquíla profesora se llamaba Vio-
leta. Al principio Ia miraba distante, aunque ahora
le sonrefa y se acercaba a preguntarle y a explicar-
le. Arin recordaba que el primer dfa la miró con
amabilidad, pero a lavezcon curiosidad.
68
-Aquí no se habla
pándose.
-lc dijo discul-
La profesora se claba cuenta de que MÍle nb do-
minaba el castellano, pero no podía ayudarla por-
que desconocía completamente su lengua. Las
clases al principio le parecían aburridas, porque
no entendfa muchas cosas.
Algunos compañeros se burlaban de ella, por-
que se trababa al hablar, porque era morena, por
su pelo rebelde, y le hacían chistes malc¡s todo el
tiempo. Violeta los llamaba al orden y eso de algo
servía porque ahora las burlas eran más esporá-
dicas. Afortunadamente no eran todos. María del
M* y Faustino le prestaban los cuadernos y le
explicaban.
Poco a poco se fue poniendo al día. La profesora
le daba explicaciones adicionales durante los re-
creos. Era duro, pero Mile progresaba.
Luego estaba el regreso a casa tras subir aque-
Ilas lomas tan empinadas. Aunque tu¡iera su bici-
clcta, Ia que se quedó allá lejos, tampoco podrfa ir
en ella a la escuela. Pensó que por esas calles ni
siquiera sus cabras podrían subir.
Ella misma se sentía un poco cabra; una cabra
extraviada, metida en otro paisaje, casi siempre
empapada por la lluüa.
19 n mordisco de la meüanoche
De tiempo en tiempo llegaban noticias de la
ranchería y con seguridad no eran buenas, porque
sus padres se las callaban. Ellos no querían con-
tarle. Una noche creyeron que estaba dormida, y
esta fue la única forma de enterarse,
-¿Cuándo terminará esta venganza? -preguntó
Sara.
-Y vcnganza de qué, si nosotros no hemos dela-
tado a nadie -le respondió Leoncio.
Otra noche volvié a fingir que dormfa y les oyó
una palabra que la estremeció:'matanzas. ¿Cuál
de sus parientes habría muerto? Siguió escuchan-
do, quieta en su cÍrma, sin mover un solo mrisculo
para que no fueran a sospechar. ¿Mayelo? Hubie-
ra querido gritar, o llorar al menos. Pero tenfa que
aparentar que no sabfa. A veces se acordaba de
su primo. ¿Por qué lo habrían matado, si era tan
bueno?
Un día no pudo más y después de pregunt¿lr mu-
chas veces, le habfan contado que la misma nt¡che
que ellos partieron, sus enemigos habían matado
al único Uriana que hallaron, ahora enterrado en
el cementerio blanco que quedaba carnino de Ta-
70
roa, junto a sus abuelos. A su velorio asistieron
cuatro personas y el funeral fue casi en solitario,
¿Podría ella, algún día, ir a visitarlo? Nadie respon-
dió a esta pregunta, solamente se miraron entre sí
y luego fingieron ocuparse en otras cosas.
En la gran ciudad los Úriana estaban sin dinero y
esperaban que les giraran, pero el giro no llegaba.
Algunos días comieron muy poco. Sin embargo,
eso no era problema: ahora casi no les daba ham-
bre. Mile comprendió que cuando alguien come
con fristeza los bocados ni provocan ni pasan.
Poco a poco se fue adaptando a Ia escuela y ya
no hablaba wayuunaiki sino con su abuela. Su
castellano mejoraba.
Cuando se iba a dormir quería escuchar alguna
hisroria, pero Chayo no tenía genio para contarle
otra vez la larga genealogía de los Uriana. Ahora
Mile no se sentfa un lagarto ebrio de sol en el de-
sierto seco, sino una cabra extraviada, que bus-
caba algo qué comer o qué beber en esas colinas
extrañas de la ciudad.
Un día llegó algo de dinero, pr-res allá lejos ha-
bían vendido algunas de las cabras.
-Pero ahora una cabra, cuando los dueños están
lejos, vale poco -le oyó decir a Sara.
7l
. Una mañana Chayo parecía enferma: no quer'ía
levantarse del chinchorro.
-Dejémosla tranquila, tiene el mordisco de la
medianoche -le dijo Sara a Leoncio.
-<Q,ré es el mordisco cle la medianoche? -pre-
guntó Mile intrigada.
-Hun -dijo Sara tomándola de cabeza- es un
nombre especialpara Ia tris[eza más honda, la de
abandonarlo todo: la tierra, los parientes, los ami-
gos y los muertos. Es como si la medianoche se
fuera metiendo dentro y una fuera viendo cómo
toda su vida se vuelve oscura.
Mile se quedó pensando. Eso era también lo que
a ella le pasaba: Ia habÍa alcanzado el mordisco de
la oscuridad. Seguramente le había anancado un
pedazo grande de su alma, pues estaba segura de
que algo le faltaba desde hacfa algún iiempo.
Senla su pecho hueco.
Se levantó al ofr los canos que pitaban. Hubie-
ra preferido el quiquiriquí del gallo madrugador
o la retahíla de Roberto Carlo. No usaba ahora
su manla guajira; sin embargo, todos aún la mira-
ban con cüriosidad cuando pasaba, Quizás era el
color de su piel o su forma de caminar derrotan-
do al viento. Se tomó la aguadepanela con arepa.
Ahora no habfa asado ni pescado frito y guiso de
7)
-.-.j--!T.-=:-=r:-r
tortuga... Ni soñarlo. Entonces le entró un cierto
calorcito en el cuerpo, pero la sensación agradable
pasó muy pronto.
Mile observaba que sus parientes estaban largas
horas en silencio. De pronto oyó una voz incon-
fundible. Leoncio hablába solo y recordaba que a
esa hora de la mañana en su rancheúa estaría ven-
diendo carne de chivo. También él estaba triste,
afligido, pero le daba pena confesarlo.
-Soy un hombre-lluüa, que puede caer en cual-
quier parte.
La niña pensaba que su padre no crefa en lo que
decfa: no cambiaría su tierra por ninguna ofra.
Sara cantaba en voz baja una canción triste, muy
lenta, para ella sola. La repetfa una y otra vez. Pero
aunque Mile ya se sabía de memoria la melodfa,
solo entendfa bien la última frase, que su rnadre
repela como un estribillo:
estoy lejos del nido, qwiero regresar
.
pero no puedo, tengo rotaslas alns.
Su mamá se había olvidado del mundo. En la
casa todos hablaban solos.
Posiblemente, hasta ella misma lo hacía, sin dar-
se cuenta.
73
20 choyo
En Ia tarde, cuanclo Mile llegó de Ia escuela,
clbservó qr-re Chayo segufa en el chinchorro y se
acercó a saludarla.
-Siéntate aquf cerca y me haces compañía -le
pidió la vieja con una vocecita muy débil.
MiIe tomó la mano de la abuela y le pareció que
ahora era apenas un manojo de huesitos, con una
capa delgada de piel, cubriéndolos con dificr-rltad.
La vio cabecear mientras se Ie cerraban los ojos.
Aún no estaba dormidá: estaba segura de eso por-
que súbitamente abría los ojos. La anciana se ha-
bía olvidado de la presencia de su nieta y hablaba
sola, perdida en sus recuerdos.
-Cómo no voy a estar triste si allá todo era di-
ferente. Si alguien cocinaba un chivo el banquete
era para todos, y si alguno se enfermaba, todos
acudían a costear la enfermedad. Todos respon-
dían si algrln miembro de la familia cometía una
falta.
-Pero nosofros no hemos cometido una falta
gave -le di¡o Mile para consolalla,
Entonces Chayo volvió a la tierra, miró a su nie-
ta y le respondió:
74
-Pero ellos creen que sí. Estamos pagando por
lo que no hemos hecho.
La abuela hablaba poco y pasaba largas horas,
casi quieta, frente al telar. Ya no tejía las rnantas
multicolores; ahora todas eran blancas con unas
cuantas bandas moradhs, En una sola manta se
demoraba muchos días.
-Creo que a la abuela se le ha olvidado tejer -le
d¡o Mile un día a Sara-. Esa manta que está ha-
ciendó desde hace una semana no avanza,
-Hija, a ella ahora no le interesa tejer. Lo que
ella hace frente al telar es contemplar la vida.
La abuela parecfa unavela qr.re había ardido mu-
cho y podía arder rnás, pero que se apagaba por-
que los vientos adversos eran muy fuertes. Una
mañana se levantó con otro ánimo.
-Vengan, vengan todos -les dijo entusiasta.
Leoncío, Sara y Mile acudieron extrañados, y
luego los primos se unieron
^l
gropo.
-iQué ha pasado) -preguntó Sara con curio-
sidad mientras la miraba fijamente.
-Anoche tuve un sueño sagrado.
-Mamá, tr1 sabes que no creo en sueños.
-En eso eres mala guajira -le dijo ofuscada la
anciana-. Escucha y verás.
75
Estaba en ufl. paraje solitario. Lu noche era'de
una oseuridad absoluta.
De prunto sentí qu,e Ma-
reltta, el creador f,a los rsyos'y los ttuenos, se acer-
":bn ! Ianzaba ,u, dn"orgÁ sobre la ranchería
aban¿onada.
,Ytlt
estab.a rn_uy intrigada: esperaba con ansie-
dad que la abuela continuara.
-De
un ffromentu q oho qpareció la luna llena.
Lueg-o el desierto
"r*n)a.í l"*la^, a"¡r ;os cas_
;os
de un ueloz jinete
que se acercaba. Venía so-
bre un caballo bknco
!, tras éI, siete perros lo
escoltaban.
, S.ut ahora estaba rnuy interesada en el relato y
le dijo:
-A quien rr1 describes es a Shaneta, el jinete
vengador, el que curnple las sentencias divinas.
-Exactamente, l¡¡¡¿.
De pronto paró frev¡s a mí su caballo bLaneo y
:oy,tt:o
nre ?regufi.tó ünd.e quedabala rane'he-
ría de los Ald.ana, En ese;r,;";;" pudc uer su
dentadura toda d.e oro.
*¡No hay duda: es Shaneta! _exclamó Sara.
.Me
pidió las señas y se las di muy completas y
",!:r:t, ,t"
dirigió-raud.o
a la antiguí ranchería de
t'os Ald'ana, espoleó su caballo y-su carcajaáa so-
nora' au'n a larga
!'istancia, vibra en eL aire.
76
-¿Comprencles ahora por qué creo que se trata
de un sueño sagrado? -sentenció la abuela.
Todos en el gmpo, los que creían en aquellos mi-
tos y también los que no, estaban sobrecogidos'
-Algo va a pasar, estoy segura -dijo Chayo llena
de una energía que hacfa tiempo no mostraba-.
Mareiwa se ha acordado de nosofros-
Que fuera sueño o realidad no importaba. Se
había encendido una luz que emPezaba a rom-
per la oscuridad de la medianoche en que vivía la
anciana.
::i::t:
r:j;;!
77
-]
I
¡ii-TIFIT:r
' :: .].''
,
21 En clase de artes
En h hora de artes Mile no necesitaba hablar
tanto. Le gr-rstaba esa clase porque con los lápices
de colores tenÍa grandes habilidades.
-¿Mile, qué estás dibujando? -le preguntó con
curiosídad la profesora Violeta-. ¿Por qué tie-
ne ese color amarillo tan exhaño? ¿Acaso es una
ahuyama?
-Así es señorita, igualito a la calabaza.
-¿Yese Iagarto qué hace?
-Profesora, era rni mascota en el desierto y se
ilamaba Lotario.
-¿Un lagarto de mascota?, qr.ré extraño -mur-
muró r¡na niña de la parte de atrás.
-Las brujas tienen a los lagartos como mascotas
-agregó un compañero entre risas burlonas.
Los ofros cornpañeros estallaron en carcajadas,
menos María del Mar y Faustino. Violeta esperó
a que las últimas risas cesaran y entonces inter-
vino.
-Quien haya dicho eso debe disculparse con
Mile -dijo, mientras se clirigía al grupo de donde
habfa salido el chiste-. Los lagarros y las iguanas
7B
son animales que viven en parajes desérticos y
nada tienen que ver con brujas, ni conjuros, ni
con historias macabras.
El niño que lo habfa dicho se puso de pie. Sin
embargo, se quedó mudo.
-Anda, dilo en voz alta -lo increpó Violeta.
Se oyó Lrna voz balbuceante.
-Mile, te pido disculpas,
Mile habfa dibujado el paisaje que más amaba.
Era tan idéntico a la realidad que le causaba tris-
teza mirarlo. Le hubiera gustado meterse dentro
del clibujo y volver a sentu el sol, el viento y el de-
sierto seco y acostarse otra vez en la playa donde
abundaban los lagartos..
Violeta, entonces, les propuso una nueva tarea.
-El dibu¡o de Mile me ha dado una idea -y se
clidgió hacia el mapa-. Todos ustedes tienen pa-
dres o vienen de diversas regiones de Colombia
cle donde han salido desplazados o han tenido que
emigrar por alguna razón. Ahora van a díbujar un
animal que conozcan bien de esa región. Luego
deberán con[ar por qué ]es ha gustado.
Se pusieron a dibujar con entusiasmo y al cabo
de un ra[o todos levantaron la mano.
-lProfe, profe, yo primero!
Elprimero que habló fue Pablo: su dibujo repre. .j,iii
sentaba una selva llena de enormes sapos vercle"; t.¡i
de ojos grandes, que daban saltos en la playa.
Violeta Ie preguntó qué expresaba su dibujo.
-Yo soy de Capurganá, en Urabá. Alh hay más
sapos enormes que personas y a veces uno se en_
cuentra sapos hasta en Ia cama. Algunos pueden
ser tan grandes como un balón de futbol.
-¿No estarás exagerando? -le respondió una ni-
ña llamada Antonia, que era la más pequeña de
rodo el salón-. Según tú, uno de esos sapos es tan
grande como mi cabeza...
-Algunos son más grancles -dijo con seguridad
Violeta- y toda la clase lanzó un "oh" de admi-
ración.
Luego pasó Julián. Les enseñó r¡n dibujo que
apenas cabfa en las dos hojas: allí había alras pal-
mas de cera rodeadas de muchos pájaros diferen-
tes. Les dio su explicación.
-Nací en un lugar llamado Cocora en el que
abundan estas altas palmas siempre rodcadas
de muchos pájaros. Alguna vez conté treinta dife-
rentes.
Violeta estuvo de acuerdo y les contó que ella
habíavisitado ese sitio.
80
-Es uno de los lugares preferidos por los obser-
vadores de pájaros -agregó llamando la atención
sobre la expresión.
Después le tocó a un niño de piel blanca y ojos
claros llamado Gerardo, quien había pintado un
árbol lleno de pericos ttárdes.
-Mi familia es de San Gil, en Santandea y allí
en la época de la cosecha de mangos llegaba una
bandada cle pequeños loritos que atacaban un
mismo árbol al tiempo. Mientras comfan ycomfan
hasta acabar con las fmtas, hacfan una ruidosa al-
garabfa. Era una fiesta mirarlos.
Le llegó el rumo a Marfa del Mar. Habfa dibuja-
do un inmenso samán de verde follaje, que tenía
más mariposas que hojas. Aunque las había de
muchos colores, casi todas eran rojas y amarillas.
-'le felicito -le di¡o Moleta, el dibujo es lindo,
d)ero qué representa para ti?
-Verá profesora, nuestra fa4ilia es de una po-
blación llamada Salento, en Quindío. AIlf hay
muchas mariposas de colores. Las hay grandes y
pequeñas, siempre revolotean y parecen una ho-
guera suspendida en el aire cuando todas al tiem-
po alzan su vuelo. Desde lejos una puede pensar
que el árüol gigantesco se está incendiando.
.-.*-_:-,----..-_..-
r-!_.-.*e?
gl
*,3F,i t*"-t-'"" o ¡-:I :" ^ * --r: rrrs!
{
Faustino, el niño de raza negra del curso, dibujó
una enofine playa de arena un poco oscura y una
ola verde flLle se acercaba: eran tortugas sobre Ia
arena.
-Si van a ese lugar, se llama l,adrilleros -dijo
Faustino y luego con orgullo agregó- y si dicen
que van de parte mía, los atenderán muy bien.
Entonces sonó el timbre que anunciaba el re-
creo y los niños se desordenaron.
-Un momento -dijo en voz alta Violeta-. Antes
de salir, quiero que me digan que han aprendiclo
de esta clase.
María del Mar levantó la mano.'
-Que vamos a hacer un zoológico con todos los
animales que describimos hoy.
Violeta, Mile y sus compañeros se rieron largo
rato.
82
22 (Jna visita inesperada
Po"o a poco pasaban las semanas. Leoncio ha-
bía conseguido trabajo en el negocio de un com-
padre. No ganaba muclio y era una labor aburrida:
empacar en bolsas de libra enormes cantidades de
arroz que salían de grandes bultos y llevarlas en la
camioneta a tiendas de la ciudad, pero ese trabajo
era "mientras tanto".
-¿Cómo así que "mientras tanto"? -le preguntó
Mile.
-Sf, ojalá dure poco- Espero que este asunto se
aclare pronto y podamos volver a nuestra tierra.
Un dfa recibieron una extraña visita; extraña por
lo inesperada. Vino Isafas, del clan de los Epiayú,
que emn parientes lejanos de lconcio. Nunca ha-
bían sido muy cercanos. Isaías estaba casado con
una prima de la famiüa del clan enemigo de los
Uriana, pero insisda que en el conflicto él no ha-
bfa querido tomar partido. Tenfa fama de ser un
hombre prudente y sabio. Se sorprendió al ver las
condiciones de pobreza ert que vivfan los Uriana.
Chayo y Sara procuraban disimular y lo atendlan
muy bien y Ie habían dejado el mejor chinchorro.
mínimas, pero Io más rrjste era el ánimo de la fa_
milia al borde de la desesperanza total. Una sen_
sación de presidio y desarraigo se percibía en el
ambiente.
Isaías habló durante horas, pues seguramen_
te querfa ganarse la confianza de los Uriana.
Les contó historias de parientes comunes y de
amigos.
--Y pensar que allá lejos piensan que ustedes vi_
ven como reyes, con el dinero de la recompensa
por haber delatado a los naficantes de a¡mas _les
dijo de pronto, ya al caer Ia tarde.
-¡Pero si nosotros no hemos delatado a nadie!
-reaccionó con rabia Sara_. Fue coincidencia que
la niña los hubiera üsto y que después el ejérciro
los hubiera agarrado.
Entonces MiIe comprendió con claridad lo que
a medias todo ese tiempo había presentido. Ella
era la causante de todas aquellas desgracias. Se
sintió aún más triste, como si hubiera recibido un
mordisco doble o niple de la medianoche.
Isaías estuvo tres dfas más de visita. Antes de
despedirse, qr-riso hablarles a todos. Chayo, Sara,
84
Leoncio, su hermano y los dos primos, estaban
sentados en el suelo, sobre cuero.s de cabra.
-La única solución para acabar con este destie-
rro es buscar a un palabreroT -di¡o Isafas ponién-
dose de pie.
Lo habí¿n pensado varias veces, pero no habían
encont¡ado a alguien apropiado. Ahora, sin ningu-
na duda, el indicado estaba allí delante de ellos.
-¿Aceptarías ser nuestro palabrero? -le propu-
sieron Sara y Leoncio.
-Lo haré con gusto, si puedo serles útil.
Cuando Isaías se marchó, miraron cómo se ale-
jaba colina abajo y siguieron mirando largo rato,
aunque ya debía estar lejos. Con su par[ida co-
menzaba a crecer la única esperanza.
7 Person" conocida en lengua way[u con el nombre dc ptitchi-
.plru. Su frrnción es mediar cn los conflictos que ocurren entre
lns clanes. Es elegido siemprc por el ofendido y no debe perte-
necer a ninguna de las partes cnfrentad¿s. Cuando acepta el
encaryo visita al agresor para llevarle la palabra- Después expone
la gravedad de los daños causados y señala el monto de la repa-
racifrn exigida por los afectados. Puede set una labor larga lograr
quc el plcito se considere canceladc¡ y los ofendiclos reparados
en su honor y ojalá en sus bienes.
:iii:t
jr: rrrf ' j...4
23 m palabrero
F,r..oo largas semanas de cartas y teléfono. El
palabrero estaba negociando con el clan enemi-
go, pero los Uriana estaban tan lejos que las noti-
cias tardaban. A las tres semanas vino a verlos de
nLlevo.
-Ellos quieren cien cabras -dijo con énfasis
Isaías.
-Pero si nosotros somos los ofendidos -respon-
dió oluscado Leoncio.
-¿Acaso se va a quedar- así la muerte cle Mayelo?
*preguntó Sara.
.-¡Son ellos los que tienen que pagarnos las
treinta cabras que mataron esa noche!-diio Cha-
yo contrariada.
Las discusiones comenzaban en la tarde y conti-
nuaban durante horas. Alguna vez el nuevo día los
alcanzó hablando de Io mismo. Isaías se marchó,
pero ellos esperaban verlo pronto de regreso.
Pasaban los días y Ia vÍda seguía igual, Ias horas
eran largas. Todos estaban a la espera de algo.
El palabrero volvié de visita un mes más tarde.
-Les traigo noticias. Este es un ofrecimiento de
arreglo: lo primero, ellos reconocen su error y de-
claran que ustedes no delataron a nadie.
86
Chayo y Sara se miraron: aquello era lo más im-
portante. Podrían volver a su tierra, con su g,ente,
con la frente en alto.
-Lo segundo es que ellos no están en buena
condición económica: cuaho de Ia f¿milia aún
están en la cárcel y tien'en que pagár abogados.
Por ahora no podrán pagar sino diez cabras. Les
ofrecen dos caballos.
-¿Y nada más? -dijo Sara con expectafiva.
-Se comprometen a ayudarlos a arreglar su ran-
cho abandonado.
Respiraron aliviados. El aneglo no era bueno,
no recibirían compensación por la muerte de Ma'
yelo, pero el destierro terminaba. Estaban conten-
tos, aunque habían perdido mucho.
-Como mucstra de que los Uriana somos pacffi-
cos y de que no guardo ningún rencor contra ellos
-mientras hablaba, Leoncio se dirige en la casa a
un lugar secreto y regresó con un envoltorio-, le
entrego mi revólver para que lo haga liegar a un
juez de paz.
Esa noche Míle volvió a soñar. Hacía días que
no 1o hacía o al menos no recordaba sus sueños.
Estaba en el acantilado de Bahla Honda y ei viento
de nuevo .se metía en su manta y ahora ella volaba.
5
Había llegado a Ia duna de la Media Luna y se
deslizaba una y otra vez por Ia pendiente de arena,
Lo mejor es que volvía a la escuela y Luzmila y los
niños la saludaban y abra'zaban.
24 Un destello rerd.e
Alirt"ron otra vez su trasteo. Les tomó muy
poco tiempo. Con el platón de la camioneta fue
suficiente, pues ahora tehían menos cosas de las
que habían trafdo. Algunas se las dejaron a sus
primos que optaron por no regresar. Uno empezó
a trabajar en una fábrica, tenía novia y decía que
esraba muy enamorado; el otro, el ejército lo detu-
vo una noche por andar sin papeles y ahora estaba
presLando el servicio militar muy lejos, en la selva.
Mile colocó en el camión su pequeña maleta y
el cactus, que de nuevo anunciaba flores, en un
rincón seguro.
Atrás quedaron Ia loma y la escuela gris. Mile
estaba contenta de dejarlas a su espalda. La tarde
anterior se había despedido de Ma¡ía del Mar, de
Faustino y de Violera. Les dejó a cada uno como
recue¡do una aseguraflm: tejió en el]as un sol con
sus poderosos rayos y un desierto'del color de la
ahuyama. La profesora se había despedido con-
mocionada, se notaba que le había tomado afecto.
Faustino le anunció que le escribirfa y María del
Mar le prometió que algún dla irfa a visitarla.
Desde la carretera miró por rllrima vez esas lo-
mas escarpadas de la gran ciudad donde.la vida
88 89
I
'r'.1
M?F'
Hri
t-Et:'
!ir!
:t!:,
B!'
¡:i
i:i
¡!i
It
la
::
i
i:
i
:
había sido tan difícil. Allí ellos habían sido por
esos meses cabras exhaviadas y mojadas; ahora
volverían a ser lagartos del desierto seco,
EI viaje cle regreso cluró dos días. Su corazón se
aceleró cuando pasaron por Riohacha y avanzaron
hacia la rancherÍa.
La casa estaba en ruinas.
El tablón sobre la entrada estaba descolgado de
un lado. En su ausencia, se robaron todo, hasta
las puertas y ventanas. No se habían salvado ni
Ias ollas viejas. Solo quedaban en su sitio la mesa
larga y las dos bancas. Mile enconf¡ó su bicicle-
ta abandonada en un matoffal con las clos llantas
pinchadas. La ranchería fue saqueada desde que
los últimos habitantes huyeron a Mar:acaibo. Los
ladrones habfan teniclo tiernpo suficiente para
desmantelarla, pues ellos habían estado desterra-
dos siete meses largos.
Chayo y Sara celebraron como si fuera una pe-
<1ueña victoria que la estuf.'a volviera a funcionar.
E-l humo que salla de la cocina era una señal evi-
dente para toc{a Ia región de que el clan había
vuelto. Colgaron los chinchorros en Ios mismos
sitios de siempre. Esa primera noche del regreso
Mile durmió profundamente en su tibio capullo.
Se despertó con el quiquiriquí de madrugada. Sin
90
embargo, exlrañó a Roberto Carlo que no apareció
por ningún lado.
Al quinto día, cuando ya la ranchería casi había
vuelto a ser la de antes, se dirigieron los diecisiete
familiares al cementerio de Taroa. Las mujeres lu-
cían las mantas blancas con las líneas moradas que
lentamente había tejido Chayo. Primero visitaron
la tumba de Mayelo. Todas lloraron un largo rato
y [4ile estaba inconsolable, pues su primo había
ocupaclo en su corazón el lugar de un hermano.
También visitaron las tumbas de sus ancestros.
Querían agradecerles su compañfa y ayuda, y ade-
más norificarles que los Uriana habían regresado
a su rancherlapara quedarse,
Orra vez Mile se encontró'con su desierto lle-
no de viento loco. Se acercó a la playa. ¡Le había
hecho tanta falta su mar! [,e pareció que la costa
de rocas se metía dentro del océano, alegre y pen-
clenciera. Ahora era un sueño cumplido volver a
sentir sobre su cabeza las olas inmensas.
Se acostó durante horas sobre Ia arena que pare-
cía cascarilla de arroz, limpia y caliente.
Un pequeño ruido se acentuó. Lotario s¿lió de
entre las hojas secas junto al cacrus y recorrió la
ardiente arena hacia ella. La lagartija se tendió y
se quedó quieta. Observaba a Mile fijamente.
9t
i'-¿Por qué te habí¿s marchado? -sintió gue le
decía sin palabras.
Y luego de un breve silencio agregó.
-iQué bien que has regresadol
Ahora eran dos hgartijas juntas, una grande y
otra mediana llenándose de sol.
Estuvieron allí, en silencio, haciéndose compa-
ñía hasta que llegó la tarde y el.sol comenzó a des-
peürse, en medio de nubes arreboladas.
De pronto, rugió el desierto. Era incontenible la
fuerza del viento, como si quisiera borrarlo todo y
empezar de nuevo. Lotario se fue corriendo, pues
seguramente era hora de buscar su manada.
Llevada por la corriente de aire caliente, que
soplaba a su favor, Mile llegó rápidamente en su
bicicleta a la ranchería del lagarto.
A lo lejos observó el mar que se tornaba de co-
lor turquesa con el último rayo de sol de aquella
tarde.
Como un buen presagio, vio que se despedfa
con un destello verde.
indice
1 El atentado ....,........,, '...........-.-"-.5
2 La decisión ...,......... .'...'..'...'......'.8
3 La huida .........'........ 14
4 Amanecer en el desierto guajiro ..,..........,....20
5 El tren más largo del mundo .....23
6 Rumb<r a Bahla Honda ,...'..,.,....27
7 En la escuela .....'.'..' 30
8 Lot¿rio .'............'.....' 33
9 La hora del regreso .......'-..'........37
10 La tormenta de arena ......'.......'.41
11 Una luz extraña ......-45
12 En la playa ...........'..' 49
13 El regreso a casa ...'..53
I4 La mochila ..:............... ..'.........-' 56
15 Las miradas de recelo ............'... 58
16 La asamblea del clan ...----..'..---.. ól
17 ÍAgran ciudad .'-'....64
18 Como una cabra extraüada ...-...67
l9 El mordisco de ia medianoche ...'...."........-.70
20 Chayo .................-..'.74
21 En clase de artes ......... ..............78
ZL.ÍJnavisita inesperada .......' ....-...83
23 Elpalabrero ...'.'....'..86
24 IJn destello verde ........ ...........-.- 89
)
92

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

El gigante egoísta
El gigante egoístaEl gigante egoísta
El gigante egoístamariger5017
 
El-lobo-rodolfo-pdf-libro
El-lobo-rodolfo-pdf-libroEl-lobo-rodolfo-pdf-libro
El-lobo-rodolfo-pdf-libroKaty Hernández
 
Mil grullas. Elsa Borneman.
Mil grullas. Elsa Borneman.Mil grullas. Elsa Borneman.
Mil grullas. Elsa Borneman.blogdevon
 
EL JOVEN Y LAS ESTRELLAS DE MAR
EL JOVEN Y LAS ESTRELLAS DE MAREL JOVEN Y LAS ESTRELLAS DE MAR
EL JOVEN Y LAS ESTRELLAS DE MARmercecxixon
 
Una noche muy fría
Una noche muy fríaUna noche muy fría
Una noche muy fríam_cuentos
 
El señor, el niño y el burro
El señor, el niño y el burroEl señor, el niño y el burro
El señor, el niño y el burroJoel Servando M H
 
Habia una vez una llave pictogramas.pdf
Habia una vez una llave pictogramas.pdfHabia una vez una llave pictogramas.pdf
Habia una vez una llave pictogramas.pdfPilarBaez4
 
Prueba de-lectura-sapo-y-sepo
Prueba de-lectura-sapo-y-sepoPrueba de-lectura-sapo-y-sepo
Prueba de-lectura-sapo-y-sepoCristina Oyarzo
 
Preguntas De La Leyenda La Pincoya
Preguntas De La Leyenda La PincoyaPreguntas De La Leyenda La Pincoya
Preguntas De La Leyenda La PincoyaDoris Ulloa
 
Cuentos de miedo
Cuentos de miedoCuentos de miedo
Cuentos de miedobegocris
 
Vargas llosa, mario los jefes y los cachorros
Vargas llosa, mario los jefes y los cachorrosVargas llosa, mario los jefes y los cachorros
Vargas llosa, mario los jefes y los cachorrosNatyalvarez
 
El loro pelado - Horacio Quiroga
El loro pelado - Horacio QuirogaEl loro pelado - Horacio Quiroga
El loro pelado - Horacio Quirogaprofesornfigueroa
 

La actualidad más candente (20)

El gigante egoísta
El gigante egoístaEl gigante egoísta
El gigante egoísta
 
El-lobo-rodolfo-pdf-libro
El-lobo-rodolfo-pdf-libroEl-lobo-rodolfo-pdf-libro
El-lobo-rodolfo-pdf-libro
 
Mil grullas. Elsa Borneman.
Mil grullas. Elsa Borneman.Mil grullas. Elsa Borneman.
Mil grullas. Elsa Borneman.
 
EL JOVEN Y LAS ESTRELLAS DE MAR
EL JOVEN Y LAS ESTRELLAS DE MAREL JOVEN Y LAS ESTRELLAS DE MAR
EL JOVEN Y LAS ESTRELLAS DE MAR
 
Una noche muy fría
Una noche muy fríaUna noche muy fría
Una noche muy fría
 
El señor, el niño y el burro
El señor, el niño y el burroEl señor, el niño y el burro
El señor, el niño y el burro
 
Habia una vez una llave pictogramas.pdf
Habia una vez una llave pictogramas.pdfHabia una vez una llave pictogramas.pdf
Habia una vez una llave pictogramas.pdf
 
Simón el bobito teatro
Simón el bobito teatroSimón el bobito teatro
Simón el bobito teatro
 
Power Point Pinocho
Power Point PinochoPower Point Pinocho
Power Point Pinocho
 
Prueba de-lectura-sapo-y-sepo
Prueba de-lectura-sapo-y-sepoPrueba de-lectura-sapo-y-sepo
Prueba de-lectura-sapo-y-sepo
 
Fiesta en la selva o el León y el Sapo
Fiesta en la selva o el León y el Sapo Fiesta en la selva o el León y el Sapo
Fiesta en la selva o el León y el Sapo
 
Preguntas De La Leyenda La Pincoya
Preguntas De La Leyenda La PincoyaPreguntas De La Leyenda La Pincoya
Preguntas De La Leyenda La Pincoya
 
Cuentos de miedo
Cuentos de miedoCuentos de miedo
Cuentos de miedo
 
El dragón y la mariposa web
El dragón y la mariposa webEl dragón y la mariposa web
El dragón y la mariposa web
 
Vargas llosa, mario los jefes y los cachorros
Vargas llosa, mario los jefes y los cachorrosVargas llosa, mario los jefes y los cachorros
Vargas llosa, mario los jefes y los cachorros
 
Simon el bobito
Simon el bobitoSimon el bobito
Simon el bobito
 
Acto 17 de agosto
Acto 17 de agostoActo 17 de agosto
Acto 17 de agosto
 
Cuentos terror I
Cuentos terror ICuentos terror I
Cuentos terror I
 
El loro pelado - Horacio Quiroga
El loro pelado - Horacio QuirogaEl loro pelado - Horacio Quiroga
El loro pelado - Horacio Quiroga
 
Workbook 6
Workbook 6Workbook 6
Workbook 6
 

Similar a El mordisco de la Media Noche - Francisco Leal.pdf

Fiestita con animacion
Fiestita con animacionFiestita con animacion
Fiestita con animacion4lb4
 
recuerdos_que_mienten_un_poco_indio_solari.pdf
recuerdos_que_mienten_un_poco_indio_solari.pdfrecuerdos_que_mienten_un_poco_indio_solari.pdf
recuerdos_que_mienten_un_poco_indio_solari.pdfRubenAres1
 
Coeditorial Latinoamericana - Cuentos de Espantos y Aparecidos
Coeditorial Latinoamericana - Cuentos de Espantos y AparecidosCoeditorial Latinoamericana - Cuentos de Espantos y Aparecidos
Coeditorial Latinoamericana - Cuentos de Espantos y AparecidosHanz Gothicall
 
Actividades vacaciones de invierno
Actividades vacaciones de invierno Actividades vacaciones de invierno
Actividades vacaciones de invierno maura silva floores
 
Grandes escritores, 2010 11
Grandes escritores, 2010 11Grandes escritores, 2010 11
Grandes escritores, 2010 11Juan Betancur
 
16974363 lilus-kikus-elena-poniatowska
16974363 lilus-kikus-elena-poniatowska16974363 lilus-kikus-elena-poniatowska
16974363 lilus-kikus-elena-poniatowskakarmenmorch
 
Pruebas de comprensión de lectura 5º básico la ratita presumida
Pruebas de comprensión de lectura 5º básico  la ratita presumidaPruebas de comprensión de lectura 5º básico  la ratita presumida
Pruebas de comprensión de lectura 5º básico la ratita presumidanancy araneda
 
Cuentos del reino de las sílabas
Cuentos del reino de las sílabasCuentos del reino de las sílabas
Cuentos del reino de las sílabasCarmen de Jesus
 
La ciudad de las bestias
La ciudad de las bestiasLa ciudad de las bestias
La ciudad de las bestiasdanipoly
 
16910 sede san carlos Recital grado quinto a
16910 sede san carlos Recital grado quinto a16910 sede san carlos Recital grado quinto a
16910 sede san carlos Recital grado quinto aJohan Laverde
 
Historias del chimbilax (o la estatua del angel) - Rafael bejarano / Olto Jim...
Historias del chimbilax (o la estatua del angel) - Rafael bejarano / Olto Jim...Historias del chimbilax (o la estatua del angel) - Rafael bejarano / Olto Jim...
Historias del chimbilax (o la estatua del angel) - Rafael bejarano / Olto Jim...STAROSTA1000
 
Pruebas de comprensión de lectura 5°
Pruebas de comprensión de lectura 5°Pruebas de comprensión de lectura 5°
Pruebas de comprensión de lectura 5°natalyllg
 
Textos calidad lectora
Textos calidad lectoraTextos calidad lectora
Textos calidad lectoraAndrea Leal
 
El mal detras de la cerca
El mal detras de la cercaEl mal detras de la cerca
El mal detras de la cercaDean Frederick
 
511 540 - st-flash
511 540 - st-flash511 540 - st-flash
511 540 - st-flashDonGilgamesh
 

Similar a El mordisco de la Media Noche - Francisco Leal.pdf (20)

Fiestita con animacion
Fiestita con animacionFiestita con animacion
Fiestita con animacion
 
recuerdos_que_mienten_un_poco_indio_solari.pdf
recuerdos_que_mienten_un_poco_indio_solari.pdfrecuerdos_que_mienten_un_poco_indio_solari.pdf
recuerdos_que_mienten_un_poco_indio_solari.pdf
 
Coeditorial Latinoamericana - Cuentos de Espantos y Aparecidos
Coeditorial Latinoamericana - Cuentos de Espantos y AparecidosCoeditorial Latinoamericana - Cuentos de Espantos y Aparecidos
Coeditorial Latinoamericana - Cuentos de Espantos y Aparecidos
 
Actividades vacaciones de invierno
Actividades vacaciones de invierno Actividades vacaciones de invierno
Actividades vacaciones de invierno
 
Grandes escritores, 2010 11
Grandes escritores, 2010 11Grandes escritores, 2010 11
Grandes escritores, 2010 11
 
Cerdito
CerditoCerdito
Cerdito
 
Lecturas
LecturasLecturas
Lecturas
 
16974363 lilus-kikus-elena-poniatowska
16974363 lilus-kikus-elena-poniatowska16974363 lilus-kikus-elena-poniatowska
16974363 lilus-kikus-elena-poniatowska
 
C lectora 5°
C lectora 5°C lectora 5°
C lectora 5°
 
Pruebas de comprensión de lectura 5º básico la ratita presumida
Pruebas de comprensión de lectura 5º básico  la ratita presumidaPruebas de comprensión de lectura 5º básico  la ratita presumida
Pruebas de comprensión de lectura 5º básico la ratita presumida
 
Cuentos del reino de las sílabas
Cuentos del reino de las sílabasCuentos del reino de las sílabas
Cuentos del reino de las sílabas
 
Muerte en el priorato
Muerte en el prioratoMuerte en el priorato
Muerte en el priorato
 
La ciudad de las bestias
La ciudad de las bestiasLa ciudad de las bestias
La ciudad de las bestias
 
16910 sede san carlos Recital grado quinto a
16910 sede san carlos Recital grado quinto a16910 sede san carlos Recital grado quinto a
16910 sede san carlos Recital grado quinto a
 
Historias del chimbilax (o la estatua del angel) - Rafael bejarano / Olto Jim...
Historias del chimbilax (o la estatua del angel) - Rafael bejarano / Olto Jim...Historias del chimbilax (o la estatua del angel) - Rafael bejarano / Olto Jim...
Historias del chimbilax (o la estatua del angel) - Rafael bejarano / Olto Jim...
 
Pruebas de comprensión de lectura 5°
Pruebas de comprensión de lectura 5°Pruebas de comprensión de lectura 5°
Pruebas de comprensión de lectura 5°
 
Textos calidad lectora
Textos calidad lectoraTextos calidad lectora
Textos calidad lectora
 
El mal detras de la cerca
El mal detras de la cercaEl mal detras de la cerca
El mal detras de la cerca
 
511 540 - st-flash
511 540 - st-flash511 540 - st-flash
511 540 - st-flash
 
Narrativa
NarrativaNarrativa
Narrativa
 

Último

CIENCIAS NATURALES 4 TO ambientes .docx
CIENCIAS NATURALES 4 TO  ambientes .docxCIENCIAS NATURALES 4 TO  ambientes .docx
CIENCIAS NATURALES 4 TO ambientes .docxAgustinaNuez21
 
Tarea 5-Selección de herramientas digitales-Carol Eraso.pdf
Tarea 5-Selección de herramientas digitales-Carol Eraso.pdfTarea 5-Selección de herramientas digitales-Carol Eraso.pdf
Tarea 5-Selección de herramientas digitales-Carol Eraso.pdfCarol Andrea Eraso Guerrero
 
SINTAXIS DE LA ORACIÓN SIMPLE 2023-2024.pptx
SINTAXIS DE LA ORACIÓN SIMPLE 2023-2024.pptxSINTAXIS DE LA ORACIÓN SIMPLE 2023-2024.pptx
SINTAXIS DE LA ORACIÓN SIMPLE 2023-2024.pptxlclcarmen
 
BIOLOGIA_banco de preguntas_editorial icfes examen de estado .pdf
BIOLOGIA_banco de preguntas_editorial icfes examen de estado .pdfBIOLOGIA_banco de preguntas_editorial icfes examen de estado .pdf
BIOLOGIA_banco de preguntas_editorial icfes examen de estado .pdfCESARMALAGA4
 
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).pptPINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).pptAlberto Rubio
 
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALVOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALEDUCCUniversidadCatl
 
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdfFundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdfsamyarrocha1
 
Estrategia de Enseñanza y Aprendizaje.pdf
Estrategia de Enseñanza y Aprendizaje.pdfEstrategia de Enseñanza y Aprendizaje.pdf
Estrategia de Enseñanza y Aprendizaje.pdfromanmillans
 
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...fcastellanos3
 
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdfEstrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdfAlfredoRamirez953210
 
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPEPlan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPELaura Chacón
 
c3.hu3.p1.p2.El ser humano y el sentido de su existencia.pptx
c3.hu3.p1.p2.El ser humano y el sentido de su existencia.pptxc3.hu3.p1.p2.El ser humano y el sentido de su existencia.pptx
c3.hu3.p1.p2.El ser humano y el sentido de su existencia.pptxMartín Ramírez
 
PLANIFICACION ANUAL 2024 - INICIAL UNIDOCENTE.docx
PLANIFICACION ANUAL 2024 - INICIAL UNIDOCENTE.docxPLANIFICACION ANUAL 2024 - INICIAL UNIDOCENTE.docx
PLANIFICACION ANUAL 2024 - INICIAL UNIDOCENTE.docxJUANSIMONPACHIN
 
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptxLINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptxdanalikcruz2000
 
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdfLA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdfNataliaMalky1
 
DECÁGOLO DEL GENERAL ELOY ALFARO DELGADO
DECÁGOLO DEL GENERAL ELOY ALFARO DELGADODECÁGOLO DEL GENERAL ELOY ALFARO DELGADO
DECÁGOLO DEL GENERAL ELOY ALFARO DELGADOJosé Luis Palma
 
Los Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
Los Nueve Principios del Desempeño de la SostenibilidadLos Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
Los Nueve Principios del Desempeño de la SostenibilidadJonathanCovena1
 

Último (20)

CIENCIAS NATURALES 4 TO ambientes .docx
CIENCIAS NATURALES 4 TO  ambientes .docxCIENCIAS NATURALES 4 TO  ambientes .docx
CIENCIAS NATURALES 4 TO ambientes .docx
 
Tarea 5-Selección de herramientas digitales-Carol Eraso.pdf
Tarea 5-Selección de herramientas digitales-Carol Eraso.pdfTarea 5-Selección de herramientas digitales-Carol Eraso.pdf
Tarea 5-Selección de herramientas digitales-Carol Eraso.pdf
 
SINTAXIS DE LA ORACIÓN SIMPLE 2023-2024.pptx
SINTAXIS DE LA ORACIÓN SIMPLE 2023-2024.pptxSINTAXIS DE LA ORACIÓN SIMPLE 2023-2024.pptx
SINTAXIS DE LA ORACIÓN SIMPLE 2023-2024.pptx
 
Sesión La luz brilla en la oscuridad.pdf
Sesión  La luz brilla en la oscuridad.pdfSesión  La luz brilla en la oscuridad.pdf
Sesión La luz brilla en la oscuridad.pdf
 
BIOLOGIA_banco de preguntas_editorial icfes examen de estado .pdf
BIOLOGIA_banco de preguntas_editorial icfes examen de estado .pdfBIOLOGIA_banco de preguntas_editorial icfes examen de estado .pdf
BIOLOGIA_banco de preguntas_editorial icfes examen de estado .pdf
 
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).pptPINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
 
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALVOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
 
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdfFundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
 
PPTX: La luz brilla en la oscuridad.pptx
PPTX: La luz brilla en la oscuridad.pptxPPTX: La luz brilla en la oscuridad.pptx
PPTX: La luz brilla en la oscuridad.pptx
 
Estrategia de Enseñanza y Aprendizaje.pdf
Estrategia de Enseñanza y Aprendizaje.pdfEstrategia de Enseñanza y Aprendizaje.pdf
Estrategia de Enseñanza y Aprendizaje.pdf
 
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
 
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdfEstrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
Estrategias de enseñanza - aprendizaje. Seminario de Tecnologia..pptx.pdf
 
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPEPlan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
 
c3.hu3.p1.p2.El ser humano y el sentido de su existencia.pptx
c3.hu3.p1.p2.El ser humano y el sentido de su existencia.pptxc3.hu3.p1.p2.El ser humano y el sentido de su existencia.pptx
c3.hu3.p1.p2.El ser humano y el sentido de su existencia.pptx
 
PLANIFICACION ANUAL 2024 - INICIAL UNIDOCENTE.docx
PLANIFICACION ANUAL 2024 - INICIAL UNIDOCENTE.docxPLANIFICACION ANUAL 2024 - INICIAL UNIDOCENTE.docx
PLANIFICACION ANUAL 2024 - INICIAL UNIDOCENTE.docx
 
Unidad 3 | Teorías de la Comunicación | MCDI
Unidad 3 | Teorías de la Comunicación | MCDIUnidad 3 | Teorías de la Comunicación | MCDI
Unidad 3 | Teorías de la Comunicación | MCDI
 
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptxLINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
 
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdfLA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
 
DECÁGOLO DEL GENERAL ELOY ALFARO DELGADO
DECÁGOLO DEL GENERAL ELOY ALFARO DELGADODECÁGOLO DEL GENERAL ELOY ALFARO DELGADO
DECÁGOLO DEL GENERAL ELOY ALFARO DELGADO
 
Los Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
Los Nueve Principios del Desempeño de la SostenibilidadLos Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
Los Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
 

El mordisco de la Media Noche - Francisco Leal.pdf

  • 1. EL BARCO .: .....rt . .r. !-e4'_._;¿ DE VAPOR EL mordisco de [a''medianoche Francisco LeaI Queverlo.t. I pREMr0 D€ LTTEMTURA tNFANTIL , ])i EL BARC0 DE vAPoR - i ' r t' ..'' li¡ stBLroT€cA tu¡s ÁNeel ARANco, 2oo9 * s-s ff * í[É-:rq tr]é"i* ii [f ]1ia{*1& . f€¿{tiit i¿!L#+ gE
  • 2. .."W;.r'o^ EW'com Primera edición: ene¡o 2010 Dirección editorial: César Camilo Ramíree Edición: Carlos Sánchez Laz¿'no Ilustación carát¡rla: DiPacho @ Francisco Leal Quevedo, 2fi)9 @ Fiiciones SM Colombia, 2009 Carrera 85K 46A - 66, Oficina 502 Bogotá D,C. www.ediciones-sm.com'oo PB)C 595 33,14 Cor¡eo elccrónico: edicionlij-co@grupo-sm.com ISBN : 978-958 -7 os -292-3 Impreso e,n Colombia / Printed ín Colombía Im¡neso por Editorial Delfiu Ltda. No cstri po,-ttlda la reproducción totat o pucial de este übro, ni $r tratsmicnto informático, ni h transmi- sión do ninguna fom¿ o por cualquier oho medio' ya sea clccEónico, mecánico, por fotocopia, porrcgistro u otros mcdios, sin el permiso prcüo y por escrito de los tia¡lras del coov¡ir 1 El atenta.do Todot dormfan en laranchería del lagarrovercle. Todos, menos Mile. La niña tenfa un exhaño presentimiento des- pués del peligroso episodio que había vivido, una semana atrás, cerca al faro. Se movía de un lado a otro clel chinchorrol. Cerró los ojos y se quedó quieta, quizás asl volverfa el sueño'esquivo. De pronto sintió que su cabra Kauala la llamaba por su nombre al ofdo, se despertó completamente y ya no pudo volver a dormir. Estuvo un rato alerta. La noche era oscura. A lo lejos se olan las olas del mar y por momentos se acentuaba el silbido del üento en medio del de- sierto. Mile ptrso atención al rranquilo ribno de Ia respiración de sus padres, su abuela, sus tfos y sus primos. Volüó a cerrar sus ojos pesados. Cuando empezaba a dormirse de nuevo, una cabra baló. Una, dos, hes veces. Unos prses rápidos fuera de la casa Ie hicieron dudar si estaba en vigilia o dormía. ¡ Especie de hamaca con vuelos laterales que permiten cubrir a guien duerme.
  • 3. lOyeron? -preguntó en voz baja con la espe- ranza de que le contestaran. Y antes de que pudiera oír una respuesta, el si- lencio de la noche fue interrumpido por un ruido atronador, como si el mundo se viniera abajo y ella quedara suspendida en el vacfo. -¡Al piso, al piso! -gritaba con desespero Leon- cio, su padre. [,as ráfagas de clisparos se sucedfan una tras otra. En medio de la oscuúdad los cue{pos se mo- uí^n y cafun al piso. Se ofan gritos de angustia y lamentos de dolor. Luégo de unos segundos se oyó una nueva rífaga y luego otra, esta última más cercana. Mile esta- ba aterrada: los tiros rebotaban contra las puertas y ventanas. Su corazón se había detenido... A lo mejor estaba muerta.-. Los rápidos latidos en su pecho y la respiración agitada le confirmaron que arln vivía. ' -¿Están todos bien? -preguntó su padre con voz temblorosa luego de unos segundos. A lo lejos se ofan carros que arrancaban. Mile no pudo más y se"le escapó un llanto en- trecortado. De pronto sintió una mano sobre su hombro y luego el calor de un cuerpo. Era Sara, su madre, quien la abrazó durante un momento y 6 luego la jalo hacia fuera de la casa. Allf ya pudo ver con detenimiento los resultados del atentado. En ese momento su primo Mayelo sacaba en hom- bros a fsauro, su oho primo, a quien una bala le había rozado una pierna, p€ro no parecfa ser algo grave. Mile se soltó de Ia mano de Sara y corrió al co- rral. Allf estaba su padre con las manos en la ca, beza mienfas observaba un espectáculo atroz: los asesinos dispalaron cor:tra los chivos y mataron a cerca de treinta. La niña reconoció inmediata- mente entre los animales muertos a Kauala, su ca- bra preferida. Un dolor indecible la invadió. Qui, so arrojarse a alzarla y tenerla entre sus brazos, pero su abuela Chayo se lo impidió tomándola del brazo. -No tienes que ver esto. Entonces Mile se pr-rso las manos sobre el rosfro y empezí a llorar sin pausa. Se apoderó de ella un quejido hondo, imparable- Le habían matado a Lln ser querido. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué dispararon conha su familia? ¿Quiénes lo habían hecho? Al fondo un rojo amanecer de sangre presagiaba peores sucesos.
  • 4. 2 fo decisión Mru estaba sentada fuera de la casa. Adentro treinta hombres de la familia llevaban ya muchas horas discutiendo a puerla cerrada. Las mujeres en la cocina comentaban que esta vez el blanco de los disparos habían sido los ani- males, pero que en el próximo ataque seúan eJlos. la situación era €trave. Desde el día anterior, al regarse la noticia, to- dos los parientes cercanos fueron llegando. Algu- nos vení'¿n de la serranía de Jalaala y de la sabana de Wopumuin y acudieron tan pronto se habían enterado del atentado. l-Iasta llegaron los primos de Nazareth y de Manaure y dos hicieron el viaje desde Maracaibo. los hombres salieron. Los rostros tenían la mis- ma expresión: estaban decididos a afrontar unidos la adversidad. Las mujeres esperaban con ansie- dad las decisiones urgentes que vendrían. -Ya está acordado -dijo Leoncio con profunda seriedad-. Partiremos en tres horas. l,as mujeres se miraron consternadas. -¡'lan poco tiempo para prepararlo todo! -di¡o la vieja Chayo. 8 El tfo más anciano, gue habfa venido descle la sierra de Wopumuin, argregó como única explica- ción: -Deben marcharse ya, si quieren seguir vivos. Sin perder tiempo, las cinco mujeres mayorcs se encerraron en la habitación principal. Al cabo de un rato de esperar afuera, Mile entreabrió la puerta. Chayo la vio y Ie dijo: -Sígue y cierra. Buscó un rincón de la enorme habitación y se quedó quieta y callada, mientras observaba todos los moümientos de las mujeres. -¿A dónde vamos? -sc atrcvió a preguntar. -A la tierra de los alijunasz -respondió Sara se- camente. La abuela le había aclarado poco. Mile nunca había salido de La Guajira y solo sabía que el resto clel munclo era alijuna. La palabra tenía un slgpi- ficado extraño para la niña. Si su mundo eran las ranchcrfas, el desierto, el mar, su escuela sobre el acanrilado, ¿qué había más allá? Ella habfa visto 2.Los wnyuu designan con tres nombres a los seres humanos: tHu¡rrlnr, quc significa persona o gente ikt¡sina gtte designa a otros grupos indígcn i'r;; aliiuna tlue son los blancos o en general los ncr inclios.
  • 5. a los turistas, incluso a personas de otros países que venfan de visita al Cabo de la Vela y a Pun[a Gallinas. Pero otra cosa era ir a vivir entre ellos y compartir sus costumbres. Mile querfa saber más cletalles de ese sorpresivo viaje, pero las mujeres esLaban demasiado atarea- clas y no le dijeron más. Al cabo dc un rato, Sara le entregó una pequeña maleta. -Hija, no hay tiempo que perder. Alista aquí tus cosas. Pero cómo decidir qué llevar o qué dejar. -¿Vamos a estar fuera muchos días? -le pregun- tó a su mamá, -Nadie lo sabe, p"ro d"b"*os PreParamos Para un largo tiempo. Luego Sara dijo, hablando para sí misma: -Quizás nunca regresemos. [,a niña empezó a apilar sus cosas: las mantas multicolores, su mochila, Ios collares de coquitos, las sandalias de borlas vercles, los hilos para tejer las mochilas y las oseguranzos3. Pero si iban a tardar tanto, incluso, si acaso no volvían, debía llevar su piel de cabra, el único re- 3 Son pulseras mrrlticolores hechas dc forma artesanal con tejidos de hilo. IO cuerdo de Kauala que su primo Mayelo ya había arreglado y podía caber en algfin rincón de su ma- leta. Alistó también el libro de paisajes guajiros que le había regalado Ia profesora Luzmila, por haber siclo la mejor alumna del año pasado. -Esto se va, esto se queda -decía a cada rato Sara. Era mucho más lo que se quedaba, sin duda. Al cabo de un rato ya estaban las tres maletas listas. Los hombres entraban en las habitaciones y luego sahan llevando paquetes hacia la camioneta. Sara vino a revisar las cosas de Mile. -Eso está bien, esto también, pero no te cabrá todo -dijo Sara-. Deja esas tres mantas y las san- dalias de borlas. Adonde iremos no vas a usarlas. -¿Allí nunca habrá u¡ra fiesta? -Quién sabe si algún üa estemos para fiestas. Y además allá las fiestas son diferentes. Las sacó de la maleta. Llevaba unas guaireñas puestas; sería mejor tener dos. Merió el otro par entre sus cosas. -¿Y puedo llevar mi bicicleta? -preguntó con inocencia. -Hija, somos muchos, iremos apretados y el via- je será largo. Había entendido: debía dejarla. ¡',t:i.:, .. il,iii::::;,:j,iii::,: 'i. .. : 11
  • 6. tFn Ya estaba lista la ropa. Salió al patio y recogió el cactus florecido que le había regalado Yosusi+, su compañera de pupitre, cuando empezaron las lluvias. *¿Puedo llevarlo) -le preguntó a Sara, -En la tierra de los alijunas hace fuo y no hay tanto sol como acá. Pero se quedó dudando y al momento le dijo: -Si tir-rieres llévalo, aunque es difícil que sobre- viva. Lo empacó en una bolsa, le ab¡ó muchos agu- jeros para que respirara y fue hasta la camioneta. Le pidió a Mayelo que lo asegurara junto a su ma- Ieta. Después de la tercera hora todos afanosamente llevaban cosas. -Démonos prisa -dijo Leoncio mientras se mo- vía de r¡n lado para otro-. Saldremos con los írlti- mos rayos del sol. Entonces Mile advirtió que su papá había alista- do el revólver. Era claro que lo llevaría consigo. -Vámonos ya -ordenó Leoncio. La camioneta ruidosa ernprendió apuradamente la marcha. a En lengu" wayuu {wayuunaiki) significa flor de cactus. t2 Desde la misma puerta de la ranchería, allí don- de se vefa el largo tablón con el dibujo del lagar- to verde, el carro comenzó a balancearse a lado y lado sobre sobre el camino de rocas y arena. Empezaba e[ largo viaje hacia una tierra extraña, lejana.
  • 7. 3 rohuiáa Leoncio manejaba a gran velocidad en medio de Ia noche y el carro se bandeaba con brusque- dad. Su nerviosismo era visible. Las mujeres atrás intentaban mantener la calma y no hablaban. Mile apretaba con fuerza la mano de su abuela. El desierto parecía la boca de un krbo y el furio- so silbido del viento advertía: "Corran si no quie- ren ser alcanzados". De repente la oscuridad se hizo más intensa: el carro se apag6. Un silencio absolutq se apoderó del lugar. Uno de los sobrinos de Sara se hajó de inmediato y abrió el capó en busca del desperfecto. Leoncio sostenía una linterna cuya luz mortecina apenas si servía para algo. Un estallido se oyó en la distancia... Todos sin- tieron terror. Mile se zaf6 desu abuela y se bajó de un salto de la carnioneta. Sara, sorprendida, intentó retenerla. L,a niña señaló con su mano hacia el cielo. Alguien había lanzado un volador de pólvora cu- yas luces de colores se abrieron en forma de ramas de árbol. -A lo mejor celebran que nos vayamos -dijo con ironía la abuela Chayo, y el chiste distensionó el ambiente. El carro finalmente volvió a prender y echaron a andar. Pasaron cerca de la salina: en la noche resplan- clecía desde lejos la montaña de sal. Las luces en la distancia anunciaron que estaban cerca de Rio- hacha. Mile hubiera querido bajarse de Ia camio- neta para descansar. No pararon sino para echar gasolina. Arravesaron rauclos las calles de la ciudad, a esa hora desérlica. -No conviene que algrln conocido nos vea,se- ñaló Leoncio-. Mientras más tarde se enteren de nuestra partida, mejor. Mile iba absorta mirando por la ventana: todo aquello le era desconocido. Quizás nunca lo ha- bfa visto, o ahora lo veía con ojos nuevos. Sara le habló poco durante el viaje. La más tacituma era Chayo, pues a sus setenta años poco habfa aban- donado su [ierra. Una vez ftre hasta Barranquilla y otra hasta Cúcuta, pero de eso hacla ya muchos años. Siempre decfa que no le gustaban las ciuda- des grandes. A medida que viajaban el paisaje fue cambian- do. Acrás quedó el desierto. EI mar se escondió ii.il' '1,:.1;i: :i:i:::rl l:liji::: :iliil i:::-l:j;:: It+ i ;;i:::rli:;:1. li':l:::i:::i:::1 :1. r:. . 15
  • 8.
  • 9. montañas. La camioneta siguió devorando la autopista rec- ta, pavimentada, sin fin. Eran más de Jas doce clel clía cuando llegaron a Bucaramanga. Se bajaron a buscar algo de comer. Mile corrió hacia un restaurante donde el letrero exhibía una cabra. Pidieron chivo y yuca, pero a la niña le supo dis- tinto. La arepa de mafz pelado le pareció de un sabor rancio y no pudo comérsela. Las gentes elnpezaron a mirarlos con curiosi- dad, como anima]es de otro corral, y los señalaban con el dedo. -Es por nuestro vesrido -dijo Sara. Chayo no querfa cambiarse la manta. -Con ella nacf, con ella me muero. Mile y su mamá compraron ropa en un almacén del centro, se cambiaron y nuevamente empren- dieron la marcha, En la noche se detuvieron a dormir en un hotel ruidoso que quedaba sob¡e la carretera. Mile ex- trañaba su chinchorro. Amaneció adolorida por- t8 que toda la noche había dado vueltas en esa cama ajena. Al segundo dfá, al caer la tarde, el viaje terminó. Mile despertó asustada: los'gruesos goterones de lluvia golpeaban el parabrisas. La camioneta avaruaba lentamente en medio de muchos can'os y pitás que asustaban a la niña. Sara se quitó un saco que habia comprado y se lo puso a su hija. Mile observaba con átención los edificÍos altos, la gente que corrfa tras los buses, la niebla que volvfa invisible lo más cercano, el color extraño de todo. Habfan llegado a la gran ciudad, la tierra de los alijunas. "Todo era tan distinto haee dos semanas", se dijo con profunda tristeza. l9
  • 10. 4 Amanecer en el dcsierta guajiro El sol salía despacio en medio de nubes arrebo- ladas. En el patio los cerdos y las gallinas alborota- ban, y en el corral de troncos las cabras empujaban para salir a trepar las colinas de rocas. El gato se desperezaba y el perro daba vueltas en el mismo lugar: buscaba encontrar la rnejor posición para continuar sin hacer nada, Además bostezaba. Mile se dio vuelta en el chinchorro, pues que- ría defenderse del aire frfo, que entraba por todos los huecos de la malla. Se sentfa tibia en medier de aquel capullo. Recordó haber tenido hermosos sueños y quiso seguir metida en ellos; Volvió a dormirse, pero por poco tiempo. EI gallo comenzó .su quiquiriquí de madrugada. Amanecfa en el desierto y poco a poco la ran- chería se despertaba. Allí üvía con veinte perso- nas que eran su familia. Ellós eran los Uriana. Vivían en cuatro casas blancas, en rneclio de un gran sola'r. Al frente, sobre el portalón, en una ta- bla larga, habían pintado un enonne lagarto verde. Quiás todos se sentían un poco lagartos en aquel desierto seco. De pronto se desató una ligera lluvia pasajera y se oyó rura voz inconfundible. 2A I I, L El loro, vestido de verde y amarillo, quería lla- mar la a[ención, sin duda. -Roberto Cario... Roberto Carlo... Él *i**o se llamaba y en su garganta quedaba una risa ahogada. Sentfh que lo estaba haciendo bien y que todos lo escuchaban. -Uno... dos.:. tres... arriba.,. arriba. El loro no paraba. Hablaba por hablar, por hacer ruido, y al tiempo se sacudía las escasas gotas de agua que habían alcanzado sus plumas. Mile lo oyó desde el chinchoro y sonrió. Aquel "arriba. .. arriba" significaba levantarse. l,ogró con esfuerzo despertarse del todo y se fue a banar. El agua fresca, casí fta, resbalaba sobre su espalda y le recorría todo el cuerpo. Luego del estreme- cimiento inicial, se sintió muy bien. Se puso su manta guajira, se peinó y se amarró en su rnano izquierda una pulserita de colores. Ya el frlo del cuerpo se habfa ido, quedaba un poco en las ma- nos y por eso se las frotaba. Ahora esperaba el desayuno, sentada en la larga mesa. Uegaron los huevos revueltos, el chocolate y las arepas tostadas con manteguilla derretida y un poco de sal. Se vefan deliciosos y además ha- bfan colocado junto un humeante asado. Aquellos gi$i.St?ilüA *;+?iü l;"';r:+''1"{*!}- 2t ' ltsA*Lig
  • 11. platillos eran el orgullo de la vieja Chayo, que en la cocina, sin duda alguna, rnandaba. MÍentras ella saboreaba esos manjares, su primo Mayelo salió con las cabras colina arriba. La salu- dó desde le¡os. Él se dedicaba al pastoreo mien- tras ella iba a la escuela. Mile se sentfa alegre y terúa tantos planes. ¡Qué maravillal La mañana radiante la esperaba. 5 m tren ntás largo del rnundo Cogió su mochila preferida, la de lagartos y pájaros, la primera que había tejido cuando aún estaba aprendiendo, hdcfa dos años. Colocó en ella sus libros y cuadernos, el bañador y una toa- lla. Tomó su bicicleta morada y clio dos pedalazos, cuando se acordó de algo. Había olvidado el al- muerzo que su mamá le preparó. Se devolvió por él y le hizo sitio en la mochila. Olía exquisito. Con el equipaje completo estaba lista para ini- ciar el largo viaje. Comenzó a pedalear con fuerzan camino de la escuela que quedaba allá lejos, en el acantilado, sobre la playa de Bahía Honda. El camino comenzaba con un suave descenso. Se impulsó y sintió qr.re volaba. Conocía bien ese sendero de tierra seca y rocas, que por momentos no se veía y apenas se adivinaba. Flabfa recorrido en minutos ün buen tramo y ahora cruzaba la in- mensa llanura desértica. Pasó veloz por el árido paraje. La tierra arcillosa era de ese color amarillo, tan especial, que le había dado al lugar su nombre: el Desierto de la Ahuyama. Las piedras dispersas parecían semillas. Los vercles trupíos y los cactus 22 23
  • 12. mezclados con la tiema Seca,le daban a ese sitio el aspecto de una gran calabaza partida y abierta. Llegó al cruce de las Cuatro Vfas. El ruido era ensordecedor y tuvo que frenar a fondo. Miie de- ruvo su bicicleta ai borde de la carrilera. Entonces notó por primera vez que los frenos de la bicicleta estaban fallando, pero no le dio demasiada impor- tancia, pues en ese momento comenzaba a pasar, ante sus ojos maravillados, el largo tren. A ella le gustaba verlo y además ofr el sonido de los rieles que vibraban a su paso. Miró la fila interminable c{e vagones que transportaban el negro carbón y no pudo cvitar contarlos. Eran rres locomot<¡ras halando ciento treinta y siete vagories, el nen más largo del mundo. Le pareció que nunca termÍnaría de pasar esa caravana. Le recordó la hilera de oscuros gusanos peludos que recorrían a veces la huerta y cada uno seguía Ia huella del otro, mienhas devoraban Ias calabazas. O la cadena interminablc de grandes hormigas que, en fila india, transportaban frag- mentos de hojas y en un rato podían comerse todo el follaje de un arbusto. También aquel tren se devoraba el carbón. Al fin pasó el rlltimo. Ltrego lentamente se perdió en el horizonte, ca- mino del mar. Allá, en el puerto, esperaban su car- 24 ga gandes barcos que la llevarían a lejanas tierras, a los pafses de nieve para calentar los hogares en el invierno. Volvió a pedalear con fuerza, pucs necesitaba recuperar el tiempo perdido. El sol avanzaba en el cielo sin nubes. Mile no sentía el calor porque la brisa refre.scante era aún más poderosa. A lo lejos se veían las dunas y los médanos y el viento les raspaba la espalda. Parecían coronados por una cabellera de arena. I)escansó unos minutos bajo la sombra de un trupfo, que a pesar de su poca altura tenía una extensa copa. El üento elevaba las rarnas hacÍa el cielo. Se parecía a su sombrilla vieja, que de tanto usarla se iba un poco hacia arriba. Se estaba bien 4llí, pero habfa que llegar y quedaba poco VolviO a subir en la bicicleta y puso los pies sobre los ¡redales. Aún era lalgo el camino para llegar a la escuela. Se detuvo un instante a mirar las aspas del parque eólico que producían energía para to- das aquellas casas. Se parecían a los ringletes que ella sabía hacer y que a veces ponía en el manu- brio de la bicicleta. Daban vucltas y vueltas, sin para! hasta que llegalra a casa. Los sentía como pequeños motorcitos de un avión imaginario. 25
  • 13. Fue una pausa breve. Volvió a pedalear. Le do- lían los músculos, pues sus piernas trabajaban sin parar. Mile observaba por instantes el paisaje. Para donde mirara, siempre sus ojos enconhaban el mar. Era un paisaje inagotable y le maravilla- ba el sol de reflejos cambiantes sobre esa masa de agua gue llenaba el horizonte. Mi¡ó a lo lejos: apenas se diüsaba la escuela y su solar, sobre el acantilado, frente a la hermosa balÍa, como una línea oscura perdida en la distancia. 6 Rurubo s Bahía Honda Faltaba un largo trecho, pero aún iba a tiempo. O casi, porque el paso de esa gran caravana de vagones había tomado ün buen rato, Las fuer:-as Ie sobraban para volar sobre el desierto. Siguió subiendo r¡na suave pendiente. Desde la gran co- lina que dominaba el lugar, se divisaba ahora la salina y -se detuvo para observarla. Veía la enorme montaña blanca de sal y el inmenso espacio inva- dido por el agua salada. A diario paraba ahl y sus ojos nunca se cansaban de mirar ese bello paisaje. Otra vez, en el horizonte, vio el mar, siempre el mar, que estaba rodeando lalargapenlnsula, acari- ci¿índola con sus olas. A lo lejos se veía una parte de las cabras que te- nla su abuela Chayo: una mancha moviente sobre Ias laderas, un grupo de animales inquietos que bebfa en el rlnico pozo de aquel desierto, mientras unas a otras se empujaban. El resto del rebaño eran esos incontables puntos blancos y negros que caminaban sobre las rocas lejanas. [¿s cabras re- corrían parajes imposibles mientras buscaban aI- gún bocado y a veces tenfan que buscar mucho porque habfa poco para comer en medio de esas 26
  • 14. piedras seeas. Algunas morfan de hambre y sed durante el ardiente verano. El año pasado habfa muerto la mitad de las cabras porqlre Ia sequfa fue extrema. Posiblemente alla estaría lGuala. Era una cabri- ta muy especial, negra con manchas blancas. Un día se atascó en un peñasco y el pastor no se dio cLlenta, él regresó con el resto clel rebaño y la ca- bra quedó abanclonada. Ya en la noche, por que- rer salir, pues estaba sola y desesperada, se ha- bía partido un cuerno. Llegó a ]a ranchería a la meüanoche y balaba de tal manera que todos se despertaron. Mile la cuidó ypor unos dfas durmió cerca de su chinchono. Desde ese'suceso se bu's- caban, lodas las tardes, cuando Mile regresaba de la escuela de Bahfa Honda y las cabras bajaban de las colinas de rocas. Siguió pedaleando sin hacerle caso al cansan- cio de las piernas. Pasó un portalón y luego otro y otro. Atrás quedaba la hilera de rancherías: la de los Ipuana, los Pushaina, los Epinayúy muchos otros. Ya se vefa a Io lejos, coronando el promon- torio, la escuela de bahareque, rebosada con cal blancayel techo de cactus secos. Varias veces Ias lagartijas pasaron corriendo, asustadas, ante esa niña en bicicleta que pasaba veloz, como un pequeño ciclón. Al cruzar por el' 28 punto más estrecho clel acandlado estuvo en ries- go de caer por la fuerz-a del viento. Su pelo ahora parecfa querer elevarse como Llna cometa y el aire se metía por los pliegues de su manta, adosada a sLr cuer?o. ¡Qué hermosa sensación, la más pare- cida a ir yolandol Pero no podía quedarse allí, el viento podía hacerla rodar al abismo. Aceleró el ritmo clel pedaleo para sortear aqr-rel peligro. Al fin podía ver la escuela. Ya no estaban los ni- ños jugando afuera. Entonces, iba tarde, Aceleró aírn más la marcha. En el patio correteaban las gallinas y un gran pavo a los que casi atropella por- que la bicicleta no podía parar. Se habían dañado más los Irenos, pero al fin logró llegar, I-a recostó junto a la pared, muy cerca de su salón. Se com- puso la manta, se arregló un poco el pelo y se sa- cudió la arena. ill¡- 29
  • 15. 7 no la escuela LlegO tarde, pero Ia profesora compréndía que en el desierto a veces eso pasaba. No le dijo nada yla saludó como de costumbre. Mile tomó su sitio entre los veintiséis niños. El mismo de siempre, junto a la ventana, al lado de Yosusi y Leonardo. Eran sus mejores arnigos y alavez parientes leja- nos. A lo Iejos se vefa la bahfa que ahora era de color turquesa. Un barco se divisaba en el horizonte. Muy despacio se acercó, pero no atracó en Bahfa. Honda, sÍno que siguió de largo. Mile segufa con sus ojos abiertos aquella travesfa y se imaginaba sentada en cubierta, mientras oteaba el panora- ma, llegando a islas lejanas y desembarcando en lugares maravillosos. Estaba allá lejos, distrafda, viajando en sus sue- ños, mientras la profesora Luzmila hablaba de las mareas y la luna. A medias se enteró de las cre- cientes y menguantes y de que esa noche habría luna llena. Thmbién entendió que pronto verían un eclipse total de luna. [r interesaban los astros, pero de las maravillas de su cielo guajiro lo que más Ie encantaba eran las estrellas fugaces. 30 Luego la profesora comenzó a hablar de Ma- reiwa, el dios creador de los wa)ruu y también de Pulowí y Juyá,los esposos asociados a la genera- ción de la vida. Pulowi, la mujer mandaba sobre la sequía y los vientos, y ]uyá, su esposo, habfa sido un cazador errante.,A ella le interesaban esas historias, pero pensaba que eran relatos bonitos y nada más; Sara, su maclre, decfa que ella duda- ba un poco sobre esos personajes. En cambio su abuela Chayo creía firmemente en esas leyendas. Salieron a jugar ai patio y luego tuvieron clase de artes. Leonardo dibujaba muy bien. A ambos les fascinaban las iguanas y las pequeñas lagartijas. Se parecían a ella. No sabía en gué, quizás en que ambas se sentían a gusto en el desierto seco. El final de la mañana fue aún más divertido. Es- tuüeron contando una historia, que narraban los abuelos sobre un tal Leoncio que pescaba ostras y que al fin había encontrado una perla enorme en una de eüas. A Mile le daba risa porque su padre se llamaba igual que el pescador de ostras. La per- la era de un tamaño poco corriente y una belleza descomunal. Se la había vendido a unos holande- ses que llegaron en un gran barco.'La perla fue a parar a la corona de una reina lejana. Luego de que terminaron las clases al medio- día, Mile y sus compañeros se sentaron en unas 3l
  • 16. piedras que daban al mar. Era imposible dejar de hacerlo, su presencia se imponfa ante sus ojos. Su color cambiaba con las horas y el soniclo de las olas llenaba el aire. El viento, corRo una música de fondo, no paraba. Cornpartieron el alrnuerzo. Era divertido comparar los sabores de esos manjares, pero los de Chayo no tenían igual. Seguramente la viejita adorable tenla sus secretos culinarios, bien guardaclos. Por un mornento Mile creyó saborear, preparados por su abuela, el friche, el pescaelo hi- to o el guiso de tortuga. I'{abía llevado pulseÉtas para vender: decía que etalrase1l,írdnzas para la buena fortuna' Las suyas e¡an las mejor tejidas, todas las puntadas estaban bien anudadas y había ar,rnonía en esos colores sorprendentes. Las llevaba siempre en el fondo de su ¡nochila. Ese dfa vendió cinco a unos turistas que venían del centro delpaís y que iban a banar- ," .r, la larga playa, qutienes además se tomaron fotos con ella. Quedaron de envÍárselas algrln día. Ojalá no se les olvidara. 8 Lotorio Los miércoles los niños de la'escuela iban en grupo a la playa. Mile sacó su bañador y la toalla rosacla. El agua clel mar estaba frÍa, percl muy agra- dable. La fuerz¿ de las olas la llevaba con suavidad a la orilla y nuevamente ella retornaba ma¡ aden- tro. A veces las olas eran enonnes ypasaban sobre su cabeza. Era el momento de tomar el sol tendida sobre la alena. Una vez más, ella y sus amigos se divirtie- ron ol¡servando las lagartijas que hacfan incursio- nes sobre la playa. Una en especial se acercaba rnucho. Iba y regresaba. Mile recordó el primer encuentro, hacía unos meses. Algo se movía en- tre las ramas. I.e dio miedo, como aquel día que se acercó la culebrita verde, que caminaba airosa, con .slr lengüita bífida, que entraba y salfa de su boca. Su corazón se detuvo un instante al ver sus ojos centelleantes. La culebrita no la vio y pasó de largo. Esta vez era distinto. El ruido parecfa cada vez rnás cercano. Algo se estaba abrienclo camino en- tre la maleza y las hojas secas crujían a su paso. Vislumbró que el ruido provenía de ese monton- cito de hojas, cerca del cactus. Luego oyó que se 32 33
  • 17. metió en el aÉllra, en la pegr-reña pileta donde be- bían las cabl'as. Se movió con cuid¿rdo, pues no quería hacer rui- dos innecesarios. I-o primero que vio fue la cola cimbrcante, luego su largo dorso recubierto de escamas y finalmente apareció su cabeza afilada. Decidió perrnanecer quieta, con los ojos abiertos y los oídos atentos.' El animal se le acelcó. No le d¡o miedo, antes b¡en, le pareció agradable. Se colocó cerca, no le huía, la miraba de fi-ente, como si Ia estudiara. AllÍ perrnaneció un largei rato, cluieta, obse¡:ván- dola, como si quÍsiera compartir algo. Le pareció una lagattija mediana, casi grande, tendría entre treinta y cuarcnta centfmefros. Descle allí su piel resplandecía, como si fuera de seda. Ala semana siguiente el eneuentro fue icléntico. Luego se repitió cada miércoles y se conr¡irtió en una grata costumbre. Cuando se sentaba a la som- bra del cobertizo, allí cerca de la higuera, aparecía la lagartija. Le parecÍó cada vez nrás amigable y un día se ¿rcercó a comer cle su rn¿rno. Al principio le daba mieclo y le dejaba los trc¡citos a un lado. Podía oculrir qtre la lagartija Ja mordiera. Le ofre- ció unas migajas de corteza de pan duro y se las dejó en el suelo. Se animó y le ofreció un trozo ¡pande en su mano. Sintió sobre su piel la lengúa 34 áspera. Esa vez Ie parrció Que Ia lagartija estaba a punto de hablar, pero no di¡o nada. ¿Serían ima- ginaciones suyas, acaso la lagartija sabía hablar? f)e lo que sí estaba segura es que ella, Mile, sabía escuchar, A la cuarta semana la lagartija se acercó con ma- yor confianza, comía las migajas de su mano, y esperaba quieta a que le ofrecieran más. Luego pa.saron casi dos meses sin verla, pr-res llegaron las vacaciones de final de año y Nlile no volvió a la escuela. Cuando regresó a esrudiar, ya habÍa olüdado esa nueva amístad. El miércoles retomó a la playa. Se sentó por casualidad en el mismo sirio y la lagarti- ja acudió de nuevo. Mile sentía que el animaliLo la esperaba con una alegría única y quería cstar junto a ella. La niña miraba su respiración: su abdomen se contraía y se dilataba, como un fuelle, No había sonido al- guno, solo un leve jadeo, casi imperceprible. Pero cuando la lagartija se fue, Mile sintió que se habia enterado de la üda del desierto. Sabía que era un macho que formaba pafie de una pequeña mana- da, que era un lagatijo largo, no una iguana, que había ocurrido un incendio, aniba en la montaña y que por eso ahora habitaba en la colina cercana a la playa.
  • 18. -¿Cómo sabes que es la misma lagartija si todas son iguales) -le preguntó inrrigado Leonardo. -Lo sé porque ella me habla -respondió con se- guridad Mile. Su primo la miró con ojos de "eres una niña muy extraña". -¿Yqué cosas te cuenta? -Yo conozco su historia y todos los días continúa el relato donde Io ha dejado. l,eonardo le sugirió algo que la desconcertó: -¿Y si cle pronto todas las lagartijas te hablan? Mile sonrió y se animó a hacerle una confi- dencia: -¿Sabes una cosa? A veces siento que las lagar- tijas, los sapos, hasta las arañas, si me quedo en silencio, me ha,blan. Charlaban con frecuencia sobre Ia lagartija arni- ga. Ese miércoles, con Yosusi y Leonardo la bau- tizaron. -Te voy a poner un nombre: te llamarás Lotaúo. No sé por qué, pero creo que te queda bien. Y le dieron unas sobras de mantecada para cele- brar el acontecimiento. Un día MÍle le üjo a Ia lagarrija: -¿Te irfas conmigo? -No -fue la hnica respuesta sín palabras que dio el animaf. 36 9 to hora del regreso C"r." c{e la escuela unas cabras vagaban por las rocas. Nunca paraban. Balaban cuando por algún mc¡tivo una se r'etrasaba, o una persona o un carro pasaban por el medio del rebaño. Mile siguió mir¿rndo por la ventana, le costaba trabajo atender durante un largo rato a la profesoral que allá jr.rnto a la mesa, hablaba sin cesar. Sonó la campana. Dejó de soñar y se enteró de que la próxima ta- rea era hablar de los animales del desierto y ese tema le entusiasrnaba. Se acercó a conversar con la profesora y Luzmila le prestó un libro de Ia pequeña biblioteca de la escuela, que tenía muchas fotograffas de animales salvajes. Se despidieron riéndose como siempre. La profesora se fue por el camino que bordeaba el acantilado; Mile pronto la perdió de vista. Cuando se dio cuenta, todos los compañeros de clase se habían ido. Era hora de i¡se ella también. Mile caminó haeia su bicicleta y se colocó en su hombro la mochila donde llevaba eI lib¡o de ani- males. 37
  • 19. EI descenso de la escuela le hizo tomar veloci- dad. Tenía que parar para no chocar conrra las ro- cas, pero al primer frenazo se rompió la guaya y vino a estrellarse ct¡ntra un barranco. No le había pasado nada, solo un leve raspón en las rodillas y en la mano izquierda. La bicicleta habí¿r fiallado. La revisó: no tendría un ameglo fácil. Quizás alguien podría preshrle herramientas para arreglarla. Dejó Ia bicicleta recostada contra una pared de la escuela. Llamó a las puertas de la ranchería más cercana. Allí no había nadie, ni sicluiera estaban las gallinas. ni los pavos, que se habían subido a un trupío, "Se han ic{o a dormir muy temprano", pensó. lntentó amarrar los exlremos cle la guaya con un alambre, pero necesitaba herramientas que no te- nía. El aparato estaba inservible. No podría usarla para el regreso. Mañana traeúa con qué arreglarla. Entonces, ¿qué harfa? Se irfa a pie, no había otra alternativa. El camino era largo y Io había hecho sola, más de una vez, Posiblemente durante el tra- yecto podría enconrrar algún vehículo que le diera un aventón, pues a ella la conocfan en aquel lugar'. De allí a su casa había diez rancherías, separadas unas de otras por el clesierto. l-Iacía unos días, mientras iba camino a su casa, pasó un vecino montaclo en un burro y la invitó 38 i [ 39 $ !!:i::1, ri ::: .1 .:r.i: ' 'li. a viajar sobre el anca. Había sido un viaje muy clivertido. Ahora, probablemente, alguien podría ¿rparecer y llegarla a su casa sin problemas, solo que quüás un poco mírs tarde. Se fue caminando por la ¡rlaya' Le encantaba pisar, con sus pies descalzos, allí dondc las olas se estrellan con la orilla y se convierten en Lln en- caje de cspllma. Los cangrejos se escondían ¿r su paso. Acluella arena era maravillosa. No eran gra- nos, sino pequeños ¡odillos dorados, que en erlgo se pat'ecíatr a la cascalilla abanclonada del arroz. i-c grrstaba csa sensación sobre sus pies, Miraba los barcos lejanos. Algún clía tc¡maría r-rno de esos para conocer el mtrndo' Ese era uno de sr¡s suetit¡s más queridos. Las garuas rosaclas ha- cían su vuelo de reconocimientc¡ y se lanzaban en picacla br:scando un pez. IlabÍa una mller[a en Ia orilla con tal placidez que parecía dounida. [4iró sus ojos aún abieltos y creyó adit'inal en cllns los refleios de rojos Peces ausentes. De pronto pensó: "he perdiclo mucho tiernpo y el c¿rmino a casa es largo"' Volvió a tomar el seu- dero. Aligeró cl paso. Un¿r leve brisa que vcnía cle ¿rtr¿is la irnpulsaba. Las lagartijas pasal>an rauldas poi cl camino. Ell¿ el¿ en ese momento una niña- lagartija, ¿rrr¿rstrátrclt)se Por la atcna del dcsierro'
  • 20. La angustÍa de Mile aumentó cuando ningun vehfculo, ni bus, ni camión pasó por allí. Tampoco el vecino con su buno. No había otra alternaüva que seguir caminando bajo el sol de la tarde y en medio de la búsa hasta su lejana casa. 40 4l 10 t" tor¡nenta áe arena Apuró el paso y llegó a las clunas. Pensó que había avanzado bastante y que no serfa necesaria tanta prisa. Se desliz-ó por la pared más inclinada de la duna de la Media Luna. Le gustaba el vértigo de la apresurada caída y pensó que la experiencía merecfa ser repetida. fuí lo hiz.o tres veces más. Siguió caminando. Ahora tenía que recorrer el largo Desierto de la Ahuyama. Allf no habla un solo camino, pero siempre era posible abrir uno nuevo a su paso. Pasaron sobre su cabezalas som- bras de las nubes y luego aligeró la marcha sobre la extensa tierra seca. La brisa se hacfa aún más fresca y llegó a sentir frfo. Mile recordaba que en el centro de ese desierto había un árbol. C¡eyó verlo y adivinar su reducida sombra. Alli podría descansar un rato... Habfa sído una ilusión: aquello no era el árbol solitario y seguramente estaba un poco más allá. Lo sabrla con certeza cuando viera desde lejos a los conejos que siempre se guarecfan a su sombra y huían dando saltos. Cruzó el cauce seco del río. De l" gt* corríen- te de agua no quedaba nada, solo algunas piedras É lü ff +Tt ü1* sARI{r {f, i.ih rr. D [.4 ¡BASUE
  • 21. húmedas y el escaso musgo que las cubría. pasó junto a filas interminables de cactus. Un gavilán pollero alz6 elvuelo cuandt¡ sinrió que ella se ha- bfa acercado demasiado y luego volaron sobre sr¡ cabeza algunas bandadas cle pájaros. El camino e¡a e[correcto, aunque no habfa pa- sado aún junto al gran árbol solit¿rrio, pucs allá estaba cn la distancia, con esa blancura r.esplan- deciente que se veía desde lejos, el cementerio cle sus ancestros. En ese lugar descans¿ban los festos de muchos parientes, dos abuelos, tíos y primos. Cuanclo lo divisaba clesde el carnino, siempre se le encogía el corazón y se llenaba de recuerclo.s. llizo Ia señal de la cruz sobre su cueryo. Recordó que Sara decfa que una pcrsona es cle la tierra, donde están sus muertos, y todos los suyos estaban en ese camposanto blanco. Mile, enlonces, era de allí, de Taroa. Hubiera querido detenelse un rato y charlar con ellos, pcro no er¿t pr.uclcnte, plrcs iba un poco tar- de. Recordó que los espíritus de esos sercs ama- dos seguían visitando el desierto y creyó sentir que la acompañabau ahoru que caminaba un poco perdida, Esraba extcnuada, había sido una larga cami- nata y adcmás tenía secl. El agr.ur eseaseaba clu- 42 rante aquelverano. Se desvió un pocopara beber. ¿Dónde quedarfa el pozo) Se guió por un grupo de cabras que se arremolinaban en un sitio. Bebió varias veces, se humedeció un poco la catreza y se sintió con nuevas fuemas. Entonces notó algo que la preocupó: estaba os- cureciendo. Le pareció qr"rc el sol le habfa juga- do una mala pasada, que se había aclelantado a acostarse, pues ahora estaba muy bajo y faltaban apenas ftes dedos de alto pa¡:a que tocara el hori- zonte. Nuevamente aceleró el paso. Se orientaba por una pequeña colina, la rlnica que rompfa la uniformidacl del paisaje. Cuando llegara allf vería dos caminos y tomaría el de la clerecha. Hntonces comenzaría la ultima fila de rancherias, pero aún faltaba un largo trecho. Un leve viento comenzó a levantar la arena e in[1ó su manta guajira. La brisa entraba a su cuer- po, casi la elevaba. Le dio una vuelta, otra, luego otra más. Comenzó a contarlas. Luego perdió Ia cuenta. Aquello no era un viento fuerte sino un pequeño tornado. La tormenta duró varios minu- tos. Entre tanto, Mile se acercó a un arbolito, se sentó en el suelo y se hizo un ovillo. Lentamente, la feroz tormenta de arena amai- nó. Esperó con calma. La arena había quedado 43
  • 22. suspendida en el aire y se convertía en una sólida cortina impenetrable. Mile ya no podíaver el hori- zonte. ¿Hacia dónde quedaba la colina) Comenzó a preguntarse si no habría extraviado el camino. Por más que miró en redondo, el montículo no apareció. Nlile había perdido completamenie los puntos de referencia y el polvillo aún no le permi- tía abrir bien los ojos. "La brisa del clesierto es una escoba locÍr", pensó. La torrnenta pasó y el dfa empezaba a morir. Mile sintió miedo. 44 45 1 I [Jna lwz extrañ.a Ertnlro confr-rnclicla, casi a oscuras y no encon- traba el camino a la ranchería. Prontr: sería de no- che, pues ya comenzaban a asomarse las estrcllas. Siempre aparecían cuando ella estaba llegando a casa. Ver la luna llena la tranquilizó. En un<¡s ins- tantes fueron incontables las estrellas en el cielo guajiro y como si sus deseos pudieran influir en la naluraleza, pasó una estrelia fug. Fue so]o un .breve instante, pero maravilloso. Pidió un deseo, como siempre que ello ocurría, pero esta vez fue muy simple: dormir esa noche en su chinchorro, eso era lo que más deseaba. Pero no podía quedarse allí, necesitaba un sitio para guarecerse. El viento, incansable, le llegaba a la cara, le recorría todo el cuerpo. Ahora era más frío. Se ofan ruidos en la oscuriclad: algunos cone- jos huían, una vaca extraüada se levantaba asus- tada, las cabras errantes salían en estampida. Para orientarse, intentó recordar por cuál sitio, en re- lación a su casa, habia aparecido la luna la noche anterior. Si pudiera recordarlo, satrría hacia dónde dtigrr sus pasos. Pero no pudo. Miró hacia ese horizonte cubierto todavía por el polvillo suspendido, que ahora era más tenue,
  • 23. corno si fuera un rrelo. Allá a lo lcjos se veÍa una luz, solo una, pero podcmsa. Era una luz extraña: demasjado alta para estar cn la tierra, demasiado baja para estar en cl cielo. La poderosa luz lejana a veces parpacleaba, "como si me estuviera haciendo un guiño", pensó Mile. No había ot¡a ahernativa, Se dirigirla hacia ese úrnico punto h.rminoso en ¡nedio cle la penumbra de polvo. Debfa ser la rancher'ía de los Pimienta, o quizás la posada deAndreolis, donde a veces paraba para tomarse un refresco y comprar los hilos de colores con los que tejía sus pulseras. Si así fuera, su ran- chería estaba relativamente cerca, máximo a una hora de marcha. La reconocerÍan seguramente y le ofrecerían posada. Ella creía conocerlos a todr¡s en aquel lugar y esas personas eran amigas cerca- nas de su familia. Pasó un buen rato, la luna era poderosa y cer- cana y le permitfa ver, o a veces aclivinar, dónde pisaba. El polvo de arena había desaparecido casi cómpletamente. El viento era muyfrío. Siguió ca- minando y según sus cálculos ya podía estar rum- bo a casa. Sin embargo, algo debfa estar mal en sus cuentas. Caminó una hora larga y la primera rancheúa no apareció. Thmpoco la posada de An- 46 ch'eolis y ahora estaba muy ccrca clel mar; Pues se oían las olas. Al descender de la úrltima dulna vio con exacti- tud la luz que la había guiado: era el faro. Hlrton- ces comprenclió su etror: est¿ba bastante lejos de la ranchería. Se habfa'equivocado de cruce dos horas atrás. Ya no podría llegar a su casa aquella nclche, pero tampoco se q'.red¿rrla a dormir a la in- temperie. lría hasta allí y pediría posnda. Antes de llegar a la playa lrabía una casa, la del vigilante. Golpeó varías veces. Nadie responclíó. La puerta estaba enfreabierta' Se atrevió a entrar y curiosear, No había nadie. "Qué exhaño que no haya nadie en el fato", se dijo para sí. Laluz titilante la atraía como si la hipnotizarx. Subió por la escalerilla cle la alta torre' Era lar- go .l ur."nso y además muy penc{iente' Hacia la mitad había un descanso. Respir-ó prcfundo para reponerse. Llegó hasta el nrismo foco de luz, que estaba en medio de grandes espejos que Ia hacían ¡er mayor'. f)esde allí se distinguía el carnino que debía tomar lrasta su casa. Ahora ya no sería posi- ble perderse. ¡Pero estaba tan lejos! Se colocó de espalclas al mar'. Con su manta ex- tendida ¡:or el viento que no paraba, logó por un instante tapar la Potente [u2.. La señal luminosa
  • 24. parecfa gue se apagaba. Una y oha vez s€ coloca,: , ba de frente a la luz, la ocultaba y lnego se reri- ' raba, como si fuera posÍble enviar un mensaje en clave. ¡Si alguien Ia viera desde lejos y vinieran a buscarla! ¡Si esturrieran h'as su rastro y les parecie- ra extraño que ia luz del farn vacilara! Pero no era posiblc. Í-lasta ese molnento no habían notado su tardanza y en la rancherí¿r estarían apenas preglln- tándose c¡ué le habría ocurrido. ¿Qué estaría pasando con slr cabrita Kauala) Con seguridad estaría desesperada buscándola. Se la imaginó balando desct¡nsolada. Bajó cle allí. Poco a poco sus ojos volvielon a adaptarsc a la oscuridad. Siguió camin¿rndo en dirección al mar. La danza de la malea la atraía como si estur¡iera anunciándole un mensaje. 12 nn la playa I-,a l.rnu iluminaba la larga playa silenciosa que se poclía ver con clalidad. Mile avizoró que a lo lejos un grupo de persónas se ocLlpaba en algo. Flasta donde ellos cstaban no llegaba la fuz del faro. Tal vez al}í habrÍa un conocido que le dicra posada, Descendió por el senclero. El rugido de las olas hablaba cle un mar agitado. Un racimo humano se movía allá lejos. Aquellos hombres bajaban algr cte una barca. En ese sÍtitl la playa era poco profun- da y se podía caminar un buen trecho dentro del agua. Eran unos quince hombres qr.re bajaban una caja tras otra y a veces las olas los denibaban. ¿Rrr qué hacfan aquello de noche? Tuvo un cier- [o presentimiento. 'lodo eso era muy raro. Se es- condió entre los arrecifes. Desdc allí podfa mirar .sin ser vista. ¿Serían contrabandistas? En casa ha- blaban de que en otta época, hacía tlnos cuantos años, el contrabandt¡ había sido mq, común, pero ahora el comercio en la frnnrera era iegal. Del¡ía buscar un mejor escondite, pues quería continual mi¡ando. Estaría más prctegida en las focas cercanas. ,- 4B 49
  • 25. -¡Cómo pesan estos fienosl-gritó uno de ellos. -Pesan, pero valen su peso en oro -contestó oh'o con voz fuerte. Con esfucr¿o arn¡rna]:on una caja tms otra. h¡Iile contó trece y aiur venían otras en camino. Pronto com¡rrendió: en las írltimas senranas eI ejército había estaclo rcndanclo la zona. Ella le ha- bía pregurrtado a su tíc¡ Eduardo. -Buscan armas -le lrabía responditlo él con preo- cupación-. Parece que en medio de estas ranche- rías algunos trafican con ftrsiles y bomlras. Entonces, aquellos hombres extraños eran... tra- ficantes de armas, Siguió mirando desde Ias rocas: usaban u¡las potentes hntemas. ¡No podía creerlo! A uno de ellos lo conocía; era Mario, el encargadt¡ del farn )'estaba entre los hombres que de.scargaban las cajas. Y ese otro: no Jrabía dud¿ de que era J,¡r'g., el matarife de cabr¿rs. El chocar de olas disrninr.ryó y se hizo un breve silencio. -¡Miren, miren esto! Uno de leis hombres había vislo los pequeños pasos de Mile en la arena mojada. -Parece que alguien nos espía. -Son pies pequeños, quizás un niño... 50 Mile cstaba ahora oculta detrás de unas rocas. Perrr allá, muy rrisibles, estaban sus hnellas en la mitad dc la play¿. Las olas lrabían borrado el resto del rastlr¡. Recordó que en ese punto ella habÍa cambiado cle rumbo. Aho:'a se ¡rondríarr a buscar- la, pero se dirigirían hacia el otro lado cle la pla- ya. Cuatro.cle ellos se pusieron a seguir el rastrc, micntras los otros aún se ocupaban en [ermínar de poner en tierra firmc las cajas rcpletas dc arr n-ras que faltaban. ¿Y qué harían con ella si la enconrraban? Aun- que ella era apenas una niña, sabía muy bien lo que eso implicaba. Pensó que podrían matarla parz borrar un testigo incómodo, pues lo que a; cían era un delito, de eso estabá segura. Durante unos minutos los hombres caminaron hacia el otro extremo de la playa. Buscaron en el promontorio. No hallaron nada; ahora vendrían hacia este lado con sus poderosas linternas. Si ahora se acercaban... Volvió a ocultarse. No podía pennanecer allí. Unas nubes ocultaron la luna. Tenía que aprove- char ese breve momenlo de oscuridad para huir, ahora que ya sabÍa cuál era el camino a casa. No habfa más remedio, aunque necesitara caminar toda la noche: tenía que alejalse de aquel sitio y ojalá llegar a su ranchería. 5l
  • 26. Era el momento de desaparecer y salió en es- ; tampida. Con la agilidad de una cabra trepó por el peñasco. Se mctió decidida en el laberinto de cactus. Atravesó tres portalones en un instante, Se movía con la agilidad de una ráf.aga. Pronto es- taba en e] camino hacia.su casa. A sus pulmones les faltaba el aire. Se detuvo un instante. Hizo cuatro profundas respiraciones y se sintió mejor. No se podía arriesgar a que la ana- paran, tenía que seguir la marcha sin detenerse. Apresuró otra vez el paso y se alejó del sítio lo más. pronto posible. l3 mregresoacnsa. Conió un rato. De pronto sintió que algo le fal- taba: ya no sentfa peso sobre su hombro. En su huida olvidó cerca al faro la mochila decorada con lagartos y pájaros. Recordó que Ia habla puesto en Ias rocas cle la playa para que no se mojara, Allf estaban sus cuadernos, el libro de Luzmila y sus aseguranzas. De cualquier modo, sería muy arries- gado regresar por ella. En la noche no era posible ir muy rápido y le to- marfa varias horas llegar a su casa. Caminó sin pa- rar, sin prestarle a.tención a sus piernas cansadas que yd casi no podían dar un paso más. Comen- zaha a amanecer. En el cielo, Ia aurora comenzó a desplegar los púmeros largos dedos rosados y las rancherlas cercanas a su casa se hicieron visibles en la distancia. Entonces sintió nuevas fue¡zas para continuar. Ya no podía más cuando atravesó el portalón del enorrne lagarto verde. Había luz en las ventanas: todos habfan pasado la noche en vela. Estaban despiertos, preocupados por ella. Se pusieron felices con su regreso, sana y salva, y ahora guerían saber qué habfa pasado. Chayo hajo agua limpia para que se lavara la cara; Sara 53
  • 27. una manta tibia. Le r¡frecieron una bebida calien- te y se sentaron en la larga mesa. Mile les f'ue con- tando todo, paso a paso: la tormenta de arena, su extravfo, el faro, las cajas, la mochila perdida, la huida y el Iargo camino a casa. Mile notó que su padre, súbitamente, habÍa cambjado Ia expresión de su rostro. Ya no estaba alegte por su regreso y ahora la escuchaba preocu- pado, como si lo terrible no hubiera pasado sino que apenas comenzara, -¿Seguro que no te vieron? -le preguntó con ansiedad. -Nó creo. -Pero han debido encontrff tu mochila aban- donada. Ella no entendió bien su comentario, pero creyó senti¡ una sombra en la mirada de su padre. Ya amanecía cuando se qucdó dormida, otra vez en su chinchorro, que le pareció un suave capullo. No oyó el quiquiriquí del gallo madmgador ni la letanía de Roberto Carlo, ni sintió Ia luz del sol abrasador. Se despertó al mediodfa. No irfa a la escuela, pues llegaría a la hora de salida. Además no tenla su bicicleta y le faltaban las fuezas para ir caminando. Se quedó en casa y se puso a tejer nuevas aseSuraÍLzcts. 54 La abuela vino a traerle un refresco y Mile apro- vechó para peclirle que le contara otra vez las mis- mas historias del comienzo de aquella rancheúa, las que había escuchado incontables veces: "He- mos siclo siete gcneracioncs de lagartos, vivicndo en este hglmoso desierto seco. Nuestros viejcls abuelos nos enseñalon a tejel chinchorrns y a pre- parar' li:rhar€:qllc )/ a Lrsar cl cactus ¡rara hacer el techo". La voz de Chayo era como una larga pe- lícula, convertida en palabtas. Aquel día se le hiz<¡ corto, pues se habfa des- pertado muy tarde. Se sentía extraña flotando en el tiempo. Le pareció qr-re [a aventLn'a cle la noche anterior habia pasado hacía varios días. Cuando volvió a dormirse soñó que regresaha a la misma playa de Taroa, que ahora estaba desier- ta y que su mochila estaba aún intacta, en meclir¡ de las rocas. Ella quería intensamente que apa- reciera y ltr abuela Chayo le habÍa clicho rnuchas l,eces que para que algo ocurilera cra necesario clesearlo intensarnente. Y como su deseo lo era, la mochila iba a aparecer. 55
  • 28. I I i 14 t" mochila AJ siguiente día, Mile se fue en un camión que pasó por la ranchería y llevó herramientas Para arreglar la bicicleta. Ella era muy hábil con los destornilladores y alicates y podía cambiar la gua- ya y colocar unas zapatas nuevas. En el recreo, Luzmila la llevó aparte tomándola del brazo. Ella tenla su bolso. Mile estaba feliz por haberlo recuperado. "Mi deseo intenso funcionó", pensó, pero pronto su alegrfa iba a desaparecer. -Unos señoles extraños vinferon ayer a traerlo. No sabían quién era la dus¡a -y le preguntó con notoria preocupación-. ¿Acai;o lo habías dejado abandonado? Lo revisó con sumo cuidado. Estaba todo, hasta el dinero de las asegwranzes que le h¿bfa vendido a los turistas. -¿Qué hacfas h1, a esas horas, en un lugar tan alejado de tu casa? -le preguntó con enojo. Mile quriso responder, pero entonces Ia profeso- ra comenzó a hacerle más preguntas, La niña le contó todo lo que habla ocurrido aquella noche. -¿Tiafi can¡es de armas? ¿Podrfas reconocerlo s? 56 -Claro, ¿quién no conoce a Mario Arinelis, el cuidador del faro? ¿Y a Jorge Isaba, ei matarife de cabras? -Ahora sí estamos metidos en un lío grande. Esta frase de Luzmila comenzó a preocuparla. En ese instante entenclidla sombra en la rnirada de su padre. En Ia tarde, al terminar las clases, Luzmila le dijo que ella misma la llevaría a casa, en su vieja camioneta, actitud que a Mile le pareció extraña. Pensó que la profesora iía a hacer una diligencia por ac¡uellos lados, pero eso no habfa pasado antes. Colocaron la bicicleta en el platón del vehículo. Durante el recorrido hablaron poco, Luznila se vefa preocupada. Al llegar a la rancheffa, la profe- sora habla hablado a puerta cerrada durante dos horas con sus papás. -Mile, por ahora no irás más a la escuela, hasta que este asnnto se aclare. Pero te mandaré con un vecino las tareas que vayamos haciendo en clase, para que no te quedes ahás -le dijo cuando salíó. Así pasaron tres dfas. La niña se ocupó en ayu- darle un poco a la vieja Chayo y en tejer nuevas aseguranzf,tt y una mochila, cuyo motivo esta vez fue un solo lagarto verde en el desierto amarillo' Era fácil reconocer en el dibujo la historia de Lotario.
  • 29. :: : i:-:.' I ::i;i i ':i'i: :. i.i: . i:: :' ':i,:r: : i i l: ' l'r:i: ij:i: ¡::. i ir,: 15 Lat miradas de recelo Muchn, camiones del ejército apalecieron Por aquellos caminos, colocaban retenes y detenían a todos los que pasaban, abrían los baúles de los ca- rros, las maletas, hasta las carteras de las señoras- Buscaban aun debajo de las mantas de las ancia- nas. Adcmás los policías se bajaban a requisar las rancherías, una Por una, )' no olviclaban mirar en el fbndo de los pozos y en los cobertizos alrando- nados. Ningún silio se les escapaba. Flabían tlaí- do varios pellos entrcnaclos que olían largamente a las personas, las maletas y los cartos. Buscaban como quien está seguro de encontrar algo. Un día llegaron a la raucher'ía del lagarto verde y los hicieron fot'mar en fila en cl Patio. IVlientras tanto, casi dcsbaratan la ca.sa, Ordcnaton bajar' hasta L¡s ollas viejas guardaclas c"ll el z.atzo. El ar- rnario cle Sar¡r est¿rba cen¿do y ella no había ell- contrado pronto l¿r llave. Los milital'cs sin dudallo ni pedir pcrmiso rompieron la cha¡ra. Se sintieron cleccpcionaclos porqr-te no hallaron nada oculto' -¿Qué están buscando? -le puegr-rntó N4ile a su padrc. -Tc lo puedes imaginar: annas. 58 Todos hablaban poco, Mile sentfa que estaban a la espera de un suceso extraordinario. Pero pasa- ban los días y nada ocuría y el ejército tampoco se marchaba. La región se sentÍa sitiada. Las horas eran lentas. Al final cle esa semana, Mayelo llegó corríendo. -[,os han cogido, se los han llevado presos -díjo con una angustia que se le nt¡taba en el rostro lív¡do. Las armas estaban en una casa abandonada cer- ca de la ranchería de los Aldana, quienes habían huido hacfa clos años, en medic¡ de una pelea de clanes6. Se habían marchado sin dejar el menor Era un sábado y ella no habfa ido a estudiar por- que era dfa de descanso. En la tarde se fueron caminando con Chayo hasta la posada de Andreo- lis a comprar algunos víveres. Sintíó que algunas personas que se encontraron en el camino habían estado rnenos amables con ellos que otras veces y el viejo Anselmo, el conductor del camión, las miró mal con el único ojo que tenía y no contestó el saludo. Ella sabía que eso no era extraño, pues a veces las gentes de otras rancherías se disgusta- 6 C.rpn familiar extendido, dcl cual fomran parte abuelos, padres, hijos, tíos, tfas, primos, etc. 59
  • 30. ban por algo, si las cabras invadfan sus tierras o si bebfan por elror el agua de sus Pozos. Pero esta vez fueron muchas las miradas llenas de recelo. Esa tarde, mientras esperaban la llegada de las cabras, su padre dijo: -Creen que los hemos delatado y Por eso el ejér- cito los descubrió. 60 6I 16 fo asamblea del clart. D.rd" entonces nadie hablaba de orra cosa, Comenzaron a llegar los parientes lejanos que se notaban muy preocupados. Los vecinos de otras rancherías también venían de üsita. No se atre- vían a pleguntar nada en concreto, pero se notaba que venían a chismear, como si sospecharan algo. El clan al <¡ue pertenecían los que se habían llevado presos era muy poderoso. Además tenían muchos amigos, famosos en la región por serpen- dencieros. Fue entonces cuando ocurrió la matanza de ca- bras. Entre los treinta animales acribillados, Mile recogió el cadáver de Kauala. Se puso a llorar des- consolada. -(No quieres guardar su cuero como recuerdo? -le preguntó su padre con tristeza. No lo habfa pensado. Quiás era buena idea te- nerla junto a ella de alguna manera. Malrelo, que era experto en esas artes, le había c.umplido su deseo. Pusieron el cuero a secar al sol y Mile en- tonces volvió a llorar desconsolada. Mayelo querla distraerla y le propuso recoger los casquetes de balas. Ganaria quien recogiera nÉs y EiBI ifi "ilií-:¡: üAF'i* i*;i;:ili ilf A li]¡t'üij[
  • 31. ::::: i:i: l:r ¡:ij !,: ii: i::: i:i :::l + luego los pusieron cr¡ montoncitos. Eran mllehos y con se$lridad había más dispersos en el solar-. La puerta de la cocina estaba tocla agujcreada. -Parece un colador -dijo Cirayo. Al día siguiente de la matanza de cabr:as hubo mllcllas reunionei'y secretos en la ranchería' Los padentes lejanos provenían de regiones muy apartadas, Algunos venfan incluso cle Venezuela. Todos qucrían enlerarse y ohecerles ayuda y en esa gmn reunión familiar tomat'on una decisión, que dcbía realizarse inmecliatarnente: los Uriana debfan irse. Habían alistado el trasteo en solo tres horas. Cuando el sol se puso, partieron en una camio- neta. Habían llevado poco, solo lo indispensable, que sin embargo ocupaba completamente el pla- tón del vehículo. Se despidieron con tristeza cle los parientes que partírían hacia lugares lejanos en los días siguientes. Mayelo y Juancho decidie- ron quedalse a cuidar las cabras, los caballos )'las vacas. -Mientras las vendemos o se las encargamos a alguien. Cuando Mile preguntó hacia dónde iban, Sara simplemente le dijo: -Nos vamos para la tierra de los alijunas. 62 Pero es¿r infonnaciíln no era suficiente, ella quería saber mírs. Cuando le pidió más detalles a Leoncio, élle clijo: -Nos vamos a una ciudad muy lejana, a dos días cle camino. Luego su padre no habló miís. Sintió quc él es- taba niuy triste por dejar sr-r tieua. -ihmbién S¡r'a y Chayo eran estatu¿rs mudas. htlile pensó qlre ese viaje que ¿rpenas ernpezaba ela rnás triste que un veloiir¡, 63
  • 32. 17 fo gren ciudad Po.n ¿r poco entraron a la cirrdacl, Su papá bus- caba una dirección y fue difícilencontrarla porque no conocÍan las calles. Mile se ofreció a pregun- tar, quería salir de la carnic¡neta, aunqlre solo I'uera un momento. Llor,ía y las gotas cle lluvia bajaban del pelo de fuIile hacia su nariz. Al fin enconharon la dirección: era un barrio en la periferia. A ella no le gustó el nuevo lugar a donde llegaron. Era un c¿rsalote lleno de cartos en reparación. Un pariente lejano los alojaría provi- sionalmente mientras buscaban un sitio. Durmie- ron todos en una misma habitación donde aclemás habían arrunrado el trasteo. Al día siguiente, Leoncio y Sara fueron a buscar dóncle vir¡ir. Nlile se quecló con Chayo. Esa noche regresaron cansados y desanimados. Al segundo día encontraron un sitio. No se les vefa mucha alegría en el rostro. -¡Qué arricndo tan caro! -Y si vieras lo pcqueiro que es -le c{ijo Sara a Chayo. Hicicron la nrudanza en ia camioneta. A Mile le lla¡nó la atención que el banio quedaba en la par:te 64 alta de la ciudad, al final de varias lomas peladas. Había muchas casitas juntas y las vías esraban lle- nas de huecos. Como habfa lloüdo mucho, el lodo estaba por todas partes. Le llamó la atención Ia cantidad de perros callejeros. La casita quedaba sobrq una de las riltimaS coli- nas y el carro no podía llegar hasta la puerta, pues Ios esperaban unos cincuenta escalones muy em- pinados, EnLre todos subieron los chinchorros y la vieja Chayo se encargó del cactus de Mile. La gente se asomaba a las ventanas a rnirar Ia extraña caravana. ¿Acaso ellos eran tan raros? Mile miró a los hombres que subían los corotos. De cierta manera ellos se parecían a los integran- tes de un circo que vio alguna vez en Uribia. Sf, por eso los miraban a ellos como a bichos. - Chayo y Sara estaban desconsoladas. Pasaban en la cocina horas en silencio, mano sobre mano, sentadas en unas butacas desvencijadas. Daba tristeza mirarles esas caras largas y como no tenfan camas, ni habla aún donde colgar los chinchorros, Mile se acostó sobre el cuero de Kauala y soñó con ella. La cabra retozaba con el único cuerrlo que Ie quedaba. Mile se desperró con una agrada- ble sensación: se habfan visitado en sueños. El üaje había sido largo y llegaron extenuados- Aún estaban cansados cuando se despertaron.
  • 33. *Aquí estaremos seguros, al menos -musitó Sara con tristeza, La seguridad duró poco porgue al tercer día les robaron el radio que habían traído. En un instan- te que dejaron la puerta abierta alguien se había ent¡ado. Luego solo vieron a un hombre que se alejaba cordendo, colina abajo, *Aquí no es como en la ranchería donde se pue- cle vivir con las puertas abiertas -dijo Leoncio, vi- siblemente cont¡ariado. 7 8 Como uita cabra. extra:viaáa Y" hrbrun pasado dos meses en Ia gran ciudacl y Mile estaba llena de recuerdos. Le hacían fal- ta el sol, el desierto y el mar. Se acordaba de sus amigos, sus cabras, Ias dun¿s y sus lagartijas. En la gran ciudad se sentía absolutamente extraña, ajena. Desde la loma miraba ese otro mar, el de la planicie iluminada que era la ciuclad intemina- ble. En la noche, aunque mirara una y oLra vez el cielo, no podía ver las estrellas. -¿Será que también ellas me han abandonado? -No pienses eso -le respondía Chayo-. Las lu- ces de la ciudad no permiten verlas, pero siguen allá arriba, mirándote. Seguramente era cierto, perb ahora las noches eran exhañas y los días iguales. Amanecía nublado y el sol salía tarde y en algunas ocasiones no pudo verlc¡ en todo el dfa. Se acostumbró a la llovima que cafa casi todos los días, a mañana y tarde. Aquí también el viento era helado como en la ma- drugada de la ranchería, pero el frío duraba todo el tiempo y se metfa hasta los huesos. La gente era distante y to,davía no conocfan a nadie. "¿Por qué nos vinimos tan de prisa y no hemos haído casi nada?", pensaba Mile. Exna¡aba su 66
  • 34. TTIT= casa grande; esta em tan estrecha. Echaba de me- nos el enorme solar donde se levantaba la ranche- úa. Pero lo que más añoraba era ver el mar y esa sensación de inmensidad al mirar el horizonte de su desierto de arena. Cuando la nostalgra de volver a ver esos bellos parajes era clemasiado grande, volvía a mirar, pá- gtna por página, el hermoso libro que lievaba con- sigo, el gue se ganó como premio por haber sido una buena alumna. Le preocupaba que el cactus de Yosusi langui- deciera:ya había per.dido todas sus flores y la pen- ca estaba reblandecida. -Déjalo bajo el alero, para gue no le caigan las lluvias -le recomendó Sarr y cada vez que salga el sol debes moverlo al centro del pario para que lo reciba. Se fue a Ia eseuela, que quedaba como a seis cuadras bajando. Habfa llovido mucho la noche anterior y tenla que saltar para eütar los charcos. Extrañaba las piedras y la tierra seca. También se acordó de Luzmila y de la escuela de Bahfa Honda. Aquíla profesora se llamaba Vio- leta. Al principio Ia miraba distante, aunque ahora le sonrefa y se acercaba a preguntarle y a explicar- le. Arin recordaba que el primer dfa la miró con amabilidad, pero a lavezcon curiosidad. 68 -Aquí no se habla pándose. -lc dijo discul- La profesora se claba cuenta de que MÍle nb do- minaba el castellano, pero no podía ayudarla por- que desconocía completamente su lengua. Las clases al principio le parecían aburridas, porque no entendfa muchas cosas. Algunos compañeros se burlaban de ella, por- que se trababa al hablar, porque era morena, por su pelo rebelde, y le hacían chistes malc¡s todo el tiempo. Violeta los llamaba al orden y eso de algo servía porque ahora las burlas eran más esporá- dicas. Afortunadamente no eran todos. María del M* y Faustino le prestaban los cuadernos y le explicaban. Poco a poco se fue poniendo al día. La profesora le daba explicaciones adicionales durante los re- creos. Era duro, pero Mile progresaba. Luego estaba el regreso a casa tras subir aque- Ilas lomas tan empinadas. Aunque tu¡iera su bici- clcta, Ia que se quedó allá lejos, tampoco podrfa ir en ella a la escuela. Pensó que por esas calles ni siquiera sus cabras podrían subir. Ella misma se sentía un poco cabra; una cabra extraviada, metida en otro paisaje, casi siempre empapada por la lluüa.
  • 35. 19 n mordisco de la meüanoche De tiempo en tiempo llegaban noticias de la ranchería y con seguridad no eran buenas, porque sus padres se las callaban. Ellos no querían con- tarle. Una noche creyeron que estaba dormida, y esta fue la única forma de enterarse, -¿Cuándo terminará esta venganza? -preguntó Sara. -Y vcnganza de qué, si nosotros no hemos dela- tado a nadie -le respondió Leoncio. Otra noche volvié a fingir que dormfa y les oyó una palabra que la estremeció:'matanzas. ¿Cuál de sus parientes habría muerto? Siguió escuchan- do, quieta en su cÍrma, sin mover un solo mrisculo para que no fueran a sospechar. ¿Mayelo? Hubie- ra querido gritar, o llorar al menos. Pero tenfa que aparentar que no sabfa. A veces se acordaba de su primo. ¿Por qué lo habrían matado, si era tan bueno? Un día no pudo más y después de pregunt¿lr mu- chas veces, le habfan contado que la misma nt¡che que ellos partieron, sus enemigos habían matado al único Uriana que hallaron, ahora enterrado en el cementerio blanco que quedaba carnino de Ta- 70 roa, junto a sus abuelos. A su velorio asistieron cuatro personas y el funeral fue casi en solitario, ¿Podría ella, algún día, ir a visitarlo? Nadie respon- dió a esta pregunta, solamente se miraron entre sí y luego fingieron ocuparse en otras cosas. En la gran ciudad los Úriana estaban sin dinero y esperaban que les giraran, pero el giro no llegaba. Algunos días comieron muy poco. Sin embargo, eso no era problema: ahora casi no les daba ham- bre. Mile comprendió que cuando alguien come con fristeza los bocados ni provocan ni pasan. Poco a poco se fue adaptando a Ia escuela y ya no hablaba wayuunaiki sino con su abuela. Su castellano mejoraba. Cuando se iba a dormir quería escuchar alguna hisroria, pero Chayo no tenía genio para contarle otra vez la larga genealogía de los Uriana. Ahora Mile no se sentfa un lagarto ebrio de sol en el de- sierto seco, sino una cabra extraviada, que bus- caba algo qué comer o qué beber en esas colinas extrañas de la ciudad. Un día llegó algo de dinero, pr-res allá lejos ha- bían vendido algunas de las cabras. -Pero ahora una cabra, cuando los dueños están lejos, vale poco -le oyó decir a Sara. 7l
  • 36. . Una mañana Chayo parecía enferma: no quer'ía levantarse del chinchorro. -Dejémosla tranquila, tiene el mordisco de la medianoche -le dijo Sara a Leoncio. -<Q,ré es el mordisco cle la medianoche? -pre- guntó Mile intrigada. -Hun -dijo Sara tomándola de cabeza- es un nombre especialpara Ia tris[eza más honda, la de abandonarlo todo: la tierra, los parientes, los ami- gos y los muertos. Es como si la medianoche se fuera metiendo dentro y una fuera viendo cómo toda su vida se vuelve oscura. Mile se quedó pensando. Eso era también lo que a ella le pasaba: Ia habÍa alcanzado el mordisco de la oscuridad. Seguramente le había anancado un pedazo grande de su alma, pues estaba segura de que algo le faltaba desde hacfa algún iiempo. Senla su pecho hueco. Se levantó al ofr los canos que pitaban. Hubie- ra preferido el quiquiriquí del gallo madrugador o la retahíla de Roberto Carlo. No usaba ahora su manla guajira; sin embargo, todos aún la mira- ban con cüriosidad cuando pasaba, Quizás era el color de su piel o su forma de caminar derrotan- do al viento. Se tomó la aguadepanela con arepa. Ahora no habfa asado ni pescado frito y guiso de 7) -.-.j--!T.-=:-=r:-r tortuga... Ni soñarlo. Entonces le entró un cierto calorcito en el cuerpo, pero la sensación agradable pasó muy pronto. Mile observaba que sus parientes estaban largas horas en silencio. De pronto oyó una voz incon- fundible. Leoncio hablába solo y recordaba que a esa hora de la mañana en su rancheúa estaría ven- diendo carne de chivo. También él estaba triste, afligido, pero le daba pena confesarlo. -Soy un hombre-lluüa, que puede caer en cual- quier parte. La niña pensaba que su padre no crefa en lo que decfa: no cambiaría su tierra por ninguna ofra. Sara cantaba en voz baja una canción triste, muy lenta, para ella sola. La repetfa una y otra vez. Pero aunque Mile ya se sabía de memoria la melodfa, solo entendfa bien la última frase, que su rnadre repela como un estribillo: estoy lejos del nido, qwiero regresar . pero no puedo, tengo rotaslas alns. Su mamá se había olvidado del mundo. En la casa todos hablaban solos. Posiblemente, hasta ella misma lo hacía, sin dar- se cuenta. 73
  • 37. 20 choyo En Ia tarde, cuanclo Mile llegó de Ia escuela, clbservó qr-re Chayo segufa en el chinchorro y se acercó a saludarla. -Siéntate aquf cerca y me haces compañía -le pidió la vieja con una vocecita muy débil. MiIe tomó la mano de la abuela y le pareció que ahora era apenas un manojo de huesitos, con una capa delgada de piel, cubriéndolos con dificr-rltad. La vio cabecear mientras se Ie cerraban los ojos. Aún no estaba dormidá: estaba segura de eso por- que súbitamente abría los ojos. La anciana se ha- bía olvidado de la presencia de su nieta y hablaba sola, perdida en sus recuerdos. -Cómo no voy a estar triste si allá todo era di- ferente. Si alguien cocinaba un chivo el banquete era para todos, y si alguno se enfermaba, todos acudían a costear la enfermedad. Todos respon- dían si algrln miembro de la familia cometía una falta. -Pero nosofros no hemos cometido una falta gave -le di¡o Mile para consolalla, Entonces Chayo volvió a la tierra, miró a su nie- ta y le respondió: 74 -Pero ellos creen que sí. Estamos pagando por lo que no hemos hecho. La abuela hablaba poco y pasaba largas horas, casi quieta, frente al telar. Ya no tejía las rnantas multicolores; ahora todas eran blancas con unas cuantas bandas moradhs, En una sola manta se demoraba muchos días. -Creo que a la abuela se le ha olvidado tejer -le d¡o Mile un día a Sara-. Esa manta que está ha- ciendó desde hace una semana no avanza, -Hija, a ella ahora no le interesa tejer. Lo que ella hace frente al telar es contemplar la vida. La abuela parecfa unavela qr.re había ardido mu- cho y podía arder rnás, pero que se apagaba por- que los vientos adversos eran muy fuertes. Una mañana se levantó con otro ánimo. -Vengan, vengan todos -les dijo entusiasta. Leoncío, Sara y Mile acudieron extrañados, y luego los primos se unieron ^l gropo. -iQué ha pasado) -preguntó Sara con curio- sidad mientras la miraba fijamente. -Anoche tuve un sueño sagrado. -Mamá, tr1 sabes que no creo en sueños. -En eso eres mala guajira -le dijo ofuscada la anciana-. Escucha y verás. 75
  • 38. Estaba en ufl. paraje solitario. Lu noche era'de una oseuridad absoluta. De prunto sentí qu,e Ma- reltta, el creador f,a los rsyos'y los ttuenos, se acer- ":bn ! Ianzaba ,u, dn"orgÁ sobre la ranchería aban¿onada. ,Ytlt estab.a rn_uy intrigada: esperaba con ansie- dad que la abuela continuara. -De un ffromentu q oho qpareció la luna llena. Lueg-o el desierto "r*n)a.í l"*la^, a"¡r ;os cas_ ;os de un ueloz jinete que se acercaba. Venía so- bre un caballo bknco !, tras éI, siete perros lo escoltaban. , S.ut ahora estaba rnuy interesada en el relato y le dijo: -A quien rr1 describes es a Shaneta, el jinete vengador, el que curnple las sentencias divinas. -Exactamente, l¡¡¡¿. De pronto paró frev¡s a mí su caballo bLaneo y :oy,tt:o nre ?regufi.tó ünd.e quedabala rane'he- ría de los Ald.ana, En ese;r,;";;" pudc uer su dentadura toda d.e oro. *¡No hay duda: es Shaneta! _exclamó Sara. .Me pidió las señas y se las di muy completas y ",!:r:t, ,t" dirigió-raud.o a la antiguí ranchería de t'os Ald'ana, espoleó su caballo y-su carcajaáa so- nora' au'n a larga !'istancia, vibra en eL aire. 76 -¿Comprencles ahora por qué creo que se trata de un sueño sagrado? -sentenció la abuela. Todos en el gmpo, los que creían en aquellos mi- tos y también los que no, estaban sobrecogidos' -Algo va a pasar, estoy segura -dijo Chayo llena de una energía que hacfa tiempo no mostraba-. Mareiwa se ha acordado de nosofros- Que fuera sueño o realidad no importaba. Se había encendido una luz que emPezaba a rom- per la oscuridad de la medianoche en que vivía la anciana. ::i::t: r:j;;! 77
  • 39. -] I ¡ii-TIFIT:r ' :: .].'' , 21 En clase de artes En h hora de artes Mile no necesitaba hablar tanto. Le gr-rstaba esa clase porque con los lápices de colores tenÍa grandes habilidades. -¿Mile, qué estás dibujando? -le preguntó con curiosídad la profesora Violeta-. ¿Por qué tie- ne ese color amarillo tan exhaño? ¿Acaso es una ahuyama? -Así es señorita, igualito a la calabaza. -¿Yese Iagarto qué hace? -Profesora, era rni mascota en el desierto y se ilamaba Lotario. -¿Un lagarto de mascota?, qr.ré extraño -mur- muró r¡na niña de la parte de atrás. -Las brujas tienen a los lagartos como mascotas -agregó un compañero entre risas burlonas. Los ofros cornpañeros estallaron en carcajadas, menos María del Mar y Faustino. Violeta esperó a que las últimas risas cesaran y entonces inter- vino. -Quien haya dicho eso debe disculparse con Mile -dijo, mientras se clirigía al grupo de donde habfa salido el chiste-. Los lagarros y las iguanas 7B son animales que viven en parajes desérticos y nada tienen que ver con brujas, ni conjuros, ni con historias macabras. El niño que lo habfa dicho se puso de pie. Sin embargo, se quedó mudo. -Anda, dilo en voz alta -lo increpó Violeta. Se oyó Lrna voz balbuceante. -Mile, te pido disculpas, Mile habfa dibujado el paisaje que más amaba. Era tan idéntico a la realidad que le causaba tris- teza mirarlo. Le hubiera gustado meterse dentro del clibujo y volver a sentu el sol, el viento y el de- sierto seco y acostarse otra vez en la playa donde abundaban los lagartos.. Violeta, entonces, les propuso una nueva tarea. -El dibu¡o de Mile me ha dado una idea -y se clidgió hacia el mapa-. Todos ustedes tienen pa- dres o vienen de diversas regiones de Colombia cle donde han salido desplazados o han tenido que emigrar por alguna razón. Ahora van a díbujar un animal que conozcan bien de esa región. Luego deberán con[ar por qué ]es ha gustado. Se pusieron a dibujar con entusiasmo y al cabo de un ra[o todos levantaron la mano. -lProfe, profe, yo primero!
  • 40. Elprimero que habló fue Pablo: su dibujo repre. .j,iii sentaba una selva llena de enormes sapos vercle"; t.¡i de ojos grandes, que daban saltos en la playa. Violeta Ie preguntó qué expresaba su dibujo. -Yo soy de Capurganá, en Urabá. Alh hay más sapos enormes que personas y a veces uno se en_ cuentra sapos hasta en Ia cama. Algunos pueden ser tan grandes como un balón de futbol. -¿No estarás exagerando? -le respondió una ni- ña llamada Antonia, que era la más pequeña de rodo el salón-. Según tú, uno de esos sapos es tan grande como mi cabeza... -Algunos son más grancles -dijo con seguridad Violeta- y toda la clase lanzó un "oh" de admi- ración. Luego pasó Julián. Les enseñó r¡n dibujo que apenas cabfa en las dos hojas: allí había alras pal- mas de cera rodeadas de muchos pájaros diferen- tes. Les dio su explicación. -Nací en un lugar llamado Cocora en el que abundan estas altas palmas siempre rodcadas de muchos pájaros. Alguna vez conté treinta dife- rentes. Violeta estuvo de acuerdo y les contó que ella habíavisitado ese sitio. 80 -Es uno de los lugares preferidos por los obser- vadores de pájaros -agregó llamando la atención sobre la expresión. Después le tocó a un niño de piel blanca y ojos claros llamado Gerardo, quien había pintado un árbol lleno de pericos ttárdes. -Mi familia es de San Gil, en Santandea y allí en la época de la cosecha de mangos llegaba una bandada cle pequeños loritos que atacaban un mismo árbol al tiempo. Mientras comfan ycomfan hasta acabar con las fmtas, hacfan una ruidosa al- garabfa. Era una fiesta mirarlos. Le llegó el rumo a Marfa del Mar. Habfa dibuja- do un inmenso samán de verde follaje, que tenía más mariposas que hojas. Aunque las había de muchos colores, casi todas eran rojas y amarillas. -'le felicito -le di¡o Moleta, el dibujo es lindo, d)ero qué representa para ti? -Verá profesora, nuestra fa4ilia es de una po- blación llamada Salento, en Quindío. AIlf hay muchas mariposas de colores. Las hay grandes y pequeñas, siempre revolotean y parecen una ho- guera suspendida en el aire cuando todas al tiem- po alzan su vuelo. Desde lejos una puede pensar que el árüol gigantesco se está incendiando. .-.*-_:-,----..-_..- r-!_.-.*e? gl *,3F,i t*"-t-'"" o ¡-:I :" ^ * --r: rrrs! {
  • 41. Faustino, el niño de raza negra del curso, dibujó una enofine playa de arena un poco oscura y una ola verde flLle se acercaba: eran tortugas sobre Ia arena. -Si van a ese lugar, se llama l,adrilleros -dijo Faustino y luego con orgullo agregó- y si dicen que van de parte mía, los atenderán muy bien. Entonces sonó el timbre que anunciaba el re- creo y los niños se desordenaron. -Un momento -dijo en voz alta Violeta-. Antes de salir, quiero que me digan que han aprendiclo de esta clase. María del Mar levantó la mano.' -Que vamos a hacer un zoológico con todos los animales que describimos hoy. Violeta, Mile y sus compañeros se rieron largo rato. 82 22 (Jna visita inesperada Po"o a poco pasaban las semanas. Leoncio ha- bía conseguido trabajo en el negocio de un com- padre. No ganaba muclio y era una labor aburrida: empacar en bolsas de libra enormes cantidades de arroz que salían de grandes bultos y llevarlas en la camioneta a tiendas de la ciudad, pero ese trabajo era "mientras tanto". -¿Cómo así que "mientras tanto"? -le preguntó Mile. -Sf, ojalá dure poco- Espero que este asunto se aclare pronto y podamos volver a nuestra tierra. Un dfa recibieron una extraña visita; extraña por lo inesperada. Vino Isafas, del clan de los Epiayú, que emn parientes lejanos de lconcio. Nunca ha- bían sido muy cercanos. Isaías estaba casado con una prima de la famiüa del clan enemigo de los Uriana, pero insisda que en el conflicto él no ha- bfa querido tomar partido. Tenfa fama de ser un hombre prudente y sabio. Se sorprendió al ver las condiciones de pobreza ert que vivfan los Uriana. Chayo y Sara procuraban disimular y lo atendlan muy bien y Ie habían dejado el mejor chinchorro.
  • 42. mínimas, pero Io más rrjste era el ánimo de la fa_ milia al borde de la desesperanza total. Una sen_ sación de presidio y desarraigo se percibía en el ambiente. Isaías habló durante horas, pues seguramen_ te querfa ganarse la confianza de los Uriana. Les contó historias de parientes comunes y de amigos. --Y pensar que allá lejos piensan que ustedes vi_ ven como reyes, con el dinero de la recompensa por haber delatado a los naficantes de a¡mas _les dijo de pronto, ya al caer Ia tarde. -¡Pero si nosotros no hemos delatado a nadie! -reaccionó con rabia Sara_. Fue coincidencia que la niña los hubiera üsto y que después el ejérciro los hubiera agarrado. Entonces MiIe comprendió con claridad lo que a medias todo ese tiempo había presentido. Ella era la causante de todas aquellas desgracias. Se sintió aún más triste, como si hubiera recibido un mordisco doble o niple de la medianoche. Isaías estuvo tres dfas más de visita. Antes de despedirse, qr-riso hablarles a todos. Chayo, Sara, 84 Leoncio, su hermano y los dos primos, estaban sentados en el suelo, sobre cuero.s de cabra. -La única solución para acabar con este destie- rro es buscar a un palabreroT -di¡o Isafas ponién- dose de pie. Lo habí¿n pensado varias veces, pero no habían encont¡ado a alguien apropiado. Ahora, sin ningu- na duda, el indicado estaba allí delante de ellos. -¿Aceptarías ser nuestro palabrero? -le propu- sieron Sara y Leoncio. -Lo haré con gusto, si puedo serles útil. Cuando Isaías se marchó, miraron cómo se ale- jaba colina abajo y siguieron mirando largo rato, aunque ya debía estar lejos. Con su par[ida co- menzaba a crecer la única esperanza. 7 Person" conocida en lengua way[u con el nombre dc ptitchi- .plru. Su frrnción es mediar cn los conflictos que ocurren entre lns clanes. Es elegido siemprc por el ofendido y no debe perte- necer a ninguna de las partes cnfrentad¿s. Cuando acepta el encaryo visita al agresor para llevarle la palabra- Después expone la gravedad de los daños causados y señala el monto de la repa- racifrn exigida por los afectados. Puede set una labor larga lograr quc el plcito se considere canceladc¡ y los ofendiclos reparados en su honor y ojalá en sus bienes.
  • 43. :iii:t jr: rrrf ' j...4 23 m palabrero F,r..oo largas semanas de cartas y teléfono. El palabrero estaba negociando con el clan enemi- go, pero los Uriana estaban tan lejos que las noti- cias tardaban. A las tres semanas vino a verlos de nLlevo. -Ellos quieren cien cabras -dijo con énfasis Isaías. -Pero si nosotros somos los ofendidos -respon- dió oluscado Leoncio. -¿Acaso se va a quedar- así la muerte cle Mayelo? *preguntó Sara. .-¡Son ellos los que tienen que pagarnos las treinta cabras que mataron esa noche!-diio Cha- yo contrariada. Las discusiones comenzaban en la tarde y conti- nuaban durante horas. Alguna vez el nuevo día los alcanzó hablando de Io mismo. Isaías se marchó, pero ellos esperaban verlo pronto de regreso. Pasaban los días y Ia vÍda seguía igual, Ias horas eran largas. Todos estaban a la espera de algo. El palabrero volvié de visita un mes más tarde. -Les traigo noticias. Este es un ofrecimiento de arreglo: lo primero, ellos reconocen su error y de- claran que ustedes no delataron a nadie. 86 Chayo y Sara se miraron: aquello era lo más im- portante. Podrían volver a su tierra, con su g,ente, con la frente en alto. -Lo segundo es que ellos no están en buena condición económica: cuaho de Ia f¿milia aún están en la cárcel y tien'en que pagár abogados. Por ahora no podrán pagar sino diez cabras. Les ofrecen dos caballos. -¿Y nada más? -dijo Sara con expectafiva. -Se comprometen a ayudarlos a arreglar su ran- cho abandonado. Respiraron aliviados. El aneglo no era bueno, no recibirían compensación por la muerte de Ma' yelo, pero el destierro terminaba. Estaban conten- tos, aunque habían perdido mucho. -Como mucstra de que los Uriana somos pacffi- cos y de que no guardo ningún rencor contra ellos -mientras hablaba, Leoncio se dirige en la casa a un lugar secreto y regresó con un envoltorio-, le entrego mi revólver para que lo haga liegar a un juez de paz. Esa noche Míle volvió a soñar. Hacía días que no 1o hacía o al menos no recordaba sus sueños. Estaba en el acantilado de Bahla Honda y ei viento de nuevo .se metía en su manta y ahora ella volaba.
  • 44. 5 Había llegado a Ia duna de la Media Luna y se deslizaba una y otra vez por Ia pendiente de arena, Lo mejor es que volvía a la escuela y Luzmila y los niños la saludaban y abra'zaban. 24 Un destello rerd.e Alirt"ron otra vez su trasteo. Les tomó muy poco tiempo. Con el platón de la camioneta fue suficiente, pues ahora tehían menos cosas de las que habían trafdo. Algunas se las dejaron a sus primos que optaron por no regresar. Uno empezó a trabajar en una fábrica, tenía novia y decía que esraba muy enamorado; el otro, el ejército lo detu- vo una noche por andar sin papeles y ahora estaba presLando el servicio militar muy lejos, en la selva. Mile colocó en el camión su pequeña maleta y el cactus, que de nuevo anunciaba flores, en un rincón seguro. Atrás quedaron Ia loma y la escuela gris. Mile estaba contenta de dejarlas a su espalda. La tarde anterior se había despedido de Ma¡ía del Mar, de Faustino y de Violera. Les dejó a cada uno como recue¡do una aseguraflm: tejió en el]as un sol con sus poderosos rayos y un desierto'del color de la ahuyama. La profesora se había despedido con- mocionada, se notaba que le había tomado afecto. Faustino le anunció que le escribirfa y María del Mar le prometió que algún dla irfa a visitarla. Desde la carretera miró por rllrima vez esas lo- mas escarpadas de la gran ciudad donde.la vida 88 89
  • 45. I 'r'.1 M?F' Hri t-Et:' !ir! :t!:, B!' ¡:i i:i ¡!i It la :: i i: i : había sido tan difícil. Allí ellos habían sido por esos meses cabras exhaviadas y mojadas; ahora volverían a ser lagartos del desierto seco, EI viaje cle regreso cluró dos días. Su corazón se aceleró cuando pasaron por Riohacha y avanzaron hacia la rancherÍa. La casa estaba en ruinas. El tablón sobre la entrada estaba descolgado de un lado. En su ausencia, se robaron todo, hasta las puertas y ventanas. No se habían salvado ni Ias ollas viejas. Solo quedaban en su sitio la mesa larga y las dos bancas. Mile enconf¡ó su bicicle- ta abandonada en un matoffal con las clos llantas pinchadas. La ranchería fue saqueada desde que los últimos habitantes huyeron a Mar:acaibo. Los ladrones habfan teniclo tiernpo suficiente para desmantelarla, pues ellos habían estado desterra- dos siete meses largos. Chayo y Sara celebraron como si fuera una pe- <1ueña victoria que la estuf.'a volviera a funcionar. E-l humo que salla de la cocina era una señal evi- dente para toc{a Ia región de que el clan había vuelto. Colgaron los chinchorros en Ios mismos sitios de siempre. Esa primera noche del regreso Mile durmió profundamente en su tibio capullo. Se despertó con el quiquiriquí de madrugada. Sin 90 embargo, exlrañó a Roberto Carlo que no apareció por ningún lado. Al quinto día, cuando ya la ranchería casi había vuelto a ser la de antes, se dirigieron los diecisiete familiares al cementerio de Taroa. Las mujeres lu- cían las mantas blancas con las líneas moradas que lentamente había tejido Chayo. Primero visitaron la tumba de Mayelo. Todas lloraron un largo rato y [4ile estaba inconsolable, pues su primo había ocupaclo en su corazón el lugar de un hermano. También visitaron las tumbas de sus ancestros. Querían agradecerles su compañfa y ayuda, y ade- más norificarles que los Uriana habían regresado a su rancherlapara quedarse, Orra vez Mile se encontró'con su desierto lle- no de viento loco. Se acercó a la playa. ¡Le había hecho tanta falta su mar! [,e pareció que la costa de rocas se metía dentro del océano, alegre y pen- clenciera. Ahora era un sueño cumplido volver a sentir sobre su cabeza las olas inmensas. Se acostó durante horas sobre Ia arena que pare- cía cascarilla de arroz, limpia y caliente. Un pequeño ruido se acentuó. Lotario s¿lió de entre las hojas secas junto al cacrus y recorrió la ardiente arena hacia ella. La lagartija se tendió y se quedó quieta. Observaba a Mile fijamente. 9t
  • 46. i'-¿Por qué te habí¿s marchado? -sintió gue le decía sin palabras. Y luego de un breve silencio agregó. -iQué bien que has regresadol Ahora eran dos hgartijas juntas, una grande y otra mediana llenándose de sol. Estuvieron allí, en silencio, haciéndose compa- ñía hasta que llegó la tarde y el.sol comenzó a des- peürse, en medio de nubes arreboladas. De pronto, rugió el desierto. Era incontenible la fuerza del viento, como si quisiera borrarlo todo y empezar de nuevo. Lotario se fue corriendo, pues seguramente era hora de buscar su manada. Llevada por la corriente de aire caliente, que soplaba a su favor, Mile llegó rápidamente en su bicicleta a la ranchería del lagarto. A lo lejos observó el mar que se tornaba de co- lor turquesa con el último rayo de sol de aquella tarde. Como un buen presagio, vio que se despedfa con un destello verde. indice 1 El atentado ....,........,, '...........-.-"-.5 2 La decisión ...,......... .'...'..'...'......'.8 3 La huida .........'........ 14 4 Amanecer en el desierto guajiro ..,..........,....20 5 El tren más largo del mundo .....23 6 Rumb<r a Bahla Honda ,...'..,.,....27 7 En la escuela .....'.'..' 30 8 Lot¿rio .'............'.....' 33 9 La hora del regreso .......'-..'........37 10 La tormenta de arena ......'.......'.41 11 Una luz extraña ......-45 12 En la playa ...........'..' 49 13 El regreso a casa ...'..53 I4 La mochila ..:............... ..'.........-' 56 15 Las miradas de recelo ............'... 58 16 La asamblea del clan ...----..'..---.. ól 17 ÍAgran ciudad .'-'....64 18 Como una cabra extraüada ...-...67 l9 El mordisco de ia medianoche ...'...."........-.70 20 Chayo .................-..'.74 21 En clase de artes ......... ..............78 ZL.ÍJnavisita inesperada .......' ....-...83 23 Elpalabrero ...'.'....'..86 24 IJn destello verde ........ ...........-.- 89 ) 92