2. «Yo soy la vida y vosotros
los sarmientos».
Estas palabras de Jesús
son pronunciadas en el
discurso del adiós, en la
última cena antes de
morir.
Son palabras llenas de
emoción que dirige a sus
amigos, palabras
definitivas que nos
hablan de la comunión.
«Permaneced en mí, y yo
en vosotros.»
3. La vid necesita tres
elementos para crecer y
dar fruto:
- estar bien plantada y
enraizada,
- recibir riego, abono y
cuidados,
- y finalmente el fruto
dependerá de la
providencia del clima.
4. Nuestra vida espiritual,
como la vid, también
necesita estos tres
elementos.
Hemos de estar bien
enraizados en la fe, como
Jesús lo estuvo en Dios.
El amor de Dios es la
fuente de nuestra savia y
nos da vida interior.
Esta se nutre del diálogo
sincero y confiado con
nuestro Creador.
5. Además, hemos de estar
abiertos a los consejos
que nos vienen de afuera.
Dios nos habla a través de
los acontecimientos de
nuestra vida pero
también con voces
humanas: amigos,
familiares, gente buena
que se cruza en nuestro
camino...Y sacerdotes
que pueden ayudarnos a
discernir nuestra
vocación.
6. Los pastores son los
agricultores que cuidan
de la viña. Han sido
llamados a cultivarla
con amor y su atención
es necesaria para vida
espiritual. Pero
finalmente quien nos
hace crecer, siempre
que nos abramos de
corazón, es el Espíritu
Santo enviado por Dios,
que se manifiesta en su
Providencia.
7. La consecuencia del
buen arraigo en Dios son
los frutos.
Da fruto quien se
compromete, no solo de
palabra, sino con obras
de servicio y amor hacia
los demás.
Una planta bien
enraizada, cultivada y
nutrida por el sol y la
lluvia, acaba dando
mucho fruto, dulce y
lleno de vitalidad.
8. Así, la unión firme con
Dios, que siembra la
semilla,
con el Hijo Jesús, que nos
cultiva y nos nutre con su
propia vida,
y con el Espíritu, que nos
defiende y nos cuida,
nos hará dar fruto en
abundancia.