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PEDRO J. MESA CID JUAN F. RODRÍGUEZ TESTAL
PROFESORES TITULARES DE PSICOPATOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA
MANUAL DE
PSICOPATOLOGÍA
GENERAL
EDICIONES PIRAMID
2 / Prefacio
Prefacio
ios elaborado este manual con el
propó-de iniciar en la psicopatología
no sólo a los os que cursan esta materia
en las facul-¡ psicología, sino también
a los estudian-de medicina en sus
programas de psiquiatría .: : ecología
médica (o medicina psicosocial, ?
ahora se llama en algunos planes de
es-orno parte esencial de su
formación. En :ta justicia, debemos
reconocer que se tra-. resultado de
muchos años de trabajo con . liantes y
licenciados a través de la docencia »
¿el diálogo (¡aunque no siempre ni
estricta-:e de diálogo científico!), pero
también de - .;r.o> años de trabajo con
los pacientes. • _:estra pretensión es
que este manual de . : patología
general sirva como introducción
.rundo volumen de fundamentos de
psicología clínica, pues para conocer
los sín-r.e> y los trastornos hay que
conocer presente las manifestaciones
particulares de modos de padecer en
el plano psicológico, r. los signos y los
síntomas, las vivencias -males y
patológicas que los pacientes re-:
i-±?.
en la clínica.
;
e entenderá mejor este planteamiento
si unos al ejemplo de la tradición
docente en ::cina, por ser un campo
afín. La patología ■ral siempre ha
constituido el estudio de r< elementos
comunes a todas las enfermedades y a
los diferentes órganos, mientras que la
patología clínica ha significado la
aplicación de aquellos conocimientos
generales y comunes a la solución de los
problemas clínicos particulares de cada
enfermo.
Por tanto, al igual que los estudiantes
de medicina no pueden entender
síndromes como el tifus exantemático o
la leucoeritroblastosis sin saber antes,
respectivamente, qué es la fiebre
tifoidea o la mieloptisis, los estudiantes
de . psicología no pueden entender
síndromes y trastornos como el
delírium, la esquizofrenia o el síndrome
de Korsakov sin que sepan manejar
previamente los conceptos de onirismo,
eco del pensamiento o amnesia
anterógrada, respectivamente. De aquí
la necesidad de consolidar el estudio de
la psicopatología general, pues,
conociéndola, será más factible identifi-
car en los pacientes sus vivencias
alteradas, ya que el clínico, al no contar
con ellas, no sabrá revelarlas en la
exploración.
Este enfoque obedece, precisamente,
a que uno de los criterios actuales de la
investigación en este campo es el de
regirse por los síntomas clave de las
distintas formas de conducta anormal y
que son ampliamente compartidos por la
comunidad científica —como son los
conceptos de idea delirante, disociación
o ansiedad—, lo cual permite otorgar a
la psicopatología un
Lz. -í> Pirámide
rol unificador, así como una mayor
clarificación en el análisis de los
grandes síndromes o cuadros clínicos.
Este primer volumen sobre
fundamentos de psicopatología general
se compone de una introducción sobre
reflexiones en torno al desarrollo de la
psicopatología como ciencia y diez
capítulos generales. Nueve de ellos se
dedican al estudio de los conceptos
básicos de la Psicopatología general y
a la descripción y explicación de las
alteraciones de los procesos
psicológicos y de la conducta, y el
décimo trata sobre las bases cerebrales
de la actividad mental y sus patologías
más representativas. Se trata de una
exposición de los temas que todo
alumno que deba superar la materia
está obligado a conocer, con
descripciones conceptuales
actualmente admisibles en el campo de
la psicopatología y, particularmente,
con todo aquello que de la
psicopatología general resulta útil para
nuestro ámbito de trabajo.
Con respecto a la bibliografía,
hemos tratado de no hacer de la lectura
una sucesión agotadora de citas —dada
la proliferación de referencias de todo
tipo, mal habitual en nuestra disciplina,
que no sólo hacen difícil la asimilación
de un texto sino que se convierten en
un verdadero ejercicio de paciencia—
y, en su lugar, hemos incluido notas
aclaratorias a pie de página siempre
que nos ha parecido necesario para una
mejor comprensión del texto. Al final
de cada capítulo, hemos seleccionado
una serie de lecturas recomendadas,
aquellas que nos han parecido más
interesantes y actuales y que pueden
servir de complemento a sus res-
pectivos contenidos.
Finalmente, cabe decir, como
autocrítica, que quizá hemos procedido
en algunas cuestiones de manera
simplificadora. Pero el lector debe
comprender que describir y analizar el
marco de la psicopatología general en
un texto de fundamentos de la materia
es como dibujar un mapa en una hoja
de papel. Porque condensar tan vasta
información en unas páginas causa el
mismo efecto que el ejemplo del mapa:
éste, al fin y al cabo, no es más que un
esbozo, un bosquejo en el que
posteriores descubrimientos pueden
irse situando. Por tanto, si el contorno
parece a veces confuso e indistinto,
como habrá sucedido aquí en
ocasiones, tal vez una visión posterior
y ampliada de él lo haga más claro.
Los AUTORES
© Ediciones
Pirámide
4 / Prefacio
Introducción
= 5 = .EXIONES ENTORNO
_A PSICOPATOLOGÍA: IES DE
LA METAFÍSICA f*lSTA EL
MÉTODO EXPERIMENTAL
« Qué es un psicopatólogo? Yo creo
que es rrsona sorprendentemente rara,
incluso
- ¿el grupo en el cual se ha
preparado du-j licenciatura y sus
prácticas en un hos-que consume su
tiempo estudiando las
je explican los trastornos mentales y
tra-. ? a los llamados enfermos
psíquicos. Esta :JL refleja una situación
muy diferente a la 7>ervamos, por
ejemplo, en los estudiosos ^Biiolín,
entre los cuales se podría decir que -uy
extraños los que se parecen en virtuo--
: i Jehudi Menuhin, pero, eso sí, todos
to-sl mismo instrumento que el genial
Menu-aunque no lo hagan tan bien
como él. Sin me parece que los
psicopatólogos no
- :ocan todos el mismo
instrumento, sino ;unos tocan
instrumentos que otros des-
tzn y desacreditan! o, incluso,
¡instrumen-cuya existencia es
desconocida para los res-:
miembros del grupo! Así que
¿cómo car seriamente semejante
paradoja?»
- W orden: Questions about man 's
attempt 'Stand himself.
«Durante los dos o tres últimos
decenios se ha producido una
expansión considerable de las
investigaciones científicas en
psicopatolo-gía. Este desarrollo se ha
debido, principalmente, a la aplicación
seria de los principios de la psicología
experimental a los problemas de la
conducta anormal, así como a las
innovaciones de la psicobiología.»
B. A. Maher: Principios de
psicopatología.
EL PROBLEMA DE LA
METÁFORA MUSICAL
Estas dos citas describen el estado
de la psicopatología: un pasado que
todavía es, en muchos aspectos,
presente y un presente con decidida
vocación de futuro. Un estado que no
difiere mucho —como era de
esperar— del de sus ciencias aplicadas,
la psicología clínica y la psiquiatría: los
músicos no tocan el mismo
instrumento y parece difícil que
lleguen a formar una orquesta bien
acoplada, porque ¿quién estaría
dispuesto a ser su director?
La confusión de lenguas, de ideas y
de teorías es, aún hoy y en
determinados ambientes, un hecho
innegable: profesionales que trabajan
; • :~- P:rámide
Introducción I 5
en el mismo campo pero que utilizan
métodos y herramientas distintas y que
hablan diferentes lenguajes.
Naturalmente, no todo es cacofonía
en este confuso panorama de la
metáfora musical, pues en esta Babel
contemporánea destacan algunos temas
sobre los cuales empieza a percibirse,
como refleja la segunda cita, una cierta
armonía, una nueva y más útil
perspectiva. Pero resulta cuando menos
asombroso que, aún hoy, haya
resistencias en determinados ámbitos
respecto a cuál es su objeto de estudio:
¿es la enfermedad mental o la conducta
anormal? Y, ya sea que aceptemos uno
u otro, ¿cómo distinguir la anormalidad
de la normalidad?
En cualquier caso, estas cuestiones
son prácticamente las mismas que han
estado vigentes desde la más remota
antigüedad, porque el interés por la
psicopatología es un acontecimiento de
naturaleza universal e intemporal. Es
decir, ha interesado desde siempre a
todas las culturas conocidas, razón por
la cual todas poseen y han poseído un
término, al menos, para designar e
identificar lo que hoy llamamos en-
fermedad mental o conducta anormal.
Otra cosa es el asunto de la explicación
de sus causas o, más bien, de las
explicaciones, porque han sido muy
diferentes según el Zeitgeist o tiempo
histórico particular en que fueron
concebidas, ya que de cultura a cultura
y de época en época ha ido cambiando
la respuesta a la pregunta: ¿por qué
algunas personas manifiestan actos,
ideas y sentimientos francamente
irracionales, contrarios a la realidad
compartida y que provocan sufrimiento
tanto a ellos como a los que los
rodean?1
.
EL INTERÉS POR LA
PSICOPATOLOGÍA O EL
PROBLEMA DE COMPRENDER
LO INCOMPRENSIBLE
Si la filosofía tiene su origen, según
Platón, en el asombro (pathós) ante el
hecho que induce a filosofar, no es
menos cierto que los hechos
psicopatológicos producen idéntico o
mayor asombro a quienes los
observan, ya que la primera
característica que los define es su
rareza. Es más, el asombro se ve
muchas veces superado para
transformarse en fascinación, una
fascinación no exenta de cierto temor
e, incluso, por desgracia, de cierto
morbo.
Parece razonable que dichos
sentimientos estén justificados, ya que
los psicopatólogos estudian cosas fuera
de lo común, como pensamientos
ilógicos y conductas extrañas que
producen sentimientos de malestar
tanto a los propios interesados como a
los que los rodean. Pero, y esto es
también lo paradójico, pensamientos y
conductas que se consideran clíni-
camente anómalos se insertan en la
cotidianei-dad, de manera que muchas
veces la línea divisoria entre lo que la
gente llama cordura y locura,
normalidad y anormalidad, es tan fina,
tan tenue, que resulta casi imposible de
distinguir.
Existen personas que prefieren subir
diez pisos de escalera antes de soportar
la experiencia de un viaje de veinte
segundos en un ascensor. A otras les
resulta imposible pasear a solas por la
calle, ir a comprar a grandes almacenes
o asistir a eventos en que se aglomeran
grandes cantidades de personas. Los
hay que desarrollan úlceras de
estómago o problemas del tracto in-
Alianza Editorial; el de Porter, R. (1989).
Historia social de la locura. Barcelona: Crítica; o
el de Hare, E. H. (2002). El origen de las
enfermedades mentales. Madrid: Tria-castela
(original en inglés, 1998).
© Ediciones
Pirámide
1
Para un estudio detallado acerca del desarrollo histórico de la
psicopatología, puede resultar muy útil la lectura del libro de Rosen,
G. (1974). Locura y sociedad. Sociología histórica de la enfermedad
mental. Madrid:
6 / Introducción
testinal sin que los médicos descubran
causas físicas a sus dolencias. Y, por
fin, algunos tienen que comprobar una
y otra vez si han cerrado la llave del gas
antes de salir de su casa o lavarse las
manos tantas veces al día y con tanta
intensidad que acaban por acudir al
dermatólogo con heridas sangrantes.
Así que en todos estos casos, cuando
nos preguntan por qué, solemos
responder: se trata de problemas
psicológicos, ya saben, la ansiedad, el
estrés, el modo en que les criaron los
padres, temores irracionales,
personalidades inseguras, inmaduras,
desequilibradas...
Pero si convenimos en aceptar el
enfoque natural de los trastornos
mentales, ¿debemos entender que
cualquier «problema» o «desorden»
mental es, en realidad, una enfermedad
al igual que cualquier otra enfermedad
del cuerpo? ¿Acaso no confundimos,
con más frecuencia de lo que sería
deseable, elevados motivos humanos
basados en principios o modelos de
vida o bien los hechos que configuran
la «psicopatología de la  ida cotidiana»
con las formas más graves de
psicopatología? ¿Es siempre adecuado
el término «enfermedad» para referirlo
a muchas de las conductas humanas
que intentamos comprender?
Para ilustrar estas dudas acerca de
motivaciones, irracionalidad e intentos
de comprender lo aparentemente
incomprensible, recurramos al retrato
que Platón hace de Sócrates (Fedón,
97-98 a. C), al cual presenta
discutiendo en la cárcel mientras
espera su ejecución tras haber
preferido la muerte al exilio. Sus
enemigos se preguntaban si estaba
loco; sus amigos estaban perplejos y
confundidos. Ni unos ni otros en-
tendían la situación, es decir, aquella
decisión «irracional» a todas luces.
¿Cómo podemos explicar que
Sócrates dialogase con calma mientras
esperaba la cicuta? Entonces, recordó a
sus amigos el primer encuentro que
tuvo con Anaxágoras. El esperaba que,
tal como el gran maestro prometió,
empezaría sin dilación a estudiar la
«mente», la «psique», pero se
desilusionó al oír al viejo filósofo
renegar de la «mariposa etérea» para
reivindicar, en cambio, el aire, el agua,
el fuego y otras «excentricidades».
Un pensador de este tipo, de acuerdo
con la caricatura de Sócrates acerca de
Anaxágoras, intentaría explicar la
conducta en términos de biología del
cerebro y física de los músculos y los
huesos que permiten a un hombre estar
sentado tranquilamente mientras
espera al verdugo. Pero esta clase de
explicación es, seguramente, la típica
confusión de condiciones y causas.
Sócrates permanecía en prisión porque
él «eligió», en un acto de voluntad
personal, guardar obediencia a las leyes
de Atenas antes que atender a su
supervivencia personal.
Además, decidió que huir sería
traicionar la misión filosófica a la que
había consagrado su larga y fecunda
vida: hacer que los hombres tomen sus
decisiones guiados por principios
éticos. He aquí cómo, para Sócrates, el
intento de comprender la conducta
humana fue primero y sobre todo una
indagación de los motivos que la gente
tiene para comportarse como lo hace.
Así que había sido la «filosofía»,
casi encarnada en el mismo Sócrates, la
causante de aquel callejón sin salida.
¿Es una locura morir para dar
testimonio de un estilo de vida, de la
vida interrogadora? Quizá, responde
Platón, pero él enjuicia esta elección
como un acto de testarudez, por
supuesto no exenta de ironía y de
refinada perversidad hacia la estulticia
de sus contemporáneos, más que como
una expresión de locura.
Puede que esta y otras cuestiones
similares sólo planteen un problema a
los filósofos, que, según creencia muy
extendida, «desconocen» los duros
datos de la realidad. Sin embargo,
también interesan a las personas
prácticas, a ese tipo de personas que
tratan de ayudar a los pacientes
psíquicos, a los perturbados, a los
9 Ediciones Pirámide
Introducción I 7
que cometen actos asombrosamente
parecidos en su «irracionalidad» al de
Sócrates.
Este intencionado ejemplo puede
servir para mostrar no sólo la
complejidad y la sutileza de los
motivos que subyacen en muchas de
nuestras conductas y los errores que
fácilmente pueden cometerse si se
enfoca cualquier problema humano
unilateralmente, porque lo más proba-
ble es que se obtenga, como dicen los
estadísticos, un sesgo en los resultados,
sino también la disparidad de
explicaciones que pueden ofrecerse
según el punto de vista del observador
del fenómeno.
¿QUÉ CLASE DE ENFERMEDAD
ES LA «ENFERMEDAD
MENTAL»?
A propósito de las «preferencias» de
Sócrates, si se defiende el concepto de
enfermedad como objeto de estudio
científico de la psico-patología,
entonces ¿qué clase de enfermedad es
la enfermedad mental? Porque algunos
han llegado a sugerir, en concreto el
mismo Freud, que una persona
histérica «prefiere» (¡también!) sufrir
un dolor antes que afrontar las
desilusiones de la vida diaria, al igual
que otros psicoanalistas han llegado a
afirmar que muchos esquizofrénicos,
en cierto sentido, «prefieren» (una vez
más) la alienación a las posibles con-
secuencias de sus sentimientos:
conducta suicida, homicida o cualquier
otro tipo de desintegración de la
personalidad.
Pero un psicopatólogo que postulase
la idea de que los trastornos mentales
están causados por algún tipo de
desorden químico del cerebro —teoría
que gana puntos en la actualidad a pa-
sos agigantados, al menos para ciertos
tipos de psicopatología— podría
argumentar que resulta cruel y
anticientífico decir que estos pacientes
se «ven obligados a volverse enfermos
mentales», ya que sería como decir que
un minusvá-lido tiene que «elegir» una
distrofia muscular antes que aceptar
ciertas consecuencias desagradables de
su vida.
Este último argumento deriva del
hecho de que el concepto de
«enfermedad mental» es una
consecuencia de la aplicación del
modelo médico para explicar y tratar
las patologías mentales. Por tanto, tiene
su lógica que si el modelo médico
elabora el concepto de enfermedad
como objeto de estudio para designar
cualquier patología corporal, al asumir
las patologías psíquicas como parte de
su cuerpo de conocimientos y en
cuanto exclusiva responsabilidad de
sus tratamientos, ha de ampliar el
concepto al de enfermedad mental.
Además, este planteamiento, que
cobra mayor fuerza sobre todo desde el
siglo xvm, cumplió una importante
misión histórica: sustituir a los
enfoques basados en criterios morales
o sobrenaturales para explicar la
psicopatología humana por otros más
cercanos a postulados científicos y
humanitarios, con lo que se logró, ante
todo, dignificar la figura de los
llamados locos o lunáticos y,
posteriormente, sobre todo con los
avances de la psicofarmacología y de la
psicoterapia en los últimos treinta años,
contribuir por vez primera en la
historia a paliar con más efectividad el
sufrimiento de muchos pacientes.
Pero también es cierto que en estos
«últimos treinta años» los estudiosos
de la psicopatología2
han podido
constatar ciertas observaciones
diferentes niveles sociales dentro de dichas
culturas. El primer tipo de estudio adopta un
punto de vista diacró-nico o longitudinal (ayer y
hoy), y el segundo, sincrónico o transversal (hoy),
aunque es muy frecuente asociar ambos enfoques
desde una perspectiva más global.
© Ediciones
Pirámide
2
En concreto, los especialistas en estudios transhis-tóricos y
transculturales, que se dedican a realizar investigaciones comparadas
entre diferentes épocas históricas (por ejemplo, la sociedad del siglo
xix con la actual) y entre grupos humanos de diferentes culturas e
incluso de
Introducción 1 X 7
más bien inquietantes que les han
obligado a plantearse serias dudas
acerca del sagrado concepto de
«enfermedad mental», en especial es-
tas dos:
1. Las formas patológicas de
conducta han ido cambiando de
expresión y de frecuencia a lo
largo de la historia.
2. La expresión clínica de muchas
de estas formas patológicas de
conducta es cualitativamente
distinta de unos grupos
humanos a otros, tanto en su
sintomatologia como en su
evolución.
O sea, que:
1. Hoy se observan algunas
«enfermedades mentales» que
antes no se observaban.
2. Hoy se observan algunas
«enfermedades mentales» que,
en ciertos aspectos, parecen ser
idénticas a las que se observaban
antes pero que también pre-
sentan ciertos aspectos
(síntomas) diferentes.
3. Hoy se observan algunas
«enfermedades mentales» en su
distribución en la población
general más que antes, y otras,
por el contrario, menos que
antes.
4. Hoy sabemos que muchas
formas de «enfermedad mental»
también cambian en su aspecto
(síntomas) y en su modo de
evolucionar en el tiempo según
se presenten en individuos que
vivan en España o en Japón, en
Noruega o en Zaire.
Dichas observaciones permiten
extraer, al menos, tres conclusiones:
1. Que el fenómeno conocido como
«enfermedad» no es un
acontecimiento intemporal, sino
histórico, es decir, que se trata
de un proceso dinámico
con-sustancialmente unido a la
naturaleza de la especie,
caracterizándose dicha
naturaleza, entre otras
dimensiones, por la plasticidad o
capacidad para intentar
adaptarse a los cambios.
2. Que no existe una sola
enfermedad que sea únicamente
un acontecimiento biológico,
sino que todas son, en parte,
hechos socioculturales3
.
3. Que cuanto mayor es la
influencia causal de los factores
biológicos, mayor estabilidad
histórica tienen las enfer-
medades, y menor estabilidad
histórica cuanto mayor es la
influencia causal de los factores
psicosociales.
En este sentido, cada vez resulta
más indefendible la idea acerca de que
las enfermedades, tal como hoy las
conocemos, han acompañado al
hombre desde sus orígenes y seguirán
haciéndolo, incluso para la viruela, una
enfermedad felizmente erradicada
(quizá la única), pero que tampoco
parece haber estado presente desde el
inicio de la especie humana.
Las enfermedades infecciosas
aparecen siempre que se altera el
equilibrio ecobiológico al que había
logrado adaptarse un determinado
germen, y todas las grandes
enfermedades epidémicas han seguido
esta constante, desde la peste
bubónica, que se transmitió de las
marmotas de los desiertos del Asia
Central al hombre cuando empezó a
comerciar con sus pieles, hasta el sida,
cuyo contagio se inicia por el consumo
humano de carne de ciertas especies
de psiquiatría. Madrid: McGraw-Hill. Véase
también el planteamiento de Guimón, J. (2002).
Clínica psiquiátrica relaciona!. Madrid: Core
Academic.
G Ediciones Pirámide
3
Para ampliar datos sobre este interesante asunto, puede
consultarse a Gracia, D. y Lázaro, J. (1992). Historia de la Psiquiatría.
En Ayuso, J. L. y Salvador, L. Manual
Introducción I 9
de simios que portan el virus pero que
no sufren la enfermedad en virtud de
otra mutación que les protege.
Las autopistas para la propagación
de las grandes enfermedades
epidémicas han sido las rutas
comerciales y militares, tanto para la
viruela como para la sífilis, así que la
humanidad, más o menos
conscientemente, ha jugado desde
siempre el peligroso juego del contagio
mutuo.
La tercera conclusión que señalaba
el diferente peso de los factores
biológicos y psicoso-ciales en el
desarrollo de las enfermedades y su
mayor o menor estabilidad en el
tiempo puede explicar, por ejemplo,
que ciertos procesos, como la epilepsia
o la depresión endógena (melancolía),
la primera determinada por una
disfunción cerebral y la segunda por
una presumible transmisión
hereditaria, estén descritos en textos
muy antiguos de diversas
civilizaciones, como la egipcia, la
asiría, la griega o la india. Sin
embargo, los trastornos que
actualmente se conocen como
neurosis, cuyo núcleo es la ansiedad y
en las que tienen un mayor peso causal
los factores psico-sociales, raramente
se encuentran descritos en esos
mismos textos, salvo la histeria, sobre
todo en su forma clásica de crisis
psicomotora y que hoy apenas se ve.
Incluso la idea de que la
esquizofrenia es una enfermedad
mental que siempre habría existido se
ha empezado a criticar recientemente,
entre otras cosas porque resulta
sorprendente su ausencia de los textos
anteriores al siglo xix, llegándose a
plantear la hipótesis de que su
aparición es muy reciente y que su
causa puede ser un virus de acción
lenta. En cualquier caso, lo que sí
parece indiscutible es la acción más o
menos directa del funcionamiento
alterado de ciertos neurotransmisores
cerebrales y de la migración neuronal
en su origen.
Pero más allá de la discusión sobre
sus causas, ni siquiera la esquizofrenia
ha permanecido inmutable a lo largo de
la historia en su expresividad clínica.
Así, mientras que a principios del siglo
xx la forma más frecuente era la
catatónica, hoy es una rareza.
Pero hace un momento decíamos
que cada vez resulta más indefendible
la idea acerca de que las enfermedades
han acompañado al hombre desde sus
orígenes, o por lo menos tal como hoy
las conocemos. Con respecto a la
esquizofrenia, cabría preguntarse:
¿habrá mutado la esquizofrenia, tal
como hoy la conocemos, a partir de
otros procesos patológicos ya existen-
tes y con distinta expresividad clínica?
Veamos, en primer lugar, algunos
datos aportados por las investigaciones
transhistóricas y transculturales sobre
la esquizofrenia. En contra de la
errónea creencia mantenida entre las
décadas de 1930 y 1950 acerca de que
la esquizofrenia era una enfermedad
mental propia del mundo occidental y
extremadamente rara en culturas que
no hubiesen tenido contacto con
occidentales, hoy existe la certeza de
que no se halla ausente en ninguna
cultura, ni siquiera en las que no están
expuestas a los procesos de
aculturación4
.
Ahora bien, los resultados de la
mayor parte de las investigaciones
comparadas acerca de la
sintomatología esquizofrénica entre
grupos culturales diferentes permiten
afirmar:
1. Que la estructura fundamental de
la esquizofrenia es siempre la
misma, el déficit de la actividad
o del control del yo, que consiste
en la percepción de fenó-
una incidencia constante que se estima en el 1 por
100. Ambas afirmaciones pueden cuestionarse;
véase: Read. J., Mosher, L. R. y Bentall, R. P.
(2006). Modelos de locura. Barcelona: Herder
(original en inglés, 2004).
€> Ediciones
Pirámide
4
El argumento de la etiología fisiológica de la esquizofrenia
también se ha fundamentado precisamente en el hecho de que aparece
en todas las culturas (¡aunque no se corroboró con una muestra de
3.000 melanesios!) y con
10 / Introducción
menos psicológicos extraños y
nuevos para el paciente, como el
control, el eco o el robo del propio
pensamiento, que se experimentan
como impuestos desde fuera por
medio de algún poder mágico o
tecnológico en el contexto de un
delirio, observándose en
esquizofrénicos de todas las
culturas. 2. Que los cambios afectan
a la expresión de las formas clínicas
y a ciertos rasgos específicos de
cada una de ellas. Por ejemplo, el
tipo de esquizofrenia clásicamente
conocido como hebefrenia (hoy
esquizofrenia desorganizada), que
consiste en una alteración básica de
la afectividad, es mucho más
frecuente entre asiáticos y
africanos, así como en general en
todas las culturas poco evo-
lucionadas. En cambio, entre
nosotros predomina el tipo
paranoide, cuyo rasgo distintivo es
un delirio de persecución.
Otras diferencias interculturales en
la es---izofrenia son las siguientes:
1. En los países asiáticos o
africanos, y en general en las
culturas menos evolucionadas,
abundan las esquizofrenias de
comienzo agudo, con síntomas
de confusión o perplejidad y
apariencia histeroi-de o
histérica, las alucinaciones
visuales y táctiles y los delirios
de temática mágica o religiosa.
2. Entre los occidentales abundan
las formas de comienzo lento
con síntomas poco llamativos,
los delirios muy elaborados so-
bre temáticas tecnológicas,
hipocondríacas o, como ya
dijimos, persecutorias, así como
las alucinaciones auditivas,
presumiblemente porque el
pensamiento abstracto se
encuentra aquí mucho más ex-
tendido y dichos fenómenos
requieren su actividad.
Como acertadamente señaló
Alonso-Fernández5
, parece como si la
magia del mundo esquizofrénico
afroasiático tomase entre nosotros la
forma racional de la técnica y la hipo-
condría. Pero he aquí otro dato curioso:
en Ghana (África) los indígenas que
padecen esquizofrenia suelen
manifestar delirios sobre vivencias de
influencias externas que quieren
controlar su mente y su cuerpo, pero
mientras que en Ghana del norte
abundan los temas delirantes relativos
a demonios y otros seres maléficos, en
el sur del país, un territorio más
occi-dentalizado por el proceso
colonial, los delirios de los indígenas
esquizofrénicos suelen referirse a
medios tecnológicos, como la radio, la
televisión o la misma electricidad, es
decir, los delirios del «hombre
blanco»6
.
En cuanto a la histeria, en su forma
clásica de crisis con
pseudoconvulsiones (o pseudocri-sis)
remedando a la epilepsia, o en sus
formas parciales con síntomas de
ceguera o de parálisis funcionales,
siempre ha sido más frecuente en
mujeres y, por regla general, en
personalidades inmaduras o primitivas
y muy sugestionables, en culturas poco
evolucionadas y, entre nosotros, en
poblaciones más rurales que indus-
triales y más en el sur que en el norte.
También se observó mucho más en la
Primera Guerra Mundial (primera
causa de baja en combate después de
las heridas) que en la Segunda (du-
moldeada socioculturalmente. Puede
profundizarse en: Rossi Monti, M. y Stanghellini,
G. (1993). Influencing and being Influenced: The
Other Side of«Bizarre Delu-sions».
Psychopathology, 26, 159-164.
5
Alonso-Fernández, F. (1978). Formas actuales de neurosis.
Madrid: Paz Montalvo.
6
Se trata de la clásica distinción jaspersiana entre forma y
contenido: mientras que la forma (el proceso esquizofrénico) es
común, la temática delirante viene
© Ediciones Pirámide
Introducción I 11
rante la cual la primera causa de baja
psicológica fue la depresión).
Pero esta extraña forma de patología
mental, centro de interés de todos los
grandes autores antes y después de
Freud, hoy es muy poco frecuente en
su forma más completa (la categoría
diagnóstica actual es el trastorno de
somatiza-ción). De hecho, cabe decir
que la histeria no es que haya
desaparecido, sino que se ha desdra-
matizado, que ha perdido su carácter
histriónico, teatral, y se ha
metamorfoseado en un amplio
conjunto de síntomas vagos y poco
espectaculares. Pero, aún así, se
mantiene su distribución
epidemiológica tanto en lo geográfico
como en las diferencias de género y de
personalidad.
No cabe duda de que la histeria es
una de las formas más primitivas de
comunicación de conflictos o de
circunstancias que no son aceptables
para el individuo. Y puede que, por
esta misma razón, sea una especie de
comunicación «mágica» de carácter no
verbal. Pero para ello se necesita
disponer de un sistema de creencias
congruente con el pensamiento mágico
y una capacidad de comunicación no
verbal muy desarrollada, algo que
nuestra actual sociedad occidental, con
sus parámetros tecnológicos y su feroz
individualismo, ha perdido al deterio-
rarse notablemente el hábito de la
comunicación interpersonal, sea por la
palabra o por el gesto.
Este puede ser el principal motivo7
por el que los síntomas histéricos
clásicos se ven enmascarados por
síntomas predominantemente viscera-
les y psicosomáticos, síntomas que
afectan a los órganos internos y que se
expresan como soma-tizaciones de los
conflictos personales que necesitan
una «solución de compromiso»: ser
expresados para que los demás tomen
consciencia de ello y, al mismo tiempo,
para aliviar la ansiedad y el malestar
general que provocan al paciente.
Después de lo dicho, ¿qué clase de
enfermedad es la «enfermedad
mental»? ¿Cómo es posible
aprehender su naturaleza sin estar
mínimamente seguros de sus causas?
¿Cómo se pueden definir sus límites si
la influencia de los factores
socioculturales va cambiando su
apariencia con enorme rapidez en
cortos períodos de tiempo0
En realidad, el concepto de
«enfermedad no es más que un
constructo teórico, es decir, una
abstracción. Pero la realidad clínica no
presenta abstracciones, sino
«enfermos», y lo que está
comprometido en cada enfermo es su
propio ser (esencia, naturaleza, modo
de existir de cada uno). Por eso, al
cambiar el hombre o el ser del hombre,
sus expectativas, sus ideologías, sus
horizontes, sus intereses, también
cambian las enfermedades.
Por eso, también, su aparente
solidez como concepto «mesiánico» y
su contribución al desarrollo de la
psicopatología no han podido resistir el
peso de algunas críticas, como la que
señala que su uso y su abuso in extenso
promocionan una actitud pesimista con
respecto a los tratamientos de los
pacientes y al pronóstico o la que hace
referencia al impacto negativo que
tiene sobre la autopercepción del
paciente, la imagen proyectada como
tal y sus probables consecuencias so-
ciales.
Pero quizá la más importante se
haya centrado en la llamada esterilidad
de la pauta patológica, esto es, en la
incapacidad de m< siglo de intensa
investigación para sustancióla
presunción de que todos los
desórdenes m -
mismo sentido resulta intrigante, remontándonos
a ñn¿-les del siglo xix y principios del siglo xx,
que las manifestaciones pseudoneurológicas de la
histeria que b aprecian raramente se dieran en la
época de mayor desarrollo y esplendor de la
neurología.
© Ediciones
Pu-?—1,3?
7
Pero no el único motivo. Parece que el conocimiento de la
población general acerca de la naturaleza de este fenómeno a través de
los medios de información y la negativa percepción social del
término«histérico/a», como insulto, son también factores importantes
a tener en cuenta para la explicación de esta patomorfosis. En este
12 / Introducción
tales se originan siempre por acción
directa de _ gún agente patógeno
neuroquímico o neuro-siológico. Pero
esto no tiene mucha impor-mcia, dicen
algunos, porque la confirmación de
dicha hipótesis es sólo una cuestión de
tiempo y de trabajo de laboratorio.
De hecho, este enfoque de la
psicopatología lo ha triunfado, como
cabría esperar, en cier-:os desórdenes
caracterizados por groseros de-: retos
neurológicos o por alteraciones
bioquímicas del cerebro, que
anteriormente eran mal diagnosticados
como trastornos meramente psi-.
ógicos y atribuidos a causas
ambientales
intrapsíquicas, dependiendo, una
vez más, del enfoque doctrinal de
turno.
Pero el modelo médico es menos
efectivo en su capacidad explicativa
totalizadora frente al resto de la
psicopatología mayor o menor, que.
por otra parte, es la inmensa mayoría
epidemiológicamente hablando, con
independencia de su forma de
presentación y causas.
Así pues, hoy resulta indefendible su
aplica-. n general a todas las formas de
psicopatolo-| pues sólo puede explicar
con pleno rigor los desórdenes
mentales con causa corporal o cerebral
conocida, como ciertos procesos
tóxicos o
-recelosos que afectan al sistema
nervioso central, o los deterioros
cerebrales que conocemos . mo
demencias, así como aquellos en los
que
liste una clara influencia genética; y
también puede explicar, aunque
parcialmente, algunos üpos de
psicosis, un campo más complejo en el
que la interacción de factores
somáticos y psí-
- .icos es evidente, aunque con
distinto peso cgún las formas clínicas
que se aborden.
En este sentido, cabe recordar que
un modelo teórico, cualquiera que sea,
siempre supone una mera
aproximación a la realidad, no la
explicación de la realidad, por lo que
puede coexistir con otros modelos
diferentes que intenten aprehender el
mismo fenómeno. Parece que la
postura más razonable en la actualidad,
desde un enfoque epistemológico, es la
que plantea que el modelo médico
aplicado a la psicopatología y su
concepto central, la enfermedad, es
definitivo en algunos casos, ineficaz en
otros y, en fin, complementario con
otros modelos explicativos según las
necesidades en cuanto a la generalidad
de los casos. A la postre ésta viene a ser
la actitud más sensata y productiva,
dado que hoy se reconoce que las
causas de la mayoría de los trastornos
severos y moderados de la conducta
son múltiples y variadas, debiendo ser
contempladas desde un enfoque
multifactorial.
Por todo ello, uno de los
planteamientos más novedosos de la
psicopatología ha consistido en
rechazar el concepto de «enfermedad
mental» como término genérico para
designar cualquier tipo de alteración
psicológica. De hecho, las reciente
ediciones del Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales o
DSM (auspiciado por la Asociación
Americana de Psiquiatría), y de su
equivalente europeo, aprobado por la
Organización Mundial de la Salud
(CIE 10, capítulo F-V, trastornos men-
tales y del comportamiento), han
optado por sustituirlo por el más
aséptico de «trastorno».
Aun aceptando que no es un término
preciso, sí puede usarse más
genéricamente que aquél para señalar
la presencia de un comportamiento o
de un grupo de síntomas identificables
en la práctica clínica, que en la mayoría
de los casos se acompañan de malestar
o interfieren en la actividad de un
individuo. Además, tiene la ventaja de
estar desprovisto de implicaciones
teóricas de manera que no pueda
identificársele con ninguna escuela o
modelo explicativo concretos.
LA NECESIDAD DE MODELOS
EXPLICATIVOS
INTEGRADORES EN
PSICOPATOLOGÍA
Son muchos los que opinan que,
para explicar los fenómenos
psicopatológicos y sus
I Ediciones Pirámide
22 / Introducción
causas, existe una inflación de
modelos teóricos, que además
adolecen, por lo general, de una
inquietante falta de comunicación.
Éste es el motivo por el que una de las
tareas más importantes en el campo de
la psicopatología consiste en buscar
una convergencia integradora. Pero
aún llevará tiempo conseguirla, sobre
todo por ciertas resistencias basadas en
posturas dogmáticas.
El estado actual del conflicto
representa, como han señalado Price8
o
el mismo Kuhn9
, una etapa bien
definida en el desarrollo de cualquier
ciencia; dicha etapa de diversidad
antagónica de criterios caracteriza el
primer estadio de una disciplina que
aspira a convertirse en ciencia de
hecho. Según este planteamiento, la
ciencia no es una mera acumulación de
hechos o de experiencias, sino que su
historia consta de períodos de «ciencia
normal», en los cuales predominan y
rigen nuestra forma de ver el mundo
una o dos concepciones a lo sumo: así,
las teorías geocéntrica y heliocéntrica
de Pto-lomeo y Copérnico,
respectivamente, en astronomía.
Toda mera observación que puede
subvertir el orden conceptual
establecido es, habitual -mente,
rechazada, a veces de forma violenta.
Entonces, el paradigma predominante
es rígido y, como tal, productivo para sí
mismo. Pero sus bases conceptuales se
revelan a la larga como arbitrarias, y
además resulta imposible ignorar
indefinidamente las nuevas ideas. Estas
se van imponiendo, a veces lentamente,
con mayor rapidez otras, cuando surge,
por ejemplo, un descubrimiento
extraordinario. El nuevo paradigma
aporta nuevos conceptos, nuevos enfo-
ques, nuevos métodos, que acaban por
«chocar» con el paradigma «oficial».
Estos períodos dan lugar a épocas de
enfrentamientos y polémicas que
pueden llegar a versar sobre cuestiones
metafísicas, es decir, sobre la esencia
de los paradigmas en cuestión, de
manera que ninguno de los «bandos»
acepta los postulados que el contrario
necesita para aprobar su opinión.
A pesar de que no se hagan
explícitos sino cuando los científicos se
orientan directamente hacia la
filosofía, los paradigmas son parte
integrante de la ciencia y desempeñan
una función vital en cuanto a indicar
cómo se debe «jugar el juego». En
términos de percepción, un paradigma
puede compararse a un conjunto
general, es decir, a una predisposición
para ver ciertos factores e ignorar otros.
En la psicología y la psicopatología
contemporáneas, el psicoanálisis y el
conductismo pueden considerarse
como paradigmas. Pero a medida que
se estudian en detalle, se ve lo difícil
que es para sus respectivos seguidores
relacionarse entre sí en el plano
científico (la relativa cacofonía
orquestal del principio) dado que el
conflicto entre dichos paradigmas pre-
senta las siguientes dimensiones
básicas: 1) a sus respectivos partidarios
les resulta difícil comunicarse entre sí,
porque 2) todos operan con distintos
niveles de análisis y, además, 3) son de
índole preteórica.
Un ejemplo bien ilustrativo de la
incomunicación que sufren los
partidarios de diferentes paradigmas
consiste en comparar los adjetivos con
los que califican, mutuamente, sus
respectivas teorías y métodos de
investigación, como ya señaló uno de
nosotros en otro lugar10
.
La psicopatología aún vive, en cierta
medida, este tipo de conflicto, porque
aún existen
10
Mesa, P. J. (1986). El marco teórico de la
psicopatología. Sevilla: Publicaciones de la
Universidad Hispalense.
© Ediciones
Pirámide
8
Price, R. H. (1981). Perspectivas sobre la conducta anormal.
México: Interamericana.
9
Kuhn, T. (1981). La estructura de las revoluciones científicas.
Madrid: F.C.E.
14 / Introducción
en el campo enfrentamientos de
paradigmas. Pero la pugna se ha
suavizado notablemente -especto a
épocas pasadas (si bien no muy lejanas
en el tiempo). Por una parte, porque el r
sicoanálisis ha perdido notablemente
terreno en los últimos veinte años
debido a la imposibilidad no sólo de
demostrar sus postulados, sino también
de falsarios, y a que hace mucho más
tiempo que dejó de hacer aportaciones
al conocimiento de los trastornos
mentales, siendo ya una tarea inútil
saber si el paradigma psicoa-nalítico,
aparte de legado cultural y testimonio
le su creador, es una doctrina
antropológica, una teoría sobre la
sociedad y sus orígenes, una filosofía
de la cultura, un método exploratorio
:erapéutico ¡o todo esto a la vez!11
Por otra, porque en estas dos últimas
décadas existe un decidido deseo de
reconducir el eroblema de los modelos
explicativos hacia la . nvergencia e
integración.
Para lograr la pretensión de una
psicopato-eía unitaria, que no
unificada, se ha impues-I a necesidad
de investigar con tres postulados
epistemológicos básicos:
1. Estudiar la conducta anormal
con cuatro niveles de análisis: el
clínico, el neu-rofisiológico, el
bioquímico y el
com-portamental.
2. Aplicar la metodología
experimental siempre que sea
posible y necesario (análisis
observacional, precisión en la
delimitación de hechos a
observar y control de la
situación y de las variables
intervinientes).
3. Trabajar con hipótesis sencillas,
pues, mientras más particulares
y concretas, más fácilmente
pueden validarse o refutarse
parcial o totalmente.
Sólo el trenzado de estos niveles se
ofrece como la única vía eficaz para la
construcción, hoy por hoy, de una
psicopatología seria y rigurosa como
ciencia. Los investigadores en este
campo deben abandonar la clásica
obcecación por demostrar la validez
absoluta de una teoría determinada,
pues todas ellas serán, antes o después,
perecederas. Pueden resultar válidas o
útiles durante un tiempo, pero acaban
por ser reemplazadas parcial o
totalmente por otras que se muestran
más válidas y útiles de acuerdo con los
avances del conocimiento humano.
EL PROBLEMA
EPISTEMOLÓGICO DE LA
PSICOPATOLOGÍA: UN OBJETO
DE ESTUDIO TRIDIMENSIONAL
Hace ya treinta años que Sandler, un
notable especialista en la materia, se
preguntaba qué puede hacer la ciencia
para mejorar los enfoques
convencionales que se habían venido
aplicando al estudio de la conducta
anormal. «Después de todo
—señalaba— es larga la historia de los
intentos hechos por la humanidad para
enfrentarse a este problema, pero en
ningún campo ha habido mayor
resistencia al análisis científico que en
el estudio de la psicopatología, aunque,
paradójicamente, no ha sido una
posición antideterminista la que ha
potenciado dicha resistencia, sino un
tipo equivocado de determinismo. La
historia abunda en nociones que
plantean relaciones significativas
lítica Especial de las Psicosis. En Diez Patricio, A.
y Luque Luque, R. (Eds.), Psicopatología de los
síntomas psicóticos (pp. 137-178). Madrid:
Asociación Española de Neuropsiquiatría.
e Ediciones Pirámide
11
Más recientemente, asistimos a un esfuerzo por parte de los
teóricos y clínicos del psicoanálisis por in-. rporar precisiones en sus
presupuestos. En este sentido, véase: Tizón, J. L. (2006).
Psicopatologia Psicoana-
Introducción I 15
entre ciertos eventos, por una parte, y
la desviación por otra. Se pueden
diferenciar esas nociones llamándolas
sabiduría popular, pseu-dociencia o
superstición. La bibliografía popular
está repleta de generalizaciones defec-
tuosas sobre las condiciones
psicopatológicas y, por desgracia,
muchas veces se aceptan esas
generalizaciones sin valorarlas
críticamente, al tiempo que suelen
dictar el modo en que la sociedad trata
de controlar las desviaciones de la
conducta.»12
En la década de los ochenta,
Polaino-Lo-rente se expresaba en
parecidos términos: «La
psicopatología, como ciencia, está en
cierto modo aún por hacer. Y ello en
razón del estado en que se encuentra:
un estado todavía pre-crítico en
muchos de los problemas que trata de
resolver y, por consiguiente,
precientífico. La llamada crisis de la
psicopatología reside en estar
parcialmente varada, todavía hoy, en
un estadio falto de objetividad.
Parodiando a Ortega, diré que lo que
nos pasa a los psico-patólogos es que
no sabemos lo que le pasa a la
psicopatología. Tal vez el día que lo
sepamos podamos modificar realmente
lo que en la conducta de cada uno
sucede psicopatoló-gicamente».13
Gran parte del problema, en su
origen, parece residir en la necesidad
de un cuerpo doctrinal que integre los
conocimientos procedentes de la
relación dialéctica sujeto-objeto:
personalidad, conducta y mundo
sociocultural. Porque la psicopatología
se ocupa de un objeto de estudio que se
presenta bajo tres dimensiones
fundamentales: la biológica, la
psicológica y la social, y su objetivo
consiste en extraer conclusiones
válidas del ser biopsicosocial para
poder estructurarse, a su vez, como
ciencia.
Pero es ciertamente difícil sintetizar
conocimientos y elaborar teorías
válidas sobre un objeto tan proteico,
complejo y voluble como el que nos
ocupa. Y no se entienda esto como la
manida disculpa del científico que
esconde su ignorancia con nubes de
humo y divinas palabras ante la
ignorancia de los profanos. Sim-
plemente es una realidad
incuestionable que debe aceptarse, sin
dejar de trabajar para mejorarla.
Los problemas en torno a la
definición del concepto de
anormalidad, a la validez de los
modelos explicativos y su perversa
unilatera-lidad, a la validez y utilidad
de los sistemas de clasificación
diagnóstica, a las concordancias y
controversias entre la investigación
básica y aplicada, entre otros, han
entorpecido el desarrollo de la
psicopatología.
Pero, según Berrios14
, un autor nada
proclive a especulaciones gratuitas, las
principales dificultades con las que
tropieza la psicopatología para elaborar
principios y teorías válidas sobre su
objeto de estudio son las siguientes:
1. La aprehensión del objeto, esto
es, todo fenómeno
psicopatológico en sí mismo,
porque la introspección y la
observación, que aún son las
vías regias para la captación de
fenómenos psíquicos, están
sujetas a múltiples
condicionantes por su carácter
subjetivo y porque en el mismo
fenómeno psicopatológico
coexisten, como ya se dijo, un
factor biológico, que da
estabilidad y constancia al
14
Berrios, G. (1988). Historical background
to abnormal psychology. En E. Miller y P. Cooper
(Dirs.), Adult Abnormal Psychology. Edimburgo:
Churchill Livingstone.
© Ediciones
Pirámide
12
Sandler, J. y Davidson, R. S. (1977). Psicopato-
logía. México: Trillas.
13
Polaino-Lorente, A. (1983). Presentación a la edición
española de: J. D. Maser y M. E. P. Seligman, Modelos
experimentales en psicopatología. Madrid: Alhambra.
16 / Introducción
fenómeno, y un factor psicosocial,
que le confiere la dimensión
individual y/o cultural. Debe
recordarse que el factor
personalidad del investigador, en
cuanto factor de sesgo de los datos
provenientes de la realidad, es
inevitable y, en cierta medida,
determinante. Esto ha quedado
demostrado incluso en ciencias
consideradas tan poco «subjetivas»
como la física. Así, según el
conocido premio Nobel Niels Bóhr,
el investigador que trabaja en el
campo de la mi-crofísica, cuando
interpreta determinados aspectos de
la mecánica cuántica, interfiere
como observador en el experimento
de una forma que no puede medirse
ni, por tanto, eliminarse. Y ello por
su particular forma de ver, de
percibir la realidad, modulada
siempre por sus más íntimos
aspectos de personalidad. Esto
requiere que los científicos deban
aceptar la imposibilidad de
describir aspectos o cualidades de
los objetos de una manera
completamente independiente, sean
automóviles o personas, aunque
dicha descripción sea estrictamente
objetiva y, por supuesto, factible,
como han señalado Holton15
o
Eysenck y Eysenck16
. En definitiva,
como el hombre es el objeto y el
sujeto que pretende aprehender el
fenómeno, no es de extrañar que se
obtengan, hasta el momento, bajos
índices de correlación entre la per-
sonalidad, la actividad psíquica, la
conducta, los síntomas y las bases
neuro-biológicas que los sustentan.
2. La contaminación ideológica de
las ciencias psicológicas, entre las
cuales se encuentra, porque si la
neutralidad es difícil de mantener en
cualquier ciencia, la psicopatología y
sus disciplinas aplicadas, la psicología
clínica y la psiquiatría, son
especialmente sensibles a las crisis
sociales y a la manipulación
ideológica, justo por todas las razones
expuestas en el apartado anterior y
también por el hecho de que el hombre
es un ser social, que actúa siempre en
un contexto. De manera que una
psicopatología seria y auténtica
debería ser, además, psicopatología
social. En este sentido, quizá no sería
recomendable, por ejemplo, plantear la
pregunta: ¿existe la esquizofrenia?,
sino más bien: ¿en qué medio ambiente
y bajo qué circunstancias se desarrolla
un proceso patológico que hemos
designado como esquizofrenia?
Ya no es posible mantener las viejas
tesis propugnadas por el movimiento
antipsiquiátrico, que consideraba al
enfermo mental siempre como la
víctima de una «sociedad enferma» y
de un sistema represivo. Y no sólo
porque la expresión «sociedad
enferma» no transciende lo puramente
metafórico, sino también porque los
términos «salud» y «enfermedad» no
se dejan definir fácilmente. Así que
extender su aplicación de los
individuos a las sociedades con otro
propósito que no sea la pura retórica
implica embrollar una discusión ya de
por sí confusa.
En este sentido, lo peor que podría
ocurrir es que la psicopatología
quedara desbordada por todo un
cúmulo de conflictos humanos que, si
bien pueden ser muy dramáticos, se
alejan, en realidad, de su competencia
y de sus posibilidades de actuación.
16
Eysenck, H. J. y Eysenck, M. W. (1987).
Personalidad y diferencias individuales. Madrid:
Pirámide.
Ediciones Pirámide
15
Holton, G. (1982). Los orígenes de la complemen-rariedad.
Madrid: Alianza Editorial.
Introducción I 17
PRESENTE Y
FUTURO DE LA
PSICOPATOLOGÍA
COMO CIENCIA
La evolución contemporánea de la
psicopa-tología no puede entenderse
sin considerar sus puntos de conexión
con los avances en psicología y, a su
vez, de ambas con la filosofía. Porque,
al tiempo que se producía una recesión
progresiva de la influencia del
pensamiento filosófico en estas
disciplinas, la psicopatología
empezaba poco a poco a concebirse
como una ciencia cada vez más alejada
de especulaciones más o menos
estériles.
La psicopatología tiene un largo
pasado y una corta historia como
disciplina científica, y, al ser una
ciencia joven, su andadura es aún
vacilante en ciertos aspectos. Durante
un larguísimo período ha caminado
más próxima a la especulación y al
enfoque «poético» que al estudio
riguroso de los hechos. No cabe duda
de que la primera vía es más atractiva,
más seductora... a primera vista y de
cara a la galería; pero también, y justo
es reconocerlo, más cómoda para el
investigador y, desde luego, menos
rigurosa y fiable. Claro que la especu-
lación no es mala en sí misma, sobre
todo cuando se aplica en el sentido más
puro y filosófico del término: examinar
y registrar algo para reconocerlo. Pero,
por desgracia, la especulación, en su
aspecto menos noble, entendida como
examinar algo sin haberlo reducido a la
práctica, ha dominado desde tiempo
inmemorial el marco teórico de la
psicopatología. Y ahí radica el nudo
del problema: le necesaria verificación
de los hechos, que en su aplicación al
campo de la conducta anormal con¿_;c
elaboración de leyes con validez unr. e:
. expliquen las diferentes formas de
psioo| logia. Era necesario acabar con el
estad confusión, de ambigüedad, de
generaliza absolutas, de notables
contradicciones, de clusiones
provisionales y de enigmas no re tos
basados en una psicología per :
La tarea no ha hecho más que
empezar, | ya se han conseguido logros
importantes. ■ todo porque el saber de
la psicopatologB ido cimentándose
sobre los conocimiem c-s. mulados por
la observación clínica y la ur tigación
experimental de la conducta, ampi do
así sus horizontes y ofreciendo una insi
más rigurosa y efectiva. Han sido,
especiali te, dos los factores que han
contribuido a jorar y enriquecer su
estatus:
1. La consolidación de la psicokr
-nica como una de las áreas n
tivas de las ciencias psicológ::_
cada vez mayor vinculación al á
las neurociencias a través de las I
del procesamiento de la inforrr
(modelos cognitivos).
2. La incorporación más sistemátic
arsenal metodológico del mét d
rimental.
Por lo que se refiere al primero de
los tores, es sabido que el paradigma
conductiai I no es ya el rígido esquema
watsoniano de pm-cipios del siglo xx,
ni siquiera el skinr. r - _ de entre los años
cincuenta y setenta del pas^r-do siglo.
Aún así, se le reconoce su c;.
al cabo, el ser humano es, por decirlo en
términos ¿ice ríanos, experiencia y expresión
(además de acción). Pm profundizar en este
sentido puede revisarse: ZahavL E (Ed.) (2000).
Exploring the Self. Philosophical and Pn
chopathological Perspectives on
Self-Experience. AWM terdam: John Benjamins
Publishing Company.
© Ediciones
P^Ena«
17
Desde ciertos círculos en psicopatología, que podríamos
llamar «neofenomenológicos», se continúa en el esfuerzo de superar
el subjetivismo y la especulación al mismo tiempo que se reconoce la
importancia del análisis filosófico para eludir la simplificación y
empobrecimiento procedente del positivismo lógico; al fin y
18 / Introducción
¿portación para dotar de rango
científico a la : . ología y, por
extensión, a la psicopatología, debido
a su capacidad para elaborar conceptos
operativos, establecer proposiciones
verifica-bies y diseñar métodos para
mejorar la predic-n y el control de la
conducta. La mencionada
«suavización» del paradigma
conductista ha venido de la mano de
los modelos cognitivistas y, como ya
se dijo, de su ; ■ ronque con la
neurobiología a partir de los :
>s
ochenta. Lejos de ser, como algunos
qui-ñeron creer, un retorno del
psicoanálisis encu-bierto, ha
demostrado, mediante su flexibilidad
>u superación del trasnochado
positivismo cico de tres décadas
(ejemplificado en el inpostulado de la
«caja negra» del condueño radical), su
utilidad en múltiples campos de las
ciencias psicológicas, a cuyo
enriquecimiento ha contribuido
decididamente.
Pero una novedad importante ha sido el
he-. b 3de que el cambio de enfoque no
ha puesto el acento en rechazar todos
los anteriores plañimientos, sino en
ampliarlos, dando así más . asistencia a
su verdadera utilidad. Por ello, r
plantea que la psicología se interesa en
cualquiera de los niveles de conducta
existentes en tanto y en cuanto se
relacionan con procesos ológicos
(consciencia, imaginación,
pen-::iiento, memoria, etc.), siendo la
conducta ■n indicador de dichos
procesos, que, al ser difícilmente
accesibles a la observación direc-- ^n
inferidos a partir de la observación de i
conducta manifiesta y/o de la actividad
ce-rebral que los sustenta.
De lo que se trata, simple y llanamente,
a de la recuperación de un punto de
vista emergentista de la actividad
psíquica de los dviduos, que consiste
en estudiar el tipo elación existente
entre dicha actividad por ejemplo, de la
consciencia) y la actividad -euronal y
fisiológica con la que se correlaciona.
Entonces, lo psíquico sería una
propiedad de los organismos vivos, y
de aquí se deduce que una concepción
materialista de la vida debe reconocer
la emergencia, o sea, el hecho de que
los sistemas vivos poseen propiedades
que no tienen sus componentes.
Pero lo más curioso es que las
razones que avalan dichos postulados
no sólo provienen del seno de la
investigación psicológica, como cabría
esperar, sino de las neurociencias, que
actualmente mantienen una posición
mucho más afín con la opción
emergentista defendida por los
modelos cognitivistas que con los
enfoques puramente materialistas. De
hecho, un número creciente de
neurofisiólogos defiende la idea del
«interaccionismo emergente» de los
organismos como el planteamiento
más cercano a los datos aportados por
la investigación más rigurosa. Así lo
hace, por ejemplo, otro premio Nobel,
John Eccles, en una de las obras más
influyentes de los últimos años: El yo y
su cerebro, escrita en colaboración con
el filósofo Karl Popper.
El enfoque cognitivo en
psicopatología parte de tres postulados
fundamentales:
1. Los desórdenes de los procesos
psíquicos son la causa y no el
efecto de los trastornos mentales
y del comportamiento.
2. El individuo que presenta una
alteración psíquica es un sujeto
activo que selecciona, elabora,
procesa y recupera información,
y no un sujeto pasivo que
meramente sufre y padece dicha
alteración.
3. Cada individuo desarrolla un
estilo cognitivo de percepción
de la realidad que es personal e
intransferible, determinando el
modo en que cada uno de
nosotros procesa la realidad y la
interpreta. Cuando las
percepciones sean
distorsionadas,
5 Ediciones Pirámide
Introducción I 19
no porque lo sean en sí, sino
porque nuestro particular estilo
las perciba como tales, entonces
la conducta será, probablemente,
desadaptada.
Este último postulado vendría a ser
la traducción científica de la célebre
sentencia: «en este mundo traidor nada
es verdad ni es mentira, todo es según
el color del cristal con que se mira»,
una idea ya expresada por los estoicos
hace más de dos mil años en su
aforismo: «los problemas no lo son por
el hecho de serlo, sino por el modo en
que cada cual los percibe como
problemas». Así que todo consiste en
descubrir por qué las señales
ambientales que percibe una persona
se procesan de una manera anormal, y
el interés aquí se centra, como puede
verse, mucho más en los procesos no
observables que condicionan la
aparición de conductas anómalas
observables que por las conductas en
sí, como han señalado Ibáñez y
Belloch18
.
Inevitablemente, tanto la
psicopatología como las psicoterapias
se han visto influidas por estos
cambios, especialmente por el estudio
del procesamiento de la información,
quizá uno de los aspectos más
complejos de la conducta humana.
La llamada «revolución cognitiva»
y su integración con los más modernos
planteamientos de la neurobiología han
propiciado que la investigación en
psicopatología se esté centrando en los
últimos años, entre otros, en los
siguientes temas: los procesos
perceptivos y su implicación en el
complejo problema de las
alucinaciones; los aspectos
psicofarmacológi-cos y psicogenéticos
del efecto de ciertas sustancias
adictivas; los efectos de la
estimulación cerebral en procesos
cognitivos y afectivos;
los errores atencionales y de memoria
en pacientes psicóticos; los estados
alterados de consciencia y el nivel de
sugestionabilidad en individuos con
trastornos disociativos; la indefensión
aprendida como simulación de ciertos
tipos de depresión; la actividad de
pensamiento delirante, buscando la
consecución de un modelo artificial y
consistente de paranoia; la actividad de
las imágenes mentales en la
desensibilización sistemática; el
lenguaje interior en las terapias de
reestructuración cognitiva, y los
procesos atribucionales y las al-
teraciones de la autoestima y de la
imagen corporal en distintos cuadro
clínicos.
En cuanto al segundo factor, es
sabido que utilizando el método
experimental se logra más
adecuadamente un análisis funcional
de relaciones. Y aunque la
psicopatología de corte filosófico haya
rechazado el estudio de las variables
independientes y dependientes, cada
día se hace más evidente que su
manipulación permite al investigador
establecer las condiciones necesarias
para causar y/o explicar la conducta
que se investiga. Entendida la
investigación de ese modo, resulta más
provechoso, que no fácil, establecer la
naturaleza real de los procesos
pico-patológicos, además de controlar
y/o eliminar aquellas condiciones
responsables de los resultados
indeseables que el científico descubre.
Sin que caigamos en un exceso,
cabe afirmar que la metodología
experimental ha cambiado el rostro de
la psicopatología y se ha convertido
por derecho propio en una herramienta
indispensable para los investigadores.
La psicopatología tradicional o
decimonónica fue una disciplina
científica que trató de observar y
describir con el mayor rigor los tras-
tornos mentales y de la conducta. Sin
embargo, la psicopatología puede
definirse, hoy, no sólo
© Ediciones
Pirámide
18
Ibáñez, E. y Belloch, A. (1982). Psicología clínica. Valencia:
Promolibro.
20 / Introducción
como una ciencia que observa y
describe fenómenos, sino que también
se plantea como principal objetivo
llegar a la formulación de los
principios y leyes generales que
permitan explicar los distintos y
variados tipos de trastornos mentales
y del comportamiento, para lo val
utiliza, entre otros recursos, el método
experimental.
De esta definición pueden extraerse
varias consecuencias importantes. En
primer lugar, que desde esta nueva
perspectiva, y en tanto que disciplina
de carácter más básico que aplicado,
proporciona tanto a la psicología
clínica como a la psiquiatría un cuerpo
doctrinal y teórico que permite a ambas
comprender plenamente el significado
y la naturaleza de dichos trastornos,
además de aprovechar esos conoci-
mientos en la práctica clínica
asistencial.
En segundo lugar, que la
psicopatología es la ciencia de los
trastornos mentales y de la conducta
anormal y/o patológica, y no mera-
mente de la enfermedad mental,
término más impreciso y menos
operativo.
En tercer lugar, que puede operar
con el método experimental para lograr
sus fines, un método que, en cuanto
aplicación inmediata y rigurosa del
razonamiento a los hechos que su-
ministran la información y la
experimentación, hace de la
psicopatología una ciencia cada vez
más explicativa y menos interpretativa,
que deduce de las hipótesis resultados
que más tarde son verificados y que
sólo se atiene a lo probado.
Todo ello supone que la
psicopatología, además de observar y
describir fenómenos psíquicos
anormales, puede y debe proporcionar
información sobre las causas de dichos
fenómenos, para lo cual debe
constituirse como una materia
in-terdisciplinar, ya que necesita de los
datos aportados por otras disciplinas
científicas fronterizas, como la
psicología, la sociología, la genética, la
neurología, la fisiología, la bioquímica
del sistema nervioso, etc.
Dado que la psicopatología depende
del método científico, su tarea y su
meta consisten en encontrar respuestas
a las preguntas que ha planteado la
naturaleza, conocer qué variables son
responsables de la producción de
fenómenos psicopatológicos y qué
variables pueden ser manipuladas para
modificarlos.
Como reflexión final cabe decir que
la psicopatología está dotada de una
peculiaridad que la hace muy especial
en el vasto panorama de las ciencias: es
difícil encontrar otra disciplina que
haya logrado acumular, a través de la
historia, tantos puntos de vista
radicalmente diferentes entre sí, tantas
concepciones sin evidencia y,
frecuentemente, basadas en creencias,
cuando no en supersticiones, ni que
haya sembrado, en consecuencia, tanta
desconfianza respecto a sus
posibilidades y a su utilidad.
Pero su verdadero presente es el de
una ciencia multidisciplinar y
convergente, que trabaja
epistemológicamente por la
consecución tanto de modelos
explicativos «útiles», no «verdaderos»,
como de un cuerpo doctrinal amplio,
riguroso y flexible y de un sistema de
comunicación más depurado y de uso
común.
Ya no caben dudas acerca de que
una verdadera avalancha de
investigaciones básicas y aplicadas, así
como de avances tecnológicos, están
remodelando positivamente el marco
de la psicopatología. Veamos: la
reforma de los sistemas de
clasificación de trastornos, basados en
enfoques ateóricos y en definiciones
opera-cionales, la aplicación de las
técnicas de calibración cuantitativa a la
semiología psicopa-tológica y las
innovaciones procedentes de la
neuroquímica en el campo de los
marcadores biológicos (influencia de
los neurotransmisores en la
etiopatogenia de ciertos trastornos, la
actividad enzimática de ciertas aminas
cerebrales y de los metabolitos y sus
relaciones con la psicofarmacología) o
los avances de la neuro-fisiología,
especialmente en el campo de las
© Ediciones Pirámide
Introducción I 21
técnicas de exploración por imagen de
última generación, como la tomografía
axial computerizada (TAC), la
resonancia magnética nuclear (RMN),
la tomografía de emisión de positrones
(TEP) y por emisión de fotón simple
(SPECT), la determinación de flujo
sanguíneo cerebral (FSRC), junto a los
registros poligráficos del sueño y el
electroencefalograma computerizado
(EEGC), entre otros.
Los más prudentes dirán que aún es
pronto para predecir si la reforma, que
como se ve ya está en marcha, logrará
cristalizar en un modelo más
integrador, la gran meta. Pero, en
cualquier caso, y para desvanecer
la negam* real imagen que se
vislumbraba ha. = años, podemos
afirmar que la psicora: : logrado
forjarse una reconocida i mapa
notable prestigio en el ámbito cié:
Y todo ello porque la gran m;
copatólogos han terminado por
sentirse tisfechos con sus viejos
principios, derruí especulativos,
demasiado imprecisa - : resultar
útiles a nadie, y, por qu; porque
íntimamente han sentido tambiéal
tal necesidad de construir una
di>.:r . seria y respetable que
antaño.
LECTURAS RECOMENDADAS
Bunge, M. (1980). Epistemología.
Barcelona: Ariel.
Eysenck, H. y Wilson, G. (1980). El
estudio experimental de las teorías
freudianas. Madrid: Alianza
Universitaria.
Monedero Gil, C. (1996).
Psicopatología humana. Madrid:
Siglo XXI.
Mora, F. (2004). ¿Enferman las
mariposas del alma? Cerebro,
locura y diversidad humana.
Madrid: Alianza Editorial.
Reed, G. (1998). La Psicología de la
anómala. Un enfoque cognitivo.
Vaie".: _ molibro (edición
original en inglés. 19v
Villagrán, J. M. (2001).
¿Necesitamos u-a
psicopatología descriptiva? A
rchivos dep tría, 64 (2): 97-100.
Szasz, T. (1994). El mito de la
enfermedad m Bases para una
teoría de la conducta pen
Buenos Aires: Amorrortu
(original en ingles 1
© Edic
Conceptualización de la
psicopatologia
como ciencia básica
Ando por el presente y no vivo
el presente (la plenitud en el
dolor y la alegría).
Parezco un desterrado que ha olvidado
hasta el nombre de su patria, su
situación precisa, los caminos que
conducen a ella.
JOSÉ HIERRO (Libro de las alucinaciones)
DEFINICIÓN, OBJETO Y
METAS DE ESTUDIO
Si el objeto de estudio de la psicología
es la . :nducta humana en cuanto
significación inter rapersonal, la
definición más aceptada de
rsicopatología es que es la ciencia
básica que ¿^orda la conducta
anómala1
. Sin embargo, y de _ -erdo
con una posición dimensional, el
objeto je estudio de la psicopatología
puede ampliarse :e>de las experiencias
singulares cotidianas hasta lo que de
forma patente son actividades
cog-tntivas, funcionamiento
emocional y/o comportamientos
anómalos2,3
. Esta extensión hacia el
Tizón, J. L. (1978). Introducción a la
epistemología de ¡a psicopatología y de la
psiquiatría. Barcelona: Ariel.
- Reed, G. (1998). La psicología de la
experiencia mùntala. Un enfoque cognitivo.
Valencia: Promolibro
edición original en inglés, 1988).
- Zahavi, D. (Ed.) (2000). Exploring the Self.
Philo-
£ Ediciones Pirámide
estudio de fenómenos anormales y no
únicamente en cuanto a la conducta
anormal se ha preferido porque, de
acuerdo con Rossi Monti y
Stang-hellini4
, la psicopatología se
dirige a lo que le sucede a la persona,
no sólo a los síntomas o ma-
nifestaciones anormales, sentido este
último que recuerda más a una
concepción médica.
Este objeto de estudio implica la
delimitación y análisis de las variables
generadoras y participantes
(estructuras, procesos y contenidos);
tiene en cuenta las diferencias
personales, las características estables,
permanentes o de estilo individual y el
medio social en el que se despliega(n)
la(s) experiencia(s); el objeto de
sophical and Psychopathological Perspectives on
Self-Experience. Amsterdam: John Benjamins
Publishing Company.
4
Rossi Monti, M. y Stanghellini, G. (1996).
Psy-chopathology: An Edgeless Razor?
Comprehensive Psychiatry. 37, 196-204.
32 / Manual de psicopatología general
estudio no son los trastornos o las
enfermedades, sino las variables
cognitivas y las expresiones anómalas
de las personas, quienes pueden o no
saber definirlas o apercibirse de ellas,
pero que suelen alterar su desarrollo,
funcionamiento y adaptación
individual o social5
(pp. 38 y 39).
De este modo, la psicopatología se
constituye en la ciencia base de la
psicología clínica, la psiquiatría y la
psicología de la salud, disciplinas a las
que corresponde la aplicación de los
hallazgos alcanzados por la primera.
No es semiología en sentido estricto,
cuyo objetivo es exclusivamente la
delimitación de los signos y síntomas,
y se centra, como se ha dicho, más bien
en las estructuras y procesos que
definen lo anormal, en lugar de hacerlo
en las conductas patológicas en sí
mismas o de forma exclusiva6
.
Entre sus principales metas se sitúa
la descripción pero, esencialmente,
aspira a alcanzar la explicación y
predicción del fenómeno que se ha
denominado anómalo e inusual; a
permitir construir modelos y teorías
que detallen su origen y
mantenimiento; a contribuir a sistemas
de clasificación que hagan viable la
comunicación entre profesionales y
que traduzcan la información
individual (irrepetible) en
generali-zable (común y aplicable)
(diferenciando, por tanto, las
clasificaciones diagnósticas y el diag-
nóstico clínico de la piscopatología); a
facilitar su aprovechamiento por parte
de las disciplinas aplicadas; a integrar
estos hallazgos con los de otras
ciencias y falsar los resultados del
sos anteriores por medio de una
~e::o (casi) experimental.
1.2. CRITERIOS DE
ANÁLISIS DE LA
PSICOPATOLOGÍA
Uno de los componentes
fundamean caracterizan a la
psicopatología cees la alusión a los
criterios o reglas <p el análisis de
su objeto de estudio de punto de
vista teórico o conceptual . E§
terios son el estadístico,
social-interr criterios biológicos y,
a modo de entera: pilador de los
anteriores y como concepì trai o
nuclear que es, la propia definka
anormalidad en psicopatología.
El criterio estadístico es uno de
i referidos y utilizados en
psicopatologa la propia definición
de anormalidad. '. asumirse, desde
un punto de vista práeña el empleo
de la estadística ha perrmrcci: la
investigación en psicología en
generi; la psicopatología en
particular. El prcòja este criterio es
que puede genera: entre una
característica infrecuerr.e
patología, por ejemplo, un gen:
mnemònico8
e incluso, como
sosten.- c: provocadora9
, una
persona alegre embargo, debe
reconocerse que la maya te de los
aspectos analizados en p- . han
necesitado de un análogo er
tos y modelos en psicopatologia. En A.
Belicci. & din y F. Ramos (Eds.), Manual
de psicopatc pp. 45-94). Madrid:
McGraw-Hill.
8
Luria, A. R. (1983). La mente del
mmmm Pequeho libro de una gran
memoria. Me_.
9
Bentall, R. (1992). A Proposal to ( .•• -
-ness as a Psychiatric Disorder. Journal of
Mediai i 18, 94-98.
5
Belloch, A. e Ibáñez, E. (1991). Acerca del concepto de
psicopatología. En A. Belloch y E. Ibáñez, Manual de psicopatología
(voi. 1, pp. 1-45). Valencia: Pro-molibro.
6
Belloch, A. e Ibáñez, E. (1986). Presentación. En A. Belloch y
E. Ibáñez (Dirs.), psicopatología y procesamiento de la información
(pp. I-IV). Valencia: Promolibro.
7
Belloch, A., Sandín, B. y Ramos, F. (1995). Concep-
Conceptualización de la psicopatología como ciencia básica I 24
miento normal y, por consiguiente, se
ha utilizado el concepto de partida de la
distribución normal estadística; pero,
¿es esto siempre aplicable a la
psicopatología?, ¿deben ciertas va-
riables como el deterioro cognitivo, la
vulnerabilidad o la adaptación ser
consideradas siempre lineales y
distribuidas de forma normal?
Además, se trata de un criterio
sometido a cambios, pero los cambios
en realidad son una propiedad
inherente al ser humano. Así, los ren-
dimientos en ciertas funciones
cognitivas (vg. simbolización)
probablemente hayan cambiado en
términos generales desde hace más de
tres mil años, requiriendo, por
consiguiente, un ajuste continuo de lo
que se denomina funcionamiento
(a)normal.
El criterio social e interpersonal hace
alusión a la convención o normativa
social. Este planteamiento no es en
realidad tan diferente del anterior,
aunque, en lugar de aplicar un com-
ponente cuantitativo, lo hace de forma
cualita-. lo que, tradicionalmente, ha
conllevado juicios de valor (la
alienación de «locos, desviados e
invertidos»). Los riesgos de este cri-
terio han sido denunciados de forma
constante ;• vehemente por Szasz10
,
quien destaca que, ■demás de basarse
en el consenso que utiliza la sociedad
(o un comité de expertos), no debe
olvidarse el componente ético que
habitualmen-r acompaña a la
definición de síntoma.
Relacionado con lo que se ha
comentado, el concepto de adaptación
abarca de modo inextricable un
contenido social (o de adecuación al
papel social) que ha servido de base
para el . :::crio legal y la propia
definición de anorma-iad en
psicopatología. Aunque no es posible
prescindir de este criterio, se requiere
establecer con precisión los
condicionantes sociales y situacionales
que dan paso a la psicopatología.
El criterio subjetivo o intrapsíquico
es también uno de los más relevantes y
utilizados en psicopatología. Alude a la
consciencia del problema por parte del
paciente, así como al sufrimiento y
malestar que se muestra en la persona o
entre quienes le rodean (alguedonia).
Sin embargo, se trata de una
información más útil que relevante en
la clínica, pues no todos los pacientes
son conscientes de lo que les sucede
(por ejemplo, en el caso de un trastorno
delirante) o se muestran indiferentes
con respecto al daño que infligen a
otros (por ejemplo, en el caso de una
psicopatía); otras personas, con ex-
presiones de malestar, no tienen por
qué presentar un trastorno (lo contrario
de lo que se señaló antes para la
felicidad y la alegría, por ejemplo, vivir
un duelo) y ciertas expresiones que son
producto del propio proceso de adap-
tación a los sucesos estresantes. En
definitiva, aunque se trate de un criterio
de gran valor, debe reconocerse que
eso no conlleva que la información
obtenida por parte de una persona sea
fiable, pudiendo no identificar sus
problemas o malestar e, incluso,
sentirse bien en apariencia.
En la clasificación DSM-IV-TR11
aparece, dentro de las pautas de
diagnóstico para cada categoría de
trastorno, un criterio relativo a la
discapacidad social y/o laboral
(deterioro o interferencia en
consonancia con el criterio social
arriba mencionado) pero también de
deterioro personal y/o familiar que
alude al malestar y el sufrimiento que
generan las manifestaciones
sintomáticas en el paciente. Ambos
componen-
Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders, Fourth Edition, Text Revisión.
DSM-IV-TR. Washington, DC: APA.
C Ediciones Pirámide
10
Szasz, T. (2000). Ideología y enfermedad mental.
Buenos Aires: Amorrortu (1.a
reimpresión) (original en
inglés. 1970).
11
American Psychiatric Association (APA) (2000).
Conceptualization de la psicopatología como ciencia básica I 25
tes (discapacidad y malestar)
representan el denominado criterio de
significación clínica que se incluyó
para mejorar la validez diagnóstica del
DSM. Sin embargo, no hay una pauta
definida para determinar lo que se
considera deterioro clínicamente
significativo. Para Wakefield y
Spitzer12
, la mejora de la validez no se
alcanza en las clasificaciones
diagnósticas porque los componentes
de discapacidad y malestar deben
tratarse por separado (no como un
único elemento dependiente de la
valoración del clínico) y requieren una
distinción más evidente de la
sintomatología en respuesta a sucesos
negativos del entorno (separar
claramente el proceso de adaptación
tras un estresor). La significación
clínica parece delimitar más bien las
manifestaciones que requieren
atención clínica, esto es, demanda de
tratamiento, y, por tanto, definen
conjuntamente un criterio de gravedad;
por el contrario, hay manifestaciones
subumbrales que pueden llevar
asociado un deterioro significativo13
;
otros trastornos francos sin deterioro
funcional14
; además, impide los
diagnósticos tempranos y excluye los
casos de pacientes que no han llegado a
deteriorarse15
. En suma, la
significación clínica pone de ma-
nifiesto una de las diferencias entre el
diagnóstico clínico y la psicopatología
en al menos dos aspectos: su sentido
categorial y su centramien-to en la
conducta anormal de mayor gravedad.
Los criterios biológicos han sido de
los más apelados para hacer referencia
al origen de la psicopatología, lo que
guarda relación con el propio concepto
de enfermedad mental o trastorno
mental. No puede considerarse
aisladamente este criterio; es preciso
tener presentes las variables
psicológicas y sociales que definan el
fenómeno psicopatológico en toda su
amplitud, tanto desde un punto de vista
etiológico, de mantenimiento, como
desde sus consecuencias. De este
modo ha de superarse no sólo el
dualismo clásico entre lo biológico y
psicológico, como apuntan estos
autores, sino una postura organicista
reduccionista y determinista. Fuchs16
destaca que este reduccionismo tan
actual considera más a un cerebro
aislado que al individuo en relación
con su medio, desoyendo que es en la
interacción donde surgen tanto las
disposiciones mentales como sus
alteraciones. Además, no se ha
relacionado ningún indicador
extraclí-nico (etiológico) ni se ha
encontrado apoyo a los criterios
biológicos para un buen número de los
trastornos tal y como están hoy
definidos1
'.
Normalidad, anormalidad
y dimensionalidad en
psicopatología
Los presupuestos anteriores
convergen en un criterio conceptual
central o nuclear que es el de
normalidad y anormalidad en
psicopato-
epidemiológicos. En J. E. Helzer y J. J. Hudziak,
La definición de la psicopatología en el siglo xxi.
Más allá del DSM-V (pp. 19-31). Barcelona: Ars
Medica (original en inglés, 2002).
15
Kupfer, D. J., First, M. B. y Regier, D. A.
(Eds.
(2004). Agenda de investigación para el DSM-V.
Barce-
lona: Masson (original en inglés, 2002).
16
Fuchs, T. (2004). Ecología del Cerebro.
Una pers-
pectiva Sistémica para la Psiquiatría y la
Psicoterapia.
Archivos de psiquiatría, 67, 17-34.
17
Read, J., Mosher, L. R. y Bentall, R. P.
(2006 >.
Modelos de locura. Barcelona: Herder (original
en ingle -
2004).
© Ediciones
Pirámide
12
Wakefield, J. C. y Spitzer, R. L. (2003). Por qué
la significación clínica no resuelve el problema de la
validez epidemiológica y del DSM. Respuesta a Regier
y Narrow. En J. E. Heizer y y J. J. Hudziak, La Definición
de la psicopatología en el siglo XXI. Más allá del DSM-V
(pp. 33-42). Barcelona: Ars Medica (original en inglés,
2002).
13
Judd, L. L., Akiskal, H. S. y Paulus, M. P. (1997).
The Role and Clinical Significance of Subsyndromal
Depressive Symptoms (SSD) in Unipolar Major Depres-
sive Disorders. Journal of Affective Disorders, 45, 5-17.
14
Regier, D. A. y Narrow, W. E. (2003). Definición
de psicopatología clínicamente significativa con datos
26 / Manual de psicopatologia general
logia. Esto significa que no hay un
único criterio (suficiente) que reúna las
condiciones requeridas para ser
utilizado en psicopatología; más bien
se precisa de varias de las reglas se-
ñaladas (todas son necesarias) y
algunas más (como se plantea a
continuación). Por consiguiente, no
hay una manifestación alterada es-
pecífica o distintiva por sí misma; ha
de ser contextualizada (no sólo en
cuanto a entorno físico en el que tiene
lugar la conducta; incluye también la
propia cultura) y analizado el >entido
(des)adaptativo de dicha conducta.
Uno de los principales objetivos de
la psicopatología consiste en establecer
el peso relativo de los diferentes
criterios para definir su objeto de
estudio, esto es, el fenómeno
psico-patológico (sea en forma de
actividad mental, comportamiento o
trastorno)18
. Entonces, para alcanzar
dicho objetivo, la psicopatología pre-
cisa de un criterio dimensional para su
correcta delimitación, que, a su vez,
permita mostrar un enlace entre el
funcionamiento normal y la
psicopatología. Esto implica que hay
manifestaciones psicopatológicas que
difieren por su gravedad, pero hasta las
más cotidianas (vg. una ilusión o una
idea parásita) son expresión de
funcionamiento alterado, o anormal si
se - refiere, en el sentido de inusual o
diferente, mpliquen o no ausencia de
salud mental19
. Por consiguiente, lo
anormal no es necesariamente
patológico; lo es cuando restringe la
libertad, la autorrealización personal
y/o las de los demás.
El criterio dimensional es útil
porque permite predecir la aparición y
el curso de las manifestaciones en
estudio y sugiere índices de
vulnerabilidad20
. Tradicionalmente se
ha considerado imposible una
perspectiva dimensional en ciertos
trastornos como la esquizofrenia. Sin
embargo, los modelos de
vulnerabilidad desplazan el interés
exclusivo de las manifestaciones
sintomáticas, de difícil correlato con el
funcionamiento normal, a otras
variables indicadoras de
predisposición y grado de ésta. Pero es
poco probable que las clasificaciones
diagnósticas internacionales adopten
este criterio (aunque, en el caso de la
esquizofrenia, hay alguna
aproximación a la dimensionalidad21
;
en el DSM-IV, véase Apéndice B22
).
Kendell23
señala que para
incrementar la validez de las
clasificaciones diagnósticas debería
demostrarse que entre dos categorías
dadas hay una separación («puntos de
rareza o de excep-cionalidad»), siendo
conocido que son pocos los datos que
apuntan en esta dirección; ante este
defecto debería optarse aunque fuese
provisionalmente, sugiere este autor,
por un criterio dimensional. Sin
embargo, como señala Costello24
,
riance Analysis. Journal of Abnormal
Psychology, 108, 182-187.
22
American Psychiatric Association (APA)
(2000).
Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders,
Fourth Edition, Text Revisión. DSM-IV-TR.
Washington,
DC: APA.
23
Kendell, R. E. (2003). Cinco criterios para
mejo-
rar la clasificación de los trastornos mentales. En
J. E.
Helzer y y J. J. Hudziak, La definición de la
psicopato-
logía en el siglo XXI. Más Allá del DSM-V (pp.
3-17).
Barcelona: Ars Medica (original en inglés, 2002).
24
Costello, C. G. (1994). Two Dimensional
Views
of Psychopathology. Behaviour Research and
Therapy,
32, 391-402.
6 Ediciones Pirámide
18
Belloch, A. e Ibáñez, E. (1991). Acerca del con-i de psicopatología.
En A. Belloch y E. Ibáñez, Manual de psicopatología (vol. 1, pp.
1-45). Valencia: Promolibro.
" Reed, G. (1998). La psicología de la experiencia anómala. Un
enfoque cognitivo. Valencia: Promolibro edición original en inglés,
1988).
20
Zubin, J. (1986). Implications of the Vulnerabili-; Model for
DSM-IV with Special Reference to Schi-
: enia. En Th. Millón y G. L. Klerman (Eds.), Con-:emporary
Directions in Psychopathology: Towards
(-TV (pp. 473-494). Nueva York: Guilford Press.
:i
Lenzenweger, M. F. (1999). Deeper Into the Schi-zotypy
Taxon: On Robust Nature of Maximum Cova-
Conceptualization de la psicopatología como ciencia básica I 27
no se ha logrado demostrar que lo que
tiene interés desde un punto de vista
psicológico se corresponda con un
sentido psicopatológico. Un
inconveniente añadido procede de los
instrumentos de evaluación utilizados
(cuestionarios, escalas, entrevistas),
sobre todo en lo que atañe a su validez,
es decir, si realmente son medidas que
responden y diferencian lo que
pretende evaluarse. Con respecto a la
vulnerabilidad, no queda claro si las
puntuaciones elevadas obtenidas son
realmente equiparables a las de los
pacientes, es decir, si hay similitud
fenoménica con la población normal.
Salud, enfermedad, trastornos y
adaptación
Los conceptos de salud y de
enfermedad llevan implícita una
valoración de deseable o indeseable
que aparentemente los polariza. Sin
embargo, no es fácil separarlos con
nitidez ni es posible considerar la salud
de forma simplista como la ausencia de
enfermedad.
En el análisis del concepto de
enfermedad Luque y Villagrán25
observan diferentes posturas:
esencialista (lo morboso es una
realidad, una esencia que subyace y
debe descubrirse); nominalista (entidad
funcional y relacional, no real; influyen
componentes fisiológicos, cons-
titucionales y contextúales; por tanto,
etiológi-camente multifactorial);
subjetiva (la concepción de la
enfermedad queda limitada si no se
conciben los síntomas subjetivos y el
significado que el paciente da a sus
síntomas); lesio-nal (la enfermedad
implica una anomalía física
demostrable); la alternativa estadística
(o de desviaciones de una distribución
normal), y la construcción social de la
enfermedad (un c:: cepto generado por
la sociedad, sus expecur-vas y el papel
del enfermo).
El problema de la postura
esencialista u a tológica es que
confunde la esencia de la en:; medad
con su causa y la cosifica. No explka
por qué un mismo agente da lugar a dos
enfermedades distintas y una de sus
consecuencias es que algunos
tratamientos afectan tambie
organismo. En el caso del
nominalismo, la ; ficultad procede de la
necesidad de superar tu mero conjunto
de fenómenos clínicos, dado que no
llega a la enfermedad como objeto real
(puede no progresar en su estudio). En
la visió» subjetiva se entiende que la
medicina es ala» más que una biología
aplicada en la que tambisx interviene el
paciente; ello supone que la
enfet-medad y la salud pueden llegar a
definirse es clave de disfunción (como
recoge excele: : mente Avia26
). En
cuanto a la enfermedad come lesión,
esencia del paradigma (bio)média .
dificultad reside en establecer límites
entre m normal y lo patológico, entre
los niveles de gravedad, en la
consideración de las enfermedades,
que todavía carecen de un origen
definido o en la factibilidad de la
participación de más de a» factor
causal. En el caso de la definición
desck la estadística, se alude más a las
consecuencias que a la etiología o la
lesión, detectando ce viaciones que no
son necesariamente perjudiciales u
otras que sí lo son pero también so»
muy comunes (por ejemplo, el
incremento de azúcar en sangre con la
edad). Finalmente, k concepción social
de la enfermedad y de la salud subraya
la arbitrariedad de la división entre
ambas, lo que puede verificarse cuando
las conc _. tas desviadas se prejuzgan
como enfermed.
26
Avia, M. D. (1993). Hipocondría.
Barcelona ü tínez Roca.
© Ediciones
Pirana»
25
Luque, R. y Villagrán, J. M. (2000). Conceptos de salud y
enfermedad en psicopatologia. En R. Luque y J. M. Villagrán,
psicopatologia descriptiva: nuevas tendencias (pp. 19-38). Madrid:
Trotta.
Conceptualization de la psicopatologia corno ciencia básica I 28
La posición se vuelve radical cuando
se propone que no existen la
enfermedad o la salud hasta que cada
sociedad no establezca sus diferencias.
La OMS propone una definición de
salud basada en la presencia de
bienestar (físico, social y mental) y de
adaptación pero, de forma
radicalizada, podría cuestionarse
entonces si hay alguien que no esté
enfermo. Por tanto, es difícil hablar de
salud en términos absolutos, más bien,
señalan estos autores, se trata de un
estado de equilibrio dinámico y
fluctuante en el que se incluyen los
estados pasajeros de enfermedad,
incluso los no constatados por el indi-i
iduo27
(p. 22).
En consecuencia, salud y
enfermedad no son conceptos
simétricos; la salud representa más
bien un ideal referido a la autonomía
personal, a la falta de restricciones
físicas o psicológicas. En último
término, la salud mental
p lica un equilibrio entre variables
biológicas, ^lógicas y sociales; supone
habilidad para adaptarse a las
demandas internas y externas ie
cambio, para llevar a cabo una
constante ¿titoactualización, con
autonomía funcional, control de la
realidad, autoeficacia y recursos
afrontamiento personales y
sociales28
-29
. Con dio no sólo se refleja
la consideración de toda ogía como
necesariamente multifactorial ano
idéntica repercusión para un diseño de
in-aenención.
Conviene en este punto revisar algunas
ideas - _e >e han ido desgranando y
que pueden ayudar a recapitular
contenidos a propósito de los .rios de
análisis de la psicopatología. Por
- -que, R. y Villagrán, J. M. (2000). Conceptos
ár alud y enfermedad en psicopatología. En R.
Luque M Villagrán, psicopatología descriptiva:
nuevas Ȇ'-..:< ipp. 19-38). Madrid: Trotta.
-' Belloch, A. y Olabarría, B. (1993). El modelo
fc»-pHCo-social: Un marco de referencia
necesario para . Slogo clínico. Clínica y salud, 4,
181-190.
ejemplo, se ha señalado que esta
ciencia estudia el fenómeno anormal o
inusual, lo que no indica, en todos los
casos, algo psicopatológi-co (por
ejemplo, una ausencia mental). Pero
uno de los intereses de la
psicopatología, como no puede ser de
otra manera, se refiere a las formas y
contenidos estrictamente
psicopato-lógicos y que abarcan desde
las disfunciones transitorias hasta los
síndromes (dimensiones de estudio
más o menos regulares y estables, por
ejemplo las crisis de angustia). Por
tanto, esta área psicopatológica no
indica necesariamente, o no en todos
los casos, que se carezca de salud
mental (por ejemplo, las manifesta-
ciones alteradas presentes en un
proceso de duelo). Este es, desde
luego, el punto más con-flictivo en el
que también se ubican los trastornos (y
las enfermedades), síndromes
definidos, supuestamente, por una
etiología, un malestar o deterioro
significativo (es decir, con signifi-
cación clínica), un curso, un pronóstico
y un tratamiento concretos. Como se
señaló en los comienzos de este
capítulo no está el trastorno (o la
enfermedad) en el punto de mira de la
psicopatología aunque, también y de
forma inevitable, se hace referencia al
mismo dado que esta ciencia no puede
permanecer ajena a las aplicaciones
que se llevan a cabo con relación a su
objeto de estudio en el ámbito de la
clasificación y el diagnóstico.
Resulta llamativo, en cualquier
caso, que no haya una definición
precisa y definitiva de trastorno. En
este sentido, Spitzer30
resalta que más
bien hay ideas vagas acerca de lo que
es o no un trastorno (vg. esquizofrenia
versus due-
29
Sandín, B. (2003). El estrés: un análisis
basado
en el papel de los factores sociales. Revista
internacional
de psicología clínica y de la salud/international
Journal
of Clinical and Health Psychology, 3, 141-157.
30
Spitzer, R. L. (1999). Harmful Dysfunction
and
the DSM Definition of Mental Disorder. Journal
of Ab-
normal Psychology, 108, 430-432.
CAocaes Pirámide
Conceptualización de la psicopatología como ciencia básica I 29
lo). Sabemos que hay trastornos que no
conllevan una alteración neurológica
sino más bien significados
representativos, pero no es el caso de
otras manifestaciones patológicas31
.
El diagnóstico médico se ha basado
tradi-cionalmente en una progresión:
síntomas, síndromes, enfermedades
(diagnósticos anatómicos) y, por fin, la
etiología (que se basa en las causas, no
en los síntomas). Sin embargo, en el
ámbito de la salud mental, los
diagnósticos fundamentados en los dos
últimos pasos son de aplicación muy
limitada. El concepto de trastorno
surge para equiparar el diagnóstico al
de enfermedad: síndrome o grupo de
síntomas que covarían y desde el que se
realiza un diagnóstico empírico que
orienta de forma práctica la
intervención32
. Sin embargo, la
definición del trastorno a partir del
diagnóstico sindrómi-co resulta
insuficiente porque no permite sepa-
rarlo de los síntomas que igualmente se
aprecian, por ejemplo, como resultado
de problemas cotidianos o de la
exposición a situaciones de estrés. Por
este motivo un elemento diferencia-dor
del trastorno es que incluye
significación clínica (malestar,
discapacidad o deterioro en una o más
áreas de funcionamiento) y la exclu-
sión de la característica del «contexto
social» (que apela al concepto y
proceso de reacción).
Aun así, numerosas evidencias han
contrariado incluso la supuesta
demarcación cristalina entre los límites
de los trastornos y las respuestas
homeostáticas o de adaptación33
. En
este contexto emerge la propuesta de
disfunción dañina de Wakefield para
concretar lo que es un trastorno.
Este autor observó las insuficiencias
de los que aludían de forma estricta a la
enfermedad, aunque no pudiera
comprobarse (reduccionis-mo
biologicista), y los que la negaban para
el estudio de la salud mental (vg.
Szasz). Aplicando el criterio
estadístico antes mencionado, hay
desviaciones desde un punto de vista
físico (medir 2 metros) que no son
trastornos: afecciones (por ejemplo
tener caries) muy frecuentes, y que por
tanto no se desvían de lo que se espera
en la población, pero que se consideran
enfermedades, e incluso lesiones (una
verruga en un dedo),
consecuentemente anormalidades pero
que, si no son nocivas, es decir, si no
ocasionan un perjuicio claro, no se
consideran trastornos (o una
enfermedad) sino problemas.
En resumidas cuentas, hacer alusión
a las lesiones físicas como criterio de
un trastorno (enfermedad) puede
resultar problemático I e inexacto). En
un sentido comportamental hay
conductas desviadas de la norma que
pueden ser frecuentes, como la
descortesía, o comportamientos
dañinos, como la mala intención, pero
no son trastornos; de hecho, los
llamados códigos Z recogen
situaciones o sucesos dañinos que no
se consideran trastornos. La definición
de trastorno a partir de la disfunción
dañinl abarca tanto el plano físico
como el psicol gico y se fundamenta en
un criterio objet y explicativo: no es
posible el desempeño de una función
(corporal o mental) para la que
en psiquiatría. En K. A. Phillips, M. B. First y H
-Pincus, Avances en el DSM. Dilemas en el
diagnósr.:: psiquiátrico (pp. 1-22). Barcelona:
Masson (original ex inglés, 2003).
33
Widiger, T. A. y Clark, L. A. (2000). Tow
mi DSM-V and the Classification of
Psychopatholog t chological Bulletin, 126,
946-963.
© Ediciones
PiriaM
31
Wakefield, J. C. y First, M. B. (2005). Clarificación
de la distinción entre lo que es y no es trastorno: afron-
tamiento del problema del sobrediagnóstico (falsos po-
sitivos) en el DSM-V. En K. A. Phillips, M. B. First y H.
A. Pincus, Avances en el DSM. Dilemas en el diagnós-
tico psiquiátrico (pp. 23-55). Barcelona: Masson (origi-
nal en inglés, 2003).
32
Caine, E. D. (2005). Determinación de las causas
30 / Manual de psicopatologia general
está diseñada por selección natural.
Requiere también un criterio de valor o
subjetivo, el daño, que se refiere al
perjuicio o privación que ocasiona el
componente citado34
. Por ejemplo, un
fallo cardíaco es una disfunción porque
fracasa la tarea natural de este órgano y
se identifica como trastorno porque es
perjudicial para el individuo. La
psicopatía representaría una disfunción
en cuanto a la capacidad de seguir unas
normas sociales, éticas, así como de
sentir empatia hacia los otros; resulta
dañina, fundamentalmente, por las
consecuencias de este patrón de
comportamiento hacia los demás. En
suma, Wakefield subraya que los
criterios sintomáticos son insuficientes
para considerar un trastorno; se indica
como tal cuando una función diseñada
por selección natural no puede
desplegarse ante condiciones externas
adecuadas para que pueda tener lugar
(lo que supone analizar
cuidadosamente la relación contexto y
síntomas). Sin embargo, tenemos
escasos conocimientos acerca del pro-
ceso de evolución sobre los síntomas
psicopa-tológicos; a pesar de los
esfuerzos de Wakefield, resulta ardua
la separación de ciertos trastornos
frente a las respuestas adaptativas, y
hay ciertas habilidades (como la
lectura) que son de adquisición muy
reciente en la especie humana como
para considerarlas producto de la
selección natural.
De forma resumida, con un criterio
diferente del anterior y muy extendido
en el ámbito de la psiquiatría, se
diferencia las verdaderas en-
fermedades mentales (como las
psicosis o las demencias) del resto de
las (psico)patologías o trastornos
psíquicos (las clásicas neurosis) que
escaparían al criterio somático. En un
tercer grupo, las alteraciones de la
personalidad vendrían caracterizadas
por sus rasgos peculiares, no por los
síntomas, como los anteriores grupos.
1.3. PARADIGMAS
EN PSICOPATOLOGÍA
Anteriormente se ha hecho alusión a
los criterios o propiedades del estudio
en psicopatología; sin embargo,
probablemente por la complejidad del
objeto de estudio, tal vez también
porque esta ciencia no se ha
desplegado todavía de forma
definitiva, lo cierto es que no hay
unidad en las perspectivas que abordan
y contribuyen a su crecimiento.
El concepto de modelo puede
aplicarse de forma genérica a una
escuela o corriente de estudio en una
disciplina (por ejemplo, modelo
freudiano), como un análogo que luego
es extrapolado (por ejemplo, modelo
animal, modelo de condicionamiento)
o como un paradigma, esto es, una
manera de dirigirse a un objeto de
estudio incluyendo una metodología
específica. Se ha preferido manejar el
concepto de paradigma en lugar de
modelo, a veces utilizados de modo
intercambiable, porque dentro de cada
una de estas perspectivas se emplean
diversos modelos o análogos para
describir alguna parte de la realidad.
Por ejemplo, dentro de la perspectiva
cognitiva puede hacerse alusión al
modelo co-nexionista o al modelo
computacional; o, en el paradigma
biológico, se puede aludir al modelo de
la cascada amiloide para la enfermedad
de Alzheimer o al modelo
dopaminérgico de la esquizofrenia. En
el sentido que se ha descrito para el
paradigma, se ha de entender que la
aplicación de sus diferentes modelos
son descripciones acerca de la realidad
y aproximaciones a ella
34
Wakefield, J. C. (1999). Evolutionary Versus Prototype
Analyses of the Concept of Disorder. Journal of Abnormal
Psychology, 108, 374-399.
O Ediciones Pirámide
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  • 1. PEDRO J. MESA CID JUAN F. RODRÍGUEZ TESTAL PROFESORES TITULARES DE PSICOPATOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA MANUAL DE PSICOPATOLOGÍA GENERAL EDICIONES PIRAMID
  • 2. 2 / Prefacio Prefacio ios elaborado este manual con el propó-de iniciar en la psicopatología no sólo a los os que cursan esta materia en las facul-¡ psicología, sino también a los estudian-de medicina en sus programas de psiquiatría .: : ecología médica (o medicina psicosocial, ? ahora se llama en algunos planes de es-orno parte esencial de su formación. En :ta justicia, debemos reconocer que se tra-. resultado de muchos años de trabajo con . liantes y licenciados a través de la docencia » ¿el diálogo (¡aunque no siempre ni estricta-:e de diálogo científico!), pero también de - .;r.o> años de trabajo con los pacientes. • _:estra pretensión es que este manual de . : patología general sirva como introducción .rundo volumen de fundamentos de psicología clínica, pues para conocer los sín-r.e> y los trastornos hay que conocer presente las manifestaciones particulares de modos de padecer en el plano psicológico, r. los signos y los síntomas, las vivencias -males y patológicas que los pacientes re-: i-±?. en la clínica. ; e entenderá mejor este planteamiento si unos al ejemplo de la tradición docente en ::cina, por ser un campo afín. La patología ■ral siempre ha constituido el estudio de r< elementos comunes a todas las enfermedades y a los diferentes órganos, mientras que la patología clínica ha significado la aplicación de aquellos conocimientos generales y comunes a la solución de los problemas clínicos particulares de cada enfermo. Por tanto, al igual que los estudiantes de medicina no pueden entender síndromes como el tifus exantemático o la leucoeritroblastosis sin saber antes, respectivamente, qué es la fiebre tifoidea o la mieloptisis, los estudiantes de . psicología no pueden entender síndromes y trastornos como el delírium, la esquizofrenia o el síndrome de Korsakov sin que sepan manejar previamente los conceptos de onirismo, eco del pensamiento o amnesia anterógrada, respectivamente. De aquí la necesidad de consolidar el estudio de la psicopatología general, pues, conociéndola, será más factible identifi- car en los pacientes sus vivencias alteradas, ya que el clínico, al no contar con ellas, no sabrá revelarlas en la exploración. Este enfoque obedece, precisamente, a que uno de los criterios actuales de la investigación en este campo es el de regirse por los síntomas clave de las distintas formas de conducta anormal y que son ampliamente compartidos por la comunidad científica —como son los conceptos de idea delirante, disociación o ansiedad—, lo cual permite otorgar a la psicopatología un Lz. -í> Pirámide
  • 3. rol unificador, así como una mayor clarificación en el análisis de los grandes síndromes o cuadros clínicos. Este primer volumen sobre fundamentos de psicopatología general se compone de una introducción sobre reflexiones en torno al desarrollo de la psicopatología como ciencia y diez capítulos generales. Nueve de ellos se dedican al estudio de los conceptos básicos de la Psicopatología general y a la descripción y explicación de las alteraciones de los procesos psicológicos y de la conducta, y el décimo trata sobre las bases cerebrales de la actividad mental y sus patologías más representativas. Se trata de una exposición de los temas que todo alumno que deba superar la materia está obligado a conocer, con descripciones conceptuales actualmente admisibles en el campo de la psicopatología y, particularmente, con todo aquello que de la psicopatología general resulta útil para nuestro ámbito de trabajo. Con respecto a la bibliografía, hemos tratado de no hacer de la lectura una sucesión agotadora de citas —dada la proliferación de referencias de todo tipo, mal habitual en nuestra disciplina, que no sólo hacen difícil la asimilación de un texto sino que se convierten en un verdadero ejercicio de paciencia— y, en su lugar, hemos incluido notas aclaratorias a pie de página siempre que nos ha parecido necesario para una mejor comprensión del texto. Al final de cada capítulo, hemos seleccionado una serie de lecturas recomendadas, aquellas que nos han parecido más interesantes y actuales y que pueden servir de complemento a sus res- pectivos contenidos. Finalmente, cabe decir, como autocrítica, que quizá hemos procedido en algunas cuestiones de manera simplificadora. Pero el lector debe comprender que describir y analizar el marco de la psicopatología general en un texto de fundamentos de la materia es como dibujar un mapa en una hoja de papel. Porque condensar tan vasta información en unas páginas causa el mismo efecto que el ejemplo del mapa: éste, al fin y al cabo, no es más que un esbozo, un bosquejo en el que posteriores descubrimientos pueden irse situando. Por tanto, si el contorno parece a veces confuso e indistinto, como habrá sucedido aquí en ocasiones, tal vez una visión posterior y ampliada de él lo haga más claro. Los AUTORES © Ediciones Pirámide
  • 4. 4 / Prefacio Introducción = 5 = .EXIONES ENTORNO _A PSICOPATOLOGÍA: IES DE LA METAFÍSICA f*lSTA EL MÉTODO EXPERIMENTAL « Qué es un psicopatólogo? Yo creo que es rrsona sorprendentemente rara, incluso - ¿el grupo en el cual se ha preparado du-j licenciatura y sus prácticas en un hos-que consume su tiempo estudiando las je explican los trastornos mentales y tra-. ? a los llamados enfermos psíquicos. Esta :JL refleja una situación muy diferente a la 7>ervamos, por ejemplo, en los estudiosos ^Biiolín, entre los cuales se podría decir que -uy extraños los que se parecen en virtuo-- : i Jehudi Menuhin, pero, eso sí, todos to-sl mismo instrumento que el genial Menu-aunque no lo hagan tan bien como él. Sin me parece que los psicopatólogos no - :ocan todos el mismo instrumento, sino ;unos tocan instrumentos que otros des- tzn y desacreditan! o, incluso, ¡instrumen-cuya existencia es desconocida para los res-: miembros del grupo! Así que ¿cómo car seriamente semejante paradoja?» - W orden: Questions about man 's attempt 'Stand himself. «Durante los dos o tres últimos decenios se ha producido una expansión considerable de las investigaciones científicas en psicopatolo-gía. Este desarrollo se ha debido, principalmente, a la aplicación seria de los principios de la psicología experimental a los problemas de la conducta anormal, así como a las innovaciones de la psicobiología.» B. A. Maher: Principios de psicopatología. EL PROBLEMA DE LA METÁFORA MUSICAL Estas dos citas describen el estado de la psicopatología: un pasado que todavía es, en muchos aspectos, presente y un presente con decidida vocación de futuro. Un estado que no difiere mucho —como era de esperar— del de sus ciencias aplicadas, la psicología clínica y la psiquiatría: los músicos no tocan el mismo instrumento y parece difícil que lleguen a formar una orquesta bien acoplada, porque ¿quién estaría dispuesto a ser su director? La confusión de lenguas, de ideas y de teorías es, aún hoy y en determinados ambientes, un hecho innegable: profesionales que trabajan ; • :~- P:rámide
  • 5. Introducción I 5 en el mismo campo pero que utilizan métodos y herramientas distintas y que hablan diferentes lenguajes. Naturalmente, no todo es cacofonía en este confuso panorama de la metáfora musical, pues en esta Babel contemporánea destacan algunos temas sobre los cuales empieza a percibirse, como refleja la segunda cita, una cierta armonía, una nueva y más útil perspectiva. Pero resulta cuando menos asombroso que, aún hoy, haya resistencias en determinados ámbitos respecto a cuál es su objeto de estudio: ¿es la enfermedad mental o la conducta anormal? Y, ya sea que aceptemos uno u otro, ¿cómo distinguir la anormalidad de la normalidad? En cualquier caso, estas cuestiones son prácticamente las mismas que han estado vigentes desde la más remota antigüedad, porque el interés por la psicopatología es un acontecimiento de naturaleza universal e intemporal. Es decir, ha interesado desde siempre a todas las culturas conocidas, razón por la cual todas poseen y han poseído un término, al menos, para designar e identificar lo que hoy llamamos en- fermedad mental o conducta anormal. Otra cosa es el asunto de la explicación de sus causas o, más bien, de las explicaciones, porque han sido muy diferentes según el Zeitgeist o tiempo histórico particular en que fueron concebidas, ya que de cultura a cultura y de época en época ha ido cambiando la respuesta a la pregunta: ¿por qué algunas personas manifiestan actos, ideas y sentimientos francamente irracionales, contrarios a la realidad compartida y que provocan sufrimiento tanto a ellos como a los que los rodean?1 . EL INTERÉS POR LA PSICOPATOLOGÍA O EL PROBLEMA DE COMPRENDER LO INCOMPRENSIBLE Si la filosofía tiene su origen, según Platón, en el asombro (pathós) ante el hecho que induce a filosofar, no es menos cierto que los hechos psicopatológicos producen idéntico o mayor asombro a quienes los observan, ya que la primera característica que los define es su rareza. Es más, el asombro se ve muchas veces superado para transformarse en fascinación, una fascinación no exenta de cierto temor e, incluso, por desgracia, de cierto morbo. Parece razonable que dichos sentimientos estén justificados, ya que los psicopatólogos estudian cosas fuera de lo común, como pensamientos ilógicos y conductas extrañas que producen sentimientos de malestar tanto a los propios interesados como a los que los rodean. Pero, y esto es también lo paradójico, pensamientos y conductas que se consideran clíni- camente anómalos se insertan en la cotidianei-dad, de manera que muchas veces la línea divisoria entre lo que la gente llama cordura y locura, normalidad y anormalidad, es tan fina, tan tenue, que resulta casi imposible de distinguir. Existen personas que prefieren subir diez pisos de escalera antes de soportar la experiencia de un viaje de veinte segundos en un ascensor. A otras les resulta imposible pasear a solas por la calle, ir a comprar a grandes almacenes o asistir a eventos en que se aglomeran grandes cantidades de personas. Los hay que desarrollan úlceras de estómago o problemas del tracto in- Alianza Editorial; el de Porter, R. (1989). Historia social de la locura. Barcelona: Crítica; o el de Hare, E. H. (2002). El origen de las enfermedades mentales. Madrid: Tria-castela (original en inglés, 1998). © Ediciones Pirámide 1 Para un estudio detallado acerca del desarrollo histórico de la psicopatología, puede resultar muy útil la lectura del libro de Rosen, G. (1974). Locura y sociedad. Sociología histórica de la enfermedad mental. Madrid:
  • 6. 6 / Introducción testinal sin que los médicos descubran causas físicas a sus dolencias. Y, por fin, algunos tienen que comprobar una y otra vez si han cerrado la llave del gas antes de salir de su casa o lavarse las manos tantas veces al día y con tanta intensidad que acaban por acudir al dermatólogo con heridas sangrantes. Así que en todos estos casos, cuando nos preguntan por qué, solemos responder: se trata de problemas psicológicos, ya saben, la ansiedad, el estrés, el modo en que les criaron los padres, temores irracionales, personalidades inseguras, inmaduras, desequilibradas... Pero si convenimos en aceptar el enfoque natural de los trastornos mentales, ¿debemos entender que cualquier «problema» o «desorden» mental es, en realidad, una enfermedad al igual que cualquier otra enfermedad del cuerpo? ¿Acaso no confundimos, con más frecuencia de lo que sería deseable, elevados motivos humanos basados en principios o modelos de vida o bien los hechos que configuran la «psicopatología de la ida cotidiana» con las formas más graves de psicopatología? ¿Es siempre adecuado el término «enfermedad» para referirlo a muchas de las conductas humanas que intentamos comprender? Para ilustrar estas dudas acerca de motivaciones, irracionalidad e intentos de comprender lo aparentemente incomprensible, recurramos al retrato que Platón hace de Sócrates (Fedón, 97-98 a. C), al cual presenta discutiendo en la cárcel mientras espera su ejecución tras haber preferido la muerte al exilio. Sus enemigos se preguntaban si estaba loco; sus amigos estaban perplejos y confundidos. Ni unos ni otros en- tendían la situación, es decir, aquella decisión «irracional» a todas luces. ¿Cómo podemos explicar que Sócrates dialogase con calma mientras esperaba la cicuta? Entonces, recordó a sus amigos el primer encuentro que tuvo con Anaxágoras. El esperaba que, tal como el gran maestro prometió, empezaría sin dilación a estudiar la «mente», la «psique», pero se desilusionó al oír al viejo filósofo renegar de la «mariposa etérea» para reivindicar, en cambio, el aire, el agua, el fuego y otras «excentricidades». Un pensador de este tipo, de acuerdo con la caricatura de Sócrates acerca de Anaxágoras, intentaría explicar la conducta en términos de biología del cerebro y física de los músculos y los huesos que permiten a un hombre estar sentado tranquilamente mientras espera al verdugo. Pero esta clase de explicación es, seguramente, la típica confusión de condiciones y causas. Sócrates permanecía en prisión porque él «eligió», en un acto de voluntad personal, guardar obediencia a las leyes de Atenas antes que atender a su supervivencia personal. Además, decidió que huir sería traicionar la misión filosófica a la que había consagrado su larga y fecunda vida: hacer que los hombres tomen sus decisiones guiados por principios éticos. He aquí cómo, para Sócrates, el intento de comprender la conducta humana fue primero y sobre todo una indagación de los motivos que la gente tiene para comportarse como lo hace. Así que había sido la «filosofía», casi encarnada en el mismo Sócrates, la causante de aquel callejón sin salida. ¿Es una locura morir para dar testimonio de un estilo de vida, de la vida interrogadora? Quizá, responde Platón, pero él enjuicia esta elección como un acto de testarudez, por supuesto no exenta de ironía y de refinada perversidad hacia la estulticia de sus contemporáneos, más que como una expresión de locura. Puede que esta y otras cuestiones similares sólo planteen un problema a los filósofos, que, según creencia muy extendida, «desconocen» los duros datos de la realidad. Sin embargo, también interesan a las personas prácticas, a ese tipo de personas que tratan de ayudar a los pacientes psíquicos, a los perturbados, a los 9 Ediciones Pirámide
  • 7. Introducción I 7 que cometen actos asombrosamente parecidos en su «irracionalidad» al de Sócrates. Este intencionado ejemplo puede servir para mostrar no sólo la complejidad y la sutileza de los motivos que subyacen en muchas de nuestras conductas y los errores que fácilmente pueden cometerse si se enfoca cualquier problema humano unilateralmente, porque lo más proba- ble es que se obtenga, como dicen los estadísticos, un sesgo en los resultados, sino también la disparidad de explicaciones que pueden ofrecerse según el punto de vista del observador del fenómeno. ¿QUÉ CLASE DE ENFERMEDAD ES LA «ENFERMEDAD MENTAL»? A propósito de las «preferencias» de Sócrates, si se defiende el concepto de enfermedad como objeto de estudio científico de la psico-patología, entonces ¿qué clase de enfermedad es la enfermedad mental? Porque algunos han llegado a sugerir, en concreto el mismo Freud, que una persona histérica «prefiere» (¡también!) sufrir un dolor antes que afrontar las desilusiones de la vida diaria, al igual que otros psicoanalistas han llegado a afirmar que muchos esquizofrénicos, en cierto sentido, «prefieren» (una vez más) la alienación a las posibles con- secuencias de sus sentimientos: conducta suicida, homicida o cualquier otro tipo de desintegración de la personalidad. Pero un psicopatólogo que postulase la idea de que los trastornos mentales están causados por algún tipo de desorden químico del cerebro —teoría que gana puntos en la actualidad a pa- sos agigantados, al menos para ciertos tipos de psicopatología— podría argumentar que resulta cruel y anticientífico decir que estos pacientes se «ven obligados a volverse enfermos mentales», ya que sería como decir que un minusvá-lido tiene que «elegir» una distrofia muscular antes que aceptar ciertas consecuencias desagradables de su vida. Este último argumento deriva del hecho de que el concepto de «enfermedad mental» es una consecuencia de la aplicación del modelo médico para explicar y tratar las patologías mentales. Por tanto, tiene su lógica que si el modelo médico elabora el concepto de enfermedad como objeto de estudio para designar cualquier patología corporal, al asumir las patologías psíquicas como parte de su cuerpo de conocimientos y en cuanto exclusiva responsabilidad de sus tratamientos, ha de ampliar el concepto al de enfermedad mental. Además, este planteamiento, que cobra mayor fuerza sobre todo desde el siglo xvm, cumplió una importante misión histórica: sustituir a los enfoques basados en criterios morales o sobrenaturales para explicar la psicopatología humana por otros más cercanos a postulados científicos y humanitarios, con lo que se logró, ante todo, dignificar la figura de los llamados locos o lunáticos y, posteriormente, sobre todo con los avances de la psicofarmacología y de la psicoterapia en los últimos treinta años, contribuir por vez primera en la historia a paliar con más efectividad el sufrimiento de muchos pacientes. Pero también es cierto que en estos «últimos treinta años» los estudiosos de la psicopatología2 han podido constatar ciertas observaciones diferentes niveles sociales dentro de dichas culturas. El primer tipo de estudio adopta un punto de vista diacró-nico o longitudinal (ayer y hoy), y el segundo, sincrónico o transversal (hoy), aunque es muy frecuente asociar ambos enfoques desde una perspectiva más global. © Ediciones Pirámide 2 En concreto, los especialistas en estudios transhis-tóricos y transculturales, que se dedican a realizar investigaciones comparadas entre diferentes épocas históricas (por ejemplo, la sociedad del siglo xix con la actual) y entre grupos humanos de diferentes culturas e incluso de
  • 8. Introducción 1 X 7 más bien inquietantes que les han obligado a plantearse serias dudas acerca del sagrado concepto de «enfermedad mental», en especial es- tas dos: 1. Las formas patológicas de conducta han ido cambiando de expresión y de frecuencia a lo largo de la historia. 2. La expresión clínica de muchas de estas formas patológicas de conducta es cualitativamente distinta de unos grupos humanos a otros, tanto en su sintomatologia como en su evolución. O sea, que: 1. Hoy se observan algunas «enfermedades mentales» que antes no se observaban. 2. Hoy se observan algunas «enfermedades mentales» que, en ciertos aspectos, parecen ser idénticas a las que se observaban antes pero que también pre- sentan ciertos aspectos (síntomas) diferentes. 3. Hoy se observan algunas «enfermedades mentales» en su distribución en la población general más que antes, y otras, por el contrario, menos que antes. 4. Hoy sabemos que muchas formas de «enfermedad mental» también cambian en su aspecto (síntomas) y en su modo de evolucionar en el tiempo según se presenten en individuos que vivan en España o en Japón, en Noruega o en Zaire. Dichas observaciones permiten extraer, al menos, tres conclusiones: 1. Que el fenómeno conocido como «enfermedad» no es un acontecimiento intemporal, sino histórico, es decir, que se trata de un proceso dinámico con-sustancialmente unido a la naturaleza de la especie, caracterizándose dicha naturaleza, entre otras dimensiones, por la plasticidad o capacidad para intentar adaptarse a los cambios. 2. Que no existe una sola enfermedad que sea únicamente un acontecimiento biológico, sino que todas son, en parte, hechos socioculturales3 . 3. Que cuanto mayor es la influencia causal de los factores biológicos, mayor estabilidad histórica tienen las enfer- medades, y menor estabilidad histórica cuanto mayor es la influencia causal de los factores psicosociales. En este sentido, cada vez resulta más indefendible la idea acerca de que las enfermedades, tal como hoy las conocemos, han acompañado al hombre desde sus orígenes y seguirán haciéndolo, incluso para la viruela, una enfermedad felizmente erradicada (quizá la única), pero que tampoco parece haber estado presente desde el inicio de la especie humana. Las enfermedades infecciosas aparecen siempre que se altera el equilibrio ecobiológico al que había logrado adaptarse un determinado germen, y todas las grandes enfermedades epidémicas han seguido esta constante, desde la peste bubónica, que se transmitió de las marmotas de los desiertos del Asia Central al hombre cuando empezó a comerciar con sus pieles, hasta el sida, cuyo contagio se inicia por el consumo humano de carne de ciertas especies de psiquiatría. Madrid: McGraw-Hill. Véase también el planteamiento de Guimón, J. (2002). Clínica psiquiátrica relaciona!. Madrid: Core Academic. G Ediciones Pirámide 3 Para ampliar datos sobre este interesante asunto, puede consultarse a Gracia, D. y Lázaro, J. (1992). Historia de la Psiquiatría. En Ayuso, J. L. y Salvador, L. Manual
  • 9. Introducción I 9 de simios que portan el virus pero que no sufren la enfermedad en virtud de otra mutación que les protege. Las autopistas para la propagación de las grandes enfermedades epidémicas han sido las rutas comerciales y militares, tanto para la viruela como para la sífilis, así que la humanidad, más o menos conscientemente, ha jugado desde siempre el peligroso juego del contagio mutuo. La tercera conclusión que señalaba el diferente peso de los factores biológicos y psicoso-ciales en el desarrollo de las enfermedades y su mayor o menor estabilidad en el tiempo puede explicar, por ejemplo, que ciertos procesos, como la epilepsia o la depresión endógena (melancolía), la primera determinada por una disfunción cerebral y la segunda por una presumible transmisión hereditaria, estén descritos en textos muy antiguos de diversas civilizaciones, como la egipcia, la asiría, la griega o la india. Sin embargo, los trastornos que actualmente se conocen como neurosis, cuyo núcleo es la ansiedad y en las que tienen un mayor peso causal los factores psico-sociales, raramente se encuentran descritos en esos mismos textos, salvo la histeria, sobre todo en su forma clásica de crisis psicomotora y que hoy apenas se ve. Incluso la idea de que la esquizofrenia es una enfermedad mental que siempre habría existido se ha empezado a criticar recientemente, entre otras cosas porque resulta sorprendente su ausencia de los textos anteriores al siglo xix, llegándose a plantear la hipótesis de que su aparición es muy reciente y que su causa puede ser un virus de acción lenta. En cualquier caso, lo que sí parece indiscutible es la acción más o menos directa del funcionamiento alterado de ciertos neurotransmisores cerebrales y de la migración neuronal en su origen. Pero más allá de la discusión sobre sus causas, ni siquiera la esquizofrenia ha permanecido inmutable a lo largo de la historia en su expresividad clínica. Así, mientras que a principios del siglo xx la forma más frecuente era la catatónica, hoy es una rareza. Pero hace un momento decíamos que cada vez resulta más indefendible la idea acerca de que las enfermedades han acompañado al hombre desde sus orígenes, o por lo menos tal como hoy las conocemos. Con respecto a la esquizofrenia, cabría preguntarse: ¿habrá mutado la esquizofrenia, tal como hoy la conocemos, a partir de otros procesos patológicos ya existen- tes y con distinta expresividad clínica? Veamos, en primer lugar, algunos datos aportados por las investigaciones transhistóricas y transculturales sobre la esquizofrenia. En contra de la errónea creencia mantenida entre las décadas de 1930 y 1950 acerca de que la esquizofrenia era una enfermedad mental propia del mundo occidental y extremadamente rara en culturas que no hubiesen tenido contacto con occidentales, hoy existe la certeza de que no se halla ausente en ninguna cultura, ni siquiera en las que no están expuestas a los procesos de aculturación4 . Ahora bien, los resultados de la mayor parte de las investigaciones comparadas acerca de la sintomatología esquizofrénica entre grupos culturales diferentes permiten afirmar: 1. Que la estructura fundamental de la esquizofrenia es siempre la misma, el déficit de la actividad o del control del yo, que consiste en la percepción de fenó- una incidencia constante que se estima en el 1 por 100. Ambas afirmaciones pueden cuestionarse; véase: Read. J., Mosher, L. R. y Bentall, R. P. (2006). Modelos de locura. Barcelona: Herder (original en inglés, 2004). €> Ediciones Pirámide 4 El argumento de la etiología fisiológica de la esquizofrenia también se ha fundamentado precisamente en el hecho de que aparece en todas las culturas (¡aunque no se corroboró con una muestra de 3.000 melanesios!) y con
  • 10. 10 / Introducción menos psicológicos extraños y nuevos para el paciente, como el control, el eco o el robo del propio pensamiento, que se experimentan como impuestos desde fuera por medio de algún poder mágico o tecnológico en el contexto de un delirio, observándose en esquizofrénicos de todas las culturas. 2. Que los cambios afectan a la expresión de las formas clínicas y a ciertos rasgos específicos de cada una de ellas. Por ejemplo, el tipo de esquizofrenia clásicamente conocido como hebefrenia (hoy esquizofrenia desorganizada), que consiste en una alteración básica de la afectividad, es mucho más frecuente entre asiáticos y africanos, así como en general en todas las culturas poco evo- lucionadas. En cambio, entre nosotros predomina el tipo paranoide, cuyo rasgo distintivo es un delirio de persecución. Otras diferencias interculturales en la es---izofrenia son las siguientes: 1. En los países asiáticos o africanos, y en general en las culturas menos evolucionadas, abundan las esquizofrenias de comienzo agudo, con síntomas de confusión o perplejidad y apariencia histeroi-de o histérica, las alucinaciones visuales y táctiles y los delirios de temática mágica o religiosa. 2. Entre los occidentales abundan las formas de comienzo lento con síntomas poco llamativos, los delirios muy elaborados so- bre temáticas tecnológicas, hipocondríacas o, como ya dijimos, persecutorias, así como las alucinaciones auditivas, presumiblemente porque el pensamiento abstracto se encuentra aquí mucho más ex- tendido y dichos fenómenos requieren su actividad. Como acertadamente señaló Alonso-Fernández5 , parece como si la magia del mundo esquizofrénico afroasiático tomase entre nosotros la forma racional de la técnica y la hipo- condría. Pero he aquí otro dato curioso: en Ghana (África) los indígenas que padecen esquizofrenia suelen manifestar delirios sobre vivencias de influencias externas que quieren controlar su mente y su cuerpo, pero mientras que en Ghana del norte abundan los temas delirantes relativos a demonios y otros seres maléficos, en el sur del país, un territorio más occi-dentalizado por el proceso colonial, los delirios de los indígenas esquizofrénicos suelen referirse a medios tecnológicos, como la radio, la televisión o la misma electricidad, es decir, los delirios del «hombre blanco»6 . En cuanto a la histeria, en su forma clásica de crisis con pseudoconvulsiones (o pseudocri-sis) remedando a la epilepsia, o en sus formas parciales con síntomas de ceguera o de parálisis funcionales, siempre ha sido más frecuente en mujeres y, por regla general, en personalidades inmaduras o primitivas y muy sugestionables, en culturas poco evolucionadas y, entre nosotros, en poblaciones más rurales que indus- triales y más en el sur que en el norte. También se observó mucho más en la Primera Guerra Mundial (primera causa de baja en combate después de las heridas) que en la Segunda (du- moldeada socioculturalmente. Puede profundizarse en: Rossi Monti, M. y Stanghellini, G. (1993). Influencing and being Influenced: The Other Side of«Bizarre Delu-sions». Psychopathology, 26, 159-164. 5 Alonso-Fernández, F. (1978). Formas actuales de neurosis. Madrid: Paz Montalvo. 6 Se trata de la clásica distinción jaspersiana entre forma y contenido: mientras que la forma (el proceso esquizofrénico) es común, la temática delirante viene © Ediciones Pirámide
  • 11. Introducción I 11 rante la cual la primera causa de baja psicológica fue la depresión). Pero esta extraña forma de patología mental, centro de interés de todos los grandes autores antes y después de Freud, hoy es muy poco frecuente en su forma más completa (la categoría diagnóstica actual es el trastorno de somatiza-ción). De hecho, cabe decir que la histeria no es que haya desaparecido, sino que se ha desdra- matizado, que ha perdido su carácter histriónico, teatral, y se ha metamorfoseado en un amplio conjunto de síntomas vagos y poco espectaculares. Pero, aún así, se mantiene su distribución epidemiológica tanto en lo geográfico como en las diferencias de género y de personalidad. No cabe duda de que la histeria es una de las formas más primitivas de comunicación de conflictos o de circunstancias que no son aceptables para el individuo. Y puede que, por esta misma razón, sea una especie de comunicación «mágica» de carácter no verbal. Pero para ello se necesita disponer de un sistema de creencias congruente con el pensamiento mágico y una capacidad de comunicación no verbal muy desarrollada, algo que nuestra actual sociedad occidental, con sus parámetros tecnológicos y su feroz individualismo, ha perdido al deterio- rarse notablemente el hábito de la comunicación interpersonal, sea por la palabra o por el gesto. Este puede ser el principal motivo7 por el que los síntomas histéricos clásicos se ven enmascarados por síntomas predominantemente viscera- les y psicosomáticos, síntomas que afectan a los órganos internos y que se expresan como soma-tizaciones de los conflictos personales que necesitan una «solución de compromiso»: ser expresados para que los demás tomen consciencia de ello y, al mismo tiempo, para aliviar la ansiedad y el malestar general que provocan al paciente. Después de lo dicho, ¿qué clase de enfermedad es la «enfermedad mental»? ¿Cómo es posible aprehender su naturaleza sin estar mínimamente seguros de sus causas? ¿Cómo se pueden definir sus límites si la influencia de los factores socioculturales va cambiando su apariencia con enorme rapidez en cortos períodos de tiempo0 En realidad, el concepto de «enfermedad no es más que un constructo teórico, es decir, una abstracción. Pero la realidad clínica no presenta abstracciones, sino «enfermos», y lo que está comprometido en cada enfermo es su propio ser (esencia, naturaleza, modo de existir de cada uno). Por eso, al cambiar el hombre o el ser del hombre, sus expectativas, sus ideologías, sus horizontes, sus intereses, también cambian las enfermedades. Por eso, también, su aparente solidez como concepto «mesiánico» y su contribución al desarrollo de la psicopatología no han podido resistir el peso de algunas críticas, como la que señala que su uso y su abuso in extenso promocionan una actitud pesimista con respecto a los tratamientos de los pacientes y al pronóstico o la que hace referencia al impacto negativo que tiene sobre la autopercepción del paciente, la imagen proyectada como tal y sus probables consecuencias so- ciales. Pero quizá la más importante se haya centrado en la llamada esterilidad de la pauta patológica, esto es, en la incapacidad de m< siglo de intensa investigación para sustancióla presunción de que todos los desórdenes m - mismo sentido resulta intrigante, remontándonos a ñn¿-les del siglo xix y principios del siglo xx, que las manifestaciones pseudoneurológicas de la histeria que b aprecian raramente se dieran en la época de mayor desarrollo y esplendor de la neurología. © Ediciones Pu-?—1,3? 7 Pero no el único motivo. Parece que el conocimiento de la población general acerca de la naturaleza de este fenómeno a través de los medios de información y la negativa percepción social del término«histérico/a», como insulto, son también factores importantes a tener en cuenta para la explicación de esta patomorfosis. En este
  • 12. 12 / Introducción tales se originan siempre por acción directa de _ gún agente patógeno neuroquímico o neuro-siológico. Pero esto no tiene mucha impor-mcia, dicen algunos, porque la confirmación de dicha hipótesis es sólo una cuestión de tiempo y de trabajo de laboratorio. De hecho, este enfoque de la psicopatología lo ha triunfado, como cabría esperar, en cier-:os desórdenes caracterizados por groseros de-: retos neurológicos o por alteraciones bioquímicas del cerebro, que anteriormente eran mal diagnosticados como trastornos meramente psi-. ógicos y atribuidos a causas ambientales intrapsíquicas, dependiendo, una vez más, del enfoque doctrinal de turno. Pero el modelo médico es menos efectivo en su capacidad explicativa totalizadora frente al resto de la psicopatología mayor o menor, que. por otra parte, es la inmensa mayoría epidemiológicamente hablando, con independencia de su forma de presentación y causas. Así pues, hoy resulta indefendible su aplica-. n general a todas las formas de psicopatolo-| pues sólo puede explicar con pleno rigor los desórdenes mentales con causa corporal o cerebral conocida, como ciertos procesos tóxicos o -recelosos que afectan al sistema nervioso central, o los deterioros cerebrales que conocemos . mo demencias, así como aquellos en los que liste una clara influencia genética; y también puede explicar, aunque parcialmente, algunos üpos de psicosis, un campo más complejo en el que la interacción de factores somáticos y psí- - .icos es evidente, aunque con distinto peso cgún las formas clínicas que se aborden. En este sentido, cabe recordar que un modelo teórico, cualquiera que sea, siempre supone una mera aproximación a la realidad, no la explicación de la realidad, por lo que puede coexistir con otros modelos diferentes que intenten aprehender el mismo fenómeno. Parece que la postura más razonable en la actualidad, desde un enfoque epistemológico, es la que plantea que el modelo médico aplicado a la psicopatología y su concepto central, la enfermedad, es definitivo en algunos casos, ineficaz en otros y, en fin, complementario con otros modelos explicativos según las necesidades en cuanto a la generalidad de los casos. A la postre ésta viene a ser la actitud más sensata y productiva, dado que hoy se reconoce que las causas de la mayoría de los trastornos severos y moderados de la conducta son múltiples y variadas, debiendo ser contempladas desde un enfoque multifactorial. Por todo ello, uno de los planteamientos más novedosos de la psicopatología ha consistido en rechazar el concepto de «enfermedad mental» como término genérico para designar cualquier tipo de alteración psicológica. De hecho, las reciente ediciones del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales o DSM (auspiciado por la Asociación Americana de Psiquiatría), y de su equivalente europeo, aprobado por la Organización Mundial de la Salud (CIE 10, capítulo F-V, trastornos men- tales y del comportamiento), han optado por sustituirlo por el más aséptico de «trastorno». Aun aceptando que no es un término preciso, sí puede usarse más genéricamente que aquél para señalar la presencia de un comportamiento o de un grupo de síntomas identificables en la práctica clínica, que en la mayoría de los casos se acompañan de malestar o interfieren en la actividad de un individuo. Además, tiene la ventaja de estar desprovisto de implicaciones teóricas de manera que no pueda identificársele con ninguna escuela o modelo explicativo concretos. LA NECESIDAD DE MODELOS EXPLICATIVOS INTEGRADORES EN PSICOPATOLOGÍA Son muchos los que opinan que, para explicar los fenómenos psicopatológicos y sus I Ediciones Pirámide
  • 13. 22 / Introducción causas, existe una inflación de modelos teóricos, que además adolecen, por lo general, de una inquietante falta de comunicación. Éste es el motivo por el que una de las tareas más importantes en el campo de la psicopatología consiste en buscar una convergencia integradora. Pero aún llevará tiempo conseguirla, sobre todo por ciertas resistencias basadas en posturas dogmáticas. El estado actual del conflicto representa, como han señalado Price8 o el mismo Kuhn9 , una etapa bien definida en el desarrollo de cualquier ciencia; dicha etapa de diversidad antagónica de criterios caracteriza el primer estadio de una disciplina que aspira a convertirse en ciencia de hecho. Según este planteamiento, la ciencia no es una mera acumulación de hechos o de experiencias, sino que su historia consta de períodos de «ciencia normal», en los cuales predominan y rigen nuestra forma de ver el mundo una o dos concepciones a lo sumo: así, las teorías geocéntrica y heliocéntrica de Pto-lomeo y Copérnico, respectivamente, en astronomía. Toda mera observación que puede subvertir el orden conceptual establecido es, habitual -mente, rechazada, a veces de forma violenta. Entonces, el paradigma predominante es rígido y, como tal, productivo para sí mismo. Pero sus bases conceptuales se revelan a la larga como arbitrarias, y además resulta imposible ignorar indefinidamente las nuevas ideas. Estas se van imponiendo, a veces lentamente, con mayor rapidez otras, cuando surge, por ejemplo, un descubrimiento extraordinario. El nuevo paradigma aporta nuevos conceptos, nuevos enfo- ques, nuevos métodos, que acaban por «chocar» con el paradigma «oficial». Estos períodos dan lugar a épocas de enfrentamientos y polémicas que pueden llegar a versar sobre cuestiones metafísicas, es decir, sobre la esencia de los paradigmas en cuestión, de manera que ninguno de los «bandos» acepta los postulados que el contrario necesita para aprobar su opinión. A pesar de que no se hagan explícitos sino cuando los científicos se orientan directamente hacia la filosofía, los paradigmas son parte integrante de la ciencia y desempeñan una función vital en cuanto a indicar cómo se debe «jugar el juego». En términos de percepción, un paradigma puede compararse a un conjunto general, es decir, a una predisposición para ver ciertos factores e ignorar otros. En la psicología y la psicopatología contemporáneas, el psicoanálisis y el conductismo pueden considerarse como paradigmas. Pero a medida que se estudian en detalle, se ve lo difícil que es para sus respectivos seguidores relacionarse entre sí en el plano científico (la relativa cacofonía orquestal del principio) dado que el conflicto entre dichos paradigmas pre- senta las siguientes dimensiones básicas: 1) a sus respectivos partidarios les resulta difícil comunicarse entre sí, porque 2) todos operan con distintos niveles de análisis y, además, 3) son de índole preteórica. Un ejemplo bien ilustrativo de la incomunicación que sufren los partidarios de diferentes paradigmas consiste en comparar los adjetivos con los que califican, mutuamente, sus respectivas teorías y métodos de investigación, como ya señaló uno de nosotros en otro lugar10 . La psicopatología aún vive, en cierta medida, este tipo de conflicto, porque aún existen 10 Mesa, P. J. (1986). El marco teórico de la psicopatología. Sevilla: Publicaciones de la Universidad Hispalense. © Ediciones Pirámide 8 Price, R. H. (1981). Perspectivas sobre la conducta anormal. México: Interamericana. 9 Kuhn, T. (1981). La estructura de las revoluciones científicas. Madrid: F.C.E.
  • 14. 14 / Introducción en el campo enfrentamientos de paradigmas. Pero la pugna se ha suavizado notablemente -especto a épocas pasadas (si bien no muy lejanas en el tiempo). Por una parte, porque el r sicoanálisis ha perdido notablemente terreno en los últimos veinte años debido a la imposibilidad no sólo de demostrar sus postulados, sino también de falsarios, y a que hace mucho más tiempo que dejó de hacer aportaciones al conocimiento de los trastornos mentales, siendo ya una tarea inútil saber si el paradigma psicoa-nalítico, aparte de legado cultural y testimonio le su creador, es una doctrina antropológica, una teoría sobre la sociedad y sus orígenes, una filosofía de la cultura, un método exploratorio :erapéutico ¡o todo esto a la vez!11 Por otra, porque en estas dos últimas décadas existe un decidido deseo de reconducir el eroblema de los modelos explicativos hacia la . nvergencia e integración. Para lograr la pretensión de una psicopato-eía unitaria, que no unificada, se ha impues-I a necesidad de investigar con tres postulados epistemológicos básicos: 1. Estudiar la conducta anormal con cuatro niveles de análisis: el clínico, el neu-rofisiológico, el bioquímico y el com-portamental. 2. Aplicar la metodología experimental siempre que sea posible y necesario (análisis observacional, precisión en la delimitación de hechos a observar y control de la situación y de las variables intervinientes). 3. Trabajar con hipótesis sencillas, pues, mientras más particulares y concretas, más fácilmente pueden validarse o refutarse parcial o totalmente. Sólo el trenzado de estos niveles se ofrece como la única vía eficaz para la construcción, hoy por hoy, de una psicopatología seria y rigurosa como ciencia. Los investigadores en este campo deben abandonar la clásica obcecación por demostrar la validez absoluta de una teoría determinada, pues todas ellas serán, antes o después, perecederas. Pueden resultar válidas o útiles durante un tiempo, pero acaban por ser reemplazadas parcial o totalmente por otras que se muestran más válidas y útiles de acuerdo con los avances del conocimiento humano. EL PROBLEMA EPISTEMOLÓGICO DE LA PSICOPATOLOGÍA: UN OBJETO DE ESTUDIO TRIDIMENSIONAL Hace ya treinta años que Sandler, un notable especialista en la materia, se preguntaba qué puede hacer la ciencia para mejorar los enfoques convencionales que se habían venido aplicando al estudio de la conducta anormal. «Después de todo —señalaba— es larga la historia de los intentos hechos por la humanidad para enfrentarse a este problema, pero en ningún campo ha habido mayor resistencia al análisis científico que en el estudio de la psicopatología, aunque, paradójicamente, no ha sido una posición antideterminista la que ha potenciado dicha resistencia, sino un tipo equivocado de determinismo. La historia abunda en nociones que plantean relaciones significativas lítica Especial de las Psicosis. En Diez Patricio, A. y Luque Luque, R. (Eds.), Psicopatología de los síntomas psicóticos (pp. 137-178). Madrid: Asociación Española de Neuropsiquiatría. e Ediciones Pirámide 11 Más recientemente, asistimos a un esfuerzo por parte de los teóricos y clínicos del psicoanálisis por in-. rporar precisiones en sus presupuestos. En este sentido, véase: Tizón, J. L. (2006). Psicopatologia Psicoana-
  • 15. Introducción I 15 entre ciertos eventos, por una parte, y la desviación por otra. Se pueden diferenciar esas nociones llamándolas sabiduría popular, pseu-dociencia o superstición. La bibliografía popular está repleta de generalizaciones defec- tuosas sobre las condiciones psicopatológicas y, por desgracia, muchas veces se aceptan esas generalizaciones sin valorarlas críticamente, al tiempo que suelen dictar el modo en que la sociedad trata de controlar las desviaciones de la conducta.»12 En la década de los ochenta, Polaino-Lo-rente se expresaba en parecidos términos: «La psicopatología, como ciencia, está en cierto modo aún por hacer. Y ello en razón del estado en que se encuentra: un estado todavía pre-crítico en muchos de los problemas que trata de resolver y, por consiguiente, precientífico. La llamada crisis de la psicopatología reside en estar parcialmente varada, todavía hoy, en un estadio falto de objetividad. Parodiando a Ortega, diré que lo que nos pasa a los psico-patólogos es que no sabemos lo que le pasa a la psicopatología. Tal vez el día que lo sepamos podamos modificar realmente lo que en la conducta de cada uno sucede psicopatoló-gicamente».13 Gran parte del problema, en su origen, parece residir en la necesidad de un cuerpo doctrinal que integre los conocimientos procedentes de la relación dialéctica sujeto-objeto: personalidad, conducta y mundo sociocultural. Porque la psicopatología se ocupa de un objeto de estudio que se presenta bajo tres dimensiones fundamentales: la biológica, la psicológica y la social, y su objetivo consiste en extraer conclusiones válidas del ser biopsicosocial para poder estructurarse, a su vez, como ciencia. Pero es ciertamente difícil sintetizar conocimientos y elaborar teorías válidas sobre un objeto tan proteico, complejo y voluble como el que nos ocupa. Y no se entienda esto como la manida disculpa del científico que esconde su ignorancia con nubes de humo y divinas palabras ante la ignorancia de los profanos. Sim- plemente es una realidad incuestionable que debe aceptarse, sin dejar de trabajar para mejorarla. Los problemas en torno a la definición del concepto de anormalidad, a la validez de los modelos explicativos y su perversa unilatera-lidad, a la validez y utilidad de los sistemas de clasificación diagnóstica, a las concordancias y controversias entre la investigación básica y aplicada, entre otros, han entorpecido el desarrollo de la psicopatología. Pero, según Berrios14 , un autor nada proclive a especulaciones gratuitas, las principales dificultades con las que tropieza la psicopatología para elaborar principios y teorías válidas sobre su objeto de estudio son las siguientes: 1. La aprehensión del objeto, esto es, todo fenómeno psicopatológico en sí mismo, porque la introspección y la observación, que aún son las vías regias para la captación de fenómenos psíquicos, están sujetas a múltiples condicionantes por su carácter subjetivo y porque en el mismo fenómeno psicopatológico coexisten, como ya se dijo, un factor biológico, que da estabilidad y constancia al 14 Berrios, G. (1988). Historical background to abnormal psychology. En E. Miller y P. Cooper (Dirs.), Adult Abnormal Psychology. Edimburgo: Churchill Livingstone. © Ediciones Pirámide 12 Sandler, J. y Davidson, R. S. (1977). Psicopato- logía. México: Trillas. 13 Polaino-Lorente, A. (1983). Presentación a la edición española de: J. D. Maser y M. E. P. Seligman, Modelos experimentales en psicopatología. Madrid: Alhambra.
  • 16. 16 / Introducción fenómeno, y un factor psicosocial, que le confiere la dimensión individual y/o cultural. Debe recordarse que el factor personalidad del investigador, en cuanto factor de sesgo de los datos provenientes de la realidad, es inevitable y, en cierta medida, determinante. Esto ha quedado demostrado incluso en ciencias consideradas tan poco «subjetivas» como la física. Así, según el conocido premio Nobel Niels Bóhr, el investigador que trabaja en el campo de la mi-crofísica, cuando interpreta determinados aspectos de la mecánica cuántica, interfiere como observador en el experimento de una forma que no puede medirse ni, por tanto, eliminarse. Y ello por su particular forma de ver, de percibir la realidad, modulada siempre por sus más íntimos aspectos de personalidad. Esto requiere que los científicos deban aceptar la imposibilidad de describir aspectos o cualidades de los objetos de una manera completamente independiente, sean automóviles o personas, aunque dicha descripción sea estrictamente objetiva y, por supuesto, factible, como han señalado Holton15 o Eysenck y Eysenck16 . En definitiva, como el hombre es el objeto y el sujeto que pretende aprehender el fenómeno, no es de extrañar que se obtengan, hasta el momento, bajos índices de correlación entre la per- sonalidad, la actividad psíquica, la conducta, los síntomas y las bases neuro-biológicas que los sustentan. 2. La contaminación ideológica de las ciencias psicológicas, entre las cuales se encuentra, porque si la neutralidad es difícil de mantener en cualquier ciencia, la psicopatología y sus disciplinas aplicadas, la psicología clínica y la psiquiatría, son especialmente sensibles a las crisis sociales y a la manipulación ideológica, justo por todas las razones expuestas en el apartado anterior y también por el hecho de que el hombre es un ser social, que actúa siempre en un contexto. De manera que una psicopatología seria y auténtica debería ser, además, psicopatología social. En este sentido, quizá no sería recomendable, por ejemplo, plantear la pregunta: ¿existe la esquizofrenia?, sino más bien: ¿en qué medio ambiente y bajo qué circunstancias se desarrolla un proceso patológico que hemos designado como esquizofrenia? Ya no es posible mantener las viejas tesis propugnadas por el movimiento antipsiquiátrico, que consideraba al enfermo mental siempre como la víctima de una «sociedad enferma» y de un sistema represivo. Y no sólo porque la expresión «sociedad enferma» no transciende lo puramente metafórico, sino también porque los términos «salud» y «enfermedad» no se dejan definir fácilmente. Así que extender su aplicación de los individuos a las sociedades con otro propósito que no sea la pura retórica implica embrollar una discusión ya de por sí confusa. En este sentido, lo peor que podría ocurrir es que la psicopatología quedara desbordada por todo un cúmulo de conflictos humanos que, si bien pueden ser muy dramáticos, se alejan, en realidad, de su competencia y de sus posibilidades de actuación. 16 Eysenck, H. J. y Eysenck, M. W. (1987). Personalidad y diferencias individuales. Madrid: Pirámide. Ediciones Pirámide 15 Holton, G. (1982). Los orígenes de la complemen-rariedad. Madrid: Alianza Editorial.
  • 17. Introducción I 17 PRESENTE Y FUTURO DE LA PSICOPATOLOGÍA COMO CIENCIA La evolución contemporánea de la psicopa-tología no puede entenderse sin considerar sus puntos de conexión con los avances en psicología y, a su vez, de ambas con la filosofía. Porque, al tiempo que se producía una recesión progresiva de la influencia del pensamiento filosófico en estas disciplinas, la psicopatología empezaba poco a poco a concebirse como una ciencia cada vez más alejada de especulaciones más o menos estériles. La psicopatología tiene un largo pasado y una corta historia como disciplina científica, y, al ser una ciencia joven, su andadura es aún vacilante en ciertos aspectos. Durante un larguísimo período ha caminado más próxima a la especulación y al enfoque «poético» que al estudio riguroso de los hechos. No cabe duda de que la primera vía es más atractiva, más seductora... a primera vista y de cara a la galería; pero también, y justo es reconocerlo, más cómoda para el investigador y, desde luego, menos rigurosa y fiable. Claro que la especu- lación no es mala en sí misma, sobre todo cuando se aplica en el sentido más puro y filosófico del término: examinar y registrar algo para reconocerlo. Pero, por desgracia, la especulación, en su aspecto menos noble, entendida como examinar algo sin haberlo reducido a la práctica, ha dominado desde tiempo inmemorial el marco teórico de la psicopatología. Y ahí radica el nudo del problema: le necesaria verificación de los hechos, que en su aplicación al campo de la conducta anormal con¿_;c elaboración de leyes con validez unr. e: . expliquen las diferentes formas de psioo| logia. Era necesario acabar con el estad confusión, de ambigüedad, de generaliza absolutas, de notables contradicciones, de clusiones provisionales y de enigmas no re tos basados en una psicología per : La tarea no ha hecho más que empezar, | ya se han conseguido logros importantes. ■ todo porque el saber de la psicopatologB ido cimentándose sobre los conocimiem c-s. mulados por la observación clínica y la ur tigación experimental de la conducta, ampi do así sus horizontes y ofreciendo una insi más rigurosa y efectiva. Han sido, especiali te, dos los factores que han contribuido a jorar y enriquecer su estatus: 1. La consolidación de la psicokr -nica como una de las áreas n tivas de las ciencias psicológ::_ cada vez mayor vinculación al á las neurociencias a través de las I del procesamiento de la inforrr (modelos cognitivos). 2. La incorporación más sistemátic arsenal metodológico del mét d rimental. Por lo que se refiere al primero de los tores, es sabido que el paradigma conductiai I no es ya el rígido esquema watsoniano de pm-cipios del siglo xx, ni siquiera el skinr. r - _ de entre los años cincuenta y setenta del pas^r-do siglo. Aún así, se le reconoce su c;. al cabo, el ser humano es, por decirlo en términos ¿ice ríanos, experiencia y expresión (además de acción). Pm profundizar en este sentido puede revisarse: ZahavL E (Ed.) (2000). Exploring the Self. Philosophical and Pn chopathological Perspectives on Self-Experience. AWM terdam: John Benjamins Publishing Company. © Ediciones P^Ena« 17 Desde ciertos círculos en psicopatología, que podríamos llamar «neofenomenológicos», se continúa en el esfuerzo de superar el subjetivismo y la especulación al mismo tiempo que se reconoce la importancia del análisis filosófico para eludir la simplificación y empobrecimiento procedente del positivismo lógico; al fin y
  • 18. 18 / Introducción ¿portación para dotar de rango científico a la : . ología y, por extensión, a la psicopatología, debido a su capacidad para elaborar conceptos operativos, establecer proposiciones verifica-bies y diseñar métodos para mejorar la predic-n y el control de la conducta. La mencionada «suavización» del paradigma conductista ha venido de la mano de los modelos cognitivistas y, como ya se dijo, de su ; ■ ronque con la neurobiología a partir de los : >s ochenta. Lejos de ser, como algunos qui-ñeron creer, un retorno del psicoanálisis encu-bierto, ha demostrado, mediante su flexibilidad >u superación del trasnochado positivismo cico de tres décadas (ejemplificado en el inpostulado de la «caja negra» del condueño radical), su utilidad en múltiples campos de las ciencias psicológicas, a cuyo enriquecimiento ha contribuido decididamente. Pero una novedad importante ha sido el he-. b 3de que el cambio de enfoque no ha puesto el acento en rechazar todos los anteriores plañimientos, sino en ampliarlos, dando así más . asistencia a su verdadera utilidad. Por ello, r plantea que la psicología se interesa en cualquiera de los niveles de conducta existentes en tanto y en cuanto se relacionan con procesos ológicos (consciencia, imaginación, pen-::iiento, memoria, etc.), siendo la conducta ■n indicador de dichos procesos, que, al ser difícilmente accesibles a la observación direc-- ^n inferidos a partir de la observación de i conducta manifiesta y/o de la actividad ce-rebral que los sustenta. De lo que se trata, simple y llanamente, a de la recuperación de un punto de vista emergentista de la actividad psíquica de los dviduos, que consiste en estudiar el tipo elación existente entre dicha actividad por ejemplo, de la consciencia) y la actividad -euronal y fisiológica con la que se correlaciona. Entonces, lo psíquico sería una propiedad de los organismos vivos, y de aquí se deduce que una concepción materialista de la vida debe reconocer la emergencia, o sea, el hecho de que los sistemas vivos poseen propiedades que no tienen sus componentes. Pero lo más curioso es que las razones que avalan dichos postulados no sólo provienen del seno de la investigación psicológica, como cabría esperar, sino de las neurociencias, que actualmente mantienen una posición mucho más afín con la opción emergentista defendida por los modelos cognitivistas que con los enfoques puramente materialistas. De hecho, un número creciente de neurofisiólogos defiende la idea del «interaccionismo emergente» de los organismos como el planteamiento más cercano a los datos aportados por la investigación más rigurosa. Así lo hace, por ejemplo, otro premio Nobel, John Eccles, en una de las obras más influyentes de los últimos años: El yo y su cerebro, escrita en colaboración con el filósofo Karl Popper. El enfoque cognitivo en psicopatología parte de tres postulados fundamentales: 1. Los desórdenes de los procesos psíquicos son la causa y no el efecto de los trastornos mentales y del comportamiento. 2. El individuo que presenta una alteración psíquica es un sujeto activo que selecciona, elabora, procesa y recupera información, y no un sujeto pasivo que meramente sufre y padece dicha alteración. 3. Cada individuo desarrolla un estilo cognitivo de percepción de la realidad que es personal e intransferible, determinando el modo en que cada uno de nosotros procesa la realidad y la interpreta. Cuando las percepciones sean distorsionadas, 5 Ediciones Pirámide
  • 19. Introducción I 19 no porque lo sean en sí, sino porque nuestro particular estilo las perciba como tales, entonces la conducta será, probablemente, desadaptada. Este último postulado vendría a ser la traducción científica de la célebre sentencia: «en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira», una idea ya expresada por los estoicos hace más de dos mil años en su aforismo: «los problemas no lo son por el hecho de serlo, sino por el modo en que cada cual los percibe como problemas». Así que todo consiste en descubrir por qué las señales ambientales que percibe una persona se procesan de una manera anormal, y el interés aquí se centra, como puede verse, mucho más en los procesos no observables que condicionan la aparición de conductas anómalas observables que por las conductas en sí, como han señalado Ibáñez y Belloch18 . Inevitablemente, tanto la psicopatología como las psicoterapias se han visto influidas por estos cambios, especialmente por el estudio del procesamiento de la información, quizá uno de los aspectos más complejos de la conducta humana. La llamada «revolución cognitiva» y su integración con los más modernos planteamientos de la neurobiología han propiciado que la investigación en psicopatología se esté centrando en los últimos años, entre otros, en los siguientes temas: los procesos perceptivos y su implicación en el complejo problema de las alucinaciones; los aspectos psicofarmacológi-cos y psicogenéticos del efecto de ciertas sustancias adictivas; los efectos de la estimulación cerebral en procesos cognitivos y afectivos; los errores atencionales y de memoria en pacientes psicóticos; los estados alterados de consciencia y el nivel de sugestionabilidad en individuos con trastornos disociativos; la indefensión aprendida como simulación de ciertos tipos de depresión; la actividad de pensamiento delirante, buscando la consecución de un modelo artificial y consistente de paranoia; la actividad de las imágenes mentales en la desensibilización sistemática; el lenguaje interior en las terapias de reestructuración cognitiva, y los procesos atribucionales y las al- teraciones de la autoestima y de la imagen corporal en distintos cuadro clínicos. En cuanto al segundo factor, es sabido que utilizando el método experimental se logra más adecuadamente un análisis funcional de relaciones. Y aunque la psicopatología de corte filosófico haya rechazado el estudio de las variables independientes y dependientes, cada día se hace más evidente que su manipulación permite al investigador establecer las condiciones necesarias para causar y/o explicar la conducta que se investiga. Entendida la investigación de ese modo, resulta más provechoso, que no fácil, establecer la naturaleza real de los procesos pico-patológicos, además de controlar y/o eliminar aquellas condiciones responsables de los resultados indeseables que el científico descubre. Sin que caigamos en un exceso, cabe afirmar que la metodología experimental ha cambiado el rostro de la psicopatología y se ha convertido por derecho propio en una herramienta indispensable para los investigadores. La psicopatología tradicional o decimonónica fue una disciplina científica que trató de observar y describir con el mayor rigor los tras- tornos mentales y de la conducta. Sin embargo, la psicopatología puede definirse, hoy, no sólo © Ediciones Pirámide 18 Ibáñez, E. y Belloch, A. (1982). Psicología clínica. Valencia: Promolibro.
  • 20. 20 / Introducción como una ciencia que observa y describe fenómenos, sino que también se plantea como principal objetivo llegar a la formulación de los principios y leyes generales que permitan explicar los distintos y variados tipos de trastornos mentales y del comportamiento, para lo val utiliza, entre otros recursos, el método experimental. De esta definición pueden extraerse varias consecuencias importantes. En primer lugar, que desde esta nueva perspectiva, y en tanto que disciplina de carácter más básico que aplicado, proporciona tanto a la psicología clínica como a la psiquiatría un cuerpo doctrinal y teórico que permite a ambas comprender plenamente el significado y la naturaleza de dichos trastornos, además de aprovechar esos conoci- mientos en la práctica clínica asistencial. En segundo lugar, que la psicopatología es la ciencia de los trastornos mentales y de la conducta anormal y/o patológica, y no mera- mente de la enfermedad mental, término más impreciso y menos operativo. En tercer lugar, que puede operar con el método experimental para lograr sus fines, un método que, en cuanto aplicación inmediata y rigurosa del razonamiento a los hechos que su- ministran la información y la experimentación, hace de la psicopatología una ciencia cada vez más explicativa y menos interpretativa, que deduce de las hipótesis resultados que más tarde son verificados y que sólo se atiene a lo probado. Todo ello supone que la psicopatología, además de observar y describir fenómenos psíquicos anormales, puede y debe proporcionar información sobre las causas de dichos fenómenos, para lo cual debe constituirse como una materia in-terdisciplinar, ya que necesita de los datos aportados por otras disciplinas científicas fronterizas, como la psicología, la sociología, la genética, la neurología, la fisiología, la bioquímica del sistema nervioso, etc. Dado que la psicopatología depende del método científico, su tarea y su meta consisten en encontrar respuestas a las preguntas que ha planteado la naturaleza, conocer qué variables son responsables de la producción de fenómenos psicopatológicos y qué variables pueden ser manipuladas para modificarlos. Como reflexión final cabe decir que la psicopatología está dotada de una peculiaridad que la hace muy especial en el vasto panorama de las ciencias: es difícil encontrar otra disciplina que haya logrado acumular, a través de la historia, tantos puntos de vista radicalmente diferentes entre sí, tantas concepciones sin evidencia y, frecuentemente, basadas en creencias, cuando no en supersticiones, ni que haya sembrado, en consecuencia, tanta desconfianza respecto a sus posibilidades y a su utilidad. Pero su verdadero presente es el de una ciencia multidisciplinar y convergente, que trabaja epistemológicamente por la consecución tanto de modelos explicativos «útiles», no «verdaderos», como de un cuerpo doctrinal amplio, riguroso y flexible y de un sistema de comunicación más depurado y de uso común. Ya no caben dudas acerca de que una verdadera avalancha de investigaciones básicas y aplicadas, así como de avances tecnológicos, están remodelando positivamente el marco de la psicopatología. Veamos: la reforma de los sistemas de clasificación de trastornos, basados en enfoques ateóricos y en definiciones opera-cionales, la aplicación de las técnicas de calibración cuantitativa a la semiología psicopa-tológica y las innovaciones procedentes de la neuroquímica en el campo de los marcadores biológicos (influencia de los neurotransmisores en la etiopatogenia de ciertos trastornos, la actividad enzimática de ciertas aminas cerebrales y de los metabolitos y sus relaciones con la psicofarmacología) o los avances de la neuro-fisiología, especialmente en el campo de las © Ediciones Pirámide
  • 21. Introducción I 21 técnicas de exploración por imagen de última generación, como la tomografía axial computerizada (TAC), la resonancia magnética nuclear (RMN), la tomografía de emisión de positrones (TEP) y por emisión de fotón simple (SPECT), la determinación de flujo sanguíneo cerebral (FSRC), junto a los registros poligráficos del sueño y el electroencefalograma computerizado (EEGC), entre otros. Los más prudentes dirán que aún es pronto para predecir si la reforma, que como se ve ya está en marcha, logrará cristalizar en un modelo más integrador, la gran meta. Pero, en cualquier caso, y para desvanecer la negam* real imagen que se vislumbraba ha. = años, podemos afirmar que la psicora: : logrado forjarse una reconocida i mapa notable prestigio en el ámbito cié: Y todo ello porque la gran m; copatólogos han terminado por sentirse tisfechos con sus viejos principios, derruí especulativos, demasiado imprecisa - : resultar útiles a nadie, y, por qu; porque íntimamente han sentido tambiéal tal necesidad de construir una di>.:r . seria y respetable que antaño. LECTURAS RECOMENDADAS Bunge, M. (1980). Epistemología. Barcelona: Ariel. Eysenck, H. y Wilson, G. (1980). El estudio experimental de las teorías freudianas. Madrid: Alianza Universitaria. Monedero Gil, C. (1996). Psicopatología humana. Madrid: Siglo XXI. Mora, F. (2004). ¿Enferman las mariposas del alma? Cerebro, locura y diversidad humana. Madrid: Alianza Editorial. Reed, G. (1998). La Psicología de la anómala. Un enfoque cognitivo. Vaie".: _ molibro (edición original en inglés. 19v Villagrán, J. M. (2001). ¿Necesitamos u-a psicopatología descriptiva? A rchivos dep tría, 64 (2): 97-100. Szasz, T. (1994). El mito de la enfermedad m Bases para una teoría de la conducta pen Buenos Aires: Amorrortu (original en ingles 1 © Edic
  • 22. Conceptualización de la psicopatologia como ciencia básica Ando por el presente y no vivo el presente (la plenitud en el dolor y la alegría). Parezco un desterrado que ha olvidado hasta el nombre de su patria, su situación precisa, los caminos que conducen a ella. JOSÉ HIERRO (Libro de las alucinaciones) DEFINICIÓN, OBJETO Y METAS DE ESTUDIO Si el objeto de estudio de la psicología es la . :nducta humana en cuanto significación inter rapersonal, la definición más aceptada de rsicopatología es que es la ciencia básica que ¿^orda la conducta anómala1 . Sin embargo, y de _ -erdo con una posición dimensional, el objeto je estudio de la psicopatología puede ampliarse :e>de las experiencias singulares cotidianas hasta lo que de forma patente son actividades cog-tntivas, funcionamiento emocional y/o comportamientos anómalos2,3 . Esta extensión hacia el Tizón, J. L. (1978). Introducción a la epistemología de ¡a psicopatología y de la psiquiatría. Barcelona: Ariel. - Reed, G. (1998). La psicología de la experiencia mùntala. Un enfoque cognitivo. Valencia: Promolibro edición original en inglés, 1988). - Zahavi, D. (Ed.) (2000). Exploring the Self. Philo- £ Ediciones Pirámide estudio de fenómenos anormales y no únicamente en cuanto a la conducta anormal se ha preferido porque, de acuerdo con Rossi Monti y Stang-hellini4 , la psicopatología se dirige a lo que le sucede a la persona, no sólo a los síntomas o ma- nifestaciones anormales, sentido este último que recuerda más a una concepción médica. Este objeto de estudio implica la delimitación y análisis de las variables generadoras y participantes (estructuras, procesos y contenidos); tiene en cuenta las diferencias personales, las características estables, permanentes o de estilo individual y el medio social en el que se despliega(n) la(s) experiencia(s); el objeto de sophical and Psychopathological Perspectives on Self-Experience. Amsterdam: John Benjamins Publishing Company. 4 Rossi Monti, M. y Stanghellini, G. (1996). Psy-chopathology: An Edgeless Razor? Comprehensive Psychiatry. 37, 196-204.
  • 23. 32 / Manual de psicopatología general estudio no son los trastornos o las enfermedades, sino las variables cognitivas y las expresiones anómalas de las personas, quienes pueden o no saber definirlas o apercibirse de ellas, pero que suelen alterar su desarrollo, funcionamiento y adaptación individual o social5 (pp. 38 y 39). De este modo, la psicopatología se constituye en la ciencia base de la psicología clínica, la psiquiatría y la psicología de la salud, disciplinas a las que corresponde la aplicación de los hallazgos alcanzados por la primera. No es semiología en sentido estricto, cuyo objetivo es exclusivamente la delimitación de los signos y síntomas, y se centra, como se ha dicho, más bien en las estructuras y procesos que definen lo anormal, en lugar de hacerlo en las conductas patológicas en sí mismas o de forma exclusiva6 . Entre sus principales metas se sitúa la descripción pero, esencialmente, aspira a alcanzar la explicación y predicción del fenómeno que se ha denominado anómalo e inusual; a permitir construir modelos y teorías que detallen su origen y mantenimiento; a contribuir a sistemas de clasificación que hagan viable la comunicación entre profesionales y que traduzcan la información individual (irrepetible) en generali-zable (común y aplicable) (diferenciando, por tanto, las clasificaciones diagnósticas y el diag- nóstico clínico de la piscopatología); a facilitar su aprovechamiento por parte de las disciplinas aplicadas; a integrar estos hallazgos con los de otras ciencias y falsar los resultados del sos anteriores por medio de una ~e::o (casi) experimental. 1.2. CRITERIOS DE ANÁLISIS DE LA PSICOPATOLOGÍA Uno de los componentes fundamean caracterizan a la psicopatología cees la alusión a los criterios o reglas <p el análisis de su objeto de estudio de punto de vista teórico o conceptual . E§ terios son el estadístico, social-interr criterios biológicos y, a modo de entera: pilador de los anteriores y como concepì trai o nuclear que es, la propia definka anormalidad en psicopatología. El criterio estadístico es uno de i referidos y utilizados en psicopatologa la propia definición de anormalidad. '. asumirse, desde un punto de vista práeña el empleo de la estadística ha perrmrcci: la investigación en psicología en generi; la psicopatología en particular. El prcòja este criterio es que puede genera: entre una característica infrecuerr.e patología, por ejemplo, un gen: mnemònico8 e incluso, como sosten.- c: provocadora9 , una persona alegre embargo, debe reconocerse que la maya te de los aspectos analizados en p- . han necesitado de un análogo er tos y modelos en psicopatologia. En A. Belicci. & din y F. Ramos (Eds.), Manual de psicopatc pp. 45-94). Madrid: McGraw-Hill. 8 Luria, A. R. (1983). La mente del mmmm Pequeho libro de una gran memoria. Me_. 9 Bentall, R. (1992). A Proposal to ( .•• - -ness as a Psychiatric Disorder. Journal of Mediai i 18, 94-98. 5 Belloch, A. e Ibáñez, E. (1991). Acerca del concepto de psicopatología. En A. Belloch y E. Ibáñez, Manual de psicopatología (voi. 1, pp. 1-45). Valencia: Pro-molibro. 6 Belloch, A. e Ibáñez, E. (1986). Presentación. En A. Belloch y E. Ibáñez (Dirs.), psicopatología y procesamiento de la información (pp. I-IV). Valencia: Promolibro. 7 Belloch, A., Sandín, B. y Ramos, F. (1995). Concep-
  • 24. Conceptualización de la psicopatología como ciencia básica I 24 miento normal y, por consiguiente, se ha utilizado el concepto de partida de la distribución normal estadística; pero, ¿es esto siempre aplicable a la psicopatología?, ¿deben ciertas va- riables como el deterioro cognitivo, la vulnerabilidad o la adaptación ser consideradas siempre lineales y distribuidas de forma normal? Además, se trata de un criterio sometido a cambios, pero los cambios en realidad son una propiedad inherente al ser humano. Así, los ren- dimientos en ciertas funciones cognitivas (vg. simbolización) probablemente hayan cambiado en términos generales desde hace más de tres mil años, requiriendo, por consiguiente, un ajuste continuo de lo que se denomina funcionamiento (a)normal. El criterio social e interpersonal hace alusión a la convención o normativa social. Este planteamiento no es en realidad tan diferente del anterior, aunque, en lugar de aplicar un com- ponente cuantitativo, lo hace de forma cualita-. lo que, tradicionalmente, ha conllevado juicios de valor (la alienación de «locos, desviados e invertidos»). Los riesgos de este cri- terio han sido denunciados de forma constante ;• vehemente por Szasz10 , quien destaca que, ■demás de basarse en el consenso que utiliza la sociedad (o un comité de expertos), no debe olvidarse el componente ético que habitualmen-r acompaña a la definición de síntoma. Relacionado con lo que se ha comentado, el concepto de adaptación abarca de modo inextricable un contenido social (o de adecuación al papel social) que ha servido de base para el . :::crio legal y la propia definición de anorma-iad en psicopatología. Aunque no es posible prescindir de este criterio, se requiere establecer con precisión los condicionantes sociales y situacionales que dan paso a la psicopatología. El criterio subjetivo o intrapsíquico es también uno de los más relevantes y utilizados en psicopatología. Alude a la consciencia del problema por parte del paciente, así como al sufrimiento y malestar que se muestra en la persona o entre quienes le rodean (alguedonia). Sin embargo, se trata de una información más útil que relevante en la clínica, pues no todos los pacientes son conscientes de lo que les sucede (por ejemplo, en el caso de un trastorno delirante) o se muestran indiferentes con respecto al daño que infligen a otros (por ejemplo, en el caso de una psicopatía); otras personas, con ex- presiones de malestar, no tienen por qué presentar un trastorno (lo contrario de lo que se señaló antes para la felicidad y la alegría, por ejemplo, vivir un duelo) y ciertas expresiones que son producto del propio proceso de adap- tación a los sucesos estresantes. En definitiva, aunque se trate de un criterio de gran valor, debe reconocerse que eso no conlleva que la información obtenida por parte de una persona sea fiable, pudiendo no identificar sus problemas o malestar e, incluso, sentirse bien en apariencia. En la clasificación DSM-IV-TR11 aparece, dentro de las pautas de diagnóstico para cada categoría de trastorno, un criterio relativo a la discapacidad social y/o laboral (deterioro o interferencia en consonancia con el criterio social arriba mencionado) pero también de deterioro personal y/o familiar que alude al malestar y el sufrimiento que generan las manifestaciones sintomáticas en el paciente. Ambos componen- Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fourth Edition, Text Revisión. DSM-IV-TR. Washington, DC: APA. C Ediciones Pirámide 10 Szasz, T. (2000). Ideología y enfermedad mental. Buenos Aires: Amorrortu (1.a reimpresión) (original en inglés. 1970). 11 American Psychiatric Association (APA) (2000).
  • 25. Conceptualization de la psicopatología como ciencia básica I 25 tes (discapacidad y malestar) representan el denominado criterio de significación clínica que se incluyó para mejorar la validez diagnóstica del DSM. Sin embargo, no hay una pauta definida para determinar lo que se considera deterioro clínicamente significativo. Para Wakefield y Spitzer12 , la mejora de la validez no se alcanza en las clasificaciones diagnósticas porque los componentes de discapacidad y malestar deben tratarse por separado (no como un único elemento dependiente de la valoración del clínico) y requieren una distinción más evidente de la sintomatología en respuesta a sucesos negativos del entorno (separar claramente el proceso de adaptación tras un estresor). La significación clínica parece delimitar más bien las manifestaciones que requieren atención clínica, esto es, demanda de tratamiento, y, por tanto, definen conjuntamente un criterio de gravedad; por el contrario, hay manifestaciones subumbrales que pueden llevar asociado un deterioro significativo13 ; otros trastornos francos sin deterioro funcional14 ; además, impide los diagnósticos tempranos y excluye los casos de pacientes que no han llegado a deteriorarse15 . En suma, la significación clínica pone de ma- nifiesto una de las diferencias entre el diagnóstico clínico y la psicopatología en al menos dos aspectos: su sentido categorial y su centramien-to en la conducta anormal de mayor gravedad. Los criterios biológicos han sido de los más apelados para hacer referencia al origen de la psicopatología, lo que guarda relación con el propio concepto de enfermedad mental o trastorno mental. No puede considerarse aisladamente este criterio; es preciso tener presentes las variables psicológicas y sociales que definan el fenómeno psicopatológico en toda su amplitud, tanto desde un punto de vista etiológico, de mantenimiento, como desde sus consecuencias. De este modo ha de superarse no sólo el dualismo clásico entre lo biológico y psicológico, como apuntan estos autores, sino una postura organicista reduccionista y determinista. Fuchs16 destaca que este reduccionismo tan actual considera más a un cerebro aislado que al individuo en relación con su medio, desoyendo que es en la interacción donde surgen tanto las disposiciones mentales como sus alteraciones. Además, no se ha relacionado ningún indicador extraclí-nico (etiológico) ni se ha encontrado apoyo a los criterios biológicos para un buen número de los trastornos tal y como están hoy definidos1 '. Normalidad, anormalidad y dimensionalidad en psicopatología Los presupuestos anteriores convergen en un criterio conceptual central o nuclear que es el de normalidad y anormalidad en psicopato- epidemiológicos. En J. E. Helzer y J. J. Hudziak, La definición de la psicopatología en el siglo xxi. Más allá del DSM-V (pp. 19-31). Barcelona: Ars Medica (original en inglés, 2002). 15 Kupfer, D. J., First, M. B. y Regier, D. A. (Eds. (2004). Agenda de investigación para el DSM-V. Barce- lona: Masson (original en inglés, 2002). 16 Fuchs, T. (2004). Ecología del Cerebro. Una pers- pectiva Sistémica para la Psiquiatría y la Psicoterapia. Archivos de psiquiatría, 67, 17-34. 17 Read, J., Mosher, L. R. y Bentall, R. P. (2006 >. Modelos de locura. Barcelona: Herder (original en ingle - 2004). © Ediciones Pirámide 12 Wakefield, J. C. y Spitzer, R. L. (2003). Por qué la significación clínica no resuelve el problema de la validez epidemiológica y del DSM. Respuesta a Regier y Narrow. En J. E. Heizer y y J. J. Hudziak, La Definición de la psicopatología en el siglo XXI. Más allá del DSM-V (pp. 33-42). Barcelona: Ars Medica (original en inglés, 2002). 13 Judd, L. L., Akiskal, H. S. y Paulus, M. P. (1997). The Role and Clinical Significance of Subsyndromal Depressive Symptoms (SSD) in Unipolar Major Depres- sive Disorders. Journal of Affective Disorders, 45, 5-17. 14 Regier, D. A. y Narrow, W. E. (2003). Definición de psicopatología clínicamente significativa con datos
  • 26. 26 / Manual de psicopatologia general logia. Esto significa que no hay un único criterio (suficiente) que reúna las condiciones requeridas para ser utilizado en psicopatología; más bien se precisa de varias de las reglas se- ñaladas (todas son necesarias) y algunas más (como se plantea a continuación). Por consiguiente, no hay una manifestación alterada es- pecífica o distintiva por sí misma; ha de ser contextualizada (no sólo en cuanto a entorno físico en el que tiene lugar la conducta; incluye también la propia cultura) y analizado el >entido (des)adaptativo de dicha conducta. Uno de los principales objetivos de la psicopatología consiste en establecer el peso relativo de los diferentes criterios para definir su objeto de estudio, esto es, el fenómeno psico-patológico (sea en forma de actividad mental, comportamiento o trastorno)18 . Entonces, para alcanzar dicho objetivo, la psicopatología pre- cisa de un criterio dimensional para su correcta delimitación, que, a su vez, permita mostrar un enlace entre el funcionamiento normal y la psicopatología. Esto implica que hay manifestaciones psicopatológicas que difieren por su gravedad, pero hasta las más cotidianas (vg. una ilusión o una idea parásita) son expresión de funcionamiento alterado, o anormal si se - refiere, en el sentido de inusual o diferente, mpliquen o no ausencia de salud mental19 . Por consiguiente, lo anormal no es necesariamente patológico; lo es cuando restringe la libertad, la autorrealización personal y/o las de los demás. El criterio dimensional es útil porque permite predecir la aparición y el curso de las manifestaciones en estudio y sugiere índices de vulnerabilidad20 . Tradicionalmente se ha considerado imposible una perspectiva dimensional en ciertos trastornos como la esquizofrenia. Sin embargo, los modelos de vulnerabilidad desplazan el interés exclusivo de las manifestaciones sintomáticas, de difícil correlato con el funcionamiento normal, a otras variables indicadoras de predisposición y grado de ésta. Pero es poco probable que las clasificaciones diagnósticas internacionales adopten este criterio (aunque, en el caso de la esquizofrenia, hay alguna aproximación a la dimensionalidad21 ; en el DSM-IV, véase Apéndice B22 ). Kendell23 señala que para incrementar la validez de las clasificaciones diagnósticas debería demostrarse que entre dos categorías dadas hay una separación («puntos de rareza o de excep-cionalidad»), siendo conocido que son pocos los datos que apuntan en esta dirección; ante este defecto debería optarse aunque fuese provisionalmente, sugiere este autor, por un criterio dimensional. Sin embargo, como señala Costello24 , riance Analysis. Journal of Abnormal Psychology, 108, 182-187. 22 American Psychiatric Association (APA) (2000). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fourth Edition, Text Revisión. DSM-IV-TR. Washington, DC: APA. 23 Kendell, R. E. (2003). Cinco criterios para mejo- rar la clasificación de los trastornos mentales. En J. E. Helzer y y J. J. Hudziak, La definición de la psicopato- logía en el siglo XXI. Más Allá del DSM-V (pp. 3-17). Barcelona: Ars Medica (original en inglés, 2002). 24 Costello, C. G. (1994). Two Dimensional Views of Psychopathology. Behaviour Research and Therapy, 32, 391-402. 6 Ediciones Pirámide 18 Belloch, A. e Ibáñez, E. (1991). Acerca del con-i de psicopatología. En A. Belloch y E. Ibáñez, Manual de psicopatología (vol. 1, pp. 1-45). Valencia: Promolibro. " Reed, G. (1998). La psicología de la experiencia anómala. Un enfoque cognitivo. Valencia: Promolibro edición original en inglés, 1988). 20 Zubin, J. (1986). Implications of the Vulnerabili-; Model for DSM-IV with Special Reference to Schi- : enia. En Th. Millón y G. L. Klerman (Eds.), Con-:emporary Directions in Psychopathology: Towards (-TV (pp. 473-494). Nueva York: Guilford Press. :i Lenzenweger, M. F. (1999). Deeper Into the Schi-zotypy Taxon: On Robust Nature of Maximum Cova-
  • 27. Conceptualization de la psicopatología como ciencia básica I 27 no se ha logrado demostrar que lo que tiene interés desde un punto de vista psicológico se corresponda con un sentido psicopatológico. Un inconveniente añadido procede de los instrumentos de evaluación utilizados (cuestionarios, escalas, entrevistas), sobre todo en lo que atañe a su validez, es decir, si realmente son medidas que responden y diferencian lo que pretende evaluarse. Con respecto a la vulnerabilidad, no queda claro si las puntuaciones elevadas obtenidas son realmente equiparables a las de los pacientes, es decir, si hay similitud fenoménica con la población normal. Salud, enfermedad, trastornos y adaptación Los conceptos de salud y de enfermedad llevan implícita una valoración de deseable o indeseable que aparentemente los polariza. Sin embargo, no es fácil separarlos con nitidez ni es posible considerar la salud de forma simplista como la ausencia de enfermedad. En el análisis del concepto de enfermedad Luque y Villagrán25 observan diferentes posturas: esencialista (lo morboso es una realidad, una esencia que subyace y debe descubrirse); nominalista (entidad funcional y relacional, no real; influyen componentes fisiológicos, cons- titucionales y contextúales; por tanto, etiológi-camente multifactorial); subjetiva (la concepción de la enfermedad queda limitada si no se conciben los síntomas subjetivos y el significado que el paciente da a sus síntomas); lesio-nal (la enfermedad implica una anomalía física demostrable); la alternativa estadística (o de desviaciones de una distribución normal), y la construcción social de la enfermedad (un c:: cepto generado por la sociedad, sus expecur-vas y el papel del enfermo). El problema de la postura esencialista u a tológica es que confunde la esencia de la en:; medad con su causa y la cosifica. No explka por qué un mismo agente da lugar a dos enfermedades distintas y una de sus consecuencias es que algunos tratamientos afectan tambie organismo. En el caso del nominalismo, la ; ficultad procede de la necesidad de superar tu mero conjunto de fenómenos clínicos, dado que no llega a la enfermedad como objeto real (puede no progresar en su estudio). En la visió» subjetiva se entiende que la medicina es ala» más que una biología aplicada en la que tambisx interviene el paciente; ello supone que la enfet-medad y la salud pueden llegar a definirse es clave de disfunción (como recoge excele: : mente Avia26 ). En cuanto a la enfermedad come lesión, esencia del paradigma (bio)média . dificultad reside en establecer límites entre m normal y lo patológico, entre los niveles de gravedad, en la consideración de las enfermedades, que todavía carecen de un origen definido o en la factibilidad de la participación de más de a» factor causal. En el caso de la definición desck la estadística, se alude más a las consecuencias que a la etiología o la lesión, detectando ce viaciones que no son necesariamente perjudiciales u otras que sí lo son pero también so» muy comunes (por ejemplo, el incremento de azúcar en sangre con la edad). Finalmente, k concepción social de la enfermedad y de la salud subraya la arbitrariedad de la división entre ambas, lo que puede verificarse cuando las conc _. tas desviadas se prejuzgan como enfermed. 26 Avia, M. D. (1993). Hipocondría. Barcelona ü tínez Roca. © Ediciones Pirana» 25 Luque, R. y Villagrán, J. M. (2000). Conceptos de salud y enfermedad en psicopatologia. En R. Luque y J. M. Villagrán, psicopatologia descriptiva: nuevas tendencias (pp. 19-38). Madrid: Trotta.
  • 28. Conceptualization de la psicopatologia corno ciencia básica I 28 La posición se vuelve radical cuando se propone que no existen la enfermedad o la salud hasta que cada sociedad no establezca sus diferencias. La OMS propone una definición de salud basada en la presencia de bienestar (físico, social y mental) y de adaptación pero, de forma radicalizada, podría cuestionarse entonces si hay alguien que no esté enfermo. Por tanto, es difícil hablar de salud en términos absolutos, más bien, señalan estos autores, se trata de un estado de equilibrio dinámico y fluctuante en el que se incluyen los estados pasajeros de enfermedad, incluso los no constatados por el indi-i iduo27 (p. 22). En consecuencia, salud y enfermedad no son conceptos simétricos; la salud representa más bien un ideal referido a la autonomía personal, a la falta de restricciones físicas o psicológicas. En último término, la salud mental p lica un equilibrio entre variables biológicas, ^lógicas y sociales; supone habilidad para adaptarse a las demandas internas y externas ie cambio, para llevar a cabo una constante ¿titoactualización, con autonomía funcional, control de la realidad, autoeficacia y recursos afrontamiento personales y sociales28 -29 . Con dio no sólo se refleja la consideración de toda ogía como necesariamente multifactorial ano idéntica repercusión para un diseño de in-aenención. Conviene en este punto revisar algunas ideas - _e >e han ido desgranando y que pueden ayudar a recapitular contenidos a propósito de los .rios de análisis de la psicopatología. Por - -que, R. y Villagrán, J. M. (2000). Conceptos ár alud y enfermedad en psicopatología. En R. Luque M Villagrán, psicopatología descriptiva: nuevas »Ü'-..:< ipp. 19-38). Madrid: Trotta. -' Belloch, A. y Olabarría, B. (1993). El modelo fc»-pHCo-social: Un marco de referencia necesario para . Slogo clínico. Clínica y salud, 4, 181-190. ejemplo, se ha señalado que esta ciencia estudia el fenómeno anormal o inusual, lo que no indica, en todos los casos, algo psicopatológi-co (por ejemplo, una ausencia mental). Pero uno de los intereses de la psicopatología, como no puede ser de otra manera, se refiere a las formas y contenidos estrictamente psicopato-lógicos y que abarcan desde las disfunciones transitorias hasta los síndromes (dimensiones de estudio más o menos regulares y estables, por ejemplo las crisis de angustia). Por tanto, esta área psicopatológica no indica necesariamente, o no en todos los casos, que se carezca de salud mental (por ejemplo, las manifesta- ciones alteradas presentes en un proceso de duelo). Este es, desde luego, el punto más con-flictivo en el que también se ubican los trastornos (y las enfermedades), síndromes definidos, supuestamente, por una etiología, un malestar o deterioro significativo (es decir, con signifi- cación clínica), un curso, un pronóstico y un tratamiento concretos. Como se señaló en los comienzos de este capítulo no está el trastorno (o la enfermedad) en el punto de mira de la psicopatología aunque, también y de forma inevitable, se hace referencia al mismo dado que esta ciencia no puede permanecer ajena a las aplicaciones que se llevan a cabo con relación a su objeto de estudio en el ámbito de la clasificación y el diagnóstico. Resulta llamativo, en cualquier caso, que no haya una definición precisa y definitiva de trastorno. En este sentido, Spitzer30 resalta que más bien hay ideas vagas acerca de lo que es o no un trastorno (vg. esquizofrenia versus due- 29 Sandín, B. (2003). El estrés: un análisis basado en el papel de los factores sociales. Revista internacional de psicología clínica y de la salud/international Journal of Clinical and Health Psychology, 3, 141-157. 30 Spitzer, R. L. (1999). Harmful Dysfunction and the DSM Definition of Mental Disorder. Journal of Ab- normal Psychology, 108, 430-432. CAocaes Pirámide
  • 29. Conceptualización de la psicopatología como ciencia básica I 29 lo). Sabemos que hay trastornos que no conllevan una alteración neurológica sino más bien significados representativos, pero no es el caso de otras manifestaciones patológicas31 . El diagnóstico médico se ha basado tradi-cionalmente en una progresión: síntomas, síndromes, enfermedades (diagnósticos anatómicos) y, por fin, la etiología (que se basa en las causas, no en los síntomas). Sin embargo, en el ámbito de la salud mental, los diagnósticos fundamentados en los dos últimos pasos son de aplicación muy limitada. El concepto de trastorno surge para equiparar el diagnóstico al de enfermedad: síndrome o grupo de síntomas que covarían y desde el que se realiza un diagnóstico empírico que orienta de forma práctica la intervención32 . Sin embargo, la definición del trastorno a partir del diagnóstico sindrómi-co resulta insuficiente porque no permite sepa- rarlo de los síntomas que igualmente se aprecian, por ejemplo, como resultado de problemas cotidianos o de la exposición a situaciones de estrés. Por este motivo un elemento diferencia-dor del trastorno es que incluye significación clínica (malestar, discapacidad o deterioro en una o más áreas de funcionamiento) y la exclu- sión de la característica del «contexto social» (que apela al concepto y proceso de reacción). Aun así, numerosas evidencias han contrariado incluso la supuesta demarcación cristalina entre los límites de los trastornos y las respuestas homeostáticas o de adaptación33 . En este contexto emerge la propuesta de disfunción dañina de Wakefield para concretar lo que es un trastorno. Este autor observó las insuficiencias de los que aludían de forma estricta a la enfermedad, aunque no pudiera comprobarse (reduccionis-mo biologicista), y los que la negaban para el estudio de la salud mental (vg. Szasz). Aplicando el criterio estadístico antes mencionado, hay desviaciones desde un punto de vista físico (medir 2 metros) que no son trastornos: afecciones (por ejemplo tener caries) muy frecuentes, y que por tanto no se desvían de lo que se espera en la población, pero que se consideran enfermedades, e incluso lesiones (una verruga en un dedo), consecuentemente anormalidades pero que, si no son nocivas, es decir, si no ocasionan un perjuicio claro, no se consideran trastornos (o una enfermedad) sino problemas. En resumidas cuentas, hacer alusión a las lesiones físicas como criterio de un trastorno (enfermedad) puede resultar problemático I e inexacto). En un sentido comportamental hay conductas desviadas de la norma que pueden ser frecuentes, como la descortesía, o comportamientos dañinos, como la mala intención, pero no son trastornos; de hecho, los llamados códigos Z recogen situaciones o sucesos dañinos que no se consideran trastornos. La definición de trastorno a partir de la disfunción dañinl abarca tanto el plano físico como el psicol gico y se fundamenta en un criterio objet y explicativo: no es posible el desempeño de una función (corporal o mental) para la que en psiquiatría. En K. A. Phillips, M. B. First y H -Pincus, Avances en el DSM. Dilemas en el diagnósr.:: psiquiátrico (pp. 1-22). Barcelona: Masson (original ex inglés, 2003). 33 Widiger, T. A. y Clark, L. A. (2000). Tow mi DSM-V and the Classification of Psychopatholog t chological Bulletin, 126, 946-963. © Ediciones PiriaM 31 Wakefield, J. C. y First, M. B. (2005). Clarificación de la distinción entre lo que es y no es trastorno: afron- tamiento del problema del sobrediagnóstico (falsos po- sitivos) en el DSM-V. En K. A. Phillips, M. B. First y H. A. Pincus, Avances en el DSM. Dilemas en el diagnós- tico psiquiátrico (pp. 23-55). Barcelona: Masson (origi- nal en inglés, 2003). 32 Caine, E. D. (2005). Determinación de las causas
  • 30. 30 / Manual de psicopatologia general está diseñada por selección natural. Requiere también un criterio de valor o subjetivo, el daño, que se refiere al perjuicio o privación que ocasiona el componente citado34 . Por ejemplo, un fallo cardíaco es una disfunción porque fracasa la tarea natural de este órgano y se identifica como trastorno porque es perjudicial para el individuo. La psicopatía representaría una disfunción en cuanto a la capacidad de seguir unas normas sociales, éticas, así como de sentir empatia hacia los otros; resulta dañina, fundamentalmente, por las consecuencias de este patrón de comportamiento hacia los demás. En suma, Wakefield subraya que los criterios sintomáticos son insuficientes para considerar un trastorno; se indica como tal cuando una función diseñada por selección natural no puede desplegarse ante condiciones externas adecuadas para que pueda tener lugar (lo que supone analizar cuidadosamente la relación contexto y síntomas). Sin embargo, tenemos escasos conocimientos acerca del pro- ceso de evolución sobre los síntomas psicopa-tológicos; a pesar de los esfuerzos de Wakefield, resulta ardua la separación de ciertos trastornos frente a las respuestas adaptativas, y hay ciertas habilidades (como la lectura) que son de adquisición muy reciente en la especie humana como para considerarlas producto de la selección natural. De forma resumida, con un criterio diferente del anterior y muy extendido en el ámbito de la psiquiatría, se diferencia las verdaderas en- fermedades mentales (como las psicosis o las demencias) del resto de las (psico)patologías o trastornos psíquicos (las clásicas neurosis) que escaparían al criterio somático. En un tercer grupo, las alteraciones de la personalidad vendrían caracterizadas por sus rasgos peculiares, no por los síntomas, como los anteriores grupos. 1.3. PARADIGMAS EN PSICOPATOLOGÍA Anteriormente se ha hecho alusión a los criterios o propiedades del estudio en psicopatología; sin embargo, probablemente por la complejidad del objeto de estudio, tal vez también porque esta ciencia no se ha desplegado todavía de forma definitiva, lo cierto es que no hay unidad en las perspectivas que abordan y contribuyen a su crecimiento. El concepto de modelo puede aplicarse de forma genérica a una escuela o corriente de estudio en una disciplina (por ejemplo, modelo freudiano), como un análogo que luego es extrapolado (por ejemplo, modelo animal, modelo de condicionamiento) o como un paradigma, esto es, una manera de dirigirse a un objeto de estudio incluyendo una metodología específica. Se ha preferido manejar el concepto de paradigma en lugar de modelo, a veces utilizados de modo intercambiable, porque dentro de cada una de estas perspectivas se emplean diversos modelos o análogos para describir alguna parte de la realidad. Por ejemplo, dentro de la perspectiva cognitiva puede hacerse alusión al modelo co-nexionista o al modelo computacional; o, en el paradigma biológico, se puede aludir al modelo de la cascada amiloide para la enfermedad de Alzheimer o al modelo dopaminérgico de la esquizofrenia. En el sentido que se ha descrito para el paradigma, se ha de entender que la aplicación de sus diferentes modelos son descripciones acerca de la realidad y aproximaciones a ella 34 Wakefield, J. C. (1999). Evolutionary Versus Prototype Analyses of the Concept of Disorder. Journal of Abnormal Psychology, 108, 374-399. O Ediciones Pirámide