Trabajo historia sobre el Renacimiento en la arquitectura
Ideas sobre serenidad, memoria y la irreverencia
1. I D E A S
Juan Ortiz de Mendívil
Juan Ortiz de Mendívil
de los textos y de las imágenes
Depósito legal: M-6064-2015
2. Estas Ideas y las imágenes que las
acompañan, fueron publicadas en
su día en un periódico editado en
España y concretamente en Madrid,
que se llamó inicialemente Euro-
MundoLatino, en la época en que
se editaba en papel, y ha recibido
posteriormente el nombre de Euro-
MundoGlobal, comvirtiéndose en
periódico digital.
En consecuencia el presente libro
se limita a recopilar aquellos textos
y las imágenes que en algunos ca-
sos los acompañaban, tal y como se
publicaron.
Sí creo oportuno señalar que todas
estas Ideas fueron firmadas por mi
sosia Juan de Amiano. De él se ha-
bla más adelante.
3. Serenidad
Estamos en una sociedad de múltiples saberes. Sabemos lo
que sabemos (profesiones, carreras, oficios), pero nunca es
suficiente; nuevas tecnologías, comportamientos, conceptos,
nos apremian.
Enestascondicionesmearriesgoaproponerunnuevoaprendizaje
(y ya advierto de antemano que exige entrenamiento). Se trata
de aprender a no hacer; de dedicar un cierto tiempo diario a no
hacer, a no aprender, a contemplar impávidamente el paso del
tiempo.
Puede parecer fácil pero no lo es si añadimos como requisito
imprescindible a esta gimnasia, el requisito de la serenidad.
Se trata de no hacer, sin angustia, sin culpabilidad; es más: en
sentir placer en no hacer nada.
No hago aquí el elogio de gandul. El problema del llamado
gandul consiste (por razones no siempre claras) en que el gandul
no para de no hacer nada; se pasa todo el tiempo no haciendo
nada.
Mi propuesta en realidad no es novedosa, está en la línea del
poeta Henri de Regnier cuando se refería al placer delicioso y
refrescante de la ocupación inútil.
Pero pretendo ir un poco más allá y defiendo la utilidad de la
inacción esporádica, lúcida y disciplinada.
No sé si he acertado a expresarme.
4. A pie de memoria
Viajo en el Metro. Entra en el vagón un hombre con una guitarra y se pone a
cantar. Habla de cuando mi vida se pierda. Suena bien, y escucho.
Dice algo sobre ilusiones y desengaños. Le oigo mal. Se desplaza cantando, y
se acerca. Le escucho. Habla de una cortina de años.
Llegamos a una estación, y el hombre, que ha recogido un poco de dinero,
cambia de vagón. Le sigo porque le he oído decir a pie de memoria, y me ha
gustado la expresión.
Me pongo cerca de él, y escucho.
Canta:
Cuando mi vida se pierda,
tras una cortina de años,
vivirán, a pie de memoria,
ilusiones y desengaños.
No le falta razón, y sus palabras sencillas me recuerdan las sabias de Carlos
Dickens cuando advertía a orgullosos y engreídos, que, todos, no somos sino
compañeros de viaje hacia la muerte.
Llego a mi estación y me bajo.
5. Buenos días
Corren tiempos difíciles, como todos sabemos.
Elparoaumenta,lainseguridadaumenta,losmorosos
aumentan.
El ahorro disminuye, el consumo disminuye, el
Estado de bienestar peligra, e incluso se anuncia
enfáticamente, a corto plazo y a fecha fija, el fin del
mundo.
En estas condiciones, abrumado por todas estas
consideraciones, y algunas otras más personales, me
dirijo a la cocina.
Enciendo la luz, y la bombilla, sin dilación, me envía
un mensaje luminoso: ¡Buenos días!
Le sonrío agradecido.
6.
Elogio de la irreverencia
Vivimos rodeados de supersticiones; y, entre tantas, una es la superstición
de la ortografía. Cometemos un desliz de ortografía y parece que hemos
cometido un pecado mortal de necesidad y vamos a ser detenidos por una
policía cultural imaginaria. Y es que como dijo Oscar Wilde (o quizás
Lord Byron, no me quiero deslizar) no hay más pecado que la estupidez.
Me ha sucedido. Felicito la Navidad y digo: mis mejores deseos de
que alcanzes el ideal. Así con z. ¡Qué horror¡ Pero luego pienso: es
que en realidad me gusta más con z, me parece más rotundo y tajante.
Busco alivio en la etimología, pero no lo hay. Nada que hacer. Y
entonces me acuerdo de mi suegro, quien, a pesar de ser profesor de
lenguas clásicas (y quizás por ello) se manifestaba escéptico respecto
de la ortografía, a la que consideraba un producto perecedero.
Y me consuelo; y busco apoyos exteriores; y los encuentro. Doy
con un escritor argentino de prestigio, Juan José Hernández,
que publicó el año 2004 un libro de ensayos con el desafiante
título de Escritos irreberentes (así con b de burro), y propone
la saludable práctica de la irreverencia, hasta con la ortografía.
No hago aquí, ni mucho menos, la apología del error ortográfico
para justificar un desliz, pero sí la del inconformismo como
actitud. Hay tantos motivos para el inconformismo que realmente
las faltas de ortografía, y la superstición que las rodea, son
insignificantes; así que aprovecho la ocasión para hacer una reflexión
generalizada y una invitación a la sana práctica de la irreverencia.
A esto lo llamo yo catarsis mental.
7. Mi ordenador
Mi ordenador me tiene muy preocupado. Últimamente presenta problemas
de conducta; es decir se comporta de una manera sorprendente y atrabiliaria.
No es infrecuente que desaparezcan imágenes y documentos que han sido
meticulosamente guardados.
En ocasiones acontece, y esto es grave, que hay archivos que cambian de
color y se vuelven inasequibles para el único usuario y propietario, que soy
yo. Da a entender que hay otro yo desconocido al que pertenecen, y que no
piensa permitir abrirlos, a no ser que se le facilite una clave desconocida.
También sucede, y esto es deprimente, que ciertos archivos y documentos se
vuelven corruptos, término que oímos con demasiada frecuencia, pero que
no podíamos imaginar que fuera aplicativo a esta especie de autodestrucción
o suicidio informático.
Se lo cuento a un amigo, y me dice que, a su juicio, el ordenador
está embrujado; que esto pasa a menudo en todos los ámbitos, y este no
tiene porqué ser una excepción.Me aconseja: habla con él. Y lo hago. Me
acuerdo de aquella película el hombre que susurraba a los caballos. Le
susurro palabras de aliento, pero permanece tercamente inasequible.A pesar
de todos los indicios de insania a los que me he referido, me cuesta aceptar
la hipótesis del encantamiento.
Como español que soy, dentro de mí coexisten un Quijote y un Sancho. El
Quijote afirma que un malandrín, un follón, se ha apoderado del sistema
operativo y que hay que darle batalla abierta, corriendo una aventura
semejante a la de los molinos de viento, que en la práctica, y como sabemos,
eran gigantes. No sé si se trata de gigantes, pero gigas sí que hay dentro de
los ordenadores; y más cada vez.
Sancho me dice que nada de gigantes, que se trata de problemas de software,
o en el peor de los casos, de placa base.
No sé lo que prefiero.
Consulto a profesionales y los encuentro reticentes, aprensivos, evasivos.
Me dicen que abra, que cierre, que desinstale, que reinstale.
No es fácil convivir con los ordenadores. Si no se adaptan ellos a nosotros
tendremos que adaptarnos nosotros a ellos.
O divorciarnos.
Ya se lo he avisado.
8. Doctrinas y adoctrinados
Decía Machado: yo no soy un hombre al uso que sabe su doctrina...
Lo bueno y útil de las doctrinas es que sus adoctrinados miembros
forman un cuerpo compacto, solidario, que, a guisa de rebaño, les
protege del lobo de la duda.
Cualquier duda que pueda surgir es prestamente absorbida por la fuerza
del agujero negro del grupo, fuertemente cohesionado y casi siempre
jerarquizado.
Lo malo de las doctrinas es su incompatibilidad con la libertad real de
pensamiento. Se puede pensar, sí, pero dentro del terreno de juego de
la doctrina. El jugador-pensador que se extralimita corre el riesgo de
cometer falta (corner, penalti etc. en la jerga del fútbol) y si insiste será
pronto preterido, expulsado; eliminado.
Este es, una vez más, el dilema shakesperiano: ser o no ser, un hombre
al uso.
9. El no yo
Si al decir de competentes científicos, el yo es una simple
construcción cerebral, propongo, sensu contrario, la construcción
del no yo.
Se habla mucho de yoísmo, egoísmo, auto referencia, egolatría, y de
sus fatales consecuencias: aislamiento, soledad, insolidaridad...
Todos estos males y otros muchos se resolverían ventajosamente con
la construcción del no yo. Se superaría la necesidad de autoafirmación,
de estar a la defensiva, de la angustiosa y frustrante búsqueda del
otro; la necesidad de crear y desarrollar un proyecto vital; incluso la
necesidad de dar un sentido a la vida.
Extraído el yo de la personalidad, y sustituido por el no yo, se alcanzaría
una serenidad e invulnerabilidad envidiables: la ataraxia de los
griegos, el nirvana de los budistas, el samadi de los hindúes. La paz
mental.
Seríamos como dioses.
¿Por qué no intentarlo?
10. Elogio del tacto
De todos los sentidos el tacto es el gran olvidado; el eternamente proscrito;
el sospechoso. No vamos a insistir hasta qué punto están sobrevalorados
el resto de los sentidos; diríamos que hasta la saciedad.
Parecen lejanos los tiempos de aquellas confesiones, espontáneas o
sonsacadas, sobre tocamientos obscenos (también llamados lascivos). La
medicina y la sicología han demostrado holgádamente, que de lo que hay
que arrepentirse es de la renuncia al contacto de piel a piel, y que la falta
de caricias es fuente de angustia.
Diríamostambiénquelasajonizacióndelaculturalatinaylaprofundización
del individualismo han reforzado las barreras físicas; si una mano se
demora segundos más de lo previsto de acuerdo con las convenciones,
surge tensión y alarma.
Menos mal que, a pesar de todo, en español tocamos (no jugamos como
en inglés) el piano, o el violín, el saxofón, la gaita o lo que sea. Eso nos
permite decir, en ciertos casos justificados y con toda propiedad: no me
toques la gaita.
Hago aquí, pues, el elogio del tacto; el gran olvidado, el sempiterno
sospechoso; el más sutil, veraz y fiable de los sentidos.
Por ello me permito recomendar a los más carentes y aislados físicamente,
que viajen en la línea 6 del metro de Madrid.Allí encontrarán unos asideros
verticales de aluminio refinado y frío, capaces de competir ventajosamente
con la piel humana más fina, o con la seda de mayor calidad.
Además estos asideros son consentidores y aceptan sin reserva (como no
podía ser menos) las caricias humanas.
Lástima que no puedan devolverlas.
11. El saco de los recuerdos
Supongo que no es científico, e incluso tampoco razonable, pero siento
que en cuanto un hecho sucede, y por tanto se torna pasado, cae en
el que llamo saco de los recuerdos, y allí se mezcla caóticamente con
todos los otros recuerdos, de forma que enseguida no distingo entre
recuerdos antiguos y recientes ; al fin, todos son recuerdos.
No quiere ello decir que todos tengan el mismo valor: los hay
insignificantes, recuerdos que no sabemos cómo han conseguido
perdurar; los hay dolorosos, gozosos, nostálgicos, deprimentes,
gloriosos (pocos). Pero todos tienen un denominador común: pertenecen
al pasado, a hechos sucedidos, consumados, y por tanto, irrecuperables,
inmodificables, irretornables. Todos ahí, revueltos, en el saco.
Ahora mismo, en cuanto acabe esta reflexión, caerá en el saco de los
recuerdos.
Acaba de caer.
12. Erotismos
En definitiva el amor (dijo el poeta) no es más que un cuerpo que
encuentra otro cuerpo. Y los cuerpos se encuentran fundamentalmente
para conocerse y experimentarse mutuamente mediante el tacto, ya que
como nos enseñó oportunamente el maestro Aristóteles que tanto sabía
de animales, la actividad sensorial más primitiva que se da en todos los
animales, es el tacto.
Y el encuentro de los cuerpos a través del tacto implica placer, y el placer
deseo; y el deseo erotismo, y el erotismo vida.
Y llegados aquí observamos la existencia de dos formas de erotismo:
la que podríamos llamar real, y la que podríamos denominar
trascendental o sublimada.
En la primera un cuerpo real encuentra otro cuerpo real. En la segunda
una mente de un cuerpo real imagina que encuentra otro cuerpo real.
Podríamos pensar que solamente la primera es satisfactoria, pero en la
práctica vemos cómo muchos, muchas, optan por un enamoramiento
mental, no solo porque, en principio y aparentemente es más fácil, sino
también porque nunca defrauda y nunca sacia: dos cuerpos inmarcesibles
y corteses, y siempre disponibles, que desafían al tiempo y a la rutina.
Extraño animal aristotélico es el ser humano.
13. Libertad y necesidad
En última instancia la libertad se ejercita creando condicionamientos
y automatismos. Cuando más condicionada esté una conducta, menos
riesgo existe de errores.
Sihayunmomento delibertad,seríaaquelenelquedecido(ocreodecidir)
qué condicionamiento quiero crear. Luego en un segundo momento (y
otros muchos posteriores) necesitaré disponer de suficiente voluntad
para seguir reforzando el condicionamiento hasta crear un hábito.
Si se consigue establecer este hábito (del que difícilmente se puede uno
apartar) se habrá consumado la decisión inicial.
De esta manera, este proceso, que está en la base de cualquier aprendizaje
(incluidos los doctrinales), conlleva la aparente paradoja de que el
ejercicio de la libertad se perfecciona en su pérdida.
14. La novela imposible.
Tengo la firme decisión de no escribir una novela. Y creo que tiene
mérito, ya que conocemos innumerables autores de inéditas novelas, o
que alimentan el secreto propósito de escribir alguna.
La novela que nunca escribiré tiene un título deliberadamente ambiguo;
se llama: El misterio Florentino. La elección del título responde a la idea
de que el no lector de la misma pueda ser inducido a pensar que se trata
de algo relacionado con Florencia, cuando no es así. Con excusa de la
extraña desaparición del protagonista, que se llama Florentino, la trama
de la novela hubiera intentado abordar el surgimiento y extinción de
los vínculos del amor y la amistad, esas dos modalidades precarias del
enamoramiento entre personas.
Meconsideroafortunadodenotenerquedesarrollaruntematanintrincado
como misterioso, y sobre todo de haber conseguido soslayar, con un
simple y económico acto de renuncia previa, el profundo desasosiego y
la frustración tan comunes en los escritores cuando, como suele suceder,
no consiguen hacer llegar sus mensajes a sus potenciales lectores.
Mejor para mí y para esos imaginarios lectores que nunca existirán, pues
el tema era peliagudo y el desenlace probablemente infeliz.
15. V a c í o
Hay días, amigo lector, en que uno amanece vacío. Para salir del vacío
hay que pasar a la acción. Lo dijo el Baghavad Gita: no es eludiendo la
acción como el hombre se libra de la acción.
Consultas el correo electrónico, y solo te entran enigmáticos e indeseados
correos en inglés, pero no el deseado de tu amiga.
El vacío aumenta.
Echas una mirada a la prensa y recibes la noticia de que algunas
multinacionales y entidades bancarias han multiplicado sus beneficios,
que los americanos perpetuarán su presencia durante años en los países
invadidos, que la violencia de género se ha cobrado más víctimas que el
pasado año por las mismas fechas, que el agujero de la capa de ozono se
ha ampliado mientras que los hielos de la Antártida se han reducido.
El vacío aumenta.
La situación se ha vuelto peligrosa; puedes perder pie y precipitarte en el
pozo del vacío que ha aumentado el diámetro de su brocal.
Pero en estas circunstancias, amigo lector, aún cabe una solución de
emergencia: ponerte a cantar. El que canta su mal espanta.
Aunque no sé, me pongo a canturrear flamenco.
El vacío pone pies en polvorosa.
16. Náufragos informáticos
Decía Ortega y Gasset que la vida es un naufragio; y algo de cierto hay
en ello.
Y entre las muchas formas de naufragar tenemos una novedosa: el
naufragio cotidiano en el uso de las nuevas tecnologías.
Es esta sensación de peligro la que lleva a mucha gente a darles la
espalda, e incluso a optar por el analfabetismo tecnológico, alegando
que, o no tienen tiempo, o no lo necesitan para nada, o no les interesa.
En este proceloso mar informático hay grandes nadadores y buceadores
(informáticos profesionales y otros), pero como sucede en los naufragios
reales, no quieren dejarse atrapar por los más inexpertos porque los
tendrían siempre aferrados y se ahogarían todos juntos en cadena; como
sucede en la realidad.
Así que la cosa es complicada y hay que intentar encontrar una posición
equilibrada: primero intentando con tenacidad resolver los problemas
por uno mismo; luego consultando libros, y finalmente solicitando,
esporádicamente, ayuda a terceros que sepan más. Por este orden.
Al margen de esta teoría general, debemos, llegado el caso, echarnos
una mano los unos a los otros, pero con cautela porque si renunciamos
a la autosuficiencia dejaremos de aprender, seremos menos libres y nos
sentiremos más indefensos.
Y no nos conviene.
17. Carencias
Una madre explica en un papel pegado en el ascensor de un
aparcamiento, que su hija ha perdido su muñeca.
La muñeca, algo estropeada, es de trapo aunque con la cabeza de
plástico duro; tiene una trenza blanca y un traje de flores.
Pide enfáticamente, que quien la encuentre la entregue, pues su hija no
puede dormir sin su muñeca preferida.
Carentes como estamos todos de tantas cosas, comprendemos lo
apremiante del mensaje.
La máscara (con el agua a los ojos) también tiene una carencia: carece
de boca.
En realidad no es que la ha perdido, es que nunca la tuvo.
Ciertamente piensa, e incluso dispondría de palabras si pudiera
articularlas.
Asiste muda al espectáculo de la vida.
Piensa y calla.
No sonríe; ni lo contrario.
18. Amor en espejo
No nos queremos bastante.
Hace tiempo, con ocasión de una gira de conferencias que hice, pude
comprobarqueeneltranscursodelaconferencia(queerasiemprelamisma
aunque en distintos lugares), cuando afirmaba yo que no nos queremos
bastante y que deberíamos querernos mucho más, se hacía un silencio
sepulcral, e incluso percibía a algunas personas muy emocionadas.
Me di cuenta entonces, de que había rozado un punto álgido:
el amor propio, entendido, no como orgullo o dignidad, sino como
imperiosa necesidad de autoestima. (Hablo en términos generales pues,
naturalmente, esa necesidad no afecta a todos por igual, y yo incluso diría
que los más desaprensivos, extorsionadores y explotadores suelen estar
bastante complacidos consigo mismos).
Ha pasado el tiempo y ahora que nos encontramos en una nueva era
tecnológica, creo llegado el momento de hacer una propuesta práctica a las
grandes empresas de tecnología digital avanzada y de telefonía móvil.
Se trata de crear una especie de espejo o pantalla interactiva (sugiero
el término pantalla especular), en las que podremos encontrar a quien
deseamos. Le diremos lo que necesitamos decir, y nos responderá lo que
necesitamos escuchar.
Pero todo de un modo físicamente convincente; es decir, digital y virtual
de un lado, pero real al mismo tiempo.
Por tomar un ejemplo. El pintor mostraría su cuadro a la pantalla especular,
y allí aparecería Rembrant, Goya o Picasso, o quien él deseara, haciendo
el elogio de su obra. Oiría decirle: Bien, muy bien, sigue así y pronto
te veremos en el MOMA. El matemático, o el físico, expondría su
revolucionaria ecuación ante Einstein; el inventor su demencial proyecto
19. ante Edison, Marconi o De la Cierva; el filósofo dialogaría con Kant o
Hegel, o incluso con Platón, de ser necesario.
También los políticos, tras las elecciones, y con indiferencia de ser
ganadores o perdedores, podrían obtener de sus mentores ideólogos la
necesaria confirmación; los ganadores sabrían que habían ganado limpia
y democráticamente, y los perdedores que habían sido víctimas de tramas
y oscuros complots.
E incluso en los más altos niveles de la política internacional, la nueva
tecnologíafuncionaríaalaperfección.EnE.E.U.U.elpresidente Jefferson,
o la Reina Madre en Inglaterra, mostrarían comprensión y afecto por
George o Tony respectivamente, garantizándoles que, a pesar de los
paupérrimos resultados, la guerra que desencadenaron, fue justa y
necesaria.
Honestamente quiero dejar claro que no creo haber inventado nada
nuevo, pues ya en el Siglo XVI, y en España precisamente, Santa Teresa
de Jesús, afirmaba: miro a Dios que me mira.
Lo que sí mantengo es que creo llegado el momento en que podemos, y
debemos, dar un soporte material, físico y tangible a lo que hasta ahora
no era más que un producto de la imaginación.
Yo, por mi parte, carente de pretensiones trascendentes, en cuanto
disponga de la pantalla especular, me pondré frente a ella esperando
encontrar a una muchacha joven y complaciente, que me mire fijamente
a los ojos y me diga: Juan, ¡te quiero!
20. Espejismos
Lo malo de los espejismos no es que sean falsos, sino que se
desvanezcan.
Triste aquel día en el que, tras tenaz resistencia a saber la verdad, el niño
claudica y acepta que los Reyes Magos no vienen de Oriente; ni de ninguna
parte. El espejo se hizo añicos.
Y después ¿Qué ha sido la vida sino una serie de espejismos (juventud,
amor, familia, amistad, éxito…) en los que nos veíamos con brillo y
fulgor y que con el paso del tiempo nos devuelven una imagen empañada
y borrosa?
Decía Shakespeare ¿qué es más noble para el espíritu, sufrir los dardos de
la tirana fortuna, o tomar las armas contra un mar de dificultades..?
Decimos nosotros ¿qué es más útil para la vida, mirarnos en espejos
evanescentes, o renunciar a ellos en un ejercicio de honestidad
intelectual?
Personalmente opto por los espejismos, y buena prueba de ello lo son
estas líneas que aspiran a que tú, lector, te mires en el espejo de la
comunicación.
Si has llegado hasta aquí, el espejo ha valido la pena.
21. Poesía
Los músicos saben lo que es la música, los pintores la pintura, los
escultores la escultura; pero hete aquí que los poetas están inciertos
sobre lo que sea la poesía.
¿Qué es la poseía? se preguntan; y no dan una respuesta concreta;
hablan de ritmo, métrica, metáfora, forma…., pero nada concluyente.
En este vacío definitorio que propicia las elucubraciones, insinúo que
el poeta es un equilibrista. El poeta, trabaja en la cuerda floja de las
palabras a muchos metros de altura sobre la realidad, pero sin perderla
de vista para no caer en la locura. Tiene que ser muy cauto, porque
las palabras son ambiguas, escurridizas y deslizantes y aunque dan la
impresión de que valen para todo, no es infrecuente que en la práctica
valgan para poco. Incluso, algunos opinan que solo valen para pensar, y
el filósofo Bergson, hombre de palabras como pocos, hablaba del ídolo
de la palabra
Y por seguir con la metáfora circense, diríamos que el poeta es un
malabarista,unprestímanoquearrojaalairelaspalabras,quesonideas,
y allí, en el aire, las ideas, que son palabras, se cruzan y entrecruzan
velozmente volviendo a las manos diestras del poeta.
Es, en definitiva, un buscador de la palabra justa, cabal e inesperada,
la palabra íntima y al mismo tiempo comunicativa, porque aquí está el
riesgo: si el poeta se ensimisma, si, como suele suceder, habla para sí
y él se entiende, pues se aísla, y si habla para los demás y quiere ser
comprendido, se traiciona.
Difícil reto el de la poseía, que convierte a sus protagonistas, los poetas,
en héroes del logos.
22. Mi sosia
Tengo un sosia. Se llama Juan de Amiano.
Siempre había deseado tener un sosia, un otro yo que me permitiera
manifestarme con toda franqueza desde el anonimato.
Mi mujer dice que eso es una cobardía, pero yo creo que más bien es una
cuestión de discreción.
Por fin, mi sosia, es decir Juan deAmiano, afloró recientemente a la superficie
y nos pusimos a colaborar y a dialogar.
Decía Antonio Machado: hablo con el hombre que siempre va conmigo. En
mi caso ese hombre es Juan de Amiano.
Hasta aquí todo bien. Juan tiene su voz propia, su correo propio, y su vida
social. Y yo la mía.
El problema ha surgido recientemente cuando habiendo leído ambos (pues de
alguna manera somos el mismo) unos textos de Bergson y de Freud sobre el
yo profundo, va Juan y me espeta a bocajarro que él es el yo profundo y yo
el superficial.
Francamente me ha cogido por sorpresa y, aunque reconozco que
potencialmente él estaba ahí desde siempre, me ha parecido una falta de
consideración hacia mí, que le he inventado; así, como suena.
Arguye en su favor que justamente su papel consiste en expresar lo complejo,
lo sutil, lo más íntimo, lo subterráneo, y dice que si eso no es ser el yo profundo
que venga Dios y lo vea.
Como en definitiva puede ser que tenga algo de razón (aunque no toda desde
luego), he decidido tratar el asunto con cautela y sobre todo con exquisita
cortesía, que es la clave del éxito en las relaciones íntimas.
Espero que me secunde porque si no, después de tanta espera, tendría que
eliminarlo.
Y me sentiría muy solo: solo conmigo mismo.
23.
Triunfalismo
La sexualidad y el arte están muy cerca de la vida; diríamos que son
equidistantes a la vida.
La sexualidad, con su laboratorio químico incorporado, ilusiona, motiva
e impulsa.
¿Qué es el amor si no el encuentro de dos cuerpos?, dijo el poeta.
¿Que es el deseamor, diríamos, si no la amnesia sobrevenida a aquellos
cuerpos?
También de la nada, o casi de nada, el artista (cuando merece el nombre
de tal), hace surgir la obra: la obra de arte.
La sexualidad pasa; sus protagonistas acaban por naufragar, pero la vida
que han propiciado, se perpetúa.
Finalmente el artista también sucumbe, pero su obra permanece.
Todo pasa; pero todo queda.
El amor y el arte han triunfado.
24. Nada
Estoy convencido, y cada día más y más, de que en algún lado del cerebro
debe existir una localización, lóbulo, centro, especializado en la percepción
de la Nada.
Estimo acertadas aquellas palabras del teólogo (hoy Papa emérito católico
Joseph Ratzinger), cuando habla del pozo sin fondo de la Nada a la que
el hombre también mira. Y también impresionantes las de aquel gran
neuropatólogo y filósofo existencialista que fue Karl Jaspers, cuando decía
(cito de memoria): Desde el fondo de la existencia la Nada nos mira de
25. hito en hito.
Pero el caso es que la percepción de la Nada (que en principio no sería
nada), da miedo: el miedo a la Nada (o a nada). Y de ese miedo surge la
necesidad de distracción y aturullamiento permanentes.
Y como la Nada aflora más en el silencio, se opta por el ruido en sus
mil formas: conversaciones interminables, música de fondo impuesta,
teléfonos móviles incesantes, ondas televisivas, radiofónicas etc. etc.
Cualquier cosa antes que el silencio, porque escuchar el silencio, sobre
todo el silencio profundo (si es que existe ya en alguna parte), asomarse
al silencio diríamos, produce vértigo: el vértigo de ver del todo a la Nada
(o nada) y precipitarse en ella.
Ahora bien; pienso que si miramos a la Nada por algo será; será que
esperamos, o intuimos, o tememos, que podemos verla allá en el fondo
profundo del pozo; y si nos mira de hito en hito, es que ella, o no-ella ( si
es simplemente nada) quiere, puede, vernos.
En estas condiciones la pregunta que surge es: ¿estamos en condiciones
de sostener su mirada? y otra: ¿podemos dejar de mirarla?
Si alguien conoce la respuesta, por favor, que lo diga, que en estos
momentos me está mirando.
26. Parece Señora, y lo es
La historia que voy a contar es real. Podría dar nombres y apellidos,
pero no lo considero necesario, si bien me pongo a disposición de
quien desee conocerlos.
Así sucedió. En una reunión de un grupo de personas, algunas
ilustres, uno de los participantes (persona conocida y respetada
intelectualmente)dijo,aguisadeacertijo,yenuntonoalgopolémico;
Parece Señora y no es.
Enseguida surgió la pregunta; ¿De quien hablas?
Hablo de una Señora que siempre se ha presentado en sociedad con
grandes pretensiones, pero que en definitiva no ha hecho honor a las
expectativas que había suscitado.
Surgieron algunas ideas; se aportaron algunos nombres propios
sin éxito. Después de unos momentos de desconcierto (en el que
afloraron algunas maliciosas propuestas), en tono triunfante quien
27. había planteado la tajante afirmación la resolvió: Hablo de la filosofía.
Hubo algunas protestas, que quedaron zanjadas rápidamente por el
principio de autoridad, cuando el dialéctico proponente del acertijo,
añadió: No lo he dicho yo; lo dijo en su día Bertrand Russell en un
brillante artículo que se titulaba precisamente: Parece Señora y no es.
Alguien añadió: Ciertamente es así, y no digamos en estos momentos en
quesehaimpuestoelllamadopensamientodébil,enacertadaformulación
del filósofo italiano Gianni Vatimmo, en el sentido de abandono de
cualquier sistema de pensamiento que pretenda dar una solución total y
coherente al enigma del Universo.
Pues, fue justamente en este momento cuando surgió una voz que afirmó
con autoridad y desparpajo: Pues yo digo, bajo mi responsabilidad, que
sí existe una Señora, que lo parece y que lo es.
Todos los presentes se sintieron retados; y empezaron las propuestas.
Tú estás hablando de la Prosperidad.
No, ciertamente no. La Prosperidad aún cuando es deseable no es más que
la acumulación de una serie de bienes de valor relativo. La Prosperidad
no es Señora,
La fama, la gloria.
No, no; la fama, la gloria es un gran consuelo, un tranquilizante menor,
un lenitivo de la caducidad, pero su valor es relativo, pues está vinculado
a la memoria, y esta es flaca, como ya se sabe.
Alguien recordó a Atahualpa Yupanki : Es ancho y largo el olvido,
Otras pretendidas Señoras fueron apareciendo sin éxito, hasta que
los contertulios, cansados y algo irritados se dieron por vencidos y
preguntaron, con espíritu de oposición, al proponente de la enigmática
afirmación: ¿Cual es esta Señora, tan Señora que lo es y lo parece?
La respuesta fue: la música.; la buena música ( la de Bach, Brahms, Ravel,
Stravinski, Falla…); la Música, arte del tiempo y que en el tiempo cesa,
como dijo Jorge Luis Borges; la música que surge del silencio y crea un
mundo sonoro de tensiones y expectaciones para retornar al silencio.Por
extraño que parezca, nadie mostró oposición.
Y es que la Música es mucha Señora.