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66 
Análisis 
La experiencia 
histórica de la URSS 
vista desde adentro 
Boris Kagarlitsky* 
entrevistado por Ezequiel Adamovsky** 
* Uno de los sociólogos rusos de mayor importancia, y el más conocido, por sus 
obras, en occidente. Fue disidente en épocas de Brezhnev, por lo cual fue en-viado 
a prisión, donde permaneció por un año. Durante la perestroika, fundó 
el Frente Popular de Moscú. Más tarde, se transformó en dirigente del Parti-do 
Socialista y fue electo diputado del soviet de Moscú. 
Es autor de numerosos libros: El junco pensante: los intelectuales y el es-tado 
soviético de 1917 al presente (por el que recibió, en 1988, el premio 
Isaac Deutscher; de próxima aparición en castellano por la editorial El Cielo 
por Asalto), Dialectic of Change, Farewell Perestroika, Restoration in 
Russia, The mirage of Modernization, La desintegración del monolito 
(traducido al castellano y publicado por la editorial Ediciones del Pensamien-to 
Nacional). 
Boris Kagarlitsky será uno de los expositores del ciclo “La crisis de fin de si-glo 
¿qué crisis?” (Ver pág. 127) 
** Docente e investigador de las universidades de Buenos Aires y Luján, espe-cialista 
en historia contemporánea. Es autor del libro Octubre Hoy. Conver-saciones 
sobre la idea comunista a 150 años del Manifiesto y 80 de la 
Revolución rusa (ed. El Cielo por Asalto, 1998), de donde fue extraída la pre-
La URSS desde adentro 
EZEQUIEL ADAMOVSKY. Pasados 
15 años de tu libro El junco pen-sante1, 
el lector todavía se sor-prende 
de la agudeza de tus aná-lisis 
de la cultura y la sociedad so-viética. 
¿Cómo llegó un ciudada-no 
soviético de tan sólo 24 años a 
apreciaciones críticas de esa 
magnitud? ¿Cuáles fueron tus in-fluenciass 
políticas e intelectua-les? 
BORIS KAGARLITSKY. Yo soy un 
producto de la vida intelectual so-viética 
y estoy orgulloso de ello. 
La gran variedad de pensamien-tos 
y discusiones en los últimos 
años de la URSS, refuta la inter-pretación 
de nuestra sociedad co-mo 
“totalitaria”. En un sentido, 
nuestra sociedad estaba muy 
abierta tanto a influencias extran-jeras 
como a los impulsos del pen-samiento 
de años pasados. Y las 
mismas restricciones actuaban 
estimulando nuestro interés. 
Por supuesto, hay algunas parti-cularidades 
en mi caso. Yo crecí 
en el mismo barrio que Yegor Gai-dar, 
quien luego sería el Primer 
Ministro neoliberal. Pertenecemos 
a la misma generación y aún tene-mos 
nuestras casas de campo en 
el mismo lugar, a 40 km de Mos-cú, 
de modo que no todo puede 
explicarse por el entorno cultural. 
Nuestra generación estuvo muy 
influida por la generación de nues-tros 
padres, la “gente de los ‘60”. 
En el caso ruso, ésta tuvo poco 
67 
que ver con la idea occidental de 
los ‘60, los Beatles, revueltas es-tudiantiles 
y revolución sexual, 
etc. Los ‘60 rusos comenzaron en 
1956 y terminaron en 1968. Fue el 
momento en que la gente empezó 
a pensar en reformas democráti-cas 
en el sistema soviético, en un 
socialismo democrático. Ellos lo 
concebían en términos “iilustra-dos”: 
uno sólo tenía que educar a 
la burocracia para que impulse 
una reforma desde arriba. La si-guiente 
generación vio el fracaso 
del proyecto de la intelligentzia de 
los ‘60 pero sus reacciones fueron 
diferentes. Algunos se volvieron 
muy cínicos. Otros, como yo, pen-samos 
que educar a los burócra-tas 
no sería suficiente. Por eso es 
que comenzamos a buscar alguna 
clase de explicación sociológica 
de lo que estaba sucediendo. El 
marxismo era la única fuente dis-ponible, 
y eso era lo típico para to-dos. 
Aun aquellos que más tarde 
se volcaron a la derecha, tuvieron 
algún paso por el marxismo: si 
volvemos a Yegor Gaidar, él publi-có 
un artículo de crítica marxista 
al neoliberalismo en el semanario 
Noticias de Moscú , tan tarde co-mo 
1989. De todos modos, el pro-blema 
no era tanto por dónde uno 
comenzaba sino adónde iba. Para 
mí, los textos marxistas clásicos 
fueron un puente hacia el marxis-mo 
occidental. Había todo un gru-po 
de personas interesadas en 
estas cuestiones (que luego fue 
1 Boris Kagarlitsky. The Thinking Reed. Intellectuals and the Soviet State from 
1917 to the Present, Londres, Verso, 1988 (de próxima aparición en castella-no, 
por la editorial El cielo por asalto)
68 realidad económica 163 
conocido por los “jóvenes socialis-tas” 
cuando la KGB nos arrestó en 
1982).El conocimiento de lenguas 
extranjeras era esencial para esta 
clase de estudios, y el entrena-miento 
de la educación soviética 
en lenguas era excelente. 
Pasábamos mucho tiempo “ca-zando” 
libros. Muchos no estaban 
prohibidos, aunque tampoco auto-rizados. 
Por ejemplo, yo fui a Ber-lín 
Orientall y conseguí algunos li-bros 
allí; Marcuse, la Nueva Iz-quierda 
(inglesa), Fromm. Todos 
estaban disponibles en inglés en 
las bibliotecas de Berlín, ya que 
las autoridades se preocupaban 
sólo de controlar los textos políti-cos 
en alemán, sin preoocuparse 
por textos académicos en inglés. 
Mi amigo Pavel Kudiukin me ayu-dó, 
incluso, a obtener un permiso 
falso para entrar en el área restrin-gida 
de la Biblioteca de la Acade-mia, 
en Moscú. Así que todo esto 
era una suerte de deporte, en el 
que yo fui una especie de cam-peón. 
E.A. Mencionaste tu participa-ción 
con los “jóvenes socialistas”. 
Contanos cómo fue tu experiencia 
con ellos y como preso político. 
B.K. Publicamos dos periódicos 
clandestinos: Variantes y El giro a 
la izquierda. La tirada era de 40 ó 
50 copias, ya que algunas perso-nas 
hacían sus propias copias: 
eso era lo que se llamaba samiz-dat, 
editados con máquinas de es-cribir. 
Pero fue suficiente para que 
el estado se sintiera amenazado: 
fuimos arrestados y liberados lue-go 
de la muerte de Brezhnev. La 
prisión de Lafortovo tenía una 
buena biblioteca (allí leí, por ejem-plo, 
el Leviatán de Thomas Hob-bes) 
. No se nos permitía estar 
juntos, ni con otros prisioneros po-líticos, 
por lo que mis compañeros 
eran presos “económicos”: altos 
burócratas de la industria arresta-dos 
por recibir sobornos. Ellos me 
enseñaron mucho acerca del fun-cionamiento 
real de la economía, 
y eso fue crucial para mis poste-riores 
análisis socioeconómicos 
de Rusia. Pienso que una expe-riencia 
similar serviría para que 
muchos economistas y reforma-dores 
rusos vieran la economía de 
distinta manera. Quizá todavía es-tén 
a tiempo... 
E.A. Sorprende particularmente 
de tu libro (El junco...) el trata-miento 
que hacés de la intelligent-sia 
como un grupo social autóno-mo 
con gran importancia en la so-ciedad 
rusa y en su historia. Inclu-sive, 
rechazás la famosa división 
que hizo Lenin de los “tres perío-dos” 
del movimiento emancipato-rio 
en Rusia, que él relacionaba 
con tres clases sociales. Del mis-mo 
modo, sorprende la importan-cia 
que le das a la lucha cultural 
en la historia de Rusia. No es muy 
común viniendo de un marxista 
soviético. ¿Cuáles fueron tus in-fluencias 
político-filosóficas en es-te 
punto? 
B.K. Creo que tenés una idea del 
marxismo ruso basada sobre los 
libros de texto oficiales soviéticos,
La URSS desde adentro 
y quizás en los textos de princi-pios 
de la década de los ‘20. De 
todos modos, ya a fines del siglo 
XIX, cuando el marxismo aún no 
era conocido en Rusia, existía la 
llamada “escuela histórico-cultu-ral” 
de estudios sociales, que pre-paró 
el terreno para el marxismo 
y, además, puso énfasis en el de-sarrollo 
cultural como parte del 
desarrollo histórico. Si pensamos 
en el pensamiento socialista ruso 
premarxista, no puede dejar de 
verse que en él la lucha cultural 
era esencial. Yo no sólo estuve in-fluido 
por el marxismo -occidental 
o clásico- sino también por el so-cialismo 
ruso, particularmente por 
Herzen. Personalmente, Herzen 
odiaba a Marx: ambos eran ex he-gelianos, 
ambos vivían en Lon-dres, 
ambos eran emigrantes radi-cales 
y aparecían en las mismas 
manifestaciones de solidaridad 
con Polonia... Es probable que, en 
ese tiempo, Londres fuera dema-siado 
pequeña para albergar a 
tanta gente interesante. Volviendo 
a Herzen, creo que es muy impor-tante, 
justamente porque estudió 
la dimensión cultural de la política. 
E.A. ¿Qué querés decir exacta-mente 
con “lucha cultural”? Pare-ce 
un concepto gramsciano... 
B.K. Exactamente. La hegemo-nía 
se realiza a través de la cultu-ra, 
ya que la cultura forma a las 
personas. En ese sentido, el Ra-tón 
Mickey puede ser más peligro-so 
que los portaaviones. Sin em-bargo, 
no debemos olvidar que no 
69 
todo lo que viene de la cultura de 
masas occidental es, por defini-ción, 
reaccionario. 
E.A. Según tu punto de vista, el 
“Thermidor” y la burocratización 
de la sociedad soviética “desde el 
punto de vista histórico-cultural, 
consistió en cómo el barbarismo, 
el despotismo asiático, se tomó su 
revancha con la tradición política 
occidental en Rusia el dieciocho 
Brumario de Iván el Terrible”. Sin 
embargo, existe la tendencia, so-bre 
todo en la llamada “crítica pos-moderna”, 
a relacionar burocrati-zación 
y totalitarismo con el inten-to 
moderno (y occidental) de orde-nar 
el mundo y la sociedad de 
acuerdo con pautas “racionales”. 
Según este punto de vista, el co-munismo 
no es el hijo del “barba-rismo 
asiático” sino, como el fas-cismo, 
es el heredero del pensa-miento 
occidental moderno. ¿Cuál 
es tu opinión acerca de esta inter-pretación 
de la experiencia sovié-tica? 
B.K. Hay un chiste judío: dos 
hombres van al rabino y explican 
sus posturas, preguntando quién 
tiene la razón. El rabino escucha, 
y responde que ambos están en lo 
cierto. Pero su esposa no está de 
acuerdo: “no es posible que dos 
hombres que sostienen posturas 
opuestas estén ambos en lo cier-to”, 
dice ella, a lo que rabino res-ponde: 
“Sí querida, tú también tie-nes 
razón”. 
Esto tiene mucho que ver con la 
historia del Thermidor soviético:
70 realidad económica 163 
resultó del intento de moderniza-ción 
y fue, en esencia, barbariza-ción. 
Aunque resulte extraño para 
un occidental, es muy fácil de en-tender 
para un ruso. Pedro el 
Grande fue el más importante mo-dernizador 
de nuestra historia; 
también fue uno de los peores 
bárbaros. Peleó contra el barba-rismo 
con métodos bárbaros, co-mo 
dicen algunos historiadores. 
Berdiaev lo llamó “un bolchevique 
en el trono”. Pero el problema no 
era sólo su crueldad: por ejemplo, 
para construir un ejército y una ar-mada 
modernos, para establecer 
una economía moderna, reformó 
la agricultura rusa de modo que la 
desmodernizó; necesitaba recur-sos, 
y transformó a los siervos en 
esclavos. La experiencia del stali-nismo 
fue similar.Yo trato el costa-do 
“ilustrado” del stalinismo en mi 
libro El milagro de la moderniza-ción 
y su lado “asiático” en El jun-co... 
Ambos lados vienen juntos, 
pero eso no quiere decir que de-bamos 
culpar de todo a la Ilustra-ción. 
Debemos comprender la pa-radoja 
del sudesarrollo: aquellos 
que quieren “alcanzar y superar” 
necesitan recursos, y el modo de 
producción asiático provee una 
solución a corto plazo. En el largo 
plazo hay una contradicción que 
destroza todo el proyecto. Pero 
eso en el largo plazo. 
Con respecto a la crítica posmo-derna 
a la Ilustración, yo no com-parto 
sus intenciones. Existen 
enormes problemas con la Ilustra-ción: 
es autoritaria (la jerarquía 
del conocimiento es antidemocrá-tica), 
eurocéntrica, etc. Todo eso 
es cierto ¿Y eso qué? Si toma-mos 
el universalismo como la idea 
principal de la Ilustración, debe-mos 
rechazar muchos de sus pro-pios 
conceptos y reconsiderar la 
propia idea de conocimiento. Pero 
si sólo rechazas el universalismo 
y la “totalización”, tú y toda tu retó-rica 
“posmoderna” sencillamente 
entran en colapso, hacia alguna 
forma de pensamiento tribal, algo 
precientífico. El posmodernismo 
expresa la crisis de la tradición 
ilustrada, dice mucho acerca de la 
barbarización de Occidente como 
tal. En ese sentido, la tradición ru-sa 
es más universalista, aun 
cuando rechaza la occidentaliza-ción. 
Y nosotros debemos prote-ger 
nuestra cultura rusa (aunque 
desarrollada, a veces, por el pue-blo 
judío) de esta barbarización 
occidental; debemos mantener 
nuestra adhesión a la Ilustración, 
precisamente porque no quere-mos 
llegar a ser como los ameri-canos. 
E.A. En un pasaje de El junco... 
sostenés que “los bolcheviques 
interpretaron el marxismo como la 
ideología de la modernización y la 
europeización” y que “política-mente, 
el partido de Lenin era 
más el partido de Pedro el Grande 
que de Carlos Marx”. Desde este 
punto de vista, los bolcheviques, a 
pesar de la visión aceptada con 
posterioridad, “no fueron libres 
creadores de la historia sino, más 
bien, esclavos de la necesidad ob-jetiva 
que, en general, no les dejó
71 
La URSS desde adentro
72 realidad económica 163 
ninguna elección”. A partir de esta 
concepción trágica ¿Cuál creés 
que fue la responsabilidad, la “cul-pa” 
del atraso ruso en la burocra-tización? 
¿Cuál sería la “culpa”, 
por otro lado, de una interpreta-ción 
errónea del marxismo (o, en 
todo caso, de una práctica política 
equivocada)? 
B.K. La culpa está siempre allí, 
tengas elección o no. Siempre es-tá 
la elección de ser derrotado in-mediatamente 
luchando contra la 
corriente de la historia, antes que 
ganar en el largo plazo y destruir 
tu proyecto históricamente. Sos 
responsable de todo lo que hacés, 
no importa si tenés elección o no. 
Pero es fácil hablar desde los ‘90: 
en 1917 muchas cosas se veían 
de diferente forma. 
La interpretación bolchevique del 
marxismo estaba equivocada: fue-ron 
crueles y, a veces, sin ninguna 
necesidad pragmática; no com-prendieron 
la importancia y el pa-pel 
de la democracia; su idea del 
socialismo se limitaba al concepto 
de “disciplina fabril”; muchos de 
ellos eran terribles como perso-nas. 
Y, sin embargo, fueron los 
más grandes revolucionarios de la 
historia del mundo y los persona-jes 
más heroicos y trágicos de es-te 
siglo. Cualquier revolución es 
terrible: cuando millones de perso-nas 
actúan, no podemos esperar 
que haya menos crímenes y estu-pideces 
que en la vida “normal”; 
habrá muchos más. Pero sin revo-luciones 
no habría historia, y 
¿quién puede decir que los perío-dos 
no-revolucionarios son nece-sariamente 
agradables y huma-nos? 
La reacción no es menos 
brutal que la revolución, pero es 
también más destructiva. Fijate en 
la Rusia de hoy: bajo el “democrá-tico” 
Yeltsin es asesinada más 
gente que bajo cualquier líder so-viético 
desde Stalin. Muchos más 
morirán antes de que lleguemos a 
algo parecido a una verdadera de-mocracia. 
La Historia tiene sus hé-roes 
trágicos, pero también tiene 
sus villanos. 
E.A. En particular, ¿cuál te pare-ce 
que fue la responsabilidad o 
“culpa” de la concepción leninista 
de Partido y de Vanguardia en el 
proceso de burocratización? 
B.K. Era equivocada.No sólo po-líticamente 
sino también lingüísti-camente. 
La vanguardia no dirige 
al ejército: su único privilegio es 
estar en la batalla primero, y reci-bir 
los peores golpes. Pero no 
puede ni debe determinar adónde 
debe ir el ejército. De todos mo-dos, 
en la Rusia de 1917, en la 
que los obreros eran una pequeña 
minoría, y los obreros educados 
eran una minoría dentro de la mi-noría, 
es fácil entender por qué y 
cómo Lenin y sus compañeros lle-garon 
a sus conclusiones. Y todo 
ello formaba parte, en gran medi-da, 
de la tradición ilustrada con su 
meritocracia del conocimiento. 
2 Cf. Rudolf Bahro: La alternativa, Madrid, Alianza, 1980; Cornelius Castoriadis, 
La sociedad burocrática (2 vol.), Barcelona, Tusquets, 1976
La URSS desde adentro 
E.A.: En otro pasaje de tu libro 
El junco.. discutiendo acerca del 
Terror Rojo, criticás tanto a las re-voluciones 
“duras” como a las 
“humanas”: las primeras, porque 
el derramamiento de sangre y el 
terror degeneran en el Thermidor 
que aplasta a la propia revolu-ción; 
las segundas porque, tratan-do 
de evitar el derramamiento de 
sangre y la represión, terminan 
siendo aplastadas por los contra-rrevolucionarios. 
La cuestión se-ría 
encontrar un punto intermedio. 
¿Cuándo y por qué creés que los 
bolcheviques perdieron ese punto 
intermedio? 
B.K.: No estoy seguro de que 
hubiera un punto intermedio, ni sé 
cuan “intermedio” hubiera sido. 
Lo único que puede hacerse es 
buscarlo. Hablar acerca del pasa-do 
con muchos “si ...” es un enfo-que 
erróneo. Simplemente, debe-mos 
aprender del pasado. Creo 
que, a veces, es mejor arriesgar a 
una derrota en el corto plazo, an-tes 
que comprometer las ideas 
propias. Pero esa es una cuestión 
de práctica política y, como ruso 
de izquierda, hoy, puedo decir 
muy poco acerca de la práctica. 
E.A.: En tu libro El junco... des-cribís 
a la URSS como una “so-ciedad 
estadocrática”, dividida en 
dos grupos sociales: el “productor 
colectivo” (los trabajadores, inge-nieros, 
científicos y académicos) 
y el “consumidor colectivo” (la bu-rocracia). 
Además, habría estra-tos 
intermedios cuya posición es 
73 
contradictoria. Desde esta pers-pectiva, 
criticás a aquellas inter-pretaciones 
que consideran a la 
URSS como un “capitalismo de 
estado” o como “socialismo”, ya 
que ambas partirían de un con-cepto 
estrecho de “clase”. Resul-ta 
extraño, sin embargo, que no 
analicés otras interpretaciones 
muy difundidas en Occidente que, 
como las del disidente esteale-mán 
Rudolf Bahro o Cornelius 
Castoriadis2, también consideran 
a la URSS como un sistema dis-tinto, 
sui generis, ¿Qué opinás de 
las contribuciones de esos auto-res? 
B.K.: Bahro consideraba básica-mente 
al sistema soviético como 
un socialismo deformado (y eso 
por su posición reformista). Su li-bro 
La alternativa produjo mucho 
impacto en Occidente porque allí 
el público no estaba familiarizado 
con los textos reformistas de Eu-ropa 
oriental, que circulaban tanto 
como samizdat como en la forma 
de “informes reservados” internos 
en las instituciones oficiales. Es 
por ello que ese libro produjo po-co 
o nada de impacto en Alema-nia 
oriental o en la URSS. Con 
respecto a Castoriadis, descubrí 
algunos de sus textos en francés 
mientras escribía El junco..., y 
estuve de acuerdo con muchas 
de sus opiniones. Pero para el cír-culo 
al que yo pertenecía en ese 
momento, los artículos de un his-toriador 
soviético, Marat Chesh-kov, 
fueron mucho más importan-tes.
74 realidad económica 163 
E.A.: ¿Cuáles eran sus ideas? 
B.K.: Cheshkov hablaba de una 
Estadocracia como una comuni-dad 
dirigente que no es una clase, 
aunque la formación social es del 
tipo de clase. Los trabajadores 
tampoco conforman una clase, si-no 
que son otra comunidad social 
con algunos elementos de estruc-turación 
de clase. Esto explica por 
qué la nomenklatura soviética, 
más tarde, se transformaría tan 
fácilmente, y por qué la resisten-cia 
de los trabajadores soviéticos 
fue tan débil. 
E.A.: Hablando de la estructura 
social de la URSS, en tus últimos 
libros como La desintegración 
del monolito, describís el proce-so 
actual de transformación de la 
vieja clase dirigente en la “nueva” 
clase mafiosa-capitalista, detrás 
de la máscara de una restaura-ción 
del capitalismo. Este proceso 
me parece, en cierto sentido, simi-lar 
al que Trotsky predijo en su li-bro 
La revolución traicionada. 
¿Qué pensás de su interpretación 
de la burocracia y del destino de 
la URSS? 
B.K.: Trotsky escribió acerca de 
la posibilidad de que la burocracia 
se transformara en capitalista co-mo 
“el peor escenario posible”; 
creo que él realmente no creía en 
esa posibilidd. En cualquier caso, 
su análisis era bueno para los 
años ‘20 y principios de los ‘30. Ya 
en los ‘40 estaba desactualizado, 
a medida que la evolución del sis-tema 
continuaba. El problema del 
trotskysmo después de la muerte 
de Trotsky, es que permaneció 
pegado a sus interpretaciones, sin 
considerar que ellas pertenecían 
a su tiempo. Cuando los libros de 
Trotsky fueron finalmente publica-dos 
legalmente en Rusia, muchas 
personas quedaron impresiona-das 
por su pensamiento y la preci-sión 
de sus predicciones, pero la 
falta de éxito político del trotskys-mo 
realmente existente, socavó la 
influencia de sus ideas en Rusia. 
E.A.: Hablemos de la Perestroi-ka. 
¿Cuáles son los puntos princi-pales 
en una explicación del fra-caso 
del “compromiso histórico” o 
“nuevo pacto social” que caracte-rizó 
la era Brezhnev? ¿Cuál fue el 
rol desempeñado por la intelli-gentsia, 
los grupos sociales y los 
cambios económicos? 
B.K. Ya en mi libro La dialéctica 
del cambio (escrito entre 1983- 
1986) escribí acerca de los límites 
del compromiso de Brezhnev. La 
élite soviética intentó una especie 
de “brezhnevismo sin Brezhnev”, 
pero ya era evidente que no fun-cionaría. 
El problema del brezhne-vismo 
fue su promesa de crear 
una sociedad de consumo al esti-lo 
soviético. De hecho, ésta fue 
una meta formulada ya por Jrus-hev, 
en el programa adoptado por 
el XXII congreso del Partido Co-munista 
de la Unión Soviética. La 
imagen del comunismo que allí se 
planteaba era la de un paraíso de 
los consumidores. Sin embargo, 
el sistema, que funcionaba perfec-tamente 
a la hora de producir co-
La URSS desde adentro 
hetes o de desarrollar áreas re-motas 
del extremo norte, falló 
cuando quiso producir bienes de 
consumo. Las exportaciones de 
petróleo y armas ayudaron duran-te 
los ‘70, pero eso fue peor para 
el sistema: la gente se acostum-bró 
a los bienes de consumo im-portados 
y se dio cuenta, al mis-mo 
tiempo, de la imposibilidad del 
sistema de producir nada pareci-do. 
La élite burocrática, que tenía 
mayor acceso a los bienes impor-tados, 
se echó a perder. La cultu-ra 
occidental de consumo se 
transformó en hegemónica y, de 
alguna manera, la Perestroika no 
fue un movimiento democrático 
sino una suerte de rebelión del 
consumidor. Por supuesto, era 
ambas cosas, y la gente pensó 
que más bienes de consumo y 
más libertad vendrían de la mano. 
De alguna manera, esto explica el 
colapso de la Perestroika. 
Naturalmente, también existían 
otros problemas. 18 años de esta-bilidad 
socavaron el sistema so-viético. 
Este estaba basado sobre 
una movilización sin precedentes 
de masas atomizadas, movilidad 
social tanto vertical como horizon-tal. 
Todo eso se había acabado. 
Las relaciones entre grupos y 
dentro de cada grupo se hicieron 
más fuertes, mientras la capaci-dad 
del sistema de arreglárselas 
con los métodos tradicionales se 
hizo más débil. La demanda de 
mayor libertad y participación pro-vino 
de este nuevo sentimiento de 
75 
que los grupos sociales podían 
ahora arreglárselas sin la buro-cracia. 
Lo mismo sucedía con las 
empresas o colectivos de trabajo 
que se transformaron en “comuni-dades 
industriales”. 
Paradójicamente, con el colapso 
de la Perestroika y el caos de la 
era Yeltsin, todo eso se desvane-ció: 
la gente está de nuevo más 
dependiente del estado. Es por 
eso que el régimen de Yeltsin es 
tan estable: la capacidad de au-toorganización 
de la sociedad, 
que era relativamente alta a me-diados 
de los ‘80, es mínima a fi-nes 
de los ‘90. 
Para la intelligentsia soviética el 
colapso de la Perestroika fue una 
catástrofe, a pesar de que nadie 
lo comprendió así. Era la única 
fuerza capaz de articular las nue-vas 
demandas en los ‘80 y todos 
la necesitaban. Hacia mediados 
de los ‘90 perdió su posición y ya 
no hay mucho que articular. La 
nomenklatura y la Nueva Elite cri-minal 
rusa tienen lo que quieren y 
no necesitan a los intelectuales 
como gente que expresa nuevas 
ideas. Sólo necesitan sirvientes 
intelectualmente competentes, y 
pagan bien por ellos. Pero eso es 
el fin de la tradición de la intelli-gentsia: 
ahora se parece más al 
rol de los funcionarios ideológicos 
soviéticos. Asimismo, hay división 
social: maestros y médicos ahora 
son pobres, están hambrientos, 
enojados y frustrados. Los inte- 
3 Las matrioshkas son las tradicionales muñequitas artesanales rusas, que 
ocultan una figura dentro de la otra.
76 realidad económica 163 
lectuales de la élite son ricos, gor-dos, 
felices e indiferentes por 
cualquier idea. La intelligentsia en 
los tiempos soviéticos podía ata-car 
el poder y apoyarlo al mismo 
tiempo. Esa era una situación 
contradictoria, sólo posible por la 
dinámica del desarrollo posrevolu-cionario 
y por las contradicciones 
del marxismo soviético. Ahora ya 
no es así: hay que elegir, se está 
con los gordos o con los ham-brientos. 
Con el estado o contra 
él, y es muy difícil engañarse a 
uno mismo como en tiempos so-viéticos. 
Naturalmente, los políti-cos 
de la oposición de la Duma 
oficial tratan de engañarse a sí 
mismos y a los votantes, simulan-do 
oponerse a un régimen con el 
que cooperan día a día. Pero esto 
es más difícil para los intlectuales. 
E.A. ¿A qué te referís exacta-mente 
con “rebelión del consumi-dor”? 
B.K. La gente compara su están-dar 
de vida no con los del Tercer 
Mundo, sino con los del Oeste. 
Quisieron los bienes de consumo 
que tiene Occidente, pero no te-nían 
idea de los problemas socia-les 
de Occidente. Vivienda bara-tas 
y educación gratuita se toma-ban 
como dadas, pero la mala ca-lidad 
de los zapatos soviéticos era 
vista como una especie de ver-güenza 
nacional. 
E.A. En El junco... encontramos 
una historia de las tradiciones de 
oposición socialista y de derecha 
en la URSS, pero la ideología más 
extendida durante los períodos de 
Gorbachov y Yeltsin -el liberalis-mo 
económico- parece estar bas-tante 
ausente. ¿Es posible encon-trar 
una tradición “liberal” ya en el 
período de Brezhnev, o se trata de 
una “nueva ideología”? Si es nue-va 
¿cómo se expandió tanto en 
tan poco tiempo? 
B.K. Había referencias al libera-lismo 
económico en El junco..., 
aunque a veces, en ese tiempo, 
estaba escondido dentro del refor-mismo 
socialista, como en una 
matrioshka rusa3. Era una “ideolo-gía 
latente” a fines de los ‘80 y hay 
que recordar que El junco ... fue 
escrito en 1980-82. Fue la nomen-klatura 
soviética, o mejor dicho al-gunas 
secciones dominantes las 
que eligieron el capitalismo y el 
neoliberalismo como una estrate-gia 
de reestructuración. En 1988 
la misma palabra “privatización” 
no estaba presente en la prensa 
soviética. En 1990 todas las publi-caciones 
soviéticas comenzaron a 
explicar que nuestra economía 
nunca funcionaría sin una total y 
completa privatización. Y aún se 
trataba de medios controlados en 
gran medida por el partido, la tele-visión 
era propiedad del estado. A 
la izquierda no estalinista no se le 
permitió hablar y, a pesar de que 
era muy visible en 1987-90, fue 
borrada hacia 1991 por medio de 
un verdadero terror informativo. 
En 1996, durante la elección pre-sidencial, 
los comunistas se que-jaron 
del terror informativo, pero 
entonces no era nada comparado
La URSS desde adentro 
con el de 1990-91. Desde la épo-ca 
de Stalin no se veía una propa-ganda 
tan fuerte, basada sobre el 
concepto de propaganda total 
Eso significa que la propaganda 
lo penetró todo. Estabas viendo 
un programa acerca del creci-miento 
de los tomates y te decían 
que sin una privatización del 
100% los tomates nunca crece-rían. 
E.A. En tus últimos libros puede 
verse una descripción de los he-chos 
actuales en la que el presen-te 
se asemeja, en muchos puntos, 
al pasado. Parece como un juego 
de espejos: grupos políticos ac-tuales 
toman nombres y símbolos 
de los antiguos (prerrevoluciona-rios), 
etc. Aún el debate decimo-nónico 
entre occidentalistas y es-lavófilos 
parece estar siendo ree-ditado. 
¿Qué es antiguo y qué es 
nuevo en la situación actual de la 
política en Rusia? ¿Rusia se en-cuentra 
en una encrucijada simi-lar 
en algo a la que enfrentó en el 
siglo XIX? 
B.K. Es así en gran medida. Pe-ro 
recuerda a Marx: la historia se 
repite a sí misma como farsa. 
Otra cita que viene a la mente es 
esa de Lenin acerca de Rusia su-friendo 
tanto por el capitalismo 
como por la falta de capitalismo. Y 
no existe una sollución capitalista 
a esta contradición. Sin embargo, 
tampoco es visible ninguna solu-ción 
por izquierda. No hay nada 
similar a una “remake” de 1917. 
Se parece más a la situación de fi-nes 
del siglo XIX, cuando el país 
77 
objetivamente necesitaba una re-volución, 
pero los actores aún no 
estaban allí. 
E.A. Pero los finales del siglo 
XIX en Rusia, también era un mo-mento 
en que los “actores” para la 
Revolución de Octubre se esta-ban 
desarrollando. ¿Pensás que 
en nuestros días, en Rusia o en 
Occidente, nuevos actores se es-tán 
desarrollando? 
B.K. Espero que sí, aunque en 
cierta forma hoy es más difícil. 
Los “actores” de fines del siglo 
XIX no recordaban el trauma de la 
derrota de la Revolución France-sa 
del siglo XVIII, o no la veían 
como su propia derrota, su propio 
problema. Hoy, el fracaso de la 
Revolución Rusa es un problema 
para toda la izquierda. Así, noso-tros 
no tenemos sólo problemas 
técnicos, políticos o sociales, sino 
también psicológicos y morales. 
Sin embargo, creo que los supe-raremos. 
E.A. En este “juego de espejos”, 
¿dónde está la Revolución de Oc-tubre 
en la cabeza de la gente? 
¿Cómo la recuerdan? ¿Cómo te 
parece que será el 80º aniversario 
de la Revolución de Octubre en 
Rusia? 
B.K. La gente está confundida. 
Los jóvenes son los más positivos 
en su visión de la revolución, por-que 
no creen en la propaganda de 
Yeltsin y la odian de la misma ma-nera 
que nuestra generación solía 
odiar la propaganda de Brezhnev.
No hay una juventud pro-régimen 
en Rusia, aunque los comunistas 
tampoco son populares. Al mismo 
tiempo, los jóvenes tienen poco 
conocimiento histórico: una perso-na 
de 19 años sabe hoy muy poco 
de la historia de nuestro país 
(aunque aún tienen una educa-ción 
histórica mejor que la de un 
norteamericano promedio). En la 
generación mayor, mucha gente 
aún cree en lo que le dijeron en el 
pasado, pero también los viejos 
son los más influidos por los me-dios. 
La mayoría es simplemente 
cínica. No ven a la revolución co-mo 
un evento demasiado positivo. 
Sin embargo, mucha gente ve las 
“reformas” actuales como algo 
mucho peor. 
E.A. Tanto tu libro El junco co-mo 
La dialéctica de la esperan-za 
terminan con una frase optimis-ta: 
”la URSS se encuentra en el 
umbral del socialismo democráti-co...” 
Quince años después, ¿qué 
opinás del futuro de Rusia y de la 
tradición socialista? 
B.K. Las soluciones socialistas 
eran posibles y óptimas en los ‘80, 
pero perdimos esa lucha. Aún son 
deseables en los ‘90 pero la situa-ción 
ha cambiado. El socialismo 
democrático como alternativa rea-lista 
para Rusia no será lo mismo 
que en los ‘80. Somos ahora un 
país pobre, que necesita movilizar 
sus recursos para salir de la pre-sente 
situación catastrófica. Eso 
significa que se requerirá más diri-gismo. 
Y el principal problema es-tá 
en la naturaleza del estado: ne-cesitamos 
una especie de revolu-ción 
democrática para cambiarlo. 
Pero eso no sucederá sin desafiar 
las actuales relaciones económi-cas 
y de propiedad. 
E.A. En un balance de tu activi-dad 
política de los últimos años, 
¿por qué creés que las soluciones 
socialistas para Rusia “perdieron 
la lucha”? 
B.K. Las luchas de 1991-93 se 
perdieron y debemos ser hones-tos 
política e intelectualmente pa-ra 
admitirlo, y para aceptar las 
responsabilidades de cada uno en 
la izquierda. Sin embargo, yo creo 
que teníamos que perder. La “cul-pa”, 
si uno quiere hablar en térmi-nos 
trágicos, estaba en la falta de 
comprensión de nuestra propia 
debilidad confrontando con las 
fuerzas con las que estábamos lu-chando. 
Sin embargo, existían 
oportunidades: la batalla decisiva 
fue en 1993, cuando defendimos 
el Parlamento y la Constitución y 
fuimos golpeados. La oposición 
comunista luego de eso, aceptó 
desde el principio las reglas de 
juego impuestas por la constitu-ción 
pseudodemocrática de Yelt-sin, 
y no fue de ningún modo un 
partido de acción y lucha. Tenían 
miedo de hacer enojar a la nueva 
élite. Eso significa que no tuvo 
chances. Pero habrá nuevas 
oportunidades en el futuro. Mien-tras 
estemos vivos y la vida cam-bie, 
habrá nuevas oportunidades. 
Junio 1997 
78 realidad económica 163
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La experiencia histórica de la URSS vista desde adentro

  • 1. 66 Análisis La experiencia histórica de la URSS vista desde adentro Boris Kagarlitsky* entrevistado por Ezequiel Adamovsky** * Uno de los sociólogos rusos de mayor importancia, y el más conocido, por sus obras, en occidente. Fue disidente en épocas de Brezhnev, por lo cual fue en-viado a prisión, donde permaneció por un año. Durante la perestroika, fundó el Frente Popular de Moscú. Más tarde, se transformó en dirigente del Parti-do Socialista y fue electo diputado del soviet de Moscú. Es autor de numerosos libros: El junco pensante: los intelectuales y el es-tado soviético de 1917 al presente (por el que recibió, en 1988, el premio Isaac Deutscher; de próxima aparición en castellano por la editorial El Cielo por Asalto), Dialectic of Change, Farewell Perestroika, Restoration in Russia, The mirage of Modernization, La desintegración del monolito (traducido al castellano y publicado por la editorial Ediciones del Pensamien-to Nacional). Boris Kagarlitsky será uno de los expositores del ciclo “La crisis de fin de si-glo ¿qué crisis?” (Ver pág. 127) ** Docente e investigador de las universidades de Buenos Aires y Luján, espe-cialista en historia contemporánea. Es autor del libro Octubre Hoy. Conver-saciones sobre la idea comunista a 150 años del Manifiesto y 80 de la Revolución rusa (ed. El Cielo por Asalto, 1998), de donde fue extraída la pre-
  • 2. La URSS desde adentro EZEQUIEL ADAMOVSKY. Pasados 15 años de tu libro El junco pen-sante1, el lector todavía se sor-prende de la agudeza de tus aná-lisis de la cultura y la sociedad so-viética. ¿Cómo llegó un ciudada-no soviético de tan sólo 24 años a apreciaciones críticas de esa magnitud? ¿Cuáles fueron tus in-fluenciass políticas e intelectua-les? BORIS KAGARLITSKY. Yo soy un producto de la vida intelectual so-viética y estoy orgulloso de ello. La gran variedad de pensamien-tos y discusiones en los últimos años de la URSS, refuta la inter-pretación de nuestra sociedad co-mo “totalitaria”. En un sentido, nuestra sociedad estaba muy abierta tanto a influencias extran-jeras como a los impulsos del pen-samiento de años pasados. Y las mismas restricciones actuaban estimulando nuestro interés. Por supuesto, hay algunas parti-cularidades en mi caso. Yo crecí en el mismo barrio que Yegor Gai-dar, quien luego sería el Primer Ministro neoliberal. Pertenecemos a la misma generación y aún tene-mos nuestras casas de campo en el mismo lugar, a 40 km de Mos-cú, de modo que no todo puede explicarse por el entorno cultural. Nuestra generación estuvo muy influida por la generación de nues-tros padres, la “gente de los ‘60”. En el caso ruso, ésta tuvo poco 67 que ver con la idea occidental de los ‘60, los Beatles, revueltas es-tudiantiles y revolución sexual, etc. Los ‘60 rusos comenzaron en 1956 y terminaron en 1968. Fue el momento en que la gente empezó a pensar en reformas democráti-cas en el sistema soviético, en un socialismo democrático. Ellos lo concebían en términos “iilustra-dos”: uno sólo tenía que educar a la burocracia para que impulse una reforma desde arriba. La si-guiente generación vio el fracaso del proyecto de la intelligentzia de los ‘60 pero sus reacciones fueron diferentes. Algunos se volvieron muy cínicos. Otros, como yo, pen-samos que educar a los burócra-tas no sería suficiente. Por eso es que comenzamos a buscar alguna clase de explicación sociológica de lo que estaba sucediendo. El marxismo era la única fuente dis-ponible, y eso era lo típico para to-dos. Aun aquellos que más tarde se volcaron a la derecha, tuvieron algún paso por el marxismo: si volvemos a Yegor Gaidar, él publi-có un artículo de crítica marxista al neoliberalismo en el semanario Noticias de Moscú , tan tarde co-mo 1989. De todos modos, el pro-blema no era tanto por dónde uno comenzaba sino adónde iba. Para mí, los textos marxistas clásicos fueron un puente hacia el marxis-mo occidental. Había todo un gru-po de personas interesadas en estas cuestiones (que luego fue 1 Boris Kagarlitsky. The Thinking Reed. Intellectuals and the Soviet State from 1917 to the Present, Londres, Verso, 1988 (de próxima aparición en castella-no, por la editorial El cielo por asalto)
  • 3. 68 realidad económica 163 conocido por los “jóvenes socialis-tas” cuando la KGB nos arrestó en 1982).El conocimiento de lenguas extranjeras era esencial para esta clase de estudios, y el entrena-miento de la educación soviética en lenguas era excelente. Pasábamos mucho tiempo “ca-zando” libros. Muchos no estaban prohibidos, aunque tampoco auto-rizados. Por ejemplo, yo fui a Ber-lín Orientall y conseguí algunos li-bros allí; Marcuse, la Nueva Iz-quierda (inglesa), Fromm. Todos estaban disponibles en inglés en las bibliotecas de Berlín, ya que las autoridades se preocupaban sólo de controlar los textos políti-cos en alemán, sin preoocuparse por textos académicos en inglés. Mi amigo Pavel Kudiukin me ayu-dó, incluso, a obtener un permiso falso para entrar en el área restrin-gida de la Biblioteca de la Acade-mia, en Moscú. Así que todo esto era una suerte de deporte, en el que yo fui una especie de cam-peón. E.A. Mencionaste tu participa-ción con los “jóvenes socialistas”. Contanos cómo fue tu experiencia con ellos y como preso político. B.K. Publicamos dos periódicos clandestinos: Variantes y El giro a la izquierda. La tirada era de 40 ó 50 copias, ya que algunas perso-nas hacían sus propias copias: eso era lo que se llamaba samiz-dat, editados con máquinas de es-cribir. Pero fue suficiente para que el estado se sintiera amenazado: fuimos arrestados y liberados lue-go de la muerte de Brezhnev. La prisión de Lafortovo tenía una buena biblioteca (allí leí, por ejem-plo, el Leviatán de Thomas Hob-bes) . No se nos permitía estar juntos, ni con otros prisioneros po-líticos, por lo que mis compañeros eran presos “económicos”: altos burócratas de la industria arresta-dos por recibir sobornos. Ellos me enseñaron mucho acerca del fun-cionamiento real de la economía, y eso fue crucial para mis poste-riores análisis socioeconómicos de Rusia. Pienso que una expe-riencia similar serviría para que muchos economistas y reforma-dores rusos vieran la economía de distinta manera. Quizá todavía es-tén a tiempo... E.A. Sorprende particularmente de tu libro (El junco...) el trata-miento que hacés de la intelligent-sia como un grupo social autóno-mo con gran importancia en la so-ciedad rusa y en su historia. Inclu-sive, rechazás la famosa división que hizo Lenin de los “tres perío-dos” del movimiento emancipato-rio en Rusia, que él relacionaba con tres clases sociales. Del mis-mo modo, sorprende la importan-cia que le das a la lucha cultural en la historia de Rusia. No es muy común viniendo de un marxista soviético. ¿Cuáles fueron tus in-fluencias político-filosóficas en es-te punto? B.K. Creo que tenés una idea del marxismo ruso basada sobre los libros de texto oficiales soviéticos,
  • 4. La URSS desde adentro y quizás en los textos de princi-pios de la década de los ‘20. De todos modos, ya a fines del siglo XIX, cuando el marxismo aún no era conocido en Rusia, existía la llamada “escuela histórico-cultu-ral” de estudios sociales, que pre-paró el terreno para el marxismo y, además, puso énfasis en el de-sarrollo cultural como parte del desarrollo histórico. Si pensamos en el pensamiento socialista ruso premarxista, no puede dejar de verse que en él la lucha cultural era esencial. Yo no sólo estuve in-fluido por el marxismo -occidental o clásico- sino también por el so-cialismo ruso, particularmente por Herzen. Personalmente, Herzen odiaba a Marx: ambos eran ex he-gelianos, ambos vivían en Lon-dres, ambos eran emigrantes radi-cales y aparecían en las mismas manifestaciones de solidaridad con Polonia... Es probable que, en ese tiempo, Londres fuera dema-siado pequeña para albergar a tanta gente interesante. Volviendo a Herzen, creo que es muy impor-tante, justamente porque estudió la dimensión cultural de la política. E.A. ¿Qué querés decir exacta-mente con “lucha cultural”? Pare-ce un concepto gramsciano... B.K. Exactamente. La hegemo-nía se realiza a través de la cultu-ra, ya que la cultura forma a las personas. En ese sentido, el Ra-tón Mickey puede ser más peligro-so que los portaaviones. Sin em-bargo, no debemos olvidar que no 69 todo lo que viene de la cultura de masas occidental es, por defini-ción, reaccionario. E.A. Según tu punto de vista, el “Thermidor” y la burocratización de la sociedad soviética “desde el punto de vista histórico-cultural, consistió en cómo el barbarismo, el despotismo asiático, se tomó su revancha con la tradición política occidental en Rusia el dieciocho Brumario de Iván el Terrible”. Sin embargo, existe la tendencia, so-bre todo en la llamada “crítica pos-moderna”, a relacionar burocrati-zación y totalitarismo con el inten-to moderno (y occidental) de orde-nar el mundo y la sociedad de acuerdo con pautas “racionales”. Según este punto de vista, el co-munismo no es el hijo del “barba-rismo asiático” sino, como el fas-cismo, es el heredero del pensa-miento occidental moderno. ¿Cuál es tu opinión acerca de esta inter-pretación de la experiencia sovié-tica? B.K. Hay un chiste judío: dos hombres van al rabino y explican sus posturas, preguntando quién tiene la razón. El rabino escucha, y responde que ambos están en lo cierto. Pero su esposa no está de acuerdo: “no es posible que dos hombres que sostienen posturas opuestas estén ambos en lo cier-to”, dice ella, a lo que rabino res-ponde: “Sí querida, tú también tie-nes razón”. Esto tiene mucho que ver con la historia del Thermidor soviético:
  • 5. 70 realidad económica 163 resultó del intento de moderniza-ción y fue, en esencia, barbariza-ción. Aunque resulte extraño para un occidental, es muy fácil de en-tender para un ruso. Pedro el Grande fue el más importante mo-dernizador de nuestra historia; también fue uno de los peores bárbaros. Peleó contra el barba-rismo con métodos bárbaros, co-mo dicen algunos historiadores. Berdiaev lo llamó “un bolchevique en el trono”. Pero el problema no era sólo su crueldad: por ejemplo, para construir un ejército y una ar-mada modernos, para establecer una economía moderna, reformó la agricultura rusa de modo que la desmodernizó; necesitaba recur-sos, y transformó a los siervos en esclavos. La experiencia del stali-nismo fue similar.Yo trato el costa-do “ilustrado” del stalinismo en mi libro El milagro de la moderniza-ción y su lado “asiático” en El jun-co... Ambos lados vienen juntos, pero eso no quiere decir que de-bamos culpar de todo a la Ilustra-ción. Debemos comprender la pa-radoja del sudesarrollo: aquellos que quieren “alcanzar y superar” necesitan recursos, y el modo de producción asiático provee una solución a corto plazo. En el largo plazo hay una contradicción que destroza todo el proyecto. Pero eso en el largo plazo. Con respecto a la crítica posmo-derna a la Ilustración, yo no com-parto sus intenciones. Existen enormes problemas con la Ilustra-ción: es autoritaria (la jerarquía del conocimiento es antidemocrá-tica), eurocéntrica, etc. Todo eso es cierto ¿Y eso qué? Si toma-mos el universalismo como la idea principal de la Ilustración, debe-mos rechazar muchos de sus pro-pios conceptos y reconsiderar la propia idea de conocimiento. Pero si sólo rechazas el universalismo y la “totalización”, tú y toda tu retó-rica “posmoderna” sencillamente entran en colapso, hacia alguna forma de pensamiento tribal, algo precientífico. El posmodernismo expresa la crisis de la tradición ilustrada, dice mucho acerca de la barbarización de Occidente como tal. En ese sentido, la tradición ru-sa es más universalista, aun cuando rechaza la occidentaliza-ción. Y nosotros debemos prote-ger nuestra cultura rusa (aunque desarrollada, a veces, por el pue-blo judío) de esta barbarización occidental; debemos mantener nuestra adhesión a la Ilustración, precisamente porque no quere-mos llegar a ser como los ameri-canos. E.A. En un pasaje de El junco... sostenés que “los bolcheviques interpretaron el marxismo como la ideología de la modernización y la europeización” y que “política-mente, el partido de Lenin era más el partido de Pedro el Grande que de Carlos Marx”. Desde este punto de vista, los bolcheviques, a pesar de la visión aceptada con posterioridad, “no fueron libres creadores de la historia sino, más bien, esclavos de la necesidad ob-jetiva que, en general, no les dejó
  • 6. 71 La URSS desde adentro
  • 7. 72 realidad económica 163 ninguna elección”. A partir de esta concepción trágica ¿Cuál creés que fue la responsabilidad, la “cul-pa” del atraso ruso en la burocra-tización? ¿Cuál sería la “culpa”, por otro lado, de una interpreta-ción errónea del marxismo (o, en todo caso, de una práctica política equivocada)? B.K. La culpa está siempre allí, tengas elección o no. Siempre es-tá la elección de ser derrotado in-mediatamente luchando contra la corriente de la historia, antes que ganar en el largo plazo y destruir tu proyecto históricamente. Sos responsable de todo lo que hacés, no importa si tenés elección o no. Pero es fácil hablar desde los ‘90: en 1917 muchas cosas se veían de diferente forma. La interpretación bolchevique del marxismo estaba equivocada: fue-ron crueles y, a veces, sin ninguna necesidad pragmática; no com-prendieron la importancia y el pa-pel de la democracia; su idea del socialismo se limitaba al concepto de “disciplina fabril”; muchos de ellos eran terribles como perso-nas. Y, sin embargo, fueron los más grandes revolucionarios de la historia del mundo y los persona-jes más heroicos y trágicos de es-te siglo. Cualquier revolución es terrible: cuando millones de perso-nas actúan, no podemos esperar que haya menos crímenes y estu-pideces que en la vida “normal”; habrá muchos más. Pero sin revo-luciones no habría historia, y ¿quién puede decir que los perío-dos no-revolucionarios son nece-sariamente agradables y huma-nos? La reacción no es menos brutal que la revolución, pero es también más destructiva. Fijate en la Rusia de hoy: bajo el “democrá-tico” Yeltsin es asesinada más gente que bajo cualquier líder so-viético desde Stalin. Muchos más morirán antes de que lleguemos a algo parecido a una verdadera de-mocracia. La Historia tiene sus hé-roes trágicos, pero también tiene sus villanos. E.A. En particular, ¿cuál te pare-ce que fue la responsabilidad o “culpa” de la concepción leninista de Partido y de Vanguardia en el proceso de burocratización? B.K. Era equivocada.No sólo po-líticamente sino también lingüísti-camente. La vanguardia no dirige al ejército: su único privilegio es estar en la batalla primero, y reci-bir los peores golpes. Pero no puede ni debe determinar adónde debe ir el ejército. De todos mo-dos, en la Rusia de 1917, en la que los obreros eran una pequeña minoría, y los obreros educados eran una minoría dentro de la mi-noría, es fácil entender por qué y cómo Lenin y sus compañeros lle-garon a sus conclusiones. Y todo ello formaba parte, en gran medi-da, de la tradición ilustrada con su meritocracia del conocimiento. 2 Cf. Rudolf Bahro: La alternativa, Madrid, Alianza, 1980; Cornelius Castoriadis, La sociedad burocrática (2 vol.), Barcelona, Tusquets, 1976
  • 8. La URSS desde adentro E.A.: En otro pasaje de tu libro El junco.. discutiendo acerca del Terror Rojo, criticás tanto a las re-voluciones “duras” como a las “humanas”: las primeras, porque el derramamiento de sangre y el terror degeneran en el Thermidor que aplasta a la propia revolu-ción; las segundas porque, tratan-do de evitar el derramamiento de sangre y la represión, terminan siendo aplastadas por los contra-rrevolucionarios. La cuestión se-ría encontrar un punto intermedio. ¿Cuándo y por qué creés que los bolcheviques perdieron ese punto intermedio? B.K.: No estoy seguro de que hubiera un punto intermedio, ni sé cuan “intermedio” hubiera sido. Lo único que puede hacerse es buscarlo. Hablar acerca del pasa-do con muchos “si ...” es un enfo-que erróneo. Simplemente, debe-mos aprender del pasado. Creo que, a veces, es mejor arriesgar a una derrota en el corto plazo, an-tes que comprometer las ideas propias. Pero esa es una cuestión de práctica política y, como ruso de izquierda, hoy, puedo decir muy poco acerca de la práctica. E.A.: En tu libro El junco... des-cribís a la URSS como una “so-ciedad estadocrática”, dividida en dos grupos sociales: el “productor colectivo” (los trabajadores, inge-nieros, científicos y académicos) y el “consumidor colectivo” (la bu-rocracia). Además, habría estra-tos intermedios cuya posición es 73 contradictoria. Desde esta pers-pectiva, criticás a aquellas inter-pretaciones que consideran a la URSS como un “capitalismo de estado” o como “socialismo”, ya que ambas partirían de un con-cepto estrecho de “clase”. Resul-ta extraño, sin embargo, que no analicés otras interpretaciones muy difundidas en Occidente que, como las del disidente esteale-mán Rudolf Bahro o Cornelius Castoriadis2, también consideran a la URSS como un sistema dis-tinto, sui generis, ¿Qué opinás de las contribuciones de esos auto-res? B.K.: Bahro consideraba básica-mente al sistema soviético como un socialismo deformado (y eso por su posición reformista). Su li-bro La alternativa produjo mucho impacto en Occidente porque allí el público no estaba familiarizado con los textos reformistas de Eu-ropa oriental, que circulaban tanto como samizdat como en la forma de “informes reservados” internos en las instituciones oficiales. Es por ello que ese libro produjo po-co o nada de impacto en Alema-nia oriental o en la URSS. Con respecto a Castoriadis, descubrí algunos de sus textos en francés mientras escribía El junco..., y estuve de acuerdo con muchas de sus opiniones. Pero para el cír-culo al que yo pertenecía en ese momento, los artículos de un his-toriador soviético, Marat Chesh-kov, fueron mucho más importan-tes.
  • 9. 74 realidad económica 163 E.A.: ¿Cuáles eran sus ideas? B.K.: Cheshkov hablaba de una Estadocracia como una comuni-dad dirigente que no es una clase, aunque la formación social es del tipo de clase. Los trabajadores tampoco conforman una clase, si-no que son otra comunidad social con algunos elementos de estruc-turación de clase. Esto explica por qué la nomenklatura soviética, más tarde, se transformaría tan fácilmente, y por qué la resisten-cia de los trabajadores soviéticos fue tan débil. E.A.: Hablando de la estructura social de la URSS, en tus últimos libros como La desintegración del monolito, describís el proce-so actual de transformación de la vieja clase dirigente en la “nueva” clase mafiosa-capitalista, detrás de la máscara de una restaura-ción del capitalismo. Este proceso me parece, en cierto sentido, simi-lar al que Trotsky predijo en su li-bro La revolución traicionada. ¿Qué pensás de su interpretación de la burocracia y del destino de la URSS? B.K.: Trotsky escribió acerca de la posibilidad de que la burocracia se transformara en capitalista co-mo “el peor escenario posible”; creo que él realmente no creía en esa posibilidd. En cualquier caso, su análisis era bueno para los años ‘20 y principios de los ‘30. Ya en los ‘40 estaba desactualizado, a medida que la evolución del sis-tema continuaba. El problema del trotskysmo después de la muerte de Trotsky, es que permaneció pegado a sus interpretaciones, sin considerar que ellas pertenecían a su tiempo. Cuando los libros de Trotsky fueron finalmente publica-dos legalmente en Rusia, muchas personas quedaron impresiona-das por su pensamiento y la preci-sión de sus predicciones, pero la falta de éxito político del trotskys-mo realmente existente, socavó la influencia de sus ideas en Rusia. E.A.: Hablemos de la Perestroi-ka. ¿Cuáles son los puntos princi-pales en una explicación del fra-caso del “compromiso histórico” o “nuevo pacto social” que caracte-rizó la era Brezhnev? ¿Cuál fue el rol desempeñado por la intelli-gentsia, los grupos sociales y los cambios económicos? B.K. Ya en mi libro La dialéctica del cambio (escrito entre 1983- 1986) escribí acerca de los límites del compromiso de Brezhnev. La élite soviética intentó una especie de “brezhnevismo sin Brezhnev”, pero ya era evidente que no fun-cionaría. El problema del brezhne-vismo fue su promesa de crear una sociedad de consumo al esti-lo soviético. De hecho, ésta fue una meta formulada ya por Jrus-hev, en el programa adoptado por el XXII congreso del Partido Co-munista de la Unión Soviética. La imagen del comunismo que allí se planteaba era la de un paraíso de los consumidores. Sin embargo, el sistema, que funcionaba perfec-tamente a la hora de producir co-
  • 10. La URSS desde adentro hetes o de desarrollar áreas re-motas del extremo norte, falló cuando quiso producir bienes de consumo. Las exportaciones de petróleo y armas ayudaron duran-te los ‘70, pero eso fue peor para el sistema: la gente se acostum-bró a los bienes de consumo im-portados y se dio cuenta, al mis-mo tiempo, de la imposibilidad del sistema de producir nada pareci-do. La élite burocrática, que tenía mayor acceso a los bienes impor-tados, se echó a perder. La cultu-ra occidental de consumo se transformó en hegemónica y, de alguna manera, la Perestroika no fue un movimiento democrático sino una suerte de rebelión del consumidor. Por supuesto, era ambas cosas, y la gente pensó que más bienes de consumo y más libertad vendrían de la mano. De alguna manera, esto explica el colapso de la Perestroika. Naturalmente, también existían otros problemas. 18 años de esta-bilidad socavaron el sistema so-viético. Este estaba basado sobre una movilización sin precedentes de masas atomizadas, movilidad social tanto vertical como horizon-tal. Todo eso se había acabado. Las relaciones entre grupos y dentro de cada grupo se hicieron más fuertes, mientras la capaci-dad del sistema de arreglárselas con los métodos tradicionales se hizo más débil. La demanda de mayor libertad y participación pro-vino de este nuevo sentimiento de 75 que los grupos sociales podían ahora arreglárselas sin la buro-cracia. Lo mismo sucedía con las empresas o colectivos de trabajo que se transformaron en “comuni-dades industriales”. Paradójicamente, con el colapso de la Perestroika y el caos de la era Yeltsin, todo eso se desvane-ció: la gente está de nuevo más dependiente del estado. Es por eso que el régimen de Yeltsin es tan estable: la capacidad de au-toorganización de la sociedad, que era relativamente alta a me-diados de los ‘80, es mínima a fi-nes de los ‘90. Para la intelligentsia soviética el colapso de la Perestroika fue una catástrofe, a pesar de que nadie lo comprendió así. Era la única fuerza capaz de articular las nue-vas demandas en los ‘80 y todos la necesitaban. Hacia mediados de los ‘90 perdió su posición y ya no hay mucho que articular. La nomenklatura y la Nueva Elite cri-minal rusa tienen lo que quieren y no necesitan a los intelectuales como gente que expresa nuevas ideas. Sólo necesitan sirvientes intelectualmente competentes, y pagan bien por ellos. Pero eso es el fin de la tradición de la intelli-gentsia: ahora se parece más al rol de los funcionarios ideológicos soviéticos. Asimismo, hay división social: maestros y médicos ahora son pobres, están hambrientos, enojados y frustrados. Los inte- 3 Las matrioshkas son las tradicionales muñequitas artesanales rusas, que ocultan una figura dentro de la otra.
  • 11. 76 realidad económica 163 lectuales de la élite son ricos, gor-dos, felices e indiferentes por cualquier idea. La intelligentsia en los tiempos soviéticos podía ata-car el poder y apoyarlo al mismo tiempo. Esa era una situación contradictoria, sólo posible por la dinámica del desarrollo posrevolu-cionario y por las contradicciones del marxismo soviético. Ahora ya no es así: hay que elegir, se está con los gordos o con los ham-brientos. Con el estado o contra él, y es muy difícil engañarse a uno mismo como en tiempos so-viéticos. Naturalmente, los políti-cos de la oposición de la Duma oficial tratan de engañarse a sí mismos y a los votantes, simulan-do oponerse a un régimen con el que cooperan día a día. Pero esto es más difícil para los intlectuales. E.A. ¿A qué te referís exacta-mente con “rebelión del consumi-dor”? B.K. La gente compara su están-dar de vida no con los del Tercer Mundo, sino con los del Oeste. Quisieron los bienes de consumo que tiene Occidente, pero no te-nían idea de los problemas socia-les de Occidente. Vivienda bara-tas y educación gratuita se toma-ban como dadas, pero la mala ca-lidad de los zapatos soviéticos era vista como una especie de ver-güenza nacional. E.A. En El junco... encontramos una historia de las tradiciones de oposición socialista y de derecha en la URSS, pero la ideología más extendida durante los períodos de Gorbachov y Yeltsin -el liberalis-mo económico- parece estar bas-tante ausente. ¿Es posible encon-trar una tradición “liberal” ya en el período de Brezhnev, o se trata de una “nueva ideología”? Si es nue-va ¿cómo se expandió tanto en tan poco tiempo? B.K. Había referencias al libera-lismo económico en El junco..., aunque a veces, en ese tiempo, estaba escondido dentro del refor-mismo socialista, como en una matrioshka rusa3. Era una “ideolo-gía latente” a fines de los ‘80 y hay que recordar que El junco ... fue escrito en 1980-82. Fue la nomen-klatura soviética, o mejor dicho al-gunas secciones dominantes las que eligieron el capitalismo y el neoliberalismo como una estrate-gia de reestructuración. En 1988 la misma palabra “privatización” no estaba presente en la prensa soviética. En 1990 todas las publi-caciones soviéticas comenzaron a explicar que nuestra economía nunca funcionaría sin una total y completa privatización. Y aún se trataba de medios controlados en gran medida por el partido, la tele-visión era propiedad del estado. A la izquierda no estalinista no se le permitió hablar y, a pesar de que era muy visible en 1987-90, fue borrada hacia 1991 por medio de un verdadero terror informativo. En 1996, durante la elección pre-sidencial, los comunistas se que-jaron del terror informativo, pero entonces no era nada comparado
  • 12. La URSS desde adentro con el de 1990-91. Desde la épo-ca de Stalin no se veía una propa-ganda tan fuerte, basada sobre el concepto de propaganda total Eso significa que la propaganda lo penetró todo. Estabas viendo un programa acerca del creci-miento de los tomates y te decían que sin una privatización del 100% los tomates nunca crece-rían. E.A. En tus últimos libros puede verse una descripción de los he-chos actuales en la que el presen-te se asemeja, en muchos puntos, al pasado. Parece como un juego de espejos: grupos políticos ac-tuales toman nombres y símbolos de los antiguos (prerrevoluciona-rios), etc. Aún el debate decimo-nónico entre occidentalistas y es-lavófilos parece estar siendo ree-ditado. ¿Qué es antiguo y qué es nuevo en la situación actual de la política en Rusia? ¿Rusia se en-cuentra en una encrucijada simi-lar en algo a la que enfrentó en el siglo XIX? B.K. Es así en gran medida. Pe-ro recuerda a Marx: la historia se repite a sí misma como farsa. Otra cita que viene a la mente es esa de Lenin acerca de Rusia su-friendo tanto por el capitalismo como por la falta de capitalismo. Y no existe una sollución capitalista a esta contradición. Sin embargo, tampoco es visible ninguna solu-ción por izquierda. No hay nada similar a una “remake” de 1917. Se parece más a la situación de fi-nes del siglo XIX, cuando el país 77 objetivamente necesitaba una re-volución, pero los actores aún no estaban allí. E.A. Pero los finales del siglo XIX en Rusia, también era un mo-mento en que los “actores” para la Revolución de Octubre se esta-ban desarrollando. ¿Pensás que en nuestros días, en Rusia o en Occidente, nuevos actores se es-tán desarrollando? B.K. Espero que sí, aunque en cierta forma hoy es más difícil. Los “actores” de fines del siglo XIX no recordaban el trauma de la derrota de la Revolución France-sa del siglo XVIII, o no la veían como su propia derrota, su propio problema. Hoy, el fracaso de la Revolución Rusa es un problema para toda la izquierda. Así, noso-tros no tenemos sólo problemas técnicos, políticos o sociales, sino también psicológicos y morales. Sin embargo, creo que los supe-raremos. E.A. En este “juego de espejos”, ¿dónde está la Revolución de Oc-tubre en la cabeza de la gente? ¿Cómo la recuerdan? ¿Cómo te parece que será el 80º aniversario de la Revolución de Octubre en Rusia? B.K. La gente está confundida. Los jóvenes son los más positivos en su visión de la revolución, por-que no creen en la propaganda de Yeltsin y la odian de la misma ma-nera que nuestra generación solía odiar la propaganda de Brezhnev.
  • 13. No hay una juventud pro-régimen en Rusia, aunque los comunistas tampoco son populares. Al mismo tiempo, los jóvenes tienen poco conocimiento histórico: una perso-na de 19 años sabe hoy muy poco de la historia de nuestro país (aunque aún tienen una educa-ción histórica mejor que la de un norteamericano promedio). En la generación mayor, mucha gente aún cree en lo que le dijeron en el pasado, pero también los viejos son los más influidos por los me-dios. La mayoría es simplemente cínica. No ven a la revolución co-mo un evento demasiado positivo. Sin embargo, mucha gente ve las “reformas” actuales como algo mucho peor. E.A. Tanto tu libro El junco co-mo La dialéctica de la esperan-za terminan con una frase optimis-ta: ”la URSS se encuentra en el umbral del socialismo democráti-co...” Quince años después, ¿qué opinás del futuro de Rusia y de la tradición socialista? B.K. Las soluciones socialistas eran posibles y óptimas en los ‘80, pero perdimos esa lucha. Aún son deseables en los ‘90 pero la situa-ción ha cambiado. El socialismo democrático como alternativa rea-lista para Rusia no será lo mismo que en los ‘80. Somos ahora un país pobre, que necesita movilizar sus recursos para salir de la pre-sente situación catastrófica. Eso significa que se requerirá más diri-gismo. Y el principal problema es-tá en la naturaleza del estado: ne-cesitamos una especie de revolu-ción democrática para cambiarlo. Pero eso no sucederá sin desafiar las actuales relaciones económi-cas y de propiedad. E.A. En un balance de tu activi-dad política de los últimos años, ¿por qué creés que las soluciones socialistas para Rusia “perdieron la lucha”? B.K. Las luchas de 1991-93 se perdieron y debemos ser hones-tos política e intelectualmente pa-ra admitirlo, y para aceptar las responsabilidades de cada uno en la izquierda. Sin embargo, yo creo que teníamos que perder. La “cul-pa”, si uno quiere hablar en térmi-nos trágicos, estaba en la falta de comprensión de nuestra propia debilidad confrontando con las fuerzas con las que estábamos lu-chando. Sin embargo, existían oportunidades: la batalla decisiva fue en 1993, cuando defendimos el Parlamento y la Constitución y fuimos golpeados. La oposición comunista luego de eso, aceptó desde el principio las reglas de juego impuestas por la constitu-ción pseudodemocrática de Yelt-sin, y no fue de ningún modo un partido de acción y lucha. Tenían miedo de hacer enojar a la nueva élite. Eso significa que no tuvo chances. Pero habrá nuevas oportunidades en el futuro. Mien-tras estemos vivos y la vida cam-bie, habrá nuevas oportunidades. Junio 1997 78 realidad económica 163
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