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CÉFALO Y PROCRIS
MITO El ateniense Céfalo se encontraba casado con la bella Procris, hija del rey Erecteo. Sintiendo dudas de la fidelidad de su esposa, Céfalo la puso a prueba con una estratagema, cuyo resultado fue una aparente infidelidad. Procris huyó entonces al monte, en donde se reunió con la diosa Ártemis y sus cazadores. La diosa le entregó un perro de caza y una jabalina que nunca erraba el blanco. Céfalo, acosado por los remordimientos, fue a reunirse con ella, ofreciéndole el perdón.
Como prueba de aceptación, Procris entregó la jabalina y el perro a su marido. Sin embargo, poco después fue la esposa la asaltada por los celos. Siguió a su marido en una cacería, y se situó tras un matorral para espiarlo. Alarmado por el ruido en el follaje, y pensando que se trataba de un jabalí, Céfalo lanzó su arma y dio muerte a su amada esposa.
COMENTARIO DEL CUADRO En el cuadro podemos observar a Procris, a la derecha del cuadro,  en pose observadora dirigiendo la mirada hacia Cefalo medio tumbado a la izquierda del cuadro. En medio están las raíces de una árbol que se encuentra al fondo del cuadro, junto a unos cuantos arbustos, lo que quiere decir que están en un bosque y al fondo se ve un trozo de cielo medio gris.
METAMORFOSIS, OVIDIO Lo que pide él relata, pero lo que narrar pudor le da, por qué merced lo obtuvo, guarda silencio, y tocado del dolor de su esposa perdida, así, con lágrimas brotadas, habla: «Ésta, nacido de una diosa -¿quién podría creerlo?- esta arma llorar me hace y lo hará por mucho tiempo, si vivir a nos los hados por mucho tiempo dieran: ella a mí, con mi esposa querida, me perdió: de éste regalo ojalá hubiera carecido siempre.  Procris era, si acaso más ha arribado a los oídos tuyos Oritía, hermana de la raptada Oritía. Si la hermosura y el carácter quisieras comparar de las dos, más digna ella de ser raptada. Su padre a ella a mí la unió, Erecteo, a ella a mí la unió el amor: feliz se me decía y era. No así a los dioses les pareció, o ahora también quizás yo lo sería.
El segundo mes pasaba, después de los sacrificios conyugales, cuando a mí, que a los cornados ciervos tendía redes, desde el vértice supremo del siempre floreciente Himeto, ocre por la mañana, me ve la Aurora, ahuyentadas las tinieblas, y contra mi voluntad me rapta. Lícito me sea la verdad referir, con la venia de la diosa: aunque sea por su cara de rosa digna de admirar, aunque tenga los de la luz, tenga los confines de la noche, aunque de nectáreas aguas se alimente, yo a Procris amaba. En mi pecho Procris estaba, Procris siempre en mi boca, de los sacramentos del diván y de las uniones nuevas y tálamos recientes y primeros pactos le contaba de mi abandonado lecho. Conmovióse la diosa y: «Detén, ingrato, tus lamentos. A Procris ten», dijo, «que si la mía providente mente es, no haberla tenido querrás». Y a mí a ella, llena de ira, me remitió. Mientras vuelvo y conmigo las advertencias de la diosa repaso, a existir el miedo empezó de que las leyes conyugales mi esposa no bien hubiera guardado. Su hermosura y su edad me ordenaban creer en su adulterio.
Me prohibían creerlo sus costumbres. Pero aun así yo había estado ausente, pero también ésta era, de donde volvía, de ese crimen ejemplo, pero todo tememos los enamorados. Indagar por lo que me duela decido, y con regalos su púdica fidelidad inquietar. Alienta este temor la Aurora y transmuta -me parece haberlo sentido- mi figura. A la Paladia Atenas llego no reconocible y entro en mi casa: de culpa la casa misma carecía y castas señales daba y por su dueño raptado estaba angustiada: apenas acceso, por mil engaños, a la Eréctide fue logrado. Cuando la vi me quedé suspendido y casi abandoné las premeditadas tentaciones a su fidelidad. Mal, para no confesarle la verdad, me contuve, mal para -como oportuno era- besos no ofrecerle. Triste estaba, pero ninguna aun así más hermosa que ella triste haber puede, y por la nostalgia se dolía de su esposo arrebatado. Tú colige cuál en ella, Foco, la gracia sería, a quien así el dolor mismo la agraciaba. Para qué referir cuántas veces las tentaciones nuestras su púdico carácter rechazara, cuántas veces: «Yo», había dicho, «para uno solo me reservo. Donde quiera que esté, para uno solo mis goces reservo».
¿Para quién en su sano juicio bastante esta comprobación de su fidelidad grande no sería? No me quedé contento y contra mis propias heridas pugno, mientras diciéndole que fortunas le daría yo por una noche, y los regalos aumentando, al fin a dudar la obligué. Grito yo, en mala hora farsante: «Delante tienes en mala hora fingido a un adúltero: tu verdadero esposo era yo: conmigo, perjura, como testigo has sido cogida»; ella nada; en su callado pudor únicamente vencida, de esos insidiosos umbrales, y con ellos de su esposo en mala hora, huye, y ofendida del mío, por todo el género llena de odio de los hombres, por los montes erraba a los afanes dedicada de Diana. Entonces a mí, abandonado, más violento un fuego hasta los huesos me llega. Rogaba su perdón y haber pecado confesaba y que hubiera podido, dados esos regalos, sucumbir a semejante culpa yo también, si regalos tan grandes se me dieran.A mí, que tales cosas confesaba, su herido pudor antes vengando, regresa ella, y dulces en concordia pasó los años. Me da a mí además, como si consigo pequeños dones me hubiese dado, un perro de regalo, el cual, cuando se lo entregara a ella su Cintia: «Corriendo superará», había dicho, «a todos». Me da a la vez también la jabalina que nos, como ves, tenemos.
Fin

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  • 2. MITO El ateniense Céfalo se encontraba casado con la bella Procris, hija del rey Erecteo. Sintiendo dudas de la fidelidad de su esposa, Céfalo la puso a prueba con una estratagema, cuyo resultado fue una aparente infidelidad. Procris huyó entonces al monte, en donde se reunió con la diosa Ártemis y sus cazadores. La diosa le entregó un perro de caza y una jabalina que nunca erraba el blanco. Céfalo, acosado por los remordimientos, fue a reunirse con ella, ofreciéndole el perdón.
  • 3. Como prueba de aceptación, Procris entregó la jabalina y el perro a su marido. Sin embargo, poco después fue la esposa la asaltada por los celos. Siguió a su marido en una cacería, y se situó tras un matorral para espiarlo. Alarmado por el ruido en el follaje, y pensando que se trataba de un jabalí, Céfalo lanzó su arma y dio muerte a su amada esposa.
  • 4. COMENTARIO DEL CUADRO En el cuadro podemos observar a Procris, a la derecha del cuadro, en pose observadora dirigiendo la mirada hacia Cefalo medio tumbado a la izquierda del cuadro. En medio están las raíces de una árbol que se encuentra al fondo del cuadro, junto a unos cuantos arbustos, lo que quiere decir que están en un bosque y al fondo se ve un trozo de cielo medio gris.
  • 5. METAMORFOSIS, OVIDIO Lo que pide él relata, pero lo que narrar pudor le da, por qué merced lo obtuvo, guarda silencio, y tocado del dolor de su esposa perdida, así, con lágrimas brotadas, habla: «Ésta, nacido de una diosa -¿quién podría creerlo?- esta arma llorar me hace y lo hará por mucho tiempo, si vivir a nos los hados por mucho tiempo dieran: ella a mí, con mi esposa querida, me perdió: de éste regalo ojalá hubiera carecido siempre. Procris era, si acaso más ha arribado a los oídos tuyos Oritía, hermana de la raptada Oritía. Si la hermosura y el carácter quisieras comparar de las dos, más digna ella de ser raptada. Su padre a ella a mí la unió, Erecteo, a ella a mí la unió el amor: feliz se me decía y era. No así a los dioses les pareció, o ahora también quizás yo lo sería.
  • 6. El segundo mes pasaba, después de los sacrificios conyugales, cuando a mí, que a los cornados ciervos tendía redes, desde el vértice supremo del siempre floreciente Himeto, ocre por la mañana, me ve la Aurora, ahuyentadas las tinieblas, y contra mi voluntad me rapta. Lícito me sea la verdad referir, con la venia de la diosa: aunque sea por su cara de rosa digna de admirar, aunque tenga los de la luz, tenga los confines de la noche, aunque de nectáreas aguas se alimente, yo a Procris amaba. En mi pecho Procris estaba, Procris siempre en mi boca, de los sacramentos del diván y de las uniones nuevas y tálamos recientes y primeros pactos le contaba de mi abandonado lecho. Conmovióse la diosa y: «Detén, ingrato, tus lamentos. A Procris ten», dijo, «que si la mía providente mente es, no haberla tenido querrás». Y a mí a ella, llena de ira, me remitió. Mientras vuelvo y conmigo las advertencias de la diosa repaso, a existir el miedo empezó de que las leyes conyugales mi esposa no bien hubiera guardado. Su hermosura y su edad me ordenaban creer en su adulterio.
  • 7. Me prohibían creerlo sus costumbres. Pero aun así yo había estado ausente, pero también ésta era, de donde volvía, de ese crimen ejemplo, pero todo tememos los enamorados. Indagar por lo que me duela decido, y con regalos su púdica fidelidad inquietar. Alienta este temor la Aurora y transmuta -me parece haberlo sentido- mi figura. A la Paladia Atenas llego no reconocible y entro en mi casa: de culpa la casa misma carecía y castas señales daba y por su dueño raptado estaba angustiada: apenas acceso, por mil engaños, a la Eréctide fue logrado. Cuando la vi me quedé suspendido y casi abandoné las premeditadas tentaciones a su fidelidad. Mal, para no confesarle la verdad, me contuve, mal para -como oportuno era- besos no ofrecerle. Triste estaba, pero ninguna aun así más hermosa que ella triste haber puede, y por la nostalgia se dolía de su esposo arrebatado. Tú colige cuál en ella, Foco, la gracia sería, a quien así el dolor mismo la agraciaba. Para qué referir cuántas veces las tentaciones nuestras su púdico carácter rechazara, cuántas veces: «Yo», había dicho, «para uno solo me reservo. Donde quiera que esté, para uno solo mis goces reservo».
  • 8. ¿Para quién en su sano juicio bastante esta comprobación de su fidelidad grande no sería? No me quedé contento y contra mis propias heridas pugno, mientras diciéndole que fortunas le daría yo por una noche, y los regalos aumentando, al fin a dudar la obligué. Grito yo, en mala hora farsante: «Delante tienes en mala hora fingido a un adúltero: tu verdadero esposo era yo: conmigo, perjura, como testigo has sido cogida»; ella nada; en su callado pudor únicamente vencida, de esos insidiosos umbrales, y con ellos de su esposo en mala hora, huye, y ofendida del mío, por todo el género llena de odio de los hombres, por los montes erraba a los afanes dedicada de Diana. Entonces a mí, abandonado, más violento un fuego hasta los huesos me llega. Rogaba su perdón y haber pecado confesaba y que hubiera podido, dados esos regalos, sucumbir a semejante culpa yo también, si regalos tan grandes se me dieran.A mí, que tales cosas confesaba, su herido pudor antes vengando, regresa ella, y dulces en concordia pasó los años. Me da a mí además, como si consigo pequeños dones me hubiese dado, un perro de regalo, el cual, cuando se lo entregara a ella su Cintia: «Corriendo superará», había dicho, «a todos». Me da a la vez también la jabalina que nos, como ves, tenemos.
  • 9. Fin