1. «NECESITO SER AMADO»
La primera de estas ideas es la de que un adulto tiene la
absoluta necesidad de ser amado y aprobado por casi todas
las personas de su entorno en casi todo lo que hace.
Cuando leo esta frase, qué sentimientos provoca en
mí.
¿Qué consecuencias tendría en mi vida afirmar esto?
Descríbelo.
Hay muchas razones que ayudan a entender por qué la exigencia de ser
amado y aprobado por todo el mundo es no-razonable.
1. En primer lugar, es un objetivo absoluto, perfeccionista y, como tal,
inaccesible.
2. En segundo lugar, conviene recordar que, si usted exige el amor
de un determinado número de personas concretas, puede muy
bien ocurrir que entre ellas haya algunas que sean relativamente
incapaces de amarle, debido a las propias deficiencias de ellas.
3. En tercer lugar, si usted exige el amor constante de todo el mundo,
habrá de ser usted siempre amable. Pero ¿es capaz de ello?
¿Nunca es usted desagradable con nadie? Ese es también un
objetivo perfeccionista.
4. Hay un cuarto punto muy importante. Al intentar hacerse amar por
todo el mundo y todo el tiempo, corre usted mucho peligro de no
obtener a la larga más que el menosprecio y el desdén de los
demás Percibirán que carece usted de autonomía, de firmeza
personal, y le estimarán todavía menos. Además, al pegarse
posesivamente a los demás, se arriesga a exasperar a
determinadas personas, a hacerlas agresivas con usted y a
provocar de este modo el rechazo que tanto interés tenía en evitar.
5. En quinto lugar, es importante constatar que las personas que se
repiten a sí mismas que necesitan ser amadas, casi siempre se
sienten inadecuadas y poco amables en el fondo de sí mismas.
Esa necesidad de ser amado encubre, la mayoría de las veces,
sentimientos profundos de desprecio de sí mismo y de
aborrecimiento de sí. Es un poco como si la persona se dijera: «Yo
no valgo gran cosa... soy débil y lleno de carencias... necesito, por
tanto, que los demás me rodeen y me sostengan con su afecto».
Desgraciadamente, mientras concentra sus energías en intentar
conseguir el afecto de los otros, esa misma persona no las utiliza,
sino rara vez, en hacerse consigo misma y empezar a amarse ella
misma; de esa forma sigue ansiosamente dependiente de su
entorno.
Es preciso concluir, pues, que no sólo es imposible, sino perjudicial,
pretender formarse una imagen de sí y evaluarse globalmente. Mi valor
como persona ha quedado fijado de una vez por todas cuando vine al
mundo, puesto que, en definitiva, depende únicamente del hecho de que
soy un ser humano. Ese valor es exactamente el mismo para todos los seres
humanos, cualesquiera que sean sus cualidades, sus defectos y sus
diferentes características.
2. Parece, pues, primordial abandonar esa empresa quimérica que consistiría en
intentar evaluarse a sí mismo como persona. Es el camino regio de la neurosis y de
la desesperación. Tanto más cuanto que, si quiero evaluarme a mí mismo, me
sentiré casi fatalmente inclinado a hacer lo mismo con las demás personas, e
intentaré medirlas en comparación conmigo, y así, terminaré por declarar
estúpidamente que Fulano es malo y que Zutano es bueno, que aquél es mejor que
yo y aquél otro peor. Todos esos juicios son no sólo indemostrables, sino nocivos, y
constituyen la fuente principal de las disensiones entre los humanos y de las
perturbaciones emotivas en cada uno de ellos.
Por todas estas razones, parece, pues, muy poco realista buscar
desesperadamente la obtención del afecto y del amor de los demás, y
parece mucho más oportuno dedicar los propios esfuerzos a respetarse y
a amarse a si mismo. Si me amo de verdad y me acepto como soy, no
perderé tanto tiempo ni tantos esfuerzos en atormentarme con lo
que los demás puedan pensar o decir de mí. Me embarcaré en las
actividades que verdaderamente me gustan a mí, en lugar de hacerlo en
aquellas otras mediante las cuales intentaría obtener el afecto de los
demás. Haré lo que quiero de verdad, lo cual no quiere decir que me vaya
a entregar a todos mis impulsos pasajeros, sino que organizaré
inteligentemente mi actividad para conseguir los objetivos a largo plazo
que más me puedan satisfacer.
¿No llegaré por este camino a cuidarme tan poco de los demás que mis
relaciones interpersonales se deterioren y me repliegue egoístamente en mí
mismo? Parece poco probable, porque, aun cuando abandone la noción
no-razonable de que necesito el afecto de los demás, conservaré el deseo de
ese afecto y de esa aprobación. Yo puedo desear intensamente muchas cosas:
comer angulas, beber Vega Sicilia, escuchar conciertos espléndidos y tener
orgasmos paradisíacos, sin por ello crearme necesidades de todo eso y
dándome perfecta cuenta de que también puedo vivir -y sin ser terriblemente
desgraciado- comiendo pan, bebiendo agua, escuchando una tabarra musical y
siendo impotente. Nada me impide, pues, buscar y desear contactos agradables
en los que reciba el afecto de los demás, pero no debo hacer de ellos cuestión
de vida o muerte: no son necesidades vitales.
Por otra parte, una vez liberado de la necesidad, pero con el deseo
de ser amado, me encuentro mucho más capaz de amar yo mismo a
los demás, de enrolarme sin aprensiones en relaciones inicialmente
poco gratificantes, de pasar serenamente por períodos en los que
aquellos a quienes amo no me corresponden. Cuando me amo
verdaderamente a mí mismo, puedo decirme con toda verdad que, aun
cuando llegase a perder a la persona a quien amo, nunca podría
perderme a mí mismo, ya que mi amor por mí no depende del suyo. ¿No
es ésta una condición importante de la felicidad?
Y si usted constata que existe en usted esa necesidad desordenada de
ser amado por los demás, ¿cómo puede librarse de ella y reemplazarla por
un deseo más razonable de su aprecio?
Tendrá usted, en primer lugar, que reconocer la presencia de esta idea
en su espíritu, observar sus efectos en el comportamiento de usted, y luego
someterla a confrontación en su espíritu y contradecirla con la acción.
El principal método para combatir su necesidad no-realista de afecto y
de amor consistirá, pues:
1) en constatar la presencia de esa necesidad en usted, especialmente
siendo consciente de las frases que se repite a este respecto;
2) en confrontar esas frases con la realidad y constatar, así, que son
no-realistas y que no corresponden a la manera de ser de las cosas,
y
3) en desechar de su espíritu esas frases deletéreas y reemplazarlas
por pensamientos más adecuados.
Preguntarse lo que usted quiere de verdad hacer de su vida, en lugar
de preocuparse por lo que otros quisieran que hiciese.
Puede también ayudarse mucho poniendo su energía en amar a los
demás. Si es usted paciente y suficientemente tenaz, acabará descubriendo
alguna cosa amable en todo ser humano. Como muchas de esas personas
le amarán a su vez, su deseo de ser aceptado se verá con ello satisfecho y
le será más fácil controlar su no-realista necesidad de amor.
Pero podría usted seguir teniendo pleno valor a sus propios ojos, podría
seguir siendo valioso si usted lo cree, no con una fe irracional y ciega, sino
con una visión realista de las cosas.
Usted no tiene necesidad vital de que le amen siempre y en todas partes.
Empiece por aceptarse a sí mismo de forma realista, sin exigir por su parte
razones específicas, sino únicamente porque usted está ahí, porque existe.
Ese amor que tal vez ha perseguido usted con tanta inquietud y ansiedad le
llegará con mayor seguridad si se emplea primero en amar a los demás. Y
no vaya a creer que sólo puede amar si antes ha sido usted amado por
alguien. Es un curioso argumento que emplean a veces mis consultantes,
pero que es rigurosamente ineficaz y prueba de que no se ha entendido lo
que es el amor verdadero.