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Isidora Aguirre
Isidora Aguirre
Carolina - Don Anacleto avaro - El amor a la africana -
¡Subiendo… Ultimo hombre!
ÍNDICE
Carolina (1955)
Don Anacleto avaro (1964)
Amor a la africana (1979)
¡Subiendo… Ultimo hombre! (2003)
Carolina
-Carolina (25 años, clase acomodada)
-Carlos (Su esposo, un joven abogado)
-Fernando (Un estudiante de ingeniería)
-Porta equipaje
-Vendedora
Carolina se estrenó en Diciembre de 1955 en la sala Antonio
Varas, con ocasión de un festival de grupos de teatro
aficionado de provincia, convocado por el Teatro Experimental
de la Universidad de Chile, y se mantuvo en cartelera durante
el año 1956 en el Teatro Atelier. Montaje como clausura al
festival por el elenco del Teatro de la Universidad de Chile, con
dirección de Eugenio Guzmán: y la actuación de Alicia Quiroga,
Mario Lorca, Ramón Sabat. Personajes secundarios: Jorge
Acevedo, Meche Calvo. Escenografía de Ricardo Moreno y
música incidental de Celso Garrido Lecca.
1
La acción tiene lugar en la Sala de espera de una estación de
ferrocarril, en un pequeño pueblo del sur de Chile.
ACTO ÚNICO
Una sala de espera. Un banco. Luz de día. Música de
introducción alegre, (ejecutada por un organillo callejero), que
se mezcla con el ritmo de un tren que se detiene. Entra
Fernando, el estudiante. Trae una caja de violín y maletín, se
sienta en el banco. Luego entra Carlos, precedido por el porta-
equipaje que trae las maletas.
Carlos: (Al porta-equipaje, dando propina) Gracias, déjelas ahí.
¿Cuánto falta para nuestro tren?
Porta equipaje: ¿El expreso a Santiago?
Carlos: No, hombre: vengo de Santiago. El tren local.
Porta equipaje: Unos... treinta minutos. Si no llega con
atraso... (Sale)
Entra Carolina, cargando paquetes y, distraída sigue de largo.
Va a salir por el otro extremo, él la llama.
Carlos: ¡Carolina! (Ella se detiene). ¿Dónde vas, mujer? (Le
ayuda a dejar los paquetes en el banco). Sabiendo que
teníamos que hacer un transbordo, ¿cómo se te ocurre traer
tantos paquetes?
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: ¡Una caja de sombreros! ¿Vas a usar sombrero en el
campo?
Carolina: Sí, Carlos...
Carlos: (Mira dentro de la caja) Un, dos tres, cuatro, cinco...
¡Cinco sombreros! Si es para protegerte del sol ¿no te parecen
demasiados?
2
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: Cinco paquetes... Oye ¿no eran seis?
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: ¡Pierdes uno y te quedas tan tranquila!
Carolina: (Sentándose) Sí, Carlos.
Carlos: ¿En qué quedamos? ¿Eran cinco, o seis?
Carolina: Cinco, Carlos, cinco.
Carlos: (Se sienta y abre el periódico: Imitándola) "Sí, Carlos,
No, Carlos..." Oye... en el tren venía leyendo un par de avisos,
muy sugerentes. Aquí, (Lee) "Compro refrigerador en buen
estado, tratar", etc. Y este otro: "Vendo Chevrolet, 4 puertas,
poco uso, con facilidades...". Fíjate en el detalle: el refrigerador
lo pagan al contado, podemos dar el pié para el auto. Sé que el
refrigerador es indispensable, pero tenemos el chico que nos
dio tu mamá, mientras podamos comprar uno mejor. En fin, tú
dirás... (La mira, ella sigue distraída) ¡Carolina!
Carolina: ¿Sí, Carlos?
Carlos: Oye ¿qué te pasa?
Carolina: ¿A mí? Nada. ¿Por qué?
Carlos: Hace como media hora que contestas: "sí, Carlos", sin
tener idea de lo que dices.
Carolina: Sé perfectamente lo que digo... Digo: "sí, Carlos".
Carlos: Bueno, ¿qué opinas?
Carolina: ¿Sobre qué, por ejemplo?
Carlos: ¡Sobre estos avisos "por ejemplo"!
Carolina: Tienes razón: trae demasiados avisos... Deberían
dedicar más espacio a la literatura.
Carlos: ¡Más espacio a la literatura...!
Carolina: Siempre lo has dicho. ¿Por qué tratas de
confundirme?
Carlos: ¡No trato de confundirte! ¡Sólo te hago notar que
contestas sin tener la menor idea de sobre qué te estoy
hablando!
3
Carolina: Entonces, dime de qué se trata y no te sulfures.
Carlos: De vender nuestro refrigerador, y...
Carolina: (Cortando) ¿Estás loco? ¡No se puede vivir sin
refrigerador!
Carlos: Déjame terminar: venderlo para comprar un auto...
Carolina: ¿Lo dices en serio? ¡No vas a comparar el precio de
un auto con el de un refrigerador!
Carlos: ¿Podrías leer estos avisos? (Rabioso, tira el diario). ¡Al
diablo! Lo que me interesa, ahora, es saber en qué estabas
pensando.
Carolina: Pero Carlos, ¿por qué siempre tienes que tirar todo
al suelo? (Recoge el diario)
Carlos: No cambies el tema.
Carolina: No cambio el tema, lindo: recojo el diario. Te alteras
cuando viajas en tren.
Carlos: (Imitando su voz suave). No son los viajes en tren,
querida...
Carolina: ¿Por qué ese tono de marido controlado?
Carlos: ¿Dime de una vez en qué estabas pensando?
Carolina: ¿Yo?
Carlos: Sí. Tú.
Carolina: ¿Cómo quieres que sepa en qué estaba pensando?
En nada. Estaba pensando... en nada.
Carlos: Entonces, deduzco que durante todo el trayecto desde
Santiago hasta esta estación del trasbordo, venías pensando
en nada, porque traías esa misma expresión lunática.
Carolina: ¿Es un pecado?
Carlos: Es una mentira: No es posible pensar "en nada" tanto
tiempo seguido. Un esfuerzo continuado para mantener la
mente en blanco, agota hasta los cerebros más entrenados.
Carolina: Por Dios, Carlos ¿cómo puedes ser tan complicado?
No hice el menor esfuerzo. Y cuando digo nada, quiero decir...
todo.
4
Carlos: (A un testigo imaginario) Cuando dice "nada", quiere
decir "todo".
Carolina: Ay, Carlos, ¡qué manía la tuya de repetir lo que yo
digo! Me mortifica.
Carlos: Lo repito para poner en evidencia lo ilógico de tus
respuestas. Eso es lo que te "mortifica".
Carolina: Oye, estás poniendo una terrible mala voluntad en
esta conversación. Por lo general me entiendes muy bien.
Carlos: No cuando tratas de engañarme. (Pausa). ¿Qué fue ese
sobresalto que tuviste al llegar a Rancagua?
Carolina: Un calambre, te lo dije. De tanto estar sentada.
Carlos: ¿Y ese otro, cerca de Pelequén?
Carolina: Otro calambre de tanto estar sentada. ¿Te parece
muy raro?
Carlos: ¿Y el de...
Carolina: ¿De Chimbarongo?
Carlos y Carolina: ¡Otro calambre de tanto estar sentada!...
Carolina: Lindo, por favor terminemos con estas discusiones
inútiles. Explícame eso del auto y del refrigerador...
Carlos: Olvidemos eso. (Se está buscando algo en los bolsillos,
al no hallarlo, se levanta como para salir de la sala,)
Carolina: ¿Dónde vas?
Carlos: A comprar cigarrillos. (Sale)
Carolina, se levanta y empieza a acomodar los paquetes sobre
el banco. Ladra un perro, asustada deja caer uno de los
paquetes. Fernando, que desde el inicio ha estado atento
observándola, corre a recogerlo. Ella le sonríe. Hay un silencio.
El, tímido, va a decir algo, pero no le sale la voz. Se aclara la
garganta y vuelve a ensayar:
Fernando: ¿Van a tomar el tren local?... Yo también. Por favor,
no crea que tenga la costumbre de acercarme a las señoras y
5
hablarles. Se trata de una circunstancia muy especial, y me
resulta difícil... (Al accionar, tira otro de los paquetes, lo
recoge, solícito) Como le decía...
Carolina: Ah... ¿me estaba hablando a mí?
Fernando: ¿A quién otra?. Naturalmente que le estaba
hablando a usted. (Sin querer al accionar tira otro
paquete). Perdone ¡qué torpe!
Carolina: (Divertida) Deje en paz esos pobres paquetes y por
favor, repita su pregunta: estaba distraída.
Fernando: ¿Mi pregunta?. ¿Cuál pregunta?. No tiene
importancia... (Calla, luego reacciona). Le decía que no
acostumbro acercarme a una dama sin ser presentado, que es
la primera vez que lo hago...
Carolina: Muy mal hecho.
Fernando: Carolina... (Se corrige) Señora... estoy seguro que
usted está muy por encima de esos tontos convencionalismos.
Carolina: Sabe mi nombre...
Fernando: ¡Sé su nombre! (Con pasión). ¡No hay nada que
sepa tanto como su nombre!, Carolina.
Carolina: Joven ¿qué pretende?. Porque si lo que pretende
es...
Fernando: No pretendo nada y por favor no me llame "joven".
Sólo quería decirle que la estuve observando en el tren, y me
pareció que tenía usted una terrible preocupación. Si pudiera
ayudarla... ¡estoy dispuesto a todo!
Carolina: (Lo mira un instante) Me extraña tanto interés de
parte de un desconocido.
Fernando: ¡Le juro que no soy un desconocido!
Carolina: Sin embargo, tiene todo el aspecto.
Fernando: Alguien que la admira desde hace tanto tiempo, no
puede ser un "desconocido". ¿Comprende?
Carolina: (Burlándose) Ah, sí. Comprendo.
Fernando: ¡Gracias, Carolina!
6
Carolina: Comprendo que está tratando de hacerme la corte.
Fernando: Dios mío, ¿y si así fuera?. ¿Nunca le han hecho la
corte?
Carolina: Soy una mujer casada. Y ahora, perdone, pero tengo
un grave problema que resolver. No puedo dedicarle más
tiempo.
Fernando: ¡De eso se trata!. ¡Quiero ayudarle con su proble-
ma!
Carolina: Pero... ¡si no lo conozco!
Fernando: Mire, supongamos que una tarde nos encontramos
en... el Parque Forestal. Alguien nos presenta: Carolina, una
mujer encantadora, Fernando, un estudiante de ingeniería. Ya
está. Ahora, nos hemos vuelto a encontrar, pero, claro, usted
ya se ha olvidado de mí.
Carolina: Completamente.
Fernando: Ah: si se olvidó es que antes me conocía.
Carolina: Hay que ver que es insistente. Bueno, sea. (Le tiende
su mano, él se la estrecha). Como le va. Y ahora ¿me permite
concentrarme en mis asuntos?
Fernando: ¿No me va a decir qué es lo que la preocupa?
Carolina: ¡No!
Fernando: Es usted de lo más testaruda.
Carolina: Y usted, ¡de lo más impertinente!. ¿Qué se ha
creído?. Llamaré a Carlos.
Fernando: Bueno. Llame a Carlos. (Pausa) Con las mujeres
todo resulta tan complicado. ¿Qué le cuesta ser más sencilla y
aceptar mi ayuda?. Cualquiera diría que se ofende porque se la
ofrezco. ¿O le caigo antipático? (Mira y ve a Carlos que se
acerca). Le hablaré a su marido. Estoy segura que él me reco-
nocerá. Porque usted... nunca se fijó en mí. Sin embargo nos
vemos a diario. (Se pone en pose de tocar el violín). Míreme.
¿No le parezco vagamente familiar?
Carolina: No me diga ¡el vecino del violín! Claro... Ya decía yo
7
que lo había visto en alguna parte.
Entra Carlos murmurando entre dientes. "maldito pueblo"
Carolina le sonríe
Carolina: ¿Encontraste cigarrillos, Carlos?
Carlos: No. (Se sienta)
Fernando: ¿Le puedo ofrecer de los míos?
Carlos: No, gracias, no se moleste. (Tras el diario, le habla bajo
a Carolina). No iniciar conversaciones con desconocidos
durante los viajes, después no hay cómo sacárselos de encima.
Carolina: Carlos, ¡si es Fernando!
Carlos: (Sin reconocerlo, sonrisa fingida) ¿Fernando? sí, claro…
(Saluda) Como está. ¿De viaje?
Fernando: Sí, sí. ¿De veras no quiere fumar? (Le ofrece, él
acepta)
Carlos: Gracias. ¡Es increíble que no haya en este pueblo
dónde comprar cigarrillos!. Todo cerrado.
Fernando: Si no me equivoco, lo que ha de estar abierto es el
club
Carlos: ¿Dónde está el club?
Fernando: El club del hotel. Y el hotel tiene que estar abierto.
Carolina: ¡Por supuesto! El hotel tiene que estar abierto.
Carlos: Puntualicemos: ¿dónde está el hotel?
Fernando: Al final de la calle principal, es decir, en la plaza. Y la
plaza la encuentra... siguiendo derecho por la calle principal.
Carlos: Bien.. Y ¿cuál esa es calle principal, cómo se llama?
Carolina: Carlos ¿cómo no vas a distinguir la calle principal?
Fernando: Sí: es la más ancha y la más larga. Saliendo de la
estación, me parece que es... hacia el lado de allá. La
encontrará enseguida. En la plaza verá un cine, chiquito, y al
frente está la iglesia. Una iglesia... común y corriente, y en el
otro costado, está el hotel. Savoy, o Crillón, me parece.
8
Carlos: (Con desconfianza) Bien. Probaremos. (Sale)
Fernando: (Entusiasta) ¡Gracias, Carolina!
Carolina: Gracias ¿por qué?. ¿Qué hice?
Fernando: Me ayudó a alejar a su marido.
Carolina: ¿Qué quiere decir?. Oiga, ese club, entonces...
Fernando: Todos los pueblos son iguales, Carolina. Tiene que
haber un hotel y un club en la plaza. Y ahora dígame ¿cuál es
ese terrible secreto?
Carolina: ¿Qué le hace pensar que es un secreto?
Fernando: Carlos no lo sabe.
Carolina: Hay muchas cosas que es mejor que los maridos no
sepan.
Fernando: Desde luego.
Carolina: Sería amagarles la existencia.
Fernando: Comprendo.
Carolina: Oiga, ¡le prohíbo pensar en nada vulgar!
Fernando: No, jamás. Pero dígame ahora, ¿en qué la puedo
ayudar?
Carolina: Bueno, ya que insiste: dijo que era estudiante de
ingeniería. (El asiente) En ese caso, puede darme algunos datos
técnicos.
Fernando: (Emocionado) Usted, tan femenina, tan en-
cantadora, hablando de "datos técnicos"... ¡Qué quiere, me
emociona!
Carolina: Qué ridiculez. ¡Contrólese, por favor!
Fernando: No me importa hacer el ridículo ni me puedo
controlar. Hace tanto tiempo que esperaba la ocasión de
hablarle, de poder participar en algo suyo, de... Bueno, pero si
se empeña le puedo dar millones de datos técnicos. ¿Sobre
qué?
Carolina: Sobre... sobre la resistencia de ciertos materiales al
fuego.
Fernando: ¿Resistencia de materiales al fuego?. Ni una palabra
9
más, me lo imagino todo. Si es lo que supongo creo que no se
los daré.
Carolina: Tiene gracia. Y ¿qué es lo que supone?
Fernando: Necesita dinero y ha decidido trabajar a escondidas
de su marido. Seguramente le ofrecieron un puesto en una
Sociedad Constructora. Sección venta de materiales. Y necesita
datos técnicos... Carolina, ¡déjeme tomar yo ese trabajo!. Le
daré íntegro mi sueldo, ¡yo no lo necesito!
Carolina: Pero ¡qué se ha imaginado!
Fernando: Le juro que no me imagino nada. Tampoco le pediré
nada a cambio. ¡Acepte, por favor!
Carolina: (Burlándose) Muy generoso de su parte, joven.
Suponiendo que acepto ¿de qué vivirá usted?
Fernando: ¿Yo?. Del milagro, como he vivido hasta ahora. Si
hay que robar ¡robaré!. No tengo prejuicios.
Carolina: Está completamente loco. No sé cómo hemos llegado
a hablar de cosas tan absurdas. Y no necesito dinero ¿está
claro?
Fernando: (Resignado) Está claro.
Carolina: Ahora ponga atención: se trata de una pequeña gran
tragedia. (Afligida) Algo ridícula, pero... tragedia al fin.
Fernando: Sí, comprendo. ¡Las pequeñas tragedias son
siempre las peores!
Carolina: No me interrumpa. No hace más que decir tonterías
mientras yo estoy sobre ascuas.
Fernando: Las llama tonterías... Estoy dispuesto a dar la vida
por usted, y las llama tonterías.
Carolina: No quiero su vida... ¡quiero esos datos técnicos!
Fernando: ¡Y yo no quiero que usted trabaje!
Carolina: ¿Con qué derecho se mete en mi vida. (Enfá-
tica). ¡Trabajaré!
Fernando: ¡Antes pasará sobre mi cadáver!
Carolina: ¿Su cadáver?. Dios mío, usted me hace perder la
10
cabeza. ¡Si jamás he pensado trabajar!
Fernando: Gracias, Carolina. (Toma su mano). Sabía que
terminaría por acceder.
Carolina: Le repito que ¡jamás he pensado en trabajar!
Fernando: Hubiera jurado que dijo "trabajaré".
Carolina: Por favor, váyase. ¡Váyase y déjeme en paz!
Fernando: Carolina ¿qué le pasa?. ¿Por qué me trata así?. Sólo
quiero ayudarla... ¿Dije algo que no debo? No me lo
perdonaría, porque yo... (Calla, emocionado)
Carolina: ¿Usted, qué?
Fernando: Estoy enamorado de usted.
Un silencio.
Carolina: No esperará que le crea ¿verdad?
Fernando: No, claro. No me atrevo a esperar tanto.
Carolina: ¿Amor a primera vista?. No sabe lo que dice. Es muy
joven... y se imagina cosas.
Fernando: No, no me imagino cosas. Hace 4 meses que no
puedo estudiar, ni concentrarme en nada. Sólo puedo pensar
en usted. He tratado de sacarme esta idea de la cabeza, pero...
no puedo.
Carolina: No sea tan romántico.
Fernando: El amor es romántico, Carolina. Escuche: cuando la
divisé en el jardín, creí estar viendo visiones. Era exactamente
igual a ella. Sus ojos, tan grandes, su sonrisa, el color de su pe-
lo... ¡se le parecía tanto!
Carolina: ¿A quién?
Fernando: ¿Cree usted que los seres vuelven a la tierra una y
otra vez?
Carolina: ¿De qué está hablando?
Fernando: Ríase y llámame romántico, pero la verdad es que
de niño me enamoré perdidamente de una tía muy bonita que
11
murió joven, es decir, de su retrato. Bueno, ya casi lo había
olvidado, cuando de pronto, una tarde, cuando estaba
estudiando violín frente a la ventana, ¡se me aparece... allí, en
el jardín de su casa!
Carolina: ¿Su tía... ?
Fernando: No. Usted, Carolina. Fue como un sueño. Me la
imagino, como la veo a ella en el retrato, vestida a la antigua y
con un delicado quitasol de encaje. Desde que la vi, Carolina,
mi vida cambió. Sé que no puedo esperar nada, pero aún así,
me siento como en el cielo.
Carolina: Feliz usted, lo que es yo ¡estoy en el infierno!
Fernando: Carolina, disculpe: su pequeña tragedia, la había
olvidado. ¿De qué se trata?
Carolina: Se trata de una olla. ¿Entiende? ¡De una olla!
Fernando: (Deprimido) Carolina ¿por qué tenía que hablarme a
mí de ollas?
Carolina: Pues, sepa, que de lo único que puedo hablar es de
ollas.
Fernando: Horrible artefacto.
Carolina: Sí, horrible. La odio con toda mi alma.
Fernando: ¿Tanto se apasiona por una olla?. Francamente, no
comprendo.
Carolina: Al fin hay algo que no comprende, ni adivina. Cómo
lo va a entender si se trata de un simple hecho cotidiano. De
esa realidad, que usted ignora. Escuche, media hora antes de
salir, Carlos me dice: "me carga almorzar en el coche comedor,
prepara algo para el viaje"
Fernando: (En éxtasis, para sí) ¡Genial!
Carolina: Voy a la cocina, preparo unos sándwich y pongo en
una olla, con agua, una olla de fierro enlozado,
(Indica) pequeña, de este tamaño y un par de huevos para
cocer.
Fernando: Describe con tanta vida que me parece estar
12
viéndolo.
Carolina: ¡Y yo no he hecho otra cosa que estar viéndolo
durante todo el trayecto!. Contra el verde del paisaje, contra
los postes de la electricidad...
Fernando: ¿Qué cosa?
Carolina: ¡La olla en llamas!
Fernando: Ah... pobrecita. Ahí tuvo el primer sobresalto.
Carolina: (Afligida) Al llegar a Rancagua, cuando recordé que
había dejado la olla hirviendo y que seguiría hirviendo durante
15 días... Estos 15 días de vacaciones en los que esperaba
tener tanta paz y sosiego. ¡Los pasaré sobre ascuas!
Fernando: Carolina, una olla no puede hervir durante 15 días.
Tómelo con calma.
Carolina: Eso es lo peor: dejará de hervir en cuanto se evapore
el agua... entonces, la olla se caliente al rojo, incendio... ¡Se
quema nuestra casa, que ni siquiera hemos terminado de
pagar!. ¡Quizás el incendio cunda por toda la cuadra!. ¡Qué
horrible!. ¿Se da cuenta?. En el tren pensaba que desde aquí
podría telefonear a un vecino.
Fernando: (Alegre) ¿A su vecino del violín?
Carolina: Sí, y pedirle que entre por la ventana, no sé...
Fernando: (Tierno) No tengo teléfono, Carolina.
Carolina: ¡Ahora de qué serviría su teléfono!... Por favor
¡sugiera algo!. Estoy tan confundida que no se me ocurre nada.
Vengo estrujándome el cerebro desde Rancagua.
Fernando: Sí, los sobresaltos. ¿Por qué fue el de Chimba-
rongo?
Carolina: ¿Chimbarongo?... ¡el cajón de la basura!. Me acordé
que está bajo la cocina, lleno de papeles y es... ¡de madera, de
esas cajas en que vienen las frutas!
Fernando: Vamos por partes: reconstituyamos la escena.
Carolina: Por fin se puso comprensivo.
Fernando: ¿Cocina a gas o eléctrica?
13
Carolina: A gas. (Indica) Aquí está la cocina. Acá un mueble de
madera. Ahí, la puerta del closet. Espere... aquí una silla... ¡con
asiento de totora! (Angustiada, repite), ¡"totora"!
Fernando: Tranquila. ¿Qué más?
Carolina: (Afligida) Y en el tarro basurero hay papeles, un
diario completo y ¡bajo la olla, prácticamente!
Fernando: A la hora, se evaporó el agua.
Carolina: ¡No era mucha... es una olla chica!
Fernando: A las dos horas, la olla está al rojo.
Carolina: ¡Horrible!
Fernando: Los huevos pulverizados.
Carolina: ¡Qué importan los huevos!
Fernando: Hay que revisar todos los detalles.
Carolina: ¿Usted cree?
Fernando: Una olla vacía reacciona de distinta manera que una
olla con huevos.
Carolina: ¡Dios mío! Sigamos.
Fernando: ¿Olla de aluminio?
Carolina: De fierro enlozado.
Fernando: Primero se salta el esmalte...
Carolina: ¡Qué importa el esmalte!
Fernando: Ya le dije que...
Carolina: (Al borde del llanto). ¡No me diga nada!. ¡La olla salta
dentro del tarro con papeles, arde la casa entera!
Fernando: (Toma sus manos, para calmarla). Cálmese,
Carolina, las ollas no saltan.
Carolina: Lo dice para tranquilizarme.
Fernando: ¡Le juro que no saltan!. Las ollas "se saltan".
Carolina: (Impetuosa, lo abraza) Tiene razón, ¡gracias!
Fernando: (Mientras la tiene en sus brazos) ¡Qué lástima que
exista Carlos!
Carolina: (Se aparta, digna) ¿Qué está insinuando?
Fernando: Nada. Digo... lástima que va a llegar Carlos.
14
Carolina: Cierto. No vamos a poder mencionarlo y no
podremos resolver nada. Por favor, busque la manera de
alejarlo, y trate de averiguar si estamos asegurados contra
incendio. Dígale... que vende seguros. Pero, con mucho
disimulo. No quiero que sospeche nada. ¿Lo hará?
Fernando: Me pide usted cosas fáciles, pero harto difíciles.
Casi preferiría que me pidiera cosas difíciles que me resultan
más fáciles. ¿Me entiende?
Carolina: (Distraída) No, lindo, pero no importa.
Fernando: ¡Carolina!
Carolina: ¿Qué pasa?
Fernando: Usted... usted...
Carolina: ¿Yo, qué?
Fernando: Me llamó "lindo"... Es una muestra de cariño tan
espontánea... casi me atrevo a creer que...
Carolina: Por favor, no empecemos a creer cosas ¿quiere?
Fernando le indica que viene Carlos. Entra Carlos. Luego de un
silencio:
Carolina: ¿Cómo te fue, Carlos?
Carlos: Mal
Carolina: No me digas... ¡no estaba abierto el club!
Carlos: ¿Qué club?
Carolina: El del hotel que hay en la plaza.
Carlos: No había club, ni hotel, ni plaza. ¡Ni calle principal!
Carolina: Carlos, un pueblo que no tiene plaza... Estás
divagando.
Carlos: Mira: este pueblo no es a lo ancho, sino a lo largo. No
tiene plaza. Es más, creo que ¡no tiene pueblo! (Se sienta, se
dispone a leer el diario). Y ahora ¿me permiten?
Fernando: Vaya: debí equivocarme de pueblo. Antes el
trasbordo se hacía más al sur.
15
Carolina: Más al sur. Ah, usted ¿viaja mucho?
Fernando: Sí, mucho.
Carolina: (Con señas de inteligencia a Fernando) Qué
interesante. ¿Se debe a su trabajo, tal vez?
Fernando: (Comprende) Ah, sí, en efecto. Soy asegurador.
Pólizas contra incendio La compañía tiene sucursales en
provincia.
Carolina: Y me imagino que gana buen dinero. Se trata de algo
imprescindible... de vital importancia ¿no?. Hay tantos
incendios... A propósito, Carlos ¿estamos asegurados contra
incendio?
Carlos: ¿Nosotros?. ¿Para qué?
Carolina: Nuestra casa, tontito.
Carlos: No.
Carolina luego de un ligero desconcierto, a Fernando:
Carolina: Bueno, si no estamos asegurados, será por alguna
razón. Nuestra casa ha de ser muy resistente al fuego, de otro
modo Carlos hubiera tomado un seguro. Es muy previsor.
Carlos: ¿Nuestra casa?. Ardería como una caja de fósforos.
Carolina: (Para sí, afligida) De todos modos, ya es demasiado
tarde.
Carlos: Tarde ¿para qué?
Carolina: Para comprar una póliza.
Carlos: ¿Una póliza?
Carolina: No... Quiero decir, tarde para comprar cigarrillos.
(Ante su mirada de reproche) Ay, Carlos, sabes que aunque
diga póliza, quiero decir, cigarrillos.
Carlos: ¿Y por qué no adoptas la sana costumbre de decir
directamente lo que deseas expresar, en lugar de hacerme
siempre suponer que se trata de otra cosa?
Carolina: Ay, Carlos ¿por qué hablas en forma tan...
16
complicada?
Carlos: (Se levanta) Voy donde el jefe de estación.
Carolina: ¿El jefe de estación?. ¿Para qué?
Carlos: Para preguntarle cuanto falta para este maldito tren
local.
Carolina ¡El jefe de estación!. El tiene que saber dónde venden
cigarrillos, ¿se lo preguntaste?
Carlos: (Seco) No.
Carolina: Pero, lindo, es lógico: él vive aquí. (Tono
conciliador) Las cosas más sencillas son las últimas que se nos
ocurren. Tonto ¿verdad?
Carlos: (Picado) ¡Tantísimo!. (Sale, molesto, de escena)
Carolina: No sé qué le pasa... está de pésimo humor.
Fernando: Carlos sospecha.
Carolina: ¿En qué lo nota?
Fernando: Se ríe a destiempo.
Carolina: Carlos siempre se ríe a destiempo. Bueno, no
perdamos estos minutos preciosos que nos quedan.
Fernando: Preciosos para mí, Carolina. Quizá ya no volvamos a
encontrarnos así... a solas...
Carolina: No nos pongamos románticos, por favor.
Fernando: Pero, Carolina, yo...
Carolina: Lo ideal sería encontrar a alguien... a quien le haya
sucedido algo semejante, para saber qué pasa con una olla...
Fernando: Pero... Bueno, de acuerdo ¡hablemos de ollas!.
¡Pasémonos la vida hablando de ollas! ¿En qué estábamos?
Carolina: En que si la olla salta. ¡Sería terrible porque en el
closet hay una damajuana con ¡parafina!
Fernando: ¿Para qué tanta parafina?
Carolina: La estufa en invierno, y una lámpara, por si cortan la
luz...
Fernando: Ah... la lámpara…
Carolina: ¿Qué?. ¿Es peligroso?
17
Fernando: No, pero la imagino a usted, Carolina, en una noche
de lluvia, bordando a la luz de esa lámpara de otros tiempos...
Carolina: ¡Su tía, otra vez!. ¡Cómo puede ser tan insensible!
Entra el porta equipaje y anuncia:
Porta equipaje: ¡El expreso a Santiago, dentro de 4 minu-
tos! (Cruza la escena y sale, Carolina lo mira como pensando en
algo)
Fernando: Carolina, no puedo verla sufrir de ese modo.
¿Quiere que toque alguna cosita en el violín?. ¿Un poco de
música ayudaría?
Carolina: ¿Música?. ¡Lo que necesito son "hechos"!.
¿Comprende?. ¡Hechos!
Fernando Lo siento: a pesar del progreso, no han inventado un
dispositivo que permita apagar el gas a distancia.
Carolina: (Coqueta) Pero... se puede tomar un tren... de
regreso a Santiago.
Fernando: (Con un sobresalto) ¡Carolina!
Carolina: ¡Dijo que estaba dispuesto a todo!
Fernando: A todo, menos a separarme de usted.
Carolina: ¿Quiere ayudarme o no?. Tal vez lo que dijo antes no
eran más que palabras. No debí fiarme de un violinista.
Fernando: No ofenda a mi violín: después de usted, es lo que
más quiero. Escuche: me iría sin vacilar si hubiera el menor
peligro. Por favor, confíe en mí. Razonemos, deduzcamos...
Carolina: No, es inútil. No me puedo sacar esa olla ardiendo de
mi cabeza. Puede que no pase nada, pero también ¡podría
incendiarse la casa!. Claro, usted no sabe lo que es comprar un
sitio a plazos, con préstamos y dificultades, luego construir la
casa propia, con tanta ilusión. Si fuera un poquito más
comprensivo, me diría: "Deme las llaves, tomo un tren a San-
tiago, y apago el gas". Pero, no. Usted no entiende, porque
18
este es un hecho de la realidad y no se arregla con soñar o
dejar de soñar. (Pausa) Estoy segura que Carlos comprendería.
Se pondrá furioso, pero... ¡tengo que compartir esta angustia
con alguien!. Llamaré a Carlos. (Va hacia un costado y sin
ganas, sin alzar la voz, llama) Carlos...
Fernando: (Luchando consigo mismo) No. ¡No llame a Carlos!.
Esto queda entre usted y yo. Será un secreto entre los
dos. (Heroico, tiende su mano) ¡Deme esas llaves!
Carolina: ¿De veras? ¿Lo dice de corazón?
Fernando: De todo corazón.
Carolina: (Impulsiva lo besa en la mejilla, abrasándolo)
¡Gracias, Fernando! (Se escucha un tren detenerse). ¡El expreso
a Santiago, hay que darse prisa. Las llaves. (Muy acelerada
busca en su bolso, lo vacía sobre el banco, mientras Fernando
la mira extasiado por el beso). Mire, ésta es la de la mampara,
y esta otra, más amarillenta, la de la puerta de calle. (Ve que él
no está escuchando). Ponga atención, por favor: la de la puerta
de calle, tiene maña, hay que inclinarla un poco hacia la
derecha... (Se santigua para saber cuál es su mano
derecha) No, hacia la izquierda. La cocina está al final del
pasillo. Su maletín. (Se lo pasa, él sigue en éxtasis) Ah, y mi
dirección en el campo, para que me ponga un telegrama, y
saber qué si... no se produjo un incendio... Un lápiz... (Busca en
su bolso). El lápiz de las cejas. ¡Papel, por favor!. Deprisa.
Fernando: (Presenta el puño de su camisa) Aquí.
Carolina: (Escribe) Mi dirección. Y ahora un nombre falso para
que Carlos no sospeche. Rápido, un nombre, un nombre...
Fernando: (Sigue extasiado) ¡Greta Garbo!
Carolina: No, algo más común.
Fernando: María Pérez.
Carolina: Eso es. María Pérez. (El va a salir) ¡Su violín!
Fernando regresa por el violín y al alejarse le lanza un beso con
un:
19
Fernando: ¡Adiós, mi amor!
Al salir tropieza con Carlos que viene entrando. Rabioso tira al
suelo los cigarrillos que acaba de comprar.
Carolina: (Culpable) Carlos, qué manía la tuya de tirar todo al
suelo. (Se los pasa) ¿Qué alcanzaste a oír?
Carlos: Exactamente: "adiós, mi amor". Tal vez lo golpee.
Carolina: No hay tiempo... (Sonido: tren partiendo). ¡Se fue el
tren!
Carlos: De modo que ese bicho era el causante de los
calambres, del nada y el todo en que venías pensando y esa
confusión al hablar... Y de la prisa desvergonzada que tenían
los dos para deshacerse de mí. ¿Crees que soy tan idiota que
no me doy cuenta de nada?
Carolina: Carlos ¡divagas!. El nervioso eras tú, lindo. Siempre
te pones así cuando te quedas sin cigarrillos. Estás completa-
mente enviciado por la nicotina.
Carlos: ¡Enviciado por la nicotina!. ¿Y cómo explicas, entonces,
que ese imbécil con facha de delincuente, se despida de ti con
un "adiós mi amor"?. ¿No te parece mucha soltura de cuerpo?
Carolina: Carlos ¡estás celoso!
Carlos: Sí, así como suena ¡estoy celoso!
Carolina: Pero si siempre has dicho que los celos no son más
que una manifestación del complejo de inferioridad.
Carlos: ¡Qué hombre no ha dicho esa estupidez alguna vez en
su vida!
Carolina: Uuy, Carlos ¡estás haciendo el ridículo!
Carlos: ¡Asegurador contra incendios! Y tuviste la desfachatez
de presionar para que le tomara una póliza. Oye, ¿desde
cuándo te interesan en los aseguradores?
Carolina: Por favor, no me vas a hacer una escenita de celos...
Carlos: ¿No crees que me has dado suficiente motivo?
Carolina: Eres de lo más mal pensado que hay, lindo. Te
20
pregunté si estábamos asegurados, porque venía preocupada.
Tú sabes... Puede que al salir de vacaciones como ahora, se le
queda a una algo encendido. Y de ahí a un incendio...
Carlos: Para esos percances de las mujeres distraídas, tomo
otro tipo de precauciones: Cierro las llaves de paso. ¡Gran
invento, las llaves de paso!
Carolina: ¿Lo hiciste... ahora?
Carlos: Evidente.
Carolina: ¿La de la luz y... la del gas?
Carlos: Lógico. ¿Y esa cara?. ¿Qué pasa ahora? (Ella, distraída,
no responde), Carolina ¡dejaste algo encendido! ¿No
desenchufaste la plancha como ese año que fuimos a
Cartagena? ¿O qué?
Carolina: Ay, no empecemos con los interrogatorios. Aquí no
estamos en los tribunales. Es terrible estar casada con un
abogado.
Carlos: No te vayas por las tangentes. ¿Qué fue?
Carolina: Bueno, admito que venía con una ligera
incertidumbre.
Carlos: ¡Carolina!, ¡la verdad!
Carolina: Y si hubiera dejado algo encendido, no tienes por
qué adoptar ese aire de superioridad. A ti también te pasan
cosas ¿no? ¿No dejas nunca la mampara mal cerrada? Todavía
no me conformo con que nos robaran la radio y los cubiertos
el año pasado.
Carlos: Cualquiera diría que yo tuve la culpa.
Carolina: ¿Fue mía, entonces? ¿No eres tú el encargado de
verificar que la puerta quede bien cerrada al partir de
vacaciones?
Carlos: No la dejé mal cerrada. Esa chapa no es segura.
Carolina: Es lo mismo, lindo. Podías haber cambiado la chapa
este año, y no lo hiciste.
Carlos: (Riendo) Esta vez hice algo mucho más eficaz, y creo
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que me voy a divertir. Porque ese ratero, ¡te apuesto que es el
cuidador de la casa de enfrente, la de los Gómez! Estoy seguro
que tiene una llave que le hace a nuestra mampara. Pero...
¡que se atreva a abrirla!... (Se ríe). Le tengo una buena sorpre-
sa.
Carolina: ¿Ah sí? ¿Qué hiciste?
Carlos: ¿No te llamó la atención, que me quedara tanto rato
en la puerta? Mientras buscabas un taxi, le preparé una
trampa.
Carolina: ¿Una trampa?... (Afligida). ¿Mortal?
Carlos: Bueno... Depende de la resistencia del tipo.
Carolina: (Angustiada) ¿Qué barbaridad hiciste, Carlos, por
Dios?
Carlos: Me extraña tanta compasión por los rateros. ¿Ves?,
Porque todos piensan como tú, tenemos esta plaga en Chile.
Carolina: ¡Dime qué fue lo que hiciste!
Carlos: ¿Te acuerdas del baúl lleno de fierros que tu tío nunca
se quiso llevar? Eso me dio la idea. Lo coloqué sobre el saliente
que hay entre la mampara y la puerta y lo amarré con una
cuerda, de manera que al que abre la puerta ¡le caiga encima!
Cae un pesado saco que tira el Porta-equipaje antes de entrar
al escenario y Carolina, asociándolo con lo del baúl, cae
sentada sobre una de las maletas y se queda, con la actitud del
inicio, mirando ante sí. Entra la porta equipaje, anunciando:
Porta equipaje: El tren local parte dentro de 4 minutos, el tren
local... (Sale, diciendo) ¡Dentro de 4 minutos: si van a tomar
ese tren, pasen a la otra vía.
Carlos: (Recogiendo paquetes se los da a Carolina). No sería
raro que al volver de la vacaciones nos encontráramos con un
sujeto delirando, entre la puerta y la mampara ¡Carolina!
Carolina: ¿Sí, Carlos?
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Carlos: ¿No oíste? Llegó el tren local. (Le pasa la caja de
sombreros, ella sigue mirando ante sí, con honda
preocupación)
Carolina: ¿Sí, Carlos?
Carlos: Oye ¿te vas a quedar sentada ahí toda la tarde?
Carolina: (A punto de llorar) No, Carlos...
Carlos: (Tira un paquete al piso) ¿Cuándo vas a bajar de la luna,
mujer, por Diós?
Carolina: No sé, Carlos...
Estalla la música incidental del inicio mezclada al ruido del tren
que se va deteniendo.
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Don Anacleto avaro
-Anacleto
-Mariquita (Su empleada)
-El Notario
-Don Pedro
-Juana (Mujer de Pedro)
-Juan Malulo
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ACTO ÚNICO
La acción tiene lugar en la casa de don Anacleto. Hay una
ventana al fondo. La entrada es por un costado. Se escuchan
afuera pregones del manicero y del que vende mote con
huesillos, y una melodía del organillero. Don Anacleto lee el
diario en un sillón.
Anacleto: ¡Mariquita! ¡Mariquita!
Mariquita: (Entrando) ¿don Anacleto?
Anacleto: Dale un peso al organillero y compra maní.
Mariquita: ¡No nos queda ni un solo peso, don Anacleto!
Anacleto: Bueno. ¡Sigue con tus quehaceres, entonces!
Sale Mariquita. Se escuchan golpes en la puerta.
Anacleto: ¡Mariquita! (Ella entra), asómate a ver quién está
golpeando.
Mariquita: (Mirando Por la ventana) ¡Ave María! Es un señor
desconocido, vestido de negro de abajo arriba
Anacleto: Abre la puerta.
Mariquita: (Lo hace. Entra el Notario, ella va hacia Anacleto y
dice). ¡Le abrí!
Anacleto: Pregúntale quién es.
Mariquita: (Al Notario). Pregunta don Anacleto que, quién es.
Notario: (Carraspea). Soy el honorable Notario de este pueblo.
(Ella se desplaza rápidamente con pasitos cortos de uno a otro)
Mariquita: Dice que es el honorable Notario de este pueblo.
Anacleto: Pregúntale que, qué se le ofrece.
Mariquita: (Al Notario) Pregunta que, qué se le ofrece.
Notario: Vengo a darle una buena noticia y una mala noticia.
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Mariquita: (Va hacia Anacleto). Viene a darle una buena
noticia y una mala noticia.
Anacleto: Dile que me dé la buena noticia y se guarde la mala
noticia.
Mariquita: (Al Notario). Dice que le dé la buena noticia y se
guarde la mala noticia.
Notario: Pregúntele si puedo hablar directamente con él.
Mariquita: (A Anacleto). Pregunta si puede hablar
directamente con usted.
Anacleto: Dile que eres mi empleada de confianza y te pago,
para que me sirvas.
Mariquita: Dice que soy su empleada de confianza y que me
paga para le sirva, aunque la verdad, señor Notario, es que me
debe 33 meses de sueldo y si la cosa sigue así, me voy a retirar
en Marzo.
Anacleto: Cállate y vete, sírvenos helados.
Mariquita: No hay helados, señor.
Anacleto: Entonces, limonada.
Mariquita: No hay limonada, señor.
Anacleto: Entonces, déjanos solos, que tengo que hablar con
el señor.
Mariquita: Esta bien, señor. Me retiro. (Sale)
Anacleto: Y bien, señor Notario, ¿cuál es la buena noticia?
Notario: Lo siento, señor, pero para respetar el orden de los
acontecimientos, tengo que darle primero la mala noticia.
Anacleto: Bueno, dígala, entonces. Lo más rápidamente
posible porque me desagradan las malas noticias.
Notario: (Habla tan aceleradamente que no se le entiende). El
lunes 30 de abril, a las 10 horas, 30 minutos, 5 segundos,
falleció en la localidad de Ruri Ruri un tío político de usted,
avaro de profesión, millonario y sin descendientes, de un
ataque general a la salud del cuerpo humano.
Anacleto: Muy mala noticia, señor, pero ¿podría repetirla más
26
lentamente?
El Notario repite lo mismo pero en forma que se entienda.
Anacleto: En efecto, mala noticia. Que descanse en paz el
pobre tipo. Y que Dios lo tenga en su gloria. ¿Dónde dice que
falleció?
Notario: En la localidad de Ruri Ruri.
Anacleto: ¿Dónde queda eso?
Notario: Diez kilómetros al Norte.
Anacleto: ¿Al Norte de qué?
Notario: No me informaron.
Anacleto: Ah. Y ahora, diga señor Notario, cual es la buena
noticia.
Notario: Como su tío político, avaro y millonario no tenía
descendientes en línea directa y consanguínea, usted don
Anacleto, resulta ser heredero indirecto y sanguíneo, y recibe
una bolsa que contiene varios millones de pesos. (Le pasa una
bolsa). En dinero contante y sonante. (Agita la bolsa para que
suene). He dicho
Anacleto: (La recibe) Ah, ah. (Con reacción tardía). ¿Co-co-
como dijo? (Palpa la bolsa). Este que, este que, este que...
¿millones, señor Notario? ¡Es demasiado para mí! (Cae
desmayado)
Notario: ¡Empleada! ¡Empleada!
Mariquita: (Entrando) ¿Qué se ha imaginado? No soy perro
para que me llame de ese modo. Me llamo Mariquita. (Ve a
Anacleto, lo toca). ¡Ave María! ¡Está difunto! (Llora)
Notario: No. Sólo es un desmayo.
Mariquita: ¡Asesino! Usted lo ha matado con la mala noticia.
Notario: Por el contrario, la mala noticia le cayó bien, fue con
la buena noticia.
Anacleto: (volviendo del desmayo) Mariquita... ¡mi bolsa! (La
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busca, la encuentra). Mariquita ¡soy millonario! Qué digo...
¡multimultimultimillonario!
Notario: Y yo, habiendo cumplido con mi honorable misión,
tengo a bien retirarme. (Como Anacleto y Mariquita se abrazan
eufóricos sin prestarle atención, sale)
Anacleto: ¿Te das cuenta, Mariquita? Acabo de heredar
millones en dinero contante y sonante... Compraremos un
automóvil, que digo... ¡un tren! No, un buque... qué digo... ¡un
castillo!... ¡Un país entero!
Mariquita: Sí, don Anacleto, pero no lo grite tan fuerte que
pueden oírlo.
Anacleto: Y ¿qué importa que oigan?
Mariquita: Si se corre la voz por el pueblo, vendrán a pedirle
dinero para esto y lo otro. A pedir prestado, pedir regalado, la
gente es así, don Anacleto... y ¡se quedará usted en la calle en
un santiamén!
Anacleto: Tienes toda la razón, Mariquita. No deben saberlo.
Nadie debe saberlo. Ah... pero lo sabe el notario y lo contará.
Hmmm. Debo comprar su silencio. Eso es, le daré dinero para
no lo cuente a nadie. Va a buscarlo, Mariquita.
Sale Mariquita y se la oye gritar: “Señor Notario, señor
Notario”
Anacleto: (Solo) Los buques están pasados de moda, compraré
un submarino y un avión a chorro. Claro que eso ha de costar
carísimo... creo que me contentaré con un buen automóvil. Un
“Mercedes Benz” (Reflexiona un instante). No, no, es mucho
gasto. Un Ford me servirá lo mismo. Hay que ahorrar un poco
por millonario que uno sea. Y, pensándolo bien, si compro un
auto voy a tener que pagarle a un chofer, y piden un sueldo
muy subido, más con lo exigente que están ahora, no,
pensándolo bien, decía, conviene más no comprar auto y usar
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los taxis. Es bastante más cómodo. Sólo que se acostumbra
uno y toma taxi a cada rato. Y eso ¡es la ruina! Lo más práctico
es caminar, es un excelente ejercicio, digo para la salud... y
ahorra uno en médico y medicinas. Claro que caminar tiene su
pequeño inconveniente, se gastan mucho los zapatos, y con lo
caro que están pidiendo para ponerles “media suela”, que le
llaman... No. Decididamente, si deseo conservar este dinerito,
lo más inteligente es quedarse en casa, sentadito en mi sillón.
Y para lo que necesite, mando a la Mariquita... ¿A propósito?,
¿por qué no vuelve? Necesito comprar el silencio del Notario,
ese gasto no lo puedo evitar. No porque uno hereda unos
cuantos millones hay que empezar a gastar como loco. ¡No,
señor! (Entra Mariquita seguida del Notario). ¡Ah! Ya regresa...
Señor Notario, tengo una proposición que hacerle.
Notario: Lo escucho don Anacleto.
Anacleto: Es imprescindible mantener en secreto esto de mi
herencia, los milloncitos... De modo que... ¡compro su silencio!
Notario: Ofrezca.
Anacleto: Pida usted.
Notario: No, usted, don Anacleto.
Anacleto: Usted, señor Notario.
Notario: Diez mil pesos.
Anacleto: ¡Ni muerto!
Notario: Nueve mil novecientos noventa y nueve...
Anacleto: Eso me parece más razonable, pero aún me parece
demasiado.
Notario: Ofrezca usted.
Anacleto: Mil pesos... quiero decir, cien... mejor, diez pesos.
Notario: (Indignado) ¿Diez pesos? ¿Qué quiere que haga con
diez pesos?
Anacleto: Puede usted comprar diez cosas de a peso.
Notario: ¡No hay nada que se pueda comprar por un peso!
Anacleto: Está bien: ¡cien pesos! Y ni una palabra más.
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Notario: De acuerdo. (Aparte a Mariquita). Este se volvió
podrido de avaro.
Anacleto: Entonces ¿jura usted no contar a nadie que soy
millonario?
Notario: Juro.
Anacleto: ¡a nadie! ¡Ni siquiera a mí mismo!
Notario: Ni siquiera a usted mismo.
Anacleto: ¿Ni a usted mismo?
Notario: Ni a mí mismo.
Anacleto: Bravo. Trato hecho. Queda comprometido por el
juramento.
Notario: Y... ¿el dinero?
Anacleto: ¿Qué dinero?
Notario: Iba usted a comprar mi silencio.
Anacleto: ¡Ja ja ja! ¿Oíste, Mariquita? ¿Yo, comprar algo tan
inútil como el silencio? No se ve, no se toca, no se oye... ja, ja,
ja, ¿por quién me toma?
Notario: ¡Deme ese dinero!
Anacleto: No tengo dinero. Soy pobrísimo ¿verdad, Mariquita?
Notario: Acaba de ser usted multimillonario. Se queja de
pobreza, ¡y tiene millones, millones!
Anacleto: ¿Oíste, mariquita? Lo ha dicho a gritos. Juró no
decirlo a nadie, ni siquiera a sí mismo.
(Avanza, furioso, hacia él) ¡Devuélvame mi dinero!
Notario: ¿Cuál Dinero?
Anacleto: Los cien pesos con que compré su silencio.
Notario: Dijo que lo iba a comprar, pero me dio nada.
Anacleto: Lo dije, y la palabra de un hombre honrado vale
tanto como el dinero, de un hombre honrado. Me da usted ese
dinero o lo denuncio.
Notario: ¡Pillo, sinvergüenza, infame...! (Le pasa dinero)
30
¡Tome!, ¡Pero le advierto que esto es un robo!
Mariquita: Don Anacleto, usted no puede hacer eso, no está
bien.
Notario: ¡Déjelo! Que se pudra con su dinero. Ha obrado la
brujería fatal de los millones. Ha de saber usted, que su tío
sufría de una horrible enfermedad.
Anacleto: ¿Qué enfermedad?
Notario: Por las noches tenía sudores fríos y de día sudores
cálidos. Constantemente lo asediaban terrores matutinos y
alucinaciones vespertinas, porque temblaba sin cesar ante la
sola idea de que le pidieran, le robaran, le quitaron un peso de
sus adorados milloncitos. Temblaba ante la idea de enfermarse
y tener que gastar en médico. No tenía automóvil para no
gastar en chofer o bencina, no caminaba para no gastar la
suela de sus zapatos...
Anacleto: (Que ha empezado a temblar al escuchar al
Notario). Mariquita... creo que estoy enfermo...
Mariquita: ¡Jesús! Voy a buscar un doctor...
Anacleto: ¡No! ¿Estás loca? Piden carísimo por una consulta.
Mariquita... ¡tengo sudores fríos y calientes!
Notario: ¿Y sabe usted cómo se llama esa enfermedad que
aquejaba a su honorable y despreciable tío? Se llama avaricia...
Y ahora la ha contraído usted. Esto dicho, me retiro. (Sale)
Anacleto: ¿Yo, he contraído una enfermedad? ¿Oíste,
Mariquita?
Mariquita: Don Anacleto, ¡tire lejos ese dinero antes que le
traiga desgracia!
Anacleto: Jamás. (Abraza la bolsa de dinero). Jamás de los
jamases... Mis milloncitos. (Besa la bolsa) (Con temor,
escuchando) Shhht... (Va a la ventana y le hace señas para que
se acerque). Escucha, Mariquita... es la voz del Notario...
Voz del Notario: ¡Oigan todos los de este pueblo! Don
Anacleto acaba de heredar millones, gran cantidad de
31
millones... Oigan todos, ¡don Anacleto se ha vuelto millonario,
no, multimillonario, millones de todos colores y de todos los
tamaños!
Anacleto: ¡Infame! ¡Maldito Notario! Ahora llegarán aquí
todos a pedir. Mariquita, anda y diles que es mentira que soy
pobre como una rata.
Mariquita: Lo haré, don Anacleto, pero primero págueme los
33 meses que me debe por mi abnegados servicios.
Anacleto: Nunca me habías cobrado un centavo, Mariquita.
Nunca recuerdo haberte pagado.
Mariquita: No me pagaba porque era pobre.
Anacleto: Y ahora no te pago porque soy rico, y los ricos deben
ahorrar para seguir siendo ricos.
Mariquita: ¡Avaro!
Anacleto: ¡Vete!
Mariquita: ¡Me voy! (Sale, regresa en el acto, amenazante)
Pero ¡le va a pesar, le va a pesar! (Se retira)
Anacleto: Una boca menos que alimentar. Ja, ja, ja... Y ahora,
tengo que buscar la manera de alejar de aquí a los
“pedigüeños”. Necesito un consejo. Hay una sola persona en
este pueblo que da consejos gratuitamente, Juan Malulo. Lo
llamaré por teléfono. (Toma el fono). Aló... ¿Estás en casa Juan
Malulo? Necesito un consejo...
(Al colgar se presenta entre humos, Juan Malulo, el diablo, de
rojo y con cola.)
Anacleto: ¡Hombre! Siempre me asustas. ¿En qué vehículo
viajas para llegar tan pronto?
Juan Malulo: En el del interés: me interesa atender cuanto
antes a mi clientela
Anacleto: Tienes que darme un consejo, Juan Malulo.
Juan Malulo: ¿De qué se trata? ¿Hay que perjudicar a alguien
32
de este pueblo? Es fácil, a todos les conozco sus debilidades, y
sé cómo hacerlos rabiar...
Anacleto: No, no. Escucha: desde hace una hora soy millonario
Juan Malulo: ¡Me parece espléndido!
Anacleto: Pero no te daré ni un centavo por el consejo.
Juan Malulo: Así no dejarás de ser millonario.
Anacleto: Tú me comprendes, Juanito (Lo va a abrazar, se
retira asustado, soplando sobre sus ropas). Oye, ¡quemas!
Juan Malulo: (Ríe) Sí, un poquito...Y bien, ¿de qué se trata el
consejo?
Anacleto: Necesito librarme de los pedigüeños. Vendrán todos
a pedir dinero porque el Notario proclamó por el pueblo que
recibí una herencia de millones.
Juan Malulo: Te voy a hacer una magia nueva, que acabo de
aprender. Saca la lengua.
Anacleto: Ah. (La saca mientras dice con dificultad) ¿La tengo
“sucia”?
Juan Malulo: Silencio. Mantén la lengua afuera mientras te
hago la magia.
Anacleto: (Hablando con dificultad). ¿No ves que la tengo
afuera?
Juan Malulo: ¡No hables porque la lengua se entra!
Anacleto: (Con dificultad, tratando de mantener la lengua
afuera). Bueno, me callo. Hablo.
Juan Malulo: ¡Digo que no hables!
Anacleto: Bueno ¡no hablo!
Juan Malulo: (Desesperado) ¡Silencio! (espera un momento y
al ver que Anacleto mantiene la lengua afuera y guarda
silencio, hace unos pases con sus manos por sobre la lengua,
diciendo a modo de cábala). “Roñonio trifolati al crostino..."
lengua recibe esta magia: ¡repetirás siempre lo último que
escuchen los oídos de tu dueño! ¡Listo!
Anacleto: ¡Listo!
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Juan Malulo: Ya está obrando la magia. Quieras o no, tendrás
que repetir siempre.
Anacleto: Siempre...
Juan Malulo: ¡Siempre!
Anacleto: Siempre...
Juan Malulo: Siempre... Vaya, qué idiota soy, me olvidaba que
repites por la magia que te acabo de hacer. Ja, ja, ja. Hasta
luego. (Se retira con un salto y sale humo)
Anacleto: Luego. Qué magia tan rara, ¿Para qué servirá?
Servirá. Ja, ja, sin querer repito lo que yo mismo digo. Digo.
Oigo golpear la puerta... puerta (Va a la ventana). ¿Quién
será...? ¿Será? El primer pedigüeño, don Pedro, viejo pillo.
Pero no me sacará ni un cinco... cinco.
(Va a abrir la puerta, entra un campesino, don Pedro)
Don Pedro: Buenas tardes, pues...
Anacleto: Tarde, pues.
Don Pedro: ¿Cómo que “tarde”? (Al público). A lo mejor ya se
lo pidieron todo... (A él) Oiga, compadrito, ya que usted tiene
tan buen corazón, yo venía a pedirle que me saque de un
apuro bien grande...
Anacleto: ¡Bien grande!
Don Pedro: Bien grande...
Anacleto: Bien grande.
Don Pedro: (Hacia público) Se le pegó el disco al compadre. (A
él) Oiga, don Anacletito. ¿Por qué le ha dado por repetir?
Anacleto: Por repetir.
Don Pedro: Bueno, si es su gusto, cada cual es dueño... Como
le decía, vine para que me saque de un apuro y cuento...
Anacleto: ¡Puro Cuento!
Don Pedro: No, compadre, no es puro cuento, déjeme
terminar, digo que estoy en apuros y “cuento con su merced”,
34
que tiene tan buen corazón, para que me ayude. Porque he
sabido que usted es muy rico.
Anacleto: Muy rico...
Don Pedro: Y resulta que la Juana, mi mujer y yo, no tenemos
ni para pagar el médico...
Anacleto: ¿El médico?
Don Pedro: Sí, pues, porque a la Juana se le enfermó su
abuela...
Anacleto: (con tono de insulto) ¡Su abuela!
Don Pedro: Oiga, Don Anacleto no es broma...
Anacleto: (Contento) ¡Es broma!
Don Pedro: Epa, no se burle de la desgracia ajena. Como decía,
la abuelita de la Juana está enferma y la pobre lo único que
tiene para ver si mejora es agüita de albahaca...
Anacleto: (tono de insulto) ¡Vaca!
Don Pedro: Oiga, qué se cree... despacito por las piedras, no
me venga con insultos, mire que yo ligerito me aburro...
Anacleto: ¡Burro!
Don Pedro: Hasta aquí no más le aguanto, compadre, pero
¡más, no!
Anacleto: ¡Asno! (A público) Ja, ja, está haciendo efecto la
magia, magia.
Don Pedro: (A público, rabioso) ¿Y a este viejo qué le pasa? (A
él, zalamero) Oiga, compadre ¿qué se tragó un zoológico?
Anacleto: Lógico.
Don Pedro: (al público) Este viejo es rico y yo necesito dinero,
así es que tendré que ser paciente y hablarle con buen modo
aunque me insulte. (A él) Sabía, don Anacleto que las personas
generosas son agradables a Dios
Anacleto: ¡Adiós! (Se restriega las manos, contento)
Don Pedro: ¿Cómo? ¿Me está echando a la calle?
Anacleto: ¡A la calle!
Don Pedro: ¡Me las pagará muy caro! Se lo cuento a la Juana
35
que es una mujer de armas tomar. ¡Verá usted lo que es
bueno!
Anacleto: Bueno. (Va hacia la puerta)
Don Pedro: (Furioso) ¡No respondo por lo que le pase!
Anacleto: ¡Pase! (Abre la puerta y le indica que pase con el
gesto. Don Pedro sale, indignado, Anacleto ríe, contento) Ja, ja,
já... Resultó excelente la magia... la magia. (Se escuchan golpes
en la puerta). Esa debe ser la Juana, su mujer que viene a
pedirme cuentas por el trato que le di al compadre...
compadre... Pero obrará la magia... la magia. (Le abre)
Juana: (Entrando con un escoba, amenazante) Ah, ¡aquí está!
¡Se atrevió a llamar “vaca”, “burro” y otros animales a mi
marido en lugar de ayudarlo! Sepa usted que nadie más que yo
tiene derecho a insultarlo. ¡De modo que me va a pedir perdón
en el acto!
Anacleto: En el acto.
Juana: Bueno, hágalo, entonces. ¿O quiere que le pegue?
Anacleto: Pegue... (Ella le pega, persiguiéndolo por el cuarto a
escobazos). Socorro, socorro, fue culpa de la magia... magia
Juana: ¡Qué magia! Vaya tipo raro. Ya, ya, pida perdón, ¿o
quiere que le siga pegando?
Anacleto: (Afligido) Siga pegando... (Para sí, murmura).
Maldita magia... magia.
Juana: Miren qué gustito tan raro. Bueno, para mí es un
placer. ¿Más?
Anacleto: ¡Más! (Recibe más escobazos)
Juana: ¿Más?
Anacleto: Más... (Se cubre la boca a dos manos)
Juana: (Al público). Divertido el viejo. ¡Le encanta que le
peguen! (Al pegarle se le cae a Anacleto la bolsa). ¿Y esto qué
es? Parece que es dinero...
Anacleto: Es dinero...
Juana: Caramba. Y se diría que es muchísimo dinero...
36
Anacleto: Muchísimo dinero.
Juana: y... ¿es suyo?
Anacleto: (Con intenso dolor) Es suyo...
Juana: Pero compadrito, no me diga, ¿está seguro? Yo creo
que es suyo.
Anacleto: Es suyo (lo dice con una voz llorosa)
Juana: Pero ¡qué suerte la mía! Tantísimo que necesitaba
dinero. Pero no se estará burlando... A ver, repita que este
dinero es un regalo.
Anacleto: (Idéntico). Es un regalo... (Llora)
Juana: ¿De veras?
Anacleto: De veras.
Juana: No lo puedo creer... ¿Así es que todo este dinero es
mío?
Anacleto: ¡Es mío! ¡Es mío! (Deja de llorar, salta de gusto). ¡Me
salve, me salvé!
Juana: ¿Cómo que suyo? Si me lo acaba de regalar, pues,
compadre. Supongo que es una broma.
Anacleto: (Sufre de nuevo) Una broma, una broma...
Juana: ¡Qué alivio! Creí que se había arrepentido. Oiga, ¿me lo
regala todo?
Anacleto: Todo...
Juana: En serio, ¿todito?
Anacleto: (Lloroso) Todito...
(Cae desmayado en el sillón. Juana lo besa en la frente y va
hacia la ventana)
Juana: (Sale gritando hacia fuera) Pedro, Antonio, José, señor
Cura, Vengan todos para contarles la buena noticia...
(Unas caras de cartón empiezan a asomarse desde fuera a la
ventana)
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Anacleto: (Volviendo del desmayo, busca su bolsa). Socorro, ¡al
ladrón! Me han robado mis millones... millones... Maldita
magia, maldita magia (Se pega en la boca, y en la
lengua). (Entran Juana y Pedro)
Juana: Don Anacletito, dígale a Pedro la verdad, no me quiere
creer, dígale que es verdad.
Anacleto: Es verdad...
Juana: ¿Oíste, Pedro? (A Anacleto). Pedro no me quería creer
que usted es tan bueno que se dejó castigar, que hasta me
pedía más golpes. Y para expiar faltas pasadas, me regaló todo
su dinero. ¡Jesús, qué hombre tan desprendido! (Abraza a
Anacleto que la mira atontado sin poder creer lo que le
pasa). ¡Es un héroe, un santo, un mártir! Por favor repita, para
que Pedro me crea, que lo que acabo de decir ¡es la pura
verdad!
Anacleto: La pura verdad... (Los mira como atontado, incapaz
ya de reaccionar)
Don Pedro: (Sacude su mano y palmotea su espalda) Pero, don
Anacleto, ¡esto es un milagro!
(Anacleto empieza a sentirse conforme)
Anacleto: ¡Un milagro!
Juana: ¡Un héroe! ¡Es capaz de darlo todo!
Anacleto: ¡Todo!
Don Pedro: ¡Se merece una estatua en la Plaza!
Anacleto: ¿En la Plaza?
Juana: (Enternecida) Mírenlo, ¡qué modestia! ¡Cómo no! Una
estatua en la Plaza del pueblo, y la inauguraremos con banda
de música (Alza la mano). ¡Será así tan alta!
Anacleto: ¿Tan alta?
Juana: Pero qué humilde... ¿Le parece demasiado?
Anacleto: Demasiado...
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Don Pedro: Pero se lo merece, don Anacleto, porque ese
dinero que usted nos regala lo repartiremos a los necesitados
de este pueblo, haremos pavimentar las calles, pondremos luz
eléctrica, construiremos escuelas, miles de cosas...
Anacleto: (Empieza a sentir entusiasmo). ¡Miles de cosas!
Juana: ¡Y usted, pobrecito, se ha quedado sin nada!
Anacleto: (Con tristeza) Sin nada...
Don Pedro: Se equivoca, compadre: la Juana se lo fue a contar
a todos en el pueblo y están haciendo una colecta para traerle
cada día todo lo que necesite y de cuidar de usted como el
héroe de este lugar... Es más ¡quieren nombrarlo Alcalde!
Anacleto: (Ahora sin ocultar su felicidad). ¡Alcalde...!
Juana: ¿No oye? Ya están aclamándolo... asómese a la
ventana.
Anacleto: A la ventana. (Va a la ventana)
Voces de afuera: ¡Viva don Anacleto! ¡Viva! ¡Queremos tener
a don Anacleto de Alcalde! ¡Viva el benefactor del pueblo!
Anacleto: ¡Benefactor del pueblo!... (Al público). Soy el
hombre más popular... más popular de este pueblo, de este
pueblo...
Don Pedro: Y bien, don Anacleto, vamos a ir a prepararlo todo
para la fiesta de esta noche, una fiesta en su honor, donde
Anacleto, para agradecer que lo haya dado todo para el
pueblo. (Sale seguido de Juana)
Anacleto: (Orgulloso, repite). ¡Todo para el pueblo! Ja, ja, ja...
No tengo un centavo, pero me siento feliz... qué raro...
raro. (Toma el fono) Juan Malulo!... Malulo... (Un fogonazo,
humo y aparece Juan Malulo). Líbrame de la magia, ya no la
necesito, Necesito.
Juan Malulo: (Al sacar Anacleto su lengua hace unos signos
sobre ella repitiendo) “Roñoni trifolati al crostino", magia
desaparece... (Ríe, contento). Ahora cuenta, parece que
resultó. ¿Te fue bien?
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Anacleto: ¡Espléndidamente!
Juan Malulo: ¿No lograron sacarte ni un centavo?
Anacleto: No tuvieron que sacarme nada, ¡les regalé todo el
dinero! ¡Y me siento feliz!
Juan Malulo: (Al público) Diablos... parece que falló la magia.
No debí experimentar con magias nuevas. (A Anacleto). ¿Por
culpa de la magia tuviste que regalar los millones? Perdona, te
haré otra magia para que los recuperes...
Anacleto: No, gracias. No quiero recuperarlos. Me siento feliz
sin ellos.
Juan Malulo: (Al público). Qué extraño... Seguro que mi
enemigo Juan Bueno, anduvo metido en esto...
Anacleto: Y ahora, gracias por la molestia, de todos modos,
pero te puedes ir, porque estoy muy ocupado.
Juan Malulo: ¡Maldita Sea! (Humo y desaparece)
Mariquita: (Entrando, cae de rodillas). ¡Perdón, don Anacleto!
Lo juzgué mal. Ya me han contado la noticia y vengo a rogarle
que acepte otra vez los servicios de su vieja Mariquita, ¡no le
cobraré ni un cinco! ¿Me perdona?
Anacleto: (Solemne) Te perdono, hija. Anda a la cocina y
trabaja.
Mariquita: Oiga, ahí afuera están haciendo cola...
Anacleto: ¿Quiénes?
Mariquita: El heladero, el barquillero, el manicero... y
escuche (Se oye la melodía de un organillero)
Anacleto: ¿Qué quieren que hacen cola?
Mariquita: Quieren darle de todo, y gratuitamente, y para
siempre...
Anacleto: ¡Vaya, vaya! Eso se pone cada vez mejor. Déjame
solo que quiero reflexionar, y lleva un canasto para recibir la
mercadería que me quieren regalar. (Mariquita sale, Anacleto
se pasea, hablando al público). ¿Qué les parece? Me
nombrarán Alcalde, todos me aclaman, me traen regalos y
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prometen cuidar de mí... Y yo que pensé que la magia de Juan
Malulo, era mala, como lo es él...y era ¡estupenda!
Una Voz: (llamando) Anacleto... ¡Anacleto!
Anacleto: ¿Quién me llama?
La Voz: Soy yo, Juan Bueno.
Anacleto: ¿Dónde estás?
La Voz: A tu lado.
Anacleto: No te veo. ¿Me estaré poniendo corto de vista?
La Voz: No puedes veme, porque soy invisible.
Anacleto: Pero dime dónde estás para mirar en esa dirección.
La Voz: Da lo mismo, estoy en todas partes...
Anacleto: Bueno, bueno, miro entonces a todas partes... (Ríe,
contento). Dime, Juan Bueno, ¿qué te parece lo que me ha
sucedido gracias a la magia de Juan Malulo?
La Voz: Te equivocas. Yo velé para que la magia saliera al
revés. No es por la magia que estás feliz.
Anacleto: ¿Cómo es eso? ¿No fue por la magia de Juan Malulo
entonces?
La Voz: No, Anacleto, y aprende esto, la única magia es ésta
“Quién más da, más recibe”
Anacleto: “El que más da, más recibe”. ¡Eso me huele a
moraleja!
La Voz: ¡Es la moraleja de este cuento!
Anacleto: ¿Y llaman “moraleja” a la frasecita que se escribe al
final de un cuento?
La Voz: Así es, Anacleto.
Anacleto: Entonces, (Al público). ¡Ya lo oyeron! Este el final, y
me alegro porque tengo que ir a tomar helados, a comer maní,
barquillos, y mote con huesillos... ¡Mariquita!
Mariquita: (Entrando) ¿Don Anacleto?
Anacleto: Vamos a la Plaza, nos están esperando. (Al
público). ¡Hasta la vista...! Niños, y personas mayores también,
canten conmigo... “¡Quién más da, más recibe... quién más da
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más recibe!
Con una música alegre, bailan los personajes, cantando “quién
más da más recibe”. Luego dicen todos en coro. ¡Fin! y saludan.
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Amor a la africana
-José Paravicini (el marido)
-Isabel (la esposa)
-Pupi (amiga de Isabel)
Para ser dada en una sala para café concert: al fondo, pequeño
escenario que representa un living, donde hay un diván, un
espacio balcón y, a un costado. Se simula un ascensor, con las
luces (sin que aparezca el espacio mismo, el ascensor).
Música incidental, para separar unas escenas de otras, junto
con breves “OSCUROS” y toque de batería, indicada en el texto.
La actriz, caracterizada como Pupi, se mueve entre las mesas
del café, digiriéndose a público. El actor, José Paravicini, ya
caracterizado, es uno de los que están en las mesas de la sala.
Café-concert basado en la comedia "Dos más dos son cinco" de
la misma autora estrenada en 1957, al que se le puede agregar
la parte musical.
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ACTO I
La obra está concebida para que la misma actriz sea la que
hable a público en la introducción, como Pupi, y que luego
cambiando de peluca y con algún elemento vestuario (y sobre
todo marcando la diferencia en la actuación) interprete,
alternadamente, tanto a Isabel como a Pupi.
La actriz: No sé si ustedes... perdón, antes, buenas noches. No
sé si ustedes, decía, tienen algún problemita conyugal...
Digamos que hay dos grandes depredadores del matrimonio:
uno, los celos, justificados o imaginarios. Dos ¡la rutina! El
desgaste. Eso de: "Déme dinero, mijito" ”No tengo, mijita"
"¿Cómo? Este mes me diste menos que el mes pasado y las
cosas subieron al doble." "La inflación, mijita, las cosas suben
de precio y el sueldo, no." "Pretexto". Lo que pasa es que
usted ya no me quiere... ya nunca me invita a comer a un
restaurante, a tomar un traguito... menos, todavía "a bailar,"
"¿Sabes lo que te saltean en esos restoranes con orquesta,
aunque pidas un hot dog y una coca cola?" ¿Hot-dog y coca
cola? ¡Qué vulgar!"... Bueno y él piensa en algo más al alcance
de su bolsillo y la toma en sus brazos y le propone
hacer... (Toque de batería) ¡Eso!. Y ella "mijito, para serle
franca, cuando hacemos "eso", es cuando más noto que ya no
me quiere como antes". "¿¡Qué!?", exclama él, herido en su
hombría. "A ver ¿cómo es eso?" Y ella "No se ofenda, pero ya
no veo el infinito como cuando recién nos casamos. Perdone,
pero ¡Ni un brillo!,... Y él "¿Qué quiere? ¿Que yo
la...?. (Batería) ¿Con el mismo ardor de entonces, ahora que
llego agotado de la oficina, con las horas extras para completar
el sueldo?" Y ella: "Nada que ver con el trabajo. Cuando llega
tarde, seguro que tiene otra mujer y a ella (Batería) me tinca
que le hace ver el infinito." Y él: "Oiga, córtela con lo del
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"infinito". ¿Cree que con lo que gano me alcanza para
mantener una querida?"
Se desplaza entre las mesas, observando al público.
Bueno, no vamos a negar que la inflación "desinfla" a los
maridos. Como se hace poco el sueldo, algunos se emplean de
día como contadores y por la tarde en un café concert, y por la
noche trabajan un taxi... y sólo ganamos en polución.
Se coloca una peluca vistosa, y toma actitudes que caracterizan
a su rol de Pupi.
Me presento, Pupi Chávez, sicóloga, doctorada en Berkeley,
especialidad, ansiedad causada por el deterioro conyugal...
¿Alguien requiere de mis servicios? (Toma un pequeño libro y
lo enseña, desplazándose). Este librito que descubrí ¡es la
Biblia!... es decir... Lo escribió nada menos que el gran filósofo
inglés Bertrand Russel. Sí, él mismo, pueden informarse si
creen que lo invento. Explica cómo ser feliz en la vida y en el
matrimonio... (Dirigiéndose a alguien en el público) ¿Sufre de
celos, señor? Aquí, en este librito, se lo resuelven en un dos
por tres. Y usted ¿está llegando al "dame dinero, mijito... no
tengo mijita?" Aquí está el remedio: "cómo combatir la
rutina". Les hago una demostración enseguida. (Mira hacia la
sala o las mesas). Sé que a nadie le agrada servir de cuyi pero...
¡A! Creo que encontré un voluntario. El que levantó la
mano... (Luz sobre el Actor que está sentado en una de las
mesas). Bravo... Venga. Sí, usted, no tenga miedo. (El hace
gestos negándose, murmura que no levantó la mano, ella
insiste, él la sigue hacia el escenario). ¿Su nombre?, (El
murmura algo). Más alto, por favor.
José: José Paravicini Angeloto.
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Pupi: ¿italiano?
José: Más o menos.
Pupi: ¿Casado?
José: Bastante.
Pupi: ¿Jura decir la verdad, sólo la verdad, nada más que la
verdad?
José: Lo juro. ¿Qué tengo que decir?
Pupi: Ya se le ocurrirá. Es usted un marido "tipo". Supongamos
que llegó agotado de la oficina... Bueno, ahora está desespera-
do porque su mujer le esconde los cigarrillos por miedo al
avisito que pasan en la Tele, ese en que se ve en una playa a
un tipo, rodeado de piluchas gracias a la magia de encender un
cigarrillo que le procura la felicidad, y después el macabro
cartelito: "El Tabaco produce Cáncer"... Bien, empiece a
buscar. (José busca moviendo los cojines del diván, ella lo
observa un momento, luego pide). Con más "desesperación",
por favor. (José, en cuatro pies, mira afanosamente bajo el
diván y demuestra "desesperación") Bien, eso está mejor.
Ahora entro yo, es decir, la Pupi, la amiga de su mujer. Espere,
debo entrar por el balcón. Busque, mientras tanto. (Sale de
escena)
José: (Tomando su cabeza a dos manos, exclama) ¡Esposa!
¿Dónde chu... quiero decir, dónde diantre escondiste mi ración
de nicotina? Esto es horrible... (Busca a gatas) ¡Espantoso!
Pupi asoma la cabeza por el lado balcón:
Pupi: Un poco más de naturalidad... (José, sin mirarla, cambia)
José: Cigarritos, cigarritos... ¿dónde se escondieron? (Los llama
como a un perro. Ve a Pupi) ¡Pupi! ¿Estoy soñando? ¿Eres tú?
Pupi: Sí, darling, soy yo. ¿Qué haces en cuatro patas?
José: ¿Por dónde entraste? ¿Atraviesas las paredes?
Pupi: Por el balcón, darling. Vivo en el departamento vecino
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¿no lo recuerdas? Están comunicados... salté la reja.
José: Vivías al lado... ¡pero estabas en Norteamérica!
Pupi: Regresé ayer. (Un silencio) ¿No me preguntas algo, José?
José: Sí: ¿tienes un cigarrito?
Pupi: (A público) Qué mal educado... (A él) Sorry, no fumo.
José: ¡Roñoñi-trifolato-al-crostino!
Pupi: ¿Palabrota italiana?
José: "Riñones al canapé"... un guiso. Pero, desahoga.
Pupi: Eres de lo más mal educado que hay, José: hace 3 años
que no nos vemos y tú...
José: Y yo hace 3 horas que no fumo. (Amable) Perdón. ¿Cómo
te va?
Pupi: Bien, gracias. ¿Y la Chabela? ¿Dónde está?
José: Eso quisiera saber ¿dónde está?
Pupi: No me digas que se separaron, Sería "awful".
José: ¿Qué?
Pupi: Espantoso. Una regresa de un viaje y ya nadie sigue
casado con nadie. O, mejor dicho, todos están casados con
otros. ¿Por qué se separaron? Y no te sientas raro: hoy es lo
más normal.
José: Seré "anormal", pero sigo casado con Isabel. ¿Dónde los
escondería? (Reinicia la búsqueda de cigarrillos)
Pupi: (Ofendida) Ni siquiera me has preguntado cómo me fue.
José: Sí... ¿cómo te fue?
Pupi: "Wonderful". Fantástico. Sírveme un trago. (El deja de
buscar y le sirve un trago). Me gradué en Berkeley.
José:"Berkeley"... ¿una nueva profesión?
Pupi: Una universidad, mi amor...
José: (Coqueto) ¿Y en qué se graduó, mi linda?
Pupi: En algo que tú necesitas con urgencia, darling.
José: No me digas... (Toque de batería) ¿Será lo que estoy
pensando?
Pupi: ¡José! Por esa mirada libidinosa, me imagino que...
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José: ¡Una broma, Pupi! Y ¿qué es lo que necesito yo con
urgencia?
Pupi: ¡Un psiquiatra! Basta ver cómo te tiemblan el pulso, esos
ojos vidriosos, y tu modo patológico de escarbar...
José: Calma: el pulso me tiembla de nacimiento. Ojos
vidriosos, deben ser los lentes de contacto, y mi modo de
escarbar no tiene nada de patológico (De pronto frenético,
mientras grita) ¡quiero fumar! (Le sonríe, calmado) Disculpa.
Mira. Pupi, tengo un sistema; si te has dado cuenta ¡uno jamás
encuentra lo que busca! Basta con buscar otra cosa para que
aparezca... ¡Vaya! (Saca de algún lugar un folleto) ¡Aquí esta-
ba! Otra cosa que tenía extraviada: mi folleto. Debí buscar el
folleto para encontrar los cigarritos.
Pupi: ¿De qué se trata? (Indica el folleto)
José: Mi obra maestra. (Lee el título) "De cómo suprimir las U-
EFE en cinco minutos y de paso, eliminar la inflación y elevar el
percapita y terminar con la cesantía y otros problemas que
están llevando mucho a la mierda a los países en vías de
desarrollo."
Pupi: Como título, además de largo es grosero.
José: Bueno, no dice "mierda", lo acabo de agregar, y están de
moda los títulos largos. Es ¡sensacional! Pero, por el momento
¡me siento en las U-EFES y en la inflación, lo que quiero! ¡Es
encontrar los cigarritos! ¡Roñoni-trifolato-al-crostino!
Patea el piso rabioso y resuenan otros tantos golpes.
Pupi: ¡No te creo! ¿Patadas con eco? (Indica el piso)
José: Las viejitas Vergara. Las del piso de abajo. Escucha.
Da 3 patadas y se escuchan los 3 golpes de respuesta.
Pupi: ¿Patean de vuelta? Esas viejitas ¿caminan al revés? O
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sea... (Gesto confuso indicando el techo)
José: Golpea en el techo con un palo largo: dicen que con mis
patadas se les queman las ampolletas... Bueno, quizá estén en
la cocina.
Pupi: ¿Las viejitas Vergara?
José: Los cigarrillos. Isabel ¡no me la vas a ganar! (Inicia salida
hacia el fondo, lo retiene Pupi)
Pupi: ¡Mi pobre José! Sufres de la típica ansiedad del
drogadicto.
José: Drogadicto ¿yo? ¡Hazme el favor! (Cambio). Me bastaría
con uno solo. Qué digo, encenderlo, al menos. Y la Chabela sin
llegar. ¡Son más de las nueve!
Pupi: Transferencia, darling.
José: ¿Qué?
Pupi: Transfieres la ansiedad del tabaco a tu verdadero
problema: el problema conyugal ¿Eres feliz en tu matrimonio?
José: ¿Yo? Bueno... no sé. Supongo.
Pupi: Típico: "supones". Dime ¿tu mujer tiene un amante?
José: Si lo tuviera, aquí habría un cadáver. No
dos. (Piensa) ¡Tres! el del amante, de la Chabela y el mío. En
ese orden.
Pupi: (A público) Un caso de machismo en tercer grado.
Sigamos. (A él) Y tú, José ¿engañas a tu mujer?
José: Bah, eso ¿qué tiene que ver? (Ríe con malicia) Nada que
ver.
Pupi: (A público) Machismo en "cuarto grado". El hombre,
¡nada que ver! La mujer ¡tres cadáveres! (A él) Estás pasado de
moda, darling. Se terminaron esos tabú. Hay mujeres
empresarias, ministras, juezas, astronautas. Si tienen las
mismas responsabilidades y corren los mismos riesgos que los
machos ¡tienen iguales derechos! ¿No?
José: Vaya ¡feminista! (Alza un dedo amenazante). Te prohíbo
que me contagies a Isabel.
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Pupi: “Me" la contagies. Posesivo. ¿Isabel es tu propiedad
privada? José, deberías hacerte unas cuantas preguntas sobre
higiene matrimonial: ¿alimentas debidamente sus necesidades
psico-biológicas? En otros términos "sexuales". Segundo…
(José la detiene con el gesto)
José: ¡Para, para!... ¿qué insinúas? ¿Necesidades sexuales?
Pupi: Al hacer el amor ¿cómo procedes?
José: Te hago enseguida una demostración, "darling"... (Trata,
gentilmente, de derribarla sobre el diván)
Pupi: (Apartándose) Me lo temía: ninguna sutileza. La derribas
sobre el diván y ¡paf, paf!
José: Paf, paf, pero en la cama que es más ancha.
Pupi: Peor, pues: al menos, en el diván tiene más brillo,
José: ¿Tú crees...? (Se queda pensativo)
Pupi: Importa la creatividad, dear. (Ríe). ¡Nunca olvidaré
cuando "me atacaron" en un ascensor!
José: ¿Subiendo y bajando? No se me hubiera ocurrido.
Pupi: Los maridos carecen de imaginación. Piensa, José, que el
amor es como una planta fina, que hay que cuidar para que no
se marchite. Si la descuidas, la mujer sale en busca de... otro
jardinero, si me permites la metáfora. (José mudo, la mira fijo,
lo que es una de sus características. Pupi, al público) No lo
puede creer. (A él) Si no alimentas su erotismo, saldrá a
buscarlo fuera de casa ¿no crees?
José: ¡Permíteme! Isabel es una mujer decente.
Pupi: Of course. El 99 por ciento lo son. Y sin dejar de ser-
lo... (El trata de detenerla con el gesto) Cálmate. "Take it easy".
Mira, al comienzo ellas sólo buscan sustitutos...
José: ¿Algo como el Nescafé...?
Pupi: No, darling, nada que ver: suelen ir a clases de cerámica,
de gimnasia aeróbica, inscribirse en organizaciones, la política,
conferencias sobre la Biblia, disciplinas orientales...
José: (La detiene con el gesto) ¡Sonamos! Tomó un curso de
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"meditación trascendental".
Pupi: Entonces, está al borde de un precipicio. Bastará un leve
empujoncito para que ruede cuesta abajo.
José ¿Lo dices en serio? No conoces a la Chabela.
Pupi: ¿Cuántos años llevan de casados?
José Espera... cinco.
Pupi: La comezón del séptimo año "seven years itch"... En la
era atómica bajaron a cinco.
José: Según tú, a los 5 años las esposas decentes ¡dejan de
serlo!
Pupi: Es todo un proceso. Empiezan por añorar la época en
que el roce de una mano bastaba para que les temblara el
piso...
José: Tonterías. A la Chabela nunca le tembló el... Oye ¿crees
que le temblaba el piso conmigo?
Pupi: Of course. Pero cuando el novio enamorado se trans-
forma en esa cosa gruñona y aburrida, es decir, un marido...
José: Pupi ¡no seas grosera!
Pupi: Perdona, tengo que abrirte los ojos. Mira: llegas a casa
con ese mal genio potencial que arrastras luego de una dura
jornada en la oficina, te llamó la atención el gerente, etc. y
sucede...
José: ¿Qué...?
Pupi: Que ese mismo día, un admirador le ha dicho "Isabel,
adivino que no es usted feliz en su matrimonio".
José: ¡A ese desgraciado que me lo traiga!
Pupi: Una hipótesis, darling. Pero es posible que encuentre a
un hombre galante que la corteje ¿no? Y ella, inconsciente-
mente lo compara con lo que tiene en casa; el marido. Ese
individuo que cuando su mujer le habla, se rasca los pies, se
escarba un oído y ronca como locomotora. O que se pone
frenético cuando ella le pide dinero. En cambio, el admirador...
José:... El de "Isabel, adivino que..." ¡A ese infeliz ella le da una
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sola cachetada!
Pupi: Es lo que hace el 99%. Pero se quedan "rumiando" las
palabritas dulces. Al comienzo, se resisten heroicamente, pero
con el correr del tiempo, amor reprimido, amor pasión, el 99%
¡dejan de ser heroicas! Y llegan hasta el... "etc... etc."... (Toque
de batería) con el admirador.
José: Y yo te aseguro que la Chabela no llegará al etc...
etc... (Toque de batería) con otro que conmigo.
Pupi: Mi pobre José ¡estás celoso!
José: No soy tu pobre José, pero creo que estoy celoso. (Mira
su reloj) Porque, ¿qué diablos hace la Chabela a estas horas?
Pupi: Calma, no te preocupes: este librito, te prueba en dos
patadas que ¡los celos no existen!
José: Ah, ¿no?
Pupi: Es sólo un problema de dudas. (A público) ¿Usted sufre
porque sospecha que su mujer lo engaña? Otelo mató a
Desdémona por una simple sospecha. Pero usted, antes de
matar a su mujer, se entera que ella no lo engaña. ¡Se acaba el
problema! O bien averigua que SI lo engaña... también se
termina el problema, porque ya no tiene la duda: ¡ahora es
una certeza! Y con un poco de madurez emocional, se da
cuenta que es culpa suya. Por no haber alimentado a tiempo
ese romanticismo latente. De modo que la perdona, y ella lo
admira por eso, y todo termina ¡es decir, fantástico! Un
"happy end". O si usted NO la perdona, entonces, sin escánda-
lo, la abandona. Y rehace su vida con otra mujer con la que
tendrá ya mayor experiencia. O sea ¡cuando se termina la duda
el problema celos deja de existir! Lo que hiere es "La duda"
¿see what I mean, darling?
José: (Burlón) ¿Y cómo diantre termino yo con la duda...
darling?
Pupi: En el librito están las respuestas. Pienso adaptarlo a los
maridos latinos. Mira, método uno: la sorpresa. Ella llega
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tarde, él le pregunta, así a quema-ropa "¿de dónde vienes?" O
bien, con ese mismo elemento sorpresa le pregunta si es feliz
en el matrimonio. Un método basado en el subconsciente:
esto es, no darle tiempo para pensar en la respuesta. (Un ruido
afuera) Ahí viene, escucho el ascensor. Me esfumo, ¡suerte!
Sale por el balcón que lleva a su departamento
José: (Va tras ella) ¡Espera! Oye, tengo que preguntarle algo
como "¿me engaña mijita?" (Para sí) Ni huevón... (Hacia
público) Hace un momento ¡sólo tenía un problema: hallar los
cigarrillos! Ahora, resulta que soy "ansioso, patológico,
machista y... además carnudo en potencia". ¡Mama mía! Como
que me llamo, José Paravicini Angeloto, hijo y nieto de sicilia-
nos yo... Calma. Después de todo ¡los celos no existen!
Trataremos de aclarar "la duda". (Escucha pataditas en
costado puerta de entrada) Ah, aquí llega la culpable.
Voz de Isabel: ¡Monito! ¡Ábreme por favor que no tengo
manos!...
José: (Sale a abrirle) ¿Cómo que no tienes manos?
Regresa seguido de Isabel. La misma actriz sin la peluca y algún
cambio en elemento vestuario y, más que nada, en un estilo
más natural de actuación, en contraste con la sofisticación de
Pupi. Viene cargada de paquetes.
José: ¡Qué manera de comprar!
Isabel: Consumismo, mijito. Tentación. Vitrinas.
José: Cualquiera diría que a uno la plata se la regalan.
Isabel: ¿Estás de mala?
José: ¡Sí! No... ¿Por qué iba a estar de mala? No tuve disgustos
con el gerente, ni llegué agotado de la oficina. Ni sufro de...
mal genio potencial. (Isabel entra a la cocina. El, hacia
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público) Ojo. Aquí va la pregunta del método sorpresa: (Sube la
voz). ¿De dónde vienes, Isabel?
Isabel: ¿Regaste el gomero? Ay, había un smog... y los pies,
como me duelen los pies... (Vuelve y se deja caer en el diván)
José: (Carraspea, se aclara la voz) ¿De dónde vienes Isabel?
Isabel: Me costó un mundo encontrar los ingredientes de la
omelet que enseñan en la Tele. El chino, simplemente no lo
encontré
José: (Para sí) Cuernos chinos... (A ella) ¿Cómo se llama?
Isabel: Algo como Kunfú...
José: (A público) Me engaña con Carradine...
Isabel: (Ahora desplazándose, concentrada en sus asuntos,
yendo a la cocina, hablando desde ahí.) Estás raro. Monito…
¿Quién es ese Carradine? Estuviste tomando whisky, y con dos
vasos, seguro que te mareaste y te serviste dos veces... Muy
tuyo, Monito. (Se lleva los vasos)
José: ¡No me llames "Monito"!. No me emborraché, tuve
visitas. (Ha entrado Isabel de la cocina batiendo huevos) ¡Deja
de batir huevos y pon atención cuando te hago una pregunta,
Isabel!
Isabel: Uy, ¡qué mal genio! No mientas, peleaste en la oficina
con la vieja señorita Prudencia, la que tiene un lunar con pelos
en el labio que te da asco. Si dejo de batir huevos, no habrá
tortilla, Monito, ay, perdón, José, y no sabrás lo que te pierdes.
A propósito alcanzaste a ver la Teleserie?
José: No veo teleseries, me cargan las teleseries, no discutí con
la señorita Prudencia...
Isabel: Ya sé: se te volvió a perder el folleto de las UF y cómo
terminar con... no sé qué... Nunca me he aprendido el título,
pero estoy segura que es genial, y cuando te lo publiquen
dejarás de ir a la oficina, te dedicarás a la política. ¿O no? (El,
muy tenso, guarda silencio). Ay, estos huevos no me
suben... (Mira a José, ve que tiene cara de mártir) Ah. No se te
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perdió el folleto. Lo veo ahí. Bueno ¿qué era lo que me estabas
preguntando?
José: (Dominándose) Sólo quiero saber, por simple curiosidad,
"de dónde vienes, Isabel, para llegar a estas horas", y no me
digas que tuviste pana de neumático, porque la tuve yo...
Nervioso va a buscar el vaso de licor y bebe.
Isabel: ¿Tuviste tú la pana de neumático?
José: No. ¡Tuve la citroneta! (Sombrío) ¡Renuncio!
Isabel: ¿Renuncias? (Alegre) No te creo... ¿renuncias en la
oficina? ¡Fantástico Monito! Por fin vamos a poder ir de
vacaciones, están ofreciendo un viaje a esa playa de México,
con estada pagada, en cómodas cuotas mensuales... (Él la mira
furioso) ¿No habrá vacaciones?
José: No puedo llevarte a esa playa de México si renuncio,
porque ¿de dónde sacaría para las cómodas cuotas
mensuales?
Isabel: (Suave, conciliante) Monito, usted dijo bien claro:
"Renuncio". Y creo que harías bien: es muy fúnebre trabajar en
una oficina de "quiebras", te topas con puros suicidados... Y
eso te pone pesimista. Creo que es una buena idea, renunciar.
José: ¿No te has enterado de los índices de cesantía?
Isabel: Bah... ¿por qué en esos "índices" le iba a tocar justo a
usted, Monito? ¡Cómo va a tener tan mala suerte! Salga de las
quiebras, lindo.
José: Gracias a las quiebras, puedo pagar alquiler, comida y...
Isabel: Pero le hará regio un cambio. Usted se la puede en
cualquier rubro de negocios. Sería fantástico que encontrara
un trabajo algo más alegre que visitar gente "quebrada". Algo
al aire libre, que le dé la ocasión de viajar, por ejemplo.
José: (A público) Ojo: quiere tenerme lejos.
Isabel Oiga, deje de hablarle a las paredes. Decía, algo que le
55
haga cambiar de aire... Vendedor viajero...
José: Vendedor en la micros ¿aspirinas, curitas, "ofertas"?
"Señores pasajeros permítanme robarles un minuto de aten-
ción..." Isabel, baja a la realidad. No he renunciado a la oficina.
Renuncio a... (Gesto, desanimado) a hablar contigo.
Isabel: No se ponga de mala, Monito. Es pésimo para las
relaciones conyugales. Bueno, ya, hablemos: ¿qué me querías
preguntar?
José: ¿De dónde vienes, Isabel?
Isabel: (Entrando a la cocina, riendo) ¡De casa de mi amante!
José: (A público) Buena respuesta, me la merezco. (Sube la
voz) Isabel, al ir a casa de tu amante ¿dónde escondiste mis
cigarrillos?
Isabel: (Vuelve a entrar) ¿Donde?... Ese es el punto.
José: ¿Cuál punto? (Ella se alza de hombros) ¿No se acuerda?
No importa. Bajemos juntos a comprar.
Isabel: La omelet está en el fuego...
José: ¡No tardaremos! ¡Venga!
La arrastra fuera.
Apagón.
Música animada. Luces intermitentes y el ruido del ascensor
Voz de Isabel: Pero Monito, no lo puedo creer... ¡en un
ascensor!... Y con su propia mujer... Ay, me está rompiendo la
falda,... Oiga, pretende que en serio, aquí... ¡Uy! (Sonido del
ascensor cesa). ¡Se atascó el ascensor! Monito... ¿qué vamos a
hacer? Parece que me apoyé contra todos los botones a la
vez... Auxilio... Ay, qué oscuridad... ¡Atrapados en un ascensor!
Se nos va acabar el aire, lindo, si no nos sacan de
aquí. (Grita) ¡Sáquenos de aquí!
Voz de anciana: ¡Mayordomo! Los Parravicini se adueñaron
del ascensor. ¡Hágalos salir! ¡Por mis piernas, no puedo usar la
56
escalera!
Música. Vuelve la luz. Entran, ella se arregla la ropa.
Isabel: Qué quiere que le diga. Monito... Parece telenovela
¡violada en un ascensor! Oye ¿no habrás estado fumando
marihuana? Te hallo, no sé, como "hippie". El amor en un
ascensor. ¿Por qué no en un ropero?
José: Tendría que ser en el closet, no he visto un ropero en
años. Desde que murió mi abuelita.
Isabel: Hablando en serio ¿qué te proponías?
José: Escucha, el amor es como un ropero... no, quiero decir,
como un gomero...
Isabel ¿Un gomero?
José: Una planta fina, si me permites la metáfora. Hay que
regarla seguido...
Isabel José... qué crudo amaneciste. De palabra y de obra.
José: Que hay que cuidar, si "regar" la escandaliza.
Isabel Y a propósito ¿Regaste el gomero?
José: No nos salgamos del tema. Qué le decía; Ah, sí.
Comparaba, se me ocurrió (sobrado) así, el amor con una
planta.
Isabel: ¿Una planta?
José: Sí, Esa cosa verde con hojas que se mete en un macetero.
Isabel: ¡No sé de qué hablas! ¿Huele a quemado? (Corre a la
cocina, gritando) ¡La omelet!
Acordes de música marcando la súbita decisión de José.
Va hacia la cocina y la trae, la lleva hacia el diván y la derriba.
Isabel: Pero, Monito... Así, tan de repente... ¿no será mejor,
después de comer y en la cama, como de costumbre?
José: (Se sienta, deprimido) "Costumbre" ¿No sabes que la
57
rutina mata el romanticismo?
Isabel: ¿Cuál romanticismo?
José: El que usted añora desde que le dejó de temblar el piso
conmigo.
(Se echa sobre ella, apagando la lámpara de pie junto al diván.
En lo oscuro se oye su quejido)
Isabel: Qué atroz, creo que te di un rodillazo... ¿dónde fue?
José: ¡Justo ahí... justo ahí!... Pero no importa...
Música con mucha batería. Foco sobre un biombo delante del
diván en el que se lee:
"Escena Censurada"
Breve intervalo musical
Luz Matinal
Se ha corrido el biombo.
Isabel en sostén y calzón, dobla un chal y se pone su ropa. José
en calzoncillos, los Calcetines y un zapato puesto, busca el otro
bajo el diván.
Isabel: La ropa es siempre el problema.
José: ¿Cómo es eso, de que la ropa es el problema?
Isabel: Cuando haces el amor fuera de tu dormitorio.
José: ¿Así es que tú...?
Isabel: Yo no. La Tere. Estaba con su novio en un hotel, vino un
temblor y salieron piluchos, no pudieron hallar la
ropa. (Ríe) Oye, ¿Cómo te vas a poner los pantalones con los
zapatos puestos? (Mientras busca él el otro zapato). Bueno,
supongo que querrás saber qué pienso de estas innovaciones.
¡Es decir..! ¡No dormí en toda la noche! Tus rodillas son muy
58
filudas, me despertabas a cada rato. Y todo... ¡para nada!
José: Y como quería linda que yo, como semejante rodillazo
pudiera tener una... (Batería) No más innovaciones. Lo
prometo. Pero, quiero hablarte, con franqueza, de algo que
me preocupa...
Isabel: ¡La leche!
José: ¿Qué?
Isabel: Se está subiendo la leche ¿no hueles a caramelo? (Corre
hacia la cocina)
José: Isabel: por favor, tengo que hablarte. (Ella entra) ¡Victo-
ria! (Le muestra los cigarrillos) Los encontré al buscar el
zapato. Mi teoría no falla.
José, se sienta en el diván y enciende un cigarrillo, con
profunda satisfacción. Ella se sienta junto a él.
Isabel: ¿Sí?...
José: Sí ¿qué?
Isabel: Querías hablar conmigo.
José: Ah, sí. Y algo muy serio.
Isabel: (Riendo) ¿Algo serio en esa facha?
José se saca los zapatos y se pone los pantalones. Isabel
aguarda, reprimiendo su risa.
José: (A público) ¿Se han fijado que es casi imposible hablar en
serio con estas cosas con falda?. Siempre tratan de ponerlo a
uno en ridículo. ¿Por qué no podemos hablar en calzoncillos de
cosas serias?
Mientras tanto Isabel ha tomado su bolso y está concentrada
buscando algo, luego se mira en el espejito, se peina, se
maquilla. Vuelve a buscar algo.
59
José: ¡Deja ya de escarbar en tu bolso por el amor de Dios!
Isabel: ¿Qué te pasa, Monito? Si quieres hablar conmigo, hazlo
de una vez.
José: Contesta, sin vacilar: "¿eres feliz?"
Isabel: (Cierra los ojos y responde) "Intensamente, pero sólo a
ratos cortos".... ¿Es un test?
José: ¿Cómo es eso de "a ratos cortos"?
Isabel: Ay, Monito: uno no puede ser feliz todo el tiempo.
José: ¡Mama mía! Porca miseria!... Lo que trato de averiguar
es si eres feliz en el matrimonio. Pero se fue al diablo el "ele-
mento sorpresa".
Isabel: ¿Cuál matrimonio? ¿El tuyo, el mío... el de los
dos? (Busca un libro en el estante.)
José: Hablo en serio, Isabel.
Isabel: Pero... tan como temprano... ¿Qué es lo que quieres
saber?
José: ¡Si me engañas!
Isabel: Ah ¡eso! No sólo con uno, sino con varios. (Lo besa y
sale con su bolso, desde la puerta le grita) Chao, Monito. Voy al
Mercado...
José se queda quieto, incrédulo. Se pasea, murmurando:
José: “No con uno, con varios" (Se detiene frente al balcón y
grita hacia afuera) ¡Pupi... Pupi, ven aquí. Fallaron todos tus
métodos. Me fue mal con el ascensor, con el diván, con las
preguntas, con el elemento sorpresa. Ven, entra, no quiero
que se enteren los vecinos de mis problemas conyugales...
Entra la Pupi.
Pupi: ¿Qué pasa, darling?
José: A tu "darling" le falló el método... Le pregunté "de dónde
vienes, Isabel", respondió: "de casa de mi amante". Luego le
60
pregunté si me engañaba; "No con uno, con varios"...
Pupi: Mi pobre José...
José: ¡No pensarás que lo dijo en serio!
Pupi: En cierto modo, puede que sí.
José: ¿Cómo que "en cierto modo"? ¿Cómo que "puede que
sí"?
Pupi: Es el recurso del 99 por ciento: decir la verdad como si
mintieran. Fíjate en esto. La mujer regresa de donde su
amante. El marido pregunta ¿de dónde vienes? Ella, sin vacilar
responde "de donde mi amante". El jamás se imagina que lo
dice en serio. Una manera de decir la verdad sin peligro.
Porque le repugna mentir.
José: (Furioso) ¡Pero no le repugna revolcarse en el lecho con
un imbécil, ese del "adivino que no es usted feliz, Isabel"!
Pupi: (Con aires de superioridad) Piensa en esto: "la mentira es
un pecado que se nos prohíbe en la más tierna infancia,
cuando las neuronas retienen con fuerza las órdenes. En
cambio, el adulterio se nos prohíbe en la edad adulta, cuando
las neuronas..."
José:... se han aflojado... No me digas. ¡Ahora, resulta que yo,
José Parravicini Angeloto, hijo y nieto de sicilianos, por el
cansancio de las neuronas me convierto, automáticamente en
"cornuto".
Patea y se oye golpear en respuesta del piso de abajo. Vuelve a
dar una patada, se oye un golpe,
Pupi: No seas folclórico, José. Lo de los cuernos ya no se usa...
¿Acaso las mujeres vivimos “cornudas” porque los maridos se
lo pasan acostándose con otras fulanas? ¿O con nuestras
mejores amigas?
José: No, "darling": los que quedan carnudos ¡son los maridos
de esas "mejores amigas"! Ja, ja.
61
Pupi: Te mueres de la risa.
José: No. Estoy celoso. Por tu culpa. Y no digas que es sólo un
problema de dudas, la duda es espantosa y con tus métodos es
imposible averiguar la verdad. Para perdonarla o mandarla al
diablo.
Agobiado, se sienta y se toma la cabeza a dos manos
.
Pupi: Ah... Se me acaba de ocurrir un método creativo, que no
figura en el librito. Mirando esa fotografía tuya, disfrazado de
africano ¡estás irreconocible!
José: (Imitándola) No soy yo y el tipo no está disfrazado de
africano... ¡es africano! Bueno, vive en África. Es mi primo
Baltasar.
Pupi: ¡Mejor aún! Eres tú con barba y cucalón. Puedes llegar
intempestivamente de África...
José: ¿Insinúas que yo... ? Sea lo que sea ¡me niego!
Pupi: ¿No querías averiguar si ella te es fiel? Un traje de
explorador, barba postiza, un cu... cu... (Saca libreta y anota)
José: “Cucalón". ¿Qué anotas... Pupi... córtala... No pretende-
rás que yo... (Indica el retrato)
Pupi: (Ignorándolo) ¿Tienes una geografía universal?
José reacciona y como autómata va hacia el estante y toma un
volumen:
José: edición catalana. Algo antiguo. (Cambio) Oye ¿qué te
propones?
Pupi: Estudia lo referente al África, yo me encargo de
conseguir el postizo, el cuca... esa cosa, y algo exótico, ya
veremos qué. Maleta, short, y una grabadora a pilas con
música “afro”, a pilas porque al salir, aflojas los tapones. Con
luz de vela es más difícil que te reconozca, darling. Y le
62
anuncias que tienes que hacer un viaje a provincia por asuntos
de la oficina.
José: ¡Estás completamente loca! Me niego. ¡Roñoni trifolato
al crostino...!
Patea, se escucha la respuesta de los golpes,
Oscuro.
Música de separación (Aquí puede haber un Intermedio. o sólo
separación musical más larga)
63
ACTO 2
La escena está en penumbra.
Entra Isabel trayendo un candelabro, luego trae otro. Se oyen
golpes en la puerta (no visible). Isabel sale para abrir, se
escucha su voz
Voz de Isabel: Oiga, se equivocó de puerta. (Pausa) Espere...
su cara me resulta familiar. Claro ¡la fotografía!. ¡El primo
Baltasar?
Entra José, seguido de Isabel, con cucalón, barba, lentes ahu-
mados, short caqui, maleta, grabadora y lanza africana de las
que venden a los turistas, diciendo:
José: El mismo, que viste y calza. Y usted... adivino que es
Isabel... (La abraza y besa en ambas mejillas). ¿Recibieron el
cable anunciando mi llegada?
Isabel: (Sorprendida) No.
José: Si hay algo pésimo ¡son los correos africanos! ¿Puedo
pasar?
Isabel: Ya está adentro...
José: Gracias.
Isabel: Tome asiento, debe venir cansado de tan lejos.
José: Imagínese: safaris, camellos, trenes, aviones... ¡Qué luz
tan romántica!
Isabel: No es romántica, son los tapones. ¿Sabe arreglarlos?
José: No.... Además, ¡me encanta esa luz velada!. África es tan
primitiva... Cómo está el simpático de mi primo?
Isabel: No está.
José: Lo dice como... (Se levanta, finge estar alarmado). No me
diga que... falleció...
64
Isabel: ¡Qué alaraco!. No está en Santiago. ¿Un whisky?
José: Doble, por favor...
Isabel: El hielo debe estar hirviendo... con el apagón. (Sale
hacia la cocina)
José: No se preocupe, allá en África todo está siempre más
bien tibio. Más bien, "cálido".
Isabel regresa con una bandeja con vasos y botella. Lo observa.
Isabel: Oiga, usted es bien exótico. (Beben) ¿Vino a Chile por
negocios? ... ¿Pieles?
José: ¿Pieles...?
Isabel: José dice que usted caza animales salvajes.
José: Eso era antes. Ya casi no quedan. Están todos en los
zoológicos. Vine a casarme, con "s". De matrimonio.
Isabel: Qué bien. Me alegro.
José: Usted, Isabel ¿es feliz en su matrimonio?
Isabel: Y a usted ¿qué le importa?
José: Bueno, lo digo por las posibilidades que yo pueda tener...
Isabel: (Cortante) ¿Qué "posibilidades"...?
José: De ser feliz en MI matrimonio.
Isabel: Ah. Había entendido otra cosa.
José: Y respecto a "esa otra cosa" ¿qué posibilidades...?
Isabel: ¡Qué se ha imaginado!
José: No me haga juicio. ¿No le contó José que soy muy
bromista? (A público). Lo sabía: ¡es una mujer decente!
Isabel: Oiga ¿con quién está hablando?
José: Hablo solo. Es una costumbre africana, la selva, la
sabana, la soledad de los desiertos... usted sabe. Y tantísimo
dialectos, no hay mucho con quién conversar. De modo que el
tunante de mi primo se fue de viaje.
Isabel: Negocios. O mejor dicho "quiebras en provincia". Su
oficina, es de quiebras.
65
José: Qué deprimente. Pero, no se fíe, Isabel. Muchos de los
maridos que anuncian viaje al norte o al sur, se quedan en un
motel de la periferia con una rubia o una morena.
Isabel: (Que bebe todo el tiempo, se ríe). ¿José en un motel?. Si
es de lo más fome que hay. Lo único que le interesa es su
folleto, en el que habla de la inflación, de índices y las curvas...
José: Momento. "Curvas"..."Inflación". (Gesto de "grandes pe-
chos")
Isabel: No sea mal pensado. ¿Quiere una prueba? (Va al
teléfono, marca, espera) Aló ¿señorita Prudencia? Soy la
esposa del señor Parravicini... ¿Anda en un viaje fuera de
Santiago, por cuenta de la oficina? ¿No? (A José, cubriendo el
fono). No hubo viaje, estuvo en la oficina hasta hace poco... (Al
fono) Gracias. (Corta) ¡Qué cínico... salió con maleta, y dijo...
no vuelvo hasta mañana! (Se sirve whisky)
José: No se deprima. Conozco a mi primo, jamás haría algo así:
le aseguro que es un gran tipo... un tipo excepcional. (Observa
a Isabel que ignora los piropos que se echa a sí mismo). ¿No lo
cree?
Isabel: ¿Creer "qué"? (Se tambalea, borracha)
José: Que José es un gran tipo.
Isabel: Que se muera...
José: ¿Cómo?
Isabel: Repita conmigo; que se muera el estúpido de José.
José: No... Soy supersticioso, puede traerle una desgracia. Yo
lo estimo mucho. ¿Usted no?
Isabel: Dejemos de hablar de José ¿quiere?... Hábleme de
África.
José: (Disimulando su molestia) Bien. ¿De qué parte de África
le interesa saber?
Isabel: De África en general... Espere...
Isabel va hacia a la cocina a buscar agua, él aprovecha para
66
mirar en su maleta el libro de geografía. Recita:
José: África tiene una extensión de 30.000 kilómetros
cuadrados, lo que equivale a una tamaño tres veces superior al
de Europa, por lo tanto resulta difícil hablar de África "en
general".
Cierra el libro al oírla regresar.
Isabel: ¿Dónde vivía usted?
José: Bueno... Un poco hacia el Noroeste.
Isabel: ¡Hábleme del Noroeste! (Se sienta junto a él)
José: (Con evidente esfuerzo de su memoria, recita). Es una
región montañosa donde se encuentra el Atlas, formada por
varias alineaciones de montañas, y algunas sobrepasan los
cuatro mil metros. No me va a creer, pero...
El se acerca, ella se retira algo
Isabel: ¿Qué...?
José: (Se acerca) ¿Que qué...?
Isabel: (Se retira) Dijo "no va a creer, pero...
José: Ah, sí: (retoma el tono anterior) no me va a creer pero
entre ellos se encuentran mesetas bastante altas, es decir, en
relación al nivel del mar. Dicen que esa cordillera fue formada
por movimientos alpinos en la era terciaria... Ah. Y además,
está orográficamente conectada con la Penibética...
Isabel: ¿La Peni... qué?
José: ..."bética"...
Isabel: ¡Qué sugerente!
Borracha se recuesta cariñosamente sobre su hombro, él
escandalizado se retira.
67
José: ¿Qué le sugiere?
Isabel: Algo primitivo, salvaje. ¡Me encanta su manera de
describir! Me imagino que está sentado, mirando, en la
cumbre de la Peni... la Peni... ¡ayúdeme!
José: (Aparte) ¡Está borracha! (A ella)... La Penibética.
Isabel: Eso. Hábleme más. ¿Hay mucha gente en África?
José: La población está muy desigualmente repartida, pero
encuentra usted, "aproximadamente" porque muchos salvajes
se niegan al censo, con cuatro africanos y medio por kilómetro
cuadrado.
Isabel: ¡Qué espanto!
José: ¿Qué?
Isabel Toparse con ese "medio africano"...
José: Es sólo un término geográfico... aunque debido a las
fieras, que aún quedan y a ciertas tribus caníbales, puede
ocurrir que se encuentre usted con un... un cuarto de
africano. (Se celebra con una risita, ella no reacciona)
Isabel: (Cariñosa). ¡Qué entretenido es conversar con usted?
José: ¿José no es entretenido?
Isabel: El Monito es más bien fome... Oiga, qué valiente es
usted... quiero decir, atreverse a vivir en África. Un continente
salvaje, lleno de desiertos, de selvas, con arañas, tigres,
serpientes,... y pigmeos. Lo he visto en las películas. ¿Más
whisky? (Al levantarse, se tambalea, le da mucha risa, se
vuelve a sentar) Se me movió el piso...
José: (Aparte) ¡Mama mía!...
Isabel: Y ¿cómo es la gente?. ¿Son todos negros?
José: (Vacila, preocupado, luego recita su lección). Digamos
que hay varios tonos de negro, según las tribus. Y hay muchas
tribus... A ver: (Se concentra y enumera contando con los
dedos). Están los Camitas, los semitas, los pigmeos, los
gigantes, los zulús, los hotentotes, los beriberi...
Isabel: El beriberi ¿no es una enfermedad?
68
José: Una enfermedad... y también una tribu, no me
interrumpa porque pierdo el hilo. Los Tuareg, los Banti y en
Madagascar, los Hovas...
Isabel ¿Los Hovas? (Ríe)
José: Tenía un amigo Hova, son muy simpáticos. ¡No siga
bebiendo, le va a hacer mal!
Isabel: No sea fome, se parece a José. ¡Lléveme a una boite a
bailar!
José: ¿En esta facha?
Isabel: ¡Me encanta su uniforme! Se ve un amor.
José: No.
Isabel: ¿Por qué no?
José: Dejaríamos mal puesto a José. Si encontramos algún
conocido, pensará que usted... le pone los cuernos con un
africano.
Isabel: ¿Qué le importa José?. El anda con esa rubia, la de las
curvas... (Se muere de risa) ¿No me va a llevar? (El niega con la
cabeza). Oiga, se está portando como un vulgar marido, Y yo
que lo creía un...
José:..¿Un qué?
Isabel: ¡Un hombre de verdad!
José: (Reacciona, la abraza) "Bantúa-úa"
Isabel: ¿Lengua africana?... ¿Qué quiere decir?
José: “Bantua ua": la luna está alta en el cielo y yo estoy conti-
go, mujer blanca.
Isabel: ¿En serio?... ¡Lo estoy pasando fantástico!. ¡Salud!
Lléveme a bailar, sea buenito...
José: Vaya, casi lo olvido. Les traje una grabación de música
negra. Es el último grito en Tumbuctú.
Acciona la grabadora, Música con mucho ritmo de tambores.
Isabel: ¡Muéstreme cómo se baila!
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  • 1. Isidora Aguirre Isidora Aguirre Carolina - Don Anacleto avaro - El amor a la africana - ¡Subiendo… Ultimo hombre!
  • 2. ÍNDICE Carolina (1955) Don Anacleto avaro (1964) Amor a la africana (1979) ¡Subiendo… Ultimo hombre! (2003) Carolina -Carolina (25 años, clase acomodada) -Carlos (Su esposo, un joven abogado) -Fernando (Un estudiante de ingeniería) -Porta equipaje -Vendedora Carolina se estrenó en Diciembre de 1955 en la sala Antonio Varas, con ocasión de un festival de grupos de teatro aficionado de provincia, convocado por el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, y se mantuvo en cartelera durante el año 1956 en el Teatro Atelier. Montaje como clausura al festival por el elenco del Teatro de la Universidad de Chile, con dirección de Eugenio Guzmán: y la actuación de Alicia Quiroga, Mario Lorca, Ramón Sabat. Personajes secundarios: Jorge Acevedo, Meche Calvo. Escenografía de Ricardo Moreno y música incidental de Celso Garrido Lecca. 1
  • 3. La acción tiene lugar en la Sala de espera de una estación de ferrocarril, en un pequeño pueblo del sur de Chile. ACTO ÚNICO Una sala de espera. Un banco. Luz de día. Música de introducción alegre, (ejecutada por un organillo callejero), que se mezcla con el ritmo de un tren que se detiene. Entra Fernando, el estudiante. Trae una caja de violín y maletín, se sienta en el banco. Luego entra Carlos, precedido por el porta- equipaje que trae las maletas. Carlos: (Al porta-equipaje, dando propina) Gracias, déjelas ahí. ¿Cuánto falta para nuestro tren? Porta equipaje: ¿El expreso a Santiago? Carlos: No, hombre: vengo de Santiago. El tren local. Porta equipaje: Unos... treinta minutos. Si no llega con atraso... (Sale) Entra Carolina, cargando paquetes y, distraída sigue de largo. Va a salir por el otro extremo, él la llama. Carlos: ¡Carolina! (Ella se detiene). ¿Dónde vas, mujer? (Le ayuda a dejar los paquetes en el banco). Sabiendo que teníamos que hacer un transbordo, ¿cómo se te ocurre traer tantos paquetes? Carolina: Sí, Carlos. Carlos: ¡Una caja de sombreros! ¿Vas a usar sombrero en el campo? Carolina: Sí, Carlos... Carlos: (Mira dentro de la caja) Un, dos tres, cuatro, cinco... ¡Cinco sombreros! Si es para protegerte del sol ¿no te parecen demasiados? 2 Carolina: Sí, Carlos. Carlos: Cinco paquetes... Oye ¿no eran seis? Carolina: Sí, Carlos. Carlos: ¡Pierdes uno y te quedas tan tranquila! Carolina: (Sentándose) Sí, Carlos. Carlos: ¿En qué quedamos? ¿Eran cinco, o seis? Carolina: Cinco, Carlos, cinco. Carlos: (Se sienta y abre el periódico: Imitándola) "Sí, Carlos, No, Carlos..." Oye... en el tren venía leyendo un par de avisos, muy sugerentes. Aquí, (Lee) "Compro refrigerador en buen estado, tratar", etc. Y este otro: "Vendo Chevrolet, 4 puertas, poco uso, con facilidades...". Fíjate en el detalle: el refrigerador lo pagan al contado, podemos dar el pié para el auto. Sé que el refrigerador es indispensable, pero tenemos el chico que nos dio tu mamá, mientras podamos comprar uno mejor. En fin, tú dirás... (La mira, ella sigue distraída) ¡Carolina! Carolina: ¿Sí, Carlos? Carlos: Oye ¿qué te pasa? Carolina: ¿A mí? Nada. ¿Por qué? Carlos: Hace como media hora que contestas: "sí, Carlos", sin tener idea de lo que dices. Carolina: Sé perfectamente lo que digo... Digo: "sí, Carlos". Carlos: Bueno, ¿qué opinas? Carolina: ¿Sobre qué, por ejemplo? Carlos: ¡Sobre estos avisos "por ejemplo"! Carolina: Tienes razón: trae demasiados avisos... Deberían dedicar más espacio a la literatura. Carlos: ¡Más espacio a la literatura...! Carolina: Siempre lo has dicho. ¿Por qué tratas de confundirme? Carlos: ¡No trato de confundirte! ¡Sólo te hago notar que contestas sin tener la menor idea de sobre qué te estoy hablando! 3
  • 4. Carolina: Entonces, dime de qué se trata y no te sulfures. Carlos: De vender nuestro refrigerador, y... Carolina: (Cortando) ¿Estás loco? ¡No se puede vivir sin refrigerador! Carlos: Déjame terminar: venderlo para comprar un auto... Carolina: ¿Lo dices en serio? ¡No vas a comparar el precio de un auto con el de un refrigerador! Carlos: ¿Podrías leer estos avisos? (Rabioso, tira el diario). ¡Al diablo! Lo que me interesa, ahora, es saber en qué estabas pensando. Carolina: Pero Carlos, ¿por qué siempre tienes que tirar todo al suelo? (Recoge el diario) Carlos: No cambies el tema. Carolina: No cambio el tema, lindo: recojo el diario. Te alteras cuando viajas en tren. Carlos: (Imitando su voz suave). No son los viajes en tren, querida... Carolina: ¿Por qué ese tono de marido controlado? Carlos: ¿Dime de una vez en qué estabas pensando? Carolina: ¿Yo? Carlos: Sí. Tú. Carolina: ¿Cómo quieres que sepa en qué estaba pensando? En nada. Estaba pensando... en nada. Carlos: Entonces, deduzco que durante todo el trayecto desde Santiago hasta esta estación del trasbordo, venías pensando en nada, porque traías esa misma expresión lunática. Carolina: ¿Es un pecado? Carlos: Es una mentira: No es posible pensar "en nada" tanto tiempo seguido. Un esfuerzo continuado para mantener la mente en blanco, agota hasta los cerebros más entrenados. Carolina: Por Dios, Carlos ¿cómo puedes ser tan complicado? No hice el menor esfuerzo. Y cuando digo nada, quiero decir... todo. 4 Carlos: (A un testigo imaginario) Cuando dice "nada", quiere decir "todo". Carolina: Ay, Carlos, ¡qué manía la tuya de repetir lo que yo digo! Me mortifica. Carlos: Lo repito para poner en evidencia lo ilógico de tus respuestas. Eso es lo que te "mortifica". Carolina: Oye, estás poniendo una terrible mala voluntad en esta conversación. Por lo general me entiendes muy bien. Carlos: No cuando tratas de engañarme. (Pausa). ¿Qué fue ese sobresalto que tuviste al llegar a Rancagua? Carolina: Un calambre, te lo dije. De tanto estar sentada. Carlos: ¿Y ese otro, cerca de Pelequén? Carolina: Otro calambre de tanto estar sentada. ¿Te parece muy raro? Carlos: ¿Y el de... Carolina: ¿De Chimbarongo? Carlos y Carolina: ¡Otro calambre de tanto estar sentada!... Carolina: Lindo, por favor terminemos con estas discusiones inútiles. Explícame eso del auto y del refrigerador... Carlos: Olvidemos eso. (Se está buscando algo en los bolsillos, al no hallarlo, se levanta como para salir de la sala,) Carolina: ¿Dónde vas? Carlos: A comprar cigarrillos. (Sale) Carolina, se levanta y empieza a acomodar los paquetes sobre el banco. Ladra un perro, asustada deja caer uno de los paquetes. Fernando, que desde el inicio ha estado atento observándola, corre a recogerlo. Ella le sonríe. Hay un silencio. El, tímido, va a decir algo, pero no le sale la voz. Se aclara la garganta y vuelve a ensayar: Fernando: ¿Van a tomar el tren local?... Yo también. Por favor, no crea que tenga la costumbre de acercarme a las señoras y 5
  • 5. hablarles. Se trata de una circunstancia muy especial, y me resulta difícil... (Al accionar, tira otro de los paquetes, lo recoge, solícito) Como le decía... Carolina: Ah... ¿me estaba hablando a mí? Fernando: ¿A quién otra?. Naturalmente que le estaba hablando a usted. (Sin querer al accionar tira otro paquete). Perdone ¡qué torpe! Carolina: (Divertida) Deje en paz esos pobres paquetes y por favor, repita su pregunta: estaba distraída. Fernando: ¿Mi pregunta?. ¿Cuál pregunta?. No tiene importancia... (Calla, luego reacciona). Le decía que no acostumbro acercarme a una dama sin ser presentado, que es la primera vez que lo hago... Carolina: Muy mal hecho. Fernando: Carolina... (Se corrige) Señora... estoy seguro que usted está muy por encima de esos tontos convencionalismos. Carolina: Sabe mi nombre... Fernando: ¡Sé su nombre! (Con pasión). ¡No hay nada que sepa tanto como su nombre!, Carolina. Carolina: Joven ¿qué pretende?. Porque si lo que pretende es... Fernando: No pretendo nada y por favor no me llame "joven". Sólo quería decirle que la estuve observando en el tren, y me pareció que tenía usted una terrible preocupación. Si pudiera ayudarla... ¡estoy dispuesto a todo! Carolina: (Lo mira un instante) Me extraña tanto interés de parte de un desconocido. Fernando: ¡Le juro que no soy un desconocido! Carolina: Sin embargo, tiene todo el aspecto. Fernando: Alguien que la admira desde hace tanto tiempo, no puede ser un "desconocido". ¿Comprende? Carolina: (Burlándose) Ah, sí. Comprendo. Fernando: ¡Gracias, Carolina! 6 Carolina: Comprendo que está tratando de hacerme la corte. Fernando: Dios mío, ¿y si así fuera?. ¿Nunca le han hecho la corte? Carolina: Soy una mujer casada. Y ahora, perdone, pero tengo un grave problema que resolver. No puedo dedicarle más tiempo. Fernando: ¡De eso se trata!. ¡Quiero ayudarle con su proble- ma! Carolina: Pero... ¡si no lo conozco! Fernando: Mire, supongamos que una tarde nos encontramos en... el Parque Forestal. Alguien nos presenta: Carolina, una mujer encantadora, Fernando, un estudiante de ingeniería. Ya está. Ahora, nos hemos vuelto a encontrar, pero, claro, usted ya se ha olvidado de mí. Carolina: Completamente. Fernando: Ah: si se olvidó es que antes me conocía. Carolina: Hay que ver que es insistente. Bueno, sea. (Le tiende su mano, él se la estrecha). Como le va. Y ahora ¿me permite concentrarme en mis asuntos? Fernando: ¿No me va a decir qué es lo que la preocupa? Carolina: ¡No! Fernando: Es usted de lo más testaruda. Carolina: Y usted, ¡de lo más impertinente!. ¿Qué se ha creído?. Llamaré a Carlos. Fernando: Bueno. Llame a Carlos. (Pausa) Con las mujeres todo resulta tan complicado. ¿Qué le cuesta ser más sencilla y aceptar mi ayuda?. Cualquiera diría que se ofende porque se la ofrezco. ¿O le caigo antipático? (Mira y ve a Carlos que se acerca). Le hablaré a su marido. Estoy segura que él me reco- nocerá. Porque usted... nunca se fijó en mí. Sin embargo nos vemos a diario. (Se pone en pose de tocar el violín). Míreme. ¿No le parezco vagamente familiar? Carolina: No me diga ¡el vecino del violín! Claro... Ya decía yo 7
  • 6. que lo había visto en alguna parte. Entra Carlos murmurando entre dientes. "maldito pueblo" Carolina le sonríe Carolina: ¿Encontraste cigarrillos, Carlos? Carlos: No. (Se sienta) Fernando: ¿Le puedo ofrecer de los míos? Carlos: No, gracias, no se moleste. (Tras el diario, le habla bajo a Carolina). No iniciar conversaciones con desconocidos durante los viajes, después no hay cómo sacárselos de encima. Carolina: Carlos, ¡si es Fernando! Carlos: (Sin reconocerlo, sonrisa fingida) ¿Fernando? sí, claro… (Saluda) Como está. ¿De viaje? Fernando: Sí, sí. ¿De veras no quiere fumar? (Le ofrece, él acepta) Carlos: Gracias. ¡Es increíble que no haya en este pueblo dónde comprar cigarrillos!. Todo cerrado. Fernando: Si no me equivoco, lo que ha de estar abierto es el club Carlos: ¿Dónde está el club? Fernando: El club del hotel. Y el hotel tiene que estar abierto. Carolina: ¡Por supuesto! El hotel tiene que estar abierto. Carlos: Puntualicemos: ¿dónde está el hotel? Fernando: Al final de la calle principal, es decir, en la plaza. Y la plaza la encuentra... siguiendo derecho por la calle principal. Carlos: Bien.. Y ¿cuál esa es calle principal, cómo se llama? Carolina: Carlos ¿cómo no vas a distinguir la calle principal? Fernando: Sí: es la más ancha y la más larga. Saliendo de la estación, me parece que es... hacia el lado de allá. La encontrará enseguida. En la plaza verá un cine, chiquito, y al frente está la iglesia. Una iglesia... común y corriente, y en el otro costado, está el hotel. Savoy, o Crillón, me parece. 8 Carlos: (Con desconfianza) Bien. Probaremos. (Sale) Fernando: (Entusiasta) ¡Gracias, Carolina! Carolina: Gracias ¿por qué?. ¿Qué hice? Fernando: Me ayudó a alejar a su marido. Carolina: ¿Qué quiere decir?. Oiga, ese club, entonces... Fernando: Todos los pueblos son iguales, Carolina. Tiene que haber un hotel y un club en la plaza. Y ahora dígame ¿cuál es ese terrible secreto? Carolina: ¿Qué le hace pensar que es un secreto? Fernando: Carlos no lo sabe. Carolina: Hay muchas cosas que es mejor que los maridos no sepan. Fernando: Desde luego. Carolina: Sería amagarles la existencia. Fernando: Comprendo. Carolina: Oiga, ¡le prohíbo pensar en nada vulgar! Fernando: No, jamás. Pero dígame ahora, ¿en qué la puedo ayudar? Carolina: Bueno, ya que insiste: dijo que era estudiante de ingeniería. (El asiente) En ese caso, puede darme algunos datos técnicos. Fernando: (Emocionado) Usted, tan femenina, tan en- cantadora, hablando de "datos técnicos"... ¡Qué quiere, me emociona! Carolina: Qué ridiculez. ¡Contrólese, por favor! Fernando: No me importa hacer el ridículo ni me puedo controlar. Hace tanto tiempo que esperaba la ocasión de hablarle, de poder participar en algo suyo, de... Bueno, pero si se empeña le puedo dar millones de datos técnicos. ¿Sobre qué? Carolina: Sobre... sobre la resistencia de ciertos materiales al fuego. Fernando: ¿Resistencia de materiales al fuego?. Ni una palabra 9
  • 7. más, me lo imagino todo. Si es lo que supongo creo que no se los daré. Carolina: Tiene gracia. Y ¿qué es lo que supone? Fernando: Necesita dinero y ha decidido trabajar a escondidas de su marido. Seguramente le ofrecieron un puesto en una Sociedad Constructora. Sección venta de materiales. Y necesita datos técnicos... Carolina, ¡déjeme tomar yo ese trabajo!. Le daré íntegro mi sueldo, ¡yo no lo necesito! Carolina: Pero ¡qué se ha imaginado! Fernando: Le juro que no me imagino nada. Tampoco le pediré nada a cambio. ¡Acepte, por favor! Carolina: (Burlándose) Muy generoso de su parte, joven. Suponiendo que acepto ¿de qué vivirá usted? Fernando: ¿Yo?. Del milagro, como he vivido hasta ahora. Si hay que robar ¡robaré!. No tengo prejuicios. Carolina: Está completamente loco. No sé cómo hemos llegado a hablar de cosas tan absurdas. Y no necesito dinero ¿está claro? Fernando: (Resignado) Está claro. Carolina: Ahora ponga atención: se trata de una pequeña gran tragedia. (Afligida) Algo ridícula, pero... tragedia al fin. Fernando: Sí, comprendo. ¡Las pequeñas tragedias son siempre las peores! Carolina: No me interrumpa. No hace más que decir tonterías mientras yo estoy sobre ascuas. Fernando: Las llama tonterías... Estoy dispuesto a dar la vida por usted, y las llama tonterías. Carolina: No quiero su vida... ¡quiero esos datos técnicos! Fernando: ¡Y yo no quiero que usted trabaje! Carolina: ¿Con qué derecho se mete en mi vida. (Enfá- tica). ¡Trabajaré! Fernando: ¡Antes pasará sobre mi cadáver! Carolina: ¿Su cadáver?. Dios mío, usted me hace perder la 10 cabeza. ¡Si jamás he pensado trabajar! Fernando: Gracias, Carolina. (Toma su mano). Sabía que terminaría por acceder. Carolina: Le repito que ¡jamás he pensado en trabajar! Fernando: Hubiera jurado que dijo "trabajaré". Carolina: Por favor, váyase. ¡Váyase y déjeme en paz! Fernando: Carolina ¿qué le pasa?. ¿Por qué me trata así?. Sólo quiero ayudarla... ¿Dije algo que no debo? No me lo perdonaría, porque yo... (Calla, emocionado) Carolina: ¿Usted, qué? Fernando: Estoy enamorado de usted. Un silencio. Carolina: No esperará que le crea ¿verdad? Fernando: No, claro. No me atrevo a esperar tanto. Carolina: ¿Amor a primera vista?. No sabe lo que dice. Es muy joven... y se imagina cosas. Fernando: No, no me imagino cosas. Hace 4 meses que no puedo estudiar, ni concentrarme en nada. Sólo puedo pensar en usted. He tratado de sacarme esta idea de la cabeza, pero... no puedo. Carolina: No sea tan romántico. Fernando: El amor es romántico, Carolina. Escuche: cuando la divisé en el jardín, creí estar viendo visiones. Era exactamente igual a ella. Sus ojos, tan grandes, su sonrisa, el color de su pe- lo... ¡se le parecía tanto! Carolina: ¿A quién? Fernando: ¿Cree usted que los seres vuelven a la tierra una y otra vez? Carolina: ¿De qué está hablando? Fernando: Ríase y llámame romántico, pero la verdad es que de niño me enamoré perdidamente de una tía muy bonita que 11
  • 8. murió joven, es decir, de su retrato. Bueno, ya casi lo había olvidado, cuando de pronto, una tarde, cuando estaba estudiando violín frente a la ventana, ¡se me aparece... allí, en el jardín de su casa! Carolina: ¿Su tía... ? Fernando: No. Usted, Carolina. Fue como un sueño. Me la imagino, como la veo a ella en el retrato, vestida a la antigua y con un delicado quitasol de encaje. Desde que la vi, Carolina, mi vida cambió. Sé que no puedo esperar nada, pero aún así, me siento como en el cielo. Carolina: Feliz usted, lo que es yo ¡estoy en el infierno! Fernando: Carolina, disculpe: su pequeña tragedia, la había olvidado. ¿De qué se trata? Carolina: Se trata de una olla. ¿Entiende? ¡De una olla! Fernando: (Deprimido) Carolina ¿por qué tenía que hablarme a mí de ollas? Carolina: Pues, sepa, que de lo único que puedo hablar es de ollas. Fernando: Horrible artefacto. Carolina: Sí, horrible. La odio con toda mi alma. Fernando: ¿Tanto se apasiona por una olla?. Francamente, no comprendo. Carolina: Al fin hay algo que no comprende, ni adivina. Cómo lo va a entender si se trata de un simple hecho cotidiano. De esa realidad, que usted ignora. Escuche, media hora antes de salir, Carlos me dice: "me carga almorzar en el coche comedor, prepara algo para el viaje" Fernando: (En éxtasis, para sí) ¡Genial! Carolina: Voy a la cocina, preparo unos sándwich y pongo en una olla, con agua, una olla de fierro enlozado, (Indica) pequeña, de este tamaño y un par de huevos para cocer. Fernando: Describe con tanta vida que me parece estar 12 viéndolo. Carolina: ¡Y yo no he hecho otra cosa que estar viéndolo durante todo el trayecto!. Contra el verde del paisaje, contra los postes de la electricidad... Fernando: ¿Qué cosa? Carolina: ¡La olla en llamas! Fernando: Ah... pobrecita. Ahí tuvo el primer sobresalto. Carolina: (Afligida) Al llegar a Rancagua, cuando recordé que había dejado la olla hirviendo y que seguiría hirviendo durante 15 días... Estos 15 días de vacaciones en los que esperaba tener tanta paz y sosiego. ¡Los pasaré sobre ascuas! Fernando: Carolina, una olla no puede hervir durante 15 días. Tómelo con calma. Carolina: Eso es lo peor: dejará de hervir en cuanto se evapore el agua... entonces, la olla se caliente al rojo, incendio... ¡Se quema nuestra casa, que ni siquiera hemos terminado de pagar!. ¡Quizás el incendio cunda por toda la cuadra!. ¡Qué horrible!. ¿Se da cuenta?. En el tren pensaba que desde aquí podría telefonear a un vecino. Fernando: (Alegre) ¿A su vecino del violín? Carolina: Sí, y pedirle que entre por la ventana, no sé... Fernando: (Tierno) No tengo teléfono, Carolina. Carolina: ¡Ahora de qué serviría su teléfono!... Por favor ¡sugiera algo!. Estoy tan confundida que no se me ocurre nada. Vengo estrujándome el cerebro desde Rancagua. Fernando: Sí, los sobresaltos. ¿Por qué fue el de Chimba- rongo? Carolina: ¿Chimbarongo?... ¡el cajón de la basura!. Me acordé que está bajo la cocina, lleno de papeles y es... ¡de madera, de esas cajas en que vienen las frutas! Fernando: Vamos por partes: reconstituyamos la escena. Carolina: Por fin se puso comprensivo. Fernando: ¿Cocina a gas o eléctrica? 13
  • 9. Carolina: A gas. (Indica) Aquí está la cocina. Acá un mueble de madera. Ahí, la puerta del closet. Espere... aquí una silla... ¡con asiento de totora! (Angustiada, repite), ¡"totora"! Fernando: Tranquila. ¿Qué más? Carolina: (Afligida) Y en el tarro basurero hay papeles, un diario completo y ¡bajo la olla, prácticamente! Fernando: A la hora, se evaporó el agua. Carolina: ¡No era mucha... es una olla chica! Fernando: A las dos horas, la olla está al rojo. Carolina: ¡Horrible! Fernando: Los huevos pulverizados. Carolina: ¡Qué importan los huevos! Fernando: Hay que revisar todos los detalles. Carolina: ¿Usted cree? Fernando: Una olla vacía reacciona de distinta manera que una olla con huevos. Carolina: ¡Dios mío! Sigamos. Fernando: ¿Olla de aluminio? Carolina: De fierro enlozado. Fernando: Primero se salta el esmalte... Carolina: ¡Qué importa el esmalte! Fernando: Ya le dije que... Carolina: (Al borde del llanto). ¡No me diga nada!. ¡La olla salta dentro del tarro con papeles, arde la casa entera! Fernando: (Toma sus manos, para calmarla). Cálmese, Carolina, las ollas no saltan. Carolina: Lo dice para tranquilizarme. Fernando: ¡Le juro que no saltan!. Las ollas "se saltan". Carolina: (Impetuosa, lo abraza) Tiene razón, ¡gracias! Fernando: (Mientras la tiene en sus brazos) ¡Qué lástima que exista Carlos! Carolina: (Se aparta, digna) ¿Qué está insinuando? Fernando: Nada. Digo... lástima que va a llegar Carlos. 14 Carolina: Cierto. No vamos a poder mencionarlo y no podremos resolver nada. Por favor, busque la manera de alejarlo, y trate de averiguar si estamos asegurados contra incendio. Dígale... que vende seguros. Pero, con mucho disimulo. No quiero que sospeche nada. ¿Lo hará? Fernando: Me pide usted cosas fáciles, pero harto difíciles. Casi preferiría que me pidiera cosas difíciles que me resultan más fáciles. ¿Me entiende? Carolina: (Distraída) No, lindo, pero no importa. Fernando: ¡Carolina! Carolina: ¿Qué pasa? Fernando: Usted... usted... Carolina: ¿Yo, qué? Fernando: Me llamó "lindo"... Es una muestra de cariño tan espontánea... casi me atrevo a creer que... Carolina: Por favor, no empecemos a creer cosas ¿quiere? Fernando le indica que viene Carlos. Entra Carlos. Luego de un silencio: Carolina: ¿Cómo te fue, Carlos? Carlos: Mal Carolina: No me digas... ¡no estaba abierto el club! Carlos: ¿Qué club? Carolina: El del hotel que hay en la plaza. Carlos: No había club, ni hotel, ni plaza. ¡Ni calle principal! Carolina: Carlos, un pueblo que no tiene plaza... Estás divagando. Carlos: Mira: este pueblo no es a lo ancho, sino a lo largo. No tiene plaza. Es más, creo que ¡no tiene pueblo! (Se sienta, se dispone a leer el diario). Y ahora ¿me permiten? Fernando: Vaya: debí equivocarme de pueblo. Antes el trasbordo se hacía más al sur. 15
  • 10. Carolina: Más al sur. Ah, usted ¿viaja mucho? Fernando: Sí, mucho. Carolina: (Con señas de inteligencia a Fernando) Qué interesante. ¿Se debe a su trabajo, tal vez? Fernando: (Comprende) Ah, sí, en efecto. Soy asegurador. Pólizas contra incendio La compañía tiene sucursales en provincia. Carolina: Y me imagino que gana buen dinero. Se trata de algo imprescindible... de vital importancia ¿no?. Hay tantos incendios... A propósito, Carlos ¿estamos asegurados contra incendio? Carlos: ¿Nosotros?. ¿Para qué? Carolina: Nuestra casa, tontito. Carlos: No. Carolina luego de un ligero desconcierto, a Fernando: Carolina: Bueno, si no estamos asegurados, será por alguna razón. Nuestra casa ha de ser muy resistente al fuego, de otro modo Carlos hubiera tomado un seguro. Es muy previsor. Carlos: ¿Nuestra casa?. Ardería como una caja de fósforos. Carolina: (Para sí, afligida) De todos modos, ya es demasiado tarde. Carlos: Tarde ¿para qué? Carolina: Para comprar una póliza. Carlos: ¿Una póliza? Carolina: No... Quiero decir, tarde para comprar cigarrillos. (Ante su mirada de reproche) Ay, Carlos, sabes que aunque diga póliza, quiero decir, cigarrillos. Carlos: ¿Y por qué no adoptas la sana costumbre de decir directamente lo que deseas expresar, en lugar de hacerme siempre suponer que se trata de otra cosa? Carolina: Ay, Carlos ¿por qué hablas en forma tan... 16 complicada? Carlos: (Se levanta) Voy donde el jefe de estación. Carolina: ¿El jefe de estación?. ¿Para qué? Carlos: Para preguntarle cuanto falta para este maldito tren local. Carolina ¡El jefe de estación!. El tiene que saber dónde venden cigarrillos, ¿se lo preguntaste? Carlos: (Seco) No. Carolina: Pero, lindo, es lógico: él vive aquí. (Tono conciliador) Las cosas más sencillas son las últimas que se nos ocurren. Tonto ¿verdad? Carlos: (Picado) ¡Tantísimo!. (Sale, molesto, de escena) Carolina: No sé qué le pasa... está de pésimo humor. Fernando: Carlos sospecha. Carolina: ¿En qué lo nota? Fernando: Se ríe a destiempo. Carolina: Carlos siempre se ríe a destiempo. Bueno, no perdamos estos minutos preciosos que nos quedan. Fernando: Preciosos para mí, Carolina. Quizá ya no volvamos a encontrarnos así... a solas... Carolina: No nos pongamos románticos, por favor. Fernando: Pero, Carolina, yo... Carolina: Lo ideal sería encontrar a alguien... a quien le haya sucedido algo semejante, para saber qué pasa con una olla... Fernando: Pero... Bueno, de acuerdo ¡hablemos de ollas!. ¡Pasémonos la vida hablando de ollas! ¿En qué estábamos? Carolina: En que si la olla salta. ¡Sería terrible porque en el closet hay una damajuana con ¡parafina! Fernando: ¿Para qué tanta parafina? Carolina: La estufa en invierno, y una lámpara, por si cortan la luz... Fernando: Ah... la lámpara… Carolina: ¿Qué?. ¿Es peligroso? 17
  • 11. Fernando: No, pero la imagino a usted, Carolina, en una noche de lluvia, bordando a la luz de esa lámpara de otros tiempos... Carolina: ¡Su tía, otra vez!. ¡Cómo puede ser tan insensible! Entra el porta equipaje y anuncia: Porta equipaje: ¡El expreso a Santiago, dentro de 4 minu- tos! (Cruza la escena y sale, Carolina lo mira como pensando en algo) Fernando: Carolina, no puedo verla sufrir de ese modo. ¿Quiere que toque alguna cosita en el violín?. ¿Un poco de música ayudaría? Carolina: ¿Música?. ¡Lo que necesito son "hechos"!. ¿Comprende?. ¡Hechos! Fernando Lo siento: a pesar del progreso, no han inventado un dispositivo que permita apagar el gas a distancia. Carolina: (Coqueta) Pero... se puede tomar un tren... de regreso a Santiago. Fernando: (Con un sobresalto) ¡Carolina! Carolina: ¡Dijo que estaba dispuesto a todo! Fernando: A todo, menos a separarme de usted. Carolina: ¿Quiere ayudarme o no?. Tal vez lo que dijo antes no eran más que palabras. No debí fiarme de un violinista. Fernando: No ofenda a mi violín: después de usted, es lo que más quiero. Escuche: me iría sin vacilar si hubiera el menor peligro. Por favor, confíe en mí. Razonemos, deduzcamos... Carolina: No, es inútil. No me puedo sacar esa olla ardiendo de mi cabeza. Puede que no pase nada, pero también ¡podría incendiarse la casa!. Claro, usted no sabe lo que es comprar un sitio a plazos, con préstamos y dificultades, luego construir la casa propia, con tanta ilusión. Si fuera un poquito más comprensivo, me diría: "Deme las llaves, tomo un tren a San- tiago, y apago el gas". Pero, no. Usted no entiende, porque 18 este es un hecho de la realidad y no se arregla con soñar o dejar de soñar. (Pausa) Estoy segura que Carlos comprendería. Se pondrá furioso, pero... ¡tengo que compartir esta angustia con alguien!. Llamaré a Carlos. (Va hacia un costado y sin ganas, sin alzar la voz, llama) Carlos... Fernando: (Luchando consigo mismo) No. ¡No llame a Carlos!. Esto queda entre usted y yo. Será un secreto entre los dos. (Heroico, tiende su mano) ¡Deme esas llaves! Carolina: ¿De veras? ¿Lo dice de corazón? Fernando: De todo corazón. Carolina: (Impulsiva lo besa en la mejilla, abrasándolo) ¡Gracias, Fernando! (Se escucha un tren detenerse). ¡El expreso a Santiago, hay que darse prisa. Las llaves. (Muy acelerada busca en su bolso, lo vacía sobre el banco, mientras Fernando la mira extasiado por el beso). Mire, ésta es la de la mampara, y esta otra, más amarillenta, la de la puerta de calle. (Ve que él no está escuchando). Ponga atención, por favor: la de la puerta de calle, tiene maña, hay que inclinarla un poco hacia la derecha... (Se santigua para saber cuál es su mano derecha) No, hacia la izquierda. La cocina está al final del pasillo. Su maletín. (Se lo pasa, él sigue en éxtasis) Ah, y mi dirección en el campo, para que me ponga un telegrama, y saber qué si... no se produjo un incendio... Un lápiz... (Busca en su bolso). El lápiz de las cejas. ¡Papel, por favor!. Deprisa. Fernando: (Presenta el puño de su camisa) Aquí. Carolina: (Escribe) Mi dirección. Y ahora un nombre falso para que Carlos no sospeche. Rápido, un nombre, un nombre... Fernando: (Sigue extasiado) ¡Greta Garbo! Carolina: No, algo más común. Fernando: María Pérez. Carolina: Eso es. María Pérez. (El va a salir) ¡Su violín! Fernando regresa por el violín y al alejarse le lanza un beso con un: 19
  • 12. Fernando: ¡Adiós, mi amor! Al salir tropieza con Carlos que viene entrando. Rabioso tira al suelo los cigarrillos que acaba de comprar. Carolina: (Culpable) Carlos, qué manía la tuya de tirar todo al suelo. (Se los pasa) ¿Qué alcanzaste a oír? Carlos: Exactamente: "adiós, mi amor". Tal vez lo golpee. Carolina: No hay tiempo... (Sonido: tren partiendo). ¡Se fue el tren! Carlos: De modo que ese bicho era el causante de los calambres, del nada y el todo en que venías pensando y esa confusión al hablar... Y de la prisa desvergonzada que tenían los dos para deshacerse de mí. ¿Crees que soy tan idiota que no me doy cuenta de nada? Carolina: Carlos ¡divagas!. El nervioso eras tú, lindo. Siempre te pones así cuando te quedas sin cigarrillos. Estás completa- mente enviciado por la nicotina. Carlos: ¡Enviciado por la nicotina!. ¿Y cómo explicas, entonces, que ese imbécil con facha de delincuente, se despida de ti con un "adiós mi amor"?. ¿No te parece mucha soltura de cuerpo? Carolina: Carlos ¡estás celoso! Carlos: Sí, así como suena ¡estoy celoso! Carolina: Pero si siempre has dicho que los celos no son más que una manifestación del complejo de inferioridad. Carlos: ¡Qué hombre no ha dicho esa estupidez alguna vez en su vida! Carolina: Uuy, Carlos ¡estás haciendo el ridículo! Carlos: ¡Asegurador contra incendios! Y tuviste la desfachatez de presionar para que le tomara una póliza. Oye, ¿desde cuándo te interesan en los aseguradores? Carolina: Por favor, no me vas a hacer una escenita de celos... Carlos: ¿No crees que me has dado suficiente motivo? Carolina: Eres de lo más mal pensado que hay, lindo. Te 20 pregunté si estábamos asegurados, porque venía preocupada. Tú sabes... Puede que al salir de vacaciones como ahora, se le queda a una algo encendido. Y de ahí a un incendio... Carlos: Para esos percances de las mujeres distraídas, tomo otro tipo de precauciones: Cierro las llaves de paso. ¡Gran invento, las llaves de paso! Carolina: ¿Lo hiciste... ahora? Carlos: Evidente. Carolina: ¿La de la luz y... la del gas? Carlos: Lógico. ¿Y esa cara?. ¿Qué pasa ahora? (Ella, distraída, no responde), Carolina ¡dejaste algo encendido! ¿No desenchufaste la plancha como ese año que fuimos a Cartagena? ¿O qué? Carolina: Ay, no empecemos con los interrogatorios. Aquí no estamos en los tribunales. Es terrible estar casada con un abogado. Carlos: No te vayas por las tangentes. ¿Qué fue? Carolina: Bueno, admito que venía con una ligera incertidumbre. Carlos: ¡Carolina!, ¡la verdad! Carolina: Y si hubiera dejado algo encendido, no tienes por qué adoptar ese aire de superioridad. A ti también te pasan cosas ¿no? ¿No dejas nunca la mampara mal cerrada? Todavía no me conformo con que nos robaran la radio y los cubiertos el año pasado. Carlos: Cualquiera diría que yo tuve la culpa. Carolina: ¿Fue mía, entonces? ¿No eres tú el encargado de verificar que la puerta quede bien cerrada al partir de vacaciones? Carlos: No la dejé mal cerrada. Esa chapa no es segura. Carolina: Es lo mismo, lindo. Podías haber cambiado la chapa este año, y no lo hiciste. Carlos: (Riendo) Esta vez hice algo mucho más eficaz, y creo 21
  • 13. que me voy a divertir. Porque ese ratero, ¡te apuesto que es el cuidador de la casa de enfrente, la de los Gómez! Estoy seguro que tiene una llave que le hace a nuestra mampara. Pero... ¡que se atreva a abrirla!... (Se ríe). Le tengo una buena sorpre- sa. Carolina: ¿Ah sí? ¿Qué hiciste? Carlos: ¿No te llamó la atención, que me quedara tanto rato en la puerta? Mientras buscabas un taxi, le preparé una trampa. Carolina: ¿Una trampa?... (Afligida). ¿Mortal? Carlos: Bueno... Depende de la resistencia del tipo. Carolina: (Angustiada) ¿Qué barbaridad hiciste, Carlos, por Dios? Carlos: Me extraña tanta compasión por los rateros. ¿Ves?, Porque todos piensan como tú, tenemos esta plaga en Chile. Carolina: ¡Dime qué fue lo que hiciste! Carlos: ¿Te acuerdas del baúl lleno de fierros que tu tío nunca se quiso llevar? Eso me dio la idea. Lo coloqué sobre el saliente que hay entre la mampara y la puerta y lo amarré con una cuerda, de manera que al que abre la puerta ¡le caiga encima! Cae un pesado saco que tira el Porta-equipaje antes de entrar al escenario y Carolina, asociándolo con lo del baúl, cae sentada sobre una de las maletas y se queda, con la actitud del inicio, mirando ante sí. Entra la porta equipaje, anunciando: Porta equipaje: El tren local parte dentro de 4 minutos, el tren local... (Sale, diciendo) ¡Dentro de 4 minutos: si van a tomar ese tren, pasen a la otra vía. Carlos: (Recogiendo paquetes se los da a Carolina). No sería raro que al volver de la vacaciones nos encontráramos con un sujeto delirando, entre la puerta y la mampara ¡Carolina! Carolina: ¿Sí, Carlos? 22 Carlos: ¿No oíste? Llegó el tren local. (Le pasa la caja de sombreros, ella sigue mirando ante sí, con honda preocupación) Carolina: ¿Sí, Carlos? Carlos: Oye ¿te vas a quedar sentada ahí toda la tarde? Carolina: (A punto de llorar) No, Carlos... Carlos: (Tira un paquete al piso) ¿Cuándo vas a bajar de la luna, mujer, por Diós? Carolina: No sé, Carlos... Estalla la música incidental del inicio mezclada al ruido del tren que se va deteniendo. 23
  • 14. Don Anacleto avaro -Anacleto -Mariquita (Su empleada) -El Notario -Don Pedro -Juana (Mujer de Pedro) -Juan Malulo 24 ACTO ÚNICO La acción tiene lugar en la casa de don Anacleto. Hay una ventana al fondo. La entrada es por un costado. Se escuchan afuera pregones del manicero y del que vende mote con huesillos, y una melodía del organillero. Don Anacleto lee el diario en un sillón. Anacleto: ¡Mariquita! ¡Mariquita! Mariquita: (Entrando) ¿don Anacleto? Anacleto: Dale un peso al organillero y compra maní. Mariquita: ¡No nos queda ni un solo peso, don Anacleto! Anacleto: Bueno. ¡Sigue con tus quehaceres, entonces! Sale Mariquita. Se escuchan golpes en la puerta. Anacleto: ¡Mariquita! (Ella entra), asómate a ver quién está golpeando. Mariquita: (Mirando Por la ventana) ¡Ave María! Es un señor desconocido, vestido de negro de abajo arriba Anacleto: Abre la puerta. Mariquita: (Lo hace. Entra el Notario, ella va hacia Anacleto y dice). ¡Le abrí! Anacleto: Pregúntale quién es. Mariquita: (Al Notario). Pregunta don Anacleto que, quién es. Notario: (Carraspea). Soy el honorable Notario de este pueblo. (Ella se desplaza rápidamente con pasitos cortos de uno a otro) Mariquita: Dice que es el honorable Notario de este pueblo. Anacleto: Pregúntale que, qué se le ofrece. Mariquita: (Al Notario) Pregunta que, qué se le ofrece. Notario: Vengo a darle una buena noticia y una mala noticia. 25
  • 15. Mariquita: (Va hacia Anacleto). Viene a darle una buena noticia y una mala noticia. Anacleto: Dile que me dé la buena noticia y se guarde la mala noticia. Mariquita: (Al Notario). Dice que le dé la buena noticia y se guarde la mala noticia. Notario: Pregúntele si puedo hablar directamente con él. Mariquita: (A Anacleto). Pregunta si puede hablar directamente con usted. Anacleto: Dile que eres mi empleada de confianza y te pago, para que me sirvas. Mariquita: Dice que soy su empleada de confianza y que me paga para le sirva, aunque la verdad, señor Notario, es que me debe 33 meses de sueldo y si la cosa sigue así, me voy a retirar en Marzo. Anacleto: Cállate y vete, sírvenos helados. Mariquita: No hay helados, señor. Anacleto: Entonces, limonada. Mariquita: No hay limonada, señor. Anacleto: Entonces, déjanos solos, que tengo que hablar con el señor. Mariquita: Esta bien, señor. Me retiro. (Sale) Anacleto: Y bien, señor Notario, ¿cuál es la buena noticia? Notario: Lo siento, señor, pero para respetar el orden de los acontecimientos, tengo que darle primero la mala noticia. Anacleto: Bueno, dígala, entonces. Lo más rápidamente posible porque me desagradan las malas noticias. Notario: (Habla tan aceleradamente que no se le entiende). El lunes 30 de abril, a las 10 horas, 30 minutos, 5 segundos, falleció en la localidad de Ruri Ruri un tío político de usted, avaro de profesión, millonario y sin descendientes, de un ataque general a la salud del cuerpo humano. Anacleto: Muy mala noticia, señor, pero ¿podría repetirla más 26 lentamente? El Notario repite lo mismo pero en forma que se entienda. Anacleto: En efecto, mala noticia. Que descanse en paz el pobre tipo. Y que Dios lo tenga en su gloria. ¿Dónde dice que falleció? Notario: En la localidad de Ruri Ruri. Anacleto: ¿Dónde queda eso? Notario: Diez kilómetros al Norte. Anacleto: ¿Al Norte de qué? Notario: No me informaron. Anacleto: Ah. Y ahora, diga señor Notario, cual es la buena noticia. Notario: Como su tío político, avaro y millonario no tenía descendientes en línea directa y consanguínea, usted don Anacleto, resulta ser heredero indirecto y sanguíneo, y recibe una bolsa que contiene varios millones de pesos. (Le pasa una bolsa). En dinero contante y sonante. (Agita la bolsa para que suene). He dicho Anacleto: (La recibe) Ah, ah. (Con reacción tardía). ¿Co-co- como dijo? (Palpa la bolsa). Este que, este que, este que... ¿millones, señor Notario? ¡Es demasiado para mí! (Cae desmayado) Notario: ¡Empleada! ¡Empleada! Mariquita: (Entrando) ¿Qué se ha imaginado? No soy perro para que me llame de ese modo. Me llamo Mariquita. (Ve a Anacleto, lo toca). ¡Ave María! ¡Está difunto! (Llora) Notario: No. Sólo es un desmayo. Mariquita: ¡Asesino! Usted lo ha matado con la mala noticia. Notario: Por el contrario, la mala noticia le cayó bien, fue con la buena noticia. Anacleto: (volviendo del desmayo) Mariquita... ¡mi bolsa! (La 27
  • 16. busca, la encuentra). Mariquita ¡soy millonario! Qué digo... ¡multimultimultimillonario! Notario: Y yo, habiendo cumplido con mi honorable misión, tengo a bien retirarme. (Como Anacleto y Mariquita se abrazan eufóricos sin prestarle atención, sale) Anacleto: ¿Te das cuenta, Mariquita? Acabo de heredar millones en dinero contante y sonante... Compraremos un automóvil, que digo... ¡un tren! No, un buque... qué digo... ¡un castillo!... ¡Un país entero! Mariquita: Sí, don Anacleto, pero no lo grite tan fuerte que pueden oírlo. Anacleto: Y ¿qué importa que oigan? Mariquita: Si se corre la voz por el pueblo, vendrán a pedirle dinero para esto y lo otro. A pedir prestado, pedir regalado, la gente es así, don Anacleto... y ¡se quedará usted en la calle en un santiamén! Anacleto: Tienes toda la razón, Mariquita. No deben saberlo. Nadie debe saberlo. Ah... pero lo sabe el notario y lo contará. Hmmm. Debo comprar su silencio. Eso es, le daré dinero para no lo cuente a nadie. Va a buscarlo, Mariquita. Sale Mariquita y se la oye gritar: “Señor Notario, señor Notario” Anacleto: (Solo) Los buques están pasados de moda, compraré un submarino y un avión a chorro. Claro que eso ha de costar carísimo... creo que me contentaré con un buen automóvil. Un “Mercedes Benz” (Reflexiona un instante). No, no, es mucho gasto. Un Ford me servirá lo mismo. Hay que ahorrar un poco por millonario que uno sea. Y, pensándolo bien, si compro un auto voy a tener que pagarle a un chofer, y piden un sueldo muy subido, más con lo exigente que están ahora, no, pensándolo bien, decía, conviene más no comprar auto y usar 28 los taxis. Es bastante más cómodo. Sólo que se acostumbra uno y toma taxi a cada rato. Y eso ¡es la ruina! Lo más práctico es caminar, es un excelente ejercicio, digo para la salud... y ahorra uno en médico y medicinas. Claro que caminar tiene su pequeño inconveniente, se gastan mucho los zapatos, y con lo caro que están pidiendo para ponerles “media suela”, que le llaman... No. Decididamente, si deseo conservar este dinerito, lo más inteligente es quedarse en casa, sentadito en mi sillón. Y para lo que necesite, mando a la Mariquita... ¿A propósito?, ¿por qué no vuelve? Necesito comprar el silencio del Notario, ese gasto no lo puedo evitar. No porque uno hereda unos cuantos millones hay que empezar a gastar como loco. ¡No, señor! (Entra Mariquita seguida del Notario). ¡Ah! Ya regresa... Señor Notario, tengo una proposición que hacerle. Notario: Lo escucho don Anacleto. Anacleto: Es imprescindible mantener en secreto esto de mi herencia, los milloncitos... De modo que... ¡compro su silencio! Notario: Ofrezca. Anacleto: Pida usted. Notario: No, usted, don Anacleto. Anacleto: Usted, señor Notario. Notario: Diez mil pesos. Anacleto: ¡Ni muerto! Notario: Nueve mil novecientos noventa y nueve... Anacleto: Eso me parece más razonable, pero aún me parece demasiado. Notario: Ofrezca usted. Anacleto: Mil pesos... quiero decir, cien... mejor, diez pesos. Notario: (Indignado) ¿Diez pesos? ¿Qué quiere que haga con diez pesos? Anacleto: Puede usted comprar diez cosas de a peso. Notario: ¡No hay nada que se pueda comprar por un peso! Anacleto: Está bien: ¡cien pesos! Y ni una palabra más. 29
  • 17. Notario: De acuerdo. (Aparte a Mariquita). Este se volvió podrido de avaro. Anacleto: Entonces ¿jura usted no contar a nadie que soy millonario? Notario: Juro. Anacleto: ¡a nadie! ¡Ni siquiera a mí mismo! Notario: Ni siquiera a usted mismo. Anacleto: ¿Ni a usted mismo? Notario: Ni a mí mismo. Anacleto: Bravo. Trato hecho. Queda comprometido por el juramento. Notario: Y... ¿el dinero? Anacleto: ¿Qué dinero? Notario: Iba usted a comprar mi silencio. Anacleto: ¡Ja ja ja! ¿Oíste, Mariquita? ¿Yo, comprar algo tan inútil como el silencio? No se ve, no se toca, no se oye... ja, ja, ja, ¿por quién me toma? Notario: ¡Deme ese dinero! Anacleto: No tengo dinero. Soy pobrísimo ¿verdad, Mariquita? Notario: Acaba de ser usted multimillonario. Se queja de pobreza, ¡y tiene millones, millones! Anacleto: ¿Oíste, mariquita? Lo ha dicho a gritos. Juró no decirlo a nadie, ni siquiera a sí mismo. (Avanza, furioso, hacia él) ¡Devuélvame mi dinero! Notario: ¿Cuál Dinero? Anacleto: Los cien pesos con que compré su silencio. Notario: Dijo que lo iba a comprar, pero me dio nada. Anacleto: Lo dije, y la palabra de un hombre honrado vale tanto como el dinero, de un hombre honrado. Me da usted ese dinero o lo denuncio. Notario: ¡Pillo, sinvergüenza, infame...! (Le pasa dinero) 30 ¡Tome!, ¡Pero le advierto que esto es un robo! Mariquita: Don Anacleto, usted no puede hacer eso, no está bien. Notario: ¡Déjelo! Que se pudra con su dinero. Ha obrado la brujería fatal de los millones. Ha de saber usted, que su tío sufría de una horrible enfermedad. Anacleto: ¿Qué enfermedad? Notario: Por las noches tenía sudores fríos y de día sudores cálidos. Constantemente lo asediaban terrores matutinos y alucinaciones vespertinas, porque temblaba sin cesar ante la sola idea de que le pidieran, le robaran, le quitaron un peso de sus adorados milloncitos. Temblaba ante la idea de enfermarse y tener que gastar en médico. No tenía automóvil para no gastar en chofer o bencina, no caminaba para no gastar la suela de sus zapatos... Anacleto: (Que ha empezado a temblar al escuchar al Notario). Mariquita... creo que estoy enfermo... Mariquita: ¡Jesús! Voy a buscar un doctor... Anacleto: ¡No! ¿Estás loca? Piden carísimo por una consulta. Mariquita... ¡tengo sudores fríos y calientes! Notario: ¿Y sabe usted cómo se llama esa enfermedad que aquejaba a su honorable y despreciable tío? Se llama avaricia... Y ahora la ha contraído usted. Esto dicho, me retiro. (Sale) Anacleto: ¿Yo, he contraído una enfermedad? ¿Oíste, Mariquita? Mariquita: Don Anacleto, ¡tire lejos ese dinero antes que le traiga desgracia! Anacleto: Jamás. (Abraza la bolsa de dinero). Jamás de los jamases... Mis milloncitos. (Besa la bolsa) (Con temor, escuchando) Shhht... (Va a la ventana y le hace señas para que se acerque). Escucha, Mariquita... es la voz del Notario... Voz del Notario: ¡Oigan todos los de este pueblo! Don Anacleto acaba de heredar millones, gran cantidad de 31
  • 18. millones... Oigan todos, ¡don Anacleto se ha vuelto millonario, no, multimillonario, millones de todos colores y de todos los tamaños! Anacleto: ¡Infame! ¡Maldito Notario! Ahora llegarán aquí todos a pedir. Mariquita, anda y diles que es mentira que soy pobre como una rata. Mariquita: Lo haré, don Anacleto, pero primero págueme los 33 meses que me debe por mi abnegados servicios. Anacleto: Nunca me habías cobrado un centavo, Mariquita. Nunca recuerdo haberte pagado. Mariquita: No me pagaba porque era pobre. Anacleto: Y ahora no te pago porque soy rico, y los ricos deben ahorrar para seguir siendo ricos. Mariquita: ¡Avaro! Anacleto: ¡Vete! Mariquita: ¡Me voy! (Sale, regresa en el acto, amenazante) Pero ¡le va a pesar, le va a pesar! (Se retira) Anacleto: Una boca menos que alimentar. Ja, ja, ja... Y ahora, tengo que buscar la manera de alejar de aquí a los “pedigüeños”. Necesito un consejo. Hay una sola persona en este pueblo que da consejos gratuitamente, Juan Malulo. Lo llamaré por teléfono. (Toma el fono). Aló... ¿Estás en casa Juan Malulo? Necesito un consejo... (Al colgar se presenta entre humos, Juan Malulo, el diablo, de rojo y con cola.) Anacleto: ¡Hombre! Siempre me asustas. ¿En qué vehículo viajas para llegar tan pronto? Juan Malulo: En el del interés: me interesa atender cuanto antes a mi clientela Anacleto: Tienes que darme un consejo, Juan Malulo. Juan Malulo: ¿De qué se trata? ¿Hay que perjudicar a alguien 32 de este pueblo? Es fácil, a todos les conozco sus debilidades, y sé cómo hacerlos rabiar... Anacleto: No, no. Escucha: desde hace una hora soy millonario Juan Malulo: ¡Me parece espléndido! Anacleto: Pero no te daré ni un centavo por el consejo. Juan Malulo: Así no dejarás de ser millonario. Anacleto: Tú me comprendes, Juanito (Lo va a abrazar, se retira asustado, soplando sobre sus ropas). Oye, ¡quemas! Juan Malulo: (Ríe) Sí, un poquito...Y bien, ¿de qué se trata el consejo? Anacleto: Necesito librarme de los pedigüeños. Vendrán todos a pedir dinero porque el Notario proclamó por el pueblo que recibí una herencia de millones. Juan Malulo: Te voy a hacer una magia nueva, que acabo de aprender. Saca la lengua. Anacleto: Ah. (La saca mientras dice con dificultad) ¿La tengo “sucia”? Juan Malulo: Silencio. Mantén la lengua afuera mientras te hago la magia. Anacleto: (Hablando con dificultad). ¿No ves que la tengo afuera? Juan Malulo: ¡No hables porque la lengua se entra! Anacleto: (Con dificultad, tratando de mantener la lengua afuera). Bueno, me callo. Hablo. Juan Malulo: ¡Digo que no hables! Anacleto: Bueno ¡no hablo! Juan Malulo: (Desesperado) ¡Silencio! (espera un momento y al ver que Anacleto mantiene la lengua afuera y guarda silencio, hace unos pases con sus manos por sobre la lengua, diciendo a modo de cábala). “Roñonio trifolati al crostino..." lengua recibe esta magia: ¡repetirás siempre lo último que escuchen los oídos de tu dueño! ¡Listo! Anacleto: ¡Listo! 33
  • 19. Juan Malulo: Ya está obrando la magia. Quieras o no, tendrás que repetir siempre. Anacleto: Siempre... Juan Malulo: ¡Siempre! Anacleto: Siempre... Juan Malulo: Siempre... Vaya, qué idiota soy, me olvidaba que repites por la magia que te acabo de hacer. Ja, ja, ja. Hasta luego. (Se retira con un salto y sale humo) Anacleto: Luego. Qué magia tan rara, ¿Para qué servirá? Servirá. Ja, ja, sin querer repito lo que yo mismo digo. Digo. Oigo golpear la puerta... puerta (Va a la ventana). ¿Quién será...? ¿Será? El primer pedigüeño, don Pedro, viejo pillo. Pero no me sacará ni un cinco... cinco. (Va a abrir la puerta, entra un campesino, don Pedro) Don Pedro: Buenas tardes, pues... Anacleto: Tarde, pues. Don Pedro: ¿Cómo que “tarde”? (Al público). A lo mejor ya se lo pidieron todo... (A él) Oiga, compadrito, ya que usted tiene tan buen corazón, yo venía a pedirle que me saque de un apuro bien grande... Anacleto: ¡Bien grande! Don Pedro: Bien grande... Anacleto: Bien grande. Don Pedro: (Hacia público) Se le pegó el disco al compadre. (A él) Oiga, don Anacletito. ¿Por qué le ha dado por repetir? Anacleto: Por repetir. Don Pedro: Bueno, si es su gusto, cada cual es dueño... Como le decía, vine para que me saque de un apuro y cuento... Anacleto: ¡Puro Cuento! Don Pedro: No, compadre, no es puro cuento, déjeme terminar, digo que estoy en apuros y “cuento con su merced”, 34 que tiene tan buen corazón, para que me ayude. Porque he sabido que usted es muy rico. Anacleto: Muy rico... Don Pedro: Y resulta que la Juana, mi mujer y yo, no tenemos ni para pagar el médico... Anacleto: ¿El médico? Don Pedro: Sí, pues, porque a la Juana se le enfermó su abuela... Anacleto: (con tono de insulto) ¡Su abuela! Don Pedro: Oiga, Don Anacleto no es broma... Anacleto: (Contento) ¡Es broma! Don Pedro: Epa, no se burle de la desgracia ajena. Como decía, la abuelita de la Juana está enferma y la pobre lo único que tiene para ver si mejora es agüita de albahaca... Anacleto: (tono de insulto) ¡Vaca! Don Pedro: Oiga, qué se cree... despacito por las piedras, no me venga con insultos, mire que yo ligerito me aburro... Anacleto: ¡Burro! Don Pedro: Hasta aquí no más le aguanto, compadre, pero ¡más, no! Anacleto: ¡Asno! (A público) Ja, ja, está haciendo efecto la magia, magia. Don Pedro: (A público, rabioso) ¿Y a este viejo qué le pasa? (A él, zalamero) Oiga, compadre ¿qué se tragó un zoológico? Anacleto: Lógico. Don Pedro: (al público) Este viejo es rico y yo necesito dinero, así es que tendré que ser paciente y hablarle con buen modo aunque me insulte. (A él) Sabía, don Anacleto que las personas generosas son agradables a Dios Anacleto: ¡Adiós! (Se restriega las manos, contento) Don Pedro: ¿Cómo? ¿Me está echando a la calle? Anacleto: ¡A la calle! Don Pedro: ¡Me las pagará muy caro! Se lo cuento a la Juana 35
  • 20. que es una mujer de armas tomar. ¡Verá usted lo que es bueno! Anacleto: Bueno. (Va hacia la puerta) Don Pedro: (Furioso) ¡No respondo por lo que le pase! Anacleto: ¡Pase! (Abre la puerta y le indica que pase con el gesto. Don Pedro sale, indignado, Anacleto ríe, contento) Ja, ja, já... Resultó excelente la magia... la magia. (Se escuchan golpes en la puerta). Esa debe ser la Juana, su mujer que viene a pedirme cuentas por el trato que le di al compadre... compadre... Pero obrará la magia... la magia. (Le abre) Juana: (Entrando con un escoba, amenazante) Ah, ¡aquí está! ¡Se atrevió a llamar “vaca”, “burro” y otros animales a mi marido en lugar de ayudarlo! Sepa usted que nadie más que yo tiene derecho a insultarlo. ¡De modo que me va a pedir perdón en el acto! Anacleto: En el acto. Juana: Bueno, hágalo, entonces. ¿O quiere que le pegue? Anacleto: Pegue... (Ella le pega, persiguiéndolo por el cuarto a escobazos). Socorro, socorro, fue culpa de la magia... magia Juana: ¡Qué magia! Vaya tipo raro. Ya, ya, pida perdón, ¿o quiere que le siga pegando? Anacleto: (Afligido) Siga pegando... (Para sí, murmura). Maldita magia... magia. Juana: Miren qué gustito tan raro. Bueno, para mí es un placer. ¿Más? Anacleto: ¡Más! (Recibe más escobazos) Juana: ¿Más? Anacleto: Más... (Se cubre la boca a dos manos) Juana: (Al público). Divertido el viejo. ¡Le encanta que le peguen! (Al pegarle se le cae a Anacleto la bolsa). ¿Y esto qué es? Parece que es dinero... Anacleto: Es dinero... Juana: Caramba. Y se diría que es muchísimo dinero... 36 Anacleto: Muchísimo dinero. Juana: y... ¿es suyo? Anacleto: (Con intenso dolor) Es suyo... Juana: Pero compadrito, no me diga, ¿está seguro? Yo creo que es suyo. Anacleto: Es suyo (lo dice con una voz llorosa) Juana: Pero ¡qué suerte la mía! Tantísimo que necesitaba dinero. Pero no se estará burlando... A ver, repita que este dinero es un regalo. Anacleto: (Idéntico). Es un regalo... (Llora) Juana: ¿De veras? Anacleto: De veras. Juana: No lo puedo creer... ¿Así es que todo este dinero es mío? Anacleto: ¡Es mío! ¡Es mío! (Deja de llorar, salta de gusto). ¡Me salve, me salvé! Juana: ¿Cómo que suyo? Si me lo acaba de regalar, pues, compadre. Supongo que es una broma. Anacleto: (Sufre de nuevo) Una broma, una broma... Juana: ¡Qué alivio! Creí que se había arrepentido. Oiga, ¿me lo regala todo? Anacleto: Todo... Juana: En serio, ¿todito? Anacleto: (Lloroso) Todito... (Cae desmayado en el sillón. Juana lo besa en la frente y va hacia la ventana) Juana: (Sale gritando hacia fuera) Pedro, Antonio, José, señor Cura, Vengan todos para contarles la buena noticia... (Unas caras de cartón empiezan a asomarse desde fuera a la ventana) 37
  • 21. Anacleto: (Volviendo del desmayo, busca su bolsa). Socorro, ¡al ladrón! Me han robado mis millones... millones... Maldita magia, maldita magia (Se pega en la boca, y en la lengua). (Entran Juana y Pedro) Juana: Don Anacletito, dígale a Pedro la verdad, no me quiere creer, dígale que es verdad. Anacleto: Es verdad... Juana: ¿Oíste, Pedro? (A Anacleto). Pedro no me quería creer que usted es tan bueno que se dejó castigar, que hasta me pedía más golpes. Y para expiar faltas pasadas, me regaló todo su dinero. ¡Jesús, qué hombre tan desprendido! (Abraza a Anacleto que la mira atontado sin poder creer lo que le pasa). ¡Es un héroe, un santo, un mártir! Por favor repita, para que Pedro me crea, que lo que acabo de decir ¡es la pura verdad! Anacleto: La pura verdad... (Los mira como atontado, incapaz ya de reaccionar) Don Pedro: (Sacude su mano y palmotea su espalda) Pero, don Anacleto, ¡esto es un milagro! (Anacleto empieza a sentirse conforme) Anacleto: ¡Un milagro! Juana: ¡Un héroe! ¡Es capaz de darlo todo! Anacleto: ¡Todo! Don Pedro: ¡Se merece una estatua en la Plaza! Anacleto: ¿En la Plaza? Juana: (Enternecida) Mírenlo, ¡qué modestia! ¡Cómo no! Una estatua en la Plaza del pueblo, y la inauguraremos con banda de música (Alza la mano). ¡Será así tan alta! Anacleto: ¿Tan alta? Juana: Pero qué humilde... ¿Le parece demasiado? Anacleto: Demasiado... 38 Don Pedro: Pero se lo merece, don Anacleto, porque ese dinero que usted nos regala lo repartiremos a los necesitados de este pueblo, haremos pavimentar las calles, pondremos luz eléctrica, construiremos escuelas, miles de cosas... Anacleto: (Empieza a sentir entusiasmo). ¡Miles de cosas! Juana: ¡Y usted, pobrecito, se ha quedado sin nada! Anacleto: (Con tristeza) Sin nada... Don Pedro: Se equivoca, compadre: la Juana se lo fue a contar a todos en el pueblo y están haciendo una colecta para traerle cada día todo lo que necesite y de cuidar de usted como el héroe de este lugar... Es más ¡quieren nombrarlo Alcalde! Anacleto: (Ahora sin ocultar su felicidad). ¡Alcalde...! Juana: ¿No oye? Ya están aclamándolo... asómese a la ventana. Anacleto: A la ventana. (Va a la ventana) Voces de afuera: ¡Viva don Anacleto! ¡Viva! ¡Queremos tener a don Anacleto de Alcalde! ¡Viva el benefactor del pueblo! Anacleto: ¡Benefactor del pueblo!... (Al público). Soy el hombre más popular... más popular de este pueblo, de este pueblo... Don Pedro: Y bien, don Anacleto, vamos a ir a prepararlo todo para la fiesta de esta noche, una fiesta en su honor, donde Anacleto, para agradecer que lo haya dado todo para el pueblo. (Sale seguido de Juana) Anacleto: (Orgulloso, repite). ¡Todo para el pueblo! Ja, ja, ja... No tengo un centavo, pero me siento feliz... qué raro... raro. (Toma el fono) Juan Malulo!... Malulo... (Un fogonazo, humo y aparece Juan Malulo). Líbrame de la magia, ya no la necesito, Necesito. Juan Malulo: (Al sacar Anacleto su lengua hace unos signos sobre ella repitiendo) “Roñoni trifolati al crostino", magia desaparece... (Ríe, contento). Ahora cuenta, parece que resultó. ¿Te fue bien? 39
  • 22. Anacleto: ¡Espléndidamente! Juan Malulo: ¿No lograron sacarte ni un centavo? Anacleto: No tuvieron que sacarme nada, ¡les regalé todo el dinero! ¡Y me siento feliz! Juan Malulo: (Al público) Diablos... parece que falló la magia. No debí experimentar con magias nuevas. (A Anacleto). ¿Por culpa de la magia tuviste que regalar los millones? Perdona, te haré otra magia para que los recuperes... Anacleto: No, gracias. No quiero recuperarlos. Me siento feliz sin ellos. Juan Malulo: (Al público). Qué extraño... Seguro que mi enemigo Juan Bueno, anduvo metido en esto... Anacleto: Y ahora, gracias por la molestia, de todos modos, pero te puedes ir, porque estoy muy ocupado. Juan Malulo: ¡Maldita Sea! (Humo y desaparece) Mariquita: (Entrando, cae de rodillas). ¡Perdón, don Anacleto! Lo juzgué mal. Ya me han contado la noticia y vengo a rogarle que acepte otra vez los servicios de su vieja Mariquita, ¡no le cobraré ni un cinco! ¿Me perdona? Anacleto: (Solemne) Te perdono, hija. Anda a la cocina y trabaja. Mariquita: Oiga, ahí afuera están haciendo cola... Anacleto: ¿Quiénes? Mariquita: El heladero, el barquillero, el manicero... y escuche (Se oye la melodía de un organillero) Anacleto: ¿Qué quieren que hacen cola? Mariquita: Quieren darle de todo, y gratuitamente, y para siempre... Anacleto: ¡Vaya, vaya! Eso se pone cada vez mejor. Déjame solo que quiero reflexionar, y lleva un canasto para recibir la mercadería que me quieren regalar. (Mariquita sale, Anacleto se pasea, hablando al público). ¿Qué les parece? Me nombrarán Alcalde, todos me aclaman, me traen regalos y 40 prometen cuidar de mí... Y yo que pensé que la magia de Juan Malulo, era mala, como lo es él...y era ¡estupenda! Una Voz: (llamando) Anacleto... ¡Anacleto! Anacleto: ¿Quién me llama? La Voz: Soy yo, Juan Bueno. Anacleto: ¿Dónde estás? La Voz: A tu lado. Anacleto: No te veo. ¿Me estaré poniendo corto de vista? La Voz: No puedes veme, porque soy invisible. Anacleto: Pero dime dónde estás para mirar en esa dirección. La Voz: Da lo mismo, estoy en todas partes... Anacleto: Bueno, bueno, miro entonces a todas partes... (Ríe, contento). Dime, Juan Bueno, ¿qué te parece lo que me ha sucedido gracias a la magia de Juan Malulo? La Voz: Te equivocas. Yo velé para que la magia saliera al revés. No es por la magia que estás feliz. Anacleto: ¿Cómo es eso? ¿No fue por la magia de Juan Malulo entonces? La Voz: No, Anacleto, y aprende esto, la única magia es ésta “Quién más da, más recibe” Anacleto: “El que más da, más recibe”. ¡Eso me huele a moraleja! La Voz: ¡Es la moraleja de este cuento! Anacleto: ¿Y llaman “moraleja” a la frasecita que se escribe al final de un cuento? La Voz: Así es, Anacleto. Anacleto: Entonces, (Al público). ¡Ya lo oyeron! Este el final, y me alegro porque tengo que ir a tomar helados, a comer maní, barquillos, y mote con huesillos... ¡Mariquita! Mariquita: (Entrando) ¿Don Anacleto? Anacleto: Vamos a la Plaza, nos están esperando. (Al público). ¡Hasta la vista...! Niños, y personas mayores también, canten conmigo... “¡Quién más da, más recibe... quién más da 41
  • 23. más recibe! Con una música alegre, bailan los personajes, cantando “quién más da más recibe”. Luego dicen todos en coro. ¡Fin! y saludan. 42 Amor a la africana -José Paravicini (el marido) -Isabel (la esposa) -Pupi (amiga de Isabel) Para ser dada en una sala para café concert: al fondo, pequeño escenario que representa un living, donde hay un diván, un espacio balcón y, a un costado. Se simula un ascensor, con las luces (sin que aparezca el espacio mismo, el ascensor). Música incidental, para separar unas escenas de otras, junto con breves “OSCUROS” y toque de batería, indicada en el texto. La actriz, caracterizada como Pupi, se mueve entre las mesas del café, digiriéndose a público. El actor, José Paravicini, ya caracterizado, es uno de los que están en las mesas de la sala. Café-concert basado en la comedia "Dos más dos son cinco" de la misma autora estrenada en 1957, al que se le puede agregar la parte musical. 43
  • 24. ACTO I La obra está concebida para que la misma actriz sea la que hable a público en la introducción, como Pupi, y que luego cambiando de peluca y con algún elemento vestuario (y sobre todo marcando la diferencia en la actuación) interprete, alternadamente, tanto a Isabel como a Pupi. La actriz: No sé si ustedes... perdón, antes, buenas noches. No sé si ustedes, decía, tienen algún problemita conyugal... Digamos que hay dos grandes depredadores del matrimonio: uno, los celos, justificados o imaginarios. Dos ¡la rutina! El desgaste. Eso de: "Déme dinero, mijito" ”No tengo, mijita" "¿Cómo? Este mes me diste menos que el mes pasado y las cosas subieron al doble." "La inflación, mijita, las cosas suben de precio y el sueldo, no." "Pretexto". Lo que pasa es que usted ya no me quiere... ya nunca me invita a comer a un restaurante, a tomar un traguito... menos, todavía "a bailar," "¿Sabes lo que te saltean en esos restoranes con orquesta, aunque pidas un hot dog y una coca cola?" ¿Hot-dog y coca cola? ¡Qué vulgar!"... Bueno y él piensa en algo más al alcance de su bolsillo y la toma en sus brazos y le propone hacer... (Toque de batería) ¡Eso!. Y ella "mijito, para serle franca, cuando hacemos "eso", es cuando más noto que ya no me quiere como antes". "¿¡Qué!?", exclama él, herido en su hombría. "A ver ¿cómo es eso?" Y ella "No se ofenda, pero ya no veo el infinito como cuando recién nos casamos. Perdone, pero ¡Ni un brillo!,... Y él "¿Qué quiere? ¿Que yo la...?. (Batería) ¿Con el mismo ardor de entonces, ahora que llego agotado de la oficina, con las horas extras para completar el sueldo?" Y ella: "Nada que ver con el trabajo. Cuando llega tarde, seguro que tiene otra mujer y a ella (Batería) me tinca que le hace ver el infinito." Y él: "Oiga, córtela con lo del 44 "infinito". ¿Cree que con lo que gano me alcanza para mantener una querida?" Se desplaza entre las mesas, observando al público. Bueno, no vamos a negar que la inflación "desinfla" a los maridos. Como se hace poco el sueldo, algunos se emplean de día como contadores y por la tarde en un café concert, y por la noche trabajan un taxi... y sólo ganamos en polución. Se coloca una peluca vistosa, y toma actitudes que caracterizan a su rol de Pupi. Me presento, Pupi Chávez, sicóloga, doctorada en Berkeley, especialidad, ansiedad causada por el deterioro conyugal... ¿Alguien requiere de mis servicios? (Toma un pequeño libro y lo enseña, desplazándose). Este librito que descubrí ¡es la Biblia!... es decir... Lo escribió nada menos que el gran filósofo inglés Bertrand Russel. Sí, él mismo, pueden informarse si creen que lo invento. Explica cómo ser feliz en la vida y en el matrimonio... (Dirigiéndose a alguien en el público) ¿Sufre de celos, señor? Aquí, en este librito, se lo resuelven en un dos por tres. Y usted ¿está llegando al "dame dinero, mijito... no tengo mijita?" Aquí está el remedio: "cómo combatir la rutina". Les hago una demostración enseguida. (Mira hacia la sala o las mesas). Sé que a nadie le agrada servir de cuyi pero... ¡A! Creo que encontré un voluntario. El que levantó la mano... (Luz sobre el Actor que está sentado en una de las mesas). Bravo... Venga. Sí, usted, no tenga miedo. (El hace gestos negándose, murmura que no levantó la mano, ella insiste, él la sigue hacia el escenario). ¿Su nombre?, (El murmura algo). Más alto, por favor. José: José Paravicini Angeloto. 45
  • 25. Pupi: ¿italiano? José: Más o menos. Pupi: ¿Casado? José: Bastante. Pupi: ¿Jura decir la verdad, sólo la verdad, nada más que la verdad? José: Lo juro. ¿Qué tengo que decir? Pupi: Ya se le ocurrirá. Es usted un marido "tipo". Supongamos que llegó agotado de la oficina... Bueno, ahora está desespera- do porque su mujer le esconde los cigarrillos por miedo al avisito que pasan en la Tele, ese en que se ve en una playa a un tipo, rodeado de piluchas gracias a la magia de encender un cigarrillo que le procura la felicidad, y después el macabro cartelito: "El Tabaco produce Cáncer"... Bien, empiece a buscar. (José busca moviendo los cojines del diván, ella lo observa un momento, luego pide). Con más "desesperación", por favor. (José, en cuatro pies, mira afanosamente bajo el diván y demuestra "desesperación") Bien, eso está mejor. Ahora entro yo, es decir, la Pupi, la amiga de su mujer. Espere, debo entrar por el balcón. Busque, mientras tanto. (Sale de escena) José: (Tomando su cabeza a dos manos, exclama) ¡Esposa! ¿Dónde chu... quiero decir, dónde diantre escondiste mi ración de nicotina? Esto es horrible... (Busca a gatas) ¡Espantoso! Pupi asoma la cabeza por el lado balcón: Pupi: Un poco más de naturalidad... (José, sin mirarla, cambia) José: Cigarritos, cigarritos... ¿dónde se escondieron? (Los llama como a un perro. Ve a Pupi) ¡Pupi! ¿Estoy soñando? ¿Eres tú? Pupi: Sí, darling, soy yo. ¿Qué haces en cuatro patas? José: ¿Por dónde entraste? ¿Atraviesas las paredes? Pupi: Por el balcón, darling. Vivo en el departamento vecino 46 ¿no lo recuerdas? Están comunicados... salté la reja. José: Vivías al lado... ¡pero estabas en Norteamérica! Pupi: Regresé ayer. (Un silencio) ¿No me preguntas algo, José? José: Sí: ¿tienes un cigarrito? Pupi: (A público) Qué mal educado... (A él) Sorry, no fumo. José: ¡Roñoñi-trifolato-al-crostino! Pupi: ¿Palabrota italiana? José: "Riñones al canapé"... un guiso. Pero, desahoga. Pupi: Eres de lo más mal educado que hay, José: hace 3 años que no nos vemos y tú... José: Y yo hace 3 horas que no fumo. (Amable) Perdón. ¿Cómo te va? Pupi: Bien, gracias. ¿Y la Chabela? ¿Dónde está? José: Eso quisiera saber ¿dónde está? Pupi: No me digas que se separaron, Sería "awful". José: ¿Qué? Pupi: Espantoso. Una regresa de un viaje y ya nadie sigue casado con nadie. O, mejor dicho, todos están casados con otros. ¿Por qué se separaron? Y no te sientas raro: hoy es lo más normal. José: Seré "anormal", pero sigo casado con Isabel. ¿Dónde los escondería? (Reinicia la búsqueda de cigarrillos) Pupi: (Ofendida) Ni siquiera me has preguntado cómo me fue. José: Sí... ¿cómo te fue? Pupi: "Wonderful". Fantástico. Sírveme un trago. (El deja de buscar y le sirve un trago). Me gradué en Berkeley. José:"Berkeley"... ¿una nueva profesión? Pupi: Una universidad, mi amor... José: (Coqueto) ¿Y en qué se graduó, mi linda? Pupi: En algo que tú necesitas con urgencia, darling. José: No me digas... (Toque de batería) ¿Será lo que estoy pensando? Pupi: ¡José! Por esa mirada libidinosa, me imagino que... 47
  • 26. José: ¡Una broma, Pupi! Y ¿qué es lo que necesito yo con urgencia? Pupi: ¡Un psiquiatra! Basta ver cómo te tiemblan el pulso, esos ojos vidriosos, y tu modo patológico de escarbar... José: Calma: el pulso me tiembla de nacimiento. Ojos vidriosos, deben ser los lentes de contacto, y mi modo de escarbar no tiene nada de patológico (De pronto frenético, mientras grita) ¡quiero fumar! (Le sonríe, calmado) Disculpa. Mira. Pupi, tengo un sistema; si te has dado cuenta ¡uno jamás encuentra lo que busca! Basta con buscar otra cosa para que aparezca... ¡Vaya! (Saca de algún lugar un folleto) ¡Aquí esta- ba! Otra cosa que tenía extraviada: mi folleto. Debí buscar el folleto para encontrar los cigarritos. Pupi: ¿De qué se trata? (Indica el folleto) José: Mi obra maestra. (Lee el título) "De cómo suprimir las U- EFE en cinco minutos y de paso, eliminar la inflación y elevar el percapita y terminar con la cesantía y otros problemas que están llevando mucho a la mierda a los países en vías de desarrollo." Pupi: Como título, además de largo es grosero. José: Bueno, no dice "mierda", lo acabo de agregar, y están de moda los títulos largos. Es ¡sensacional! Pero, por el momento ¡me siento en las U-EFES y en la inflación, lo que quiero! ¡Es encontrar los cigarritos! ¡Roñoni-trifolato-al-crostino! Patea el piso rabioso y resuenan otros tantos golpes. Pupi: ¡No te creo! ¿Patadas con eco? (Indica el piso) José: Las viejitas Vergara. Las del piso de abajo. Escucha. Da 3 patadas y se escuchan los 3 golpes de respuesta. Pupi: ¿Patean de vuelta? Esas viejitas ¿caminan al revés? O 48 sea... (Gesto confuso indicando el techo) José: Golpea en el techo con un palo largo: dicen que con mis patadas se les queman las ampolletas... Bueno, quizá estén en la cocina. Pupi: ¿Las viejitas Vergara? José: Los cigarrillos. Isabel ¡no me la vas a ganar! (Inicia salida hacia el fondo, lo retiene Pupi) Pupi: ¡Mi pobre José! Sufres de la típica ansiedad del drogadicto. José: Drogadicto ¿yo? ¡Hazme el favor! (Cambio). Me bastaría con uno solo. Qué digo, encenderlo, al menos. Y la Chabela sin llegar. ¡Son más de las nueve! Pupi: Transferencia, darling. José: ¿Qué? Pupi: Transfieres la ansiedad del tabaco a tu verdadero problema: el problema conyugal ¿Eres feliz en tu matrimonio? José: ¿Yo? Bueno... no sé. Supongo. Pupi: Típico: "supones". Dime ¿tu mujer tiene un amante? José: Si lo tuviera, aquí habría un cadáver. No dos. (Piensa) ¡Tres! el del amante, de la Chabela y el mío. En ese orden. Pupi: (A público) Un caso de machismo en tercer grado. Sigamos. (A él) Y tú, José ¿engañas a tu mujer? José: Bah, eso ¿qué tiene que ver? (Ríe con malicia) Nada que ver. Pupi: (A público) Machismo en "cuarto grado". El hombre, ¡nada que ver! La mujer ¡tres cadáveres! (A él) Estás pasado de moda, darling. Se terminaron esos tabú. Hay mujeres empresarias, ministras, juezas, astronautas. Si tienen las mismas responsabilidades y corren los mismos riesgos que los machos ¡tienen iguales derechos! ¿No? José: Vaya ¡feminista! (Alza un dedo amenazante). Te prohíbo que me contagies a Isabel. 49
  • 27. Pupi: “Me" la contagies. Posesivo. ¿Isabel es tu propiedad privada? José, deberías hacerte unas cuantas preguntas sobre higiene matrimonial: ¿alimentas debidamente sus necesidades psico-biológicas? En otros términos "sexuales". Segundo… (José la detiene con el gesto) José: ¡Para, para!... ¿qué insinúas? ¿Necesidades sexuales? Pupi: Al hacer el amor ¿cómo procedes? José: Te hago enseguida una demostración, "darling"... (Trata, gentilmente, de derribarla sobre el diván) Pupi: (Apartándose) Me lo temía: ninguna sutileza. La derribas sobre el diván y ¡paf, paf! José: Paf, paf, pero en la cama que es más ancha. Pupi: Peor, pues: al menos, en el diván tiene más brillo, José: ¿Tú crees...? (Se queda pensativo) Pupi: Importa la creatividad, dear. (Ríe). ¡Nunca olvidaré cuando "me atacaron" en un ascensor! José: ¿Subiendo y bajando? No se me hubiera ocurrido. Pupi: Los maridos carecen de imaginación. Piensa, José, que el amor es como una planta fina, que hay que cuidar para que no se marchite. Si la descuidas, la mujer sale en busca de... otro jardinero, si me permites la metáfora. (José mudo, la mira fijo, lo que es una de sus características. Pupi, al público) No lo puede creer. (A él) Si no alimentas su erotismo, saldrá a buscarlo fuera de casa ¿no crees? José: ¡Permíteme! Isabel es una mujer decente. Pupi: Of course. El 99 por ciento lo son. Y sin dejar de ser- lo... (El trata de detenerla con el gesto) Cálmate. "Take it easy". Mira, al comienzo ellas sólo buscan sustitutos... José: ¿Algo como el Nescafé...? Pupi: No, darling, nada que ver: suelen ir a clases de cerámica, de gimnasia aeróbica, inscribirse en organizaciones, la política, conferencias sobre la Biblia, disciplinas orientales... José: (La detiene con el gesto) ¡Sonamos! Tomó un curso de 50 "meditación trascendental". Pupi: Entonces, está al borde de un precipicio. Bastará un leve empujoncito para que ruede cuesta abajo. José ¿Lo dices en serio? No conoces a la Chabela. Pupi: ¿Cuántos años llevan de casados? José Espera... cinco. Pupi: La comezón del séptimo año "seven years itch"... En la era atómica bajaron a cinco. José: Según tú, a los 5 años las esposas decentes ¡dejan de serlo! Pupi: Es todo un proceso. Empiezan por añorar la época en que el roce de una mano bastaba para que les temblara el piso... José: Tonterías. A la Chabela nunca le tembló el... Oye ¿crees que le temblaba el piso conmigo? Pupi: Of course. Pero cuando el novio enamorado se trans- forma en esa cosa gruñona y aburrida, es decir, un marido... José: Pupi ¡no seas grosera! Pupi: Perdona, tengo que abrirte los ojos. Mira: llegas a casa con ese mal genio potencial que arrastras luego de una dura jornada en la oficina, te llamó la atención el gerente, etc. y sucede... José: ¿Qué...? Pupi: Que ese mismo día, un admirador le ha dicho "Isabel, adivino que no es usted feliz en su matrimonio". José: ¡A ese desgraciado que me lo traiga! Pupi: Una hipótesis, darling. Pero es posible que encuentre a un hombre galante que la corteje ¿no? Y ella, inconsciente- mente lo compara con lo que tiene en casa; el marido. Ese individuo que cuando su mujer le habla, se rasca los pies, se escarba un oído y ronca como locomotora. O que se pone frenético cuando ella le pide dinero. En cambio, el admirador... José:... El de "Isabel, adivino que..." ¡A ese infeliz ella le da una 51
  • 28. sola cachetada! Pupi: Es lo que hace el 99%. Pero se quedan "rumiando" las palabritas dulces. Al comienzo, se resisten heroicamente, pero con el correr del tiempo, amor reprimido, amor pasión, el 99% ¡dejan de ser heroicas! Y llegan hasta el... "etc... etc."... (Toque de batería) con el admirador. José: Y yo te aseguro que la Chabela no llegará al etc... etc... (Toque de batería) con otro que conmigo. Pupi: Mi pobre José ¡estás celoso! José: No soy tu pobre José, pero creo que estoy celoso. (Mira su reloj) Porque, ¿qué diablos hace la Chabela a estas horas? Pupi: Calma, no te preocupes: este librito, te prueba en dos patadas que ¡los celos no existen! José: Ah, ¿no? Pupi: Es sólo un problema de dudas. (A público) ¿Usted sufre porque sospecha que su mujer lo engaña? Otelo mató a Desdémona por una simple sospecha. Pero usted, antes de matar a su mujer, se entera que ella no lo engaña. ¡Se acaba el problema! O bien averigua que SI lo engaña... también se termina el problema, porque ya no tiene la duda: ¡ahora es una certeza! Y con un poco de madurez emocional, se da cuenta que es culpa suya. Por no haber alimentado a tiempo ese romanticismo latente. De modo que la perdona, y ella lo admira por eso, y todo termina ¡es decir, fantástico! Un "happy end". O si usted NO la perdona, entonces, sin escánda- lo, la abandona. Y rehace su vida con otra mujer con la que tendrá ya mayor experiencia. O sea ¡cuando se termina la duda el problema celos deja de existir! Lo que hiere es "La duda" ¿see what I mean, darling? José: (Burlón) ¿Y cómo diantre termino yo con la duda... darling? Pupi: En el librito están las respuestas. Pienso adaptarlo a los maridos latinos. Mira, método uno: la sorpresa. Ella llega 52 tarde, él le pregunta, así a quema-ropa "¿de dónde vienes?" O bien, con ese mismo elemento sorpresa le pregunta si es feliz en el matrimonio. Un método basado en el subconsciente: esto es, no darle tiempo para pensar en la respuesta. (Un ruido afuera) Ahí viene, escucho el ascensor. Me esfumo, ¡suerte! Sale por el balcón que lleva a su departamento José: (Va tras ella) ¡Espera! Oye, tengo que preguntarle algo como "¿me engaña mijita?" (Para sí) Ni huevón... (Hacia público) Hace un momento ¡sólo tenía un problema: hallar los cigarrillos! Ahora, resulta que soy "ansioso, patológico, machista y... además carnudo en potencia". ¡Mama mía! Como que me llamo, José Paravicini Angeloto, hijo y nieto de sicilia- nos yo... Calma. Después de todo ¡los celos no existen! Trataremos de aclarar "la duda". (Escucha pataditas en costado puerta de entrada) Ah, aquí llega la culpable. Voz de Isabel: ¡Monito! ¡Ábreme por favor que no tengo manos!... José: (Sale a abrirle) ¿Cómo que no tienes manos? Regresa seguido de Isabel. La misma actriz sin la peluca y algún cambio en elemento vestuario y, más que nada, en un estilo más natural de actuación, en contraste con la sofisticación de Pupi. Viene cargada de paquetes. José: ¡Qué manera de comprar! Isabel: Consumismo, mijito. Tentación. Vitrinas. José: Cualquiera diría que a uno la plata se la regalan. Isabel: ¿Estás de mala? José: ¡Sí! No... ¿Por qué iba a estar de mala? No tuve disgustos con el gerente, ni llegué agotado de la oficina. Ni sufro de... mal genio potencial. (Isabel entra a la cocina. El, hacia 53
  • 29. público) Ojo. Aquí va la pregunta del método sorpresa: (Sube la voz). ¿De dónde vienes, Isabel? Isabel: ¿Regaste el gomero? Ay, había un smog... y los pies, como me duelen los pies... (Vuelve y se deja caer en el diván) José: (Carraspea, se aclara la voz) ¿De dónde vienes Isabel? Isabel: Me costó un mundo encontrar los ingredientes de la omelet que enseñan en la Tele. El chino, simplemente no lo encontré José: (Para sí) Cuernos chinos... (A ella) ¿Cómo se llama? Isabel: Algo como Kunfú... José: (A público) Me engaña con Carradine... Isabel: (Ahora desplazándose, concentrada en sus asuntos, yendo a la cocina, hablando desde ahí.) Estás raro. Monito… ¿Quién es ese Carradine? Estuviste tomando whisky, y con dos vasos, seguro que te mareaste y te serviste dos veces... Muy tuyo, Monito. (Se lleva los vasos) José: ¡No me llames "Monito"!. No me emborraché, tuve visitas. (Ha entrado Isabel de la cocina batiendo huevos) ¡Deja de batir huevos y pon atención cuando te hago una pregunta, Isabel! Isabel: Uy, ¡qué mal genio! No mientas, peleaste en la oficina con la vieja señorita Prudencia, la que tiene un lunar con pelos en el labio que te da asco. Si dejo de batir huevos, no habrá tortilla, Monito, ay, perdón, José, y no sabrás lo que te pierdes. A propósito alcanzaste a ver la Teleserie? José: No veo teleseries, me cargan las teleseries, no discutí con la señorita Prudencia... Isabel: Ya sé: se te volvió a perder el folleto de las UF y cómo terminar con... no sé qué... Nunca me he aprendido el título, pero estoy segura que es genial, y cuando te lo publiquen dejarás de ir a la oficina, te dedicarás a la política. ¿O no? (El, muy tenso, guarda silencio). Ay, estos huevos no me suben... (Mira a José, ve que tiene cara de mártir) Ah. No se te 54 perdió el folleto. Lo veo ahí. Bueno ¿qué era lo que me estabas preguntando? José: (Dominándose) Sólo quiero saber, por simple curiosidad, "de dónde vienes, Isabel, para llegar a estas horas", y no me digas que tuviste pana de neumático, porque la tuve yo... Nervioso va a buscar el vaso de licor y bebe. Isabel: ¿Tuviste tú la pana de neumático? José: No. ¡Tuve la citroneta! (Sombrío) ¡Renuncio! Isabel: ¿Renuncias? (Alegre) No te creo... ¿renuncias en la oficina? ¡Fantástico Monito! Por fin vamos a poder ir de vacaciones, están ofreciendo un viaje a esa playa de México, con estada pagada, en cómodas cuotas mensuales... (Él la mira furioso) ¿No habrá vacaciones? José: No puedo llevarte a esa playa de México si renuncio, porque ¿de dónde sacaría para las cómodas cuotas mensuales? Isabel: (Suave, conciliante) Monito, usted dijo bien claro: "Renuncio". Y creo que harías bien: es muy fúnebre trabajar en una oficina de "quiebras", te topas con puros suicidados... Y eso te pone pesimista. Creo que es una buena idea, renunciar. José: ¿No te has enterado de los índices de cesantía? Isabel: Bah... ¿por qué en esos "índices" le iba a tocar justo a usted, Monito? ¡Cómo va a tener tan mala suerte! Salga de las quiebras, lindo. José: Gracias a las quiebras, puedo pagar alquiler, comida y... Isabel: Pero le hará regio un cambio. Usted se la puede en cualquier rubro de negocios. Sería fantástico que encontrara un trabajo algo más alegre que visitar gente "quebrada". Algo al aire libre, que le dé la ocasión de viajar, por ejemplo. José: (A público) Ojo: quiere tenerme lejos. Isabel Oiga, deje de hablarle a las paredes. Decía, algo que le 55
  • 30. haga cambiar de aire... Vendedor viajero... José: Vendedor en la micros ¿aspirinas, curitas, "ofertas"? "Señores pasajeros permítanme robarles un minuto de aten- ción..." Isabel, baja a la realidad. No he renunciado a la oficina. Renuncio a... (Gesto, desanimado) a hablar contigo. Isabel: No se ponga de mala, Monito. Es pésimo para las relaciones conyugales. Bueno, ya, hablemos: ¿qué me querías preguntar? José: ¿De dónde vienes, Isabel? Isabel: (Entrando a la cocina, riendo) ¡De casa de mi amante! José: (A público) Buena respuesta, me la merezco. (Sube la voz) Isabel, al ir a casa de tu amante ¿dónde escondiste mis cigarrillos? Isabel: (Vuelve a entrar) ¿Donde?... Ese es el punto. José: ¿Cuál punto? (Ella se alza de hombros) ¿No se acuerda? No importa. Bajemos juntos a comprar. Isabel: La omelet está en el fuego... José: ¡No tardaremos! ¡Venga! La arrastra fuera. Apagón. Música animada. Luces intermitentes y el ruido del ascensor Voz de Isabel: Pero Monito, no lo puedo creer... ¡en un ascensor!... Y con su propia mujer... Ay, me está rompiendo la falda,... Oiga, pretende que en serio, aquí... ¡Uy! (Sonido del ascensor cesa). ¡Se atascó el ascensor! Monito... ¿qué vamos a hacer? Parece que me apoyé contra todos los botones a la vez... Auxilio... Ay, qué oscuridad... ¡Atrapados en un ascensor! Se nos va acabar el aire, lindo, si no nos sacan de aquí. (Grita) ¡Sáquenos de aquí! Voz de anciana: ¡Mayordomo! Los Parravicini se adueñaron del ascensor. ¡Hágalos salir! ¡Por mis piernas, no puedo usar la 56 escalera! Música. Vuelve la luz. Entran, ella se arregla la ropa. Isabel: Qué quiere que le diga. Monito... Parece telenovela ¡violada en un ascensor! Oye ¿no habrás estado fumando marihuana? Te hallo, no sé, como "hippie". El amor en un ascensor. ¿Por qué no en un ropero? José: Tendría que ser en el closet, no he visto un ropero en años. Desde que murió mi abuelita. Isabel: Hablando en serio ¿qué te proponías? José: Escucha, el amor es como un ropero... no, quiero decir, como un gomero... Isabel ¿Un gomero? José: Una planta fina, si me permites la metáfora. Hay que regarla seguido... Isabel José... qué crudo amaneciste. De palabra y de obra. José: Que hay que cuidar, si "regar" la escandaliza. Isabel Y a propósito ¿Regaste el gomero? José: No nos salgamos del tema. Qué le decía; Ah, sí. Comparaba, se me ocurrió (sobrado) así, el amor con una planta. Isabel: ¿Una planta? José: Sí, Esa cosa verde con hojas que se mete en un macetero. Isabel: ¡No sé de qué hablas! ¿Huele a quemado? (Corre a la cocina, gritando) ¡La omelet! Acordes de música marcando la súbita decisión de José. Va hacia la cocina y la trae, la lleva hacia el diván y la derriba. Isabel: Pero, Monito... Así, tan de repente... ¿no será mejor, después de comer y en la cama, como de costumbre? José: (Se sienta, deprimido) "Costumbre" ¿No sabes que la 57
  • 31. rutina mata el romanticismo? Isabel: ¿Cuál romanticismo? José: El que usted añora desde que le dejó de temblar el piso conmigo. (Se echa sobre ella, apagando la lámpara de pie junto al diván. En lo oscuro se oye su quejido) Isabel: Qué atroz, creo que te di un rodillazo... ¿dónde fue? José: ¡Justo ahí... justo ahí!... Pero no importa... Música con mucha batería. Foco sobre un biombo delante del diván en el que se lee: "Escena Censurada" Breve intervalo musical Luz Matinal Se ha corrido el biombo. Isabel en sostén y calzón, dobla un chal y se pone su ropa. José en calzoncillos, los Calcetines y un zapato puesto, busca el otro bajo el diván. Isabel: La ropa es siempre el problema. José: ¿Cómo es eso, de que la ropa es el problema? Isabel: Cuando haces el amor fuera de tu dormitorio. José: ¿Así es que tú...? Isabel: Yo no. La Tere. Estaba con su novio en un hotel, vino un temblor y salieron piluchos, no pudieron hallar la ropa. (Ríe) Oye, ¿Cómo te vas a poner los pantalones con los zapatos puestos? (Mientras busca él el otro zapato). Bueno, supongo que querrás saber qué pienso de estas innovaciones. ¡Es decir..! ¡No dormí en toda la noche! Tus rodillas son muy 58 filudas, me despertabas a cada rato. Y todo... ¡para nada! José: Y como quería linda que yo, como semejante rodillazo pudiera tener una... (Batería) No más innovaciones. Lo prometo. Pero, quiero hablarte, con franqueza, de algo que me preocupa... Isabel: ¡La leche! José: ¿Qué? Isabel: Se está subiendo la leche ¿no hueles a caramelo? (Corre hacia la cocina) José: Isabel: por favor, tengo que hablarte. (Ella entra) ¡Victo- ria! (Le muestra los cigarrillos) Los encontré al buscar el zapato. Mi teoría no falla. José, se sienta en el diván y enciende un cigarrillo, con profunda satisfacción. Ella se sienta junto a él. Isabel: ¿Sí?... José: Sí ¿qué? Isabel: Querías hablar conmigo. José: Ah, sí. Y algo muy serio. Isabel: (Riendo) ¿Algo serio en esa facha? José se saca los zapatos y se pone los pantalones. Isabel aguarda, reprimiendo su risa. José: (A público) ¿Se han fijado que es casi imposible hablar en serio con estas cosas con falda?. Siempre tratan de ponerlo a uno en ridículo. ¿Por qué no podemos hablar en calzoncillos de cosas serias? Mientras tanto Isabel ha tomado su bolso y está concentrada buscando algo, luego se mira en el espejito, se peina, se maquilla. Vuelve a buscar algo. 59
  • 32. José: ¡Deja ya de escarbar en tu bolso por el amor de Dios! Isabel: ¿Qué te pasa, Monito? Si quieres hablar conmigo, hazlo de una vez. José: Contesta, sin vacilar: "¿eres feliz?" Isabel: (Cierra los ojos y responde) "Intensamente, pero sólo a ratos cortos".... ¿Es un test? José: ¿Cómo es eso de "a ratos cortos"? Isabel: Ay, Monito: uno no puede ser feliz todo el tiempo. José: ¡Mama mía! Porca miseria!... Lo que trato de averiguar es si eres feliz en el matrimonio. Pero se fue al diablo el "ele- mento sorpresa". Isabel: ¿Cuál matrimonio? ¿El tuyo, el mío... el de los dos? (Busca un libro en el estante.) José: Hablo en serio, Isabel. Isabel: Pero... tan como temprano... ¿Qué es lo que quieres saber? José: ¡Si me engañas! Isabel: Ah ¡eso! No sólo con uno, sino con varios. (Lo besa y sale con su bolso, desde la puerta le grita) Chao, Monito. Voy al Mercado... José se queda quieto, incrédulo. Se pasea, murmurando: José: “No con uno, con varios" (Se detiene frente al balcón y grita hacia afuera) ¡Pupi... Pupi, ven aquí. Fallaron todos tus métodos. Me fue mal con el ascensor, con el diván, con las preguntas, con el elemento sorpresa. Ven, entra, no quiero que se enteren los vecinos de mis problemas conyugales... Entra la Pupi. Pupi: ¿Qué pasa, darling? José: A tu "darling" le falló el método... Le pregunté "de dónde vienes, Isabel", respondió: "de casa de mi amante". Luego le 60 pregunté si me engañaba; "No con uno, con varios"... Pupi: Mi pobre José... José: ¡No pensarás que lo dijo en serio! Pupi: En cierto modo, puede que sí. José: ¿Cómo que "en cierto modo"? ¿Cómo que "puede que sí"? Pupi: Es el recurso del 99 por ciento: decir la verdad como si mintieran. Fíjate en esto. La mujer regresa de donde su amante. El marido pregunta ¿de dónde vienes? Ella, sin vacilar responde "de donde mi amante". El jamás se imagina que lo dice en serio. Una manera de decir la verdad sin peligro. Porque le repugna mentir. José: (Furioso) ¡Pero no le repugna revolcarse en el lecho con un imbécil, ese del "adivino que no es usted feliz, Isabel"! Pupi: (Con aires de superioridad) Piensa en esto: "la mentira es un pecado que se nos prohíbe en la más tierna infancia, cuando las neuronas retienen con fuerza las órdenes. En cambio, el adulterio se nos prohíbe en la edad adulta, cuando las neuronas..." José:... se han aflojado... No me digas. ¡Ahora, resulta que yo, José Parravicini Angeloto, hijo y nieto de sicilianos, por el cansancio de las neuronas me convierto, automáticamente en "cornuto". Patea y se oye golpear en respuesta del piso de abajo. Vuelve a dar una patada, se oye un golpe, Pupi: No seas folclórico, José. Lo de los cuernos ya no se usa... ¿Acaso las mujeres vivimos “cornudas” porque los maridos se lo pasan acostándose con otras fulanas? ¿O con nuestras mejores amigas? José: No, "darling": los que quedan carnudos ¡son los maridos de esas "mejores amigas"! Ja, ja. 61
  • 33. Pupi: Te mueres de la risa. José: No. Estoy celoso. Por tu culpa. Y no digas que es sólo un problema de dudas, la duda es espantosa y con tus métodos es imposible averiguar la verdad. Para perdonarla o mandarla al diablo. Agobiado, se sienta y se toma la cabeza a dos manos . Pupi: Ah... Se me acaba de ocurrir un método creativo, que no figura en el librito. Mirando esa fotografía tuya, disfrazado de africano ¡estás irreconocible! José: (Imitándola) No soy yo y el tipo no está disfrazado de africano... ¡es africano! Bueno, vive en África. Es mi primo Baltasar. Pupi: ¡Mejor aún! Eres tú con barba y cucalón. Puedes llegar intempestivamente de África... José: ¿Insinúas que yo... ? Sea lo que sea ¡me niego! Pupi: ¿No querías averiguar si ella te es fiel? Un traje de explorador, barba postiza, un cu... cu... (Saca libreta y anota) José: “Cucalón". ¿Qué anotas... Pupi... córtala... No pretende- rás que yo... (Indica el retrato) Pupi: (Ignorándolo) ¿Tienes una geografía universal? José reacciona y como autómata va hacia el estante y toma un volumen: José: edición catalana. Algo antiguo. (Cambio) Oye ¿qué te propones? Pupi: Estudia lo referente al África, yo me encargo de conseguir el postizo, el cuca... esa cosa, y algo exótico, ya veremos qué. Maleta, short, y una grabadora a pilas con música “afro”, a pilas porque al salir, aflojas los tapones. Con luz de vela es más difícil que te reconozca, darling. Y le 62 anuncias que tienes que hacer un viaje a provincia por asuntos de la oficina. José: ¡Estás completamente loca! Me niego. ¡Roñoni trifolato al crostino...! Patea, se escucha la respuesta de los golpes, Oscuro. Música de separación (Aquí puede haber un Intermedio. o sólo separación musical más larga) 63
  • 34. ACTO 2 La escena está en penumbra. Entra Isabel trayendo un candelabro, luego trae otro. Se oyen golpes en la puerta (no visible). Isabel sale para abrir, se escucha su voz Voz de Isabel: Oiga, se equivocó de puerta. (Pausa) Espere... su cara me resulta familiar. Claro ¡la fotografía!. ¡El primo Baltasar? Entra José, seguido de Isabel, con cucalón, barba, lentes ahu- mados, short caqui, maleta, grabadora y lanza africana de las que venden a los turistas, diciendo: José: El mismo, que viste y calza. Y usted... adivino que es Isabel... (La abraza y besa en ambas mejillas). ¿Recibieron el cable anunciando mi llegada? Isabel: (Sorprendida) No. José: Si hay algo pésimo ¡son los correos africanos! ¿Puedo pasar? Isabel: Ya está adentro... José: Gracias. Isabel: Tome asiento, debe venir cansado de tan lejos. José: Imagínese: safaris, camellos, trenes, aviones... ¡Qué luz tan romántica! Isabel: No es romántica, son los tapones. ¿Sabe arreglarlos? José: No.... Además, ¡me encanta esa luz velada!. África es tan primitiva... Cómo está el simpático de mi primo? Isabel: No está. José: Lo dice como... (Se levanta, finge estar alarmado). No me diga que... falleció... 64 Isabel: ¡Qué alaraco!. No está en Santiago. ¿Un whisky? José: Doble, por favor... Isabel: El hielo debe estar hirviendo... con el apagón. (Sale hacia la cocina) José: No se preocupe, allá en África todo está siempre más bien tibio. Más bien, "cálido". Isabel regresa con una bandeja con vasos y botella. Lo observa. Isabel: Oiga, usted es bien exótico. (Beben) ¿Vino a Chile por negocios? ... ¿Pieles? José: ¿Pieles...? Isabel: José dice que usted caza animales salvajes. José: Eso era antes. Ya casi no quedan. Están todos en los zoológicos. Vine a casarme, con "s". De matrimonio. Isabel: Qué bien. Me alegro. José: Usted, Isabel ¿es feliz en su matrimonio? Isabel: Y a usted ¿qué le importa? José: Bueno, lo digo por las posibilidades que yo pueda tener... Isabel: (Cortante) ¿Qué "posibilidades"...? José: De ser feliz en MI matrimonio. Isabel: Ah. Había entendido otra cosa. José: Y respecto a "esa otra cosa" ¿qué posibilidades...? Isabel: ¡Qué se ha imaginado! José: No me haga juicio. ¿No le contó José que soy muy bromista? (A público). Lo sabía: ¡es una mujer decente! Isabel: Oiga ¿con quién está hablando? José: Hablo solo. Es una costumbre africana, la selva, la sabana, la soledad de los desiertos... usted sabe. Y tantísimo dialectos, no hay mucho con quién conversar. De modo que el tunante de mi primo se fue de viaje. Isabel: Negocios. O mejor dicho "quiebras en provincia". Su oficina, es de quiebras. 65
  • 35. José: Qué deprimente. Pero, no se fíe, Isabel. Muchos de los maridos que anuncian viaje al norte o al sur, se quedan en un motel de la periferia con una rubia o una morena. Isabel: (Que bebe todo el tiempo, se ríe). ¿José en un motel?. Si es de lo más fome que hay. Lo único que le interesa es su folleto, en el que habla de la inflación, de índices y las curvas... José: Momento. "Curvas"..."Inflación". (Gesto de "grandes pe- chos") Isabel: No sea mal pensado. ¿Quiere una prueba? (Va al teléfono, marca, espera) Aló ¿señorita Prudencia? Soy la esposa del señor Parravicini... ¿Anda en un viaje fuera de Santiago, por cuenta de la oficina? ¿No? (A José, cubriendo el fono). No hubo viaje, estuvo en la oficina hasta hace poco... (Al fono) Gracias. (Corta) ¡Qué cínico... salió con maleta, y dijo... no vuelvo hasta mañana! (Se sirve whisky) José: No se deprima. Conozco a mi primo, jamás haría algo así: le aseguro que es un gran tipo... un tipo excepcional. (Observa a Isabel que ignora los piropos que se echa a sí mismo). ¿No lo cree? Isabel: ¿Creer "qué"? (Se tambalea, borracha) José: Que José es un gran tipo. Isabel: Que se muera... José: ¿Cómo? Isabel: Repita conmigo; que se muera el estúpido de José. José: No... Soy supersticioso, puede traerle una desgracia. Yo lo estimo mucho. ¿Usted no? Isabel: Dejemos de hablar de José ¿quiere?... Hábleme de África. José: (Disimulando su molestia) Bien. ¿De qué parte de África le interesa saber? Isabel: De África en general... Espere... Isabel va hacia a la cocina a buscar agua, él aprovecha para 66 mirar en su maleta el libro de geografía. Recita: José: África tiene una extensión de 30.000 kilómetros cuadrados, lo que equivale a una tamaño tres veces superior al de Europa, por lo tanto resulta difícil hablar de África "en general". Cierra el libro al oírla regresar. Isabel: ¿Dónde vivía usted? José: Bueno... Un poco hacia el Noroeste. Isabel: ¡Hábleme del Noroeste! (Se sienta junto a él) José: (Con evidente esfuerzo de su memoria, recita). Es una región montañosa donde se encuentra el Atlas, formada por varias alineaciones de montañas, y algunas sobrepasan los cuatro mil metros. No me va a creer, pero... El se acerca, ella se retira algo Isabel: ¿Qué...? José: (Se acerca) ¿Que qué...? Isabel: (Se retira) Dijo "no va a creer, pero... José: Ah, sí: (retoma el tono anterior) no me va a creer pero entre ellos se encuentran mesetas bastante altas, es decir, en relación al nivel del mar. Dicen que esa cordillera fue formada por movimientos alpinos en la era terciaria... Ah. Y además, está orográficamente conectada con la Penibética... Isabel: ¿La Peni... qué? José: ..."bética"... Isabel: ¡Qué sugerente! Borracha se recuesta cariñosamente sobre su hombro, él escandalizado se retira. 67
  • 36. José: ¿Qué le sugiere? Isabel: Algo primitivo, salvaje. ¡Me encanta su manera de describir! Me imagino que está sentado, mirando, en la cumbre de la Peni... la Peni... ¡ayúdeme! José: (Aparte) ¡Está borracha! (A ella)... La Penibética. Isabel: Eso. Hábleme más. ¿Hay mucha gente en África? José: La población está muy desigualmente repartida, pero encuentra usted, "aproximadamente" porque muchos salvajes se niegan al censo, con cuatro africanos y medio por kilómetro cuadrado. Isabel: ¡Qué espanto! José: ¿Qué? Isabel Toparse con ese "medio africano"... José: Es sólo un término geográfico... aunque debido a las fieras, que aún quedan y a ciertas tribus caníbales, puede ocurrir que se encuentre usted con un... un cuarto de africano. (Se celebra con una risita, ella no reacciona) Isabel: (Cariñosa). ¡Qué entretenido es conversar con usted? José: ¿José no es entretenido? Isabel: El Monito es más bien fome... Oiga, qué valiente es usted... quiero decir, atreverse a vivir en África. Un continente salvaje, lleno de desiertos, de selvas, con arañas, tigres, serpientes,... y pigmeos. Lo he visto en las películas. ¿Más whisky? (Al levantarse, se tambalea, le da mucha risa, se vuelve a sentar) Se me movió el piso... José: (Aparte) ¡Mama mía!... Isabel: Y ¿cómo es la gente?. ¿Son todos negros? José: (Vacila, preocupado, luego recita su lección). Digamos que hay varios tonos de negro, según las tribus. Y hay muchas tribus... A ver: (Se concentra y enumera contando con los dedos). Están los Camitas, los semitas, los pigmeos, los gigantes, los zulús, los hotentotes, los beriberi... Isabel: El beriberi ¿no es una enfermedad? 68 José: Una enfermedad... y también una tribu, no me interrumpa porque pierdo el hilo. Los Tuareg, los Banti y en Madagascar, los Hovas... Isabel ¿Los Hovas? (Ríe) José: Tenía un amigo Hova, son muy simpáticos. ¡No siga bebiendo, le va a hacer mal! Isabel: No sea fome, se parece a José. ¡Lléveme a una boite a bailar! José: ¿En esta facha? Isabel: ¡Me encanta su uniforme! Se ve un amor. José: No. Isabel: ¿Por qué no? José: Dejaríamos mal puesto a José. Si encontramos algún conocido, pensará que usted... le pone los cuernos con un africano. Isabel: ¿Qué le importa José?. El anda con esa rubia, la de las curvas... (Se muere de risa) ¿No me va a llevar? (El niega con la cabeza). Oiga, se está portando como un vulgar marido, Y yo que lo creía un... José:..¿Un qué? Isabel: ¡Un hombre de verdad! José: (Reacciona, la abraza) "Bantúa-úa" Isabel: ¿Lengua africana?... ¿Qué quiere decir? José: “Bantua ua": la luna está alta en el cielo y yo estoy conti- go, mujer blanca. Isabel: ¿En serio?... ¡Lo estoy pasando fantástico!. ¡Salud! Lléveme a bailar, sea buenito... José: Vaya, casi lo olvido. Les traje una grabación de música negra. Es el último grito en Tumbuctú. Acciona la grabadora, Música con mucho ritmo de tambores. Isabel: ¡Muéstreme cómo se baila! 69