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EN EL FONDO
CUENTOS
de
Rosalino Carigi
2004 - 2007
REVISIÓN MAYO 2016
Diap 2
Diap 4
al aljibe…
al parral…
a la hamaca…
al fondo…
al fondo…
ESTE ES
PARA
SLIDER
Diap 5
al aljibe…
al parral…
a la hamaca…
al fondo…
al fondo…
ÍNDICE
No. CUENTO País Diap.
22 EL PARRAL (U) 56
23 LA ESCALERA (U) 58
24 JUAN GORRIÓN RONCADOR (G) 60
25 EL RELOJ (G) 63
26 LA BOYA (U) 65
27 LA HUERTA (U) 67
28 LA FOTOGRAFÍA (U) 69
29 UNA LETRA (G) 73
30 LA PILETA (U) 75
31 EL CINE (U) 77
32 EL DISFRAZ (G) 83
33 LA MESA Y ESE HOMBRE (U) 85
34 LA MÁQUINA DE COSER (V) 87
35 EL SOLDADOR (U) 91
36 LAS MANOS (U) 94
37 FILOSOFEANDO (U) 96
38 EL ÑANDÚ (U) 98
39 IRINEO (V) 99
40 DUDAS (U) 104
41 ÉRASE OTOÑO… (U) 106
42 EL DESTORNILLADOR (V) 107
ÚLTIMA PÁGINA 109
SE DICE DE MI (El Escritor) 200
FIN 202
CUENTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁCUENTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁ
Diap 6
No. CUENTO País Diap.
INICIO 1
DEDICATORIA 5
PRESENTACIÓN 7
01 LA ESCAPADA (U) 8
LOS DERECHOS (Poema) 10
02 EN EL ÁRBOL (U) 12
03 EL NACIMIENTO (U) 14
04 EL BAUTIZO (U) 16
05 EL PAREDÓN (U) 18
06 LOS GANCHOS (U) 20
07 LA FORTUNA (U) 22
08 EL LIMONERO (U) 24
09 LA AZOTEA (U) 26
10 LA ARROBA (U) 28
11 NAUFRAGIO (G) 30
12 EL ESCUSADO (U) 34
13 EL GALLINERO (U) 36
14 EL BANCO (U) 38
15 EL GALPÓN (U) 40
16 LA BARRANCA (U) 42
17 EL ALJIBE (U) 44
18 EL ALMÁCIGO (U) 48
19 EL NECESITADO (G) 50
20 EL REMENDÓN (G) 52
21 LA HAMACA (U) 54
JUAN GORRIÓN
LA ESCAPADA
EL ALJIBE
EL SOLDADOR
Diap 7
Como otros más, estos cuentos nacieron de
“Resaca”; esa madre que los incuba y desarrolla
hasta que siente que son demasiados y los
entrega, con tristeza y quedando vacía, a un
libro que, como muchos padres, sólo le dará
un nombre.
En esta ocasión es:
EN EL FONDO
Nombre que puede significar mucho:
¿En el fondo de aquella vieja casa donde
me crié?
¿En el fondo del baldío donde jugué en mi
infancia?
¿En el fondo de la escuela? ¿Del liceo? ¿De
tantos lugares?
¿En el fondo de sentimientos idos, de
ilusiones pasadas?
O… tal vez… simplemente sea:
En el fondo de los recuerdos.
Rosalino Carigi
2005
PRESENTACIÓN
EN EL FONDOEN EL FONDO
Diap 8
Cinco de la tarde. Ya estamos en marzo.
Sin embargo, aún hace un calor de locos.
Este verano anormal se retrasó en llegar, y
ahora no se quiere ir. Salgo de la casa.
En la vereda hay hojas secas... otoño se
anuncia.
Miro la esquina.
Allí bajo la sombra del árbol, veo alguien
sentado en el cordón.
El calor debe estar haciéndome delirar.
Pero no, es una feliz y trastornante realidad.
–¡Juan!... –exclamo contento– ¿Saliste de
allá?
–No salí... Me escapé. –responde con su voz
de orate.
–¿Cuándo?... ¿No te estarán buscando? –
inquiero, en tanto miro calles abajo temiendo ver
una ambulancia.
–Quédate tranquilo... –ríe delirante de mi
preocupación– me escapé a fines de enero, y
nadie notó la anormalidad.
EN EL FONDOEN EL FONDO
–Imposible. –afirmo absurdamente– ¿Cómo
va a ser eso?
–Es natural. –indica, tomando dos hojas y
cruzándolas.
Las mueve en el aire como si fuesen alas de
una mariposa. Nos quedamos viéndolas.
Surge la brisa y mi terca razón.
–No lo veo natural. Lo normal es que te
busquen. –digo.
–¡Ay, amigo mío!... –me compadece como un
demente– ¡cómo se nota que te hicieron falta
nuestras charlas! Otra vez estás confundiendo lo
natural con lo normal.
–Sí... Mucha... –musito triste y añorante.
–A mí también... –murmura él– Pero, yo tenía
la fortuna de estar entre otros locos... mientras tú
debías seguir conviviendo con los demás normales.
Callo, y prefiero tomar el desvío de la
curiosidad.
–Cuéntame como pudiste salir. –le ruego.
–No salí... me escapé. –repite– Salen los
prisioneros... Yo siempre tuve la libertad dentro
mío.
Sonrío, envidiándole y esperando la narración.
LA ESCAPADA
La esclavitud está más en el esclavo que en el dueño.
Nadie es esclavo sin su propio consentimiento.
01 LA ESCAPADA (U)
–Un sábado, en una tarde calurosa, donde el
sopor tenía a la gente enloquecida y llevando
desquiciadas ropas... me escapé cuando se
fueron los visitantes.
–¿Nadie se dio cuenta? –dudo, bastante
extrañado.
–Era verano. ¿Quién se va a asombrar de ver
otro loco entre tantos locos?... –afirma en
enajenada forma.
Reímos. Me sentí bien de nuevamente reír con
la locura.
–¿Y como viviste hasta ahora? –hago una
tonta pregunta.
–Es verano. Fui por las playas, dormí bajo las
estrellas...
–Pero... ¿qué comías?... ¿cómo te bañabas?...
¿todo eso?
–Cuando hace calor, a la gente no le importa
dejar lo que sobra. Se necesita pasar frío para
volverse egoísta.
–Es raro que no te hayan encontrado. –sigo
en mi lógica.
–Nada raro. Luego llegó Carnaval... Esos días
donde los normales quieren hacer cosas de
anormales... ¿Cómo iban a encontrar un loco
entre tantos disfrazados de locos?
EN EL FONDOEN EL FONDO
Volvemos a reír.
El sol está llegando al horizonte.
–Deben estar buscándote. Te hallarán... –
afirmo, triste.
–No lo creo. –dice el aberrante– Éste es año
de elecciones, hay mucho loco suelto... ¿Cómo
los pueden diferenciar de un loco escapado?
–No puedes seguir viviendo así. –le aconsejo
con cariño.
–Sí... El otoño se acerca. La gente vuelve a
ponerse la careta de normal. Iré otra vez allá...
con mis compañeros.
–Te recibirán bien. Pero... ¿por qué viniste
antes aquí?
–Porque tú también eres medio loco, y tenía
que darte esto. –dice.
Y, bajo la luz del atardecer, me entrega un
poema.
–No sabía que eras poeta. –musito con voz
emocionada.
–Todo loco tiene algo de poeta... y todo poeta,
de loco.
Luego, parándose, delirando se marchó.
Y me quedé viéndole hasta que se perdió en el
fondo.
...oo0oo...
LA ESCAPADALA ESCAPADA
Diap 9
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
Cada vez que oigo
del derecho a la igualdad,
y veo grandes mansiones
con seres prosperantes,
y veo niños mendigando
y mujeres ofreciéndose
y viejos con harapos
y hombres sin trabajo...
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
Cada vez que oigo
del derecho a la justicia,
y veo el abuso de la fuerza,
las trampas de los leguleyos,
y veo el atropello a los débiles,
y la impunidad de los privilegiados,
y la tergiversación de la ley
y veo a los criminales liberados.
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
EN EL FONDOEN EL FONDO
Cada vez que oigo
del derecho a la alimentación,
y veo lujosos restoranes
con opulentos disfrutando,
y veo niños desnutridos,
y enjutas mujeres pariendo,
y hombres alcoholizados,
y viejos hurgando basura...
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
Cada vez que oigo
del derecho del individuo,
y veo los pobres indefensos,
pero los poderosos protegidos,
y veo los fabricantes de armas,
y a todos enriquecidos,
y los crímenes de las guerras,
y los verdugos olvidados
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
Cada vez que oigo
del derecho a la seguridad,
y veo a los agentes de la ley
con armas y palos,
y veo los seres silenciados
por la fuerza o por el miedo,
y veo a los obreros explotados
por el hambre y la necesidad.
LOS DERECHOS
LOS DERECHOS (U)
Diap 10
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
Cada vez que oigo
del derecho de las personas,
y veo que la ley sólo es una broma,
en manos de los potentados
y veo como deben cuidarse
para poder vivir los honrados,
y veo que para ser un humano
debe decirlo un escrito.
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
Cada vez que oigo
del derecho a la libertad,
y veo cercas, y púas, y muros...
y rejas, y puertas, y candados
y veo fronteras custodiadas,
y veo letreros de Propiedad,
y de No Pasar, y de Privado
y los letreros de Prohibido.
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
EN EL FONDOEN EL FONDO
Cada vez que oigo
del derecho a la dignidad,
y veo hombres revisados
y hombres que revisan
y seres que son detenidos
y seres que pueden detener
y veo que la integridad
se compra con dinero.
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
derechos no los veo...
Cada vez que oigo
del derecho a la vida,
y veo las grandes prisiones,
con hombres consumidos,
y veo las muertes por religión,
y los asesinatos por raza,
y los siempre desaparecidos,
sólo por pensar distinto...
Cada vez que oigo
de los derechos humanos...
¡Qué torcidos los veo!
...oo0oo...
03/03/2004
LOS DERECHOSLOS DERECHOS
Diap 11
Domingo fresco. Ha empezado el otoño.
Recuerdo que hoy cumple años Juan, mi
amigo, el Loco de la Esquina.
Lo extraño, hace tiempo que no está allí.
Lo encerraron donde los normales ocultan a
los naturales. O sea, con los elegidos que poseen
la libertad de la locura.
Y esa libertad no se encierra.
Se había escapado, pero retornó por su cuenta
al manicomio.
Finalizaba el Carnaval, comenzando de nuevo
la habitual normalidad.
Voy a visitarlo. Me dicen que se encuentra en
el fondo, entre los árboles. Y me previenen que
está en uno de sus días.
Me alegro, tendré el regalo de verlo natural.
Sin embargo, esta vez me sorprende.
Lo hallo sentado en la horqueta de un añoso
árbol. Se nota que ha subido por el banco de la
mesa que tiene debajo.
–Hola, Juan... –le digo, contento– ¿Qué haces
allí?...
EN EL FONDOEN EL FONDO
–Buscando la razón... –responde con
delirante sonrisa.
–¿La razón en un tronco?... –inquiero en
tonta lógica.
–En una rama. –corrige el orate– Una vez leí
que todas nuestras desgracias empezaron cuando
bajamos de la rama...
Callo frente a su aberrante sabiduría, y él
continúa:
–Por eso subí, a ver si la felicidad aún estaba
en la rama.
–¿La encontraste?... –mi pregunta va llena de
ansias.
–A veces me parece que sí; y otras, no. A veces
creo que puedo volar; y otras, caer... A veces
pienso que el primero que bajó de la rama era
medio loco; y otras, que se cayó.
Reímos en desquiciadas carcajadas.
Pero, yo me freno al ver pasar un enfermero...
Tengo el insano temor de que los demás
descubran nuestra propia y natural locura.
Mi loco amigo parece adivinar mis
pensamientos.
EN EL ÁRBOL
De niños, nos gusta trepar a los árboles;
y ya mayores... nos vamos por las ramas.
02 EN EL ÁRBOL 2 (U)
Diap 12
–Sube... –pide, desvariando– Aunque no
encontremos la razón de por qué bajó... acá
arriba se está lindo.
Y, poniendo de lado toda normal cordura, trepo
y me siento a su lado.
Me extasío viendo abajo el suelo con hojas
secas, y arriba el cielo entre las ramas.
–Hoy es tu cumpleaños. –le digo, felicitándole.
–Se debería festejar los días de “nocumpleaños”
–afirma con disparatada razón– Así estaríamos
dándonos felicidad todos los días del año... y sólo
en uno no la tendríamos.
–Sería ideal... Pero, la realidad es al revés. –
indico.
–Bueno, no importa. –reclama el enajenado–
No te hagas el loco. Dame las galletitas de anís
que siempre me traes.
Le entrego la bolsita, y comienza a comerlas
con delirio.
–¿Cuál es la parte de atrás de un árbol? –me
pregunta.
–No tiene, es redondo. –arguyo con estúpido
raciocinio.
EN EL FONDOEN EL FONDO
–Sí, la tiene. Es donde se orina. ¿No decimos
que vamos a orinar “detrás” de ese árbol?... –y
agrega ya serio– ¿Y cuál es la de adelante?
Espero su desquiciada explicación.
–Es donde esperamos a alguien. –murmura
nostálgico– Yo te esperaba delante el árbol de la
esquina.
Quedo callado por la emoción de la añoranza.
–También tienen lados. –sigue él en su
manía– A un lado del árbol se hace la parrillada,
se duerme la siesta.
–Se encuentra un amigo, el farol, el gato... –
completo.
Nos vuelve a la realidad la voz perentoria del
enfermero, quien ha llegado al pie del árbol sin
darnos cuenta.
–¡Señor!... ¡Bajen de allí! ¡Se terminó la hora
de la visita!
Obedecemos. Juan va a su cuarto. Yo a la calle.
Estamos contentos. Fue un loco y feliz
cumpleaños.
Por que los dos... cumplimos el mismo día.
...oo0oo...
28 de Marzo
EN EL ÁRBOLEN EL ÁRBOL
Diap 13
Era el 2 de noviembre.
Mi padre estaba en casa. Para mí, día feriado.
Él me llevó al fondo, diciendo que mi mamá se
sentía mal y debíamos dejarla tranquila.
Pero, había cosas raras:
Mi tía y una señora extraña se encerraron en
el dormitorio con mi madre.
El viejo estaba nervioso, y todas las vecinas se
hallaban en la vereda.
Al rato salió mi tía llamando a mi padre.
Y, a los pocos minutos éste me hizo entrar al
dormitorio.
En la cama había un bebé. Mi madre me dijo
que lo había traído una cigüeña.
La miré incrédulo, yo tenía 9 años.
Pero, más que todo, quedé asombrado por lo
blanco, lo rubio y lo pequeño que era.
Tuve miedo de tocarlo, me vi tan grande a su
lado que temí lastimarlo.
Recuerdo haber pensado que, en una vuelta,
podía ser aplastado por el cuerpo de nuestra madre.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Ésta había reducido de golpe su gran vientre.
Y allí estaba, feliz con al niño en la cama; en el
dormitorio de la casita que se había ido
transformando en una casa grande, de material y
a punto de finalizarse.
Se rieron de mi mirada, insistiendo con lo de
la cigüeña.
Mi padre, llevado por su formación francesa,
con una sonrisa indicó que lo había encontrado
en un repollo.
Eso terminó de convencerme que me querían
engañar.
Ese pajarraco no existía en el país y sólo lo
había visto en dibujos llevando dentro un pañal a
una criatura.
En el fondo nunca hubo repollos.
Y, para completar, yo estaba ya en tercero de
la escuela. Si bien en esa época los botijas éramos
más inocentes, los de sexto año se sentían
importantes despabilando a los menores.
Saber lo que hacían los hombres con las
mujeres creaba una morbosa curiosidad... y algo
de desilusión.
EL NACIMIENTO
Diap 14
Ah... ese lindo cuento de la niñez...
03 EL NACIMIENTO (U)
Los varones tenemos una extraña dicotomía
respecto a las mujeres.
La madre es un ser excepcional; las demás una
masa con características comunes, y no siempre
buenas.
Agreguemos que entonces, todo lo referente al
sexo se consideraba un tabú.
El realizarlo era un pecado.
Y, por ser prohibido, constituía el deseo
callado de cada muchacho.
Fuimos de las últimas generaciones cuya
cultura se basó en el ocultismo y la hipocresía.
Los niños aceptaban los cuentos de los padres
sabiendo que eran falsos, y éstos fingían creer
que los hijos seguían creyendo sus mentiras.
Por eso, cuando insistieron con lo de la cigüeña,
preferí poner cara de tonto y mirar a mi pequeño
hermano.
Me intrigaba cuando lo habían formado; ya
que en la casita yo dormía en el mismo cuarto, y
nunca había oído ni visto nada raro.
Aún tenía mucha ingenuidad en mí.
Mamá me hizo acostar junto al botija.
Viéndolo entre ella y yo, me pareció más
pequeño y delicado.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Y, quedé rígido en la cama temiendo hacer un
movimiento y lastimarlo.
–¿Y... qué te parece David? –me preguntó
nuestro padre.
–Chiquito. –respondí con mi parquedad, pero
orgulloso al saber como se llamaría el botija.
Era mi segundo nombre.
–Sí. –siguió el viejo con su jeringozo de
francés, italiano y español– Llegará a ser más
grande que vos. Pero, siempre serás el mayor... y
tendrás los deberes del primogénito.
Papá mantenía las tradiciones del apellido, la
familia y del árbol genealógico.
Y... así lo acepté.
David dormía envuelto en una larga faja.
Parecía un cucurucho blanco.
Luego, me levanté de la cama. Los mayores
hablaban entre ellos.
Fui hasta la puerta. Necesitaba estar en el
fondo de la casa… no sabía por qué.
La vieja me llamó diciendo que le diera un
beso a mi hermano. Se lo di.
Y le di uno a ella.
Ya no era sólo mi madre, sino nuestra madre.
…oo0oo…
EL NACIMIENTOEL NACIMIENTO
Diap 15
Estaba en el fondo de la casa, columpiándome
feliz en la hamaca, cuando mi tío Valentín me
pidió para ir a hablar con el cura a fin de bautizar
el domingo a mi hermano.
Hacía poco que éste había nacido. Y allá
fuimos.
Llegado el día, lo vistieron con unas ropitas
que parecían de juguete.
Sacadas del ropero, fueron lavadas como si se
deshiciesen al tocarlas... y para sacarles el olor a
naftalina.
Cada una tenía su historia familiar: ésta había
sido usada para bautizar al abuelo, a nuestro
padre y a mí, aquella la había regalado la mítica
tía Tereza de Italia.
Por el lado de materno, la batita la tejió
nuestra fallecida abuela Rosa, y la camisita había
sido usada para ese acto por tres generaciones de
mi madre.
Supe que con las mismas también había sido
bautizado yo.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Y pensé, con la ironía que empezaba a nacer
en mí, en esa costumbre de ponerle cosas viejas a
un recién nacido.
Por suerte, los escarpines y mitones fueron
nuevos. Los había visto tejer por mi madre,
quien decía que eran para el hijo de una vecina...
otro engaño que descubría.
No hacía mucho que yo servía de monaguillo.
Como me costaba aprender el latín, me
destinaban para el ángelus y los bautizos.
Eso era beneficioso, puesto que los padrinos
acostumbraban dar algo al botija que ayudaba al
cura.
El bautizo se efectuó en la iglesia a dos
cuadras de casa. El padrino fue el hermano de mi
madre, y que vivía al lado. La madrina, su esposa.
El sacerdote, un viejo gallego. Y el acólito, yo.
Todo quedó en el barrio y en familia.
Le pusieron como nombre:
David Roquito Tabaré.
David, por el abuelo paterno.
Roquito por el otro tío hermano de mamá,
quien era masón y no iba a la iglesia.
Tabaré, por el indio charrúa de la leyenda
uruguaya.
EL BAUTIZO
Diap 16
Yo te bautizo en nombre del padre...
04 EL BAUTIZO (U)
Y... como éramos familia, creo que el padrino
no me dio propina, pero hubo una linda reunión
con chocolate en la casa, donde David tomó del
pecho de mamá.
Del bautizo quedó la historia que al echarle el
agua había reído, y al ponerle la sal la saboreó.
Los viejos vaticinaron que sería de carácter
alegre y que tendría buen paladar.
La consiguiente niñez de David coincidió con
una serie de cambios en mi vida.
Como debían prestarle atención a él, yo logré
la libertad por años ansiada.
Pude salir de la casa y recorrer hasta los más
extraños rincones de aquel Cerro.
Gracias a él formé mi barra de la plaza de la
Iglesia, con amigos para toda la vida.
David fue creciendo. No podíamos negar ser
hermanos, pero su cabello era lacio y el mío
ondulado. Él era inquieto; yo, introspectivo. Él
un botija, yo un joven.
Lo llevaba conmigo a misa, lo cual constituía
excusa para las muchachas se acercasen diciendo
que querían ver su rubiez, mientras miraban con
picardía como me sonrojaba.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Propio de su niñez, a David le gustaba jugar en
la vereda con sus amiguitos, a las bolitas, el
trompo, las figuritas, y correr en la cima de la
Fortaleza remontando cometas.
Y propio de mi edad, yo prefería ir a la
biblioteca, mirar las botijas, leer, o estar en el
mirador, en el fondo de la casa, viendo la bahía y
el mar.
Pero, nos hamacábamos juntos bajo el parral,
o en verano íbamos a la playa en la mañana.
Fuimos buenos compañeros.
Para poder haber sido grandes amigos… nos
separaban nueve años de diferencia.
Terminó la guerra en Europa y la vida cambió.
El auge económico del Uruguay comenzó su
caída.
Costaba pagar la cuota de la casa.
Papá tenía que hacer trabajos extras.
Dejó de cantar arias en la noche y en la cocina.
Mi madre se encerró en sí misma.
Yo fui al liceo.
Y a David, acorde a su actitud en el bautizo, le
tocó ser el único alegre de la familia y que
supiera saborear las cosas.
…oo0oo…
EL BAUTIZOEL BAUTIZO
Diap 17
Al llegar el Día de los Reyes, los regalos
superaron todas mis expectativas y las de mis
tres primas vecinas.
Al ver que el mío era largo, delgado, redondo y
envuelto, tuve temor de una cachada. Pensé en
un palo de escoba.
Y… ¡resultó una escopeta de aire comprimido!
Un juguete inútil. Jamás maté con él a un
pájaro o a un animal… aunque rompí más de una
lámpara de la calle.
Para mi hermanito había sonajeros y volantines
de sobra.
No recuerdo quien le regaló la cuna.
Seguro que no fue hecha por nuestro padre.
La carpintería no era su fuerte.
Ya estábamos en verano. Con la nueva libertad
lograda, yo iba temprano a la playa sin ser
acompañado por mis primas y sin la cachada
consiguiente de la barra.
Me gustaba deambular por las rocas que
entraban en el mar. Era peligroso, pero allí había
deliciosos mejillones.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Muchos me miraban como si viesen a un loco.
En ese país lo que gusta es la carne, pero los
gallegos me enseñaron a comer esos bichos.
Los traía a la casa, y los cocinaba sobre la
plancha del fogón de la cocina.
Con sus conchas negras por fuera y nacaradas
por dentro le hice un sonajero a mi hermano.
Lo colgué sobre su cuna, y tuve la alegría que
le gustase más que los comprados.
Pasaron los meses, el botija gateaba y a veces
caminaba bamboleándose.
Con sus infantiles risotadas hacíamos carreras
donde, arrastrándome, lo imitaba a él.
Se habían mudado las camas a los cuartos de
la parte alta. Por un tiempo fui único dueño de
nuestro dormitorio.
David, con su cuna, estaba en el de nuestros
padres.
Ahí arriba había una puerta que daba a una
gran terraza, el techo de cemento que sustituyó
al de cinc de la casita.
Desde allí si veía el hermoso paisaje de la
bahía.
EL PAREDÓN
Diap 18
El ángel de la guardia trabaja tiempo extra...
05 EL PAREDÓN (U)
La terraza estaba rodeada por dos lados con
una pared de setenta centímetros de alto.
Por los otros tenía el muro lindero y la pared
de la casa nueva.
En verano se dejaba abierta la puerta para
refrescar los dormitorios.
Fue un domingo.
Habíamos almorzado en el fondo, en el patio.
David se durmió en el regazo de mamá, y ella lo
llevó a la cuna.
Al regresar la vieja, volvimos a las charlas.
Pronto me aburrí. Y me dirigí a un pequeño
jardín lateral donde habían sido trasplantadas
las hortensias.
No sé por qué, miré hacía arriba, hacia el
murito de la terraza. Me quedé helado.
David caminaba sobre el mismo, haciendo
equilibrio en los quince centímetros. ¿Cómo
había llegado allí?
Tuve el tino de no gritar, y rápido fui a
avisarles a mamá y papá.
En voz baja, éste dijo que no habláramos, que
él iba a subir y agarrarlo allá arriba.
Fue un drama de cine mudo.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Mamá y yo seguíamos los pasos del botija con
los brazos abiertos, en silencio, listos para
recogerlo si se caía para afuera.
Llegó hasta la pared de la casa, no podía
seguir adelante.
Pero él, como tal cosa, se sentó, giró, gateó un
poco, y... parándose nuevamente, retomó su
andar sobre el murito.
A los que estábamos abajo casi nos da un
ataque. Por suerte surgieron las manos de papá
tomándolo firme.
Mamá había dejado a David en la cama, no en
la cuna.
Él despertó y, gateando, se bajó yendo a la
terraza. Subió por la arena apoyada al muro... e
hizo su acto de equilibrista.
Desde entonces, a ese murito le pusimos:
El Paredón.
Mi hermano se hizo un hombre grande.
Fue un técnico muy hábil. Supe que se
especializaba en subir torres.
No me asombró, desde botija tenía equilibrio.
Lo practicó en el fondo de la casa… sobre el
Paredón.
…oo0ooo…
EL PAREDÓNEL PAREDÓN
Diap 19
No recuerdo si mi hermano tenía cuatro o seis
años, sólo sé que iba tras mío como un moscón con
sus preguntas.
Y, cuando soltaba su cháchara, enloquecía al
más santo.
Era David.
Mi único y menor hermano. Nacido cuando yo
tenía nueve años y estaban construyendo la casa.
Casa grande que sustituyó la casita de jardín al
frente, de cocina, un cuarto y un corredor... pero
llena de amor.
Todo se perdió tras un alto frente de ladrillos y
cemento.
El botija fue la única alegría que quedó.
¿Por qué nuestros padres tardaron tanto en
tener otro hijo?
¿Por qué lo tuvieron en ese momento?
¿Por qué tuvieron que hacer una casa tan
grande para un hogar tan chico?
Las respuestas están en unos huesos juntos, y
en un cementerio.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Los padres son unos seres incomprensibles,
que viven tratando de ser comprendidos por sus
hijos. Y que, con el tiempo, ni unos ni otros se
comprenden.
Fue una mañana, una de las tantas mañanas
que mamá se sentía mal y quedaba en la cama.
Hoy a eso le llamarían menopausia o con
algún término sicológico.
Tuve que hacer la comida.
Siendo nuestra madre de la provincia italiana,
aunque nacida en Argentina, lo normal era que
todo se arreglase con una sopa.
Por tanto, fui al galponcito en el fondo, corté
la leña, volví a la cocina, y me puse a cocinar.
Y, mientras yo pelaba las papas, las zanahorias,
y sofreía algo para dar sabor... el botija me seguía
con su charla inquisidora.
En la pared, cerca del fogón, había unos ganchos,
tres de cada lado.
Muchas veces me he preguntado qué verdadera
función tenían ellos.
Quizás fueron para las longanizas, o las trenzas
de ajos, o para colgar el rebenque con que me
castigaban, o poner una cuerda para secar la
ropa en invierno.
LOS GANCHOS
Diap 20
¿Qué se habrá hecho de aquellos ganchos?...
06 LOS GANCHOS (U)
Pero ese día les encontré otra finalidad.
Nueve años de diferencia son muchos para
que dos seres piensen de manera igual.
Por tanto, cansado de las bromas que me
hacía mi hermano, le amenacé con colgarlo de
uno de esos ganchos si seguía molestándome.
Él tenía puesto unos pantalones jardineros
cuyos breteles se cruzaban en la espalda.
Jamás pensó que yo cumpliría mi amenaza... y
yo estaba cansado de hacer la comida.
No creyó que hablase en serio y siguió con sus
chanzas.
Tomándolo en vilo, lo colgué de los tirantes de
la espalda en un gancho. Por fortuna, la tela era
fuerte y mi madre cosía bien.
Allí quedó, colgado, hasta que terminé la sopa.
Pero, lo más simpático del suceso fue que el
botija no se enojó.
Reía divertido y seguía haciéndome bromas.
Los años pasaron.
Más crecíamos, más se separaban los caminos.
Vivíamos en la misma casa. Éramos hermanos.
Pero, cada uno de generaciones distintas.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Y un día nos separamos por miles de kilómetros.
David se hizo mayor, hizo su propio camino,
su propio hogar, y hasta repitió errores por mí
antes cometidos.
Nadie aprende en cabeza ajena, dice el refrán.
Siguieron los años.
En ocasiones los caminos se cruzaron y otras
fueron juntos. Hubo aciertos y equivocaciones.
Mi padre, ese ser invisible que se hallaba tras
las cosas, se fue para siempre. Mi madre, muchos
años después.
Los ganchos en la pared… permanecieron.
Y, envejeciendo, las preguntas me machacaban:
¿Lo bajé del gancho?
¿No lo habré dejado algunas veces?
Pero lo recuerdo viéndole jugar en el fondo de
la casa.
Porque, como en aquella ocasión, él supo
mantener su risa y burlarse de lo yo que estuve
haciendo.
Es que… a él le tocó ser el único alegre de la
familia.
…oo0oo…
LOS GANCHOSLOS GANCHOS
Diap 21
Fui hasta la casa. Estaba alquilada.
Pedí si me dejaban pasar. Si podía estar un
momento en el fondo.
Añorando allí, pregunté por mi hermano.
Hacía mucho que no lo veía. Lejos en años y
en tiempo.
Me dijeron que estaba en la plaza. Cuando se
decía la plaza, así, sin detalles, sólo podía ser
una: La de la iglesia.
Fue la primera que existió en la zona, un
barrio perfecta e hispanamente cuadriculado que
creció en las faldas de ese cerro.
En consecuencia, no había cien metros
horizontales.
La iglesia fue construida en la loma más alta.
Frente se hizo la plaza.
Adecuada para reposar luego de subir desde
donde pasaba el tranvía o del muelle del
barquito.
EN EL FONDOEN EL FONDO
En los atardeceres de verano los niños
correteaban por sus senderos mientras los
padres ventilaban sus nostalgias, y su calor,
chismorreando con los vecinos en las bancas
Desde la plaza se veía el puerto y la bahía por
donde habían llegado la mayor parte de los
habitantes del barrio.
Fue la Plaza de la Iglesia del Cerro.
Solo su parte central era artificialmente plana.
No tenía fuente, ni estatuas.
Un murito la rodeaba, ancho para que sirviera
de asiento.
Detrás del mismo, un cantero que daba a un
camino; y en éste, los bancos para los viejos y
parejas de enamorados.
Se entraba por las esquinas.
Para encontrarse en ellas era fácil en aquellos
años, nunca nombrábamos las calles.
En la calle de arriba estaba la esquina frente al
boliche, la otra esquina era frente a la cervecería.
Si se quería en la mitad, muy frecuentada, se
decía delante la iglesia.
Y, en la calle que subía, antiguo camino
adoquinado a la fortaleza que señoreaba en la
cumbre, había un cine.
LA FORTUNA
Diap 22
Nunca sabré quien fue más acertado,
si el que se fue para ver que había tras el cerro,
o el que se quedó para ver lo que pasaba.
07 LA FORTUNA (U)
Ahora tiene nombre: Plaza del Emigrante.
Y pusieron en ella la antigua estatua situada
en el puerto.
Es acorde. En esa plaza miles de emigrantes
de tierras lejanas abandonaron sus esperanzas de
volver, y cientos que vinieron del interior del país
añoraron sus terruños.
En esa plaza jugaron los niños emigrantes y
los hijos de los emigrantes.
Los hombres del futuro, los de hoy.
Y en esa plaza encontré a uno. Como me
habían dicho.
Desde lejos me sonrió con cariño y añoranzas.
Tenía varias veces la estatura de cuando lo
conocí. Pero la primera vez que lo vi, él era
recién nacido y yo un botija.
Sin embargo, lo veía como en sus años de
infancia. Años que él iba creciendo en el barrio.
En que yo anduve por otros caminos.
Años que las circunstancias nos separaron.
Me senté junto a él. Me miró campechano,
diciendo:
–Hola, botija emigrante... ¿De vuelta al
barrio? –y sonrió.
EN EL FONDOEN EL FONDO
–Dirás viejo emigrante... –musité– como ése
de la estatua. Él tiene un atadito de esperanzas, a
mí no me queda nada.
–Te queda esta tierra, esta plaza. –afirmó,
consolándome.
–No. El emigrante, donde hizo su vida
extrañará su tierra; y si vuelve, extrañará aquella
donde hizo su vida.
–Pero tuviste la fortuna de conocer otros
lados.
–Tú te quedaste en tu barrio, en tus calles, con
tu gente, con tu familia. Compartiste el pan, el
agua, la risa y el llanto de cada día, en cada día de
tu existencia y la de ellos. –y con tristeza
completé– Tú eres el rico... el afortunado.
Lo miré.
Vi un botija que se volvió hombre, separado
de mí por nueve años y miles de kilómetros.
Un hombre que había tenido todo sin salir de
la ladera del cerro.
Un hombre con la fortuna de la plaza.
Y quedamos en silencio... como dos hermanos.
Quizás los dos pensando… en el fondo de la casa.
…oo0oo…
LA FORTUNALA FORTUNA
Diap 23
En el fondo de mi casa había un limonero.
Su parte de atrás llegaba hasta aljibe; y la de
adelante, al sendero que llevaba hacia la escalera.
A la izquierda, daba sombra al palán-palán
que servía de cerca con la casa del vecino; y a la
derecha, recostaba sus más aventureras ramas en
el parral de la vid.
Como todos los árboles no tenía ni derecha ni
izquierda, ni adelante ni atrás; pero, para los que
vivíamos en esa casa, la referencia era dada por
la puerta de salida al fondo.
Tampoco el terreno era grande, el fondo
apenas tenía ocho metros por diez; y a eso había
que descontar el techo del aljibe, el piso del
parral, el gallinero y los caminitos.
El cantero, por llamarlo así, que le sirvió de
hogar y le alimentó, medía sólo dos por dos y
medio; sin embargo, fue oscura tierra madre
extraordinaria.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Recuerdo que originalmente allí había un
naranjo, igual al que existía en el cantero del otro
lado del parral y que quedaba junto a las chapas
de cinc del lindero izquierdo.
Cierto día, mi padre trajo una ramita, un gajo
de limón; lo traía envuelto en un trapo, como si
fuese una criatura.
Después, cortó el naranjo dejando un tocón
más bajo que yo.
Y yo, que tenía cinco años, miraba estupefacto.
Mi madre, quien se había criado en la campiña,
hizo en la parte de arriba del tocón una hendidura
en ve; y, dando esa forma a la base del gajo, lo
insertó en ese corte.
Luego, con tiras del trapo, vendó cuidadosamente
aquel muñón del que surgía el enclenque retoño.
Mis padres me dijeron que eso se llamaba
injerto.
Quizás por que era flaco, quizás por que era
chico, o por que estaba solo dentro un tronco
grande… le tomé cariño.
EL LIMONERO
Diap 24
Del dulce azahar, nace el limón...
08 EL LIMONERO (U)
Crecimos juntos.
A él lo abonaban con lo limpiado del gallinero;
a mí, con comida, cariño... y algún chancletazo.
Yo iba al fondo, le contaba mis cuitas, y él me
oía callado.
En la segunda primavera tuvo un desarrollo
enorme; la ramita se volvió tronco... ¡y floreó!...
¡Y dio un limón!
Mi madre decía que era limón italiano.
Mi padre, que era francés.
Miré el limonero, su copa más alta que yo...
Y él y yo supimos que éramos de ese fondo, de
esa tierra.
Al año ya se había convertido en un árbol
frondoso; se llenó de amarillos frutos… y de
picantes bichos peludos.
El siguiente verano llegó una plaga de
langostas. Cuando alzaron vuelo de nuevo, sólo
quedaban esqueléticas ramas.
Era un paisaje invernal en medio del estío.
Únicamente la vid y el limonero rebrotaron.
La primera dio unos pocos y agrios racimos.
El limonero, unas tiernas hojas… ¡y un
montón de limones! Hubo hasta el invierno.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Desde entonces tuvo frutos durante todo el
año. Tantos, que yo le sacudía para que cayesen…
Y él parecía reír con el susurro de sus hojas,
como si jugase conmigo.
El tiempo siguió pasando.
Me hice hombre. Me alejé de allí.
El tronco se fue arrugando… y las ramas
dando frutos.
Viejo, volví a la casa; que ya no era nuestra.
Quise ver al limonero. Me avisaron que una
epidemia lo había secado.
Pero, cuando lo cortaron, a la semana, del
tocón surgió un ramita nueva; y de ella creció
otro limonero.
Fui a verlo. Era un árbol retorcido. Con grietas.
Se notaba que había luchado para sobrevivir.
Me dijeron que daba limones siempre, y me
preguntaron de dónde era.
Con voz tomada de emoción, respondí:
–Mi madre decía que italiano. Mi padre,
francés.
Miré el limonero… Quedé callado…
Él y yo sabíamos que éramos de ese fondo, de
esa tierra.
...oo0oo...
EL LIMONEROEL LIMONERO
Diap 25
En el fondo de mi casa había un mirador.
Pero, siempre le dijimos: la azotea.
Una azotea que se continuaba, hacia la derecha,
en el fondo de al lado; el de la casa de mi tío.
En realidad era el techo del escusado, del
lavadero de mi madre, del cuarto de herramientas
de mi padre y del lugar donde las gallinas ponían
huevos y dormían.
En la parte de mi tío no había cuarto de
herramientas ni lavadero; y mi tío criaba unos
escandalosos patos.
A esa azotea le habían puesto un murito como
baranda y dos sillones de cemento.
El murito nos separaba del vecino de atrás,
cuyo terreno estaba seis metros por debajo.
El muro lo había hecho Bruno, un tío de mis
primas, el cual se volvió mítico por haber
construido el Obelisco del Bulevar, luego irse al
Brasil y…hacer fortuna.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Yo era muy chico cuando me llevó, con mi
padre, a ver el obelisco en construcción.
El recuerdo que me quedó de ese monumento
es de algo hueco, oscuro, y que olía mal.
Bruno dejó como recuerdo su carácter alegre y
el muro tipo espejo de ladrillos, donde ni a éstos
ni a la mezcla le entraba un clavo.
Tan fuerte era, que retenía la tierra del fondo.
Se subía al mirador por una escalera para
encontrar dos bancos muy diferentes.
Uno, esbelto y pulido. El otro, áspero y rústico.
Pero, ambos viendo hacia el horizonte.
En la azotea, mi madre tendía la ropa en un
alambre que seguía hasta el otro techo.
Y, en verano, se quedaba en un sillón a
disfrutar de la brisa. O, a charlar con mi tía.
Los fines de semana, sentada al lado de mi
padre, juntos en el mirador, añoraban la lejana
Europa; viendo el puerto por el cual, un día,
entró el barco que nos trajo.
Desde esa azotea vi crecer la ciudad al otro
lado de la bahía; y, de este lado, yo fui creciendo
en mi barrio.
LA AZOTEA
Diap 26
Extraído de “Don Víctor”
del libro “Los Dones del Ayer”...
09 LA AZOTEA (U)
El paisaje que se ve desde allí es, fue, y será, de
belleza extraordinaria.
Un río que es mar, se amansa en el freno de
los rompeolas; para luego entrar suave en la
bahía. Una isla pone el color de sus galpones. En
el puerto, los barcos reposan sus fatigas.
Y la ciudad, en una mezcla de antiguo y
moderno, se recuesta alrededor de la costa.
Cerca, las calles del barrio descienden hacia
las turbias orillas.
Algunas, más audaces, se atreven a entrar con
sus muelles en el agua; pero, se detienen asustadas.
Mirando en sentido opuesto, una verde ladera,
salpicada de piedras negras, remonta el cerro;
donde, en la cumbre, atalaya la Fortaleza de los
años de la Conquista.
Desde la azotea se ven casas pequeñas, con
jardines, con fondos llenos de árboles, con
gallineros. Casas pegadas a la del vecino, como
transmitiéndose el espíritu de unión.
Observando ese paisaje, sentado en esos
bancos, hice los deberes de la escuela, saboreé
los higos robados al vecino, tuve mis juveniles
ilusiones, escribí mis primeros versos.
EN EL FONDOEN EL FONDO
::::::
Los años me alejaron de ese mirador, de esa
azotea.
Viejo, volví.
El mirador seguía igual; el paisaje, el mismo.
Pero, mis padres no se sentarían más en esos
sillones.
Me acerqué a la baranda.
Miré hacia abajo, y sentí miedo de caer.
Recordé un niño que bajaba y subía por esa
pared, escalando en los huecos dejados durante
la construcción.
Lo hacía por el motivo más mínimo: A buscar
una pelota, para escaparme al baldío a jugar...
Y nunca tuve miedo.
Pero, entonces era un niño; y ahora, un
hombre viejo.
Y nos aferramos más a la vida cuanto menos
tiempo de ella nos va quedando.
Me senté en un banco de la azotea.
En el rústico.
Y quedé viendo las lejanas olas volverse
espuma contra la escollera.
...oo0oo...
LA AZOTEALA AZOTEA
Diap 27
A tres cuadras y media de mi casa, en la calle
de arriba, en la esquina de Francia y Bogotá,
había un almacén.
La ubicación no era de extrañar.
En ese barrio los países y ciudades se cruzaban,
hacían esquina y corrían paralelos, sin que
tuviese que ver razas, fronteras, ni ideologías.
Tampoco extrañaba a los habitantes del lugar,
mezcla de emigrantes y perseguidos de todo el
mundo.
Menos causaba extrañeza que en una esquina
hubiese un almacén.
En esa época, que en las casas no había
refrigerador y sólo los ricos tenían heladera de
hielo, había uno en cada esquina.
Lo que asombraba era que ostentaba un
letrero enorme que ocupaba medio frente.
En éste decía “DEPÓSITO” y el nombre del
propietario: MIKEIL SKROZOUV.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Era el local más grande de allí. Adjunto tenía
un galpón donde guardaban los productos en
bolsas y cajones. Y, en el mismo, había una
máquina ruidosa que fabricaba hielo
El dueño era un lituano, alto, flaco, que fue
campesino.
Tenía un hijo de nuestra edad, que iba a
nuestra escuela, y que se llamaba como el padre.
Eran los años de las obras de Julio Verne, por
tanto le pusimos… Miguel Strogoff.
El botija no fue el “Correo del Zar”. Aunque, le
tocó ser el repartidor de los mandados para las
viejas de ese barrio.
Era, al igual que tantos más, un nacido en otra
tierra que crecía en ésta; sin saber cómo era la de
origen, y sintiendo como patria el lugar donde
vivía.
En ese almacén se encontraba de todo. Sin
embargo, su dueño prefería vender al por mayor.
Hasta los gallegos y armenios de los otros
almacenes se proveían allí.
Cuando escaseaba algo, sabíamos que en el
Depósito, en lo de Strogoff… era seguro que lo
hubiese.
LA ARROBA
Diap 28
Aquellos hijos de almaceneros,
cargadores sin sueldo ni horario…
10 LA ARROBA (U)
Fue un mes que la papa desapareció del
marcado. Ilógico en esa tierra oscura y fértil.
Mi madre me mandó a lo de don Miguel, con
un billete, para que le enviase una arroba.
Me faltaba poco para tener nueve años. Estaba
asustado por llevar tanto dinero… y no sabía lo
que era una arroba.
Fui al depósito. Saludé a Miguelito, que estaba
haciendo los deberes sobre un cajón cerca de la
ventana. Llegué al mostrador.
El almacenero, normalmente serio, me sonrió.
Hice el pedido y le entregué el billete con cierto
alivio. Me devolvió el cambio.
Lo guardé en el pantalón corto.
–¿Querés sólo una arroba?... –preguntó, burlón.
–No sé que es una arroba. –respondí, molesto.
–Ya te la traigo para que lo sepas… –y, jocoso,
se fue.
Al poco tiempo volvía con una bolsa de arpillera,
llena de papas, que puso delante mío.
Me llegaba al pecho, parecía pesada…
Y yo era alto y pesaba venticuatro kilos.
–Ahora la mando con mi hijo. –aseguró el
hombre.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Miré al botija, quien ya se paraba… y respondí:
–No… La llevo yo… Chao, Miguelito…
Me la eché al hombro como hacían los
changadores de la barraca.
A lo cuadra estaba resoplando y doblado. En el
puente sobre la quebrada me corría el sudor.
Me paré a respirar. Luego subí el repecho
hasta mi calle, deteniéndome a cada momento
para tomar fuerzas.
Cuando entré en la casa, mi madre me gritó
espantada:
–¿Estás loco?... ¿No te dije que la enviaran?...
¡Ya voy a hablar con ese tipo! ¿Cómo te va a
mandar con esa carga?
–No me mandó, mamá. Yo le dije que la
llevaba. La iba a traer su hijo… Si él lo puede
hacer, lo puedo hacer yo.
Al llegar mi padre esa noche, y oír el cuento,
me abrazó.
Le pregunté cuánto era una arroba…
Me lo dijo.
Y, por años, guardó la bolsa vacía en el
galponcito, en el fondo.
...oo0oo...
LA ARROBALA ARROBA
Diap 29
Érase un niño que tenía un barco.
Pero, aunque él creía que el barco era suyo, no
era de él.
Era un barco pequeño.
Tanto, que cabía sobre el mueble del comedor.
Y allí estaba, sobre un soporte, con los colores
del original.
Porque ese pequeño barco era un modelo a
escala del que lo había traído de chico.
Se lo había dado el capitán del trasatlántico
donde viajó con sus padres, un hombre de
uniforme blanco.
Hombre que, en la travesía, cada mañana
llevaba al niño a la cabina del timonel para que
observara el infinito horizonte.
Y, al ver que el niño se abstraía con el modelo
que reposaba en un estante, cierto día, el capitán
se lo dio.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Le dijo que tenía que cuidarlo, que sería el
capitán de ese barco, que debía evitar que se
hundiese o encallara.
Y, sobre el modelo, le fue explicando al niño
cada cosa del barco y para que servía.
Y el niño, le escuchaba.
Luego, el niño ponía aquel pequeño barco en
la mesa de la bitácora junto al timonel.
Y, como éste, piloteaba el suyo.
Todo viaje tiene un destino.
Cuando arribaron al puerto, el pequeño niño
bajó llevando en sus manos al pequeño barco.
Desde el muelle miró al grande.
Era igual al que él tenía.
Pero… él era el capitán de éste.
No se acordaba de todo le que le había
enseñado el capitán del barco grande.
Por que le faltaba mucho por aprender.
Pero tenía un barco, aunque éste fuese pequeño.
Uno que le habían dado para cuidar y nunca
dejarlo hundir ni encallar.
Y para que no escorara, su padre le hizo un
soporte.
NAUFRAGIO
Diap 30
Era numero 29 en el libro original
Todos somos sobrevivientes
en el mar de la vida.
11 NAUFRAGIO (G)
El niño fui a vivir en un cerro, cerca de una
bahía. En ella había varios muelles y un
varadero.
En uno de los muelles atracaba un barquito
que cruzaba la bahía. Y, pasando cerca de una
isla, llegaba hasta al puerto.
Muchos domingos, el padre llevaba al niño de
paseo en ese barquito. Y el niño llevaba su
pequeño barco con él.
A veces acompañaba a su padre hasta el
varadero. Y veía los grandes barcos sobre
soportes. Como él guardaba el suyo.
Allí conoció a un amigo de su padre. Era
dueño de una flota de remolcadores. Pero no le
decían capitán, sino patrón.
Le estaban construyendo uno nuevo. Era un
barco de poca eslora, ancha manga, fornido
casco, de enorme fuerza.
Cuando estuvo terminado, el patrón les invitó
a la botadura. Y preguntó al niño que nombre
quería para el remolcador.
Y el niño dijo el de su pequeño barco.
Y se le pusieron. Y, sonriendo, le indicaron
que él siempre sería su capitán.
Muchas veces, ya muchacho, fue en el
remolcador. Y hasta salió con éste por la
escollera a buscar grandes naves.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Y reía con los marineros cuando hacían
bromas llamándole capitán. O, por que en esos
viajes llevaba su pequeño barco.
Lo ponía en la cabina, junto al tablero del
timonel, mientras íntimamente le parecía
pilotear el suyo.
Y, al ver como los altaneros buques eran
arrastrados por el remolcador, supo que el
tamaño no importa sino la fortaleza.
El niño se volvió un joven. Dejó de ir en el
remolcador. Dejó su barco pequeño en el soporte
sobre el mueble.
Sin embargo, cada tanto, se acercaba al
muelle.
Y un día, el viejo patrón se le aparejó. Y con
voz de lobo de mar, habló.
Le dijo que ya era un hombre. Que debería
navegar en otros mares. Que tendría que pilotear
otros barcos.
Que patrón es cualquiera. Pero quien no deja
que el barco se hunda o encalle es el capitán.
Y… que él siempre sería un capitán.
Y aquel joven que érase un niño que tenía un
barco, volvió a su casa. Pensó en el remolcador.
Miró al barco pequeño.
Y sintió que ahora tenía dos… aunque no
fuesen de él.
NAUFRAGIONAUFRAGIO
Diap 31
El joven se hizo hombre. E hizo lo que hacen
los hombres. Se enamoró. Se casó. Y tuvo sueños
en el futuro.
Y un buen día, esos sueños le hicieron subir a
una nave. Nave que le llevaría lejos, a otros
puertos, a otros mares.
Pero, antes de abordarla quiso despedirse del
remolcador y del pequeño barco sobre el mueble
del comedor.
El modelo tenía algunas partes sin pintura,
pero seguía en su soporte representado a un
barco ya desaparecido.
Al remolcador lo vio desde lejos. Como él, sólo
recalaba luego de un agitado día llevando naves
ajenas a puerto.
Y el hombre que de niño tenía un barco,
zarpó. Dejaba el pequeño barco en el mueble. Y
dejaba el fuerte remolcador en la bahía.
Llegó a puertos sin atracaderos, y junto a otros
los hizo. Le dieron barcos que no eran suyos, y
fue su capitán.
A veces los piloteó por cabotaje. Otras, dibujó
cartas luego de destrozar la quilla en bajíos y
ocultos arrecifes.
Y si por momentos un vendaval quería
abatirlo, echaba más lastre y entre bandazos
tornaba el navío a su derrotero.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Nunca le importaba si el patrón o la empresa
estuviesen contentos.
Él tenía que evitar que el barco se hundiera o
encallase.
Años después, creyendo que todo ya estaba a
socaire, dejó todo a cargo de un práctico y fue de
visita a la antigua bahía.
Llegó con canas en la cien.
Encontró al pequeño barco con polvo del
tiempo, descolorido, con el soporte rajado.
Fue en busca del remolcador.
Lo halló en el muelle, tenía las bandas
golpeadas, óxido por doquier, parecía más chato.
Un viejo marinero le dijo que el remolcador ya
estaba viejo, que hacía aguas, que había nuevos
más fuertes.
Sin embargo, cada tanto lo venían a buscar
para que zafase a un novato embarrancado en
algún bajío o escollo.
Y el hombre encanecido, que de niño tenía un
barco, sonría.
Luego fue a la casa y limpió al pequeño barco.
Días después partía.
Aún era capitán de esos dos… y de otros
barcos.
Y un capitán no puede dejarlos hundir o
encallar.
NAUFRAGIONAUFRAGIO
Diap 32
Pasaron muchos años. Varias veces los barcos
cambiaron de naviera o de patrón. Pero él seguía
siendo el capitán.
Tuvo que cruzar tormentas, navegar sobre
escollos, bogar entre problemas que retrasaban
su impulso cual sargazos.
Fue abordado por piratas y almirantes de
calma chicha. Y, él siempre iba a sacar el barco
cuando quedaba varado.
Cada tanto retornaba a aquella bahía. Miraba
su pequeño barco que no era suyo. Y preguntaba
por el remolcador.
Le decían que estaba viejo, que para lo único
que servía era para arrastrar chatas. Y el hombre
viejo, sonría triste.
Y él volvía donde creía que aún lo necesitaban
para llevar por buen rumbo las naves. Por que él
siempre era el capitán.
Pero, cierta vez, le sacaron el barco. Otro dueño
se lo quitó. Y éste quiso ser patrón, timonel y
capitán. Y… se hundió.
El hombre viejo volvió para un reencuentro
con sus viejos barcos, el del mueble del comedor
y el remolcador de la bahía.
El modelo tenía la pintura saltada.
Del remolcador le dijeron que estaba sobre la
escollera de una playa.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Había naufragado una tarde de tormenta.
Capeándola, se le había roto el timón.
La marejada lo arrastraba hacia las rocas.
Pero él, sacando fuerzas de sus obsoletas
máquinas, aceleró. No se hundiría.
Y, enfilando al rompiente, subió sobre éste.
El viejo tomó el modelo.
Fue hasta la escollera.
Subió al escorado remolcador.
Estaba desguasado. Puso el modelo en la vacía
mesa de bitácora… Y allí lo dejó.
Bajó por el planchón.
Miró sus barcos y les hizo una venia.
Quizás él falló. Ellos, no.
Nunca se habían hundido. Nunca habían
encallado.
Y el viejo empezó a irse.
Un viejo que érase un niño que tenía un
barco… dos…
Pero, aunque él creía que eran suyos, en el
fondo, no eran de él.
El viejo se fue.
Y, mientras él se iba, se oyó la ronca sirena de
un remolcador y el grave pito de un trasatlántico.
Saludaban a su capitán.
…oo0oo…
NAUFRAGIONAUFRAGIO
Diap 33
En el fondo de mi casa estaba el escusado.
Bien al fondo y a la izquierda.
Una de sus paredes era parte del muro de
ladrillos que nos separaba del terreno de atrás.
Otra, con el gallinero del vecino. Seguía la del
frente, con un alta ventana hacia el limonero
para mezclar los aromas.
Ventana de vidrios opacos que no permitía ver
nada.
Y, debajo la azotea, estaba la puerta.
Una angosta puerta entre la pileta donde mi
madre lavaba la ropa y la bomba manual que
extraía agua del aljibe.
Todo hecho de ladrillos espejo y portland. Y
fretachado.
En su interior tenía una bañera y un inodoro
de cemento pulido, y un lavamanos de lámina
esmaltada.
Lo impresionante era el tanque.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Era de hierro fundido, con una cadena que
accionaba una palanca que subía una taza que
dejaba bajar el agua con un ruido atronador.
Pero, para llenar el tanque, o la bañera, o la
pileta, había que darle y darle a la palanca de la
bomba.
Eso, hasta que mi padre colocó en la azotea un
tambor como reserva.
Sobre el lavamanos existía un espejo.
Parecía de un circo; según de donde se mirase,
mostraba un rostro distinto.
Y cerca del inodoro, lo más importante:
Una caja con hojas de diarios.
Ellas servían para releer noticias viejas, probar
que no desteñían, y… hacer la limpieza final.
También en la pared había un gancho del que
colgaban cuadraditos de papel de astrasa.
Y, para las visitas, en un estante se ponía otros
de papel blanco y de seda…
Pero, nadie tenía el atrevimiento de usarlos.
¡Un lujo ese escusado!
En esa época era normal llamarlo así y no con
el actual eufemismo de baño.
EL ESCUSADO
Diap 34
¿Por qué se pregunta por el baño?...
Si lo que se quiere es no bañarse…
(Reflexiones de Humgrand Penn de Joc)
12 EL ESCUSADO (U)
Decían que siempre hubo en ese lugar un
escusado; pero dos metros más abajo, cuando el
terreno formaba un talud.
Que era un cuartucho con sólo un agujero en
la tierra.
Hasta que un día levantaron los muros linderos,
rellenaron, y el viejo quedó enterrado.
Sobre él se construyó el nuevo.
Las raíces siempre rebrotan en tierra abonada.
Primero tuvo pozo séptico.
A éste, cada tanto, había que vaciarlo.
Al hacerlo, por varios días quedaba en el aire un
olor que hacía pensar de qué estábamos formados.
Luego se conectó al colector general.
Y las verduras y plantas del fondo perdieron
algo de su antiguo vigor.
Por muchos años fue el único escusado.
No existía ningún problema para ir a él
durante el día y siendo verano.
Para hacerlo en la noche, o en invierno, había
que pensarlo más de una vez.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Si era de noche, daba miedo cruzar el oscuro
fondo.
Y, por más que se evitara hacer ruido, al vaciar
el tanque era tal el estruendo que alborotaba a
todas las gallinas y perros del lugar.
Todo el vecindario se enteraba.
En invierno era peor.
Había que tener mucha valentía y necesidad
para dejar la tibieza del cuarto cerrado y salir a la
intemperie para ser azotado por el gélido viento.
Por eso, la escupidera fue muy apreciada.
Cuando se hizo la casa grande, se puso baño en
el piso de arriba. Pero, por no subir la escalera,
poco íbamos a él.
El escusado siguió siendo el preferido.
Sin embargo, por cosas de la vida, yéndome en
la distancia y en el tiempo, dejé de usarlo.
En el fondo de mi casa estaba el escusado.
Ya no es mi casa, pero todavía lo está.
Y siempre lo estará en mis recuerdos.
…oo0oo…
EL ESCUSADOEL ESCUSADO
Diap 35
En el fondo de mi casa había un gallinero.
Eso no era nada extraño, ya que en esa época
en todas las casas había un gallinero y éste se
hallaba al fondo.
La mayoría de ellos estaban bajo los árboles,
con piso de tierra, cercados por palos y latas; y,
sobre cualquier cosa, existían unos feos cajones
para que las gallinas pusieran.
Pero, el nuestro no fue así.
Tenía dormitorio y patio.
El techo, el piso y las tres paredes del dormitorio
eran de hormigón fretachado.
El techo formaba parte del mirador, la azotea
donde mi madre colgaba la ropa.
La pared de la derecha componía el lindero
con el fondo de la casa de mi tío. La de atrás, con
el terreno de abajo.
La izquierda, angosta, dividía del galpón de
herramientas. En el galpón se guardaba el maíz y
el afrechillo.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Y en esa pared abría la puerta para pasar al
gallinero con el chirriar de los goznes… y el
escándalo de las glotonas gallinas.
Como en un teatro, no existía cuarta pared, la
del frente. Daba al patio, donde las gallinas
actuaban a diario.
En el dormitorio había, a diferentes alturas,
dos redondos palos para que ellas descansaran.
Y más arriba, sobre dos ángulos, los cajones
que se podían sacar y limpiarlos.
Tenían la tabla del frente más baja para que
las gallinas pasaran facilmente y se acomodaran
muy orondas a poner un huevo y cacarear su
obra. Y… para luego quitárselo.
Dentro ellos se colocaba pasto seco.
En la noche eran los lugares preferidos por las
gallinas más viejas, en tanto las jóvenes
dormitaban haciendo equilibrio en los palos.
Pocas veces entraba el gallo a ese lugar. El
curucutú de protestas de las hembras, lo sacaba.
Aunque, en invierno, las más pollitas le
permitían dormir junto a ellas.
EL GALLINERO
Diap 36
¿El huevo o la gallina?...
¿y dónde queda el gallo?
13 EL GALLINERO (U)
Pero, en el patio, el gallo era amo, señor… y
tirano.
Se pasaba a su patio levantando el pie para no
tropezar con el murito que lo rodeaba, de diez
centímetros de alto y de ladrillos rojos al igual
que el piso.
Excepto por el lado del dormitorio, los otros
tenían tejido de alambre hasta arriba, casi dos
metros y medio. El techo era formado por las
frondosas ramas de la santarrita.
Había gallinas que ansiaban la libertad y
volaban sobre la cerca para… ser capturadas,
sufrir que les arrancasen las plumas largas y, si
insistían en escapar… acabar en la olla.
Como siempre, la mayoría era sumisa.
Iban sobre los ladrillos, temerosas, recelando
de las demás, compitiendo por encontrar un
grano entre sus propios excrementos.
Lo que más me molestaba era el despotismo
del gallo.
Tenía ganas de pegarle cada vez que montaba
una gallina, la poseía quisiese ella o no, y luego
aleteaba fanfarrón.
Sentí que había algo de justicia cuando una
clueca, que estaba incubando, se enfermó y murió.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Ante mi asombro, mi madre emborrachó al
gallo y lo puso a empollar.
¡Había que ver como cloqueaba e incubó los
pollitos!...
Y me quedó el temor de lo que se puede hacer
borracho.
Para los niños de entonces, el nacimiento de
los pollitos era especial.
Verlos salir del huevo, el cambio de una fea
criatura a un delicado ser.
El amor de la gallina hacia ellos.
Junto al gallinero había un pedazo rodeado de
una malla. Allí se ponían los pollos.
Mucho antes que apareciera eso del kinder
garten, mi madre lo tuvo para los pollitos.
Ya no quedan gallineros en las casas.
Hoy los huevos y los pollos son parte de la
producción masiva.
Pero, jamás olvidaré el que estaba al fondo de
la mía.
El canto del gallo.
El cacareo de las gallinas.
El piar de los pollitos…
El ayer.
…oo0oo…
EL GALLINEROEL GALLINERO
Diap 37
En el fondo de mi casa había un banco…
En realidad había dos, y a pocos metros uno
del otro.
No eran esos bancos donde maniobran con el
dinero, ni de los que son para sentarse.
Eran bancos de trabajo.
Tan importantes, que había dos.
Uno, para trabajar en verano a la sombra de la
santarrita.
El otro, el de invierno, tenía techo de hormigón.
Los años primeros los pasó cerca de la pileta
de lavar, en ese espacio debajo la azotea donde
penetraba la hamaca en su vaivén.
Pero cuando conectaron el agua corriente a las
canillas, y pusieron azulejos a la pileta y a la
mesa; hubo dos cosas que sufrieron con los
cambios del progreso.
La bomba manual que extraía agua del aljibe,
y el banco con su vieja morsa para madera.
EN EL FONDOEN EL FONDO
La bomba fue muriendo en silencio, callada,
secándose por dentro.
Y, cierto día, cuando por casualidad quisimos
mover su palanca, estaba rígida.
El banco, más sufrido por años de golpes, fue
arrastrado a pesar del crujir de las agrietadas
tablas, y llevándose con él la obsoleta morsa, al
aledaño galpón de herramientas.
En pago, al igual que mi padre, pudo sentirse
en invierno abrigado en ese minúsculo cuartucho
por el tibio calor de las gallinas próximas y de los
ratoncitos en sus escondrijos.
El banco de afuera, bajo la santarrita, siguió
entre el patio de las gallinas y el cantero del
naranjal.
Siempre frío, con la soberbia de los fuertes.
Su patas eran recortes de rieles de ferrocarril
metidos en bases de hormigón.
La mesa, compuesta de una gruesa plancha de
hierro abulonada en vigas con forma de T.
Sobre el perfil delantero y la plancha, tenía
atornillada una morsa de hierro fundido. Al
cerrar su boca de postizos estriados, ajustaba a la
perfección… y a veces con dolor.
EL BANCO
Diap 38
Si me mandan al banco, tengo un “trilema”
porque tengo tres lugares donde ir.
(El Loco de la Esquina)
14 EL BANCO (U)
Uno de sus partes era firme, inamovible.
Pero la otra iba y venía, yendo y volviendo en
provocativo movimiento, cada vez que en su
interior daba vueltas el tornillo sin fin.
No comprendía por qué se llamaba así, ya que
tenía final. Ni por qué su cabeza giraba sin
abandonar la parte móvil…
¡Y menos aún que su barra, dos por tres, nos
golpeara!
Aunque corriese dentro la fija; era tan fiel que
si pasaba del límite quedaba loco… pero, siempre
unido a la móvil.
¡Cuántas cosas hicimos en ese banco!... Desde
enderezar un clavo hasta armar un engranaje.
Una vez, ya muchacho, fijé en la morsa un
taladro manual con la intención de convertirlo
en primitivo torno.
Le daba a la manivela con mi mano izquierda,
mientras con la derecha y una cuchilla trataba de
formar las piezas de mi primer juego de ajedrez…
¡en palos de escoba!
EN EL FONDOEN EL FONDO
No hubo dos peones iguales, ni reyes, reinas o
alfiles con grandes diferencias…
fFe el ajedrez más democrático visto.
El banco debajo la santarrita tenía la ventaja
que mientras se sudaba se podía sentir el
perfume de los azahares, y a un par de pasos
estaban los racimos de uvas del parral.
Pero, al llegar el otoño debía recubrir esa
morsa con una grasa negra, espesa, olorosa, para
evitar el óxido.
Lo hacía a disgusto, ya que en primavera la
tenía que limpiar.
Siempre quise más al banco del cuartito de
herramientas.
Tal vez por sus viejas maderas agrietadas y
con cagaditas de ratones.
O por su arcaica morsa que cerraba su boca
con chirriar añoso, como avisando para no
agarrarse los dedos.
O, quizás… por que estaba más al fondo.
…oo0oo…
EL BANCOEL BANCO
Diap 39
En el fondo de mi casa había un galpón.
Era tan chico que costaba moverse en él…
Era un galponcito.
Y así lo llamábamos: El galponcito del fondo.
Mi madre me decía que le trajese madera para
la cocina de leña desde “el galponcito del fondo”.
Y ahí iba yo, tomaba el hacha y partía los
trozos a la medida adecuada.
Si mi padre necesitaba una pala, un martillo,
una pinza, un pico, me lo pedía agregando
siempre “del galponcito del fondo”.
Y yo le traía de allí la herramienta.
Si alguien, al vernos las manos sucias de
óxido, hollín, o grasa, nos preguntaban de donde
veníamos… la respuesta más segura era:
“Del galponcito del fondo”.
Constituía un complemento innecesario.
No había otro galpón ni galponcito en el fondo
ni en la casa.
Pero, hay cosas que, como algunos seres,
conllevan una clasificación.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Su techo fue la azotea donde mi madre tendía
la ropa.
Y, en su inicio, la única pared que tenía el
galponcito era la del lindero con el vecino de
abajo.
Luego, cuando la casita de techo de zinc se
cambió por la de dos pisos y del corredor se quitó
el humilde envarillado, éste fue a cerrar el frente
y laterales del galponcito.
El cuadriculado de las varillas se llenó de
ganchos para colgar tenazas, alambres, cadenas,
ese sin fin de cosas que tanto son queridas por
los hombres de trabajo.
Con la madera sobrante, mi padre hizo dos
puertas.
Una para entrar desde el lavadero al galponcito.
La otra, de él al gallinero.
El viejo era excelente mecánico…
Ninguna puerta cuadró bien y siempre
chirriaban al moverlas.
Pero, esas puertas y paredes tenían algo propio
que hacía quererlas… tal vez porque fueron del
corredor envarillado.
EL GALPÓN
Diap 40
Nada más inútil que una herramienta…
si quien la tiene no sabe para que es.
15 EL GALPÓN 2 (U)
Dentro el galponcito, contra la pared lindera,
había varios estantes hechos con la madera de
los baúles que, como las esperanzas de mis
padres, jamás retornaron a Europa.
¡Qué entrevero en esos estantes!
Verlos, hacía recordar el tango Cambalache.
Pero, con la diferencia que ahí cada cosa tenía
valor, nada se cambalacheaba, todo se guardaba.
Útiles de matricería junto a cajoncitos de lata
con clavos torcidos.
Escariadores de precisión acompañando a
tuercas oxidadas.
Calibres finos pegados a bulones golpeados.
Sobre el piso descansaba el viejo banco de
tablas con su más vieja morsa para madera.
A su lado un cajón, hecho con las laminas de
zinc, para guardar la leña de la cocina.
Y en un rincón algo que, a pesar de usarlo a
diario, me daba resquemor.
Un tronco donde con el hacha partía los leños…
y a fin de año le cortaban la cabeza a un gallo.
En los estantes había decenas de cajas con
herramientas y útiles que desconocía.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Aún hoy, creo que me fui de ese galpón sin
terminar de conocerlas a todas.
Para completar el desorden, y por estar junto
al gallinero, se guardaba allí el afrechillo y el
maíz. Y, como era natural, constituía el ambiente
ideal para los ratones.
Pocas veces los llamábamos de esa forma.
También ellos poseían nombre propio. Eran los
ratoncitos, en diminutivo. Por lo mismo, le
teníamos cariño. Hasta crié una camada cuya
madre murió en alguna trampa.
Pequeños, vivían angustiados.
Siempre cerrábamos la puerta del galponcito…
¡para que el gato no entrase!
Con los años, poco a poco, todo se fue
marchando.
Se fueron el gato, los ratoncitos, mi padre, mi
madre, yo…
Pero, debajo la azotea, siguen mis recuerdos
junto a los clavos torcidos, los ratoncitos.
Guardados en el galpón.
Mejor dicho…
¡En el galponcito del fondo!
…oo0oo…
EL GALPÓNEL GALPÓN
Diap 41
El verano finalizaba.
Pronto recomenzaría la escuela. En el fondo
hacía un calor bochornoso. Y salí a la vereda.
Quizás incitado por la libertad, o tal vez
huyendo de las calles reverbantes, subí hacia el
cerro.
Caminando sobre el reseco pasto, arranqué de
un salvaje hinojo sus palitos dulces para ir
masticándolos, y encontré una rama de eucalipto
que me sirvió de cayado.
Subiendo y bajando, seguía las ondulaciones
del terreno sin alejarme mucho de las calles que
morían en la ladera.
Por curiosidad, quería ver como terminaba
cada una de ellas… y todas iban desapareciendo
entre polvo y cascotes.
Pero, de pronto, me encontré parado sobre
una barranca.
Y, a mis pies, varios metros abajo, allá,
finalizaba una calle.
Si quería salir por algo más suave, debía
retroceder.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Indescriptibles emociones me invadieron.
Yo tenía nueve años. Estaba como a un
kilómetro de mi casa.
Miré otra vez. La tétrica roca negra había sido
cortada en abruptos farallones.
En ellos había huecos y salientes.
Fue más grande el reto que el temor… y
comencé a descender.
Nunca supe cuánto tardé en hacerlo ni las
veces que me detuve… sólo recuerdo que bajé
agarrándome de la piedra, nunca viendo para
atrás y sin soltar la vara.
Finalmente llegué a la calle.
Aún tenso y agitado, observé a mi alrededor.
Una cuadra estaba llena de sembradíos. La otra
era árida, con una vieja casona descuidada.
En su puerta, descansando en un sillón de
mimbre sobre una vereda hecha de lajas negras,
una mujer se abanicaba.
Avancé por la calle que también era de
adoquines negros.
Era imposible no mirar esa mujer. Tenía una
mecha de pelo rubio en su negro cabello… y era
algo vulgar.
LA BARRANCA
Diap 42
Los adjetivos bueno o malo deberían ir
siempre seguidos por la preposición para…
(Leído en un libro)
16 LA BARRANCA (U)
–Te costó… pero, lo lograste. –dijo ella, al
pasarle delante– Hubo momentos donde parecía
que ibas a rodar barranca abajo… sin embargo,
supiste mantenerte firme.
Me detuve.
Por la entreabierta puerta vi mujeres en ropa
interior dentro el patio.
Sentí más miedo que en el farallón.
Pero, de la vieja emanaba un afecto casi
maternal.
–Sí, señora. –respondí– Mi viejo me enseñó
que si no se quiere caer al bajar, hay que darle la
espalda al precipicio y agarrarse fuerte de lo que
se tiene adelante.
–Buen consejo. –afirmó ella– De pronto te
encontraste frente a la barranca y supiste
enfrentarla. Pero, no lo hagas otra vez y
solamente por gusto. No vuelvas más por aquí.
Podrías dar un mal paso… y caer. O tener un
tropezón en la calle… lastimarte... Y, aquí hay
mucha basura.
–Gracias, señora. Me voy. –me despedí.
Y me fui sin entender.
EN EL FONDOEN EL FONDO
–Adiós botija… –su mirada se volvió triste–
¿Sabés?... Vos llegaste de allá arriba. La mayoría
viene de abajo. Llegan buscando la manera más
fácil, más cómoda, que no les dé esfuerzos ni
complicaciones... Adiós botija.
Al rato estaba en el fondo de mi casa. Pensaba.
Y sin saber por qué, en lugar de contárselo a
mi vieja, lo hice a mi padre.
Él escuchó sonriendo hasta mi frase final:
–Tenía pinta de mala… pero, creo que era buena.
–Te faltó el “para”. –y recalcó él– Ella fue
buena… para ti.
No retorné a la barranca ni a la calle. Y con los
años y la distancia, me alejé del barrio.
Viejo, volví.
El tiempo se había detenido allí. Todo seguía
igual. Aunque, yo llegaba viniendo desde abajo y
apoyado en un bastón.
Miré la barranca, no era tan alta.
Me paré frente a la vieja casona descuidada.
Y me pareció ver otra vez a esa mujer.
Una mujer buena… para mí.
…oo0oo…
LA BARRANCALA BARRANCA
Diap 43
EN EL FONDOEN EL FONDO
Diap 44
Cuento Escrito: Año 2009
Antes, la única norma era que las cosas
durasen más que los que las hacían…
Bahía de Montevideo, Vista desde el Cerro, Calle Barcelona, Año 1950
Aljibe en el fondo de la casa de la infancia del autor
17 EL ALJIBE (U)
En el fondo de mi casa había un aljibe.
Mejor aún, el fondo empezaba con el aljibe.
Al abrir la puerta de la cocina y dar un paso, se
estaba en el patio; o sea, en el techo del aljibe.
Y, ahí, a la izquierda, a pocos metros, mostraba
su brocal con un hermoso arco de hierro donde
colgaba la rueda por la cual corría la brillante
cadena.
Desde muy pequeño, tanto que daba vuelta al
balde para subirme en él, me gustaba asomarme
al brocal y gritar hacia abajo como si fuera un
desafío:
–¿Aquí estoy!... ¿Aquí estoy!...
Y el eco me respondía con su voz grave y
profunda:
–Hoy... hoy...
Contaba mi madre que el aljibe fue construido
quitando la tierra del terraplén del terreno, hasta
llegar a la negra roca basáltica.
Cosa fácil, ya que ésta se halla a pocas paladas.
Y decía, además, que socavaron parte de la
roca.
EN EL FONDOEN EL FONDO
EL ALJIBEEL ALJIBE
Diap 45
Varios canteros del fondo estaban demarcados
con cascotes de esa piedra de bordes filosos
donde muchas veces me corté.
El aljibe se limpiaba en enero, en la época de
sequía.
Para mí era toda una fiesta.
Bajábamos por el brocal colocando una
desvencijada escalera de madera, típica de mi
padre.
Estaba hecho todo de hormigón. Con una
columna en el centro. Por dentro frisado y pulido
con cemento portland.
Tan bien construido que no tenía ni una
filtración.
A los pocos minutos de haberlo lavado, y subir
el último balde de limo del recuadro bajo el
brocal, su superficie gris estaba seca, sin sentir el
mínimo olor a humedad.
Era el cuarto más grande de la casa. Medía
seis metros por tres, y por dos y medio de alto.
Atraía estar en él. Pero, estaba bajo tierra.
EN EL FONDOEN EL FONDO
EL ALJIBEEL ALJIBE
Diap 46
Su único habitante fue una tortuguita.
Ella a veces subía en el balde para que le
diéramos unas horas libres en los canteros. Un
buen día desapareció.
Por más bien que se esté, la libertad es un bien
invalorable.
Nunca volví a tomar agua tan sabrosa y fresca
como la del aljibe. En verano bajábamos el balde
con las botellas de vino para que se enfriaran allí,
en su agua de lluvia, natural.
Ésta caía resonando en las onduladas chapas
del techo de cinc de la casita. Era recogida por
una canaleta, bajando por un tubo galvanizado
que entraba en una esquina del patio.
Cuando se hizo la casa grande, se cambió el
cinc por un techo de hormigón. Por atavismo se
dejó el bajante, pero en un tubo de cemento. Al
poco tiempo se le desconectó.
El líquido que traía era sucio y de mal sabor.
Además, ya teníamos la conexión al servicio
público de agua corriente.
Y el aljibe se fue secando solo, olvidado.
La tapa abisagrada de hierro que le había
hecho mi padre, se cerró. Y, cada vez que la
abríamos y la dejábamos caer, sonaba como el
disparo de una ceremonia fúnebre militar.
Mi madre colocó en su borde macetas con
malvones. Y, viendo que el arco, la rueda, la
cadena y el balde se iban oxidando, los pintamos...
quedando como adornos.
Los años pasaron, mis padres se fueron para
siempre, la casa se vendió.
El aljibe se rellenó de escombros y restos, su
brocal fue tapado con ladrillos.
La última vez que lo vi, aún seguían en él los
malvones… secos.
Ya nunca más podré asomarme a su borde y
gritar en desafío:
–¡Aquí estoy!... ¡Aquí estoy!...
Ni ya me responderá el eco con su voz grave y
profunda:
–Hoy... hoy...
Porque esos son recuerdos del ayer.
Como el aljibe donde empezaba el fondo de mi
casa.
...oo0oo...
EN EL FONDOEN EL FONDO
EL ALJIBEEL ALJIBE
Diap 47
En el fondo de mi casa había tantas cosas que
aún hoy me asombra que hayan existido.
Pero, mis padres se criaron en Europa; y allí
cada puñado de tierra se aprovecha.
De todo lo que fuese construcción, hierro,
caños, cemento, se encargaba mi padre.
Y eran de mi madre las partes con tierra, esa
tierra marrón encerrada en los canteros.
Discutían cuando uno invadía el lugar del
otro. Y, como buen matrimonio, cada tanto se
necesitaban mutuamente.
Una vez, siendo yo muy pequeño, un sábado
de tarde, vi que mi padre hacía un cajoncito con
delgadas tablas. Las de las paredes era muy
bajas; y las del piso, algo separadas.
Lo miré interrogante.
Estaba acostumbrado a verlo trabajar con hierro
y tornillos en tanto me hablaba de máquinas, de
fábricas, de la Lorena, de Roussau, de la historia,
de la revolución...
EN EL FONDOEN EL FONDO
–Es un almácigo, me lo pidió tu mamá. –
respondió a mi tácita pregunta, como avergonzado
de hacer algo en madera.
En eso llegó mi madre. Tomó el cajoncito
dirigiéndose a un cantero en el cual se mezclaba
la tierra con lo limpiado del gallinero y los restos
de comida. Y, yo fui tras ella.
Tamizó aquella fea y oscura mezcla, llenando
el cajoncito hasta la mitad. Luego, sacó del
delantal un sobre. Lo abrió, desparramando unas
ínfimas semillas en el almácigo.
Con delicadeza, y con sus uñas, rastrilló la
superficie. Las semillas se hundieron en la tierra.
En tanto, yo observaba lo dibujado en el sobre.
Eran verdes cebollines.
Tomó de mis manos el sobre, arrojó un poco
de semillas en una esquina lodosa del cantero, y
otro en la arena cerca de la pared.
Me miró con una sonrisa maternal, diciéndome:
–Vamos a llevar el almácigo a la sombra del
aljibe. Vos regarás las semillas todos los días...
Así, las verás crecer.
La seguí emocionado.
Era mi primer responsabilidad.
EL ALMÁCIGO
Diap 48
Los árboles son seres vivos.
(Don Héctor – Los Dones del ayer)
18 EL ALMÁCIGO (U)
Aprendí que necesitaban techo para que no las
quemase el sol ni las ahogara la lluvia. Un tejido
de protección, para no ser atacadas por los
bichos. Y no regarlas en demasía.
La tierra debe ser húmeda, pero con cierta
dureza. Todas las mañanas ponía el mismo
vasito de agua, y por igual, a las del almácigo, a
las del lodo y a las de la arena.
Semanas después, del almácigo asomaron
unas cabecitas verdes; que, como niños curiosos,
querían ver más.
Mi madre me felicitó.
Y, tomándome de la mano me llevó hasta el
lodo. Escarbó, sacando las semillas de allí:
Estaban podridas. Quitó las de la arena: También
estaban muertas.
–¿Te das cuenta? –dijo– Unas tuvieron mucha
agua. Otras, demasiado arena... y el agua pasó de
largo.
Durante la primer semana, las plantas del
almácigo fueron creciendo y empujándose como
jóvenes compitiendo.
Pero, al ir engrosando su tallo, algunas se
debilitaron.
EN EL FONDOEN EL FONDO
–Es hora que las separemos. –indicó mi
madre– Cada una necesita su propio terreno. Si
no, muy pocas vivirán.
Fuimos a los canteros laterales. Allí había
sombra casi todo el día. Las sembramos de a una
y distanciadas cuatro dedos. Crecieron todas.
A la mayoría las comimos, eran muy sabrosas.
Avanzando la estación, algunas dieron blancas
flores. Éstas se marchitaron, y debajo se les formó
una gran barriga.
–¿Ves? –me dijo mi madre– Son las plantas
hembras. Y, como a las mujeres, a algunas... les
crece el vientre.
Terminando el verano sólo quedaban las que
tenían esas varas con barriga, y ésta ya seca.
Mi madre me las hizo abrir.
Estaban llenas de relucientes semillas.
Las sentí algo mío.
Luego, cortamos las plantas. Dentro tenían
una caña vacía. Sus hojas eran duras, amargas.
Mi madre me miró, nada dijo.
Mi madre no enseñaba de la misma forma que
mi padre.
Sin embargo, mucho aprendí de ella.
…oo0oo...
EL ALMÁCIGOEL ALMÁCIGO
Diap 49
Se levantó y fue a la ventana.
El sol alumbraba la mañana.
El paisaje era muy diferente al de su niñez.
Sin embargo, le pareció estar en el mirador del
fondo.
Giró su cabeza viendo el cuarto.
Había tantas cosas que en cierto momento
fueron importantes… y ahora, innecesarias.
La mayor de ellas: El espejo.
Sólo reflejaba a un viejo.
Uno que ya nadie necesitaba y que siempre
había sido un necesitado. Sonrió tristemente.
Abrió la ventana. Su vista se perdió en el
horizonte y sus añoranzas en el ayer.
¿Cuándo fue que por primera vez se sintió
necesario?...
No recordaba la edad. Sólo que era muy
pequeño.
Y le pareció escuchar otra vez a su padre
diciendo:
–Necesito que me ayudes a arreglar algo.
EN EL FONDOEN EL FONDO
O fue cuando su madre salió de la cocina,
pidiéndole:
–Necesito que lleves esto al galpón.
Luego fue crecer en estatura y en ser necesario.
Tanto, que ni se dio cuenta que aumentaba en
edad… y en necesidad.
Los botijas del barrio le gritaban desde el
jardín:
–Te esperamos en el baldío… necesitamos un
arquero.
Y así se fue haciendo necesario para reparar la
correa de la máquina de coser de su madre,
sostener la madeja de lana mientras ella hacía el
ovillo, sacar las cenizas de la cocina.
Al mismo tiempo, su padre lo necesitaba para
aguantar la cabeza del bulón mientras él
apretaba la tuerca, guardar las herramientas en
el galponcito, engrasar la morsa.
Hasta era necesario para su tío. Éste, cada
tanto le decía:
–Hay que cambiar la bombita de la antena...
te necesito.
Y no se quedaban atrás las viejas vecinas
solitarias:
–Necesito un mandado del almacén… ¿irías?
EL NECESITADO
Diap 50
El verdadero amigo es aquel
que no precisa contestar a la pregunta:
¿Dónde estabas cuando te necesité?
(Rocas, cascotes, y adoquines)
19 EL NECESITADO (G)
Cuando llegó a muchacho, aumentó la
necesidad de él.
Fue necesario a su padre para reparar el
timbre, poner un clavo en la pared, reparar
cualquier cosa de la casa.
En cuanto a su madre, si ella enfermaba, fue
necesario que él cocinara, limpiase la casa… y
cuidara su hermano.
En el liceo tuvo la poca fortuna de hallar
fáciles algunas materias. Por tanto, se le hizo
común escuchar:
–¿Podrías explicarme esto?... Necesito que me
ayudes.
Y más de un muchacha le sonría, diciéndole
insinuante:
–Te necesito, no entendí nada… ¿Quieres
venir a mi casa?
Los de su barra no dudaban en pedirle:
–Salimos de campamento… te necesitamos.
Así siguió y así llegó el momento de casarse y
tener hijos. Y también el de alejarse tras lejanos
sueños.
Llegaron unos amigos mayores y le dijeron:
–Vámonos… necesitamos sus conocimientos.
Y él marchó con ellos.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Gracias a eso, en el reencuentro con su
compañera, tuvo la emoción de sentir junto a su
oído:
–Te necesité tanto…
Después fueron años de lucha, con triunfos y
fracasos. La vida de un hombre más.
A veces le decían que era necesario por su
experiencia.
Otras, sabía que lo tenían sólo por eso.
Los hijos crecieron. Mucho tiempo pudo oír:
–Papá… necesito que me expliques este
problema.
Pero, ellos se hicieron grandes y supieron más
que él. En el trabajo había jóvenes más
capacitados. El mundo se llenó de cosas que él
no conocía.
Poco a poco dejó de escuchar:
–Te necesito… lo necesitamos…
Y, un día, se dio cuenta que ya nadie lo
necesitaba
Había pasado su vida siendo necesario.
Sin que se dieran cuenta que él también
necesitó.
Porque, en el fondo, siempre había sido…
un necesitado.
…oo0oo...
EL NECESITADOEL NECESITADO
Diap 51
Nueve de la mañana.
En la madrugada cayó una llovizna que ha
dejado un sopor gris.
Oigo algo que me hace dudar.
Abro la ventana… y el grito se repite:
–¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones,
arreglooo!
Me digo a mi mismo que no puede ser, que eso
pertenece a la historia.
Y otra vez, y más cerca, resuena el grito:
–¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones,
arreglooo!
Es una realidad. Una realidad que me hace
retroceder en el tiempo. Creo estar en el fondo de
mi casa. ¿Cuánto hace?... Ni lo recuerdo.
Pero, ahora es algo del pasado que aún vive.
Tomo un par de zapatos gastados y salgo a la
calle.
Y allí, bajo un alero, está él. El alero es actual.
Él, tiene un rostro sin tiempo.
Y su apariencia pertenece al ayer.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Colgada del hombre izquierdo lleva una caja
de madera. La correa que la soporta es de cuero,
tan usada que está negra y llena de grietas como
arrugas en un viejo rostro.
De la correa también pende una cosa que hace
aflorar las añoranzas de mi juventud.
Es esa herramienta en ángulo diedro con tres
patas terminadas en forma de planta de pie.
El hombre me mira, ambos sabemos que el
tiempo nos une. Y, con un gesto fraternal, recita:
–¿Arreglo los zapatos? Puntera o tacón, se lo
hago barato.
–Tacos, por favor. Hace años que no veía un
zapatero… –y me freno por temor a ofenderlo.
–Remendón. –completa él– Soy feliz en serlo.
No me veía porque andaba arreglando por otros
lados. Lo dice el verso: “Caminante no hay
caminos, se hace camino al andar”.
Sonrío dándole lo zapatos.
Me salió poeta el remendón.
Baja la caja, saca de ella dos tacos de goma, un
frasco de pegamento, unos clavos, un martillo, y
otros enseres.
EL REMENDÓN
Diap 52
¿Recordar es volver a vivir?...
¿O vivir es volver a recordar?
20 EL REMENDÓN (G)
Cierra la tapa, y la caja se convierte en su banco.
Pone una pequeña y gastada almohada sobre sus
rodillas, un trapo, y comienza a trabajar.
Lo admiro, es un caminante que lleva su propio
asiento para poder descansar cuando él quiere.
Y canturrea:
–“Zapatos cuestan dinero, dinero cuesta
ganar, ganar cuesta trabajo, trabajo hace
caminar, caminar gasta zapatos, y se deben
arreglar…”
Largo la risa.
Me salió cantante el remendón.
El hombre pone sobre la vieja almohada la
herramienta de tres pies. Y le pregunto:
–¿Cómo se llama eso? Mi padre tenía uno en
el galpón…
–Le dan muchos nombres. –explica, mientras
va clavando los tacos nuevos, luego de pegarlos–
Unos le dicen yunque de zapatero; otros, trípode;
yo le digo: sufridera.
–En todo caso, –indico, reflexivo– la que
debería llamarse sufridera es su rodilla… es la
que aguanta los golpes.
EN EL FONDOEN EL FONDO
–Bueno… al principio se sienten. –la voz del
remendón se torna profunda– Luego, con el
tiempo, y la vieja almohada, se van sintiendo
menos… hasta que ya no duelen los golpes.
Saca la cuchilla y empareja los nuevos tacos
con la forma del zapato. Remata el borde con
una escofina. Y el final con un papel de lija.
Lustra los zapatos y me los da.
Los dos hemos estado en silencio los últimos
minutos.
Me dice el precio. Irrisorio.
Pero él no gasta en impuestos, ni electricidad,
ni local. Pago.
Y él se va canturreando:
–“Zapatos cuestan dinero, dinero cuesta
ganar, ganar cuesta trabajo, trabajo hace
caminar, caminar gasta zapatos, un cuento de
nunca acabar.”
Y ya lejos, lanza su grito:
–¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones,
arreglooo!
Miro mis viejos zapatos.
Me salió filósofo el remendón.
…oo0oo...
EL REMENDÓNEL REMENDÓN
Diap 53
En el fondo de mi casa había una hamaca.
Bien al fondo.
Se destacaba en el medio, colgada del techo de
la azotea, mejor dicho del mirador, y justo donde
terminaba el parral.
Si uno se columpiaba con demasiado fuerza
no había problema hacia delante.
El espacio era grande bajo el entramado que
se cubría en verano de verdes hojas y racimos de
uva.
Pero no había que abusar. Porque en el retorno
del vaivén existía el peligro de lastimarse los
talones contra la mesa de cemento del lavadero
que estaba a nuestra espalda.
En la hamaca se aprendía con dolor que,
cuanto más alto se eleva en el vuelo más fuerte es
el golpe en la bajada a la realidad.
Lo cual no impedía repetir el impulso.
No recuerdo cuando se hizo.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Su soporte debe haber sido puesto al mismo
tiempo que la planchada de hormigón, ya que la
viga de donde se suspendía estaba incrusta en él.
Además, no colgaba de cuerdas sino de largos
eslabones hechos con cabillas.
Éstos tenían treinta centímetros de largo y
estaban terminados en redondos ojos donde se
encadenaban.
Los ojos de los soportes de más arriba, un par
por lado, giraban sobre un bulón que a su vez
atravesaba otro ojo fijo a la viga.
Perno que cada tantos años se debía reponer.
No había forma de hamacarse sin que se
enteraran los demás. El chirrido de los goznes
friccionando entre ellos era agudo, y más si se
había estado mucho tiempo sin usar.
De nada servía colocarle grasa, ni siquiera una
maloliente y de color negro que usaba la morsa.
Lo único que se obtenía era que en verano una
gota oscura nos ensuciara la camisa.
Se optó por dejarlos sin nada, que siguieran
rozando entre ellos. Y, como en el matrimonio,
los chillidos eran parte de su existencia.
Si no lo hacían, los extrañábamos.
LA HAMACA
Diap 54
Hamaca que, colgada del cielo,
nos remontaba en cada vuelo.
(Gracián Solirio)
21 LA HAMACA (U)
El sillín de la hamaca era enorme. Las tablas
del asiento rectangular, en las vetas y nudos,
guardaban: portland, cal, arena… recuerdos de
cuando sirvieron para la planchada.
Había que subir y bajar de él con cuidado. Era
común que una astilla se clavara en la piel de mis
piernas desnudas del pantalón corto, o en las
nalgas bajo la pollera de mis primas.
Las cabillas de más abajo habían sido dobladas
para darle forma al sillín. Éstas atravesaban el
asiento y su refuerzo, terminando en una punta
con una gran arandela y tuerca.
El respaldo y los apoyabrazos estaban hechos
con palos de escoba, y otros trozos habían sido
perforados a lo largo para usarlos como puntales
separadores.
A mis primas y a mí nos gustaba volar alto en la
hamaca, y recogíamos los pies para no golpearlos
al retornar. Muchas veces nos hamacábamos
juntos, conmigo en el medio.
Porque en ella entraban tres niños o mi mamá
con sus amplias caderas.
Mi padre había sido previsor, tanto en los
niños del futuro como en el aumento de peso de
mi madre.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Ella le ponía como almohadón una vieja frazada
para estar más cómoda.
Y lento, muy despacio, se hamacaba, tomando
mate mientras veía como yo me iba haciendo
hombre.
Los años pasaron, me fui lejos.
Mis hijos se columpiaron en otras hamacas,
estrechas, soportadas por finas cadenas y con
asientos pulidos, donde sólo cabía una persona.
Pero, un día, en un viaje de paseo, llegaron al
fondo de mi casa.
Y allí seguía la vieja hamaca.
De eslabones de cabilla, con su enorme asiento
de madera rústica.
Y se sentaron los tres juntos.
Y se hamacaron. Y la hamaca chilló.
No fue un quejido, era un grito de alegría.
¿Cuánto hacía que no su hamacaban niños en
ella? Sólo ella lo sabría.
En el fondo de mi casa había una hamaca, y
aún estaba.
Y con su chillido y vaivén me mostraba que,
como a la mía, podía remontar al cielo una nueva
generación.
…oo0oo…
LA HAMACALA HAMACA
Diap 55
Terminé de almorzar.
Sentí en mis mandíbulas la molestia de las
semillas de las uvas del postre.
Y, con algo de recato, me las saqué para
arrojarlas al cesto de la basura.
Desde lo íntimo de mí, algunos dirían de la
parte izquierda de mi mente, surgió un recuerdo
lógico.
¿Por qué dicen que la parte izquierda es de la
lógica, y la derecha de los sentimientos?
Si, en la realidad, la izquierda no tiene lógica y
la derecha no tiene sentimientos.
¡Ah, los racimos que colgaban del parral!…
¡Ah, el parral que estaba en el fondo de mi
casa!...
¡Ah, las semillas que, para beneplácito de los
gorriones, hamacándome escupía!
El parral estaba en el centro del fondo.
Era el corazón.
Un corazón férreo, porque era de hierro.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Tenía forma octogonal, siendo más estrecho
que largo. Parecía un barrilete.
Sus pilares consistían en ocho tubos de fierro
fundido, llenos de cemento e incrustados en el
hormigón Arriba se unían con un marco de
ángulos de cinco centímetros.
Éste soportaba cuatro arcos, de forma carpanel,
hechos con el mismo perfil.
Los del centro eran más altos y más grandes
que los de las puntas, el de la hamaca y el del
aljibe. Sobre ellos corrían largueros también en
ángulo de hierro.
Todo estaba atornillado. El tiempo, más las
capas de pintura, hicieron rígida a esa estructura.
Y la reforzaba un entramado en alambre para
que se enroscaran los zarcillos de la vid.
El piso del parral era de hormigón pero, por
fuera, del lado izquierdo como del derecho había
fértil tierra marrón.
Allí mi madre había sembrado los sarmientos.
Junto a la hamaca crecía la gruesa uva napolitana
y la dulce moscatel.
Ésta daba pocos frutos, mientras en la primera
se marchitaban fácil… quizás por que tenía cerca
el escusado.
EL PARRAL
Diap 56
Zarcillo: Filamento con que se enrolla
la vid y otras plantas trepadoras.
22 EL PARRAL (U)
En cambio, en el otro extremo, en ambos
lados había dos vigorosas vides que nunca se
enfermaban dando muchas y fuertes hojas como
grandes racimos de deliciosas uvas.
Mi madre afirmaba que las cepas habían sido
toscanas; mi viejo, de la Borgoña.
Una más de las divergencias entre ellos, lo cual
no impidió que dieran vida a dos hijos y los criaran.
Es que aún no se había inventado lo del divorcio
de mutuo acuerdo ni por incompatibilidad de
caracteres.
Los padres se sacrificaban por los retoños,
aunque al llegar el invierno los viejos quedaran
secos, arrugados, como los troncos de la vid.
Todos los años mi madre escarbaba en sus
raíces y removía las piedras puestas alrededor
para mejorar el crecimiento.
Mi padre se encargaba de sulfatar las ramas
contra los bichos. También de podarlas.
Le criticaban que lo hacía muy tarde, hasta
que supimos que lo realizaba cuando veía
hacerlo a los curas de los viñedos cercanos a la
fábrica donde él trabajaba.
Gracias a ello, en verano disfrutábamos de
sombra bajo el parral tupido de hojas y sabrosos
racimos de uvas.
EN EL FONDOEN EL FONDO
Sabor que yo había anticipado comiendo los
tiernos zarcillos.
Así mismo, admirábamos los canteros existentes
a los pies del parral.
En ellos florecían cartuchos, claveles, rosas,
malvones, violetas, geranios, y hasta hubo una
plantita de ruda.
De mi infancia no recuerdo haber comido
uvas en la mesa.
Las arrancaba de los colgantes racimos.
Y si mi madre me reprendía, los cortaba, los
lavaba en la pileta de la ropa, e iba a disfrutarlos
meciéndome en la hamaca.
Por eso me extrañó la primera vez que me las
sirvieron en un plato.
Y aún más cuando vi que había comensales
que las cortaban al medio quitándoles el hollejo y
las pepitas.
Jamás pude adaptarme a eso.
Prefiero tragar las semillas, o masticarlas, en
tanto recuerdo a los gorriones y ratonas que
venían a alimentarse con ellas sobre el piso de
cemento.
Y añoro el parral que había en el fondo de mi
casa.
…oo0oo…
EL PARRALEL PARRAL
Diap 57
En el fondo de mi casa había una escalera.
Según mi madre siempre la hubo, aún antes
que construyeran el galpón del fondo con su
azotea, y la casita con techo de zinc.
Decía que entonces era una escalera para abajo,
socavada en la tierra y piedra de la barranca hacia
el terreno siguiente.
Me costaba comprender que fuese una escalera
para bajar.
Yo era un niño, para mí las escaleras eran para
subir. Eso de usarlas para bajar sólo lo veía como
algo de cuando uno viene de vuelta.
Luego, con los años, fui comprendiendo.
Cuando yo conocí el terreno ya estaba rellenado
y plano, con gallinero y escusado al fondo, con el
mirador sobre ellos y a seis metros de altura, y…
con una escalera de madera.
Porque la primer escalera estaba hecha con los
restos de las tablas usadas en la planchada de la
azotea.
EN EL FONDOEN EL FONDO
La hizo mi padre, hábil mecánico.
Era la cosa más fea y áspera imaginable.
En la casa de al lado, la de mis primas, había
otra parecida pero algo más pulida y linda.
No tardó mucho mi tío en sustituirla por una
construida con rieles y peldaños sacados de los
ferrocarriles que desguazaba en su taller.
Nada acicatea más la competencia que los
celos, y aún más si son entre la familia y en
técnicos de la misma profesión.
Un sábado de tarde apareció mi padre en el
carromato de la barraca acompañando al cochero
Y, mientras yo miraba ensimismado al caballo,
ellos bajaron un montón de perfiles en L de dos
centímetros de lado, los cuales llevaron al fondo.
Luego de tomar un vaso de vino, el hombre se
marchó.
Mi viejo entró al galpón. Trajo cartulinas con
dibujos, una sierra, un taladro de mano y otras
cosas.
Y, sonriente, dijo:
–Vení… ¡vamos a hacer una escalera de
hierro!
Creí que el corazón explotaba de alegría en mi
flaco cuerpo de botija de sólo cinco años.
LA ESCALERA
Diap 58
El otro día encontré un remache oxidado
y se me humedecieron los ojos…
¿habrá sido el óxido?
23 LA ESCALERA (U)
¡No me pedía que le ayudara!...
¡Mi padre me decía que íbamos a hacerla!
No recuerdo cuantos fines de semanas tardamos.
Lo que estoy seguro es que los vecinos deben
habernos odiado por el ruido de la segueta
cortando y del taladro agujereando.
Las cartulinas fueron plantillas y con éstas se
marcaron los ángulos de corte y los agujeros.
Mi padre, no negando su origen francés, la
hizo con armadura tipo torre Eiffel.
Los escalones estaban formados por tres
perfiles unidos a dos travesaños laterales.
Cada peldaño, a su vez se unía a los dos
tramos que constituían las vigas laterales.
Éstas, aún sin armar, acostadas en el piso,
atraían por la elegancia de su entramado.
Y lo mismo sucedía con la estructura de las
dos barandas que se pondrían.
Llegó el momento de armarlas.
Y con él, el suplicio para los vecinos.
En ese entonces no existía la soldadura
eléctrica. Y la autógena recién hacía su aparición.
EN EL FONDOEN EL FONDO
O sea: Tornillos o remaches.
Éstos últimos eran lo mejor.
Comenzó el remachado en frío.
Mi padre martilleaba el cuerpo del bulón; y yo
aguantaba el contragolpe en la cabeza del mismo
con otro martillo… y con mis magras manos.
Se pararon primero los dos tramos laterales, y
a ellos se remacharon los escalones y las barandas.
Aquello resonaba en todo el barrio.
Como resonó la imprecación de mi viejo.
Había tenido algún error.
La escalera quedó de tal forma que costaba
subirla, pero te empujaba rápido hacia abajo.
–Es como la vida. –dijo, resignado, mi padre.
La dejamos así.
Y así pasaron los años y los sucesos.
En el fondo de mi casa había una escalera.
Con mi padre la hicimos de hierro.
Una vez, ya viejo, volví a esa casa.
La escalera aún estaba…
Mi padre, no…
Y yo, en silencio, me fui.
…oo0oo…
LA ESCALERALA ESCALERA
Diap 59
24
JUAN GORRIÓN
RONCADOR
Escrito: Año 2005
De niño, muchas veces, soñaba;
y en el sueño tenía alas y volaba...
(Hojas Muertas, Poema: Vuelos)
JUAN GORRIÓN RONCADOR
EN EL FONDOEN EL FONDO
Diap 60
Juan Gorrión Roncador era un niño
flaco y pequeño que tenía los ojos
llenos de sueños.
Se les habían llenado porque desde
muy chico iba a la azotea y, apoyado en
una baja pared, miraba el paisaje.
Y su vista se perdía en el horizonte, en
el cielo azul, en las calles, en los techos y
en los fondos de las otras casas.
Le gustaba ver como los pájaros
podían ir a todas partes, hasta muy lejos,
y como se volvían puntos entre las nubes.
Un día sintió que él también podía
hacerlo. Y, subiendo sobre la pared,
saltó al techo de la casa más abajo.
Lo había hecho otras veces, cayendo
con sus pies sobre el cinc, para recibir
un rezongo del vecino.
Pero esta vez notó que se mantenía
en el aire.
Abrió los brazos y vio que se habían
vuelto alas y que…
JUAN GORRIÓN RONCADOR
EN EL FONDOEN EL FONDO
Diap 61
JUAN GORRIÓN RONCADOR
Feliz, loco de contento, planeó en
giros y giros sobre los jardines, las
calles, las casas, sobre todas las cosas.
Pero Juan Gorrión Roncador era un
niño muy flaco y pequeño y, aunque
tenía alas, no se alejó mucho.
Volando volvió a la azotea, y en ella
había un poste del cual pendía un
alambre donde su madre tendía la ropa.
Del alambre colgaba un largo hilo. Y,
como sus manos eran ahora alas, lo
agarró con la boca y se lo llevó volando.
Ató la otra punta, con los labios y
dándole varias vueltas, en otro palo
que había en una azotea cercana.
Bajó al jardín de la casa y recogiendo
ramitas, papeles y hojas secas las fue
desgarrando en flecos con sus pies.
Y, trayéndolas en su boca las pegaba,
una tras otra y con saliva, en el hilo
donde quedaban vibrando al viento.
Pero, sintió que su madre lo llamaba
y volvió a la azotea.
Y sus alas volvieron a ser brazos.
Y vio que en el aire había un hilo
lleno de flecos que roncaban hacíendo:
“Fruuuu… Fruuuu…”
Desde ese día, Juan Gorrión Roncador,
que era un niño flaco y pequeño, se
levantaba temprano e iba a la azotea.
Y, saltando desde allí, volaba colgando
más hilos en otros postes, hasta en los
árboles, y ponía más flecos en ellos.
Los otros niños salían y, mirando el
cielo, decían:
–¡Ahí va Juan Gorrión Roncador!
–¡Miren que lindas cosas hace
volando!
Pero los mayores exclamaban
asustados:
–¿Dónde va ese loco? ¿Hasta dónde
quiere llegar?
–Acaso, ¿no sabe que los niños no
deben volar?
Y surgieron las personas serias,
reclamando.
–¿Es que no tiene padres que le
enseñen educación?
–¿Quién le dejó poner eso en
nuestras casas?
Y, para colmo, los demás niños
saltaban las cercas, sin nada importarles
la propiedad ajena, para ver los hilos
con flecos.
JUAN GORRIÓN RONCADOR
EN EL FONDOEN EL FONDO
Diap 62
JUAN GORRIÓN RONCADOR
Tanto fue el reclamo de los formales,
que obligaron a los padres de Juan
Gorrión Roncador a encerrarlo en el
fondo y no dejarlo subir más a la
azotea desde donde podía volar.
Pero, como los gorriones, los sueños
no se pueden encerrar.
Con el tiempo, las tiras con flecos
fueron usadas en las cometas, en los
bordes de los quioscos, en los avisos
callejeros, en las fiestas.
Algunos las llamaron: “Juancitos”,
muchos: “Gorriones”, y la mayoría:
“Roncadores”.
Nadie recordaba que el primero que
las hizo fue un niño flaco, pequeño y
solitario, que miraba el horizonte.
Y que un día, viendo los pájaros,
sintió que él también podía subir hasta
las nubes y remontar sobre las cosas.
Y, echándose al aire, saltó sobre la
pared que tenía delante, y sus brazos
se volvieron alas, y voló.
¿Qué se hizo de
Juan Gorrión Roncador?
Dicen que creció, que se volvió grande,
que se convirtió en un hombre…
Y… se olvidó de volar.
…oo0oo…
24 de Mayo de 2016
Hoy con 87 años vividos puedo decir:
No me olvidé de volar
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  • 1. Diap 1 EN EL FONDO CUENTOS de Rosalino Carigi 2004 - 2007 REVISIÓN MAYO 2016
  • 3.
  • 4. Diap 4 al aljibe… al parral… a la hamaca… al fondo… al fondo…
  • 5. ESTE ES PARA SLIDER Diap 5 al aljibe… al parral… a la hamaca… al fondo… al fondo…
  • 6. ÍNDICE No. CUENTO País Diap. 22 EL PARRAL (U) 56 23 LA ESCALERA (U) 58 24 JUAN GORRIÓN RONCADOR (G) 60 25 EL RELOJ (G) 63 26 LA BOYA (U) 65 27 LA HUERTA (U) 67 28 LA FOTOGRAFÍA (U) 69 29 UNA LETRA (G) 73 30 LA PILETA (U) 75 31 EL CINE (U) 77 32 EL DISFRAZ (G) 83 33 LA MESA Y ESE HOMBRE (U) 85 34 LA MÁQUINA DE COSER (V) 87 35 EL SOLDADOR (U) 91 36 LAS MANOS (U) 94 37 FILOSOFEANDO (U) 96 38 EL ÑANDÚ (U) 98 39 IRINEO (V) 99 40 DUDAS (U) 104 41 ÉRASE OTOÑO… (U) 106 42 EL DESTORNILLADOR (V) 107 ÚLTIMA PÁGINA 109 SE DICE DE MI (El Escritor) 200 FIN 202 CUENTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁCUENTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁ Diap 6 No. CUENTO País Diap. INICIO 1 DEDICATORIA 5 PRESENTACIÓN 7 01 LA ESCAPADA (U) 8 LOS DERECHOS (Poema) 10 02 EN EL ÁRBOL (U) 12 03 EL NACIMIENTO (U) 14 04 EL BAUTIZO (U) 16 05 EL PAREDÓN (U) 18 06 LOS GANCHOS (U) 20 07 LA FORTUNA (U) 22 08 EL LIMONERO (U) 24 09 LA AZOTEA (U) 26 10 LA ARROBA (U) 28 11 NAUFRAGIO (G) 30 12 EL ESCUSADO (U) 34 13 EL GALLINERO (U) 36 14 EL BANCO (U) 38 15 EL GALPÓN (U) 40 16 LA BARRANCA (U) 42 17 EL ALJIBE (U) 44 18 EL ALMÁCIGO (U) 48 19 EL NECESITADO (G) 50 20 EL REMENDÓN (G) 52 21 LA HAMACA (U) 54 JUAN GORRIÓN LA ESCAPADA EL ALJIBE EL SOLDADOR
  • 7. Diap 7 Como otros más, estos cuentos nacieron de “Resaca”; esa madre que los incuba y desarrolla hasta que siente que son demasiados y los entrega, con tristeza y quedando vacía, a un libro que, como muchos padres, sólo le dará un nombre. En esta ocasión es: EN EL FONDO Nombre que puede significar mucho: ¿En el fondo de aquella vieja casa donde me crié? ¿En el fondo del baldío donde jugué en mi infancia? ¿En el fondo de la escuela? ¿Del liceo? ¿De tantos lugares? ¿En el fondo de sentimientos idos, de ilusiones pasadas? O… tal vez… simplemente sea: En el fondo de los recuerdos. Rosalino Carigi 2005 PRESENTACIÓN EN EL FONDOEN EL FONDO
  • 8. Diap 8 Cinco de la tarde. Ya estamos en marzo. Sin embargo, aún hace un calor de locos. Este verano anormal se retrasó en llegar, y ahora no se quiere ir. Salgo de la casa. En la vereda hay hojas secas... otoño se anuncia. Miro la esquina. Allí bajo la sombra del árbol, veo alguien sentado en el cordón. El calor debe estar haciéndome delirar. Pero no, es una feliz y trastornante realidad. –¡Juan!... –exclamo contento– ¿Saliste de allá? –No salí... Me escapé. –responde con su voz de orate. –¿Cuándo?... ¿No te estarán buscando? – inquiero, en tanto miro calles abajo temiendo ver una ambulancia. –Quédate tranquilo... –ríe delirante de mi preocupación– me escapé a fines de enero, y nadie notó la anormalidad. EN EL FONDOEN EL FONDO –Imposible. –afirmo absurdamente– ¿Cómo va a ser eso? –Es natural. –indica, tomando dos hojas y cruzándolas. Las mueve en el aire como si fuesen alas de una mariposa. Nos quedamos viéndolas. Surge la brisa y mi terca razón. –No lo veo natural. Lo normal es que te busquen. –digo. –¡Ay, amigo mío!... –me compadece como un demente– ¡cómo se nota que te hicieron falta nuestras charlas! Otra vez estás confundiendo lo natural con lo normal. –Sí... Mucha... –musito triste y añorante. –A mí también... –murmura él– Pero, yo tenía la fortuna de estar entre otros locos... mientras tú debías seguir conviviendo con los demás normales. Callo, y prefiero tomar el desvío de la curiosidad. –Cuéntame como pudiste salir. –le ruego. –No salí... me escapé. –repite– Salen los prisioneros... Yo siempre tuve la libertad dentro mío. Sonrío, envidiándole y esperando la narración. LA ESCAPADA La esclavitud está más en el esclavo que en el dueño. Nadie es esclavo sin su propio consentimiento. 01 LA ESCAPADA (U)
  • 9. –Un sábado, en una tarde calurosa, donde el sopor tenía a la gente enloquecida y llevando desquiciadas ropas... me escapé cuando se fueron los visitantes. –¿Nadie se dio cuenta? –dudo, bastante extrañado. –Era verano. ¿Quién se va a asombrar de ver otro loco entre tantos locos?... –afirma en enajenada forma. Reímos. Me sentí bien de nuevamente reír con la locura. –¿Y como viviste hasta ahora? –hago una tonta pregunta. –Es verano. Fui por las playas, dormí bajo las estrellas... –Pero... ¿qué comías?... ¿cómo te bañabas?... ¿todo eso? –Cuando hace calor, a la gente no le importa dejar lo que sobra. Se necesita pasar frío para volverse egoísta. –Es raro que no te hayan encontrado. –sigo en mi lógica. –Nada raro. Luego llegó Carnaval... Esos días donde los normales quieren hacer cosas de anormales... ¿Cómo iban a encontrar un loco entre tantos disfrazados de locos? EN EL FONDOEN EL FONDO Volvemos a reír. El sol está llegando al horizonte. –Deben estar buscándote. Te hallarán... – afirmo, triste. –No lo creo. –dice el aberrante– Éste es año de elecciones, hay mucho loco suelto... ¿Cómo los pueden diferenciar de un loco escapado? –No puedes seguir viviendo así. –le aconsejo con cariño. –Sí... El otoño se acerca. La gente vuelve a ponerse la careta de normal. Iré otra vez allá... con mis compañeros. –Te recibirán bien. Pero... ¿por qué viniste antes aquí? –Porque tú también eres medio loco, y tenía que darte esto. –dice. Y, bajo la luz del atardecer, me entrega un poema. –No sabía que eras poeta. –musito con voz emocionada. –Todo loco tiene algo de poeta... y todo poeta, de loco. Luego, parándose, delirando se marchó. Y me quedé viéndole hasta que se perdió en el fondo. ...oo0oo... LA ESCAPADALA ESCAPADA Diap 9
  • 10. Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... Cada vez que oigo del derecho a la igualdad, y veo grandes mansiones con seres prosperantes, y veo niños mendigando y mujeres ofreciéndose y viejos con harapos y hombres sin trabajo... Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... Cada vez que oigo del derecho a la justicia, y veo el abuso de la fuerza, las trampas de los leguleyos, y veo el atropello a los débiles, y la impunidad de los privilegiados, y la tergiversación de la ley y veo a los criminales liberados. Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... EN EL FONDOEN EL FONDO Cada vez que oigo del derecho a la alimentación, y veo lujosos restoranes con opulentos disfrutando, y veo niños desnutridos, y enjutas mujeres pariendo, y hombres alcoholizados, y viejos hurgando basura... Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... Cada vez que oigo del derecho del individuo, y veo los pobres indefensos, pero los poderosos protegidos, y veo los fabricantes de armas, y a todos enriquecidos, y los crímenes de las guerras, y los verdugos olvidados Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... Cada vez que oigo del derecho a la seguridad, y veo a los agentes de la ley con armas y palos, y veo los seres silenciados por la fuerza o por el miedo, y veo a los obreros explotados por el hambre y la necesidad. LOS DERECHOS LOS DERECHOS (U) Diap 10
  • 11. Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... Cada vez que oigo del derecho de las personas, y veo que la ley sólo es una broma, en manos de los potentados y veo como deben cuidarse para poder vivir los honrados, y veo que para ser un humano debe decirlo un escrito. Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... Cada vez que oigo del derecho a la libertad, y veo cercas, y púas, y muros... y rejas, y puertas, y candados y veo fronteras custodiadas, y veo letreros de Propiedad, y de No Pasar, y de Privado y los letreros de Prohibido. Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... EN EL FONDOEN EL FONDO Cada vez que oigo del derecho a la dignidad, y veo hombres revisados y hombres que revisan y seres que son detenidos y seres que pueden detener y veo que la integridad se compra con dinero. Cada vez que oigo de los derechos humanos... derechos no los veo... Cada vez que oigo del derecho a la vida, y veo las grandes prisiones, con hombres consumidos, y veo las muertes por religión, y los asesinatos por raza, y los siempre desaparecidos, sólo por pensar distinto... Cada vez que oigo de los derechos humanos... ¡Qué torcidos los veo! ...oo0oo... 03/03/2004 LOS DERECHOSLOS DERECHOS Diap 11
  • 12. Domingo fresco. Ha empezado el otoño. Recuerdo que hoy cumple años Juan, mi amigo, el Loco de la Esquina. Lo extraño, hace tiempo que no está allí. Lo encerraron donde los normales ocultan a los naturales. O sea, con los elegidos que poseen la libertad de la locura. Y esa libertad no se encierra. Se había escapado, pero retornó por su cuenta al manicomio. Finalizaba el Carnaval, comenzando de nuevo la habitual normalidad. Voy a visitarlo. Me dicen que se encuentra en el fondo, entre los árboles. Y me previenen que está en uno de sus días. Me alegro, tendré el regalo de verlo natural. Sin embargo, esta vez me sorprende. Lo hallo sentado en la horqueta de un añoso árbol. Se nota que ha subido por el banco de la mesa que tiene debajo. –Hola, Juan... –le digo, contento– ¿Qué haces allí?... EN EL FONDOEN EL FONDO –Buscando la razón... –responde con delirante sonrisa. –¿La razón en un tronco?... –inquiero en tonta lógica. –En una rama. –corrige el orate– Una vez leí que todas nuestras desgracias empezaron cuando bajamos de la rama... Callo frente a su aberrante sabiduría, y él continúa: –Por eso subí, a ver si la felicidad aún estaba en la rama. –¿La encontraste?... –mi pregunta va llena de ansias. –A veces me parece que sí; y otras, no. A veces creo que puedo volar; y otras, caer... A veces pienso que el primero que bajó de la rama era medio loco; y otras, que se cayó. Reímos en desquiciadas carcajadas. Pero, yo me freno al ver pasar un enfermero... Tengo el insano temor de que los demás descubran nuestra propia y natural locura. Mi loco amigo parece adivinar mis pensamientos. EN EL ÁRBOL De niños, nos gusta trepar a los árboles; y ya mayores... nos vamos por las ramas. 02 EN EL ÁRBOL 2 (U) Diap 12
  • 13. –Sube... –pide, desvariando– Aunque no encontremos la razón de por qué bajó... acá arriba se está lindo. Y, poniendo de lado toda normal cordura, trepo y me siento a su lado. Me extasío viendo abajo el suelo con hojas secas, y arriba el cielo entre las ramas. –Hoy es tu cumpleaños. –le digo, felicitándole. –Se debería festejar los días de “nocumpleaños” –afirma con disparatada razón– Así estaríamos dándonos felicidad todos los días del año... y sólo en uno no la tendríamos. –Sería ideal... Pero, la realidad es al revés. – indico. –Bueno, no importa. –reclama el enajenado– No te hagas el loco. Dame las galletitas de anís que siempre me traes. Le entrego la bolsita, y comienza a comerlas con delirio. –¿Cuál es la parte de atrás de un árbol? –me pregunta. –No tiene, es redondo. –arguyo con estúpido raciocinio. EN EL FONDOEN EL FONDO –Sí, la tiene. Es donde se orina. ¿No decimos que vamos a orinar “detrás” de ese árbol?... –y agrega ya serio– ¿Y cuál es la de adelante? Espero su desquiciada explicación. –Es donde esperamos a alguien. –murmura nostálgico– Yo te esperaba delante el árbol de la esquina. Quedo callado por la emoción de la añoranza. –También tienen lados. –sigue él en su manía– A un lado del árbol se hace la parrillada, se duerme la siesta. –Se encuentra un amigo, el farol, el gato... – completo. Nos vuelve a la realidad la voz perentoria del enfermero, quien ha llegado al pie del árbol sin darnos cuenta. –¡Señor!... ¡Bajen de allí! ¡Se terminó la hora de la visita! Obedecemos. Juan va a su cuarto. Yo a la calle. Estamos contentos. Fue un loco y feliz cumpleaños. Por que los dos... cumplimos el mismo día. ...oo0oo... 28 de Marzo EN EL ÁRBOLEN EL ÁRBOL Diap 13
  • 14. Era el 2 de noviembre. Mi padre estaba en casa. Para mí, día feriado. Él me llevó al fondo, diciendo que mi mamá se sentía mal y debíamos dejarla tranquila. Pero, había cosas raras: Mi tía y una señora extraña se encerraron en el dormitorio con mi madre. El viejo estaba nervioso, y todas las vecinas se hallaban en la vereda. Al rato salió mi tía llamando a mi padre. Y, a los pocos minutos éste me hizo entrar al dormitorio. En la cama había un bebé. Mi madre me dijo que lo había traído una cigüeña. La miré incrédulo, yo tenía 9 años. Pero, más que todo, quedé asombrado por lo blanco, lo rubio y lo pequeño que era. Tuve miedo de tocarlo, me vi tan grande a su lado que temí lastimarlo. Recuerdo haber pensado que, en una vuelta, podía ser aplastado por el cuerpo de nuestra madre. EN EL FONDOEN EL FONDO Ésta había reducido de golpe su gran vientre. Y allí estaba, feliz con al niño en la cama; en el dormitorio de la casita que se había ido transformando en una casa grande, de material y a punto de finalizarse. Se rieron de mi mirada, insistiendo con lo de la cigüeña. Mi padre, llevado por su formación francesa, con una sonrisa indicó que lo había encontrado en un repollo. Eso terminó de convencerme que me querían engañar. Ese pajarraco no existía en el país y sólo lo había visto en dibujos llevando dentro un pañal a una criatura. En el fondo nunca hubo repollos. Y, para completar, yo estaba ya en tercero de la escuela. Si bien en esa época los botijas éramos más inocentes, los de sexto año se sentían importantes despabilando a los menores. Saber lo que hacían los hombres con las mujeres creaba una morbosa curiosidad... y algo de desilusión. EL NACIMIENTO Diap 14 Ah... ese lindo cuento de la niñez... 03 EL NACIMIENTO (U)
  • 15. Los varones tenemos una extraña dicotomía respecto a las mujeres. La madre es un ser excepcional; las demás una masa con características comunes, y no siempre buenas. Agreguemos que entonces, todo lo referente al sexo se consideraba un tabú. El realizarlo era un pecado. Y, por ser prohibido, constituía el deseo callado de cada muchacho. Fuimos de las últimas generaciones cuya cultura se basó en el ocultismo y la hipocresía. Los niños aceptaban los cuentos de los padres sabiendo que eran falsos, y éstos fingían creer que los hijos seguían creyendo sus mentiras. Por eso, cuando insistieron con lo de la cigüeña, preferí poner cara de tonto y mirar a mi pequeño hermano. Me intrigaba cuando lo habían formado; ya que en la casita yo dormía en el mismo cuarto, y nunca había oído ni visto nada raro. Aún tenía mucha ingenuidad en mí. Mamá me hizo acostar junto al botija. Viéndolo entre ella y yo, me pareció más pequeño y delicado. EN EL FONDOEN EL FONDO Y, quedé rígido en la cama temiendo hacer un movimiento y lastimarlo. –¿Y... qué te parece David? –me preguntó nuestro padre. –Chiquito. –respondí con mi parquedad, pero orgulloso al saber como se llamaría el botija. Era mi segundo nombre. –Sí. –siguió el viejo con su jeringozo de francés, italiano y español– Llegará a ser más grande que vos. Pero, siempre serás el mayor... y tendrás los deberes del primogénito. Papá mantenía las tradiciones del apellido, la familia y del árbol genealógico. Y... así lo acepté. David dormía envuelto en una larga faja. Parecía un cucurucho blanco. Luego, me levanté de la cama. Los mayores hablaban entre ellos. Fui hasta la puerta. Necesitaba estar en el fondo de la casa… no sabía por qué. La vieja me llamó diciendo que le diera un beso a mi hermano. Se lo di. Y le di uno a ella. Ya no era sólo mi madre, sino nuestra madre. …oo0oo… EL NACIMIENTOEL NACIMIENTO Diap 15
  • 16. Estaba en el fondo de la casa, columpiándome feliz en la hamaca, cuando mi tío Valentín me pidió para ir a hablar con el cura a fin de bautizar el domingo a mi hermano. Hacía poco que éste había nacido. Y allá fuimos. Llegado el día, lo vistieron con unas ropitas que parecían de juguete. Sacadas del ropero, fueron lavadas como si se deshiciesen al tocarlas... y para sacarles el olor a naftalina. Cada una tenía su historia familiar: ésta había sido usada para bautizar al abuelo, a nuestro padre y a mí, aquella la había regalado la mítica tía Tereza de Italia. Por el lado de materno, la batita la tejió nuestra fallecida abuela Rosa, y la camisita había sido usada para ese acto por tres generaciones de mi madre. Supe que con las mismas también había sido bautizado yo. EN EL FONDOEN EL FONDO Y pensé, con la ironía que empezaba a nacer en mí, en esa costumbre de ponerle cosas viejas a un recién nacido. Por suerte, los escarpines y mitones fueron nuevos. Los había visto tejer por mi madre, quien decía que eran para el hijo de una vecina... otro engaño que descubría. No hacía mucho que yo servía de monaguillo. Como me costaba aprender el latín, me destinaban para el ángelus y los bautizos. Eso era beneficioso, puesto que los padrinos acostumbraban dar algo al botija que ayudaba al cura. El bautizo se efectuó en la iglesia a dos cuadras de casa. El padrino fue el hermano de mi madre, y que vivía al lado. La madrina, su esposa. El sacerdote, un viejo gallego. Y el acólito, yo. Todo quedó en el barrio y en familia. Le pusieron como nombre: David Roquito Tabaré. David, por el abuelo paterno. Roquito por el otro tío hermano de mamá, quien era masón y no iba a la iglesia. Tabaré, por el indio charrúa de la leyenda uruguaya. EL BAUTIZO Diap 16 Yo te bautizo en nombre del padre... 04 EL BAUTIZO (U)
  • 17. Y... como éramos familia, creo que el padrino no me dio propina, pero hubo una linda reunión con chocolate en la casa, donde David tomó del pecho de mamá. Del bautizo quedó la historia que al echarle el agua había reído, y al ponerle la sal la saboreó. Los viejos vaticinaron que sería de carácter alegre y que tendría buen paladar. La consiguiente niñez de David coincidió con una serie de cambios en mi vida. Como debían prestarle atención a él, yo logré la libertad por años ansiada. Pude salir de la casa y recorrer hasta los más extraños rincones de aquel Cerro. Gracias a él formé mi barra de la plaza de la Iglesia, con amigos para toda la vida. David fue creciendo. No podíamos negar ser hermanos, pero su cabello era lacio y el mío ondulado. Él era inquieto; yo, introspectivo. Él un botija, yo un joven. Lo llevaba conmigo a misa, lo cual constituía excusa para las muchachas se acercasen diciendo que querían ver su rubiez, mientras miraban con picardía como me sonrojaba. EN EL FONDOEN EL FONDO Propio de su niñez, a David le gustaba jugar en la vereda con sus amiguitos, a las bolitas, el trompo, las figuritas, y correr en la cima de la Fortaleza remontando cometas. Y propio de mi edad, yo prefería ir a la biblioteca, mirar las botijas, leer, o estar en el mirador, en el fondo de la casa, viendo la bahía y el mar. Pero, nos hamacábamos juntos bajo el parral, o en verano íbamos a la playa en la mañana. Fuimos buenos compañeros. Para poder haber sido grandes amigos… nos separaban nueve años de diferencia. Terminó la guerra en Europa y la vida cambió. El auge económico del Uruguay comenzó su caída. Costaba pagar la cuota de la casa. Papá tenía que hacer trabajos extras. Dejó de cantar arias en la noche y en la cocina. Mi madre se encerró en sí misma. Yo fui al liceo. Y a David, acorde a su actitud en el bautizo, le tocó ser el único alegre de la familia y que supiera saborear las cosas. …oo0oo… EL BAUTIZOEL BAUTIZO Diap 17
  • 18. Al llegar el Día de los Reyes, los regalos superaron todas mis expectativas y las de mis tres primas vecinas. Al ver que el mío era largo, delgado, redondo y envuelto, tuve temor de una cachada. Pensé en un palo de escoba. Y… ¡resultó una escopeta de aire comprimido! Un juguete inútil. Jamás maté con él a un pájaro o a un animal… aunque rompí más de una lámpara de la calle. Para mi hermanito había sonajeros y volantines de sobra. No recuerdo quien le regaló la cuna. Seguro que no fue hecha por nuestro padre. La carpintería no era su fuerte. Ya estábamos en verano. Con la nueva libertad lograda, yo iba temprano a la playa sin ser acompañado por mis primas y sin la cachada consiguiente de la barra. Me gustaba deambular por las rocas que entraban en el mar. Era peligroso, pero allí había deliciosos mejillones. EN EL FONDOEN EL FONDO Muchos me miraban como si viesen a un loco. En ese país lo que gusta es la carne, pero los gallegos me enseñaron a comer esos bichos. Los traía a la casa, y los cocinaba sobre la plancha del fogón de la cocina. Con sus conchas negras por fuera y nacaradas por dentro le hice un sonajero a mi hermano. Lo colgué sobre su cuna, y tuve la alegría que le gustase más que los comprados. Pasaron los meses, el botija gateaba y a veces caminaba bamboleándose. Con sus infantiles risotadas hacíamos carreras donde, arrastrándome, lo imitaba a él. Se habían mudado las camas a los cuartos de la parte alta. Por un tiempo fui único dueño de nuestro dormitorio. David, con su cuna, estaba en el de nuestros padres. Ahí arriba había una puerta que daba a una gran terraza, el techo de cemento que sustituyó al de cinc de la casita. Desde allí si veía el hermoso paisaje de la bahía. EL PAREDÓN Diap 18 El ángel de la guardia trabaja tiempo extra... 05 EL PAREDÓN (U)
  • 19. La terraza estaba rodeada por dos lados con una pared de setenta centímetros de alto. Por los otros tenía el muro lindero y la pared de la casa nueva. En verano se dejaba abierta la puerta para refrescar los dormitorios. Fue un domingo. Habíamos almorzado en el fondo, en el patio. David se durmió en el regazo de mamá, y ella lo llevó a la cuna. Al regresar la vieja, volvimos a las charlas. Pronto me aburrí. Y me dirigí a un pequeño jardín lateral donde habían sido trasplantadas las hortensias. No sé por qué, miré hacía arriba, hacia el murito de la terraza. Me quedé helado. David caminaba sobre el mismo, haciendo equilibrio en los quince centímetros. ¿Cómo había llegado allí? Tuve el tino de no gritar, y rápido fui a avisarles a mamá y papá. En voz baja, éste dijo que no habláramos, que él iba a subir y agarrarlo allá arriba. Fue un drama de cine mudo. EN EL FONDOEN EL FONDO Mamá y yo seguíamos los pasos del botija con los brazos abiertos, en silencio, listos para recogerlo si se caía para afuera. Llegó hasta la pared de la casa, no podía seguir adelante. Pero él, como tal cosa, se sentó, giró, gateó un poco, y... parándose nuevamente, retomó su andar sobre el murito. A los que estábamos abajo casi nos da un ataque. Por suerte surgieron las manos de papá tomándolo firme. Mamá había dejado a David en la cama, no en la cuna. Él despertó y, gateando, se bajó yendo a la terraza. Subió por la arena apoyada al muro... e hizo su acto de equilibrista. Desde entonces, a ese murito le pusimos: El Paredón. Mi hermano se hizo un hombre grande. Fue un técnico muy hábil. Supe que se especializaba en subir torres. No me asombró, desde botija tenía equilibrio. Lo practicó en el fondo de la casa… sobre el Paredón. …oo0ooo… EL PAREDÓNEL PAREDÓN Diap 19
  • 20. No recuerdo si mi hermano tenía cuatro o seis años, sólo sé que iba tras mío como un moscón con sus preguntas. Y, cuando soltaba su cháchara, enloquecía al más santo. Era David. Mi único y menor hermano. Nacido cuando yo tenía nueve años y estaban construyendo la casa. Casa grande que sustituyó la casita de jardín al frente, de cocina, un cuarto y un corredor... pero llena de amor. Todo se perdió tras un alto frente de ladrillos y cemento. El botija fue la única alegría que quedó. ¿Por qué nuestros padres tardaron tanto en tener otro hijo? ¿Por qué lo tuvieron en ese momento? ¿Por qué tuvieron que hacer una casa tan grande para un hogar tan chico? Las respuestas están en unos huesos juntos, y en un cementerio. EN EL FONDOEN EL FONDO Los padres son unos seres incomprensibles, que viven tratando de ser comprendidos por sus hijos. Y que, con el tiempo, ni unos ni otros se comprenden. Fue una mañana, una de las tantas mañanas que mamá se sentía mal y quedaba en la cama. Hoy a eso le llamarían menopausia o con algún término sicológico. Tuve que hacer la comida. Siendo nuestra madre de la provincia italiana, aunque nacida en Argentina, lo normal era que todo se arreglase con una sopa. Por tanto, fui al galponcito en el fondo, corté la leña, volví a la cocina, y me puse a cocinar. Y, mientras yo pelaba las papas, las zanahorias, y sofreía algo para dar sabor... el botija me seguía con su charla inquisidora. En la pared, cerca del fogón, había unos ganchos, tres de cada lado. Muchas veces me he preguntado qué verdadera función tenían ellos. Quizás fueron para las longanizas, o las trenzas de ajos, o para colgar el rebenque con que me castigaban, o poner una cuerda para secar la ropa en invierno. LOS GANCHOS Diap 20 ¿Qué se habrá hecho de aquellos ganchos?... 06 LOS GANCHOS (U)
  • 21. Pero ese día les encontré otra finalidad. Nueve años de diferencia son muchos para que dos seres piensen de manera igual. Por tanto, cansado de las bromas que me hacía mi hermano, le amenacé con colgarlo de uno de esos ganchos si seguía molestándome. Él tenía puesto unos pantalones jardineros cuyos breteles se cruzaban en la espalda. Jamás pensó que yo cumpliría mi amenaza... y yo estaba cansado de hacer la comida. No creyó que hablase en serio y siguió con sus chanzas. Tomándolo en vilo, lo colgué de los tirantes de la espalda en un gancho. Por fortuna, la tela era fuerte y mi madre cosía bien. Allí quedó, colgado, hasta que terminé la sopa. Pero, lo más simpático del suceso fue que el botija no se enojó. Reía divertido y seguía haciéndome bromas. Los años pasaron. Más crecíamos, más se separaban los caminos. Vivíamos en la misma casa. Éramos hermanos. Pero, cada uno de generaciones distintas. EN EL FONDOEN EL FONDO Y un día nos separamos por miles de kilómetros. David se hizo mayor, hizo su propio camino, su propio hogar, y hasta repitió errores por mí antes cometidos. Nadie aprende en cabeza ajena, dice el refrán. Siguieron los años. En ocasiones los caminos se cruzaron y otras fueron juntos. Hubo aciertos y equivocaciones. Mi padre, ese ser invisible que se hallaba tras las cosas, se fue para siempre. Mi madre, muchos años después. Los ganchos en la pared… permanecieron. Y, envejeciendo, las preguntas me machacaban: ¿Lo bajé del gancho? ¿No lo habré dejado algunas veces? Pero lo recuerdo viéndole jugar en el fondo de la casa. Porque, como en aquella ocasión, él supo mantener su risa y burlarse de lo yo que estuve haciendo. Es que… a él le tocó ser el único alegre de la familia. …oo0oo… LOS GANCHOSLOS GANCHOS Diap 21
  • 22. Fui hasta la casa. Estaba alquilada. Pedí si me dejaban pasar. Si podía estar un momento en el fondo. Añorando allí, pregunté por mi hermano. Hacía mucho que no lo veía. Lejos en años y en tiempo. Me dijeron que estaba en la plaza. Cuando se decía la plaza, así, sin detalles, sólo podía ser una: La de la iglesia. Fue la primera que existió en la zona, un barrio perfecta e hispanamente cuadriculado que creció en las faldas de ese cerro. En consecuencia, no había cien metros horizontales. La iglesia fue construida en la loma más alta. Frente se hizo la plaza. Adecuada para reposar luego de subir desde donde pasaba el tranvía o del muelle del barquito. EN EL FONDOEN EL FONDO En los atardeceres de verano los niños correteaban por sus senderos mientras los padres ventilaban sus nostalgias, y su calor, chismorreando con los vecinos en las bancas Desde la plaza se veía el puerto y la bahía por donde habían llegado la mayor parte de los habitantes del barrio. Fue la Plaza de la Iglesia del Cerro. Solo su parte central era artificialmente plana. No tenía fuente, ni estatuas. Un murito la rodeaba, ancho para que sirviera de asiento. Detrás del mismo, un cantero que daba a un camino; y en éste, los bancos para los viejos y parejas de enamorados. Se entraba por las esquinas. Para encontrarse en ellas era fácil en aquellos años, nunca nombrábamos las calles. En la calle de arriba estaba la esquina frente al boliche, la otra esquina era frente a la cervecería. Si se quería en la mitad, muy frecuentada, se decía delante la iglesia. Y, en la calle que subía, antiguo camino adoquinado a la fortaleza que señoreaba en la cumbre, había un cine. LA FORTUNA Diap 22 Nunca sabré quien fue más acertado, si el que se fue para ver que había tras el cerro, o el que se quedó para ver lo que pasaba. 07 LA FORTUNA (U)
  • 23. Ahora tiene nombre: Plaza del Emigrante. Y pusieron en ella la antigua estatua situada en el puerto. Es acorde. En esa plaza miles de emigrantes de tierras lejanas abandonaron sus esperanzas de volver, y cientos que vinieron del interior del país añoraron sus terruños. En esa plaza jugaron los niños emigrantes y los hijos de los emigrantes. Los hombres del futuro, los de hoy. Y en esa plaza encontré a uno. Como me habían dicho. Desde lejos me sonrió con cariño y añoranzas. Tenía varias veces la estatura de cuando lo conocí. Pero la primera vez que lo vi, él era recién nacido y yo un botija. Sin embargo, lo veía como en sus años de infancia. Años que él iba creciendo en el barrio. En que yo anduve por otros caminos. Años que las circunstancias nos separaron. Me senté junto a él. Me miró campechano, diciendo: –Hola, botija emigrante... ¿De vuelta al barrio? –y sonrió. EN EL FONDOEN EL FONDO –Dirás viejo emigrante... –musité– como ése de la estatua. Él tiene un atadito de esperanzas, a mí no me queda nada. –Te queda esta tierra, esta plaza. –afirmó, consolándome. –No. El emigrante, donde hizo su vida extrañará su tierra; y si vuelve, extrañará aquella donde hizo su vida. –Pero tuviste la fortuna de conocer otros lados. –Tú te quedaste en tu barrio, en tus calles, con tu gente, con tu familia. Compartiste el pan, el agua, la risa y el llanto de cada día, en cada día de tu existencia y la de ellos. –y con tristeza completé– Tú eres el rico... el afortunado. Lo miré. Vi un botija que se volvió hombre, separado de mí por nueve años y miles de kilómetros. Un hombre que había tenido todo sin salir de la ladera del cerro. Un hombre con la fortuna de la plaza. Y quedamos en silencio... como dos hermanos. Quizás los dos pensando… en el fondo de la casa. …oo0oo… LA FORTUNALA FORTUNA Diap 23
  • 24. En el fondo de mi casa había un limonero. Su parte de atrás llegaba hasta aljibe; y la de adelante, al sendero que llevaba hacia la escalera. A la izquierda, daba sombra al palán-palán que servía de cerca con la casa del vecino; y a la derecha, recostaba sus más aventureras ramas en el parral de la vid. Como todos los árboles no tenía ni derecha ni izquierda, ni adelante ni atrás; pero, para los que vivíamos en esa casa, la referencia era dada por la puerta de salida al fondo. Tampoco el terreno era grande, el fondo apenas tenía ocho metros por diez; y a eso había que descontar el techo del aljibe, el piso del parral, el gallinero y los caminitos. El cantero, por llamarlo así, que le sirvió de hogar y le alimentó, medía sólo dos por dos y medio; sin embargo, fue oscura tierra madre extraordinaria. EN EL FONDOEN EL FONDO Recuerdo que originalmente allí había un naranjo, igual al que existía en el cantero del otro lado del parral y que quedaba junto a las chapas de cinc del lindero izquierdo. Cierto día, mi padre trajo una ramita, un gajo de limón; lo traía envuelto en un trapo, como si fuese una criatura. Después, cortó el naranjo dejando un tocón más bajo que yo. Y yo, que tenía cinco años, miraba estupefacto. Mi madre, quien se había criado en la campiña, hizo en la parte de arriba del tocón una hendidura en ve; y, dando esa forma a la base del gajo, lo insertó en ese corte. Luego, con tiras del trapo, vendó cuidadosamente aquel muñón del que surgía el enclenque retoño. Mis padres me dijeron que eso se llamaba injerto. Quizás por que era flaco, quizás por que era chico, o por que estaba solo dentro un tronco grande… le tomé cariño. EL LIMONERO Diap 24 Del dulce azahar, nace el limón... 08 EL LIMONERO (U)
  • 25. Crecimos juntos. A él lo abonaban con lo limpiado del gallinero; a mí, con comida, cariño... y algún chancletazo. Yo iba al fondo, le contaba mis cuitas, y él me oía callado. En la segunda primavera tuvo un desarrollo enorme; la ramita se volvió tronco... ¡y floreó!... ¡Y dio un limón! Mi madre decía que era limón italiano. Mi padre, que era francés. Miré el limonero, su copa más alta que yo... Y él y yo supimos que éramos de ese fondo, de esa tierra. Al año ya se había convertido en un árbol frondoso; se llenó de amarillos frutos… y de picantes bichos peludos. El siguiente verano llegó una plaga de langostas. Cuando alzaron vuelo de nuevo, sólo quedaban esqueléticas ramas. Era un paisaje invernal en medio del estío. Únicamente la vid y el limonero rebrotaron. La primera dio unos pocos y agrios racimos. El limonero, unas tiernas hojas… ¡y un montón de limones! Hubo hasta el invierno. EN EL FONDOEN EL FONDO Desde entonces tuvo frutos durante todo el año. Tantos, que yo le sacudía para que cayesen… Y él parecía reír con el susurro de sus hojas, como si jugase conmigo. El tiempo siguió pasando. Me hice hombre. Me alejé de allí. El tronco se fue arrugando… y las ramas dando frutos. Viejo, volví a la casa; que ya no era nuestra. Quise ver al limonero. Me avisaron que una epidemia lo había secado. Pero, cuando lo cortaron, a la semana, del tocón surgió un ramita nueva; y de ella creció otro limonero. Fui a verlo. Era un árbol retorcido. Con grietas. Se notaba que había luchado para sobrevivir. Me dijeron que daba limones siempre, y me preguntaron de dónde era. Con voz tomada de emoción, respondí: –Mi madre decía que italiano. Mi padre, francés. Miré el limonero… Quedé callado… Él y yo sabíamos que éramos de ese fondo, de esa tierra. ...oo0oo... EL LIMONEROEL LIMONERO Diap 25
  • 26. En el fondo de mi casa había un mirador. Pero, siempre le dijimos: la azotea. Una azotea que se continuaba, hacia la derecha, en el fondo de al lado; el de la casa de mi tío. En realidad era el techo del escusado, del lavadero de mi madre, del cuarto de herramientas de mi padre y del lugar donde las gallinas ponían huevos y dormían. En la parte de mi tío no había cuarto de herramientas ni lavadero; y mi tío criaba unos escandalosos patos. A esa azotea le habían puesto un murito como baranda y dos sillones de cemento. El murito nos separaba del vecino de atrás, cuyo terreno estaba seis metros por debajo. El muro lo había hecho Bruno, un tío de mis primas, el cual se volvió mítico por haber construido el Obelisco del Bulevar, luego irse al Brasil y…hacer fortuna. EN EL FONDOEN EL FONDO Yo era muy chico cuando me llevó, con mi padre, a ver el obelisco en construcción. El recuerdo que me quedó de ese monumento es de algo hueco, oscuro, y que olía mal. Bruno dejó como recuerdo su carácter alegre y el muro tipo espejo de ladrillos, donde ni a éstos ni a la mezcla le entraba un clavo. Tan fuerte era, que retenía la tierra del fondo. Se subía al mirador por una escalera para encontrar dos bancos muy diferentes. Uno, esbelto y pulido. El otro, áspero y rústico. Pero, ambos viendo hacia el horizonte. En la azotea, mi madre tendía la ropa en un alambre que seguía hasta el otro techo. Y, en verano, se quedaba en un sillón a disfrutar de la brisa. O, a charlar con mi tía. Los fines de semana, sentada al lado de mi padre, juntos en el mirador, añoraban la lejana Europa; viendo el puerto por el cual, un día, entró el barco que nos trajo. Desde esa azotea vi crecer la ciudad al otro lado de la bahía; y, de este lado, yo fui creciendo en mi barrio. LA AZOTEA Diap 26 Extraído de “Don Víctor” del libro “Los Dones del Ayer”... 09 LA AZOTEA (U)
  • 27. El paisaje que se ve desde allí es, fue, y será, de belleza extraordinaria. Un río que es mar, se amansa en el freno de los rompeolas; para luego entrar suave en la bahía. Una isla pone el color de sus galpones. En el puerto, los barcos reposan sus fatigas. Y la ciudad, en una mezcla de antiguo y moderno, se recuesta alrededor de la costa. Cerca, las calles del barrio descienden hacia las turbias orillas. Algunas, más audaces, se atreven a entrar con sus muelles en el agua; pero, se detienen asustadas. Mirando en sentido opuesto, una verde ladera, salpicada de piedras negras, remonta el cerro; donde, en la cumbre, atalaya la Fortaleza de los años de la Conquista. Desde la azotea se ven casas pequeñas, con jardines, con fondos llenos de árboles, con gallineros. Casas pegadas a la del vecino, como transmitiéndose el espíritu de unión. Observando ese paisaje, sentado en esos bancos, hice los deberes de la escuela, saboreé los higos robados al vecino, tuve mis juveniles ilusiones, escribí mis primeros versos. EN EL FONDOEN EL FONDO :::::: Los años me alejaron de ese mirador, de esa azotea. Viejo, volví. El mirador seguía igual; el paisaje, el mismo. Pero, mis padres no se sentarían más en esos sillones. Me acerqué a la baranda. Miré hacia abajo, y sentí miedo de caer. Recordé un niño que bajaba y subía por esa pared, escalando en los huecos dejados durante la construcción. Lo hacía por el motivo más mínimo: A buscar una pelota, para escaparme al baldío a jugar... Y nunca tuve miedo. Pero, entonces era un niño; y ahora, un hombre viejo. Y nos aferramos más a la vida cuanto menos tiempo de ella nos va quedando. Me senté en un banco de la azotea. En el rústico. Y quedé viendo las lejanas olas volverse espuma contra la escollera. ...oo0oo... LA AZOTEALA AZOTEA Diap 27
  • 28. A tres cuadras y media de mi casa, en la calle de arriba, en la esquina de Francia y Bogotá, había un almacén. La ubicación no era de extrañar. En ese barrio los países y ciudades se cruzaban, hacían esquina y corrían paralelos, sin que tuviese que ver razas, fronteras, ni ideologías. Tampoco extrañaba a los habitantes del lugar, mezcla de emigrantes y perseguidos de todo el mundo. Menos causaba extrañeza que en una esquina hubiese un almacén. En esa época, que en las casas no había refrigerador y sólo los ricos tenían heladera de hielo, había uno en cada esquina. Lo que asombraba era que ostentaba un letrero enorme que ocupaba medio frente. En éste decía “DEPÓSITO” y el nombre del propietario: MIKEIL SKROZOUV. EN EL FONDOEN EL FONDO Era el local más grande de allí. Adjunto tenía un galpón donde guardaban los productos en bolsas y cajones. Y, en el mismo, había una máquina ruidosa que fabricaba hielo El dueño era un lituano, alto, flaco, que fue campesino. Tenía un hijo de nuestra edad, que iba a nuestra escuela, y que se llamaba como el padre. Eran los años de las obras de Julio Verne, por tanto le pusimos… Miguel Strogoff. El botija no fue el “Correo del Zar”. Aunque, le tocó ser el repartidor de los mandados para las viejas de ese barrio. Era, al igual que tantos más, un nacido en otra tierra que crecía en ésta; sin saber cómo era la de origen, y sintiendo como patria el lugar donde vivía. En ese almacén se encontraba de todo. Sin embargo, su dueño prefería vender al por mayor. Hasta los gallegos y armenios de los otros almacenes se proveían allí. Cuando escaseaba algo, sabíamos que en el Depósito, en lo de Strogoff… era seguro que lo hubiese. LA ARROBA Diap 28 Aquellos hijos de almaceneros, cargadores sin sueldo ni horario… 10 LA ARROBA (U)
  • 29. Fue un mes que la papa desapareció del marcado. Ilógico en esa tierra oscura y fértil. Mi madre me mandó a lo de don Miguel, con un billete, para que le enviase una arroba. Me faltaba poco para tener nueve años. Estaba asustado por llevar tanto dinero… y no sabía lo que era una arroba. Fui al depósito. Saludé a Miguelito, que estaba haciendo los deberes sobre un cajón cerca de la ventana. Llegué al mostrador. El almacenero, normalmente serio, me sonrió. Hice el pedido y le entregué el billete con cierto alivio. Me devolvió el cambio. Lo guardé en el pantalón corto. –¿Querés sólo una arroba?... –preguntó, burlón. –No sé que es una arroba. –respondí, molesto. –Ya te la traigo para que lo sepas… –y, jocoso, se fue. Al poco tiempo volvía con una bolsa de arpillera, llena de papas, que puso delante mío. Me llegaba al pecho, parecía pesada… Y yo era alto y pesaba venticuatro kilos. –Ahora la mando con mi hijo. –aseguró el hombre. EN EL FONDOEN EL FONDO Miré al botija, quien ya se paraba… y respondí: –No… La llevo yo… Chao, Miguelito… Me la eché al hombro como hacían los changadores de la barraca. A lo cuadra estaba resoplando y doblado. En el puente sobre la quebrada me corría el sudor. Me paré a respirar. Luego subí el repecho hasta mi calle, deteniéndome a cada momento para tomar fuerzas. Cuando entré en la casa, mi madre me gritó espantada: –¿Estás loco?... ¿No te dije que la enviaran?... ¡Ya voy a hablar con ese tipo! ¿Cómo te va a mandar con esa carga? –No me mandó, mamá. Yo le dije que la llevaba. La iba a traer su hijo… Si él lo puede hacer, lo puedo hacer yo. Al llegar mi padre esa noche, y oír el cuento, me abrazó. Le pregunté cuánto era una arroba… Me lo dijo. Y, por años, guardó la bolsa vacía en el galponcito, en el fondo. ...oo0oo... LA ARROBALA ARROBA Diap 29
  • 30. Érase un niño que tenía un barco. Pero, aunque él creía que el barco era suyo, no era de él. Era un barco pequeño. Tanto, que cabía sobre el mueble del comedor. Y allí estaba, sobre un soporte, con los colores del original. Porque ese pequeño barco era un modelo a escala del que lo había traído de chico. Se lo había dado el capitán del trasatlántico donde viajó con sus padres, un hombre de uniforme blanco. Hombre que, en la travesía, cada mañana llevaba al niño a la cabina del timonel para que observara el infinito horizonte. Y, al ver que el niño se abstraía con el modelo que reposaba en un estante, cierto día, el capitán se lo dio. EN EL FONDOEN EL FONDO Le dijo que tenía que cuidarlo, que sería el capitán de ese barco, que debía evitar que se hundiese o encallara. Y, sobre el modelo, le fue explicando al niño cada cosa del barco y para que servía. Y el niño, le escuchaba. Luego, el niño ponía aquel pequeño barco en la mesa de la bitácora junto al timonel. Y, como éste, piloteaba el suyo. Todo viaje tiene un destino. Cuando arribaron al puerto, el pequeño niño bajó llevando en sus manos al pequeño barco. Desde el muelle miró al grande. Era igual al que él tenía. Pero… él era el capitán de éste. No se acordaba de todo le que le había enseñado el capitán del barco grande. Por que le faltaba mucho por aprender. Pero tenía un barco, aunque éste fuese pequeño. Uno que le habían dado para cuidar y nunca dejarlo hundir ni encallar. Y para que no escorara, su padre le hizo un soporte. NAUFRAGIO Diap 30 Era numero 29 en el libro original Todos somos sobrevivientes en el mar de la vida. 11 NAUFRAGIO (G)
  • 31. El niño fui a vivir en un cerro, cerca de una bahía. En ella había varios muelles y un varadero. En uno de los muelles atracaba un barquito que cruzaba la bahía. Y, pasando cerca de una isla, llegaba hasta al puerto. Muchos domingos, el padre llevaba al niño de paseo en ese barquito. Y el niño llevaba su pequeño barco con él. A veces acompañaba a su padre hasta el varadero. Y veía los grandes barcos sobre soportes. Como él guardaba el suyo. Allí conoció a un amigo de su padre. Era dueño de una flota de remolcadores. Pero no le decían capitán, sino patrón. Le estaban construyendo uno nuevo. Era un barco de poca eslora, ancha manga, fornido casco, de enorme fuerza. Cuando estuvo terminado, el patrón les invitó a la botadura. Y preguntó al niño que nombre quería para el remolcador. Y el niño dijo el de su pequeño barco. Y se le pusieron. Y, sonriendo, le indicaron que él siempre sería su capitán. Muchas veces, ya muchacho, fue en el remolcador. Y hasta salió con éste por la escollera a buscar grandes naves. EN EL FONDOEN EL FONDO Y reía con los marineros cuando hacían bromas llamándole capitán. O, por que en esos viajes llevaba su pequeño barco. Lo ponía en la cabina, junto al tablero del timonel, mientras íntimamente le parecía pilotear el suyo. Y, al ver como los altaneros buques eran arrastrados por el remolcador, supo que el tamaño no importa sino la fortaleza. El niño se volvió un joven. Dejó de ir en el remolcador. Dejó su barco pequeño en el soporte sobre el mueble. Sin embargo, cada tanto, se acercaba al muelle. Y un día, el viejo patrón se le aparejó. Y con voz de lobo de mar, habló. Le dijo que ya era un hombre. Que debería navegar en otros mares. Que tendría que pilotear otros barcos. Que patrón es cualquiera. Pero quien no deja que el barco se hunda o encalle es el capitán. Y… que él siempre sería un capitán. Y aquel joven que érase un niño que tenía un barco, volvió a su casa. Pensó en el remolcador. Miró al barco pequeño. Y sintió que ahora tenía dos… aunque no fuesen de él. NAUFRAGIONAUFRAGIO Diap 31
  • 32. El joven se hizo hombre. E hizo lo que hacen los hombres. Se enamoró. Se casó. Y tuvo sueños en el futuro. Y un buen día, esos sueños le hicieron subir a una nave. Nave que le llevaría lejos, a otros puertos, a otros mares. Pero, antes de abordarla quiso despedirse del remolcador y del pequeño barco sobre el mueble del comedor. El modelo tenía algunas partes sin pintura, pero seguía en su soporte representado a un barco ya desaparecido. Al remolcador lo vio desde lejos. Como él, sólo recalaba luego de un agitado día llevando naves ajenas a puerto. Y el hombre que de niño tenía un barco, zarpó. Dejaba el pequeño barco en el mueble. Y dejaba el fuerte remolcador en la bahía. Llegó a puertos sin atracaderos, y junto a otros los hizo. Le dieron barcos que no eran suyos, y fue su capitán. A veces los piloteó por cabotaje. Otras, dibujó cartas luego de destrozar la quilla en bajíos y ocultos arrecifes. Y si por momentos un vendaval quería abatirlo, echaba más lastre y entre bandazos tornaba el navío a su derrotero. EN EL FONDOEN EL FONDO Nunca le importaba si el patrón o la empresa estuviesen contentos. Él tenía que evitar que el barco se hundiera o encallase. Años después, creyendo que todo ya estaba a socaire, dejó todo a cargo de un práctico y fue de visita a la antigua bahía. Llegó con canas en la cien. Encontró al pequeño barco con polvo del tiempo, descolorido, con el soporte rajado. Fue en busca del remolcador. Lo halló en el muelle, tenía las bandas golpeadas, óxido por doquier, parecía más chato. Un viejo marinero le dijo que el remolcador ya estaba viejo, que hacía aguas, que había nuevos más fuertes. Sin embargo, cada tanto lo venían a buscar para que zafase a un novato embarrancado en algún bajío o escollo. Y el hombre encanecido, que de niño tenía un barco, sonría. Luego fue a la casa y limpió al pequeño barco. Días después partía. Aún era capitán de esos dos… y de otros barcos. Y un capitán no puede dejarlos hundir o encallar. NAUFRAGIONAUFRAGIO Diap 32
  • 33. Pasaron muchos años. Varias veces los barcos cambiaron de naviera o de patrón. Pero él seguía siendo el capitán. Tuvo que cruzar tormentas, navegar sobre escollos, bogar entre problemas que retrasaban su impulso cual sargazos. Fue abordado por piratas y almirantes de calma chicha. Y, él siempre iba a sacar el barco cuando quedaba varado. Cada tanto retornaba a aquella bahía. Miraba su pequeño barco que no era suyo. Y preguntaba por el remolcador. Le decían que estaba viejo, que para lo único que servía era para arrastrar chatas. Y el hombre viejo, sonría triste. Y él volvía donde creía que aún lo necesitaban para llevar por buen rumbo las naves. Por que él siempre era el capitán. Pero, cierta vez, le sacaron el barco. Otro dueño se lo quitó. Y éste quiso ser patrón, timonel y capitán. Y… se hundió. El hombre viejo volvió para un reencuentro con sus viejos barcos, el del mueble del comedor y el remolcador de la bahía. El modelo tenía la pintura saltada. Del remolcador le dijeron que estaba sobre la escollera de una playa. EN EL FONDOEN EL FONDO Había naufragado una tarde de tormenta. Capeándola, se le había roto el timón. La marejada lo arrastraba hacia las rocas. Pero él, sacando fuerzas de sus obsoletas máquinas, aceleró. No se hundiría. Y, enfilando al rompiente, subió sobre éste. El viejo tomó el modelo. Fue hasta la escollera. Subió al escorado remolcador. Estaba desguasado. Puso el modelo en la vacía mesa de bitácora… Y allí lo dejó. Bajó por el planchón. Miró sus barcos y les hizo una venia. Quizás él falló. Ellos, no. Nunca se habían hundido. Nunca habían encallado. Y el viejo empezó a irse. Un viejo que érase un niño que tenía un barco… dos… Pero, aunque él creía que eran suyos, en el fondo, no eran de él. El viejo se fue. Y, mientras él se iba, se oyó la ronca sirena de un remolcador y el grave pito de un trasatlántico. Saludaban a su capitán. …oo0oo… NAUFRAGIONAUFRAGIO Diap 33
  • 34. En el fondo de mi casa estaba el escusado. Bien al fondo y a la izquierda. Una de sus paredes era parte del muro de ladrillos que nos separaba del terreno de atrás. Otra, con el gallinero del vecino. Seguía la del frente, con un alta ventana hacia el limonero para mezclar los aromas. Ventana de vidrios opacos que no permitía ver nada. Y, debajo la azotea, estaba la puerta. Una angosta puerta entre la pileta donde mi madre lavaba la ropa y la bomba manual que extraía agua del aljibe. Todo hecho de ladrillos espejo y portland. Y fretachado. En su interior tenía una bañera y un inodoro de cemento pulido, y un lavamanos de lámina esmaltada. Lo impresionante era el tanque. EN EL FONDOEN EL FONDO Era de hierro fundido, con una cadena que accionaba una palanca que subía una taza que dejaba bajar el agua con un ruido atronador. Pero, para llenar el tanque, o la bañera, o la pileta, había que darle y darle a la palanca de la bomba. Eso, hasta que mi padre colocó en la azotea un tambor como reserva. Sobre el lavamanos existía un espejo. Parecía de un circo; según de donde se mirase, mostraba un rostro distinto. Y cerca del inodoro, lo más importante: Una caja con hojas de diarios. Ellas servían para releer noticias viejas, probar que no desteñían, y… hacer la limpieza final. También en la pared había un gancho del que colgaban cuadraditos de papel de astrasa. Y, para las visitas, en un estante se ponía otros de papel blanco y de seda… Pero, nadie tenía el atrevimiento de usarlos. ¡Un lujo ese escusado! En esa época era normal llamarlo así y no con el actual eufemismo de baño. EL ESCUSADO Diap 34 ¿Por qué se pregunta por el baño?... Si lo que se quiere es no bañarse… (Reflexiones de Humgrand Penn de Joc) 12 EL ESCUSADO (U)
  • 35. Decían que siempre hubo en ese lugar un escusado; pero dos metros más abajo, cuando el terreno formaba un talud. Que era un cuartucho con sólo un agujero en la tierra. Hasta que un día levantaron los muros linderos, rellenaron, y el viejo quedó enterrado. Sobre él se construyó el nuevo. Las raíces siempre rebrotan en tierra abonada. Primero tuvo pozo séptico. A éste, cada tanto, había que vaciarlo. Al hacerlo, por varios días quedaba en el aire un olor que hacía pensar de qué estábamos formados. Luego se conectó al colector general. Y las verduras y plantas del fondo perdieron algo de su antiguo vigor. Por muchos años fue el único escusado. No existía ningún problema para ir a él durante el día y siendo verano. Para hacerlo en la noche, o en invierno, había que pensarlo más de una vez. EN EL FONDOEN EL FONDO Si era de noche, daba miedo cruzar el oscuro fondo. Y, por más que se evitara hacer ruido, al vaciar el tanque era tal el estruendo que alborotaba a todas las gallinas y perros del lugar. Todo el vecindario se enteraba. En invierno era peor. Había que tener mucha valentía y necesidad para dejar la tibieza del cuarto cerrado y salir a la intemperie para ser azotado por el gélido viento. Por eso, la escupidera fue muy apreciada. Cuando se hizo la casa grande, se puso baño en el piso de arriba. Pero, por no subir la escalera, poco íbamos a él. El escusado siguió siendo el preferido. Sin embargo, por cosas de la vida, yéndome en la distancia y en el tiempo, dejé de usarlo. En el fondo de mi casa estaba el escusado. Ya no es mi casa, pero todavía lo está. Y siempre lo estará en mis recuerdos. …oo0oo… EL ESCUSADOEL ESCUSADO Diap 35
  • 36. En el fondo de mi casa había un gallinero. Eso no era nada extraño, ya que en esa época en todas las casas había un gallinero y éste se hallaba al fondo. La mayoría de ellos estaban bajo los árboles, con piso de tierra, cercados por palos y latas; y, sobre cualquier cosa, existían unos feos cajones para que las gallinas pusieran. Pero, el nuestro no fue así. Tenía dormitorio y patio. El techo, el piso y las tres paredes del dormitorio eran de hormigón fretachado. El techo formaba parte del mirador, la azotea donde mi madre colgaba la ropa. La pared de la derecha componía el lindero con el fondo de la casa de mi tío. La de atrás, con el terreno de abajo. La izquierda, angosta, dividía del galpón de herramientas. En el galpón se guardaba el maíz y el afrechillo. EN EL FONDOEN EL FONDO Y en esa pared abría la puerta para pasar al gallinero con el chirriar de los goznes… y el escándalo de las glotonas gallinas. Como en un teatro, no existía cuarta pared, la del frente. Daba al patio, donde las gallinas actuaban a diario. En el dormitorio había, a diferentes alturas, dos redondos palos para que ellas descansaran. Y más arriba, sobre dos ángulos, los cajones que se podían sacar y limpiarlos. Tenían la tabla del frente más baja para que las gallinas pasaran facilmente y se acomodaran muy orondas a poner un huevo y cacarear su obra. Y… para luego quitárselo. Dentro ellos se colocaba pasto seco. En la noche eran los lugares preferidos por las gallinas más viejas, en tanto las jóvenes dormitaban haciendo equilibrio en los palos. Pocas veces entraba el gallo a ese lugar. El curucutú de protestas de las hembras, lo sacaba. Aunque, en invierno, las más pollitas le permitían dormir junto a ellas. EL GALLINERO Diap 36 ¿El huevo o la gallina?... ¿y dónde queda el gallo? 13 EL GALLINERO (U)
  • 37. Pero, en el patio, el gallo era amo, señor… y tirano. Se pasaba a su patio levantando el pie para no tropezar con el murito que lo rodeaba, de diez centímetros de alto y de ladrillos rojos al igual que el piso. Excepto por el lado del dormitorio, los otros tenían tejido de alambre hasta arriba, casi dos metros y medio. El techo era formado por las frondosas ramas de la santarrita. Había gallinas que ansiaban la libertad y volaban sobre la cerca para… ser capturadas, sufrir que les arrancasen las plumas largas y, si insistían en escapar… acabar en la olla. Como siempre, la mayoría era sumisa. Iban sobre los ladrillos, temerosas, recelando de las demás, compitiendo por encontrar un grano entre sus propios excrementos. Lo que más me molestaba era el despotismo del gallo. Tenía ganas de pegarle cada vez que montaba una gallina, la poseía quisiese ella o no, y luego aleteaba fanfarrón. Sentí que había algo de justicia cuando una clueca, que estaba incubando, se enfermó y murió. EN EL FONDOEN EL FONDO Ante mi asombro, mi madre emborrachó al gallo y lo puso a empollar. ¡Había que ver como cloqueaba e incubó los pollitos!... Y me quedó el temor de lo que se puede hacer borracho. Para los niños de entonces, el nacimiento de los pollitos era especial. Verlos salir del huevo, el cambio de una fea criatura a un delicado ser. El amor de la gallina hacia ellos. Junto al gallinero había un pedazo rodeado de una malla. Allí se ponían los pollos. Mucho antes que apareciera eso del kinder garten, mi madre lo tuvo para los pollitos. Ya no quedan gallineros en las casas. Hoy los huevos y los pollos son parte de la producción masiva. Pero, jamás olvidaré el que estaba al fondo de la mía. El canto del gallo. El cacareo de las gallinas. El piar de los pollitos… El ayer. …oo0oo… EL GALLINEROEL GALLINERO Diap 37
  • 38. En el fondo de mi casa había un banco… En realidad había dos, y a pocos metros uno del otro. No eran esos bancos donde maniobran con el dinero, ni de los que son para sentarse. Eran bancos de trabajo. Tan importantes, que había dos. Uno, para trabajar en verano a la sombra de la santarrita. El otro, el de invierno, tenía techo de hormigón. Los años primeros los pasó cerca de la pileta de lavar, en ese espacio debajo la azotea donde penetraba la hamaca en su vaivén. Pero cuando conectaron el agua corriente a las canillas, y pusieron azulejos a la pileta y a la mesa; hubo dos cosas que sufrieron con los cambios del progreso. La bomba manual que extraía agua del aljibe, y el banco con su vieja morsa para madera. EN EL FONDOEN EL FONDO La bomba fue muriendo en silencio, callada, secándose por dentro. Y, cierto día, cuando por casualidad quisimos mover su palanca, estaba rígida. El banco, más sufrido por años de golpes, fue arrastrado a pesar del crujir de las agrietadas tablas, y llevándose con él la obsoleta morsa, al aledaño galpón de herramientas. En pago, al igual que mi padre, pudo sentirse en invierno abrigado en ese minúsculo cuartucho por el tibio calor de las gallinas próximas y de los ratoncitos en sus escondrijos. El banco de afuera, bajo la santarrita, siguió entre el patio de las gallinas y el cantero del naranjal. Siempre frío, con la soberbia de los fuertes. Su patas eran recortes de rieles de ferrocarril metidos en bases de hormigón. La mesa, compuesta de una gruesa plancha de hierro abulonada en vigas con forma de T. Sobre el perfil delantero y la plancha, tenía atornillada una morsa de hierro fundido. Al cerrar su boca de postizos estriados, ajustaba a la perfección… y a veces con dolor. EL BANCO Diap 38 Si me mandan al banco, tengo un “trilema” porque tengo tres lugares donde ir. (El Loco de la Esquina) 14 EL BANCO (U)
  • 39. Uno de sus partes era firme, inamovible. Pero la otra iba y venía, yendo y volviendo en provocativo movimiento, cada vez que en su interior daba vueltas el tornillo sin fin. No comprendía por qué se llamaba así, ya que tenía final. Ni por qué su cabeza giraba sin abandonar la parte móvil… ¡Y menos aún que su barra, dos por tres, nos golpeara! Aunque corriese dentro la fija; era tan fiel que si pasaba del límite quedaba loco… pero, siempre unido a la móvil. ¡Cuántas cosas hicimos en ese banco!... Desde enderezar un clavo hasta armar un engranaje. Una vez, ya muchacho, fijé en la morsa un taladro manual con la intención de convertirlo en primitivo torno. Le daba a la manivela con mi mano izquierda, mientras con la derecha y una cuchilla trataba de formar las piezas de mi primer juego de ajedrez… ¡en palos de escoba! EN EL FONDOEN EL FONDO No hubo dos peones iguales, ni reyes, reinas o alfiles con grandes diferencias… fFe el ajedrez más democrático visto. El banco debajo la santarrita tenía la ventaja que mientras se sudaba se podía sentir el perfume de los azahares, y a un par de pasos estaban los racimos de uvas del parral. Pero, al llegar el otoño debía recubrir esa morsa con una grasa negra, espesa, olorosa, para evitar el óxido. Lo hacía a disgusto, ya que en primavera la tenía que limpiar. Siempre quise más al banco del cuartito de herramientas. Tal vez por sus viejas maderas agrietadas y con cagaditas de ratones. O por su arcaica morsa que cerraba su boca con chirriar añoso, como avisando para no agarrarse los dedos. O, quizás… por que estaba más al fondo. …oo0oo… EL BANCOEL BANCO Diap 39
  • 40. En el fondo de mi casa había un galpón. Era tan chico que costaba moverse en él… Era un galponcito. Y así lo llamábamos: El galponcito del fondo. Mi madre me decía que le trajese madera para la cocina de leña desde “el galponcito del fondo”. Y ahí iba yo, tomaba el hacha y partía los trozos a la medida adecuada. Si mi padre necesitaba una pala, un martillo, una pinza, un pico, me lo pedía agregando siempre “del galponcito del fondo”. Y yo le traía de allí la herramienta. Si alguien, al vernos las manos sucias de óxido, hollín, o grasa, nos preguntaban de donde veníamos… la respuesta más segura era: “Del galponcito del fondo”. Constituía un complemento innecesario. No había otro galpón ni galponcito en el fondo ni en la casa. Pero, hay cosas que, como algunos seres, conllevan una clasificación. EN EL FONDOEN EL FONDO Su techo fue la azotea donde mi madre tendía la ropa. Y, en su inicio, la única pared que tenía el galponcito era la del lindero con el vecino de abajo. Luego, cuando la casita de techo de zinc se cambió por la de dos pisos y del corredor se quitó el humilde envarillado, éste fue a cerrar el frente y laterales del galponcito. El cuadriculado de las varillas se llenó de ganchos para colgar tenazas, alambres, cadenas, ese sin fin de cosas que tanto son queridas por los hombres de trabajo. Con la madera sobrante, mi padre hizo dos puertas. Una para entrar desde el lavadero al galponcito. La otra, de él al gallinero. El viejo era excelente mecánico… Ninguna puerta cuadró bien y siempre chirriaban al moverlas. Pero, esas puertas y paredes tenían algo propio que hacía quererlas… tal vez porque fueron del corredor envarillado. EL GALPÓN Diap 40 Nada más inútil que una herramienta… si quien la tiene no sabe para que es. 15 EL GALPÓN 2 (U)
  • 41. Dentro el galponcito, contra la pared lindera, había varios estantes hechos con la madera de los baúles que, como las esperanzas de mis padres, jamás retornaron a Europa. ¡Qué entrevero en esos estantes! Verlos, hacía recordar el tango Cambalache. Pero, con la diferencia que ahí cada cosa tenía valor, nada se cambalacheaba, todo se guardaba. Útiles de matricería junto a cajoncitos de lata con clavos torcidos. Escariadores de precisión acompañando a tuercas oxidadas. Calibres finos pegados a bulones golpeados. Sobre el piso descansaba el viejo banco de tablas con su más vieja morsa para madera. A su lado un cajón, hecho con las laminas de zinc, para guardar la leña de la cocina. Y en un rincón algo que, a pesar de usarlo a diario, me daba resquemor. Un tronco donde con el hacha partía los leños… y a fin de año le cortaban la cabeza a un gallo. En los estantes había decenas de cajas con herramientas y útiles que desconocía. EN EL FONDOEN EL FONDO Aún hoy, creo que me fui de ese galpón sin terminar de conocerlas a todas. Para completar el desorden, y por estar junto al gallinero, se guardaba allí el afrechillo y el maíz. Y, como era natural, constituía el ambiente ideal para los ratones. Pocas veces los llamábamos de esa forma. También ellos poseían nombre propio. Eran los ratoncitos, en diminutivo. Por lo mismo, le teníamos cariño. Hasta crié una camada cuya madre murió en alguna trampa. Pequeños, vivían angustiados. Siempre cerrábamos la puerta del galponcito… ¡para que el gato no entrase! Con los años, poco a poco, todo se fue marchando. Se fueron el gato, los ratoncitos, mi padre, mi madre, yo… Pero, debajo la azotea, siguen mis recuerdos junto a los clavos torcidos, los ratoncitos. Guardados en el galpón. Mejor dicho… ¡En el galponcito del fondo! …oo0oo… EL GALPÓNEL GALPÓN Diap 41
  • 42. El verano finalizaba. Pronto recomenzaría la escuela. En el fondo hacía un calor bochornoso. Y salí a la vereda. Quizás incitado por la libertad, o tal vez huyendo de las calles reverbantes, subí hacia el cerro. Caminando sobre el reseco pasto, arranqué de un salvaje hinojo sus palitos dulces para ir masticándolos, y encontré una rama de eucalipto que me sirvió de cayado. Subiendo y bajando, seguía las ondulaciones del terreno sin alejarme mucho de las calles que morían en la ladera. Por curiosidad, quería ver como terminaba cada una de ellas… y todas iban desapareciendo entre polvo y cascotes. Pero, de pronto, me encontré parado sobre una barranca. Y, a mis pies, varios metros abajo, allá, finalizaba una calle. Si quería salir por algo más suave, debía retroceder. EN EL FONDOEN EL FONDO Indescriptibles emociones me invadieron. Yo tenía nueve años. Estaba como a un kilómetro de mi casa. Miré otra vez. La tétrica roca negra había sido cortada en abruptos farallones. En ellos había huecos y salientes. Fue más grande el reto que el temor… y comencé a descender. Nunca supe cuánto tardé en hacerlo ni las veces que me detuve… sólo recuerdo que bajé agarrándome de la piedra, nunca viendo para atrás y sin soltar la vara. Finalmente llegué a la calle. Aún tenso y agitado, observé a mi alrededor. Una cuadra estaba llena de sembradíos. La otra era árida, con una vieja casona descuidada. En su puerta, descansando en un sillón de mimbre sobre una vereda hecha de lajas negras, una mujer se abanicaba. Avancé por la calle que también era de adoquines negros. Era imposible no mirar esa mujer. Tenía una mecha de pelo rubio en su negro cabello… y era algo vulgar. LA BARRANCA Diap 42 Los adjetivos bueno o malo deberían ir siempre seguidos por la preposición para… (Leído en un libro) 16 LA BARRANCA (U)
  • 43. –Te costó… pero, lo lograste. –dijo ella, al pasarle delante– Hubo momentos donde parecía que ibas a rodar barranca abajo… sin embargo, supiste mantenerte firme. Me detuve. Por la entreabierta puerta vi mujeres en ropa interior dentro el patio. Sentí más miedo que en el farallón. Pero, de la vieja emanaba un afecto casi maternal. –Sí, señora. –respondí– Mi viejo me enseñó que si no se quiere caer al bajar, hay que darle la espalda al precipicio y agarrarse fuerte de lo que se tiene adelante. –Buen consejo. –afirmó ella– De pronto te encontraste frente a la barranca y supiste enfrentarla. Pero, no lo hagas otra vez y solamente por gusto. No vuelvas más por aquí. Podrías dar un mal paso… y caer. O tener un tropezón en la calle… lastimarte... Y, aquí hay mucha basura. –Gracias, señora. Me voy. –me despedí. Y me fui sin entender. EN EL FONDOEN EL FONDO –Adiós botija… –su mirada se volvió triste– ¿Sabés?... Vos llegaste de allá arriba. La mayoría viene de abajo. Llegan buscando la manera más fácil, más cómoda, que no les dé esfuerzos ni complicaciones... Adiós botija. Al rato estaba en el fondo de mi casa. Pensaba. Y sin saber por qué, en lugar de contárselo a mi vieja, lo hice a mi padre. Él escuchó sonriendo hasta mi frase final: –Tenía pinta de mala… pero, creo que era buena. –Te faltó el “para”. –y recalcó él– Ella fue buena… para ti. No retorné a la barranca ni a la calle. Y con los años y la distancia, me alejé del barrio. Viejo, volví. El tiempo se había detenido allí. Todo seguía igual. Aunque, yo llegaba viniendo desde abajo y apoyado en un bastón. Miré la barranca, no era tan alta. Me paré frente a la vieja casona descuidada. Y me pareció ver otra vez a esa mujer. Una mujer buena… para mí. …oo0oo… LA BARRANCALA BARRANCA Diap 43
  • 44. EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 44 Cuento Escrito: Año 2009 Antes, la única norma era que las cosas durasen más que los que las hacían… Bahía de Montevideo, Vista desde el Cerro, Calle Barcelona, Año 1950 Aljibe en el fondo de la casa de la infancia del autor 17 EL ALJIBE (U)
  • 45. En el fondo de mi casa había un aljibe. Mejor aún, el fondo empezaba con el aljibe. Al abrir la puerta de la cocina y dar un paso, se estaba en el patio; o sea, en el techo del aljibe. Y, ahí, a la izquierda, a pocos metros, mostraba su brocal con un hermoso arco de hierro donde colgaba la rueda por la cual corría la brillante cadena. Desde muy pequeño, tanto que daba vuelta al balde para subirme en él, me gustaba asomarme al brocal y gritar hacia abajo como si fuera un desafío: –¿Aquí estoy!... ¿Aquí estoy!... Y el eco me respondía con su voz grave y profunda: –Hoy... hoy... Contaba mi madre que el aljibe fue construido quitando la tierra del terraplén del terreno, hasta llegar a la negra roca basáltica. Cosa fácil, ya que ésta se halla a pocas paladas. Y decía, además, que socavaron parte de la roca. EN EL FONDOEN EL FONDO EL ALJIBEEL ALJIBE Diap 45
  • 46. Varios canteros del fondo estaban demarcados con cascotes de esa piedra de bordes filosos donde muchas veces me corté. El aljibe se limpiaba en enero, en la época de sequía. Para mí era toda una fiesta. Bajábamos por el brocal colocando una desvencijada escalera de madera, típica de mi padre. Estaba hecho todo de hormigón. Con una columna en el centro. Por dentro frisado y pulido con cemento portland. Tan bien construido que no tenía ni una filtración. A los pocos minutos de haberlo lavado, y subir el último balde de limo del recuadro bajo el brocal, su superficie gris estaba seca, sin sentir el mínimo olor a humedad. Era el cuarto más grande de la casa. Medía seis metros por tres, y por dos y medio de alto. Atraía estar en él. Pero, estaba bajo tierra. EN EL FONDOEN EL FONDO EL ALJIBEEL ALJIBE Diap 46 Su único habitante fue una tortuguita. Ella a veces subía en el balde para que le diéramos unas horas libres en los canteros. Un buen día desapareció. Por más bien que se esté, la libertad es un bien invalorable. Nunca volví a tomar agua tan sabrosa y fresca como la del aljibe. En verano bajábamos el balde con las botellas de vino para que se enfriaran allí, en su agua de lluvia, natural. Ésta caía resonando en las onduladas chapas del techo de cinc de la casita. Era recogida por una canaleta, bajando por un tubo galvanizado que entraba en una esquina del patio. Cuando se hizo la casa grande, se cambió el cinc por un techo de hormigón. Por atavismo se dejó el bajante, pero en un tubo de cemento. Al poco tiempo se le desconectó. El líquido que traía era sucio y de mal sabor. Además, ya teníamos la conexión al servicio público de agua corriente. Y el aljibe se fue secando solo, olvidado.
  • 47. La tapa abisagrada de hierro que le había hecho mi padre, se cerró. Y, cada vez que la abríamos y la dejábamos caer, sonaba como el disparo de una ceremonia fúnebre militar. Mi madre colocó en su borde macetas con malvones. Y, viendo que el arco, la rueda, la cadena y el balde se iban oxidando, los pintamos... quedando como adornos. Los años pasaron, mis padres se fueron para siempre, la casa se vendió. El aljibe se rellenó de escombros y restos, su brocal fue tapado con ladrillos. La última vez que lo vi, aún seguían en él los malvones… secos. Ya nunca más podré asomarme a su borde y gritar en desafío: –¡Aquí estoy!... ¡Aquí estoy!... Ni ya me responderá el eco con su voz grave y profunda: –Hoy... hoy... Porque esos son recuerdos del ayer. Como el aljibe donde empezaba el fondo de mi casa. ...oo0oo... EN EL FONDOEN EL FONDO EL ALJIBEEL ALJIBE Diap 47
  • 48. En el fondo de mi casa había tantas cosas que aún hoy me asombra que hayan existido. Pero, mis padres se criaron en Europa; y allí cada puñado de tierra se aprovecha. De todo lo que fuese construcción, hierro, caños, cemento, se encargaba mi padre. Y eran de mi madre las partes con tierra, esa tierra marrón encerrada en los canteros. Discutían cuando uno invadía el lugar del otro. Y, como buen matrimonio, cada tanto se necesitaban mutuamente. Una vez, siendo yo muy pequeño, un sábado de tarde, vi que mi padre hacía un cajoncito con delgadas tablas. Las de las paredes era muy bajas; y las del piso, algo separadas. Lo miré interrogante. Estaba acostumbrado a verlo trabajar con hierro y tornillos en tanto me hablaba de máquinas, de fábricas, de la Lorena, de Roussau, de la historia, de la revolución... EN EL FONDOEN EL FONDO –Es un almácigo, me lo pidió tu mamá. – respondió a mi tácita pregunta, como avergonzado de hacer algo en madera. En eso llegó mi madre. Tomó el cajoncito dirigiéndose a un cantero en el cual se mezclaba la tierra con lo limpiado del gallinero y los restos de comida. Y, yo fui tras ella. Tamizó aquella fea y oscura mezcla, llenando el cajoncito hasta la mitad. Luego, sacó del delantal un sobre. Lo abrió, desparramando unas ínfimas semillas en el almácigo. Con delicadeza, y con sus uñas, rastrilló la superficie. Las semillas se hundieron en la tierra. En tanto, yo observaba lo dibujado en el sobre. Eran verdes cebollines. Tomó de mis manos el sobre, arrojó un poco de semillas en una esquina lodosa del cantero, y otro en la arena cerca de la pared. Me miró con una sonrisa maternal, diciéndome: –Vamos a llevar el almácigo a la sombra del aljibe. Vos regarás las semillas todos los días... Así, las verás crecer. La seguí emocionado. Era mi primer responsabilidad. EL ALMÁCIGO Diap 48 Los árboles son seres vivos. (Don Héctor – Los Dones del ayer) 18 EL ALMÁCIGO (U)
  • 49. Aprendí que necesitaban techo para que no las quemase el sol ni las ahogara la lluvia. Un tejido de protección, para no ser atacadas por los bichos. Y no regarlas en demasía. La tierra debe ser húmeda, pero con cierta dureza. Todas las mañanas ponía el mismo vasito de agua, y por igual, a las del almácigo, a las del lodo y a las de la arena. Semanas después, del almácigo asomaron unas cabecitas verdes; que, como niños curiosos, querían ver más. Mi madre me felicitó. Y, tomándome de la mano me llevó hasta el lodo. Escarbó, sacando las semillas de allí: Estaban podridas. Quitó las de la arena: También estaban muertas. –¿Te das cuenta? –dijo– Unas tuvieron mucha agua. Otras, demasiado arena... y el agua pasó de largo. Durante la primer semana, las plantas del almácigo fueron creciendo y empujándose como jóvenes compitiendo. Pero, al ir engrosando su tallo, algunas se debilitaron. EN EL FONDOEN EL FONDO –Es hora que las separemos. –indicó mi madre– Cada una necesita su propio terreno. Si no, muy pocas vivirán. Fuimos a los canteros laterales. Allí había sombra casi todo el día. Las sembramos de a una y distanciadas cuatro dedos. Crecieron todas. A la mayoría las comimos, eran muy sabrosas. Avanzando la estación, algunas dieron blancas flores. Éstas se marchitaron, y debajo se les formó una gran barriga. –¿Ves? –me dijo mi madre– Son las plantas hembras. Y, como a las mujeres, a algunas... les crece el vientre. Terminando el verano sólo quedaban las que tenían esas varas con barriga, y ésta ya seca. Mi madre me las hizo abrir. Estaban llenas de relucientes semillas. Las sentí algo mío. Luego, cortamos las plantas. Dentro tenían una caña vacía. Sus hojas eran duras, amargas. Mi madre me miró, nada dijo. Mi madre no enseñaba de la misma forma que mi padre. Sin embargo, mucho aprendí de ella. …oo0oo... EL ALMÁCIGOEL ALMÁCIGO Diap 49
  • 50. Se levantó y fue a la ventana. El sol alumbraba la mañana. El paisaje era muy diferente al de su niñez. Sin embargo, le pareció estar en el mirador del fondo. Giró su cabeza viendo el cuarto. Había tantas cosas que en cierto momento fueron importantes… y ahora, innecesarias. La mayor de ellas: El espejo. Sólo reflejaba a un viejo. Uno que ya nadie necesitaba y que siempre había sido un necesitado. Sonrió tristemente. Abrió la ventana. Su vista se perdió en el horizonte y sus añoranzas en el ayer. ¿Cuándo fue que por primera vez se sintió necesario?... No recordaba la edad. Sólo que era muy pequeño. Y le pareció escuchar otra vez a su padre diciendo: –Necesito que me ayudes a arreglar algo. EN EL FONDOEN EL FONDO O fue cuando su madre salió de la cocina, pidiéndole: –Necesito que lleves esto al galpón. Luego fue crecer en estatura y en ser necesario. Tanto, que ni se dio cuenta que aumentaba en edad… y en necesidad. Los botijas del barrio le gritaban desde el jardín: –Te esperamos en el baldío… necesitamos un arquero. Y así se fue haciendo necesario para reparar la correa de la máquina de coser de su madre, sostener la madeja de lana mientras ella hacía el ovillo, sacar las cenizas de la cocina. Al mismo tiempo, su padre lo necesitaba para aguantar la cabeza del bulón mientras él apretaba la tuerca, guardar las herramientas en el galponcito, engrasar la morsa. Hasta era necesario para su tío. Éste, cada tanto le decía: –Hay que cambiar la bombita de la antena... te necesito. Y no se quedaban atrás las viejas vecinas solitarias: –Necesito un mandado del almacén… ¿irías? EL NECESITADO Diap 50 El verdadero amigo es aquel que no precisa contestar a la pregunta: ¿Dónde estabas cuando te necesité? (Rocas, cascotes, y adoquines) 19 EL NECESITADO (G)
  • 51. Cuando llegó a muchacho, aumentó la necesidad de él. Fue necesario a su padre para reparar el timbre, poner un clavo en la pared, reparar cualquier cosa de la casa. En cuanto a su madre, si ella enfermaba, fue necesario que él cocinara, limpiase la casa… y cuidara su hermano. En el liceo tuvo la poca fortuna de hallar fáciles algunas materias. Por tanto, se le hizo común escuchar: –¿Podrías explicarme esto?... Necesito que me ayudes. Y más de un muchacha le sonría, diciéndole insinuante: –Te necesito, no entendí nada… ¿Quieres venir a mi casa? Los de su barra no dudaban en pedirle: –Salimos de campamento… te necesitamos. Así siguió y así llegó el momento de casarse y tener hijos. Y también el de alejarse tras lejanos sueños. Llegaron unos amigos mayores y le dijeron: –Vámonos… necesitamos sus conocimientos. Y él marchó con ellos. EN EL FONDOEN EL FONDO Gracias a eso, en el reencuentro con su compañera, tuvo la emoción de sentir junto a su oído: –Te necesité tanto… Después fueron años de lucha, con triunfos y fracasos. La vida de un hombre más. A veces le decían que era necesario por su experiencia. Otras, sabía que lo tenían sólo por eso. Los hijos crecieron. Mucho tiempo pudo oír: –Papá… necesito que me expliques este problema. Pero, ellos se hicieron grandes y supieron más que él. En el trabajo había jóvenes más capacitados. El mundo se llenó de cosas que él no conocía. Poco a poco dejó de escuchar: –Te necesito… lo necesitamos… Y, un día, se dio cuenta que ya nadie lo necesitaba Había pasado su vida siendo necesario. Sin que se dieran cuenta que él también necesitó. Porque, en el fondo, siempre había sido… un necesitado. …oo0oo... EL NECESITADOEL NECESITADO Diap 51
  • 52. Nueve de la mañana. En la madrugada cayó una llovizna que ha dejado un sopor gris. Oigo algo que me hace dudar. Abro la ventana… y el grito se repite: –¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones, arreglooo! Me digo a mi mismo que no puede ser, que eso pertenece a la historia. Y otra vez, y más cerca, resuena el grito: –¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones, arreglooo! Es una realidad. Una realidad que me hace retroceder en el tiempo. Creo estar en el fondo de mi casa. ¿Cuánto hace?... Ni lo recuerdo. Pero, ahora es algo del pasado que aún vive. Tomo un par de zapatos gastados y salgo a la calle. Y allí, bajo un alero, está él. El alero es actual. Él, tiene un rostro sin tiempo. Y su apariencia pertenece al ayer. EN EL FONDOEN EL FONDO Colgada del hombre izquierdo lleva una caja de madera. La correa que la soporta es de cuero, tan usada que está negra y llena de grietas como arrugas en un viejo rostro. De la correa también pende una cosa que hace aflorar las añoranzas de mi juventud. Es esa herramienta en ángulo diedro con tres patas terminadas en forma de planta de pie. El hombre me mira, ambos sabemos que el tiempo nos une. Y, con un gesto fraternal, recita: –¿Arreglo los zapatos? Puntera o tacón, se lo hago barato. –Tacos, por favor. Hace años que no veía un zapatero… –y me freno por temor a ofenderlo. –Remendón. –completa él– Soy feliz en serlo. No me veía porque andaba arreglando por otros lados. Lo dice el verso: “Caminante no hay caminos, se hace camino al andar”. Sonrío dándole lo zapatos. Me salió poeta el remendón. Baja la caja, saca de ella dos tacos de goma, un frasco de pegamento, unos clavos, un martillo, y otros enseres. EL REMENDÓN Diap 52 ¿Recordar es volver a vivir?... ¿O vivir es volver a recordar? 20 EL REMENDÓN (G)
  • 53. Cierra la tapa, y la caja se convierte en su banco. Pone una pequeña y gastada almohada sobre sus rodillas, un trapo, y comienza a trabajar. Lo admiro, es un caminante que lleva su propio asiento para poder descansar cuando él quiere. Y canturrea: –“Zapatos cuestan dinero, dinero cuesta ganar, ganar cuesta trabajo, trabajo hace caminar, caminar gasta zapatos, y se deben arreglar…” Largo la risa. Me salió cantante el remendón. El hombre pone sobre la vieja almohada la herramienta de tres pies. Y le pregunto: –¿Cómo se llama eso? Mi padre tenía uno en el galpón… –Le dan muchos nombres. –explica, mientras va clavando los tacos nuevos, luego de pegarlos– Unos le dicen yunque de zapatero; otros, trípode; yo le digo: sufridera. –En todo caso, –indico, reflexivo– la que debería llamarse sufridera es su rodilla… es la que aguanta los golpes. EN EL FONDOEN EL FONDO –Bueno… al principio se sienten. –la voz del remendón se torna profunda– Luego, con el tiempo, y la vieja almohada, se van sintiendo menos… hasta que ya no duelen los golpes. Saca la cuchilla y empareja los nuevos tacos con la forma del zapato. Remata el borde con una escofina. Y el final con un papel de lija. Lustra los zapatos y me los da. Los dos hemos estado en silencio los últimos minutos. Me dice el precio. Irrisorio. Pero él no gasta en impuestos, ni electricidad, ni local. Pago. Y él se va canturreando: –“Zapatos cuestan dinero, dinero cuesta ganar, ganar cuesta trabajo, trabajo hace caminar, caminar gasta zapatos, un cuento de nunca acabar.” Y ya lejos, lanza su grito: –¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones, arreglooo! Miro mis viejos zapatos. Me salió filósofo el remendón. …oo0oo... EL REMENDÓNEL REMENDÓN Diap 53
  • 54. En el fondo de mi casa había una hamaca. Bien al fondo. Se destacaba en el medio, colgada del techo de la azotea, mejor dicho del mirador, y justo donde terminaba el parral. Si uno se columpiaba con demasiado fuerza no había problema hacia delante. El espacio era grande bajo el entramado que se cubría en verano de verdes hojas y racimos de uva. Pero no había que abusar. Porque en el retorno del vaivén existía el peligro de lastimarse los talones contra la mesa de cemento del lavadero que estaba a nuestra espalda. En la hamaca se aprendía con dolor que, cuanto más alto se eleva en el vuelo más fuerte es el golpe en la bajada a la realidad. Lo cual no impedía repetir el impulso. No recuerdo cuando se hizo. EN EL FONDOEN EL FONDO Su soporte debe haber sido puesto al mismo tiempo que la planchada de hormigón, ya que la viga de donde se suspendía estaba incrusta en él. Además, no colgaba de cuerdas sino de largos eslabones hechos con cabillas. Éstos tenían treinta centímetros de largo y estaban terminados en redondos ojos donde se encadenaban. Los ojos de los soportes de más arriba, un par por lado, giraban sobre un bulón que a su vez atravesaba otro ojo fijo a la viga. Perno que cada tantos años se debía reponer. No había forma de hamacarse sin que se enteraran los demás. El chirrido de los goznes friccionando entre ellos era agudo, y más si se había estado mucho tiempo sin usar. De nada servía colocarle grasa, ni siquiera una maloliente y de color negro que usaba la morsa. Lo único que se obtenía era que en verano una gota oscura nos ensuciara la camisa. Se optó por dejarlos sin nada, que siguieran rozando entre ellos. Y, como en el matrimonio, los chillidos eran parte de su existencia. Si no lo hacían, los extrañábamos. LA HAMACA Diap 54 Hamaca que, colgada del cielo, nos remontaba en cada vuelo. (Gracián Solirio) 21 LA HAMACA (U)
  • 55. El sillín de la hamaca era enorme. Las tablas del asiento rectangular, en las vetas y nudos, guardaban: portland, cal, arena… recuerdos de cuando sirvieron para la planchada. Había que subir y bajar de él con cuidado. Era común que una astilla se clavara en la piel de mis piernas desnudas del pantalón corto, o en las nalgas bajo la pollera de mis primas. Las cabillas de más abajo habían sido dobladas para darle forma al sillín. Éstas atravesaban el asiento y su refuerzo, terminando en una punta con una gran arandela y tuerca. El respaldo y los apoyabrazos estaban hechos con palos de escoba, y otros trozos habían sido perforados a lo largo para usarlos como puntales separadores. A mis primas y a mí nos gustaba volar alto en la hamaca, y recogíamos los pies para no golpearlos al retornar. Muchas veces nos hamacábamos juntos, conmigo en el medio. Porque en ella entraban tres niños o mi mamá con sus amplias caderas. Mi padre había sido previsor, tanto en los niños del futuro como en el aumento de peso de mi madre. EN EL FONDOEN EL FONDO Ella le ponía como almohadón una vieja frazada para estar más cómoda. Y lento, muy despacio, se hamacaba, tomando mate mientras veía como yo me iba haciendo hombre. Los años pasaron, me fui lejos. Mis hijos se columpiaron en otras hamacas, estrechas, soportadas por finas cadenas y con asientos pulidos, donde sólo cabía una persona. Pero, un día, en un viaje de paseo, llegaron al fondo de mi casa. Y allí seguía la vieja hamaca. De eslabones de cabilla, con su enorme asiento de madera rústica. Y se sentaron los tres juntos. Y se hamacaron. Y la hamaca chilló. No fue un quejido, era un grito de alegría. ¿Cuánto hacía que no su hamacaban niños en ella? Sólo ella lo sabría. En el fondo de mi casa había una hamaca, y aún estaba. Y con su chillido y vaivén me mostraba que, como a la mía, podía remontar al cielo una nueva generación. …oo0oo… LA HAMACALA HAMACA Diap 55
  • 56. Terminé de almorzar. Sentí en mis mandíbulas la molestia de las semillas de las uvas del postre. Y, con algo de recato, me las saqué para arrojarlas al cesto de la basura. Desde lo íntimo de mí, algunos dirían de la parte izquierda de mi mente, surgió un recuerdo lógico. ¿Por qué dicen que la parte izquierda es de la lógica, y la derecha de los sentimientos? Si, en la realidad, la izquierda no tiene lógica y la derecha no tiene sentimientos. ¡Ah, los racimos que colgaban del parral!… ¡Ah, el parral que estaba en el fondo de mi casa!... ¡Ah, las semillas que, para beneplácito de los gorriones, hamacándome escupía! El parral estaba en el centro del fondo. Era el corazón. Un corazón férreo, porque era de hierro. EN EL FONDOEN EL FONDO Tenía forma octogonal, siendo más estrecho que largo. Parecía un barrilete. Sus pilares consistían en ocho tubos de fierro fundido, llenos de cemento e incrustados en el hormigón Arriba se unían con un marco de ángulos de cinco centímetros. Éste soportaba cuatro arcos, de forma carpanel, hechos con el mismo perfil. Los del centro eran más altos y más grandes que los de las puntas, el de la hamaca y el del aljibe. Sobre ellos corrían largueros también en ángulo de hierro. Todo estaba atornillado. El tiempo, más las capas de pintura, hicieron rígida a esa estructura. Y la reforzaba un entramado en alambre para que se enroscaran los zarcillos de la vid. El piso del parral era de hormigón pero, por fuera, del lado izquierdo como del derecho había fértil tierra marrón. Allí mi madre había sembrado los sarmientos. Junto a la hamaca crecía la gruesa uva napolitana y la dulce moscatel. Ésta daba pocos frutos, mientras en la primera se marchitaban fácil… quizás por que tenía cerca el escusado. EL PARRAL Diap 56 Zarcillo: Filamento con que se enrolla la vid y otras plantas trepadoras. 22 EL PARRAL (U)
  • 57. En cambio, en el otro extremo, en ambos lados había dos vigorosas vides que nunca se enfermaban dando muchas y fuertes hojas como grandes racimos de deliciosas uvas. Mi madre afirmaba que las cepas habían sido toscanas; mi viejo, de la Borgoña. Una más de las divergencias entre ellos, lo cual no impidió que dieran vida a dos hijos y los criaran. Es que aún no se había inventado lo del divorcio de mutuo acuerdo ni por incompatibilidad de caracteres. Los padres se sacrificaban por los retoños, aunque al llegar el invierno los viejos quedaran secos, arrugados, como los troncos de la vid. Todos los años mi madre escarbaba en sus raíces y removía las piedras puestas alrededor para mejorar el crecimiento. Mi padre se encargaba de sulfatar las ramas contra los bichos. También de podarlas. Le criticaban que lo hacía muy tarde, hasta que supimos que lo realizaba cuando veía hacerlo a los curas de los viñedos cercanos a la fábrica donde él trabajaba. Gracias a ello, en verano disfrutábamos de sombra bajo el parral tupido de hojas y sabrosos racimos de uvas. EN EL FONDOEN EL FONDO Sabor que yo había anticipado comiendo los tiernos zarcillos. Así mismo, admirábamos los canteros existentes a los pies del parral. En ellos florecían cartuchos, claveles, rosas, malvones, violetas, geranios, y hasta hubo una plantita de ruda. De mi infancia no recuerdo haber comido uvas en la mesa. Las arrancaba de los colgantes racimos. Y si mi madre me reprendía, los cortaba, los lavaba en la pileta de la ropa, e iba a disfrutarlos meciéndome en la hamaca. Por eso me extrañó la primera vez que me las sirvieron en un plato. Y aún más cuando vi que había comensales que las cortaban al medio quitándoles el hollejo y las pepitas. Jamás pude adaptarme a eso. Prefiero tragar las semillas, o masticarlas, en tanto recuerdo a los gorriones y ratonas que venían a alimentarse con ellas sobre el piso de cemento. Y añoro el parral que había en el fondo de mi casa. …oo0oo… EL PARRALEL PARRAL Diap 57
  • 58. En el fondo de mi casa había una escalera. Según mi madre siempre la hubo, aún antes que construyeran el galpón del fondo con su azotea, y la casita con techo de zinc. Decía que entonces era una escalera para abajo, socavada en la tierra y piedra de la barranca hacia el terreno siguiente. Me costaba comprender que fuese una escalera para bajar. Yo era un niño, para mí las escaleras eran para subir. Eso de usarlas para bajar sólo lo veía como algo de cuando uno viene de vuelta. Luego, con los años, fui comprendiendo. Cuando yo conocí el terreno ya estaba rellenado y plano, con gallinero y escusado al fondo, con el mirador sobre ellos y a seis metros de altura, y… con una escalera de madera. Porque la primer escalera estaba hecha con los restos de las tablas usadas en la planchada de la azotea. EN EL FONDOEN EL FONDO La hizo mi padre, hábil mecánico. Era la cosa más fea y áspera imaginable. En la casa de al lado, la de mis primas, había otra parecida pero algo más pulida y linda. No tardó mucho mi tío en sustituirla por una construida con rieles y peldaños sacados de los ferrocarriles que desguazaba en su taller. Nada acicatea más la competencia que los celos, y aún más si son entre la familia y en técnicos de la misma profesión. Un sábado de tarde apareció mi padre en el carromato de la barraca acompañando al cochero Y, mientras yo miraba ensimismado al caballo, ellos bajaron un montón de perfiles en L de dos centímetros de lado, los cuales llevaron al fondo. Luego de tomar un vaso de vino, el hombre se marchó. Mi viejo entró al galpón. Trajo cartulinas con dibujos, una sierra, un taladro de mano y otras cosas. Y, sonriente, dijo: –Vení… ¡vamos a hacer una escalera de hierro! Creí que el corazón explotaba de alegría en mi flaco cuerpo de botija de sólo cinco años. LA ESCALERA Diap 58 El otro día encontré un remache oxidado y se me humedecieron los ojos… ¿habrá sido el óxido? 23 LA ESCALERA (U)
  • 59. ¡No me pedía que le ayudara!... ¡Mi padre me decía que íbamos a hacerla! No recuerdo cuantos fines de semanas tardamos. Lo que estoy seguro es que los vecinos deben habernos odiado por el ruido de la segueta cortando y del taladro agujereando. Las cartulinas fueron plantillas y con éstas se marcaron los ángulos de corte y los agujeros. Mi padre, no negando su origen francés, la hizo con armadura tipo torre Eiffel. Los escalones estaban formados por tres perfiles unidos a dos travesaños laterales. Cada peldaño, a su vez se unía a los dos tramos que constituían las vigas laterales. Éstas, aún sin armar, acostadas en el piso, atraían por la elegancia de su entramado. Y lo mismo sucedía con la estructura de las dos barandas que se pondrían. Llegó el momento de armarlas. Y con él, el suplicio para los vecinos. En ese entonces no existía la soldadura eléctrica. Y la autógena recién hacía su aparición. EN EL FONDOEN EL FONDO O sea: Tornillos o remaches. Éstos últimos eran lo mejor. Comenzó el remachado en frío. Mi padre martilleaba el cuerpo del bulón; y yo aguantaba el contragolpe en la cabeza del mismo con otro martillo… y con mis magras manos. Se pararon primero los dos tramos laterales, y a ellos se remacharon los escalones y las barandas. Aquello resonaba en todo el barrio. Como resonó la imprecación de mi viejo. Había tenido algún error. La escalera quedó de tal forma que costaba subirla, pero te empujaba rápido hacia abajo. –Es como la vida. –dijo, resignado, mi padre. La dejamos así. Y así pasaron los años y los sucesos. En el fondo de mi casa había una escalera. Con mi padre la hicimos de hierro. Una vez, ya viejo, volví a esa casa. La escalera aún estaba… Mi padre, no… Y yo, en silencio, me fui. …oo0oo… LA ESCALERALA ESCALERA Diap 59
  • 60. 24 JUAN GORRIÓN RONCADOR Escrito: Año 2005 De niño, muchas veces, soñaba; y en el sueño tenía alas y volaba... (Hojas Muertas, Poema: Vuelos) JUAN GORRIÓN RONCADOR EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 60 Juan Gorrión Roncador era un niño flaco y pequeño que tenía los ojos llenos de sueños. Se les habían llenado porque desde muy chico iba a la azotea y, apoyado en una baja pared, miraba el paisaje. Y su vista se perdía en el horizonte, en el cielo azul, en las calles, en los techos y en los fondos de las otras casas. Le gustaba ver como los pájaros podían ir a todas partes, hasta muy lejos, y como se volvían puntos entre las nubes. Un día sintió que él también podía hacerlo. Y, subiendo sobre la pared, saltó al techo de la casa más abajo. Lo había hecho otras veces, cayendo con sus pies sobre el cinc, para recibir un rezongo del vecino. Pero esta vez notó que se mantenía en el aire. Abrió los brazos y vio que se habían vuelto alas y que…
  • 61. JUAN GORRIÓN RONCADOR EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 61 JUAN GORRIÓN RONCADOR Feliz, loco de contento, planeó en giros y giros sobre los jardines, las calles, las casas, sobre todas las cosas. Pero Juan Gorrión Roncador era un niño muy flaco y pequeño y, aunque tenía alas, no se alejó mucho. Volando volvió a la azotea, y en ella había un poste del cual pendía un alambre donde su madre tendía la ropa. Del alambre colgaba un largo hilo. Y, como sus manos eran ahora alas, lo agarró con la boca y se lo llevó volando. Ató la otra punta, con los labios y dándole varias vueltas, en otro palo que había en una azotea cercana. Bajó al jardín de la casa y recogiendo ramitas, papeles y hojas secas las fue desgarrando en flecos con sus pies. Y, trayéndolas en su boca las pegaba, una tras otra y con saliva, en el hilo donde quedaban vibrando al viento. Pero, sintió que su madre lo llamaba y volvió a la azotea. Y sus alas volvieron a ser brazos. Y vio que en el aire había un hilo lleno de flecos que roncaban hacíendo: “Fruuuu… Fruuuu…” Desde ese día, Juan Gorrión Roncador, que era un niño flaco y pequeño, se levantaba temprano e iba a la azotea. Y, saltando desde allí, volaba colgando más hilos en otros postes, hasta en los árboles, y ponía más flecos en ellos. Los otros niños salían y, mirando el cielo, decían: –¡Ahí va Juan Gorrión Roncador! –¡Miren que lindas cosas hace volando! Pero los mayores exclamaban asustados: –¿Dónde va ese loco? ¿Hasta dónde quiere llegar? –Acaso, ¿no sabe que los niños no deben volar? Y surgieron las personas serias, reclamando. –¿Es que no tiene padres que le enseñen educación? –¿Quién le dejó poner eso en nuestras casas? Y, para colmo, los demás niños saltaban las cercas, sin nada importarles la propiedad ajena, para ver los hilos con flecos.
  • 62. JUAN GORRIÓN RONCADOR EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 62 JUAN GORRIÓN RONCADOR Tanto fue el reclamo de los formales, que obligaron a los padres de Juan Gorrión Roncador a encerrarlo en el fondo y no dejarlo subir más a la azotea desde donde podía volar. Pero, como los gorriones, los sueños no se pueden encerrar. Con el tiempo, las tiras con flecos fueron usadas en las cometas, en los bordes de los quioscos, en los avisos callejeros, en las fiestas. Algunos las llamaron: “Juancitos”, muchos: “Gorriones”, y la mayoría: “Roncadores”. Nadie recordaba que el primero que las hizo fue un niño flaco, pequeño y solitario, que miraba el horizonte. Y que un día, viendo los pájaros, sintió que él también podía subir hasta las nubes y remontar sobre las cosas. Y, echándose al aire, saltó sobre la pared que tenía delante, y sus brazos se volvieron alas, y voló. ¿Qué se hizo de Juan Gorrión Roncador? Dicen que creció, que se volvió grande, que se convirtió en un hombre… Y… se olvidó de volar. …oo0oo… 24 de Mayo de 2016 Hoy con 87 años vividos puedo decir: No me olvidé de volar